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La crisis de confianza en los proyectos de la razón humana para mejorar el mundo tiene
su guinda en la filosofía de Schopenhauer (autor que más influirá en Nietzsche). Para él
cada ser individual es manifestación de una única voluntad de vivir: un impulso ciego,
una especie de fuerza cósmica que se esfuerza por afirmar su propia existencia a expensas
de los demás seres. Por eso el mundo, incluido el humano, es un cúmulo de crueldades y
codicias, lleno de egoísmo. En el ser humano el acto sexual y la reproducción evidencian
esa voluntad de vivir. La sexualidad esclaviza al individuo a la especie, su única finalidad
es reproducir su ciego ciclo de dolor hasta el infinito. La negación de la voluntad pasa
entonces por el aquietamiento de dicho deseo hasta su literal aniquilación. El postulado
de la castidad se constituye así, lógicamente, como la culminación de su sistema
filosófico.
Schopenhauer sólo ve una solución que recuerda mucho al nirvana oriental: hay que
negar la vida y convertirnos en seres sin deseo. Hay que renunciar a todo aquello que
nos hace vivir, a todas aquellas pulsiones que nos reafirman en la vida (sexo, deseos,
avaricias, envidias…). Para ello sólo hay dos caminos, pues el suicidio no sería más que
una manifestación de la voluntad de vivir anta la incapacidad de soportar el dolor o el mal
que le acosa:
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Material extraído del cuaderno de preparación de las P.A.U. de la editorial Editilde (Diálogo): Achilés
Quintana, A., Ruiz Cortina, J.J., Vilana Taix, V., Nietzsche. Crepúsculo de los ídolos, Valencia, Editilde,
2009, pp. 11-12