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La “tregua de Dios" fue una norma adoptada por el Concilio de Elna, en 1027, con la finalidad de atenuar las consecuencias de
las guerras y de los torneos entre caballeros. El concilio determinó que no se podía matar en domingo, es decir, que se debía
respetar el día del Señor, y que desde el sábado por la tarde hasta el lunes por la mañana había que paralizar toda actividad
bélica. Además, prohibió los actos de violencia contra Iglesias, monasterios o edificios religiosos, así como aquellos que
pusieran en peligro la vida de sacerdotes, religiosos, peregrinos, mercaderes, mujeres, niños y campesinos. También ordenó
evitar la destrucción de cosechas y rebaños. En definitiva, solo podían matarse los propios caballeros entre sí. Los caballeros
que no cumplían con estas normas eran castigados con la excomunión, es decir, separados de la comunidad de los fieles. El
castigo resultaba durísimo. Si, además, se trataba de un señor o de un rey, al ser este excomulgado, sus súbditos quedaban
eximidos de la obligación de obedecerle.