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Racismo y Espacios Urbanos en La Lima de Mediados de Siglo XX Por Diana Carmela Vela Rodriguez
Racismo y Espacios Urbanos en La Lima de Mediados de Siglo XX Por Diana Carmela Vela Rodriguez
by
Diana Carmela Vela Rodríguez
May 2009
A dissertation submitted to the faculty of the Graduate School of the State University of
New York at Buffalo in partial fulfillment of the requirements for the degree of Doctor of
Philosophy
UMI Number: 3356109
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2009
ii
Agradecimientos
Quisiera agradecer al director de mi tesis, Dr. Justin Read, por su permanente guía y
apoyo, así como por sus consejos a lo largo de la elaboración del presente estudio. Deseo a su
vez agradecer a los miembros de mi comité, al Dr. Galen Brokaw y al Dr. Ramón Soto-Crespo,
por la cuidadosa lectura que llevaron a cabo de mis escritos, por sus sugerencias y crítica.
University at Buffalo, por haberme dado la oportunidad de realizar mis estudios de doctorado.
Quisiera agradecer también a mi mamá, Diana, por haber sido y seguir siendo un modelo
de desarrollo tanto a nivel personal como profesional, y porque el tiempo le dio la razón:
estudiando uno sí que llega lejos, y muy lejos. Agradezco asimismo a mi futuro esposo, Harold,
porque la escritura de esta disertación se la debo a sus constantes muestras de aliento y plena
confianza en mí.
iii
Abstracto
Racismo ha habido en Lima desde que ésta existe como tal. Sin embargo, a partir de la
explosión migratoria de mediados de siglo XX, cuando los limeños sienten que una multitud de
personajes indeseados empieza a invadir sus espacios, se empieza a poner énfasis en el origen o
aspecto racial de aquellos “intrusos” con la finalidad de mantener la jerarquía y la distancia entre
diversos grupos. Si bien a simple vista, el racismo parece dirigirse sobre todo a los llamados
despectivamente “indios”, “cholos” o “serranos”, ello no quiere decir que no vaya a atacar a la
población de raza negra si lo considera necesario. En este contexto, además de los seres de raza
blanca, los únicos que se libran del discurso racista son los llamados “chinos”, término no
ofensivo que en Lima se emplea para nombrar a cualquier individuo de ojos rasgados, cualquiera
que sea su origen. Éste es el estado de las cosas que presentan los textos literarios “Lima, hora
cero” de Enrique Congrains, En Octubre no hay milagros de Oswaldo Reynoso, “De color
modesto” y “Alienación” de Julio Ramón Ribeyro, y “En alta mar” y “El tramo final” de Siu
Kam Wen, obras que situándose en Lima después de la explosión migratoria, permiten una
ciudad como aquella práctica contestataria que se rebela ante la imposición de un lugar fijo en el
espacio urbano, parece no tomar en cuenta la posibilidad de que el contexto en el cual se produce
dicha caminata sea, como el caso limeño, un espacio racista. En este sentido, Lima constituye
principalmente aquel espacio totalitario identificado por Henri Lefebvre, un espacio que ante
todo prohíbe e impone restricciones al caminar de los sujetos en la ciudad de acuerdo a su raza.
Considerando entonces al racismo como lo hiciera Michel Foucault, como un discurso que
posibilita el asesinato literal o metafórico de ciertos sujetos, las obras literarias ponen de
iv
manifiesto cómo mientras los orientales ya han logrado librarse de de dicho “homicidio”, los
indios y negros siguen siendo impunemente “asesinados”. La muerte literal o simbólica de tales
v
Tabla de contenidos
Abstracto ………………………………………………………………………………………. iv
INTRODUCCIÓN ……………………………………………………………………………… 1
vi
CAPÍTULO TRES: “DE COLOR MODESTO” Y “ALIENACIÓN”: EL ASESINATO DE LOS
Del galpón al callejón: ubicación de la raza negra en el espacio urbano …..…………. 105
CAPÍTULO CUATRO: DE “EN ALTA MAR” A “EL TRAMO FINAL”: LOS CHINOS
El chino más allá de las esquinas: el libre desplazamiento de los orientales en la urbe..153
vii
Vela 1
INTRODUCCIÓN
La frase “Se reserva el derecho de admisión” es la fatídica sentencia que hasta no hace
diversa índole, ubicados en barrios residenciales de la capital peruana. ¿A qué se debía una
acción como ésa? ¿Bajo qué criterios se reservaba el derecho de admisión? El motivo radicaba
en que los administradores de estos negocios consideraban que el ingreso o no del público debía
depender de los rasgos físicos, y por ende raciales, que exhibiesen los potenciales usuarios. De
este modo, si el individuo que deseaba entrar a uno de estos bares, discotecas o restaurantes tenía
la suerte de ser “hermoso” (cualidad que en Lima significa ser blanco, rubio y de ojos claros)1, el
acceso iría a producirse de forma automática, el local no dudaría en darle pues la bienvenida. Por
el contrario, si la tonalidad de la piel del sujeto hubiera sido oscura o si alguna facción en su
rostro lo hubiera delatado como aquel ser que en Lima se define con asco y desprecio como un
“cholo”, el guardián del establecimiento habría contado con todo el derecho y la impunidad de
negarle el ingreso. “No, usted no puede entrar” podría haberle dicho perfectamente y acto
Recién hace unos cuantos meses, en agosto del 2008, un vecindario limeño llegó a
prohibir legalmente el uso de estos carteles en cualquiera de los locales que se ubicasen dentro de
su perímetro2. El que esta ley se haya promulgado recién hace menos de un año y sólo en uno de
los barrios exclusivos de la gran Lima es de por sí significativo, en tanto demuestra la facilidad
1
Gonzalo Portocarrero llama a este fenómeno la colonización del imaginario limeño, de acuerdo
a la cual se establece que lo más atractivo son los rasgos asociados a lo blanco: la piel, el cabello
claro, los ojos azules o verdes (23).
2
En agosto del 2008, la Municipalidad de Miraflores emitió la ordenanza Nº 294-MM, en la cual
se prohíbe expresamente la colocación de este tipo de avisos: “Está prohibido colocar carteles,
anuncios u otros elementos de publicidad en los establecimientos abiertos al público o dentro del
ámbito jurisdiccional del distrito de Miraflores, que consignen frases discriminatorias, tales
como “nos reservamos el derecho de admisión”, “buena presencia”, u otras similares […]” (2).
Vela 2
con que este tipo de restricciones pueden seguir cometiéndose de forma impune. En este sentido,
si bien el dictamen de esta ley es importante y constituye un primer paso en el intento de revocar
negocios. Los dueños de los locales no tardan pues en adoptar nuevas estrategias. Aparecen
entonces en el escenario urbano nuevos pretextos y coartadas, todos ellos con la finalidad de
instituir el mismo tipo de fronteras sociales basadas en la raza. En este contexto, excusas tan
poco creíbles como “la fiesta es privada” o “el local está muy lleno” empiezan a ser utilizadas
para impedir la entrada de quienes no cumplan con los requisitos raciales establecidos por dichos
establecimientos.
“Se reserva el derecho de admisión” constituye entonces más que una simple frase. Si
bien ahora más prohibida que antes, esta sentencia no ha dejado de imponerse como un veredicto
irrebatible, instalándose de forma tácita en el imaginario limeño, desde donde permea el discurso
circunstancias, pese a que no constituye mayor novedad establecer que el racismo es un rasgo
inherente a la sociedad limeña, pues lamentablemente lo ha sido desde que ésta existe como tal,
idea inicial, sirvió como punto de partida para llevar a cabo un análisis del discurso racista y su
Una vez que elegido el tema, se necesitaba precisar cierto contexto. ¿Cuándo y de qué
manera se consolida pues aquel discurso racista que permitiría en el futuro la posibilidad, e
nos dio una pista al respecto. En la década de 1950, aparece un grupo de escritores avocado a las
transformaciones de la urbe luego de la explosión migratoria, así como a las tensiones raciales
ocurridas dentro de los linderos de la ciudad. Denominados por la crítica como la “Generación
del 50” o “Generación del Neorrealismo Urbano”, autores como Enrique Congrains Martín,
Oswaldo Reynoso, Eleodoro Vargas Vicuña, Carlos Eduardo Zavaleta, Luis Loayza, Sebastián
Salazar Bondy y Julio Ramón Ribeyro fueron agentes de un cambio drástico en una literatura
que a partir de ese momento no volvería a ser la misma (Valero, La ciudad en la obra de Julio
Ramón Ribeyro 19). El campo, tema predominante en la creación literaria de la primera mitad
del siglo XX, daría paso a la ciudad como escenario (Oquendo 8); y no se trataría de una ciudad
romántica ni mucho menos idílica, sino de una urbe marcada por el desbarajuste y la sujeción de
sus habitantes3.
Fue entonces a mediados del siglo XX, inmediatamente después de que la explosión
explícita hacia aquellos recién llegados que con sus rasgos andinos arruinaban pues el paisaje
racismo desde que ésta existe como tal, es partir de la década de 1950, cuando los limeños
sienten que una multitud de personajes no deseados empieza a invadir sus espacios, que se
3
Luis Alberto Sánchez se refiere a este cambio en el tema de la producción literaria como “El
pasmo de los 50” (158-60).
4
José Guillermo Nugent describe la ofuscada reacción de los limeños ante las migraciones: “La
actitud original fue la de tratar a la migración interna como “serranos”, “indiada” […] Con el
tiempo, esa presencia fuera de lugar dio origen a una entidad que al principio nadie reconoció
como tal: cholo” (76).
Vela 4
empieza a poner énfasis en el origen o aspecto racial de aquellos “intrusos”, para así mantener la
Este interés inicial por indagar cómo se representa a nivel literario la exclusión de los
indios, cholos y serranos, de los llamados migrantes, de aquella masa de sujetos generalizados
todos como “provincianos” (término en ningún caso neutral, ya que de por sí presenta una
valoración sumamente negativa) en ciertas zonas de la urbe, despertó a su vez el afán por
descubrir qué ocurría de modo paralelo con la otra raza históricamente marginada en la sociedad
limeña: la raza negra. En otras palabras, en un contexto en el cual el desdén parece arremeter
únicamente en contra de los cholos, resultaba imperativo dirigir también la mirada hacia aquellos
sujetos que en Lima son denominados negros, zambos y mulatos, principalmente porque a lo
largo de la historia ha surgido alrededor de ellos una suerte de mito, según el cual su situación no
De igual modo, cabía preguntarse si en realidad los negros seguían siendo víctimas del
racismo en Lima una vez ocurrida de la explosión migratoria, dado que la crítica ha discutido la
emergencia de una supuesta recuperación del legado africano y de la cultura afro-peruana, la cual
se habría producido justamente a partir de mediados de siglo XX con la creación poética del
folklorista negro Nicomedes Santa Cruz y con la formación del grupo de ballet folklórico “Perú
5
En el tercer capítulo, exploraremos cómo el historiador de la República, Jorge Basadre, sustenta
dicha posición al comparar superficialmente la situación de las comunidades negras en el Perú
con la de otros sistemas esclavistas como el estadounidense.
6
Los estudios de Martha Ojeda, Henry Richards y Teresa Cajiao Salas se ocupan de la obra de
Nicomedes Santa Cruz y de la reivindicación de la cultura negra en el Perú.
Vela 5
Por otro lado, además de las tensiones raciales ocurridas a causa de la presencia de indios
y negros en la urbe, esta investigación no podía dejar de incluir a otro de los grupos que
término que en Lima se emplea para nombrar a cualquier individuo de ojos rasgados, sin
importar que su origen sea efectivamente chino, japonés o de cualquier otro país del Asia.
Incluso, cualquier peruano puede ser llamado chino; basta para ello que sus ojos presenten dicho
contorno.
La presencia de los chinos y japoneses en Lima resulta crucial en este estudio, puesto que
son comunidades que emergen como punto de comparación y contraste respecto a los dos grupos
migratoria? ¿Son acaso víctimas del racismo en la urbe? En lo absoluto. Para mediados del siglo
XX, su existencia había dejado ya de ser problemática y mucho menos incómoda en la capital
del Perú. Fueron los orientales, quienes a diferencia de indios y negros, lograron liberarse de
aquel estigma que en un inicio los marcó como raza inferior, ascendieron en la escala social, se
codearon en algunos casos con las élites peruanas y se apropiaron sin restricciones de diversos
espacios a lo largo de la urbe7. Con los chinos, en efecto, ya nadie se reserva el derecho de
admisión.
Dejando en claro que en Lima ser indio y cholo son sinónimos, que negro, zambo y
mulato también, que a su vez lo son chino y japonés, y que de todos estos grupos el último
7
Debe mencionarse que la última década ha sido testigo de la aparición de diversos estudios
sobre la inmigración china y japonesa al Perú debido a la conmemoración en 1999 de los
respectivos 150 y 100 años de haber ocurrido dichos movimientos migratorios. Como veremos
en el cuarto capítulo, son éstas, en su mayoría, publicaciones orientadas a rendir un abierto
homenaje y destacar las habilidades de estas comunidades en su ascenso social.
Vela 6
resulta ser el menos vilipendiado, es preciso explorar el vínculo indisociable que el imaginario
razas. El propio Karl Marx, revela Michel Foucault tras revisar su correspondencia, fue
consciente de la tensión racial que subyace a toda lucha de clases. En efecto, en una carta que
dirigiera a Engels, Marx señalaba: “You know very well where we found our idea of class
struggle; we found it in the work of the French historians who talked about the race struggle”
(Society Must Be Defended 79). Razas y clases van pues de la mano. Aquella jerarquía humana
instaurada de modo automático por el discurso racista (Mignolo 17) empata a todas luces con la
estructura de tipo piramidal que forman, por su parte, los estratos sociales. Exploremos ahora
momento en que el Virreinato del Perú fue establecido, allá por el siglo XVI, con la institución
de un sistema de castas que, como diera cuenta Garcilaso de la Vega, situaba al español
(entendido en aquel entonces como blanco) en su cúspide y relegaba a indios y negros a ocupar
los niveles más bajos de la escala social8. Si bien, como señala Denys Cuché, los fundamentos de
este mecanismo de opresión colonial no fueron precisamente de raza sino de clase, ambos
conceptos emergieron de forma tan cercana que eventualmente terminaron por confundirse y
8
En los Comentarios reales de los Incas, Garcilaso da cuenta de la detallada terminología que se
empleaba para clasificar a los sujetos que fuesen el resultado de algún cruce racial. Así,
“español” o “castellano” era el español proveniente de la península ibérica; “criollo” era el hijo
de español y española nacido en Indias; “mulato” era el hijo de negro e india, o de indio y negra;
“cholo” era el hijo de mulatos, vocablo de la isla de Barlovento que significaba “perro”; entre
otros (265-66).
Vela 7
minuciosa clasificación del sistema de castas de la Colonia llegó a desaparecer con el tiempo,
algunos de sus términos (cholo y mulato, por ejemplo) resistirían el paso de los siglos, llegando a
Como se observa, la sociedad limeña mostró desde sus albores una extrema fijación por
la raza blanca. Se trataba ésta de una raza superior entendida inicialmente como española, pero
que con el paso de los siglos no dudaría en incorporar otro tipo de esencias. Efectivamente, la
idea de la superioridad racial que durante los trescientos años del Virreinato fue vinculada sólo a
lo peninsular, se vio un tanto modificada una vez instalada la República. Así, después de
un origen distinto, aunque como es de suponerse, sujetos de pigmentación siempre blanca. Fue
pues durante la segunda mitad del siglo XIX que lo europeo en general empezó a cautivar el
Si bien los esfuerzos por promover una masiva inmigración de población europea
resultaron fallidos, principalmente porque la clase terrateniente se oponía a las condiciones que
demandaban los potenciales inmigrantes (los hacendados se negaban a entregar las tierras de
cultivo, puesto que lo que en realidad buscaban era mano de obra barata que se limitase a trabajar
9
En 1872, durante la presidencia de Manuel Pardo, se creó la Sociedad de Inmigración Europea
y en 1873 se decretó una ley sobre esta inmigración. Llegaron entonces tres mil inmigrantes, de
los que una gran parte fue internada en Chanchamayo, región ubicada en la selva central del Perú
(Basadre, Historia de la República del Perú 2: 84).
Vela 8
dominar el comercio internacional; los italianos fueron casi de todo, banqueros, industriales,
los franceses, por su parte, se establecieron como joyeros, farmacéuticos, sastres, fotógrafos y
segunda mitad del siglo XX, el linaje español dejó de ser crucial en la definición de lo blanco
como concepto. La oligarquía peruana dejó pues de verse constituida únicamente por nietos de
que luego de acumular grandes fortunas, supieron ingresar a los círculos de la alta sociedad
limeña “[…] by marrying the right people, going to the right schools or having the right friends”
(47).
ancestro proveniente de alguna nación del primer mundo. Los nuevos dueños de la riqueza en el
Perú empezaron a ser de apellido extranjero (inglés, italiano, francés o alemán), quienes al unirse
a los sectores que por tradición detentaban el poder, conformaron el grupo dirigente bautizado
10
En su estudio sobre la distribución de la riqueza y el poder en el Perú, Richard H. Stephens
provee una serie de listas que detallan los apellidos de los miembros de la oligarquía, clase
terrateniente y clase política. En ellas, se observa un abundante número de apellidos foráneos
(159-65)
Vela 9
En el escenario recién descrito, en una sociedad en donde blanca fue siempre la clase
superior, en donde lo blanco siempre implicó supremacía y en donde los blancos emergen como
seres poderosos e intocables, son diversos los prejuicios que recaen sobre las otras clases y razas
que se asoman por debajo de la cima que ocupan aquellos seres supremos. “Trabajar como
negro”, “oler a llama” o “fumar como chino en quiebra” son pues algunas de las expresiones que
raciales que a su vez remiten a otro tipo de conceptualizaciones: el trabajar como un negro revive
Perú. Sin embargo, el fumar como chino en quiebra no presenta la misma carga peyorativa de los
ejemplos anteriores, en tanto más que ser censurada por dicho vicio, la figura del chino emerge
asociada a la idea de negocio. Es evidente que el último de los personajes es el que queda mejor
parado y como señalamos anteriormente, el que resulta menos mancillado en esta ciudad
enamorada de lo blanco.
Volveremos al personaje oriental en breve, puesto que existe una categoría racial que
hasta el momento no hemos mencionado; una categoría que probablemente se nos escapa debido
a su propia esencia ambivalente. Se trata del mestizo, personaje interpretado de diversas maneras
intermedio que oprime al indio y traiciona a su propia esencia indígena (Valcárcel 14-16)11 o se
le ha señalado como heredero de los vicios de las razas de las que desciende (Deustua 60), el
mestizo ha sido valorado e instituido como fuente de inspiración de una política nacional
11
En Escribir en el aire Antonio Cornejo Polar da cuenta de la abierta condena emitida hacia la
figura del mestizo por parte del movimiento indigenista.
Vela 10
Varallanos 12).
mencionadas, así como del hecho de que técnicamente hablando, mestizos son a su vez los
zambos y mulatos. La idea de mestizo es aquí entendida como una especie de salvoconducto, en
tanto quien en Lima se define como tal (siendo consciente de no ser totalmente blanco), en
realidad está buscando presentarse como un sujeto socialmente aceptado, como un individuo a
“mestizo” no emerge entonces como sinónimo de “cholo”, puesto que mientras el primer
concepto se esfuerza por enfatizar el componente blanco de su raza, el último se ubica más
En estas circunstancias, ser mestizo en Lima resulta más favorable que ser cholo, en tanto
implicaría que la piel del sujeto en cuestión no es tan oscura o que sus rasgos no son tan
indígenas como para ser trágicamente confundido con un indio. Así, mientras tildar a alguien de
mestizo no generaría una mayor ofensa, emplear en su lugar la palabra cholo constituiría, en el
mayor de los casos, un serio agravio. Y eso lo sabe muy bien el mestizo, pues es consciente de
que si logra salvarse de tamaña desgracia es sólo de manera temporal, ya que al no ser totalmente
12
Portocarrero indica que si bien en teoría, la política nacional del mestizaje se orientó a la
valoración de lo indígena y español en términos similares, al final enalteció únicamente al
componente hispánico de la nación peruana (30).
13
Jorge Bruce sostiene que al ser interpelado por su raza, el limeño promedio preferirá
denominarse mestizo, mas nunca indio ni mucho menos cholo (32).
14
Nos alejamos también por lo tanto de la interpretación de Aníbal Quijano sobre el “cholo”
como grupo social emergente.
Vela 11
como el limeño, no faltará pues la ocasión de que a un sujeto (que no tenga ojos claros ni cabello
castaño) se le termine agrediendo llamándolo “cholo”. Esta ofensa irá a doler muchísimo, puesto
que ser cholo engloba todo lo que en Lima es nefastamente condenable: ser cholo es sinónimo de
ser feo, es tener mal gusto, es ser un serrano, es oler llama, es ser pues aquel indio que la ciudad
tanto rechaza.
De otro lado, debe recalcarse que aunque pareciera que lo peor que le puede pasar a un
individuo en Lima es que lo llamen cholo, ser llamado negro puede resultar igual de ofensivo
dependiendo de las circunstancias en que se produzca ese hecho. En este sentido, aunque siempre
hay un “negro” o una “negra” en el grupo de amigos, incluso en las clases altas, sin que estos
apelativos sugieran discriminación alguna hacia tales sujetos, ello no significa que la inclusión de
la población de raza negra se encuentre garantizada. En primer lugar, los “negros” o “negras” de
tales grupo no han de ser en realidad de raza negra. Podrán ser tal vez sujetos de pigmentación
un poco más oscura, de piel más bronceada que sus semejantes, pero en ningún caso serán
aquellos negros que remiten a los esclavos del pasado. En segundo lugar, los llamados “negros”
pertenecientes a las élites limeñas disfrutan del mismo estilo de vida y detentan el mismo poder
que sus pares de cabellos y ojos claros, sabiéndose tan iguales (ni siquiera deben considerar la
posibilidad de ser inferiores, ni siquiera debe cruzárseles por la mente una idea como ésa) que el
ser llamados “negros” jamás podría representar para ellos una ofensa.
Por el contrario, recordarle a un negro que es negro, zambo o mulato con la finalidad de
humillarlo, puede doler tanto o más que el agravio presente en los términos “indio” o “cholo”.
Como veremos más adelante, si bien se dice que la esclavitud en el Perú no fue tan cruel como
en otros lares así como que en Lima el negro es mucho más aceptado que el indio, el rango
inferior de la raza negra sigue manifestándose en tanto la imagen que predomina de los negros en
Vela 12
la ciudad es principalmente negativa. El negro sigue pues siendo entendido, en líneas generales,
como un sujeto que desempeña labores servicio o que forma parte del lumpen de zonas
extremadamente peligrosas.
media mestiza y la clase trabajadora negra e india (83). Ésta es la estructura estamental que se
instaura de modo permanente en el imaginario limeño, aunque claro, aquella clase media que en
líneas generales puede denominarse mestiza, se encuentra siempre en peligro de descender, para
Pero en este simplificado esquema, se nos escapa nuevamente otro de los grupos
mencionados ¿Dónde se ubican pues los orientales? Debe recalcarse que los chinos y japoneses,
peculiarmente, tienen el don de ubicarse en cualquiera de los niveles de la pirámide social. Las
clases bajas, medias y altas pueden encontrar dentro de sus filas a aquellos personajes de ojos
rasgados. No obstante, la diferencia radica en que mientras decirle cholo a un cholo o negro a un
negro hiere (y mucho), decirle chino a un chino no suscita la más mínima ofensa. Para dar un
ejemplo de cómo ser chino en Lima no constituye de por sí un mayor problema, resulta
conveniente citar un fragmento de una de las décimas del mismo folklorista negro que
tú pa mi casa mejó,
ya no mucho tlabajá
1
Vela 13
patomá junto loló […] (Rodríguez Pastor, Hijos del celeste imperio 305)
Si bien esta décima puede resultar ofensiva para quienes no se encuentran familiarizados
con el entorno limeño, debe advertirse que así como “fumar como chino en quiebra” es una frase
que no lastima, el hecho de que el chino no pueda pronunciar la letra r no llega a doler. ¿Por qué?
precisamente porque cuando esta décimas fueron publicadas, en la segunda mitad del siglo XX,
los chinos ya habían dejado de pertenecer a la clase servil, habían sido ya incorporados y
aceptados por la sociedad limeña y hubiera sido extremadamente difícil (aunque no imposible)
encontrar a un chino residente en Lima que tuviese problemas para hablar español. En este
contexto, al no existir un referente concreto en la realidad que muestre al chino como raza
inferior, reírse del oriental habría sido (y lo sigue siendo) tan ineficaz como intentar reírse de un
blanco. La mofa hacia un chino que dice tener “batante aló” no se compara pues en lo absoluto a
la fuerte agresión presente en la sola mención de las palabras cholo o negro, en tanto estas
poblaciones sí cuentan con referentes concretos que hasta nuestros días ponen en evidencia la
Tras haber presentado una mirada introductoria al modo en que son percibidas las razas y
clases en el imaginario limeño, veamos ahora cómo podemos enfrentarnos a una inscripción
literaria de las mismas en la ciudad de Lima, a partir de una teorización del espacio.
Así como lo instituyera en su momento Louis Althusser (20), Henri Lefebvre aclara
desde un principio en The Production of Space que las ideas dominantes en una sociedad son
Vela 14
justamente las ideas de la clase dominante de tal sociedad (6). Del mismo modo, y luego de
hegemonía de la clase en el poder, privilegio que busca mantener no sólo a través de la violencia
ciertas ideas. En este punto, Lefebvre sostiene que una de las acciones que emprende la clase
Bajo estas circunstancias, los sujetos que deseen acceder a cierto tipo de espacios (sujetos
que paradójicamente se encuentran ya dentro del espacio en sí) deben pasar cierto tipo de
pruebas (35). De la superación o fracaso ante estas pruebas dependerá si los sujetos son o no
aceptados por este espacio que incluye o excluye elementos según su discreción:
Any determinate and hence demarcated space necessarily embraces some things
and exclude others; what it rejects may be relegated to the realm of nostalgia or it
llegan a controlarlo de forma absoluta (26, 63). En términos del autor: “It [space] sets itself up as
the space of power, which will (or at any rate may) eventually lead to its own dissolution on
account of conflicts (contradictions) arising within it” (51). Dada esta situación, Lefebvre opone
dos tipos de espacio, uno de índole hegemónica e ideológica al que llama “abstracto” y otro que
En este punto, la propuesta de Lefebvre empata con los postulados de Michel De Certeau.
De hecho, así como Lefebvre sostiene que el espacio creado por la clase dominante escapa a su
Vela 15
total control, en The Practice of Everyday Life De Certeau establece que si bien la ciudad se
erige como escenario totalitario, la vida urbana permite la reemergencia de aquellos elementos
The language of power is in itself “urbanizing,” but the city is left prey to
reach of panoptic power […] Beneath the discourses that ideologize the city, the
without points where one can take hold on them, without rational transparency,
De Certeau destaca pues la esencia divergente presente en una serie de actos cotidianos
en la medida en que el movimiento que éste despliega lograría enfrentarse con eficacia al espacio
hegemónico de la urbe:
The ordinary practitioners of the city live “down below,” below the thresholds at
which visibility begins. They walk – an elementary form of this experience of the
city; they are walkers, Wandersmänner, whose bodies follow the thicks and thins
of an urban “text” they write without being able to read it. (93)
Según el autor, estos caminantes serían pues los forjadores de aquella ciudad migratoria
que desestabiliza a la ciudad planeada (93), poniendo así de manifiesto aquella capacidad de
agencia supuestamente inherente a cualquier sujeto. No obstante, debe notarse que De Certeau se
abstiene de indagar en los contratiempos que dicho conflicto podría generar en dicha propuesta.
lugar y espacio, en donde el primero implica la imposición de una ubicación fija de acuerdo al
Vela 16
orden hegemónico establecido, mientras el último sugiere un libre desplazamiento que desafía
dicho orden. El autor traslada ambos conceptos al análisis literario, en tanto “Every story is a
travel story – a spatial practice” (117), y a partir de ello distingue dos tipos de historias: aquéllas
cuyos desplazamientos se encuentran sometidos a las leyes del lugar y aquéllas en donde los
formaciones lingüísticas De Certeau omite señalar que así como las trayectorias hablan
(“walking as a space of enunciation […] affirms, suspects, tries out, transgresses, respects the
trajectories it speaks” 98), el espacio totalitario, como sostiene Lefevbre (142-43), también lo
hace y, en algunos casos, con tanta efectividad que logra detener el tránsito espontáneo de los
habitantes en la urbe.
historia muera a causa de transgredir las fronteras y cuestionar las leyes del orden (118), lo hace
pueda resultar estrepitosamente fallido, una historia (similar a las que analizaremos en el
segundo y tercer capítulo) en donde dicho poder contestatario no funcione de forma cabal y
ciudad implacable. Hay historias pues más sombrías que otras y eso el autor parece olvidar.
Dada esta situación, pese a que es verdad que el deambular por la ciudad es reflejo de
estar passing-by y por ende, del acto de revelarse ante la imposición de una posición fija en la
urbe (97), el autor no toma en cuenta los diversos motivos que podrían encontrarse detrás del
caminar ni tampoco el contexto en el cual se produce dicha caminata. ¿Qué pasa entonces
cuando este caminar se encuentra marcado por el rechazo y la expulsión que trasmite el
Vela 17
escenario en donde se transita? ¿Qué pasa cuando emergen de forma directa sentimientos de odio
En este punto, debemos tener conciencia de que la exclusión misma puede ser
garantizada gracias a la construcción de un espacio que de por sí exprese su rechazo hacia ciertos
sujetos en la urbe y por ende, los expulse. Debemos pues recordar las pruebas que Lefebvre
menciona como requisitos para ingresar a un espacio en específico. Éstas no vienen a ser
únicamente pruebas en términos de rituales o ceremonias de iniciación, sino que en el caso que
nos compete implican además la apariencia física o racial de los sujetos. Efectivamente, quienes
tienen la fortuna de contar con lo que en Lima se entiende por “hermosura” o “buena presencia”
han pasado la que constituye quizás una de las pruebas más difíciles de sortear para ser incluidos.
De Certeau se olvida pues que ciertos espacios, tanto públicos como privados, han sido
creados sólo para ser utilizados por cierta gente. En Lima, estos espacios demandan la
homogeneidad racial de los sujetos que los ocupan y de antemano rechazan la mezcla, lo distinto.
Son espacios exclusivos en donde los individuos deben ser cortados por la misma tijera, tanto en
apariencia física como en estilo de vida. En ellos, no será necesario expresar abiertamente que
“se reserva el derecho de admisión”, puesto que serán sus propios signos los que expulsen de
forma instantánea a aquellos individuos que en su interior no encajen. Así, si bien los sujetos
tiempo que puedan permanecer en los mismos dependerá de su aspecto racial. En una situación
como la señalada, no habrá caminar alguno que pueda trasgredir dicho sistema.
de un espacio dado, es imperativo tener presente los conflictos raciales que en éste se manifiesten.
Vela 18
Como pudo observarse en la sección que trató de las clases y razas en el imaginario
raciales de los grupos inferiores. Es justamente este dolor como consecuencia de la consolidación
de los prejuicios raciales el que se vincula a las reflexiones de Foucault sobre el discurso racista.
nuevo tipo de racismo, el cual en vez de localizar la amenaza de una sociedad en un enemigo
externo, ubica dentro de la sociedad misma a dicha amenaza. Se trata pues de un nuevo discurso
sus propias amenazas, la protección de la misma como dé lugar. Lo relevante del asunto es que
esta amenaza a la que Foucault hace referencia la constituye aquella raza subordinada, que el
autor denomina sub-raza, que se encuentra presente al interior de la sociedad en cuestión. Nos
encontramos entonces frente a un racismo que deja de dirigirse hacia un enemigo externo y
empieza a proyectarse hacia parte de la sociedad misma, hacia aquellos miembros que dan forma
planteamiento de Foucault es que define al racismo como aquel mecanismo que ofrece la
justificación necesaria para la eliminación, la supresión, la muerte del enemigo interno. Como el
autor sostiene, el racismo es la condición necesaria que hace que el acto de matar sea aceptable,
que permite que unos mueran y otros maten, que autoriza que la sociedad pueda ejercer el
En este punto, debe recalcarse el que vendría a ser un aspecto central en este trabajo: el
acto de matar que Foucault señala como consecuencia del racismo, no se limita únicamente a la
muerte física del enemigo interno, sino que también abarca a todas las formas de homicidio
indirecto:
When I say “killing,” I obviously do not mean simply murder as such, but also
every form of indirect murder: the fact of exposing someone to death, increasing
the risk of death for some people, or, quite simply, political death, expulsion,
El asesinato que posibilita el racismo puede entonces producirse a dos niveles: a un nivel
literal, concreto, que se ve reflejado en la muerte física del otro, y también a un nivel simbólico,
prevalencia de un discurso racial que hace posible que el asesinato literal y metafórico de ciertos
sujetos sea cometido con la mayor impunidad de los casos y que por ende, desactiva toda
El dolor de la muerte como consecuencia del racismo es el tema que subyace a la mayoría
de los textos literarios a analizar en este estudio. A través de las obras se podrá observar cómo el
empleado para impedir su movilidad en la escala social así como su desplazamiento a lo largo
del espacio urbano. Es pues desde esta consumación o no del asesinato de ciertas razas que se
Kam Wen
Las obras literarias fueron elegidas debido a que ponen de manifiesto cómo, después de
ocurrida la explosión migratoria en la ciudad de Lima, luego pues de que los migrantes
caminaran y lograran instalarse dentro de los linderos de la urbe, y sin que se haya producido
Efectivamente, las obras de Enrique Congrains, Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro
y Siu Kam Wen demuestran que una vez que se inicia la segunda mitad del siglo XX, el mero
acto de caminar no basta para desafiar los dictámenes segregacionistas de un espacio opresor,
sino que hacen falta muchas otras estrategias para que un sujeto sea finalmente aceptado por la
sociedad limeña y para que así pueda deambular con libertad por sus distintas calles y
vecindarios.
En este sentido, el primer capítulo se encarga de profundizar las teorizaciones del espacio
de esta explosión migratoria que provocara la debacle de la alguna vez bautizada “Ciudad de los
Reyes”, de aquella “ciudad ideal”, de aquel “sueño del orden” que, como bien señala Ángel
Rama, constituyó el modelo a seguir de toda urbe latinoamericana desde que éstas, siglos atrás,
fueron fundadas.
El segundo capítulo se avoca al cuento “Lima, hora cero” (1954) de Enrique Congrains y
a la novela En octubre no hay milagros (1965) de Oswaldo Reynoso en tanto ambas historias
Vela 21
exponen con un rigor violento el asesinato literal y metafórico cometido hacia los indios o cholos
en la urbe.
El cuento de Congrains ha sido valorado por la crítica como una especie de hito en la
literatura limeña, en tanto marca el principio de una nueva narrativa sobre la miseria urbana y da
inicio a la mencionada generación de escritores que surgió en aquellos años (Sánchez 159, Shaw
188). “Lima, hora cero” se centra pues en la llegada e instalación de los migrantes provincianos
en la urbe, de aquellos menospreciados indios y cholos que daban inicio a la proliferación de las
como colectividad humana15, así como en el abierto rechazo y consecuente exterminio, literal y
horror y fascinación ante el inmenso cuadro de una ciudad moralmente deteriorada (Eslava 16),
sino que además fue blanco de las más severas críticas. Estos reparos, si bien decían sustentarse
del autor, quien se declaraba abiertamente partidario de la vertiente socialista (Gutiérrez 315-
16)16.
15
De acuerdo a Luis Abanto Rojas, el cuento de Congrains busca desmitificar la supuesta
anomia inherente a los habitantes de las barriadas, dando a conocer una serie de actividades que
evidencian su capacidad organizativa como grupo.
16
Se acusó a En octubre no hay milagros de ser una novela real-socialista. Sin embargo, señala
Miguel Gutiérrez, el realismo socialista es algo distinto. Éste apareció en URSS durante la
década del 30 con el objetivo de reflejar artísticamente las nuevas condiciones de vida que
surgían a partir de las condiciones del socialismo. La novela de Reynoso, por el contrario, no
muestra dicha tendencia en absoluto: la figura del oligarca no suscita en el lector un odio de clase,
sino más bien asco y repulsa a nivel moral; mientras que el sueño de la casa propia constituye un
ideal personal, mas no un proyecto socialista (321-22).
Vela 22
ocupa de “Lima, hora cero” y En octubre, puesto que ambos textos dan cuenta del fracaso de los
trasgredido las fronteras del orden y haberse instalado en la propia capital del Perú, nunca llegan
a ser socialmente admitidos ni muchos menos incluidos, ya que la propia urbe, por su raza, los
El tercer capítulo se centra en dos cuentos de Julio Ramón Ribeyro, el escritor más
acreditado de la “Generación del 50”, quien constituye para los círculos intelectuales y
periodísticos peruanos uno de los exponentes literarios más importantes17. La elección de “De
color modesto” (1961) y “Alienación” (1975), subyace a dos motivos. En primer lugar, ambos
relatos desbaratan ciertas creencias sobre la supuesta benevolencia mostrada por la sociedad
peruana hacia la población de raza negra, puesto que contradicen aquella creencia que, avalada
por ciertos historiadores, sostiene que la situación de los negros no fue tan terrible en
como protagonistas a personajes de raza negra que, al ubicarse en esa Lima que ya ha explotado
a causa de las migraciones masivas, son también asesinados, literal y metafóricamente, por el
discurso racista. En este sentido, los cuentos de Ribeyro revelan que el racismo no sólo se dirige
17
Además de haber recibido el premio Juan Rulfo poco antes de su muerte en 1994, Julio Ramón
Ribeyro es recordado con nostalgia por círculos intelectuales y periodísticos (Sánchez Hernani,
Sánchez León). Peter Elmore lo define incluso como un autor que llegó a alcanzar el estatus de
clásico contemporáneo (“El cazador sutil”). En este sentido, más allá de que la desfavorable
industria editorial en el Perú de su tiempo haya impedido una mayor circulación de su
producción literaria (Los muros invisibles 150) o que su obra haya sido posiblemente postergada
por su preferencia por el cuento y no por la novela (Güich y Susti 21), es muy probable que su
empatía con el público radique en el tono tan limeño que caracteriza a su prosa, en esas historias
colmadas de referentes locales y narradas a través de un vocabulario rico en jerga de la época, y
que sea precisamente esa voz la que lo haya convertido en un autor al que se le recuerda con
afecto.
Vela 23
hacia el migrante provinciano, sino que sigue recayendo en el grupo negro cuando es necesario.
De esta manera, ponen de manifiesto que las caminatas o trayectorias espaciales que los negros
intentan llevar a cabo resultan de antemano frustradas, en tanto es el espacio opresor limeño el
Finalmente, el cuarto capítulo se ocupa de dos cuentos de Siu Kam Wen, cuya historia
merece atención aparte. Siu Kam Wen es un escritor que nació en China y a los nueve años se
mudó a Lima, en donde aprendió a hablar y a escribir en español. Cuando publicó sus primeros
relatos, algunos periodistas y críticos literarios dudaron de su real existencia y pensaron que se
seudónimo chino (Lin 5). Si bien sus cuentos han sido analizados desde la perspectiva de la
Calvo), así como la identidad y resistencia (Kerr, Yen), en esta investigación nos aproximaremos
Las historias del escritor chino-peruano reflejan los avatares de aquella comunidad que
eventualmente logró librarse de ser asesinada por el discurso racista y logró caminar con éxito en
la ciudad. “El alta mar” y “El tramo final” constituyen pues los dos extremos de la presencia
oriental en la urbe. Mientras el primero trae a la memoria aquella etapa de semi-esclavitud de los
chinos en la sociedad peruana, el último los presenta cuando este pasado ha sido ya borrado de
modo definitivo y muchos de ellos no sólo son abiertamente aceptados, sino que llegan a
apropiarse de las zonas más prestigiosas de la urbe. Lo relevante de este capítulo es que
descubriremos que el ascenso de los orientales en la pirámide social radicó en una serie de
CAPÍTULO UNO
Perú, de la otrora “Ciudad de los Reyes” no queda nada. Lima, como bien señala la citada
metáfora, explota. Éste es un estadillo urbano único en su historia, puesto que a lo largo de
cuatrocientos años el crecimiento demográfico de esta ciudad se había caracterizado por ser más
bien moderado18. A medida que se acercan los años 50, la población limeña comienza a crecer de
habitantes supera en la década de 1930 los 330,000 pobladores, luego bordea el medio millón en
1940 y llega a superar el millón en 195519. Como se observa, en la primera mitad del siglo XX,
tinte alarmante: los recién llegados, al colmar con su masiva presencia los espacios tradicionales
de la urbe, empezaron a arruinar pues el paisaje de su ciudad. En estas circunstancias, aunque las
migraciones venían produciéndose desde las primeras décadas del siglo XX y si bien el discurso
racista había sido hasta el momento un recurso siempre a la mano en el imaginario limeño, es a
18
Un siglo después de haber sido fundada, su población apenas lograba duplicarse (en 1535, la
capital albergaba 14 mil habitantes y cien años después, 28 mil). Alcanzaría luego los 60 mil a
mediados del siglo XVIII; cifra que se estancaría debido a la independencia del Perú y
consecuente separación de los territorios que formaban parte del Virreinato (Lloyd 33). A
mediados del siglo XIX, la capital bordeaba los 94,195 pobladores; y veinte años después,
solamente los 100,156. Tal crecimiento se mantendría estable durante el cambio de siglo,
ascendiendo así en 1908 a los 154,624 habitantes (Miró Quesada Sosa, Lima, tierra y mar 99).
19
Estas cifras han sido obtenidas de las investigaciones de José Matos Mar. Los mapas que
exhiben el crecimiento de Lima desde mediados de siglo XIX hasta después de ocurrida la
explosión migratoria aparecen en las figuras 1 y 2 del apéndice.
Vela 25
partir de esta explosión migratoria que el racismo cobra preponderancia en la vida cotidiana de la
urbe.
migrantes, Lima es testigo de cómo la imagen que tanto se había empeñado en construir a lo
dictámenes del orden, la alguna vez erigida ciudad virreinal y posteriormente emuladora de
donde sus habitantes se ven obligados a compartir o ceder sus espacios. Sin embargo, al ser
también lugar de residencia de una clase dirigente que jamás iría a quedarse de brazos cruzados,
Lima emerge a su vez como escenario por excelencia de un discurso racista que arremete
sujetos de rasgos indígenas sino que también recae en la población negra dependiendo de las
Lima como espacio soñado desde su fundación en la época colonial, así como en las diversas
ocasiones en que a lo largo de la etapa republicana volvió a estar sujeta a proyecciones del
la elaborada y cuidadosa proyección de una ciudad ideal, una urbe concebida desde sus inicios
Vela 26
como “el sueño de un orden”, pensada con la finalidad de perpetuar el poder, y edificada para
conservar la estructura socio-económica y cultural que dicho poder garantizaba (23). Este “sueño
de un orden” destaca por su naturaleza convincente, en tanto su propia definición explica de por
como un Dios Jano (el/la), activamente desarrollada por las tres mayores
buena disposición de las cosas entre sí. Regla o modo que se observa para hacer
El orden emerge entonces como una intuición positiva, su búsqueda como una operación
inofensiva, y su materialización como garantía del bien común. Planificada de acuerdo al estatus
paradigmático que le otorga el orden, la ciudad ordenada se impone como el único espacio en
tranquilidad, la ciudad ordenada no tiene por qué levantar sospechas, cuestionarla sería a todas
luces un sinsentido.
que en realidad encubre y avala continuos procesos de segregación urbana. Como observa Rama,
fue precisamente aquella razón ordenadora ubicada en las bases del proyecto urbanístico de las
nacientes ciudades, la que se encargó de trasladar el orden jerárquico de las sociedades al espacio
[…] surgirán esas ciudades ideales de la inmensa extensión americana. Las regirá
Fue pues el diseño de damero de las primeras ciudades latinoamericanas el que garantizó
la permanencia del modelo centro/periferia que ubicaba en su núcleo a los sujetos e instituciones
que ocupaban los rangos más altos de la sociedad, y replegaba en sus afueras a los sectores de
menor prestigio y estrato social. Como es de esperarse, Lima no fue la excepción a la regla. El
el deseo de que la capital del Virreinato fuera vista desde lo alto como el señalado tablero de
ajedrez (Miró Quesada Sosa Lima, tierra y mar 27, Porras Barrenechea 368-69).
En este escenario, y siendo los conceptos de raza y clase prácticamente análogos, puede
la raza de aquellas clases sociales fue a su vez calcada en los planos de la urbe. En otras palabras,
si de acuerdo a Rama la razón ordenadora de las ciudades ideales traspone un orden social
necesariamente de manifiesto la distancia existente entre cada una de las clases sociales; y puesto
que a cada una de estas clases le corresponde un grupo racial en específico, el espacio urbano
inevitablemente proyectará la distancia que separa también a cada una de las razas.
Vela 28
surcada desde sus inicios por líneas divisorias instituidas para evitar el agrupamiento
describe cómo durante los primeros años que siguieron a su fundación en 1535, la capital del
Virreinato impedía el ingreso de población indígena dentro del casco urbano. En aquel entonces,
los indígenas eran pues relegados a las tierras de cultivo que se hallaban fuera de los linderos de
la urbe o a una especie de albergues situados en los arrabales, llamados “ranchos de indios”. Los
únicos indígenas que a inicios del Virreinato podían transitar al interior de la ciudad eran
que eran lugares destinados a la residencia exclusiva de esta población. Las antiguas rancherías
en donde estos habían residido, fueron entonces ocupadas por el otro sector constituido por seres
de segunda categoría: los negros manumisos (Bernales 65, 122). Porras Barrenechea hace
referencia a una de estas reducciones indígenas situada en las proximidades de Lima, cuyo
nombre, “Santiago del Cercado”, basta para precisar su diseño arquitectónico orientado a cercar
indios. En efecto, esta reducción se encontraba “[…] cercada de altos muros con puertas que se
Como se observa, desde el momento en que Lima fue fundada, ésta quedó libre de la
masiva e incómoda presencia de las razas inferiores dentro de sus límites. Asimismo, es evidente
que aquella distancia (social y espacial) que replegaba a dichos grupos en las afueras de la urbe
respondía desde un inicio a los intereses de un sector en específico, a los deseos de una
20
La ubicación del barrio de indios de Pachacamilla, así como de Santa Ana, hospital e iglesia
“para indios”, aparece en el mapa de la “Ciudad de los Reyes” de 1556 en la figura 3. El barrio
de indios se encuentra en el número 12 del mapa, en la flecha señalada al extremo inferior
izquierdo, y el hospital e iglesia para indios, en el número 19, ubicado hacia el lado derecho.
Vela 29
aquel espacio.
En este punto, además de identificar la injerencia del grupo de poder en la institución del
orden urbano, es necesario reiterar el rol que ejerce el espacio como tal en el mantenimiento del
mismo. Como puede deducirse de las reflexiones sobre el espacio que lleva a cabo Lefebvre, las
distancias sociales y espaciales entre los diversos grupos de una sociedad se encuentran
precisamente garantizadas por la naturaleza del espacio del que forman parte. En este sentido,
aunque a simple vista parezca una entidad neutral o una existencia dada sin causa aparente, el
espacio es en realidad una construcción de índole hegemónica e ideológica que se impone sobre
sus habitantes. Aquella obviedad que identificara Althusser como parte de la ideología, obviedad
ante la que, en términos del autor, reaccionamos de manera natural e inevitable expresando ¡Es
obvio! ¡Es cierto! ¡Es verdad! (46), es pues también característica de todo espacio.
¿Cómo se sitúan los sujetos en este espacio? ¿Son los sujetos aquellos cuerpos dóciles
que observara Foucault atrapados en una sociedad disciplinaria? Recordemos que en Discipline
and Punish¸ el espacio social se hallaba configurado de acuerdo a los siguientes propósitos:
Its aim was to establish presences and absences, to know where and how to locate
moment to supervise the conduct of each individual, to assess it, to judge it, to
Es justamente este tipo de espacio disciplinario, en donde todos los individuos son
modify in any way but also hedged about by Draconian rules prohibiting any
Aquella naturaleza implacable del espacio (como señala el autor, tan similar a la de un
muro de concreto), evoca de forma inmediata a construcciones palpables, como por ejemplo a las
altas paredes que, como ya mencionamos, bordeaban a las reducciones indígenas en la Lima del
siglo XVI o, como se señalará en el tercer y cuarto capítulo de este estudio, a los galpones de las
físicas, puesto que muchas veces la presencia de las mismas resulta imperceptible. Es pues
sumamente fácil olvidar que el espacio es también resultado de una planeación específica por
parte del sector dominante así como que este orden urbano ha instituido de antemano las
trayectorias que han de seguir o no los sujetos en su interior. Por ello, Lefebvre enfatiza en las
[…] what it [space] signifies is dos and don’ts – and this brings us back to power.
necessarily part of any message of power. Thus space indeed ‘speaks’ – but it
does not tell all. Above all, it prohibits […] Activity in space is restricted by that
space; space ‘decides’ what activity may occur, but even this ‘decision’ has limits
placed upon it. Space lays down the law because it implies a certain order […]
to be covered. It is produced with this purpose in mind; this is its raison d’être.
(142-43)
La sola manifestación del espacio implica entonces ciertas reglas a seguir. Espacio y
norma aparecen al unísono en la medida en que en el preciso momento en que el espacio se erige
como tal, una serie de disposiciones quedan instituidas de forma automática. Como advierte
Lefebvre, el espacio habla pero sobre todo prohíbe; y es justamente de acuerdo a esas
restricciones que las ciudades son configuradas y que los recorridos de ciertos sujetos en el
Es precisamente debido al carácter exhortativo del espacio que desde un inicio se pudo
garantizar que los sectores menos privilegiados de la sociedad limeña permanecieran en el lugar
inferior que de antemano se les había asignado, y que su movilidad fuese impedida tanto a nivel
social como espacial. Del mismo modo, fue gracias a los parámetros de este “sueño del orden”
que el grupo en el poder pudo mantener su posición encumbrada y detentar de manera exclusiva
las zonas en donde se desenvolvía, apartando a aquellos sujetos con los que no quería toparse.
La segregación urbana, como indicador del tipo de interacciones que se producen entre
grupos humanos (Caldeira 213), refleja pues cómo los sectores acomodados de la sociedad
con aquellos que no pertenecían a su misma clase, y por ende raza. En este contexto, si bien el
crecimiento paulatino de la urbe dio paso a la creación de nuevos barrios, el centro de la ciudad
lugar de reunión de la aristocracia limeña (Bernales 121). Ése era pues su territorio y a él nadie
más ingresaba.
Vela 32
después de declarada la Independencia (3-4). Como se observa, el primer sueño del orden
pervivió por más de trescientos años. Fue recién a partir de mediados del siglo XIX, que tres
gobiernos de dicha centuria destacaron por sus acciones en cuanto a la transformación urbana de
la ahora capital de la nación y dieron paso a la institución del nuevo sueño del orden, de la nueva
ciudad ideal que iría a reinar en el imaginario limeño: los mandatos de Ramón Castilla (1845-
Fue pues durante el primer gobierno de Castilla que debido a la explotación del guano de
las islas costeñas, el Perú se convirtió en uno de los países más prósperos de América Latina. En
efecto, luego de que las regalías del guano financiaran la construcción del primer ferrocarril de la
región (que cubría la ruta Lima-Callao), Lima vino a ser considerada la primera capital de
Sudamérica y el Perú el primer país del Pacífico Sur. Cabe señalar que fue durante este periodo
que se decretó la ley de inmigración china en 1849, propiciando la llegada de miles de chinos
destinados a la extracción de guano, las labores de agricultura en las haciendas y como era de
esperarse, a la construcción de las vías férreas, tarea que desempeñaron junto a los negros
manumisos (Basadre, Historia de la República del Perú 1: 213-14, 235-36). Fue además la
aún más el mencionado tráfico de chinos, debido a la serie de presiones ejercidas por los grandes
terratenientes para garantizar la mano de obra barata que requerían en sus haciendas (280-284).
Como sostiene Basadre, en aquellos años republicanos se pensaba que para potencializar
las riquezas del Perú era necesario primero conectar las diferentes áreas de su territorio, ya que
21
Se pasaron de los arcaísmos góticos y mudéjar, de los templos y claustros conventuales del
siglo XVI, al barroco y rococó de los siglos XVII y XVIII (Bernales 3-4).
Vela 33
una vez que se proyectaran y trazaran distintas vías, el desarrollo vendría por su propia cuenta
Fue de acuerdo a esta nueva mentalidad urbanizadora que asumió pues el gobierno Balta; fueron
una vez más los ingresos que proporcionaba el guano los que financiaron la construcción de más
ferrocarriles, y fueron nuevamente más negros y más chinos quienes trabajaron en la edificación
de vías del progreso como mano de obra barata (Historia de la República del Perú 2: 32).
otra serie de obras: la demolición de las murallas que cercaban a la ciudad, el reemplazo de las
acequias de las calles con canales cubiertos, la apertura de las avenidas de circunvalación y la
inauguración del palacio y los jardines de la Exposición (56, 270). Lima vivía pues un nuevo
ideal, se fue consolidando una élite capitalina que controlaba el capital agrario, mercantil y
financiero de la nación. Este nuevo grupo de poder decidió invertir tales recursos en la creación
descanso, adonde se dirigían las clases acomodadas durante los meses de verano, apartándose
temporalmente de sus mansiones coloniales aún ubicadas en el centro de la ciudad (Lloyd 2, 34).
Hacia el final del siglo XIX, después de superados los estragos producidos por la Guerra
con Chile y la crisis fiscal, se produjo otra nueva transformación urbana, la última de este siglo.
Durante el mandato de Piérola (1895-1899), la capital del Perú seguía proyectándose como una
urbe de ensueño, ordenada, modernizada, casi idílica. La ciudad se vio iluminada en las noches
por la energía eléctrica, vio pavimentadas sus calles y fue testigo de cómo por ellas transitaban el
tranvía y elegantes automóviles. Lima siguió expandiéndose, esta vez hacia el sureste con el
Vela 34
trazado del Paseo Colón y la avenida Brasil, y hacia el noroeste con la construcción de la avenida
Debe enfatizarse que fue además el gobierno de Piérola el que marcó el inicio de un estilo
de vida muy acorde a la proyección de esta ciudad ideal. Durante su mandato emerge aquel
estaba pues conformada por el grupo de poder económico ubicado en torno al Partido Civil,
definido por el apellido, los lazos de parentesco y los hábitos señoriales, cuyos distinguidos
integrantes vivían una intensa vida de club, vestían trajes confeccionados por los sastres
franceses de la capital y amenizaban sus días con largas caminatas por el Jirón de la Unión y
comienzos del siglo XX, la ciudad de Lima comenzaba a dar indicios del crecimiento
a medida que pasaba el tiempo, Lima fue creciendo al punto de que llegó a encontrarse
prácticamente unida con aquellos balnearios sureños de los que antes se hallaba separada por
estado de irrevertible decadencia. Las alguna vez elegantes casonas señoriales fueron
abandonadas por sus antiguos dueños, los otrora miembros de la República Aristocrática, y
22
Pueden observarse imágenes de la “República Aristocrática” en las figuras 4 y 5.
23
Las imágenes de cómo terminarían estas residencias en abandono en el contexto de la
explosión migratoria aparecen en las figuras 6 y 7.
Vela 35
capital peruana sino todo lo contrario, puesto que bajo esta administración un nuevo sueño del
orden estaría pues por llevarse a cabo. En efecto, bajo el lema de “Orden y Progreso”, la llamada
Patria Nueva propició la edificación de numerosas obras públicas, el trazado de más avenidas y
la aparición de nuevos vecindarios. Y como era de esperarse, la ubicación de los estratos sociales
en esta urbe ordenada iba a seguir produciéndose de acuerdo a los patrones segregacionistas de
antaño.
En este escenario, si bien los grupos privilegiados dejaron de tomar posesión del centro
de Lima y por ende, dejaron de relegar a los sectores oprimidos a su periferia, las fronteras
dirección radicalmente opuesta. Así, mientras los barrios marginales siguieron propagándose
hacia el noreste, específicamente hacia las orillas del río Rímac y el puerto del Callao (Lloyd 2,
el que jugó un papel preponderante en la nueva ubicación de los grupos privilegiados. Al activar
pues un proceso urbanizador a su alrededor, ésta no sólo favoreció el renacer del tradicional
vecindario de Miraflores sino que además propició el surgimiento de una nueva zona residencial
destinada a albergar a los miembros de la clase dominante: el exclusivo barrio de San Isidro
la época: el american way of life que iba imponiéndose a través de sus inversiones en el país y en
afrancesados dejarían de ser la fuente de inspiración de las clases acomodadas. Las nacientes
residencias miraflorinas y sanisidrinas acogerían entonces con gran entusiasmo las tendencias de
Oncenio no se limitó únicamente a las áreas urbanas en donde se ubicaban los grupos
urbanizaciones de clase media como San Miguel y Magdalena (para aquel entonces, esta última
construcción de la avenida del Progreso (luego denominada Venezuela) orientada hacia el Callao,
agilizó la edificación de vecindarios en donde se ubicaron las clases bajas (Lima 1919-1930 47,
52-53)24.
Como se aprecia, en las primeras décadas del siglo XX la ciudad empezó a crecer a gran
escala y de forma tan particular que los tradicionales antagonismos centro/periferia o norte/sur
dejaron de ser suficientes para explicar las dimensiones que cobraba dicha expansión urbana. El
alguna vez distinguido centro de Lima era rápidamente poblado por seres vistos como
marginales y las clases acomodadas no miraban hacia el norte sino que escapaban hacia el sur.
En estas circunstancias, las grandes avenidas del Oncenio no tardaron en reproducir en el espacio
urbano la nueva estructura de la aún vigente disociación entre clases sociales. La avenida
Arequipa, la avenida Brasil y la avenida del Progreso fueron pues las tres amplias líneas que si
bien se dirigían de forma paralela al litoral peruano, actuaban como rígidas fronteras al
24
El mapa de la figura 2 muestra a su vez la ubicación de las avenidas y vecindarios
mencionados.
Vela 37
Poco después, cuando la decadencia empezó a afectar incluso a ciertas zonas de los
edificó el nuevo barrio residencial de Monterrico (Lloyd 34-35). Son precisamente estos
continuos desplazamientos de la clase acomodada los que dan cuenta de que cuando aquellos
espacios en donde residen van perdiendo el esplendor que alguna vez los caracterizara, el sector
dominante toma distancia y evita de antemano tener que lidiar con posibles vecinos de estratos
bajos. Su propósito sigue siendo evitar a toda costa cualquier tipo de contacto con las clases y
razas inferiores a menos, claro está, de que exista de por medio una relación de jerarquía.
Es preciso destacar en este punto que el sucesivo y obstinado movimiento urbano de los
dominio absoluto del espacio. Como indicara Lefebvre en su discusión sobre el espacio
From a less pessimistic standpoint, it can be shown that abstract space harbours
abstract spaces carries within itself the seeds of a new kind of space. I shall call
that new space ‘differential space’, because, inasmuch as abstract space tends
differences. (52)
Desde esta perspectiva, el espacio siempre, por más opresor que sea y muchas veces en
palabras, por más que haya sido configurado de acuerdo a los incuestionables dictámenes del
Vela 38
orden, el espacio contendrá siempre las semillas de su propia destrucción. En este sentido, todo
espacio es capaz de forjar dentro de sí, aunque sea de forma esporádica o de manera momentánea,
grietas o fisuras que sean capaces de desestabilizar su carácter hegemónico; todo espacio es pues
capaz de concebir en su interior líneas de entrada o salida, a través de las cuales los sujetos
pueden ingresar o escapar según sea el caso. El hecho de que las clases superiores tuvieran que
ceder y edificar nuevos distritos a los cuales mudarse, significa pues que los grupos inferiores
fueron capaces de introducirse y apropiarse de aquellas zonas que fueron originalmente pensadas
como exclusivas.
Así como Lefebvre emplea el término “espacio diferencial” para definir aquel territorio
que surge en oposición al espacio totalitario, éste puede a su vez ser concebido como la
manifestación de una “ciudad real” en contraste a una “ciudad letrada” (Rama 76), o designado
como una suerte de “ciudad migratoria” que se filtra en el trazado oficial, planeado y legible, de
toda ciudad (De Certeau 93). En el caso particular de Lima, es la metáfora empleada por De
Certeau la que parecería encajar de modo más preciso, en tanto hace explícita referencia al
fenómeno que desencadenó su ocaso como ciudad ideal, a aquel deambular de sus habitantes que
To walk is to lack a place. It is the indefinite process of being absent and in search
of a proper. The moving about that the city multiplies and concentrates makes the
city itself an immense social experience of lacking a place – an experience that is,
intertwine and create an urban fabric, and placed under the sign of what ought to
be, ultimately, the place but is only a name, the City. (103)
Desde este punto de vista, el caminar se enfrentaría a la fuerza restrictiva del “lugar”, a
aquel lugar que impone el espacio disciplinario y a aquel lugar que se asigna a diversas entidades
A place (lieu) is the order (of whatever kind) in accord with which elements are
things being in the same location (place). The law of the “proper” rules in the
place: the elements taken into consideration are beside one another, each situated
in its own “proper” and distinct location, a location it defines. A place is thus an
Por ende, al caminar se carece de “lugar”, es decir de una posición fija en el espacio; y al
carecer de “lugar”, los sujetos podrían enfrentarse a esa planeación urbana que define la
urbano lograría entonces desestabilizar las arbitrariedades propias del espacio totalitario.
De otro lado, además de encontrar en el mero acto de caminar una práctica de resistencia,
el autor plantea otro modo de entender, y de paso desbaratar, la supuesta autoridad de las
fronteras. En este sentido, así como el caminar emerge como una habilidad requerida para el
cruce de las mismas, las fronteras se encontrarían destinadas a sucumbir a su propia naturaleza
contradictoria:
differentiation between two bodies are also their common points […] The river,
wall or tree makes a frontier [but] It has a mediating role […] this actor, by virtue
Vela 40
of the very fact that he is the mouthpiece of the limit, creates communication as
well as separation […] It “turns” the frontier into a crossing, and the river into a
diferencial, de una ciudad real o de una ciudad migratoria. La frontera se muestra como límite
mas sólo en apariencia, puesto que en realidad demanda ser trasgredida y termina autorizando el
tránsito entre dos zonas que de otro modo habrían permanecido incomunicadas.
Antes de mediados de siglo XX, si bien al interior de Lima diversas fronteras ya habían
empezado a ser cruzadas y si bien la clase dominante había empezado ya a ceder muchos de sus
tradicionales espacios, el “sueño del orden”, la “ciudad ideal” proyectada a lo largo del Oncenio,
escala y las clases populares se perdían invisibles hacia el noreste o se concentraban en el venido
a menos centro de la ciudad; no constituían pues una amenaza. Puesto que cada sector de la
sociedad permanecía en el lugar que “le correspondía” en el espacio ordenado de la urbe, las
clases acomodadas podían dormir tranquilas en sus modernas residencias de Miraflores, San
Isidro y Monterrico.
Sin embargo, muy poco tiempo habría de pasar para que los grupos inferiores lograran
finalmente abandonar el lugar que inicialmente “les correspondía” en la urbe, para que pudieran
escabullirse a través de aquellas fisuras que el espacio urbano admitía y en suma, para que
terminaran apoderándose de áreas nunca antes imaginadas. Dada esta situación, cuando se
produce la explosión migratoria en la década de 1950, la que tantas veces fuera proyectada como
ciudad ideal se enfrenta por primera vez a un ocaso irremediable. El sueño empieza a convertirse
de damero durante la Colonia, este sueño se hizo presente a su vez en la era republicana del siglo
XIX, en los gobiernos de Castilla, Balta y Piérola, para posteriormente alcanzar su máxima
expresión en el Oncenio de Leguía en las primeras décadas del siglo XX. Este sueño del orden
logró mantenerse en pie, en la medida en que los grupos de poder seguían ejerciendo el control
absoluto (o así lo creían) sobre la disposición espacial de los sectores inferiores dentro de la urbe.
urbano de la ciudad de Lima contenía las semillas de su propia destrucción, en tanto preparó
durante un par de décadas el terreno propicio para que se produjese en ella la explosión
migratoria. En este escenario, al ver cómo los espacios tradicionales de la ciudad se ven
súbitamente ocupados y transformados por una inesperada ola de migrantes, y al ser testigos de
cómo la población limeña llega a superar el millón, la clase dirigente se siente por primera vez
En efecto, la que alguna vez fuera bautizada “Ciudad de los Reyes” se ve prácticamente
convertida en una “Ciudad de las Razas”, pero no de aquellas razas superiores que tanto buscó
atraer en la segunda mitad del siglo XIX, sino de aquellas razas por las que siempre había (y
moderna” se resquebraja y la culpa recae precisamente sobre esos migrantes; sobre esa masa de
sujetos llamados con desprecio “provincianos”, “indios” o “cholos”, quienes tanto para la clase
alta como para la clase media limeña, deslucen el paisaje urbano con su sola presencia.
Vela 42
repliegan los sectores que la sociedad limeña tanto menosprecia, en donde se refugian pues esos
más de medio millón de limeños en una urbe que ya ha explotado: el corralón, el callejón y la
barriada (40). Se trata pues de construcciones cuyo deterioro se expresa en los materiales con que
de los mismos: los corralones son construcciones rústicas en terrenos baldíos, los callejones son
pasajes estrechos de habitaciones apiñadas y un único caño y botadero al final del corredor, y las
barriadas son urbanizaciones clandestinas donde se levantan chozas de estera, adobe o ladrillo
por ejemplo, es concebido como espacio del escándalo y del mal vivir, al mismo tiempo que es
entendido como morada exclusiva de negros. Así como el poeta José Gálvez lo había ya
censurado como estampa deplorable, como un mundillo de rencillas, chismorreos y peleas por
como “lío de callejón” o “negra callejonera” para juzgar ciertos altercados o conductas
desvergonzadas.
Por su parte, la imagen que se tiene de los corralones y barriadas, aunque principalmente
de estas últimas, es aquélla que las define como focos de promiscuidad y delincuencia, en donde
se piensa que los serranos recién llegados de los Andes, sucios por naturaleza, se hacinan en
25
Las imágenes de estas precarias viviendas se encuentran en las figuras 8 y 9.
Vela 43
de estrato bajo sino que puede producirse en las mismas calles de Miraflores e incluso hasta en
las de San Isidro (Lloyd 39). De modo similar, las barriadas limeñas, situadas inicialmente en los
contornos y zonas periféricas de la urbe, comienzan a expandirse de tal manera que llegan a
traspasar los límites que en algún momento había establecido dicha urbe y llegan a convertirse en
parte de la ciudad.
Cabe precisar que de todas estas construcciones en decadencia, las barriadas eran las más
111), ya que mientras los corralones y callejones se limitaban a ocupar sólo reducidos espacios
dentro de la ciudad, las barriadas parecían no respetar límite alguno y se expandían cada vez más.
En este escenario, si bien durante dos décadas la presencia de las barriadas no llegó a constituir
un serio problema en la sociedad limeña (de 1920 a 1940 su número se elevaba solamente a
todo lo contrario. De esta manera, en 1961 alcanzaría cifras inauditas: la población de las
barriadas termina por superar el millón y medio, contando con 1’652,000 habitantes (Lloyd 35,
Durante la primera mitad del siglo XX, la capital empezó a convertirse en una bomba de tiempo
y finalmente terminó por estallar. La explosión migratoria de mediados de siglo logró entonces
26
La figura 10 provee un mapa diagramado por José Matos Mar sobre la cercana ubicación de
las barriadas en la Lima de 1955.
Vela 44
generar las fisuras necesarias para desestabilizar el sistema anterior y así, echó por tierra todo
planeamiento inicial urbano. Esta vez no fue sólo el lugar asignado a los sujetos en la urbe el que
se vio modificado, sino también el lugar que a ciertos grupos les correspondía “por naturaleza”
en el territorio de la nación peruana: los serranos empezaban a bajar de los Andes a la ciudad. El
Para colmo, durante los años 50 la clase dominante se veía enfrentada justamente con el
régimen militar que ella misma había ubicado en el poder. El sector dirigente había pues
instigado el golpe del general Manuel A. Odría con la finalidad de contrarrestar las fuerzas de los
partidos Comunista y Aprista, grupos políticos de base popular que generaban un clima de luchas
y protestas sociales. Si bien durante el Ochenio de Odría (1948-1956) la clase dominante logró
directamente ciertas acciones del mandatario que a todas luces le resultaban incómodas (Cotler,
capital, Odría proyectó la imagen de un presidente que no sólo toleraba las invasiones y
formación de barriadas sino que incluso, al realizar reiteradas visitas a estos lugares acompañado
Como es de esperarse, la clase dominante no recibiría este nuevo estado de las cosas con
júbilo, pero tampoco con resignación. El camino de regreso hacia el orden político, el cual se
acompañado por la instauración a nivel social de lo que Salazar Bondy considera una de sus más
Vela 45
grandes patrañas. La clase dominante, avalada por su séquito de intelectuales, puso de manifiesto
la repentina y nostálgica evocación de una Lima de antaño, de una urbe idealizada, de una ciudad
Temerosas [las grandes familias], sin embargo, como han vivido siempre, de
nulo saber que sus instituciones pedagógicas han procurado a las mayorías, la
Efectivamente, respaldada por el grupo intelectual que trabajaba a favor de sus intereses,
la clase dirigente propaga a lo largo de la sociedad limeña la idea de que todo tiempo pasado, es
decir sin migrantes, fue mejor. Pero en el contexto de la explosión migratoria, a la clase
dominante no le basta con rememorar un pasado aparentemente idílico. Por ende, luego de
refugiarse en los nuevos barrios residenciales y percatarse de que ya no puede cercar, arrinconar
o alejar a los grupos inferiores por completo, se ve en la necesidad de impedir tanto la incursión
de nuevos sujetos en sus espacios como la proliferación de zonas marginales al interior de los
Apelando a una razón tan condenable como efectiva en la sociedad limeña: la raza de sus
habitantes.
Como indicáramos en líneas anteriores, todos los habitantes de una ciudad se ven
fue creado. Las distancias sociales son pues calcadas en la configuración del espacio urbano, y
dado que éstas pueden a su vez ser entendidas como distancias raciales, las distintas razas son
ubicadas de modo permanente en un lugar en específico de dicho espacio. Sin embargo, eso es lo
que ocurre en un nivel abstracto, en un primer momento a lo largo de todos los procesos de
planificación de una ciudad. Como puede atestiguar la explosión migratoria ocurrida en Lima a
mediados de siglo XX, los objetivos de la clase en el poder a veces fallan, el afán ordenador de
No obstante, si bien la cercanía física con los grupos inferiores se mostraba inevitable (en
la década de 1950, resulta pues impensable replegar a las llamadas razas inferiores a barrios de
indios o negros), lo que sí seguía siendo posible era el hecho de subrayar la distancia social. Y
aquélla era una estrategia extremadamente fácil; bastaba con apelar a prejuicios raciales de
antaño para que el nuevo tipo de fronteras tuviera efecto. Así, sin la necesidad de invocar
abiertamente a un discurso racista ni mucho menos instituirlo por ley, se empleó de modo
perspicaz un argumento que no necesitaba mayor validación en la ciudad de Lima: la raza como
Una vez instituido este argumento, se produjo entonces un acuerdo tácito entre los
sectores sociales, y si bien en la Lima de mediados de siglo XX hacía ya tiempo que no existían
reyes ni virreyes, aquellos que se consideraban descendientes de una antigua nobleza colonial o
extranjera se sintieron en el derecho de reubicar a los grupos subordinados tanto a nivel social
como espacial. Por ello, para “reinstaurar” el orden urbano y así mantener a los grupos inferiores
imaginario limeño.
Vela 47
En este punto, cabe preguntarse ¿Por qué la raza, y no otra característica personal,
concebida como parte esencial del individuo, como una condición inalterable en el sujeto. La
raza, como establece Benedict Anderson, emerge como una característica eterna que se proyecta
más allá del tiempo y por ende, adquiere una naturaleza incuestionable:
[…] racism dreams of eternal contaminations, transmitted from the origins of time
invisible tar-brush, forever niggers; Jews, the seed of Abraham, forever Jews, no
matter what passports they carry or what languages they speak and read. (149)
Para el racismo, la contaminación de una raza es pues eterna. Al ser entendida como un
rasgo innato e incapaz de ser modificado, emplear la raza como pretexto resulta la forma más
conveniente de asignar a los sujetos una posición fija en la sociedad y en el espacio. La raza
constituye entonces la excusa por excelencia para ubicar nuevamente a los grupos inferiores en
“el lugar que les corresponde”, relocalizarlos, reterritorializarlos, o en otras palabras, ponerlos
“en su sitio”. Por otro lado, si bien los postulados del racismo científico 27 habían sido
condenados a nivel mundial después de la caída del régimen nazi en 1945, en el Perú los
prejuicios raciales de antaño siguieron transmitiéndose sin mayor incoveniente. Como revela
27
Como indica Portocarrero, la doctrina instituida en el siglo XIX por Gobieneau, Taine y Le
Bon, según el cual la raza es el factor determinante de las capacidades intelectuales y morales de
los grupos humanos, desaparece de la faz de la tierra una vez terminada la Segunda Guerra
Mundial (21-23).
Vela 48
paralizada. Los cobrizos se rigen por costumbres. Habita América […] Pero el
entre razas muy alejadas unas de otras en una escala de realización … El hecho de
que inclusive a temprana edad los niños blancos demuestran ser superiores a los
negros indica que la herencia sea tal vez la causa principal de las diferencias de
humana seguía siendo sometida, así como el hecho de que las definiciones raciales no se
limitaran a fijar la esencia y desarrollo intelectual de los grupos humanos sino que además
inquietante cómo se plantea de forma implícita la sumisión que han de seguir aquellas razas
regidas por opiniones, costumbres o al arbitrio, ante la única raza que se encuentra regida por
leyes.
Sin embargo, si bien la institución encargada de difundir estos textos constituye, como
los sujetos desde muy pequeños (“[…] in this concert, one Ideological State apparatus certainly
Vela 49
has the dominant role, although hardly anyone lends an ear to its music: it is so silent! This is the
School” 29), fue además la familia la que siguió (y sigue) transmitiendo de generación en
generación el discurso racista que permea a la sociedad limeña. En términos de Portocarrero, fue
pues el núcleo familiar capitalino en donde se reforzaron con mayor firmeza los criterios para
culpar a los recién llegados de malograr y deslucir la ciudad a través de su desdeñable aspecto
racial (203).
eliminación del otro en tanto justifica tal exterminio como medida necesaria frente a la amenaza
biológica presente en toda raza enemiga: “In the biopower system, in other words, killing or the
imperative to kill is acceptable only if it results not in the victory over political adversaries, but
in the elimination of the biological threat to and the improvement of the species or race”
En este punto, debemos recordar que el homicidio al cual Foucault hace referencia no se
limita al acto de promover la muerte física del otro sino que, situándose dentro de las premisas
del biopoder y de la sociedad normalizada, aborda la noción del exterminio humano en sus más
variadas acepciones. Reiteremos pues que cuando el autor reflexiona sobre el acto de acribillar a
la raza enemiga no reduce este accionar al hecho de quitarle la vida a un individuo o grupo de
individuos, sino que además contempla muchas otras maneras en las que podría llevarse a cabo
Estos tipos de asesinato indirecto garantizan, de esta manera, la muerte del otro no sólo a
un nivel físico sino también simbólico. Es ésta la modalidad del discurso racista a la que apela
justificar la exterminación de ciertos seres humanos, sino que además tampoco le conviene
hacerlo, puesto que los sigue necesitando para poderlos explotar. En este escenario, la clase
orden en la ahora sobrepoblada ciudad, y apuesta por el insulto racial como el modo más efectivo
de cometerlo.
de la discusión que lleva a cabo sobre los temas de racismo y nacionalismo, da cuenta de los
de desvalorizarlos:
A word like ‘slant,’ for example, abbreviated from ‘slant-eyed’, does not simply
time, it stirs ‘Vietnamese’ into a nameless sludge along with ‘Korean,’ ‘Chinese,’
aquellos rasgos que delatan su origen racial, para luego burlarse abiertamente de los mismos. El
discurso racista sobresale pues por su destreza para encontrar aquella palabra precisa que una vez
dirigida a una raza en específico logra transmitir grandes dosis de agravio y logra disminuirla en
los grupos blancos para atacar a las llamadas razas inferiores contrasta notablemente con las
I have never heard of an abusive argot word in Indonesian or Javanese for either
gooks, slants, fuzzywuzzies, and a hundred more. It is possible that this innocence
radicaría en la inocencia de los pueblos colonizados resulta un tanto problemático, ya que esta
idea podría prestarse a una malinterpretación y ser percibida como una actitud condescendiente
hacia dichos pueblos. Es pues perfectamente posible que tal terminología sí hubiese llegado a
manifestarse, pero que terminara en el olvido debido a una escasa visibilidad o que simplemente
No obstante, más allá de la ambigüedad evidente en dicho postulado, lo que aquí nos
compete es otro asunto: la ausencia de insultos hacia la raza blanca parece más bien responder a
un problema de efectividad. De hecho, si son los blancos los que se libran de una humillación
basada en su aspecto racial es debido a que tales insultos no generan el dolor esperado: así como
“blanco de mierda” no genera el mismo efecto que sí causaría en la sociedad limeña el ser
sí los términos “indio” y “negro”, calificar a alguien de blanco no implica ninguna forma de
agravio. Por el contrario, el ser llamado blanco emerge de manera automática como un favor, un
halago, un énfasis en la belleza, prestigio y superioridad del individuo, en tanto éstas son las
primer caso el maltrato podría instalarse en la parte final de la frase, en el segundo ejemplo la
ofensa se encuentra precisamente en aquella condición racial que trágicamente resulta imposible
de ser modificada. Por ende, en la sociedad limeña ser considerado “cholo” lastima incluso
suelen ser despojados de su connotación discriminatoria e incluso pueden ser utilizados para
expresar afecto. Por ejemplo, en un grupo de amigas llamarse entre sí “cholas” es permitido, así
como es común el hecho de que siempre exista en un grupo de amigos alguien cuyo apodo sea
“negro” o “chino”. En ambos casos, el uso de estos apelativos son muestras de la confianza que
prima entre sus miembros. Sin embargo, debe recalcarse que lo anterior no significa que la
acepción negativa de tales términos haya sido eliminada por completo ni que las mismas palabras
que son empleadas en una conversación amical puedan tornarse en insultos orientados a asesinar
La clase dominante se sirve entonces de este tipo de imprecisiones para cubrirse las
La cómoda y astuta postura que adopta la clase dirigente en este punto se ve reflejada en el
pensamiento de ciertos intelectuales, quienes precisamente forman parte del mismo sector
privilegiado de la sociedad. Por citar un caso, el discurso del intelectual peruano Aurelio Miró
Quesada Sosa revela cómo el grupo en el poder toma ventaja de la supuesta ausencia de malicia
sentimental que ha vinculado, más allá de todos los prejuicios, a los distintos
seriamente que en el Perú se dice “negra” o “negrita” por cariño, cuando en buena
parte de los Estados Unidos este tratamiento lo consideraría ofensivo una blanca;
peruanos 53)
obstante, es a todas luces evidente que del aprecio latente en tales diminutivos a la existencia de
un lazo sentimental entre todas las etnias del Perú existe una amplia e insuperable brecha. En
otras palabras, el que pueda llamarse “cholo”, “chino”, “zambo” o “negro” a un sujeto sin
ánimos de ofenderlo no significa que dichos términos hayan dejado de engendrar una fuerza
alejados de modo permanente. Llamar a alguien “¡cholo!” o “¡negro!” con desprecio lo separa
práctica discriminatoria de uso diario (Bruce 12), en una medida imprescindible para ubicar a
ciertos sujetos en el lugar que les corresponde, en una acción necesaria para poner en su sitio a
quienes intentan modificar su posición en la escala social o en el espacio urbano. Dada esta
situación, las interacciones en donde la trágica choledad de un limeño puede tornarse visible son
diversas. Las calles de la ciudad son testigos de cómo en las discusiones y altercados mínimos
del día a día, catalogar al otro como “cholo” resulta ser la mejor forma de paralizarlo, el mejor
En este sentido, son casi todos los limeños los se vuelven potencialmente choleables en
tanto pueden ser receptores y víctimas de dicho apelativo en el momento menos esperado. Cabe
recalcar que son casi todos, pero no todos, quienes corren el riesgo mencionado, puesto que en la
medida en que el aspecto racial de un individuo no remita por ningún lado a lo indígena, tal
sujeto podrá verse librado de esta incómoda clasificación. Por ejemplo, si un blanco llega a ser
catalogado de cholo, es muy probable tal calificación haya ocurrido sólo a manera de broma, en
aquel contexto de intimidad ya señalado, eliminando así toda intención peyorativa. El significado
que adquiera cada una de las palabras de esta terminología racial dependerá pues, como ocurre
en el caso de todas las palabras, de la entonación con que se profieran, del sujeto que las emita y
“cholear”, el vocabulario limeño no emplea formas como “negrear” ni mucho menos “chinear”
Vela 55
para expresar el rechazo en la urbe28. En efecto, el ocaso del sueño del orden y la destrucción de
la ciudad ideal se identifican en el preciso momento en que Lima “se cholifica” (Nugent 81), mas
incluso ingresar a las altas esferas de la élite capitalina, no sorprende pues que dicho apelativo no
constituya un término de por sí ofensivo, sino más bien neutral en más de un contexto. Sin
embargo, la limitada presencia del “negreo” como práctica cotidiana, en comparación al acto de
cholear en la ciudad, no significa en lo absoluto que la raza negra haya sido totalmente aceptada.
Si bien a simple vista pareciera que ésta es más valorada que la “indiada” (al fin y al cabo, como
veremos en los siguientes capítulos, el negro es percibido como un personaje alegre y bueno para
el baile, mientras que el indio es visto como un sujeto melancólico y sombrío), debe precisarse
que al momento de discriminar, la piel negra será ultrajada con la misma dureza que habrían de
Todos los habitantes de una ciudad se ven sometidos a las leyes de un espacio que,
después de haber sido planificado por la clase dominante, no sólo ha instituido de antemano las
normas que en él han de gobernar sino que además varía sus dictámenes dependiendo de la raza
de su historia. Así, durante el periodo virreinal, la ciudad fue configurada en términos raciales
según el orden establecido por dicho espacio: las razas inferiores eran circunscritas a barrios
28
El verbo “negrear” existe, pero se emplea para describir situaciones de explotación laboral.
Puede recaer además sobre cualquier sujeto sin importar su color de piel, en tanto el énfasis se
dirige hacia el hecho de que este individuo es explotado. Obviamente, este verbo va de la mano
con la expresión “trabajar como negro”. El verbo “chinear”, por su parte, significa “mirar” y si
bien la conexión con la forma del ojo del oriental es evidente, no presenta ninguna carga
despectiva.
Vela 56
manera, durante casi los primeros cien años de la era republicana, la ubicación de las razas
inferiores en el espacio urbano se halló relativamente bajo el control del sector dominante de la
sociedad.
Fue recién a partir de mediados del siglo XX que empezaron a manifestarse serios
desórdenes urbanos. Las razas inferiores no sólo tomaron posesión del alicaído centro de la
ciudad sino que además empezaron a apoderarse de los contornos de la urbe. Numerosos
empezaban pues a caminar al interior de la urbe y a cruzar fronteras reiteradamente sin que nadie
No obstante, ante tales hechos, la clase dominante no tardó en reaccionar. Por ello, no
sólo le bastó con edificar nuevos vecindarios exclusivos en donde guarecerse y propagar la idea
de que todo tiempo pasado fue mejor, sino que además encontró en el racismo la excusa perfecta
una lógica de exterminio racial ni a la fragmentación del espacio urbano en guetos, ni mucho
menos a la explícita demarcación de límites físicos que impidieran la libre circulación de los
sujetos en el espacio (aunque sí, muchas veces, como exploraremos en el siguiente capítulo, de
medidas de desalojo). Por el contrario, sus medidas apostaron por la consolidación del uso a
nivel cotidiano de una terminología racista enraizada en el imaginario limeño, que sirve para
rechazar a aquellos sujetos a quienes se les culpa de empañar, debido a su raza, el aspecto de la
ciudad.
En este contexto, es el insulto racial el que emerge como una de las forma más efectivas
de hacer un llamado de atención o un llamado al orden, en tanto permite que “el lugar que le
Vela 57
corresponde” a una raza en la escala social vuelva a ser trasladado en el espacio urbano. Así, al
recordarle permanentemente al cholo que es cholo y al negro que es negro, se busca que ellos
asuman mansamente su “naturaleza inferior”, acepten el lugar que se les ha asignado y por ende,
Nos encontramos pues ante el mismo racismo de antaño que se filtra a lo largo de
diversos periodos históricos, que se camufla o recicla bajo diferentes nombres, con el objetivo de
seguir asesinando, concreta o figurativamente, a ciertos grupos humanos. Somos testigos pues de
que cuando Lima empieza a desintegrarse de forma inesperada, ella misma reclama su orden
fronteras, es el espacio totalitario el que vuelve a imponerse. En efecto, surgirán nuevas líneas
divisorias sustentadas en prejuicios raciales cuyo cruce dependerá del color de piel o de los
rasgos étnicos que detenten los sujetos que busquen transgredirlas. Las nuevas prohibiciones del
nuevo espacio abstracto permitirán entonces que la raza de los sujetos determine las áreas de las
que estos pueden apropiarse, los lugares públicos a los que pueden tener acceso, así como las
un mayor acercamiento físico entre los habitantes de la gran Lima, la raza de los mismos
terminará por erigir entre ellos fronteras inquebrantables. El aspecto racial seguirá actuando
como elemento diferenciador, como una marca inalterable, huella o cicatriz imborrable que no
Vela 58
sólo delata el origen del sujeto sino que además imprime el lugar que en la sociedad y ciudad ha
de aguardarle.
Vela 59
CAPÍTULO DOS
En la década de 1950, el sueño del orden se convirtió en la peor de las pesadillas. Lima,
tantas veces concebida ciudad ideal, se vio de pronto transformada en una “Ciudad de las Razas”,
pero no de aquellas razas a las que con tanto interés buscaba atraer en el siglo XIX, sino de
aquélla por la que siempre mostró un profundo desprecio. La capital se vio pues colmada de
paisaje urbano.
migratoria dentro de una ciudad planeada, la aparición de una ciudad en movimiento, gracias a
una serie de prácticas contestatarias presentes en la vida cotidiana. Efectivamente, los migrantes
pusieron en marcha aquel mecanismo que De Certeau identificara como un acto trasgresor por
sistema que los condenaba a permanecer en un único lugar, en el lugar inferior que “por
destrucción del espacio oficial que ella misma había creado, el sector dirigente echó mano a la
serie de prejuicios raciales presentes en el imaginario limeño para reinstaurar el orden urbano y
ubicar nuevamente a los grupos inferiores en el lugar que supuestamente les corresponde, en
Reynoso problematizan y cuestionan la capacidad contestataria del caminar así como el cruce de
Vela 60
fronteras discutido por De Certeau, ya que si bien sus protagonistas son precisamente aquellos
migrantes que lograron generar fisuras en el espacio totalitario, estos no tardan en ser asesinados
En este sentido, si bien después de la Segunda Guerra Mundial y la caída del nazismo, el
deseo de exterminar físicamente a ciertos grupos humanos vino a ser juzgado como un acto
inmoral e injustificable, las historias a analizar muestran cómo en Lima ese deseo siguió
prevaleciendo. En efecto, aunque el discurso oficial dejó de expresar abiertamente el anhelo por
peruana esta ambición hubiese dejado de formar parte del discurso cotidiano.
Cabe señalar al respecto que el asesinato que permea a los textos no sólo ha de producirse
a nivel metafórico en la retahíla de insultos raciales que se dirigen a ciertos sujetos, sino que
cuenta con la suficiente impunidad como para ocasionar la muerte del otro en el plano físico.
Considerando pues que asesinar es también dejar morir, se observa que en las historias de
Congrains y Reynoso el racismo permite que la muerte literal del indio, del cholo, del migrante,
del provinciano, se produzca sin que nadie tome medidas al respecto y sin que a nadie con poder
le importe.
Antes de ocuparnos del homicidio racial que subyace a los textos mencionados, es
peruana. De esta manera, podremos comprender el rol que esta imagen juega en la definición del
migrante en la ciudad y por qué el sector dirigente limeño puede justificar con tanta facilidad el
Si bien los migrantes pudieron llevar a cabo una ocupación concreta del territorio de la
transfiguraron con su vasta presencia los escenarios de una capital que se seguía pensando blanca
y moderna, los migrantes siguieron encontrándose, como dice la expresión, fuera de lugar. ¿Por
qué? La respuesta es simple. Como indica Peter Lloyd, la lógica que regía al imaginario limeño
de mediados de siglo XX consideraba a toda la población migrante como indígena y por ende,
seguía ubicándola en el ámbito geográfico, tan definido como lejano, al que supuestamente
pertenecía en el espacio nacional: la región andina, las montañas de los Andes, la sierra, las
a las serranías de la nación peruana ignore por completo el hecho de que esta población haya
estado siempre presente en el escenario de la ciudad capital. Basta recordar que Lima fue
fundada en tierras habitadas por indígenas y que a partir de aquel momento, estos empezaron a
ser replegados en rancherías y reducciones desde las cuales ingresaban a la ciudad para
En este sentido, más allá del hecho de que esta población fuera considerada descendiente
de un imperio cuya capital quedaba en el Cusco (que es, por decirlo de algún modo, el corazón
de la huella indígena), fueron distintos factores los que se sumaron a la consolidación de esta
contribuyeron aquellos postulados que anticipaban la inevitable desaparición de los indios como
Vela 62
raza vencida29, sino incluso la propia corriente indigenista que, en su afán por rescatar al indio de
su opresión y desconsuelo, formuló una abstracción del mundo indígena que lo situaba
exclusivamente en los Andes. Recordemos pues que el mismo Mariátegui, desde su visión
dualista, proclamaba una tajante oposición entre una costa blanca y una sierra indígena (133-34).
Dada esta situación, para cuando se produjo la explosión migratoria en Lima, el mundo
capitalina. Éste seguía siendo visto como una colectividad detenida en el tiempo o incluso, como
sugiere José Guillermo Nugent, expulsada del mismo, ya que luego de ser concebido como
descendiente de aquel majestuoso Incario del que sólo quedaba el recuerdo, sus miembros
seguían siendo imaginados ajenos a todo proceso de civilización, cultura y desarrollo (20). El
estereotipo que describe Lloyd del indígena como un personaje de ojotas, poncho y chullo, que
mastica hoja de coca y habla quechua con sus pares (20), era pues el concepto que seguía
Pero la realidad era otra. Como indicamos anteriormente, siempre hubo presencia
indígena tanto en los alrededores como al interior de la ciudad de Lima; y en dichos escenarios,
la imagen que proyectaban los indios no habría de concordar necesariamente con la de los
Cabe además mencionar que los indios de las serranías tampoco fueron a permanecer
suspendidos en esa especie de dimensión en la que se pensaba vivían de forma arcaica, puesto
que desde tiempos coloniales su existencia estuvo determinada por los diferentes sistemas de
29
Me refiero en este punto a los postulados de Clemente Palma (8-14) y Alejandro Deustua (60-
68), quienes al vaticinar la irremediable desaparición de esta raza “vencida” la circunscribían a
aquellas comunidades de las serranías.
Vela 63
explotación a los que eran sometidos en las minas y haciendas de la sierra30. Y fueron justamente
estos sistemas de explotación colonial extendidos a la República los que habrían motivado, ya
durante la segunda mitad del siglo XIX, que muchos de sus trabajadores optaran por dirigirse a
Como se observa, aunque no de forma masiva sino más bien de corte individual, el
movimiento migratorio indígena hacia la capital comenzaba a mostrar sus primeros atisbos. Su
presencia, sin embargo, no llegaba a ser notoria si se la comparaba con la de otras razas en la
ciudad. Al respecto, los censos indican que en 1884, Lima contaba con 56, 628 mestizos, 18,320
En base a lo señalado, puede establecerse que así como en el siglo XIX existía una fuerte
demanda de mano de obra en las haciendas costeñas, existía también una abierta solicitud de
parte de los grupos citadinos por conseguir criados. El hecho de que proviniesen o no de
territorios alejados de la urbe habría sido sólo un detalle, puesto que lo que en realidad parecía
importarles era tener quien les sirviera en sus residencias. En este punto, resulta crucial el
episodio que recoge Alberto Flores Galindo de los Pensamientos sobre el Perú que escribiera el
educador español Sebastián Lorente. Se trata de la anécdota titulada “El cholito”, en donde da a
30
Estos sistemas de explotación adquirieron diversas formas. El “tributo del indio”, que sufrió
posteriormente un astuto cambio de nombre al no tan pernicioso título de “contribución
indígena”, fue establecido por la Colonia como reconocimiento de los indígenas ante la soberanía
del rey. Este procedimiento adquirió luego la denominación de “encomienda”, bajo la cual los
indios eran “encomendados” a un hacendado en la administración de su labor en la tierra y por
ende, estaban obligados a contribuirle a éste de modo directo (Basadre, Historia de la República
del Perú 1: 280). El pago de tributos no se redujo únicamente al perímetro de las haciendas sino
que se extendió también al ámbito de las minas, siendo la “mita” el nombre con que se denominó
a la contribución indígena en los centros mineros (Araníbar 54).
Vela 64
“Cuando salís para la sierra, las señoritas de Lima no dejan de pediros un cholito
Primaba pues en aquel entonces una especie de solicitud a pedido por parte de aquellas
señoritas que necesitaban a esos “cholitos” en sus casas 31 . Si bien no se habla de cholos
intención que en épocas más recientes iría a aparecer en contextos de amistad y camaradería. Por
el contrario, esta palabra reflejaría la condescendencia y displicencia con que estos muchachos
“animalito”.
En este contexto, es evidente que la capital peruana nunca permaneció indiferente a los
pobladores y territorios que se perdían más allá de sus contornos. Si bien se pensó blanca y se
mostró soberbia en su permanente obsesión por convertirse en una urbe del progreso, Lima en
realidad no se miró a sí misma en todos los aspectos. Efectivamente, así como cuando la clase
terrateniente costeña, una vez que los chinos y japoneses terminaron sus contratos de trabajo en
las haciendas, vio en las serranías la nueva reserva de su fuerza laboral32, la ciudad capital no
31
Flores Galindo señala que esos cholitos no residían en la capital, puesto que los periódicos de
la época no registran ningún tipo de anuncio solicitando sus servicios (se limitan más bien a
notificar alguna fuga). En este sentido, los cholitos habrían de haber sido reclutados en la sierra
por medio de algún viajero como Lorente o por algún familiar, prefecto o hacendado, que
residiera en ella (280-81).
32
Rodríguez Pastor señala que entre 1880 y 1900, muchos hacendados, en lugar de mirar hacia el
Océano Pacífico y soñar con los millones de chinos que allí residían, habían volteado las
espaldas, levantado la vista hacia los Andes para finalmente comprender que la solución al
problema de la escasa mano de obra se encontraba en la región andina. De ahí que a partir de
Vela 65
dudó en dirigir su mirada hacia los Andes cada vez que necesitaba satisfacer su requerido
número de criados.
El que esta solicitud de servidumbre se dirigiera hacia la sierra demuestra además que esa
imaginario limeño con la presencia, en la realidad concreta, de aquel ejemplar que era
circunscrito al área de servicio de sus residencias. Cabe entonces preguntarse, ¿Cuál de estas dos
debemos tener en cuenta que si bien los indios “bajaban” a la capital, este desplazamiento se
realizaba de forma controlada, casi como si obedeciera a un sistema de cuotas. Asimismo, debe
considerarse que tan pronto como la población serrana ponía un pie en la ciudad, ésta parecía
tornarse invisible precisamente en aquellas áreas de servicio que ocupaba en las casas limeñas.
Por consiguiente, la idea de lo indígena como mera abstracción siguió reinando en el imaginario
de la ciudad de Lima.
Así fueron pasando los años y fue justamente esta invisibilidad del indio en la urbe la que
permitió que su figura, aquella mera abstracción, fuese invocada en más de una oportunidad con
apareció en todo su esplendor durante el Oncenio de Leguía, puesto que mientras este régimen
orientaba todos los esfuerzos posibles al desarrollo de la urbe moderna, el propio mandatario no
dudó en emplear al indio como otro de los temas centrales de su política de gobierno. En efecto,
señala Julio Cotler, Leguía no sólo consintió la emergencia paralela del movimiento indigenista,
1895 el aumento de peones serranos “enganchados” fuera mucho mayor y el enganche de los
chinos llegara a desaparecer (Hijos del celeste imperio 140, 150).
Vela 66
sino que no tardó en establecer una serie de medidas en apariencia pro-indígena33, llegando al
extremo de autodenominarse Viracocha, como la divinidad del mundo andino y nombre del
octavo Inca, y hasta pronunciar discursos en quechua, idioma que por cierto desconocía (Clases,
¿Incomodaba este discurso al sector dirigente en general? Al parecer no, y es posible que
ello radicara precisamente en el hecho de que esta evocación al indio no era más que parte del
espectáculo y palabrería necesaria para entretener y controlar a las masas. Este tipo de medidas
populistas se irían a repetir un sinnúmero de veces en el futuro, destacando entre las más
recientes las imágenes de los presidentes Alberto Fujimori (1990-1999) vistiendo poncho y
noveno Inca, y promoviendo una “Marcha de los Cuatro Suyos” en oposición a Fujimori.
Pero retornemos al empleo de la figura del indio como mera abstracción durante el
Oncenio de Leguía, ya que uno de los incidentes ocurridos en dicho periodo resulta fundamental
para el análisis de uno de los textos literarios. Debemos pues precisar que en 1921 Lima bullía
independencia patria y en vista de ello, las colonias extranjeras se esmeraban por brindar
comisión encargada de las celebraciones sobre el regalo a otorgarse. Así, tras descartar la
33
Además de instituir el “Día del Indio” y decretar la “Ley Indígena”, Leguía estableció diversas
instituciones a favor de esta causa: la Dependencia de Asuntos Indígenas, el Patronato de la Raza
Indígena, el Instituto Indigenista Peruano y la Dirección General de Comunidades Indígenas
(Cotler, Clases, estado y nación 188).
Vela 67
Manco Cápac. ¿Manco Cápac? Sí, Manco Cápac. ¿Qué tipo de relación tenía el fundador del
Imperio de los Incas con el Japón? La respuesta era más simple de lo que podría haber parecido;
tal vez extremadamente simple. La comisión del centenario consideró pues oportuno que los
japoneses, como hijos del Sol Naciente, homenajearan al Inca Manco Cápac, puesto que éste era
Además de anotar que hechos como el señalado dan cuenta de cómo la realidad puede
puesto que dicho incidente refleja cómo la invocación a la figura mítica del indígena se oponía
monumento a Manco Cápac, eran los miembros de la comunidad nipona y el presidente Leguía
los llamados a dar las palabras del caso. Por lo tanto, ninguna de las autoridades ni los miembros
presentes esperaban que mientras se pronunciaban tales discursos, iba a emerger entre la multitud
Efectivamente, señala Thorndike, dos personeros de los ayllus cusqueños vestidos con
trajes típicos, es decir poncho y chullo, habían logrado abrirse paso entre el público asistente y se
ubicaban en primera fila; dos personajes que fueron calificados como “aborígenes” por la prensa
al día siguiente. Se trataba pues de los dos únicos indígenas presentes en la ceremonia, a los que
al inicio nadie invitó al palco oficial ni al estrado de las personalidades y que cuando finalmente
Vela 68
se hicieron escuchar pronunciando un discurso en quechua, nadie les entendió ni prestó la menor
importancia (45-49)34.
Es ésta pues la desafortunada escena que debemos tener en mente al momento de analizar
“Lima, hora cero”, en tanto pone en evidencia la desarticulación entre una entidad indígena
indios en la urbe. Pero antes debemos revisar un poco más la existencia real de la población
Como hemos podido observar hasta el momento, durante la primera mitad del siglo XX,
lo indígena en Lima empezó a ser valorado siempre y cuando mediara entre él y el sector
Incanato que ya no existe. Dada esta situación, el indio como sujeto real no podía ser bienvenido
en ningún tipo de ceremonia o acto oficial capitalino, puesto que su lugar en la urbe se reducía al
espacios privados de las residencias limeñas, sino que se extendían a las vías públicas en donde
los indios eran empleados como mano de obra barata. En efecto, como sostiene Cotler, fueron
pues los mismos indios que eran ignorados por la clase política, los que construyeron las grandes
34
Se puede apreciar una imagen del monumento a Manco Cápac en la figura 11.
35
Mientras la “Ley Indígena” estipulaba la obligación de redimir al indio de su holocausto, el
Oncenio promulgó simultáneamente otra ley que desbarataba por completo dicho objetivo. La
“Ley de Conscripción Vial”, emitida de acuerdo al plan de modernización urbana que impulsara
el gobierno de la Patria Nueva, obligaba a todos los hombres a trabajar de forma gratuita, durante
doce días al año, en la construcción de las avenidas del progreso. Pero dado que existía la
posibilidad de evadir la norma pagando una multa, los únicos que en realidad debieron acatar
dicha ley fueron los sectores de menores recursos, los que precisamente estaban constituidos por
seres de raza indígena (Cotler, Clases, estado y nación 189-90).
Vela 69
No obstante, a medida que nos acercamos a mediados del siglo XX, este ordenamiento
públicas empezó a tambalear. Los indios, ya no como mera abstracción sino como seres
clase dominante enfrentó pues el peor de sus miedos y consolidó en ese preciso momento,
aquella impresión lastimera, casi terrorífica, que nos persigue hasta el día de hoy: Lima se
choleó37.
Se trata de una primera impresión que con el tiempo vendría a ser empleada de forma
grosso modo la transformación de la ciudad de Lima en general, sino que empezaría a aplicarse a
todo espacio posible. En este sentido, no es sólo el territorio de una ciudad el que correría el
riesgo de cholearse, sino también un vecindario, ciertos lugares públicos, y aquellas zonas de la
urbe en donde los cholos se ubican, puesto que con solo poner un pie en dicho terreno, los cholos
consideran que tales sujetos disminuyen la imagen de su local. Cabe mencionar que en tiempos
36
Como estableció Mariátegui en su momento, los barrios nuevos y las avenidas de asfalto
lograron persuadir fácilmente al limeño que, bajo su “epidérmico y risueño escepticismo”, era en
realidad mucho menos incrédulo de lo que deseaba aparentar: “El espectáculo del desarrollo de
Lima mueve a nuestra impresionista gente limeña a previsiones de delirante optimismo sobre el
futuro cercano de la capital” (141).
37
Debe señalarse que en El laberinto de la choledad, Nugent titula a una de las secciones
“Cuando se choleó el Perú”, como respuesta implícita (desde el punto de vista de la clase
dominante) a la célebre pregunta de Conversación en la catedral “¿En qué momento se jodió el
Perú?” (69,81).
Vela 70
recientes, esta expresión viene mostrando una variante, ya que si bien los escenarios urbanos aún
puesto que el deterioro no remite en ningún caso al riesgo (para ello se emplea el participio, en
tanto un vecindario “maleado” es un vecindario peligroso), sino a la poca clase y belleza de los
usuarios. Cuando se dice pues que un lugar “se malea”, en realidad se tiene la intención de
todo lo que toca, un ser que tiene la capacidad de diseminar alrededor su esencia nefasta. En
estas circunstancias, así como cuando un cholo cholea un ambiente al ingresar a él, al producirse
el movimiento migratorio hacia la ciudad de Lima, cuando los cholos empezaron a caminar por
la ciudad, la esencia indígena empezó a esparcirse, como si fuera una especie de plaga o líquido
mancha india se extendió de forma descontrolada y empezó a apoderarse cada vez más de los
espacios de la urbe.
lugar de “migraciones del campo a la ciudad”, puesto que contrario a lo que se cree comúnmente,
originarios del campo, sino que en muchos casos eran oriundos de la costa y del propio
departamento de Lima. Inclusive, como indica Borricaud, muchos de los primeros pobladores de
las barriadas eran residentes previos de la capital, habiendo habitado aquellas casonas del centro
Sin embargo, el imaginario limeño asumió que todos los habitantes de las barriadas eran
provincianos llegados de las serranías. Y dado que en Lima todo indio es cholo y todo cholo es
en las barriadas, puede establecerse que la provincia se tomó la ciudad. Así, sin la intención de
caer en la rigidez propia de cualquier dualismo, se puede establecer que fueron precisamente las
numerosas barriadas las que pusieron en evidencia cómo la sierra penetraba masivamente en la
costa, cómo lo indio ensuciaba a lo blanco y, en suma, cómo la provincia choleaba a la capital.
Desde esta perspectiva, la provincia no sólo se erige como aquel espacio opuesto a la urbe, sino
Además de ser considerada causa del deterioro de la capital, la sola palabra “provincia”
despierta en sí una serie de imágenes negativas. Ser provinciano es pues, en primer lugar, ser un
recién llegado, o a la usanza limeña, un “recién bajado” (de los cerros de los Andes). Ser
provinciano implica también ser humilde, ser automáticamente un sujeto de segunda clase; ser a
su vez timorato, inseguro, retraído y torpe, en tanto se trata de un sujeto que no maneja los
códigos de la ciudad. Pero lo peor de todo es que ser provinciano significa ser cholo. Ser cholo
para siempre, por el resto de sus días, en la medida en que por más que pasen años de vida
urbana, los rasgos indígenas o quizás la forma de hablar terminará delatando su raso origen.
Las barriadas, como elementos palpables, evidenciaron pues esta invasión de la ciudad
por parte de la provincia; y ante la proliferación de las mismas, los grupos en el poder decidieron
tomar cartas en el asunto. El ánimo exacerbado de la clase dirigente, e incluso de las clases
medias limeñas, llevó entonces a que a través del racismo se lograra asesinar, al menos
metafóricamente, tanto a estos sujetos como al tipo de hábitat que iban forjando. En este sentido,
tras generalizarlos como una “indiada”, en Lima se buscó exterminarlos, al menos en teoría,
Vela 72
echando mano al conjunto de prejuicios que existían sobre su raza, los cuales se extendieron
Los indios, cholos, provincianos, migrantes, fueron entonces vistos como sucios y pobres
por naturaleza (Lloyd 11-12, Nugent 46-59). En estas circunstancias, su presencia en la ciudad
fue interpretada como causa de una doble degradación urbana, ya que por culpa de ellos, Lima se
había pues convertido en una urbe sumergida en la miseria e inmundicia. Entendidos como focos
infecciosos, tanto estos personajes como las barriadas fueron transformados en una especie de
¿Cuál era el propósito detrás de este asesinato metafórico? ¿Cuál era el objetivo de esta
construcción deplorable de las barriadas y sus pobladores? ¿Cómo se beneficiaban los emisores
considerarse que el nivel de descomposición de las barriadas era el resultado de las anomalías
propias de los migrantes, se lograba desviar la atención del grado de responsabilidad que podría
existencia de estas zonas de la urbe, así como de la ausencia de planes vivienda dirigidos a los
38
Debe agregarse que la suciedad asociada a las barriadas limeñas no se reducía al plano
fisiológico sino que incluía el terreno moral, en tanto se dio por sentado que las condiciones
materiales de las mismas, definidas por el hacinamiento, favorecían a la promiscuidad, las
actividades delictivas y la descomposición familiar (Bourricaud 117, Spicer xiii).
39
A mediados del siglo XX, sólo quienes recibían un salario por encima del promedio eran
capaces de cubrir los gastos de una vivienda sencilla. De acuerdo a las investigaciones de Lloyd,
una casa de dos habitaciones construida por el sector privado costaba aproximadamente 127,000
soles. Se estima entonces que para adquirirla, luego de pagar la cuota inicial que exigía la
empresa constructora y en base a una cuota mensual de 1,346 soles (a un plazo de 20 años con el
6% de interés), el comprador potencial tendría de recibir un ingreso mensual de 5,400 soles. La
situación era a todas luces desoladora: debían disponerse de 5,400 soles para cubrir sólo la
Vela 73
En efecto, los grupos en el poder se lavaron las manos al propagar la idea de que era
prácticamente por la naturaleza deteriorada de los provincianos, por esa falta de carácter propia
de su raza y por su inexistente deseo de superación que aceptaban pues instalarse en áreas
descampadas y vivir entre basurales. Por otro lado, en caso de que hubiese llegado a producirse
tal amonestación, las autoridades e instituciones oficiales podrían haberse desvinculado muy
fácilmente de toda culpa con tan sólo apelar a la especie de “lógica”, a ese particular “sentido
común” que perdura hasta el día de hoy en la capital peruana y preguntar, a viva voz y en tono de
prepara el terreno necesario para que acto seguido pueda consumarse el homicidio literal de los
estereotipos en torno a su raza, para que luego, en caso llegara a producirse la muerte física de
los mismos, no se generara ninguna crisis al respecto. Del mismo modo, se asesina
simbólicamente a las barriadas, para que después se pueda justificar e incluso alentar la
forma más efectiva de asesinarlos en un plano simbólico, sino también el paso previo para llevar
producida la explosión migratoria y en nombre del progreso de la ciudad, se apelará una vez más
a ese sueño del orden en donde los cholos nunca han tenido ni tendrán cabida.
mensualidad de una vivienda modesta, cuando el salario promedio de un trabajador variaba entre
3,000 y 4,000 soles al mes (36-38).
Vela 74
solo golpe ese cruce de fronteras y ese recorrido espacial que emprendieron los migrantes hacia
la ciudad. Así serán pues castigados aquellos cholos que osaron abandonar el lugar que “por
provincia en la ciudad. En este sentido, “Lima hora cero” de Enrique Congrains y En octubre no
hay milagros de Oswaldo Reynoso ponen en duda pues aquella actividad cotidiana en la que
migratorio, sin bien llega a punto de destino, si bien logra derrumbar fronteras, constituye al fin
“Lima, hora cero” narra la historia de un provinciano, Mateo Torres, quien emprende un
viaje sin retorno desde el departamento de Ancash (situado al norte de Lima) hacia la ciudad
capital. Como es de esperarse, no pasa mucho tiempo hasta que este personaje descubre que sus
conseguir un empleo que le permita cubrir los gastos de alquiler de una vivienda (no cuenta con
en calidad de fracasado, toma una tajante decisión: instalarse en una de las tantas barriadas
A partir de ese momento, el eje de la historia deja de centrarse en las vicisitudes de este
personaje para abrir un paréntesis en dicha trama y centrarse en la constitución misma de aquel
espacio que viene a ser su nuevo hábitat. Así, nos enteramos del proceso de formación,
el foco de la historia regresa a Mateo Torres, pero de forma muy breve, sólo para anunciar la
Por su parte, En octubre, situando a una celebración religiosa como marco general de la
historia40, relata con estricto orden cronológico los eventos que le ocurren a lo largo de un día a
una familia que está a punto de ser desalojada de la precaria vivienda en la que reside. La historia
presenta a don Lucho Colmenares, quien ocupa un puesto de bajo rango en un banco, y a su
esposa doña María, ama de casa, como una pareja de provincianos que décadas después de haber
migrado a Lima en busca de un futuro mejor, aún no logran acceder a una casa propia. Debido a
ello, viven hacinados en una estrecha quinta 41 , en donde sus tres hijos dan rienda suelta a
deshonesto y homosexual, propietario de numerosos bancos, como aquel en donde trabaja don
Lucho, así como de diversas empresas constructoras, como la que decreta la demolición de la
quinta.
del don Lucho, quien como jefe de familia, se ve obligado a recorrer las calles de Lima en busca
de un lugar “decente” en donde vivir. La novela termina cuando este personaje, tras resistirse
rotundamente al tener que descender de categoría e irse a vivir a una barriada, se enfrenta al final
40
Se trata de la procesión del Señor de los Milagros, culto que se basa en la historia de unos
negros miembros de una cofradía, cuya pintura de un Cristo en una pared de galpón habría
resistido el violento sismo de 1655. Al considerarse tal hecho un milagro, se empezó a venerar la
imagen a partir de 1670. La primera procesión tuvo lugar después de otro terremoto en 1687 y
empezó a celebrarse en octubre a causa de un nuevo sismo que ocurriera en dicho mes en 1746.
En el siglo XX, el culto se convirtió en una masiva demostración de fervor popular más allá de
los contornos de la población negra (Aguirre 111-12).
41
Especie de callejón.
Vela 76
del día no sólo al hecho de no tener adónde llevar a su familia, sino además a que uno de sus
Ambos textos se sitúan una vez ocurrida la explosión migratoria, una vez que los
protagonistas se han rebelado a la posición permanente que les había asignado el espacio
totalitario, una vez que han abandonado sus lugares de origen, se han enfrentado a la autoridad
de las fronteras, han ingresado a la capital y se han internado por sus calles. Sin embargo, ¿qué
ocurre después de que las fronteras, como indicara De Certeau, se han convertido en puentes?
¿Qué pasa con estos migrantes una vez que han caminado, trasgredido ciertos límites y se han
Estas obras proveen una respuesta aciaga a tales preguntas puesto que, como veremos en
seguida, tanto el recorrido de Mateo Torres como el de don Lucho al interior de la gran Lima dan
irremediablemente como cholos. Ambas historias ponen entonces en tela de juicio los postulados
resistencia. Al respecto, basta citar el epígrafe con que se inicia la novela de Reynoso: “¿Qué es
el infierno? El infierno comienza cuando los actos sencillos y necesarios de la vida se tornan
diferentes maneras. En primera instancia, si bien Mateo Torres logra cruzar con éxito ciertos
límites, si bien logra consumar un movimiento migratorio de la provincia a la capital, una vez
recorriendo las calles de la ciudad se da con la sorpresa de que en esta última, la búsqueda de
trabajo no es tan fácil como creía: “Más y más calles. Más y más oficinas. No, no, no, no, no, y
Vela 77
no. A un provinciano que busca trabajo se le puede decir no de muchas maneras” (6). Siendo
éstas las circunstancias, los únicos empleos que logra conseguir son aquellos que le
ciudad: primero trabaja como vendedor a domicilio de productos tan inverosímiles como duchas
Es sobre todo esta última imagen la que constituye una suerte de paragón de todos
aquellos provincianos incapaces de disfrutar la ciudad o de darse algún tipo de lujo en ella,
puesto que, como cholos, llegan únicamente a servir. Resulta paradójico además que sean
justamente aquellos definidos por el prejuicio social como sucios de manera intrínseca, a quienes
limpias las calles de sus respectivos distritos. Todo lo que necesitan, para ello, es
gusto, termina con una escoba en la mano y un mameluco desteñido sobre sus
se acepta entonces que se sigan contaminando. Un hecho como tal no sólo obliga a los
De otro lado, pese a que don Lucho reside en Lima desde hace muchos años, este
personaje transita por las calles limeñas desde una posición derrotada. Al respecto, la detallada
además de hacer de la novela un texto sumamente visual, precisa el fatigoso recorrido que lleva a
cabo este personaje durante casi doce horas a través de distintos sectores de la capital en
resistencia, emerge como el torpe andar de un individuo atrapado en un espacio hostil que se
impone sobre él. El suyo no es pues en lo absoluto un paseo agradable o despreocupado, sino que
subyace a una razón apremiante: la fecha del desalojo señalada para el día siguiente.
Cabe advertir que muchos de los escenarios por donde se desplaza don Lucho son
precisamente aquellos espacios en donde se erigen las obras que edificara el Oncenio en su
proyección de Lima como urbe moderna, o que recibiera como obsequio en la conmemoración
del centenario de la independencia. Sin embargo, este personaje, además de ser visto como uno
de los tantos culpables del ocaso de la ciudad ideal, transita por dichos escenarios cuando aquel
sueño del orden ha sido ya destruido y Lima se ha visto transformada en la peor de las pesadillas.
ser aquel emblemático punto de encuentro que inspirara la famosa frase atribuida a Valdelomar42,
en un Jirón de la Unión que no constituye pues en lo absoluto aquel referente local por donde se
aparece ya convertido en una zona de comercio, en un deslucido y estrecho pasaje en el cual don
Lucho camina azaroso, abriéndose paso con dificultad entre la gente, mientras el espacio mismo,
42
Me refiero obviamente a la frase que recoge Pinto Gamboa en la compilación de las obras de
Valdelomar: “El Perú es Lima; Lima es el jirón de La Unión; el jirón de La Unión es el Palais
Concert; Luego: El Perú es el Palais Concert” (xxv).
Vela 79
a través de las tiendas de ropa elegante que contrastan con su vieja y modesta tenida (camisa de
cuello avejentado, traje lustroso de hombros caídos, zapatos viejos extremadamente lustrados), le
decorado y remodelado por el Oncenio43, en donde la torpeza del personaje así como su nulo
dominio del espacio adquieren una notoriedad lamentable. En lugar de funcionar como mero
lugar de tránsito, esta plaza se convierte en una suerte de obstáculo: se observa a don Lucho
tratando de avanzar entre una multitud de peatones ofuscados y presurosos, y entre una variedad
humilde provinciano como él no infunde ningún tipo de respeto. La apatía y hostilidad limeña lo
hacen víctima de todo tipo de vejaciones: los buses le echan humo en la cara, los autos salpican
agua sucia en sus zapatos, los conductores lo insultan abiertamente y la gente lo empuja sin
desparpajo; mientras don Lucho, sumiso, cede el paso, esquiva a los demás, se hace a un lado,
dejándose instigar por aquellos sujetos a quienes con sumisión dirige sus disculpas reiteradas
Además de mostrar una actitud demasiado pasiva ante esta ciudad implacable, don Lucho
camina de forma ansiosa, mirando su reloj de modo reiterado y calculando con angustia el
tiempo que le queda para encontrar casa. Es relevante mencionar en este punto que su búsqueda
43
Las imagen de la Plaza San Martín que aparece en la figura 12 ha sido tomada del libro Lima
1919-1930, una publicación financiada por adeptos al Oncenio que, unos años después de la
caída de Leguía, fue presentada con la intención de dar a conocer a la opinión pública las
“grandezas” de dicho régimen.
Vela 80
Habrá que buscar casa por Jesús María, por Lince o por cualquier otro barrio
decente que esté cerca del centro. No conviene vivir por La Victoria: hay muchas
provinciano pobre y hay maleantes y prostitutas. Sería una gran cosa si consigo
una casita barata por Miraflores o San Isidro, podríamos darnos un poco de tono,
habrá que buscar. Orrantia, San Antonio, Monterrico, ni pensarlo, es sólo para
ricos. (151)
Este pasaje da cuenta de cómo la sola mención de ciertos distritos activa en el imaginario
limeño una serie de estereotipos fuertemente enraizados, una serie de imágenes que los asocian
tanto a determinadas razas como a consecuentes niveles de decencia. Guiado entonces por un
conjunto de supuestos que asume como verdad absoluta, don Lucho formula una evaluación
como Orrantia, San Antonio y Monterrico, contempla los distritos de clase media-media baja
como Jesús María y Lince, e incluso a Miraflores y San Isidro como barrios dentro del rango de
sus posibilidades. Lo interesante de estos dos últimos vecindarios es que, pese a estar perdiendo
ya la exclusividad que los caracterizaba en el pasado, para don Lucho representan un medio para
“darse tono”, es decir, para ascender de clase. Este sujeto se encuentra pues convencido de que el
esplendor de ciertas áreas aumentará de forma instantánea su valor como persona. Por el
Rímac y El Porvenir.
Vela 81
Entonces, con la firme intención de no cholearse, don Lucho toma el tranvía que lo lleva
hacia la avenida Brasil. La idea es recorrer el distrito de Jesús María y dirigirse posteriormente a
pie hasta San Isidro y Miraflores44. En esta oportunidad, son los sucios y deteriorados edificios,
así como los descuidados jardines de las nada relucientes casas de un barrio venido a menos
como Jesús María, los que enmarcan las ofensas que don Lucho recibe por parte del entorno: los
arrendatarios le muestran los cuartos en alquiler con desdén e impaciencia, los vagos de las
Si bien el paisaje se vuelve agradable a medida que se aleja de Jesús María e ingresa a
San Isidro, es en este último vecindario en donde la inferioridad de don Lucho queda
inevitablemente al descubierto. Su sola presencia desentona pues con las hermosas avenidas,
parques y chalets propios de esta zona residencial. Se ve incluso aún más deslucido ante un
sanisidrino de cutis blanco, ojos claros y bigote rubio, “[…] parecido a los dueños del Banco, al
gerente de la empresa Ricardo Palma, igualito a los mejores clientes del banco” (166), que con
sólo mirar el aspecto de don Lucho, da por sentado que éste está para servirle, y le propone
trabajar para él en un corralón, al cuidado de los materiales de un edificio que está por
construirse.
de don Lucho en territorio ajeno. Las elegantes y laberínticas calles de este sector lo ponen en
curvas que lo devuelven al lugar de donde partió. Así, cuando finalmente logra sortearlas, se le
observa abatido en una de las bancas del bucólico y célebre parque “El Olivar”. Esta vez sin
44
Las figuras 13 y 14 presentan imágenes de las avenidas que recorre don Lucho en Jesús María
y Lince: la avenida Brasil y la avenida Mariátegui. Por su parte, las figuras 15 y 16 muestran
sectores de Miraflores como la avenida Arequipa (antes Leguía), y áreas verdes de San Isidro
donde se ubican exclusivos clubes de golf.
Vela 82
mendigos, lustrabotas o vendedores que lo acosen, sin vagos o niños de la calle que le falten el
el que, al parecer, sabe que como provinciano no encaja. Es probable que por ello de rienda
suelta a su imaginación y se haga pasar por emisario de un importante hombre de negocios que
lo envía para averiguar sobre el arriendo o venta de una de las residencias. Mentira a través de la
cual escucha de primera mano el motivo que lleva a los anteriores dueños a mudarse a
Monterrico: “[…] San Isidro se estaba llenando de nuevos ricos y de serranos con plata” (76).
A medida que transcurre En octubre, el caminar del padre de familia que busca casa se
vuelve cada vez más y más abatido. Su paso deja de ser el presuroso andar de comienzos de la
historia, para convertirse en el extenuado desplazamiento por la urbe de un individuo que parece
estar empezando ya a arrastrar los pies. Atrás van quedando las pintorescas calles curvas de San
Isidro, el estilo americano de los chalets miraflorinos, la frondosidad de sus jardines, el silencio y
la urbanidad de sus residentes. Encorvado, don Lucho se ve obligado a recorrer los distritos de
Porvenir, a aquellos barrios que, para su desgracia, están plagados de provincianos pobres.
El drama del caminante alcanza su punto más álgido al caer la noche, no sólo por no
haber encontrado casa, sino porque el recorrido culmina en una posta médica de la avenida Grau,
otra de las avenidas del Oncenio, ante el cadáver de uno de sus hijos, a quien la turba de la
procesión mató a golpes por escupir la imagen de Cristo. La novela termina allí, abruptamente,
en el único instante en que se escucha a don Lucho maldecir: “La puta que los parió” (311). El
caminar de don Lucho termina convirtiéndose, paradójicamente, en aquel vía crucis, en aquella
La última frase proferida por don Lucho sintetiza la furia que observa Wolfgang Luchting
al revisar esta novela (546), irritación que a todas luces empata con el tono de protesta que
identifica Earl Aldrich en el cuento de Congrains (452). Ambas historias despliegan pues
transeúntes; emociones que son a todas luces ignoradas por De Certeau en su reflexión sobre el
“libre” desplazamiento de los habitantes de la urbe. En efecto, cuando el autor sostiene que “[…]
the city is left prey to contradictory movements that counterbalance and combine themselves
outside the reach of panoptic power” (95), parece no tomar en cuenta que, como lo demuestran
las historias analizadas, el estatus económico, social y racial de los sujetos desempeña un rol
entonces no como un largo poema que manipula las organizaciones espaciales, sino más bien
como un largo poema que expone el sufrimiento de los caminantes. “The long poem of walking
[that] manipulates spatial organizations” (101), se ve convertido pues en “the long poem of a
suffering walking”.
búsqueda de trabajo o en la búsqueda de casa, sea una de las causas del andar de los sujetos, y
que por ende, dicho trayecto se termine convirtiendo en un verdadero suplicio. Asimismo, el
autor olvida el hecho de que todo caminar emerge en un espacio dado, el cual pone de manifiesto
los distintos prejuicios, incluyendo los raciales, de la sociedad que lo ha creado. Como sostiene
Lefebvre: “[…] every society produces a space […] its own space (31), y la sociedad limeña no
Vela 84
se caracteriza precisamente por ser una sociedad que incorpore a todos los grupos raciales en
armonía.
que como cholos y pobres no encajan, queda manifiesto, como observamos anteriormente, en la
desolación que se apodera de don Lucho por las calles de San Isidro. Un inconveniente similar se
expresa a su vez en la descripción que ofrece “Lima, hora cero” de aquellos espacios a los cuales
Estos dos episodios demuestran pues que los provincianos pueden apreciar e incluso
ingresar sin mayores dificultades las zonas exclusivas de la urbe, pero siempre y cuando la
apropiación que se tenga de los mismos sea limitada. Las esferas de lujo y distinción, aquellos
espacios que se reservan el derecho de admisión, emergen pues a lo lejos, inalcanzables para
quienes se encuentran a sólo un paso de ser expulsados y reubicados en el nuevo lugar que les
en la ciudad: la barriada.
En efecto, así como el protagonista de “Lima, hora cero” no tarda en percatarse de que la
única opción que le queda es irse a vivir a una de las barriadas limeñas, es sumamente probable
que la suerte que le espera a la familia de En octubre sea la misma. En este sentido, si bien a
presencia/ausencia, como una amenaza latente para quienes están a punto de ser expulsados de
su hogar. De esta manera, a pesar de que la barriada resulta una alternativa para sus pares, don
Lucho, estando muy pendiente del qué dirán, descarta de antemano “rebajarse” a tal hecho:
Claro que ya tendríamos una casita propia; pero era una locura haber acompañado
a don Erasmo Tapia en la invasión que preparaba a un arenal para levantar una
tanta pretensión ir a parar como cualquier pobretón a una miserable barriada sin
luz, sin agua, en plena pampa y sobre todo rodeado de provincianos: para ellos
está bien, al fin y al cabo, en sus pueblos de la Sierra viven peor; pero nosotros,
Este fragmento expone cómo el prejuicio hacia las barriadas y hacia sus pobladores no es
exclusivo de los sectores más acomodados sino que representan uno de los mayores miedos que
comparten todas las clases sociales limeñas: descender de clase, vivir entre cholos. Destaca en la
reflexión del personaje el hecho de que verse rodeado de provincianos constituya una peor
desgracia que carecer de servicios básicos, así como que se considere que tales carencias sí son
Se observa pues que en su desmedido afán por desvincularse de todo aquello que ponga
en evidencia su pasado provinciano, don Lucho agrede antes de ser agredido y asesina
metafóricamente al “recién bajado” que él mismo fue alguna vez. Lo paradójico de este
desprecio es que su propio argumento es y seguirá siendo empleado en su contra, en tanto don
Lucho es y seguirá siendo un provinciano para todos aquellos sujetos que en Lima ostenten un
Por su parte, “Lima, hora cero” se sitúa en el centro mismo de aquel espacio acusado de
la debacle urbana, en aquel lugar que pone en evidencia el ocaso de la urbe, en aquel escenario
tan temido por la sociedad capitalina. Según Luis Abanto Rojas, el cuento de Congrains
constituye una especie de mapa que registra la transformación urbana ocurrida a raíz de las
historia emerge como un mapa alternativo al discurso oficial de la urbe, en tanto la narración se
concentra de forma casi exclusiva en aquel espacio que en el imaginario limeño despierta las
Si bien en un inicio se presenta a Mateo Torres buscando trabajo por las calles del centro
capital, en dirección hacia aquellas zonas en donde se localizan los barrios más deprimidos de la
urbe. Así, los escenarios por donde este personaje transita, es decir, la Plaza México del distrito
de La Victoria, los márgenes de este vecindario, unos terrales y finalmente un basural (8),
constituyen la antesala precisa para la irrupción en la narrativa del espacio del ocaso por
excelencia: la barriada.
dista de aquélla que predomina en el imaginario limeño. El cuento de Congrains revela cómo,
repugnante y nocivo, sino más bien una alternativa real de vivienda, una única salida y un último
recurso, al no tener en la ciudad otro lugar adonde ir. De hecho, pese a que la emergencia de la
barriada puede ser interpretada como prueba irrefutable del fracaso de una colectividad humana
supuestamente anómica que caracteriza a todas las barriadas y por ello, ofrece un extenso listado
de las leyes que organizan la vida de sus habitantes, en deberes como el suministro de agua y
De igual modo, si bien este espacio es descrito como guarida de los pordioseros y las
prostitutas de la urbe, también aparece como lugar de residencia de aquella mano de obra barata
de la que se aprovechaban las clases medias y altas de la urbe: jardineros, albañiles, basureros,
cobradores, choferes, gasfiteros, costureras y empleadas del hogar, entre otros. Destaca a su vez
la presencia de universitarios (15-16). Tenemos entonces que tras haber invadido la provincia el
espacio de la ciudad, tras haber contaminado con su esencia la pureza capitalina, de alguna
manera ésta había también beneficiado al mantenimiento del estilo de vida de la urbe: ahora ya
no era necesario ir en busca de nuevos sirvientes ni solicitar aquellos “cholitos” en las lejanas
serranías, sino que podían acceder a ellos a una distancia más cercana.
llevan a cabo una serie de acciones para sobrellevar sus vicisitudes. No obstante, como veremos
a continuación, las estrategias de este grupo humano no serán suficientes ante la reaparición de
forma de asesinar metafóricamente tanto a sujetos como espacios. Indicamos también que este
asesinato metafórico constituye el paso previo para autorizar el asesinato literal del los mismos.
Vela 88
Examinemos ahora bajo qué condiciones se produce esta muerte literal de los cholos en los
textos.
El discurso racista no sólo es empleado para interrumpir las trayectorias de los migrantes
en la ciudad, sino también para reinstaurar ese orden urbano que se ve amenazado por la
continuo vaivén entre procesos de construcción y destrucción en el espacio urbano, puesto que la
edificación de este nuevo orden implica necesariamente la destrucción del desorden existente. Al
ser las barriadas los elementos que desordenan la ciudad, es la proyección de una nueva ciudad
ordenada, la que por medio del racismo, promueve la destrucción de dichos espacios y la
expulsión de los causantes de dicho desorden. “Lima, hora cero” expresa cómo se justifica este
“Los turistas que vienen a Lima se llevan una pésima impresión con esos cerros
clandestinas son un peligro para la salud pública, y otra persona sugerirá que
Debe señalarse que en las historias analizadas, el agente constructor, y por ende
destructor, emerge bajo la autoridad de una empresa constructora, propiedad del sector dirigente
de la capital. En el caso de En octubre, esta entidad se personifica en la figura del poderoso don
burguesa en la creación de este personaje (Gutierrez 319-20, Luchting 546), es precisamente don
Manuel el que pone de manifiesto el racismo que ha moldeado desde siempre el pensamiento de
la clase dominante, así como la preocupación que genera en ella una época en la cual los grupos
Efectivamente, así como don Manuel recuerda que su padre le aconsejaba que la única
manera de gobernar a este pueblo de “zambos, indios y cholos” era por medio de “hambre, cárcel
y bala”, este personaje se sitúa textualmente en las alturas del espacio urbano, para desde allí
Y ahí estaba su ciudad: enorme, sin límites precisos, crecía crecía: los serranos
las casas con techos de basura se perdían, interminables, hacia la faja azul lechosa
del mar; las casuchas de abobe y calamina, apiñadas, trepaban, como mala hierba,
por los cerros, se desparramaban, sin fin, por los arenales, por los basurales. Aquí,
las pampas, los serranos con su porquería. Menos mal que al sur tenemos los
hermosos barrios para la gente decente, civilizada. Hay que construir en el centro
grandes edificios de departamentos para la clase media: hay que tenerla contenta:
ellos están conmigo, me sirven. A los serranos hay que devolverlos al campo y si
urbe es configurado: los callejones del centro de la ciudad emergen como hábitat exclusivo de la
población negra, mientras que los cerros y pampas de las afueras de la urbe son entendidos como
morada de provincianos. Destaca además el hecho de que para las clases privilegiadas, la
edificación de los barrios del sur no sólo constituya su nuevo refugio sino que sea considerada
como la fuerza que logró impedir que la capital se sumiera en la completa decadencia. Para el
Vela 90
grupo dirigente, es imperativo que esta fuerza se mantenga y para ello, es necesario que se siga
construyendo.
Es éste el mismo deseo que emana en “Lima, hora cero”, cuando C.U.L.S.A, Compañía
Urbanizadora de Lima Sociedad Anónima, compra los terrenos de Esperanza para levantar en
ella una zona semi-residencial. Sin embargo, los personajes del cuento de Congrains reaccionan
mecanismos de defensa ante los dictámenes de la empresa constructora. Los provincianos llevan
entonces a cabo una serie de acciones: contratan a un abogado y buscan el diálogo. Incluso,
llegan a emprender una marcha pacífica hacia la Plaza de Armas de La Victoria, en donde se
detienen precisamente bajo el monumento a Manco Cápac, el mismo que fuese donado por la
comunidad japonesa a raíz del centenario patrio, y en cuya colocación de la primera piedra dos
“aborígenes” fuesen completamente ignorados. Es pues bajo la estatua al fundador del Imperio
¡Baja, Hermano Manco Cápac, rompe tu costra de metal y únete a nosotros que
somos hijos de tus hijos, que somos sangre de tu sangre; baja Padre Eterno y
Más allá del tono exagerado y un poco histriónico presente en este fragmento, la escena
resulta relevante de por sí en tanto pone en evidencia el desconocimiento del narrador frente a la
asunto es que, más allá de que sea una estatua otorgada por la comunidad nipona y que remita a
Vela 91
un episodio de marginación del cholo en la ciudad, la voz narrativa insiste en invocar a la figura
del fundador del Tawantinsuyo sin percatarse de que ésta sólo funciona a un nivel abstracto y
que en realidad, Manco Cápac no tiene ningún tipo de relación con los pobladores de las
constituye en sí otra caminata fallida sino que además genera el escenario propicio para que se
lleve a cabo la destrucción de la barriada y el asesinato literal de uno de sus habitantes. En efecto,
arrasar con la barriada y sin saberlo, arrollan de paso a Mateo Torres, quien por haber estado
novela de Reynoso, dan cuenta de cómo los provincianos, indios, cholos, serranos, terminan
pagando un precio muy alto por haberse atrevido a cuestionar la autoridad de las fronteras y
desplazarse al interior de una ciudad sin que ésta los llamase. En este sentido, no sólo son
abiertamente rechazados en el espacio urbano, sino que incluso pueden llegar a perder hasta la
vida sin que en la ciudad a nadie le importe. El espacio hegemónico termina pues imponiéndose
En este punto, debe aclararse que así como se regenera el espacio totalitario, las zonas de
resistencia también cuentan con el don de la autoregeneración. Al respecto, si bien las quintas y
barriadas no son lo suficientemente fuertes como para mantenerse en pie, es imposible que el
exterminio llegue a abarcar la totalidad de las mismas o la totalidad de sus habitantes. Muestra de
de medidas de desalojo como las señaladas en los cuentos, las barriadas limeñas siguieron
Vela 92
multiplicándose y hasta el día de hoy siguen enfrentándose a la ciudad ordenada. Se trata pues de
Sin embargo, debemos recordar la observación que hiciera Lefebvre en su discusión del
enfrentamiento entre los espacios dominantes y dominados: “The winner in this contest […] has
been domination” (166). En este escenario, el racismo, estrategia tan común y tan efectiva en
Lima, volverá a ser empleado para garantizar la vigencia del espacio dominante. El racismo
volverá pues a instalarse en el discurso cotidiano y en el paisaje urbano para instituir nuevas
fronteras invisibles, para impedir que los cholos sigan tomando posesión de ciertos espacios,
para recordarles continuamente que en la ciudad les corresponde una posición subordinada, para
CAPÍTULO TRES
Después de ocurrida la explosión migratoria en Lima a mediados del siglo XX, nos
encontramos ante la emergencia de un espacio racista que expresa su odio y sus prohibiciones
hacia aquellos sujetos que se atrevieron a cuestionar la autoridad de las fronteras y con su
numerosa presencia, causaron la destrucción del orden de antaño. A partir de ese entonces, el
racismo se vio consolidado en el discurso cotidiano, desde donde empezó a ser empleado como
un mecanismo efectivo para poner un alto a las trayectorias que intenten llevar a cabo los
En este contexto ¿Dónde ubicamos a los negros? ¿Han desaparecido acaso? ¿Han dejado
de las raíces negras del Perú durante la segunda mitad del siglo XX, de un movimiento orientado
creación poética (Ojeda 3-9), ello no significa que el racismo haya dejado ni vaya a dejar de
dirigirse a este grupo cada vez que su presencia se torne molesta en la urbe.
Dada esta situación, los cuentos “De color modesto” y “Alienación” de Julio Ramón
Ribeyro nos recuerdan que un fuerte estigma aún recae sobre la población de raza negra, incluso
cuando el discurso racista parece dirigirse exclusivamente hacia los indios o cholos. Y así como
ocurriera en los textos analizados en el capítulo anterior, encontramos que ambas historias
problematizan también los postulados de De Certeau sobre el caminar como acto de resistencia,
en la medida en que ponen de manifiesto cómo los intentos de desplazarse libremente por la urbe
que llevan a cabo los negros son detenidos justamente a causa de su color de piel.
Vela 94
por la clase dominante limeña, se rebelan al lugar inferior que como raza negra se les ha
contestataria nunca llega a plasmarse con éxito a lo largo de los relatos. Los cuentos de Ribeyro
nos muestran cómo el discurso racista no tarda en hacerse presente para recordarles
despectivamente que son negros y así, tras desarmarlos en lo más profundo de su ser, interrumpir
su muerte.
afianzamiento de los estereotipos sobre la raza negra que la historia, como discurso, se ha
son justamente las que irán a permitir que el racismo y la muerte, tanto metafórica como literal,
de los negros siga produciéndose con total impunidad en la segunda mitad del siglo XX.
gran probabilidad de encontrar en ella numerosos sesgos y prejuicios, y por ende enfrentarse una
vez más al eterno dilema de ¿Quién escribe la historia? y ¿Con qué fines lo hace? En efecto,
apelar a la historia como fuente presenta de por sí una serie de percances puesto que, como
discurso oficial que le permite mantener su hegemonía (10). En este sentido, considerando a la
historia como la definiera Foucault, es decir, como una ceremonia que justifica y refuerza el
poder de la clase dirigente (66), su interpretación debe realizarse con una actitud sospechosa,
blancos quienes han escrito la historia de la raza negra. Se trata pues de personajes reunidos en
situación de los grupos negros en la sociedad peruana. Encontramos uno de estos ejemplos en La
“Matalaché” su vida en las haciendas del norte en los últimos años de la Colonia;
siendo de todos modos su ambiente mucho menos sombrío que el que retrata “La
cabaña del tío Tom.” Además de peón de hacienda, el negro fue sirviente en las
hubo que se sentaron en el carruaje con las señoras. Algunos heredaron; otros se
llevadero que definía la vida de los negros, en tanto hechos como el cuidado de niños blancos por
parte de nodrizas negras o el que éstas hayan compartido el carruaje con sus amas habrían de ser
Llama a su vez la atención en esta referencia el que Basadre haya destacado el posterior
desempeño de los negros en actividades como la medicina. A todas luces, un enunciado como
45
Cabe señalar que estudios mucho más recientes como Breve historia de los negros del Perú
(2001) de José Antonio del Busto, aún siguen desarrollándose de acuerdo a esta línea de
pensamiento, en tanto se esfuerzan por remarcar el aceptable trato que aparentemente recibían
los negros en las casas donde trabajaban (40-41).
Vela 96
éste llevaría a suponer que la situación de los grupos negros no habría de haber sido tan mala, ya
que era posible que se dedicasen a carreras prestigiosas como la medicina. Sin embargo, lo que
esta afirmación no aclara es que el tipo de ciencia a la que los negros se dedicaban era la
comúnmente denominada medicina tradicional. Como establece Cuché, fue el esclavo brujo y
justamente por ese motivo que hasta el siglo XIX la aristocracia limeña miró en menos a esta
“profesión” (75-76).
Pero no es sólo a raíz de las situaciones recién mencionadas que Basadre sintetizaría el
próspero devenir del grupo negro en el Perú, ya que tras hacer una breve referencia a las novelas
esclavitud peruana fue menos sombría. Ésta no sería la única vez que el intelectual apelara a este
argumento en específico para sustentar su postura, ya que un par de años después, en Perú,
basta comparar “La Cabaña del Tío Tom”, la típica novela antiesclavista, con
Peones de las haciendas, los negros fueron también sirvientes de las casas grandes
mentira, la inteligencia viva y limitada, la pereza para e trabajo, que el niño tiene.
46
La primera edición de La multitud, la ciudad y el campo data de 1929 y la de Perú, problema y
posibilidad de 1931.
Vela 97
Resulta pues sospechoso que luego de definir a La cabaña del tío Tom como la típica
Basadre resuelva de forma muy escueta y sin entrar en mayor detalle que la esclavitud en el Perú
no fue tan cruel como la ocurrida en Estados Unidos. Resulta aún más sospechoso que, acto
seguido, cambie de tema y se avoque a enumerar los estereotipos que relacionan a los negros con
Es justamente debido a este discurso histórico que la representación que prima de la raza
negra en el imaginario limeño es la de un grupo que en la sociedad peruana no fue tan marginado
como lo fueron los indios, puesto que, desde esa perspectiva, los esclavos habrían sido mucho
mejor tratados que los sirvientes indígenas. Es probablemente por dicha razón que el imaginario
limeño considera que en la actualidad no se percibe la misma dosis de racismo hacia los negros,
como ocurre en el caso de los indios o cholos. No obstante, los fragmentos recién citados deben
ser interpretados como lo que son, como parte de la que podría denominarse la historia “oficial”
de los negros en el Perú, en tanto fue escrita por miembros de la clase dominante blanca. Por
ende, su análisis debe elaborarse desde una mirada crítica, con detenimiento y desconfianza.
historia, un análisis que tras comparar el caso local con el sistema esclavista estadounidense,
supuestamente un episodio tan terrible como La cabaña del tío Tom no es excusa para borrar las
47
La historia de Matalaché (1928) escrita por Enrique López Albújar se sitúa en una hacienda
colonial del norte del Perú y narra el amor prohibido entre la hija del patrón y un esclavo mulato.
Cuando se descubre el romance, el esclavo muere al ser lanzado a una tina donde se hervía jabón.
El referente literario de esta novela es el cuento de Ricardo Palma “La emplazada” (1874), en el
cual es la patrona la que castiga a su esclavo y amante lanzándolo a una paila de miel hirviendo,
al enterarse que éste se ha enamorado de una mulata.
Vela 98
ocurridos bajo dicho sistema en el Perú. El que otro ser humano haya sido considerado esclavo
es suficiente para que tal comparación sea la forma menos indicada de abordar el problema. La
sola noción de esclavitud implica atropello y el caso peruano no fue la excepción. Por ello,
debemos tener presente la serie de restricciones y torturas que padecieron los esclavos durante la
Colonia, puesto que ésa es la única manera de intentar borrar del imaginario la idea de que los
Carlos Aguirre y del ya mencionado Denys Cuché. Respecto al caso anterior, sostiene Aguirre,
pese a que es cierto que algunas veces los esclavos recibieron el afecto y consideración de sus
amos, y que muchas negras tuvieron el privilegio de viajar en el carruaje con sus patronas, sería
exagerado generalizar y ofrecer una imagen blanda de la esclavitud en base sólo a tales casos.
Debe además considerarse que muchos de estos vínculos se encontraban a su vez definidos por
rasgos de paternalismo y violencia (78-79). De igual modo, es también probable que dicho
aprecio hacia los esclavos hubiera existido siempre y cuando estos no dieran muestras de
rebeldía o intentos de sublevación. Es pues factible que dicha estima estuviese garantizada sólo
en la medida en que los negros aceptasen ciegamente su estatus inferior y aceptaran la sumisión
impuesta.
En términos de Cuché: “La esclavitud, se dice, fue suave en el Perú, comparada a lo que
fue en los Estados Unidos. Quizás, pero eso no cambia el hecho de que el negro fue esclavo y
que hoy lo siguen llamando ‘negro esclavo’ para molestarlo” (10). El negro fue, en efecto,
48
Las figuras 17 y 18 muestran dos de las múltiples formas de castigo que se infringía a los
negros durante la época de la Colonia.
Vela 99
esclavo y durante mucho tiempo. No sólo durante los tres siglos de la Colonia sino incluso
durante la República, puesto que la esclavitud fue recién abolida legalmente en 1854 bajo el
Es preciso aclarar en torno a este evento, otro aspecto que la historia oficial evita
menciona que el verdadero motivo que llevó a que los negros fueran liberados no estuvo basado
en tal acto de humanidad, sino más bien en sus intereses políticos. La abolición de la esclavitud
se produjo pues como resultado del enfrentamiento previo entre él y el General Rufino
Echenique. El primero anunció que liberaría a los esclavos que se unieran a su lucha en contra de
Castilla, y éste reaccionó prometiendo la manumisión de los negros en su totalidad; aunque como
era de esperarse, una vez que llegó al poder no contempló liberar a aquellos negros que habían
¿Qué pasó entonces cuando los negros fueron liberados? ¿Adónde fueron? ¿A qué se
dedicaron? Entre 1854 y 1860 se manumitieron 25,505 esclavos negros. No obstante, debido a
las dificultades que tenían para encontrar empleo, muchos de ellos retornaron a las haciendas
costeñas o se dirigieron a los yacimientos de guano en las islas de Chincha (Del Busto 75). Por
su parte, aquellos que fueron a las ciudades empezaron a trabajar como sirvientes de las casas o
como jornaleros en diversos oficios. Así, en la Lima de la segunda mitad del siglo XIX podía
trabajando como empleadas, lavanderas, cocineras, amas de leche y nodrizas (Cuché 71)49.
Como puede apreciarse, si bien en teoría el negro había sido liberado, en la práctica
seguía ubicando una posición subordinada y dedicándose a los mismos oficios de antaño. Debido
49
Las figuras 19 y 20 muestran algunos de los oficios a los que se dedicaban los negros.
Vela 100
a ello, el negro siguió siendo percibido en el imaginario limeño como un esclavo o sirviente
eterno. Puede entonces señalarse que después de abolida la esclavitud, los negros siguieron
transitando “encadenados” por diversas zonas de la urbe, no en el sentido literal del término, sino
En este escenario, cabe preguntarse ¿Fue sólo eso lo que ocurrió con la población de raza
negra después de abolida la esclavitud? En este punto, la historia en general guarda absoluto
silencio. Si bien existen otros estudios sobre la presencia negra en la ciudad de Lima, los de José
Ramón Jouve y Alexandre Coello por ejemplo, estos, al igual que los de Aguirre y Cuché, se
Este silencio es de por sí significativo, en tanto así como los indígenas fueron detenidos
en el tiempo, la figura del negro parece a su vez permanecer estancada en el pasado. Más allá de
mencionar a La Victoria como aquella zona que a inicios del siglo XX se convirtió en el “barrio
negro de Lima” y del deseo de reivindicar a esta raza señalando a todos y cada uno de sus
exponentes en el ámbito deportivo y de la música folklórica (Del Busto 77-79)50, no hay mayor
información sobre el devenir de los negros en la vida cotidiana de la capital después de que
En este sentido, hablar de negros significa hablar de los esclavos del pasado colonial o de
un intento por recuperar sus contribuciones culturales únicamente en un nivel simbólico, puesto
que en el plano concreto de la urbe, los negros seguirán siendo choferes, porteros y mayordomos,
mientras que las negras seguirán laborando como sirvientas o lavanderas. Es precisamente esta
cuesta aún demasiado concebir, por ejemplo, un escenario en donde el patrón sea negro y los
50
De este barrio salió el equipo de fútbol Alianza Lima en 1901, cuyos jugadores eran negros
(Elmore, Los muros invisibles 26-27).
Vela 101
como un hecho casi inverosímil, puesto que el “sentido común” limeño dictamina que ha de
Podría pensarse que una posible reversión de tal estructura resultaría complicada, dado
que no existe en la realidad peruana un modelo concreto en el que pueda basarse, es decir, un
personaje negro que haya alcanzado un cargo de autoridad. Sin embargo, probablemente ello
tampoco sería suficiente. El racismo hacia el negro en Lima se encuentra pues tan arraigado que
un buen número de bromas. Una de ellas sugiere que la gran potencia mundial recién le permitió
a un negro ser presidente sólo porque se tiene que “trabajar como negro” para superar la
catástrofe económica que enfrentan. En este caso, una broma vale más que mil palabras.
La figura del negro como sirviente no es, sin embargo, la única que pulula en el
imaginario limeño. En Lima, por ejemplo, el negro es también considerado un sujeto de cuidado,
proclive a las malas artes, prácticamente un delincuente, que se guarece en decadentes callejones
o en zonas peligrosas como los barracones del Callao. Pero otra de las representaciones del negro,
personaje como un ser divertido, alegre por naturaleza, cuya sonrisa blanca contrasta
“armónicamente” con el color de su piel. Desde esta perspectiva, el negro es concebido como un
sujeto nacido para el baile y la jarana, para tocar el cajón y amenizar las fiestas.
La formación del estereotipo del negro como personaje alegre se remonta precisamente a
la llegada del primer esclavo negro al territorio del Virreinato. Los historiadores dan cuenta de
una anécdota ocurrida en tiempos de la conquista, momentos después de que el primer negro
ofrecerle un recipiente con agua para que se lavara el rostro y quitara así la
negrura de su tez. Pero hechas las abluciones, el esclavo siguió tan oscuro como
antes, lo cual sorprendió tanto a los indios que no lo podían creer. El negro
Además de representar en este encuentro a los indios como seres sumamente ingenuos,
casi tontos, y a los negros como personajes exóticos, casi venidos de otro planeta, este episodio
aquellos seres tan negros, de dentadura tan blanca. El negro rompió a reír pues, sostiene la
Lo relevante del asunto es que la construcción de esta personalidad tan animada de los
negros habría permitido que tales características fueran extrapoladas a los rasgos físicos de esta
raza. No es novedad señalar que la fisonomía de los negros ha sido desde siempre motivo de risa
para la mirada ajena. Basta recordar que los primeros esclavos fueron denominados “bozales”
debido a que, como explica el historiador José Antonio Del Busto, la prominencia labial de los
mismos recordaba el bozal que se coloca en el hocico a los perros (26) 51 . Han sido pues
numerosas las burlas que han circulado en el imaginario limeño desde sus inicios:
Este sentido del humor en los negros criollos marcha ligado a su realidad física y
fonética. Sostienen ellos, por ejemplo, que el negro puro sólo se peina una vez en
la vida […] dicen esto porque su cabello ulotrico es lanoso, hirsuto y entretejido,
duro, disperso y enmarañado, en suma, difícil de gobernar. Por eso cuentan que al
51
Con el tiempo, esta característica sería llamada jeta o bemba (26).
Vela 103
negrito – exagerando por cierto – su madre lo peina la primera vez y así se queda
para siempre. No es cierto esto del peinado vitalicio, pero se festeja y lo cuentan
como verdad. También se afirma que el negro nunca se moja. Es otra falacia, pero
se refiere a que su piel azabachada no sabe retener el agua y ésta cae de su cuerpo,
cierto contoneo y ritmo natural al desplazarse […] La voz de tono bajo, a su vez,
A través de estas creencias, pareciera pues que el aspecto físico del negro resulta tan pero
tan gracioso que habría llevado hasta a los propios negros a ridiculizarse. Estos estereotipos se
alinearon obviamente con los calificativos de “no te entiendo” y “salta pa’ trás” que luego se
utilizaron para denominar ciertos cruces raciales de negros en el sistema de castas de la Colonia
(Basadre, Historia de la República del Perú 1:6). Peculiares nombres todos ellos, al aludir al
intelectual y la forma de las piernas de los negros. Así pues quedó consolidado en el imaginario
Aparte de esta imagen del negro ligada a la algarabía, existe otra que lo vincula al pecado.
Así, en las primeras décadas del siglo XX y relegando nuevamente al negro a tiempos pretéritos,
el mismo Mariátegui hacía referencia explícita al lado pecaminoso que, desde su punto de vista,
grado ético de una gran teocracia; el negro, mientras tanto, trasudaba por todos
Vela 104
salvajes, en las populares fiestas de diablos y gigantes, moros y cristianos, con las
15)
Es evidente que mientras Mariátegui buscaba una justa redención del indígena, no pudo
evitar dirigir su rechazo hacia aquel otro grupo que ocupaba (y sigue ocupando), a la par del
indio, el estrato más bajo de la sociedad. Esta lectura seguía pues ubicando al negro en el pasado,
encasillándolo como un ser en estado salvaje, poseído por algún espíritu proveniente de algún
motivos: la fecha de publicación y la voz que emite dicha propuesta. Por un lado, el hecho de que
los famosos Siete ensayos hayan sido publicados en 1928 refleja cómo en aquel entonces el
negro seguía siendo pensado como una mera abstracción y en ningún caso ubicado en el plano
concreto de esa realidad peruana que se estaba interpretando. El negro seguía siendo pues
imaginado como una especie de bárbaro, heredero de costumbres africanas y dominado por
instintos de hechicería y libertinaje. Por otro lado, el que haya sido el propio Mariátegui el que se
ocupara de la elaboración de estas categorías demuestra que la imagen perniciosa de los negros
se seguía filtrando incluso en el pensamiento progresista de la época. Ni siquiera las ideas más
Vela 105
Éstas son pues las representaciones de la raza negra que debemos tener en cuenta al
momento de analizar los textos, puesto que al ser los protagonistas de esta raza, su sola presencia
evoca de forma automática los prejuicios señalados. Siendo éstas las circunstancias, exploremos
específicas del territorio peruano permitió el desarrollo de zonas de alta densidad poblacional
negra, sobre todo en la costa (Aguirre 21). De ahí que surge la tan conocida y empleada frase de
“gallinazo no canta en puna” para aludir a la supuesta incapacidad del ave de pelaje negro, y a su
vez de todos los seres de raza negra, de desenvolverse adecuadamente en las alturas de los Andes.
Más allá de la inexactitud de dicha sentencia y del prejuicio presente en ella, debe prestarse
atención a la trayectoria espacial que llevaban a cabo los negros al llegar a las costas peruanas.
Los negros desembarcaban en el puerto del Callao y desde allí marchaban a pie hacia el
barrio de Malambo, en donde eran vendidos en subasta pública en una suerte de depósito
conocido como “La casa de negros bozales” (Aguirre 26). Ya como esclavos, muchos negros
mansiones en donde trabajaban. Mientras los ranchos se localizaban en las cercanías de las
haciendas, los galpones se situaban por donde corría la acequia, detrás de las casas de los amos, y
a veces separados de éstas por patios llenos de flores. El galpón, como territorio netamente negro,
Vela 106
era una construcción de muchas habitaciones separadas por altas paredes, en donde se les
encerraba bajo llave de noche y durante sus pocos momentos de ocio (Del Busto 50-51).
Fuera del galpón, los mercados, plazas, parques y chinganas de los centros urbanos se
amos para trabajar en el día como jornaleros. La presencia de los mismos, junto a la de los
negros manumisos, hizo que esta raza pareciera esparcirse de forma pareja por casi toda la Lima
colonial (Aguirre 90-93). En este punto, ha de recalcarse que si bien a simple vista, una
apreciación como tal podría sugerir una posible inclusión de los negros en la sociedad limeña,
esta dispersión de los negros en la urbe ocurría sólo desde una posición subalterna, en tanto los
negros no ejercían ninguna función de prestigio sino que eran simples jornaleros.
que este grupo fuera a apropiarse de nuevos espacios. Como indica Cuché, la segregación racial
existía aún en la geografía de los barrios limeños y por lo tanto, impedía que blancos y negros
los negros podían deambular sin dificultades por las calles de la ciudad, una vez terminado el día
debían regresar a las residencias de sus amos o a sus viviendas situadas en “barrios negros” como
hoy mayor cambio. En efecto, si bien una vez abolida la esclavitud desaparecieron los barrios
52
Ubicado en el distrito del Rímac, el arrabal de San Lázaro es el primer ejemplo de un hábitat
exclusivo de la raza negra en la sociedad peruana (Aguirre 90-91). Surge luego de que la lepra se
presentara entre los negros en 1563 y se construyese el hospital “San Lázaro” para albergar a los
enfermos negros que habían sido abandonados por sus amos. La zona donde fue edificado el
sanatorio se convertiría con el tiempo en una barriada del mismo nombre (Mariátegui Oliva 14-
15, 23-24).
Vela 107
tugurizadas en la gran Lima, en donde se instalaron los negros que atravesaban dificultades
económicas (Aguirre 194). Luego de cien años, parecería que allí se quedaron. Así, cuando se
produce la explosión migratoria en Lima a mediados del siglo XX, los escenarios en donde se
concentra la raza negra siguen siendo prácticamente los mismos: barrios marginales como el
Callao o La Victoria. Probablemente muchos de ellos llegaron a instalarse en las barriadas, pero
no se han encontrado estudios al respecto. En todo caso, como indicamos en el capítulo anterior,
sierra.
obstante, el que a partir de las migraciones masivas se empezara a discriminar con mayor
reducirse. Por el contrario, implica que la posibilidad de toparse con un negro en la urbe empezó
a ser mucho menor a la de encontrarse con serranos en la ciudad. Y esa invisibilidad del negro es
también discriminación, en tanto revela que para mediados del siglo XX el espacio dominante
había ya logrado replegar a los negros a ciertas zonas en específico e impedir que saliesen de
ellas.
Para ese entonces, no se veía pues (ni aún se ve) negros por las calles de Miraflores, San
subordinado, ya sea como porteros de ciertos negocios o como choferes y mayordomos de ciertas
familias. Del mismo modo, si llegamos a toparnos con un negro como residente del distrito de
Miraflores, éste lo será sólo desde la habitación de servicio que ocupa en la casa de sus patrones,
Como se observa, así como la raza negra es vinculada con ciertos barrios en específico,
es también asociada a este tipo de vivienda. Estampa deplorable en términos de José Gálvez
(109), el callejón emerge casi como si fuese una extensión natural de la raza negra. El negro ha
pasado así del galpón al callejón, y mientras el primero se caracterizaba por encontrarse al pie de
De una o dos piezas pequeñas, rústicamente fabricados, con o sin pequeño espacio
colocado en el pasadizo central del callejón, servía para todos los que en él vivían,
Es importante mencionar que pese a ser considerado un espacio nocivo y repugnante, uno
de los “espacios de horror” identificados por Salazar Bondy, el callejón no generaba el mismo
terror que despertaban las barriadas en los pobladores limeños. Es evidente que el miedo no llegó
a desarrollarse debido a que los callejones no se esparcían por la ciudad de la forma tan
descontrolada como lo hacían las barriadas. Sin embargo, ello no significa que en su deseo por
control sobre los callejones y sus habitantes. En este sentido, si bien a mediados del siglo XX la
llegados, los límites impuestos al libre deambular de los negros, las acciones coercitivas
Efectivamente, ¿Qué tipo de fuerza trasgresora podrían presentar los negros que
intentasen deambular con libertad por Lima a mediados del siglo XX? ¿Qué pasa cuando el
catalogado de antemano como un ser inferior? ¿Qué ocurre pues cuando el agente aparentemente
subversivo en la urbe se delata a sí mismo como descendiente de una raza esclava, ladronzuela,
hechicera y condenada?
Los cuentos de Ribeyro dan muestra de cómo la ciudad de Lima detiene a través del
racismo la libre trayectoria que intentan iniciar los negros al interior de sus límites, empleando el
insulto racial para asesinar a los negros que en ella habitan, especialmente si estos se atreven a
El cuento “De color modesto” narra la historia de Alfredo, un joven limeño que llega a
una fiesta acompañando a su hermana menor. La fiesta transcurre en una amplia casa de
Miraflores, por lo cual presumimos que Alfredo, al igual que el resto de asistentes, es blanco y
miembro de alguna acreditada familia miraflorina. Sin embargo, algo sucede, algo sale mal desde
un principio. Desde el preciso instante en que llega a la fiesta, se siente totalmente desubicado,
fuera de lugar. No sabe bailar y tampoco sabe cómo entablar conversación con las muchachas.
Los invitados no le hacen el menor caso. Cuando por fin logra unirse a un grupo, sale a relucir el
hecho de que no estudió una carrera prestigiosa sino arte, que ni siquiera es un artista
renombrado sino que está desempleado, y que para colmo, aún no tiene carro. “Un hombre de
veinticinco años que no tuviera carro en Lima podría pasar por un perfecto imbécil” (Ribeyro
emborracharse.
servidumbre a una mujer negra. La seduce descaradamente y se la lleva al oscuro jardín. Poco
después, se encienden las luces y son descubiertos. Si bien no se hallan solos sino rodeados de
Vela 110
muchas otras parejas, la amonestación recae únicamente sobre ellos. Alfredo no se amilana ante
los reproches del dueño de casa y terminan echándolos de la fiesta. Entonces, él y la negra se
dirigen al malecón miraflorino donde una patrulla de policía los detiene. Como el capitán no le
cree a Alfredo cuando éste señala que la señorita es su novia, lo reta a atreverse a pasear con la
negra en público, esta vez no en la penumbra del malecón sino en el muy bien iluminado Parque
Salazar. Cuando los intensos faroles del parque ponen en evidencia a tan peculiar pareja, Alfredo
se retira con la excusa de ir a comprar cigarrillos. Ella no lo espera sino que se aleja cabizbaja.
“De color modesto” ha sido considerado por la crítica como un relato en donde los
conflictos de clase emergen desde una dimensión moral y psicológica (Ortega 139), y en donde
ciertos grupos sino en el color de la piel (Grass 177). Evidentemente, el adjetivo “modesto” en el
título de esta historia hace explícita referencia a la fuerza menor y postergada que caracteriza a
los negros en la sociedad limeña, en comparación a las regalías de las que se benefician los
Si bien una lectura distinta del texto sostiene que el quid del asunto no apunta en realidad
al racismo imperante en Lima sino a la falta de carácter del protagonista (Elmore, El perfil de la
es porque también se ve propiciada por el discurso racista que actúa como marco general de la
historia. Desde esta perspectiva, es el barrio de Miraflores el elemento que activa y lleva a su
muestra del rechazo a las injusticias por parte de cierto sector de la clase dominante (Valero, La
Vela 111
ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro 105), al protagonista parece afectarle más el no ser
aceptado por sus pares que la situación de los grupos oprimidos. En efecto, pese a que en un
aferrándose a la verja de la casa, aprecia desde lejos la felicidad de los espacios elitistas (Valero,
“Trayectorias literarias para la construcción de la Lima mestiza” 31-32), pareciera que a Alfredo
Recordemos pues que desde un inicio pretende reiteradas veces acoplarse a alguno de los
grupos que en la fiesta se iban formando de manera espontánea, a alguno de esos círculos que
mientras departían intereses en común lo excluían dándole la espalda. No nos encontramos pues
ante un joven que al tomar conciencia de las marcadas diferencias sociales se enfrenta a su clase
de forma voluntaria. Por el contrario, si Alfredo termina desafiando las normas es porque, de
a cabo su único objetivo: bailar. Sí, una meta así de simple y superficial es la que motiva sus
acciones. Considerando que ni las muchachas menos agraciadas de la fiesta le hacían caso en la
pista de baile, la cocina es el único lugar donde puede encontrar a la pareja que necesita: una
sirvienta negra. El baile con la criada como último recurso no puede representar entonces el
La forma en que la invita a bailar merece incluso una reflexión aparte. Alfredo trata a la
sirvienta con la misma actitud poseedora y explotadora de la clase dominante al punto de que el
modo en que lo hace parece más una suerte de orden: muy seguro de sí, la arrincona contra la
pared (Luchting, Julio Ramón Ribeyro y sus dobles 19, 51). Alfredo jamás se hubiera atrevido a
forzar de la misma manera a alguna de las jovencitas de buena familia que disfrutaban de la
Vela 112
fiesta. No. En ningún caso. Su débil personalidad nunca le hubiera permitido comportarse de
forma tan osada con una señorita de su propia clase. Alfredo baila con la sirvienta sabiendo que
ejerce cierto poder sobre ella, como si tuviera la certeza de que una criada negra no puede
negarse a su oferta. Al asumir que una mujer negra está obligada a “servir” en todos los sentidos,
conversación, ser un “artista” desempleado y no tener carro. Se deja pues sorprender con la
sirvienta negra en el jardín de la casa. Se produce entonces la primera llamada de atención por
verbalmente por el patrón de la casa y respaldada por la mirada censuradora de los demás
concurrentes:
- ¿No tiene usted respeto por las mujeres que hay acá? – intervino un tercer
caballero.
- Váyase usted de mi casa – ordenó el dueño a la negra -. No quiero verla más por
- No se va – respondió Alfredo.
La intención del grupo de bailarines que irrumpe en el jardín no era para nada seria. Su
propósito era sorprender a las parejas de novios, pillarlos a modo de juego, y luego continuar con
la fiesta. Sin embargo, aquel ambiente de júbilo se ve perturbado por una escena desconcertante.
Las luces ponen al descubierto a una pareja que desentona, a dos sujetos cuya sola presencia
trunca el apacible desenvolvimiento del evento: una criada negra que ha abandonado la cocina
Vela 113
(el lugar que en la residencia limeña le corresponde) y un invitado, visiblemente borracho, que
además de verse acompañado por una mujer que no encaja, se atreve a hablarle de modo
malecón miraflorino.
Al igual que el jardín, el malecón se caracteriza por la ausencia de luz. Como señala el
cuento, la oscuridad del lugar permite que durante los fines de semana muchos jóvenes
aloquen y cedan al interior de los automóviles (201). Pero como deja entrever el texto, son sólo
los jóvenes de clase acomodada quienes tienen derecho a este tipo de privilegios. Así, pese a no
ser los únicos entregados a sesiones amatorias, Alfredo y la criada son nuevamente amonestados.
[…] Con una persona de color modesto no se viene a estas horas a mirar el mar.
- No puede ser.
- ¿Por qué?
consumado. Pero esta vez, la condena la emite otro tipo de autoridad. Ya no se trata de una voz
proveniente de la misma clase dominante, sino de un agente policial que expresa en su conducta
la adopción e interiorización de postulados racistas por parte de todos los estratos de la sociedad
Vela 114
limeña. De esta manera, este episodio refleja cómo a lo largo del cuento no sólo sobresale la
déspota actitud de la clase alta hacia las personas de color modesto que se cuelan en sus espacios,
sino también la crudeza y el sarcasmo que muestran los propios miembros de la clase baja para
humillar y ridiculizar a quienes, debido a las circunstancias, ocupan en ciertos momentos una
posición aún más subordinada. Es ése precisamente el motivo por el cual los policías no se
atreven a reprender a alguna de las otras parejas del malecón, pero sí a Alfredo y a la sirvienta.
Los policías se sirven pues del discurso racista para detenerlos y llevarlos a la comisaría,
de aquel discurso oficial encargado de reiterar el lugar que toda negra debe ocupar en la urbe. En
este sentido, se le recuerda a ella por segunda vez que el ámbito en donde se encuentra no le
pertenece, puesto es un espacio destinado a seres de otra clase. El abuso hacia ambos personajes
se prolonga en tanto el capitán ordena que los dejen en el concurrido Parque Salazar53, a ver si se
atreven a pasear como una pareja en dicho escenario. La debilidad de Alfredo es finalmente
puesta al descubierto:
Vio las primeras caras de las lindas muchachas miraflorinas, las chompas
elegantes de los apuestos muchachos, los carros de las tías, los autobuses que
los ponga en su sitio, en tanto este parque, como espacio público pero hegemónico, constituye de
por sí una autoridad. En efecto, dado que todo modelo social implica la producción de un espacio
conforme a dicho sistema (Lefebvre 31), el Parque Salazar de Miraflores, pese a encontrarse al
53
Se puede apreciar imágenes del Parque Salazar en las figuras 21 y 22.
Vela 115
aire libre, emerge como uno de los espacios cerrados y elitistas que la racista ciudad de Lima se
ha encargado de instaurar de forma pragmática. Asimismo, puesto que el espacio habla pero
sobre todo prohíbe (142-43), este lugar de moda, colmado de sujetos que ostentan signos de
mucho menos colocar carteles en donde se reserve el derecho de admisión, puesto que la sola
todo sujeto que no forme parte de ese mundo despreocupado y triunfante que allí se reúne los
Como si se diera cuenta de las consecuencias de sus actos, como si pudiera escuchar los
murmullos y comentarios, como si fuera capaz de anticipar las miradas reprobatorias, las risas o
expresiones de asco, Alfredo huye apresurado. Si bien esta vergüenza y cobardía podrían haberlo
sobrecogido en el jardín de la fiesta, debemos recordar que para ese entonces el protagonista se
encontraba totalmente ebrio. En este sentido, el alcohol no sólo le habría dado el valor para
enfrentarse a los miembros de su clase sino que además lo habría llevado a desconocer el
sentido protegido al ser llevado a escondidas dentro de la patrulla de los mismos. Sin embargo,
Alfredo recién se da cuenta del espectáculo, del escándalo que está generando. Como si el
Parque Salazar lo pusiera en evidencia, como si sus luces lo señalaran con el dedo, el
Vela 116
protagonista toma noción de su falta de tino y prudencia. ¿Qué hace pues al lado de una mujer
negra? pareciera preguntarle el propio espacio, si las negras pertenecen al submundo de los
La criada, por su parte, se retira de la escena resignada, como si desde un inicio hubiera
previsto tal desenlace. Consciente de su rol como sirvienta negra, sabe que a lo largo de la noche
Salazar. Parece darse cuenta que debe apartarse voluntariamente de aquel espacio al que no
pertenece y parece también ser consciente de que es sólo un entretenimiento más para Alfredo,
El espacio opresor de la clase dominante termina pues por vencer a ambos personajes. Si
bien hacen lo posible por esconderse del mismo, esto ocurre sólo de manera momentánea. A
final de cuentas, ninguno de los dos puede revertir su condición inferior, ella como una negra
discriminada por los blancos y él como un blanco marginado entre los blancos. Aunque las
primeras llamadas de atención las llevan a cabo dos portavoces del discurso racista en Lima, la
escena final del cuento muestra cómo el espacio por sí solo es capaz de desterrar a aquellos seres
que en él no encajan y enviarlos inmediatamente al lugar que les corresponde tanto a nivel social
como en la urbe.
Roberto López, obsesionado con cambiar el desfavorable destino que debido a su color de piel le
espera en la ciudad de Lima. La historia nos presenta a un joven, casi niño, Roberto, que todas
las tardes se sienta en la banca de un parque miraflorino a ver jugar a un grupo de muchachitos
que la narración califica como “blanquiñosos”. Desde esa banca a la distancia, el protagonista
Vela 117
admira en secreto a una niña, Queca, quien castaña y de ojos verdes resulta ser el amor platónico
de todos los jovencitos del barrio. Cuando en una ocasión Roberto rescata la pelota que a ella se
Cuando posteriormente Roberto descubre que el desdén de Queca hacia él empata con su
evidente predilección por los rubios y su ansiado deseo de casarse con un estadounidense, decide
convertirse en gringo, pero no en la mera imitación de un americano sino en uno de verdad. Así,
se decolora y alisa el cabello, se echa talco en el cuerpo, se viste según la moda norteamericana y
aprender a hablar inglés; y cuando finalmente logra que lo llamen Boby, se las ingenia para
emigrar al país de los sueños. No obstante, su estadía en la gran manzana es, por decir lo menos,
un fracaso. En su afán por no ser expatriado, el ahora Boby López se enrola para luchar en la
guerra de Corea, donde eventualmente muere vistiendo el uniforme americano. Tras concluir esta
parte de la historia, un breve colofón nos cuenta el final de Queca. Tras haber contraído
matrimonio con un estadounidense que conoció en Lima, y haber emigrado también al país de
los sueños, Queca es finalmente víctima del maltrato de su esposo, quien ebrio le da de
social (Ortega 139), como un relato en donde el contraste entre las razas blanca y negra produce
un drama de efectos tragicómicos (Luchting, Estudiando a Julio Ramón Ribeyro 328), y como un
texto cuyo título no debe entenderse en su acepción marxista o clínica sino en el contexto de la
izquierda latinoamericana de los años 70, siendo entonces su antítesis la idealizada “identidad”
(Elmore, El perfil de la palabra 216). Sin embargo, discutir el tema de la identidad en este
cuento podría generar nuevamente efectos tragicómicos, sobre todo si se considera que una
Vela 118
reciente publicación del Ministerio de Educación del Perú, además de haber eliminado todas las
malas palabras presentes en la versión original del texto, lo titula bajo el nombre de “Identidad”
(101). Demás está decir que tal incidente será tema de una investigación aparte.
marginado, aspira a desempeñar algún tipo de agencia. Roberto/Boby López es, en efecto, un
individuo que no se resigna al lugar que como zambo le corresponde en el espacio urbano, y que
por ende, elabora un minucioso plan de acción para cambiar su naturaleza. No obstante, este
cambio se produce, como indica Julio Ortega, muchas veces sólo en un nivel imaginario (144),
ya que el protagonista nunca logra en realidad transformarse en el gringo que siempre quiso ser
ni muchos menos modificar el lugar que la ciudad le ha otorgado. Su raza logra imponerse sobre
sus deseos de movilidad social y condenarlo a ser, para siempre, un sujeto de ínfima categoría.
Miraflores, esta vez en los hermosos jardines de la plaza Bolognesi54, en donde un grupo de
blanquiñosos juega ante la mirada de un zambo que los observa siempre desde lejos. A lo largo
de la narración, sabremos que estos niños son de apellido aristócrata o extranjero (Sander, Wolff,
particulares. Roberto, desde la banca, parece ser pues consciente de su ajenidad frente a dicho
protagonista parece saber el lugar que le corresponde como un zambo que vive en el último
callejón del barrio y además es hijo de la lavandera. Pese a ello, el aún entonces Roberto guarda
54
Se puede observar una imagen de la Plaza Bolognesi en la figura 23.
Vela 119
la secreta ilusión de captar la atención de Queca, quien como ya sabemos termina por hacer
El personaje de esta niña merece especial atención ya que si bien no forma parte de la
clase alta peruana (es hija de un “empleadito” que viaja en transporte público, vive en una casa
cabellos y ojos claros es suficiente para que en Lima ocupe una posición privilegiada. Tales
características físicas bastan para que sea aceptada, deseada, envidiada y feliz. En tales
circunstancias, el encuentro entre esta niña y el zambo enamorado de ella no podía resultar
menos que traumático. El narrador describe la asqueada reacción de Queca así como su cruel
veredicto:
[Ella] pareció cambiar de lente, observar algo que nunca había mirado, un ser
palabras de la niña llega a lastimar. La respuesta de Queca muestra cómo al interior de la ciudad
las fronteras sociales emergen en base al aspecto racial de sus habitantes y cómo la raza, negra en
este caso, anula toda posibilidad de interacción igualitaria. Este incidente refleja además el
estado a la defensiva que caracterizaría a los habitantes de la ciudad desde muy jóvenes puesto
que el hecho de que la ofensa se produzca de manera casi automática podría interpretarse como
la necesidad de insultar antes de ser insultado. Se observa pues que Queca sabe, tal vez
aún en un contexto en donde el insulto racial tiene efectos demoledores55. Al dominar el “arte”
del insulto racial, Queca demuestra haber ya interiorizado los postulados del discurso racista
limeño.
De igual modo, consciente de sus ojos verdes y de su cabello claro, tiene que aspirar a un
jamás habrá de fijarse pues en un zambo. Como es de esperarse, lo más “lógico” es que intente
ascender en la pirámide social gracias a la movilidad que sus rasgos físicos le permiten. Así, no
sólo se interesa inicialmente en el más blanco de los blanquiñosos de la plaza Bolognesi, sino
que no duda en reemplazarlo apenas Billy Mulligan se cruza en su camino. Si bien su futuro
esposo no se asemeja en lo absoluto a un adonis (la historia describe a Billy como un gringo
desabrido), le basta con ser gringo para que en Lima sea un soltero codiciado. Y la gran
privilegiada será Queca, quien al ser desposada en Lima por un miembro de la raza superior, se
Pero así como el futuro de Queca parece estar asegurado, el destino de Roberto se ve
reducido a unas cuantas opciones. Como se indica al principio de la historia, las únicas
alternativas que como zambo le deparaba la vida eran ser arquero del Alianza Lima, portero de
banco o chofer de colectivo (452). Ésas y punto. El negro vinculado única y exclusivamente a
oficios menores. Pero como mencionamos anteriormente, Roberto se rebela. Así, de forma
Miraflores. Lo contradictorio de su obsesión por volverse gringo radica en el hecho de que parte
55
Resulta inevitable conectar este episodio ribeyrano a los testimonios de la esposa de Manuel
González Prada, Adriana Verneuil, respecto a cómo se defendía de las burlas de sus compañeras
en el colegio: “[…] (…) yo aprendí a contestarles a medida que me adiestraba en el castellano,
llamándolas chunchas, cholas, zambas (…) según el encrespado del pelo, que pronto supe
distinguir. Esta clasificación mía, por supuesto, muy antojadiza, tenía el don de herirlas en el
punto más sensible de su vanidad (…) […]” (Bruce 41).
Vela 121
de sus estrategias terminan reforzando la imagen de servidumbre en la que han sido encasillados
sus pares. En efecto, el mayor anhelo de Roberto es servir a la raza superior trabajando como
mayor escala ni mucho menos a remediar la situación de inferioridad que caracteriza a sus
semejantes. Como indica el relato, a Roberto sólo le preocupa deszambarse, deslopizarse y matar
al peruano que había en él (452), y para llevar a cabo esta empresa, este personaje propicia su
metamorfosis con materiales caseros, echándose talco a la piel y agua oxigenada al cabello.
Por otro lado, consciente de que el cambio de apariencia no es suficiente para ser un
no se le hace particularmente difícil puesto que para su fortuna, Roberto reside en un momento
referente de moda y progreso. Son pues muchos los lugares americanos que el protagonista tiene
a la mano. En este contexto, concibe una trayectoria que lo lleva a deambular por las
Sin embargo, debe resaltarse que todos estos son escenarios a los cuales Roberto tiene
acceso sólo de manera fugaz. De hecho, el rol que lo define es siempre el de un observador
pasivo, el de espectador excluido. Por ende, del mismo modo en que en la plaza Bolognesi el
protagonista nunca participó de juegos de blanquiñosos, tampoco podrá participar del estilo de
vida americano que tanto admira. En Lima, si bien un zambo puede rondar y acercarse a espacios
elitistas, nunca podrá apropiarse de ellos. La burla además no tarda en llegar en la medida en que
56
Una imagen de los campos de golf de San Isidro se aprecia en la figura 16.
Vela 122
la ciudad no tolera la presencia de un zambo teñido, ni mucho menos que éste se encuentre
firme deseo de abandonar el espacio físico que tanto lo condena por ser zambo, renunciar
mejor distrito, dejar el callejón para siempre. Y si bien no logra vivir en una zona acomodada
sino en el venido a menos centro de la ciudad, junto a su amigo José María Cabanillas (un zambo
de Surquillo, también con aspiraciones a gringo) hacen planes para abandonar el entorno que
tanto los hace infelices. Entonces, ahorran con diligencia y llegan a poner pie en Nueva York.
La vida del ahora Boby López se ve marcada entonces por el siguiente recorrido: del
mundo. A simple vista, dicho trayecto sería un índice de progreso. Después de todo ¿quién se iba
a imaginar que el hijo de la lavandera terminaría caminando por las calles de la gran manzana?
No obstante, la mejora nunca llega. Ya en Nueva York, descubre que ésta puede ser tan o más
cruel que la ciudad natal y así como el otrora Roberto contemplara desde una banca el juego de
donde eventualmente muere. Así como metiera los pies en una acequia para recuperar la pelota
atravesar grandes distancias y recorrer espacios ajenos, al fin y al cabo termina ocupando la
posición subordinada que como zambo le corresponde en el espacio. Efectivamente, por más que
perseguirá para siempre, como si lo cargara en la espalda, donde quiera que esté y adonde quiera
que vaya. Lima, Nueva York o Corea será de lo de menos, puesto que Boby es un zambo y lo
será eternamente.
resuelto su vida al casarse con Billy Mulligan y emigrar al país de la libertad, se convierte en
víctima de los maltratos de un marido alcoholizado, quien termina “[...] por darle de puñetazos a
su mujer, a la linda e inolvidable Queca, en las madrugadas de los domingos, mientras sonreía
“Alienación” concluye con esta frase, tan humillante y desgarradora como aquel “Yo no
juego con zambos” de principios del cuento. La muerte física de Roberto empata entonces con la
muerte simbólica de Queca. Ella ofende primero al zambo en lo que más le duele y termina
siendo agredida por su esposo de la misma manera. La que alguna vez fuera el amor platónico de
probablemente no se identificó ni siquiera en su peor pesadilla. Una sentencia que además resulta
imposible de ser apelada en tanto es emitida por la voz del propio Mulligan, exponente máximo
de la “raza superior”.
Al darles visibilidad a los negros como personajes igualmente marginados, “De color
modesto” y “Alienación” dan cuenta de la invisibilidad que rodea a la población negra en Lima,
una vez que la explosión migratoria ha acontecido. En estas circunstancias, si bien a simple vista
cholos que colman con su presencia los espacios urbanos, los cuentos de Ribeyro revelan que el
racismo seguirá también dirigiéndose hacia los negros cuando sea necesario.
Vela 124
Pero además de ello, esta invisibilidad de la raza negra sugiere otro hecho de por sí
revelador. El que esta urbe explote de migrantes provincianos y no de sujetos de raza negra, es
un indicador de que la presencia de este último grupo habría sido ya controlada por el espacio
dominante. En otras palabras, mucho antes de ocurrir la explosión migratoria, la capital peruana
habría ya garantizado la parcial desaparición de la raza negra al interior de sus límites. En este
sentido, a la clase dominante no sólo le basta relegar a los negros a un pasado que se limita a
situarla en un plano simbólico en donde dice recuperar las contribuciones que como grupo
tenerlos cerca, y eso es algo que para mediados de siglo XX ya logró llevar a cabo exitosamente.
¿Dónde están pues los negros un siglo después de abolida la esclavitud? ¿Dónde están
cuando Lima se cholea? Los negros, cuando se produce en Lima la explosión migratoria, ya han
sido asesinados como multitud; a diferencia de los recién llegados, ya han sido exterminados a
nivel masivo. Ése es el motivo por el cual no colman tantos espacios. Ésa es la razón por la que
original de la urbe.
figura de folkloristas como Nicomedes Santa Cruz o a los bailes negros como el festejo, landó,
alcatraz y negroide (imágenes que pese a intentar revalorarlos, siguen reafirmando el estereotipo
de su esencial carácter alegre), los pocos negros que circulan por la ciudad de Lima siguen
señalan los cuentos de Ribeyro, desde donde se les sigue asesinando metafóricamente, para
Vela 125
evitar que se rebelen a su estatus, para impedir que se atrevan a abandonar el lugar que les
En este escenario ¿De qué fuerza contestataria en el acto de caminar podríamos hablar
Los negros en “De color modesto” y “Alienación” no son pues aquellos personajes de
supuesta naturaleza eufórica que al ritmo del cajón animan la jarana, nunca los vemos reír ni
mucho menos soltar una carcajada, son seres que jamás muestran su amplia sonrisa y nunca
exhiben sus dientes blancos. Su desdicha radica precisamente en el hecho de haberse atrevido a
confrontar las leyes del espacio de la urbe, porque cuando los negros osan transitar libremente
por aquellas zonas que en Lima le son prohibidas, se les detiene como si se tratase de
delincuentes, se les pone un alto apenas pisan un territorio vedado, se les paraliza y se les
Nuevamente, nos encontramos ante dos trayectorias fallidas. Al presentarnos a los negros
como caminantes frustrados, los cuentos de Ribeyro ponen de manifiesto que en la Lima de
mediados de siglo XX, ser negro resulta igual de terrible que ser cholo. Si bien a los negros ya no
se les puede aplicar el látigo como el pasado, aún se les puede impedir el acceso a ciertos
escenarios, inmovilizar sus recorridos en el espacio urbano, asesinándolos por medio del insulto,
CAPÍTULO CUATRO
Cuando se produce la explosión migratoria a mediados del siglo XX, cuando Lima se
llena de aquellos indios, a quienes intenta contener como ya lo había hecho con la población
negra, los “chinos” (término que en el habla coloquial limeña define a los descendientes de las
Ambas comunidades contaban ya con una aceptación que bien podría calificarse de insólita,
considerando que dicho beneplácito provenía de una sociedad tan conservadora como la limeña.
En efecto, uno de los aspectos más destacables de los grupos orientales en la capital peruana fue
la sorprendente ascensión social que llevaron a cabo así como el libre desplazamiento con el que
devenir de las comunidades indígenas y negras peruanas en tanto fueron los únicos que
eventualmente se libraron del asesinato literal y metafórico de base racista. Así, después de haber
mejor de los casos, de empleados de bajo rango, después de haber sido vilipendiados
abiertamente por los sectores dirigentes e intelectuales como una raza inferior, e inclusive
mitad del siglo XX, los orientales lograron, en un periodo de tiempo relativamente corto, borrar
el estigma que los caracterizó en un pasado no muy lejano. El “chino” logró pues convertirse en
un personaje familiar y entrañable, cuya simpatía parece emerger del contorno mismo de sus ojos,
Vela 127
ya que el apelativo con el que se le nombra en Lima no produce ningún tipo de herida en
términos raciales.
Cabe entonces preguntarse ¿Cómo pudieron hacerlo? ¿Cómo lograron constituir el único
grupo no blanco que emerge como excepción a la regla en el discurso racista que impera en la
sociedad limeña? y sobre todo ¿Por qué si los orientales pudieron finalmente ser aceptados en la
ciudad de Lima no ocurrió lo mismo en el caso de los indios y negros? A simple vista, esta
serie de imágenes positivas generadas en torno a la figura del oriental, como la honradez y la
laboriosidad.
caer en la trampa de aquel discurso racista que desearía también hacernos creer que si los indios
y negros no han logrado hasta el día de hoy librarse del estigma que los define como raza inferior,
es porque algo habría de haber de cierto en aquella inferioridad sugerida. Por ende, y aclarando
que no es propósito de este capítulo poner en duda ninguna de las cualidades recién mencionadas
sobre los grupos orientales, debemos también recordar que todo orden social es una jerarquía
instaurada por el grupo en el poder. En este sentido, si el racismo no caló, o mejor dicho, si se
detuvo en su agresión hacia los orientales fue debido a que el sector dirigente lo dispuso de ese
modo.
57
En la presentación al libro El otro lado azul (1999) de Wilma Derpich, en homenaje a los 150
años de la inmigración china al Perú, la entonces presidenta del Congreso de la República,
Martha Hildrebrant, destaca el hecho de que los chinos pasaron de semi-esclavos a empresarios,
gracias a la laboriosa atmósfera familiar “de raíz confuciana y taoísta”, así como su espíritu
emprendedor. Esta misma tendencia a destacar las virtudes de los orientales como raza aparece
en los libros publicados, también en 1999, en conmemoración al centenario de la inmigración
japonesa. A este punto volveremos más adelante.
Vela 128
discriminación racial en Lima es debido a que contaron, como grupo, con la aprobación y el
apoyo de la clase dominante y no sólo en un nivel simbólico sino también real. De hecho,
además de amasar fortunas, sus comunidades contaron pues con una tangible representación a
nivel político y social vinculada a la propia clase dirigente, una particularidad que fue y sigue
siendo ajena a indios y negros. De este modo, si los orientales fueron los únicos que lograron
caminar libremente al interior del espacio dominante fue porque la clase que configuró dicho
En este escenario, los cuentos “En alta mar” y “El tramo final” de Siu Kam Wen son
dignos de análisis puesto que dan cuenta del cambio de estatus que benefició a los chinos a nivel
social y espacial en el contexto limeño, una situación que bien puede ser extrapolada al caso de
sus pares japoneses. Como veremos en su momento, los relatos ponen de manifiesto los dos
que realizaban los chinos en calidad de mercancía hacia las costas del Callao; y la última etapa,
escala social y los chinos pueden darse el lujo de mudarse a uno de los mejores barrios de Lima y
disfrutar de una acomodada vida capitalina. A partir de tales extremos, es nuestra tarea rellenar
los espacios en blanco y dar cuenta de cómo dicho cambio de estatus fue posible.
En una sociedad en la cual los orientales no presentan mayor dificultad en ser aceptados,
en una ciudad en la cual el racismo no interrumpe sus recorridos en el espacio urbano, hablar de
los mismos como raza inferior resulta casi imposible de imaginar. Al respecto, si bien el pasado
y negros, el lado oscuro de la inmigración asiática se percibe, por decirlo de algún modo,
extremadamente lejano. La imagen del oriental como siervo, su ubicación junto a indios y negros
como parte de las llamadas razas inferiores de la nación peruana resulta hoy para el imaginario
limeño una idea inverosímil, absurda. En estas circunstancias, y siendo conscientes de los sesgos
u omisiones que pueda presentar la historia como discurso, es inevitable hacer referencia a ella
La presencia de los chinos en el Perú se remonta a mediados del siglo XIX, cuando
comenzaron a ser traídos como semi-esclavos para suplir la escasez de mano de obra que
aquejaba a las haciendas de la clase terrateniente58. De este modo, a partir de 1849, año en que
promulgó la “ley china”, hasta que fuera abolida en 1874 por una serie de irregularidades,
llegaron a las costas peruanas entre 90,000 y 100,000 chinos culíes59. La gran mayoría de ellos
(el 90%) fueron destinados a las haciendas, aunque también se emplearon en la extracción de
Una serie de circunstancias aciagas se asoman detrás de la trata de chinos en el Perú del
siglo XIX. Se trató pues de un tráfico teñido de corrupción, violencia y muerte. Muchos de los
58
Rodríguez Pastor señala que después de instalada la República, la agricultura costeña empezó
a atravesar un periodo de decadencia debido a la escasez de mano de obra. Uno de los factores
que incidió en esta crisis fue la disminución del número de esclavos negros que trabajaban en las
haciendas, pero no por la abolición de la esclavitud (la cual recién iría a ocurrir cinco años
después de la llegada de los primeros chinos), sino por las continuas fugas de los esclavos y
porque los ejércitos español y libertador los habían necesitado como huestes de sus tropas (Hijos
del celeste imperio 26).
59
La definición de “culí” la encontramos en otro libro de Rodríguez Pastor, en donde cita a la
Enciclopedia Británica. Este término viene del vocablo koli o kuli, original de un grupo de la
India, generalmente aplicado a trabajadores inexpertos, opuestos en este sentido a los artesanos.
Esta palabra ha sido empleada para designar a nativos de India o China que dejaron sus países
bajo contrato para trabajar como jornaleros fuera de sus patrias (Herederos del dragón 21).
Vela 130
llamados culíes no viajaban al Perú por voluntad propia sino porque eran forzados a subir a los
barcos que se dirigían al Callao, luego de haber sido captados a través de engaños o incluso
raptados en sus pueblos por los agentes contratados para su transporte (31). El inicio de esta
travesía “en alta mar”, como se titula uno de los cuentos de Siu Kam Wen, constituía pues el
inicio del drama que había de esperarles a los chinos en el futuro próximo.
Watt Stewart ofrece al respecto un recuento del fatigoso trayecto que se iniciaba en el
puerto de Macao, pequeña colonia portuguesa ubicada cerca de la región de Cantón, y duraba en
promedio ciento veinte días hasta arribar finalmente al puerto del Callao, viaje a lo largo del cual
los culíes padecían el mismo suplicio al que siglos atrás habían sido sometidos los esclavos
negros:
Those who know something the horrors of the “middle passage” from Africa to
America in the heyday of the trade in Negroes will recall the packed holds were
many suffocated; the chains with which they were loaded, the whips with which
they were lashed; the instances when, to avoid capture, and perhaps hanging, the
captain of the vessel ordered all of the “passengers” thrown overboard in their
chains, to be sunk without trace. It will be well to bear these matters in mind when
Es destacable que luego de dar cuenta de la amarga similitud entre las circunstancias que
determinaron el tráfico de chinos y negros al territorio peruano, Stewart no sólo haga referencia a
la tantas veces mencionada crisis internacional que generara la embarcación peruana María Luz60
60
El caso del María Luz es ampliamente citado dado que puso en evidencia las condiciones
infrahumanas en las que los culíes eran transportados y porque mal que bien constituyó el primer
contacto que se produjo entre Perú y Japón. En 1872, este navío se vio obligado a anclar en el
puerto japonés de Yokohama debido a malas condiciones climáticas. Durante la noche, uno de
los culíes escapó a nado y se dirigió a las autoridades japonesas para denunciar los maltratos que
Vela 131
en aguas japonesas, sino que también preste especial atención al episodio ocurrido en torno al
navío Luisa Canevaro. No es pues el infortunio del María Luz el que nos interesa en este
capítulo sino la desventura en torno a la otra nave a la que Stewart hace referencia, en tanto es
ésta precisamente la embarcación en donde transcurre una de las dos historias que se narran de
El texto de Siu Kam Wen da cuenta pues de dos tramas: las vicisitudes de la embarcación
llamada Luisa Canevaro en donde los culíes se ven seriamente afectados por el clima, los
maltratos y el hacinamiento, y las de un junco sin nombre en donde pasajeros refugiados yacen
también enfermos y son posteriormente asaltados por piratas. Lo relevante de esta historia de Siu
Kam Wen es el nivel de precisión, detalle y documentación con la que es narrada, al punto de
que el párrafo con que se inicia puede ser incluso confundido con fragmentos del propio de texto
de Stewart:
dirigía al otro lado del océano, a nueve mil millas de distancia de Macao, de
donde había partido. La travesía había durado ya más de dos meses y medio.
Canevaro se caracterizó por la alta tasa de mortalidad que se produjo entre los culíes a lo largo de
la travesía. Irían a producirse doce muertes más de las mencionadas en el relato, puesto que las
cifras oficiales registran en total 192 muertos. Al respecto, cabe indicar que si bien las fuentes
oficiales aseguraron que la elevada mortandad fue consecuencia de las continuas tempestades y
también al hacinamiento, la falta de ventilación y comida, así como a las deplorables condiciones
“En alta mar” en tanto el punto de vista del narrador se sitúa desde la perspectiva de los sujetos
En las tres ringleras de plataformas dispuestas dentro de las bodegas los culíes se
hacinaban como puercos, el aire era irrespirable por el hedor que esa multitud
barco azotado por el mal tiempo y la enfermedad tal como lo hubiera percibido y posiblemente
contado uno de los tantos pasajeros que en él se veía encerrado. Efectivamente, a medida que
avanza el cuento, el tono del mismo se vuelve más personal en tanto se focaliza en el sufrimiento
de uno de los culíes en específico, quien enfermo se retuerce y delira en su tarima, viéndose a sí
mismo muerto y a su cadáver siendo velado en la pequeña aldea de campesinos de donde había
partido (88).
Pero la trama además pone de manifiesto la burla y el desprecio que recae sobre estos
personajes, cuya apariencia física resulta ser lo suficientemente extraña como para incomodar al
resto de forma permanente. El narrador de “En alta mar” logra pues condensar en sólo una línea
Vela 133
la aversión que suscitaban ciertos rasgos y costumbres de los culíes en la mirada del otro. Al dar
cuenta del primer brote de rebelión que se produjo a bordo, la historia menciona que la reacción
del capitán fue arrojar a uno de los culíes al agua “[…] para demostrar a aquellos hombres de tez
Son pues las ridículas coletas 61 la imagen que más llama la atención de esta frase,
aquellas “luengas trenzas” que volveremos a citar más adelante, puesto que deja entrever que los
chinos, además de ser considerados una raza inferior, eran percibidos como seres afeminados. La
narración opone de ese modo esta imagen femenina de los culíes, posiblemente agravada por su
delgada contextura, a la rudeza y robustez como parte de los estereotipos presentes en la imagen
vez consciente del tipo de intereses que se encontraban detrás de aquel tránsito ultramarino y por
El Luisa Canevaro se dirigía a todo vapor hacia su puerto de destino, donde los
dueños de las grandes haciendas, los administradores de las islas guaneras y los
nuevas manos de obra. El hombre que deliraba esperaba poder morir a tiempo,
Una nueva oposición se produce entonces entre los grupos en el poder, quienes
sumamente ansiosos aguardaban la llegada de los codiciados “brazos”, y el chino culí que
historia es que el narrador no llega a revelar cuál de los dos personajes es el que muere: el culí
61
La figura 24 muestra una fotografía de un chino recién llegado que lleva la coleta tradicional.
Vela 134
del Luisa Canevaro o el refugiado del junco. La voz narrativa se limita pues a informar que
ambas embarcaciones llegaron finalmente a puerto, que sólo uno de los hombres sobrevivió y
que deja a criterio del lector decidir cuál de los dos fue el “feliz sobreviviente” (91). ¿Feliz
sobreviviente? Sobreviviente quizás, pero feliz imposible. Como veremos en breve, el trabajo
cuento “En alta mar” emerge como una suerte de antesala, como un espacio suspendido en el
tiempo, como un periodo entre paréntesis en donde se sitúa el grupo de orientales que va camino
En efecto, una vez estando ya en tierra, así como sucediera tres siglos atrás durante el
tráfico de esclavos negros, los chinos eran pues sometidos a una minuciosa inspección antes de
procederse a su venta, en donde eran evaluados según su porte y corpulencia, como objetos al fin
y al cabo. Stewart señala al respecto un artículo del diario South Pacific Times de mayo de 1873:
It seems to be the correct thing to squeeze the coolie’s biceps, give him a pinch or
two in the region of the ribs, and then twist him around like a top so as to get a
the Chinaman’s face whilst undergoing this process – that is to say as far as his
Mongolian features are capable of expressing such emotion. But it is not always
so, for there are some smart perky coolies who are only anxious to show off their
points – especially if some companion has just been selected and told to stand on
Vela 135
one side […] John is sometimes very decided, and often gains his point by dint of
Las alusiones iniciales al carácter afable de estos recién llegados son pues nuevamente
muy similares a las que en su momento se hicieran de los negros. Así como se cuenta que el
primer negro rompió a reír ante el asombro de los indígenas por su oscuro color de piel, este
pasaje destaca la supuesta gracia, soltura y temperamento ameno que mostraba el chino culí
mientras era examinado. Sin embargo, esta amable descripción revela a su vez la
condescendencia con que los chinos eran tratados, como si fuesen una suerte de criaturas
inferiores de grandiosa elocuencia. Por otro lado, mientras algunos chinos eran llevados por sus
dueños directamente a sus lugares de trabajo, otros eran comprados para ser revendidos y por
La presencia de estos orientales en las inmediaciones del puerto del Callao modificó
pues la configuración racial del espacio urbano. Debe señalarse que estos chinos que eran
trasladados a la intemperie a sus centros de trabajo, lejos de despertar temor o rechazo entre los
residentes limeños, suscitaban más bien curiosidad y daban pie a una serie de bromas. Como
Era curioso ver desfilar por las calles de Lima esas hileras de hombres extraños,
de piel amarilla, de ropa suelta, y en quienes lo más saltante era la luenga trenza
realzado como el coturno antiguo, por una doble y triple suela de espeso fieltro.
Los mataperros los seguían gritándoles: ¡chino Macao! apodo tomado de uno de
El tono caricaturesco con el que se hace referencia a sus rasgos físicos y peculiar
vestimenta permite deducir que el chino fue percibido como si fuese una suerte de marioneta,
una especie de títere divertido hacia el cual todo tipo de mofa podía dirigirse abiertamente. Pero
más allá de la burla inicial, ha de recordarse que apenas ponían un pie en tierra los chinos eran
ferrocarriles bajo el mando de Henry Meiggs (Stewart 94), las peores condiciones de trabajo se
presentaron en las islas guaneras. Stewart las describe como infernales (94) y al respecto, hace
una referencia a Alexander James Duffield, autor de Peru in the Guano Age:
No hell has ever been conceived by the Hebrew, the Irish, the Italian, or even the
Scotch mind for appeasing the anger and satisfying the vengeance of their awful
gods, that can be equalled in the fierceness of its heat, the horror of its stink, and
En las haciendas, por su parte, los chinos fueron también sujetos a una serie de abusos y
castigos como el encadenamiento, los azotes, el cepo, el encierro diario en los galpones e incluso
las ejecuciones (Rodríguez Pastor, Hijos del celeste imperio 40, 61)62. En este punto, la similitud
con los maltratos infringidos hacia los esclavos negros es una vez más evidente. Sin embargo, la
gran diferencia entre los esclavos negros de la Colonia y los chinos culíes del periodo
republicano radica en que mientras los primeros nunca recibieron salario alguno y fueron
62
Pueden observarse la imagen de un chino encadenado en la figura 25.
Vela 137
propiedad de sus amos por sus vidas enteras, los últimos sí recibían un estipendio y además
Así, cuando terminaron sus contratos, algunos ex-culíes decidieron permanecer en las
haciendas63, mientras otros se dirigieron a los centros urbanos. Si bien, como señala Rodríguez
Pastor, no hay muchas indicaciones precisas sobre los chinos que trabajaron como servidumbre
en las ciudades, al parecer tales casos no fueron pocos (Herederos del dragón 96)64. Son las
observaciones de Juan de Arona, el mismo que hiciera referencia la “luenga trenza” de los chinos
recién desembarcados, una de las fuentes más citadas respecto a la servidumbre china en la
capital del Perú de fines del siglo XIX: “Este ramo [el servicio doméstico] ha sido
completamente monopolizado por ellos, sobre todo en Lima, y es tan general, que por mi chino,
Como se observa, una de las imágenes que la figura del chino evocaba en la Lima del
siglo XIX era la de súbdito. En este sentido, éste no lograba aún librarse de aquel estigma que lo
definía como sirviente y de este modo, seguía compartiendo al lado de indios y negros el estatus
de servidumbre. De igual manera, Rodríguez Pastor da a conocer las otras ocupaciones también
desprestigiadas a las cuales los chinos se dedicaron en Lima: fueron barrenderos; maniceros,
chinos que con su costalillo al hombro vendían maní tostado o confitado; e incluso, cacaneros,
63
Muchos ex–culíes permanecieron en las haciendas en calidad de enganchados o yanaconas. El
“enganche” es una forma recontrato que consiste en que el hacendado brinda al “enganchado”
una suma de dinero como adelanto de su futuro trabajo. Entonces, el “enganchado” no puede
abandonar la hacienda hasta haber saldado dicho adelanto con su trabajo. A los chinos les
convenía este sistema porque dicha cantidad inicial les permitía, al salir definitivamente de la
hacienda, abrir un pequeño negocio (Rodríguez Pastor 50-52). Los “yanaconas”, por su parte,
fueron aquellos ex-culíes que se convirtieron en arrendatarios de las tierras de cultivo (120).
64
Al respecto, Chikako Yamawaki sostiene que para finales del siglo XIX, mientras las familias
más acaudaladas tenían a su servicio cocineros franceses, los estratos medios contaban con
cocineros chinos (80).
Vela 138
chinos que recogían excrementos humanos en los barrios que no contaban con sistema de
alcantarillado, para luego venderlos a los dueños de terrenos agrícolas que los usaban como
se aplicaría a la totalidad de los miembros de la colonia china, puesto que no todos los chinos
formaron necesariamente parte del servicio doméstico de las ciudades ni todos fueron
barrenderos, maniceros ni mucho menos cacaneros. Como veremos en seguida, fue otro grupo de
chinos los que se encargaron de que su comunidad lograra despojarse de aquella mancha que la
Parte del propósito de este capítulo no pudo quedar mejor resumido en la frase de Wilma
Derpich, quien luego de resaltar la movilidad social del grupo en cuestión, declara: “Al menos,
quedaba claro que los chinos eran buenos caminantes y mejores comerciantes” (21). En efecto,
los chinos llegaron a constituir aquella fuerza transgresora que De Certeau identificara en la
ciudad, convirtiéndose en aquellos caminantes que se enfrentaron con éxito al espacio opresor
creado por la clase dominante. En consecuencia, los chinos fueron los únicos que pudieron
librarse del asesinato presente en el odio racial. Cabe entonces preguntarse ¿Cómo se erigieron
como buenos caminantes? o en otras palabras, ¿Qué se necesita para ser un buen caminante? A
continuación, descubriremos que para ser un buen caminante en Lima se necesita, como sugiere
la frase señalada, ser un buen comerciante. Los chinos contaron con este atributo y otros más.
En efecto, desde mediados del siglo XIX muchos de los chinos ex-culíes habían
Capón, en donde tras la instalación de muchos de sus negocios y viviendas, crearon un Barrio
Vela 139
Chino que existe hasta el día de hoy. Si bien se percibía una especie de animadversión por parte
de la prensa hacia dicha zona de la ciudad, la cual se dirigía principalmente hacia el callejón
Otaiza por razones de higiene y consumo de opio, debe notarse que la representación de los
chinos seguía estando definida por una mezcla de curiosidad e indulgencia. Lo anterior se deduce
de un artículo que encontrara Rodríguez Pastor en uno de los diarios de la década de 1880:
que se desplazaban. En el citado callejón eran frecuentes los desórdenes del juego
de envite, por lo que el comisario del cuartel 2do. tenía que intervenir
[…] cochambre y mugre, pero, sobre todo, opio tras los biombos, opio a
Como se observa, décadas después del inicial arribo de los culíes al puerto del Callao, el
imaginario limeño aún mantenía una aproximación similar a la de Arona respecto a estos
personajes. En este sentido, aunque algunos chinos en Lima podían ser considerados agentes de
suciedad y vicio, estos seguían siendo retratados de forma un tanto amena, como personajes
caminar por el espacio urbano podrían haber emergido ante los limeños de manera
extremadamente simpática.
El opio, por su parte, constituía un tema ambivalente. El mismo autor indica que si bien
su consumo era discutido en distintos tonos por los diarios limeños, en el siglo XIX su
importación era legal e incluso publicitada en esos mismos diarios (Herederos del dragón 152).
Vela 140
La prohibición del opio se daría recién a comienzos del siglo XX, momento que además
peruana (Hijos del celeste imperio 214-15) 65 . Al respecto, podemos deducir que como toda
sustancia prohibida, el opio habría de haber generado más que oprobio, atracción. De esta
manera, habría sido percibido más como una especie de excentricidad por parte de los grupos
china en la capital.
Retornemos ahora al tema de los comerciantes. Debe subrayarse que además de aquellos
ex–culíes que se instalaban en los alrededores del Mercado Central, empezaron a llegar durante
la segunda mitad del siglo XIX empresarios adinerados chinos, quienes venían motivados por la
intensificación que experimentaba el comercio entre Perú y China, y una vez en territorio
compañías de seguros y empresas navieras (Herederos del dragón 60) 66 . Debe también
considerarse que esta nueva presencia china en el Perú se vio acompañada de reiteradas visitas
por parte de diplomáticos del Celeste Imperio, quienes eran recibidos con toda la pompa del caso
por las autoridades peruanas, al mismo tiempo que se encargaban de realizar donaciones a sus
65
Rodríguez Pastor menciona el vals Sueños de opio del músico criollo Felipe Pinglo Alva y la
novela Duque (1934) de José Diez Canseco (Hijos del celeste imperio 215). El autor olvida a
Cesar Vallejo, quien en “Cera” narra también la experiencia en estos fumaderos.
66
Estos nuevos inmigrantes llegaron incluso a formar una compañía marítima que viajaba a su
país (Rodríguez Pastor, Herederos del dragón 60). El listado de nombres y fotografías de estos
exitosos empresarios aparece en el álbum que la colonia China publicara en 1924. Una
recopilación de estas imágenes se puede encontrar en el libro de Wilma Derpich.
67
La figura 27 muestra imágenes de una de las posteriores visitas oficiales de diplomáticos
chinos al Perú: el ministro plenipotenciario de la China, Wu Ting Fan, junto a Leguía.
Vela 141
En este escenario favorable para la entonces única presencia oriental en el Perú, se inicia
intereses del poderoso sector agro-exportador, quienes bajo el liderazgo de Augusto B. Leguía68,
hicieron esta empresa posible (Gardiner 23). Además de ser una inmigración regulada que no
presentó las características aciagas del tráfico de culíes69, los japoneses contaron con la ventaja
de llegar con contratos de trabajo de corta duración; estos eran solamente de dos años y en
muchos casos fueron reducidos a seis meses. Al igual que lo hicieran sus pares chinos, una vez
que culminaban sus contratos, muchos japoneses se dirigían a las ciudades para dedicarse a los
comunidades asiáticas seguía siendo la colonia china (de una población limeña de cerca de
173,000 habitantes, 7,000 eran chinos y sólo 1,000 japoneses), para 1920 esta situación se vería
invertida: la comunidad china había disminuido en cerca de la mitad, mientras que la japonesa se
había cuadriplicado, ascendiendo a 3,818 habitantes en Lima y 4,622 si se contaba Lima y Callao
(36). Esta población seguiría creciendo puesto que si bien en 1923 la inmigración japonesa llega
a su fin (la importación de mano de obra ya no era necesaria, puesto que para ese entonces el
68
En aquel entonces, Augusto B. Leguía era gerente general de la British Sugar Company y un
personaje muy influyente en los círculos financieros y políticos peruanos. Fue él quien se puso
en contacto con Teikichi Tanaka, oficial de la Compañía de Inmigración Japonesa Morioka y a
quien había conocido en Estados Unidos, para facilitar la llegada de japoneses destinados a
trabajar en los cultivos de azúcar y algodón de las haciendas de la costa (Gardiner 23, Fukumoto
118).
69
Los japoneses llegaron al Perú por voluntad propia, animados por el gobierno de su país que
promovía la inmigración para controlar la sobrepoblación en el Japón (Morimoto 51).
Vela 142
inmigración “por llamado”, en el cual llegan japoneses para ayudar en los negocios a sus
en el esparcimiento de sus negocios. Así, para 1910, sólo una década después de que arribara al
aumento, llegando a monopolizar algunos rubros como el de las peluquerías (Gardiner 62)70. De
otro lado, a finales de dicha década, así como ocurriera en el caso de la colonia china,
primeras décadas del siglo XX no despertaba el menor agrado en sus competidores limeños. Tal
creer. ¿Cómo obtenía esta comunidad extranjera el capital para iniciar sus empresas? ¿Cómo
alcanzaban y mantenían el éxito económico? ¿Acaso por algún atributo oriental en especial?
Evidentemente no, porque considerar tal capacidad lucrativa como consecuencia de su raza sería
caer en uno de los estereotipos, positivos en este caso pero generalizaciones al fin y al cabo, que
Como señalamos al inicio del capítulo, sin ánimos de poner en duda la habilidad de los
orientales para los negocios, debemos tener presente que el éxito económico que caracterizó a
facilitaban entre sí. Rodríguez Pastor hace una breve mención a las formas de ayuda que se
70
En la figura 28 puede apreciarse una imagen de japoneses dueños de bodegas.
Vela 143
propiciaban los chinos (Hijos del celeste imperio 227), las cuales se aprecian también en algunos
Los japoneses, por su parte, pusieron en práctica un sistema de ayuda de origen nipón: el
pandero o tanomoshi. Éste era una costumbre japonesa que consistía en el aporte de una cantidad
fija de dinero cada cierto tiempo por parte de los miembros de un grupo, la que luego por sorteo
o solicitud era entregada en su totalidad a uno de ellos. El grupo se seguía entonces reuniendo y
aportando la cantidad respectiva, pero el miembro que se había beneficiado con el total debía
agregar un interés en sus cuotas siguientes. Eventualmente, todos y cada uno de los miembros se
veían beneficiados, obteniendo un monto mayor el que fuera premiado al final pues los intereses
de los ganadores previos se iban acumulando (Morimoto 89)72. Por medio del tanomoshi los
descuentos y liquidaciones nunca antes vistos en los negocios de la capital y por ende,
Dadas las circunstancias, si bien estas estrategias comerciales causaban un fuerte recelo
en los negociantes limeños, las mismas habrían de haber generado un gran entusiasmo entre los
consumidores, puesto que eran ellos quienes veían favorecidos sus bolsillos. ¿Cómo no iban a ser
aceptados pues los orientales en Lima si sus locales ofrecían productos a precios muy cómodos?
71
Por ejemplo en “La conversión de Uei-Kong”, el narrador indica: “Entre los chinos – excepto,
por supuesto, a aquellos que viven de una u otra forma de la usura – es práctica común dar dinero
en préstamo sin exigir a cambio garantías, ni hacerse firmar letras u otros engorrosos
documentos de respaldo. El prestador obra en estos casos únicamente en base a la confianza
[…]” (79).
72
Debe mencionarse que tanto el “pandero” como la “timba” (juego de azar chino) son en la
actualidad pasatiempos con los que se entretienen las clases altas capitalinas.
73
La figura 29 nos muestra una imagen de los negocios de dueños japoneses, ofreciendo
descuentos y liquidaciones.
Vela 144
Asimismo, esta vasta presencia asiática en el sector comercial peruano fue uno de los factores
que contribuyó a que estos pudieran librarse de aquel estigma que en el pasado los definía como
raza inferior. En efecto, estas tiendas que empezaban a multiplicarse rápidamente por todo Lima
fueron muestra de cómo el oriental no sólo logró liberarse de las duras imposiciones del trabajo
físico que se vio obligado a realizar en un principio, sino además de aquel estigma que los
relegaba a los lugares más bajos de escala social. Así, la imagen del oriental como comerciante
reemplazó pues a la de aquel exótico personaje de larga trenza, que tras ser inspeccionado y
de ferrocarriles y en la extracción de guano. La imagen del oriental como raza súbdita terminó
Debemos además tener en cuenta que si un grupo logra ascender en la pirámide social, o
porque precisamente a ese alguien le conviene dicho surgimiento. En este caso, a alguien muy
importante le convenía que los orientales, japoneses sobre todo, siguieran participando en las
actividades comerciales y que tal injerencia no se redujera al ámbito minorista sino que incluso
se ampliara al sector exterior. Ese alguien era Augusto B. Leguía, quien ya como mandatario del
Se dieron pues las condiciones propicias para que a lo largo de la década de 1920 lo
oriental adquiriera un prestigio nunca antes visto en Lima y para que la ciudad empezara a contar
con la presencia de personajes públicos, poderosos y sofisticados de origen nipón. Basta recordar
piedra al monumento a Manco Cápac, para constatar que las autoridades japonesas eran honradas
Vela 145
en eventos públicos junto al mandatario. Como se observa, los orientales pudieron desplazarse
libremente por la urbe, dado que su dinero contribuía a la configuración de la ciudad ideal.
entorno limeño, en tanto llegó a convertirse en una suerte de ícono. Thorndike hace referencia a
la figura de Miyoko, esposa del embajador japonés, de quien incluso se rumoreaba que ejercía
una fuerte atracción en el propio mandatario (42). Más allá de que este hecho no parecía
preocuparle a nadie (se pensaba que aquello no podía ser más que una simple admiración por
parte del sexagenario Leguía), debe enfatizarse que Miyoko resultaba atractiva para la ciudad de
Lima en general. Era pues una dama encantadora y moderna que se desplazaba por los círculos
diplomáticos con desenvoltura y fue además la primera mujer que manejó en público en la
ciudad. La notoria influencia que Miyoko ejerciera llegó al punto de verse reflejada en la moda,
puesto que las limeñas de los años 20 empezaron a vestirse con kimonos y a llevar abanicos de
En base a lo señalado, podemos observar que si bien el dinero obtenido a través de sus
negocios fue, a todas luces, un factor determinante en la aceptación y respeto que eventualmente
irían a obtener los orientales por parte de la sociedad limeña, el poder adquisitivo no fue el único
elemento que participó en la formación de su prestigio. Los orientales como grupo contaron
además con la fortuna de recibir el apoyo y reconocimiento de parte de una clase dirigente que,
ingreso a las altas esferas y espacios exclusivos sociedad capitalina. Como mencionamos en
párrafos anteriores, si un grupo llega a ascender en la escala social es porque ese ascenso le
74
Las figuras 30 y 31 presentan imágenes de Leguía acompañado de autoridades niponas y de
Miyoko, así como de damas limeñas vestidas con kimonos.
Vela 146
¿Qué pasa entonces cuando ese alguien pierde repentinamente el poder? No es novedad
establecer que cuando todo poderoso cae, sus partidarios y protegidos caen con él. Tal fue el
escenario que de pronto tuvieron que enfrentar los japoneses con el fin de la Patria Nueva. Como
veremos a continuación, a partir de la caída de Leguía en 1930 los japoneses tuvieron que decirle
adiós temporalmente a la influencia y poderío que habían logrado forjar hasta el momento.
La llegada de los años 30 significó para los japoneses el fin del prestigio y del poder que
habían formado en su corta estadía en el Perú. Las circunstancias favorables hacia esta
comunidad cambiarían drásticamente, puesto que al dejar de contar de un momento a otro con el
Los japoneses no sólo se vieron afectados por los decretos que promulgara el general
Luis Sánchez Cerro (1931-1933), sucesor y enemigo radical del Oncenio, para restringir la
inmigración y actividades de los extranjeros, sino que incluso se les culpó de la masiva
desocupación que fuera a generarse a partir de la crisis internacional de 1929 (Morimoto 98). Su
situación empeoraría en 1936, cuando la Sociedad Nacional de Industrias, presagiando que los
productos japoneses irían a afectar seriamente a sus negocios, demandó al gobierno del general
Óscar Benavides (1933-1939) una serie de medidas proteccionistas, las cuales terminaron
Debe recalcarse que el clima adverso hacia la comunidad nipona se vio también
acentuado por el conflicto internacional que iría a desestabilizar al mundo a finales de la década
75
El decreto de 1936 limitaba a 16,000 el número de ciudadanos extranjeros. Ante este hecho, la
embajada japonesa buscó que la comunidad pareciera numéricamente menor de lo que en
realidad era. Señaló que sólo eran 13,031 cuando un año antes se había anunciado que eran más
de 21,000 (Lausent-Herrera 36).
Vela 147
del 30: la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, y dado que al Partido Aprista le convenía
generar movilizaciones a lo largo de la ciudad, llevó a cabo una campaña sucia en contra de la
comunidad nipona. Así, en mayo de 1940 empezó a propagarse en Lima el rumor de que los
comerciantes japoneses eran en realidad militares encubiertos que escondían arsenales en sus
trastiendas con la intención de tomarse el país. Debido a ello, se desató en las calles una ola de
violencia que culminó en los saqueos masivos a los negocios de propietarios japoneses, en donde
Pero lo peor estaba aún por venir. Cuando Japón atacó Pearl Harbor en diciembre de
1941, el gobierno peruano de Manuel Prado Ugarteche (1939-1945) se declaró a favor de los
Estados Unidos77.
en el Perú consideran a estos hechos como ejemplos de un abierto racismo hacia la colonia
nipona ¿nos encontramos realmente frente a acciones impulsadas por un discurso racista? A
simple vista, podría parecer que la restricción del número de inmigrantes decretada en 1936 fue,
efectivamente, una medida de este tipo. Sin embargo, si prestamos atención a los verdaderos de
distinto.
76
Se pueden observar los daños ocasionados a los locales japoneses tras el saqueo de mayo de
1940 en la figura 32.
77
En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, se clausuraron las 32 escuelas japonesas que
hasta ese momento existían (Gardiner 89); y de 1942 a 1945 fueron deportados más de 1,500
miembros de la comunidad nipona (Fukumoto 249).
Vela 148
la potencial amenaza que en términos monetarios constituían los japoneses para ciertos grupos de
poder económico. En otras palabras, los decretos promulgados para restringir su presencia se
orientaron obviamente a neutralizarlos y desaparecerlos mas no como raza, sino como fuertes
comerciantes minoristas peruanos habían mostrado mucho antes antipatía hacia sus rivales
orientales, fue recién cuando la prosperidad de estos últimos empezó a alarmar al poderoso
Es relevante además que esta suerte de rechazo institucionalizado hacia los japoneses no
tuviera precedentes en el caso de los indios y negros. De hecho, el desprecio hacia estos
personajes, si bien extendido a lo largo de toda la urbe, nunca había sido (ni lo ha sido hasta el
momento) respaldado por ninguna ley o política abiertamente discriminatoria; y mucho menos en
el caso del indio, figura tantas veces reivindicada en teoría durante las primeras décadas del siglo
XX. ¿Por qué se habrían “librado” indios y negros de este tipo de acciones? Sencillamente
porque estos grupos, a diferencia de los orientales, no detentaban ningún tipo de poder
Los hechos ocurridos en torno a la Segunda Guerra Mundial tampoco deben ser
subalterno, sino como medidas represivas en torno a un enemigo en guerra. A los japoneses no se
les estaba atacando por su apariencia oriental, tampoco se les estaba recordando
permanentemente su naturaleza inferior, ni muchos menos se les gritaba “¡japonés!” por las
El Perú decidió cerrarle sus puertas debido a que Estados Unidos declaraba a su nación
de origen como uno de sus principales adversarios en el mundo. En este sentido, si el Japón no se
hubiera aliado a Alemania e Italia en el mayor conflicto bélico del siglo XX, la comunidad
nipona en el Perú no se habría visto afectada con el cierre de sus instituciones, ni mucho menos
hubiera tenido que enfrentar la inminente deportación. Como es de suponerse, los japoneses
De otro lado, debemos aclarar que la colonia china nunca se vio afectada por el rechazo
que sufrieron sus pares orientales, y que junto a ellos, fueron consolidando la imagen favorable
forma permanente. Así, cuando se produjeron las migraciones masivas hacia la ciudad de Lima
en la década de 1950 y el racismo empezó a dirigirse hacia esos cholos que deslucían las calles
definitiva del estigma racial que alguna vez recayó sobre ellos.
Construir o reconstruir una imagen positiva no fue una tarea de mucha dificultad para las
colonias orientales, debido a que tuvieron a su disposición una serie de instituciones avocadas a
dicho propósito, las cuales eran además organismos que en Lima ofrecían el amparo inicial y la
orientación necesaria por parte de sus connacionales con más experiencia. Por ejemplo, la
Beneficencia China, que existía desde 1883, surgió debido a que los chinos adinerados deseaban
ayudar a aquellos ex-culíes que se hallaban en condiciones precarias (Rodríguez Pastor, Hijos del
celeste imperio 143-44). Asimismo, los japoneses contaron desde 1917 con la Sociedad Central
Vela 150
Japonesa (Fukumoto 208), y con una serie de asociaciones gremiales que reiniciaron sus
china la que en 1885 organizó fiestas exclusivas para cambiar la percepción negativa de sus
restaurantes, puesto que en ese entonces corría el rumor en Lima de que los chinos comían gatos,
perros, ratas e insectos (Yamawaki 80-81). De igual modo, cuando empezó a manifestarse el
sentimiento anti-japonés en los años 30, fue su cancillería la que se encargó de auspiciar
difundir su cultura y fomentar las relaciones amistosas entre ambas naciones (Fukumoto 241).
Es posible que estas iniciativas hubieran ido paulatinamente sentando las bases para la
consolidación de una idea favorable de los orientales en el imaginario limeño, pero en definitiva,
uno de los ámbitos en donde fueron ganado terreno, sobre todo los chinos, tanto a nivel real
como simbólico en el espacio de la urbe, fue en la proliferación de sus negocios. Como señala
Yamawaki, es a partir de los años 30 que empieza a filtrarse la expresión “el chino de la esquina”
cada arista de la ciudad (92)79. Las tiendas de abarrotes no serían los únicos locales chinos que
78
Gardiner señala que en 1938 llegaron a existir 13 tipos de asociaciones japonesas, las que de
acuerdo al rubro de negocio incluían peluqueros, comerciantes, dueños de bazares, cafés y
restaurantes, panaderos, choferes y ambulantes, entre otros (64).
79
Hasta la década de 1920, cuando se hablaba en Lima de bodegas, pulperías y chinganas se
pensaba automáticamente en inmigrantes italianos. La frase posteriormente destinada a los
orientales proviene de ellos, dado que hasta aquel entonces se solía decir en Lima, “el italiano de
la esquina” (Yamawaki 82).
Vela 151
Otro de los casos concretos que en la segunda mitad del siglo XX permitió el
fortalecimiento de la imagen positiva de los orientales, esta vez de la comunidad nipona, fue el
impresionante y por lo tanto, la clase dirigente peruana consideró más que oportuno fomentar la
inversión de industriales japoneses, así como impulsar el ingreso del capital y know how japonés
Una vez más, a alguien le convenía que el Perú volviese a abrir sus puertas a los hijos del
sol naciente y una vez más, ese alguien era el grupo en el poder. En este contexto, así como a lo
largo del Oncenio era frecuente ver a distintas figuras japonesas departiendo con las élites
limeñas, durante los años 60 las calles de la ciudad de Lima volvieron a contar con la presencia
haberse organizado a nivel institucional, de haber obtenido la guía y el apoyo de parte de sus
política, los orientales tuvieron (y tienen) como referente a naciones en el extranjero, cuyo
80
El término “chifa” tiene probablemente su origen en la expresión cantonesa chi fan que
significa “vamos a comer” (82).
81
Durante los años 60, la JETRO, Japan External Trade Organization, empezó a participar en las
ferias en Lima exhibiendo productos de diversa índole, incluyendo poderosas maquinarias
(Lausent-Herrera 53). Tales años fueron también testigos de la activa participación de las
compañías japonesas Nissan y Toyota en el ensamblaje de autos (Fukumoto 294).
82
La figura 33 muestra una fotografía en donde aparecen los príncipes herederos del Japón junto
al entonces presidente Fernando Belaúnde Terry (1963-1968).
Vela 152
Fueron pues estos factores en conjunto los que hicieron posible que la comunidad oriental
En este sentido, aquel periodista referido por Rodríguez Pastor que a finales del siglo XIX se
lamentaba de la presencia china en el país, se habría llevado una gran sorpresa de haber
presenciado en el futuro:
Ya podemos resignarnos los peruanos a tener que hablar el chino dentro del
tiempo que hemos fijado más arriba [veinticinco o treinta años], a que el
que va preparando y que consumará esa raza, sea un chino así como los ministros
y altos funcionarios […] Así, ya podemos hacer el corazón, como suele decirse, a
ver casadas nuestras hijas con chinos, a tener nietos de una fealdad y de un
Aunque en el Perú nunca se llegó a hablar en chino, muchos de los miedos del autor
sus cálculos de tiempo, los descendientes de los orientales llegaron eventualmente a ocupar
cargos públicos, e incluso un peruano-japonés, en cuya campaña política se haría llamar “el
chino”, llegó a ocupar la presidencia del país casi un siglo después. De igual modo, chinos y
japoneses terminaron casándose con peruanos, siendo tales uniones hasta el día de hoy mucho
83
En 1899, Clemente Palma sostenía: “La raza china, cuya acción es pequeñísima en la
sociabilidad de nuestras razas, también está llamada a desaparecer por inadaptación o por
expulsión gubernativa, cuando haya el convencimiento de los perniciosos efectos que esta raza
degenerada, viciosa y sucia puedan ocasionar en la vida de nuestro pueblo” (36).
Vela 153
mejores vistas que contraer nupcias con negros o cholos. Veamos ahora cómo un cuento de Siu
Kam Wen pone de manifiesto este ascenso social, a través de la apropiación de distintos espacios
El “chino” más allá de las esquinas: el libre desplazamiento de los orientales en la urbe
A comienzos de este capítulo, nos avocamos al relato “En alta mar” de Siu Kam Wen con
la finalidad de examinar uno de los primeros escenarios en donde se ubicaron aquellos chinos
que llegaron a las costas peruanas como súbitos, pasando automáticamente a componer el
conjunto de razas inferiores del Perú del siglo XIX. Luego, ingresamos tanto en los pormenores
de la historia de su inmigración como en la de sus pares japoneses, para así observar cómo con el
paso del tiempo los orientales lograron librarse del asesinato literal y metafórico del discurso
histórica recién expuesta actúa como el referente preciso para situar el escenario de otro de los
cuentos de Siu Kam Wen. En otras palabras, el relato “El tramo final” no hubiera sido posible si
no fuera por el cambio de estatus de los orientales que se aprecia en el contexto histórico
señalado. De este modo, del sufrimiento de los culíes narrado “En alta mar” no queda nada. “El
tramo final” nos sitúa pues más de cien años después de que los barcos repletos de chinos
anclaran por primera vez en el litoral peruano, una vez que la comunidad china lograra amasar
respetables sumas de dinero, luego de que sus miembros se mezclaran con miembros de la
sociedad capitalina, y después de que lograran tomar posesión no sólo de las esquinas sino
Este cuento de Siu Kam Wen narra la historia de lou 84 Chen, dueño de una flota de
microbuses y usurero, que tras haber amasado sus primeros quince millones, hace construir una
mansión en el barrio de Monterrico y se muda a ella con su esposa peruana, sus dos hijos y su
madre anciana, Ah-po85. Esta última destaca en la trama en tanto es el único personaje que se
resiste al cambio. La abuela no encaja en aquel estilo de vida occidental al que rápidamente se
adaptan su hijo y sus nietos, y añora a tal punto la vida entre miembros de la comunidad china
que decide regresar a la vieja casona situada en El Rímac, para hacerle compañía a su otro hijo,
el hijo que no pudo prosperar económicamente. Allí, sin los lujos que podría permitirse en la
mansión de Monterrico, Ah-po disfruta de una vejez tranquila. Sus días transcurren
pausadamente, mientras departe con otros chinos ancianos un pasado en común localizado en los
campos y arrozales de China. Una tarde, sin embargo, cuando emprende una caminata para hacer
Para propósitos de nuestro tema, más allá de los últimos momentos de existencia, de
aquel “tramo final” de vida de la madre de lou Chen y de las implicaciones que puedan estar
cambio, entre otros), concluiremos este capítulo concentrándonos en la ubicación de los chinos
en la escala social y en el espacio urbano, en la otra especie de “tramo final” que emerge de la
narrativa: la última etapa de los chinos en la sociedad limeña, fase en la cual ellos no sólo se
instalan en exclusivos vecindarios sino que, a paso firme, se dirigen a la cúpula de jerarquía
social.
84
“El viejo Chen”; la palabra Lou significa “viejo” y se usa en términos afectivos.
85
Ah-po significa “abuela”.
Vela 155
Kam Wen no se manifiesta en un insustancial cambio de estatus. Por el contrario, sus vidas se
ven transformadas de modo radical, en tanto logran abandonar los distritos populares en donde
aún vivían algunos miembros de su colonia, y emergen como fundadores de uno de los nacientes
barrios residenciales del este de la ciudad. Como se aprecia, la mudanza no fue pensada teniendo
como mira cualquier barrio limeño, sino que se orientó desde un principio hacia el mejor distrito
tradicionalmente respetados vecindarios de Miraflores o San Isidro, sino que apuntaron incluso
ciudad a otro y lo hicieron sin que nadie se los impidiese. Se desplazaron a lo largo del espacio
urbano, cruzando los diversos tipos de fronteras físicas, sociales y raciales que podrían haber
surgido en su camino. Pero para ese entonces, los chinos no tenían por qué preocuparse por este
tipo de disyuntivas, ya que como vimos anteriormente, la aceptación social que empezaban a
recibir como grupo (aceptación basada en un estereotipo que los definía como seres respetables)
los hacía inmunes ante cualquier tipo de discriminación. Nos encontramos pues en un momento
en el cual el hecho de que un chino se mudara a Monterrico no presentaba para los futuros
En este proceso de migración al interior de la urbe, los quince millones acumulados por
lou Chen tuvieron un rol preponderante, en tanto fueron los que determinaron la opulencia con
que fue diseñada la nueva vivienda: “La nueva casa ocupaba un área total de setecientos metros
cuadrados y comprendía dos plantas, un amplio jardín delantero y otro trasero, donde estaba
ubicada la piscina” (27). ¡Quién se hubiera imaginado que la alguna vez despreciada “raza
Vela 156
amarilla” iba a darse el lujo de tener una piscina en su propia casa! Pero ahora, en este nuevo
contexto, un hecho como el señalado no sorprende ni ofende, puesto que el imaginario limeño ha
Fueron esos quince millones los que además permitieron que la familia china pudiera
disfrutar de un acomodado estilo de vida. Así, mientras el protagonista de una de las obras
analizadas en el segundo capítulo pensaba que la casa o el vecindario podía darle un poco de
“tono”, los personajes del cuento de Siu Kam Wen son los que se preocupan por estar “a tono”
con la casa:
Para hacer honor a la reluciente mansión, Mercedes, la mujer de lou Chen, una
vestidos antes de la gran mudanza, y todos los fines de semana se dirigía al centro
vestir, no tardó mucho en verse paseando por los alrededores con una enamorada
nueva, una morocha bastante rellenita, hija de un abogado que vivía a pocos
En este punto, es preciso señalar que, además de mostrar cómo los personajes se
esfuerzan por proyectar una imagen de sí mismos acorde a su suntuosa residencia, este
fragmento pone de manifiesto la perspectiva desde la cual la comunidad china se aproxima a uno
de los personajes con el que convive en la ciudad: el mestizo. De hecho, las dos mujeres que el
narrador menciona son las parejas mestizas de dos chinos, las que si bien son aceptadas por los
círculos orientales, son descritas con cierto nivel de desdén. Por ejemplo, además de informar
Vela 157
acerca del quisquilloso temperamento de la mujer de lou Chen, dicha representación la muestra
como una señora que no resulta legítima sino más bien fabricada, casi una nueva rica, aunque a
pesar del olor a laca que emana de su cabello, no llega a caer totalmente en el mal gusto. De
igual modo, la novia del hijo mayor es descrita de manera displicente, es pues una “morocha
bastante rellenita”, y aunque es hija de abogado y vive también en un chalet de Monterrico, éste
no se compara a la lujosa residencia de lou Chen. En ambos casos, destaca además el hecho de
que se ponga énfasis, a través de un tono un tanto desdeñable, en la corpulencia de las mujeres,
Pareciera pues que en esta escena el narrador se ubica desde la mirada de Ah-po, un
personaje que de modo sutil y un tanto resignado expresa sus quejas y se lamenta de la
occidentalización de sus descendientes. Como señala Maan Lin, estas historias se sitúan muchas
veces desde la nostalgia por las raíces que la comunidad china ha ido perdiendo (7). No obstante,
debe recalcarse que esta añoranza encubre a su vez un tinte discriminatorio hacia el otro, hacia el
no chino, como lo demuestran ciertos prejuicios que exhibe el personaje de Ah-po, cuando se
queja, por ejemplo, de que sus nietos no hablen cantonés o del hakká, puesto que eran hijos de
Es interesante además que sea precisamente Ah-po el único miembro de la familia que
desentona con el nuevo entorno puesto que, como indica la historia, seguía llevando el cabello a
la manera de las mujeres de origen hakká (recogidos en un moño) y aún vestía pantalones de
estilo chino, que siempre parecían más cortos de lo que debieran ser (28). Del mismo modo, cabe
recalcar que dicha apariencia “Tenía el deplorable efecto de recordar a lou Chen, y proclamar a
86
La palabra china kuei significa “demonio”, y es una expresión despectiva con la que los chinos
se refieren a los extranjeros, particularmente a los occidentales (14).
Vela 158
todo el mundo, su origen advenedizo” (29), un pasado que a esta familia recién instalada en
Como es de esperarse, el estigma que tanto trabajo les había costado borrar a los chinos
tiene que mantenerse en el olvido. Así, con la finalidad de vivir de acuerdo al nuevo estatus
adquirido, el mismo lou Chen no tarda en teñirse las canas y renovar su guardarropa con trajes
más a la moda. Al respecto, “Algún efecto psicológico debieron de obrar una mansión elegante,
una piscina lujosa y la certeza de ser el centro de la envidia de sus vecinos, sobre el ánimo del
crítica o burla por parte de la sociedad limeña; el uso de tenidas elegantes por parte de los chinos
no es considerado ridículo. Asimismo, el hecho de que lou Chen decida cubrirse las canas refleja
el “comprensible” anhelo de cualquier adulto limeño que intente verse un poco más joven; el
deseo de juventud es también en Lima respetable. No se trata pues en lo absoluto del tipo de
transformación que intentara llevar a cabo el recordado y rechazado Boby López, puesto que los
chinos no cometen aquellos errores que los delatarían como personajes falsos.
Los quehaceres de la casa eran llevados a cabo por dos domésticas: Arminda, una
jardinero eventual venía todos los sábados para cortar el césped, arreglar los
(27)
Vela 159
Aquellos que alguna vez fueran sirvientes cuentan ahora con su propia servidumbre, y
claro, como es de esperarse, ésta en Lima tiene que ser chola. En este sentido, así como a
principios del siglo XX, las clases medias tenían a su disposición cocineros chinos, para la
segunda mitad de la centuria los papeles se invierten y son los mismos chinos los que gozan de
ese tipo de privilegios. Ha de subrayarse además que no es gratuito que la descripción de las
empleadas domésticas encaje dentro de los estereotipos negativos que pululan en Lima en torno a
este tipo de personajes. Una de las sirvientas tiene que ser chola, vieja y además gorda, mientras
que la otra, además de ser su pariente, tiene que ser cortejada por el jardinero de la casa,
representándose así el tipo de relaciones que han de producirse “naturalmente” entre seres
inferiores.
“El tramo final” de Siu Kam Wen da cuenta pues del éxito y la libertad que gozaron los
negros. Dada esta situación, lou Chen logra obtener el dinero y la casa propia que los
protagonistas de “Lima, hora cero” y En octubre alguna vez soñaron, al mismo tiempo que logra
desplazarse libremente por aquellos exclusivos espacios que a los personajes de “De color
El chino constituye la excepción a la regla. Se libra del asesinato metafórico y literal del
racismo, y se erige como feliz caminante a lo largo de toda la urbe. Apoyado por un clima social
o dueño de chifa, sino que tras adquirir autoridad y ejercer el poder, se instala como vecino de
los propios miembros de la clase dominante. Y ésta se lo permite porque, al fin y al cabo,
muchas de las actividades comerciales de los chinos generan rentabilidad en sus negocios. En
superación y ejemplo a seguir, ocultando que es el propio sector el que permite su ingreso en
CONCLUSIÓN
Lima ha sido concebida y proyectada hacia el futuro no sólo como ciudad virreinal y
aristocrática, ni sólo como urbe hermosa, moderna y avanzada. A lo largo de su existencia, Lima
ha sido pensada, sobre todo, como una capital de raza blanca. Detrás de este profundo deseo, se
espacio necesario para que dicho anhelo pueda materializarse. En este sentido, el traslado de
modelos extranjeros al diseño de la urbe no sólo habría implicado la búsqueda del desarrollo,
palabras, al replicar las avenidas y vecindarios del primer mundo, el espacio creado por la clase
dominante no sólo habría pensado en reproducir el progreso de dichas naciones, sino también,
por añadidura, en transcribir las características raciales de sus habitantes. Es por este motivo que
para el imaginario limeño los residentes de ciudades hermosas, modernas y avanzadas habrían de
ser sólo de raza blanca; los cholos y negros no encajan pues en esta imagen idealizada de la urbe.
Bajo estas circunstancias, si bien sabemos que siempre hubo indios y negros al interior de
sus límites, Lima siempre quiso esconderlos, garantizar su presencia sólo como sirvientes y
evitar a toda costa que transitasen libremente por el espacio de la urbe. Es por ello que al
que el racismo vuelve a ser empleado y se consolida en defensa del orden urbano. Si bien el
discurso racista aparece en Lima desde que ésta existe como tal, es a partir de la década de 1950
terminología encargada de recordarles a los cholos que son cholos y a los negros que son negros.
Este discurso racista se manifiesta a su vez en el surgimiento de nuevos escenarios que funcionan
Vela 162
de acuerdo a esta lógica excluyente, en la demarcación de zonas de uso exclusivo de los grupos
privilegiados, así como en la institución de áreas a las cuales las llamadas razas inferiores no
tienen acceso.
El espacio totalitario en Lima vuelve entonces a ser configurado por una clase que al ser
consciente de que enunciar públicamente la eliminación física de ciertas razas no habría sido una
acción oportuna en aquellos años (aunque tales deseos sí siguieran expresándose en las
conversaciones del día a día de los limeños), construye un espacio que al menos permite en su
interior la muerte simbólica de ciertos sujetos. En consecuencia, cada vez que las llamadas razas
inferiores intenten ingresar a las esferas impenetrables de poder y distinción, los voceros de los
grupos superiores e incluso los propios signos del espacio se reservarán automáticamente el
Dada esta situación, el libre desplazamiento por la ciudad que De Certeau identificara
como movimiento de resistencia presentará de por sí ciertos límites y no será tan libre
interrumpida, este personaje será detenido a causa de su aspecto racial. Los textos de Congrains,
Reynoso y Ribeyro han dado cuenta pues del odio con que se paraliza el transitar de ciertos seres
¡indio!, ¡negro! o ¡zambo! que en el contexto limeño tienen los mismos efectos de un arma
mortal.
Sin embargo, esta ciudad concebida intrínsecamente blanca, construida para que por sus
calles y avenidas se desplacen sólo sujetos de dicha raza, permite el ingreso de otro tipo de
personajes: los orientales. De hecho, estos son los únicos sujetos que sin ser rubios ni de ojos
Vela 163
claros logran librarse del racismo que reina en la capital peruana. Las historias de Siu Kam Wen
pusieron pues de manifiesto cómo los chinos cuentan con el beneplácito de la clase dominante
para transitar libremente por distintas áreas de la ciudad y para incluso apropiarse de las zonas
Como ha podido apreciarse, si bien este último grupo comparte un similar pasado de
opresión con las otras dos razas que la ciudad no se cansa de mirar en menos, el estigma ha sido
borrado “mágicamente” del imaginario limeño. Debemos recordar pues que los chinos, al igual
que los negros, fueron obligados a atravesar océanos para llegar al litoral peruano, fueron
públicamente y anunciados en periódicos con el mismo propósito, así como fueron forzados a
Asimismo, los chinos, al igual que los indios, fueron sirvientes de muchas familias limeñas y
fueron los primeros en ser reclutados bajo aquella modalidad de contrato conocida como
aquel lugar que les correspondía en el orden social y urbano, mientras los indios y negros
siguieron siendo tratados como seres indignos en la ciudad capital. Debido a ello, mientras
términos como “la cholada” y “la indiada” siguen siendo utilizados con desprecio en el discurso
nombrar a esta raza, desapareció por completo de su vocabulario. En este sentido, así como en el
del sujeto, en la ofensa “chino de mierda” el ultraje tampoco se sitúa en la condición racial del
afectado.
Vela 164
En este punto, debe recalcarse que si, a diferencia de los indios y negros, los orientales
lograron ser aceptados fue porque además de contribuir con su dinero al deseo de edificar una
urbe moderna y avanzada, estas comunidades contaron con organismos a nivel local y con sus
respectivas naciones en el mundo como entidades que ayudaron a la construcción de una imagen
favorable de los mismos. De igual modo, fueron sus propias instituciones las que les concedieron
otro privilegio: escribir su propia historia. Muchos textos sobre la inmigración china y japonesa
son de autores peruanos pertenecientes a dichas comunidades, y muchos de estos libros fueron
publicados en 1999, como homenaje a los 100 años de inmigración japonesa y los 150 años de
inmigración china en el Perú. Sin embargo, debe mencionarse que dicha fecha no sólo fue el
contra. Por ende, resulta demasiado sospechoso que libros como el de Mary Fukumoto y Amelia
Morimoto, tras presentar la historia indicada, incluyan de forma sutil, al final de los mismos,
¿Deberían concentrarse en crear por sí mismos una imagen positiva de su presencia en la urbe?
¿Deberían esforzarse por publicar libros elegantemente empastados que recopilen sus aportes a la
87
Incluso, se encontró mas no se utilizó el libro El futuro era el Perú. Cien años o más de
inmigración japonesa de Alejandro Sakuda, al constituir una abierta y casi obscena apología al
mandatario, en donde lo que se supone empieza como una recopilación de la historia de la
inmigración japonesa de pronto se ve convertida en su biografía, en una alabanza que se extiende
páginas de páginas, y se encuentra plagada de numerosas fotografías en donde se resaltan las
obras de Fujimori. Lo más sospechoso no es si quiera que el libro empiece con un discurso dado
por Fujimori ni que la última foto sea la de éste junto al autor del libro, sino que la entidad que
publicara el libro, Esicos, no es una editorial propiamente tal sino una consultora en
comunicación estratégica que desarrolla servicios de relaciones públicas y comunicación
corporativa. Se trata pues de propaganda política hecha libro.
Vela 165
construcción de una ciudad ideal e incluyan fotografías de tales hechos a modo de “testimonio”?
Antes que nada, tendrían que asegurarse de que la clase dominante les concediera el permiso de
Es interesante que a partir de un análisis del espacio urbano en textos literarios que sitúan
a Lima a mediados de siglo XX, terminemos haciendo referencia a las imágenes que aparecen en
las publicaciones del discurso oficial de la historia. Como puede apreciarse en el apéndice,
mientras existe un registro fotográfico de personajes orientales que los muestra como sujetos
deseada, los indios y negros, así como no han sido autores de su propia historia, carecen de este
Así, mientras los indios y negros sí pueden ser reivindicados a un nivel abstracto (en el
énfasis a la grandeza del imperio del Tawantinsuyo, o en la abierta condena al sistema esclavista
de la época colonial), en el plano concreto de la urbe siguen siendo representados como sujetos
deplorables, como serios obstáculos para la materialización de la ciudad deseada. Si bien puede
Lo anterior ocurre debido a que la clase dominante se resiste a que las supuestas razas
inferiores sean representadas de ese modo por el discurso oficial, en tanto ello implicaría la
concesión de cierto prestigio y por ende, la posibilidad de que éstas se apropiasen de nuevos
espacios. Los sectores en el poder se niegan pues a reconocer el real ascenso social que podrían
presentar (y de hecho, han logrado presentar en las últimas décadas) los grupos menospreciados
y al hacerlo, los están ignorando y al ignorarlos, los siguen asesinando metafóricamente. Por eso,
Vela 166
cuando se enfrentan a una situación en donde uno de estos seres inferiores “por naturaleza” ha
logrado cambiar de estatus, apelan nuevamente a su raza con la finalidad de ponerlo en su sitio.
De ahí, el surgimiento de la desdeñosa expresión “cholo con plata” (frase empleada no sólo por
los miembros de las clases altas, sino por todo sujeto que no se considere a sí mismo un cholo),
creada con la finalidad de subestimar a todo aquel que pese a sus rasgos indígenas, haya logrado
“surgir” en la sociedad. Recordarle a alguien que es un “cholo con plata” intenta pues hacerle el
mismo daño que decirle “¡cholo!” a secas, en tanto es una manera de subrayar que a pesar de su
dinero, seguirá siendo cholo y por ello, seguirá siendo un ser subordinado. Una variante del
mismo deseo homicida se observa en la máxima “cholo igualado”. Al igual que la primera, si
bien se trata de una expresión que no aparece con tanta frecuencia para designar a la raza negra,
plano simbólico, exterminarlos lentamente, matarlos poco a poco. Éste es el verdadero objetivo
de la clase dominante, y dado que no le conviene aceptarlo de forma pública, se las ingenia para
Apéndice
“Fig. 1: “The growth of Lima.” Lloyd, Peter. The ‘Young Towns’ of Lima: Aspects of
Urbanizations in Peru. Página 31”
Vela 168
“Fig. 2: Cole, J.P. “The development of Greater Lima.” Bourricaud, François. Power and Society
in Contemporary Peru. Página 88”
Vela 169
Fig. 3: “Plano de Lima a comienzos del gobierno del Virrey primer Marqués de Cañete. 1556.
Reconstrucción del autor. Dibujo de D. Alberto Villar Movellán”. Bernales, Jorge. Lima, la
ciudad y sus monumentos. N. pag.”
Vela 170
“Fig. 4: “Mujeres de la ‘República Aristocrática.’” Fukumoto, Mary. Hacia un nuevo sol. Página
107”
“Fig. 5: “Hombres y mujeres en balcón limeño.” Fukumoto, Mary. Hacia un nuevo sol. Página
107”
Vela 171
“Fig. 6: Ruíz Durand, Jesús. “Piensan que su mundo no se acabará.” Salazar Bondy, Sebastián.
Lima la horrible. N. pag.”
“Fig. 7: Ruíz Durand, Jesús. “Melancolías propias: Garúa, balcones vacíos, cielo de gas.” Salazar
Bondy, Sebastián. Lima la horrible. N. pag.”
Vela 172
“Fig.8: Matos Mar, José. Estudio de las barriadas limeñas, 1955. N. pag.”
“Fig.9: Matos Mar, José. Estudio de las barriadas limeñas, 1955. N. pag.”
Vela 173
Fig.10: Matos Mar, José. “Barriadas de la gran Lima.” Estudio de las barriadas limeñas, 1955. N.
pag.”
Vela 174
“Fig.11: “Un aspecto de la inauguración del monumento a Manco Cápac, entonces colocado en
plena Alameda Grau.” Thorndike, Guillermo. Los imperios del sol. Página 48”
“Fig. 13: “Remodelación de la Avenida Brasil.” Salazar Larraín, Arturo. Lima, teoría y práctica
de la ciudad. N. pag.”
“Fig. 14: Avilés Hermanos. “Avenida Francisco Javier Mariátegui, entre la Magdalena Vieja y la
Avenida Leguía.” Lima 1919-1930. N. pag.”
Vela 176
“Fig. 16: Benavides, Miguel. “Golf Club.” Velarde, Héctor. Lima. N. pag.”
Vela 177
“Fig.17: Atanasio Fuentes, Manuel. “El Arco, una forma de castigo utilizada contra los negros
carretoneros.” Aguirre, Carlos. Breve historia de la esclavitud en el Perú. Página 33”
“Fig.18: Atanasio Fuentes, Manuel. “Forma de castigo conocida como enmeladura, que consistía
en atar al esclavo y embadurnarlo con una miel que atraía las moscas.” Aguirre, Carlos. Breve
historia de la esclavitud en el Perú. Página 37”
Vela 178
“Fig. 19: “Aguatero.” Aguirre, Carlos. Breve historia de la esclavitud en el Perú. N. pag.”
“Fig. 20: “Niña Evans con ama de leche.” Aguirre, Carlos. Breve historia de la esclavitud en el
Perú. N. pag.”
Vela 179
“Fig. 24: “Chino recién llegado al Perú, lleva coleta tradicional, comienzos del siglo XX.”
Rodríguez Pastor, Humberto. Herederos del dragón. N. pag.”
Vela 181
“Fig. 25: Courret, Eugéne. “Chino culí encadenado, hacienda Chicamita, Valle del Chicama, año
1900.” Rodríguez Pastor, Humberto. Herederos del dragón. N. pag.”
“Fig. 26: “Antiguo Mercado Central de Lima en la primera mitad del siglo XX, uno de los
principales escenarios de los inmigrantes asiáticos.” Yamawaki, Chicaco. Estrategias de vida de
los inmigrantes asiáticos en el Perú. N. pag.”
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“Fig. 27: “Wu Ting Fan presentando credenciales al presidente Leguía.” Deprich, Wilma. El otro
lado azul. Página 69”
“Fig. 28: “ ‘Bodega’ con caramelos para la ‘yapa.’” Watanabe, José. La memoria del ojo. Página
57”
Vela 183
“Fig. 29: “Remate en la Casa Suetomi.” Fukumoto, Mary. Hacia un nuevo sol. Página 221”
“Fig. 30: “El presidente Leguía y sus amigos en el antiguo palacio de gobierno. Del brazo,
Miyoko. El embajador Shimizu a la derecha.” Thorndike, Guillermo. Los imperios del sol.
Página 24”
Vela 184
“Fig. 31: “La moda japonesa: limeñas con aparatosos kimonos y abanicos de seda.” Thorndike,
Guillermo. Los imperios del sol. Página 43”
“Fig. 32: “Saqueo de 1940.” Morimoto, Amelia. Los japoneses y sus descendientes. Página 133”
Vela 185
“Fig. 33: “Visita de los principes (sic) herederos del Japón.” Fukumoto, Mary. Hacia un nuevo
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