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cardiovascular…
Si el flujo sanguíneo que llega a un tejido cualquiera es insuficiente estamos ante una isquemia
Una isquemia persistente conduce a un daño permanente del tejido (infarto) y finalmente, a la muerte
celular (necrosis).
5. El componente celular de la sangre incluye los glóbulos rojos, blancos y las plaquetas.
6. La mayor parte del oxígeno presente en la sangre es transportada en los eritrocitos junto a una
proteína denominada hemoglobina.
Por ejemplo, la insulina, producida por células del páncreas, es transportada por
la sangre a las células de todo el cuerpo donde estimula la captación de glucosa
por las mismas.
Por último, la sangre transporta agua y electrolitos esenciales, entre los que se incluyen
Na+, Cl−, K+, Ca2+, H+ y HCO−3. (sodio, cloro, potasio, hidrogeno, bicarbonato de
sodio)
Los riñones son los órganos responsables de mantener la composición de agua y
electrolitos a niveles normales en el organismo, lo que consiguen alterando la
concentración electrolítica en la sangre cuando esta fluye a través de ellos.
Después, la sangre modificada circula por todos los órganos del cuerpo, donde
estabiliza el contenido hídrico y electrolítico en el líquido extracelular de cada
tejido.
El bombeo cardíaco crea la presión de perfusión, que constituye la fuerza necesaria para
que se produzca el flujo masivo de la sangre a través de la circulación.
La fuente de energía de la difusión es la diferencia de concen- tración; de esta manera, una sustancia difunde
desde el torrente circulatorio al líquido intersticial a través de la pared capilar solo si su concentración es
mayor en la sangre que en el líquido intersticial (y si la pared capilar es permeable a esa sustancia). De otro
modo, si la concentración de la sustancia es mayor en el líquido intersticial que en la sangre, la sustancia
difundirá desde el espacio intersticial al interior del capilar. Es importante distinguir entre difusión, en la que
la sustancia se mueve de forma pasiva desde un área de alta concen- tración hacia una zona de baja
concentración, y transporte activo, por el que las sustancias son forzadas a moverse en una dirección opuesta
a su gradiente de concentración.
La difusión es muy lenta, por lo que cada célula metabólicamente activa debe encontrarse
muy próxima a los capilares que transportan la sangre
Para entender mejor los dos tipos de transporte (flujo y difusión) que utiliza el sistema cardiovascular hay que
considerar el transporte de oxígeno desde el exterior a una neurona en el cerebro. En cada inspiración, el
oxígeno (O2) contenido en el aire fresco atraviesa por flujo masivo a través de vías respiratorias cada vez más
pequeñas, (tráquea, bronquios y bronquiolos), y finalmente entra en los alvéolos (fig. 18-2, A). La pared de
cada alvéolo está recubierta por una red de capilares (fig. 18-2, B), capilares pulmonares por donde la sangre
fluye muy cerca (a menos de 1 mm) del aire que se encuentra en los alvéolos (fig. 18-2, C). Esta sangre en un
capilar alveolar acaba de regresar de los tejidos corporales, donde ha perdido parte de su oxí- geno, de manera
que su concentración en la sangre capilar pulmonar es inferior a la del aire alveolar, lo que permite la difusión
de oxígeno desde el alvéolo al capilar.
Un perro grande tiene alrededor de 300 millones de alvéolos, con una superficie total de cerca de 130 m2
(igual a la mitad de la superficie de un campo de tenis) rodeada de capilares pulmonares. Así, aunque solo una
pequeña cantidad de oxígeno difunda a cada capilar pulmonar, el paso de oxígeno al torrente sanguíneo
pulmonar es significativo (normalmente 125 ml O2/min en un perro grande y en reposo, aumentando de 10 a
más veces durante el ejercicio extremo). En resumen, tanto la gran superficie alveolar como la proximidad del
aire alveolar a la sangre de los capilares alveolares permiten una difusión de oxígeno eficaz; la sangre de un
capilar alveolar tarda menos de 1 segundo en oxigenarse.
Cuando la sangre oxigenada abandona los pulmones, cada 100 ml transporta normalmente 20 ml de oxígeno,
de los cuales alrededor de un 1,5% se transporta disuelto y el 98,5% restante viaja unido a una proteína: la
hemoglobina, que se encuentra en los eritrocitos (glóbulos rojos). Esta sangre oxigenada fluye masivamente
desde los pulmones hacia el corazón; éste la envía a la aorta, desde donde, por medio de un complejo sistema
de arterias, se distribuye a todo el cuerpo, incluido el cerebro y los músculos esqueléticos (fig. 18-2). Los
capilares que se encuentran en el cerebro llevan un flujo masivo de sangre oxigenada muy cerca de cada
neurona (fig. 18-2, D). Los procesos metabólicos neuronales consumen oxígeno, por lo que la concentración
intracelular es baja, de este modo se produce un gradiente de concentración que permite la difusión del
oxígeno desde el capilar al líquido intersticial y desde este al interior de la neurona.
Cada neurona del cerebro requiere, para mantener su meta- bolismo normal, un aporte rápido y suficiente de
oxígeno, y para ello debe encontrarse a una distancia de alrededor de 100 mm del
capilar, ya que el intercambio por difusión hasta esa distancia tarda de 1 a 5 segundos. Si la distancia fuera de
unos pocos milímetros, la duración de la difusión sería de minutos, y horas si la distancia fuese de
centímetros. Por tanto, los procesos vitales normales re- quieren que cada célula del cuerpo se encuentre,
como mucho, a unos 100 mm de un capilar. Si el aporte sanguíneo en esos capilares se interrumpe por alguna
razón, quizás por un trombo (coágulo sanguíneo) en una arteria que suministre sangre a un área tisular
determinada, en esa zona se produce una isquemia. Como ya se ha dicho, la isquemia causa una disfunción,
pero si persiste una isquemia severa deriva en un infarto y, en último término, en ne- crosis. Un infarto
cerebral produce lo que se suele conocer como accidente cerebrovascular.
La figura 18-2, E, muestra un capilar transportando un flujo de sangre masivo a una célula muscular
esquelética (fibra muscular). El oxígeno pasa por difusión desde el capilar al líquido intersticial muscular, y
de ahí al interior de la fibra muscular donde se utiliza en las reacciones metabólicas que proveen al músculo
de la energía necesaria para su contracción. El consumo de oxígeno en el músculo esquelético depende de la
cantidad de ejercicio que se esté realizando; al máximo, el consumo aumenta unas 40 veces más que en
reposo. Debido a su tremenda capacidad metabólica, el tejido muscular presenta una alta densidad de
capilares; de hecho, varios de ellos se agrupan alrededor de cada fibra. De esta forma, se amplía más la
superficie de intercambio de sustancias de lo que sería posible con un solo capilar, y la sangre fluye muy
cercana a todas las partes de cada fibra muscular esquelética.
El músculo cardíaco, como el músculo esquelético, consume también gran cantidad de oxígeno. La sangre
oxigenada llega desde la aorta al músculo cardíaco por una red de vasos denominados arterias coronarias.
Esta sangre inmediatamente se mueve por flujo masivo a lo largo de los capilares coronarios que pasan cerca
de cada fibra muscular cardíaca. Si un trombo interrumpe el flujo sanguíneo en una arteria coronaria, las
células cardíacas irrigadas por esa arteria se convierten en isquémicas. La isquemia se produce, incluso, si el
músculo cardíaco privado de flujo sanguíneo se encuentra a unos pocos milímetros del ventrículo izquierdo,
el cual está lleno de san- gre oxigenada, ya que el oxígeno no difunde con suficiente rapidez desde ese
ventrículo hacia las fibras musculares para mantener su metabolismo. Esa falta de riego hace que pierda su
capacidad de contracción y también pueden llegar a aparecer arritmias cardíacas. Si la isquemia es grave se
produce un infarto de miocardio, o ataque cardíaco.
Como se observa en la figura 18-3, la sangre se bombea desde el ven- trículo izquierdo hacia la aorta, que se
divide y subdivide en otras ar- terias, las cuales distribuyen sangre fresca y oxigenada a cada órgano del
cuerpo, excepto a los pulmones. El patrón de ramificación arterial que transporta la sangre de la misma
composición a cada órgano se denomina paralelo. Una vez que la sangre pasa por esos órganos a través de los
capilares, entra en las venas. Las venas pequeñas se van uniendo para formar otras de mayor calibre, hasta que
toda la sangre fluye de manera progresiva hacia la aurícula derecha a través de las venas cavas (incluye la
vena cava superior y la vena cava inferior). Los vasos sanguíneos situados entre la aorta y la vena cava
(incluidos los de los órganos, excepto los pulmones) se denominan, en conjunto, circulación sistémica. La
sangre pasa de la aurícula derecha al ven- trículo del mismo lado, el cual la bombea hacia la arteria pulmonar.
Esta se ramifica en arterias cada vez más pequeñas que distribuyen la sangre hacia los capilares alveolares
(pulmonares), desde donde pasa a las venas pulmonares que la llevan a la aurícula izquierda, y de ahí regresa
al ventrículo de ese mismo lado, completando el circuito. Los vasos sanguíneos pulmonares, incluyendo las
venas y arterias pulmonares, forman la circulación pulmonar, que junto con el corazón son denominados
circulación central. La circulación pulmonar y la sistémica están dispuestas en serie, es decir, la sangre debe
atravesar las venas pulmonares antes de comenzar otro ciclo de circulación sistémica.
En cada paso por esta circulación sistémica la sangre suele en- contrarse con solo un lecho capilar antes de
entrar en las venas y regresar al corazón, aunque existen algunas excepciones a esta regla. Una de ellas
implica a la circulación visceral que suministra sangre al aparato digestivo). Como se muestra en la figura 18-
3, la sangre que abandona los capilares gástricos, esplénicos o mesentéricos, entra en la vena porta que la
conduce al hígado, donde pasa por otra serie de capilares antes de retornar al corazón. Esta organización en
serie de dos lechos capilares sistémicos se denomina sistema porta. El sistema portovisceral permite el
suministro directo al hígado de los nutrientes absorbidos en el tracto gastrointestinal, donde se transforman
para su almacenamiento o pasan a la circu- lación general. El hígado también recibe sangre directamente de la
aorta a través de la arteria hepática.
Los riñones también están dotados de un sistema porta. Como se muestra en la figura 18-3, la sangre entra en
el riñón desde la arteria renal y atraviesa dos grupos de capilares (glomerulares y tu- bulares), antes de
regresar al lado venoso de la circulación sistémica. De esta manera, se produce la filtración de grandes
cantidades de agua, electrolitos y otros solutos que pasan a través de los capilares glomerulares. La mayoría
de estas sustancias filtradas se reabsorben más adelante, cuando la sangre fluye por los capilares peritubulares,
y el resto se convierte en orina. Los riñones usan ese sistema porto- renal para regular las cantidades de agua,
electrolitos y otros solutos en la sangre.
En resumen, excepto en algunos sistemas porta especializados, la sangre encuentra un solo lecho capilar en
cada ciclo de circulación sistémica.
En un perro en reposo se tarda cerca de 1 minuto en realizar la circulación completa (desde la salida de la
sangre del ventrículo izquierdo hasta su regreso). Como las circulaciones pulmonar y sistémica se disponen en
serie, el volumen de sangre bombeado cada minuto por el lado derecho del corazón debe ser igual al pro-
pulsado por el lado izquierdo. El volumen de sangre bombeado por minuto por el ventrículo izquierdo o el
derecho se denomina gasto cardíaco. En general, el gasto cardíaco en reposo de todas las especies de
mamíferos habituales en veterinaria es de alrededor de 3 litros por minuto por metro cuadrado (l/min/m 2) de
superficie corporal. Un perro de raza grande (p. ej., un pastor alemán) tiene una superficie corporal un poco
menor a 1 m2 y un gasto cardíaco en reposo cercano a 2,5 l/minuto.
En un animal en reposo, la sangre que entra en la aorta se divide de tal manera que aproximadamente el 20%
se distribuye por la circulación visceral, otro 20% por los riñones, otro 20% va a los músculos esqueléticos. El
cerebro recibe un 15% del gasto cardíaco y las arterias coronarias un 3%; el resto de la sangre se reparte entre
la piel y los huesos.
Cuando el ventrículo izquierdo se contrae y envía la sangre a la aorta, esta se distiende y la presión arterial
aórtica aumenta hasta un pico denominado presión sistólica, que suele ser de 120 mmHg. Entre las
eyecciones la sangre continúa fluyendo hacia afuera de la aorta, lo que produce la disminución de la presión,
cuyo valor mínimo se alcanza justo antes de la siguiente eyección y se denomina presión diastólica
(normalmente 80 mmHg). El panel central de la figura 22-7 muestra el aspecto típico de las pulsaciones de
presión de la aorta. La presión aórtica media, el valor medio de la presión pulsátil en la aorta, es de unos 98
mmHg. Esto significa que si se introdujese en la aorta un tubo abierto que contuviera mercurio, la presión
arterial del interior de la aorta haría subir el mercurio del tubo 98 mm, punto en el que la fuerza ascendente de
la presión arterial quedaría igualada por la fuerza descendente de la gravedad que actuaría sobre el mercurio.
La presión aórtica media representa la energía potencial que conduce la sangre a través de la circulación
sistémica. A medida que la sangre fluye por los vasos sistémicos, esta energía se disipa por fricción, de
manera que la presión cuando la sangre alcanza las venas cavas es de solo 3 mmHg. Por tanto, la presión de
perfusión del circuito sistémico es normalmente de 98 mmHg menos 3 mmHg, es decir 95 mmHg.
Las contracciones del ventrículo derecho provocan eyecciones pulsátiles de sangre hacia la arteria pulmonar.
Las variaciones de pulso resultantes en la presión de dicha arteria suelen tener un valor máximo (sistólico) de
20 mmHg y un valor mínimo (diastólico) de 8 mmHg. El valor típico de la presión sanguínea media de la
arteria pulmonar es de 13 mmHg. La presión sanguínea en las venas pulmonares (en el punto donde entran en
la aurícula izquierda) es normalmente de 5 mmHg. Por tanto, la presión de perfusión del flujo sanguíneo a
través de los pulmones es de 8 mmHg (es decir, 13 mmHg menos 5 mmHg).
El mismo volumen de sangre (gasto cardíaco) fluye cada minuto por la circulación sistémica y a través de los
pulmones; sin embargo, como se ve en los valores del párrafo anterior, la presión de perfusión para la primera
es mucho mayor que para el circuito pulmonar. El motivo de esta diferencia se debe a que los vasos
sistémicos ofrecen mayor fricción o resistencia que los pulmonares. De este modo, la circulación sistémica se
define como la circulación de alta presión o de alta resistencia, y la pulmonar como circulación de baja
presión o de baja resistencia.
Por convenio, las presiones sanguíneas siempre se miden tomando como referencia la presión atmosférica;
por tanto, cuando se dice que la presión aórtica es de 98 mmHg significa que la presión arterial en la aorta es
98 mmHg mayor que la atmosférica externa. También, por convenio, la presión sanguínea se mide a nivel del
corazón, porque en el ser humano dicha presión se mide con los detectores colocados sobre la arteria braquial,
en la parte superior del brazo, ya que esta arteria se encuentra al mismo nivel que el corazón. Si la presión se
midiese en una arteria o vena a otro nivel, tendría que aplicarse un factor de corrección aritmético para
igualarla a la tomada a nivel cardíaco. Esto es necesario porque la fuerza de la gravedad también actúa sobre
la sangre afectando a la presión sanguínea real dentro de los vasos, aumentándola en aquellos situados por
debajo del nivel cardíaco y disminuyéndola en los que se encuentran por encima. Este efecto gravitacional es
significativo en un animal del tamaño de un perro y mayor en animales tan grandes como un caballo. El factor
de corrección es de 1 mmHg por cada 1,36 cm por encima o por debajo del nivel del corazón.
En un animal en reposo, en cualquier momento, alrededor de un 25% del volumen sanguíneo se encuentra en
la circulación central y un 75% en el circuito sistémico (tabla 18-1). En este, la mayoría de la sangre se
encuentra en las venas, y solo un 20% en las arterias, arteriolas y capilares. Por ello, las venas sistémicas se
conocen como reservorios de sangre y las arterias son los conductos de alta presión que la distribuyen
rápidamente a los distintos órganos. Por otro lado, las arteriolas son las «puertas» de la circulación sistémica y
se contraen o dilatan para controlar el flujo sanguíneo a cada lecho capilar. Aunque solo una pequeña fracción
de sangre sistémica se encuentra en los capilares en cada momento, es en estos vasos de intercambio donde se
produce el importante transporte por difusión entre el torrente sanguíneo y el líquido intersticial.
La tabla 18-2 compara varios tipos de vasos de la circulación sistémica en un perro. A medida que la aorta se
ramifica de forma progresiva en vasos menores, el diámetro de estos disminuye pero su número aumenta. Así,
la aorta abastece de sangre a 45.000 arterias terminales, cada una de las cuales termina en más de 400
arteriolas, que a su vez se ramifican en unos 80 capilares. Estos tienen un diáme- tro tan pequeño que los
eritrocitos los atraviesan en una única fila. Sin embargo, dado el gran número de capilares existentes, el área
total de su sección transversal es mayor que el área de las arterias y arteriolas precedentes, aunque debido a
esta mayor extensión por la que la sangre debe fluir, su velocidad en los capilares es menor. La sangre se
mueve con rapidez, unos 13 cm/segundo, a través de la aorta y las grandes arterias, y a esa velocidad su
distribución a todas las partes del cuerpo se realiza en menos de 10 segundos. La velocidad disminuye a
medida que abandona las arterias y entra en las arteriolas y capilares de cada tejido, donde es tan baja que
normalmente tarda 1 segundo en recorrer una longitud de 0,5 mm, durante los cuales tiene lugar el
intercambio por difusión con el líquido intersticial. La sangre capilar es recolectada por vénulas y venas que
la transportan con bastante rapidez de regreso al corazón.
La comprensión de la dinámica normal del flujo sanguíneo sienta las bases para la interpretación del tiempo
de llenado capilar, que se mide en el curso de un examen físico clínico normal. El examinador localiza la
zona de la membrana epitelial no pigmentada (lo más habitual es una zona sin pigmento de las encías). El
tejido suele ser rosado debido al flujo suficiente de sangre bien oxigenada a través de los vasos pequeños
(arteriolas, capilares y vénulas). El examinador presiona firmemente la zona con un dedo durante uno o dos
segun- dos, lo cual comprime todos los vasos pequeños y exprime la sangre de ellos. En el momento de dejar
de presionar con el dedo, el tejido se ve muy pálido por la ausencia de sangre en los vasos pequeños. Si la
circulación es normal se restaurará el flujo de sangre a través de los vasos y el color rosa volverá en 1 a 2
segundos (el tiempo normal de llenado de los capilares). Si el tiempo de llenado es más prolongado, nos
estará indicando mala perfusión del tejido, y por deducción, una circulación lenta.
La figura 18-4 representa el patrón de las ramificaciones de los vasos sistémicos, y la gráfica refleja la
velocidad del flujo sanguíneo en los diferentes tipos de vasos. Esta figura destaca la rapidez con la que se
impulsa la sangre a través de los grandes vasos, en con- traposición con la relativa baja velocidad del flujo a
través de los capilares. Tenga en cuenta que la velocidad del flujo sanguíneo es más baja en los capilares; sin
embargo, el mismo volumen de sangre fluye necesariamente cada minuto a través de una arteria, de los
capilares que alimenta y de las venas que drenan esos capilares.
Además de tener un gran área de sección transversal (y la consi- guiente baja velocidad de flujo), los capilares
tienen una gran superfi- cie. El área total de las paredes de todos los capilares en la circulación sistémica de
un perro de gran tamaño es de unos 20 m2, lo cual es unas 30 veces mayor que la propia superficie corporal
del animal. Esa gran superficie es útil para que se produzca una difusión más eficaz entre la sangre capilar y el
líquido intersticial.
Como se observa en la figura 18-5, la sangre se puede separar por centrifugación en sus componentes celular
y líquido. La fase líquida es más ligera que la celular; por tanto, se encuentra en la parte superior del tubo de
centrifugación. Este líquido acelular o extracelular se denomina plasma, y está constituido en un 93% por
agua y entre un 5 y 7% de moléculas proteicas, cuya presencia le dan un color amarillo pálido típico. Estas
proteínas del plasma se sintetizan en el hígado y se incorporan al torrente sanguíneo cuando este fluye por los
capilares hepáticos. Las proteínas principales del plasma son la globulina, la albúmina y el fibrinógeno. Las
dos primeras desempeñan un papel importante en la respuesta inmune, mientras que el fibrinógeno es
importante en el proceso de coagulación. Si la sangre sale fuera del cuerpo, en pocos minutos las moléculas
solubles de fibrinógeno se polimerizan y forman una matriz insoluble de fibrina, lo que produce la
coagulación. Esta se puede prevenir añadiendo a la sangre un anticoagulante; los más habituales son la
heparina y el citrato. Para preparar la sangre y separarla en sus fracciones celular y plasmática por
centrifugación es necesario añadir uno de estos agentes anti- coagulantes.
Hay muchas sustancias importantes disueltas en el plasma además de esas proteínas plasmáticas. Entre ellas
se encuentran iones en solución (electrolitos). El catión dominante es el sodio (Na+), y los aniones
− −
predominantes son el cloro (Cl ) y el bicarbonato (HCO 3 ). Otros iones están presentes en menores
cantidades como se indica en la tabla 18-3. La concentración de cada electrolito plasmático debe mantenerse
dentro de unos límites estrechos para el funcionamiento normal del organismo que dispone de muchos
mecanismos para regularlo. En general, estos iones se difunden con rapidez a través de las paredes capilares,
de tal manera que las concentraciones de electrolitos en el fluido intersticial y el plasma son similares.
El plasma contiene, además, pequeñas cantidades de gases (O2, CO2, N2) en solución. En los pulmones, el O2
entra en la sangre disuelto pero la mayor parte de este O2 se combina rápidamente con la hemoglobina (en los
glóbulos rojos), de tal manera que aproxima- damente un 98,5% del O2 total de la sangre es transportado
como oxihemoglobina y solo un 1,5% va disuelto. De igual forma, solo una pequeña parte del dióxido de
carbono (CO2) es transportado disuelto en la sangre ya que la mayor parte se hidrata para formar HCO3–, o se
combina con la hemoglobina u otras proteínas del plasma formando compuestos carbamino.
Los nutrientes disueltos en el plasma incluyen: glucosa, aminoá- cidos, lípidos y algunas vitaminas, así como
productos de desecho metabólico (incluido el CO2) como son: urea, creatinina, ácido úrico y bilirrubina. El
plasma también contiene hormonas (p. ej., insulina, epinefrina, tiroxina) en cantidades muy pequeñas, aunque
no por ello son menos importantes. La tabla 18-3 muestra un resumen de los constituyentes normales del
plasma.
el componente celular de la sangre incluye los glóbulos rojos, blancos y las plaquetas
Las células suelen constituir un 30-60% del volumen de la sangre (variable según las especies). La fracción de
células que componen la sangre se denomina hematocrito (fig. 18-5) y se determina cen- trifugando una
determinada cantidad de sangre a la que se ha añadido anticoagulante. Las células son más pesadas que el
plasma; por tanto, se depositan en el fondo del tubo durante la centrifugación, por lo que el hematocrito
también se llama volumen de células empaquetadas. La mayoría de los componentes celulares parecen de
color rojo, ya que gran parte son eritrocitos (glóbulos rojos). Estos deben su color a la hemoglobina.
Los leucocitos (glóbulos blancos) son algo más ligeros que los eritrocitos; por ello, tras la centrifugación de la
sangre se sitúan formando una fina capa blanca sobre los glóbulos rojos. Esta lámina es muy delgada, ya que
su número es 1.000 veces menor que el de eritrocitos. Los leucocitos son esenciales en la respuesta inmune y
alérgica del organismo, y se clasifican en: neutrófilos, linfocitos, monocitos, eosinófilos y basófilos. El
análisis del número total de leucocitos y la distribución relativa de los diferentes tipos (recuento diferencial
de los glóbulos blancos de la sangre) proporciona datos im- portantes para el diagnóstico de enfermedades.
Tanto los eritrocitos como los leucocitos se generan en la médula ósea, y se desarrollan mediante mitosis y
diferenciación a partir de una línea común de células progenitoras, células madre pluripotenciales
indiferenciadas. El componente celular en un tubo de sangre centrifugada también contiene plaquetas o
trombocitos, los cuales son fragmentos celulares de sus células precursoras, los megacariocitos, que residen
en la mé- dula ósea y liberan al torrente sanguíneo fragmentos de su citoplasma delimitados por la membrana
celular. Las plaquetas participan en la hemostasia (control de la pérdida de sangre proveniente de vasos
sanguíneos dañados o cortados). Durante este proceso un grupo de plaquetas (agregación plaquetaria)
comienza a crear una barrera física en las fisuras de los vasos sanguíneos. Las plaquetas también liberan una
sustancia llamada serotonina, que hace que los vasos sanguíneos se contraigan reduciendo así la presión
sanguínea y el flujo de sangre en el sitio de la lesión. Otras sustancias liberadas por las plaquetas, junto con el
fibrinógeno y varios factores de coagulación del plasma, conducen a la coagulación de la sangre y forman un
coágulo estable
Si se deja coagular la sangre y a continuación se centrifuga, la fibrina junto con otros factores de coagulación
del plasma se deposita en el fondo del tubo, entre los glóbulos rojos, blancos y las plaquetas. La fracción
líquida que queda como sobrenadante (compuesta sobre todo por plasma sin fibrinógeno ni otros factores de
coagulación) se denomina suero. La mayoría de los análisis sanguíneos químicos más habituales en la clínica
se realizan en suero. Algunos ejemplos son las determinaciones de las concentraciones de electrolitos y
colesterol.
Si la sangre se trata con un anticoagulante y a continuación se sitúa en un tubo sin centrifugar, los eritrocitos
sedimentan con len- titud. Por razones que no son fácilmente comprensibles, la tasa de sedimentación tiende a
aumentar por encima de lo normal en deter- minados estados patológicos, y disminuye por debajo de lo
normal en otros. Por ello, la velocidad de sedimentación globular (VSG) es una determinación diagnóstica
clínicamente útil. Un inconveniente importante es que dicha VSG varía en gran medida entre las distintas
especies animales; por ejemplo, es mucho más rápida en la sangre de los caballos que en la de los perros.
Los hemogramas o recuento de sangre completo se realizan de manera manual o automática en un volumen
muy pequeño (p. ej., 1 ml) de sangre completa anticoagulada. La tabla 18-4 resume los valores hematológicos
normales del perro.
De los 20 ml de O2 transportados en cada 100 ml de sangre oxige- nada, solo un 1,5% (0,3 ml) se encuentra
disuelto; el resto (98,5%) se combina con la hemoglobina (en los glóbulos rojos). La hemo- globina
oxigenada (oxihemoglobina, HbO2) es de color rojo brillante y cuando el O2 se libera, se reduce (hemoglobina
reducida, Hb) y toma un color rojo azulado oscuro. En cierto grado, se puede comprobar la adecuada
oxigenación de la sangre de un animal observando el color de sus membranas epiteliales no pigmentadas (p.
ej., encías, ollares o conjuntiva). Los tejidos bien oxigenados son rosas, mientras que los poco oxigenados
aparecen azulados (cianóticos) debido a la existencia de gran cantidad de Hb reducida.
La capacidad de la sangre para transportar O2 se determina por la cantidad de Hb presente en ella y por las
características químicas de la misma. Por ejemplo, cada decilitro (dl) de sangre de un perro normal contiene
unos 15 g de hemoglobina, cada uno de los cuales puede combinarse con 1,34 ml de oxígeno cuando se satura
com- pletamente. Por tanto, cada decilitro de sangre totalmente oxigenada normal transporta 20 ml de O2.
Muchas enfermedades (hemoglobi- nopatías) producen una síntesis de Hb químicamente anormal, con una
menor capacidad de unión con el O2. Además existen muchos compuestos tóxicos, como el monóxido de
carbono y los nitratos, que causan alteraciones potencialmente letales en la capacidad de unión del O2 con la
Hb.
Dado que la hemoglobina se localiza en el interior de los eritroci- tos, es posible establecer relaciones
clínicamente útiles entre el con- tenido de Hb en la sangre, el número de glóbulos rojos, la cantidad de Hb en
cada eritrocito, y el hematocrito. Por ejemplo, si un perro normal presenta 15 g de Hbpor cada decilitro de
sangre y 6 millones de glóbulos rojos por microlitro (ml), se puede considerar que cada eritrocito (de media)
contiene 25 picogramos (pg) de hemoglobina:
Existe un cálculo más sencillo para este mismo propósito, que es la determinación de la hemoglobina
contenida en cada decilitro de glóbulos rojos. Por ejemplo, si un perro con 15 g de Hb/dl de sangre presenta
un hematocrito del 50%, la concentración de hemoglobina en los glóbulos rojos sería de 30 g por cada
decilitro de glóbulos rojos centrifugado:
Los corchetes del término Hemoglobina significan concentración. Un nivel anormalmente bajo de HCM o
CHCM es, desde el punto de vista clínico, importante ya que indica un déficit en la síntesis de hemoglobina
(p. ej., no se sintetiza suficiente cantidad de Hb para cada glóbulo rojo). Por otro lado, la concentración de
hemoglobina anormalmente baja es menos informativa; la concentración de Hb en sangre podría disminuir
más de lo normal por varias razones, como por un déficit en la síntesis de hemoglobina, déficit en la síntesis
de eritrocitos, o dilución de la sangre por administración de un exceso
tantes consecuencias en la capacidad de la sangre para transportar oxí- geno, pudiendo afectar también a la
viscosidad de la sangre, como se muestra en la figura 18-6. La viscosidad es una medida de la resistencia al
flujo; por ejemplo, la miel es más viscosa que el agua (tiene mayor resistencia a fluir). El plasma, por sí
mismo, es 1,5 veces más viscoso que el agua debido a la existencia de proteínas plasmáticas (albúmina,
globulina y fibrinógeno). La presencia de células en la sangre tiene un mayor efecto sobre la viscosidad. La
sangre con 40% de hematocrito es dos veces más viscosa que el plasma. En los hematocritos superiores al
50%, la viscosidad aumenta con rapidez. Su aumento anormal se denomina policitemia, que literalmente
significa «muchas células en la sangre». La sangre de un paciente con policitemia puede transportar más de
20 ml de O2/dl de sangre (suponiendo un CHCM normal), lo que puede suponer un beneficio. Sin embargo,
una viscosidad elevada dificulta el bombeo del corazón. Por tanto, la policitemia dificulta el trabajo cardíaco
y puede conducir a una insuficiencia cardíaca, es- pecialmente si el músculo cardíaco no está sano.
El problema contrario se produce cuando el hematocrito es de- masiado bajo, entonces recibe el nombre de
anemia, que literalmen- te significa «sin sangre», aunque el término se refiere a cualquier trastorno en el que
la cantidad de glóbulos rojos por dl de sangre, o la concentración de hemoglobina en cada glóbulo rojo (es
decir, la HCM y la CHCM) es anormalmente baja. En este caso, cada decili- tro de sangre de un paciente
anémico transporta menos de 20 ml de O2, por lo que el gasto cardíaco debe aumentar por encima de lo
normal para incrementar así la cantidad de oxígeno que llega a los tejidos cada minuto. Esta necesidad de
aumentar el gasto cardíaco también exige un trabajo cardíaco mayor, que puede conducir a un fallo en un
corazón enfermo. Por ello, los niveles de hematocrito den- tro de su intervalo normal proveen a la sangre de
suficiente cantidad de hemoglobina para transportar una cantidad adecuada de oxígeno sin imponer al corazón
un sobreesfuerzo. El capítulo 48 recoge más información sobre el transporte sanguíneo de O2 y CO2.
La figura 18-7 da una idea de los tamaños y formas relativos de los constituyentes principales de la sangre.
Las proteínas plasmáticas son mucho más grandes que los iones y nutrientes disueltos en el plasma; en
cambio, los glóbulos rojos y blancos son mucho mayores que las proteínas plasmáticas. De hecho, como ya se
ha mencionado, las células sanguíneas son tan grandes que se deforman ligeramente para deslizarse a través
de los capilares.