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Vida y muerte
de la República verdadera
Ariel
ÍNDICE
ADVERTENCIA 15
ESTUDIO PRELIMINAR 19
1. Hacia la República verdadera 21
II. Ecos de la guerra 55
III. ¿En la aurora de un mundo nuevo? 73
IV. incipit vita nova 85
V. Las ambigüedades del juvenilismo 94
VI. Reformismo 103
VII. La Iglesia propone su solución para la crisis social................. 124
VIII. Respuestas al conflicto social: de la Asociación
del Trabajo a la Liga Patriótica Argentina 131
IX. Los dilemas del movimiento obrero y socialista 142
X. La extraña parálisis legislativa de la República verdadera 153
XI. Los conflictos de la sociedad y los dilemas de la economía 164
XII. Las decepciones de la política democrática .. 183
XIII. Yrigoyen, escándalo y enigma 193
XlV. El retorno del Ejército 205
XV. Una nueva derecha desafía el consenso
ideológico argentino 218
XVI. Nudo y desenlace 234
Para los radicales, en cambio, la reforma no era sino un armisticio que las
elites políticas que habían usurpado el poder en el marco de esa falsa República
se habían visto forzada s a concertar cuando descubrieron que ni el paso del
tiempo ni la acumulación de los fracasos hacían mella en las energías revolucio-
narias del radicalismo; aunque ese armisticio abría para éste el terreno electoral,
no imponía modificación alguna a la visión del conflicto que lo oponía a las
fuerzas conservadoras ya madurada durante la etapa en que se había fijado como
objetivo la conquista del poder por la violencia.
Es ésa la visión desplegada en el manifiesto con que el radicalismo se pre-
senta a la elección presidencial de 1916. "La Unión Cívica Radical -leemos allí-
es la Nación misma, bregando desde hace veinte y seis años para libertarse de
gobernantes usurpadores y regresivos". Puesto que es el triunfo o la derrota de la
Nación lo que está en juego, no ha de extrañar que el comicio sea un momento
"de la más trascendental expectativa. O el país vence al régimen y restaura toda
su autoridad moral y el ejercicio verdadero de su soberanía, o el régimen burla
nuevamente al país, y éste continúa bajo su predominio y en un estado de mayor
perturbación e incertidumbre",
Así, la visión de un país escindido hasta sus raíces entre un hemisferio de
luz, al que aspira unánimemente a incorporarse, y uno de tinieblas, que sólo ha
logrado imponerse recurriendo a la simulación y la violencia, del todo funcional
al movimiento revolucionario que el radicalismo había sido hasta la víspera, va a
seguir inspira ndo a un partido que, aunque ha aceptado incorporarse a la liza
electoral, se rehusa hasta tal punto a reconocer como rivales legítimas a las otras
fuerzas con que deberá medirse en ella, que n? concibe siquiera la posibilidad de
una derrota a manos de éstas: no ha de sorprender entonces que el manifiesto
evoque como única alternativa posible a la victoria del radicalismo la falsifica-
ción de los resultados electorales.
La imagen que el radicalismo tiene de su propio lugar en la vida nacional
le asegura de antemano la hostilidad de todas las fuerzas cuya legitimidad recu-
sa, y contribuye a que no sólo éstas, sino también quienes quieren ser testigos
ecuánimes de los conflictos entre el caudillo radical y los defensores de las for-
talezas del antiguo régimen terminen por encontrar inaceptable la decisión del
presidente Yrigoyen de usar al máximo sus poderes para acelerar la transición
política abierta por la reforma electoral, que no podría considerarse consumada
hasta que todas las autoridades federales y provinciales heredadas de la Repúbli-
ca posible hubiesen sido reemplazadas por otras ungidas por la voluntad popular
manifestada a través del sufragio libre.
Sin duda, las víctimas directas de la ofensiva presidenc ial la encontraban
inaceptable en sí misma; Joaquín V. González hallaba tan monstruoso el criterio
invocado por Yrigoyen para j ustificar la intervención en La Rioja que parecía
confiar en que su sola enunciación bastaría para que sus oyentes compartieran su
indignación. Pero se ha visto ya que esas víctimas iban a descubrir que muy po-
cos estaban dispuestos a ofrecerles una solidaridad sin reservas.
Estudio preliminar » 1 9~
cas a las que tanto indignaba ahora descubrirse sus víctimas. Pero si el recurso
no era nuevo , nuevo era el espíritu con que se lo invocaba, como instrumento de
una empresa de redención nacional proyectad a sobre un horiz onte apoc alíptico
en que el bien libraba su eterna batalla contra el mal.
Era ese espíritu, que hacía difícil esperar que la conquista de las fortal ezas
institucionales del antiguo régimen, abordada con tanta impaciencia por el radi -
calismo, no se continuase en la de todos los resortes del poder, con la consi-
guiente eliminación de la escena política de todas las fuerzas rivales, el que ha-
cía que aun quienes no temía n ser blanco de los golpes de mano presidenciales
terminaran por compartir la alarma de quien es se sabían directamente amenaza-
dos por ello s.
Sin duda , desde su fundación bajo la jefatura de Lean dro N. Alem, la Unión
Cívica Radical se había fijado por misión el saneamie nto de las instituciones po-
líticas desvirtuadas por los gobiernos electores; así lo refirma ba Ramón Gómez
en su cortante respue sta a Marc elino Ugarte, lo subrayaba Franci sco Beiró, orga-
nizador de las fuerzas radicales en Río Cuart o, para atraer a Carlos J. Rodríguez,
hasta enton ces prometedora figura ju venil en las filas del conservadorismo refor-
mista y democrático que capitaneaba Ram ón J. Cárcano, al partid o al que serviría
con inquebrantable lealtad por el resto de su vida, lo reivindicaba como argumen-
to central para solicitar el favor de la ciudadanía el manifiesto con que el radica-
lismo se presentaba a las elecciones presidenciales del 3 de abril de 1916.
Pero basta comparar el texto de ese manifiesto con el que Hipólito Yrigo-
yen publ icó en el día en que asumió la Presidencia para advertir que lo que en
aquél era refirmación de una bien conocida persp~ctiva política, vulnerable co-
mo tal a las críticas de partid os rivales que la acusaban de orientarse hacia obje-
tivos tan elevados como vacíos ("impri mir rumbos funda mentales y grandiosos a
la marcha y al porvenir hasta hoy ensombrecido de la Patria" ), en el del nuevo
presidente era expresión de una experiencia existencial ~emasiado. h?n~a y re-
movedora para poder expresarse en los términos necesanamente h~ltatlvos. de
cualquier programa políti co. A la luz de esa experiencia, la Unió~ Cív~ca Radical
se erguía "co mo el alucinado misterioso [. . .] irreduct~bl~mente ldentlficad? con
la Patria misma, serena auscult adora de sus anhelos e int érp rete fiel de sus l.mpe-
. . . d' . " Fue la "devoción incomprendid a" que dio al alucinado
nasas relvm icaciones . . " .. , I
fuerza s para soportar "impertérrit.o las acritu~es ? el desuno, la q~~ perrmno :e
radicalismo coronar con su triunfo una hazana sin paralelos, una . empr~ s a q
[. .. ] ni siquiera comprendieron los grandes ni afrontaron ~o.s poderoso.s, . T~d?
sugiere que el conmovido retrat o del alucinado que p.ersomfl ca a ~a Umon C1Vl~
ca Radical es en verdad un autorretrato, que para el tnunfador ~e la hora el ap?~
tal ado de la Unión Cívica Radical se ha encamado en su propl ~ fig~ra a~ostoh-
ca, q ue quien está "irreductiblemente identificado con la Patn a misma no es
otro que Hip ólito Yrigoyen . .
y ante el desconc ierto de la clase política , esa noci ón va a estar en el C~?-
tro de ia imagen que el radicalismo propone de sí mismo. Ya la comparaclOn
Estudio prelim inar » 197
entre la presentación que Paul Groussac hizo de Roque Sáenz Peña como can-
didato presidencial y la que Horacio Oyhanarte, abogado platense destinado a
una exitosa carrera política, ofrece de Hipólito Yrigoyen en El Hombre, sugie re
qué cambios promete introducir en los usos políticos la victoria radical. Algu-
nos de ellos son consecuencia de la democratización: no sólo las inclinaciones
de Groussac, a las que debe algo la acidez corrosiva que a veces aflora en su re-
trato de Sáenz Peña, sino el estar éste dirigido a quienes son los iguales del can-
didato en el marco de la República oligárquica, frenan el impulso hacia el pane-
gírico mucho antes de que éste roce las frontera s de la deificación. Ese freno no
es válido para El Hombre, cuyo mensaje busca - y logra- hacerse oír por las
muchedu mbres que acuden al llamado del radicalismo (en 1916 ha conocido ya
seis ediciones). Pero no es sólo la búsqueda de ese público nuevo la que hace
del de Oyhanarte un texto sin precedentes en la literatura política argentina, en
el cual Yrigoyen es celebrado como "el hombre-encamación, hombre-bandera,
hombre-símbolo" cuya s "proporciones materiales se difunden en sus hechos,
como la vida de los dioses paganos en las mil aventura s de sus fábulas", o toda-
vía como el "sembrador, evangelista y profeta" que pilotea "con mano segura,
la nave del ensueño -el esquife dorado, que parte en los amaneceres de la exis-
tencia , proa a la aurora" .
El texto de Oyhanarte no ofrece en efecto sino las variaciones que un ora-
dor orgulloso de su riqueza de invención borda sobre un tema ya desarrollado
con más parca y eficaz elocuencia por el propio Yrigoyen: lo que la clase políti-
ca a la que el alud democrático ha incorporado a Oyhanarte rechaza como extra-
vagante y repulsivo en El Hombre es menos su atormentada prosa (más de uno
de sus miembros comparte los perversos ideale s de estilo de su autor) que la
apoteosis de un político que ha revelado habilidades antes insospechadas, pro-
movido a redentor de la nacionalidad, en quien "la doctrina y el ideal se han
aposentado, como el águila sobre su nido" .
Esa clase va a tener ocasiones frecuentes de renovar su rechazo: una de
ellas la ofrece la discusión en la Cámara Baja de la ruptura de relaciones con
Alemania. El doctor José Arce la ha defendido ya con todo el ardor que admite
la oratoria parlamentaria; el doctor Juan B. Justo se ha manifestado por su parte
dispuesto a aprobarla sin mayor discusión porque en su opinión se trata de una
medida carente de toda importancia; el conservador tucumano Camaño opuso un
escepticismo más frontal a quienes proclamaban que el honor argentino no podía
satisfacerse con menos. La intervención de Oyhanarte va a introducir un acento
nuevo en ese debate sin sorpresa: tras de recordar que el gobierno de Victorino
de la Plaza ha sufrido con inagotable mansedumbre agravios infinitamente más
graves que los ahora invocados por "el despecho de los desalojados" para acusar
a su sucesor de no reaccionar frente a ellos con la energía necesaria, y de atribuir
ese despecho al descubrimiento de que, si las filas del radicalismo están abiertas
"para todos los que quieran engrosar las filas de la nacionalidad en marcha", es-
tán en cambio "cerradas como un castillo feudal" para cualquier pacto con los
198 • VIDA y MUE RTE DE LA R EPÚBLICA VERDA DERA
1852, suprimiendo en la práctica todas las conquistas alcanzadas para hacer una
verdad nuestra ley fundament al".
Para Villafañe, el signo más claro de esa recaída en la barbarie es que "la
injuria ha sido erigida en sistema de gobierno; ni una palabra sale desde la Presi-
dencia [...] sin que el insulto deje de acompañarlas como la sombra al cuerpo".
Joaquín V. González, que comparte plenamente la alarma ante una prédica que
tiene por objetivo "el odio y la separación", y contraría por lo tanto "los fines
más directos de la organización democrática del país", descubre además en ella
la contracara de otro rasgo no menos alarmante: "una ya delirante manifestación
de sumisión o endiosamiento del mandatario-jefe del gobierno-comité [.. .] hasta
el grado sin precedentes en las asambleas legislativas posteriores a Rosas, de en-
tonarse laudatorias personales en honor de aquel a quien, para colmo de suges-
tión o de embaucamiento, se comienza ya a comparar con las entidades diviniza -
das en la historia de todas las religiones y de todas las autoteocracias".
El rosismo, que había llevado al extremo la ritualización y rutinización de
la injuria al enemigo político, y la había combinado con un apenas menos siste-
mático culto de la personalidad del gobernador porteño, iba a ofrecer en efecto
el precedente más frecuentemente invocado para la experiencia abierta en 1916.
y la multitud que el 12 de octubre de ese año arrastró la carroza del presidente
que acababa de asumir el mando probablemente no ignoraba que estaba revi-
viendo un episodio de 1839, muy recordad? todavía en las historias para uso de
las escuelas, en que un grupo de damas porteñas, inspiradas por su entusiasmo
federal , arrastraron por las calles de Buenos Aires un carro e n que estaba entro-
nizado el retrato de Rosas. Pero basta comparar ambos episodios para advertir
que entre ellos las diferencias son más importantes que las semejanzas. En 1839,
las cabezas de los je fes del fracasado levantamiento de los Libre s del Sur deco-
raban ya las plazas de los puebl os que habían logrado arrastrar momentánea-
mente a la revuelta , y había ya sido apuñalado en su despacho el presidente de la
Legislatura y hasta la víspera aliado fidelísimo de Rosas, lo que no impediría a
éste reconocer en los asesinos (cuyo anonimato renunciaba de antemano a pene-
trar) a instrumento s de la ju sta cólera divina ; todo ello reflejaba tensiones políti-
cas cuya insoportabl e intensidad presagiaba ya su resolución por el terror del
año siguiente.
Nada parecido en 1916; la más decisiva de las jornadas electorales de nues-
tra historia constitucional ha culminado en comicios de ejemplar placidez; si en
las filas de los vencedores hay quienes acompañan al vituperio de los derrotados
algunas imprecisas amenazas, éstos, lejos de mostrarse intimidados, extreman las
burlas y desdenes que tienen ya costumbre de dirigir al venerado jefe de la fuerza
triunfante; y aunque encuentran insoportable la serena indiferencia con que Yri-
goyen ignora sus ataques a menudo procaces, no les será fácil convencer a mu-
chos de que ella es una forma refinadamente cruel de ejercer la tiranía.
Es decir que mientras en 1839 la crisis estaba en el cuerpo mismo de la
nación, a partir de 1912 la visión de un país dividido en dos hemisferios incon -
200 • V ID A y M UERTE DE LA REpÚBLI CA VERDADERA
marginado en 1897. Yrigoyen advirtió antes que el presidente que, al hacer éste
de la reincorporac ión del radicalismo a la luch a comi cial la piedra de toque del
éxito de la reforma electoral, lo pro mov ía ante la opinió n a la pos ició n de árbitro
sup remo del futuro político argentino, y decid ió mant enerse en ella tan larga-
mente como le fuese posi ble, a fin de darle tiemp o de per suadirse de que estaba
destinado a ser no sólo el árbitro sino el beneficiario final del proceso abierto
por Sáenz Peña. Le interesaba en particular orien tar la opin ión del personal polí-
tico de segunda fila de la República posibl e, poco dispuesto a desaparecer de la
escena j unto con ella. De mo do que, mientras mantenía la má s arisca intransi-
genci a en sus tratos nominalmente secretos con el presidente, la deponía frent e
al personal de las escuálidas máqu inas políticas conserva doras que se preparaba
a correr en socorro del vence dor (o, si se prefiere decirlo en el elev ado lenguaje
favorecido por Horacio Oyhanarte, mie ntras manten ía las puerta s de la Unió n
Cív ica Radical cerrada s "como cast illo feu dal" para cualquier pacto con las fuer-
zas del pasad o, las abría "a todos los que quisieran engrosar las fila s de la nacio-
nalidad en march a").
La sistemática hospitalidad que Yrigoyen dispensó a esos fugi tivo s de una
nave al bord e del naufragio no fue bien recibida por los radicales de las horas di-
fíc ile s; la desazón se puede percibir aun en los come ntarios de un radical de es-
tirpe com o Félix Luna, para quien ella era reflejo de la exc esiva magn animidad
de Yrigoy en, y que ve en esa recluta indi scriminada de oportun istas la raíz de los
movimientos diside ntes que van a llenar la historia futura del radic alismo. La
vinculación es sin embargo menos cla ra de lo que ugiere Luna, y no sólo por-
que el oportu nismo en efecto presente en esas conve rsiones políti ca s no ten ía
siempre moti vaciones sórdidas (eran razones de oportunidad perfe ctamente ho-
norables las que Carlos J. Rodríguez evo caba con conmovid o orgullo al rem e-
morar cómo Fran cisco Beiró lo había atraído a las filas del partido al que había
servi do desde entonces con constante lealtad, en la fortun a como en la desgra-
cia). Más importante es que las disidencia s no iban a ser casi nunca protagoni za-
das por es tos reclutas recientes, sino por veteranos de un radic ali smo en el que
Yrigoyen no había sido aún sino un primu s inter pares en el marc o de un partido
que no contaba con un séquito de masas. Y en lo inmediato la incorporación de
estos veteranos del antiguo régi men hizo posible a la que había sido casi hasta la
víspera más una secta conspira tiva que un partido pre sentar candidatos a casi to-
dos los carg os elec tivos federales y provinciale s.
A esa habili dad política se unía en Yrigoyen una capacidad par a la organi-
zación y previsión que le había permitido ya tambi én alcanzar sólida pro speri-
dad en sus negocios agropecuarios. Mientras en el Interior la Re volución radical
de 1893 se reduj o a unos poc os y descoordinados golpes de mano, en su provin-
cia de Buenos Aires se pron unciaron simultáneamente ochenta de sus entonces
ochenta y cinco distritos, sublevados por delegados env iados desde la Capital,
que encontraron en todos los casos grupos preparados para seguirlos a la acci ón.
Esos éxitos organizativos premi aban su dispo sición a emplear infinito tiempo y
Estudio preliminar » 203
Por debajo de las modalidades anecdó ticas del ejercicio del poder por Yri-
goye n, era esa visión de la política como ejercicio apostólico, sobre la cua l se
erig ió la fe colectiva de quienes lo reconocían como Maestro, la que en el límite
lo hacía incompatible con los supuestos de una democracia "de orden común", y
ello pese a que en ese ejercicio las instituciones y las libertades constitucionales
--, fuero n mejor resguardadas que en el pasado y también en el futuro . ¿Debe con-
cluirse que fue el triunfo de esa pec uliar visión política el que condenó al fracaso
a la experiencia democrática abierta en 1912? Pero casi todas las experie ncias
democráticas arrastran contradiccio nes que llevadas al límite las tornarían insos-
tenibles; y es un hecho que en la Argentina de la década de 1920 ese límite estu-
vo lejos de alcanzarse.
Si la República verdadera se derrumbó antes de que el potencial disruptivo
de la contradicció n que llevaba en su seno tuviese ocasi ón de desplegarse plena-
mente, ello se debió en buena parte al ingreso en esce na de otros dos actores cu-
ya participación iba a resultar decisiva. En primer término entre ellos el ejército,
al que sería absurdo presentar como un nuevo actor en nuestra vida política, pero
que iba ahora a redefinir su papel en ella, c.0n consecuencias gravísi mas. Pero
también un catolicis mo militantemente antimoderno. aliado a un nacio nalismo
ardientemente antidemocrá tico en una guerra sin cuartel contra el conse nso ideo-
lógico que había soste nido el entero curso de la historia nacional y q ue pese a la
crec iente carga de ambigüedades y contradicciones acumuladas en el cami no ha-
bía logrado hasta entonces conservar su ascendiente sustancialmente intacto aún
sobre quienes creían recusarlo.