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GRUPO Nº2: PERÚ: GOBIERNO OLIGÁRQUICO.

“EL GAMONALISMO”. EL ONCENIO DE


17-11-2020
LEGUÍA. LA CRITICA REFORMISTA: JOSE
CARLOS MARIÁTEGUI Y VÍCTOR

Instituto Superior de Formación y Capacitación Docente Nº 1

Profesorado de Educación Secundaria en Historia


1
Catedra: Historia Americana del Siglo XX

Curso: 4º Año "U"

Año: 2020

Integrantes: Ávalos, Ángel Ricardo - Núñez, Francisco Manuel.

Tema: Perú: Gobierno Oligárquico. “El Gamonalismo”. El Oncenio de Leguía. La Critica


Reformista: José Carlos Mariátegui y Víctor

La oligarquía en el Perú

A diferencia de lo que ocurrió en la mayoría de países de América Latina, en el Perú, el proceso


oligárquico se inició tardíamente, y por ello tuvo a la oligarquía más duradera del continente,
pues debemos recordar que fue el Gobierno de Velasco Alvarado (recién a fines de los sesenta)
el que terminó por quebrarle el espinazo a la oligarquía nacional. No obstante, ello, podemos
dividir al proceso oligárquico peruano en tres grandes etapas:

1) Primera etapa (1890-1930): la oligarquía ejerce hegemónicamente y de manera directa el


poder político (a través del Partido Civil) y económico.

2) Segunda etapa (1930-1968): la oligarquía ejerce el poder “desde el balcón”, es decir,


conserva su poder económico intacto, pero ejerce el poder político de manera indirecta, por
intermedio de caudillos civiles y militares a quienes apoya y financia. Recordemos que el
gobierno de Augusto B. Leguía se había encargado de liquidar políticamente al Partido Civil (el
partido de los oligarcas). Por eso se dice que la oligarquía en esta segunda etapa se vio obligada
a gobernar “desde el balcón”.

3) Tercera etapa (1968-1990): la oligarquía ha sido prácticamente extinguida, sin embargo,


muchas familias y grupos que la conformaron lograron preservar ciertas cuotas de poder
económico que años más tarde les permitieron convertirse en actores del proceso político con
capacidad de presión y acción.

Características de la oligarquía en el Perú

La oligarquía peruana fue la última en aparecer en nuestra región. Surgió a fines del siglo XIX
durante el gobierno de Nicolás de Piérola y estuvo formada por un grupo aproximado de 25
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familias (la oligarquía estaba compuesta por las familias limeñas que semana a semana
socializaban en el “Club Nacional”). Presentó una marcada influencia europea y tuvo como
actor político al Partido Civil (fundado por Manuel Pardo y Lavalle en 1872) y como actores
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sociales y económicos a los terratenientes, quienes, gracias a sus lazos de parentesco y
familiaridad, forjados a lo largo de los años, lograron fortalecer endógenamente su poder
político. Finalmente, podemos decir que, en el caso peruano, la oligarquía presentó tres ámbitos
centrales de desarrollo: 1) En Lima, fue el Club Nacional el espacio predilecto de los oligarcas;
2) En la costa norte, la oligarquía estuvo representada por los terratenientes del azúcar y la caña;
y 3) En la sierra sur, la oligarquía estuvo conformada por los terratenientes vinculados al
negocio de la lana.

El Gamonalismo

Es una forma de caciquismo cuyo poder e influencia se fundan en la propiedad de la tierra. El


gamonal es el hacendado adinerado, patrón de muchos peones, que ejerce una influencia política
y económica abusiva en su comarca.

El gamonal otorga protección a sus incondicionales, concede cargos y canonjías a los que le
sirven y trata de arruinar a quienes discuten su autoridad o contradicen sus designios.

El gamonalismo suele ser un caciquismo rural y primitivo, que se mantiene por la influencia del
dinero y por el miedo o la amenaza. Trata de controlar el destino político de su comunidad y
para eso se pone al servicio de los gobernantes, cualquiera que sea la ideología de ellos, y
obtiene una cuota de poder local.

El gamonalismo empezó a configurarse en Hispanoamérica a comienzos del siglo XIX como


parte de la concepción señorial de la propiedad de la tierra y paralelamente al proceso de
formación del latifundismo criollo. En 1824 Bolívar expidió un decreto mediante el cual
adjudicó tierras en propiedad a los indios y reservó para el Estado áreas de pastoreo común.
Pero con el correr del tiempo, esta iniciativa del Libertador inspirada en la mejor de las
intenciones se torció progresivamente y la propiedad de la tierra fue consolidándose en poder de
los grandes terratenientes blancos y mestizos, que compraron a precio vil las parcelas de los
indios. Algo parecido ocurrió en Chile con O’Higgins en 1819 cuando habilitó a los indios para
adquirir tierras, que poco a poco pasaron a manos del gamonalismo criollo mientras ellos se
sumían en la absoluta pobreza y explotación. Este fue el germen histórico del moderno
gamonalismo.

El Oncenio de Leguía
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El Oncenio de Leguía fue la época del gobierno de Augusto Bernardino Leguía en el Perú, entre
1919 y 1930.

3 Este gobierno se resume en entreguismo total al capital extranjero y con los países vecinos,
corrupción a niveles extremos, atropello de las instituciones del Estado y autoritarismo.

Con este gobierno el Perú se convirtió en satélite del capital de EE.UU., ante la crisis del
capitalismo inglés después de la Primera Guerra Mundial. Esta condición de dependencia de
EE.UU. que se mantiene hasta este siglo XXI.

Leguía había ya sido presidente constitucional entre 1908 y 1912. Su segundo gobierno iniciado
en 1919 se prolongaría por once años, ya que, tras sendas reformas constitucionales, se reeligió
en 1924 y en 1929. Por eso se le conoce como el ONCENIO y también como la “Patria Nueva”.

Ascenso al poder de Leguía

En las elecciones de 1919, convocadas por el entonces presidente José Pardo, se presentaron
como candidatos Antero Aspíllaga (presidente del Partido Civil y candidato oficialista) y
Augusto B. Leguía (candidato de oposición). Los comicios se realizaron en un ambiente
tranquilo y la tendencia apuntaba a que Leguía sería el triunfador. Pero hubo denuncias de
vicios y defectos de parte de ambas candidaturas y el asunto pasó a la Corte Suprema, que anuló
miles de votos que favorecían a Leguía. Hubo el riesgo de que las elecciones fueran anuladas
por el Congreso, el cual debía ser entonces el encargado de elegir al nuevo presidente. El
panorama no era muy alentador para Leguía, pues sus adversarios políticos dominaban el
Congreso. Otra preocupación de Leguía era enfrentar una mayoría opositora en el parlamento,
como había ocurrido en su primer gobierno.

Todo ello empujó a Leguía a dar un golpe de estado, lo que se consumó en la madrugada del 4
de julio de 1919. Contando con el apoyo de la gendarmería y la pasividad del Ejército, los
leguiístas asaltaron Palacio de Gobierno, apresaron al presidente Pardo, lo llevaron a la
Penitenciaría y finalmente lo deportaron a Estados Unidos. Acto seguido, Leguía se proclamó
presidente provisorio. El Congreso fue disuelto.

Leguía convocó inmediatamente a un plebiscito para someter al voto de la ciudadanía una serie
de reformas constitucionales que consideraba necesarias; entre ellas se contemplaba elegir al
mismo tiempo al presidente de la República y al Congreso, ambos con períodos de cinco años
(hasta entonces, el mandato presidencial era de cuatro años y el parlamento se renovaba por
tercios cada dos años). Simultáneamente convocó a elecciones para elegir a los representantes
de una Asamblea Nacional, que durante sus primeros 30 días se encargaría de ratificar las
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reformas constitucionales, es decir, haría de Congreso Constituyente, para luego asumir la


función de Congreso ordinario.

4 La Asamblea Nacional se instaló el 24 de septiembre de 1919 y fue presidida por el sociólogo y


jurisconsulto Mariano H. Cornejo. Una de las primeras labores de dicha Asamblea fue hacer el
recuento de votos de las elecciones presidenciales, tras lo cual ratificó como ganador a Leguía,
quien fue proclamado presidente constitucional el 12 de octubre de 1919.

En la Asamblea Nacional se aprobó la Constitución de 1920, que reemplazó a la Constitución


de 1860.

La nueva Constitución estableció un periodo presidencial de cinco años (aunque por el


momento no contemplaba la reelección inmediata); la renovación integral del parlamento
paralela a la renovación presidencial; los congresos regionales en el norte, centro y sur; el
régimen semi-parlamentario; la responsabilidad del gabinete ante cada una de las cámaras; el
reconocimiento de las comunidades indígenas; la imposibilidad de suspender las garantías
individuales, etc.

Una de las características más importantes de esta Constitución fue su protección de los pueblos
y comunidades indígenas.

Instauración de la Dictadura

Pese a que en teoría Leguía quiso sujetarse a la Constitución y realizar un gobierno con respeto
a los principios democráticos, en la práctica su gobierno restringió las libertades públicas. En
septiembre de 1919, las imprentas de los diarios El Comercio y La Prensa fueron asaltadas por
turbas con evidente dirección gobiernista. La Prensa, donde se había parapetado la oposición,
fue confiscada. De ese modo, la libertad de expresión quedó prácticamente sometida. También
se barrió con la oposición en el Congreso, que quedó sometida al Ejecutivo. Los diputados Jorge
y Manuel Prado y Ugarteche, el primero por la provincia de Dos de Mayo, y el segundo por la
de Huamachuco, fueron apresados y exiliados.

De otro lado, acabó con las Municipalidades elegidas por voto popular para reemplazarlas por
personal designado por el gobierno (las llamadas Juntas de Notables).

Los opositores al gobierno fueron perseguidos, presos, deportados y hasta fusilados. Destacan
entre los desterrados el entonces joven líder estudiantil Víctor Raúl Haya de la Torre, que
encabezó la célebre protesta en Lima contra la consagración al gobierno del Sagrado Corazón
de Jesús del 23 de mayo de 1923, en la que fallecieron un obrero y un estudiante. En el exilio,
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Haya fundó el APRA, partido de proyección continental inicialmente de ideario antiimperialista


y anti-oligárquico. Otros opositores al gobierno, como los jóvenes periodistas José Carlos
Mariátegui y César Falcón, fueron enviados a Europa en calidad de becados. Mariátegui, de
5
regreso al Perú, ya imbuido de marxismo-leninismo, fundó el Partido Socialista Peruano.

Otros exiliados fueron el coronel Óscar R. Benavides (expresidente del Perú), Arturo Osores,
Luis Fernán Cisneros y Víctor Andrés Belaúnde. La isla de San Lorenzo, frente al Callao, fue
habilitada como prisión pública donde se confinó a los opositores, sean estos profesionales
civiles, militares o estudiantes. La isla de Taquile, en el Lago Titicaca, cumplió el mismo fin.

La Modernización

La modernización del país ya había sido tanteada por gobiernos anteriores, pero bajo el Oncenio
de Leguía se dio su impulso definitivo. Las principales bases de este salto modernizador fueron
las siguientes:

- El Estado, que se convirtió en el motor del desarrollo. Leguía consideró que el Estado
debía fortalecerse e intervenir de una manera más dinámica y dominante, para promover
la prosperidad del país. Se distanció así del modelo de Estado del civilismo, el mismo
que se había apoyado en las teorías liberales. De esa manera el Presupuesto de la
República creció enormemente, es decir, el Estado amplió radicalmente sus gastos, con
el fin de implementar un vasto programa de obras públicas.
- El retorno de la política de los grandes empréstitos, algo que no ocurría en el Perú desde
las décadas de 1860 y 1870. El mal recuerdo de estos últimos empréstitos, que habían
provocado la bancarrota previa a la guerra con Chile, quedó superado y el gobierno
concertó enormes empréstitos con la banca estadounidense, con los que financió su
vasto plan de obras públicas. Se inició así la dependencia del Perú al capitalismo
estadounidense que inevitablemente le obligaría a subordinarse a todo interés de dicha
potencia, (ejemplo de esto último fue el Laudo de París y la solución del conflicto con
Colombia, como veremos más adelante).

Los rasgos económicos más importantes del Oncenio de Leguía fueron:

El gradual, pero contundente desplazamiento del capital británico por el norteamericano, que, si
bien se inició con la fuerte inversión en la Cerro de Pasco Corporation durante el gobierno de
López de Romaña, alcanzo su apogeo con el oncenio de Leguía.

La consolidación de los enclaves o concesiones de nuestro territorio y soberanía a empresas


extranjeras para que exploten nuestros recursos naturales. La entrega a perpetuidad de los
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ferrocarriles según la ley 6281 de noviembre de 1924. La dictadura descarto el acuerdo de


concesión por 66 años de nuestros ferrocarriles a la Peruvian Corporation y le concedió para
siempre la administración.
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El abuso del endeudamiento externo promocionado por EE.UU. que necesitaba expandir sus
áreas de inversión, incluso indirecta (empréstitos a gobierno) sin preocuparse de la
productividad de los proyectos financiados por el gobierno sino de la colocación- interés y
garantías.

La injerencia creciente del gobierno norteamericano y sus técnicos en diferentes aspectos de la


vida nacional durante el Oncenio de Leguía.

Presiones de la banca privada principalmente extranjera cuyos intereses prevalecieron para la


creación del Banco de Reserva del Perú el 9 de marzo de 1922 sobre el molde del Federal
Reserve Bank de EE.UU. En el directorio del Banco de Reserva se acreditaron 10 directores: 7
de la banca privada en especial extranjera y 3 del Estado.

La Caída del Oncenio

La caída del oncenio se produjo rápidamente como consecuencia de la crisis mundial del
capitalismo, especialmente el norteamericano que se evidenció con la quiebra de la bolsa de
Valores de Nueva York (24 de octubre de 1929) en el “jueves negro”. La caída de las acciones y
la liquidación de importantes transnacionales arrastró a sus sucursales en Latinoamérica. No se
vendían más nuestras materias primas o los precios cayeron estrepitosamente. En la caída del
oncenio también se paralizaron las obras públicas y las actividades en los enclaves de
provincias, generándose un desempleo inmenso: minería, migraciones a Lima, protestas,
actividades subversivas, etc.

La dictaduras pro-EE.UU. en Latinoamérica cayeron en serie: Hernando siles en Bolivia; Carlos


Ibáñez en Chile; Washington Luis en Brasil; Hipólito Irigoyen en Argentina; etc. y en el Perú
Leguía.

El 22 de agosto de 1930 se sublevó el comandante Luis Miguel Sánchez Cerro, antiguo defensor
del civilismo en Arequipa.

Leguía fue apresado y conducido a la prisión de San Lorenzo y luego a la clínica Naval de Bella
Vista, donde escribió sus memorias Yo Tirano, Yo ladrón y murió el 6 de febrero de 1932.
Tenía 69 años, de los cuales 15 ocupó la presidencia.

La Critica Reformista: José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre


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En Perú, en torno de la experiencia de la Reforma Universitaria, emergieron dos figuras


relevantes de la política y las ideas en la década de los veinte: José Carlos Mariátegui y Víctor
Raúl Haya de la Torre. En las diferentes perspectivas que sostuvieron acerca de los problemas
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del Perú y de América Latina y de las formas de intervención política, se resumen algunos
debates fundamentales de las izquierdas durante el período de entreguerras.

José Carlos Mariátegui había participado de la experiencia de las Universidades Populares,


surgidas luego de la Reforma Universitaria; sin embargo, su formación en Europa le permitió
trascender las referencias intelectuales del reformismo y desarrollar una particular síntesis de
diversas corrientes del marxismo europeo, a partir de lecturas en una clave latinoamericana.
Mariátegui rescataría algunos tópicos desarrollados por el “indigenismo cuzqueño”, como la
centralidad del problema del indio en la cuestión nacional y la necesidad de disputar las
representaciones de la nación a la minoría oligárquica limeña, pero su pensamiento no tendría el
contenido racial-biológico que conservaba el de sus antecesores. Una de las tesis más conocidas
de Mariátegui, desarrollada en el libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana,
señalaba que el problema del indio no podía resolverse mientras se mantuviese en un plano
filosófico, pedagógico o cultural, o se lo definiera desde una perspectiva ética o moral. Su
abordaje debía ser económico-social, en tanto se trataba de una problemática relacionada con la
persistencia del poder del gamonalismo. Para Mariátegui la subsistencia del orden basado en la
alianza de la oligarquía con el imperialismo era una de las explicaciones del atraso, pero, si bien
compartió inicialmente la prédica antiimperialista del APRA, pronto la encontró limitada para
resolver los problemas más acuciantes. De allí que sus preocupaciones y convicciones
socialistas generaran una visión original acerca del lugar que lo indígena podía ocupar en un
proyecto revolucionario. El fundador de la revista Amauta desarrollaría una particular visión del
marxismo, con influencias sorelianas, que destacaban su potencial como mito movilizador para
la revolución. Mariátegui pondrá énfasis en que el problema del indio debía ser considerado
desde una perspectiva de clase, pero, atendiendo a las características del continente, observaba
que las identidades raciales se superponían de una manera particular entre los indígenas; en este
sentido, notaba que, incluso los sectores medios revolucionarios, entre los que no cabía esperar
valoraciones raciales, consideraban inferior al aborigen. Mariátegui descreía profundamente de
la potencialidad de la burguesía para encabezar un proyecto nacional. Para el intelectual
peruano la burguesía criolla encontraba cómoda la cooperación con el imperialismo. La cuestión
indígena era la que permitía articular el problema pendiente de la construcción nacional y la
revolución orientada al socialismo. De esta manera, Mariátegui recuperaba, al igual que los
“indigenistas cuzqueños”, las tradiciones comunitarias del ayllu, incompatibles con el sistema
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liberal, capaces de adaptarse al socialismo. La referencia al mito y al papel de lo indígena serían


aportes perdurables de la perspectiva mariateguiana y explican las derivas de su primera
recepción, en un contexto en el que la Internacional Comunista comenzaba a fijar los cánones
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de interpretación y actuación, y “recomendaba” el tránsito por etapas prefijadas para alcanzar el
socialismo. Las tesis de Mariátegui fueron rechazadas por la Internacional Comunista por sus
“desviaciones populistas”. Sin embargo, no solo proponían una variante local fundada en las
particularidades concretas de la sociedad peruana, sino que esas propuestas eran el resultado de
una aguda percepción acerca de la crisis de la sociedad europea después de la Primera Guerra
Mundial, que abría el camino a nuevas perspectivas, críticas de las grandes certezas de la
civilización decimonónica. La referencia al mito se instalaba en las grietas de la Razón. En este
sentido, Mariátegui desarrollaba una perspectiva filosófica descentrada del pensamiento
occidental.

Víctor Raúl Haya de la Torre había nacido en Trujillo y su acercamiento al problema del indio
tendría un recorrido diferente. Desde la llamada “bohemia trujillana”, formada por un grupo de
intelectuales, Haya tendrá un primer contacto con las luchas de los obreros azucareros. Es esta
experiencia la que lo llevará a evaluar las consecuencias del imperialismo. Haya insistirá desde
sus primeros análisis en la caracterización de las sociedades de América Latina como “semi-
feudales”, y por lo tanto con una clase proletaria y campesina débilmente conformadas. De allí
que, desde mediados de la década de los veinte, exiliado, se abocara a la construcción del
APRA, concebido como frente de clases explotadas, o, tal como era presentado, “frente único
de trabajadores manuales e intelectuales”, e iniciara sus prolongadas polémicas con el
comunismo, al que atribuía la defensa de un “marxismo congelado”. Previamente había sido
uno de los líderes más activos en las luchas de los estudiantes peruanos contra el gobierno de
Augusto Leguía, y uno de los fundadores de las Universidades Populares. Esa actividad le valió
su transformación en un líder político, y el exilio forzado por las persecuciones de los diferentes
gobiernos del Perú. En esos viajes recogería, también, las experiencias de la Revolución
mexicana y de la Unión Soviética.

Para Haya las clases medias también eran explotadas por el imperialismo, aliado a los
gamonales, de allí que solo sumando sus fuerzas al conjunto de las clases explotadas podría
llevarse adelante una transformación, que planteaba, en un horizonte lejano, arribar al
socialismo. Haya consideraba que el imperialismo constituía la primera forma del capitalismo
en América Latina. De esta manera invertía la caracterización presente en las tesis de Lenin.
Esta realidad de “atraso” sugería la necesidad de construir un Estado antiimperialista, que
pudiese propiciar las condiciones para el desarrollo (primero del capitalismo). Dentro del bloque
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de sectores explotados que constituirían el frente que impulsaba, se hallaba, por supuesto, la
población indígena, que, según insistía Haya, recuperando ideas del indigenismo, constituía el
75% de la población en el continente. Sin embargo, la referencia a lo indígena aparece en su
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pensamiento antes como una marca identitaria, presente por ejemplo en el nombre “Indo
América”, que como sujeto revolucionario. En todo caso, coincidiendo con Mariátegui,
consideraba que se trataba de una problemática que debía ser abordada desde la perspectiva
económico-social y, al señalar los vínculos del latifundismo con el poder de los capitales
extranjeros, Haya fusionaba el problema del indio y el imperialismo, y por lo tanto tendía un
puente entre el APRA y el indigenismo. Frente a la debilidad del conjunto de los sectores
sociales de una sociedad atrasada y dominada por el imperialismo, Haya se proponía como el
líder de un frente encabezado por los sectores medios, instituidos como vanguardia política.

El APRA

Cercano a los 30 años de edad, Víctor Raúl Haya de la Torre [1895-1979], exilado en México,
proclamó el 7 de mayo de 1924 la creación de una organización política de izquierda radical que
debía extenderse por toda América Latina. Este proyecto internacionalista, crítico del
expansionismo económico norteamericano (“anti-imperialista”), recibió el nombre de “Alianza
Popular Revolucionaria Americana”, y se le conoció por sus siglas: la APRA. Pese a sus
aspiraciones latinoamericanistas, la APRA sólo tomó cuerpo en el Perú, donde en 1930 se fundó
el “Partido Aprista Peruano” (PAP), con el objetivo de apoyar la candidatura presidencial de
Haya, quien regresó al país en 1931, después de casi ocho años de exilio.

El primer destierro de Haya se debió a la represión del gobierno de Leguía. Como explica el
historiador norteamericano Daniel Masterson: “El activismo político de Haya culminó en 23 de
mayo de 1923 cuando organizó una gran protesta de trabajadores y estudiantes en Lima que se
opuso a la campaña de Leguía de dedicar el Perú al Corazón de Jesús. La campaña fue el
intento del dictador por reducir las libertades religiosas y establecer una alianza abierta con la
Iglesia Católica. Haya reunió a varios grupos de oposición anti-leguiístas, incluyendo a
masones, obreros, estudiantes y a la extrema izquierda [anarquista]. La protesta fue exitosa y
Leguía tuvo que suspender sus planes. Pero Haya se había sobre extendido y fue poco después
expulsado del Perú, junto con muchos de sus seguidores políticos clave, incluyendo a Luis
Heysen [1903-1980], Manuel Seoane [1900-1963], y los líderes de su vanguardia obrera”.

En octubre de 1923, Haya fue encarcelado. Pero, a los seis días de declararse en huelga de
hambre, fue embarcado en el Callao con rumbo a Panamá. Pasó a Cuba, donde recibió la
invitación de José Vasconcelos, Secretario de Educación, para ir a México.
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Tras perder las elecciones del 11 de octubre de 1931, el PAP denunció un fraude en contra de su
candidato Haya de la Torre, iniciando una serie de conspiraciones para derrocar al nuevo
gobierno del coronel Luis Miguel Sánchez Cerro (1931-1933), incluyendo dos intentos de
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asesinato contra el presidente (6 de marzo de 1932 y 30 de abril de 1933), el segundo de los
cuales tuvo éxito. Haya fue encarcelado por el gobierno de Sánchez-Cerro (6 de mayo de
1932), pero fue liberado 15 meses después por el general Óscar R. Benavides (agosto de 1933),
como parte de una amnistía general. Después, Haya se mantuvo en la clandestinidad por más de
una década, entre 1933 y 1945, pese a que el presidente Manuel Prado Ugarteche (1939-1945)
fue elegido con apoyo aprista.

Explica Daniel Masterson que el general Benavides (1933-1939): “Aunque gobernó


mayormente por decreto y mantuvo el estado de emergencia durante la mayor parte de su
gobierno, permitió algún espacio político para sus oponentes. Sabía, por ejemplo, que el
encarcelamiento de Haya de la Torre ocasionaría altos niveles de violencia entre los apristas.
Por eso liberó a Haya de prisión al inicio de su gobierno. Pese a las numerosas conspiraciones
contra su gobierno, se permitió que Haya de la Torre siguiera en libertad, viviendo una
existencia clandestina que no era completamente secreta. Durante esos años en las catacumbas,
Haya adoptó el seudónimo indigenista de Pachacútec. Claramente, Benavides no quería que
Haya fuese un mártir. Con todo, los enemigos de Haya eran muchos, pero pudo escapar de
varios intentos de asesinato en esos años de clandestinidad”.

El PAP volvió a la legalidad durante el gobierno de Bustamante y Rivero (1945-1948), pero la


fallida rebelión de la marinería aprista en el Callao el 3 de octubre de 1948 llevó al gobierno a
decretar la ilegalidad del partido (4 de octubre). Al final de ese mes, el general Manuel Odría
dio el golpe de Estado que lo llevó al poder (28-29 de octubre).

Según Masterson, durante el “Ochenio” de Odría (1948-1956): “La primera prioridad del
régimen fue purgar de apristas el gobierno, las organizaciones obreras, la policía y las fuerzas
armadas. Más de 1000 apristas fueron arrestados y muchos encarcelados. Muy rápidamente la
mayoría de los líderes del APRA, incluyendo los dirigentes Armando Villanueva del Campo
[1915-2013] y Ramiro Prialé [1904-1988], fueron también capturados. Ambos permanecieron
en prisión por extensos períodos en la Penitenciaría de Lima. Haya de la Torre evitó ser
capturado hasta el 3 de enero de 1949, cuando recibió asilo en la embajada colombiana en Lima.
Permaneció bajo asilo diplomático en la embajada durante los siguientes cinco años, mientras
repetidos intentos de asegurar su salida del Perú fracasaban, hasta que fue finalmente expulsado
el 7 de abril de 1954.
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Frederick Pike sugiere que durante los años que pasó en la embajada de Colombia, Haya de la
Torre [de 53 a 58 años de edad] creció como persona, haciéndose menos narcisista y más
tolerante de los rigores de su vida. Leyó y escribió ampliamente. Se convirtió en un estudioso
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del historiador inglés Arnold Toynbee. Aparentemente se distanció de las ideas políticas
radicales del pasado y se convirtió en una persona más contemplativa. Su anticomunismo
creció en intensidad. Pese a las críticas de otros dirigentes del APRA, de que los EE. UU estaba
nuevamente volviéndose intervencionistas en América Latina debido a la Guerra Fría, se
mantuvo en la creencia de que el gobierno de Washington sería el defensor del APRA en el
Perú. Esto fue cierto, aunque el gobierno del presidente norteamericano Eisenhower
condecoraba a Odría por su apoyo a los EE. UU en la lucha contra el comunismo en la Guerra
Fría. El aislamiento de Haya de la Torre en la embajada al final fue una ‘bendición mixta’.
Miembros de la intelectualidad del APRA, incluyendo a los poetas Magda Portal [1900-1989],
Ciro Alegría [1909-1967] y Alberto Hidalgo [1897-1967], abandonaron el partido por
diferencias ideológicas, en particular por el aparente abandono del antimperialismo por parte de
Haya. Magda Portal, convertida ahora en una crítica intensa y explícita de la dirigencia del
APRA, se quejaba: «Siempre mártires de la clase trabajadora, nunca entre los líderes»”.

De este modo, Haya estuvo en la cárcel menos de año y medio, brevemente por órdenes de
Leguía (1923) y 15 meses en época de Sánchez Cerro (1932-1933) y Benavides (1933). Pasó en
la clandestinidad casi tres lustros, en época de Benavides (1933-1939), de Prado Ugarteche
(1939-1945) y de Odría (1948-1949). Se asiló por más de cinco años en la embajada de
Colombia (1949-1954), y vivió exiliado una docena de años, por órdenes de Leguía (1924-
1931) y de Odría (1954-1957). Cuando falleció, a los 84 años, el 2 de agosto de 1979, había
pasado prácticamente la mitad de su vida perseguida.

Conclusión

En conclusión, las tres primeras décadas de Perú se vieron conflictuadas por los once años de
dictadura por Leguía y las contraposiciones de los sectores que buscaban derrocar a la
oligarquía tardía de Perú e instalar el socialismo luego de haber entregado casi todo el país en
manos del capitalismo estadounidense para el cual Leguía busco generar mejoras para celebrar
las festividades del centenario del país.

Bibliografía

Silva Sernaqué, A. (2002) Control Social, neoliberalismo y derecho penal. Universidad


Nacional Mayor de San Marcos. Fondo Editorial. Perú
GRUPO Nº2: PERÚ: GOBIERNO OLIGÁRQUICO.
“EL GAMONALISMO”. EL ONCENIO DE
17-11-2020
LEGUÍA. LA CRITICA REFORMISTA: JOSE
CARLOS MARIÁTEGUI Y VÍCTOR

Ansaldo, W. y Giordano, V. (2012) América Latina, La Construcción del Orden. De la colonia a


la disolución de la dominación oligárquica. Editorial Paidós. Argentina

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