Cuando Débora recibía una instrucción de Dios, era rápida para actuar. No
se quedaba meditando en las ventajas y desventajas, pensando en todo lo
que podría ir mal, o dudando de sus habilidades para hacer lo que Dios le
mandó. Si Dios decía que algo se necesitaba llevar a cabo, era suficiente
para ella. Su fe en Él le dio el poder para actuar. Ella recibió todo lo que
necesitaba de Él para llevar a cabo Su voluntad.
Un día Déborah recibió instrucciones claras del Señor. Tenía que llamar a
un hombre que se llamaba Barac y decirle que el Señor Dios le mandó a
juntar 10.000 hombres en el monte de Tabor. Allí Dios iba a ayudar a
Barac y a los Israelitas a derrotar a Sísara, el capitán del ejército de Canaán,
el cual había oprimido a Israel durante muchos años. A causa de esa
opresión incesante, los Israelitas habían clamado a Dios por ayuda, y ese
era el plan de Dios para derrotarlo una vez por todas.
El hecho que Sísara tenía 900 carros herrados no significaba nada para
Dios, pues Él estaba listo y dispuesto a dar a Israel la victoria sobre el
capitán y su ejército. Pero Barac no estaba dispuesto a guiar al ejército de
Israel solo. Respondió a Débora: “Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no
fueres conmigo, no iré.”
Por supuesto Débora fue con él. Era celosa para hacer lo que el Señor había
mandado, y en el día de la batalla dijo: “Este es el día en que Jehová ha
entregado a Sísara en tus manos. ¿No ha salido Jehová delante de ti?”
“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los
que tienen fe para preservación del alma.” Hebreos 10:39.