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Comentario de un fragmento de texto de Miguel Unamono

Y entonces, serena y tranquilamente, a media voz, me contó una historia que me sumergió
en un lago de tristeza. Cómo Don Manuel le había venido trabajando, sobre todo en
aquellos paseos a las ruinas de la vieja abadía cisterciense, para que no escandalizase,
para que diese buen ejemplo, para que se incorporase a la vida religiosa del pueblo, para
que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al respecto, mas sin intentar
siquiera catequizarle, convertirle de otra manera.
-Pero ¿es eso posible? -exclamé consternada.
-¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando yo le decía: «¿Pero es usted, usted, el
sacerdote, el que me aconseja que finja?», él, balbuciente: «¿Fingir?, ¡fingir no!, ¡eso no es
fingir! Toma agua bendita, que dijo alguien, y acabarás creyendo». Y como yo, mirándole
a los ojos, le dijese: «¿Y usted celebrando misa ha acabado por creer?», él bajó la mirada
al lago y se le llenaron los ojos de lágrimas. Y así es como le arranqué su secreto.
-¡Lázaro! -gemí.
Y en aquel momento pasó por la calle Blasillo el bobo, clamando su: «¡Dios mío, Dios mío!,
¿por qué me has abandonado?». Y Lázaro se estremeció creyendo oír la voz de Don
Manuel, acaso la de Nuestro Señor Jesucristo.
-Entonces -prosiguió mi hermano- comprendí sus móviles, y con esto comprendí su
santidad; porque es un santo, hermana, todo un santo. No trataba al emprender ganarme
para su santa causa -porque es una causa santa, santísima-, arrogarse un triunfo, sino
que lo hacía por la paz, por la felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están
encomendados; comprendí que si les engaña así -si es que esto es engaño- no es por
medrar. Me rendí a sus razones, y he aquí mi conversión. Y no me olvidaré jamás del día
en que diciéndole yo: «Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él, temblando,
me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La
verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no
podría vivir con ella». «¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?», le
dije. Y él: «Porque si no, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio
de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis
feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para
matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de
sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia,
hacerles vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen
vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber
tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la
que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el
consuelo que les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras.“

RESUMEN:

Lázaro cuenta a Ángela cómo don Manuel le había revelado su secreto en sus paseos: lo
había convencido para que fingiese creer y actuase procurando el bien de los demás. Y cómo
ante su requerimiento de la verdad, don Manuel le confiesa su falta de fe y el porqué fingía
él mismo. Su misión era procurar la felicidad de los demás, si les quitaba la fe les impondría
la carga de la angustia de aceptar la muerte. Si la felicidad pasa por la ilusión de la vida
eterna, toda religión es buena y necesaria. Lo había elegido a él porque necesitaba
desahogarse con alguien antes que traicionarse a sí mismo y gritarla a los cuatro vientos. Su
forma de consolarse era buscar el consuelo en los demás. Así fue como convirtió a Lázaro a
sus prácticas. Ángela queda escandalizada por las declaraciones.
ESTRUCTURA:
1) Lázaro revela a Ángela el secreto de don Manuel: no tiene fe.
2) Lázaro reproduce para Ángela la argumentación de San Manuel.
…..2.1. La ausencia de fe significa el reconocimiento de la muerte.
…..2.2. Esta realidad condena al ser humano al sufrimiento –experiencia propia-.
…..2.3. La fe en el más allá conforta al ser humano en su sed de eternidad.
…..2.4. La revelación de su secreto solo traería sufrimiento e infelicidad a los demás.
…..2.5. Su único consuelo es procurar la felicidad de los demás.
…..2.6 [por lo tanto] Hay que actuar como si se creyera.
……….Toda religión es bueno en cuanto satisface esa sed de eternidad.

     La estructura presenta una parte de narración introductoria (párrafo 1) y un diálogo


posterior con las intervenciones de Ángela y Lázaro. El contenido se centra en las
intervenciones de Lázaro (intervenciones 2 y 4). En la primera se produce la revelación (1) y
en la segunda la argumentación. Las intervenciones de Ángela son expresivas; transmiten su
reacción de asombro y estupor ante el relato de su hermano.

TEMA:
Procurar la felicidad ajena contra la angustia existencial
COMENTARIO CRÍTICO DEL CONTENIDO:
     Estamos ante un fragmento de San Manuel Bueno, Mártir donde Ángela actúa como
narrador-testigo. En él se nos reproduce una conversación clave en el argumento de la obra.
En ella Lázaro, su hermano, la informa de la revelación del gran secreto del protagonista.
Don Manuel es un sacerdote sin fe que vive para mantener en su pueblo la ilusión de la vida
eterna que les permita ser felices en esta vida sin la angustia de pensar en la muerte como el
final de todo. Se marcan así una serie de hechos que constituyen el núcleo de la obra. Don
Manuel es un sacerdote y ejerce su ministerio a pesar de no creer lo que predica, ¿es esto
una actitud ética? Considera que las mentes sencillas no podrían ser felices en el
conocimiento de su verdad, que las condenaría al sufrimiento, ¿justifica esto la ignorancia?
La acción como medio de redención de la angustia existencia enfocada a procurar la
felicidad de los demás, ¿no es un planteamiento vital evangélico? ¿Pueden caber otras
actitudes ante idénticos planteamientos?

     Nos enfrenta el texto a algunas de las interrogantes clave en la existencia de cualquier ser
humano. La fe consiste en creer en algo sin prueba empírica que lo demuestre. El problema
es que no llegamos a alcanzar la fe a través de la razón porque son cuestiones
contradictorias. La razón nos pide demostración empírica, la fe se afirma a sí misma en
ausencia de estas. O se tiene o no. Cuando tratamos de creer en Dios a partir de la razón el
resultado suele ser un fracaso –a pesar de algunos intentos desde la filosofía como los de
Santo Tomás de Aquino-, y el propio Evangelio nos habla de la fe como un don que Dios
otorga, lo que significaría que el hombre no puede alcanzarlo por sí mismo.

     La ausencia de fe no significa la no existencia de Dios. En cierta ocasión un amigo estaba


confuso por tener que explicarle a un hijo el don de la ubicuidad de Dios y su invisibilidad.
Le contesté que le explicara como funcionan las ondas de radio. El que no tengamos
capacidad para percibir las ondas no significan que estas no existan. Cuando alcanzamos el
grado de conocimiento técnico necesario aprendimos a controlar ciertas ondas, generar
aparatos capaces de emitirlas e interpretarlas. Encendemos una radio y oímos una emisora
determinada. Encendemos la televisión y vemos una cadena determinada. Y están
determinadas por unas frecuencias fijas, lo que significa que simultáneamente hay otras
ondas llegando al receptor que no son sintonizadas por vibrar en una frecuencia diferente,
¿significa eso que no existen?

     Esto nos lleva al concepto de “verdad”. Ya Machado ponía en los cantares esta palabra
entre interrogaciones (“¿Tu verdad no; la verdad/ y ven conmigo a buscarla/ la tuya,
guárdatela”). El que nosotros creamos algo no significa que necesariamente esa sea “la
verdad” en mayúsculas, de hecho sabemos que la diferencia entre dos verdades
irreconciliables como un círculo y un rectángulo puede resolverse dando un paso lateral
para contemplar que constituyen una realidad única: un cilindro. Esta es la prudencia que
otorga la reflexión y el conocimiento. Y es el planteamiento que Ángela nos aporta al final de
la obra:” acaso murieran creyendo no creer” lo cual no sería sino otra forma de fe.

Lázaro exige la verdad a don Manuel, don Manuel sufre con su verdad y necesita
comunicarla para desahogar su alma. Pero, ¿es esa la verdad? Si no lo fuera, y cabe la
posibilidad de que así sea, estaría condenando a un sufrimiento innecesario a aquellos que
él cree (nuevo acto de fe) que no podrían ser felices compartiendo esta certeza. ¿Merece la
pena afirma esta verdad, la suya, como única y verdadera? Si yo tuviera la certeza de que el
receptor no iba a poder con la carga que soporto sobre mis hombros, también optaría por no
descargarla sobre él si no fuera por propia supervivencia –no dejaría caer una bombona de
butano sobre los hombros de mi hijo de cinco años, sé que no soportaría el peso-.

     Con independencia del concepto de verdad, Unamuno introduce un tercer elemento en la


dicotomía clásica entre razón y fe: el sentimiento. Nuestro filósofo centra su atención en lo
que el ser humano siente con independencia del concepto de “verdad” objetiva. Unamuno
defiende que el ser humano siente la necesidad de autoafirmarse en la existencia de la
eternidad. La negación de esta afirmación conduce a la angustia vital, otro sentimiento. La
lucha ha de enfocarse a la felicidad –otro sentimiento- de los demás, ofreciéndoles la visión
de una vida más allá de la muerte, o de la acción para procurar esa felicidad –terapia de la
acción para mitigar el sufrimiento-. Hoy llamaríamos a esto inteligencia emocional en tanto
en cuanto se enfoca a la capacidad del ser humano de gestionar sus propios sentimientos.
¿Es un error de don Miguel de Unamuno o fue un adelantado a su época?

     Lo que parece incuestionable es que estamos ante ideas, actitudes y planteamientos que
nos invitan a la reflexión, la crítica y la adopción de posturas vitales coherentes con nuestras
conclusiones, ¿qué más se puede pedir de un texto?

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