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Y mientras seguía sentado,

temblando e intentando ordenar sus pensamientos de confusión y terror, sabía


ya una cosa con absoluta seguridad: cambiaría su vida, aunque sólo fuera
porque no quería tener aquella horrible pesadilla por segunda vez. No podría
resistir una segunda vez.

No cabía duda de que era bueno que este mundo


exterior existiese, aunque sólo le sirviera de lugar de refugio.

Era grotesco: él,


Grenouille, que podía olfatear a cualquier ser humano a kilómetros de
distancia, ¡no era capaz de oler su propio sexo, que tenía a menos de un palmo
de la nariz!

Pero tenía valor; es decir, luchaba contra el miedo de no saber, contra


el temor de la incertidumbre, y su lucha era efectiva porque sabía que no podía
escoger.

Con
las escasas existencias de extractos florales, aguas y especias, un perfumista
mediocre no habría podido realizar grandes progresos, pero Grenouille supo
en seguida, al primer olfateo, que las sustancias disponibles bastaban para sus
fines.

Este aura, sin embargo, la clave enormemente complicada e intransferible


del olor personal, no era percibida por la mayoría de los hombres, los cuales
ignoraban que la poseían y por añadidura hacían todo lo posible por ocultarla
bajo la ropa o los perfumes de moda.

Sólo les era familiar aquel olor


fundamental, aquella primitiva vaharada humana, sólo vivían y se sentían
protegidos en ella y quienquiera que oliese a aquel repugnante caldo colectivo,
era considerado automáticamente uno de los suyos.

Estaba acostumbrado desde la adolescencia a que las personas que pasaban


por su lado no se fijaran en él, no por desprecio —como había creído entonces
—, sino porque no se percataban de su existencia

Porque los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza, ante el horror, ante
la belleza y cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras, pero no
podían sustraerse al perfume.

Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres.

A finales de junio empezó el tiempo de los jazmines, en agosto, el de los


nardos. El perfume de ambas flores era tan exquisito y a la vez tan frágil, que
no sólo tenían que cogerse los capullos antes de la salida del sol, sino que
requerían una elaboración muy especial y delicada.
Estos capullos, los más nobles de todos, no se dejaban
arrancar el alma con facilidad; era preciso sacársela a fuerza de halagos.

No se sentía embriagado o aturdido como la primera vez que había


olfateado, sino lleno de la dicha del amante que escucha u observa desde lejos
a su amada y sabe que la llevará consigo al hogar dentro de un año

Sintió cómo la sangre caliente volvía a darle vida y cómo se apoderaba de él la


voluntad de llevar a cabo lo que se había propuesto, incluso con más fuerza
que antes, porque ahora la voluntad ya no tenía su origen en un simple anhelo,
sino que había surgido de una decisión meditada

Estaba
cansado, pero no quería dormirse porque no era decoroso dormirse durante el
trabajo, aunque éste consistiera sólo en esperar.

Daba la impresión de ser un hombre tan cansado de la vida que ni


siquiera deseaba vivir despierto las últimas horas de su existencia.

Estaba tan lleno de repugnancia, de asco hacia el mundo


y hacia sí mismo, que no podía llorar.

en el teatro siempre resulta grato


que una pieza conocida sea presentada de una forma nueva y sorprendente.

eran como lavadas, limpias, simples, consoladoramente


sencillas.

Podía hacer todo esto cuando quisiera; poseía el poder requerido para ello.
Lo tenía en la mano. Un poder mayor que el poder del dinero o el poder del
terror o el poder de la muerte; el insuperable poder de inspirar amor en los
seres humanos.Sólo una cosa no estaba al alcance de este poder: hacer que él
pudiera olerse a sí mismo. Y aunque gracias a su perfume era capaz de
aparecer como un Dios ante el mundo... si él mismo no se podía oler y, por lo
tanto, nunca sabía quién era, le importaban un bledo el mundo, él mismo y su
perfume.

Pero el cuerpo de un hombre es resistente y no se deja despedazar con


tanta facilidad

Por
primera vez habían hecho algo por amor.

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