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Un proceso formativo, y una relación personal

Esta tarea, es un proceso formativo, y no un suceso informativo.


El discipulado se desarrolla gradualmente. No tiene nada que ver
con crecimiento instantáneo. Es una decisión radical de la
voluntad, que viene de esta insatisfacción santa del corazón, que
entiende que lo más primordial y fundamental en la vida es
conocer y hacer la voluntad de Dios.

Esto llevará a una persona a negarse a sí misma y tomar su cruz


cada día para seguir gozosamente a Cristo. Dado que no es
cuestión de emoción sino una decisión, se puede convertir en
discípulo el mismo día en que nace de nuevo, pero se desarrolla
como discípulo en un proceso intencional, integral y continuo.

No podemos ser formados y perfeccionados sin que exista un


discipulado, así como tampoco podemos cruzar un océano antes
de subirnos a un barco o un avión. El proceso de formación,
únicamente comienza en el discipulado. Los evangelios nos
muestran que los apóstoles que Jesús llamó, eran hombres no
formados ni perfeccionados, pues tenían envidia, dureza de
corazón, cobardía, y un espíritu de venganza, pero a pesar de
eso, decidieron seguir y servir Jesús en todo. Ese proceso de
tiempo, los llevó a su formación como consecuencia.
Esta tarea, se trata de una relación personal, y no de una lección
ocasional. ¿Recuerda quién lo discipuló? ¿Había algo en él que
impactó su vida? Quizá no era un gran orador o predicador, pero
Dios lo usó para que usted pudiera estar donde ahora está. De
hecho, Dios continúa utilizando a muchas personas para ayudarlo
a crecer en su vida espiritual.

Lamentablemente, gran parte de los ministros, no han disfrutado


de una experiencia real y práctica de discipulado, algunos
simplemente recibieron una capacitación teológica por maestros
de aula en un instituto o seminario bíblico, otros un entrenamiento
ministerial básico en la iglesia local, pero pocos han tenido un
maestro de la Palabra y formador personal en sus vidas; es por
ello que no les nace naturalmente ser discipuladores, pues nunca
fueron discipulados.

Esto nos ayuda a comprender, que tanto la disposición y el


compromiso a establecer una relación personal son
indispensables para realizar con eficacia y eficiencia el trabajo de
discipulado, entendiendo siempre que Dios tiene un plan para la
vida de cada persona, por lo que el maestro debe ajustarse a ese
plan y no buscar su propio plan para la persona discipulada.

El maestro debe estar consciente, que gran parte del fruto de su


trabajo, dependerá del tiempo que comparta con el discípulo. El
discipulado implica, aceptar a las personas no por lo que son,
sino por lo que Dios es capaz de hacer en sus vidas. Debemos
desarrollar la capacidad de expresar amor y valoración, cuando
una persona falla o no realiza aquellas cosas que esperábamos
de ella.

Tarea de entrenamiento y proyecto para formar sucesores

Esta tarea, se trata de entrenamiento, y no de una actividad de


entretenimiento. Sin discusión alguna, Jesús fue un reclutador
por excelencia. Entre sus discípulos se encontraban personas de
todos los estratos de la sociedad de su tiempo. Lo vemos al
principio de su ministerio cuando recluta a un grupo de
pescadores, luego dos parejas de hermanos que, posteriormente,
formaron parte del grupo de los doce apóstoles.

El Señor llama a los suyos al servicio, puesto que el llamamiento


para la salvación y el discipulado tiene su origen en Dios, pero
también debemos decir, que es nuestra responsabilidad
evangelizar y discipular a los que no conocen a Cristo; al mismo
tiempo que nosotros mismos estamos y seguimos en el proceso
de perfeccionamiento, para edificar a los santos.

El Señor nos llama al discipulado, pero es necesario que alguien


nos involucre, nos capacite, e inicie en el servicio. Una de las
características del verdadero discípulo de Cristo es que se
multiplica, es decir, que también es un maestro. Un discípulo,
desarrolla a otros discípulos para que éstos a su vez puedan
desarrollar a otros. Hacer discípulos que se multipliquen es la
única manera de cumplir efectivamente la «gran comisión».

Formar vidas, lleva tiempo y solo es posible hacerlo cuando


maestro y discípulo comparten el proceso de esta encomienda
divina. La mera transmisión verbal de enseñanzas no es
suficiente, ya que se convertiría en un simple programa
eclesiástico. Notamos en los evangelios con absoluta claridad,
cómo Jesús estuvo dispuesto a invertir tiempo y energías en la
formación de la vida de sus discípulos.

Igualmente, Pablo consideró que presentar a todo creyente


maduro y perfeccionado en Cristo, no es un asunto accidental, ni
una actividad ocasional; sino un trabajo intencional y arduo, que
establece una dinámica de compromiso mutuo.

Esta tarea, es un proyecto para formar sucesores, no es un plan


para buscar seguidores. Como discipulador, Jesús no se
conformaba con que sus discípulos escucharan atentamente sus
enseñanzas: esperaba de ellos, vidas transformadas y fructíferas,
pues para esto los había elegido. El propósito era claro: Mi padre
es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así
que son mis discípulos.
Lo cierto es, que para que estos frutos se dieran y
permanecieran, la relación entre discípulo y maestro, debía ser
tan profunda como la del pámpano y la vid. Por eso, el texto nos
marca bien dos elementos: los frutos y la comunión permanente.
Ambos son esenciales al discipulado.

Debemos reconocer que nos cuesta mantener el equilibrio de


esta ecuación. Cuando enfatizamos los frutos, trabajando con
persistencia para tener vidas y ministerios fructíferos, lo hacemos
a costa de la comunión. Algunos consideran que mantener una
relación personal es perder el tiempo. Las urgencias son otras.

Encomienda divina, no programa eclesiástico

Pablo entendió claramente este principio, y fue la razón por la


cual se reprodujo en Timoteo y le instó, para que lo que él había
visto, oído, aprendido y recibido de Pablo, hiciera lo mismo en la
vida de hombres fieles e idóneos para que enseñaran también a
otros.

Esta forma de discipulado surge de un caminar juntos, tal como lo


hizo Jesús con sus discípulos. Jesús no solo les enseñó a orar,
sino que oró con ellos. No solo les enseñó a perdonar, sino que lo
vieron perdonar. De ahí que, el discipulado no es solamente
compartir enseñanzas sino vivir esas enseñanzas. Por eso, en un
tiempo donde abunda la religiosidad, el mundo necesita el
ejemplo palpable de vidas transformadas, no la última novedad
espiritual; la gente desea poder decir «yo quiero vivir como los
hijos de Dios».

La experiencia nos dice que no es fácil caminar con otros. De


hecho, en la convivencia del discipulado afloran las virtudes y
debilidades de todos. Los evangelios nos presentan las diferentes
experiencias que Jesús tuvo que enfrentar para resolver las crisis
de sus discípulos y confrontar sus carnalidades, intrigas y celos
para llevarlos a la madurez. El discipulado revela, que no existe
la comunidad ideal, aunque podemos acercarnos a esta realidad
cuando cada uno de sus miembros aprende a convivir con el otro
tal cual es.

Una de las cualidades más destacables de Jesús como


discipulador, fue ver a las personas, no como lo que eran en ese
momento sino como lo que llegarían a ser. En cada uno veía el
«producto terminado» y los trataba de acuerdo con esta visión. Al
escoger a sus doce, les dijo que haría de ellos pescadores de
hombres y no reparó en las limitaciones intelectuales, sociales y
emocionales de sus discípulos. Tampoco lo desanimaron las
características personales que cada uno tenía (tímidos,
agresivos, rudos, etc.). Desde el principio los trató como
discípulos, para que llegaran a ser apóstoles.
No siempre tuvieron éxito; los envió a expulsar demonios y
fallaron, les dio la oportunidad de alimentar a una multitud, y no
interpretaron el desafío, los convocó a una vigilia y se durmieron.
Sin embargo, nunca bajó el nivel de las expectativas. Él sabía
que algún día, llegarían a ser pescadores de hombres y al fin, lo
logró.

En Jesús, el punto de partida para el trato con las vidas estaba


en su visión del producto final. Solo Él, pudo ver en una mujer
fracasada, con una vida familiar destruida, a la primera misionera
a los samaritanos. Todo su diálogo con ella lo tuvo por certeza
que desde el interior de esta mujer frustrada y pecadora,
correrían ríos de agua de vida. El discipulado es creer en el
potencial transformador del evangelio del reino y en el poder
restaurador de Jesucristo.

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