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GÓMEZ PALACIOS, José Joaquín: “Los jóvenes y la iniciación cristiana: un proceso educativo en una
“cultura del espectáculo”, Sal Terrae 1.056, Santander 2002, pp.389-406.
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GONZÁLEZ-ANLEO, J. Mª, en. AAVV: Jóvenes españoles 2005 Fundación Santa María, Madrid 2006
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varones y el 6% de las mujeres; y no practicantes el 7% de los varones y ninguna mujer.
En ese mismo año, declaraban no faltar ningún domingo a la misa, el 71% de las
jóvenes y el 40% de los varones 3.
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DE MIGUEL, Amando: Dos generaciones de jóvenes 1960-1998, Madrid, Instituto de la Juventud 2000
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GONZÁLEZ FAUS, J.I.: “Crisis de credibilidad en el cristianismo. España como síntoma”, en
Concilium nº 311, Verbo Divino, Estella, junio 2005, pp.323-332.
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eterno ordenado por el sonido de las campanas. La iglesia parroquial, situada en el
centro del pueblo, manifestaba geográfica y espiritualmente la importancia de la fe. La
ubicación de los asistentes en el interior del templo, en especial en las grandes
solemnidades, expresaba con claridad el lugar de la autoridad y el orden. Incluso la
separación de varones y mujeres sancionaba una situación social de grave
discriminación de género. El cura, el alcalde, el maestro, el médico y el boticario son,
como recordaba una costumbrista canción de José Luis Perales, el centro del poder. La
parroquia ejerció durante buena parte del franquismo como institución de control social
(desde la mirada crítica hacia los que no “iban a misa” a la emisión de certificados de
comunión para cobrar el jornal) en lugares pequeños donde todos se conocían y siendo
los sacerdotes mayoritariamente conservadores tanto desde el punto de vista religioso
como político. Predominaba en España una religiosidad muy arraigada pero muy poco
ilustrada y personalizada críticamente (la mayoría de la gente poseía estudios muy
elementales).
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aceptación de la libertad religiosa (nadie puede ser forzado a creer) y de la igualdad
fundamental que existe entre todos los bautizados (más allá de la existencia de
ministerios y estados de vida distintos), condujo a la búsqueda de estructuras más
igualitarias y participativas para favorecer la participación del laicado y la renovación
de la actividad catequética, litúrgica y caritativa.
Es entonces cuando los jóvenes empiezan a tener una atención específica –la
pastoral de juventud- al comprobarse que su mundo cultural se diferencia notablemente
del de sus padres y que el cristianismo convencional, propio de la etapa anterior al
concilio, tiene muy poco atractivo para las nuevas generaciones. A mi modo de ver, la
creatividad y generosidad de miles de agentes de pastoral empeñados en evangelizar los
espacios juveniles durante las décadas de los setenta, los ochenta y los primeros años
noventa, no puede minimizarse en absoluto: campamentos, convivencias, pascuas
juveniles, campos de trabajo, coros, grupos de tiempo libre, equipos deportivos, clubes
juveniles, voluntariados, catecumenados, etc. Dos fueron, a mi modo de ver, los pilares
sobre los que se construyó esta acción pastoral: el monopolio eclesial del ocio educativo
y la recuperación del sacramento de la confirmación como ocasión para intentar un
proceso de educación en la fe. Ni que decir tiene que muchos padres que sentían cierta
impotencia para comunicar su experiencia religiosa a sus hijos y que confiaban en la
seguridad que emanaba de la institución eclesial frente a los crecientes peligros de ”la
calle” empujaron a muchos niños, adolescentes y jóvenes a las actividades parroquiales.
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las preocupaciones colectivas y que sólo aparece cuando se trata de expresar
simbólicamente acontecimientos vitales muy significativos como el nacimiento, el
matrimonio y la muerte. El clima cultural de la posmodernidad ha debilitado las
creencias, ha erigido el disfrute como criterio de orientación vital y potencia un estilo de
vida notablemente superficial. Las iglesias, al mismo tiempo, no están siendo capaces
de descubrir los valores positivos de este clima cultural: la tolerancia, la pluralidad, la
humildad, el valor de la corporalidad, la sensibilidad ante la naturaleza, el rechazo de
todo tipo de discriminaciones, la recuperación de los sentimientos y la estética, etc. Y,
lo que es peor, mantienen posiciones en el terreno de la organización interna (clero-
fieles; varones-mujeres)o en campos como la moral sexual y familiar que son percibidas
por la mayor parte de los ciudadanos –creyentes incluidos-como profundamente
anacrónicas y autoritarias.
Por otra parte, muchas de las funciones sociales que la parroquia venía
desarrollando son menos demandadas por una sociedad mucho más individualista que
privilegia los espacios privados sobre los públicos o son ahora realizadas por
instituciones públicas o privadas carentes de cualquier referencia religiosa. La
democracia ha desplegado un conjunto muy diverso de iniciativas sociales, sindicales y
políticas. Las distintas administraciones y asociaciones varias prestan un amplio abanico
de servicios sociales, culturales y recreativos que antes tenían su arraigo natural en la
parroquia. Esto, como es natural, ha reducido el ámbito de actuación de las misma, su
importancia y significatividad pública. Muchos de nuestros conciudadanos prefieren
demandar servicios de un modo anónimo e individual a formar parte de tejidos humanos
estables.
Como hemos señalado, las raíces profundas del distanciamiento juvenil respecto
a las comunidades cristianas se encuentran en el acelerado cambio socio-cultural, en el
intenso proceso de secularización y en la aguda crisis pública de la institución eclesial
global. No obstante, en el terreno cercano de la vida común de las parroquias –del que la
mayoría de los jóvenes han tenido, hasta ahora, una impresión mucho más positiva que
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J. ELZO: "Los jóvenes ante el futuro", Misión Joven nº 286, noviembre 2000 p. 10, CCS, Madrid.
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de la “gran Iglesia”- pueden encontrarse también pistas para comprender el progresivo
éxodo juvenil. Voy a plantear telegráficamente algunas paradojas o insuficiencias
pastorales, que me parecen importantes7:
La acción educativa y catequética con los jóvenes estuvo muy marcada por su
propia subcultura lo que, sin querer, generó una brecha entre éstos y el resto de
la comunidad adulta que, a la postre, no llegaba a cerrarse casi nunca. Era tan
distinta la manera que tenían los grupos juveniles de orar y celebrar, de
organizarse y comunicarse, o la teología que utilizaban respecto a los adultos de
la parroquia que, a la postre, no podían integrarse en una organización que
consideraban ajena a su sensibilidad y con muy poca vitalidad. Lo cierto es que
en la mayoría de los casos, los adultos estaban encantados con que los jóvenes
participaran en la vida parroquial –aunque hubiera algunas parroquias
inmovilistas opuestas a sus “novedades”-, pero éstos raramente asumieron el
deseo de salir de su microclima juvenil para integrarse en uno común.
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un entorno de creciente indiferencia religiosa. La pérdida del horizonte crítico y
utópico y el fortalecimiento de la sociedad del bienestar implicó una seria crisis,
incluso para el cristianismo progresista.
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espiritualidad particular. Un espacio capaz de alimentar la fe de un colectivo humano
cercano, sencillo y plural.
Las parroquias necesitan que la convocatoria a la fe sea realizada por todos sus
miembros con invitaciones mucho más personales y explícitas que en el pasado. Pero
para que esas convocatorias puedan tener algún éxito, tendrán que ser también mucho
más diferenciadas en las ofertas, los ritmos, las exigencias, etc. Tendremos que cambiar
muchas cosas para que la mayor parte de los jóvenes que tienen “sed” quieran acercarse
a los “pozos parroquiales” y modifiquen su impresión de que ya están secos.
Especialmente necesitan que los cristianos seamos capaces de contar “lo del evangelio”
de un modo que sintonice con su lenguaje y preocupaciones, aunque sea para
cuestionarlas.
Me parece también que será necesario recuperar ciertos equilibrios. Sin duda los
jóvenes necesitan su propio espacio y actividades, pero también necesitan hacer cosas
con adultos y los mayores, para aprender de ellos y de su experiencia. Los grupos
seguirán siendo importantes, pero cada vez se percibe más claramente la necesidad de
acompañar personalmente a cada joven en su itinerario creyente. Habrán de mantenerse
las sesiones de catequesis, pero parece claro que debe reducirse la reunionitis y dar
mayor cabida al acercamiento a realidades y experiencias provocadoras. La liturgia, la
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Un desarrollo mayor de estas sugerencias en el libro de CEREZO, J:J: y GÓMEZ SERRANO, P.J., ya
citado, y en GÓMEZ SERRANO, P.J.: “¿Por dónde van los tiros? 10 pistas para impulsar una Pastoral de
Juventud Actualizada”, Misión Joven nº 318-319, pp. 99-106, julio-agosto 2003, Madrid.
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formación y la acción social de nuestras parroquias necesitan una profunda renovación,
pero también hemos de reconocer que los jóvenes carecen de una verdadera iniciación
simbólica al misterio de la fe. No tiene sentido aprender fórmulas doctrinales caducas
pero hoy, el problema mayor es la carencia de una formación teológica medianamente
seria que asuma las aportaciones de la modernidad y la postmodernidad. Por otra parte,
dialogar con las nuevas sensibilidades culturales no significa aceptarlas sin más; el
desarrollo de un sentido más crítico y profético para denunciar los elementos de nuestra
sociedad que deshumanizan o agreden a los más débiles es algo que los jóvenes
deberían aprender en la parroquia.
Finalmente, pienso que la parroquia necesita dar mucha importancia al clima que
se respira dentro de ella. Tanta o más que a las “acciones” que se llevan a cabo. Como
diría José Luis Rodríguez Zapatero si se dedicara a la pastoral en lugar de a la política,
es el talante lo que evangeliza hoy más que otra cosa. Los jóvenes son muy sensibles a
las “vibraciones” que sienten en los lugares donde se encuentran; la imagen y el sonido
de una institución ejerce sobre ellos una acción de atracción o de rechazo. La parroquia
tiene la posibilidad de generar un clima familiar de afecto mutuo, de estímulo, de
acogida del que estamos hoy muy escasos y también la de visibilizar -en el entorno del
barrio en el que se enclava-, a través de pequeños gestos prácticos de ayuda, la
solidaridad que emerge del Evangelio.
5. Para terminar
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participado en las numerosas actividades de ocio educativo, expresión religiosa y
compromiso social impulsadas por tantas parroquias, saben que, muchas veces,
“enriquece”.
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PABLO VI. Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi nº 21.
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