Está en la página 1de 10

JÓVENES Y PARROQUIA

1. Una situación preocupante

“Había una vez un párroco que andaba desesperado. En su parroquia habían


comenzado a pulular una serie de incómodos ratoncillos que aparecían en cualquier
lugar en los momentos más inoportunos... El pobre párroco no sabía que hacer. Había
probado a poner pequeñas cantidades de raticidas convencionales que compró en la
droguería del barrio. Pero todos sus esfuerzos habían resultado inútiles. Los ratoncillos
surgían en cualquier momento y a cualquier hora.
Las mujeres que acudían a la parroquia comenzaron a sufrir tantos sobresaltos
encadenados que la asistencia parroquial descendió a niveles insospechados...
Abatido y sin soluciones humanas, el sacerdote acudió al obispo para contarle la
terrible desgracia que asolaba a su parroquia.
El obispo, con una sonrisa paternal, le sugirió que acudiera a una empresa
especializada en desratización. Sin duda que los profesionales tendrían solución para
aquel pequeño problema... Y el párroco marchó con la convicción de haber hallado la
respuesta al problema que amenazaba con desertizar pastoralmente su parroquia.
Pero al cabo de cuatro semanas volvió a presentarse ante su obispo con el rostro
abatido y ojeras de no dormir. Con voz compungida, relató al señor obispo que la mejor
empresa de la ciudad había fracasado en el intento. Los ratoncillos seguían allí, en su
parroquia, enseñoreándose de todo y fluyendo desde los rincones más insospechados...
Fue entonces cuando el señor obispo, bajando la voz como quién revela un
secreto, sugirió al apesadumbrado sacerdote un remedio infalible:
“Mire, una tarde de estas iré personalmente a su parroquia. Pondremos
pequeñas raciones de queso, dejaremos que salgan los ratoncillos de sus rincones... y,
cuando los tengamos frente a nosotros, los “confirmaré” a todos ellos. Ya verá usted
como no vuelven a pisar la parroquia. De esta forma, se verá definitivamente libre de
la plaga de ratones”.

Con esta deliciosa narración iniciaba el salesiano y miembro del consejo de


redacción de Misión Jóven, J.J. Gómez Palacios, un magnifico artículo sobre los jóvenes
publicado hace pocos años en la revista Sal Terrae1. Y quienes nos dedicamos a la
pastoral de juventud o simplemente participamos de la vida ordinaria de las parroquias
sabemos que el cuento no es una mera obra de ficción humorística, sino una
desenfadada descripción de la realidad.

Los últimos datos sociológicos sobre la religiosidad juvenil apuntan en el mismo


sentido. Según conocido informe Jóvenes Españoles 2005, el porcentaje de jóvenes
españoles que cree en Dios es del 55%, los que se consideran católicos el 48%, los que
confían mucho o bastante en la Iglesia como institución el 42%, los que asisten a la
iglesia mensualmente un 10%, los que participan frecuentemente en la Eucaristía el 5%
y los que creen que en la Iglesia se dicen cosas importantes para la vida el 2,2% 2. Para
que caigamos en la cuenta del tremendo “cambio climático” al que hemos asistido en el
ámbito religioso puede ser bueno recordar algunos datos de la vivencia religiosa de los
jóvenes en 1960: se autodenominaban fervientes el 7% de los varones y el 17% de las
mujeres; normales el 69% de los varones y el 74% de las mueres; tibios el 16% de los

1
GÓMEZ PALACIOS, José Joaquín: “Los jóvenes y la iniciación cristiana: un proceso educativo en una
“cultura del espectáculo”, Sal Terrae 1.056, Santander 2002, pp.389-406.
2
GONZÁLEZ-ANLEO, J. Mª, en. AAVV: Jóvenes españoles 2005 Fundación Santa María, Madrid 2006

1
varones y el 6% de las mujeres; y no practicantes el 7% de los varones y ninguna mujer.
En ese mismo año, declaraban no faltar ningún domingo a la misa, el 71% de las
jóvenes y el 40% de los varones 3.

De un modo menos literario o científico pero igual de contundente se expresaban


un grupo de mujeres de las parroquias del arciprestazgo de Leganés –en su mayoría
catequistas y animadoras de la liturgia- cuando hace tres meses me pidieron una charla
con el siguiente e insólito título: “¿Qué hemos hecho mal para que se vayan todos los
jóvenes?”. La pregunta indicaba una honda preocupación que se encuentra muy
extendida entre nosotros–¿cómo no hemos sabido transmitir el tesoro de nuestra fe a
nuestros hijos?- pero también, y esto es lo que a mí más me duele, un determinado
sentimiento de culpa -¿será que no nos hemos esforzado lo suficiente, que somos unos
testigos tibios, que no somos suficientemente coherentes, que no sabemos formular el
cristianismo de un modo atractivo...?-. Es lógico que experimentemos estos
sentimientos cuando muchos de nosotros hemos empleado mucho tiempo e ilusiones en
comunicar la Buena Noticia a los jóvenes y, sobre todo, cuando sabemos por propia
experiencia la extraordinaria suerte que significa creer en Jesús y vivir su Evangelio.

Pero es equivocado e injusto pensar que el desentendimiento generalizado de los


jóvenes respecto al cristianismo se debe a “lo mal que lo hemos hecho”. El problema se
sitúa, sobre todo, en otro lugar: el del enorme cambio cultural que hemos experimentado
en España en las últimas décadas más profundo y acelerado que el del resto de Europa 4.
Si algo puede criticarse a la Iglesia es no haber sabido responder al acelerado ritmo de
cambios de los nuevos tiempos. Y, siendo sinceros, hay que reconocer que no resulta
nada fácil que una institución tan grande y que tiende a considerarse portadora de
valores eternos pueda adaptarse a mutaciones tan veloces y profundas. Pero aquí viene a
cuento la máxima: renovarse o morir.

2. Parroquia y cambio sociocultural

Resulta imposible exagerar como se ha podido transformar la sociedad en medio


siglo. En realidad, hoy nos encontramos a caballo entre tres culturas entendidas como
sensibilidades ante la vida: la premoderna, la moderna y la posmoderna. Las tres
coexisten en nuestro entorno, aunque con el lógico declive de la primera y el pujante
ascenso de la última en los países económicamente desarrollados. Las tres mentalidades
han producido modelos de parroquia diferentes que, en nuestro país se han sucedido
cronológicamente. Hagamos un ejercicio de memoria para situar más adecuadamente el
momento en el que nos encontramos. Confío en que la inevitable simplificación del los
tres paisajes parroquiales que describo a continuación, haciendo mención expresa de su
vinculación con los jóvenes, no conduzca a una visión completamente distorsionada de
su realidad.

2.1. La parroquia tradicional

Ubicada típicamente en el mundo rural –lugar de su origen remoto-, la parroquia


alimentaba una experiencia religiosa percibida como “normal”, “natural”, “inmutable” y
“ampliamente mayoritaria”. Lo religioso lo impregnaba todo y remitía a un tiempo casi

3
DE MIGUEL, Amando: Dos generaciones de jóvenes 1960-1998, Madrid, Instituto de la Juventud 2000
4
GONZÁLEZ FAUS, J.I.: “Crisis de credibilidad en el cristianismo. España como síntoma”, en
Concilium nº 311, Verbo Divino, Estella, junio 2005, pp.323-332.

2
eterno ordenado por el sonido de las campanas. La iglesia parroquial, situada en el
centro del pueblo, manifestaba geográfica y espiritualmente la importancia de la fe. La
ubicación de los asistentes en el interior del templo, en especial en las grandes
solemnidades, expresaba con claridad el lugar de la autoridad y el orden. Incluso la
separación de varones y mujeres sancionaba una situación social de grave
discriminación de género. El cura, el alcalde, el maestro, el médico y el boticario son,
como recordaba una costumbrista canción de José Luis Perales, el centro del poder. La
parroquia ejerció durante buena parte del franquismo como institución de control social
(desde la mirada crítica hacia los que no “iban a misa” a la emisión de certificados de
comunión para cobrar el jornal) en lugares pequeños donde todos se conocían y siendo
los sacerdotes mayoritariamente conservadores tanto desde el punto de vista religioso
como político. Predominaba en España una religiosidad muy arraigada pero muy poco
ilustrada y personalizada críticamente (la mayoría de la gente poseía estudios muy
elementales).

En este contexto, la parroquia era una institución especializada en el cultivo de


lo “sagrado”: culto, doctrina y moral. Aunque la sombra de “lo sagrado” fuera alargada
y afectara significativamente a los ámbitos social, político y, especialmente, al mundo
de la vida familiar y de la sexualidad. La mayor parte de los cristianos ejercía una
función meramente pasiva: los feligreses asistían a las celebraciones litúrgicas como
espectadores individuales que alimentan su piedad aisladamente. Existían signos
externos que visibilizaban la desigualdad intraeclesial muy claramente: el altar para los
clérigos y la nave para el pueblo, las mujeres en una zona de la iglesia y los hombres en
otra, la falta de espíritu crítico (“doctores tiene la Santa Madre Iglesia”...), etc. Cuando
el concilio transformó algunos signos muy visibles como el del idioma de culto,
siguieron subsistiendo muchas parroquias cuyo estilo seguía siendo muy tradicional.

La parroquia preconciliar no desarrollaba una actividad muy intensa o específica


con los jóvenes. Los niños recibían una breve preparación para la primera comunión a
través de la memorización de las preguntas y respuestas del catecismo que se
consideraba formación religiosa suficiente para toda la vida. Los jóvenes reproducían
los patrones aprendidos de los adultos (varones o mujeres) y, todo lo más, se sumaban a
las prácticas de la religiosidad popular: romerías, cofradías, hermandades, etc. Una
minoría podía asistir a actividades más personalizadas como ejercicios espirituales o
retiros. De hecho, la socialización ambiental y familiar era suficiente para que los
jóvenes se hicieran adultos asimilando las convicciones religiosas de sus mayores.

2.2. La parroquia postconciliar

Un cambio social muy importante se produce a partir de los años 60 con el


desarrollo económico de nuestro país: los barrios de las grandes ciudades crecen a partir
de la actividad industrial, llenándose de vecinos procedentes del mundo rural que se
encuentran, al principio, un tanto desorientados. Las ciudades representan un ámbito
social mucho más anónimo, crecientemente plural y mucho más permeable al
pensamiento moderno: ciencia, espíritu crítico, emancipación, igualdad, etc. El concilio
Vaticano II trajo, por su parte, un cambio profundo de eclesiología: de concebir a la
iglesia como Sociedad Perfecta jerárquicamente articulada en estamentos desiguales, se
pasa a describirla a través de las imágenes de Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo o
Templo del Espíritu. Pero, además, propugnó un cambio radical de mentalidad respecto
al mundo que ha sido felizmente expresada como el paso “Del anatema al diálogo”. La

3
aceptación de la libertad religiosa (nadie puede ser forzado a creer) y de la igualdad
fundamental que existe entre todos los bautizados (más allá de la existencia de
ministerios y estados de vida distintos), condujo a la búsqueda de estructuras más
igualitarias y participativas para favorecer la participación del laicado y la renovación
de la actividad catequética, litúrgica y caritativa.

A nivel de la vida de las parroquias se observan dos grandes cambios. En el


terreno específicamente religioso se inventan todo tipo de actividades para iniciar,
renovar y personalizar una fe, que ya no se va a sostener en un ambiente religioso que
no es homogéneo y que, incluso, puede llegar a ser hostil con el cristianismo. Se percibe
la urgencia e importancia de evangelizar a los bautizados, ya que, en su mayoría,
carecen de una experiencia de fe personalizada o la tienen formulada en unas claves
culturales y religiosas superadas tanto por la cultura de la modernidad como por la
teología del Vaticano II y se constata, así mismo, la necesidad de articular
comunitariamente la fe, superando el individualismo anterior. Por otra parte, en el
terreno social, las parroquias van a jugar un papel decisivo en la transición social y
política de nuestro país. En los nuevos barrios, creados por la afluencia de personas
procedentes de mundo rural, la parroquia se convierte en lugar de encuentro social y
creación de vínculos de amistad, en centro de servicios sociales de primera necesidad,
en altavoz de críticas al régimen franquista, en espacio de reinvindicaciones vecinales,
en escuela popular para gentes con baja formación, en foro de debates, en espacio
liberado para las reuniones clandestinas de partidos sindicatos y asociaciones, etc. De
este modo, la parroquia pasará a ser una institución importante y valorada por los
vecinos por su doble función, religiosa y social.

Es entonces cuando los jóvenes empiezan a tener una atención específica –la
pastoral de juventud- al comprobarse que su mundo cultural se diferencia notablemente
del de sus padres y que el cristianismo convencional, propio de la etapa anterior al
concilio, tiene muy poco atractivo para las nuevas generaciones. A mi modo de ver, la
creatividad y generosidad de miles de agentes de pastoral empeñados en evangelizar los
espacios juveniles durante las décadas de los setenta, los ochenta y los primeros años
noventa, no puede minimizarse en absoluto: campamentos, convivencias, pascuas
juveniles, campos de trabajo, coros, grupos de tiempo libre, equipos deportivos, clubes
juveniles, voluntariados, catecumenados, etc. Dos fueron, a mi modo de ver, los pilares
sobre los que se construyó esta acción pastoral: el monopolio eclesial del ocio educativo
y la recuperación del sacramento de la confirmación como ocasión para intentar un
proceso de educación en la fe. Ni que decir tiene que muchos padres que sentían cierta
impotencia para comunicar su experiencia religiosa a sus hijos y que confiaban en la
seguridad que emanaba de la institución eclesial frente a los crecientes peligros de ”la
calle” empujaron a muchos niños, adolescentes y jóvenes a las actividades parroquiales.

2.3. La parroquia actual

El contexto en el que operan las parroquias en la actualidad viene marcado por el


paso de la sociedad industrial a la de los servicios y el ocio, por la extensión de la
sociedad del bienestar con sus secuelas de individualismo, consumismo e indiferencia
religiosa, que aleja de los espacios eclesiales a la mayoría de nuestros conciudadanos 5.
Podemos decir que la dimensión religiosa ha quedado relegada a un lugar marginal de
5
BARBERÁ, Carlos F.: La parroquia, más o menos. Posibilidades pastorales de la comunidad
parroquial. Alandar, Madrid, 2006.

4
las preocupaciones colectivas y que sólo aparece cuando se trata de expresar
simbólicamente acontecimientos vitales muy significativos como el nacimiento, el
matrimonio y la muerte. El clima cultural de la posmodernidad ha debilitado las
creencias, ha erigido el disfrute como criterio de orientación vital y potencia un estilo de
vida notablemente superficial. Las iglesias, al mismo tiempo, no están siendo capaces
de descubrir los valores positivos de este clima cultural: la tolerancia, la pluralidad, la
humildad, el valor de la corporalidad, la sensibilidad ante la naturaleza, el rechazo de
todo tipo de discriminaciones, la recuperación de los sentimientos y la estética, etc. Y,
lo que es peor, mantienen posiciones en el terreno de la organización interna (clero-
fieles; varones-mujeres)o en campos como la moral sexual y familiar que son percibidas
por la mayor parte de los ciudadanos –creyentes incluidos-como profundamente
anacrónicas y autoritarias.

Por otra parte, muchas de las funciones sociales que la parroquia venía
desarrollando son menos demandadas por una sociedad mucho más individualista que
privilegia los espacios privados sobre los públicos o son ahora realizadas por
instituciones públicas o privadas carentes de cualquier referencia religiosa. La
democracia ha desplegado un conjunto muy diverso de iniciativas sociales, sindicales y
políticas. Las distintas administraciones y asociaciones varias prestan un amplio abanico
de servicios sociales, culturales y recreativos que antes tenían su arraigo natural en la
parroquia. Esto, como es natural, ha reducido el ámbito de actuación de las misma, su
importancia y significatividad pública. Muchos de nuestros conciudadanos prefieren
demandar servicios de un modo anónimo e individual a formar parte de tejidos humanos
estables.

Los jóvenes, en general, brillan por su ausencia debido a que lo religioso se


encuentra cada vez más alejado de sus preocupaciones cotidianas. Los motivos de esta
situación son múltiples. De hecho, creer se ha vuelto una opción minoritaria que
conlleva el esfuerzo de ser justificada en los entornos juveniles; la institución reguladora
–la Iglesia- posee una imagen muy negativa entre los jóvenes que, además, son
alérgicos a las grandes instituciones; sus padres son incapaces de comunicar la fe con
convicción o encarnar un tipo de existencia creyente atractiva; al ocio educativo –
espacio privilegiado de la evangelización juvenil- le ha salido el fuerte competidor del
ocio consumista; el valor social del sacramento de la confirmación se ha reducido de un
modo significativo, etc. Añadamos a estos fenómenos el agravante de que la brecha
generacional tiende a realimentarse así misma: no es muy probable que los jóvenes
deseen participar en espacios donde ellos son muy pocos y la tercera edad representa el
80 % de los asistentes. Se produce, así, lo que Javier Elzo ha denominado “el divorcio
asimétrico” porque, mientras la Iglesia desea contar con los jóvenes y se dirige e ellos
con toda suerte de reclamos, estos huyen de las proposiciones amorosas de la primera 6.
Y en este desconcierto nos preguntamos: ¿Qué hacer?

3. Los jóvenes y la parroquia: algunas paradojas

Como hemos señalado, las raíces profundas del distanciamiento juvenil respecto
a las comunidades cristianas se encuentran en el acelerado cambio socio-cultural, en el
intenso proceso de secularización y en la aguda crisis pública de la institución eclesial
global. No obstante, en el terreno cercano de la vida común de las parroquias –del que la
mayoría de los jóvenes han tenido, hasta ahora, una impresión mucho más positiva que
6
J. ELZO: "Los jóvenes ante el futuro", Misión Joven nº 286, noviembre 2000 p. 10, CCS, Madrid.

5
de la “gran Iglesia”- pueden encontrarse también pistas para comprender el progresivo
éxodo juvenil. Voy a plantear telegráficamente algunas paradojas o insuficiencias
pastorales, que me parecen importantes7:

 La acción evangelizadora entre los jóvenes ha mostrado durante años mucha


capacidad de dinamización, como señalábamos en el apartado anterior, pero con
frecuencia, todas esas actividades –divertidas y muy positivas desde el punto de
vista de la educación en valores- no fueron suficientes o adecuadas para hacer
posible en encuentro personal con Jesucristo en la fe. Cuando se diluían los lazos
afectivos, cuando la pérdida de novedad de las actividades reducía su atractivo o
cuando cambiaban las circunstancias en las que vivían los jóvenes (el paso del
colegio al instituto o la universidad; el cambio de amigos o pareja; o el comienzo
de la actividad laboral...), se rompía también la relación con la parroquia, que no
estaba motivada por una experiencia religiosa con calado.

 La pastoral juvenil condujo a la multiplicación de iniciativas de tipo servicial,


lúdico, simbólico o formativo pero que, en general, se encontraban carentes de
referencias sugerentes de cristianismo adulto y de encarnación en la propia
realidad educativa, laboral, afectiva, social o política. Por ello, los jóvenes de la
parroquia parecían situarse en un mundo “virtual”, en un “invernadero” en el
que no encontraron los recursos como para enfrentarse al mundo real como
creyentes adultos. Así la experiencia “de grupos” acababa viviéndose no como
iniciación a una existencia cristiana madura y comprometida, sino como “una
etapa” propia de la condición juvenil a superar cuando hubiera que “sentar la
cabeza” y que no resistía la “prueba del algodón” de la vida ordinaria fuera de la
protección eclesial.

 La acción educativa y catequética con los jóvenes estuvo muy marcada por su
propia subcultura lo que, sin querer, generó una brecha entre éstos y el resto de
la comunidad adulta que, a la postre, no llegaba a cerrarse casi nunca. Era tan
distinta la manera que tenían los grupos juveniles de orar y celebrar, de
organizarse y comunicarse, o la teología que utilizaban respecto a los adultos de
la parroquia que, a la postre, no podían integrarse en una organización que
consideraban ajena a su sensibilidad y con muy poca vitalidad. Lo cierto es que
en la mayoría de los casos, los adultos estaban encantados con que los jóvenes
participaran en la vida parroquial –aunque hubiera algunas parroquias
inmovilistas opuestas a sus “novedades”-, pero éstos raramente asumieron el
deseo de salir de su microclima juvenil para integrarse en uno común.

 A pesar de la proliferación de materiales de educación en la fe y de la larga


duración de los itinerarios catecumenales, podemos decir que los procesos
fracasaron decisivamente tanto por lo que respecta a la iniciación a la
experiencia religiosa cristiana, como en la formulación de un cristianismo capaz
de presentarse como forma de existencia alternativa, gozosa y liberadora en un
mundo marcado por los valores y horizontes de las sensibilidades moderna y
postmoderna. Los jóvenes terminaban percibiendo la fe cristiana como una
realidad anacrónica, opuesta a las nuevas corrientes de la historia y se
encontraban sin capacidad intelectual como para acreditar su opción creyente en
7
CEREZO, J.J. Y GÓMEZ SERRANO, P.J.: Jóvenes e Iglesia: caminos para el reencuentro. PPC,
Madrid, 2006.

6
un entorno de creciente indiferencia religiosa. La pérdida del horizonte crítico y
utópico y el fortalecimiento de la sociedad del bienestar implicó una seria crisis,
incluso para el cristianismo progresista.

 La teología renovada que durante el postconcilio se transmitió a muchas


generaciones de jóvenes y la misión de renovar la Iglesia que recibieron durante
los años 70 y 80 por parte de numerosos miembros de la jerarquía, han sido
posteriormente desautorizadas por las tendencias contrarreformistas que han
predominado en el catolicismo de las últimas dos décadas. Son miles los jóvenes
que, ilusionados desde su adolescencia con el Evangelio de Jesús, se
comprometieron en actividades de voluntariado social y de evangelización para
terminar sufriendo una profunda decepción cuando, al ir avanzando en edad y
espíritu crítico, empezaron a padecer el regreso del tradicionalismo. La
discriminación de género, la falta de verdadera corresponsabilidad, o el
inmovilismo en materia sexual, llegaron a ser inaceptables para muchos de ellos.

 Es indudable que la vivencia grupal ha sido uno de los puntales de la pastoral de


juventud hasta la actualidad, hasta el punto de olvidar que, muchas veces, la
situación espiritual de cada miembro podía ser muy distinta. Sin embargo, pocas
han sido las parroquias capaces de lograr que esos grupos juveniles
desembocaran en la constitución de verdaderas comunidades cristianas, cuando
los procesos catecumenales tocaban a su fin. Si las generaciones anteriores
podían sentirse partícipes de una parroquia a título individual o familiar, los
creyentes más jóvenes solo han permanecido como miembros activos de la
Iglesia en el seno de comunidades y movimientos capaces de proporcionarles la
intensa relación interpersonal propia del pequeño grupo. Sigue siendo un dato
casi universal que las parroquias que hoy conservan su vitalidad creyente y
evangelizadora están constituidas por el encuentro de fraternidades cristianas
diversas y no por la suma de feligreses individuales y anónimos.

 Por último, es preciso hacer mención de la ambigua experiencia de participación


que los jóvenes han tenido en la parroquia. Es cierto que, en un contexto social
que retrasa la edad en la que los jóvenes asumen responsabilidades familiares,
laborales o sociopolíticas, las parroquias han sido un espacio en que éstos han
podido sentirse útiles, valiosos, necesarios e, incluso, protagonistas. Pero, no es
menos cierto que, en muchos casos, su labor era aceptada como colaboración en
lo que otros decidían. Muchos jóvenes, celosos de su libertad y habituados a las
prácticas igualitarias de la democracia, han experimentado con dolor el
neoclericalismo –sea en su versión “autoritaria”o “paternalista”-, cuando se ha
producido como consecuencia de un cambio de párroco o de la aplicación de
nuevas normas diocesanas o de la Iglesia universal, y han decidido marcharse.

4. La pastoral con jóvenes desde la parroquia

La parroquia no debe ser concebida como la única instancia para la inserción


eclesial de los jóvenes, que pueden sentirse mucho más inclinados a participar en
equipos, movimientos y comunidades mucho más flexibles, homogéneos y cálidos, pero
sí parece la institución más adecuada para iniciar a las nuevas generaciones en el
cristianismo común, católico, no teñido de los acentos y carencias de un carisma o

7
espiritualidad particular. Un espacio capaz de alimentar la fe de un colectivo humano
cercano, sencillo y plural.

Acabada la época de las convocatorias masivas y estandarizadas realizadas a


propósito de la preparación para el sacramento de la confirmación que se dirigían a unos
jóvenes bastante homogéneos en sus convicciones religiosas; acabada también la época
en la que la pastoral estaba anclada en la diversión –campo en el que resulta muy difícil
competir con el “negocio del ocio”-, la tarea de la Iglesia en general y de cada parroquia
concreta no puede ser otra que la de invitar a conocer a Jesús y lo que este puede aportar
a la vida de cada ser humano: la experiencia profunda del amor fundante de Dios, una
fuerza para vivir apasionadamente, una luz para orientarse, una alegría que viene de
regalo, un sentido para la existencia, una misión liberadora, un horizonte utópico, una
mirada llena de misericordia, un amigo incondicional... Y lo cierto es que esta
invitación sólo puede ser realizada por aquellas personas a quienes Jesús haya tocado el
corazón y haya cambiado su vida.

Para aquellos jóvenes en búsqueda espiritual, que no se conforman con estrujar


momentos de disfrute o que no confunden el nivel de vida con la calidad de vida, ni la
abundancia material con la vida abundante de la que habla el evangelio de Juan, la
parroquia y sus grupos deben ser el lugar de iniciarse en un tipo de existencia realmente
alternativa respecto a la que predomina entre nosotros, a través de la realización de las
experiencias cristianas básicas8: la experiencia de la contemplación y la oración en la
era del ruido y la superficialidad; la experiencia de la austeridad solidaria en la época
del consumismo; la experiencia de compartir en la fase de la acumulación; la
experiencia de la comunicación profunda en cultura de la apariencia y la soledad; la
experiencia de cooperar en una etapa histórica que da la primacía a competir; la
experiencia de servir en un entorno narcisista; la experiencia de comprometerse en un
clima de amplia indiferencia hacia los problemas colectivos; la experiencia de celebrar
cuando predomina la diversión sobre la fiesta, etc.

Las parroquias necesitan que la convocatoria a la fe sea realizada por todos sus
miembros con invitaciones mucho más personales y explícitas que en el pasado. Pero
para que esas convocatorias puedan tener algún éxito, tendrán que ser también mucho
más diferenciadas en las ofertas, los ritmos, las exigencias, etc. Tendremos que cambiar
muchas cosas para que la mayor parte de los jóvenes que tienen “sed” quieran acercarse
a los “pozos parroquiales” y modifiquen su impresión de que ya están secos.
Especialmente necesitan que los cristianos seamos capaces de contar “lo del evangelio”
de un modo que sintonice con su lenguaje y preocupaciones, aunque sea para
cuestionarlas.

Me parece también que será necesario recuperar ciertos equilibrios. Sin duda los
jóvenes necesitan su propio espacio y actividades, pero también necesitan hacer cosas
con adultos y los mayores, para aprender de ellos y de su experiencia. Los grupos
seguirán siendo importantes, pero cada vez se percibe más claramente la necesidad de
acompañar personalmente a cada joven en su itinerario creyente. Habrán de mantenerse
las sesiones de catequesis, pero parece claro que debe reducirse la reunionitis y dar
mayor cabida al acercamiento a realidades y experiencias provocadoras. La liturgia, la

8
Un desarrollo mayor de estas sugerencias en el libro de CEREZO, J:J: y GÓMEZ SERRANO, P.J., ya
citado, y en GÓMEZ SERRANO, P.J.: “¿Por dónde van los tiros? 10 pistas para impulsar una Pastoral de
Juventud Actualizada”, Misión Joven nº 318-319, pp. 99-106, julio-agosto 2003, Madrid.

8
formación y la acción social de nuestras parroquias necesitan una profunda renovación,
pero también hemos de reconocer que los jóvenes carecen de una verdadera iniciación
simbólica al misterio de la fe. No tiene sentido aprender fórmulas doctrinales caducas
pero hoy, el problema mayor es la carencia de una formación teológica medianamente
seria que asuma las aportaciones de la modernidad y la postmodernidad. Por otra parte,
dialogar con las nuevas sensibilidades culturales no significa aceptarlas sin más; el
desarrollo de un sentido más crítico y profético para denunciar los elementos de nuestra
sociedad que deshumanizan o agreden a los más débiles es algo que los jóvenes
deberían aprender en la parroquia.

Finalmente, pienso que la parroquia necesita dar mucha importancia al clima que
se respira dentro de ella. Tanta o más que a las “acciones” que se llevan a cabo. Como
diría José Luis Rodríguez Zapatero si se dedicara a la pastoral en lugar de a la política,
es el talante lo que evangeliza hoy más que otra cosa. Los jóvenes son muy sensibles a
las “vibraciones” que sienten en los lugares donde se encuentran; la imagen y el sonido
de una institución ejerce sobre ellos una acción de atracción o de rechazo. La parroquia
tiene la posibilidad de generar un clima familiar de afecto mutuo, de estímulo, de
acogida del que estamos hoy muy escasos y también la de visibilizar -en el entorno del
barrio en el que se enclava-, a través de pequeños gestos prácticos de ayuda, la
solidaridad que emerge del Evangelio.

No corren tiempos fáciles para la pastoral juvenil parroquial. Algunos piensan


que habrá que esperar a que los jóvenes lleguen a los treinta años para que empiecen a
plantearse con alguna profundidad el sentido último de la vida y vuelvan a cultivar su
dimensión religiosa. Bastantes ponen su confianza, más bien, en los movimientos
eclesiales. Otros denuncian nuestra pasividad y falta de creatividad cuando esperamos a
que vengan los jóvenes mientras tantos se encuentran aburridos, solos, frustrados o
conectados permanentemente a internet. Hay quienes proponen que la pastoral juvenil
se realice a nivel de zonas y arciprestazgos, para que el número de jóvenes sea mayor y
más estimulante. Confieso mi perplejidad ante esta situación desde una doble
convicción muy profunda: sigo creyendo que Jesús de Nazaret, su persona, su vida y su
mensaje, siguen siendo el más formidable invitación a la plenitud que puede esperar un
ser humano y, al mismo tiempo, constato la dificultad de que los jóvenes capten el valor
y el desafío extraordinarios del evangelio, seducidos como están por la cultural de la
satisfacción.

Pienso que, quienes hemos descubierto la verdad, bondad y belleza de la


concepción cristiana de la vida no podemos dejar de anunciar lo que “hemos visto y
oído”, pero creo que tampoco debiéramos obsesionarnos con la evangelización como si
no confiáramos en que el Espíritu Santo habita en cada ser humano invitándole al amor.
No podemos crear el “hambre de Dios”, ni somos responsables de la acogida que los
jóvenes hagan al anuncio de la Buena Noticia. Sí somos responsables, sin embargo, de
difundirla con alegría y creatividad de modo que, por lo menos, se entienda.

5. Para terminar

Los jóvenes se preguntan –como en el conocido anuncio de una sopa- si la


Iglesia “cuece o enriquece”. Los que solo tienen acceso a la versión estereotipada y
conservadora que proporcionan los medios de comunicación social piensan que, sobre
todo, “cuece”, es decir, frena, encorseta, prohíbe, controla... Aquellos que han

9
participado en las numerosas actividades de ocio educativo, expresión religiosa y
compromiso social impulsadas por tantas parroquias, saben que, muchas veces,
“enriquece”.

Quienes creemos en la potencialidad evangelizadora de las parroquias tenemos


que trabajar intensamente para que sean lugares que ayudan a los jóvenes a crecer, a
creer y a crear lazos de fraternidad y de solidaridad. Y para que se encuentren a gusto
en ellas y no se sientan “visitantes”, “inquilinos” u “okupas”, será preciso que los
valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que fueron lema de la Revolución
Francesa, pero que tienen unas raíces indudablemente evangélicas, configuren su clima
de relaciones y su funcionamiento práctico.

En una sociedad convertida a la religión del bienestar y el consumo, que tiende a


percibir la experiencia religiosa como un residuo del pasado y al creyente como un
espécimen en peligro de extinción, los jóvenes sólo se acercarán a la parroquia y se
interesarán por sus actividades, si en ella descubren un grupo humano como con el que
soñaba Pablo VI en la Evangelii nuntiandi: “La Buena Nueva debe ser proclamada, en
primer lugar mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos
que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de
comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su
solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos
además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más
allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A
través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes
contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esta
manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien,
este testimonio constituye ya, de por sí, una proclamación silenciosa pero también muy
clara de la Buena Nueva”9.

9
PABLO VI. Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi nº 21.

10

También podría gustarte