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Para muchos fieles y pastores, este tiempo sin templos, sin las
actividades tradicionales de culto y administración, sin muchas
actividades pastorales, hizo que se sintiera la prioridad de lo
sacramental. Y en la celebración, quizás solitaria, de la eucaristía, los
presbíteros hemos sentido profundamente la necesidad de estar con
nuestras comunidades. Hemos experimentado íntimamente que, sin la
liturgia y la eucaristía, nuestro sacerdocio estaría vacío. Hemos revivido
la dimensión universal salvadora de cada misa.
La carta dice que los medios han servido para “los enfermos y aquellos
que están imposibilitados para ir a la Iglesia” y los designa como
“hermanos y hermanas desanimados, asustados y distraídos durante
mucho tiempo”.
En este tiempo esos imposibilitados han sido casi todos los fieles, y la
mayoría lo seguirán siendo. “Sacramenta propter homines”. No puede
ser que esa multitud no preocupe nuestra reflexión y actitud pastoral.
Los tiempos de crisis nunca pasan sin dejar huellas dolorosas, pero
también son tiempos de maduración. Así, el exilio en Babilonia produjo
deserciones entre los creyentes judíos aun entre los que no sufrieron el
destierro, debilitó la estructura jerárquica del pueblo de Israel e hizo
perder memoria y textos. “Ya no vemos nuestros signos, ni hay profeta:
nadie entre nosotros sabe hasta cuándo” (Salmo 73). Pero maduró la fe
para comprender mejor la pertenencia, el sentido del templo y, sobre
todo, del culto espiritual. Hizo comprender que la Shekinah no estaba
sólo en el Sancta Sanctorum del Templo de Jerusalén sino donde se
reunieran en la fe (sinagoga) y que el culto, más que en holocaustos y
sacrificios de Jerusalén, está en el corazón obediente.
La situación que nos ha traído esta pandemia no es la más difícil en la
historia de la Iglesia. No es tan difícil como la de aquellos heroicos
cristianos japoneses, los kakure kirishitan, que tuvieron que pasar
doscientos cincuenta años (1587-1867) sin sacerdotes, sin Eucaristía ni
sacramentos, sin templos, sin imágenes y sin Biblia, fieles al
cristianismo y a la Iglesia católica. Sólo con la Tradición, el Bautismo y
la Oración. Lo que han llamado el “milagro de Oriente”, evocado por la
película “Silencio”: