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el no-mundo después del tiempo

- Lozanillo -
Carta de invitación.

¿Qué nos une y qué nos separa? ¿Qué cara del Olimpo se nos esclarece a todos
cuando Febo asoma, y qué itinerante telescopio destruye las formas y transfigura la
experiencia estética según donde el aleatorio lente decide hacer pie?

Demos. Ethos. Ethnos. Conceptos-alambrados neuronales. Surcos de materia gris


cuya existencia se justifica en la segregación, en la supervivencia y en la supremacía, y en
trágica instancia en la virtual autorregulación demográfica que suele llevar adelante esta
agraciada y pintoresca configuración celular, mediante específicos artefactos y
mecanismos, algunos de los más afamados y eficientes (en sus traducciones castellanas):
“Pequeño Muchacho” y “Hombre Gordo”.

En la crudeza que nos ha sacudido, tomándonos con toda su apoteótica y


escatológica mano por el cuero cabelludo a lo largo de la historia, me veo en la obligación
moral de subrayar (aunque esa manzana no solo haya caído al suelo, sino que ya sea una
con la Pachamamita), es increíble que el ciudadano (humano occidental o devenido
occidental promedio, pero muy promedio) común, no común, laico, religioso, víctima,
victimario, frackson, sleyom, etc., aún adquiera gustosamente y con orgullo de militancia
zurdita, la ilusión filantrópica de integración e igualdad, producto masivo de las ONGs a la
vanguardia (del marketing claro está), contribuyendo de manera periódica con un
abochornante porcentaje de sus cómodos ingresos a cambio de no ensuciarse el calzado
con barro (en el mejor de los casos) yendo al barrio de su cercanía a contribuir
tangiblemente en la “casa” de doña María, o de la Yeni, o del Braian, y sentirse un poco
menos distantes del cielo. O del Valhala, que guarda un poco más de gracia que la
wilderness edénica.

Porque, y acá acudo a la más descarnada sinceridad de la que soy capaz (y si no


experimento el ejercicio): no nos matamos por miedo al látigo justiciero. Desde la más
temprana edad somos blanco de los dardos unificadores: la patria, el delantal blanco, el
banco compartido, el miedo al hombre de la bolsa, etc. Esfuerzos contra natura para
intentar ganarle a la información genética: la equiparación y la unión antrópica guardan la
misma relación con la realidad que los unicornios.

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“¡Oh luz!, es el grito de todos los personajes puestos frente a su destino en el drama
antiguo” escribió Albert Camus (Retorno a Tipasa). ¿Y si el drama antiguo no es más que
el día a día y la luz de tal grito no es más que “La luz” que finalmente todos vamos a ver?
¿Será que el único destino común es a fin de cuentas el único destino en todas las
dimensiones?

Innegablemente. Más tarde o más al alba. Cómodo o incómodo. El túnel se me va a


construir y el farol en el extremo más distante se va a encender.

Y a vos.

Unos lo ven dos o tres veces (véase Sergio Denis o Víctor Sueiro) y otros se acercan
gustosos en su primer avistamiento.

Contingente o premeditado, la luz se enciende y las piernas avanzan, y no hay


piedras suficientes para tropezarse y quedarse en el piso. Y no es necesario siquiera tener
piernas. ¡Oh hermosa fractalidad!

Lo que verdaderamente unifica todo, la fascia del plano existencial que se nos ha
impuesto es la finitud: nacer – morir. Y ¿por qué no en la finitud de la narrativa divagar
sobre la finitud de la existencia? Aquí el motor del finito número de posibilidades de fin
pensadas a fin de componer la versión final del compendio.

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Alquimia.

La sal y las babosas. ¿Realmente espera que crea que nunca ha combinado la vida
y la muerte en el mismo ínfimo punto espacial de un grano de sal de mesa yodada? ¿Que
la oscuridad que carga nuestra putrefacta humanidad nunca lo ha llevado a querer saber
cómo es observar el artrósico y necrocrómico dedo asomándose desde el abismo de la
eternamente profunda manga negra para concretar la desconocida tragedia?

La catarata de palabras vibraba el soporte de los cuencos cerámicos de infusión, que


a su vez evidenciaban en sus salpicaduras, la efímera (desconocido este aspecto aún)
intensidad y euforia, que el choque del aire y las turbulencias generadas en el preciso
punto central del círculo que congregaba al par de interlocutores, cargaban
intrínsecamente. El sonido tiene eso imperceptible de ser tan físico que puede modificar la
materia a niveles astrales: potenciales estragos.

Él y ella. Elles. Un dos que a veces era uno y todo implosionaba. A veces también
era tres y todo se volvía difuso, como niebla de mañana invernal en el cementerio. Aunque
en realidad no tan con olor a muerte sino a destrucción, el rastrillo que hace surcos en la
traquea arrastrado por humo negro, denso, sólido. El derrotero sensorial de una madre en
Siria cuando, incluso todavía sorda escucha desmoronarse el edificio contiguo al de su
casa y sabe que sobrevivir es exactamente tan posible como imposible. Dos pilas
exactamente iguales de monedas exactamente iguales. El gato de Schrödinger antes de
abrir la caja. Una palabra que no existe y que contemple el multiverso generado por la
infinidad de posibilidades, y que aúne si, no, tal vez, no se…

Como cuando los baldes se llenan con las gotas de un grifo defectuoso, la incesante
caída de agua había iniciado un proceso de congelamiento partiendo del punto más bajo y
hacia las vertientes. La termodinámica nos ha dicho hasta el hartazgo que en un mismo
fluido las porciones frías tienden a ubicarse abajo y las calientes arriba, pero siempre
decidimos olvidarlo a sabiendas de las consecuencias que puede traer. Inadvertidamente,
sin hacer ruido, en un proceso imperceptible para la precaria cognición humana, solo
evidenciable en tiempos de otros planos de mayor entendimiento y perspectiva, la
convergencia pasó de cuello de botella a cuello de nada.

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En estos casos, las consecuencias tendrían un cierto grado de obviedad para esos
potenciales observadores extra-terrestres (la alteridad en lo que a planos terrenales
respecta, una etnia interdimensional), pero no así para los participantes activos de este
lado. La sobrecarga de hielo-palabras-sonido (realmente nunca importó en que se traducía
ese flujo estanco) colapsó. Las esquirlas volaron y para los testigos tuvieron obvio destino,
pero los elles, que nunca lo vieron venir, solo tuvieron tiempo de cerrar los ojos para que
no se incrustaran ahí. Craso error de quien jamás ha muerto. El pecho descubierto, en ese
momento en el que nada es suficiente coraza y que le recuerda a dos la ternura bajo la
piel de la armadura, como bien explicó Daniel Biglietti cierta vez. El camino a la vitalidad
no tiene mayor dificultad que atravesar una pared de papel de arroz japonesa.

La necrosis no es perceptible a la vista hasta que el extraño color del abismo


comienza a llenar progresivamente todos los puntos que no mucho tiempo antes
emanaban deshechos de la catálisis.

Desde sus puntos neurálgicos de lo íntimo y lo vital, el todo comenzó, en un proceso


considerablemente más acelerado que el del balde y las gotas, el tiempo que toma inspirar
y expirar, a simplemente volverse nada. Desde el centro del toroide somático, las fascias
que sostienen cada átomo del sistema se resquebrajaron como terrones de arcilla dando
lugar al colapso de lo hasta ese momento todavía visible para dejar solo esa especie de
nube hecha de de todo un poco, esas nubes que dejan las bombas después de explotar.

Nadie vive ya. Elles lo saben. Se equivocaron en la decisión de cerrar los ojos.

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Péndulo.

Es Junio o Julio. O Mayo tal vez. El tiempo corre raro desde hace un tiempo. No
podría precisar bien cuanto.

A las 6 de la mañana, asomar al exterior puede ser una condena. El crujido del pasto
bajo las botas solo podría compararlo con caminar sobre cáscaras de huevos duros, miles.
Pero solo lo imagino, nunca tendría tiempo de cocinar y pelar tantos huevos, y mucho
menos de limpiar el desastre.

Desde que había decidido ocupar este lugar de amo de la parcela, no dejaba de
fascinarme con las mismas cosas todos los días a las mismas horas. Que el sol aparezca
y se esconda en los exactos mismos lugares siempre no puede ser coincidencia. Tampoco
que el viento del sur le dé una lección al sauce cada vez que no se comporta, o que los
cobayos eventualmente traten de tomar la casa. Como decía, nada podría estar donde no
debería, o tal vez todo lo está.

Todo lo anterior nunca importó. De hecho lo olvidé por elección. La vida lleva ese
estado de trance de movimiento repetitivo y respiración voluntaria que reafirma en lo
sensorial lo efímero de los hechos y sostiene la magia a lo largo de la cuarta dimensión.

A las 11, exponerse fuera de los márgenes de la construcción ofrece otro panorama:
las cáscaras de huevo para este momento ya se han derretido. Dar unos pasos, más bien
hace sonar el aire que sale de algún lugar que no se ve ni tampoco es hallable, que se
manifiesta como miles de burbujas micróbicas en el líquido que todavía no es fagocitado
por la madre, a una frecuencia de explosiones tan alta que ya el plop no existe, se percibe
es un ti con una i tan larga como el tiempo que toma alcanzar el nivel máximo de presión
que se ejerce con el pie en el suelo. Es cuestión de un rato para que el polvo vuelva a
hacer de las suyas en el cuerpo cuando osa uno perturbarlo con su presencia.

Los animales tienen por necesaria costumbre beber agua, cosa que indica que algún
amor por ella tienen. Será tal vez una relación de amor-distancia que han forjado a lo largo
de sus vidas. Suele pasar entre las gentes también. La cabra muestra gran placer
chapoteando por el campo y se alivia el pensamiento cuando veo que los cobayos nadan,
ellos se distraen y no tengo que luchar contra sus intentos de conquista de la casa. Sé que

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me conocen por vivenciar el tiempo, pero a veces mi humanidad me exige preocuparme
de este acecho territorial.

Las 15 suelen tener sabor a almohada y comida todavía recién engullida. De mala
gana a veces hay que hacer cosas que exige el momento. Solo pensar en el esfuerzo que
será necesario para caminar empujando el agua con las rodillas hasta afuera para quitar la
ropa del tendedero para que no se moje, solo me invita a seguir reposando en el sofá. La
digestión quita la sangre de ciertos lugares para poder suceder. No lo cuestiono, pero que
desagradable sensación puede producir vestir ropa húmeda. Mirar las vetas de la madera
de la pared y encontrar caras de familiares que no recuerdo es lo único que el estómago
me habilita a realizar sin perturbarse. De todas maneras lo dejo, y al levantarme el goterío
salpica la mesa. Voy a tener que hacerme cargo de eso luego, pero una cosa a la vez.

Hacía tiempo que no flotaban barcos ni adentro ni afuera de la casa. Todo un


universo se abre viéndolos copiar las formas de la superficie perturbada por cada pequeño
cúmulo de energía potencial descargado por aquí y por allá. Sumergido en el centro del
efecto mariposa, o moviendo las alas. En el exterior el chapoteadero no puede significar
otra cosa que diversión, pero a veces es preferible dejarse penetrar por el éxtasis de las
cosas que uno tiene justo en frente en lugar de pensar en lo que no se está viendo. Me
alegro por los divertidos alteros, pero más por provocar choques, hundimientos y danzas
con mis ollas, vasos o zapatos en mi sala o mi habitación, y alegrarme yo.

La hora de la cena es incipiente pero ciertas cosas me hacen difícil alcanzar la sartén
que se ondula casi a la altura de mis ojos y de a poco se aleja cada vez más hacia la
puerta que ya no se cierra por sí sola. El adentro y el afuera se vuelven de a poco
virtuales, ya no sería capaz de interrumpir la circulación de algo a través del portal que ya
no existe. Todo se transfigura en todo y yo sigo en el afán de intentar ver a través de dos
medios en simultáneo, queriendo colocar de forma precisa las pupilas con una mitad en
cada uno. Hay algo de la costumbre que pone sus trabas para atravesar ciertas
experiencias. Prefiero pensar que tal vez no estoy listo y no que es imposible, la
frustración implica extrapolaciones y proyecciones.

Las mutaciones son procesos que usualmente no podemos ver, suelen llevar
tiempos largos e implica recordar estados de cosas pasados y lejanos. No es tan

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importante. Al momento, solo puedo mantener la punta de la nariz seca durante los
instantes en que la fluctuación en ese lugar aleja todo de ella. Cada vez son más cortos.
Se sienten algunos espasmos esporádicos pero mi háptica no es lo suficientemente buena
como para percibir lo qué los dispara. Las fosas nasales ya son el límite que antes
intentaba hacer que divida mis pupilas. El instante puede ser engañoso, pero solo puedo
seguir respirando para no dejar de vivirlo.

-Inhala-.

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Relativo a los nacidos entre fines de los 80 y el estreno del milenio.

La muerte no llega.

El cielo no se ha abierto. La tierra no se ha partido.

La cara se le ilumina con el resplandor de su mano, horizontal como su cabeza. Las


pupilas no dicen nada pero proyectan todo. Ya son horas, no sé cuantas, la fisiología de la
vida no me permite solamente jugar al observador. Casi con total perfección, la proyección
lumínica de sus ojos empuja el techo un poco más arriba, con la fuerza de un pensamiento
de aficionado a “El Secreto” que todavía no se concreta ni se va a concretar. Y en este
punto todo se torna verbal. Sintáctico. El problema es verbal y vital, y finalmente problema
de nuevo.

¿Cómo negarle que la muerte llega, cuando con certeza siente el trastabilleo
cardíaco tantas veces como se puede recomenzar un hilo de pensamientos? Esas células
no pueden si no estar saltando a un abismo rojo de hermanas muertas y fluidos
derramados.

Como dos pilares que convergen en un punto del techo, que ya pareciera separarse
un poco del resto de la casa, la cuestión se vislumbra hasta para el miope. La intensión
tiene fuerza, pero los tiempos del universo no se equiparan a los de las perso… ¿Qué es
universo? No sé qué tan bien pueda ser delegar responsabilidades a algo tan fuera del
alcance de nuestros pobrísimos procesos neuronales. No sé qué tan mal pueda ser
atravesar el viaje de la muerte sabiendo que nosotros somos el centro de nuestro
universo. Nuestro ombligo de nuestro mundo. Ya lo decían los que acusaban al ingenuo
Galileo con la certeza que hoy deberíamos tener todos de que ellos tenían razón.

No se confunda a la realidad. Es tarde y la realidad también es irrealidades. El virtual


multiverso implantado nos tiene presos de libertades que no son. Ya los besos son
electromagnéticos, los dedos no se pigmentan y las caras son frías y luminosas, o
calientes y luminosas. Nunca no iluminan. Nunca no causa fatiga en los ojos verlas

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Desde acá se generan dudas. Se hace difícil distinguir si el techo se levanto o si el
abismo lo succiona desde abajo. Un espacio de oscuridad consume todo, diluye todo,
destruye todo, pero sobre todo no se distingue si algo se construye, está demasiado
oscuro incluso para ver esa cara iluminada por una cara estática y luminosa con
problemas verbales. Y es que al final todo se resume a que entre el abismo y la
expansión, el límite es un verbo conjugado en presente continuo, signo de vida, el pulso
de otrora, el hilo de aire caliente saliendo por la nariz de un convaleciente de otrora. Y
puedo hacer la comparación con el conocimiento de que ha sido y ya no. Signo de vida en
su vida.

La muerte no llega.

El cielo no se abre y la tierra no se parte.

Pero tal vez llegó y no la vi. O tal vez se gesta en un punto. Tal vez está siendo en el
ínfimo espacio de infinita masa que succiona todo lo que tiene al alcance. Y ese cuerpo se
entrega en cada segundo a seguir muriendo continuamente mientras muere.

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El anarquismo es morir. Verdadero ejercicio del punk es el suicidio, no la cresta
pinchuda y rosada.

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