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Sincronicidades, los momentos mágicos

La vida está llena de circunstancias maravillosas, que a veces nos entrelazan con unas personas y
unas circunstancias que nos conducen a lo que justamente necesitábamos en ese momento. Nos
viene a la memoria una persona que no vemos hace tiempo y justo en ese momento nos llama por
teléfono o nos la cruzamos a la vuelta de la esquina; estamos apurados de dinero y aparece
alguien que puede prestarnos esa cantidad; fuimos a buscar una cosa pero encontramos otra que
encajaba mejor en nuestros planes...¿Quién no se ha encontrado inmiscuido en una situación que
parecía nefasta pero que luego desembocó en un resultado positivo?

¿Qué se esconde detrás de las casualidades? ¿Por qué o para qué ocurren? ¿Dónde está el límite
entre el azar y el destino? En este artículo ahondaremos en estos interrogantes con la visión de
numerosos autores y las sincronicidades protagonizadas por ellos.

El 28 de julio de 1900, el rey Humberto I de Italia cenó en un discreto restaurante de Monza, antes
de asistir a un campeonato de atletismo que tendría lugar al día siguiente. El dueño del
restaurante, como era de esperar, atendió en persona al monarca y entabló una curiosa
conversación con él. Lo primero que llamó la atención del ilustre huésped fue la semejanza física
entre ambos, que resultaron ser casi como dos gotas de agua. Es más, ambos se llamaban
Humberto, habían nacido el mismo día en Turín y se habían casado el mismo día del mismo año
con sendas mujeres llamadas Margarita. Naturalmente, el rey se interesó vivamente por aquel
chef, y le invitó a que le acompañara a los actos oficiales del día siguiente para seguir
conservando. Sin embargo, el dueño del restaurante falló a su cita. Según le informó al rey su
ayudante la mañana del 29 de julio, el chef había sido asesinado de un tiro. Y lo peor: momentos
después, un anarquista llamado Bresci tiroteaba también al rey Humberto hiriéndole de muerte.
¿Fueron todas estas circunstancias un “simple” cúmulo de casualidades?

La vida está llena de coincidencias, de momentos especiales en los que parece que “todo encaja”.
Mucha gente vive estos ocasionales “momentos mágicos”, como “tener un buen día” o “pasar una
buena racha”. Son situaciones excepcionales, pero lo cierto es que podrían ser mucho más
frecuentes si aprendiéramos a vivir nuestras vidas con más confianza y más consciencia; en pocas
palabras, fluyendo con el universo.

Incluso en inglés existe el término serendipity (serendipismo) para designar el descubrimiento


accidental de fenómenos científicos no pretendidos y los descubrimientos realizados por
“casualidad” y que permiten culminar con éxito una investigación científica planificada. Y es que
podemos decir que la ciencia progresa por “casualidad”, ya que son muchos los avances
importantes que se han conseguido o dilucidado mediante “accidentes” fortuitos: el principio de
Arquímedes, la ley de gravitación universal de Isaac Newton, el descubrimiento de la penicilina y
la aspirina, la invención de los pósits e incluso los copos de cereales popularizados por los
hermanos Kellogg.

La antigua sabiduría hebrea sostenía que el mundo no es como nos parece que es, sino como lo
vemos, y la ciencia actual ha descubierto que nuestra manera de ver las cosas las afecta mucho
más de lo que creemos. El experimentador influye sobre el experimento e incluso el mero
observador no es ajeno a él. Las cosas que ocurren en el mundo exterior no están tan separadas
de nosotros como nos parece. Somos mucho más responsables de lo que nos sucede de lo que
queremos aceptar. Así pues, cuando estemos receptivos y preparados para recibirlas, las
sincronicidades aparecerán en nuestras vidas.

Todo nos está hablando todo el tiempo

Existe una íntima conexión entre lo que ocurre en nuestro exterior y nuestro psiquismo. Nuestros
sueños, nuestros presentimientos e incluso alguno de nuestros miedos guardan concordancia con
lo que nos está pasando o lo que nos va a suceder, pero la mayor parte de las veces no les
prestamos la suficiente atención. Dice la sabiduría popular que no hay peor ciego que aquel que
no quiere abrir los ojos. Se trata de una afirmación muy dura, pero que, en cierto modo, nos afecta
a todos. Todo, tanto lo que ocurre en nuestro interior como lo que acontece en nuestro exterior,
nos está hablando, pero no lo escuchamos. Todo nos habla de una sola cosa: el camino hacia
nosotros mismos. Por esta razón, las sincronicidades son muy personales: son significativas para
aquel que las experimenta, pero no para quienes le rodean. A veces sí oímos frases inconexas de
ese diálogo que la vida intenta mantener con nosotros: son las corazonadas, las casualidades, los
presentimientos. Abrirnos a ellos puede brindarnos oportunidades milagrosas. No basta con
darnos cuenta de nuestras corazonadas, hemos de sacarles alguna ventaja. Siguiéndolas podemos
situarnos en el lugar adecuado en el momento oportuno. Alguien dijo que el instante es una dosis
homeopática de la eternidad; las sincronicidades nos conectan con ese instante mágico.

Vivimos rodeados de símbolos

Las corazonadas, las casualidades y los llamados acontecimientos sincrónicos encierran un


mensaje de nuestra alma que nos corresponde interpretar. En su libro Aprender a ver, la psicóloga
americana Mary Jo McCabe nos dice: “la dirección de nuestros pensamientos y nuestros actos
desata corrientes de energía que se unen a otras corrientes de energía similares desatadas por
otras personas y otros acontecimientos, y reaccionan a ellas. El universo es un todo en el cual
todas las fuerzas tienen un impacto sobre las demás. Esta interrelación entre todos los elementos
mentales y físicos del universo suele sacar a la superficie ciertas pistas direccionales, a las que yo
considero como símbolos externos. A nuestro alrededor, hay símbolos que pueden
proporcionarnos una orientación significativa si estamos atentos y aprendemos de ellos.”

Estos símbolos son como pistas que nos llevan a una comprensión más amplia de nosotros
mismos.

Fluir con el universo

Es lícito preguntarnos cuál debería ser la manera “normal” de funcionar por la vida. ¿Es la vida una
lucha, un duro campo de batalla donde todo es conflicto, esfuerzo, violencia? ¿Es este mundo un
lugar hostil y tenebroso donde las circunstancias y las situaciones conspiran contra nosotros? ¿O,
por el contrario, la verdadera vida implica un fluir, un dejarse ir confiando en el universo,
aceptando lo que viene y dejando ir lo que nos abandona?

Estar abierto, fluir, soltarse, destrabarse, dejarse ir, todo ello corresponde a una visión de la vida y
a una actitud ante ella que los chinos llamaban Wu Wei, que se ha traducido como “no acción”. No
se trata de no actuar, sino de “dejarse ir” o “borrarse” para que actúe a través nuestro una fuerza
superior que los chinos llaman Tao. “Los hombres podrían ser verdaderamente hombres si se
dejaran ir como hacen las olas del mar, como florecen los árboles, en la simple belleza del Tao”,
escribe Henri Borel en un libro delicioso: Wu Wei, la vía del no actuar.

Muchas veces lo que impide que “fluyamos” con el universo es el estado de cerrazón en el que
vivimos a causa de los miedos. Vivimos en la idea de que todo efecto ha de tener forzosamente
una causa y una explicación racional, pero generalmente se trata de una visión demasiado lineal
de la realidad. Cuando no encontramos una explicación a las cosas, nos asustamos y nos
bloqueamos. El papel del miedo es, ante todo, bloquearnos psicológica e incluso físicamente. Uno
de los miedos más frecuentes es el miedo al cambio. Vivimos en un espejismo de falsa seguridad,
pero no estamos dispuestos a cambiarlo. El miedo al cambio es un miedo multiforme, que adopta
multitud de aspectos, multitud de disfraces. En el fondo, no es más que pura inseguridad, pues
sentimos que estamos perdiendo el control de una situación. Por otra parte, los chinos saben
desde hace miles de años que el que tiene la mano abierta puede recibir algo, mientras que el que
la conserva cerrada no va a recibir nada. Y se trata, sin embargo, de la misma mano.

Cuando, por la razón que sea, perdemos el control y por unos instantes desaparece este miedo,
ocurren los milagros.

Existen otros temores relacionados con la pérdida de control, como son el temor a equivocarnos o
a fracasar. A veces están íntimamente relacionados con el temor a tomar decisiones o a actuar,
pero si tomamos decisiones o no actuamos quizá no fracasaremos, pero nunca triunfaremos.

Se ha dicho que el miedo es falta de fe. En cierto modo, el temor es lo contrario del amor y, si
somos capaces de enfrentarlo, se convierte en algo así como la corteza del amor que, una vez
quitada, nos brinda una capacidad más profunda de amor y comprensión.

En una deliciosa fábula del conocido humorista americano Robert Fisher, El caballero de la
armadura oxidada, aparece un personaje llamado “el dragón del miedo y de la duda”, al que sólo
puede matar “el conocimiento de uno mismo”. De hecho, la situación es paradójica: sólo puede
haber conocimiento de uno mismo cuando hemos vencido el miedo y la duda, y sólo podemos
vencerlos tomando el camino del autoconocimiento.

Bailar con la vida

Para Gay Hendricks, una de las claves de la sincronicidad en la vida cotidiana es “la participación
de todo el cuerpo”. Veamos qué quiere decir. Este brillante psicólogo ironiza al afirmar que
“cuando la vida misma es tu compañero de baile, tales acontecimientos nos son nada
sorprendentes”. Muchas veces estos momentos mágicos transcurren en un estado en el que
parece que hemos suspendido momentáneamente el pensamiento discursivo y somos todo
atención. Entonces puede darse un fenómenos particularmente interesante: la intuición. Los
poetas, los artistas, los grandes creadores e incluso los científicos geniales suelen basarse mucho
en sus percepciones intuitivas. De hecho, la intuición es la base de la sincronicidad. Si la mente
racional nos proporciona opiniones y juicios (muy a menudo basados en prejuicios), la intuición
nos brinda sentimientos. Estos suelen ser, por su naturaleza misma, mucho más profundos y
amplios que las meras opiniones.
Wayne Dyer en su libro You’ll see when you believe it (Lo verás cuando lo creas) narra lo que le
ocurrió cuando estaba buscando a su padre, que abandonó a su familia cuando él era un niño. Un
día Wayne recibió la llamada de un pariente lejano diciéndole que su padre había fallecido hacía 6
años y estaba enterrado en un pueblo llamado Biloxi. Al cabo de unos años, Wayne fue invitado a
dar una conferencia cerca de este pueblo, por lo que alquiló un coche y se dirigió al cementerio a
visitar la tumba de su padre. Curiosamente, el automóvil que le habían alquilado estaba
completamente nuevo y él lo estaba estrenando. Sin embargo, alguien había dejado en el asiento
una tarjeta en la que se podía leer “Candle-light Inn, Biloxi, Mississippi”, con la dirección y el
teléfono. Wayne cogió la tarjeta y mecánicamente la metió en su bolsillo. Al llegar al pueblo, la
primera persona con la que habló le dijo que seguramente su padre estaba enterrado en
Candlelight Inn, que estaba a tres calles de donde se hallaba. ¿Coincidencia?

Este tipo de coincidencias ocurren más a menudo de lo que pensamos. Son como mensajes que
nos envía la vida dirigiendo nuestros pasos. También son señales o avisos de la vida para que
confiemos de ella.

¿Cómo tienen lugar los acontecimientos sincrónicos?

Muchas veces el punto de partida de este tipo de acontecimientos es una intuición, una
corazonada, un sentimiento irracional. Se trata de algo más relacionado con el hemisferio derecho
del cerebro que con el izquierdo. En cierto modo, nos devuelve a un estado primitivo, incluso
prehistórico, en el cual el instinto es más importante, por meras razones de supervivencia, que la
razón.

Jung (el primer pensador moderno que distinguió entre casualidad y azar) postuló la idea de que,
además de nuestro inconsciente individual, existe un inconsciente colectivo común a toda la
humanidad. Esta idea, que puede parecer esotérica a algunos, podría explicarnos muchos de los
llamados fenómenos paranormales. Los llamados “registros akásicos” pertenecerían a ese
inconsciente colectivo y la facilidad con que cualquier niño nacido en los últimos años maneja un
ordenador (algo en lo que un avispado adulto puede hallar serias dificultades) también puede
explicarse por medio de la teoría jungiana.

Los acontecimientos sincrónicos, presentes en la vida de cada día, delatan la destreza con la que el
inconsciente va tejiendo los hilos por los que transcurrirán nuestras vidas exteriores.

Las concomitancias se gestarían de la siguiente forma: alguien formularía un deseo o una


necesidad, como encontrar pareja, encontrar empleo, hacer un viaje, comprar un determinado
coche, etc. El pensamiento consciente, o lo que es lo mismo, el conjunto de nuestra actividad
mental diaria, emite esa energía, que es recogida por la mente subconsciente, y esta a su vez la
“traspasa” o la implanta en el inconsciente colectivo. El subsconciente es, digamos, la mente que
continuamente está recogiendo y procesando todo lo que ocurre a nuestro alrededor, y ojo, ella
misma en base a estos datos saca sus propias conclusiones. La mente subconsciente también es la
mediadora entre el pensamiento consciente y el inconsciente colectivo, y siempre está buscando
dentro de este último todo lo que resuene con ella vibratoriamente hablando.
Por eso cuando alguien manifiesta querer vender algo que estamos buscando, encontrar a una
persona como nosotros o algo que está en consonancia con nuestros deseos, conectamos a través
de nuestros subconscientes. Estas mentes subconscientes de ambos sujetos influenciarán su
pensamiento consciente para conducirlos exactamente hasta donde se encuentra lo que buscan:
un anuncio, una persona, una situación, un emplazamiento…

Eso sí, para llegar a un nivel real de entendimiento con nuestro subconsciente debemos procurar
ser coherentes en nuestro comportamiento (no decir una cosa y hacer otra; no hacer A, pensar B y
decir C) y emitir nuestro deseo con la suficientemente potencia y claridad para que pueda llegar a
otras mentes en el inconsciente colectivo. También es fundamental prestarle atención a las
intuiciones que nos van llegando, pues como toda actividad requiere un periodo de tiempo y una
práctica.

Todo el proceso guarda mucha relación, como podemos comprobar, con la ley de atracción.

Jung y los tres tipos de acontecimientos sincrónicos

La idea de sincronicidad se pierde en la noche de los tiempos, pues forma parte de la mentalidad
mágica de los primeros hombres. Sin embargo, hay que reconocer el mérito de Carl Jung que
acuñó el término “sincronicidad” en su ensayo Sincronicidad un principio de conexión acausal,
publicado en 1952. A pesar de ello, la noción jungiana de coincidencia significativa no era ni es
algo nuevo. Jung observó que en los acontecimientos sincrónicos intervenían casi siempre tres
factores. En primer lugar, que no hay una relación de causa-efecto, lo que hace que los
acontecimientos sincrónicos sean impredecibles. En segundo lugar, que están acompañados de
una profunda experiencia emocional y por último, que el contenido de la experiencia sincrónica es
altamente subjetivo y susceptible de una interpretación a veces totalmente personal.

Un fenómeno sincrónico es una coincidencia que guarda un significado especial para el que la vive,
pero que puede carecer totalmente de importancia para los demás. Un buen número de estos
sucesos ocurren cuando atravesamos un momento crucial de nuestras vidas, cumpliendo un papel
de “despertador” o de “proveedor de pistas”. A veces estas situaciones casi milagrosas se dan
cuando estamos desesperados y hemos tirado la toalla. Parece como si se nos estuviera probando.
Jung enumeró tres categorías de fenómenos sincrónicos:

1. En el primer tipo, nos hallamos ante una correspondencia de significado entre un pensamiento
o sentimiento interior y uno exterior: se trata de la típica corazonada.
2. El segundo se da cuando alguien tiene un sueño o una visión de algo que está ocurriendo muy
lejos y con el tiempo se ve confirmado. Es famosa la visión que tuvo Swedenborg del incendio de
Estocolmo, a cientos de kilómetros de donde se encontraba.

3. El tercer tipo es el denominado “profético”, en el cual alguien tiene un sueño o una premonición
de algo que sucederá más adelante, y que acaba sucediendo.

Cómo aumentar la sincronicidad

La sincronicidad, como la gracia o la inspiración, no es algo que pueda forzarse a voluntad. No


existen cursillos que te enseñen a ser espontáneo o sincrónico en tres semanas. Sólo podemos
hacer una cosa, aprender a ver y a escuchar los mensajes y las señales de la vida con humildad,
estableciendo puentes entre nuestra alma y nuestra vida de cada día. Por otra parte, no hemos de
convertirnos en “fanáticos de las señales”; estaríamos forzando las cosas, pero tampoco podemos
vivir con los ojos cerrados.

Confía

Una actitud que hemos de desarrollar antes que nada es la confianza en nuestra intuición y en la
vida. Se trata de algo que tenemos que hacer en cada momento. Si nos hallamos, por ejemplo, en
una situación en la que quisiéramos forzar las cosas, relajémonos y confiemos en que el universo
nos traerá la solución que necesitamos. Es posible que en cuestión de horas todo haya cambiado.
Recordemos: una mano cerrada no puede recibir nada, pero una mano abierta sí. Esto funciona a
todos los niveles.

Relájate

Practicar alguna forma de relajación puede ayudarnos a abrir los canales de comunicación con lo
invisible. En nuestra ajetreada y ruidosa vida, es muy difícil que podamos escuchar las indicaciones
del corazón: es como si lleváramos tapones en los oídos. A veces simplemente relajándonos
surgen las señales que nos han de guiar.

Observa

Si te fijas en los acontecimientos sincrónicos, aprenderás a detectarlos con más facilidad y mayor
frecuencia. No olvides que estamos alimentando con energía aquello en lo que nos concentramos.
Escucha tu voz interior

La voz de tu corazón y lo que llamamos corazonadas no son sino gritos de la voz interior. Escuchar
la voz interior es lo contrario a escucharnos a nosotros mismos; es estar abierto, sin forzar, a una
voz que a menudo nos contraria y nos sorprende.

Pide y te será dado

Una práctica muy antigua consiste en pedir y agradecer. El mero acto de pedir es algo que
aumenta la fe, y agradecer lo que hemos obtenido después de una plegaria la fortalece. De todos
modos, la respuesta de la oración es a necesidades más profundas, que no siempre se
corresponden al pie de la letra con el enunciado de nuestra oración. La oración nos proporciona lo
que nos hace falta, no lo que nos apetece. “Al pedir lo que necesitamos”, dice la escritora Daphne
Rose, “revelamos la verdadera fragilidad de nuestra condición humana e invitamos a aquel que
nos ama a demostrarnos su amor”. Quizá por ello a lo largo de la historia se han considerado los
acontecimientos sincrónicos como mensajes de los dioses, como demostraciones de su amor.

Robert H. Hopcke, en su libro El azar no existe (Ediciones B), compara nuestras vidas con el guión
de una novela, en la que el autor va haciendo coincidir las diferentes líneas argumentales
configurando un escenario donde todo confluye. Y añade: “las sincronicidades se producen sólo en
época de gran necesidad o de especial apertura“.

Alan Vaughan, autor del ensayo Las pautas proféticas, sostiene la tesis de la multiplicación de
coincidencias en tiempos de crisis cuando afirma que “la sincronicidad ocurre cuando la gente la
necesita. Cuando no la necesitamos, cuando nuestra vida es segura y estable, ocurre muy rara vez.
Si usted vive por obra de su ingenio, de su talento, o si su profesión es insegura, muy
probablemente descubrirá que ocurre casi continuamente.”

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