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Introducción

Arqueología y mundo material

Félix A. Acuto y Valeria Franco Salvi

Desde los últimos 30 años, la arqueología ha contribuido consi-


derablemente con la teorización sobre el mundo de los objetos y en in-
corporar el orden material como una parte fundamental e integral para
el entendimiento de la dinámica social y la producción y reproducción
del orden social. Mientras que la arqueología ha sido pionera en “ma-
terializar” lo social, lo que le ha permitido insertarse en discusiones de
tinte más global, otras disciplinas sociales han estado más rezagadas en
este sentido, incluyendo a la madre de las ciencias sociales: la sociología
(Dant 1999).
Bajo la influencia del giro lingüístico, o el giro hacia la filosofía
del lenguaje, las ciencias sociales y humanidades estuvieron por mucho
tiempo particularmente enfocadas en los aspectos discursivos y comu-
nicativos de la vida social, preocupándose más por lo que la gente decía
que por lo que las personas hacían o las experiencias que vivían. Los
objetos fueron así considerados como una colección de características
definidas dentro del sistema simbólico del lenguaje, no siendo más que
una convención de nombres estructurados por los signos. Este énfasis
en lo discursivo fue modificándose a partir de las discusiones que las
teorías de la práctica y de la agencia aportaron al campo de las cien-
cias sociales, las cuales comenzaron a considerar seriamente los escena-
rios donde transcurre la acción y la interacción (Bourdieu 1977, 2007;
Giddens 1995; Gregory 1989; Sahlins 1981). Desde estas perspectivas,
los llamados “objetos” dejaron de ser considerados simples indicadores
de algo social que estaba más allá de lo material, sino que se transforma-
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ron en una temática de estudio propia, que se problematiza, deconstru-


ye y concibe críticamente.
Resulta difícil entender la vida social sin tener en cuenta el orden
material. No existen acciones, interacciones o experiencias que no se en-
cuentren ancladas y mediadas por la materialidad del mundo. Si bien la
modernidad, heredera de ciertos procesos históricos y filosóficos (des-
de el pensamiento clásico hasta el Renacimiento y Descartes, y desde el
pensamiento judeo-cristiano hasta el racionalismo y el conocimiento
científico), ha propiciado la separación cuerpo/mente, donde la mente
se convirtió en el instrumento privilegiado para aprehender el mun-
do superando los constreñimientos corporales y materiales; y si bien
la modernidad ha creado una serie de lugares y experiencias centradas
en el espectáculo donde se recrea la ilusión cartesiana de la existencia
de una mente analítica activa a través de la cual se conoce un mundo
externo desde algún lugar “aislado” y privilegiado, desligado de la in-
fluencia negativa del contexto y del cuerpo (como en los museos, ferias
mundiales, zoológicos, galerías comerciales, cine y televisión, internet y
Google Street View y Google Earth, entre otras); podemos igual afirmar
que ninguna acción o relación, ni siquiera las discursivas o la imagina-
ción, están por fuera de la influencia del orden material en las que se
desarrollan. Toda experiencia, que es simultáneamente corporal y cog-
nitiva, tiene lugar en un contexto material que modela las interacciones,
la subjetividad y los cuerpos. En este sentido, el mundo de los humanos
resulta inconcebible sin los objetos.
La arqueología no se vio exenta de considerar por mucho tiempo
a la cultura material como un epifenómeno o un reflejo directo de otras
dinámicas, a veces sociales a veces ecológicas. Las escuelas histórico-
culturales vieron en los objetos la expresión de una identidad étnica, de
los límites de su territorio y de procesos de difusión cultural. Las pers-
pectivas procesuales, por su parte, concibieron a la cultura material en
términos funcionales y utilitarios, reduciendo a los objetos a un rol de
herramientas orientadas al cumplimiento eficiente de una determinada
tarea. Estás herramientas no producían la adaptación o la acción, sino
que eran un simple medio para lograrla. Dentro de estas perspectivas,
aquellas interesadas en los procesos socio-políticos y su desarrollo, tam-
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bién vieron en el orden material (patrón de asentamiento, estructuras


funerarias, tipos de objetos producidos o intercambiados, etc.) el reflejo
directo y pasivo de un estadio de desarrollo evolutivo.
Para la arqueología, los objetos fueron útiles indicadores de cro-
nología, de áreas culturales, de actividades, de culturas y de tipologías
funcionales, cambiando como respuesta a necesidades humanas y ex-
presando procesos que los arqueólogos se encargaron de buscar me-
diante correlatos materiales (Pauketat 2001). La arqueología concibió
que la relación entre personas y objetos en el pasado no difería signifi-
cativamente con respecto al modo en que la modernidad occidental y
la economía capitalista perciben y se relacionan con los artefactos y el
mundo (Acuto 2008). Se podría decir, entonces, que cuando los arqueó-
logos vieron en el mundo material el reflejo de identidades y territorios
étnicos, herramientas para alcanzar eficientemente determinados fines,
la materialización de la jerarquización piramidal de la sociedad y el rol
social de las personas (como en el caso de los análisis de estructuras
funerarias), identidades individuales, etc., lo que se estuvo haciendo fue
llevar el presente hacia el pasado, ya sea los estados-nación modernos y
sus dinámicas, la racionalidad instrumental de la “jaula de hierro” webe-
riana, la estructura de clases del capitalismo o el proceso de individua-
ción de las subjetividad moderna.
Entonces, ¿de qué manera ha sido repensado el mundo de los ob-
jetos en arqueología? ¿Cuáles han sido los principales axiomas teóricos
que se han desarrollado con respecto a la cultura material y que rom-
pieron con esta visión estática, utilitaria y cartesiana de la materialidad?
A continuación listamos y desarrollamos cinco aspectos claves de este
repensar del orden material.
***
La arqueología postprocesual a principios de la década de 1980
partió de una premisa fundamental: la cultura material está significati-
vamente constituida. Los objetos se convirtieron en símbolos en acción
y emisores de comunicación no-verbal (Beaudry et al. 1991; Hodder
1982, 1989; Fletcher 1989). Plantándose frente al marcado funcionalis-
mo de la arqueología procesual, y bajo la influencia del estructuralismo
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y la semiótica, arqueólogos como Ian Hodder y sus estudiantes y segui-


dores argumentaron enfáticamente que los objetos no sólo tienen una
función sino que también cuentan con significados; y para poder enten-
der la función de un objeto es condición necesaria conocer su significa-
do (Hodder 1988; 1989; Leone y Potter 1988). Un aspecto interesante de
esta perspectiva es que todo objeto está significativamente constituido,
incluido los más simples y desapercibidos, y no simplemente aquellos
relacionados con actividades rituales. Supongamos el caso de un cerco
de alambre de púas que se encuentra surcando un campo. Cuando ca-
minando por un campo nos topamos con él, nos trasmite un significado
que, como miembros competentes y con conocimiento de nuestra so-
ciedad, podemos decodificar inmediatamente. Este cerco nos comunica
que demarca una propiedad privada y el alambre de púas nos llama a no
pasar. El objeto no solamente actúa como barrera física (que sería en sí
fácilmente sorteable), sino que es efectivo por el mensaje que comunica.
Bajo la influencia de la semiótica y especialmente de la semiótica
estructuralista, el registro arqueológico comenzó a ser pensado como
texto, generándose una variedad de intentos de leerlo, decodificando sus
reglas gramaticales y entendiendo su semántica (Hodder 1988, 1989;
Patrick 1985; Tilley 1990, 1991). Se propuso también que si el registro
arqueológico era un texto material, la misión de los arqueólogos era tan-
to leerlo como interpretarlo, por lo que la hermenéutica se convirtió en
una herramienta epistemológica útil para realizar esta interpretación.
Sin embargo, esta propuesta teórica ayudó poco a entender lo que es
la cultura material en sí, desestimando las diferencias entre el texto y
las cosas. Se perdió de vista que la cultura material está en el mundo y
juega un rol constitutivo fundamental en nuestra realidad, distinto al
del texto, haciendo algo más que simplemente hablar y expresar sentido
(Olsen 2003, 2010).
Los acercamientos semióticos sobre la cultura material no sur-
gieron y concluyeron en la década de 1980, sino que siguieron desa-
rrollándose y expandiéndose hasta la actualidad. Dos ejemplos de esto
son las discusiones desarrolladas hacia finales de la década de 1990 por
Tilley (1999), quien sostenía que la cultura material era una metáfora,
y más reciente el interés en la manera en que la cultura material actúa
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mnemónicamente como reservorio de memoria, tanto a escala macro


de importantes eventos pasados, tal como en el caso de monumentos,
como a nivel micro y doméstico, como puede ser un reliquia familiar o
una postal (Acuto 2005; Edmonds 1999; Hodder y Cessford 2004; Joyce
2000; Leoni 2008; Mills y Walker 2008; Van Dyke 1989, Van Dyke y Al-
cock 2003).
En cierto sentido, el trabajo de Hilda Corimayo y Félix Acuto en
este volumen se enmarca en esta línea de investigación que apunta a in-
terpretar el significado de la cultura material del pasado. En este artí-
culo, los autores abordan la iconografía cerámica y rupestre de un área
particular de los Andes del Sur a fin de aproximarse al significado de la
simbología que los habitantes de esta región, hace aproximadamente mil
años atrás, pintaron en sus vasijas y grabaron sobre rocas. Lo interesante
de este capítulo es la manera en que se aborda este caso y se produce
conocimiento sobre el pasado. Por una parte, Acuto lo hace desde el mé-
todo científico y desde una aproximación contextual al registro arqueo-
lógico (véase Acuto et al. 2011). Para poder dar sentido a los símbolos
plasmados en ollas y rocas, Acuto no sólo tiene en cuenta los elementos
decorativos, su frecuencia y la manera en que se organizaba la decoración
sobre la superficie de las vasijas y las rocas, sino que también considera
las características naturales y sociales del lugar geográfico en donde se
empleaban las ollas y donde se encontraban los petroglifos, las estruc-
turas naturales y culturales a las que estaban asociados, los objetos con
los que estaban relacionados y las prácticas con las que ollas y petroglifos
estaban vinculadas. Por su parte, Corimayo, pobladora originaria de la
región y miembro del Pueblo Diaguita-Kallchaquí, se aproxima al en-
tendimiento de la simbología arqueológica desde las tradiciones orales
indígenas locales que se han trasmitido de generación en generación, y
desde el conocimiento que ha adquirido a partir de su experiencia como
habitante campesina de la valle Calchaquí; región que también habitaron
quienes manufacturaron las vasijas y grabaron las rocas estudiadas.
***
Un segundo aspecto fundamental en este repensar el rol de las co-
sas en la vida social establece que el orden material (al igual que la espa-
cialidad) es activo en la producción y fijación de relaciones sociales, ac-
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ciones y experiencias (p.ej. Buchli 2002; Dant 1999, 2005; Lefebvre 1991;
Miller 1987, 1998, 2005; Soja 1989). Inclusive se afirma que el cambio
social puede comenzar a partir de transformaciones en el orden ma-
terial, como por ejemplo en los casos de procesos de contacto cultural
(p.ej. Comaroff y Comaroff 1991, 1997; Thomas 1991). La materialidad
se posiciona como una manifestación real de las relaciones sociales más
que su reflejo incidental, incluyéndose como un participante tan crucial
como los humanos (Tilley 1999). Algunos consideran incluso que los
objetos no sólo tienen su propia raisond’être al margen de lo que la gente
haga con ellos, sino que son inevitablemente desproporcionados frente
al sentido de los signos por los cuales son aprehendidos. Se posicionan
contextualmente más particulares que los signos y potencialmente más
generales, presentando más propiedades (más “realidad”) que las distin-
ciones y los valores marcados por los signos.
Esta manera de entender el rol de los objetos en la vida social se
encuentra estrechamente relacionada con un cambio de perspectiva en
el modo en que la arqueología se aproximaba al pasado. La arqueología
pasó de un interés por el objeto social (estructuras, sistemas, institucio-
nes, etc.) a un abordaje desde la escala subjetiva y corporal y cómo en
esta escala (la de las prácticas, relaciones y experiencias) se constituye,
reproduce y, en ciertas circunstancias, se transforma la estructura social.
Partiendo desde esta escala subjetiva, se ha sostenido que la materiali-
dad y espacialidad del mundo contingentemente moldean las acciones e
interacciones de las personas.
Con el foco puesto en la escala subjetiva de la práctica y las inte-
rrelaciones entre personas y personas y objetos, el trabajo de Julián Sala-
zar y Valeria Franco Salvi en el valle de Tafí, en el noroeste de Argentina,
destaca cómo el mundo material, a través de su relación con personas,
construye memoria. La distribución de objetos y las prácticas de la gente
en ciertos espacios (p.ej. vivienda, campos de cultivo y áreas públicas)
condujo a los autores a pensar que en estos ámbitos se estaban gestando
comunidades de prácticas, que las mismas estaban amalgamadas por
una gran cantidad de relaciones entre objetos y personas y que uno de
esos vínculos importantes eran los que ligaban a la gente y a los objetos
empleados para moler, compartir, depositar y consumir alimentos du-
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rante un período de tiempo determinado, con las personas y los objetos


que, en un período pasado, habían realizado esas mismas actividades.
Esta perspectiva subjetiva sobre el pasado y esta concepción acti-
va del mundo material es asumida por Bárbara Balesta, quien nos invita
a pensar en la materialidad como una dimensión inherente de la prácti-
ca que nos permite identificar acciones y realizar interpretaciones acerca
de la agencia de las personas y de sus experiencias. Con estas ideas en
mente, Balesta aborda el estudio de los sepulcros del valle de Hualfín del
noroeste argentino durante el Período Tardío (1000-1535 d.C.), defi-
niendo a los depósitos funerarios como prácticas sociales que no sólo se
relacionan con las personas inhumadas, sino que también expresan re-
presentaciones sociales e intereses que se debaten y disputan en el mun-
do de los vivos, y que permiten la reproducción social de determinados
grupos. Como señala Balesta, las estructuras funerarias son mucho más
que un simple depósito de cuerpos y un reflejo de la estructura social,
sino que condensan en su fisicalidad, espacialización e historicidad
múltiples aspectos, tales como: las acciones y prácticas relacionadas con
su planificación y construcción, las decisiones acerca de su localización
en el paisaje, la identidad de quienes las utilizaron, la expresión de ri-
tos, el dolor experimentado por quienes sufrieron la pérdida, las conse-
cuencias sociales y materiales que acarrean las ausencias y la influencia
que ejerce la presencia de las tumbas a partir de su incorporación como
parte del paisaje. A través del análisis de su caso de estudio, la autora
sostiene que la vida y la muerte fueron parte del quehacer cotidiano
en el valle de Hualfín (donde circular entre los muertos constituía una
experiencia diaria) y que el espacio ayudó a evocar e invocar a quienes
ya no estaban presentes. Además, y si bien la práctica funeraria exhibía
una importante homogeneidad en cuanto a la localización y la arquitec-
tura de las tumbas, existe cierta variabilidad en la cantidad de cuerpos
enterrados en cada tumba, en el tratamiento dispensado a los mismos y
en las ofrendas que los vivos dejaron junto a sus difuntos, que la autora
relaciona con tradiciones locales, ciclos de la vida y, posiblemente, con
las particularidades emocionales que conlleva la relación con la muerte.
La reconsideración del mundo material como un aspecto activo
en la producción, reproducción y transformación de la vida social llevó
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a los arqueólogos a desarrollar cuidadosos análisis de paisajes arqueoló-


gicos en pos de comprender, desde una perspectiva topológica en lugar
de una perspectiva geométrica, las experiencias y percepciones vividas
por los habitantes pasados (Acuto 1999; Ashmore y Knapp 1999; Bender
1993; Criado Boado 1991; Thomas 1996; Tilley 1993; Troncoso 2001).
La materialidad comenzó a ser entendida no sólo como la fisicalidad de
las cosas, diferente a su semantización, sino también como un orden
material históricamente producido y en el que se constituye una vida
social particular. Se piensa así en una red de objetos relacionados que
adquieren una configuración espacio-temporal específica y que se arti-
culan dialécticamente con prácticas, relaciones sociales, categorizacio-
nes y significados determinados (Acuto 2008:160).
Se ha propuesto entonces que los escenarios donde se da la acción
e interacción de las personas no son telones de fondo de la vida social,
o meros contenedores utilitarios y funcionales donde la gente encuentra
las herramientas necesarias para alcanzar sus objetivos, sino que, por el
contrario, el orden material y las formas espaciales fijan el orden social
en el tiempo y en el espacio. Es decir, la materialidad y espacialidad del
mundo institucionaliza prácticas, relaciones, identidades, ideologías y
modos de categorizar y clasificar al mundo y a la realidad, desde escalas
sociales amplias hasta la escala micro del cuerpo y las técnicas corporales.
Dentro de esta línea de pensamiento podemos mencionar la con-
tribución de Verónica Williams, quien se retrotrae unos mil años en el
tiempo para analizar la relación entre las personas y lo material. Williams
está particularmente interesada en los articulaciones sociales y espacia-
les que se tejían en las Quebradas altas del valle Calchaquí (noroeste de
Argentina) entre quienes allí habitaron en el pasado prehispánico (inclu-
sive durante el proceso de ocupación inca sobre la región), los cerros, los
campos agrícolas, los sitios defensivos o pukaras, los petroglifos y ciertos
artefactos muebles, tal como la cerámica. Su interés es conocer los me-
canismos por los cuales se resignificaron ciertos espacios y objetos a lo
largo de varios siglos, desentramando la historicidad del paisaje agrario
y reconociendo procesos de continuidades con cambios en la región. Así,
espacialidad y temporalidad se constituyen y conjugan como aspectos
centrales de su acercamiento al pasado, mostrando en su análisis la inte-
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rrelación entre las dimensiones física, social y simbólica del paisaje y su


dinámica a lo largo del tiempo. A través de su caso, y de un minucioso
análisis del paisaje agrícola de las Quebradas altas del valle Calchaquí, la
autora argumenta que la construcción del tejido social y la reproducción
o transformación de las prácticas culturales en la región de estudio estuvo
estrechamente ligada con la memoria colectiva y la legitimidad otorgada
por los ancestros. Sin embargo, la ausencia de dispositivos materiales de
memoria en ciertos contextos y en ciertas épocas, señalan cambios en las
condiciones sociales relacionados con el arribo de personas foráneas a la
región en el marco de la dominación inca.
Esta perspectiva también puede encontrarse en el trabajo de Ran-
dy McGuire, quien explora el límite fronterizo entre EEUU y México,
demostrando cómo los procesos de materialización y rematerialización
de la frontera tienen un impacto directo en la vida de la gente e incluso
en su subjetividad. En su capítulo, McGuire remarca la dialéctica que se
construye entre la agencia humana y el mundo material, donde no son
solamente los agentes humanos los creadores de los objetos, sino que és-
tos, de una u otra manera, siempre afectan a las personas constriñendo
o habilitando sus capacidades de acción. Tal como argumenta el autor,
la vida en la frontera y sus transformaciones no se pueden entender
completa y cabalmente si no se analizan sus aspectos materiales. Tenien-
do en cuenta esta idea, McGuire considera que personas, lugar, tiempo,
significados, relaciones sociales, edificios, cercas, muros, puertas y otros
objetos conforman un ensamblaje que define la experiencia material de
la frontera. La agencia de quienes habitan o circulan por la frontera,
así como sus interacciones, es influida y modelada por este ensambla-
je. Pero no sólo esto. Más interesante aún es que este ensamblaje está
embebido en relaciones de poder y conflictos de intereses e intenciones
entre quienes lo construyen y quienes lo viven. Materialidad, poder y
agencias en contradicción y conflicto (como la que existe, entre otras,
entre el cercamiento/fortificación fronterizo y el flujo comercial y de
personas relacionados con el cruce) se conjugan dialécticamente en este
interesante ejemplo.
***
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La multiplicación de esferas donde se privilegian las interacciones


discursivas (por ejemplo, en al ámbito de la educación formal, la política
y la comunicación, entre otras) y de tecnologías de transmisión y alma-
cenamiento de discursos (desde folletos a códigos normativos y libros, y
desde la radio y la televisión a internet) que ha tenido lugar en la moder-
nidad occidental (y especialmente en la modernidad tardía), ha creado
la ilusión cartesiana de un desligamiento de los sujetos y su mente del
mundo material que los rodea. Desde esta perspectiva, lo importante no
sería el escenario de interacción sino la interacción discursiva misma.
Partícipes de esta ilusión, y tal como se comentó más arriba, por largo
tiempo las ciencias sociales y humanidades se interesaron por los aspec-
tos discursivos de la vida social sin prestar demasiada atención al contex-
to material en donde las relaciones sociales se establecen y desarrollan.
Como señala Van Dyke en este mismo volumen: “Las marcadas tenden-
cias ideacionalistas de la antropología del siglo XX llevaron a minimizar,
ignorar o pasar por alto la importancia de lo material en la vida humana”.
Esta ilusión por supuesto no existe en sociedades orales donde el
mundo es conocido por el contacto físico más que a través de conoci-
miento discursivo o textual (Ingold 2000; Ong 1987). Al habitar como
seres completos (con cuerpo y mente) y estar en articulación con sujetos,
objetos y significados, las personas aprehenden (en el doble sentido de
conocer y asir) el/al mundo, incorporándolo cognitiva y corporalmente.
Las investigaciones de Salazar y Franco Salvi se centran en un-
mundo donde las relaciones eran reproducidas y negociadas constante-
mente a través de la práctica y la materialidad, sin un sustento textual o
discursivo que garantizase un orden social
Estas sociedades campesinas configuraron “comunidades de me-
moria”, las cuales estaban inscriptas en un dominio material específico
que le daba al cuerpo humano orientación, conocimiento y subjetividad
a través de acciones e interacciones con personas y cosas en un ámbito
espacial particular. Las prácticas diarias de vivir en torno a los difuntos,
depositar y almacenar alimentos y objetos, cocinar y fraccionar granos
de maíz, manufacturar ciertas artesanías, acondicionar parcelas agríco-
las, sembrar y festejar en distintos espacios del ámbito aldeano, ayuda-
ron a generar historias y subjetividades particulares.
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Arqueólogos y científicos sociales empiezan a coincidir en que


materialidad y vida social son parte de una relación dialéctica y se cons-
tituyen como una unidad de opuestos en donde la transformación de
un aspecto necesariamente implicaría la transformación del otro (Har-
vey 1998; McGuire 1992; Ollman 1976; 1993). En este sentido, se podría
decir que existe una materialidad y espacialidad propia de la moderni-
dad tardía (así como una temporalidad particular), y son estos órdenes
materiales y estos lugares (instituciones educativas formales, shopping
malls, aeropuertos, autopistas, museos, estadios deportivos, cámaras de
seguridad, McDonalds, computadoras y teléfonos celulares, barrios ce-
rrados, etc.) los que constituyen y reproducen interacciones y prácticas
en la actualidad y definen las experiencias de la modernidad tardía; as-
pectos que muchos pensadores contemporáneos han intentado enten-
der y develar: desde las esferas disciplinarias y vigilantes de Foucault
(Foucault 2001; véase también Hannah 1997; Hayles 2009; Lianos 2003)
a las relaciones líquidas de Bauman (2000), desde la sociedad del es-
pectáculo y la exhibición de Benjamin a las simulaciones y simulacros
de Baudrillard (Baudrillard 1994; Benjamin 2005; Crary 2001; Edholm
1993; Mitchell 1989; White 2006), desde los campos de Bourdieu (1990,
1997) a la estitificación de la vida cotidiana y el consumo masivo del
postmodernismo (Featherstone 1991; Miller 1987; Zukin y Smith Ma-
guire 2004), desde los no-lugares de Augé (2000) a la McDonalización
de la sociedad de George Ritzer (1993, 2002), y desde la globalización
(Cox 1997; Lechner y Boli 2000) a las nuevas tecnologías y la realidad
virtual y distópica de Second Life (Bakardjieva 2005; Bardzell y Odom
2008; Featherstone 2009; Hand y Sandywell 2002; Lechner y Boli 2000;
Manovich 2009; White 2006).
Justamente el trabajo de Randy McGuire analiza un aspecto cen-
tral del proceso material de la modernidad: la ruinificación. El acelerado
capitalismo moderno constantemente destruye para construir, dejando
ruinas materiales de lo que alguna vez fue. Y no sólo deja en ruinas la
cultura material de los subordinados, sino que suele destruir y abando-
nar lo que alguna vez se produjo desde las propias estructuras de po-
der, tal como el Estado. Como sostiene McGuire, podemos encontrar
en las ruinas contemporáneas imágenes dialécticas que revelan las idas
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y vueltas y contradicciones del acelerado capitalismo moderno. Esta


destrucción creativa que produce ruinas contemporáneas es inherente
a la lógica del capitalismo, el cual tiene que destruir constantemente las
riquezas existentes para dar lugar a la creación de nuevas riquezas. Em-
pleando como ejemplo la historia y el presente de la ciudad de Ambos
Nogales en la frontera entre EEUU y México, McGuire analiza el paisaje
de ruinificación de la frontera, las fuerzas y agencias que lo modelan, los
discursos contradictorios que presenta y la experiencia allí vivida por
quienes habitan en la ciudad o cruzan la línea limítrofe. A través de este
ejemplo, McGuire nos muestra el poder revelador de la arqueología, na-
rrando una historia alternativa (de devastación, violencia, explotación
y dolor, pero también de resistencia al control estatal) expresada en la
materialidad de la frontera, que contradice los discursos capitalistas so-
bre progreso, protección y seguridad.
***
Los estudios sobre la materialidad han hecho foco en la escala
subjetiva y corporal, insistiéndose que las personas no somos espec-
tadores externos y objetivos de la realidad, sino que nos constituimos
como sujetos completos a partir de nuestra inmersión mental y cor-
poral en el mundo, lo que la fenomenología denominó ser/estar-en-el-
mundo. Si bien los primeros estudios que repensaron la cultura material
en arqueología enfatizaron los aspectos simbólicos y comunicativos de
las cosas, dejaron de lado la relación física (sensorial-motora) con los
objetos, la cual compone nuestra experiencia histórica y entendimiento
del mundo. Como ha argumentado Warnier (2001:20), además de lo
que significan, los objetos son importantes por lo que le hacen a los
sujetos. Se ha establecido que las regularidades del orden social se en-
carna de manera práctica en los cuerpos (en sus disposiciones y técnicas
corporales), en los esquemas de percepciones y en las estructuras cog-
nitivas (Bourdieu 2007; Csordas 1990, 1999). Más aún, se ha discutido
que la materialidad (cultural y natural) se inscribe en el cuerpo y mente
de los sujetos. Por ejemplo, el orden material de la mujer del Japón del
siglo XVIII y XIX, constituido por seda, papel de arroz y los elementos
de porcelana del ritual del té, configuraba un cuerpo etéreo y grácil, de
movimientos finos y delicados, muy distintos a la corporalidad femeni-
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na que se constituye en la materialidad del mundo agrícola andino (de


roca, surcos, azadas, corrales de piedra y gruesas ollas de cerámica).
En un interesante trabajo sobre una comunidad indígena en Pa-
pua Nueva Guinea, Gell (1995) ilustró cómo la materialidad del entorno
natural había influido significativamente en el esquema de percepciones
de esta gente. En un ambiente boscoso de gran densidad, Gell, como et-
nógrafo, tomaba conciencia y reflexionaba sobre lo fundamental que era
para él la percepción visual y la poca utilidad que tenía ésta en ese contex-
to natural boscoso. Para los habitantes de Umeda, la audición era mucho
más importante que la vista (por ejemplo para la caza), algo que incluso
se había plasmado en la lengua, la cual incluía una variedad de onomato-
peyas. Así, Gell exponía cómo la materialidad del mundo en el cual estas
personas estaban embebidas había moldeado su esquema de percepcio-
nes y su lenguaje. Esta inscripción del mundo material en los cuerpos es
graficada también por un reciente documental televisivo en donde se dis-
cute cómo la materialidad se encarna incluso en aspectos biológicos. En
este documental se explica que la cantidad de horas sentadas que pasan
las mujeres de clase media de contextos urbanos occidentales (trabajan-
do, por ejemplo, frente a pantallas de computadoras) ha modificado la
estructura del canal de parto, haciéndolo más estrecho e incrementando
el número de nacimientos por cesárea. En pocas palabras, la silla (y por
supuesto la práctica social que la incluye) deja su huella en la biología del
cuerpo humano en contextos socio-culturales específicos.
El modo en que se constituye la subjetividad humana y el papel
fundamental que cumplen ciertos objetos en este proceso son abordados
en este volumen por Juan Villanueva. Conjugando una perspectiva feno-
menológica (que considera que las estructuras mentales emergen de las
experiencias sensoriales y motoras, y que la experiencia corporal es afec-
tada por la interacción con los materiales del entorno), estudios etnográ-
ficos andinos e información lingüística, y partiendo de la idea de que no
debemos asumir la universalidad de la personeidad (personhood) mo-
derna, el autor se plantea explorar las modulaciones de la personeidad y
agencia indígena andina durante el Período Intermedio Tardío en el alti-
plano boliviano central. En su caso de estudio, Villanueva discute cómo
las personas se encuentran constituidas (corporal y subjetivamente) por
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componentes diversos (materiales varios de ellos) que eran transferidos


y/o adquiridos por otros seres concebidos como personas (grupos socia-
les, paisaje, animales y objetos) en diferentes contextos relacionales y en
el marco de ciertos valores y prácticas culturales. Discutiéndolo desde la
perspectiva teórica, la etnografía y la información que proveen las len-
guas indígenas andinas, y argumentándolo a través de su análisis arqueo-
lógico, Villanueva nos narra un proceso en donde se produce la mutua
constitución de objetos cerámicos, la persona y el entorno.
***
Finalmente, y bajo la influencia de los trabajos de teóricos y et-
nógrafos como Bruno Latour (2008), Alfred Gell (1998) y Tim Ingold
(2000), pero también a partir del conocimiento generado por trabajos
etnográficos en Nueva Guinea (Battaglia 1990, 1992; Strathern 1988,
2004; Weiner 1992), el Amazonas (Descola 2005; Vilaça 2009; Viveiros
de Castro 2004, 2010), los Andes (Allen 1998; Arnold y Yapita 1996; Ar-
nold et al. 1992; Arnold et al. 2007) o entre los nativos norteamericanos
(véase Van Dyke en este volumen), se ha comenzado a discutir inten-
samente en arqueología el tema de la agencia de los objetos y/o los en-
tretejidos corporales, simbólicos y ontológicos entre personas y objetos
(Alberti y Bray 2009; Brown y Walker 2008; Gosden 2005; Haber 2007,
2009; Hodder 2012; Knappett y Malafouris 2008; Olsen 2010; Shanks
2007; Troncoso 2010). Se argumenta que debido a que la dicotomía
sujeto/objeto es producto del modernismo, parte de la separación del
“hombre” de la “naturaleza” y del dualismo jerárquico mente/materia
que se viene produciendo en occidente desde el Renacimiento, profun-
dizándose con la modernidad; como arqueólogos deberíamos revisar
esta perspectiva y considerar la existencia de otro tipo de relaciones,
concepciones y ontologías.
Más enfocados en la modernidad que en sociedades no-occiden-
tales, Gell (1998) y Latour (2008) han discutido en profundidad el tema
de la agencia de los objetos. Si bien para Gell los objetos (por ejemplo las
obras de arte) extienden la agencia de su productor en espacio y tiem-
po, en la teoría del actor-red de Latour, objetos y personas (junto con
otras múltiples entidades, desde la Virgen, el asfalto, hasta un virus) son
“actantes” que participan en una compleja red de conexiones fluidas
Personas, cosas, relaciones / 23

e influencias mutuas en iguales condiciones. De acuerdo con Latour,


ninguna ciencia de lo social debería iniciarse siquiera si no se explora
primero la cuestión de quién y qué participa en la acción, aunque esto
signifique permitir que se incorporen elementos que, a falta de mejor
término, podríamos llamar no humanos (Latour 2008).
Como lo demuestra la etnografía, la ontología moderna reconoce
entidades animadas e inanimadas que no necesariamente coinciden con
aquellas reconocidas por otras sociedades. En sociedades no-occidenta-
les, las cosas son entendidas y percibidas como extensiones de los cuer-
pos de las personas (por lo que se constituyen como objetos inaliena-
bles) o como si fuesen seres vivos que, tal como los humanos, tienen sus
propias personalidades, acciones, biografías y participan activamente en
la vida diaria.
Así, para los agentes humanos en sociedades no-occidentales,
pero también en la misma modernidad occidental, entidades diversas,
incluidos objetos, no sólo tienen capacidad de acción (agencia) sino que
también pueden influir sobre la acción humana y pueden actuar con
intencionalidad. Partiendo desde esta perspectiva, algunos arqueólogos
han comenzado a replantear lo que se considera animado o inanimado,
a revisar la relación entre entidades, e investigar agrupamientos, ensam-
blajes o enredos entre gente y cosas, sus conexiones e interacciones. Se
comienza entonces a posicionar a sujetos y objetos en un mismo plano
ontológico. Los materiales desde esta visión (p.ej. todas aquellas entida-
des físicas referidas como cultura material) se conciben como seres en el
mundo, junto con otros como los humanos, las plantas, y los animales,
compartiendo una sustancia y membresía en un mundo habitado (Ol-
sen 2003). En este mismo sentido, se plantea que el estudio de materia-
lidades pasadas puede servir a la arqueología para acceder a otras onto-
logías y reconocer otras maneras de categorizar el mundo, las entidades
que lo habitan y sus conexiones.
Esta perspectiva que considera la relacionalidad entre personas
humanas y entidades diversas y la agencia de los objetos es discutida
desde el conocimiento teórico, etnográfico y lingüístico en el capítulo
ofrecido por Villanueva. El autor establece que en el mundo indígena
andino la relacionalidad y múltiples agencias (la del paisaje, la del lugar,
24 / Félix A. Acuto y Valeria Franco Salvi (Editores)

la de la casa, la de entidades sobrenaturales como los Apus y la Pacha-


mama, la de ancestros, la de objetos y la de actores humanos) producen
la constitución de las personas, los objetos y el entorno, los cuales se
conforman mutuamente. En este capítulo, Villanueva emplea distintas
líneas de información a través de las cuales describe el enredo que se
produce entre la gente, los seres sobrenaturales, los lugares y los objetos
y discute la conformación, dentro de esta red de relaciones y compromi-
sos entre entidades, de una subjetividad y corporalidad colectiva, per-
meable e inclusive desagregada o dividual.
Se podría decir que el aporte de Corimayo y Acuto a este volu-
men está relacionado con reconsideraciones ontológicas con respecto
a la relación sujetos/objetos, pero también está fuertemente conectado
con aspectos epistemológicos. En cuanto al primer punto, la interpreta-
ción que realiza Corimayo de la simbología plasmada en ollas cerámicas
y en petroglifos parte de una perspectiva indígena y un entendimiento
del mundo, de su dinámica, de las entidades que lo habitan y de sus
sentidos, nutrido por conocimientos indígenas tradicionales. Pero tam-
bién, el aporte de Corimayo y Acuto está vinculado con la epistemología
en arqueología ya que su trabajo apunta a replantear la manera en que
producimos conocimiento sobre el pasado. El acercamiento que pro-
ponen los autores de este artículo privilegia el diálogo intercultural y la
combinación de saberes (el arqueológico en base a sus teorías y métodos
y el indígena informado por las tradiciones orales, los conocimientos
prácticos y la sabiduría que da el habitar cotidianamente en el territo-
rio) para generar narrativas multivocales sobre el pasado.
Dentro de esta línea temática, Ruth Van Dyke realiza en su con-
tribución a este volumen una contundente crítica a la idea de la agencia
e intencionalidad de los objetos. Reconoce que materialidad es el tema
del momento en arqueología y destaca el creciente interés que existe en
la disciplina por estudiar los ensamblajes, enredos y agrupamientos en-
tre personas, objetos, lugares, significados, etc. Comenta que, inspirados
por las obras de Latour, Gell e Ingold, varios arqueólogos se han visto
fascinados por esta perspectiva sobre la materialidad, sobre las interac-
ciones entre personas y cosas y sobre la agencia de los objetos. Si bien
Van Dyke reconoce el aporte de varios aspectos del “giro material” en
Personas, cosas, relaciones / 25

ciencias sociales y arqueología, especialmente el intento de trascender


las dualidades cartesianas y de poner a los objetos en un lugar central en
el análisis de la vida social y la experiencia humana, no todo lo que brilla
es oro. La autora asegura que existen aspectos cuestionables, e inclusive
peligrosos, en estas teorías de la materialidad.
En primer lugar, no sólo muchos arqueólogos abogan por la
agencia de los objetos, sino que asignan a las cosas intencionalidad. Este
desafío a la ontología moderna, y a lo que se considera animado o in-
animado, termina poniendo en el mismo plano a personas y objetos,
lo que, como sostiene Van Dyke, corre el serio riesgo de cosificar a las
personas (quienes terminarían transformándose en objetos que pueden
ser comprados y vendidos en el mercado). Como grafica la autora en su
ejemplo de la frontera entre EEUU y México, no son los objetos sino las
políticas estatales estadounidense las que hacen que las personas sufran
o mueran al tratar de cruzar la frontera para encontrar una vida mejor
para sus familias. Segundo, y siguiendo los consejos de Latour, los ar-
queólogos han comenzado a dedicarse a rastrear las conexiones entre
actantes en la red (un trabajo minucioso y casi inconmensurable), des-
interesándose explícitamente por las relaciones y ejercicios del poder y
por la intencionalidad de las acciones (o al menos quién es responsable
de esa intencionalidad). Como ilustra la autora a través de su ejemplo,
el rastreo minucioso de conexiones de actantes en la red a lo Latour, nos
terminaría llevando por caminos que nos alejarían de entender de dón-
de provienen las intenciones, quién ejerce el poder y quiénes lo sufren.
Estas teorías de la materialidad, argumenta Van Dyke, no sólo distraen a
los arqueólogos de las relaciones de poder y las desigualdades, sino que
las terminan ocultado en una detallada búsqueda de conexiones. Este
ocultamiento del poder que producen estas perspectivas de moda en
la arqueología contemporánea terminan siendo cómplices útiles de la
ideología neoliberal.
***
En el marco del 54° Congreso Internacional de Americanistas ce-
lebrado en Viena en el año 2012, propusimos la realización de un sim-
posio sobre materialidad para el estudio del pasado y del presente. El
objetivo estuvo dirigido a reflexionar y discutir perspectivas arqueológi-
26 / Félix A. Acuto y Valeria Franco Salvi (Editores)

cas actuales sobre los objetos, tanto a nivel teórico como metodológico,
analizando su aplicación a casos de estudio específicos. Se expusieron
distintos acercamientos al estudio de lo material dilucidándose no sólo
los procesos por los cuales se generan las acciones que crean los objetos
sino que también se reconocieron las formas en que éstos constituyen y
definen relaciones, continuidades y cambios. Los temas tratados resulta-
ron de gran interés lo que llevó a la generación de este volumen. Espera-
mos entonces que este libro constituya un aporte teórico-metodológico
a la discusión en la arqueología contemporánea sobre la relación entre
las personas y las cosas y el papel que el mundo de los objetos juega en
la dinámica social en el pasado como en el presente.

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