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Introducción a la materia
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Revisión crítica del devenir y estado actual de una temática determinada.
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Teniendo en cuenta que muchas otras especies animales utilizan o fabrican artefactos tal como
fueron definidos, estos términos podrían acompañarse de algún calificativo más específico (e.g.
objetos culturales). Aquí simplemente se hará mención sencilla de los términos, siempre con
referencia exclusiva a las producciones del ser humano.
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TECNOLOGÍA, CULTURA MATERIAL Y MATERIALIDAD
Tecnología
Los estudios sobre la tecnología han tenido una larga trayectoria desde las
postrimerías del siglo XIX y principios del siguiente. No es de extrañar el lugar que
ocupó en las obras de reconocidos científicos sociales, dada la importancia que ha
tenido históricamente para el ser humano (Geselowitz 1993:231).
En el campo de la Historia, las obras literarias sobre la historia de las invenciones
aparecieron tan tempranamente como el siglo XV. No obstante, hasta principios del
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Es importante tener en cuenta que “los nombres y clasificaciones para artefactos no son intrínsecos
ni neutrales; son impuestos por el observador para permitirle (...) responder a preguntas específicas”
(Potter 1992:19; la traducción es nuestra).
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además los efectos que esta tiene sobre la sociedad, pero no los entienden como
resultado de características inherentes, sino como parte de la interrelación de
ambas. No se concede un lugar privilegiado a lo social (determinismo social). Antes,
el énfasis está puesto en las interacciones entre la sociedad y la tecnología como
parte de una dinámica de configuración mutua (e.g. Pfaffenberger 1992; Klein y
Kleinman 2002).
Con relación a la Antropología, los estudios científicos sobre la naturaleza del ser
humano, en cuanto sus aspectos físicos, intelectuales y morales, comenzaron a
desarrollarse en el siglo XVIII (véase Bilbao 1991). Durante esta época y, sobre todo,
durante la primera mitad del siglo XIX, las ideas de progreso asociadas a la historia
humana fueron ganando espacio. Se hizo hincapié ante todo en las cualidades
excepcionales y superioridad de nuestra especie respecto del resto de los animales.
En los escritos de varios profesionales franceses (e.g. Louis-François Jauffret y
Joseph-Marie Degérando) que desde temprano abogaron por un estudio situado de
los pueblos salvajes, vislumbramos algunas consideraciones que luego serían
desarrolladas por otros.
La noción de progreso estuvo estrechamente asociada a la perspectiva
evolucionista, que hundía sus raíces en el siglo anterior. Los cambios en una
sociedad fueron vistos como parte de una secuencia de estadios evolutivos, de lo
simple a lo complejo (e.g. salvajismo, barbarie y civilización, por citar la secuencia
más conocida). Estas instancias se caracterizaban por una suma de rasgos, que en
su conjunto las definían y servían como indicadores del grado de avance para
comparar sociedades pasadas y contemporáneas. Estaban conectadas entre sí, sin
solución de continuidad, de modo unilineal y unidireccional. El ser humano, a lo
largo de su historia había transitado una tras otra hasta alcanzar la máxima
expresión de racionalidad: la sociedad occidental decimonónica (algunos acotaron
esta posición a la sociedad británica). Este camino era inevitable, formaba parte de
una dinámica universal del desarrollo de la naturaleza y del ser humano.
Los antropólogos y otros científicos sociales de la segunda mitad del siglo XIX
(e.g. Morgan, Taylor, Spencer, Bachofen) abrevaron en estas ideas. En esta época, a
la luz de los profundos cambios asociados a la industrialización en Europa,
especialmente en Inglaterra, la tecnología fue vista como la expresión patente de
los logros alcanzados únicamente por la sociedad occidental. Así, pasó a ocupar un
lugar preponderante en la academia y para el vulgo, que aún gusta emplear este
criterio para definir el progreso. En la primera parte de La Sociedad Primitiva,
titulada ‘Desenvolvimiento de la inteligencia a través de invenciones y
descubrimientos’, Morgan sostuvo: “Recomponiendo las diversas trayectorias del
progreso hacia las edades primitivas del hombre, esperando una de otras según el
orden de aparición de los inventos y hallazgos por un lado, e instituciones por otro,
comprendemos que aquellos mantienen entre sí un vínculo progresivo y estos una
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considerados por lo que son: sólo una parte de la tecnología. A pesar de ello, “la
gran masa de estudios (...) han estado dedicados a los artefactos, y sólo a los
artefactos” (Lemonnier 1992:4). Esta afirmación deja entrever el fuerte sesgo
material en detrimento del estudio de los demás aspectos socioculturales
íntimamente relacionados. Continuando con la propuesta de este autor, las técnicas
presentan tres niveles de interacción que le otorgan al conjunto un carácter
sistémico (technical system): 1) una técnica está formada siempre por múltiples
componentes: las secuencias de acción, las herramientas (incluyendo al cuerpo
humano), los gestos, las fuentes de energía, los actores y las representaciones; ellos
forman un sistema, en el sentido que si uno cambia puede suceder un cambio en
uno o varios de los otros (i.e. cada técnica es el locus de múltiples interacciones y de
constantes ajustes entre sus elementos); 2) en una sociedad dada en un momento
determinado, varias técnicas están relacionadas unas con otras de varias formas y
por varios motivos; 3) un sistema técnico es siempre parte de un todo socio-cultural
que lo incluye, de modo que se encuentran sujetos a transformaciones recíprocas.
Es importante tener en cuenta que la forma en que un objeto es fabricado, usado o
intercambiado está relacionada con sistemas de prácticas y creencias que van más
allá de los aspectos estrictamente materiales (véase Lemonnier 1986, 1993).
Es indudable que la Arqueología, en tanto campo de investigación que se ocupa
de estudiar el comportamiento humano sobre la base de los restos materiales,
evidencia por excelencia de sus actividades pasadas (Trigger 1992), posee un lugar
privilegiado en lo que al análisis de la tecnología respecta. No obstante, los aportes
teóricos en torno a esta cuestión fueron durante mucho tiempo comparativamente
escuetos con respecto al de otras disciplinas.
En sus inicios decimonónicos, la orientación de la Arqueología con respecto a los
materiales estuvo más bien caracterizada por la lógica imperante desde tiempo
atrás propia del coleccionismo. La preocupación fundamental radicaba en
establecer secuencias ordenadas de los restos hallados; la descripción e
identificación de artefactos era (y sigue siendo) la base de cualquier análisis ulterior.
Adam Smith había establecido en 1762 un sistema escalonado que los arqueólogos
incorporarían un siglo más tarde para organizar y clasificar los instrumentos líticos,
las vasijas y los bronces, según una secuencia evolutiva y progresiva, acorde a las
teorías imperantes con relación al progreso humano (véase más abajo). Al respecto,
Gamble destacó que este sesgo ha perdurado hasta la actualidad, donde “la medida
del progreso sigue siendo la tecnología, hasta el punto de que no importa si sabes
conducir o no, sino qué es lo que conduces” (Gamble 1994:12).
Desde fines del siglo XIX y durante la primera mitad del siguiente, predominaron
varias orientaciones que en conjunto se pueden englobar como parte de la
Arqueología tradicional histórico-cultural o normativa, según sus denominaciones
a posteriori que hizo hincapié en el estudio de las particularidades de las diversas
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Cultura material
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Durante las últimas décadas se hizo hincapié en la vinculación entre las personas y los objetos a lo
largo de la historia de cada uno de ellos. Más allá de los acercamientos sobre la vida de uso (use-life
approaches, en inglés) de los artefactos, focalizados en los cambios morfológicos y funcionales, se
ubica la perspectiva de Gosden y Marshall (1999). Según esta perspectiva, las personas y los objetos
sufren constantes transformaciones que se encuentran mutuamente vinculadas. Los referidos
autores proponen el estudio de la biografía cultural de los objetos desde diversos acercamientos
(e.g. a partir de la observación de las alteraciones físicas de las piezas, de los contextos de
intercambio o del análisis de determinada performance) para elucidar el proceso de interacción
social a partir del cual se crean, negocian, e incluso reconfiguran, los significados y valores de las
cosas (Gosden y Marshall 1999). En otro trabajo, Gosden (2005) se centró en la agencia de los
objetos, en el rol activo de determinados grupos de artefactos que crean universos estilísticos con
una lógica exclusiva sobre las personas que los producen y hacen uso de ellos.
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Materialidad
Tímidamente desde la segunda mitad de la década del noventa del siglo XX, pero
con gran énfasis hacia la segunda mitad de la primera década del siglo XXI, comenzó
a establecerse un nuevo debate en torno al concepto de cultura material. Diversos
arqueólogos y antropólogos del mundo anglosajón comenzaron a utilizar el uso del
concepto de materialidad en detrimento del de cultura material (e.g. Preucel y
Meskell 2004; Jones 2004; Meskell 2005; Miller 2005; Mills y Walker 2008; Pollard
2008). Si bien el término materialidad ha sido desde entonces utilizado más
asiduamente en las producciones arqueológicas, aún existe poca especificidad en
torno a su definición (Mills y Walker 2008). Esta situación se manifiesta en la
convivencia de los conceptos de cultura material y materialidad, que se percibe en
diversos trabajos que no manifiestan una ruptura o clara diferencia entre ambos
(e.g. Hodder 2004; Preucel y Meskell 2004; Smith 2007). Por otra parte, otros
autores intentaron evidenciar las diferencias entre ambos conceptos (e.g. Olsen
2003; Miller 2005; Mills y Walker 2008). Pueden apreciarse en dichos investigadores
dos críticas no excluyentes; el concepto de materialidad: 1) enfatiza en las
relaciones intrínsecas entre la gente y sus prácticas, los objetos, el espacio y el
tiempo; y 2) hace hincapié en la eliminación del término cultura.
Con respecto a la primera postura, según Meskell (1998, 2005) los estudios
arqueológicos basados en la materialidad divergen de forma significativa con los
estudios convencionales de la cultura material. Esta autora considera que la
perspectiva empírica de los estudios de cultura material se centra en los análisis
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Consideraciones finales
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