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El chico del poster

Lo primero que viene a mi mente, de los recuerdos de esos primeros días en Madrid, era la imagen
de un chico muy guapo, despatarrado y en una pose muy lasciva que estaba en la mayoría de los
paraderos de buses de la ciudad. La imagen en blanco y negro, dejaba ver el cuerpo tallado de ese
efebo y ocultaba el rostro sutilmente por la sombra y el lánguido gesto de la cabeza hacia atrás.
No recordaba una publicidad así en la pacata publicidad colombiana de la época, de hecho, para
mi ver hombres semidesnudos se limitaba a las imágenes de las esculturas del neoclásico que
aparecían en las enciclopedias de mi casa, Antinoo, David, Calixto, San Sebastián, eran los únicos
referentes de cuerpos masculinos con los cuales podía recrear mi mente y así tener imágenes para
saciar la lujuria que despertaba en mi adolescencia. Era un chico bogotano, que no tenía la suerte
de ver otros cuerpos de hombres, más que en la clase de educción física y tenía el peligro de ser
descubierto y convertirme en el objeto de burla de los demás chicos del colegio, por supuesto,
tuve una adolescencia en la que pensaba que era el único chico del colegio que era y pensaba así.

Durante mis primeros días de clase, por allá en septiembre de este ahora lejano septiembre de
1985, yo me sentía un poco extraño entre las paredes del bunker que era la sede de la Facultad de
ciencias de la información de la Universidad complutense, en Madrid. Debo expresar porqué, en
soy de piel morena acanelada, cabello castaño claro y en esa época lo usaba largo, de cuerpo muy
delgado y debo usar gafas desde mi infancia. Había elegido Madrid por la distancia con mi familia,
ya que reconocía que los chicos eran el objeto de mi deseo y, por un natural temor a revelarme
como era, me hizo tomar la drástica decisión de alejarme mucho de Bogotá, quería experimentar
si era tan extraño ser y comportarse como homosexual. Siempre quise evitar contra mí, las
constantes burlas que los pelados populares dirigían hacia los chicos con un comportamiento
afeminado y más de una vez fui testigo de las agresiones verbales, físicas y sicológicas que la gente
común tenía en contra de las chicas trans, que en aquella época simplemente identificábamos con
el muy peyorativo MARICA. Ese era mi reto, aceptarme como marica y ver si en verdad, tenía que
transformarme en otra persona distinta a quien yo era en ese entonces y que, personalmente
odiaba la idea de ser un afeminado y obligado a aceptar ser un ciudadano de segunda o tercera
clase, acorde a lo visto en las calles de mi ciudad.

Durante esos primeros días, tímidamente me dejaba entrevistar por la ola de chicas que, por mi
piel, querían conocerme y mas de una “ligar” conmigo, aunque estaba determinado a salir del
armario en esa ciudad, había adquirido la habilidad de rechazar sin herir sentimientos y desviar mi
vista y mantenerla fija, sobre un chico que siempre llegaba tarde a clases y salía como una
exhalación, cuando el profesor de turno daba por terminado el seminario. Era rubio, un poco más
alto que yo, silencioso, un rostro para fotografía, perfectamente armonioso y rematado por unos
ojos azules intensos que hacían más atractivo su presencia para mí, aquellos días.

Uno de esos primeros días, entró a clase discutiendo con una chica (poco agraciada ella), que al
parecer por la discusión era su novia y no soportaba la idea de que él hablara con otras personas y
no sé qué de estar expuesto a todo el mundo, era extraño verlos, la voz casi histérica de la chica y
el susurro suplicante de él, tratando de que la situación se apaciguara en ese salón donde
estábamos más de 130 estudiantes. Ese día ella salió antes de finalizar la clase y dio un portazo
que a casi todos nos hizo mover la cabeza hacia el lugar de dónde provenía el fuerte sonido, al
reconocer su figura, de inmediato giré en busca del chico que estaba un poco avergonzado por la
situación que acabamos de presenciar, estaba cabizbajo y concentrado. Al finalizar la clase, por
primera vez se levantó parsimonioso y salió lentamente arropado por la muchedumbre, yo le
miraba fijamente mientras organizaba los objetos que estaban sobre mi escritorio, lo hice tan
lentamente, que fui el último en salir y cuando estaba en el pasillo, ya casi no había nadie de los
estudiantes que en desbandada corrían hacia el bar que estaba en el sótano del edificio. Mientras
acomodaba mi maletín, de pronto lo vi sentado con las manos en el bolsillo y estirando sus piernas
mientras su mirada estaba perdida en algún punto de su cerebro. Yo estaba hipnotizado y no
alcancé a evadir su mirada cuando sintió que alguien lo miraba y me pilló observándole, como un
cazador a su presa

- Hola – dijo él, mirándome fijamente.


- Hola, estamos en la misma clase…
- Ya lo sé, siempre te pillo mirándome. – en ese momento dejó de mirarme, para seguir en
su mirada perdida.

Sentí un fuego abrasivo que se elevo desde mi estómago hasta mis mejillas, afortunadamente soy
moreno y se nota poco cuando me ruborizo…

- Este, si, te miro de vez en cuando…


- No hay rollo – me contestó. Estoy un poco avergonzado por la escena de hace un rato…
- No pasa nada – le dije- es normal, parece que tu chica es celosa…
- Exnovia, me acaba de terminar…
- ¿Por eso estás aquí solo… veo… te molesta si te acompaño?
- Para nada, así me das el valor para levantarme y cruzar los pasillos y salir de la facultad.
Siento que todos me van a mirar por la situación de hace un rato…
- Que va, ya a todos se les debió olvidar, pero si quieres, salgamos y buscamos un café fuera
de la facultad

El chico se levantó de inmediato con una sonrisa en su rostro, la idea le pareció oportuna y yo, me
derretía por dentro… Caminamos un rato largo, salimos en busca de la estación de la Moncloa,
cerca había un Corte Inglés y decenas de bares dónde poder tomarnos ese café o una caña de
vino. Empezamos por preguntar nuestros nombres, él se llamaba Fernando y yo Víctor,
obviamente preguntó por mi acento y el lugar del que venía, le expliqué que era colombiano, de
Bogotá, luego hablamos por horas de lo divino y lo humano, del cine, de los directores y actores
favoritos. En un momento de la conversación, me corto súbitamente y miró el reloj de pulsera,

- Hostia!!! Debo recoger un cheque de pago por mi último trabajo. ¿No te molesta
acompañarme? Es aquí cerca y debo tomar el dinero para mi curso de inglés…
- Vamos, claro que sí.

Caminamos hasta la Calle Serrano, muy cerca de la Plaza Colón, allí entramos en un edificio que en
la entrada tenía una serie de posters colgados en el pasillo, debería tener unos diez metros hasta
llegar a la oficina, pero lo que me llamó la atención fue la foto que me gustaba mirar en los
paraderos de buses, el chico en blanco y negro. Desprevenidamente me quedé nuevamente
hipnotizado con la imagen, Fernando al no sentirme a su lado, giro un par de segundos y me
preguntó:
- ¿Te gusta? A que quedé guay en esa foto… por eso Begoña estaba tan furiosa, no le
gustaba que hiciera publicidad para ropa interior.

Sin percatarse de mi nuevo ataque de fuego a mis mejillas, siguió en dirección a la oficina. No
podía creerlo, el chico de rostro angelical que me traía atontado también poseía el cuerpo que se
había robado mis noches desde mi llegada a Madrid. Estaba excitado, nervioso, atontado. Sentía
que me había descubierto en mi homosexualidad escondida, en fin, que le iba a hacer. De pronto
vi que había unas mesitas con posters doblados y en un rincón estaba un gran canasto con posters
enrollados. Estos últimos no los quise mirar, porque habría sido evidente que me llevaba uno, así
que rápida y ansiosamente me dirigí hacia la mesita que tenía la mayor cantidad, a lo lejos
escuchaba a Fernando, preguntando por el asunto que nos había llevado hasta allí, mientras el
trámite del recibo y las firmas que le pidieron, apenas me dio tiempo para identificar un poster de
la imagen que me tenía seducido, apenas encontré uno, lo metí como pude en mi maletín de libros
y también pude acomodar mi sexo, que estaba duro, como si de un porno se tratara. Cuando
terminé de acomodar mi bragueta, escuché a Fernando.

- Bueno, tarea concluida.


- Jejeje- yo reía tontamente, esperando que no hubiera notado mi incómoda erección.

Al salir del lugar, ya había oscurecido, así que me despedí de él a toda prisa y corrí hacia la
estación de metro más cercana. En mi mente, estaba la imagen del poster mezclada con el rostro
angelical que había tenido a escasos centímetros del mío, toda la tarde. El tiempo se acortó por mi
ensimismamiento, llegué al pequeño apartamento que había rentado y me desprendí de la
maleta, la ropa y todo lo que me incomodaba para satisfacer mi ansiedad y mi búsqueda por estar
con el chico de mis sueños, mejor, con los dos chicos, puesto que en mi cabeza la imagen
semidesnuda era la que más me arrebataba en ese instante.

Tomé el poster y lo extendí sobre mi cama, tengo la manía de no soportar las arrugas, así que
antes de salir, como todos los días, la dejaba en perfecto estado, solo por el placer de echarme
encima de una cama perfecta, pero en esa ocasión, sentía la ansiedad por sentir el frío de la hoja
impresa y de una manera irreal, acercarme al cuerpo de mis deseos.

Me sentía pleno, recordaba sus palabras no por sensuales ni eróticas, sino que me permitían darle
alma a la imagen estática debajo de mi… me imaginaba sus labios mientras besaba el rostro
estirado hacia atrás, frotaba mi cuerpo contra la cama, como si estuviera haciendo el amor de
manera dulce y paciente, no recuerdo cuanto tiempo estuve así, sólo recuerdo la explosión de
placer y que irremediablemente, me quedé dormido sobre la imagen del ser que desde ese día,
había despertado el deseo irreductible por besarlo en la realidad.

Víctor Castaño Durango – Abril 27 de 2021

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