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MIL
CUENTOS DE LAS
Y UNA NOCHES
MIL
CUENTOS DE LAS
Y UNA NOCHES
Dirección literaria: Cecilia Repetti
Edición: Cecilia Repetti y Mariela Schorr
Jefa de Procesos Editoriales: Vanesa Chulak
Jefa de Diseño: Noemí Binda
Diagramación: Elisabet Lunazzi
Responsable de Corrección: Patricia Motto Rouco
Gerente de Producción: Gustavo Becker
Responsable de Preimpresión: Sandra Reina
Ilustraciones: Cynthia Orensztajn
Primera edición: enero de 2016
ISBN 978-987-731-262-1
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
Impreso en la Argentina / Printed in Argentina
Roldán, Gustavo
Cuentos de Las mil y una noches / Gustavo Roldán; dirigido por
Cecilia Repetti; editado por Mariela Schorr. - 1a ed. ilustrada. -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: SM, 2016.
No está permitida la reproducción total o
parcial de este libro, ni su tratamiento in- 64 p. ; 21 x 15 cm. - (Hilo de Palabras ; 12)
formático, ni la transmisión de ninguna for- ISBN 978-987-731-262-1
ma o por cualquier otro medio, ya sea elec-
1. Literatura Clásica Universal. I. Repetti, Cecilia, dir. II. Schorr,
trónico, mecánico, por fotocopia, por registro
4 u otros métodos, sin el permiso previo y por
Mariela, ed. III. Título.
escrito de los titulares del copyright. CDD 892.7
Gustavo Roldán
MIL
CUENTOS DE LAS
Y UNA NOCHES
UN LARGO RECORRIDO
DE MIL NOCHES
PRÓLOGO
Lucía Robledo
Scherezada ilustrada
por Edmund Dulac
(1882-1953).
¿QUE CÓMO
TÍTULO
COMENZÓ...?
DOS LÍNEAS
PRÓLOGO
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HISTORIA DEL QUINTO
HERMANO DEL
BARBERO
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HISTORIA DEL CABALLO
ENCANTADO
Las fiestas del primer día del año son siempre importan-
tes en Persia, pero los festejos de la corte de Chiraz, la capi-
tal del reino, sobresalen por su fastuosidad sin límites.
En una de aquellas festividades se presentó un hindú con
un caballo tan perfecto que tanto el rey como los cortesanos
creyeron ver a un caballo de verdad. El hindú se acercó al rey
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y dijo:
—Señor, puedo asegurarle que nunca se ha visto nada tan
maravilloso como este caballo. Montándolo, puedo viajar por
el aire a cualquier región de la Tierra por más lejana que esté.
Si su majestad lo permite, se lo demostraré de inmediato.
El rey, asombrado y curioso, quiso ver en ese mismo mo-
mento las virtudes del caballo. El hindú lo montó de un salto
y preguntó al rey adónde quería que fuese.
—Quiero que vayas hasta allá —dijo el rey, señalando un
bosque que se veía a tres leguas de distancia—, y que me
traigas como prueba una rama cortada de la gran palmera.
El hombre asintió con la cabeza, dio vuelta una clavija que
asomaba cerca de la montura y el caballo se elevó como un
relámpago dejando sin habla al rey y a los cortesanos.
Pocos minutos después vieron llegar por los aires al hin-
dú que volvía con una palma en la mano. Voló con el caballo
alrededor de la plaza, dando vueltas aclamado por la multi-
tud y luego descendió suavemente al lado del trono del rey.
El rey quiso de inmediato ser el dueño de ese caballo ma-
ravilloso.
—Voy a concederte lo que me pidas de las riquezas de mi
reino —le dijo.
—Señor —dijo el hindú—, solo cedería mi caballo a cam-
bio de la mano de la princesa, su hija.
Los cortesanos rieron ante la proposición del hindú y el
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príncipe Firuz, heredero de la corona y hermano de la prince-
sa, se enfureció por el atrevimiento de aquel hombre. Pero el
rey se mantuvo indeciso.
—La insolencia de este hombre no tiene límites —dijo el
príncipe—, no debemos escuchar ninguna otra palabra de
su boca.
—Hijo —contestó el monarca—, entiendo tus razones y
las comparto, pero si yo no consigo este caballo lo hará otro
rey, y será el dueño de esta cosa única en la Tierra. Antes de
decidir quisiera que probaras sus virtudes.
El joven montó con elegancia, y sin esperar las explicacio-
nes del manejo, dio vuelta a la clavija que había visto tocar.
El caballo partió con la velocidad de una flecha y en pocos
segundos se perdieron de vista en la distancia.
El hindú, lleno de sobresalto y atemorizado, sostuvo su
inocencia sobre lo que pudiese ocurrirle al príncipe, ya que
no le había dado tiempo para explicarle que, cuando quisiera
bajar, debía mover otra clavija puesta del lado contrario.
—Responderás con tu cabeza por la vida de mi hijo si den-
tro de tres meses no lo veo regresar a salvo —dijo el rey con
infinita ira.
Y ordenó que encerraran al hindú en la más oscura prisión.
Esa fiesta del nuevo año había acabado de una forma
aciaga para la corte de Persia.
Mientras tanto, cada vez más arriba, el príncipe Firuz
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perdió de vista la Tierra. Trastornado, dio vueltas la clavi-
ja una y otra vez sin lograr nada, hasta que descubrió la
otra clavija del lado opuesto. Entonces la movió y el caba-
llo comenzó a descender. Cuando ya era la medianoche
tocó tierra.
El príncipe miró hacia todos lados en ese desconocido lu-
gar, hasta comprender que estaba en la azotea de un mag-
nífico palacio. Bajó por una escalera de mármol hasta llegar
a una sala donde, a la luz de un farol, vio varios eunucos ne-
gros que dormían junto a sus alfanjes desenvainados, cus-
todiando una puerta.
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—Princesa, soy el príncipe Firuz, vengo a devolverte la
dicha y la libertad.
Apenas la princesa reconoció a su amado, su rostro se
iluminó de alegría. Y le contó al príncipe todo lo que había
ocurrido y su idea de hacerse pasar por loca para evitar el
casamiento con el sultán.
—¿Dónde está el caballo encantado? —preguntó el jo-
ven.
—No sé, supongo que el sultán lo tendrá guardado en al-
gún lugar secreto.
Entonces se pusieron de acuerdo en lo que convenía ha-
cer. En primer lugar la princesa recibiría al sultán, amable-
mente, como para mostrar los avances de la curación, pero
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sin decir una sola palabra.
El monarca se alegró muchísimo de este primer éxito del
médico y, mientras conversaban, el joven fue preguntando
los pormenores de la aparición de la princesa.
El sultán, sin comprender las verdaderas intenciones del
supuesto médico, le contó todo lo que había ocurrido, y aña-
dió que guardaba al caballo entre sus tesoros.
—Señor —dijo el príncipe—, creo que ya tengo la mane-
ra de completar la curación de la princesa. Necesito que el
caballo esté mañana en medio de la plaza, estoy seguro de
que podría demostrar claramente que la princesa de Benga-
la está sana de cuerpo y alma.
El sultán prometió todo lo que hiciera falta para curar a la
princesa.
Al día siguiente colocaron al caballo encantado en el cen-
tro de la plaza, mientras el pueblo acudía presuroso por los
anuncios de una gran fiesta.
La princesa fue llevada hasta el caballo y ayudada a mon-
tarlo, mientras el médico daba vueltas a su alrededor, pro-
nunciando extrañas palabras y encendiendo pebeteros que
despedían perfumadas nubes de humo.
De repente montó a caballo y movió la clavija de partida.
Mientras el caballo se remontaba a increíble velocidad, el jo-
ven gritó:
—Sultán de Cachemira, cuando quieras casarte con algu-
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na princesa, primero deberás conquistar su corazón.
Ante el asombro de miles de ojos que se abrían sin com-
prender lo que pasaba, desaparecieron en lo alto.
Ese mismo día después de un rapidísimo vuelo llegaron a
la ciudad de Chiraz y bajaron en la terraza del palacio del rey.
Entonces, para celebrar el feliz regreso, el monarca orde-
nó que de inmediato se celebrasen las bodas de su hijo con
la hermosa princesa.
Fueron las fiestas más hermosas que se conocieran. Los
habitantes de toda la ciudad participaron de los festines du-
rante un mes entero y los jóvenes enamorados se regocija-
ron en el transcurso de largas noches de felicidad.
HISTORIA DEL
ARTESANO HASSAN
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para que jugasen. Ellos no se cansaban de admirar las luces
y los colores de esa piedra brillante. A oscuras, metidos en
su habitación, jugaban con las luces que desprendía. Metían
tanto alboroto que fui a ver las causas del ruido, quedando
sorprendido y admirado por el brillo de ese vidrio.
”Al lado de mi casa vivía un rico joyero, él y su esposa tam-
bién escucharon el barullo de los chicos. Al otro día la mujer
fue a mi casa a preguntar la causa de aquellos gritos, y mi
esposa la hizo pasar para mostrarle el nuevo juguete de los
chicos.
”La mujer del joyero, que entendía de piedras preciosas
como su marido, vio el inmenso valor del diamante, y de in-
mediato quiso comprarlo por algunas monedas.
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—Yo tengo un pedazo de vidrio parecido —dijo—, me gus-
taría tenerlo para que hicieran juego.
”Los chicos comenzaron a dar grandes gritos porque les
quitarían su juguete favorito, así que su madre, para tranqui-
lizarlos, les aseguró que nadie pensaba venderlo.
”La mujer del joyero se fue, después de decirle a mi es-
posa en voz baja que si alguna vez pensaba en vender ese
vidrio primero hablase con ella.
”Cuando le contó a su marido la clase de diamante que
era, él la mandó a que siguiera negociando hasta convencer-
nos. La mujer primero nos ofreció veinte monedas de oro,
después cincuenta.
—Es poco —dije yo—. No lo daría por menos de cien mil
monedas de oro.
”A la noche el joyero vino a mi casa y al ver la piedra y las
luces que despedía no pudo ocultar su asombro y me ofreció
setenta mil monedas de oro. Yo me empeciné en no recibir
menos de cien mil. Finalmente el joyero, después de mucho
regatear, aceptó pagarme lo que le pedía por miedo a que se
lo mostrara a otros de sus colegas.
”Cuando me vi con esa cantidad de dinero no sabía qué
hacer. Mi mujer quiso que le comprase ricos trajes y una
casa hermosa, yo le prometí que lo haría, pero más ade-
lante. Alquilé grandes almacenes y contraté a muchos em-
pleados, pagándoles muy bien, como para montar una gran
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industria.
”Recién después hice construir una casa para mi familia.
”Cierto día Saad y Saadí fueron a visitarme a mi antigua
morada, los vecinos les contaron del cambio de mi fortuna y
les dieron mi nuevo domicilio.
”Apenas los vi llegar corrí a abrazarlos. Los invité a pasar
y les conté la historia del plomo, el pescado y el diamante.
Ambos se alegraron de mi suerte, pero Saadí no quedó con-
vencido, como no lo estaba con la historia del turbante y de
la vasija de salvado.
”Después les rogué que se quedasen a cenar y a dormir en
mi casa, y que al día siguiente fuésemos a visitar una casa
de campo que yo había comprado en las afueras de la ciu-
dad. Al otro día, muy temprano, nos dirigimos hacia allá.
”Los dos amigos se sorprendieron ante el aspecto de mi
casa, situada en un hermoso paraje. Recorrimos los jardines
y se entusiasmaron con un bosque de naranjos y limoneros
que llenaban el aire de una exquisita fragancia.
”Dos de mis hijos, que andaban entre los árboles en bus-
ca de nidos de pájaros, encontraron en una rama de un árbol
altísimo un nido que estaba hecho en un turbante. Llenos
de asombro, me lo trajeron, y cuál no sería mi admiración al
descubrir que el turbante era el mismo que me había robado
el halcón hacía muchísimo tiempo.
”Apenas lo tomé en mis manos descubrí por el peso que
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allí estaban las ciento noventa monedas de oro que me ha-
bía dado Saadí. Cuando saqué la bolsa este la reconoció de
inmediato.
”Saadí admitió que yo no había mentido cuando les con-
té el robo de mi turbante, pero aún dudaba de la historia
del cántaro de salvado, pese a las opiniones de Saad en
mi defensa.
”Después de un hermoso día de campo regresamos a ca-
ballo a la ciudad, entrando a Bagdad bajo la luz de la luna.
Por una casualidad no había cebada para dar de comer a
los caballos, y los almacenes ya estaban cerrados, pero un
sirviente compró en una tienda de la vecindad una pequeña
vasija llena de salvado y fue a alimentar a los animales.
Cuando la volcó encontró un trapo atado que me entregó. Lo
abrí, y contenía ciento noventa monedas de oro.
—Señores —dije con alegría a Saad y a Saadí—, Alá no
quiere que nos separemos hoy sin que quede demostrada
mi honradez. Amigo Saadí, estas son las monedas que me
diera la segunda vez, y esta es la tinaja que mi mujer cambió
por ese poco de tierra que necesitaba para sus flores.
”Esta vez sí Saadí quedó convencido, no solo de mi ino-
cencia, sino también de que el dinero no siempre es el medio
más seguro para enriquecerse. Al otro día, con el acuerdo de
Saadí, las trescientas ochenta monedas fueron entregadas
a los pobres.
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”Entre las cosas más preciadas, yo conservo la amistad
de estos dos generosos señores, a los que debo el origen de
mi fortuna.
HISTORIA
DEL JOROBADITO
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GUSTAVO,
EL NARRADOR
Laura Roldán
CYNTHIA
NOS CUENTA
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