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“MARTIR POR AMOR A CRISTO”

Mons. Jesús Emilio Jaramillo

Por: Fabio Andrés Moreno Gómez


Seminarista de Propedéutico
Yarumal, 2 de octubre de 2011

“En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos,
casi -militi ignoti- (militantes anónimos) de la gran
causa de Dios”
(Tertio Milenio Adveniente, 37).

"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos"
(Jn. 15, 13)

Por muchos siglos estas palabras de Jesús han resonado en el corazón de cada hombre;
su amor se desbordo tan inmensamente por nosotros, que llego a entregar hasta su
propia vida, por quienes él ya había llamado amigos (Juan 15:14). Se donó
completamente, pagando muy caro el precio de nuestra vida, se hizo sacrificio expiatorio
por quienes él ya había elegido, amado y predestinado. A pesar de nuestro rechazo, su
amor continuo ardiendo como llama inextinguible, no pidió nada fuera de nuestra felicidad
y nos regaló abundantemente su misericordia. Hoy como aquel día, nos sigue
manifestando su adhesión, en aquellos testigos que luchan por el bienestar de su pueblo
elegido, siervos que obedecen sus designios de amor, profetas que denuncian la mentira,
promoviendo la verdad y santos que entregan la vida misma, por anunciar el reino.

Es todo un reto, narrar unos párrafos para referirse a la vida de mons. Jesús Emilio
Jaramillo obispo de Arauca, sin duda alguna él fue un instrumento precioso de Dios,
arrebatado por las fuerzas subversivas que se encolerizaron con estas regiones y
derramaron la sangre preciosa de este Pastor en un territorio que no mereció tal
desgracia. Lleno del espíritu de valentía que le impregno Mons. Miguel Ángel Builes,
monseñor Jaramillo recorrió muchas fronteras hasta llegar a Arauca, para sembrar un
mensaje de paz y esperanza en medio de tanto desánimo y guerra, pero en un día en el
que discurrían vientos ineluctables la envidia y el odio del hombre se encargó de apagar
esta hermosa música que cautivo a cientos de corazones.

Él solo cumplió con la misión encargada, por el bien del rebaño que Dios le había
encomendado,Obedeció, anuncio y denuncio la injusticia proclamando el mensaje del
amor divino; fue ante todo un testigo de la verdad y un mensajero de esperanza. La
semilla de su recuerdo, quedo sembrada en el corazón de cada hombre que hoy esta
dispuesto a ser a ejemplo de este santo mártir, un fiel testigo del amor de Dios. Hoy cada
misionero javeriano, cada araucano y más precisamente cada colombiano, lleva y pone
en práctica el testimonio de este santo obispo que abandono su vida en las manos del
señor.
Su vida se impregno del amor de Dios, fue un mensajero de paz, un constructor de
sueños; al igual que Cristo sintió el miedo de la muerte, pero su fe lo lleno de fuerzas
suficientes para afrontar el cáliz tan doloroso que más tarde sin saberlo pasaría en manos
del E.L.N.

No solo fue un miembro de la iglesia, que se armó por ella para la batalla, sino que murió
por la verdad que lo hizo volar tan libre como un pichón de vuelta al nido, como un alma
que nuevamente retornaba a su creador. Fue participe del sufrimiento de Cristo, pero así
mismo de la gloria de la resurrección, la cual anuncio con ardiente testimonio de vida. Su
martirio se convirtió en un kerigma, es decir en un anuncio; El anuncio de Jesucristo
Señor del Universo y de la esperanza de la resurrección, los cuales fueron elementos
permanentes en sus respuestas. Defendió la fe, en una zona sumergida en las tinieblas
del mal, en un país devastado por el terrorismo y el odio; lucho por el mundo, sin ser del
mundo, lucho por la vida aun en peligro de perder la suya.

No se dirigió a los violentos, con violentas palabras, solo vasto su testimonio como
denuncia al anti-testimonio de hombres que hacían mal y ocasionaban sufrimiento. tras la
muerte del padre Raúl Cuervo, uno de sus hijos del clero, su profundo celo apostólico y
su amor por el rebaño que Dios le había encomendado lo llevo a levantarse en una
homilía, contra la injusticia y la maldad: “El Sarare está lleno de sangre, no hay lugar que no
esté lleno de luto. Sólo hacía falta la sangre de un sacerdote para que la copa se llenara. Pero si
hace falta más sangre, aquí está mi clero con su Obispo a la cabeza” (Octubre 22, 1985). A
ejemplo de Cristo, ofreció su vida en rescate por otros, eso es dar la vida por lo que se
ama, en versión del evangelio “y yo por ellos me hago sacrificio a mí mismo”

Su existencia fue como una lámpara, sin ruido alguno, pero con una luz espléndida, lo
suficientemente fuerte para hacer oposición a la oscuridad por el cual Arauca estaba
atravesando. Su respuesta al mal fue el bien, su respuesta al odio fue el amor, su
contradicción a la destrucción fue la construcción de educación y progreso para el pueblo
al que amó.

En su vida comprendió que no era posible llegar a la gloria de la resurrección, sin haber
pasado por la oscuridad de la muerte, descubrió que viviendo por el mundo, sin ser del
mundo podría amar más a Dios, y ser un testigo de su plan de salvación. Luchó por ser
una señal en medio de los hombres, nunca busco honor ni gloria, pues en su corazón
estaba marcada aquella frase que se formó en el yunque “a solo Dios el Honor y la gloria”.
Sirvió con amor y por amor a la manera de Cristo, pues entendió que su misión llegaría a
la plenitud, cuando entregara su vida en rescate por otros; y así fue, su sangre se
derramo en el surco.Hoy en su testimonio sigue mostrándonos de manera silenciosa,
hasta donde llega el amor de un padre por sus hijos, desde el cielo, su mirada vuelve a
nosotros para animarnos e iluminarnos en el seguimiento del Maestro.

Hoy nuestra vida se debe compenetrar en el recuerdo de monseñor Jesús Emilio, aunque
No lo conocí en persona, me agita el sentimiento de considerarme un heredero más de su
legado de valentía y coraje; pero me mueve más su ardiente testimonio de amor, hasta
hacerse sacrificio por quienes amó. No tuvo otra ambición que dar la vida por sus amigos,
se entregó como un niño, a manos llenas dio todo de sí. Solo puso su seguridad en la
infinita grandeza de Dios, que lleno su corazón por completo. Su recuerdo no ha de
causar dolor, su muerte ha de ser en nosotros semilla de vida, sus enseñanzas han de
impregnar nuestros corazones de sentimientos nobles y eficaces, en un mundo que
necesita de hombres valientes y justos. Mons. Jesús Emilio, fue como esa hermosa
música de Dios que cautivo los oídos y el corazón de muchos, y aún sigue siendo
ejemplo y contradicción a la cobardía de la sociedad.

Muchos pensaran que se ha ido del todo, pero les puedo asegurar que mientras
guardemos en nuestro corazón sus enseñanzas, y luchemos por ser la continuidad del
sueño que él una vez soñó, descubriremos que ¡no se ha ido del todo!, como una vez él lo
dijo en el aniversario de la muerte del padre Raúl Cuervo: “el muerto vuelve”, para
impulsarnos al la batalla de la vida. No fue el fin, fue el comienzo de un peregrinaje y
retorno a la casa del padre, y precisamente sus enseñanzas no puede quedar olvidadas,
son la certeza de un tesoro que nos pertenece a nosotros los llamados a dar la vida por la
causa de Cristo.

Concluyo con unos párrafos del Papa Benedicto XVI que resumen el acto valeroso y el
sentido del martirio que afronto Mons. Jesús Emilio: “¿de dónde nace la fuerza para
afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la
vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una
iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de Su gracia, que hace capaces de ofrecer la
propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo… el poder de Dios se manifiesta
plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se confía a Él y pone sólo en Él la
propia esperanza (cf2Cor 12,9). Pero es importante destacar que la gracia de Dios no
suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino que al contrario la mejora y la
exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, al mundo; una
persona libre, que en un único acto definitivo da a Dios toda su vida, y en un supremo acto
de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor;
sacrifica su propia vida para ser asociado totalmente al Sacrificio de Cristo en la Cruz. En
una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.”

“Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han
emblanquecido en la sangre del Cordero”. Ap. 7, 14

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