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Jesús se encuentra en Jerusalén,

precisamente en el Templo,
donde se inicia un debate entre
Él y sus adversarios,
sumos sacerdotes y escribas.

Cuando los fariseos se enteraron


de que Jesús había hecho callar a
los saduceos, se reunieron en ese lugar,
y uno de ellos, que era doctor de la Ley,
le preguntó para ponerlo a prueba:

"Maestro, ¿cuál es el mandamiento


más grande de la Ley?".
Mateo 22,34-40
Eran muchos los preceptos que tenía
que observar el judío piadoso.

En cuanto a la pregunta misma hemos


de decir que las discusiones sobre la diversa
importancia de los mandamientos eran muy
frecuentes entre los maestros de la Ley.

Esto se debía a que en la Ley escrita,


(la Torá), estaban contenidos 613 mandatos:
365 que prohibían y 248
que mandaban acciones referentes al culto,
a los sacrificios, a las fiestas, a las compras
y a las ventas, a las relaciones familiares,
al matrimonio, a las relaciones laborales, sociales
y comerciales, sumados a cuestiones higiénicas,
alimenticias, funerarias, etc.

Así mismo David cuenta once (Sal 15,2-5), Isaías 6 seis (Is 33,15),
Miqueas tres (Mi 6,8), Amós dos (Am 5,4) y Abacuc sólo uno (Ab 2,4).
Para los maestros de la Ley no todos
los preceptos eran iguales en importancia.

Los dividían en preceptos “ligeros” y “graves”.

También consideraban una jerarquía


entre los últimos, de modo que podía haber
unos más graves porque superaban en importancia
a todos los demás.

La diferencia de opinión en cuanto a esta gravedad y


primacía entre los mandamientos generaba
no pocas discusiones entre los maestros,
dando origen a diversas listas y clasificaciones.
Para el Señor el más “grave” o de mayor peso
es el mandamiento contenido en el Shemá Israel
(“Escucha Israel”), primeras palabras
y nombre de una de las principales oraciones
que todo israelita varón, no esclavo,
ya en el tiempo de Jesús debía recitar
dos veces al día, mañana y tarde,
como plegaria, todo judío piadoso (Dt 6,5).
expresando su fe en y adhesión a un único Dios
(Dt 6,4-5):

«Amarás al Señor, tu Dios,


con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todo tu ser».

“El Shema era y continúa siendo tan importante para el judaísmo como el Padre Nuestro
o el Credo de los Apóstoles lo son para la Cristiandad”. Jesús lo utiliza para presentar
el mandamiento de amar a Dios. El Shema no es un mandamiento por si,
pero establece los cimientos del mandamiento de amar a Dios.
Evidentemente para los judíos este mandato
del amor de Dios sobre todo era fundamental.

Sin embargo, una equivocada comprensión


del mismo llevaba a muchos rabinos a darle
una importancia excesiva a otras cosas secundarias
de la misma Ley.

De este modo llegó a ser frecuente,


por ejemplo, que muchos rabinos pusiesen
por encima de todos los preceptos
el mandamiento de sacrificar diariamente
dos corderos de un año al Señor,
desvirtuando el precepto del amor a Dios
por el precepto de sus ritos.
La respuesta de Jesús es clara, contundente y lo simplifica todo:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”.
Esto es lo principal; pero “el segundo es semejante al él:
amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Estos dos mandamientos que Jesús destaca
poniéndolos en plano de igualdad
y de importancia se perdían en la maraña
de tantos preceptos.

Jesús señala el amor a Dios y al prójimo


como el centro esencial de la ley,
algo olvidado por los escribas y fariseos.

Jesús unifica los dos preceptos de manera


que esa unidad es indisoluble.

Más aún, Jesús nos dará un único mandamiento que el llama nuevo:
“Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros
como yo os he amado” (Jn 13, 34).
“Amarás (griego: agapeseis – de agapao –
teniendo que ver con amor ágape)
pues al Señor tu Dios
de todo tu corazón (griego: kardia),
y de toda tu alma (griego: psyche),
y de toda tu mente (griego: dianoias),
y de todas tus fuerzas (griego: ischuos)” (v. 30).

Deuteronomio 6:5 habla de amar a Dios


con corazón, alma, y fuerza.

Jesús añade amar a Dios con la mente.

Escribas y rabinos ya aman a Dios


con sus mentes. Estudian las escrituras como
un cateador estudia rocas
para encontrar señales de oro.

Cubren el mismo terreno una y otra vez esperando


encontrar un nuevo tesoro.

El suyo es un método intelectual


para acercarse a las escrituras.
Cuando decimos con todo corazón, es con todo lo nuestro, sin reservas,
con todo tipo de sacrificios, con todo lo que nos hace vivir.
Cuando decimos con toda el alma, es con toda la sensibilidad
del amor divino.
Cuando decimos con todas tus fuerzas es ardientemente y no con tibieza,
y añadimos para que no falte nada, con todo nuestro entendimiento,
con toda nuestra mente, con la inteligencia y la reflexión
Amar a Dios con corazón, alma, mente, y fuerza es amar a Dios
con todo lo que somos.
El judaísmo, especialmente en tiempo
de Jesús, se debatía en el particularismo;
el prójimo era el correligionario
o el simpatizante; pero de ningún modo
el extranjero y el pagano.

En cambio, para Jesús, prójimo


es todo el mundo, incluido el extranjero
y hasta el desconocido.

Prójimo es cualquiera que es objeto


del amor de Dios; es decir, todos.

Ley judía (Levítico 19:18) detalla cuidadosamente


nuestro comportamiento en relación a otras
personas.

Los profetas lo llevan un paso más allá,


clamando por compasión y justicia aún
en las situaciones en que la ley no aplica.
El amor es lo que cuenta. Tanto el mensaje como el seguimiento de Cristo
es fundamentalmente amor. Encontrarse con Dios en el amor a través de la fraternidad
con nuestros semejantes.
“Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”.
Para Jesús lo único importante y decisivo es que sepamos amar
a Dios y al prójimo.
Dios es una presencia amorosa que vivifica y alienta nuestro ser y nuestro obrar.
Una fuente de vida y libertad que nos empuja a amar con hondura la vida,
las cosas, y a todas las personas.
Movidos por ese amor a Dios nos liberamos de nosotros mismos, de nuestros egoísmos
e incomprensiones, acercándonos, con sencillez, al otro y aceptarlo como es, sabiendo perdonar en
silencio y tender la mano con desinterés creando ambiente de fraternidad
porque la autenticidad del amor a Dios se verifica continuamente en el amor al prójimo.
De esta manera, Jesús también podrá decirnos que, no estamos
“lejos del reino de Dios,”
(Isaías 57:19; Ezequiel 11:15; Zacarías 6:15; 10:9; Efesios 2:13).
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