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Deuteronomio: el libro del amor

Original English title of work: Deuteronomy: The Book of Love


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Traducción: Dorian Xavier Santana
Edición del texto: Jorge L. Rodríguez
Diseño y diagramación: Jaime Gori
Diseño de la portada: Elías Peiró Arantegui
Conversión a libro electrónico: Daniel Medina Goff

Copyright © 2021 de la edición en español Inter-American Division Publishing Association®


ISBN: 978-1-78665-446-5

Impresión y encuadernación: USAMEX, INC.


Impreso en México / Printed in Mexico

1ª edición: junio 2021

Procedencia de las imágenes: istock

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en el caso de Consejos sobre alimentación.
CONTENIDO
Introducción: Preparando el escenario
1.El preámbulo de Deuteronomio
2.Moisés enseña historia
3.El pacto eterno
4.«Amarás a Jehová, tu Dios»
5.«El extranjero dentro de tus puertas»
6.¿Qué otra nación hay tan grande?
7.La Ley y la gracia
8.Escoge la vida
9.«Aplicad vuestro corazón»
10.Acuérdate
11.Deuteronomio en el resto del Antiguo Testamento
12.Deuteronomio en el Nuevo Testamento
13.La resurrección de Moisés
14.Apéndice: La estructura literaria de Deuteronomio
Introducción:
Preparando el escenario

D euteronomio es el libro del amor. Esta afirmación puede resultar


sorprendente, pero estoy convencido de que es cierta. Echemos un
vistazo a los siguientes datos. En su discurso a Israel, Moisés señala que el
«Señor los ama» (ver Deut. 7: 8). El amor de Dios y la forma en que debemos
amarlo se expresan con más fuerza en Deuteronomio que en cualquier libro
del Pentateuco, o incluso de todo el Antiguo Testamento. Es en
Deuteronomio donde la revelación, por primera vez, utiliza el sustantivo
amor para expresar el afecto de Dios por el ser humano. Ahabah es el
término hebreo para la palabra «amor». Ahabah se utiliza cuarenta veces en
el Antiguo Testamento, pero solo en cinco ocasiones hace referencia al amor
de Dios (Deut. 7: 8; Isa. 63: 9; Jer. 31: 3; Ose. 11: 4; Sof. 3: 17). El verbo
hebreo traducido como «amar» (ahab) se emplea veintidós veces en el libro
del Deuteronomio, y seis veces designa el amor de Dios hacia su pueblo
(Deut. 4: 37; 7: 13; 10: 15, 18; 23: 5; 33: 3). Solo en este libro, en la
predicación de Moisés al pueblo, se destaca siete veces que Dios ama al ser
humano. Para que el pueblo no lo olvide nunca, Moisés señala que Dios está
a su favor y nunca en su contra. El amor es el tema principal del libro de
Deuteronomio. De hecho, aparte de las siete menciones al amor en su
sermón, Moisés hace referencia dos veces al pacto de amor de Dios con su
pueblo (Deut. 7: 9, 12), esta vez utilizando el término khesed («constante
amor»), que es un sinónimo hebreo para la palabra «amor» (ahabah).
Por otra parte, Moisés exhorta fervientemente a los creyentes a amar a Dios,
porque esta es la única respuesta adecuada a su amor por nosotros. «Nosotros
lo amamos porque él nos amó primero» (1 Juan 4: 19). En diez ocasiones,
Moisés exhorta a Israel a amar a Dios (Deut. 6: 5; 10: 12; 11: 1, 13, 22; 13: 3;
19: 9; 30: 6, 16, 20) y subraya que Dios bendice a los que lo aman (Deut. 5:
10; 7: 9).
Los estudiantes de la Biblia suelen pensar que Deuteronomio trata de la ley,
una «segunda ley» o una «repetición de la ley», como indica el término
Deuteronomio. Desafortunadamente, este título es muy engañoso, porque el
libro no trata principalmente de mandatos y leyes. Se trata más bien de la
actitud positiva de Dios hacia su pueblo y su respuesta de amor hacia él. Es
este amor el que estaba en el corazón de Moisés al expresar sus palabras de
despedida al pueblo de Dios, un pueblo llamado y escogido por el Señor para
ser sus seguidores y una luz para el mundo.
Puedes echar un vistazo al final de esta obra y encontrarás un apéndice con
la estructura del libro de Deuteronomio. Estudiarla te ayudará a comprender
su mensaje y sus temas principales. Este conocimiento te guiará en la
comprensión e interpretación de cada sección en su contexto y te ayudará a
ver el flujo de pensamientos y el panorama general de la revelación de amor
de Dios.
La importancia del libro del Deuteronomio
El libro de Deuteronomio es uno de los escritos más significativos del
Antiguo Testamento, ya que sienta las bases y proclama sistemáticamente la
fe del pueblo de Israel en un Dios vivo. Es una obra maestra de la literatura,
una joya y la Carta Magna de la enseñanza de Israel. Es un documento bien
organizado que establece la identidad del Señor y explica cómo deben vivir
los creyentes; enseña metódicamente1 cómo responder adecuadamente al
llamamiento de Dios. Deuteronomio es un manual de fe y la constitución
religiosa del pueblo de Dios, que culmina el Pentateuco y lo corona,
explicando el significado más profundo de la Ley de Dios. Estos temas son
fundamentales, tanto para el judaísmo como para el cristianismo.
Consideremos por un momento algunos datos que demuestran la
importancia de este libro:
1. Jesús venció las tentaciones del enemigo citando pasajes del libro de
Deuteronomio (Mat. 4: 1-11). Cristo conocía bien este libro y fue su
herramienta para asegurar la victoria sobre Satanás.
2. Deuteronomio es el único libro del canon hebreo que contiene una orden
de leer (tikrá) el libro (literalmente et hatorah hazzot, que significa «esta
ley» o mejor, «enseñanza», «dirección» o «instrucción»). Los levitas debían
leer el libro a toda la congregación de Israel en el momento establecido
durante la fiesta de los Tabernáculos (Deut. 31: 10, 11). Dios instó a Josué a
meditar en el libro de la Ley de día y de noche (Jos. 1: 8), y este mandato es
una gran motivación para que nosotros hagamos lo mismo. De hecho, la
bendición de Dios alcanza a los que siguen este consejo (Sal. 1: 1-3). Nada
en este libro se puede cambiar, añadir o eliminar (Deut. 4: 2; 12: 32;
comparar con Apoc. 22: 18, 19).
3. El gran mandamiento de la Ley se encuentra en el libro del
Deuteronomio: «Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu
alma y con todas tus fuerzas» (Deut. 6: 5).
4. La declaración de creencia fundamental sobre el monoteísmo y la
unicidad de Dios se expresa en Deuteronomio 6: 4: «Oye, Israel: Jehová,
nuestro Dios, Jehová uno es».
5. Deuteronomio es el primer libro de teología sistemática que se ha escrito
sobre la identidad del Señor y el significado de la verdadera fe en el Dios
vivo. Contiene el fundamento de las doctrinas y la ética, y es indispensable
para comprender el mensaje del Antiguo Testamento. Entre sus temas
principales se encuentran el amor, la obediencia, el temor de Dios, la Ley
de Dios, el llamamiento a recodar y no olvidar, la tierra, los tiempos, las
fiestas, la retribución, el nombre divino, el Señor como guerrero, los Diez
Mandamientos y la Shemá. En este libro, Moisés exhortó enfáticamente a
Israel a rechazar otros dioses y a adorar solo a Jehová (Deut. 5: 8-10; 6: 14;
7: 25, 26; 12: 2-4).
6. Este libro era tan importante que Moisés pidió que se colocara junto al
Arca del Pacto (Deut. 31: 26).
7. Los reyes de Israel debían leer este libro, transcribirlo, aprender sus
enseñanzas y llevarlo consigo (Deut. 17: 18-20). De este modo, mostrarían
su devoción, obediencia y dependencia del Rey del universo. El rey no
debía apartarse de él «a la derecha ni a la izquierda» (vers. 20; ver también
el mismo mandato para todo el pueblo en Deut. 5: 32), porque debía ser un
modelo de devoción y obediencia.
8. Este libro tuvo una profunda influencia en los hijos de Israel, la antigua
comunidad de fe, porque las instrucciones que presenta eran normativas
para el estilo de vida que debían seguir en la Tierra Prometida (Deut. 4: 40).
9. Se había ordenado a los israelitas escribir «todas las palabras de esta ley»
(Deut. 27: 3) en grandes piedras recubiertas de yeso (NTV) cuando
cruzaron el río Jordán y entraron en la Tierra Prometida (vers. 1-8). Esto
aseguraba que las instrucciones y enseñanzas de Dios serían recordadas y
seguidas por las generaciones futuras.
10. El libro contiene muchas promesas de vida abundante y bendiciones
para los que practiquen sus enseñanzas. Siguiendo sus directrices, los
israelitas obtendrían una comprensión más profunda de la voluntad y la
sabiduría de Dios. Su devoción les proporcionaría mejor salud y los
colocaría por delante de muchas naciones (Deut. 4: 6, 36; 5: 33; 6: 18; 7:
15; 11: 8). Estas instrucciones sagradas proporcionarían un modelo para
tener vidas prósperas y exitosas y, por lo tanto, darían al pueblo una guía
precisa sobre cómo debían comportarse (Deut. 4: 1, 40; 5: 33; 6: 2, 24; 8: 1;
11: 9; 32: 47) para disfrutar de sus vidas a plenitud. Con este fin el pueblo
necesitaba «oír» y «obedecer» las instrucciones de Dios, lo cual es un tema
frecuente en Deuteronomio (Deut. 4: 1; 5: 1; 6: 4; 9: 1; 20: 3). Las
bendiciones de Dios dependen de una estrecha relación con él y de la
obediencia a su Ley. En el idioma hebreo, el verbo shamá significa tanto
«oír» como «obedecer», porque cuando una persona «oye», a la vez
entiende los asuntos de la vida y hace lo correcto y, por lo tanto, sigue las
instrucciones divinas y la voz de Dios (Deut. 4: 30; 6: 3; 12: 28; 27: 10; 30:
2, 8). El Señor aseguró el bienestar de los hijos de Israel, en la medida en
que conservaran una relación de confianza y obediencia con él.
El propósito de Deuteronomio
El libro de Deuteronomio tiene un doble enfoque. En primer lugar, refleja
los mensajes bíblicos anteriores y, en el proceso de interpretación de la
revelación anterior, comienza una nueva fase ampliando las instrucciones de
Dios y proporcionando consejos prácticos sobre cómo vivir en el nuevo
territorio que Dios está a punto de dar a Israel. El libro se orienta hacia este
nuevo escenario, es decir, la vida en la Tierra Prometida. Se anticipa a las
condiciones de vida cuando el pueblo se asiente y se construyan ciudades
fortificadas.
En la introducción se dice por qué se escribió el libro: «Moisés comenzó a
explicar esta ley» (Deut. 1: 5). La palabra hebrea clave en este versículo es
baar, que significa «exponer», «interpretar» o «aclarar» (el mismo término se
utiliza en Hab. 2: 2).
En segundo lugar, el libro de Deuteronomio tiene el propósito de enseñar al
pueblo de Dios a temer al Señor. Moisés se dirige a toda la nación para
explicarles cómo temer a Dios y mantener una relación de amor y obediencia
con él. Esta intención se subraya dos veces en el siguiente texto: «Harás
congregar al pueblo, hombres, mujeres y niños, y los extranjeros que estén en
tus ciudades, para que oigan y aprendan a temer a Jehová, vuestro Dios, y
cuiden de cumplir todas las palabras de esta Ley. También los hijos de ellos,
que no la conocen, podrán oírla y aprenderán a temer a Jehová, vuestro Dios,
todos los días que viváis sobre la tierra que vais a poseer tras pasar el Jordán»
(Deut. 31: 12, 13). En sus fervorosas palabras de despedida a los hijos de
Israel, Moisés afirma: «Pero ¡cuidado! No olviden jamás lo que Dios hace
por ustedes. Cuenten a sus hijos y a sus nietos los gloriosos milagros que él
ha hecho» (Deut. 4: 9, NBV). Dios no necesita demostrar que es un Señor
bondadoso, compasivo y amoroso porque lo ha demostrado una y otra vez en
la vida cotidiana del pueblo al sacar a Israel de Egipto. Su presencia ha
suplido todas las necesidades de su pueblo. ¡Qué verdad tan asombrosa! Sin
embargo, necesitan ver esto con una mente fresca porque es muy fácil
acostumbrarse a ello. No deben olvidar su bondad y deben recordar siempre
lo generoso que ha sido con ellos. El espíritu, la belleza y los principios de la
Ley de Dios están claramente expresados en Deuteronomio.
Contexto histórico de Deuteronomio
El libro de Deuteronomio comienza intencionadamente afirmando: «Estas
son las palabras que habló Moisés» (Deut. 1: 1). El testimonio del libro de
Deuteronomio señala a Moisés como su autor e identifica a su principal
orador y escritor más que cualquier otro libro del Antiguo Testamento (el
nombre de Moisés se utiliza treinta y ocho veces en el libro). El libro presenta
que Moisés tiene la capacidad de hablar y saber escribir. De hecho, el libro
destaca su ministerio como escritor en varios pasajes (Deut. 28: 58; 29: 20,
21, 27; 30: 10; 31: 9-13, 19, 22, 24-26). Su actividad de escritor también se
menciona explícitamente en otros lugares del Pentateuco (Éxo. 17: 14; 24: 4;
34: 27, 28; Núm. 33: 2). Esto no excluye el trabajo de un editor o narrador
que reunió el material y añadió cuidadosamente el relato sobre la muerte de
Moisés (Deut. 34: 5-12) y actualizó las notas (Deut. 2: 10-12, 20-23; 3: 9, 11,
13b, 14; 4: 41-5: 1; 10: 6-9; 27: 1, 9, 11; 29: 1, 2; 31: 1, 2, 7, 9, 10, 14-16, 22-
25, 30; 32: 44-46, 48; 33: 1, 2; 34: 1, 4), y probablemente no la introducción
2

(Deut. 1: 1-5). Moisés pudo haber escrito el libro él mismo (Deut. 31: 9, 22,
3

24) o haber recurrido a un escriba para escribir sus discursos, su cántico y sus
bendiciones. En este caso, el mejor candidato potencial para esta tarea habría
sido Josué, ya que fue el ayudante de Moisés (Éxo. 24: 13; Núm. 11: 28;
Deut. 1: 38; Jos. 1: 1) y su sucesor (Núm. 27: 18-23; Deut. 31: 7, 8, 23; 34:
9). Paul Lawrence completa su destacado estudio de los tratados del segundo
y primer milenio a. C. en comparación con la estructura del pacto reflejada en
el libro del Deuteronomio con la contundente afirmación de que «no hay
ninguna razón de peso para rechazar la opinión tradicional de que Moisés fue
el “autor” del Pentateuco o, al menos, de una parte muy sustancial del mismo,
siendo Deuteronomio 34, el relato de la propia muerte de Moisés, una clara
excepción». 4

Moisés tiene 120 años (Deut. 31: 2) cuando predica sus tres últimos
sermones a Israel, encarga a Josué que conduzca a Israel a la Tierra
Prometida, compone un último cántico y pronuncia una bendición para cada
una de las tribus de Israel. De la generación de los que vivieron el Éxodo de
Egipto solo quedan con vida Moisés, Josué y Caleb (más los que eran niños
en el momento del éxodo; ver Núm. 14: 28-35). Por lo tanto, el libro de
Deuteronomio identifica a la segunda generación de los que experimentaron
el éxodo de Egipto (alrededor del 1450 a. C.) como la audiencia original de
los discursos y acciones de Moisés. Según esta cronología, Moisés pronunció
5

sus tres discursos cuarenta años después del éxodo, es decir, en 1410 a. C.
Estos temas proporcionan el marco para nuestro estudio del libro de
Deuteronomio, de donde obtendremos la sabiduría para vivir para la gloria de
Dios y aprender a ser una bendición para los que nos rodean. Que nuestro
estudio de la Palabra de Dios llene nuestros corazones de devoción y ponga
en nuestras mentes el anhelo de servirlo con fidelidad y gozo. Recordemos
que Dios es fiel. Nos ama más de lo que podemos imaginar, y quiere que
pasemos la eternidad a su lado. El libro de Deuteronomio nos ayudará a amar,
temer y servir a Dios más profundamente, lo cual redundará en satisfacción,
felicidad y paz.

__________
1. El concepto de enseñanza aparece en Deuteronomio 1: 5; 4: 1, 5, 9, 10, 14; 5: 31; 6: 1, 7; 8: 3; 11:
19; 17: 11; 20: 18; 24: 8; 31: 19, 22; 33: 10, donde se utilizan principalmente las palabras hebreas
lamad, yadá y yarah.
2. Para estas posibles adiciones editoriales, ver Daniel I. Block, The Gospel According to Moses:
Theological and Ethical Reflections on the Book of Deuteronomy [El Evangelio según Moisés:
Reflexiones teológicas y éticas sobre el libro de Deuteronomio] (Eugene, OR: Cascade Books,
2012), pp. 30, 31. Block sostiene que «escuchamos la voz del narrador solo en sesenta y cuatro
versículos» (p. 72). Algunas notas editoriales están sin resolver. Para conocer el punto de vista de
Block sobre cómo se elaboró el libro del Deuteronomio, ver Daniel I. Block, «Recovering the
Voice of Moses: The Genesis of Deuteronomy» [Recuperando la voz de Moisés: El génesis de
Deuteronomio], en Journal of the Evangelical Theological Society 44, no. 3 (septiembre de 2001):
pp. 385-408.
3. Llama la atención que el preámbulo del tratado de paz entre el rey egipcio Ramsés II y el rey hitita
Hattusili III (1259 a. C.) tenga básicamente la misma estructura que Deuteronomio 1: 1. Ver Paul
Lawrence, The Books of Moses Revisited [Una revisión a los libros de Moisés] (Eugene, OR: Wipf
& Stock, 2011), pp. 67, 68. Además, es importante señalar que el Código de Hammurabi (1792-
1750 a. C.) y el Código de Lipit-Ishtar (aprox. 1930 a. C.) tienen prólogos históricos, como es el
caso del Deuteronomio, donde el prólogo histórico desempeña un papel crucial en todo el
documento. Además, el uso de la tercera persona en una narración no excluye al escritor de ser el
autor del texto. Para ejemplos de esta característica, ver la Anábasis de Jenofonte y Comentarios
sobre las guerras galas de Julio César.
4. Lawrence, Books of Moses Revisited, p. 123. Lawrence también declara categóricamente: «Si
nuestras conclusiones son ciertas, ha llegado el momento de dejar atrás las limitaciones que la
hipótesis JEDP (yahvista, elohista, deuteronómica y autor sacerdotal) impone a nuestra
comprensión del Pentateuco. Las pruebas que hemos considerado apuntan claramente a finales del
segundo milenio a. C. como el período en que se escribieron los cinco primeros libros de la Biblia.
Por lo tanto, sostengo que también ha llegado el momento de restituir a Moisés como su ‘autor’»
(p. 128).
5. Para más detalles sobre la fecha del Éxodo de Israel de Egipto, ver William H. Shea, «Exodus,
Date of the» [Fecha del éxodo], en The International Standard Bible Encyclopedia, vol. 2, rev. ed.,
Geoffrey W. Bromiley et al. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1982), pp. 230-238.
1. El preámbulo de Deuteronomio

L a historia es importante, pero es más que conocer los hechos: es entender


su significado. La historia consiste en reconocer las corrientes de
pensamiento, discernir los movimientos en el tiempo y comprender nuestras
raíces y nuestra herencia. Nos ayuda a comprender los acontecimientos y nos
muestra el camino a seguir. La historia sagrada es todavía más relevante que
la historia secular, ya que, a través de ella, reconocemos la intervención de
Dios, su amor y dirección. De este modo, se fortalece nuestra confianza en él
y crece nuestra fe. Al reconocer los actos poderosos de Dios en nuestra
historia pasada, recibimos la seguridad de que él cuidará de nosotros en el
futuro. Aunque no conozcamos el futuro, conocemos a Aquel que sostiene el
futuro, y podemos confiar plenamente en él. Por eso la famosa declaración de
Elena G. de White es tan reconfortante e instructiva: «No tenemos nada que
temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha
conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada».1
Cuando no aprendemos del pasado, en el ámbito personal y social, estamos
condenados a repetir los mismos errores. Sin una comprensión de la historia
humana, vivimos el día a día sin orientación en el tiempo y ni dirección. La
Biblia subraya que los que carecen de entendimiento perecerán (Sal. 49: 20).
El profeta Oseas lo confirma: «El pueblo sin entendimiento caerá» (Ose. 4:
14). Cuando el pueblo de Dios carece de memoria, pierde el sentido del
tiempo, rumbo, sentido de la vida y conocimiento (ver más sobre este punto
en el capítulo 10). A medida que aprendemos más del pasado, podemos
discernir el glorioso propósito de Dios para nuestras vidas: «Dios no conduce
nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegirían si pudiesen ver el
fin desde el principio, y discernir la gloria del propósito que están
cumpliendo como colaboradores suyos». 2

Antecedentes históricos
Las primeras palabras del libro de Deuteronomio presentan los antecedentes
históricos de los acontecimientos que siguen. Cabe señalar que el libro del
Deuteronomio no es una repetición de la ley de Dios previamente
3

mencionada en el Pentateuco, ni es una segunda ley o una ley adicional. Más


bien, es una interpretación, expansión y adaptación de las instrucciones de
Dios a la nueva situación de su pueblo en su transición de una vida nómada
en el desierto a un estilo de vida más urbano y estable en la tierra que el
Señor les había prometido (Gén. 12: 1-3, 7; 13: 14-17; 15: 18, 19; Éxo. 3: 8;
6: 8; Deut. 1: 7, 8). La ley de Dios debía aplicarse ahora en la nueva
ubicación de Israel.
El escritor bíblico coloca al lector en un contexto histórico y un periodo de
tiempo concretos para transmitir con fidelidad el mensaje del libro.
Deuteronomio 1: 1 afirma: «Estas son las palabras que Moisés dirigió a todo
Israel en el desierto al este del Jordán, es decir, en el Arabá, frente a Suf»
(NVI). Cuarenta años después de salir de Egipto y de peregrinar por el
desierto, los israelitas se encuentran en las llanuras de Moab, a punto de
entrar en la Tierra Prometida. Durante las últimas semanas de su vida
terrenal, Moisés presenta importantes mensajes al pueblo de Dios: «A los
cuarenta años, el primer día del undécimo mes, Moisés habló a los hijos de
Israel conforme a todas las cosas que Jehová le había mandado» (vers. 3).
Corre el año 1410 a. C. Consideremos por un momento este relato en una
perspectiva histórica más amplia.
El gran conflicto
Como adventistas del séptimo día, nuestra comprensión del mensaje bíblico
se basa en el reconocimiento de que existe una feroz batalla entre Cristo y
Satanás, el bien y el mal, la luz y las tinieblas. Esta guerra espiritual que
comenzó en el cielo es parte fundamental de nuestra teología. Y dado que
4

este conflicto cósmico revela como nunca antes el carácter de Dios, la piedra
angular y la verdad que abarca todo nuestro sistema teológico es que Dios es
amor (Deut. 7: 8; 1 Juan 4: 16). La verdadera batalla consiste en comprender
quién es Dios. La pregunta es: ¿En quién vamos a confiar? ¿Aceptaremos
con amor las palabras de Dios, o creeremos la propaganda del diablo, sus
mentiras y verdades a medias?
Esta guerra espiritual inició en el cielo con Lucifer, un querubín protector,
la criatura más bella, sabia y perfecta de todos los seres que Dios había
creado (Isa. 14: 12; Eze. 28: 12-15). Después de algún tiempo (no sabemos
5

exactamente cuándo), acusó a Dios de no ser amoroso, justo y equitativo,


sino un tirano que restringe nuestra libertad con mandamientos estrictos y
exigencias de obediencia absoluta (Gén. 3: 1-10). De este modo, el querubín
que debía salvaguardar la ley de Dios, resguardar su gobierno y mantener el
orden (en el santuario, los querubines estaban en el Lugar santísimo sobre el
propiciatorio y el arca del pacto con el Decálogo) se convirtió en Satanás,
aquel que comenzó a destruir la paz, la armonía y el gozo en el cielo. Su
orgullo y egoísmo arruinaron lo que era bueno, significativo y hermoso.
Como archienemigo de Dios, trajo el caos y el desorden. Él trasladó el gran
conflicto a la Tierra, cuando Adán y Eva rompieron su relación con Dios, al
creer las mentiras de Satanás en lugar de confiar en su amoroso Señor (Gén.
3: 1-10). Usurpó a Adán como gobernante de la Tierra hasta que Jesús se hizo
nuestro representante como Hijo del hombre y segundo Adán (Dan. 7: 13, 14;
Juan 12: 31; 16: 11; 1 Cor. 15: 22, 45). En el centro del gran conflicto se
levantan preguntas sobre Dios, la comprensión de sus acciones y la lealtad de
los creyentes a él y a su ley. La metanarrativa de la rebelión de Satanás contra
Dios ofrece una importante visión de la enseñanza bíblico-teológica en
general (Job 1; 2; Isa. 14: 12-15; Eze. 28: 11-19; Mat. 4: 1-11; Luc. 10: 18;
Juan 8: 44; Apoc. 12: 4-17). Estudiosos no adventistas también han
6

reconocido esta guerra espiritual que tiene dimensiones cósmicas. Por lo


7 8

tanto, el gran conflicto no solo es cuestión del día correcto de adoración, o la


adoración en sí misma, sino del carácter de Dios y quién es él. El Dios vivo
es un Dios de amor, verdad y justicia; de hecho, son precisamente estos
atributos los que nos llevan a respetarlo, amarlo y rendirle toda nuestra
adoración.
La historia del Pentateuco
Los cinco libros de Moisés desarrollan la historia de muchos años.
Comenzando con la Creación, cuando todo estaba en perfecta armonía,
cuentan la historia de la entrada del pecado y las luchas de la humanidad
contra el mal, culminando con la preparación de Israel para entrar en la Tierra
Prometida. De este modo, el Pentateuco puede resumirse en siete períodos
históricos:
1. La historia primitiva: desde la Creación hasta Abraham (Gén. 1–11).
2. La historia patriarcal: período de Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob y
José (Gén. 12–50).
3. El período en Egipto: desde José hasta las diez plagas de Egipto (Éxo. 1:
1–12: 30).
4. La historia del éxodo: el viaje de Egipto al Sinaí, un período de casi tres
meses (Éxo. 12: 31–18: 27).
5. La historia del Sinaí: describe la estancia de casi un año en el monte de
Dios (Éxo. 19: 1–Núm. 10: 10).
6. Los años en el desierto: treinta y ocho años de peregrinación (Núm. 10:
11–21: 35).
7. El período sobre las llanuras de Moab: cubre los últimos meses de la vida
de Moisés (Núm. 22–Deut. 34).
Es importante reconocer que en el centro de la narrativa del Pentateuco está
la historia del éxodo. El éxodo de Egipto es el acontecimiento por excelencia
en el Antiguo Testamento (así como de la historia de la humanidad), en el
que un pueblo fue liberado milagrosamente del dominio de otra nación. Hasta
donde sabemos, esto ocurrió en el año 1450 a. C. y demuestra cómo Dios
liberó milagrosamente a Israel de Egipto con su poderosa mano. Abrió el mar
Rojo para darles la libertad y así realizó uno de los milagros más destacados
de la historia. Esta gran intervención de Dios era un modelo de cómo Dios
planeaba conducir a su pueblo a la Tierra Prometida. El pueblo no tendría que
luchar en ninguna batalla, porque el Señor lucharía por ellos y les daría un
nuevo lugar para vivir (Éxo. 14: 13, 14).
Es interesante que la historia primitiva narrada en los primeros once
capítulos del libro de Génesis describa un largo período que abarca varios
milenios: desde la Creación hasta Abraham, que nació en 2170 a. C. según el
texto masorético (contado según la cronología larga) o en 1955 a. C. (contado
según la cronología corta). El siguiente periodo histórico, la era patriarcal,
relata los acontecimientos desde Abraham hasta José, abarcando
aproximadamente trescientos años. El período en Egipto describe
acontecimientos que van desde la muerte de José, la esclavitud de Israel, el
nacimiento y el llamamiento de Moisés, hasta las diez plagas de Egipto (Éxo.
1–12), abarcando la historia de más de doscientos años.
La historia del Éxodo es un periodo de tiempo corto (aproximadamente dos
meses de duración; ver Éxodo 12–18), pero muy significativo, que toma lugar
en el año 1450 a. C. La historia del Sinaí describe acontecimientos de casi un
9

año (Éxo. 19: 1; Núm. 10: 11-13). Sin embargo, este año ocupa la parte más
larga del Pentateuco, lo que revela que Moisés se centró en este período (Éxo.
19–Núm. 10: 10). El siguiente período, los años en el desierto, describe la
peregrinación de Israel en el desierto durante treinta y ocho años. La última
parte histórica del Pentateuco relata la estancia de Israel en las llanuras de
Moab y describe el último año de la vida de Moisés como líder de Israel.
La biografía de Moisés
El libro de Deuteronomio es la biografía de despedida de Moisés, que fue el
líder y profeta por antonomasia de Israel. Es la culminación de lo descrito
anteriormente en los libros de Éxodo, Levítico y Números, y presenta los
acontecimientos de los dos últimos meses de la vida de Moisés. Sus últimas
palabras son significativas y, a través de sus discursos en Deuteronomio,
pretende renovar el pacto entre Dios y su pueblo. De este modo, prepara a
Israel para vivir en la Tierra Prometida.
El libro de Deuteronomio es la historia de cómo Dios trabaja pacientemente
con su pueblo, utilizando a Moisés para ayudarles a andar por el camino
correcto. Esta historia comienza con los israelitas acampando en las llanuras
de Moab, listos para entrar en Canaán. Durante cuarenta años Moisés los ha
guiado, pero no los conducirá a su nuevo hogar. En su lugar, pronuncia tres
apasionados discursos a Israel. En estos discursos, aborda los aspectos más
relevantes que el pueblo de Dios necesita conocer y observar cuando entren
al nuevo territorio. La narración del libro continúa con la explicación de la
legislación necesaria en la Tierra Prometida. Presenta la renovación del pacto,
el cambio de liderazgo, el cántico de Moisés y las bendiciones sobre las
tribus israelitas. Concluye con la muerte de Moisés. Aunque la historia cubre
una parte de la vida de Moisés y la experiencia del pueblo de Dios, la
narración trata principalmente de Dios y de cómo él cuida de su pueblo. En
sus sermones, Moisés repasa la dirección de Dios en la historia de Israel,
exponiendo sus leyes, su amor y su fidelidad. Tras la muerte de Moisés, el
libro de Josué retoma la historia y narra la conquista y distribución de la
Tierra Prometida.
La gloriosa historia de la conducción de Dios es impresionante. Israel es
testigo de su providencia durante las diez plagas, el éxodo de Egipto, la
derrota del poderoso Faraón y su ejército, el cruce del mar Rojo y la entrega
del Decálogo en el Sinaí. Dios es claramente el Señor que interviene en
nuestra historia, mezclando su misericordia con el juicio. Demuestra que es el
Dios del amor, de verdad y de justicia, y nos da confianza para afrontar un
mañana incierto.

__________
1. Elena G. de White, Notas biográficas de Elena G. de White (Miami, FL: IADPA, 1994), p. 216.
2. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Doral, FL: IADPA, 2007), p. 202.
3. El nombre del libro de Deuteronomio viene de la palabra griega deuteronomion (una composición
de dos palabras: deuteros y nomos), que significa «segunda ley» o «repetición de la ley», tal como
aparece en la Septuaginta. Sin embargo, esta es una traducción inexacta de la frase hebrea mishneh
hatorah, que significa «copia del libro» o «copia de la ley» (Deut. 17: 18). Este título engañoso da
la impresión de que el libro trata de la ley y que Moisés es un legislador. Por lo tanto, estas
afirmaciones resultan confusas. En el canon hebreo, el libro lleva el título elleh hadevarim, en
español: «Estas son las palabras» (Deut. 1: 1).
4. Ver especialmente los cinco volúmenes de la Serie El Gran Conflicto de Elena G. de White:
Patriarcas y profetas (Doral, FL: IADPA, 2008); Profetas y reyes (Doral, FL: IADPA, 1957); El
Deseado de todas las gentes (Doral, FL: IADPA, 2007); Hechos de los apóstoles (Doral, FL:
IADPA, 2008); y El conflicto de los siglos (Doral, FL: IADPA, 2011). Ver también John C.
Peckham, The Love of God: A Canonical Model [El amor de Dios: Un modelo canónico]
(Downers Grove, IL: InterVarsity, 2015).
5. José M. Bertoluci, «The Son of the Morning and the Guardian Cherub in the Context of the
Controversy Between Good and Evil» [El lucero de la mañana y el querubín protector en el
contexto del conflicto entre el bien y el mal] (Tesis doctoral, Universidad Andrews, 1985).
6. White, Patriarcas y profetas, pp. 11-21; White, Introducción de El conflicto de los siglos, pp. 9-
15; Jiří Moskala, «Origin of Sin and Salvation According to Genesis 3: A Theology of Sin» [El
origen del pecado y la salvación según Génesis 3: una teología del pecado], en Salvation: Contours
of Adventist Soteriology, Martin F. Hanna, Darius W. Jankiewicz y John W. Reeve, editores
(Berrien Springs, MI: Universidad Andrews, 2018), pp. 119-143; Richard M. Davidson, «Satan’s
Celestial Slander» [La calumnia celestial de Satanás], Perspective Digest 1, n.º 1 (1996): 31-34;
Jiří Moskala, «The God of Job and Our Adversary» [El Dios de Job y nuestro adversario], Journal
of the Adventist Theological Society 15, n.º 2 (otoño de 2004): pp. 104-117.
7. Gregory A. Boyd, God at War: The Bible and Spiritual Conflict [Dios en guerra: La Biblia y el
conflicto espiritual] (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1997); Michael S. Heiser, The Unseen
Realm: Recovering the Supernatural Worldview of the Bible [El reino invisible: Recuperando la
cosmovisión sobrenatural de la Biblia] (Bellingham, WA: Lexham Press, 2015).
8. Ver Jiří Moskala, «The Significance, Meaning, and Role of Christ’s Atonement» [La importancia,
el significado y la función de la expiación de Cristo] en God’s Character and the Last Generation,
Jiří Moskala y John C. Peckham, editores (Nampa, ID: Pacific Press, 2018), pp. 190-218.
9. Para más detalles, ver la explicación de los capítulos 12 al 18 de Éxodo en el Comentario bíblico
adventista del séptimo día, t. 1 (Buenos Aires, Argentina: ACES, 1992); William H. Shea, «Date
of the Exodus» [La fecha del Éxodo], en The International Standard Bible Encyclopedia, vol. 2,
edición revisada, Geoffrey W. Bromiley et al. Geoffrey W. Bromiley et al. (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1982), pp. 230-238.
2. Moisés enseña historia

E l Dios de Israel guio a su pueblo con poder y misericordia durante


cuarenta años. Entonces, cuando el pueblo se detiene a punto de entrar
en la Tierra Prometida, Moisés predica su primer sermón, exhortándolos a
reflexionar en el cuidado de Dios, a seguir su dirección y a confiar en sus
promesas (Deut. 1–4). En su discurso describe con claridad a un Dios
extraordinario, destacando los acontecimientos más significativos que
evidencian su dirección. El Dios de Moisés es un Dios de relaciones, un Dios
que entra en estrecha comunión con su pueblo. Es un Dios de amor,
misericordia y perdón, un Dios personal. Moisés lo describe repetidamente
como «Jehová, nuestro Dios» y «Jehová, tu/vuestro Dios». La descripción de
la deidad se centra en estas frases, que aparecen con más frecuencia en
Deuteronomio que en cualquier otro libro de las Sagradas Escrituras.
Dos frases clave
El nombre de la deidad, Jehová (Yahweh), y el término Dios (Elohim)
aparecen por primera vez al inicio del primer discurso: «Jehová, nuestro
Dios, nos habló así en Horeb» (Deut. 1: 6). Dios habló a Israel en Horeb, que
es el monte Sinaí (en Deuteronomio se suele llamar Horeb al monte Sinaí [1:
2, 6, 19; 4: 10, 15; 5: 2; 9: 8; 18: 16; 29: 1], con una excepción en
Deuteronomio 33: 2). Es significativo cómo este extraordinario y majestuoso
evento influyó en todo el libro de Deuteronomio. Moisés presenta la Ley de
Dios como la revelación que Dios hace de sí mismo al declarar los Diez
Mandamientos con su potente voz (Deut. 4: 10-15).
La expresión «Jehová, nuestro Dios» se encuentra veintitrés veces en
Deuteronomio (1: 6, 19, 20, 25, 41; 2: 29, 33, 36, 37; 3: 3; 4: 7; 5: 2, 24, 25,
27 [dos veces]; 6: 4, 20, 24, 25; 29: 15, 18, 29). Pero todo el libro está
impregnado de otra afirmación: la frase «Jehová, tu/vuestro Dios» se emplea
276 veces en diferentes formas, singular y plural, con y sin preposiciones
(Deut. 1: 10, 21, 26, 30, 31, 32; 2: 7 [dos veces], 30; 3: 18, 20, 21, 22; 4: 2, 3,
4, 10, 19, 21, 23 [dos veces], 24, 25, 29, 30, 31, 34, 40; 5: 6, 9, 11, 12, 14, 15
[dos veces], 16 [dos veces], 32, 33; etc.). Estas dos expresiones describen al
Dios que encontramos en Deuteronomio. Su frecuencia subraya el hecho de
que el libro es el discurso apasionado de Moisés en el que describe el pacto
entre Dios y su pueblo. Estas dos fórmulas confesionales aparecen en
diferentes formas más de trescientas veces. Ningún otro libro de la Biblia
contiene una frecuencia tan marcada de estas frases, ni se acerca a ella.
Este análisis estadístico destaca todavía más en comparación con sus
apariciones en otros libros de la Biblia. Mientras que en la RV95 la expresión
«Jehová, tu/vuestro Dios» aparece 276 veces en el libro del Deuteronomio, la
misma frase se distribuye en el resto del Pentateuco de la siguiente manera:
Génesis (una vez), Éxodo (dieciséis veces), Levítico (veintitrés veces) y
Números (cuatro veces). Los libros más cercanos en cuanto a la frecuencia de
uso de esta importante expresión relacional fuera del Pentateuco son los
siguientes: Josué (treinta y tres veces), 1 y 2 Crónicas (doce veces), Jeremías
(doce veces), 1 y 2 Samuel (trece veces), 1 y 2 Reyes (once veces), Isaías
(nueve veces), Joel (siete veces), Ezequiel (cuatro veces), etc. Después del
libro de Deuteronomio, el uso más frecuente de la frase «Jehová, nuestro
Dios» se encuentra en el libro de Jeremías, donde se emplea dieciséis veces, y
luego en los Salmos, que aparece diez veces.
Este es, sin lugar a dudas, un descubrimiento sorprendente. Moisés se
centra en estas dos frases y las utiliza constantemente en los primeros treinta
y un capítulos de Deuteronomio. Sin embargo, de manera sorpresiva, estas
frases clave no se encuentran en los capítulos finales del libro (Deut. 32–34).
¿Por qué? En primer lugar, los capítulos 32 y 33 están escritos en poesía, no
en prosa, y el capítulo 34 describe la muerte de Moisés en tercera persona. En
segundo lugar, en el clímax del libro (Deut. 32, 33), el tono de Moisés se
vuelve muy personal (él canta y bendice a las tribus de Israel). Y en tercer
lugar, estos capítulos finales describen a Dios con un vocabulario muy
expresivo. Por ejemplo, en su cántico del capítulo 32, Moisés exalta el
nombre del Señor y alaba su grandeza y fidelidad. Declara que Dios es la
Roca, el Padre, el Creador, el Altísimo y un águila. Describe magistralmente
al Señor como el Juez soberano y el Sacerdote compasivo que hace
«expiación por la tierra de su pueblo» (vers. 43). En ninguna otra parte del
libro de Deuteronomio vemos tanta riqueza e intensidad en los calificativos
que describen a Dios.
De este modo, estas dos expresiones («Jehová, nuestro Dios» y «Jehová,
tu/vuestro Dios») sirven como directrices a lo largo del libro. Están presentes
en los tres sermones de Moisés (Deut. 1: 6–4: 43; 4: 44–28: 68; 29: 1–30:
20), conectando todo el libro. También señalan una estrecha relación entre el
Señor y su pueblo. El Señor es el Dios personal de Israel. Él es Jehová y, a la
vez, Elohim; es trascendente, pero también es un Dios inmanente y cercano.
Es el Dios del pacto. Se destacan estas dos dimensiones del Dios de Israel,
pero su verdadero valor radica en la conexión personal e íntima entre Dios y
su pueblo. Moisés señala que Jehová es «tu/vuestro Dios» y «nuestro Dios».
Estas fórmulas confesionales identifican al Señor y su relación con su pueblo.
Además, es importante notar que la frase de autorreconocimiento: «Yo soy
Jehová tu/vuestro Dios» ocurre en dos lugares clave en el libro. La primera
vez, como parte del Decálogo (Deut. 5: 6, 9); y la segunda, cuando Moisés
hace su último llamado para que Israel se mantenga fiel a Dios (Deut. 29: 6).
El tema del libro y siete recordativos de la historia reciente
El tema principal del libro del Deuteronomio puede resumirse con esta
frase: «Escoge la vida» (ama, obedece y teme al Señor). El mensaje de
Deuteronomio es sobre nuestro gran Dios y cómo responder a su amor,
cuidado y santidad.
Después de la introducción (Deut. 1: 1-6a), que presenta el trasfondo
histórico y situacional del libro, Moisés comienza su primer y poderoso
discurso a Israel (Deut. 1: 6b–4: 43). Recuerda al pueblo cómo Dios lo ha
guiado en el pasado reciente mientras estaba en el desierto. Su punto de
partida es su estancia de un año junto al monte de Dios. La nueva generación
israelita que va a entrar en la Tierra Prometida necesita que se le recuerde
cómo Dios los ha guiado y lo que ha hecho por ellos. Así que Moisés elige
presentar una serie de siete recordativos cruciales: siete historias
características de la época de la peregrinación, desde Horeb (el monte Sinaí)
hasta las fronteras de la Tierra Prometida. Estos relatos enseñan al pueblo
sobre el cuidado de Dios en su favor (Deut. 1: 6b–3: 29), y Moisés sigue los
recordativos con una exhortación a ser fiel al Señor (Deut. 4: 1-40). He aquí
estos siete momentos significativos de su trayectoria:
1. La promesa de Dios y el nombramiento de líderes en Horeb (Deut. 1: 6b-
18). En primer lugar, Moisés recuerda a los israelitas que Dios había
prometido dar esa tierra a Abraham y a sus descendientes. Dios había dado
su palabra, por lo que ellos tuvieron una firme esperanza futura. Sin
embargo, los israelitas tuvieron que esperar más de cuatro siglos para que
esto sucediera (Gén. 15: 13-16) y, debido a su incredulidad y rebeldía, se
retrasaron otros treinta y ocho años (Deut. 2: 14). Pero Dios cumplió su
palabra, como se lo había anunciado a Abraham (Gén. 12: 1, 7; 15: 18-21),
a Isaac (Gén. 26: 2-4) y a Jacob (Gén. 35: 11, 12), lo que llevó a este
momento en que entrarían en la Tierra Prometida. Esta promesa de poseer
la tierra era parte integral de la bendición de Dios a Abraham y a su
posteridad. Los israelitas podían ahora avanzar con valentía porque Dios
estaba con ellos.
Al igual que Israel, es fácil para los creyentes modernos sentir que se ha
retrasado el cumplimiento de la promesa de Dios. Pero él siempre cumple su
palabra, incluso cuando no se ciñe a nuestra agenda y nuestros deseos. Él
cumple lo que promete. Seguirlo significa esperar pacientemente el
cumplimiento de sus promesas de acuerdo con su tiempo y sus planes. Y
tarde o temprano, paso a paso, el plan se vuelve claro. Como dijo un sabio:
«Un viaje de mil millas comienza con un solo paso».
En Israel, se designaron líderes para que fueran responsables de asegurarse
que se siguieran todas las directrices de la voluntad de Dios. Estos líderes
eran personas sabias, capaces y respetadas que debían juzgar al pueblo con
imparcialidad y sin temor, sabiendo que «el juicio es de Dios» (Deut. 1: 17).
Esto fue una gran ayuda para las cargas administrativas de Moisés.
2. El viaje del monte Horeb a Cades, el envío de los espías y la rebelión
contra el Señor en Cades (Deut. 1: 19-46). Después de más de un año de
acampar junto al monte Sinaí (Éxo. 19: 1; Núm. 10: 11), Dios exhortó a
Moisés y al pueblo de Israel a avanzar y entrar en la tierra de Canaán. Por
desgracia, a punto de entrar en Cades, el pueblo se rebeló contra Dios
(Núm. 14). Esta grave desobediencia tuvo un carácter tan profundo que se
rompió la relación de confianza entre el pueblo y Dios. Todo sucedió luego
de que doce espías informaran sobre sus experiencias en el reconocimiento
del nuevo territorio (Núm. 13). Diez de ellos dieron un mensaje
desalentador que condujo a la desobediencia de Israel (vers. 27-33). Esta
terrible rebelión contra Dios y Moisés cambió el destino de Israel. Debido a
la falta de confianza en Dios, la generación del éxodo perdió su oportunidad
de entrar en la Tierra Prometida.
3. En el desierto, alrededor de la región montañosa de Seir y
Transjordania, Israel recibió la orden de no luchar contra Edom, Moab y
Amón (Deut. 2: 1-23). Dios, como su líder, continuó guiando a su pueblo a
través de su peregrinaje por el desierto. A pesar de su rebeldía e infidelidad,
el Señor fue compasivo con Israel y se ocupó de sus necesidades diarias,
por lo que no les faltó nada (vers. 7). El Señor ordenó a Moisés que evitara
pasar por Edom, Moab y Amón debido a su estrecha relación familiar con
Israel. Dios no permitió que Israel luchara contra esos países porque les dio
sus territorios, y estaban protegidos por él.
4. La victoria sobre Sehón, rey de Hesbón: la conquista de Transjordania
(Deut. 2: 24-37). El Señor demostró de manera tangible que estaba con su
pueblo al darle la victoria sobre el poderoso rey Sehón de Hesbón, en
Transjordania. Esta victoria fue una señal que aseguraba al pueblo que él
les daría la Tierra Prometida, y que debían confiar en que Dios les abriría el
camino para entrar en Canaán.
5. La Victoria sobre Og, rey de Basán: la conquista de Transjordania
(Deut. 3: 1-11). Dios, en su misericordia, concedió a Israel una segunda
victoria, esta vez sobre Og, rey de Basán, confirmando así que la victoria
sobre Sehón no se produjo por casualidad. Así como Og y Sehón fueron
derrotados, otros reyes también lo serían, e Israel poseería la tierra. Este fue
el comienzo de su conquista triunfal porque Dios, como Poderoso Guerrero,
luchó por ellos y les dio esta victoria (vers. 3). Esta era la garantía de que
Israel continuaría conquistando sistemáticamente la Tierra Prometida. De
este modo, Dios seguiría librando a su pueblo de sus enemigos, como lo
había prometido.
6. La Repartición de la tierra a las dos tribus y media en Transjordania y la
orden para ellas (Deut. 3: 12-20). Israel entregó a dos tribus y media (los
rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés) el territorio que había
conquistado en Transjordania. Era su lugar para vivir y prosperar. Para las
otras tribus, esta repartición de la tierra era un anticipo visible de que
también recibirían sus porciones de tierra en un futuro cercano. Sin
embargo, las dos tribus y media de Transjordania, tuvieron que enviar a sus
hombres de guerra para ayudar a las otras tribus a conquistar la tierra de
Canaán. Pero los israelitas debían reconocer que Dios es el Dueño de todo
(Sal. 24: 1, 2), y la tierra que Israel iba a poseer era su precioso regalo y
bendición para que florecieran.
7. Moisés motiva a Josué a conquistar la tierra y suplica al Señor para que
le permitiera entrar en la Tierra Prometida (Deut. 3: 21-29). Dios instruyó
a Moisés para que Josué, y no él, guiara a Israel hacia la Tierra Prometida.
Desafortunadamente, Moisés no había confiado completamente en Dios y
no lo honró ni exaltó su santidad ante Israel (Núm. 20: 2-12). Como
resultado, a Moisés no se le permitió entrar en la Canaán terrenal. Sus tres
«reclamos» en su primer discurso testifican que Moisés está agobiado por
su fracaso (Deut. 1: 37; 3: 26; 4: 21). Sabía que pronto moriría (Deut. 3:
27), pero su profundo deseo era ir con el pueblo de Dios y experimentar el
cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham.
A pesar de su profunda insatisfacción y decepción, Moisés no se amarga.
Anima a Josué, su siervo, y lo nombra como el nuevo líder del pueblo,
preparado y dispuesto a conquistar valientemente Canaán. Josué asume este
papel de líder, y el libro de Josué atestigua que él cumple fielmente la enorme
tarea de conducir a los israelitas a su nuevo hogar.
Tras estos siete recordativos históricos, Moisés, en la conclusión de su
primer sermón, concluye con un llamamiento a Israel para que siga a Dios,
exhortando al pueblo a obedecer y confiar en el Señor, ya que esto redundará
en abundantes bendiciones para ellos (Deut. 4: 1-40).
Aplicación personal
Mientras revisas y evalúas tu vida personal, tómate un momento para
reconocer los siguientes eventos cruciales: cuando Dios te llamó, te mostró su
amor, intervino a tu favor, te protegió, envió a personas en tu ayuda o evitó
que cometieras graves errores. Al hacer este ejercicio, estoy seguro de que
reconocerás varios momentos cruciales en tu vida en los que Dios actuó en tu
favor.
El tiempo que dedicamos a considerar el pasado es importante por dos
razones. En primer lugar, en tiempos de dificultad e incertidumbre resulta
imperativo recordar que Dios siempre ha guiado a su pueblo. Tú y tu familia
pueden estar seguros de que Dios no los abandonará. Esta comprensión
fomenta la confianza en el futuro. En segundo lugar, es importante recordar la
dirección de Dios en los momentos difíciles, cuando estamos en una
encrucijada, preguntándonos qué hacer o angustiados por una decisión difícil
que debemos tomar. En esta coyuntura, tomarse un momento para reconocer
la conducción de Dios en el pasado traerá calma y confianza al presente y
esto nos permitirá avanzar por el laberinto de la vida, siguiendo el camino
que nuestro Dios nos ha trazado.
3. El pacto eterno

D ios ama a la humanidad con «un amor eterno» (Jer. 31: 3) e hizo un
pacto eterno con su pueblo (Jer. 32: 40; Eze. 37: 26; Heb. 13: 20). En
Deuteronomio, Dios reconfirmó el pacto que inició y renovó con Israel (Éxo.
19: 4-6; 24: 3-7). Dios actúa de esta manera porque quiere profundizar,
renovar y ratificar el pacto entre él y su pueblo, animándolos a serle fieles en
medio de todas las circunstancias que enfrentarán en la Tierra Prometida.
El libro del Deuteronomio está escrito con una compleja estructura literaria
(para más detalles, ver el apéndice al final de este libro). Me sorprendió
gratamente descubrir que todo el documento se presenta en forma de pacto.
Me sorprendió mucho más saber que en el libro se mezclan tres estructuras.
Esto es extremadamente significativo, porque no conozco ningún otro libro
de las Escrituras en el que tres estructuras literarias desempeñen papeles
clave dentro del mismo volumen.
En primer lugar, una estructura retórica une los tres discursos de Moisés
(Deut. 1: 6–4: 43; 4: 44–28: 68; 29: 1–30: 20). En segundo lugar, la
1

estructura del pacto une todo el libro en seis partes: el preámbulo (Deut. 1: 1-
6a), el prólogo histórico (Deut. 1: 6b–4: 43), las estipulaciones (Deut. 4: 44–
26: 19), las bendiciones y maldiciones (Deut. 27: 1–30: 20), los testigos
(Deut. 30: 19; 31: 19) y las disposiciones especiales del pacto (Deut. 31: 9-
13). Finalmente, la exposición de cada uno de los mandamientos del
2

Decálogo se presenta en la parte central del libro en el segundo sermón. Esto


se logra de la siguiente manera: primero, se aclaran los principios de la ley en
los capítulos 5–11, y luego se explica cada mandamiento en los capítulos 12–
26. Esta triple estructura literaria añade belleza al texto, subraya la
3

intencionalidad de Moisés y ayuda al lector a percibir el panorama general


del libro. Además, certifica la unidad del libro, lo que hace evidente que una
sola mente maestra, guiada por el Espíritu Santo (2 Tim. 3: 16; 2 Ped. 1: 20,
21), está detrás de esta extraordinaria composición.
La elaboración del pacto
¿Qué es un pacto? La respuesta a esta pregunta clave es bastante sencilla.
Un pacto es un documento que describe el establecimiento de un vínculo
estrecho, o un convenio, que une a dos partes. Debido a que la relación de
confianza entre Dios y su pueblo se había estropeado, Dios tomó la iniciativa
de poner por escrito los fundamentos de esta relación entre dos partes
desiguales. De este modo, Deuteronomio fue el documento legal que contenía
los elementos, condiciones y pormenores de una relación significativa. El
libro explica cómo debía funcionar el pacto, que luego se ratificó con el
pueblo.
Hay que establecer un acuerdo por escrito cuando hay desconfianza entre
dos partes que necesitan hacer algo juntas. Por ejemplo, si quiero comprar un
automóvil a mi colega, y confío en él porque sé que es una persona íntegra,
no necesitamos hacer un papeleo complicado. Yo confío en él, y él confía en
mí. En virtud de la fiabilidad de nuestras palabras, tenemos suficiente
confianza para proceder a una simple transacción entre nosotros. Pero si no
confío en mi colega, o él tiene dudas sobre mi capacidad para pagarle a
tiempo, necesitaríamos proteger esta transacción con un acuerdo por escrito.
La falta de confianza exige un procedimiento legal oficial para establecer un
contrato sólido. Cuanta menos confianza hay, más se necesita de una
garantía. Estas precauciones resguardan la seguridad de la relación.
Cuando el pueblo de Dios no cultiva una relación de confianza con su
Señor, él establece un pacto de misericordia con ellos para asegurarles que
está a su favor, que siempre es fiel y digno de confianza, y que cumple su
palabra. ¡Qué grandioso es nuestro Dios, que anhela una relación más
estrecha con sus criaturas! Él da el primer paso para restaurar un pacto
quebrantado, como hizo en el jardín de Edén cuando Adán y Eva pecaron
contra él (Gén. 3: 9). Del mismo modo, nuestro Dios establece un pacto con
su pueblo.
En Génesis 6: 18 se presenta por primera vez la palabra pacto en la Biblia.
En aquella ocasión, Dios prometió a Noé que establecería un pacto con él y
su familia a fin de preservar a un remanente fiel (Gén. 7: 23). Después del
Diluvio, Dios estableció su pacto con todo el mundo: Noé, sus descendientes
y todo ser viviente sobre la Tierra (Gén. 8: 21, 22; 9: 8-17). Este pacto con
Noé posterior al diluvio es unilateral, ya que Dios mismo declara lo que hará,
independientemente de la respuesta de la humanidad. Él cumplirá fielmente
su promesa de no volver a destruir la tierra con un diluvio. El arco iris es la
señal visible de la fidelidad incondicional de Dios a su palabra (Gén. 9: 13-
17).
En el pacto adámico, Dios declaró que enviaría a la Simiente prometida
para redimir a la humanidad caída (Gén. 3: 15; Mat. 1: 21). Su palabra
garantizaba su cumplimiento porque Dios cumple lo que promete (Sal. 33: 6,
9). De este modo, cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a
Jesucristo al mundo para salvarnos (Dan. 9: 24-27; Juan 3: 16; Gál. 4: 4).
Nuestro Dios siempre ha estado comprometido con nosotros y ha hecho todo
lo posible para atraer a la humanidad a sí mismo, pues está a favor de
nosotros y nunca en nuestra contra (Rom. 8: 31-39).
En el pacto abrahámico, Dios le aseguró a Abraham que lo cortaría en
pedazos como animales de sacrificio si quebrantaba el pacto con él (Gén. 15:
7-19). ¡Este fue un evento impresionante! Dios se manifestó a Abraham
4

mediante una antorcha de fuego y un horno humeante (como en Éxodo 19:


18) que «pasaba» (hebreo abar) entre los pedazos de los sacrificios de
animales, confirmando su promesa de dar la tierra a los descendientes de
Abraham (Gén. 15: 17). Pasar es un concepto importante, ya que este
término también se utilizó en la época del Éxodo, cuando el Señor pasó
(abar) por Egipto para herir a los que no estaban resguardados por la sangre
del cordero pascual (Éxo. 12: 12, 21-23). Poco después de ese
acontecimiento, Israel pasó (abar) triunfalmente el mar Rojo (Éxo. 14: 21;
Sal. 66: 6).
Un aspecto importante del pacto de Dios con Abraham es que no era un
acuerdo bilateral, un pacto entre dos partes. Por el contrario, dependía
únicamente de la acción de Dios. Dios haría lo que prometió a pesar de la
incredulidad de Israel. J. Nicholas Reid afirma acertadamente: «En Génesis
15, el Señor asume todas las obligaciones. Que sea maldito; que muera si se
viola el pacto. Como enseña el Nuevo Testamento, lo impensable ocurrió en
el Calvario, cuando Dios tomó sobre sí la maldición y murió por su pueblo
(Hech. 20: 28)».5

No hay muchos pactos en el Antiguo Testamento, solo hay un pacto eterno


de gracia. Este pacto tiene siete fases o formas diferentes en la historia: el
pacto adámico (Gén. 1–3), el pacto con Noé (Gén. 6–9), el pacto abrahámico
(Gén. 12: 1-3; 15: 1-21; 17: 1-27), el pacto mosaico o sinaítico (Éxo. 19-24),
el pacto con Finees (Núm. 25: 10-13), el pacto davídico (2 Sam. 7: 5-16) y el
nuevo pacto (Jer. 31: 31-33).
6
La estructura del pacto mosaico y algunos de los otros pactos bíblicos se
basan en el patrón de los tratados de vasallaje de la soberanía hitita, que
también se utilizaban en Egipto. Para comunicarse de manera efectiva, Dios
7

utilizó un estilo que Israel podía entender, y Moisés comunicó el mensaje de


la fidelidad del pacto de Dios en este patrón bien conocido. 8

El asiriólogo Viktor Korošec publicó un estudio de sus hallazgos sobre los


tratados entre los reyes hititas y sus vasallos. En su análisis, descubrió varias
partes bien definidas y distintas que tenían una secuencia bastante regular. 9

Entonces, George Mendenhall, de la Universidad de Míchigan, comparó el


estudio de Koroec con los pactos bíblicos. Como resultado, los estudiosos de
10

la Biblia se sorprendieron al darse cuenta de que se utilizaba un patrón


similar al describir el establecimiento de pactos de Dios con su pueblo. ¡Qué
descubrimiento tan sorprendente!
¿Cómo se elaboraron los antiguos pactos de la época de Moisés? Las
estructuras se construyeron siguiendo el modelo de los tratados de vasallaje
de los hititas, por lo que algunas partes de los pactos bíblicos eran similares:
1. Preámbulo (el Señor se presenta, dice quién es).
2. Prólogo histórico (se explica la relación pasada entre el Señor y su
pueblo).
3. Estipulaciones (se formulan órdenes, se estimula la obediencia).
4. Bendiciones y maldiciones (los que obedezcan recibirán bendiciones; los
desobedientes recibirán maldiciones).
5. Testigos (los testigos pueden ser personas, la tierra, el cielo).
6. Señales del pacto o disposiciones especiales (el arco iris, la circuncisión,
la lectura de la ley en ocasiones especiales, los monumentos, etc.).
Los siguientes son ejemplos de estas estructuras:
1. El Decálogo (Éxo. 20: 1-17). Aunque solo refleja una parte de este
formato, el Decálogo demuestra cómo funciona este modelo: preámbulo
(vers. 2a), prólogo histórico (vers. 2b), estipulaciones (vers. 3-17), testigos
(vers. 18-21), bendiciones y maldiciones (Lev. 27) y disposiciones especiales
(Deut. 6: 6-9).
2. El libro de Deuteronomio. Deuteronomio tiene un preámbulo (1: 1-6a),
un prólogo histórico (1: 6b–4: 43), estipulaciones (4: 44–26: 19), bendiciones
y maldiciones (27: 1–30: 20), testigos (30: 19, 20) y una disposición especial
(31: 9-13).
3. Josué 24. El Señor renueva el pacto con Josué: preámbulo (Jos. 24: 2a),
prólogo histórico (vers. 2b-13), estipulaciones (vers. 14, 15, 23), bendiciones
y maldiciones (vers. 19, 20), testigos (vers. 22) y una disposición especial
(vers. 25-27).
Un estudio cuidadoso que comparó los pactos del primer y segundo milenio
a. C. con el Deuteronomio llegó a la conclusión de que la estructura del pacto
en el libro de Deuteronomio refleja los tratados de vasallaje hititas del
segundo milenio a. C. Paul Lawrence señala: «Así que, a modo de resumen,
se puede concluir que la forma de los pactos que encontramos en el
Pentateuco tiene mucho más en común con los tratados del segundo milenio
a. C. que con sus homólogos del primer milenio a. C. Esto sugiere que estos
pactos son originalmente del segundo milenio a. C.». Además, subraya lo 11

siguiente: «Llama la atención que los prólogos históricos no aparezcan en los


tratados arameos y neoasirios del primer milenio» y que «no haya 12

bendiciones en los tratados asirios del primer milenio». 13

Si bien es cierto que la forma de la estructura literaria de los pactos bíblicos


se tomó de los hititas, también hay que recordar que el contenido es nuevo.
Un estudio más detallado de los escritos de Moisés revela que este pacto
bíblico es obra de una mente maestra. El Espíritu Santo guio todo el proceso;
los medios pudieron ser terrenales, pero el mensaje es divino.
El propósito del mensaje era comunicar eficazmente la verdad sobre Dios y
su fidelidad a su pueblo. Además, Dios informó claramente a su pueblo cómo
debía responder y vivir en una relación estrecha con él. Este pacto renovado
estaba lleno del gran amor de Dios y demuestra su anhelo de tener una
relación más estrecha con su pueblo, un anhelo que se manifestó en la vida y
la muerte de nuestro Señor Jesucristo.

__________
1. «Los resultados preliminares de un estudio del vocabulario de Deuteronomio muestran que 699 de
las 1,285 palabras individuales identificables en el libro pueden encontrarse en textos no hebreos
del tercer y segundo milenio (54.4 % del total), mientras que solo 97 palabras pueden encontrarse
exclusivamente en textos no hebreos del primer milenio (7.5 %). 454 palabras (35.4 %) del
vocabulario de Deuteronomio no tienen paralelos fuera de los documentos hebreos, y 35 (2.7 %)
requieren más investigación». Ver Paul Lawrence, The Books of Moses Revisited [Una revisión a
los libros de Moisés] (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2011), 12n47.
2. Las publicaciones siguientes representan algunos de los estudios más destacados sobre el pacto:
William W. Hallo y K. Lawson Younger Jr., eds., The Context of Scripture [El contexto de las
Escrituras], 4 vols. (Leiden: Brill, 2003); Kenneth A. Kitchen, Ancient Orient and Old Testament
[antiguo Oriente y Antiguo Testamento] (Chicago, IL: InterVarsity, 1966), pp. 90-102; Kenneth A.
Kitchen y Paul J. N. Lawrence, Treaty Law and Covenant in the Ancient Near East [La ley de
tratados y pactos en el Antiguo Oriente Próximo], 3 vols. (Wiesbaden: Harrassowitz Verlag,
2012); Meredith G. Kline, Treaty of the Great King: The Covenant Structure of Deuteronomy:
Studies and Commentary [El tratado del gran Rey: La estructura del pacto en Deuteronomio:
Estudios y comentarios] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1963); Lawrence, Books of Moses
Revisited; Skip MacCarty, In Granite or Ingrained? What the Old and New Covenants Reveal
About the Gospel, the Law, and the Sabbath [¿En tablas o en el corazón? Lo que el antiguo y el
nuevo pacto revelan sobre el evangelio, la ley y el sábado] (Berrien Springs, MI: Universidad
Andrews, 2007); Dennis J. McCarthy, Old Testament Covenant: A Survey of Current Opinions [El
pacto del Antiguo Testamento: Un estudio de las opiniones actuales] (Atlanta, GA: John Knox,
1972); Dennis J. McCarthy, Treaty and Covenant [Los tratados y el pacto], Analecta Biblica 21a
(Roma: Pontificio Instituto Bíblico, 1981); Steven L. McKenzie, Covenant, Understanding
Biblical Themes [El pacto, cómo entender los temas bíblicos] (St. Louis, MO: Chalice Press,
2000); George E. Mendenhall, «Covenant Forms in Israelite Tradition» [Formas de pacto en la
tradición israelita], Biblical Archaeologist 17, no. 3 (septiembre de 1954): pp. 50-76; O. Palmer
Robertson, The Christ of the Covenants [El Cristo de los pactos] (Phillipsburg, NJ: P&R
publishing, 1980); John H. Walton, Covenant: God’s Purpose, God’s Plan [El pacto: El propósito
de Dios, el plan de Dios] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994); y Gordon J. Wenham, Exploring
the Old Testament, vol. 1, The Pentateuch [Explorando el Antiguo Testamento, vol. 1, El
Pentateuco] (Londres: SPCK, 2003), pp. 123-143.
3. W. Schultz fue quien introdujo por primera vez la elaborada estructura del Decálogo en el libro de
Deuteronomio. Ver W. Schultz, Das Deuteronomium [El libro de Deuteronomio] (Berlín: Gustav
Schlawitz, 1859). Esta estructura luego fue mejorada por Stephen A. Kaufman, «The Structure of
the Deuteronomic Law» [La estructura de la ley deuteronómica], MAARAV 1, no. 2 (primavera de
1979): pp. 105-158. En la actualidad, muchos eruditos han adoptado este modelo. Entre ellos:
Mark E. Biddle, Deuteronomy, Smyth & Helwys Bible Commentary [Comentario bíblico Smyth &
Helwys: Deuteronomio] (Macon, GA: Smyth & Helwys, 2003), pp. 197-203; Andrew E. Hill y
John H. Walton, A Survey of the Old Testament [Un estudio del Antiguo Testamento], 2da ed.
(Grand Rapids, MI: Zondervan, 2000), pp. 131-143; Walter C. Kaiser Jr., Toward Old Testament
Ethics [Hacia una ética del Antiguo Testamento] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1983), pp. 127-
137; Eugene H. Merrill, Deuteronomy: An Exegetical and Theological Exposition of the Holy
Scripture, New American Commentary [Deuteronomio: Una exposición exegética y teológica de
las Sagradas Escrituras, Nuevo comentario americano] (Nashville, TN: B&H Publishing, 1994), p.
218; Dennis T. Olson, Deuteronomy and the Death of Moses: A Theological Reading
[Deuteronomio y la muerte de Moisés: Una lectura teológica] (Minneapolis, MN: Fortress, 1994);
Edward J. Woods, Deuteronomy, Tyndale Old Testament Commentaries [Deuteronomio:
Comentario Tyndale del Antiguo Testamento] (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2011), pp. 49-
55.
4. Para más detalles, ver Gerhard F. Hasel, «The Meaning of the Animal Rite in Genesis 15» [El
significado del rito de los animales en Génesis 15], en Journal for the Study of the Old Testament
6, nº 19 (febrero de 1981): pp. 61-78; Jacques B. Doukhan, Genesis, Seventh-day Adventist
International Bible Commentary [Génesis, Comentario Bíblico Internacional Adventista del
Séptimo Día] (Nampa, ID: Pacific Press, 2016), pp. 222-228.
5. J. Nicholas Reid, «Ancient Near Eastern Backgrounds to Covenants» [Antecedentes de los pactos
en el Antiguo Oriente Próximo], en Covenant Theology: Biblical, Theological, and Historical
Perspectives, ed. Guy Prentiss Waters, J. Nicholas Reid y John R. Muether (Wheaton, IL:
Crossway, 2020), p. 465.
6. Ver MacCarty, In Granite or Ingrained?; Gerhard F. Hasel, Covenant in Blood [Pacto de sangre]
(Mountain View, CA: Pacific Press, 1982).
7. Para más detalles, ver Lawrence, Books of Moses Revisited, pp. 47-64; McCarthy, Old Testament
Covenant [El pacto del Antiguo Testamento], pp. 10-22; y Woods, Deuteronomy, pp. 37-47.
8. Sobre las influencias egipcias e hititas en el concepto y la estructura del pacto, ver James K.
Hoffmeier, Ancient Israel in Sinai (Nueva York: Universidad de Oxford, 2011), esp. 181-192.
Lawrence subraya correctamente: «Los pactos del Pentateuco, aunque seguían esencialmente la
forma de tratado de finales del segundo milenio, no eran sus imitadores serviles» (Books of Moses
Revisited, p. 62).
9. Viktor Korošec, Hethitische Staatsverträge: ein Beitrag zu ihrer juristischen Wertung [Los
tratados estatales hititas: una contribución a su evaluación jurídica] (Leipzig: T. Weicher, 1931).
10. George E. Mendenhall, Law and Covenant in Israel and the Ancient Near East [La ley y el pacto
en Israel y el Cercano Oriente Próximo] (Pittsburgh, PA: Presbyterian Board of Colportage of
Western Pennsylvania, 1955).
11. Lawrence, Books of Moses Revisited, p. 64.
12. Books of Moses Revisited, p. 69.
13. Books of Moses Revisited, p. 76.
4. «Amarás a Jehová, tu Dios»

E n los últimos capítulos de Deuteronomio, Moisés revela el gran amor de


Dios por Israel. Utilizando un lenguaje poético para describir al Señor,
entona un cántico y pronuncia una bendición sobre los hijos de Dios. Los
capítulos 32 y 33 de Deuteronomio contienen descripciones de extraordinaria
riqueza sobre Dios. Él es el Ccreador, el Padre, la Roca, el Águila, el
Salvador, el Rey, el Escudo, el Refugio, la Espada y el Ayudador. Es grande,
eterno, fiel, recto y celoso. No practica la injusticia. Él ama, hace morir, da
vida, castiga, hace expiación, libera, guía, protege, legisla, revela, vigila,
guarda, bendice y provee para nuestras necesidades. Moisés también destaca
la singularidad de Dios (Deut. 32: 39; 33: 26). Dios lo es todo para su pueblo,
Está a su favor y nunca en su contra. Para asegurarse de que todos entienden
lo que está diciendo sobre Dios, Moisés hace esta proclamación final:
«¡Bienaventurado tú, Israel!
¿Quién como tú, pueblo salvado por Jehová?
Él es tu escudo protector,
la espada de tu triunfo.
Así que tus enemigos serán humillados,
y tú pisotearás sus lugares altos» (Deut. 33: 29).
El constante amor de Dios
El constante amor de Dios por su pueblo lleva a Israel a corresponderle. Su
amor los motiva a responder con gratitud por las inagotables misericordias de
Dios. Somos capaces de amar solo en la medida en que experimentamos y
llegamos a apreciar el amor desinteresado de Dios. Juan expresa claramente
este pensamiento cuando dice: «Nosotros lo amamos a él porque él nos amó
primero» (1 Juan 4: 19).
En el plan de salvación, primero recibimos las buenas nuevas: el gran amor
de Dios. A esto le sigue el imperativo del evangelio: lo que tenemos que
hacer. Este debe ser el orden lógico para aplicar la verdad de Dios en nuestras
vidas. Inicialmente, se proclama el evangelio (la salvación en Jesucristo,
nuestro Señor) y luego le siguen los mandatos del evangelio. Primero viene la
gracia, luego la obediencia; primero es la fe, luego las obras; primero es la
experiencia de la salvación, y luego interiorizamos y obedecemos la ley. La
salvación es nuestra por gracia, a través de la fe, y la ética es su resultado.
Nuestro misericordioso Señor nos creó y nos redimió; por tanto, el
reconocimiento y aprecio de lo que ha hecho en nuestro favor, nos lleva a
aceptarlo como nuestro Señor y Rey. Cuanto más conozcamos y
experimentemos su bondad, más deseosos estaremos de que su poder
transformador cambie nuestras vidas, nos libere de la esclavitud del pecado y
nos capacite para seguirlo y adorarlo. En este oscuro mundo, él guía nuestras
acciones y decisiones para que reflejemos sus valores. Por ejemplo, Dios sacó
a los hijos de Israel de Egipto, los puso en libertad y solo entonces les entregó
el Decálogo. El apóstol Pablo explica esta fascinante verdad de la verdadera
conversión a los creyentes de Roma: «¿O menosprecias las riquezas de su
benignidad, paciencia y generosidad, ignorando que su benignidad te guía al
arrepentimiento?» (Rom. 2: 4).
Hay numerosos ejemplos de esta verdad. En la creación, Dios hizo todo
perfecto. Después de hacer del ser humano la corona de su creación, ordenó a
Adán y Eva que siguieran sus instrucciones para gozar de una vida próspera y
feliz. Les encargó el mantenimiento del Jardín de Edén, su regalo perfecto
para ellos, en su perfecto estado original (Gén. 1: 28-31; 2: 15-17). Entonces,
cuando Adán y Eva pecaron y se escondieron de Dios, el Señor, en su gracia,
los buscó: «¿Dónde estás?» (Gén. 3: 9). Esta acción llegó a ser el modelo de
la redención. Dios siempre da el primer paso para nuestra salvación (Fil. 2:
12, 13).
En su Epístola a los Romanos, el apóstol Pablo explica el evangelio: todos
somos pecadores y, por ende, necesitamos a Jesucristo como nuestro
Salvador (Rom. 1–8). Aplica estas verdades fundamentales a la nación judía
(capítulos 9–11) y luego presenta cuál debe ser nuestra respuesta, cómo
deben vivir los redimidos en Cristo (capítulos 12–16). Pablo afirma con
acierto: «Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que
presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que
es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Rom.
12: 1, 2). El apóstol hace lo mismo en la Epístola a los Efesios: primero habla
de las riquezas de la misericordia de Dios (Efe. 1–3) y luego señala cómo
caminar a la luz del evangelio (capítulos 4–6). Este es un patrón importante:
primero tenemos que proclamar la gracia de Dios y luego ayudar a los que
son tocados por su amor a saber cómo seguirlo en el poder de su Espíritu
(Rom. 8: 1-17).
Moisés exhorta encarecidamente a los creyentes a amar a Dios, porque solo
con amor podemos corresponder al amor de Dios. El autor exhorta diez veces
a Israel a amar a Dios (Deut. 6: 5; 10: 12; 11: 1, 13, 22; 13: 3; 19: 9; 30: 6,
16, 20) y subraya que Dios bendice a los que lo aman (Deut. 5: 10; 7: 9). Los
creyentes también deben amarse unos a otros, y a los extranjeros que se
encuentran entre ellos, porque Dios también los ama (Deut. 10: 18, 19). El
libro también se refiere al amor de un siervo por su amo (Deut. 15: 16) y al
amor de un esposo por su esposa (Deut. 21: 15, 16). Deuteronomio es la carta
de amor de Dios a su pueblo y, en sus discursos, Moisés describe con
elocuencia la devoción, la fidelidad y el interés de Dios por sus hijos.
Deuteronomio se centra en el amor de Dios por Israel, que demanda a cambio
un compromiso total de amor. El amor de Dios se presenta como la principal
motivación para la obediencia. De este modo, Deuteronomio recuerda a todos
los verdaderos seguidores de Dios que, como comunidad de creyentes,
estamos llamados a recordar el amor del Señor y a poner en práctica dicho
amor obedeciendo su ley y mostrando amor hacia los demás. Dios nos ama,
por ende, estamos llamados a amar.
¿Qué es el amor?
El mandamiento que nos llama a amar puede hacer que nos detengamos y
nos preguntemos si el amor puede ser ordenado. Dos de los mayores
mandatos de las Escrituras comienzan con el imperativo de amar: ama a Dios
con todo tu corazón y ama a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19: 18; Deut.
6: 5; Mat. 22: 37-40; Luc. 10: 27). Resulta chocante saber que Dios nos
ordena amar. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo se puede exigir el amor? La
sociedad posmoderna está confundida sobre la naturaleza del amor debido a
la forma cómo Hollywood y los medios de comunicación lo representan. El
mensaje erróneo sobre el amor es que el amor es algo personal y privado. Si
bien el amor es un sentimiento agradable, nuestros sentimientos pueden
cambiar y son susceptibles a las circunstancias de la vida. Si me hace sentir
bien, significa que debe ser bueno y correcto.
Viendo así las cosas cabe que nos preguntemos: el amor verdadero,
¿depende de nuestros sentimientos, tan inestables, inseguros y engañosos?
Por otra parte, ¿cómo se puede exigir el amor? Para responder a estas
preguntas tan importantes, tenemos que darnos cuenta de que, en el sentido
bíblico, los buenos sentimientos siguen al amor y a hacer lo correcto. Por
tanto, el amor no se define por los sentimientos o por momentos ocasionales
de euforia.
En contra de la opinión popular, el amor verdadero va más allá de nuestras
emociones, sentimientos o pasiones temporales. En primer lugar, el amor
bíblico es una decisión. Al igual que el amor matrimonial, es una decisión
para toda la vida (Gén. 2: 24). En segundo lugar, el amor verdadero es un
compromiso, donde la fidelidad juega un papel crucial. En ese sentido, la
verdadera pregunta antes de casarnos con alguien no es si amamos a esa
persona, sino si estamos comprometidos con ella, pase lo que pase. Solo
podemos aprender del amor genuino a través del constante amor que emana
de la vida de Jesús. Cristo nos amó incluso cuando éramos pecadores y
estábamos enemistados con él (Rom. 5: 6-8; Efe. 2: 1-3, 12). Esto nos lleva al
tercer punto: el amor es un principio. No está moldeado por las emociones
del momento. Nosotros decidimos, nos comprometemos y cumplimos. Amar
es más que una emoción o un análisis racional; es una entrega total. Y de este
compromiso incondicional fluye la alegría, la paz, la armonía, la felicidad, la
colaboración, la seguridad y la estabilidad. Por eso, Dios revela que el amor
es el mandato, el principio y el sólido fundamento del que depende todo lo
demás.
Alguien afirmó sabiamente que el amor es un verbo, porque el amor
siempre está en acción y se centra en los demás, no en uno mismo. En el
Nuevo Testamento, la mejor definición del amor verdadero la proporciona el
apóstol Pablo en 1 Corintios:
«El amor es sufrido, es benigno;
el amor no tiene envidia;
el amor no es jactancioso, no se envanece,
no hace nada indebido, no busca lo suyo,
no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia,
sino que se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, cesarán las
lenguas y el conocimiento se acabará» (1 Cor. 13: 4-8).
El amor está por encima de todo, y por este tipo de amor genuino se juzga
toda acción. Por eso el apóstol afirma: «Si yo hablara lenguas humanas y
angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo
que retiñe. Y si tuviera profecía, y entendiera todos los misterios y todo
conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes,
y no tengo amor, nada soy. Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer
a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de
nada me sirve» (vers. 1-3).
De este modo, el mito moderno del amor sentimental queda derrotado. El
emocionalismo es agradable por un momento, pero en los compromisos a
largo plazo no ayuda e incluso puede ser perjudicial al causar dolor,
decepción y depresión. El amor es una flor frágil de origen celestial que hay
que cultivar y regar constantemente para que no se marchite ni desaparezca.
Sería provechoso que cada uno de nosotros aprendamos de memoria 1
Corintios 13, meditemos en él y lo pongamos en práctica. De este modo,
mediante el poder del Espíritu Santo, mejorarían todas nuestras relaciones.
Aprende a temer a Dios
El amor está estrechamente relacionado con el temor a Dios. En los idiomas
modernos se ha perdido esta asociación porque la semántica del temor y del
amor no vincula estos dos conceptos. Asociamos el temor con emociones y
actitudes negativas, como tener miedo de una persona o de una situación.
Pero en la Biblia, temer a Dios está vinculado con amarlo y estar totalmente
dedicados a él, así como los enamorados se comprometen el uno con el otro.
Uno de los pasajes que mejor ilustra este concepto es Deuteronomio 10: 12,
donde Moisés afirma: «Ahora, pues, Israel, ¿qué pide de ti Jehová, tu Dios,
sino que temas a Jehová, tu Dios, que andes en todos sus caminos, que ames
y sirvas a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma». El texto
explica por aposición lo que significa temer a Dios: significa andar en todos
sus caminos, es decir, obedecerle, amarle, servirle completamente, estar a su
disposición y ser su canal de bendición para otros.
Temer a Dios es una enseñanza crucial que aparece en lugares clave de
Deuteronomio (ver Deut. 4: 10; 5: 29; 6: 2, 13, 24; 8: 6; 10: 12, 20; 13: 4; 14:
23; 17: 19; 25: 18; 28: 58; 31: 12, 13). La idea de temer al Señor aparece
1

quince veces en Deuteronomio. En general, hay veintitrés usos del término


hebreo yaré («temor», «miedo», «terrible», «reverencia») en Deuteronomio
que no hacen referencia al temor de Dios (de las treinta y ocho veces en total
que aparece esta palabra), como en Deuteronomio 1: 19, 21, 29; 2: 4; 7: 19;
11: 25; 28: 10. El Señor es un «Dios grande y temible» (Deut. 7: 21; 10: 17),
2

y el pueblo de Dios necesita aprender a temerle siguiendo las enseñanzas e


indicaciones de Deuteronomio.
Temer a Dios significa escogerlo como nuestro Señor y seguir sus
enseñanzas en cada aspecto de nuestras vidas. Significa vivir en su presencia,
reconocer que él está con nosotros y consultar su voluntad revelada en
nuestra toma de decisiones. Es significativo que Moisés señale varias veces
que no sabemos cómo temer a Dios o cómo amarlo y obedecerlo,
necesitamos aprender a hacer estas cosas (Deut. 14: 23; 31: 12, 13). Incluso
los futuros reyes necesitaban estudiar cuidadosamente el libro de
Deuteronomio para aprender a temer al Señor (Deut. 17: 19). Ante Dios,
somos como niños pequeños que necesitan aprender a caminar con él.
¿Qué significa temer a Dios?
Ningún mandato de Dios se da en el vacío. El precepto de temer a Dios
presupone un conocimiento de la bondad de Dios y de su amoroso carácter.
El Señor es fiel, bondadoso, misericordioso, santo y justo. Estas cualidades y
virtudes nos atraen a Dios porque está lleno de compasión, gracia, paciencia
y perdón, y siempre está en busca de sus hijos perdidos. Dios mismo revela
estas características a Moisés: «¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso
y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado,
pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado» (Éxo. 34: 6, 7).
Esta autorrevelación de Dios es el mensaje fundamental de quién es él. Es
como un diamante precioso con facetas brillantes o como un hilo de oro
tejido en un tapiz. Es el Juan 3: 16 del Antiguo Testamento y expresa la
revelación de Dios, repitiéndose o parafraseándose a menudo en lugares clave
de las Sagradas Escrituras (por ejemplo, Núm. 14: 18; Neh. 9: 17; Sal. 86: 15;
103: 8; 145: 8; Joel 2: 13; Jon. 4: 2).
Esta observación nos enseña que solo podemos temer a Dios si lo
apreciamos a él y a sus atributos. Solo cuando estemos agradecidos por lo
que él ha hecho y lo que está haciendo en nuestras vidas, el temor a Dios se
convertirá en algo más que un concepto. Solo entonces se convertirá en un
estilo de vida, no solo en una actividad adicional en nuestro desempeño, sino
en una vida llena de gozo delante de la presencia de Dios, que se conduce de
acuerdo con sus normas. Lo que transforma completamente nuestra forma de
ser es nuestra respuesta a la gracia salvadora y a la dirección de Dios en
nuestras vidas. Esto influye en nuestras metas, en nuestros planes y en todo lo
que hacemos.
En términos sencillos, ¿qué significa temer a Dios? Significa cultivar su
presencia en nuestros corazones y tomar decisiones en el marco de su gracia,
respetando su voluntad revelada y sus planes para nosotros. La presencia de
Dios santifica nuestras intenciones y pensamientos, haciendo que nos
deleitemos en el Señor y en su ley (Sal. 1: 2; 37: 4; Prov. 3: 5, 6). De este
modo, aprendemos a confiar y a crecer en él.
Es así como el respeto y la reverencia hacia Dios se encuentran detrás de
este corto mandato, que tiene implicaciones tan grandes. Temer a Dios es
sintonizar su frecuencia y dejar que su voz nos dirija. Por tanto, no es de
extrañar que temer a Dios sea el primer imperativo del evangelio eterno
(Apoc. 14: 6, 7). De este modo, cambia todo en nuestras vidas porque su
presencia en nosotros lo es todo. 3

__________
1. Jiří Moskala, «The Meaning of the Fear of God: The Crucial Notion of the Everlasting Gospel–a
Biblical Study» [El significado del temor de Dios: La noción crucial del evangelio eterno: un
estudio bíblico], en Journal of the Adventist Theological Society 30, nos. 1, 2 (2019): pp. 1-20.
2. El sustantivo «temor» aparece una vez (Deut. 2: 25), y el adjetivo «temeroso/medroso» se emplea
una vez (Deut. 20: 8).
3. Jiří Moskala, «The Indispensable God’s Presence: Toward the Theology of God’s Face» [La
indispensable presencia de Dios: Hacia la teología del rostro de Dios], Current 8 (otoño 2020): pp.
36-43.
5. «El extranjero dentro de tus
puertas»

E l título de este capítulo es una referencia al cuarto mandamiento: «El


séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios. Ninguna obra harás tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún
animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, para que tu siervo
y tu sierva puedan descansar como tú» (Deut. 5: 14). Los israelitas debían ser
bondadosos con los extranjeros y forasteros puesto que ellos mismos habían
sido esclavos en Egipto, y Dios los había liberado. Por su misericordia, él los
libró de la esclavitud: «Acuérdate de que fuiste siervo en tierra de Egipto, y
que Jehová, tu Dios, te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido» (vers.
15).
En Deuteronomio 10: 19, Moisés añade: «Amaréis, pues, al extranjero,
porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto». De este modo, se amonestó
a los israelitas a ser amables con los inmigrantes y a recordar que habían sido
extranjeros en Egipto. No era un momento para la venganza, sino para la
compasión y la bondad. Sus actos de misericordia demostrarían su aprecio
por la misericordiosa obra de Dios en su favor. Como ahora eran libres, en su
prosperidad debían pensar siempre en los necesitados y buscar con interés la
manera de ayudarlos. Dios aconsejó a los israelitas a no tratar a los
extranjeros como habían sido tratados en Egipto. Debían estimar a todos y
tratarlos con dignidad. Los extranjeros debían tener derecho a una vida
próspera. Al ser extranjeros en Egipto, conocían la amargura y las
privaciones de esa experiencia, por lo que debían tratar a los extranjeros con
compasión, dignidad, cuidado y amor. Nadie debía ser maltratado, pasar
hambre o empobrecerse. De hecho, la experiencia del reposo sabático incluía
también a los extranjeros.
Abraham también fue extranjero y advenedizo en la tierra de Canaán (Gén.
23: 4; comparar con Heb. 11: 9). Dios lo bendijo porque demostró
benevolencia hacia los demás (Gén. 14: 22-24; 18: 1-8). Recordando la
hospitalidad de Abraham con los tres visitantes, el escritor de Hebreos
declara: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin
saberlo, hospedaron ángeles» (Heb. 13: 2). A los israelitas se les enseñó a
ayudar a las personas que pasaban por momentos difíciles: «Si alguno de tus
compatriotas se empobrece y no tiene cómo sostenerse, ayúdale como lo
harías con el extranjero o con el residente transitorio; así podrá seguir
viviendo entre ustedes» (Lev. 25: 35, NVI).
La justicia social
El principio de justicia social exige que nos valoremos mutuamente porque
todos hemos sido creados a imagen de Dios (Gén. 1: 27). No hay
excepciones. Aunque el pecado ha estropeado esta imagen, debemos tratarnos
con respeto porque quien menosprecia a las criaturas de Dios, ultraja a su
Hacedor.
Tanto el Pentateuco como los profetas del Antiguo Testamento subrayan la
importancia de prestar ayuda práctica a los extranjeros. Esta ayuda va de la
mano con la atención a los pobres, los huérfanos y las viudas (Éxo. 22: 21-
27; Lev. 23: 22; Deut. 10: 18; 14: 29; 16: 11, 14; 24: 17-21; 26: 12, 13; 27:
19; comparar con Sal. 9: 8, 9; 10: 18; 68: 5, 6; 82: 3; 146: 7, 9). Los profetas
bíblicos son muy elocuentes al respecto. Echemos un vistazo a estas cinco
declaraciones proféticas del Antiguo Testamento.
1. Isaías amonesta: «Aprended a hacer el bien, buscad el derecho, socorred
al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda» (Isa. 1: 17;
comparar con Isa. 10: 1-3; 58: 6, 7).
2. Jeremías clama: «Actuad conforme al derecho y la justicia, librad al
oprimido de mano del opresor y no robéis al extranjero, al huérfano y a la
viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar» (Jer. 22: 3; comparar con
Jer. 22: 13, 16; Eze. 22: 7).
3. El profeta Amós amonesta: «¡Pero que fluya el derecho como las aguas,
y la justicia como arroyo inagotable!» (Amós 5: 24, NVI).
4. El profeta Zacarías declara: «Así habló Jehová de los ejércitos: “Juzgad
conforme a la verdad; haced misericordia y piedad cada cual con su
hermano; no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre, ni
ninguno piense mal en su corazón contra su hermano”» (Zac. 7: 9, 10;
comparar con Jer. 21: 12).
5. El profeta Malaquías expone la declaración del Señor: «Vendré a
vosotros para juicio, y testificaré sin vacilar contra los hechiceros y
adúlteros, contra los que juran falsamente; contra los que defraudan en su
salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen injusticia
al extranjero, sin tener temor de mí, dice Jehová de los ejércitos» (Mal. 3:
5).
«Yo, el Señor, amo la justicia» (Isa. 61: 8; comparar con Jer. 9: 24). El
amor y la justicia deben ir siempre juntos (Ose. 12:6; comparar con Ose. 2:
19). En el Nuevo Testamento, Santiago destaca el mismo tema: «La religión
pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a
las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo» (Sant. 1:
27; comparar con Sant. 2: 2-6).
Los dos mandamientos más importantes (amar a Dios y amar al prójimo)
son inseparables (Mar. 12: 28-31). No se puede amar a Dios y odiar al
hermano o a la hermana, al extranjero o a la extranjera. Juan utiliza un
lenguaje extremadamente fuerte para dejar claro este punto: «Si alguno dice:
“Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es mentiroso» (1 Juan 4: 20).
Para vivir una vida de anegación, centrada en Dios y en el prójimo, tenemos
que dejar que Dios nos transforme. En palabras de Moisés: «Circuncidad,
pues, vuestro corazón» (Deut. 10: 16, LBLA). Este mandamiento se
pronuncia en el contexto de la terquedad de Israel: «No endurezcáis más
vuestra cerviz» (vers. 16). No basta con circuncidarse externamente. Lo que
se necesita es un nuevo corazón (Eze. 11: 19), y esta transformación no se
puede lograr con el esfuerzo humano.
El trasplante de corazón solo es posible por la obra especial de Dios en
nuestras vidas. Es el Espíritu de Dios quien realiza el milagro de sustituir el
«corazón de piedra» por «un corazón de carne» (Eze. 36: 26); es decir, un
corazón sensible, reflexivo, compasivo y obediente.
Los mandamientos sabáticos deberían ayudarnos en este sentido. El sábado
demuestra que el Dios que nos creó y redimió nos valora profundamente, nos
reconoce como suyos y nos ama. El mandamiento del sábado destaca la
dignidad de todas las personas, revelando el valor inherente de cada ser
humano, independientemente de su edad, sexo, educación, raza, nacionalidad,
estatus social, religión o logros alcanzados. Hemos sido creados a imagen y
semejanza de Dios, y nadie puede arrebatarnos este bien. El plan de Dios es
restaurar su imagen en su plenitud mediante el poder transformador de su
gracia, su Palabra y su Espíritu. El sábado es el ambiente ideal para cultivar
este tipo de relación con Dios. Él nos ha dado este regalo, este «palacio en el
tiempo», para que podamos adorar a nuestro Sumo sacerdote y Rey. El
1

delicioso compañerismo y la exquisita comunión con nuestro Creador,


Redentor, Rey, Sacerdote y Profeta deberían llevarnos a hacernos amigos de
Jesús (como lo fue Moisés; ver Éxo. 33: 11) y a servir con amor a la gente
que nos rodea (Luc. 10: 36, 37; Juan 13: 34, 35).
Reflexiones sobre el sábado y la justicia social
Es significativo que la idea de cuidar al extranjero y a los siervos, así como
a los animales, se prescriba en el mandamiento del sábado. Sería bueno que
prestemos atención cuidadosa a este contexto, porque el cuarto mandamiento
a menudo se ve desde una perspectiva estrecha. Es decir, como un día de
descanso del trabajo, como un día para el culto en la iglesia, o como una parte
del importante debate entre guardar el sábado o el domingo. Aunque estos
aspectos del mandamiento son importantes, solo abarcan una parte de su
profundo significado. No debemos pasar por alto el aspecto social de este
mandamiento. El buen trato a los extranjeros, los esclavos y los animales es
una preocupación importante y parte integral del mandamiento del sábado.
Esto también significa que esta ley, así como el relato bíblico de la creación
(Gén. 1; 2), puede servir de base para estudios ambientales y sociales.
Muchos estudiantes sinceros de la Biblia quedan desconcertados e incluso
escandalizados al darse cuenta de que la Biblia contiene dos versiones del
mandamiento del sábado que difieren ligeramente entre sí. Notan que
Deuteronomio 5 presenta un Decálogo diferente al de Éxodo 20,
especialmente en lo que respecta al mandamiento del sábado. Entonces se
preguntan: «¿Cómo puede ser esto? ¿No escribió Dios los mandamientos en
las dos tablas? Entonces, ¿cómo pueden diferir?». Las dos versiones del
mandamiento del sábado difieren principalmente en la cláusula de
motivación. Estos dos relatos dan razones distintas para guardar el sábado.
Comparemos brevemente estos dos relatos.
Dos versiones del mandamiento del sábado
La versión del Éxodo dice así: «Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis
días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para
Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas,
porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas
que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el
sábado y lo santificó» (Éxo. 20: 8-11).
La versión de Deuteronomio es ligeramente diferente: «Guardarás el sábado
para santificarlo, como Jehová, tu Dios, te ha mandado. Seis días trabajarás y
harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios.
Ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu
buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus
puertas, para que tu siervo y tu sierva puedan descansar como tú. Acuérdate
de que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová, tu Dios, te sacó de allá
con mano fuerte y brazo extendido, por lo cual Jehová, tu Dios, te ha
mandado que guardes el sábado» (Deut. 5: 12-15).
Estos dos relatos sobre el sábado tienen las mismas ideas centrales: los
seguidores de Dios deben santificar el día de reposo, y deben trabajar seis
días, pero no trabajar el séptimo. Sin embargo, al comparar estos dos pasajes,
percibimos las siguientes diferencias:
1. Las primeras palabras son diferentes. Éxodo 20: 8 emplea el verbo
hebreo zakar (acuérdate), utilizado en el sentido de no olvidar el día de
reposo y mantenerlo fresco en la mente y el corazón. Sin embargo,
Deuteronomio 5: 12 emplea el verbo hebreo shamar (guardarás), que
significa guardar, cuidar y practicar la observancia del día de reposo.
2. Deuteronomio 5: 12 incluye una cláusula adicional: «Como Jehová, tu
Dios, te ha mandado». De este modo se destaca el origen divino de este
mandamiento.
3. Deuteronomio 5: 14 contiene las palabras adicionales: «Ni tu buey, ni tu
asno, ni ninguno animal tuyo». Por ende, se extiende el descanso al mundo
animal y se subraya su carácter inclusivo.
4. El mismo versículo tiene una explicación adicional sobre el descanso de
los sirvientes: «Para que tu siervo y tu sierva puedan descansar como tú», lo
que subraya igualdad de descanso para los diferentes miembros de la casa.
5. La mayor diferencia está en la razón por que debemos guardar el sábado.
Éxodo 20 afirma que la causa es la Creación en seis días: «Porque en seis
días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos
hay, y reposó en el séptimo día, por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo
santificó» (vers. 11). En cambio, Deuteronomio 5 explica el mandamiento
del sábado desde la perspectiva de la liberación de Egipto: «Acuérdate de
que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová, tu Dios, te sacó de allá
con mano fuerte y brazo extendido, por lo cual Jehová, tu Dios, te ha
mandado que guardes el sábado» (vers. 15).
¿Cómo debemos entender estas diferencias, especialmente las distintas
motivaciones para guardar el sábado? La razón de las diferencias radica en el
hecho de que estas dos versiones se publicaron en dos ocasiones distintas,
cuando la realidad histórica había cambiado. En el Éxodo, Dios mismo
proclama los Diez Mandamientos desde el Monte Sinaí (Éxo. 20: 2-17), y
luego los escribe en dos tablas de piedra y se los entrega a Moisés (Éxo. 31:
18; 32: 19; 34: 4, 28; 40: 20). Pero en Deuteronomio 5, Moisés recita el
mandamiento del sábado en su sermón, y aplica el contenido a la liberación
de los israelitas de la esclavitud y a su nueva situación social, sin negar la
razón de la Creación para la observancia del sábado. Simplemente no la
menciona ni la comenta. Así que la diferencia está en la retórica de Moisés,
que está predicando a Israel y aplicando este mandamiento a su audiencia y a
su reciente experiencia del Éxodo. Como profeta inspirado (Deut. 18:15),
interpreta la intención de este mandamiento según lo exigen las
circunstancias. Amplía fielmente el propósito del mandamiento señalando
explícitamente las diferentes entidades que abarca: siervos, extranjeros y
animales. El texto anterior del código del pacto pone en primer plano el
aspecto social: «Seis días trabajarás, pero el séptimo día reposarás, para que
descansen tu buey y tu asno, y tomen refrigerio el hijo de tu sierva y el
extranjero» (Éxo. 23: 12).
El fundamento del sábado en Éxodo 20 es la Creación, pero Deuteronomio
5 destaca su dimensión social, es decir, libertar a los oprimidos. Moisés está
bosquejando la teología detrás del sábado, destacando los aspectos redentores
y sociales del cuarto precepto para todos, además del motivo de la Creación.
De este modo, estas dos justificaciones del sábado son complementarias y
nos ayudan a entender este mandamiento desde una perspectiva más amplia.
En Deuteronomio, el mandamiento del sábado está relacionado con los dos
primeros mandamientos que prohíben tener otros dioses o hacer ídolos.
Según estos dos mandamientos, solo Dios puede ser el amo y Señor de
nuestra vida social. Por tanto, el sábado nos recuerda que hemos sido creados
a imagen de Dios. No hay excepción, todos somos hijos de Dios: hombres,
mujeres, niños, siervos, esclavos y extranjeros. El sábado libera a las
personas de las barreras sociales y los prejuicios. Pide a los seres humanos
que sean amables y solidarios, no solo con los que les rodean, sino también
con los extranjeros, los marginados e incluso los animales. No es posible la
discriminación si se guarda verdaderamente el sábado, porque la
discriminación se basa en las distinciones de sexo, color, estatus social,
educación, nacionalidad o religión. Todos fuimos creados en igualdad de
derechos. Moisés subraya que Dios es un Dios personal y que cada ser
humano es una persona única y debe ser tratado con respeto y dignidad.
Deuteronomio 5 determina el orden social reafirmando varios tipos de
designaciones sociales. Se enumeran nueve grupos: tú (que incluye también a
tu cónyuge), tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, tu buey, tu asno, cualquier
otro animal y el extranjero. El cuidado del mundo animal apunta a las
preocupaciones ecológicas, haciéndose eco de la frase de que el Señor creó
«los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay» (Éxo. 20:
11). Como seres humanos, debemos proteger el orden creado por Dios, al
igual que Adán y Eva recibieron debían hacerlo en la Creación (Gén. 1: 26,
28).
Durante su ministerio, Jesús también destacó la importancia de cuidar de las
personas necesitadas. En su parábola sobre el juicio final (Mat. 25: 31-46),
enumera seis actividades en cuatro ocasiones, incluyendo el tierno cuidado
hacia los extraños, siempre en la misma secuencia: «Porque tuve hambre y
me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me
recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la
cárcel y fuisteis a verme» (vers. 35, 36). Los personajes de la parábola actúan
automáticamente de forma desinteresada, como si fuera la rutina y la práctica
normal de su vida, por lo que se sorprenden cuando escuchan una gran
aclamación del propio Rey: «Todo lo que hicieron por uno de mis hermanos,
aun por el más pequeño, lo hicieron por mí» (vers. 40, NVI).
Los actos de misericordia solo tienen valor cuando se realizan por motivos
correctos: el amor, la compasión y la bondad (1 Cor. 13: 1-3). El profeta
Miqueas resume elocuentemente este principio bíblico con estas conocidas
palabras:
«Hombre, él te ha declarado lo que es bueno,
lo que pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia,
amar misericordia
y humillarte ante tu Dios»
(Miq. 6:8; comparar con Deut. 16: 20).

__________
1. Abraham J. Heschel, The Sabbath: Its Meaning for Modern Man [El sábado: Su significado para el
hombre moderno] (Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 2005), p. 15.
6. ¿Qué otra nación hay tan grande?

L a frase «qué otra nación hay tan grande» es una cita de Deuteronomio 4:
7 (NVI). En Deuteronomio 4, Dios explica a su pueblo qué lo hace ser
diferente y cuáles son las condiciones para conservar su grandeza. La razón
de su singularidad radica en Dios, su Líder. Esto se debe a que su Señor es un
Dios vivo, grande, santo, bondadoso, sabio, justo y entendido. Por eso su
pueblo también puede mostrar grandeza, sabiduría y entendimiento. Su
carácter distintivo se fundamenta en que (1) su Dios está con ellos, (2)
responde sus oraciones, y (3) les ha dado leyes sabias y justas (Deut. 4: 6-8).
Después de que Moisés les recuerda a los hijos de Israel cómo Dios los ha
guiado con su poder y misericordia durante casi cuarenta años (desde Egipto
hasta las llanuras de Moab y ahora hasta los límites de la Tierra Prometida),
los exhorta a ser fieles al Señor. Señala siete acontecimientos clave durante
su viaje desde el monte Sinaí (Deut. 1-3) y amonesta al pueblo a que escuche
y siga a su poderoso Dios y no a los «dioses hechos por manos de hombres,
de madera y piedra, que no ven ni oyen ni comen ni huelen» (Deut. 4: 28).
Estos ídolos no son nada, pero el Dios de Israel ha demostrado ser un Dios
amante.
Después de la lección de historia, en Deuteronomio 4, Moisés explica el
propósito de su primer sermón. La prosperidad futura de Israel depende del
respeto a su Dios, a su Ley y a sus instrucciones. Este principio se expresa
con claridad en los dos últimos versículos del discurso de Moisés: «Aprende
pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y
abajo en la tierra; no hay otro. Guarda sus estatutos y sus mandamientos, los
cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti,
y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da para siempre»
(vers. 39, 40).
En su discurso, Moisés expone ante el pueblo importantes principios de
vida a fin de preservar su condición piadosa y singular. De este modo,
Deuteronomio 4 puede dividirse en las cinco secciones siguientes:
1. Dios es santo, imparte la ley y juzga a su pueblo (Deut. 4: 1-8). Moisés
comienza su argumentación con la palabra clave «oír» (hebreo shamá), que
significa escuchar u obedecer. Necesitamos escuchar las instrucciones de
Dios y luego obedecerlas. Este es un tema frecuente en Deuteronomio
(Deut. 4: 1; 5: 1; 6: 4; 9: 1; 20: 3), porque sus bendiciones fluyen de una
relación estrecha con el Señor y de la obediencia a su ley. Cuando alguien
está dispuesto a escuchar la ley de Dios, significa que entiende los asuntos
de la vida y hace lo correcto, siguiendo así las instrucciones y la voz de
Dios (Deut. 4: 30; 6: 3; 12: 28; 27: 10; 30: 2, 8). Los que escuchan y
entienden la Palabra de Dios la amarán, la guardarán y la obedecerán. Este
es un resultado natural de conocer la bondad de Dios. Tales personas lo
seguirán por gratitud; no porque tengan que hacerlo, sino porque quieren
hacerlo. La bondad del Señor lleva a las personas a arrepentirse y ser
agradecidas, y la apreciación de su fidelidad las induce a ser fieles, creando
en ellas las mejores motivaciones.
El Señor les había entregado la ley y ahora los introducirá en la tierra.
Conservarán su hogar y su país de forma permanente siempre y cuando vivan
en armonía con su voluntad revelada. Los principios de su ley son inmutables
y normativos, por lo que no pueden ser alterados (Deut. 4: 2). Tienen que
cumplirlos y vivir de acuerdo con su propósito.
El pueblo de Dios necesita tomar en serio al Dios de Moisés, porque
seguirlo y a sus enseñanzas es cuestión de vida o muerte. Moisés explica este
punto con dos ejemplos: (1) los trágicos sucesos de Baal-peor (vers. 3),
descritos en Números 25, en los que el pueblo hizo caso omiso a las
indicaciones de Dios y murió; y (2) su propio fracaso en el cumplimiento de
las indicaciones de Dios, revelado en Números 20 (Deut. 4: 21). Nadie está
exento de la obediencia y del juicio de Dios. Los que se aferran al Señor
(raíz hebrea dabaq; ver Gén. 2: 24; Rut 1: 14) como un marido a su amada
esposa, pasan satisfactoriamente por su juicio y preservan la vida (Deut. 4: 4;
comparar con Deut. 10: 20). Para disfrutar de la plenitud de la vida y de la
felicidad, Dios les ha dado leyes sabias y justas; si las obedecen, las demás
naciones reconocerán que Israel es una gran nación.
2. El Dios soberano se revela y establece el pacto (Deut. 4: 9-14). El
episodio de la autorrevelación de Dios desde el fuego en Horeb se
menciona varias veces, siempre en relación con la teofanía (vers. 12, 15, 33,
36). Dios es «fuego consumidor» (vers. 24), él es juez. Él ha establecido el
pacto con Israel, hecho que se menciona tres veces en este capítulo (vers.
13, 23, 31), lo cual indica que este es un tema dominante. Al establecer el
pacto, Dios toma la iniciativa, demuestra su fidelidad y permanente
comunión con su pueblo. La palabra de Dios, expresada en los Diez
Mandamientos, es el núcleo de este pacto (vers. 13).
3. Resumen del pacto de Dios: advertencia contra la idolatría (Deut. 4: 15-
24). En el centro de su llamado, Moisés advierte a Israel contra la idolatría.
Cuando Dios les habló en Horeb, no vieron su forma; por tanto, no debían
representar al Dios eterno con nada material, como imágenes de talla y de
fundición, estatuas o figuras. En su lugar, necesitan cultivar una relación
espiritual con el Dios vivo. Según el versículo 20, Dios los salvó y los
rescató para hacerlos el pueblo de su heredad, y ahora les ordena que
guarden sus leyes y se abstengan de hacer ídolos.
4. El Dios misericordioso llama testigos (Deut. 4: 25-31). Podemos resumir
la conclusión del primer sermón de Moisés con la siguiente frase de la carta
a los Hebreos: «Viendo al invisible» (Heb. 11: 27). Dios nunca se reveló a
Israel en ninguna forma específica, sino que les habló solo de viva voz:
«Oísteis la voz de sus palabras, pero a excepción de oír la voz, ninguna
figura visteis» (Deut. 4: 12; ver también Deut. 4: 15, 33, 36; 5: 5, 22-26).
Por eso, no se le puede limitar a ninguna imagen o escultura, convirtiéndolo
así en un ídolo. Él trasciende la más fecunda imaginación humana. Es un
Dios vivo, por lo que ninguna representación puede captar quién es. La
tarea de Israel es seguir con gratitud su dirección y obedecer sus
enseñanzas.
5. El Dios de amor y el llamado final a la obediencia (Deut. 4:32-40). El
Dios de Israel es extraordinario, imponente y magnífico. En Deuteronomio
4, se presenta como «Jehová» (vers. 1, 3, 12, 14, 15, 20, 21, 27, 35, 39), el
«Dios de tus padres» (vers. 1), «Jehová, tu/vuestro Dios» (versículos 2, 3, 4,
10, 19, 21, 23 [dos veces], 24, 25, 29, 30, 31, 34, 40), «Jehová, mi Dios»
(vers. 5), «Jehová, nuestro Dios» (vers. 7), un «fuego consumidor» (vers.
24), un «Dios celoso» (vers. 24), «Dios» (vers. 32, 33, 35), «su presencia»
(vers. 37), y «Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra» (vers. 39). El
Señor se revela a su pueblo como un Dios que se interesa e interviene en los
asuntos del ser humano «con señales, con milagros y con guerra, y mano
poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores» (vers. 34). Él ama a los
israelitas (vers. 37), por eso los escogió, los sacó de Egipto con gran poder
y les dio sus leyes. Moisés les ruega que obedezcan las instrucciones y
enseñanzas de Dios porque la obediencia es crucial para un futuro exitoso.
La Ley: un regalo de Dios
¿Cómo es posible que Israel llegara a ser tan grande como nación? Como se
explicó anteriormente, la respuesta de Moisés es triple (vers. 6-8), pero la
razón principal fue el hecho de que Dios les dio leyes justas y sabias. El
Decálogo era la Carta Magna de todo, ya que todas las demás leyes surgían
de los Diez Mandamientos. Este es el tema principal de Moisés en su
segundo sermón (Deut. 4: 44-28: 68), donde cada ley, precepto, decreto,
mandato, testimonio y estatuto (diferentes términos sinónimos que señalan el
corpus específico de las distintas leyes; ver Deut. 4: 1, 5, 14, 40, 44; 5: 1; 6:
1, 2, 20, 24; 7: 9, 11; 8: 11; 11: 1; etc.) se explica cuidadosamente como una
extensión del Decálogo.
Algunas de las otras colecciones de leyes antiguas de Oriente Medio que
preceden a la época de Moisés son similares, pero la mayor parte de la
legislación israelí es exclusiva de Israel. El Código de Hammurabi, escrito
hacia el 1750 a. C. (trescientos años antes del Éxodo), con sus 282 leyes, no
es el primer código legal que se conserva. Le preceden el Código de Ur-
Nammu (de aproximadamente 2100 a. C.), el Código de Lipit-Ishtar (hacia
1930 a. C.) y las Leyes de Eshnunna (de alrededor de 1770 a. C.). Estas 1

colecciones de leyes de Mesopotamia son las más conocidas, pero ninguna


colección de leyes extrabíblicas contiene una legislación similar o cercana al
Decálogo. Los Diez Mandamientos están por encima de cualquier otra
legislación. El libro del Deuteronomio expone la Torá (Deut. 1: 5), y las leyes
del Pentateuco contienen regulaciones éticas, morales y sociales, así como
una legislación del culto que puede resumirse en siete códigos principales:
1. El Decálogo (Éxo 20: 2-17; Deut. 5: 6-21)
2. El código social (Éxo. 20: 22-23: 33)
3. El código ritual (Éxo. 34: 10-26)
4. El código de sacrificios (Lev. 1-7)
5. El código de pureza (Lev. 11-15)
6. El código de santidad (Lev. 17-26)
7. El código deuteronómico (Deut. 12: 1-26: 19)
Como se desprende de esta visión general, todos estos códigos bíblicos
tienen como fundamento a los Diez Mandamientos.
La ley deuteronómica tiene una conexión detallada con el Decálogo y
depende de él, como demuestra convincentemente Stephen A. Kaufman. Por
eso, su estudio sobre la estructura de la ley en Deuteronomio concluye con la
siguiente declaración: «Los esfuerzos de un siglo de erudición que proponen
elaboradas historias redaccionales para la LD [ley deuteronómica] deben
considerarse infructuosos. Deuteronomio no se redactó por etapas, como
quieren hacernos creer estos eruditos. Se trata más bien de una obra maestra
unificada de literatura jurisprudencial creada por un solo autor [...] en un
conjunto sumamente estructurado: un Decálogo ampliado». 2

El Decálogo se resume y explica en el libro del Deuteronomio de la


siguiente manera:
1. Los principios de la ley de Dios (caps. 5-11)
2. El primer y segundo mandamiento: la adoración (12: 1-31)
3. El tercer mandamiento: el nombre de Dios (13: 1-14: 29)
4. El cuarto mandamiento: el sábado (15: 1-16: 17)
5. El quinto mandamiento: la autoridad (16: 18-18: 22)
6. El sexto mandamiento: el homicidio (19: 1-22: 8)
7. El séptimo mandamiento: el adulterio (22: 9-23: 18)
8. El octavo mandamiento: el robo (23: 19-24: 7)
9. El noveno mandamiento: acusaciones falsas (24: 8-25: 4)
10. El décimo mandamiento: la codicia (25: 5-26: 15)
11. Llamado a renovar el pacto (26: 16-19)
La ley de Dios está relacionada con la sabiduría, y la sabiduría es la
capacidad de discernir entre el bien y el mal y seguir lo que es correcto. La
Ley enseña esta sabiduría que traerá satisfacción y felicidad a nuestras vidas.
La sabiduría, con sus profundos beneficios derivados de la observancia de la
Ley de Dios, se explica muy bien en Proverbios 3 y en los Salmos 1, 19 y
119.
Consideremos el Salmo 19, que tiene dos partes bien definidas. En la
primera sección, se describe la revelación general en la naturaleza (Sal. 19: 1-
6), pero luego David explica el esplendor de la revelación especial de Dios en
su Ley (vers. 7-14). Utiliza seis palabras sinónimas para describir la
enseñanza divina. Habla de la «ley de Jehová», su «testimonio»,
«mandamientos», «precepto», «temor» y sus «juicios» (vers. 7-9). Luego
repasa dieciséis cualidades y resultados de la instrucción del Señor: es
perfecta, convierte el alma; es fiel, hace sabio al sencillo; es recta, alegra el
corazón; es pura, alumbra los ojos; es limpia, permanece para siempre; es
veraz y justa. Más deseable que el oro, más dulce que la miel; amonesta y
produce una gran recompensa (vers. 7-11). Estos valores son sumamente
importantes y deben experimentarse en la vida.
La grandeza nunca aparece en el vacío. Va de la mano de un carácter
transformado y está asociada a las virtudes descritas en las Bienaventuranzas
y a las cualidades enumeradas como fruto del Espíritu. Estas virtudes no
suelen ser apreciadas por el mundo porque el corazón natural admira el
poder, la fuerza, la fama, el heroísmo y las palabras fuertes. En cambio, Dios
enseña que la grandeza se encuentra en la humildad, tal como lo enseña la
Encarnación. La supuesta grandeza está relacionada con el orgullo, el
egoísmo y la suposición de que podemos decidir y hacer lo que queremos.
Pero la verdadera sabiduría está siempre orientada hacia las necesidades de
los demás. No vivimos para ser felices, sino para hacer felices a los demás.
De este modo, la verdadera grandeza está asociada a la disciplina, la ley y el
orden, así como al sacrificio, el servicio, la compasión y la bondad.
Deuteronomio 4: 6 menciona que las naciones admirarán la sabiduría y la
comprensión de las leyes y los decretos de Israel porque verán cómo el
pueblo de Dios se comporta con prudencia. A través de sus observaciones,
comprenderán entonces la sabiduría y la grandeza del Dios de Israel. Los
beneficios de la obediencia distinguirán a Israel de las demás naciones. El
propósito de esta grandeza es que los israelitas sean una bendición para todos
los pueblos y naciones, para «todas las familias de la tierra» (Gén. 12: 2, 3;
comparar con Isa. 49: 6; Apoc. 14: 6). Por su obediencia a Dios, sus buenas
acciones harán de Israel la sal y la luz del mundo (Mat. 5: 13-16).
Esta obediencia es posible porque Dios es capaz de darnos la victoria sobre
la tentación (1 Cor. 10: 13) y evitar que caigamos (Jud. 24). «Porque Dios
misericordioso es Jehová, tu Dios: No te dejará ni te destruirá» (Deut. 4: 31).
Él está a favor de nosotros, y lo demostró al darnos a Jesucristo como nuestro
Salvador (Juan 3: 16). Moisés nos asegura: «Si [...] buscas a Jehová, tu Dios,
lo hallarás, si lo buscas de todo tu corazón y de toda tu alma» (Deut. 4: 29;
comparar con Joel 2: 12, 13).

__________
1. Martha T. Roth, Law Collections From Mesopotamia and Asia Minor [Colecciones de leyes de
Mesopotamia y Asia Menor], 2da edición, Piotr Michalowski, editor (Atlanta, GA: Sociedad de
Literatura Bíblica, 1997).
2. Stephen A. Kaufman, «The Structure of the Deuteronomic Law» [La estructura de la ley
deuteronómica], MAARAV 1, no. 2 (primavera de 1979): p. 147.
7. La Ley y la gracia

M uchos estudiantes de la Biblia se preguntan sobre la relación adecuada


entre la Ley y la gracia. La gracia se define como un «mérito
inmerecido», un regalo de Dios para salvar a los pecadores. Dios nos da lo
que no merecemos. Nos asombra su poder divino para ayudarnos en nuestra
impotencia. Lo que no podemos hacer por nosotros mismos, él lo hace
generosamente por nosotros. Pero, ¿anula la Ley esta gracia de Dios? ¡Por
supuesto que no! Así como la amnistía para un asesino no anula la ley que
dice «no matarás» (Deut. 5: 17), la gracia de Dios no anula la Ley. Pablo nos
asegura: «Luego, ¿por la fe invalidamos la Ley? ¡De ninguna manera! Más
bien, confirmamos la Ley» (Rom. 3: 31). Y de nuevo, el apóstol lo subraya:
«La circuncisión nada significa, y la incircuncisión nada significa; lo que
importa es guardar los mandamientos de Dios» (1 Cor. 7: 19). En su carta a
los Gálatas, subraya: «Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo ni la
incircuncisión, sino la fe que obra por el amor» (Gál. 5: 6).
El don de la Ley
La Ley de Dios es un bien extremadamente precioso para asegurar el
funcionamiento armonioso de su gobierno, la prosperidad de todo el universo
y el bienestar de todas sus criaturas. También es crucial para nosotros. En
muchos pasajes del libro de Deuteronomio se presenta al Señor como el
legislador (Deut. 4: 2, 5, 11-14; 5: 1-6, 9, 22-33; 6: 18; 9: 11; 10: 1-5; etc.).
En este contexto, vemos la historia de Moisés recibiendo el Decálogo. Por su
amor y su misericordia, Dios expone los principios fundacionales del amor en
sus dimensiones vertical y horizontal. El amor a Dios es el centro de los
cuatro primeros mandamientos, y el amor al prójimo el de los seis
mandamientos siguientes (Deut. 5: 6-21). De este modo, el Decálogo
desarrolla los dos grandes mandamientos del amor (Deut. 6: 5; Lev. 19: 18).
Dios dio estas leyes eternas a los israelitas para su propio bien (hebreo letob
lak; Deut. 10: 13), a fin de que guiaran y ordenan sus vidas. No fue el genio
de Moisés el que inventó la Ley de Dios. El Decálogo fue el regalo especial
de Dios para la humanidad. Sus principios estaban en vigor desde la creación
del mundo y se conocían a grandes rasgos antes del Sinaí, pero Dios mismo
1

decidió presentar el Decálogo a su pueblo y a la humanidad porque estos


principios esenciales habían sido olvidados. Son importantes para la vida
porque reflejan, de forma sistemática, al Dios eterno, su carácter y sus
valores.
El Señor, el Dios de Moisés, es el Legislador, y su Ley es la expresión de su
carácter, porque una ley refleja el carácter de su creador. Como Dios es, así
es su Ley (Sal. 19: 7-11; Rom. 7: 12). Dos simples ilustraciones serán
suficientes: el decreto del Faraón de matar a los hebreos recién nacidos (Éxo.
1: 22) y la orden de Herodes de asesinar a todos los niños menores de dos
años (Mat. 2: 16) hablan mucho del carácter perverso e inestable de estos dos
tiranos. Si yo tuviera el poder legislativo de dar cien mil dólares de matrícula
a cada joven de quince años que deseara una educación, esta ley revelaría
claramente que valoro la educación y quiero dar igualdad de oportunidades a
todos los que deseen adquirir conocimientos.
Del mismo modo, la Ley de Dios nos brinda un conocimiento más detallado
de quién es él y una comprensión más clara de cuál es el propósito de su Ley.
Nuestro Dios basa su legislación en el amor. Interpretar la Ley sin tener una
comprensión del amor de Dios resulta en legalismo y arrogancia. El
verdadero problema con el legalismo es que los legalistas son incapaces de
verse a sí mismos como legalistas; en cambio, consideran que son
reformadores celosos de la verdad. Creen que elevan la Ley de Dios y la
verdadera obediencia. El legalismo es una trampa que lleva a la gente a creer
que están honrando la Ley, cuando en realidad la están destruyendo con sus
frías actitudes y comportamientos. Conocer la letra de la Ley sin conocer a
Dios y sus intenciones hace que la Ley produzca la muerte (2 Cor. 3: 6). La
Ley es un don precioso para la humanidad, pero puede herir si se interpreta
sin amor y se aplica con rigidez. Puede ser como un bisturí afilado en manos
de alguien que quiere realizar una operación, pero no ha estudiado anatomía y
no sabe nada de cirugía. Solo una persona profundamente convencida de su
propio pecado comprende la verdadera necesidad de misericordia ante un
Dios Santo y su Ley perfecta.
La estructura del Decálogo
El Decálogo tiene una estructura sencilla: los cuatro primeros
mandamientos describen cómo respetar a Dios, y los seis siguientes definen
claramente cómo respetar a las personas que nos rodean. La segunda parte
comienza con el respeto a la relación más importante: la relación con nuestros
padres. De esta base emanan todas las demás relaciones. Los últimos seis
mandamientos defienden el respeto a la vida, el matrimonio, la familia, la
pureza sexual, la propiedad y la reputación de las personas. Culminan con el
respeto a nosotros mismos para que no se encuentren deseos malos o
perversos en nuestros corazones.
En el centro de los Diez Mandamientos está el mandamiento del sábado,
colocado allí como un sello que combina nuestras relaciones verticales y
horizontales. Era costumbre en la antigüedad poner un sello en el centro de
un pergamino. El mandamiento del sábado contiene el nombre, el título, el
territorio y la actividad de Dios. Él es el Señor, nuestro Dios, que creó «los
cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay» (Éxo. 20: 11).
El sábado es realmente el centro teológico del Decálogo. El sábado conduce
a la adoración al Creador, así como al cuidado de todas las personas de una
casa, incluidos los extranjeros y los animales. Es un mandamiento único en
su contenido y en sus implicaciones sociales. El amor a Dios se transforma
siempre en amor a las personas que nos rodean. El sábado debe ayudarnos a
cultivar relaciones significativas. El amor a Dios no solo se refleja en nuestro
culto, sino también en nuestras relaciones con el prójimo. Es una ley
inclusiva, que refleja por excelencia la gracia de Dios. Antes de que Adán y
Eva comenzaran a trabajar (Dios los creó el viernes como corona de la
Creación), celebraron la vida con su Creador.
La maravillosa gracia de Dios
Como cristianos adventistas del séptimo día, confesamos que seguimos a
Cristo y hacemos su voluntad, no para ser salvos, sino porque somos salvos.
La fe no es nuestro salvador; el papel de salvador pertenece exclusivamente a
Jesucristo. La fe es la mano por la que recibimos la gracia de Dios; es el
medio por el que aceptamos su redención. Aunque somos salvados por la
abundante misericordia de Dios solo a través de la fe, la fe nunca viene sola.
El agradecimiento motiva todas nuestras acciones. La fe es la raíz, y las obras
son el fruto; la gracia es la causa de nuestra sumisión al Señor, y por la
gracia, le obedecemos y guardamos su Ley. 2

Dios siempre da el primer paso. Él es la Fuente de todas las cosas buenas en


nuestras vidas, y nos lleva a responder correctamente a su deseo de salvar a
todos (Gén. 3: 9; 1 Tim. 2: 3, 4; Sant. 1: 17; 2 Ped. 3: 9). La gracia
preventiva influye en nuestras mentes y corazones y nos capacita para
3

responder positivamente a su tierno llamado a regresar a él (Fil. 2: 13;


comparar con Efe. 2: 1-5) y arrepentirnos cuando se nos predica su Palabra
(Isa. 45: 22; Joel 2: 12, 13; Mar. 1: 15; Juan 12: 32; Hech. 2: 38; Rom. 10:
17). La gracia preventiva nos lleva a aceptar la gracia salvadora de Dios. De
allí que el arrepentimiento no es obra nuestra; es el resultado de abrir nuestros
corazones a Dios y permitir que él cambie nuestras mentes y pensamientos a
través de la influencia de su Espíritu y de su Palabra. La palabra griega
anothen, que se utiliza en la declaración de Cristo «el que no nace de nuevo
no puede ver el reino de Dios» (Juan 3: 3), significa «de nuevo» o «desde
arriba» (vers. 3-8). Este concepto teológico se amplía en Juan 1: 12;
Romanos 12: 1; 2; y 1 Tesalonicenses 2: 13. Cuando aceptamos la Palabra de
Dios y no nos resistimos a su Espíritu Santo, se produce en nosotros una
nueva vida y un reavivamiento espiritual. Comenzamos a hacer cosas por
Cristo y por los demás porque su gracia, su Palabra y su Espíritu nos
constriñen a hacerlas (Eze. 36: 25-28; 37: 4-10, 14; Zac. 4: 6; Rom. 8: 11;
Sant. 1: 18; 1 Ped. 1: 23). Sin embargo, aunque hagamos buenas obras, no
tenemos nada de qué jactarnos (Jer. 9: 23, 24; 1 Cor. 1: 29-31) porque Dios
ya ha preparado las obras de antemano para que andemos en ellas (ver Efe. 2:
10). Experimentamos la justificación y la santificación por la gracia de Dios a
través de la fe. El Espíritu Santo nos capacita para ser diferentes y actuar en
armonía con su voluntad. Hoy Cristo vive intercediendo por nosotros como el
único, gran y todopoderoso Intercesor. Él nos salva completamente y nos
capacita para hacer su voluntad (Rom. 8: 34; 12: 1, 2; 1 Tim. 2: 5; Tito 2: 11-
14; Heb. 7: 25). De este modo, el Espíritu Santo fortalece a los redimidos
para obedecer.
Funciones cruciales de la ley de Dios
La norma, o el criterio, para el juicio divino es el Decálogo: la
Ley de Dios. Como observa Santiago: «Así hablad y así haced,
como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad»
(Sant. 2: 12; comparar con Ecl. 12: 13, 14). El Decálogo es una
norma objetiva, personificada en la vida de Jesús, que fue la única
persona que vivió en perfecta armonía con los requisitos de la Ley
(Juan 8: 46; Rom. 2: 16; 8: 3, 4; 1 Cor. 1: 30; 2 Cor. 5: 21; Gál. 3:
13; Heb. 4: 15).
En este contexto, debemos reflexionar sobre las principales funciones de la
Ley moral de Dios. La función de la Ley no es alcanzar la salvación a través
de su observancia; en cambio, el Decálogo revela nuestra pecaminosidad
ante un Dios santo y nos conduce a Cristo para ser purificados, cambiados y
santificados. De este modo, la ley guía al creyente a Jesús y, por su gracia, a
la obediencia.
No hay dos caminos para la salvación (uno por la obediencia a la Ley y otro
por la gracia), sino uno. La salvación es posible exclusivamente por medio de
Cristo Jesús (Hech. 4: 12; Rom. 3: 22-26; Efe. 1: 4-10; Fil. 2: 10). El «nuevo
pacto» ya se había hecho con Israel (Jer. 31: 31-33; Eze. 36: 25-29) y era una
renovación de la intención original del pacto de Dios. Moisés lo señaló en el
famoso pasaje que incluye el gran mandamiento de amar a Dios (Deut. 6: 5-
7). Jesús también lo dejó claro en el Sermón del Monte cuando subrayó la
necesidad de interiorizar la ley de Dios (Mat. 5: 17-48).
El nuevo pacto no anula la Ley de Dios, sino que la establece en el corazón
de los creyentes (Jer. 31: 33; Heb. 8: 10). John R. W. Stott lo expresa con
elocuencia en su libro sobre la interpretación del Sermón del Monte. Stott
sostiene que Jesús no se enfrenta a la enseñanza del Antiguo Testamento,
sino a la interpretación rabínica del Antiguo Testamento de su tiempo, porque
está contrastando su «verdadera interpretación de la Ley con las
interpretaciones erróneas de los escribas». El Antiguo Testamento sustenta
4

ampliamente la justificación por la fe (Gén. 15: 6; Sal. 32: 1, 2; Hab. 2: 4),


por lo que la verdadera enseñanza del Nuevo Testamento no se basa en
corregir pasajes del Antiguo Testamento. 5

La Ley nos lleva a Cristo


La santa Ley de Dios revela lo pecadores que somos (Rom. 3: 20, 23), pero
la Ley es incapaz de limpiarnos. En este sentido, nos conduce a Cristo (Gál.
3: 24), quien nos da su pureza y el manto de su justicia (Rom. 3: 24; 5:1, 8-
11; 8: 1; 1 Juan 1:7, 9). Solo la gracia de Dios, a través del poder de su
Palabra y su Espíritu, permite a las personas seguir y obedecer a Cristo.
Cuando los mandamientos se reciben como promesas de Dios, entonces la
experiencia cristiana se trata de su obra y no de nuestros logros; se trata de lo
que él puede hacer en nosotros y a través de nosotros cuando se lo
permitimos. Elena G. de White afirma: «Todos sus mandatos son
8

habilitaciones». El Decálogo no es simplemente un conjunto de


7

prohibiciones, encierra más bien una promesa y como resultado una vida
plena.
En el nuevo pacto la Ley se implanta en el corazón. Los que guardan el
Decálogo correctamente no lo considerarán una carga, sino que seguirán sus
promesas con los motivos correctos, obedeciendo por gratitud por lo que
Dios hizo y está haciendo por ellos. La gracia no cambia la Ley, sino nuestra
actitud hacia ella.
En el Nuevo Testamento, Pablo está en contra del legalismo, no de la Ley
de Dios (Rom. 7: 9-12; comparar con Sal. 19: 8-12). Está en contra del mal
uso de la Ley, así como de la transgresión de la Ley de Dios. Cristo tomó
sobre sí la maldición y el castigo de la Ley (Gál. 3: 13, 14), por lo que ya no
estamos bajo la condenación de la Ley, sino bajo la gracia de Dios (Rom. 6:
14, 15). Jesucristo es la finalidad y el propósito de la Ley (Rom. 10: 4), no el
fin en el sentido de la terminación o cese de su validez. Él da sentido a la
Ley, y de ello se desprende que los creyentes que le aman adoptarán la Ley
como normativa para sus vidas.

__________
1. Ver Jo Ann Davidson, «The Decalogue Predates Mount Sinai: Indicators From the Book of
Genesis» [El Decálogo precede al monte Sinaí: Indicadores del libro de Génesis], Journal of the
Adventist Theological Society 19, nos. 1, 2 (2008): pp. 61-81.
2. Los eruditos y los traductores están desconcertados sobre cómo deben traducir el Salmo 119: 29.
La mejor interpretación es tratar «tu ley/enseñanza/instrucción» como una aposición, es decir, la
explicación de la gracia de Dios: «Concédeme la gracia, tu ley». La Biblia de Jerusalén y La
Palabra traducen este texto de la siguiente manera: «Dame la gracia de tu ley». De este modo, la
Ley contiene la gracia; se trata de la gracia de Dios, no de nuestras obras. La obediencia es siempre
el resultado del poder de Dios a través de su Palabra en nuestras vidas.
3. La palabra preventiva deriva del latín praevenire, que significa «venir antes, preceder, anticipar,
esperar».
4. John R. W. Stott, Christian Counter-Culture: The Message of the Sermon on the Mount [La
contracultura cristiana: el mensaje del Sermón del Monte] (Leicester, Reino Unido: InterVarsity,
1978), pp. 78, 79. John Stott plantea una pregunta importante: «Pero ¿con quién se está
enfrentando Jesús?». Su respuesta es profunda: «Muchos comentaristas han sostenido que en estos
párrafos Jesús se opone a Moisés [. . .]. Por muy popular que sea esta interpretación, no dudo en
decir que es errónea. Más que errónea, es insostenible. Lo que Jesús contradice no es la Ley en sí,
sino ciertas perversiones de la Ley de las que eran culpables los escribas y los fariseos. Lejos de
contradecir la Ley, Jesús la respalda, insiste en su autoridad y proporciona su verdadera
interpretación» (p. 76). «Son estas distorsiones de la Ley las que Jesús rechazó, no la Ley misma»
(p. 77). Stott aporta cuatro argumentos convincentes para demostrarlo (pp. 76-78).
5. Para un debate sobre este tema, ver G. K. Beale, ed., The Right Doctrine From the Wrong Texts?
Essays on the Use of the Old Testament in the New [¿La doctrina correcta de los textos
equivocados? Ensayos sobre el uso del Antiguo Testamento en el Nuevo] (Grand Rapids, MI:
Baker, 1994).
6. Ver Jiří Moskala, «The Decalogue in Luther and Adventism» [El Decálogo en Lutero y el
adventismo], en Here We Stand: Luther, the Reformation, and Seventh-day Adventism, Michael W.
Campbell y Nikolaus Satelmajer, editores (Nampa, ID: Pacific Press, 2017), pp. 109-111.
7. Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro (Doral, FL: IADPA, 2019), p. 272.
8. Escoge la vida

E l libro del Deuteronomio contiene los tres fervorosos discursos de


despedida de Moisés antes de su muerte (Deut. 1–4; 5–28; 29, 30). Su
último discurso surge de un corazón amoroso y de una profunda devoción al
Señor. En este sermón, Moisés expresa sus mejores deseos para los hijos de
Israel y les exhorta a que sirvan al Señor de todo corazón. El Señor e Israel se
comprometen a una lealtad y fidelidad exclusivas entre sí, y Moisés explica
de qué modo los creyentes pueden permanecer fieles al pacto. Este sermón
describe el pacto como la relación de amor de Dios con su pueblo
Dios llama a personas para que colaboren con él, pero su propósito final
con ellas es salvarlas (Éxo. 19: 4; Isa. 45: 22; Mat. 11: 28, 29; Juan 12: 32).
El faraón y Ciro son dos ejemplos clásicos de cómo Dios utiliza incluso a
reyes poderosos para cumplir sus propósitos. Ciro, un ejemplo positivo,
colaboró con él y fue prosperado (Isa. 45: 1-5), pero el faraón es un modelo
negativo. El rey de Egipto no solo menospreció la palabra del Señor, sino que
se opuso obstinadamente a su voluntad, como resultado, cosechó desgracias
(Éxo. 5: 1, 2; 12: 29; 14: 28; 15: 3-5).
El tercer sermón: Renovación del pacto en Moab
Con solo dos capítulos (Deut. 29; 30), el tercer y último sermón es el más
corto. Pero es el último llamamiento sincero de Moisés para que Israel tome
la firme determinación de amar a Dios y obedecer su Ley. Esta es la única
manera de garantizar su futuro y la bendición del Señor. Dios es bueno con
Israel y ha hecho un pacto con ellos. De este modo, la fidelidad a Dios les
traerá prosperidad. Moisés repasa y explica este pacto con Dios y hace un
llamado final.
Dado que Moisés exhorta fervientemente a los israelitas a escoger la vida,
el libro del Deuteronomio podría titularse de la siguiente manera: «Escoge la
vida: ama, obedece y teme al Señor». La frase «escoge, pues, la vida»
aparece en la conclusión de su último sermón (Deut. 30: 19).
Este discurso es un llamado a la acción porque Moisés sabe que estará con
ellos por poco tiempo. Ya tiene 120 años y solo le quedan unas pocas
semanas de vida. Lo sabe porque el Señor se lo había revelado (Deut. 4: 21,
22; 31: 2).
La palabra clave en este discurso es «hoy» (del hebreo hayyom,
literalmente «el día»), que aparece catorce veces. Esta palabra aparece setenta
y cuatro veces en todo el libro. Hoy es «el día» para tomar una decisión.
Evoca un sentido de urgencia. Los israelitas no deben retrasar su decisión de
seguir y servir sinceramente a Dios. Deben hacerlo ahora. Otra expresión
clave es «pacto», que aparece en esta sección del libro siete veces. Su
propósito es presentar al Dios del pacto que juró dar la tierra a Abraham,
Isaac y Jacob (Deut. 30: 20).
El último discurso de Moisés puede dividirse en cinco secciones:
1. Exhortación para que Israel entre en el pacto (Deut. 29: 1-15).
a. Resumen retrospectivo: la liberación de Egipto, la experiencia del Éxodo
(Deut. 29: 1-8). Moisés comienza haciendo un repaso de la historia reciente
de Israel y de las proezas de Dios por su pueblo. Han presenciado lo que el
Señor hizo por ellos en Egipto y cómo los sacó milagrosamente de la tierra
de su esclavitud. Moisés les recuerda lo que su amoroso Señor ha hecho por
ellos. No solo les dio libertad, sino que los sostuvo por su misericordia
durante los años en el desierto, donde no les faltó nada. Dios es su Creador
y Sustentador. Además, les ha demostrado su gran poder al derrotar a dos
poderosos reyes de la región de Transjordania: Sehón, el rey de Hesbón, y
Og, el rey de Basán. Previamente Moisés también había hecho memoria de
la derrota de estos dos reyes en su primer sermón (Deut. 2: 24–3: 8).
b. Generación actual: llamado a renovar el pacto (Deut. 29: 9-15). Todos
los miembros de esta generación necesitan renovar su compromiso con
Dios y cumplir «con cuidado las condiciones de este pacto» (vers. 9) para
que el Señor sea su Dios (vers. 13). Asimismo, las generaciones futuras
deben mantenerse completamente consagradas a él (vers. 14, 15).
2. Advertencia contra peligros futuros: la desobediencia será castigada
(Deut. 29: 16-28).
a. Advertencia contra la idolatría (Deut. 29: 16-21). Moisés continúa su
sermón con una fuerte amonestación contra la idolatría, descrita como «raíz
venenosa y amarga» (vers. 18, NVI). La idolatría será la tentación constante
de los israelitas. Deben estar atentos; de lo contrario, destruirá su relación
con su Hacedor, desarraigará su prosperidad y los conducirá a prácticas
detestables relacionadas con la falsa adoración. Como resultado, solo se
producirán maldiciones.
b. Una lección para las generaciones futuras (Deut. 29: 22-28). La
posteridad de Israel necesita seguir las enseñanzas de Dios para
experimentar la presencia y la bendición de Dios. Si abandonan el pacto
con Dios, les sobrevendrán desastres y calamidades, y tendrán el destino de
Sodoma y Gomorra. Si se entregan a un estilo de vida perverso,
avergonzarán a su Dios. Otras naciones los dominarán, y serán dispersados
entre las naciones y perderán su patria (Deut. 30: 1, 3, 5).
3. Los secretos de Dios y las cosas reveladas (Deut. 29: 29). En el centro
del quiasmo de este discurso, Moisés subraya el contraste entre Dios y el
ser humano. Dios es omnisciente; conoce las cosas ocultas y secretas
porque es el Dios de la sabiduría (Dan. 2: 20-23, 28, 29, 47). El ser humano
solo puede entender lo que Dios le revela, y lo que él revela de sus caminos
y voluntad es suficiente para que tomen las decisiones correctas y lo
obedezcan y adoren.
4. Apostasía y perdón (Deut. 30: 1-10). El Dios de Israel es un Dios
misericordioso y clemente. Si su pueblo infiel se arrepiente (en hebreo
shub, «volver, arrepentirse») y le obedece de todo corazón, entonces el
Señor se compadecerá de él, lo restaurará y lo reunirá de entre todas las
naciones (vers. 2, 3). ¡Qué hermoso es el Dios del Antiguo Testamento! Se
deleita en su pueblo y quiere hacer prosperar su obra.
5. Llamado final para escoger la vida y las bendiciones (Deut. 30: 11-20).
Los mandatos de Dios son fáciles de seguir (vers. 11-14) porque él capacita
a las personas para obedecerlos. Pueden seguir a su Dios porque él está con
ellos y ha demostrado que los ama. Esto proporciona la motivación y el
poder adecuados para estar conectados con él. El llamado final de Moisés a
aceptar el compromiso se hace a través de contrastes (vers. 15-20). En un
lado están la muerte, la destrucción y las maldiciones, mientras que en el
otro se encuentran la vida, la prosperidad y las bendiciones. Esta antítesis
vida-muerte está directamente relacionada con las bendiciones del pacto (la
vida) y las maldiciones (la muerte). Todo esto es parte de la batalla
espiritual, por tanto, Moisés exhorta a los israelitas a que escojan la vida y
un futuro brillante con el Señor, su Dios. Moisés es muy personal: Dios te
ama, así que ahora escoge la vida para que puedas vivir. ¿Qué significa
escoger la vida? Significa amar al Señor (en hebreo ahab; la petición de
amarlo se menciona tres veces [vers. 6, 16, 20]), escuchar su voz (en hebreo
shamá, «escuchar, obedecer») y aferrarse a él (en hebreo dabaq,
«mantenerse firme», «aferrarse», «unirse» [Gén. 2: 24]). Entonces Moisés
concluye su llamamiento con las siguientes palabras: «A los cielos y a la
tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que os he puesto delante la
vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para
que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová, tu Dios, atendiendo a su
voz y siguiéndolo a él, pues él es tu vida, así como la prolongación de tus
días, a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres,
Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar» (Deut. 30: 19, 20).
La trampa de la idolatría
Dios habló a Israel desde el Horeb (Sinaí), y todos vieron el solemne y
magnífico despliegue de su gloria. Pero los israelitas no vieron la forma de
Dios, solo oyeron su voz (Deut. 4: 12, 13; 5: 22). Dios escogió este método
de comunicación porque no quería que crearan un ídolo de él de ninguna
forma (Deut. 4: 15-24). Dios amonestó a su pueblo contra la idolatría, que es
una de las raíces de todo mal y un grave pecado del que surgen vilezas. La
idolatría está en el centro de toda la miseria del pueblo de Dios. Moisés y los
profetas utilizaron el lenguaje más fuerte para persuadir al pueblo de su
vacuidad y dependencia, pero el pueblo no quiso escuchar (Deut. 4: 16-19,
23; Isa. 44: 6-24; Jer. 4: 1; 7: 30; Eze. 5: 11; 8: 6; 20: 7, 8, 18, 31).
Resulta chocante que la idolatría fuera la mayor ofensa contra Dios y, sin
embargo, el pueblo de Dios cayera repetidamente en ella.
«Sacrificaron a los demonios, y no a Dios;
a dioses que no habían conocido,
a nuevos dioses venidos de cerca,
que no habían temido vuestros padres» (Deut. 32: 17).
A menudo nos preguntamos por qué los antiguos creyentes eran tan
ingenuos e incorregibles cuando se dedicaban a adorar a diferentes ídolos
creados por el hombre. Estamos muy seguros de que nosotros nunca
haríamos algo así. ¿Es esto cierto? Tal vez no en la forma simplista de
inclinarse ante los objetos, pero ¿qué hay de depender de cosas o conceptos
que cautivan nuestra conducta o pensamientos?
¿Es posible que la idolatría sea un peligro para los adventistas en este
mundo posmoderno? Un niño le dijo una vez a su padre: «Papá, sé cuál de los
mandamientos nunca hemos transgredido». Su padre sintió curiosidad y
entonces escuchó la explicación: «Nunca hicimos ni adoramos un ídolo;
siempre hemos obedecido el mandato de Dios: “No tendrás otros dioses
delante de mí”». Es posible que, a primera vista, lleguemos a la conclusión de
que el pecado de la idolatría no nos concierne. Podríamos pensar que solo es
relevante para los que practican el hinduismo, pero quizá deberíamos
pensarlo de nuevo. Los ídolos de hoy en día pueden tener formas diferentes,
pero un atractivo similar. No admitimos fácilmente que podamos ser esclavos
de los ídolos, negamos incluso la posibilidad de que ese sea un problema. Sin
embargo, aunque no tengamos ídolos literales, nos sentimos fácilmente
atraídos por programas de televisión populares, como American Idol. Así
que vale la pena preguntarse, ¿estamos realmente libres de ídolos?
La pregunta clave para entender el mandamiento es: ¿Qué es la idolatría? Y
quizá más importante, ¿qué hace que la idolatría sea tan fascinante que
caigamos en ella a pesar de todas las advertencias?
La idolatría es extremadamente peligrosa y degrada nuestra concepción de
Dios, además de degradarnos a nosotros mismos. Nos transformamos en lo
que contemplamos (Sal. 115: 8; Jer. 2: 5; comparar 2 Rey. 17: 15). Nada en
esta vida distrae y desvía nuestra atención más que los ídolos. Por eso la
idolatría corrompe más que cualquier otra cosa, porque ella hace que dejemos
de lado al Dios vivo y lo reemplacemos por dioses de la imaginación
humana. La idolatría destruye el verdadero sentido de la vida en todos los
sentidos, degrada al ser humano, porque lo que adoramos tiene un impacto
enorme en nuestras vidas. El Dios creador se convierte en nuestra mascota,
que podemos manipular. La pregunta pertinente es, ¿qué ocupa nuestros
pensamientos? ¿Qué modelos de pensamiento seguimos?
Juan advierte enérgicamente a los cristianos: «Hijitos, guardaos de los
ídolos» (1 Juan 5: 21). Este versículo de la epístola de Juan es sorprendente.
¿Por qué necesita Juan amonestar a los seguidores de Cristo a rechazar la
idolatría? En el Imperio Romano, había muchas religiones con una multitud
de ídolos literales, incluso los césares se autoproclamaban dioses. La cuestión
fundamental era a quién debían seguir: a Cristo o al César.
Sin embargo, en nuestro entorno, ¿qué es un ídolo? Un ídolo es algo que
reemplaza a Dios, y aunque sabemos que no es correcto, lo seguimos
haciendo, a menudo repetidamente. Un ídolo es cualquier cosa o persona que
cautiva nuestra imaginación, afecto, tiempo y pensamientos más que Dios.
De este modo, la idolatría es lo contrario de una vida teocéntrica. Si Dios no
está en el centro de nuestras vidas, otros dioses ocuparán su lugar. Si no
disfrutamos y cultivamos la presencia viva de Dios en nuestras vidas,
disfrutaremos y dedicaremos nuestras vidas a algo o a alguien más. Esta
sustitución de Cristo puede tener diferentes apariencias: el orgullo, el
egocentrismo, el dinero, el poder, el sexo, la comida, los placeres, el trabajo,
los deportes, la familia, los juegos, las películas, las compras, las ideas, la
política, la posición, los grados académicos, las calificaciones, etc. Un ídolo
es algo que absorbe nuestros afectos y esclaviza nuestros pensamientos.
Siempre es superficial. Un ídolo nos roba el tiempo, absorbe nuestra
concentración y nos distrae del verdadero enfoque de la vida. Así que lo
servimos y seguimos su ideología, su encanto y su fuerza. Puedes ser un
adorador de ídolos si revisas tus correos electrónicos o tus sitios Web
favoritos antes de pasar tiempo con Jesús en la mañana.
El problema es que los seres humanos somos expertos creando ídolos.
Somos creativos e inventivos en este sentido. Las drogas, el alcohol, los
pensamientos impuros, el engaño, la pornografía, los videojuegos y la música
pueden estar en una lista de ídolos que no tiene fin. Somos capaces de
convertir todo lo bueno, lo bello y lo significativo en ídolos. La idolatría
cambia nuestra personalidad, nuestra forma de pensar, nuestros afectos y
nuestra vida social. Trastorna nuestras identidades y sustituye las relaciones
personales auténticas por interacciones falsas.
Así que surge la pregunta: ¿Quién o qué llena y controla nuestros
pensamientos? Recuerda que el gran conflicto comienza en tu cerebro.
Pregúntate: «¿A quién estoy sirviendo?». Nadie puede servir a dos señores.
«Bienaventurado el varón [...] que en la ley de Jehová está su delicia y en su
Ley medita de día y de noche» (Sal. 1: 1, 2).
Durante el día, reflexiona en la siguiente pregunta: ¿A qué dedico más
tiempo: a mi Dios o a otra cosa? Las diversiones pueden ser «inocentes» o
pecaminosas y adictivas. Pero cualquier cosa que robe tu tiempo, afectos,
imaginación y deseo de disfrutar de la presencia de Dios se convierte en un
ídolo, y te conduce a un terreno peligroso. Cualquier cosa que cautive tu
imaginación más que Dios es tu ídolo. Sé sincero/a contigo mismo/a. ¿Estás
en sintonía con él, o hay algo que lo está reemplazando? Si algo está
desplazando la primacía de Dios en tu vida, entonces estás en una pendiente
extremadamente resbaladiza.
Solo una relación significativa con Cristo puede liberarnos de nuestra
dependencia a la idolatría: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres» (Juan 8: 32). Jesús nos invita porque quiere cambiarnos: «Venid a mí
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mat. 11:
28).
9. «Aplicad vuestro corazón»

E n su último sermón, Moisés hace un enérgico llamado al pueblo para que


elija la vida, permanezca en el camino correcto y sea fiel a Dios y a su
pacto. Después, pasa la antorcha del liderazgo a Josué. Según las
instrucciones de Dios, Moisés escoge a Josué para que sea el nuevo líder de
Israel (Deut. 31: 1-8, 14). Luego Moisés enseña a los israelitas un cántico
(Deut. 32) y bendice a las doce tribus de Israel (Deut. 33). Es interesante que
solo en estos dos capítulos escritos en poesía se utilicen diferentes tipos de
paralelismo hebreo (sinónimo, antitético, sintético, emblemático y
comparativo) con dos o tres pensamientos paralelos combinados entre sí. Se
trata de magníficos poemas didácticos, llenos de profunda sabiduría y
perspicacia, que también tienen connotaciones proféticas.
A lo largo del libro, Moisés utiliza un lenguaje vívido, combinando relatos
con material jurídico y cánticos con historia. De este modo, el libro del
Deuteronomio contiene múltiples géneros. Las expresiones retóricas de los
tres sermones se mezclan con el lenguaje del pacto y se vinculan con la
poesía. El material legislativo se coloca muy cerca de las narraciones y las
exhortaciones. Las bendiciones se presentan junto con muchas maldiciones. 1

Los castigos están asociados a la ley. Esto es comprensible porque la ley es


tan fuerte como las consecuencias de infringirla. Esta mezcla de bendiciones
y maldiciones arroja luz sobre las diferentes acciones de Dios y demuestra
que el Dios de Israel es un Dios amoroso, misericordioso y justo. Es el Dios
del pacto, el Dios de la historia y el Dios del tiempo y el espacio.
Esta representación de Dios es especialmente cierta en estos dos poemas,
porque la teología de Deuteronomio 32 y 33 profundiza en el carácter de
Dios, sus enseñanzas y su ley. Este extraordinario diseño señala el genio
literario que hay detrás de esta gran obra y demuestra que Deuteronomio es
una composición de arte sagrado, una verdadera obra maestra que refleja un
conocimiento íntimo de Dios. Su pensamiento teocéntrico es coherente y
revela el constante deseo de prosperidad y felicidad para el pueblo de Dios.
Además, su pensamiento es completamente relacional y se fundamenta en el
amor de Dios por el pueblo. Cuando el amoroso líder de Israel concluye sus
obras declamando esta poesía, no solo contribuye a la belleza de Dios, sino
que ayuda al pueblo a recordar mejor sus palabras.
El cántico de Moisés
Moisés compuso (o mejor dicho, recibió de Dios) un cántico para enseñar a
Israel (Deut. 31: 19, 22). Este cántico presenta una imagen excepcional,
compasiva y enérgica de Dios. En este cántico, Moisés hace un llamado para
que los israelitas sean fieles a su poderoso Señor. Este es su último intento de
volver sus corazones a Dios, y es extremadamente urgente porque el Señor
acaba de hablarle de la futura apostasía de Israel (Deut. 31: 16-21; compárese
con los versículos 27-29). El corazón de Moisés debe estar destrozado, pero
hace todo lo que está a su alcance para detener esta tendencia de olvidar al
Señor y trata de ayudar a Israel a aferrarse a su Dios y no apartarse de él.
Necesitan circuncidar sus corazones (Deut. 10: 16), no solo su carne, para
que permanezcan en el Señor, escuchen su voz y guarden sus mandamientos.
Necesitan amar al Señor, experimentar sus misericordias y rendirle un
servicio de todo corazón. Moisés hace su llamamiento a través de un cántico,
que es uno de los mejores recursos mnemotécnicos para afianzar la verdad en
el corazón.
En el cántico de Moisés, los nombres y epítetos de Dios son multifacéticos
y forman un entramado perspicaz de quién es él. Se describe a Dios es como
el Señor (Deut. 32: 3, 12, 30), la Roca (vers. 4, 15, 18, 30, 31), el Padre (vers.
6), el Creador (vers. 6), el Altísimo (vers. 8), el Águila (vers. 11), el Salvador
(vers. 15) y la vida (vers. 47). En sus bendiciones, Moisés añade que Dios es
el rey de Israel (Deut. 33: 5), el refugio (vers. 27), el escudo (vers. 29), el
ayudador (vers. 29) y la espada de su triunfo (vers. 29). Este conjunto de
títulos dice mucho sobre el hermoso carácter de Dios. Todas sus
designaciones son positivas. De hecho, no hay dioses rivales porque los
ídolos creados por el ser humano solo son las proyecciones de sus miedos y
de su imaginación. El verdadero Dios es el creador de todo. Es el
incomparable Dios vivo. «No hay como el Dios de Jesurún» (vers. 26). Es
2

fácil seguir a un Dios tan bondadoso, que siempre está a favor de su pueblo.
Las últimas palabras de Moisés a Israel antes de su muerte dan testimonio de
esta verdad:
«¡Bienaventurado tú, Israel!
¿Quién como tú, pueblo salvado por Jehová?
Él es tu escudo protector,
la espada de tu triunfo.
Así que tus enemigos serán humillados,
y tú pisotearás sus lugares altos» (Deut. 33: 29).
Moisés declara: «¡Alaben la grandeza de nuestro Dios!» (Deut. 32: 3, NVI).
Además, afirma de Dios que «sus obras son perfectas, y todos sus caminos
son justos», y que él es «es fiel; no practica la injusticia. Él es recto y justo»
(vers. 4, NVI). El Dios del Antiguo Testamento es el Creador, el Señor
soberano, el Salvador, el Rey, el Juez, el Profeta y el Sacerdote.
Los verbos que se usan para describir sus acciones son poderosos. El Dios
de Israel es el que «te hizo y te estableció» (32: 6), «hizo heredar a las
naciones [...], estableció los límites de los pueblos» (vers. 8), «te engendró
[...], te dio vida» como tu madre (vers. 18, NVI), hace morir y hace vivir
(vers. 39), y hace «expiación por la tierra de su pueblo» (vers. 43). El Dios
eterno también es celoso y se enoja con la idolatría. Él dispersa, hiere,
destruye, paga y esconde su rostro cuando el ser humano sigue
obstinadamente sus malos caminos. Él protege, cuida, guarda, crea, alimenta,
nutre, juzga, castiga, cura, da vida, libera, perdona y hace expiación. Pero,
sobre todo, es un Dios bondadoso que ama a su pueblo (Deut. 33: 3), y por
eso lo disciplina (Deut. 4: 36; compárese con Éxodo 20: 20).
Todos estos epítetos y descripciones resultan significativos porque señalan
diferentes aspectos de las funciones de Dios. Pero ningún lenguaje humano
puede describir completamente a Dios, porque él es más grande de lo que
podemos expresar con palabras. Él trasciende todo lo que podemos decir,
porque siempre es más hermoso, compasivo, grandioso y bueno de lo que
podemos imaginar. Durante toda la eternidad, estudiaremos la ciencia del
carácter de Dios, lo que él logró en su encarnación, su muerte en la cruz y la
obra que continúa. Nos maravillaremos continuamente de su carácter de
amor, verdad, santidad, justicia y belleza.
Deuteronomio 32 da un claro ejemplo de Dios en acción al representarlo
como un águila. Otra imagen poderosa de Dios lo describe como un padre. Es
un padre que cuida de sus hijos, como un águila «revoloteando» sobre sus
aguiluchos para protegerlos y enseñarles a volar y cazar (vers. 11). El verbo
«revolotear» se utiliza también en el relato bíblico de la Creación, en el que
«el espíritu de Dios se movía (revoloteaba) sobre la faz de las aguas» para
sostener la creación de Dios y cuidar del recién nacido planeta Tierra (Gén. 1:
2). El Señor también utiliza la imagen del águila en Éxodo 19: 4, donde
recuerda a Israel su cuidado paternal: «Vosotros visteis [...] cómo os tomé
sobre alas de águila y os he traído a mí». Es posible que Jesús tuviera en
mente este símil cuando expresó lo mucho que quería juntar a los hijos de
Israel como la gallina junta a sus polluelos (Mat. 23: 37). Pero cambió la
imagen del águila por la de la gallina porque la imagen del águila habría sido
malinterpretada. Los romanos utilizaban el símbolo del águila para expresar
su dominio, poder y autoridad. Jesús cambió sabiamente la imagen del águila,
de gran carga política, por la de una gallina para transmitir su hermoso
mensaje de amor, cuidado y protección. Trágicamente, Cristo concluye
diciendo que Israel no estaba dispuesto a someterse a su liderazgo amoroso y
misericordioso.
Las bendiciones de Moisés
Dios nos llama porque quiere bendecirnos. Los sacerdotes estaban
encargados de pronunciaban las bendiciones sobre Israel (Núm. 6: 23-27),
pero era Dios mismo quien otorgaba la bendición. De este modo, Moisés
invocó las bendiciones de Dios sobre las tribus israelitas. Las bendiciones de
Deuteronomio 33 son semejantes a las bendiciones de Jacob antes de su
muerte (Gén. 49). Pero el orden de los nombres de las tribus en
Deuteronomio difiere de la lista de Jacob, que sigue el orden de nacimiento.
Para enumerar las tribus, Moisés se guía un poco por la geografía (desde
Rubén en Transjordania, extendiéndose a las tribus occidentales, y
terminando con las tribus de Neftalí y Aser en la región de Galilea, al norte).
También toma en cuenta a sus madres (las tres primeras tribus son de los
hijos de Lea, las dos siguientes son hijos de Raquel, luego vienen los dos
últimos hijos de Lea, y finalmente, los hijos de Bilha y Zilpa en orden mixto).
Es interesante que José recibe la bendición (la más larga de todas) junto con
sus dos hijos, Efraín y Manasés, pero se omite la tribu de Simeón,
probablemente porque estaba situada en el territorio de Judá.
Moisés comienza sus bendiciones aludiendo a la autorrevelación de Dios en
el Sinaí (vers. 2), puesto que el bienestar de los israelitas dependería de su
obediencia a Dios y a su Palabra. El Señor ama a su pueblo (vers. 3) y es su
rey (vers. 5). De este modo, Moisés destaca la unidad de todas las tribus de
Israel antes de hablar de cada tribu de los hijos de Jacob en particular. La
bendición principal de Moisés es para Judá, Leví y José, donde se encuentran
dos profecías relativas al Mesías.
El último poema de Deuteronomio también recoge la esperanza mesiánica.
En el contexto inmediato de estas bendiciones, se explica que a causa de la
desobediencia del pueblo los alcanzará la desgracia «en los días venideros»
(Deut. 31: 29) o «en los postreros días» (LBLA), aludiendo al futuro y al fin
de los días. Moisés predice que vendrá el khasid (el «fiel», «piadoso», «leal»
o «Santo»), al que pertenecen legítimamente el Urim y el Tumim, aquel que
fue probado «en Masah» y contendió «en las aguas de Meriba» (Deut. 33: 8).
El versículo 16 tiene otra alusión mesiánica, donde habla del nazir (el
«separado», «consagrado» o «príncipe») como el consagrado entre (el
separado de) sus hermanos. Estos textos señalan que el Mesías procedería del
linaje sacerdotal y real. De este modo, el Pentateuco termina con la
perspectiva de la esperanza mesiánica.
Solo Dios nos capacita para obedecer
En repetidas ocasiones, Moisés exhorta a Israel a obedecer al Señor, su
Dios. La buena noticia es que cuando Dios ordena algo, también nos capacita
para hacerlo. El profeta Ezequiel desarrolla este punto en el centro de su
resumen teológico: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo
dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en
mis estatutos y que guardéis mis preceptos y los pongáis por obra» (Ezequiel
36: 26, 27).
Solo Dios puede cambiar el corazón del ser humano, solo él puede
transformarnos extirpando nuestro corazón de piedra y sustituyéndolo por un
corazón de carne, sensible. En palabras de Josué al pueblo de Israel: «Ustedes
son incapaces de servir al Señor» (Jos. 24: 19, NVI). Solo podemos decidir
por él y por lo que es correcto, esa es nuestra decisión más importante. Pero
no tenemos el poder de llevar a cabo nuestra decisión. En nuestra fragilidad y
debilidad, necesitamos ayuda externa. Pero Dios no nos deja sucumbir en la
desesperación, ya que, cuando le entregamos nuestras debilidades, él
proporciona la voluntad (que es la respuesta a su llamamiento amoroso) y el
poder para obedecer (Fil. 2: 13). Él es capaz de hacernos fuertes, y el Espíritu
Santo nos capacitará para obedecerle. Pablo dice: «Cuando soy débil,
entonces soy fuerte» (2 Cor. 12: 10; compare con 1 Cor. 10: 13; 1 Tes. 5: 23,
24; 2 Tes. 3: 3; Jud. 24).
Dios recoge, limpia, quita el pecado, da, pone, y nos mueve a guardar
fielmente su ley (Eze. 36: 24-30). Él nos capacitará para hacer sus obras
cuando le dejemos ser el Señor de nuestras vidas. Él se identifica con
nosotros, y si nos asociamos estrechamente con él, seguiremos su ejemplo.
La unidad entre Dios y nosotros será dinámica, poderosa y viva. ¡Los buenos
resultados se logran solo a través del poder del Espíritu Santo!
El énfasis en Ezequiel 36: 27 está en la obra de Dios. La traducción literal
afirma: «Te daré mi Espíritu, y haré que andes en mis estatutos y guardes mis
leyes, y harás». Por lo tanto, Dios promete: «¡Yo haré que tú hagas! Haré lo
necesario para que obedezcas». En otras palabras, Dios nos manda a
obedecer, pero también nos ayuda a hacerlo. Él nos dará su Espíritu para
cumplir su voluntad porque la obediencia solo es posible a través de la obra
del Espíritu Santo. De este modo, en última instancia, Dios produce la
obediencia. Él provee para sus requerimientos, y nos ayuda a cumplir lo que
nos pide.
La obediencia es un don de Dios (no un logro nuestro), al igual que la
justificación y la salvación. La gracia de Dios produce todo esto por medio de
la fe. Cuando se acepta la palabra de Dios y su Espíritu, se produce una
auténtica vida espiritual (Eze. 37: 11-14). Entonces Cristo y su gracia pueden
reinar en nuestros corazones, trayendo paz y alegría a todas nuestras
relaciones. ¡Este es el evangelio por excelencia!

__________
1. «Las bendiciones se utilizan normalmente menos que las maldiciones. Por ejemplo, el Código de
Hammurabi (1792-1750 a. C.) solo incluye dos bendiciones, pero tiene cincuenta maldiciones. En
el material bíblico, los libros de Éxodo y Levítico tienen diez maldiciones y cinco bendiciones.
Deuteronomio tiene cuarenta maldiciones y ocho bendiciones». Ver Paul Lawrence, The Books of
Moses Revisited (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2011), p. 76.
2. Resulta irónico que el término específico que designa a Israel en este poema sea Jesurún, que
significa «recto» (mencionado solo cuatro veces en la Biblia: Deut. 32: 15; 33: 5, 26; Isa. 44: 2).
En el contexto de este cántico, el que debería ser recto delante de Dios resulta estar lleno de
infidelidad y apostasía.
10. Acuérdate

L a inclinación a olvidar siempre ha sido uno de los peligros más graves y


preocupantes del pueblo de Dios. A fin de evitar el olvido, el libro de
Deuteronomio destaca la importancia de recordar y da testimonio de cómo el
Señor guio a Israel en el pasado. Sin embargo, después de un tiempo, los
creyentes olvidan fácilmente las proezas de Dios en su favor, las dan por
sentado y no las aprecian. Se convierten en algo cotidiano y común, y
desaparecen en el olvido. Por eso las Escrituras constantemente nos exhortan
a recordar a Dios, sus caminos y su dirección. Dios quiere que desarrollemos
nuevas experiencias de fe al recordar sus bondades hacia su pueblo. No
debemos olvidar sus bendiciones, ya que estas testifican de su providencia,
gracia, cuidado y fidelidad.
Entre las palabras clave utilizadas en Deuteronomio está el término hebreo
shakakh, que significa «olvidar». Este importante término aparece solo
catorce veces en este libro (Deut. 4: 9, 23, 31; 6: 12; 8: 11, 14, 19 [dos
veces]; 9: 7; 25: 19; 26: 13; 31: 21; 32: 18 [se usa una vez en el sentido de
olvidar o pasar por alto una gavilla: 24: 19]). Durante el viaje desde Egipto,
la tierra en la que fueron esclavizados, el pueblo de Israel había manifestado
constantemente la inclinación a olvidar a Dios y al buen camino. Moisés les
recuerda que el Señor, su Dios, es un Dios misericordioso, y que no se
olvidará de ellos ni del pacto que ha hecho con ellos (Deut. 4: 31). Por lo
tanto, advierte con firmeza que los israelitas no deben olvidar a Dios: «Por
tanto, guárdate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las
cosas que tus ojos han visto ni se aparten de tu corazón todos los días de tu
vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos. El día que
estuviste delante de Jehová, tu Dios, en Horeb, cuando Jehová me dijo:
«Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales
aprenderán para temerme todos los días que vivan sobre la tierra, y las
enseñarán a sus hijos» (vers. 9, 10). Por desgracia, esta antigua tendencia a
olvidar es también un problema moderno. De hecho, parece que tenemos
serios problemas de memoria especialmente en el ámbito espiritual.
Otra expresión clave en el libro de Deuteronomio es la palabra hebrea
zakar, que significa «recordar», y que aparece quince veces (Deut. 5: 15; 7:
18 [dos veces]; 8: 2, 18; 9: 7, 27; 15: 15; 16: 3, 12; 24: 9, 18, 22; 25: 17; 32:
7). El recuerdo es lo opuesto a la amnesia, y apunta a mantener en nuestra
memoria los actos de bondad, amor y cuidado de Dios, su bondad hacia su
pueblo y su dirección. Moisés recuerda a Israel lo que Dios ha hecho a su
favor en el pasado (Deut. 1-4) y les exhorta a mantenerse fieles al Señor y a
cumplir el pacto en la Tierra Prometida. Reafirma la fidelidad y el amor de
Dios y el compromiso del pueblo de serle fiel, reconociéndolo como su único
Dios y observando amorosamente sus leyes. Los principios de la Ley de Dios
se explican cuidadosamente en Deuteronomio 5–26. Luego, Moisés sigue con
una firme exhortación a la fidelidad en forma de bendiciones y maldiciones
(Deut. 27-30).
Para recordar a Dios, Israel necesitaba escuchar la palabra de Dios (Deut. 4:
1; 5: 1; 6: 4; 9: 1) y seguirla (Deut. 4: 2, 40; 5: 10, 29; 6: 27; 8: 1; etc.). El
verbo hebreo shamá tiene dos significados complementarios: (1) «oír»,
«escuchar», y (2) «obedecer». Una persona que escucha y entiende la
enseñanza de Dios seguirá su instrucción, es decir, obedecerá. El término
shamá aparece 91 veces en el libro de Deuteronomio, y de esos casos, se
utiliza como una orden «oye» seis veces (Deut. 4: 1; 5: 1; 6: 4; 9: 1; 20: 3; 33:
7). La expresión shamar, estrechamente relacionada con esta idea y que se
traduce principalmente como «guardar», «observar» o «tener cuidado», se
emplea setenta y tres veces (por ejemplo, Deut. 4: 2, 40; 5: 10, 29; 6: 25; 7: 9;
8: 11; 11: 8, 22; 12: 28; 27: 1; 30: 10, 16; 31: 12; 32: 46; 33: 9). De estas
estadísticas, es evidente que Moisés hace hincapié en la obediencia a Dios y a
su Palabra. Cuando conozcamos personalmente a Dios y apreciemos sus
actos de amor en nuestro favor, seguiremos sus instrucciones con alegría, en
gratitud por sus bondades.
Los capítulos 8 y 9 de Deuteronomio destacan la importancia de mantener
una relación con Dios recordando siempre su dirección: «Te acordarás de
todo el camino por donde te ha traído Jehová, tu Dios, estos cuarenta años en
el desierto» (Deut. 8: 2). «Cuídate de no olvidarte de Jehová, tu Dios, para
cumplir los mandamientos, decretos y estatutos que yo te ordeno hoy» (vers.
11). «Sino acuérdate de Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder
para adquirir las riquezas» (vers. 18). «Acuérdate, no olvides que has
provocado la ira de Jehová, tu Dios, en el desierto» (Deut. 9: 7). Por otro
lado, es interesante que Moisés pida a Dios que recuerde sus promesas a los
patriarcas porque, a pesar de la fragilidad y la rebeldía de los israelitas, ellos
son su pueblo: «Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires la
dureza de este pueblo, su impiedad ni su pecado [...]. Ellos son tu pueblo, la
heredad que sacaste con tu gran poder y con tu brazo extendido» (vers. 27,
29).
Las graves faltas que el pueblo de Dios había cometido en el pasado
demostraban que eran cortos de memoria y olvidaban con frecuencia lo que
Dios había hecho por ellos. Por tanto, no valoraron su dirección, ni
apreciaron las proezas que había realizado en su favor. El pueblo pecó al
olvidar a su Señor, su pacto, sus mandamientos y su dirección. Santiago
afirma: «El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado» (Sant. 4:
17). Por eso la Biblia destaca la importancia de recordar.
Quizá has oído hablar de los Campeonatos Mundiales de la Memoria o de
los Campeonatos de la Memoria de Estados Unidos. Los que participan en
estos eventos tienen una memoria fenomenal. En pocos minutos, pueden
memorizar información que al resto de nosotros nos costaría mucho tiempo.
Por ejemplo, en cinco minutos son capaces de memorizar una lista de
números generados por ordenador que se presentan en filas de veinte dígitos,
con veinticinco filas por página. Los competidores deben empezar por el
primer dígito de la primera fila y continuar por las filas consecutivas. No está
permitido saltarse las filas. ¡Qué memoria tan fenomenal! Sin embargo, en
nuestro caso, lo que está en juego es mucho más importante que un
campeonato de memoria: nuestra vida eterna depende de recordar a Dios. En
nuestra agitada vida cotidiana, ¿cómo recordamos lo que Dios hace por
nosotros? ¿Apreciamos su dirección en nuestras vidas? ¿Estamos
agradecidos?
La vida sin memoria
Imagina la vida sin recuerdos o con una memoria deficiente. ¿Qué podría
suceder? La memoria suele definirse como la «facultad del intelecto, por
medio de la cual se retiene y recuerda lo pasado». Robert S. Feldman define
1

la memoria como «una función del cerebro que permite al organismo


codificar, almacenar y recuperar la información del pasado». Permítame
2

describir varios resultados cruciales de la pérdida de la memoria y, de este


modo, demostrar su importancia.
En primer lugar, sin memoria no podríamos comprender la historia. Las
cosas, los hechos, los acontecimientos, los datos y las experiencias
simplemente se olvidarían. La humanidad no conocería su origen, su glorioso
comienzo y el curso de la historia. Por lo tanto, la primera pregunta
fundamental (¿de dónde venimos?) sería un gran rompecabezas y
quedaríamos sin respuesta. Sin memoria, perderíamos la capacidad de
reflexionar o desarrollar el pensamiento.
Los trastornos de la memoria causan grandes complicaciones. El
Alzheimer, por ejemplo, ha afectado a millones de personas con sus
dolorosas y mortales consecuencias. Se trata de un trastorno cerebral
irreversible y progresivo que destruye lentamente la capacidad de pensar. Sin
lugar a dudar, una de las formas más devastadoras de pérdida de la memoria.
El primer episodio de la serie documental The Alzheimer’s Project [El
proyecto del Alzheimer] presenta el perfil de siete personas que viven con un
estado avanzado de demencia causado por la enfermedad, desde que se
detectaron sus primeros cambios hasta la muerte. Esta enfermedad toca
3

profundamente a las personas en los niveles físico, emocional y mental, y


afecta su integridad espiritual. Uno puede funcionar bien físicamente sin
memoria, pero este tipo de vida podría describirse como una inexistencia
mental. La pérdida espiritual de la memoria es todavía más grave, porque
implica desconocer al Señor y la obra que hace en nuestro favor.
En segundo lugar, sin memoria, no podríamos aprender lecciones de la
historia. La historia nos ayuda a aprender de las luchas, derrotas y victorias
del pueblo de Dios en el pasado; pero si no pudiéramos recordar la historia,
estaríamos condenados a repetir los mismos errores. Por eso los judíos
conmemoran a las víctimas y a los supervivientes del Holocausto, y
mantienen museos del Holocausto para no olvidar las atrocidades del pasado
cometidas por motivos étnicos y evitar que se repitan.
La memoria desempeña un papel crucial en diferentes funciones clave de la
vida: «El aprendizaje, el pensamiento y el razonamiento no podrían ocurrir
sin la capacidad de recordar». Sin la memoria, estaríamos todo el tiempo
4

tratando de aprender sin retener nada. Por tanto, estaríamos destinados al


fracaso.
¿Has pensado alguna vez qué pasaría si desaparecieran todas las Biblias y
su mensaje de nuestras mentes? Afortunadamente, Dios ha preservado su
Palabra. Las Sagradas Escrituras son el registro de su voluntad y del plan de
salvación en el contexto del gran conflicto. De este modo, Dios asegura la
memoria de su pueblo, le recuerda su historia, sus luchas y su victoria final.
En tercer lugar, sin memoria no podríamos comprender el presente. Sin
memoria, no tendríamos respuesta a la segunda pregunta fundamental: «¿Por
qué estamos aquí?». Sin memoria, toda nuestra existencia estaría en peligro,
porque viviríamos solo para el momento, en busca de los placeres, el
entretenimiento, la comida y el poder. El lema de la vida reflejaría entonces
solo la dimensión de la experiencia: «Comamos y bebamos, porque mañana
moriremos» (1 Cor. 15: 32). Sin memoria, solo queda el presente, pero el
presente se desvanece muy rápido; es casi inexistente, porque el «ahora»
cambia instantáneamente al pasado.
En cuarto lugar, sin memoria no podríamos vislumbrar el futuro.
Comprender el futuro sería imposible, y perderíamos completamente el
rumbo de nuestras vidas. Esto también significa que no tendríamos respuesta
a la tercera pregunta fundamental: no sabríamos a dónde vamos. Las
profecías carecerían de sentido, debido a que las predicciones de la Biblia
están ancladas en los poderosos actos de Dios en el pasado. Recordar la
esperanza futura solo es posible si se recuerdan las promesas y predicciones
de Dios cumplidas en el pasado.
En quinto lugar, sin memoria tampoco tendríamos esperanza. Seríamos
como un túnel en completa oscuridad, sin un rayo de luz. Jeremías declara
acertadamente: «Pero algo más me viene a la memoria [el amor y la
compasión del Señor], lo cual me llena de esperanza» (Lam. 3: 21). La
esperanza solo viene como resultado de recordar las misericordias pasadas de
Dios por su pueblo y la humanidad.
En sexto lugar, sin memoria no podríamos ser agradecidos, y sin gratitud, la
vida carecería de sentido. Solo cuando recordamos el amor, la bondad, la
amabilidad, la paciencia, el perdón, la restauración, la sanidad y la fidelidad
de Dios podemos cultivar un espíritu agradecido y construir una relación
significativa con él. Solo cuando las acciones bondadosas de nuestro Señor
están frescas en nuestra mente pueden generar los motivos correctos.
En séptimo lugar, sin memoria no puede haber obediencia, porque
necesitamos discernir la voluntad de Dios meditando en su ley de amor para
seguirle fielmente.
En octavo lugar, sin memoria no podemos conservar nuestra identidad.
Seguro que has oído hablar de personas que han perdido la memoria. Al
perder sus recuerdos, ya no saben quiénes son y a dónde pertenecen. Nuestros
recuerdos conservan las dimensiones del pasado y del presente, así como la
riqueza del tiempo. Isaías declara solemnemente: «De lo pasado no habrá
memoria ni vendrá al pensamiento» (Isa. 65: 17, NVI; véase también Apoc.
21: 1, 4). ¿Qué significa esto? No puede referirse a la pérdida de la memoria,
porque las personas con amnesia pierden su propia identidad y cambian su
comportamiento. Además, si los redimidos no recuerdan las lecciones
aprendidas en el gran conflicto, el pecado podría entrar en el mundo una vez
más, y todo el conflicto entre el bien y el mal habría sido en vano. En este
pasaje el profeta está diciendo que Dios quiere sanar nuestros recuerdos. Los
sufrimientos del pasado no vendrán al pensamiento. Nuestros recuerdos
estarán en paz; él sanará nuestro pasado. No seremos atormentados,
preocupados o molestados por nuestros pecados, heridas, errores, abusos,
deberes inconclusos y problemas del pasado porque habremos pasado por el
proceso de reconciliación. La armonía, la paz y la alegría serán restauradas.
Ya no seremos esclavos de nuestras transgresiones pasadas y de nuestras
profundas heridas emocionales. Ningún recuerdo doloroso nos irritará. Así,
nuestros recuerdos sanos serán restaurados, y nuestros pasados dolorosos ya
no serán cargas. Esas mentes sanadas estarán llenas de paz y alegría.
En noveno lugar, sin memoria no podríamos desarrollar relaciones
significativas. Sin memoria, seríamos incapaces de amar. La demencia
destruye el compañerismo. Las personas que han perdido la memoria no
reconocen a sus seres queridos, a sus cónyuges o a sus propios hijos. El
segundo episodio de The Alzheimer’s Project, titulado «Grandpa, Do You
Know Who I Am?» [Abuelo, ¿sabes quién soy?], habla de la historia de niños
y adolescentes que tienen que lidiar con su abuelo que va perdiendo
gradualmente la memoria, producto de la enfermedad de Alzheimer. En 5

definitiva, el episodio muestra lo importante que es manejar la pérdida de la


memoria de un abuelo con amabilidad, paciencia y compasión.
Décimo, sin memoria no podríamos desarrollar la fe. El ateísmo o las
prácticas religiosas rutinarias y vacías son el resultado lógico de la pérdida de
la memoria. Para quienes vienen solo para el momento y para sus instintos
naturales nada sobrenatural tiene sentido.
Para que no olvides
La memoria es un don celestial, y nuestra identidad y orientación en la vida,
así como nuestra vida moral, espiritual, emocional y social, dependen de su
correcto funcionamiento. Elena G. de White explica acertadamente: «Estas
son las cosas que nunca hemos de olvidar. El amor de Jesús, con su poder
constrictivo, ha de mantenerse fresco en nuestra memoria. [...] Su sacrificio
es el centro de nuestra esperanza. En él debemos fijar nuestra fe». 6

Si no tuviéramos memoria, todo lo que hacemos y planeamos hacer sería en


vano. Por lo tanto, es vital mantener en nuestra mente la historia de las
proezas de Dios y de su pueblo para tener una identidad y un futuro como
iglesia.
Necesitamos ejercitar nuestra memoria para tener suficientes recuerdos en
nuestra mente. Memorizar las Escrituras es una forma de mantener alerta
nuestra memoria. Medita en las poderosas promesas de Dios y estudia sus
poderosos actos en la historia (Jos. 1: 6-9; Sal. 1: 1-3). Esto te ayudará a
recordar la bondad de Dios y a cultivar su presencia en tu vida. No es de
extrañar que Moisés pusiera tanto énfasis en recordar. Alabado sea el Señor
por el don de la memoria. ¡Usémosla para glorificarlo!

__________
1. Gran enciclopedia Espasa, vol. 13 (Madrid, España: Espasa, 2005), p. 7683; Diccionario de la
lengua española, edición del tricentenario (Madrid, España: Real Academia Española, 2010):
«Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado».
2 Robert S. Feldman, Psicología con aplicaciones en países de habla hispana (México: McGraw
Hill, 2005).
3. The Alzheimer’s Project, episodio 1, «The Memory Loss Tapes» dirigido por Shari Cookson y
Nick Doob, transmitido el 10 de mayo de 2009 en HBO.
4. Ver el significado de memory en The New Encyclopaedia Britannica [Nueva enciclopedia
británica], 15ta edición (2010).
5. The Alzheimer’s Project, episodio 2, «Grandpa, Do You Know Who I Am?», dirigido por Eamon
Harrington y John Watkin, escrito por Maria Shriver, transmitido el 11 de mayo de 2009 en HBO.
6 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Doral, FL: IADPA, 2007), p. 629.
11. Deuteronomio en el resto del
Antiguo Testamento

L as Escrituras describen a Moisés como el siervo de Jehová (Deut. 34: 5;


Jos. 1: 1, 2, 7, 15; Neh. 9: 14). Dios lo llama «mi siervo» (Jos. 1: 2), lo
que significa que Moisés estaba siempre dispuesto a cumplir la voluntad de
Dios. Estaba al servicio de su Rey, Amo y Señor.
Moisés como profeta modelo
También se describe a Moisés como el amigo de Dios con el que el Señor
se comunicaba cara a cara (Éxo. 33: 11; Deut. 34: 10). Moisés comunicaba la
voluntad de Dios a Israel (Hech. 7: 38) e intercedía por los pecadores (Éxo.
32: 30, 31). Por lo tanto, era un profeta modelo (Deut. 18:15, 18; 34:10), un
símbolo de la autoridad religiosa en Israel y la norma para todos los demás
profetas. Cualquiera que tuviera un mensaje de parte de Dios debía ser
evaluado según el criterio de Moisés y sus instrucciones. O sea, para ser
aceptadas, las enseñanzas de otros profetas debían estar en armonía con las
palabras de Dios reveladas y escritas por Moisés.
Moisés, que mató a un capataz egipcio y que al principio recibió el
desprecio de su propio pueblo (Éxo. 2: 11, 12, 14), escogió quedarse y sufrir
con el pueblo de Dios (Heb. 11: 25, 27), llegando a convertirse en un gran
líder. Poco después del Éxodo, en lugar de hablar a la roca en Cades, la
golpeó dos veces (Núm. 20: 11, 12; Deut. 32: 51). Esta acción privó a Dios
de su gloria, por lo que a Moisés no se le permitió entrar en la Tierra
Prometida. No obstante, después de su muerte, la Palabra de Dios describe a
Moisés como una persona muy cercana a Dios, muy estimada, y un modelo a
imitar: «Nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés, a quien
Jehová conoció cara a cara» (Deut. 34: 10).
El papel crucial del Pentateuco
Los escritos de Moisés tuvieron un profundo impacto y una influencia
duradera en los textos sagrados posteriores. El Pentateuco se consideraba la
máxima autoridad, por lo tanto, todo lo demás se evaluaba en función de
dichas enseñanzas. La Torá, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia,
era la Carta Magna de la enseñanza, la ética, la fe y la práctica (Sal. 1; Prov.
3); por eso los salmistas la alaban (Sal. 19; 119) y el profeta Isaías la
engrandece (Isa. 1: 10; 5: 24; 8: 19, 20; 30: 9; 51: 7).
La Torá es una antología de las instrucciones de Dios y sus enseñanzas. La
palabra hebrea torah deriva de la raíz yarah, que significa señalar con un
dedo el camino correcto o la dirección en la que se debe caminar. Es
significativo que el término hebreo para pecado sea khatah, que significa
desviarse del camino, alejarse de las indicaciones de Dios o no dar en el
blanco. La palabra griega hamartia tiene el mismo significado para pecado.
Otra palabra estrechamente relacionada con torah es el verbo hebreo horah,
«enseñar», «instruir». Cuando alguien sigue la Palabra de Dios, sus consejos
y sus enseñanzas, esa persona camina en obediencia porque transita por el
camino que Dios recomienda. Moisés presentó esta filosofía de vida que más
tarde otros escritores bíblicos adoptaron y animaron al pueblo a obedecer a
Dios.
Números 12: 6-8 explica claramente la autoridad de un profeta en
comparación con el ministerio de Moisés. Dios mismo declaró:
«Cuando haya entre vosotros un profeta de Jehová,
me apareceré a él en visión,
en sueños le hablaré.
No así con mi siervo Moisés,
que es fiel en toda mi casa.
Cara a cara hablaré con él,
claramente y no con enigmas,
y verá la apariencia de Jehová.
¿Por qué, pues, no tuvisteis temor
de hablar contra mi siervo Moisés?».
Moisés fue el profeta por excelencia y se convirtió en la norma para todos
los profetas posteriores. «La revelación de Dios a Moisés debía comprobar
todas las declaraciones proféticas». Se le reconoció como el profeta modelo
1

porque
• Dios se comunicaba con él muy estrechamente, como un amigo, para
revelar su Palabra (Éxo. 33: 11; Deut. 34: 10);
• era el siervo fiel de Dios, se le llama «siervo de Jehová» (Deut. 34: 5; Jos.
1: 1, 2; comparar con Éxo. 14: 31; Núm. 12: 7, 8; Heb. 3: 2, 5);
• realizó milagros, «señales y prodigios» por el poder de Dios (Deut. 34:
11, 12);
• fue mediador del pacto en el Sinaí (Éxo. 19: 3-8; 20: 18-20; 24: 3-8);
• organizó la iglesia del Antiguo Testamento de forma más completa:
después del Éxodo, Israel se convirtió en una sola nación;
• tenía varias funciones importantes asignadas por Dios: liderazgo, ser
vocero de Dios y poner las enseñanzas por escrito y
• siguió siendo humilde a pesar de su elevada posición. Aunque su talento
superaba al de otros, «Moisés era muy humilde, más humilde que
cualquier otro sobre la tierra» (Núm. 12: 3, NVI).
De este modo, su ministerio era normativo, y otros profetas se comparaban
con él y sus enseñanzas.
Moisés llevaba la presencia de Dios con él dondequiera que iba. Abraham
Heschel afirma: «El profeta pretende ser mucho más que un mensajero. Es
una persona que está en la presencia de Dios (Jeremías 15: 19), que está “en
el consejo del Señor” (Jeremías 23:18, NVI), que es un participante, por así
decirlo, del consejo de Dios, no un portador de despachos cuya función se
limita a ser enviado a hacer recados. Es un consejero, además de mensajero». 2

A través de los profetas, el Dios invisible se hace audible. Los profetas hacen
más real la presencia de Dios; declaran que estuvieron en su presencia.
Samuel Meier afirma que «solo el profeta podía afirmar que estuvo en la
presencia de Dios». Abraham Heschel observa que la tarea de un profeta era
3

llevar a la gente a la presencia de Dios. «No podían utilizar el lenguaje de la


esencia; tenían que utilizar el lenguaje de la presencia. No trataban de
representarlo; trataban de presentarlo, de hacerlo presente. En un esfuerzo así
solo pueden servir palabras de grandeza e intensidad, no abstracciones». 4

Reflexiones en el Antiguo Testamento


Todos los escritos de Moisés son especiales, pero Deuteronomio es el
clímax del Pentateuco, que marca la pauta para el resto del Antiguo
Testamento. He aquí algunos ejemplos de cómo el libro de Deuteronomio se
refleja en otras partes del Antiguo Testamento.
Los estudiosos reconocen que la teología del libro del Deuteronomio tuvo
una enorme influencia en los libros históricos (Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, y
1 y 2 Reyes), en los libros proféticos (por ejemplo, Oseas, Jeremías y
Ezequiel) y en la literatura sapiencial de tipo polémica (Job o Eclesiastés) o
afirmativa (Proverbios). La ley de la vida, de la siembra y la cosecha, se
presenta en Deuteronomio de una manera clara: si una persona ama y
obedece al Señor, le siguen bendiciones; si uno desobedece las instrucciones
de Dios, le sobrevienen maldiciones. El libro de Job, el Salmo 73 y Habacuc
presentan una comprensión más compleja de las bendiciones y maldiciones.
El Señor le ordenó a Josué: «Esfuérzate y sé muy valiente, cuidando de
obrar conforme a toda la Ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de
ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que seas prosperado en todas las
cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la Ley, sino
que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a
todo lo que está escrito en él, porque entonces harás prosperar tu camino y
todo te saldrá bien» (Jos. 1: 7, 8). El «Libro de la Ley» (Torah) es el libro del
Deuteronomio, pero va más allá de Deuteronomio para incluir todo lo que
Moisés escribió, es decir, el Pentateuco en su forma original. Se menciona a
Moisés como escritor en Éxodo 24: 4; 34: 27, 28 y en Números 33: 2; 31: 9,
24, 25. El llamado a ser esforzado y valiente también aparece en
Deuteronomio (Deut. 31: 6, 7, 23; comparar con Jos. 10: 25). David repite las
mismas palabras a Salomón (1 Crón. 28: 20), y el rey Ezequías hace lo
mismo con los israelitas antes de la batalla con los asirios (2 Crón. 32: 7). La
amonestación de no apartarse «ni a la derecha ni a la izquierda» de la Ley de
Dios se menciona también en Deuteronomio (Deut. 5: 32; 17: 11, 20; 28: 14;
comparar con Deut. 2: 27).
Los autores posteriores utilizaron la frase de Moisés «andar en sus
caminos» con el sentido de andar en obediencia (Deut. 5: 33; 8: 6; 10: 12; 11:
22; 19: 9; 26: 17; 28: 9; 30: 16). Se pueden encontrar frases similares en
Josué 22: 5; 1 Reyes 2: 3; 3: 14; 8: 58; 11: 33, 38; 2 Reyes 21: 22; 2 Crónicas
6: 31; 31: 21; Salmo 128: 1; Jeremías 7: 23; y Zacarías 3: 7. El Señor requiere
que sus seguidores que lo aman presten atención a sus instrucciones y
caminen por la senda que él ha señalado. Al hacer esto, serán conducidos a la
prosperidad y al éxito.
Samuel aceptó el relato del Éxodo como un acontecimiento histórico (1
Sam 12: 6-8). Cuando Salomón fue investido rey de Israel, David le encargó
que observara «los preceptos de Jehová, tu Dios, andando en sus caminos y
observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de
la manera que está escrito en la ley de Moisés» (1 Rey. 2: 3).
En el año 622 a. C., una nueva lectura del libro del Deuteronomio provocó
una reforma en Judea durante el reinado de Josías, que fue su último rey
piadoso. Este joven gobernante aplicó esta enseñanza en la vida práctica y se
deshizo de los ídolos de Judá, aunque ya había iniciado una reforma
anteriormente (2 Crón. 34: 3-13). Dos pasajes bíblicos (2 Rey. 22: 3-23: 25 y
2 Crón. 34: 14-33) describen cómo los sacerdotes descubrieron el libro
olvidado, el «libro del pacto» (2 Rey. 23: 2) en el templo de Jerusalén. Su
lectura trajo consigo un mayor reavivamiento y reforma. Es sorprendente
cómo un líder piadoso, en estrecha colaboración con los sacerdotes y otros
líderes, puede influir en muchos para bien y ayudarles a seguir el camino
correcto de Dios.
En Ezequiel 16, una hermosa mujer representa a Israel, lo que también se
asemeja a la línea de la historia de Deuteronomio 32, donde Dios cuidó
amorosamente de su pueblo (identificado como Jacob en el versículo 9),
proveyendo tiernamente todo para ellos (vers. 10-15). Como ocurría a
menudo, el pueblo se apartó de Dios y se refugió en ídolos y dioses
extranjeros (vers. 5, 15-18), pero el Señor no los desamparó.
Lamentablemente, al final, se vio obligado a rechazarlos porque ellos se
obstinaron en rechazarlo. A pesar de su infidelidad, Dios, en su misericordia,
mostró gracia y finalmente hizo «expiación» por su pueblo (vers. 43).
La parábola de Ezequiel 16 sobre la niña abandonada es un relato
conmovedor, algo así como la historia de una hija pródiga. La niña es
adoptada por una familia y su nuevo y cariñoso padre se hace responsable de
suplir todas sus necesidades. Ya de adulta, se casa con ella, cuando es una
bella y atractiva dama. La rodea de grandes riquezas y telas finas, y la
convierte en su reina. Pero ella no aprecia su amor y sus cuidados, y su
ingratitud la lleva a un estilo de vida lujurioso, desenfrenado y promiscuo,
que resulta en una gran desgracia y enfurece a su marido. Se le dice que sus
amantes se volverán contra ella y la castigarán severamente. Sin embargo, su
marido, en lugar de castigarla, le muestra misericordia y amor abnegado. El
comportamiento insólito e indulgente de su marido culmina con el
establecimiento de un pacto nuevo y eterno que debería hacer reflexionar y
volver al buen camino.
En esta parábola, el Señor mismo es el padre de esta hija pródiga y el
esposo de la esposa infiel. Israel debe arrepentirse y vivir una vida
radicalmente diferente porque Dios era el Señor de la nación. Al final de esta
complicada historia de amor, Dios, en su misericordia, hace expiación (vers.
63), que culmina con su especial cuidado por su esposa infiel. Aquí, como en
Deuteronomio 32: 43, se utiliza la palabra hebrea kapar, que implica
expiación, purificación, perdón, reconciliación y restauración. Dios mismo es
el sacerdote y hace expiación por su pueblo desleal e infiel.
El profeta es el portavoz de Dios
La autoridad de un profeta deriva de Dios, de su revelación y de su Palabra.
El oficio profético no se compra ni se hereda, sino que se recibe de lo alto. Si
un profeta es llamado por Dios, él o ella tiene autoridad como Moisés y su
mensaje divino es normativo. Cuando un profeta habla, es como si Dios
hablara, porque él o ella presenta la Palabra de Dios y no sus propias palabras
(2 Ped. 1: 19-21). Deuteronomio 18: 17-19 describe por qué un profeta tiene
autoridad y merece respeto: «Y Jehová me dijo: “Bien está eso que han
dicho.” Un profeta como tú les levantaré en medio de sus hermanos; pondré
mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande. Pero a
cualquiera que no oiga las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le
pediré cuenta».
La proclamación de la Palabra de Dios es crucial, ya que podemos
confirmar la ortodoxia y autenticidad de un profeta posterior examinando sus
palabras (Isa. 8: 19, 20). Las palabras del profeta establecen el papel
espiritual y visionario de ese profeta. Cualquiera puede decir que tiene una
revelación especial de Dios, pero el profeta puede ser evaluado y juzgado por
sus palabras. Estas pueden compararse con la revelación anterior para ver si
hay contradicciones.
Deuteronomio 13: 1-4 describe la necesidad de verificar el mensaje de un
profeta. Este pasaje afirma que incluso los falsos profetas pueden hacer
milagros, y los profetas que hacen maravillas pueden engañar. Los prodigios
y milagros no son prueba de la confiabilidad y autenticidad de la profecía o
de las enseñanzas del profeta. «Por lo tanto, ningún verdadero profeta bíblico
puede proclamar un mensaje que promueva a otros dioses y su adoración». 5

«Las señales o prodigios que el profeta realiza son de importancia secundaria


respecto al mensaje que acompañan». «Una persona no es necesariamente un
6

profeta porque sea capaz de anunciar con acierto una señal o un prodigio. Si
su mensaje llama a las personas a la obediencia fiel al Dios de las Escrituras,
solo entonces la señal o prodigio debe ser reconocida como legítima». 7

El principio es claro: el mensaje profético debe estar en armonía con la


revelación anterior, y el nuevo mensaje no puede contradecir los principios
básicos de lo que los libros de Moisés y los otros profetas han enseñado. El
don del Espíritu, demostrado por el fruto del Espíritu, es la verdadera señal de
la verdad: «No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, entrará en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros?” Entonces les declararé: “Nunca os conocí. ¡Apartaos de
mí, hacedores de maldad!”» (Mat. 7: 21-23).
Moisés: El tipo de Cristo
Desde los tiempos de Moisés, todos los profetas han sido comparados con
él para ver si su vida y sus enseñanzas están en armonía con la norma que él
estableció. Pero Jesucristo, el verdadero Profeta, es el único que superó a
Moisés y no tiene punto de comparación. Moisés fue un tipo de Cristo porque
comunicó fielmente la palabra de Dios, intercedió por los pecadores y
condujo al pueblo de Dios a través de muchas dificultades hasta la Tierra
Prometida. Pero el pueblo no debía mirarlo a él, sino esperar a un profeta
como Moisés y obedecerlo. Deuteronomio 18: 15 señala esta esperanza
mesiánica: «Un profeta como yo te levantará Jehová, tu Dios, de en medio de
ti, de tus hermanos; a él oiréis».
Pedro destacó este punto en su sermón del Pentecostés (Hech. 3: 17-23).
Cristo dio cumplimiento a esta predicción. Él es nuestra esperanza, el
verdadero portavoz de Dios, el verdadero profeta y el sabio maestro de Israel.
Por eso le entregamos nuestras vidas diariamente y elegimos ser sus
discípulos.

__________
1. Willem A. VanGemeren, Interpreting the Prophetic Word: An Introduction to the Prophetic
Literature of the Old Testament [Interpretar de la Palabra Profética: Una introducción a la literatura
profética del Antiguo Testamento] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1990), p. 38.
2. Abraham J. Heschel, The Prophets [Los profetas], vol. 1 (Nueva York: Harper & Row, 1962), p.
21.
3. Samuel A. Meier, Themes and Transformations in Old Testament Prophecy [Temas y
transformaciones en la profecía del Antiguo Testamento] (Downers Grove, IL: IVP Academic,
2009), p. 19.
4. Abraham J. Heschel, The Prophets [Los profetas], vol. 2 (Nueva York: Harper & Row, 1962), p.
55; la cursiva está en el original.
5. Michael J. Williams, The Prophet and His Message: Reading Old Testament Prophecy Today [El
profeta y su mensaje: Cómo leer la profecía del Antiguo Testamento en la actualidad]
(Phillipsburg, NJ: P & R, 2003), p. 16.
6. Ibid., p. 17.
7. Ibid., p. 18.
12. Deuteronomio en el Nuevo
Testamento

L as enseñanzas del libro de Deuteronomio se reflejan no solo en el


Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo Testamento. Las citas de
Deuteronomio se incluyen a lo largo de todo el Nuevo Testamento.1 Además,
hay muchas alusiones y ecos de Deuteronomio en las enseñanzas del Nuevo
Testamento. La intertextualidad (el modo en que los autores posteriores
aplican el material de Deuteronomio en sus propios escritos) nos ayuda a
comprender el mensaje que se pretende transmitir en el libro de
Deuteronomio. Aprender cómo los escritores bíblicos dialogan con las
instrucciones de Deuteronomio es un estudio útil. Los cuatro libros del
Antiguo Testamento que se citan con más frecuencia en el Nuevo Testamento
y que también más se utilizaban en la comunidad de Qumrán son el libro de
Génesis, Deuteronomio, los Salmos e Isaías.2
Moisés fue un modelo de autoridad religiosa en Israel. De este modo, su
ministerio profético llegó a señalar al futuro y verdadero Profeta al que
debemos obedecer: Jesucristo (Deut. 18: 15; Heb. 3:1-3). Esta idea se refleja
poderosamente en la predicación de Pedro en Pentecostés (Hech. 3: 17-23).
Los autores del Nuevo Testamento creían que Moisés era un personaje
histórico y se referían a él como tal (por ejemplo, Mat. 17: 3, 4; 22: 24; Mar.
1: 44; 7: 10; Luc. 16: 31; Juan 7: 19; 9: 28, 29; Hech. 6: 14; 7: 20-44; Rom. 5:
14; 9: 15; 10: 5; Heb. 3: 5; 9: 19; 11: 24; Apoc. 15: 3). En el Evangelio de
Juan, Jesús explicó a Nicodemo que necesitaba ser levantado como Moisés
levantó la serpiente en el desierto (Juan 3: 14) «para que todo aquel que en él
cree [como el Salvador del mundo] tenga vida eterna» (vers. 15). Cristo
proclamó enfáticamente: «Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de
mí escribió él» (Juan 5: 46).
Al responder a una pregunta difícil sobre el divorcio, Jesús citó a Moisés
como autoridad teológica (Mat. 19: 3-9). Él entendía la intención de cada ley
y sabía cómo interpretarla y aplicarla correctamente. En la discusión sobre el
divorcio, los fariseos se remitieron a Deuteronomio 24: 1-4. Jesús les rebatió
explicando que «al principio no fue así» (Mat. 19: 8) y que esta concesión al
ideal de la creación de Dios se legisló solo por la terquedad del pueblo
(griego sklerokardia; vers. 8).
La importancia de Deuteronomio para el Nuevo Testamento puede
destacarse enumerando varios hechos adicionales:
1. Jesús mismo se refirió al gran mandamiento (Deut. 6: 5) de forma
abierta y transparente. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu mente» (Mat. 22: 37; compárese con Marcos 12:
30 y Lucas 10: 27).
2. Deuteronomio se centra en el Decálogo (Deut. 5: 6-21; Éxo. 20: 2-17) y
su interpretación. Además, Jesús explicó cómo ser un verdadero discípulo
mostrando actos de bondad, estudiando la Palabra de Dios y orando (Luc.
10; 11).
3. En Marcos 12: 29, Jesús citó el Shema: «Oye, Israel: el Señor nuestro
Dios, el Señor uno es». El énfasis en el monoteísmo y las declaraciones
contra la idolatría impregnan las enseñanzas de Cristo.
4. El apóstol Pablo extrajo importantes lecciones para los cristianos de la
peregrinación de Israel a la Tierra Prometida. Como peregrinos de los
últimos tiempos, debemos prestar mucha atención a sus consejos porque se
escribieron para nuestra amonestación (1 Cor. 10: 1-12). Las experiencias
de Israel son tipos, o ejemplos, para nosotros (vers. 11) mientras nos
acercamos a nuestra entrada en la Canaán celestial.
5. No debemos añadir nada a la Palabra revelada de Dios. Esto se le
recalcó a Israel y a Josué (Deut. 4: 2; 12: 32; Jos. 1: 7; Mat. 5: 18; Apoc.
22: 18, 19).
6. Pablo recordó a los creyentes que debían abstenerse de la ira y dejar la
venganza en las manos de Dios. Citó Deuteronomio 32: 35: «Mía es la
venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Rom. 12: 19).
7. Los redimidos cantarán dos cánticos de Moisés en el mar de cristal: uno
es un cántico de victoria (Éxo. 15), y el otro es sobre el carácter de Dios: su
amor, fidelidad, verdad, justicia y santidad (Deut. 32). Los redimidos
cantarán el cántico de Moisés y del Cordero en la tierra nueva (Apoc. 15: 3,
4).
El énfasis en la fiabilidad de Dios en Deuteronomio 32, en el destacado
cántico de Moisés (vers. 4), es un tema que también se recoge en el Nuevo
Testamento, y que ofrece preciosas promesas para las diversas pruebas,
persecuciones, tentaciones y dificultades que afrontamos en la vida. Dios no
nos dejará pasar por lo que no podamos soportar, y nos proporciona una
salida a estas angustias. Pablo dijo: «No os ha sobrevenido ninguna prueba
que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo
que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida,
para que podáis soportarla» (1 Cor. 10: 13). La Traducción en lenguaje
actual presenta el texto de la siguiente manera: «Ustedes no han pasado por
ninguna tentación que otros no hayan tenido. Y pueden confiar en Dios, pues
él no va a permitir que sufran más tentaciones de las que pueden soportar.
Además, cuando vengan las tentaciones, Dios mismo les mostrará cómo
vencerlas, y así podrán resistir» (vers. 13). Pablo se basa en la seguridad que
tenemos en Cristo. Jesús está siempre a favor de su pueblo, ayudándole en las
dificultades de la vida.
Jesús y las tentaciones del desierto
El libro de Deuteronomio desempeñó un papel importante en la vida de
Jesús. Él estaba profundamente familiarizado con su mensaje. Su devoción a
la Palabra de Dios es evidente en su respuesta a las tres tentaciones del
desierto.
Al principio de su ministerio público, Cristo fue tentado por Satanás (Mat.
4: 1-11; comparar con Luc. 4: 1-13). Quería desviar a Cristo de su misión y
3

vencerlo, así que vino en un momento en que Jesús estaba vulnerable,


después de cuarenta días de ayuno. Intentó distraer a Jesús de su objetivo
principal de morir por la humanidad. El diablo quería confundirlo y apartarlo
de su objetivo de salvar al ser humano y destruir el mal, así que trató de
redirigir su enfoque y obtener la victoria sobre Cristo impidiéndole vivir una
vida sin pecado. ¿Cómo? Haciéndolo recurrir al poder que no está disponible
para los frágiles seres humanos. Cada una de las tres tentaciones iba dirigida
a aspectos importantes del ministerio de Jesús.
En primer lugar, Satanás puso en duda el mesiazgo de Jesús, cuestionando
su estrecha relación con el Padre celestial. Quería poner en duda la
convicción de Cristo de que era el Hijo del hombre (Dan. 7: 13), que había
venido a vivir entre nosotros y aplastar la cabeza de la serpiente (Gén. 3:15).
Quería que Jesús cuestionara su condición de ser Hijo de Dios (Dan. 3: 25;
Mar. 1: 1), que había venido a expiar el pecado, a traer la justicia perdurable
y a morir por la humanidad, salvándonos y cumpliendo el sistema de
sacrificios del Antiguo Testamento (Dan. 9: 24-27).
Jesús estaba totalmente comprometido con la voluntad de su Padre. El acto
culminante de su obediencia sería su muerte en la cruz, pero antes de ese
evento, necesitaba demostrar su sumisión a la Ley de Dios como la verdadera
prueba de que era el Hijo de Dios. Jesús tenía que salir victorioso de las
tentaciones. Su victoria contrastaría con la de los israelitas que fallaron su
prueba en el desierto y con la de Adán que cedió ante la tentación en el jardín
del Edén (Gén. 3: 1-7). Israel y Adán fracasaron porque no confiaron en Dios
y se rebelaron contra su voluntad. Abraham fue una excepción al patrón de
4

fracaso del ser humano. Él pasó su prueba de obediencia (Gén. 22: 1, 12, 16-
18), aunque había fracasado en ocasiones anteriores.
Jesús venció las tres tentaciones de Satanás citando textos del libro de
Deuteronomio. Estudia detenidamente la narración bíblica de Mateo 4: 3-11:
Se le acercó el tentador y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
Él respondió y dijo:
—Escrito está: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios.”
Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del
Templo y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: “A sus ángeles
mandará acerca de ti”, y “En sus manos te sostendrán, para que no tropieces
con tu pie en piedra.”
Jesús le dijo:
—Escrito está también: “No tentarás al Señor tu Dios.”
Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos
del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:
—Todo esto te daré, si postrado me adoras.
Entonces Jesús le dijo:
—Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y solo a él
servirás.”
El diablo entonces lo dejó, y vinieron ángeles y lo servían.
La primera tentación. Con esta tentación, Satanás estaba desafiando a
Jesús a utilizar los medios equivocados para demostrar que era el Hijo de
Dios. Según el plan de redención, Jesucristo debía vivir en la tierra como un
frágil ser humano, obedeciendo plenamente los mandatos de Dios y viviendo
en completa dependencia de su Padre. El enemigo quería que Jesús
transgrediera este principio y utilizara su poder divino para ayudarse a
cumplir su misión. De este modo, esperaba demostrar que no era posible que
el ser humano obedeciera a Dios y superara sus tentaciones. Así lograría
demostrar su acusación de que las leyes de Dios eran demasiado severas e
injustas, por lo que resultaban imposibles de obedecer. Por tanto, la verdadera
cuestión era ver si Jesús podía salir victorioso del pecado y de la tentación
dejando de lado los privilegios que le concedía su naturaleza divina (Fil. 2: 5-
11). Una de las grandes tentaciones de Jesús fue utilizar su divinidad para
ayudarse a sí mismo (por ejemplo, convertir las piedras en pan, lo que no es
una tentación para nosotros) y realizar milagros en su propio nombre,
escapando así de las circunstancias difíciles en lugar de someterse a una vida
de privaciones y sacrificio.
Satanás se acercó a Cristo buscando desviarlo y refutar que era el Mesías,
haciendo que fracasara en su misión de vivir una vida de total dependencia de
Dios y de su Palabra. «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan
en pan» (Mat. 4: 3). Jesús respondió con un claro «escrito está». Salió
victorioso de este encuentro con Satanás gracias a la Palabra de Dios. Citando
Deuteronomio 8: 3, Jesús venció la tentación: «No solo de pan vivirá el
hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Jehová» (comparar con Mat. 4:
4).
La segunda tentación. Fue una gran tentación para Jesús demostrar
públicamente que era realmente el Hijo de Dios. Probar a Dios desde lo alto
del Templo era un aliciente para evitar una vida de servicio humilde y
abnegación y también para revelar su verdadera identidad. En la segunda
tentación del desierto, Jesús respondió con otra cita del Deuteronomio: «No
pongas a prueba al Señor tu Dios» (Deut. 6: 16, NVI). Esta tentación fue
también una contienda sobre la correcta interpretación de las Escrituras.
Satanás las utilizó de forma incorrecta (citando el Sal. 91: 11-12), pero Jesús
las aplicó correctamente, utilizando una interpretación sólida al considerar el
contexto y el propósito de los textos bíblicos. De este modo, el Salvador salió
victorioso por segunda vez.
La tercera tentación. Finalmente, Satanás afirmó que era el príncipe de este
mundo y que tenía la autoridad para entregar los reinos terrenales a Jesús sin
la necesidad de luchar. Solo había una condición: Jesús debía inclinarse en
señal de adoración ante él y aceptarlo como el gobernante legítimo de la
tierra. Cristo rechazó la oferta y tomó la firme determinación de enfrentar las
más feroces batallas contra el mal para abatir por completo todas las
pretensiones de Satanás y demostrar que es un mentiroso. En otras palabras,
Jesús podría haberlo conseguido todo sin sacrificio, dolor y muerte. Solo
necesitaba reconocer a Satanás como el legítimo gobernante de la tierra.
En su respuesta a la tercera tentación, Jesús reconoció claramente quién
estaba detrás de estos intentos de desviarlo de su misión: «Vete, Satanás,
porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás”» (Mat. 4:
10). Esta es una cita de Deuteronomio 6: 13: «A Jehová, tu Dios, temerás, a
él solo servirás» (temer y adorar al Señor son términos sinónimos).
Una lectura atenta de las tres tentaciones del desierto muestra que Jesús
derrotó a Satanás citando y aplicando tres pasajes del libro de Deuteronomio.
Cristo conocía bien su mensaje y, en el momento oportuno, resistió las
tentaciones que buscaban «facilitar» su difícil misión en la Tierra: (1) Jesús
no utilizaría su poder divino para ayudarse a sí mismo en el sufrimiento y la
conquista del mal; (2) no utilizaría su popularidad y sus milagros para
desviarse de su misión de salvar a la humanidad con su muerte; y (3) no se
inclinaría ante Satanás para validar su rebelión contra Dios y su voluntad.
Cristo vino a derrotar a Satanás como representante de la raza humana, a
través de su total dedicación y su completa obediencia a su Padre.
Las tres tentaciones abarcaban los deseos de la carne (la primera tentación),
la arrogancia o la vanagloria de la vida (la segunda tentación), y los deseos de
los ojos (la tercera tentación). Juan escribió: «Porque nada de lo que hay en el
mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la
vida— proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2: 16). Estas tres
tentaciones del desierto también negaban el gran mandamiento del amor:
«Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas
tus fuerzas» (Deut. 6: 5).
¿Y nosotros? ¿Vivimos cada día según la Palabra de Dios? ¿Vivimos una
vida de dependencia de su bondad, disfrutando de su presencia y dirección?
Atesoremos en nuestros corazones las palabras alentadoras del apóstol Pedro
y oremos para que sean nuestra experiencia diaria: «Antes bien, creced en la
gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea
gloria ahora y hasta el día de la eternidad» (2 Ped. 3: 18).
__________
1. Considera las siguientes referencias (1) Deut. 1: 16, 17; 16: 19; Juan 7: 24; Sant. 2: 1; (2) Deut. 4:
2; 12: 32; Mat. 5: 18; Apoc. 22: 18, 19; (3) Deut. 4:7; Sant. 4: 8; (4) Deut. 4: 29-31; 31: 6; Heb. 8:
8; 11: 6; 13: 5 (5) Deut. 5:5; Gál. 3: 19; (6) Deut. 7: 8; 1 Juan 4: 10; (7) Deut. 9: 7, 24; 10: 16;
Hech. 7: 51; (8) Deut. 9: 15, 19; Heb. 12: 18; (9) Deut. 10: 17; Hech. 10: 34; 1 Tim. 6: 15; (10)
Deut. 13: 13; 2 Cor. 6: 15; (11) Deut. 4: 2; 26: 19; 28: 9; 1 Ped. 2: 9; (12) Deut. 15: 11; Mat. 26:
11; Juan 12: 8; (13) Deut. 16: 20; 1 Tim. 6: 11; (14) Deut. 17: 6; 19: 15; Mat. 18: 16; Juan 8: 17;
2 Cor. 13:1; Heb. 10: 28; (15) Deut. 18: 15; Hech. 3: 22; 7: 37; Juan 1: 21; 6: 14; Mat. 21: 11; (16)
Deut. 18: 16; Heb. 12: 19; (17) Deut. 18: 19; Luc. 10:16; Juan 12: 48; Hech. 3: 23; (18) Deut. 18:
18; Juan 12: 49; (19) Deut. 19: 19; 17: 7; 1 Cor. 5: 13; (20) Deut. 19: 21; Mat. 5: 38; (21) Deut. 21:
6; Mat. 27: 24; (22) Deut. 21: 23; Gál. 3: 13; (23) Deut. 22: 22; Juan 8: 4; (24) Deut. 23: 25; Mat.
12: 1; (25) Deut. 24: 1; Mat. 5: 31; 19: 3; (26) Deut. 24: 14; Sant. 5: 4; (27) Deut. 25: 3; 2 Cor. 11:
24; (28) Deut. 25: 4; 1 Cor. 9: 9; 1 Tim. 5: 18; (29) Deut. 25: 5; Mat. 22: 24; (30) Deut. 27: 26;
Gál. 3: 10; (31) Deut. 29: 4; Rom. 11: 8; (32) Deut. 29: 18; Heb. 12: 15; (33) Deut. 30: 6; Rom. 2:
29; (34) Deut. 30: 12-14; Rom. 10: 6-8; (35) Deut. 31:26; Rom. 3: 19; (36) Deut. 32: 21; Rom. 10:
19; (37) Deut. 32: 35; Rom. 12: 19; Heb. 10: 30; y (38) Deut. 32: 43; Rom. 15: 10.
2. Martin Abegg Jr., Peter Flint, y Eugene Ulrich, trans., The Dead Sea Scrolls Bible: The Oldest
Known Bible Translated for the First Time Into English [La Biblia de los rollos del mar Muerto:
La Biblia más antigua conocida traducida por primera vez al inglés] (Nueva York:
HarperSanFrancisco, 1999), xvii, 3.
3. En comparación con Mateo, Lucas invierte el orden de la segunda y la tercera tentación.
4. Jiří Moskala, «Origin of Sin and Salvation According to Genesis 3: A Theology of Sin» [El origen
del pecado y la salvación según Génesis 3: Una teología del pecado] en Salvation: Contours of
Adventist Soteriology, Martin F. Hanna, Darius W. Jankiewicz, y John W. Reeve, editores (Berrien
Springs, MI: Andrews University Press, 2018), pp. 119-143.
13. La resurrección de Moisés

E n la mitad del último capítulo del libro de Deuteronomio, leemos: «Allí


murió Moisés, siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho
de Jehová» (Deut. 34: 5). Moisés murió en un país extranjero mientras
peregrinaba hacia un nuevo hogar. No lo alcanzó, pero le esperaba una tierra
mejor que la Tierra Prometida.
La muerte de Moisés
El libro del Deuteronomio es la biografía de los dos últimos meses de vida
de Moisés, que termina con el relato de su muerte. Pero su muerte fue
prematura. No fue producto de la vejez, porque a los 120 años todavía gozaba
de buena salud. Simplemente murió porque Dios le impidió entrar en la
Tierra Prometida.
Moisés lo comprendió y expuso tres sermones, exhortando al pueblo a
temer al Señor y serle fiel. Nombró a Josué como el nuevo líder que guiaría
al pueblo de Dios hacia la Tierra Prometida, les enseñó un cántico especial y
pronunció una bendición final sobre ellos.
Es interesante que en el último capítulo del libro de Deuteronomio se
describe a Dios con un solo nombre: Jehová (Yahweh). Jehová es el nombre
propio de Dios y se utiliza siete veces en este capítulo. Jehová es el Señor de
su pueblo, un Dios inmanente. Jehová es un Dios personal y cercano, es el
Dios del pacto que interviene en nuestras vidas. Por lo tanto, era apropiado
que Dios estuviera íntimamente involucrado en la muerte de Moisés.
El mayor tributo al legado de Moisés se da en el epitafio sobre él en los tres
últimos versículos de Deuteronomio: «Nunca más se levantó un profeta en
Israel como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara; nadie como él por
todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto,
contra el faraón y todos sus siervos, y contra toda su tierra, y por el gran
poder y los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo
Israel» (vers. 10-12). ¡Qué extraordinario resumen de su vida! Moisés fue fiel
a su llamamiento y a su ministerio. Cumplió la tarea de Dios con excelencia y
distinción, convirtiéndose así en el modelo de lo que debería ser un profeta.
Moisés subió el monte Nebo sabiendo que moriría. En la cima, el Señor le
mostró la Tierra Prometida (vers. 1-4). Aquel vasto panorama se extendía
ante él. No solo vio la hermosa tierra que florecía bajo la bendición de Dios,
sino que también se le mostró el doloroso futuro del pueblo de Dios, que
conduciría hasta la primera venida de Cristo. Luego vio el final triunfal del
gran conflicto y el establecimiento de la Tierra Nueva, aún más espléndida
que la Tierra Prometida. El texto bíblico atestigua que Dios mismo enterró a
1

su amigo: «Y lo [el antecedente es el Señor] enterró en el valle, en la tierra de


Moab» (vers. 6) en un lugar desconocido para que no se convirtiera en un
sitio de peregrinación ni diera paso a prácticas idolátricas.
El libro del Deuteronomio hace un solemne llamado a la obediencia, ya que
la obediencia es la única respuesta adecuada al pacto de fidelidad y amor de
Dios. A través de sus palabras, Moisés trata de motivar al pueblo a responder
a los cuidados de Dios y a seguir a su misericordioso Señor. «La obediencia
que nace del amor, que fluye de una relación bendecida y gozosa con Jehová,
es lo que se requiere a su pueblo [...]. Él los redimió de la casa de
servidumbre, los llevó por el desierto, los guio, les proveyó de alimentos y
los sostuvo». La respuesta de ellos a su tierno y amoroso cuidado debía
«expresarse mediante la obediencia». El principio del libro de Deuteronomio
es «la obediencia a Jehová y a su Palabra que nace del amor y el temor
reverente». Por desgracia, el mismo Moisés no obedeció a Dios en una
2

ocasión especial y tuvo que enfrentarse a las amargas consecuencias de su


incredulidad e impaciencia.
Como se describe en Números 20, el pecado cardinal de Moisés ocurrió en
Cades, cuando el pueblo se quejó y discutió por la falta de agua. Como la
roca representaba a Cristo (1 Cor. 10: 4), el Señor le dijo a Moisés que le
hablara a la roca para que sacara agua de ella (Núm. 20: 8). Lo que ocurrió
entonces fue el error más trágico de todo el ministerio de Moisés. Él, junto
con Aarón (vers. 12; Deut. 32: 51), se enfrentó al problema, pero se irritó e
impacientó con el pueblo. «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Haremos salir agua de esta
peña para vosotros? Y alzando su mano, Moisés golpeó la peña con su vara
dos veces. Brotó agua en abundancia, y bebió la congregación y sus bestias»
(Núm. 20: 10, 11). A Dios no le agradó que Moisés hiciera caso omiso de sus
instrucciones. «Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los
hijos de Israel, por tanto, no entraréis con esta congregación en la tierra que
les he dado» (vers. 12). Elena G. de White hace el siguiente comentario de
esta situación: «Evidenció su falta de paciencia y de dominio propio [...]. Al
oír las murmuraciones y la rebelión del pueblo, vaciló la fe de ambos [Moisés
y Aarón] en el cumplimiento de las promesas de Dios». Incluso cuando nos
3

enfrentamos a una profunda desobediencia, debemos hablar con paciencia y


tacto: «La acusación era veraz [la acusación de Moisés de que el pueblo se
estaba rebelando], pero ni aun la verdad debe decirse apasionada o
impacientemente». 4

El pecado de Moisés se describe en Deuteronomio 32: 51 desde dos


perspectivas. El Señor lo define de la siguiente manera: (1) «A la vista de
todos los israelitas, ustedes dos me fueron infieles» [hebreo maal, que
significa actuar sin fe, ser infiel, traicionar]; y (2) «no honraron mi santidad»
(NVI). De este modo, su pecado público fue doble: (1) Moisés no confió en
que el Señor fuera capaz de cumplir su promesa solo con decir la palabra y,
en consecuencia, fue infiel al no obedecer el mandato de Dios (1 Sam. 14: 33;
Mal. 2: 11); y (2) no santificó la presencia de Dios delante de los israelitas (la
santidad de Dios es su presencia [Éxo. 3: 4-6]). El don del agua no era obra
de Moisés; no se trataba de él sino de Dios. Dios describió el fracaso de
Moisés en términos transparentes: «Fuisteis rebeldes a mi mandamiento»
(Núm. 20: 24). Moisés se olvidó de dar la gloria a Dios por este milagro y
perdió la entrada a la Tierra Prometida.
En su primer discurso a Israel, Moisés expresó tres veces su profundo dolor
y decepción por no poder entrar en la Tierra Prometida (Deut. 1: 37; 3: 23-27;
4: 21-24). Suplicó al Señor que le permitiera entrar en la tierra más allá del
Jordán, pero la respuesta del Señor fue negativa (Deut. 3: 26). Esto nos
proporciona una clara lección: todos deben obedecer al Señor y a su Palabra,
tanto los dirigentes como los miembros de la comunidad de fe. No hay
excepciones; los que dirigen también están bajo la ley. Aunque era el deseo
de su corazón, Moisés fue privado de este privilegio porque deshonró a Dios.
El texto bíblico da una razón explícita para esta negación: Moisés privó a
Dios de su santidad ante el pueblo. Dios trata a todos con justicia; con él no
hay favoritismos (ver Rom. 2: 11). Elena G. de White afirma que, si Moisés
no hubiera cometido este pecado, «habría entrado en la tierra prometida y
habría sido trasladado al cielo sin ver la muerte».5

El legado de Moisés está vivo hoy porque hizo de Dios el centro de su vida
y del servicio a su pueblo una prioridad. Dios lo utilizó de manera poderosa
porque dejó de lado todas las distracciones y permitió que Dios dirigiera su
vida. Su recuerdo permanece con nosotros por esta razón, y podemos
aprender de él. Por eso seguimos el consejo y la advertencia que se
encuentran en el libro de los Hebreos: «Acordaos de vuestros pastores, que os
hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su
conducta e imitad su fe» (Heb. 13:7). El recuerdo de los fieles nunca se
perderá porque las obras de los que temen al Señor están escritas en el libro
de las memorias (Mal. 3: 16).
La resurrección de Moisés
La muerte de Moisés no fue una tragedia porque murió en la bendita
esperanza y con una firme fe en Dios. Además, no permaneció mucho tiempo
en la tumba porque Dios, que es la Vida y es el Dador de la vida, lo resucitó.
¡Increíble! Mientras que los versículos finales de Deuteronomio informan de
la muerte de Moisés, el Nuevo Testamento da testimonio de su resurrección.
Judas menciona cómo Satanás argumentó que Moisés le perteneciera a causa
de su pecado, esperando mantenerlo en la tumba como su trofeo (Jud. 9).
Pero Dios perdonó la impaciencia y la falta de confianza de Moisés, al igual
que perdona nuestros pecados y ofensas cuando nos arrepentimos y los
confesamos con sinceridad (1 Juan 1: 7, 9). No hay fuerzas malignas que
puedan detener a nuestro Dios. Cuando Dios está a favor nuestro, ¿quién
puede estar en contra? La resurrección de Moisés demuestra que los
pecadores pueden experimentar la resurrección cuando piden perdón y
renuevan su confianza en Dios.
La historia es sencilla, pero cambia el mundo. El propio Jesucristo resucitó
a Moisés de su lugar de descanso en el monte Nebo. El relato bíblico dice:
«Pero cuando el arcángel Miguel luchaba con el diablo disputándole el
cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino
que dijo: “El Señor te reprenda”» (Jud. 9). Históricamente, la resurrección de
Moisés fue la primera que Jesús realizó. Por eso no es de extrañar que
Satanás se escandalizara al darse cuenta de que su causa estaba
completamente perdida.
El Dios de Moisés es la fuente de la vida. Porque Dios está vivo, Moisés
pudo vivir. El Evangelio de Mateo atestigua que Moisés y Elías (que no
murió, ni siquiera probó la amargura de la muerte [2 Reyes 2]) estuvieron con
Jesús en el momento de su transfiguración, animándole en el camino hacia su
muerte (Mat. 17: 3, 4). Por eso, cuando hablamos de la muerte de Moisés,
debemos centrarnos en su legado y en la buena noticia de su resurrección.
Esto nos da esperanza al esperar el día de la resurrección en la segunda
venida de Cristo.
La esperanza de la resurrección en el Antiguo Testamento
Podemos encontrar la esperanza de la resurrección en el Antiguo
Testamento, empezando por Job y culminando con Daniel. En medio, varios
autores también dan testimonio de ella. Repasemos brevemente los
principales textos relacionados con la esperanza de la resurrección:
1. Job 19: 25-27. No conozco un texto más poderoso y extraordinario sobre
la certeza personal de la resurrección que el de Job 19: 25-27. Este
versículo es una confesión de fe impresionante, elocuentemente expresada.
Este pasaje contiene una de las descripciones más hermosas sobre la
esperanza en una resurrección corporal. Es una declaración que se puede
encontrar grabada en muchas tumbas cristianas. La poderosa declaración de
Job de que verá a Dios en su carne después de la muerte es la más antigua
de la Biblia, y sienta las pautas de nuestra maravillosa esperanza en lo que
Dios hará al final de la historia de la Tierra. Job afirma: «Yo sé que mi
Redentor vive». Conoce a su Dios y sabe que está vivo, y lo llama
«Redentor» (hebreo goel, que significa pariente-redentor, defensor,
vindicador, protector), como Booz lo fue para Rut (Rut 4: 14). Job continúa
con la seguridad de que su Redentor «al final se levantará sobre el polvo»
(Job 19: 25) para resucitarlo a una vida nueva. Lamentablemente, la gente
solo conoce y cita el versículo 25, pero lo que sigue es igualmente crucial:
«Y, cuando mi piel haya sido destruida,
todavía veré a Dios con mis propios ojos.
Yo mismo espero verlo;
Espero ser yo quien lo vea, y no otro.
¡Este anhelo me consume las entrañas!» (vers. 26, 27, NVI).
Notemos el tono personal de la solemne declaración de Job: yo, mis, yo
mismo, propio. Cree firmemente en su corazón que, en su carne, con sus
propios ojos, verá a Dios, aunque muera y su piel se destruya. Esta seguridad
personal de un día futuro de resurrección no puede expresarse de manera más
enfática.
2. Salmos 16: 9, 10. Estos versículos afirman lo siguiente:
«Por eso mi corazón se alegra,
y se regocijan mis entrañas;
todo mi ser se llena de confianza.
No dejarás que mi vida termine en el sepulcro [es decir, en la muerte];
no permitirás que sufra corrupción tu siervo fiel» (Sal. 16: 9, 10, NVI).
El término hebreo sheol debe traducirse aquí como «sepulcro», tal como se
hace en muchos otros pasajes. Este término se encuentra sesenta y seis veces
en la Biblia hebrea, y en la mayoría de los casos su significado es sinónimo
de sepulcro. Tanto los malvados como los justos descienden al sheol (Gén.
37: 35; 42: 38; 44: 29, 31; Núm. 16: 30, 33; 1 Rey. 2: 6, 9; Job 21: 13; Sal.
49: 15; 89: 48; Ecl. 9: 10; Isa. 14: 9, 11, 15; 38: 10; Eze. 31: 15-17). Además,
el Señor redime a los fieles del sheol (Ose. 13: 14), nadie puede esconderse
de Dios en el sheol (Sal. 139: 8; Amós 9: 2), y en el sheol no hay trabajo ni
otra actividad (Ecl. 9: 10). En ninguna parte de la Biblia se describe el sheol
como el inframundo sombrío donde viven los muertos o donde las almas o
espíritus humanos continúan su existencia. La palabra sheol es una
designación para la tumba, el lugar de los muertos (ver, por ejemplo, la
frecuencia de la traducción de esta palabra en la Nueva Versión Internacional
de 1984, donde sheol se traduce como «tumba» cincuenta y siete veces, como
«muerte» seis veces, «reino de los muertos» una vez, «lo más profundo» una
vez; y «profundidad» una vez). David se alegra de que descansará en paz
después de la muerte y no será olvidado por el Señor, sino que resucitará a
una vida nueva y no sufrirá corrupción duradera (hebreo shakhat, que
significa destrucción, corrupción, decadencia, fosa).
Este texto trasciende la experiencia de David y tiene un significado
mesiánico más profundo. El «fiel» (hebreo khasid, que significa devoto, fiel,
santo), es decir, el Mesías Jesucristo, no se pudrirá en su tumba, y su cuerpo
no se descompondrá porque resucitará después de descansar tres días
(siguiendo el cómputo inclusivo) en la tumba (sheol). El Nuevo Testamento
cita este texto como un anuncio profético de la resurrección de Cristo (Hech.
2: 25-28; 13: 35).
3. Salmos 49: 9-15. El salmista presenta un contraste entre el destino
general de los que mueren y la recompensa de los justos. Por un lado, las
personas morirán e irán a sus tumbas (sheol) porque «nadie vive para siempre
sin llegar a ver la fosa» [shakhat] (Sal. 49: 9, NVI; comparar con Sal. 16: 10;
17: 15). En cambio, los que aman y obedecen al Señor tendrán un destino
diferente. El salmista declara: «Dios redimirá [hebreo padah, que significa
rescatar] mi vida del poder del seol [sheol, tumba], porque él me tomará
consigo [hebreo laqakh, que significa recibir, tomar]» (Sal. 49: 15). Los
traductores de la Nueva Traducción Viviente interpretan el texto hebreo de
forma contundente: «[Dios] me arrebatará del poder de la tumba».
4. Salmos 71: 20. Este versículo afirma lo siguiente:
«Me has hecho pasar por muchos infortunios,
pero volverás a darme vida;
de las profundidades de la tierra
volverás a levantarme» (Sal. 71: 20, NVI).
Este salmo es una oración para pedir la ayuda de Dios en la vejez. El Señor
ha estado con él desde su nacimiento y ha hecho grandes cosas por él, por lo
que pide la protección de Dios contra sus enemigos. Dios no solo le devuelve
la fuerza física y la salud, sino que tiene el poder de resucitar. El salmista
cree y espera que Dios lo hará subir (en hebreo alah, que significa subir,
ascender) de «las profundidades [en hebreo tehom, que significa literalmente
abismo, profundo] de la tierra», lo que puede ser una descripción figurada de
la tumba. Por lo tanto, esta imagen poética sugiere una resurrección física.
Los traductores de la Nueva Traducción Viviente convierten esta frase en la
siguiente esperanza: «Volverás a darme vida y me levantarás de las
profundidades de la tierra».
5. Salmos 73: 23-24. Este salmo describe la búsqueda existencial de Asaf
por comprender los enigmas de la vida, el cual se pregunta por qué sufren los
justos y prosperan los malvados. No obstante, al llegar a este pasaje, el
salmista concluye que es Dios quien lo sostiene y lo guía. Dios asegura su
futuro y lo resucitará para vida eterna: «Me tomaste de la mano derecha. Me
has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria» (Sal. 73: 23,
24). Dios da sentido a esta vida; además, asegura nuestro futuro incluso
después de la muerte. El verbo para «recibir» es laqakh, y este verbo se
utiliza en la historia de Enoc cuando Dios se lo llevó (Gén. 5: 24), así como
en la narración de Elías, que también fue llevado al cielo (2 Rey. 2: 3, 9; en 2
Rey. 2: 1, 11 también se utiliza otro verbo: alah, subir).
6. Isaías 26: 19. En su pequeño apocalipsis, el profeta Isaías presenta la
esperanza de la resurrección, proclamando con entusiasmo:
«Tus muertos vivirán;
sus cadáveres resucitarán.
¡Despertad y cantad,
moradores del polvo!
porque tu rocío es cual rocío de hortalizas,
y la tierra entregará sus muertos» (Isa. 26: 19)
Hay una esperanza gloriosa y un futuro brillante para los que son fieles al
Señor. Este es un pasaje muy explícito sobre una resurrección corporal. Años
más tarde, Daniel basa su declaración sobre la resurrección en la
proclamación de Isaías.
7. Daniel 12: 2, 13. El profeta Daniel señala un día de resurrección:
«Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos
para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dan. 12: 2). La
revelación de Dios en el Antiguo Testamento culmina con esta declaración.
La muerte se compara con un sueño, y los muertos resucitarán: los que
sirvieron al Señor recibirán la vida eterna, pero los impíos serán condenados
a la muerte eterna.
Dios también le asegura a Daniel que será resucitado al final de los
tiempos: «En cuanto a ti, tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para
recibir tu heredad al fin de los días» (vers. 13). La muerte es como un
descanso del trabajo fiel. Pero luego vendrá la dulce herencia: la vida eterna
con el Señor.
8. Jonás 2: 2. La estancia de Jonás durante tres días en el vientre de un gran
pez es una alusión a la resurrección. Jonás define esta experiencia como estar
en el seol, es decir, en el sepulcro (Jon. 2: 2). Después de tres días y tres
noches, fue devuelto a la vida cuando fue vomitado de este seol. En una
oración, afirma:
«Descendí a los cimientos de los montes.
La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre;
mas tú sacaste mi vida de la sepultura,
Jehová, Dios mío» (vers. 6).
Jesús comparó su estancia en la tumba y su resurrección con la experiencia
de Jonás (Mat. 12: 40).
9. Oseas 6: 2. El profeta Oseas habla del reavivamiento espiritual de Israel
y de su retorno al Señor en términos de resucitar al pueblo de la muerte a la
vida. La imagen de la resurrección se utiliza para explicar esta nueva vida
para el pueblo de Dios.
La esperanza de la resurrección en el Nuevo Testamento
Muchos autores del Nuevo Testamento afirman su creencia en la
resurrección con convicción. Debido a la falta de espacio, solo señalaré los
principales pasajes que sustentan esta doctrina: Mat. 22: 32, 33; Juan 5: 25-
29; 11: 25; 1 Cor. 15: 12-20, 51-57; 1 Tes. 4: 13-17; Apoc. 20: 4-6, 11-15.
Concluyo nuestra reflexión sobre la resurrección con la poderosa
declaración de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11: 25). Juan añade las siguientes palabras
del Maestro: «No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos
los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno
saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección
de condenación» (Juan 5: 28, 29). En la presencia del Príncipe de la vida, no
hay lugar para la muerte (Juan 3:16; Apoc. 21: 4).

__________
1. Para aprender más al respecto, ver Elena G. White, Patriarcas y profetas (Doral, FL: IADPA,
2008), pp. 447-456, capítulo 43: «La muerte de Moisés».
2. Ver Arno C. Gaebelein, en su introducción al libro de Deuteronomio en Arno Gaebelein’s
Annotated Bible, consultado el 21 de febrero de 2021,
https://www.studylight.org/commentaries/eng/gab/deuteronomy.html.
3. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 392.
4. Ibid., p. 391.
5. Ibid., p. 454.
Apéndice
La estructura literaria
de Deuteronomio

E l libro de Deuteronomio es una obra excepcional de una mente maestra.


Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Moisés plasmó deliberadamente
la revelación de Dios en una extraordinaria estructura literaria. El libro está
escrito de manera compleja porque Moisés entrelazó tres estructuras para
formar un solo documento. Produjo un conjunto unido combinando diferentes
géneros literarios (historia, narrativa, leyes, poesía, cánticos, amonestaciones,
bendiciones, maldiciones y sermones). De este modo, estas tres estructuras se
mezclan de la siguiente manera:
1. La estructura retórica, con sus tres discursos o sermones (Deut. 1: 6–4:
43; 4: 44–28: 68; 29; 30).
2. La estructura del pacto, con sus seis partes (según el modelo literario de
los pactos de la época): preámbulo (1: 1-6a), prólogo histórico (1: 6b–4:
43), estipulaciones (4: 44–26: 19), bendiciones y maldiciones (27: 1–30:
20), testigos (30: 19; 31: 19) y disposiciones especiales del pacto (31: 9-13).
3. La exposición de cada uno de los Diez Mandamientos en la parte central
del libro, es decir, en el segundo sermón (los primeros mandamientos se
comentan en los capítulos 5–11, y luego se explica cada mandamiento en
los capítulos 12–26).
Esta triple estructura refuerza la unidad del libro. A esto se añade la
transición del liderazgo de Moisés a Josué (capítulo 31), así como el cántico
de Moisés (capítulo 32) y sus bendiciones finales para Israel (capítulo 33).
Por supuesto, la narración de la muerte de Moisés (capítulo 34) se incluye en
la redacción final de Deuteronomio. He ordenado estas estructuras (retórica,
del pacto y la exposición del Decálogo) en un esquema arquitectónico general
para ver el hermoso resultado en las siguientes siete partes del libro:
El tema principal del libro: «Elige la vida: ama, obedece y teme
al Señor»
I. Introducción: preámbulo del pacto (1: 1-6a): el trasfondo de todo el libro y
la primera presentación del Señor.
II. Primer discurso de Moisés: prólogo histórico del pacto (1: 6b–4: 43).
A. Siete recordativos cruciales: siete relatos característicos de la época de la
peregrinación desde Horeb (Sinaí) hasta el Jordán:
1. La promesa de Dios y el nombramiento de líderes en Horeb (1: 6b-18).
2. El viaje del monte Horeb a Cades, envío de los espías y rebelión contra
el Señor en Cades (1: 19-46).
3. En el desierto, alrededor de la región montañosa de Seir y de
Transjordania, Israel recibió la orden de no luchar contra Edom, Moab y
Amón (2: 1-23).
4. La victoria sobre Sehón, rey de Hesbón, la conquista de Transjordania
(2: 24-37).
5. La victoria sobre Og, rey de Basán: la conquista de Transjordania (3: 1-
11).
6. La repartición de la tierra a las dos tribus y media en Transjordania y la
orden para ellas (3: 12-20).
7. La exhortación de Moisés a Josué para conquistar la tierra, y su súplica
al Señor para entrar en la Tierra Prometida (3: 21-29).
B. Clímax: «Israel, oye» –exhortación a obedecer y confiar en el Señor,
junto con las consecuencias prácticas para Israel (4:1-40).
C. Apéndice: las tres ciudades de refugio (4: 41-43).
III. Segundo discurso de Moisés: la exposición de la ley, las exhortaciones,
las advertencias y las bendiciones y maldiciones del pacto (4: 44–28: 68).
A. Estipulaciones del pacto (4: 44-26: 19).
1. Los principios fundamentales y el espíritu de la ley (4: 44–11: 32).
a) La proclamación del Decálogo y la exhortación a obedecerlo (4: 44–
5: 33).
b) El resumen del Decálogo y lo que implica: «Amarás a Jehová, tu
Dios» (6: 1-25).
c) La posesión de la tierra, la separación de la idolatría y el amor de
Dios por su pueblo (7: 1-26).
d) Exhortación y amonestación: «Acuérdate de Jehová, tu Dios» (8: 1-
20).
e) Amonestación contra la autosuficiencia y los fracasos anteriores de
Israel (9: 1–10: 11).
f) Teme a Jehová, tu Dios y cumple con sus exigencias (10: 12-22).
g) La responsabilidad de Israel, la exhortación para servirle y las
bendiciones y maldiciones (11: 1-32).
2. La ampliación del decálogo (12-26).
a) Los dos primeros mandamientos: la adoración (12: 1-32).
(1) Falsa y verdadera adoración (12: 1-4).
(2) Lugar escogido para el verdadero culto (12: 5-14).
(3) La ingesta y el sacrificio de animales (12: 15-28).
(4) Amonestación contra la idolatría (12: 29-32).
b) El tercer mandamiento: el nombre de Dios (13: 1–14: 29).
(1) Amonestación contra los falsos profetas y su castigo (13: 1-18).
(2) Conducta del pueblo de Dios, la diferencia entre alimentos limpios
e inmundos (14: 1-21).
(3) El diezmo (14: 22-29).
c) El cuarto mandamiento: el sábado (15: 1–16: 17).
(1) El año de remisión: cancelación de las deudas y liberación de los
esclavos hebreos (15: 1-18).
(2) Los animales primogénitos y las tres fiestas principales (15: 19–16:
17).
d) El quinto mandamiento: la autoridad (16: 18–18: 22).
(1) La justicia y la elección de un rey (16: 18–17: 20).
(2) Los derechos de los sacerdotes y los levitas, y el verdadero y el
falso profeta (18: 1-22).
e) El sexto mandamiento: el homicidio (19: 1-22: 8).
(1) Leyes sobre el asesinato y las ciudades de refugio (19: 1-14).
(2) Leyes sobre los testigos (19: 15-21).
(3) Sobre las guerras futuras (20: 1-20).
(4) Expiación de un asesinato de autor desconocido (21: 1-9).
(5) Diversas instrucciones sobre la protección o ejecución de personas
y la protección de la vida (21: 10-22: 8).
f) El séptimo mandamiento: el adulterio (22:9-23:18).
(1) Mezclar las cosas equivocadas (22: 9-12).
(2) Santidad del matrimonio y pecados sexuales (22: 13-30).
(3) La congregación del Señor: su constitución y santidad (23: 1-18).
g) El octavo mandamiento: el hurto (23: 19-24: 7).
(1) Leyes sobre el interés y la usura, el cumplimiento de la palabra
dada y el reparto de los resultados de la cosecha (23: 19-25).
(2) Leyes sobre la protección para la mujer acusada, el recién casado,
el deudor y el secuestro (24: 1-7).
h) El noveno mandamiento: acusaciones falsas (24:8-25:4).
(1) Varias leyes de protección para la comunidad, el empleado y el
inocente (24: 8-16).
(2) Responsabilidad de proteger a los débiles, a los pobres, a los
acusados y a los animales (24: 17–25: 4).
i) El décimo mandamiento: la codicia (25: 5-26: 15).
(1) La mujer de tu hermano, la deshonestidad y los amalecitas (25: 5-
19).
(2) Las primicias, el diezmo y la oración (26: 1-15).
j) Llamamiento a renovar el pacto (26: 16-19).
B. Las bendiciones y maldiciones del pacto (27: 1-28: 68).
IV. Tercer discurso de Moisés: nueva exposición de las bendiciones y
maldiciones, llamamiento final y enumeración de los testigos (29: 1–30:
20).
A. Última encomienda de Moisés a Israel: la repetición de las bendiciones
del pacto y las maldiciones reafirmadas (29: 1-29).
B. Vuélvete al Señor tu Dios y serás prosperado: el Señor es tu vida, así que
escoge la vida (30:1-20).
C. Los testigos (30: 19; ver también 31: 19, 26, 28).
V. Preparación para el futuro: transición de liderazgo, acciones y palabras
finales de Moisés (31-33).
A. El traspaso del liderazgo de Moisés a Josué y las palabras del Señor a
Moisés (31: 1-8).
B. Disposición especial del pacto (31: 9-13).
C. Predicción de la rebelión de Israel (31: 14-22).
D. El Señor se dirige a Josué (31: 23).
E. Instrucciones de Moisés sobre el libro de la ley (31: 24-29).
F. El último cántico de Moisés (32).
G. Moisés bendice a las tribus de Israel (33).
VI. La muerte de Moisés (34: 1-8).
A. Moisés sube al monte Nebo y escucha las últimas palabras de parte de
Dios (34: 1-4).
B. Muerte y entierro de Moisés (34: 5-8).
VII. El epílogo (34: 9-12).
¡Alabado sea el Señor por un mensaje tan edificante, entregado de forma
tan organizada! Familiaricémonos con el contenido de Deuteronomio, porque
así aprenderemos, no solo sobre el maravilloso amor de Dios, sino también a
amar, admirar, obedecer, adorar, servir, temer y seguir al Señor por gratitud a
lo que él es, a lo que ha hecho, a lo que está haciendo y a lo que hará. Solo a
él pertenece la gloria (Sal. 115: 1; Jer. 9: 23, 24; Efe. 3: 20, 21; Jud. 24, 25).

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