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El Arduo Camino del Exilio

El arduo camino del Exilio

Todos estos hombres, todas estas historias, y otros muchos hombres, con sus vidas, sus
batallas y sus guerras encima, siguen en aquella República del Caribe. Los venezolanos de
Euzkadi no suelen alardear de su pasado, aunque sea heroico. Gustan de permanecer
callados, en su mayoría, como el motrikoarra Aguirregomezkorta, al que arrebatamos su
secreto.

Otros venezolanos de Euzkadi no pueden narrar experiencias de los años treinta. Los más,
porque aún no habían nacido. En realidad, a las primeras oleadas de inmigrantes
procedentes del País Vasco —traídas por la persecución política entre el treinta y nueve y el
cuarenta y siete— han venido a sumarse después otras generaciones, en los años cincuenta,
empujadas por un deseo clásico de mejorar económicamente, de «hacer las américas».

Pero aquellos que llegaron primeros en esta época del siglo XX fueron quienes sentaron las
bases de la comunidad éuskara en tierra criolla.

No fue fácil su venida. Ya hemos visto que costó lo suyo convencer a las autoridades locales
para que les abriesen las puertas. También fue grande su esfuerzo, y tremenda la elección
entre quedarse en el peligro, pero cerca de casa, del País y de la familia, o embarcarse en
otros riesgos y aventuras no menos ciertos y desagradables, como el largo peregrinar en
busca de los documentos, de los pasajes en un barco —incluida la espera del cupo—, y del
viaje que, en plena guerra mundial, no tenía nada de crucero de placer.

A casi todos se adelantó, en el año treinta y ocho, un joven médico llamado José María
Bengoa, que pronto se convertiría el conflicto internacional y no tuvo demasiado problema,

Cuenta Martín de Ugalde, otro de los vene/oíanos de Euzkadi: «La palabra y la mano amiga
de Venezuela vino en la providencia de don Eduardo Monsanto, representante del Instituto
de Inmigración de Europa, y Simón Gonzalo Salas, otro excelente amigo nuestro a -quien
debemos mucho más de lo que podemos explicar en líneas escritas. Venezuela recibía así
este primer contingente de vascos por mediación del Gobierno Vasco exiliado en París, con
documentación de viaje de la todavía reciente República de Euzkadi, y tan prematuramente
en exilio.

Este primer contingente de soldados, que acababan de perder una guerra patriótica en medio
de una intencionada confusión de ideas difundidas en el exterior, se acomodó a la angustiosa
situación de desarraigo con el optimismo que despierta la idea de un nuevo comienzo»...

«Primero fueron tres barcos, como en el milagro de Fe del Descubrimiento: el «Cuba», que
salió de Le Havre con centenar y medio de vascos para Venezuela y llegó a La Guaira el 14
de julio de 1939; el «Flandre», con cerca de doscientos, que hizo el mismo recorrido para
llegar exactamente un mes después, y el «Bretagne», que salió de Bordeaux para entrar en
La Guaira con otro grupo de setenta y cinco. Los recibieron con simpatía que los vascos
recordarán siempre el doctor Otto Antillano, Napoleón Arraiz y Abel Cifuen-tes Espinettí,
funcionarios del Instituto de Inmigración, dirigido entonces por el conocido intelectual y
escritor, Dr. Arturo Uslar Pietri, a quien los vascos que llegamos a Venezuela debemos tantas
atenciones».
También estos cuatrocientos y tantos exiliados tuvieron relativa buena suerte. Porque hubo
otros muchos que atravesaron más etapas y fatigas.

Jon Víctor Etxebarría, el socialista taquígrafo del Ayuntamiento de Bilbao, vino desde
Marsella en el La Salle, uno de aquellos barcos el capítulo precedente. Dejémosle recordar;
«En aquella época, cuando se gestionó la llegada de los vascos aquí, por una cosa de
mecánica natural (el Gobierno Vasco estaba compuesto en su mayoría de nacionalistas), la
mayor parte de la inmigración era de nacionalistas. Eso vino por el convenio con las autori-
dades de Venezuela. Pero llegamos también, de resto, unos pocos, por nuestros propios
medios, sin intervención del Gobierno de Euzkadi. Discutí esto con Juanito Olazábal, que
representaba a una comisión del primer Gobierno para la traída de vascos, y luego supe que
en aquella comisión estaba también un republicano, que era don Luis Aranguren, el padre del
Dr. Gonzalo.

Embarqué en el La Salle, pagado por el Gobierno de la República. La República Española


hizo un depósito de cincuenta dólares por cabeza de familia, y veníamos como mil, en el
barco. Ya había empezado la Guerra Mundial. En Santo Domingo, que es donde había hecho
el depósito la Transatlántica, se quedaron con el dinero. Nuestros cincuenta dólares por
cabeza, y los quinientos dólares por cabeza de los judíos.

De forma que nos tuvimos que meter donde pudimos. Yo pregunté: ¿este hotel de quién es?
Era de «Chapita». Pues aquí nos metemos. Hay que tener en cuenta que cincuenta dólares
eran una gran suma. El alquiler de una quinta, o de un chalecito al borde del mar, costaba
once dólares al mes. Una langosta, cinco centavos. Lo que pasa es que no había quién
tuviese un dólar, para comprar nada».

Hasta el hotel que pertenecía al mismísimo Rafael Leónidas Tru-jillo, mandamás absoluto de
la República Dominicana por entonces, Etxebarría llegó a través de la Guerra en Euzkadi y
en Catalunya, en esta segunda como carabinero. En Barcelona, y en la jeaftura de trans -
portes del Cuerpo, estuvo a las órdenes de Tomás Rementería, de Bilbao, y con el hermano
de éste, Alberto.

Terminado el conflicto, y desde Francia, obtuvo con ciertas dificultades el visado —el único
posible ya—. Méjico se había cerrado, después de recibir a grandes cantidades de
republicanos españoles. Ya no quedaban barcos, ni cupo. En Chile había también
limitaciones. Sólo para Santo Domingo había unas ciertas facilidades. «Se ve que «Chapita»
quería congraciarse con los Estados Unidos —continúa Jon Víctor—, que no se cansa de
narrar sus experiencias.

«Un tipo curioso era Gurruchaga, alcalde de un pueblo de la Rio-ja. Agricultor, hijo y nieto de
agricultores, le contrataron en Santo Domingo para que hiciese un estudio de la frontera con
Haití, con la idea de meternos allá a los inmigrantes. Era perito agrónomo y tenía un sueldo
de ochenta dólares. Fue a la zona, la examinó, la estudió, y cuando regresó hizo un informe
de lo que había visto. Un informe de unas seis líneas y recuerdo que concluía diciendo que
aquella zona únicamente era habitable por burros, y que no garantizaba la vida de nadie, que
morirían seguro. Nosotros le dijimos que dulcificara un poco aquéllo, porque le iba a costar el
sueldo de ochenta dólares y, con su voz aflautada, replicó: Y bueno, ¿no es verdad? ¿Cómo
voy a dulcificar la cosa?
Estuvo un tiempo más allí, y después se vino a Venezuela, donde se colocó en el Ministerio
de Agricultura. Le mandaron una vez a evaluar unas fincas, que eran un pedregal. Resulta
que pertenecían a un coronel, y el coronel le fue a presionar para que dijese que valían
mucho, y así le indemnizase el Ministerio. Pero él dijo lo que valían de verdad: nada.

Le ocurrieron dos o tres cosas como ésa, y publicó un noticia pequeña en «El Universal»,
diciendo: «a mí me habían informado que en Venezuela hacían falta agricultores, pero he
visto sobre el terreno que eso no es cierto. De modo, que compañeros venezolanos, me voy
pa Panamá». Y se fue para Panamá, este Gurruchaga, y desapareció.

Otro tipo curioso venía en el barco. No es que tuviésemos todos unas pintas muy normales,
porque éramos una pila cíe facinerosos, desmoralizados, con una mala leche del carajo, y
con mucho miedo, porque en aquella época tumbaban veinte o veinticinco barcos en el
canal. Había que ocultarles la prensa a las doñas, para que no viesen eso.

Bueno, ya salimos. Venían una cuerda de anarquistas, bastante escandalosos y revoltosos,


que se daban golpes, y organizaban broncas. Pero había un señor viejecito, aragonés, con
barbas, y llamaba la atención por su blusa, que le llegaba hasta el tobillo. Creo que tenía en
un pueblecito una de esas tiendas donde se vende de todo. Y era objeto de las bromas de
todo el pasaje.

Este hombre marchó a San Pedro Macorís. Y un día nos dio la gran sorpresa, cuando se
presenta en el hotel, al grupo de los que le habíamos cedido un sitio en la mesa. Había
empeñado la máquina de escribir para poder llegar a Santo Domingo a avisarnos que había
orden de «Chapita» de llevarnos a todos a la frontera con Haití. A mí me emocionó mucho,
porque aquella máquina de escribir que empeñó, para venir a darnos el aviso, era todo lo que
tenía.

«Después, la llegada de Santo Domingo a Caracas tuvo también lo suyo. Porque se creó una
comisión, y había un tal Bosch (que había sido Coronel, en Catalunya durante la Guerra
estuvo acusado de una diferencia con el Gobierno Vasco, de que había promovido alguna
sublevación...). Total, que este Bosch llegó a tener un cierto valimiento en la República
Dominicana, al extremo que se llegó a casar con una sobrina del Dictador. Y me dijeron que
ya estaba casado antes en Barcelona.

Este formaba parte de la Comisión, con Eusebio Irujo y creo que el hermano de «Lezo»,
Urreztieta. Irujo nos dijo que no había dinero para pagarnos el pasaje desde Santo Domingo
a Venezuela. Lo más que logramos, después de gritar, amenazar, y agotarnos, fue que nos
facilitaran el pasaje hasta Curasao. Nos arriesgamos.

Porque Segurajáuregui había hecho un viaje alrededor de la Isla, en unión de un


comerciante, Beascoechea, para informarnos de cómo estaba la situación económica. Y el
informe de fue muy corto: «si se voltea a los dominicanos, se les pone a todos cabeza abajo,
no caen cinco dólares». Entonces, la decisión fue inmediata; marcharnos. Así que fuimos a
solicitar el ingreso aquí en Venezuela.

Como allí no se encontraba empleo, ni había dinero, m nada de eso, éramos mil, los que
queríamos venir. Al Embajador de Venezuela, como sabían que era fácil entrar para los
agricultores, todo el mundo le decía que era agricultor. Llegamos este Rementería y yo, y me
preguntan:
—¿Usted es agricutor?
—¿Yo? ¡No!
—Entonces, ¿qué es?
—Taquígrafo.

Al hombre le cayó en gracia la cosa, y dijo:


—Entonces, por mis c..., usted va allá.

Por haber dicho la verdad, porque debía estar ya hasta el gorro de tantos agricultores. Y nos
dieron el visado.

Luego, para poder llegar de Curacao aquí estábamos doce o catorce familias vascas.
Parados. No teníamos dinero... Juntamos a medio dólar cada uno, y nos pusieron un
radiograma a Juanito Olazábal, que era el representante de las Pesquerías Vascas.
Entonces Uslar Pietri dio la orden de que el Instituto de Inmigración se hiciera cargo de
nuestros pasajes.

Así llegamos. El Instituto nos pagó quince días de estancia en Caracas y luego, habilidad
libre. Por intervención del poeta Andrés Eloy Blanco, encontré trabajo en el Ayuntamiento de
Caracas. Después convocaron una plaza de taquígrafo en el Senado. Pero, aunque la gané,
sólo pude ocuparla hasta el año 48, cuando tumbó al Gobierno Pérez Jiménez, y tuve que
dedicarme a vender seguros.

Hasta el 63, que volví a la Cámara de Diputados. Y en el 76, que se retiró el jefe de
taquígrafos, me nombraron a mí. Para año y pico, nada más, porque de lo que tenía ganas
era de jubilarme, y así lo hice».

Más difícil todavía fue la manera de «cruzar el charco» que tuvo el capitán Burgaña, al que
ya hemos citado en otras dos ocasiones. Después de cumplir su misión en el mantenimiento
del tráfico marítimo en el puerto de Bilbao, este capitán motrikoarra pasó a Euzkadi Norte, y
recibió el encargo de ponerse al frente de una nueva empresa marítima del Gobierno.

Ya hemos dicho también que los exiliados vascos, al norte del Bidasoa, lo estaban pasando
muy mal, por la prohibición absoluta de trabajar remuneradamente que pesaba sobre ellos.
El que no tenía una fortuna personal o familiar, se veía penando, o condenado a labores de
auténtico forzado, como la tala de pinos en las Landas.

Sin embargo, había otra posibilidad: en los pesqueros podían enrolarse como tripulantes, en
una proporción alta, subditos extranjeros.

Con créditos gestionados por el Consejero de Hacienda, Helio-doro de la Torre, comenzaron


a construirse en Bayona dos pesqueros de escaso porte, que podían a la vez aliviar la
situación de un puñado de exiliados, y constituir una fuente de ingresos para el Gobierno. Sin
embargo, la CFDT, central sindical, se opuso desde su comienzo. Incluso, durante los
trabajos de astillero, hubo dos importantes sabotajes contra los que serían el «Donibane» y
el «Bigarrena».
Al llegar el año 39 la «dróle de guerra», y ante el comienzo de la guerra mundial, que no iba
a tener nada de «dróle», se veía venir el peligro de la expropiación, y la entrega a Franco de
aquellas dos embarcaciones. Paralelamente, se había establecido el convenio para la
emigración a Venezuela, por los mismos motivos de inseguridad.

El Gobierno de Euzkadi buscó entonces la fórmula para asegurarse la propiedad de los dos
barcos. Y se decidió que el mejor sistema era enviarlas a América.

Como siguiente dilema surgió la forma en que podía realizarse el traslado. Burgaña insistió
en que podía efectuarse una travesía sobre las mismas lanchas, ante el escepticismo, o la
oposición, de dos expertos, que consideran imposible semejante hazaña.

Las naves en cuestión eran más pequeñas que los pesqueros de bajura que se dedican en
Fuenterrabía a la captura casi deportiva de la merluza con caña y anzuelo. Medía cada una
catorce metros de eslora. Contaba con dos motores de cuarenta caballos, motores de
camión, cuyo eje de hélice, que no era diagonal (no podía serlo, por las carac terísticas de los
motores), sino que se accionaba mediante un juego de rótulas. No tenían palos, ni posibilidad
de velamen.

En una conversación directa con el Lendakari, el capitán consiguió convencerle. Sobre todo
cuando empleó el siguiente argumento: uno de aquellos técnicos que se oponían embarcaba
a su propio hijo en la expedición.

El problema técnico fundamental, para el que iba a ser jefe de la travesía, era calcular el
combustible. Según los libros, correspondía a la proporción potencia-velocidad de sus
embarcaciones un consumo de 0,75 litros por milla. Calculando en cuatro mil el viaje, cargó
cuatro toneladas en cada barco. Aún le sobró algo.

El avituallamiento corrió a cargo de Estornés Lasa, que era el encargado de la intendencia


por el Gobierno Vasco. Habría bastado, según el capitán, para todo el viaje. Pero, además,
por el camino hallaron abundante pesca, y aun los pocos días en que les sacudió un
temporal, caían sobre la cubierta calamares y peces voladores en abundancia, Por sobrar,
sobraron hasta limones, que obligatoriamente debían consumirse a uno por cabeza, como
medida de higiene preventiva contra el escorbuto.

La condición que había puesto Aguirre como obligatoria, para aceptar el riesgo de la
aventura, era que los dos barcos hiciesen una escala obligatoria en Dakar, justo a la mitad
del recorrido. El capitán se había opuesto, por razones de seguridad militar. Pero
prevalecieron las de seguridad técnica.

Y, en efecto, entraron. Allí, como era de prever, los papeles no convencían demasiado a las
autoridades de la colonia francesa —Francia ya ocupada—. El capitán llevaba dos diarios de
a bordo. Uno, para enseñar a las autoridades, donde figuraba como finalidad del viaje probar
las embarcaciones y, como causa de la llegada a Dakar, el extravío en alta mar, tras una
tempestad, aderezado el pretexto con los suficientes datos técnicos como para hacer la cosa
verosímil.

En el otro, el diario «de verdad», para el Gobierno de Euzkadi, se decía que el objeto de la
travesía era probar que aquellos barcos eran capaces de llegar a América, con una sola
escala intermedia.

Como el asunto del despacho se retrasaba, los vascos decidieron salir clandestinamente, en
plena noche. Habían invertido catorce días en la primera mitad de la travesía, y dos de
espera en el puerto. Otros catorce, y llegaron a Isla Caribe.

En Isla Caribe atracaron, con la excusa de aguar. Desde allí, se encargo a un telegrafista que
avisara su llegada al delegado del Gobierno ilu Euzkadi en Venezuela. Pero hete aquí que al
llegar a La Guaira, un vasco que estaba en el muelle, viendo las operaciones de arribada, V
lu comitiva de autoridades locales, previno en euskera al comandante ilc I a expedición:
«¡cuidado con ése!».

Ese era nada menos que el Embajador de Franco. Porque el tele-ftrufista de la Isla, por
simple confusión o intencionadamente, en lugar i Ir dar el aviso al representante del Gobierno
Vasco, lo había pasado ni ilc España. El primer responsable de aquella hazaña náutica, que
Iwbííi salido de Bayona con la bandera francesa y entró en América, sin inris enseña que la
ikurriña, rechazó la presencia del diplomático del Dictador.

En ese mismo viaje llegaron Triki Azpiritxaga, el comandante de giularis a quien ya hemos
hecho mención; el también comandante de Kiiilaris Echegoyen, que entró en París con las
tropas aliadas de De Gaulle. Y León Aguirregomezkorta, el que «contrabandeó» los restos ilc
Sabino.

Triki nos decía en Caracas que él viajó, concretamente, en el «Bigarrena».

—«Yo no me había embarcado nunca. Pero conocía a un capitán, desde Cataluña, y le dije:
si vas tú, voy yo. Así nos decidimos, Echegoyen, Bedia —otro comandante— y yo.

La mayoría de los expedicionarios creo que han muerto. Recuerdo también a Bernedo, Ruiz
de Loizaga... Algunos no creían que con i ales embarcaciones se pudiese llegar hasta aquí. Y
nosotros, sin enterarnos. Porque, lo demás, tampoco habríamos venido. Salir, salimos sin
autorización. Yo creo que nos dejaron escapar».

Harry A. Kirwin, periodista norteamericano, escribe algún otro detalle sobre este viaje, en un
artículo sobre Burgaña. Cuenta que la noche de la salida, reunidos en una taberna, todos los
expedicionarios dieron la vuelta a sus bolsillos y pidieron vino por el valor de las monedas
que pudieron reunir; todo lo que poseían.

Que se marcharon en la oscuridad, con aquellas embarcaciones ilc apenas tres pies de
calado, huyendo de toda luz o buque, porque Franco mantenía una fuerte vigilancia para
evitar el tráfico de armas,

o la escapada de refugiados políticos, como los hombres que se hallaban a bordo.


Había estallado la Guerra Mundial y los barcos que les avistaban durante la travesía
alteraban su rumbo; temían trampas submarinas. Nadie alcanzó a comunicar con ellos
durante todo el trayecto.

Aguirregomezkorta también nos complementó la historia:


«Salimos el 7 de agosto de Bayona, y el 8 de septiembre entrábamos en La Guaira. Me
habían venido a buscar donde estaba trabajando, en los pinos. En total, vinimos diecisiete;
ocho en el «Doni-bane» y nueve en el «Bigarrena», entre ellos un polizón, que vino en
cubierta. Nuestro capitán, el del Bigarrena, era de Mundaca, Yo vine de maquinista. Tenía
allá el título de patrón, pero vine de maquinista. Los motores eran de camión, pero buenos. Y
vinimos muy bien. Hubo una reparación, pero no se trataba de una avería mala; sólo la rotura
del resorte de la bomba del Bigarrena. Y en el «Donibane», una ro-binera que se partió.
También era fácil de cambiar.

¿Temporal? Sí, tuvimos uno en el Cantábrico, cuando llegamos al Cabo de Peñas, en


Asturias, un temporal bastante fuerte, y andábamos bastante cargados de víveres y de
combustible- Estuvimos capeándolo veinticuatro horas, y avanzando poco a poco, casi hasta
la costa de Bilbao. Pero pasó y ya no tuvimos más, salvo un pequeño ciclón a la altura de
Cabo Verde. Este no cayó con viento, sino con lluvias fuertes, rayos, y alguna ráfaga.

Cuando llegamos a Dakar nos preguntaron cómo habíamos podido venir con aquel ciclón, y
cómo nos habíamos salvado. Lo cierto es que pasamos de maravilla, porque no nos afectó
tanto. Nos afectó más el temporal del Cantábrico...».

De esta epopeya marítima podría escribirse extensamente, y quizás el comandante de la


expedición lo haga, aficionado como es a la pluma y al ensayo.

No faltaron las anécdotas, y una de las más «sonadas», sin duda, es el «polizón» que le
metieron un grupo de tripulantes del «Bigarrena» al jefe. Se trataba del capitán Marina, un
republicano entre nacionalistas, «camuflado» hasta que ya era imposible enviarlo para atrás.

Marina se quedó en Santo Domingo y allí, según Etxebarría, «una escritora americana, que
se enteró de algunas fases de su vida, quiso aprovecharlas para escribir un libro. Con esa
iniciativa de los americanos, le ofreció cinco dólares por hora, para que le relatase su
biografía. Y a Marina le entró una calentera espantosa. La insultó... ¡usted qué se ha
figurado, que le voy a contar mi vida por dinero! ¡Yo le cuento a un borracho por dos whiskys;
pero a hora fija, y a tarifa fija, no le cuento nada, carajo!

Pero mire usted, señor, es que es mi profesión; yo vivo de éso. Quiero que me cuente una
parte de su vida, y yo la narro y...
—¡Que no le cuento un carajo! ¡No le cuento nada!

Dicen que Marina se fue de aquí, que salió en un bote con otros dos, naufragaron, se
ahogaron los otros, pero él se salvó. Y cuentan también que había aterrizado por Estados
Unidos, y que últimamente había estado rodando películas en castellano».

Pese a todas las dificultades que venimos relatando, creemos que ninguno de los grupos de
exiliados de esta primera ola lo pasó tan mal como el del «Alsina». Aquellos vivieron un
auténtico «viaje de malditos», comparable al que se describe en la novela-testimonio del
mismo título sobre un grupo de judíos belgas.

La Editorial Xamezaga ha editado y publicado el libro -Cronicas de el Alsina- cuya autora


Arantzazu Amezaga de Irujo, relata las vivencias de aquellos pasajeros ente ellos mis Aitas,
de los cuales y de sus relatos se nutrio para la elaboracion de dicho libro, tambien, de el
Alsina lo relató, también con aires de novela (mejor sería decir, de novelas) nuestro escritor
exiliado Tellagorri, (goian bego) protagonista él mismo de la experiencia. Recomendamos al
lector «Antton Sukalde» y «París Abandonada», como complemento del breve resumen
recogido en Caracas de dos testigos: el doctor Bilbao y el ingeniero Jon Aretxabaleta.

En síntesis, los expedicionarios salieron el 15 de enero de 1941 desde Marsella. El «Alsina»


les llevó solamente hasta Casablanca. Allí les desembarcaron, y les condujeron a un campo
de concentración, en el desierto, donde pasaron varios meses, y en donde hubo una
importante mortandad de viajeros. De Casablanca les volvieron a embarcar, en un mercante
portugués, hasta Dakar, en donde les volvieron a retener, ahora sin desembarcar. De allí,
vuelta al Marruecos francés y finalmente, se enfiló hacia América. Habían pasado diez meses
horribles. Breve escala en Veracruz, y llegada a La Habana, otro campo de concentración,
otro viaje por carretera y un nuevo barco

que les transportaría a La Guaira, adonde llegaron el diez de diciembre. ¡Menudo año! El
doctor Bilbao, del que hemos recogido ya testimonios sobre la Guerra y el exilio, tuvo
oportunidad de entrar en contacto con las instituciones médicas del sistema colonial francés,
tanto en Dakar como en Marruecos, y la experiencia le sirvió para después. Pero, sobre todo,
fue un alivio importante y una ayuda para los quebrantos de salud de todos los
expedicionarios.

Además, le nació una hija en el trayecto. Una muchacha que pudo ser de nacionalidad
española (por las leyes del Estado Español), portuguesa (porque nació en un barco
portugués), mejicana (tocó el barco en primer lugar el puerto de Veracruz), y venezolana (por
llegar a los pocos meses de nacida). Sus padres optaron por esta última alternativa y hoy,
vasca entre vascos, está casada con Lander Quintana, arquitecto y Director General de la
Vivienda del Gobierno de Luis Herrera Campíns.

Jon Arechavaleta, ex-presidente del Centro Vasco de Caracas, no sólo conserva recuerdos,
sino que se ha preocupado de reconstruir con otros testigos lo que fue aquella tragedia.
El magnetófono nos devuelve su relato:

«Me he enterado muchos años después, por un señor de origen judío que tiene un comercio
aquí, de cosas que mí propio padre no me había contado. Yo cumplí en aquel viaje los siete
años.

Parece que el pasaje estaba dividido en dos partes; una era de refugiados vascos, y otra de
judíos. El barco navegaba con bandera francesa. El por qué, estando todo aquello ocupado
ya por los alemanes, se había dado un salvoconducto para el paso, es algo que no me
explico todavía. Aparentemente, ante los aliados, el pretexto para que le dejaran libre es que
llevaba refugiados de guerra. Pero, al parecer, también estaba complicado con algún
suministro de combustible para los nazis. Había un lío tremendo con el Alsina.

Es por eso por lo que no había forma de atravesar el Atlántico. Nos llevaron a Casablanca,
nos hicieron desembarcar, y nos metieron en un campo de concentración.
Ya de mayor, he visto nuestros baúles y maletas todavía con las etiquetas, de color de rosa
con letras negras: «Río de Janeiro». La ruta prevista era Marsella-Río de Janeiro. Salimos de
Marsella el 15 de enero del año 1941.

Nuestro aita, que había sido Secretario General de la Consejería de Hacienda, íntimamente
ligado a todos los movimientos del Gobierno de Euzkadi, andaba constantemente
escapando, y escondiéndose. Estuvimos en París, en un pueblecito periférico, donde nació
un hermano nuestro, que murió a los pocos días. Más tarde llegamos como último punto a
Capbreton. Pero las fuerzas nazis habían hecho ya su presencia allí. Así que huimos hacia
Marsella. Siempre ese recuerdo: aita corriendo de un lado para otro, huyendo... También
recuerdo que en Marsella vimos a Petain.

En fin, en aquel campo de concentración murió —como dicen aquí—, Dios y María
Santísima. Aquello fue un desastre. Eran unos barracones donde había heno para los
caballos. Debían ser los establos de algún batallón de caballería árabe. Me acuerdo
perfectamente, aunque tenía sólo seis años, de las cosas que se tuvieron que inventar allí:
las lámparas de aceite... y todas las argucias que improvisaron los médicos. Un chico que es
médico ahora, Joseba Bilbao, padeció una gastroenteritis fenomenal. Y, como no había
suero, creo que fue con orina como le pudieron rehidratar. (Joseba es también hijo del doctor
Luis Bilbao, y hoy se ha convertido en uno de los cirujanos más prestigiosos de Venezuela).

Al cabo de cinco meses salimos, nos metieron en otro barco portugués, y a Dakar. En Dakar
no nos dejaron desembarcar. Estuvimos en el puerto cuatro meses. Confinados, sin poder
salir. Cuando uno es mayor se da cuenta de que aquella situación era una pelota que no
había por dónde agarrarla. Nadie sabía qué era aquello. Corre para aquí, corre para allá...
Nos devolvieron a Casablanca, y nos dieron posibilidades de alojarnos en algunas casas por
un período muy corto, hasta que se arregló todo para tomar otro barco. Y volvimos a salir a la
de diez meses, creo que por octubre, o así, rumbo a América.

Pasamos frente a Miami. No sé si se hicieron contactos para entrar en Estados Unidos, pero
me parece que no. Y llegamos a Méjico. En Veracruz desembarcaron algunos. De allí nos
enviaron a La Habana, donde nos metieron en unos barracones para inmigrantes.

En realidad debía ser una escuela-granja, o algo así, donde habilitaron unos dormitorios,
unos pabellones, en los que pasamos unos días, o unas semanas.

En unos autobuses nos mandaron a Santiago de Cuba, a mil kilómetros de La Habana. Tres
días de viaje, y qué viaje. En Santiago nos embarcaron otra vez, me parece que en el
«Cuba», un carguero pequeño, y en él llegamos a La Guaira el diez de diciembre,

Una expedición bárbara, aquélla. Yo soy el mayor de los hermanos, y los otros también se
acuerdan. No conservo la imagen, pero me imagino la tremenda tragedia que tenían nuestros
padres. Eso es como para matar a cualquiera. Después de lo que pasaron en la Guerra...

Nosotros salimos de Bilbao el año 37 y mi madre acababa de dar a luz el tercero de sus
hijos, que era la primera chica. Nació precisamente el día del bombardeo de Guernica, el 26
de abril. Y nueve días más tarde salimos de Bilbao. El peregrinaje fue horroroso».

La tragedia, sin embargo, no había terminado para los Aretxabaleta. El terremoto de


Caracas, el último gran terremoto de Caracas, causó la muerte a los padres de Jon. El y sus
hermanos no estaban en casa. Se hallaban en el Centro Vasco. Eso les salvó la vida, cuando
se hundió el edificio en que vivía la familia.
El Dr. Bengoa llegó a Caracas en 1938. Había terminado la carrera en Valladolid tan sólo dos
años antes, y por poco le sorprende el Movimiento en la Universidad. Acabados los
exámenes salió inmediatamente para Bilbao. Unos pocos días después, v no había podido
regresar.

En Valladolid fue presidente de Estudiantes Vascos, y en la capital vizcaína se vinculó al


«Euzkadi», aunque no se había afiliado a ningún Partido.

En un nuevo y lujoso edificio, del Este de Caracas, tiene ahora su casa. Y allí nos decía:
«Ya que he mencionado la Federación de Estudiantes Vascos, quiero dedicar un recuerdo
muy entrañable a un estudiante vasco que asilaron, un gran colaborador de la página que los
de la Federación publicábamos en «Euzkadi». Era Azkárraga, de Aramayona, que firmaba
con el seudónimo de «Urkorri». Fue Presidente de «Estudiantes Vascos» en Madrid y no tuvo
más participación en la Guerra que seguir escribiendo. Por eso le fusilaron las tropas de
Franco.

En resumidas cuentas, yo tuve una atuación como la de todos, .saltando de un lado para
otro, visitando los puestos de salud de guerra en Orozco... y después me fui con una
Compañía, que se llamaba la (lompañía Elguezábal, por Deva, Motríco y Ondárroa. Eso era
por los meses de septiembre y octubre.

Se formó el Gobierno Vasco en noviembre, y por los nacionalislas estuve más o menos
encargado de la organización sanitaria de Vizcaya. Por los socialistas estaba José Luís
Arenillas, también fusilado.

El Lendakari pensó nombrar un jefe de la sanidad militar, para organizar los servicios de
hospitales y socorros del frente. Se pidió ni grupo de médicos de la Solidaridad de
Trabajadores Vascos que hiciera una elección, y de allí surgió el nombre de Fernando
Unceta. iVro, como la actuación de Arenillas había sido también muy destaca-<ln, con el
título de inspector general de sanidad del frente, tuvo la misión de montar los puestos de
auxilio en todos los batallones. Unceta me llamó a colaborar con él, en un puesto modesto,
de secre-inrio particular, y nos instalamos en el Garitón los tres, con un Secre- I tirio General
que era Pedro de Basaldúa, un nacionalista muy conocido, autor de una de las biografías
más interesantes de Sabino Arana t íoiri.

Aun viéndolo desde la perspectiva de ahora, y no estando formados para la sanidad militar,
creo que se hizo una gestión linslante aceptable.

Terminada la Guerra tuvimos que escapar. Los que quedaron fusilados injustamente. Estaba
soltero y de Francia me vine a Venezuela. Al cabo de tres meses de andar dando vueltas,
conseguí t|iic me nombraran médico rural de un pueblo del Interior, que se lliima Sanare, en
el Estado Lara. Además de Sanare tenía que cubrir olio municipio de cinco mil habitantes, y
medio Tibor, que es una población grande. En total, casi cuarenta mil personas para mí solo.

A pesar de esa aparente dificultad, pienso después de tanto tiempo que fue mi época
profesional más satisfactoria. Porque logré organizar una sanidad que hoy se considera
moderna, en el sentido de participación de la comunidad, y gracias a esa participación me
parece que pude realizar una labor útil. Esta época de tres años me sirvió para captar una
serie de aspectos de los países en desarrollo, cosa que en la Universidad no pude aprender,
porque nos enseñaban una medicina de sala de hospital, para un medio urbano.

Quizás mis experiencias de la Guerra tuvieron algo que ver con mis actividades en ese
pueblo rural. Crearon en mí un espíritu organizativo, sin el cual no hubiera podido desarrollar
la tarea que llevé a cabo en Sanare y que me permitió, no solamente atender a la población,
sino también escribir un libro que se titula «Medicina social en el medio rural venezolano», y
que va a ser reeditado ahora, cuarenta años después, porque lo que decía entonces todavía
está vigente en una gran parte.

Después tuve dificultades para la convalidación, porque no me enviaban los papeles. A


través de mi familia en Bilbao se consiguió en Valladolid el título y la documentación que
necesitaba, pero tardé más tiempo del normal en hacer la reválida: hasta el año 53. Entre -
tanto, trabajé en el Ministerio de Sanidad. Organicé el Departamento de Nutrición, que se
creó con el nombre de- Instituto Nacional de Nutrición y todavía existe.
—¿Cuáles son las diferencias entre la alimentación de un país en vías de desarrollo como
Venezuela, y la de Europa?

—Aun cuando en el Sur de Europa existen todavía zonas en vías de desarrollo, en general,
el problema allá es frenar el consumo de muchas cosas; combatir enfermedades
degenerativas como arterieesclerosis, diabetes, obesidad... o sea, que allí hay un exceso de
alimentación, que conduce a daños en la salud.

En cambio aquí, como en otros países en vías de desarrollo, pero sobre todo los que están
en transición, tenemos los dos problemas. Ese mismo, aunque no con tanta magnitud como
en Europa o en EE. UU. y fundamentalmente, el de la desnutrición.

Venezuela tiene un problema grave de desnutrición, pero, a pesar de eso, creo que se han
exagerado las cifras oficiales. Lo que se observa, más que niños desnutridos —que los hay
en un porcentaje del diez al quince por ciento, tal vez—, es cantidad de chicos adaptados a
un subconsumo de alimentos. Y a esta situación no se le ha prestado suficiente interés.

La adaptación se desarrolla en el organismo, por una parte, impidiendo la velocidad de


crecimiento, con lo que el niño queda más chiquito, pero su peso es acorde con la talla. No
están desnutridos en el sentido de que si se les da de comer puedan mejorar. Presentan
signos de haberlo estado.

En definitiva, son supervivientes vulnerados, que han sobrevivido a contingencias adversas:


enfermedades infecciosas y un subconsumo de alimentos. La solución de estos casos no es
fácil, porque aumentando la comida no conseguimos más que fomentar la obesidad. Lo que
sí podemos hacer es una labor para que los niños, desde la primera infancia, o incluso desde
el desarrollo fetal, tengan un progreso biológico mejor, con una talla que corresponda a su
potencialidad genética.

Usted habrá observado un fenómeno típico de los países en vías de desarrollo: la


heterogeneidad biológica. Población muy dispar. Gente alta, gente baja, gente intermedia,
gente gorda, gente flaca... cosa que en Suecia, Noruega, los Estados Unidos, no se observa.
En esos sitios parece que todos tienen una conformación prácticamente igual. Entonces, si
una parte de la población es mayor que otra, posiblemente se debe a factores ambientales,
no genéticos.

Acabo de terminar un estudio, que se ha presentado al I Congreso Nacional del Ambiente, en


donde analizo la situación. Aquí, en estos cuarenta años, el desarrollo en el campo sanitario
ha sido fabuloso. El índice de mortalidad se ha reducido, en algunos casos, hasta cifras cinco
o seis veces menores. Y en algunas enfermedades, como tuberculosis, hasta doce. En cifras
de mortalidad, lo que se ha conseguido es extraordinario.

Pero esa mejora no creo que se ha debido tanto a un progreso en las condiciones de vida,
como a la acción sanitaria. La aparición del DDT permitió en gran parte la erradicación de la
malaria, del paludismo. La aparición de las sulfamidas y los antibióticos redujo la mortalidad
en las enfermedades infecciosas. Pero la tendencia de la morbilidad de los enfermos no ha
seguido paralela, ni tampoco la calidad de vida.

Se ha hecho mucho en materia de educación, pero existen lagunas considerables. Tenemos


todavía un veinte por ciento de analfabetismo. Una gran proporción de población empieza los
primeros grados escolares y los abandona, no llega al sexto.

En el campo de la vivienda nos hemos quedado rezagados. La marginalidad urbana en


términos de vivienda es muchísimo mayor que hace cuarenta años. Yo hice en el 42 un
estudio sobre el barrio de Guarataro, de Caracas, y las condiciones de vida de aquella
población, en cuanto a vivienda sobre todo, eran mejores que ahora. En cuanto al número,
ha aumentado considerablemente. Se considera que hay en Caracas más de un millón de
habitantes que viven en la marginalidad.

Por otro lado, esa marginalidad urbana, debida a la explosión demográfica en la ciudad, ha
creado otra problemática en el Interior: Cantidad de municipios se están quedando vacíos, y
están llegando a una situación peor de la que tenían antes. De manera que los problemas de
subdesarrollo en Venezuela todavía son grandes, a pesar del progreso sanitario, y del
esfuerzo ingente en el campo de la educación. A pesar de esos dos éxitos, el problema de la
marginalidad, de la pobreza, subsiste».

El doctor Bengoa está casado con Amaia Rentería, de Elancho-ve, otro miembro de la
emigración política del 39. Tienen cuatro hijos y dos hijas. Los dos mayores de los varones
son, cómo no, médicos. El primero ejerce en Ginebra {Suiza); el segundo, en Mondragón. El
tercero estudia Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela, y el cuarto está para
empezar Economía. De las dos chicas, una estudió decoración y la otra Secretariado.

Pero sigamos con el relato cronológico de las actividades profesionales de este eminente
venezolano de Euzkadi:

«En el año 55 fui enviado a las Naciones Unidas, para trabajar en la Organización Mundial de
la Salud, concretamente, para organizar a escala mundial el Departamento de Nutrición.
Fuimos a Ginebra, el matrimonio y cuatro hijos, y allí nos nació otro. De Ginebra fui llamado a
Washington, como consejero regional para América Latina, y allí nos nació el sexto, pero
todos son subditos venezolanos.

En esta etapa de Ginebra me tocó visitar prácticamente todos los países del mundo, no como
turista, que ojalá hubiese podido. He trabajado en la India, en Indonesia, en África, y fue muy
satisfactorio poder ayudar a estos países a aliviar la situación nutricional que en algunos de
ellos, asiáticos o africanos, es muy grave; mucho más que en los de Latinoamérica, en varios
aspectos.

Pensamos que era una actividad para pocos años, pero una serie de compromisos de
estados y de gobiernos me obligaron a concentrarme más y más en el trabajo, a organizar
departamentos de nutrición en los distintos países...

Era jefe del Departamento Mundial de Nutrición y cuando fui estaba prácticamente solo;
cuando regresé, había colocado a ochenta técnicos, aproximadamente. Aquí he sido también
director técnico del Instituto Nacional de Nutrición, aparte de representar a Venezuela en
distintas conferencias internacionales. Esos han sido los cargos más importantes que he
llegado a desempeñar.

En fin, nuestra estancia en Ginebra se prolongó diecinueve años. Hemos regresado hace
cuatro, a reincorporarme a mis actividades en el Ministerio, aunque en estos momentos no
trabajo en él, sino en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, don -
de tengo a mi cargo los programas de investigación en el campo del desarrollo social de la
salud, nutrición, vivienda y educación. Esa es mi función en estos momentos.

Además, el Dr. Bengoa es profesor de un curso para postgraduados, de planificación


alimentaria y nutrición. El ciclo dura dos años y ¡isisten titulados universitarios de Perú,
Nicaragua, Chile y el propio Venezuela. Se trata de un programa que aborda el tema social
de la ¡ilímentación en los más diversos aspectos: producción, industrialización, precios,
consumo...

Planteamos el asunto de su nacionalización, y explica:


«La razón es la misma que la de otros vascos. Por un lado, un sentimiento de lealtad hacia el
país que nos había acogido tan extraordinariamente; por otro, dar unas ciertas facilidades al
propio Gobierno para que nos ocupase, porque siendo permanente extranjeros era muy difícil
entrar a trabajar en actividades del Gobierno en un campo MK:¡al, como era mi caso.

Yo espero, con la nueva Constitución española, donde se habla tli* la doble nacionalidad,
podremos mantener una situación dual.

Encuentro perfectamente compatible el sentirme muy venezolano y muy vasco. Hay gente
que a lo mejor no lo entiende así totalmente. Yo sí. Me siento muy vinculado a lo que está
pasando en Euzkadi, dispuesto a colaborar con las personas que tienen allá responsabilida -
des políticas de cierta índole, y al mismo tiempo, soy muy leal con Venezuela y colaboro
también con el Gobierno y con los políticos en mejorar las condiciones de vida de la
población.

Sin embargo, desde un punto de vista legal —aunque sentimental y éticamente me siento
totalmente compatible—, encontramos nosotros y nuestros hijos ciertas dificultades para que
nos acepten en el país de origen, para que nos dejen votar, por ejemplo. Tiene uno que
quedarse como simple observador, como si fuese un extranjero. Creo que habrá que
encontrar alguna solución para nosotros, que emigramos por razones políticas y adquirimos
otra nacionalidad como la de Venezuela, la de Méjico o la de Argentina, de modo que sean
perfectamente compatibles las dos nacionalidades. Yo no me siento allá extranjero, pero
legalmente lo soy. Y aquí no quiero dejar de ser venezolano.

Políticamente no tengo problema. Nunca he sido afiliado, pero simpatizo con la gente del
Partido Nacionalista Vasco, estoy de acuerdo con su política, he trabajado con ellos antes y
ahora, y mi identificación es total.

Por la política de Venezuela tengo un profundo respeto. Por razones generacionales, porque
la gente que manda en COPEI está más cerca de mi edad que la de Acción Democrática,
tengo una cierta simpatía por el Partido Socialcristiano, por sus dirigentes, sin llegar al
extremo de ser un copeyano, como dicen aquí. Tengo amigos en los dos lados, y un profundo
respeto por ambos. Me siento muy bien con los dos partidos democráticos e incluso con los
de izquierda, el MAS, el MIR, donde también tengo amistades, y algunos de cuyos enfoques
me parecen perfectamente legítimos.

Por otra parte, he estado siempre muy por encima de la política, y nunca he participado en
un acto público, con unos ni con otros.

—¿No ha hecho nunca un estudio de su especialidad sobre Euzkadi?

—Fui director de una revista que sacábamos aquí los vascos, «Euzkadi», en los años
cuarenta a cuarenta y siete. Y en aquella época publicaba —con distintos seudónimos;
«Eguizale», «Ibarra», y alguno con mi propio nombre—, artículos en los que hablaba sobre la
alimentación en el País Vasco, Pero trabajo serio no he hecho ninguno.

Sólo un proyecto que presenté a la Universidad de Bilbao, para organizar un Instituto del
Desarrollo de la Salud, de forma que, a través de esa cátedra, se pudieran estudiar los
aspectos sanitarios; no sólo bajo un criterio estrictamente médico, sino también social y eco -
nómico, Que se pudiera investigar el costo de la salud, de la enfermedad, de la atención
médica, planificarlas, con otro departamento de comportamiento social y un tercero que sería
el de los problemas de la alimentación y nutrición. En el País Vasco estos tres temas
necesitan un estudio en profundidad, y no hay ninguna institución que se preocupe de ellos.

El propio Rector, Dr. Martín Mateo, me pidió que escribiera un proyecto, y tenía esperanzas
de conseguir fondos de distintas entidades para organizar ese Instituto, que yo me
comprometía a montar, en Huzkadi, en Bilbao, Pero todo está sujeto a la existencia o no de
fondos. No puedo estar allí de brazos cruzados, esperando que haya medios —una cantidad
que puede ser de unos diez a veinte millones de pesetas al año—, para empezar a trabajar.

Creo que la relación a nivel universitario entre Venezuela y Euzkadi se va a extender a otros
campos —además del Instituto Simón Bolívar, que inauguró el Dr. Salcedo Bastardo—. Me
pareece que ya i'I doctor Martín Mateo estableció contacto con la Universidad de Metida
(Mérida de Venezuela), para poder vincularla, junto con sus investigaciones forestales, a
Euskalerría.

También tengo entendido que el hermano Ginés está en conversaciones, para extender a la
Universidad Vasca las investigaciones de oceanografía y de biología marina que desarrolla
aquí. Todo esto me pnrece muy positivo, y el hecho es que los que vienen de allá, como t-I
doctor Caldera, o el doctor Salcedo Bastardo, vuelven extraordinariamente sorprendidos y
entusiastas. Cuando fue el ministro Tarré, Ministro de Trabajo de Caldera, a visitar las
cooperativas de Mondra-KÚn, vino también entusiasmado. Así, esas vinculaciones que antes
ni .siquiera existían, se van fortaleciendo».

Contribuyen a fortalecerlas trabajadores como Bengoa, que recibió la «Orden del Mérito al
Trabajo de Primera Clase», recientemente, y que ha sido condecorado por varios gobiernos,
en diversas' ocasiones.

Un vasco experto en nutrición tenía que hablarnos de nuestra cocina vasca, y lo hizo de
forma muy humana: confesando primero su) debilidad por ella, para dedicarle después un
análisis más frío, más; profesional:

Compilacion, Edicion, y Publicacion

Xabier Iñaki Amezaga iribarren

Editorial Xamezaga Catalogo Obras (920)

La memoria de los Vascos en Venezuela

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