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El registro fósil en España de los cánidos con análogos modernos abarca un intervalo
cronológico de casi tres millones y medio de años (Ma). Durante este amplio período de
tiempo, que comprende desde el Plioceno superior hasta la actualidad, diversos géneros
y especies de cánidos han formado parte de las paleocomunidades ibéricas, coexistiendo
con una diversa fauna de grandes mamíferos (Fig. 1), hoy en día exótica,
fundamentalmente durante los ciclos climáticos cambiantes de la llamada "Era de las
glaciaciones". Perros mapache, zorros de diversos tipos, coyotes primitivos, licaones y
perros rojos habitaron nuestro país antes, y algunos de ellos inmediatamente después, de
la inmigración de los antepasados de los zorros y los lobos ibéricos.
El tránsito del Pleistoceno medio al superior, cifrado en torno a 0,12 Ma, no refleja
cambios faunísticos importantes en las asociaciones de mamíferos continentales
españoles, aunque las oscilaciones climáticas regionales relacionadas con la glaciación
Würm parecen haber tenido su efecto en algunos de sus integrantes, pues diversas
especies, debido a las condiciones ambientales frías y secas del Pleistoceno superior,
experimentan modificaciones anatómicas dirigidas hacia una mejor adaptación al clima
reinante y a las condiciones de vida derivadas del mismo. Así, los homínidos
mesopleistocenos evolucionan en Europa hacia el hombre de neandertal, con sus
intensas modificaciones maxilofaciales y postcraneales; la hiena manchada del
Pleistoceno medio (Crocuta crocuta intermedia) aumenta la talla corporal y modifica su
dentición hacia una dieta más dependiente de la carroña, como se observa en la hiena de
las cavernas (C. c. spelaea) del Pleistoceno superior; los osos de las cavernas (Ursus
spelaeus) también incrementan considerablemente su tamaño y densidad poblacional; y,
finalmente, dos especies esteparias del Norte de Eurasia, el rinoceronte lanudo de nariz
tabicada (Coelodonta antiquitatis) y el mamut lanudo (Mammuthus primigenius),
amplían su distribución paleobiogeográfica hasta el extremo occidental de Eurasia,
encontrándose en parte de la Península Ibérica durante la primera mitad del Pleistoceno
superior. Los restos fósiles de lobos, zorros y perros rojos son relativamente abundantes
en los yacimientos españoles de este período de tiempo, estando integrados
fundamentalmente por fragmentos de elementos craneales, como se constata en los
yacimientos de Valdegoba (Burgos), las cuevas de Los Casares y Los Torrejones
(Guadalajara) o Zafarraya (Málaga).
Figura 2. Mapa con la distribución de los yacimientos españoles más significativos con
registro de cánidos durante el Plioceno superior y el Pleistoceno, diferenciados según
ambientes sedimentarios y cronología.
Figura 3. Esquema simplificado del tafosistema kárstico, con las zonas de actividad
biológica. La intensidad de la luz natural caracteriza a cada una de estas áreas,
condicionando a los organismos que pueden habitar el karst y a los tipos de actividades
que realizan en cada franja del sistema.
El registro fósil de los cánidos en este sistema es muy desigual, en función del proceso o
agente generador del yacimiento, pudiendo encontrarse desde restos esqueléticos muy
fragmentarios, si la acumulación fue resultado de la actividad de las hienas, hasta
relativamente completos, cuando el yacimiento funcionó como trampa natural, lo que
podría haber ocurrido en alguna de las salas de Cueva Victoria, en Murcia, donde se
encontró un cráneo completo de C. etruscus.
Los restos de cánidos son muy escasos en este tipo de depósitos, pues de más de una
veintena de yacimientos fluviales cuaternarios conocidos en España tan sólo uno ha
suministrado un fósil (Áridos-1, en Madrid), debido no a la ausencia de estas especies
en las paleocomunidades asociadas a los cursos fluviales, sino al poder erosivo de los
propios cauces, lo que determina que sea poco habitual el registro de elementos óseos
de las especies de mamíferos con dimensiones corporales reducidas.
El Pleistoceno inferior (1,65-0,78 Ma) se inicia con un recambio faunístico, que implica
la llegada a Europa de especies procedentes de África y Asia, finalizando con una
segunda renovación de las comunidades de mamíferos (Fig. 4). Esta última afectó a
numerosas especies, relictas del Plioceno y nuevas durante el Cuaternario basal, que
fueron sustituidas en sus nichos ecológicos por otras procedentes del extremo oriental
de Eurasia. La ecología de las comunidades fósiles del Pleistoceno inferior peninsular es
bien conocida gracias a los estudios realizados en Venta Micena, el yacimiento
infrapleistoceno más rico y diverso de Europa (Palmqvist et al., 1999a). En esta
paleocomunidad tres cánidos representan a esta familia en la pirámide trófica (Fig. 5), el
pequeño zorro (Vulpes praeglacialis), el coyote (C. etruscus) y el antepasado del licaón
africano (Canis falconeri).
La presencia del lobo se hace ya más generalizada en toda la España peninsular durante
el Pleistoceno superior, mientras que los cuones o perros rojos ven mermada su
distribución geográfica respecto al Pleistoceno medio, conservando la población
alcarreña, donde coexisten con el lobo, y se dispersan hacia el Sur de la Península,
apareciendo sus restos en Zafarraya (donde no hay registro de lobo, lo que no debe
atribuirse a la exclusión ecológica entre ambas especies, pues el lobo ya está presente en
tales edades en la zona, sino a la selección de especies efectuada por los homínidos que
generaron dicho yacimiento).
Dentro de este período acontece un recambio faunístico realmente notable, hace entre
35.000 y 30.000 años, momento en el que desaparecen de las comunidades de la
Península Ibérica la gran mayoría de las especies que se encuentran ausentes desde
tiempos históricos en la franja occidental de Eurasia, como los cuoninos, los leones, los
rinocerontes y los proboscídeos, excepto en la cornisa cantábrica, donde rinocerontes y
mamuts perduran unos miles de años más, junto a las últimas hienas, leopardos y osos
de las cavernas. Este recambio faunístico incluye también la desaparición del hombre de
neandertal, cuyas últimas poblaciones europeas se encuentran registradas en el
yacimiento malagueño de Zafarraya (30.000 años), y su sustitución por los humanos
anatómicamente modernos.
Respecto a las poblaciones de zorro que habitaron España desde finales del Plioceno
superior hasta hace 10.000 años, conviene precisar que Vulpes alopecoides limita su
distribución durante el Plioceno superior al área de la Cuenca del Ebro y Vulpes
praeglacialis se restringe en el Pleistoceno inferior al sureste de España (Cuenca de
Guadix-Baza y Campo de Cartagena), mientras que el zorro común, Vulpes vulpes,
ocupa ya toda la Península desde el Pleistoceno medio hasta la actualidad (Fig. 6).
Durante el Holoceno, esto es, los últimos 10.000 años hasta la actualidad, lobos y zorros
han sido comunes en todas las provincias de España, habiendo sido gravemente
mermada la población ibérica de lobos durante el último siglo.
El fósil muestra todos los huesos del neurocráneo y del esplacnocráneo en conexión
anatómica, así como ambas hemimandíbulas, cuyos cóndilos aparecieron en el interior
de las fosas glenoideas. La asimetría craneana se debe, fundamentalmente, a una ligera
desviación (aproximadamente 3o) del plano nasal del esplacnocráneo respecto al plano
sagital del neurocráneo, la cual afecta predominantemente a los huesos nasales,
premaxilares, maxilares, frontales y temporales. Dicha asimetría es particularmente
evidente en la región frontal, donde la apófisis orbital derecha aparece desplazada hacia
atrás unos 10 mm respecto a la izquierda, conforme al plano nasal. Una gran parte de la
superficie del neurocráneo, que abarca los huesos parietales y el occipital, no muestra
evidencias de asimetría. La cresta sagital se encuentra bien desarrollada y la nucal es
amplia y robusta. Finalmente, las suturas craneanas se encuentran parcialmente
anastomosadas.
En el estudio de cráneos de lobo realizado por Vilà et al. (1993) también se detectaron
38 individuos (el 12,4% de 306 cráneos analizados) con 101 casos of reabsorción
alveolar, en 12 de los cuales era sólo parcial (es decir, el fenómeno implicaba la
reabsorción de un fragmento de diente). Tales reabsorciones afectan principalmente a
los premolares (59,4% de los casos) y ninguna apareció en los caninos, en el I2 o en el
I3, los incisivos de mayor tamaño, que están en contacto con los caninos. Estos
resultados indican, pues, que la fracturación en la base y la consiguiente pérdida de un
diente es un fenómeno más bien común en las poblaciones salvajes de lobos y, dado que
su incidencia aumenta hasta que aproximadamente la mitad de la población de mayor
edad se ve afectada, dicho fenómeno no parece interferir seriamente con la capacidad de
supervivencia de los individuos. Los estudios comparativos sobre la incidencia de
roturas de dientes en otros carnívoros modernos y fósiles (Van Valkenburgh, 1988; Van
Valkenburgh & Hertel, 1993) han revelado que la proporción de dientes fracturados es
del 0,54% en el perro salvaje africano, del 1,04% en el lobo gris y del 2,7% en el
coyote. La mayor frecuencia de roturas en lobos y coyotes frente a licaones (sólo el 18%
de los perros salvajes presentan uno o más dientes rotos, frente al 29% de lobos) se debe
a que los primeros incluyen más huesos en su alimentación, lo que acelera el desgaste
de los dientes y los expone a mayores riesgos de fractura. Los dientes que se rompen
con mayor frecuencia en los licaones son los caninos, representando el 70% de todas las
piezas fracturadas, y los premolares y los caninos tanto en los lobos (46,8% y 42,6%,
respectivamente) como en los coyotes (57% y 17,2%, respectivamente). La incidencia
de fracturas en los cánidos de las trampas de alquitrán de la Formación Rancho La Brea,
del Pleistoceno superior de Los Ángeles (California), son incluso superiores,
representando el 5,16% en los coyotes y el 4,5% en los lobos de la especie fósil Canis
dirus, lo que sugiere que la competencia entre los carnívoros por los recursos
alimentarios era por aquel entonces superior a la que actualmente tiene lugar en el seno
de las comunidades modernas (Van Valkenburgh & Hertel, 1993).
Por otra parte, toda una serie de estudios en mamíferos han mostrado la existencia de
una relación directa entre las desviaciones respecto a la simetría bilateral perfecta y el
nivel de homocigosis genética, estimada mediante variación aloenzimática de loci
polimórficos, lo que causa la aparición de inestabilidades del desarrollo, como
consecuencia de una baja homeostasis génica. Ejemplos recientes son (i) el estudio de la
asimetría en la morfología craneana y los niveles de heterocigosis genética en monos
tamarines, liebres pardas y bisontes europeos (Hutchinson & Cheverud, 1995; Hartl et
al., 1995; Baranov et al., 1997), que se encuentran negativamente correlacionados, (ii)
las reducciones en el tamaño de los dientes y asimetrías en humanos y ratones
(Schalkvanderweide et al., 1994; Goldberg et al., 1995; Wilson & Manning, 1996;
Leamy et al., 1997), que indican la falta de homeostasis génica, con inestabilidades
morfogenéticas que aparecen en la adolescencia y resultan en la pérdida de simetría
durante el desarrollo, (iii) el estudio de los efectos de la endogamia en ratas y topillos
(Lacy & Homer, 1996; Zakharov & Silkorski, 1997), que conduce a la aparición de
morfologías craneanas alteradas y niveles altos de asimetría en el esqueleto postcraneal,
(iv) el análisis del número de forámenes en ambos lados del cráneo y la mandíbula en
las gacelas (Alados et al., 1995), el cual aumenta con la endogamia, (v) el uso de
tratamientos antihelmínticos en renos (Folstad et al., 1996), que ha revelado que las
intensidades de parásitos afectan a la simetría de la cornamente, (vi) los efectos de la
contaminación del mar sobre la estabilidad del desarrollo en el cráneo de las focas
(Schandorff, 1997a, 1997b; Zakharov et al., 1997a), (vii) la relación existente entre el
consumo de alimento intoxicado y el aumento en la aparición de desviaciones
osteológicas en los visones (Borisov et al., 1997), (viii) el impacto del estrés social
sobre el desarrollo de las ratas de laboratorio (Valetsky et al., 1997), que aumenta la
asimetría en el número de forámenes craneales, (ix) la correlación negativa entre la
densidad de población y la estabilidad del desarrollo o el éxito reproductivo en las
musarañas (Zakharov et al., 1997b, 1997c) y (x) el efecto de los cuellos de botella
poblacionales sobre la asimetría craneana en las nutrias (Pertoldi et al., 1997).
Por otro lado, las patologías detectadas en este individuo indican que las condiciones en
las que transcurrió su vida fueron tales que logró sobrevivir hasta la edad adulta, a pesar
de tener que hacer frente a dificultades severas durante su desarrollo. Ello podría sugerir
que el ambiente fuese particularmente benigno, pero más probablemente se deba al
apoyo que desempeñarían los restantes miembros de la jauría, lo que en tal caso podría
indicar que el comportamiento social altamente altruista que muestran los perros
salvajes africanos en la actualidad se encontraba ya plenamente evolucionado a
comienzos del Pleistoceno en C. falconeri, su especie ancestral.
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Autores
Direcciones de contacto
Alfonso Arribas: Museo Geominero, Instituto Tecnológico Geominero de España
(ITGE). Ríos Rosas, 23. 28003 Madrid. Telf. 91 3495743, Fax 91 4426216.
Correo electrónico: a.arribas@itge.mma.es
Paul Palmqvist: Departamento de Ecología y Geología (Área de Paleontología),
Facultad de Ciencias, Campus Universitario de Teatinos, 29071 Málaga. Telf. 952
132002, Fax 952 132000.
Correo electrónico: Paul.Palmqvist@uma.es
Agradecimientos
Las investigaciones paleontológicas descritas en este artículo han sido financiadas por la
"Fundación Louis S. B. Leakey" (California, U.S.A.) y por la "Dirección General de
Estudios Superiores" del Ministerio de Educación y Cultura (proyectos PB97-1082 y
PB97-1267-C03-02). El permiso para el estudio de los materiales de la colección
paleontológica de Venta Micena ha sido otorgado por la Consejería de Cultura de la
Junta de Andalucía. Las excavaciones de la cueva de Los Torrejones fueron financiadas
por la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La
Mancha.