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1. LA ELECCIÓN DE UN NOMBRE
La minoridad es un componente de la pobreza evangélica que no se puede
eliminar, pues no es posible ser «pobre de espíritu» (Mt 5,3) sin humildad.
Defender la pobreza para vanagloriarse de la misma o para alabarse, sería contra
la minoridad, valor original que identifica el movimiento franciscano. El binomio
pobreza-humildad, que se encuentra frecuentemente en los Escritos de Francisco,
está expresado en la «minoridad», que quiere decir: la actitud evangélica de no
ocupar los primeros lugares, de no estar sobre los otros, de no imponerse a
ninguno, sino de estar al servicio de todos, siempre disponible para hacer el bien
sin pretender recompensa, gratitud, honras, gloria. Con el término «minoridad»,
aunque poco conocido y poco comprensible fuera del ambiente franciscano, se
alcanza, sin duda, el nervio central de nuestra vida. De hecho, nos llamamos
«Hermanos Menores». La añ adidura de «franciscanos», «conventuales» o
1
«capuchinos» es secundaria, una vez que Francisco quería que sus compañ eros
y
seguidores se llamasen «frailes menores».
Segú n la Leyenda de los Tres Compañeros, los primeros convertidos al ideal de
Francisco se presentan como «penitentes de Asís» (TC 37). Má s tarde elegirá n el
nombre de «pobres menores», para cambiarlo otra vez, ahora definitivamente, por
«frailes [hermanos] menores». No es solamente Tomá s de Celano quien
nos
informa sobre la explícita voluntad de Francisco en llamar a su fraternidad Orden
de Frailes Menores (1 Cel 38), sino también una extrañ a Orden naciente.
Realmente, existe un interesante testimonio del cronista Burcardo de Ursperg
(†
1210) que pone el primer nú cleo franciscano en el contexto histó rico, hablando de
otros movimientos pobres surgidos en Italia central y septentrional. Después de
narrar que vio en 1210 algunos seguidores de la secta de los Pobres de Lyon, que
se presentaron a la Sede Apostó lica, guiados por un cierto Bernardo, su «maestro»,
para solicitar al papa Inocencio III la aprobació n de su modo de vivir, por medio de
un privilegio, Burcardo prosigue:
«Pero el señ or Papa les arguyó que tenían prá cticas supersticiosas (...) Lejos de
aprobar a éstos, aprobó en su lugar a los otros, o sea, a los que se llamaban Pobres
Menores. É stos rechazaban todo lo supersticioso y censurable antedicho, andaban
de verdad con los pies descalzos, tanto en verano como en invierno, y no recibían
ni dinero ni otra cosa, má s que el alimento, o, a lo má s, alguna ropa que les era
necesaria, si es que alguno se la daba espontá neamente, pues no pedían nada a
nadie. Estos mismos, andando el tiempo, dá ndose cuenta de que a veces la fama de
mucha humildad puede llevar a la vanagloria y de que cabe el peligro de
envanecerse ante Dios por motivo de pobreza, como les ocurre a muchos que la
soportan engañ osamente, prefirieron llamarse Hermanos Menores en vez de
Pobres Menores, sumisos en todo a la Sede Apostó lica» (San Francisco de Asís.
Escritos. Biografías. Documentos de la época, ed. José A. Guerra. Madrid, BAC, 1991,
p. 963).
Burcardo, un premostratense y cronista cualificado, recoge bien estas
características de la nueva orden, notando también el peligro de gloriarse de la
pobreza. Contra este peligro, Francisco, repetidamente, pone en minucioso examen
sus Escritos. En lugar de «Pobres Menores», usado en el primer período, Francisco
escoge el nombre de «Frailes [Hermanos] Menores» para evitar el riesgo de una
pobreza orgullosa y faná tica, sin caridad, y también porque esta nueva fó rmula
establecía la profesió n de la pobreza sobre dos bases insustituibles, la fraternidad y
la minoridad.
c) ... al modo de Jesús que «está en medio de nosotros como aquel que sirve»
(Lc 22,27)
La figura de Jesú s como siervo es la raíz teoló gica de minoridad escogida por
Francisco que, estando en condiciones de hacerse grande, optó por el camino de la
pequeñ ez para responder al llamamiento de Jesú s y testimoniar libremente el
misterio de su Reino. En su meditació n está profundamente presente la imagen de
Dios humillado al hacerse hombre (Belén - Greccio); al dejarse crucificar (Gó lgota -
Monte Alverna), humillá ndose al lavar los pies (Jn 13) y en la venida
cotidiana
«sobre el altar en las manos del sacerdote» (Adm 1,18).
Los Escritos de Francisco está n llenos de llamadas al Evangelio sobre la minoridad
y el servicio. Es imposible referirlas todas aquí. Para la reflexió n y meditació n
individual y comunitaria será muy ú til retomar los salmos del siervo de Yahvé
(Salmo 22; 56; 68; 70; 85-87, etc.) usados por Francisco en su Oficio de la Pasión
(Sal I-VII), o el espléndido himno de san Pablo sobre la Kenosis de Dios (Flp 2,5-11;
cf. 2CtaF) o la enseñ anza de Jesú s (Mt 20,26-28; 25,4; Mc 9,35-37; Lc 12,32 y
22,26) y especialmente su ejemplo en el lavar los pies a los apó stoles (Jn 13,1-17).
Estos fragmentos constituyen el esqueleto de la Regla de los Frailes Menores.
b) En la ayuda al clero
La elecció n de la minoridad comporta también una toma de posició n dentro de la
Iglesia. Francisco no se opuso al hecho de que también los sacerdotes entrasen en
la fraternidad, pero él mismo no fue má s allá de diá cono. Por humildad recusó ser
ordenado sacerdote. En el lecho de muerte confirma su firme voluntad de
someterse siempre a los sacerdotes cató licos, incluso en el caso que lo
persiguiesen:
«Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomó n y me encontrase con
algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que habitan, no
quiero predicar al margen de su voluntad. Y a estos sacerdotes y a todos los otros
quiero temer, amar y honrar como a señ ores míos» (Test 7-8).
En cuanto a la predicació n, era exhortativa y penitencial, no existieron problemas
de compatibilidad con el estilo de minoridad. Mas una vez que la fraternidad fue
orientá ndose para el apostolado oficial y permanente, el oficio de la predicació n se
transformó en un problema para Francisco. É l toma precauciones para no
apropiarse del oficio de la predicació n, recibido del Ministro General (2 R
9,2), y
amonesta a no cambiar en derecho personal a lo que no se quiere má s renunciar (1
R 17,4-19; Adm 19). La otra cara del problema de los predicadores era su
inclinació n a la autonomía apostó lica, haciéndose expedir privilegios por la Curia
romana para poder ejercitar el apostolado con má s libertad, hasta construirse
iglesias (cf. Test 28-29). La carrera para la exenció n, ya accionada, aunque diese
brillo apostó lico a la Orden, colocaba en peligro la actitud de minoridad de la
fraternidad. Francisco, al revés, como demuestra su Testamento, quería someterse
incondicionalmente a la autoridad eclesial inmediata, concreta -pá rrocos y
obispos- a pesar de limitar su libertad. Acostumbraba a decir a los frailes:
«Hemos sido enviados en ayuda a los clérigos para la salvació n de las almas (...) y
esto puede lograrse mejor por la paz que por la discordia con los clérigos (...). Así,
pues, estaos sujetos a los prelados, para no suscitar celos en cuanto depende de
vosotros. Si sois hijos de la paz, ganaréis pueblo y clero para el Señ or, lo cual le
será má s grato que ganar a só lo el pueblo con escá ndalo del clero» (2 Cel 146).
El sincero retorno a Francisco llevó a los capuchinos de nuevo a la sumisió n a los
obispos, renunciando a la exenció n (Constituciones de 1536, nn. 7-8), renuncia
observada que se conservó hasta las Constituciones de 1552, cuando fue
suprimido el nú mero referente a la renuncia de la exenció n.
c) Sometidos a todos
En su Testamento, Francisco recuerda esta norma sustancial de vida minorítica: «Y
éramos indoctos y está bamos sometidos a todos» (Test 19).
Francisco afirma de sí mismo y de los otros no tener formació n (idiotae), aunque
en la primera fraternidad existían algunos clérigos y gente instruida. Esto quiere
decir que la secuela humilde de Jesucristo le había llevado a renunciar a su saber
como medio de trabajo o apostolado, pues esto representaba un cierto grado de
prestigio y de poder. En un ambiente donde el saber y la ciencia estaban
concentrados en los monasterios y en las catedrales, los frailes menores preferían
servirse de la cultura menor, la popular, para comunicar su experiencia evangélica.
Ser menor es un «status» que no es falseado ni siquiera entre los no cristianos, al
contrario, es la primera obligació n de aquellos «que por divina inspiració n van
entre sarracenos: no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a
toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (1 R 16,6).
Francisco no delimita quién sea hermano o hermana; una real expropiació n de sí
mismo le vuelve sometido a todos los hombres. En el Saludo a las Virtudes alarga y
radicaliza el concepto de sumisió n, diciendo que en la «santa obediencia» el
verdadero fraile menor «está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el
mundo; y no só lo a los hombres, sino aun a todas las bestias y fieras, para que en
cuanto el Señ or se lo permita desde lo alto, puedan hacer de él lo que quieran»
(SalVir 16-18). Aquí llegamos al culmen de la minoridad, cuya diná mica conoce
como ú ltimo límite el don de sí mismo en la muerte. Quien se entrega
completamente a Dios, está dispuesto a sufrir el martirio no solamente por mano
de los hombres, sino también el infligido a través de los animales y fieras, a través
de las circunstancias de la vida. Francisco ve en el martirio la realizació n de la
minoridad. Percibimos esto, cuando él exclama, contento, al conocer la noticia del
martirio de los primeros frailes que partieron a Marruecos: «¡Ahora puedo
decir
verdaderamente que tengo cinco frailes menores». Esto es significativo; sin
embargo, ordenó destruir la primera relació n auténtica del martirio para que no
fuese motivo de vanagloria para los frailes (cf. Jordá n de Giano, Crónica, 7-8).
Con estos ejemplos está claro que sumisió n significa también exponerse al fracaso,
a la persecució n, al martirio: por ningú n motivo los frailes menores deben recurrir
a la carta de protecció n o recomendació n, ni a privilegios apostó licos para
desarmar a los prelados, o con pretexto de servir especialmente al pueblo de Dios
(Test 25-26).
Francisco ve, sobre todo, en la fiel sumisió n «a los prelados y a todos los clérigos de
la santa madre Iglesia» (TestS 5) la garantía de la minoridad, y quiere que se
observe la Regla aprobada por el papa Honorio III, «para que, siempre sú bditos y
sujetos a los pies de la santa Iglesia, firmes en la fe cató lica, observemos la pobreza,
la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señ or Jesucristo, que firmemente
prometimos» (2 R 12,4). Sometidos a la Iglesia no significa ceder a todo deseo de la
jerarquía. Al cardenal Hugolino, que quería servirse de los frailes menores para su
prelacía, Francisco responde:
«Mis hermanos se llaman menores precisamente para que no aspiren a hacerse
mayores. La vocació n les enseñ a a estar en el llano y a seguir las huellas de la
humildad de Cristo para tener al fin lugar má s elevado que otros en el premio de
los santos. Si queréis -añ adió - que den fruto en la Iglesia de Dios, tenedlos y
conservadlos en el estado de su vocació n y traed al llano aun a los que no lo
quieren. Pido, pues, Padre, que no les permitas de ningú n modo ascender a
prelacías para que no sean má s soberbios cuanto má s pobres son y se insolenten
contra los demá s» (2 Cel 148).
7. SUGERENCIAS PRÁCTICAS
Como de un Consejo Plenario de la Orden se espera verdaderamente no só lo una
teología de la pobreza y de la minoridad, sino estímulos concretos y aplicaciones
prá cticas, puede ser ú til concluir con algunas propuestas que susciten la discusió n
fraterna.
1. Como en los evangelios no se habla ni siquiera una sola vez de la
pobreza, sino 95 veces de los pobres, así también Francisco, en sus Escritos, no
habla nunca de minoridad, sino 9 veces de ser menores. No se trata de un ideal
abstracto, hacia el cual hemos de tender, sino de formas concretas para actuar o
seguir a Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre.
2. El comparativo «menor» requiere una relació n con otro. El nombre
«fraile menor» es inseparable. Cuanto má s uno sirve a la fraternidad, tanto
má s
será menor y viceversa.
3. Nuestras actividades son relativas y pueden ser, segú n el carisma de
cada uno, diversas y pluriformes. Cuanto má s vive uno en la Orden como fraile
menor, tanto má s espontá neamente obrará como tal. Cuanto má s profundamente
esté radicado en la vida de los hermanos menores, tanto má s primero y antes hará
un verdadero apostolado franciscano dentro de la fraternidad. El apostolado
franciscano no es tanto un problema de objetivos y de método, sino de personas.
De ahí, la importancia de la formació n para la minoridad que debe preocuparse del
desapego por parte de la persona de los preconceptos, estructuras, sueñ os de
autorrealizació n... para inculcar modos de seguir a Jesú s pobre y humilde, servicial
y sufridor.
4. Ponerse al servicio de los otros es una libre decisió n, una misió n, un
carisma que necesita de una só lida identidad interior, fundamentada en la persona
de Cristo, pues en nuestra sociedad la minoridad no es un valor, sino un desafío del
Evangelio. Por esto, solamente la fe y el amor pueden dar un significado libre a esta
incomprensible minoridad que debemos vivir y renovar en nuestras relaciones
familiares, fraternas, profesionales y sociales.
5. La contemplació n de Jesucristo, que vino para servir, nos hace
descubrir la nobleza del hombre, que es grande cuando sirve.
6. Francisco exalta, defiende y exige de sus hermanos el trabajo manual
hecho en dependencia de otros. Partiendo de este principio, son revalorizados los
simples trabajos domésticos, que deben ser hechos por los propios hermanos,
antes que por los empleados pagados; también deben ser revisados los
compromisos asumidos en la iglesia y en la sociedad.
7. En calidad de menores, debemos aceptar las parroquias má s pobres y
prestar servicio en las parroquias sin administrarlas. Una fraternidad inserta en la
parroquia podría ser una iglesia doméstica. Su primera finalidad no sería el
servicio parroquial, sino estar unido en el nombre de Jesú s, y esto incluye acogida,
oració n, trabajo y descanso.
8. La propiedad condiciona la movilidad y la misma minoridad. Como los
compañ eros de Francisco, así también los primeros capuchinos no querían poseer
ningú n derecho sobre edificios, campos y cosas del propio uso. Donde esto no se
pueda practicar, se podría renunciar a las instituciones y a los institutos propios
(también en Roma) e integrarse en obras de otros.
9. La predicació n itinerante, durante largos siglos, una característica
franciscana y revalorizada por los capuchinos, fue sustituida por la enseñ anza,
menos precaria y mejor remunerada. Una sociedad tan mó vil como la de hoy, el
turismo por una parte y tantos refugiados por otra, requiere una movilidad por
nuestra parte. Deberemos recuperar el sentido y «la diná mica de lo provisorio»
(Roger Schutz), que nos da la justa perspectiva de las realidades terrestres y hace
volver y mirar hacia la «tierra de los vivientes» como meta de los «peregrinos y
forasteros de este mundo» (2 R 6, 2-5). Es preciso ver la pobreza y la minoridad
como medios de evangelizació n.
10. En nuestra forma de vida la minoridad puede ser practicada, grosso
modo, sobre dos aspectos: ser itinerante en el apostolado, o buscando trabajo,
significa depender de la acogida de los otros y someterse a ellos; ofrecer acogida y
hospitalidad en los conventos (casas de oració n) y en las propias iglesias
(confesiones) y asistir a los marginados (mesa de los pobres, celo por los
deficientes), significa ponerse al servicio de los otros. Así, son mú ltiples las
aplicaciones y matices de la minoridad. Como el fermento que penetra en la masa,
así la minoridad es la nota, la señ al que caracteriza el ser y el obrar del fraile
menor y también su pobreza.
[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXXII, nú m. 95 (2003) 200-212]