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VIVIR LA POBREZA EN LA PERSPECTIVA DE MINORIDAD

por Leonhard Lehmann, OFMCap

[Conferencia pronunciada en el VI Consejo Plenario de la Orden Capuchina celebrado


en Asís el año 1998]

1. LA ELECCIÓN DE UN NOMBRE
La minoridad es un componente de la pobreza evangélica que no se puede
eliminar, pues no es posible ser «pobre de espíritu» (Mt 5,3) sin humildad.
Defender la pobreza para vanagloriarse de la misma o para alabarse, sería contra
la minoridad, valor original que identifica el movimiento franciscano. El binomio
pobreza-humildad, que se encuentra frecuentemente en los Escritos de Francisco,
está expresado en la «minoridad», que quiere decir: la actitud evangélica de no
ocupar los primeros lugares, de no estar sobre los otros, de no imponerse a
ninguno, sino de estar al servicio de todos, siempre disponible para hacer el bien
sin pretender recompensa, gratitud, honras, gloria. Con el término «minoridad»,
aunque poco conocido y poco comprensible fuera del ambiente franciscano, se
alcanza, sin duda, el nervio central de nuestra vida. De hecho, nos llamamos
«Hermanos Menores». La añ adidura de «franciscanos», «conventuales» o

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«capuchinos» es secundaria, una vez que Francisco quería que sus compañ eros
y
seguidores se llamasen «frailes menores».
Segú n la Leyenda de los Tres Compañeros, los primeros convertidos al ideal de
Francisco se presentan como «penitentes de Asís» (TC 37). Má s tarde elegirá n el
nombre de «pobres menores», para cambiarlo otra vez, ahora definitivamente, por
«frailes [hermanos] menores». No es solamente Tomá s de Celano quien
nos
informa sobre la explícita voluntad de Francisco en llamar a su fraternidad Orden
de Frailes Menores (1 Cel 38), sino también una extrañ a Orden naciente.
Realmente, existe un interesante testimonio del cronista Burcardo de Ursperg
(†
1210) que pone el primer nú cleo franciscano en el contexto histó rico, hablando de
otros movimientos pobres surgidos en Italia central y septentrional. Después de
narrar que vio en 1210 algunos seguidores de la secta de los Pobres de Lyon, que
se presentaron a la Sede Apostó lica, guiados por un cierto Bernardo, su «maestro»,
para solicitar al papa Inocencio III la aprobació n de su modo de vivir, por medio de
un privilegio, Burcardo prosigue:
«Pero el señ or Papa les arguyó que tenían prá cticas supersticiosas (...) Lejos de
aprobar a éstos, aprobó en su lugar a los otros, o sea, a los que se llamaban Pobres
Menores. É stos rechazaban todo lo supersticioso y censurable antedicho, andaban
de verdad con los pies descalzos, tanto en verano como en invierno, y no recibían
ni dinero ni otra cosa, má s que el alimento, o, a lo má s, alguna ropa que les era
necesaria, si es que alguno se la daba espontá neamente, pues no pedían nada a
nadie. Estos mismos, andando el tiempo, dá ndose cuenta de que a veces la fama de
mucha humildad puede llevar a la vanagloria y de que cabe el peligro de
envanecerse ante Dios por motivo de pobreza, como les ocurre a muchos que la
soportan engañ osamente, prefirieron llamarse Hermanos Menores en vez de
Pobres Menores, sumisos en todo a la Sede Apostó lica» (San Francisco de Asís.
Escritos. Biografías. Documentos de la época, ed. José A. Guerra. Madrid, BAC, 1991,
p. 963).
Burcardo, un premostratense y cronista cualificado, recoge bien estas
características de la nueva orden, notando también el peligro de gloriarse de la
pobreza. Contra este peligro, Francisco, repetidamente, pone en minucioso examen
sus Escritos. En lugar de «Pobres Menores», usado en el primer período, Francisco
escoge el nombre de «Frailes [Hermanos] Menores» para evitar el riesgo de una
pobreza orgullosa y faná tica, sin caridad, y también porque esta nueva fó rmula
establecía la profesió n de la pobreza sobre dos bases insustituibles, la fraternidad y
la minoridad.

2. MINORIDAD COMO VALOR EVANGÉLICO


a) Mayores - menores - mínimos
Es algo muy conocido que en tiempos de Francisco había en Asís, como en tantas
otras ciudades, Mayores y Menores. Los primeros eran los señ ores feudales,
llamados también «boni homines», los segundos eran los representantes del
pueblo, que procuraban librarse de los servicios feudales. En 1198, cuando los
asisienses subieron a la Fortaleza, destruyéndola completamente, los señ ores
feudales -entre éstos también los padres de Clara- tuvieron que huir a Perusa; esto
hizo aumentar la tensió n que, desde siempre, existía entre las dos ciudades,
que
culminó con la batalla de Colestrada, en 1202, en la cual tomó parte Francisco y allí
fue hecho prisionero. Poco a poco los nobles volvían a Asís y a un cierto punto, en
1203, firmaron un tratado de paz (Carta pacis) con los representantes del
pueblo
para fortalecerse frente a las amenazas externas. Tal acuerdo no debió tener
mucho éxito, ya que en 1210 se tuvo que firmar un nuevo pacto entre «mayores y
menores» (Carta franchitatis). En ella, los dos grupos sociales en lucha por la
conquista del poder, acordaron dejar los servicios feudales y construyeron juntos
el Municipio.
No se trataba, por tanto, de una rebelió n del pueblo simple contra los nobles y
ricos; los menores eran también estos propietarios, aunque menos poderosos;
como tales aspiraban con los nuevos medios de dinero y trabajo a un puesto
superior semejante a los mayores.
Había también una tercera clase, de la cual no se habla en las dos Cartas, pero sí en
las Fuentes Franciscanas: «Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja
condició n y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y
con los mendigos de los caminos» (1 R 9,2). É stos son con quienes los Frailes
Menores quieren estar; con los pobres y miserables de la ciudad y con los leprosos
abandonados en la llanura a los pies de Asís. Estos no ciudadanos, sin voz y sin
acceso a la libertad de los servicios, podremos llamarlos menores.

b) Ser siervos para servir...


Aun admitiendo un cierto influjo del contexto sociopolítico sobre la elecció n del
nombre de Frailes Menores, queremos advertir que Francisco con eso no hizo una
opció n de clase (se asociaría al partido de los menores, que eran poderosos), sino
una opció n evangélica. Su denominació n está motivada en la Biblia, como aparece
en diversos fragmentos de sus Escritos. Teniendo en consideració n la Regla no
Bulada, que conserva la inspiració n original y las primeras intuiciones, notamos
que la minoridad está motiva, fundada en el Evangelio.
El texto clave y revelador fue Mt 20,20-28 (cf. Lc 22,24-27): Jesú s responde a
los
hijos del Zebedeo, anunciando la caída de las reglas de la apreciació n humana:
«Los jefes de las naciones las gobiernan tirá nicamente y los magnates las oprimen.
No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo» (Mt 20,25-
27).
Este texto evangélico está citado literalmente en el Cap. 5 de la Regla no Bulada,
que trata de las relaciones entre los frailes, en particular de la relació n entre
aquellos que nosotros impropiamente llamamos «superiores» y los «sú bditos».
Tiene grande repercusió n en los Escritos de Francisco la autodefinició n de Jesú s en
Mt 20,28 con la cual termina la perícopa: «El Hijo del hombre no ha venido para ser
servido sino para servir y dar la vida...» (Mt 20,28).
Este principio es aplicado a los ministros para que ejerzan su oficio en espíritu de
servicio. Sin embargo, la actitud servicial no excluye una fuerte responsabilidad
para la salvació n del alma. La Regla conjuga muy bien minoridad y
responsabilidad, diciendo:
«Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señ or: No vine a ser servido
sino a
servir, y que les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos, de las
cuales tendrá n que rendir cuentas en el día del juicio ante el Señ or Jesucristo si
alguno se pierde por su culpa y mal ejemplo» (1 R 4,6).
Otra má xima recurrente es la regla de oro expresada bien de modo positivo, bien
de modo negativo: «Tratad a los demá s como querá is que ellos os traten a
vosotros» (Mt 7,12 = 1 R 4,4; cf. 1 R 6,2; 10,1). «No hagas a otro lo que no quieres
que se te haga a ti» (Tob 4,15 = 1 R 4,4).
Todas las disposiciones en el «estatuto de la fraternidad», como se podrían definir
los capítulos 4-11 de la Regla no Bulada, hablan del servicio fraterno, de la caridad
para con los enfermos, de la humildad, de la sumisió n. Son actitudes sugeridas por
el amor, que considera a los otros como superiores y má s dignos, sin adulaciones,
sin humillaciones. Es el comportamiento de quien quiere imitar a Cristo humilde y
pobre: renunciar al yo, después de haber renunciado a lo mío, minoridad que es
requerida a los frailes menores segú n su Regla, condensada y resumida en la
Admonició n 12:
«Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señ or: si, cuando el
Señ or obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues
siempre es opuesta a todo lo bueno, sino, má s bien, se considera a sus ojos má s vil
y se estima menor que todos los otros hombres» (Adm 12).

c) ... al modo de Jesús que «está en medio de nosotros como aquel que sirve»
(Lc 22,27)
La figura de Jesú s como siervo es la raíz teoló gica de minoridad escogida por
Francisco que, estando en condiciones de hacerse grande, optó por el camino de la
pequeñ ez para responder al llamamiento de Jesú s y testimoniar libremente el
misterio de su Reino. En su meditació n está profundamente presente la imagen de
Dios humillado al hacerse hombre (Belén - Greccio); al dejarse crucificar (Gó lgota -
Monte Alverna), humillá ndose al lavar los pies (Jn 13) y en la venida
cotidiana
«sobre el altar en las manos del sacerdote» (Adm 1,18).
Los Escritos de Francisco está n llenos de llamadas al Evangelio sobre la minoridad
y el servicio. Es imposible referirlas todas aquí. Para la reflexió n y meditació n
individual y comunitaria será muy ú til retomar los salmos del siervo de Yahvé
(Salmo 22; 56; 68; 70; 85-87, etc.) usados por Francisco en su Oficio de la Pasión
(Sal I-VII), o el espléndido himno de san Pablo sobre la Kenosis de Dios (Flp 2,5-11;
cf. 2CtaF) o la enseñ anza de Jesú s (Mt 20,26-28; 25,4; Mc 9,35-37; Lc 12,32 y
22,26) y especialmente su ejemplo en el lavar los pies a los apó stoles (Jn 13,1-17).
Estos fragmentos constituyen el esqueleto de la Regla de los Frailes Menores.

3. LA MINORIDAD DELANTE DE DIOS


La pobreza-minoridad es, antes que todo, un modo de colocarse delante de Dios, el
Señ or Altísimo, a quien pertenece todo bien. No por casualidad Francisco inicia sus
oraciones dirigiéndose al «Oh, alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi
corazó n... » (OrSD). Desde la primera hasta la ú ltima oració n se extiende esta
característica que exalta a Dios, colocando al hombre en su debido lugar:
«Altísimo, omnipotente, buen Señ or,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendició n.
A ti solo, Altísimo, corresponden...» (Cá nt 1-2).
De parte del hombre, existe un abismo insuperable entre él mismo y Dios.
Fue la
gracia del Altísimo, su humildad la que atravesó el abismo y atrajo al hombre. Esta
visió n de Dios y del hombre aparece claramente en el Cap. 23 de la Regla no
Bulada, llamado el «prefacio franciscano» porque resuena cinco veces el
refrá n:
«Gratias agimus tibi». El capítulo comienza con la invocació n «Omnipotente,
santísimo, altísimo y sumo Dios...», para cantar después la historia salvífica desde
la creació n hasta la parusía.
He aquí la primera estrofa del prefacio: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo
Dios, Padre santo y justo, Señ or rey de cielo y tierra, te damos gracias por ti mismo,
pues por tu santa voluntad, y por medio de tu ú nico Hijo con el Espíritu Santo,
creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y
semejanza, nos colocaste en el paraíso. Y nosotros caímos por nuestra culpa»
(1 R
23,1-2).
En la cuarta estrofa prosigue Francisco: «Y porque todos nosotros, míseros y
pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro
Señ or Jesucristo, tu Hijo amado, en quien has hallado complacencia, que te basta
siempre para todo y por quien tantas cosas nos has hecho, te dé gracias de todo
junto con el Espíritu Santo Pará clito como a ti y a É l mismo le agrada. ¡Aleluya» (1
R 23,5).
Por causa de su miseria, fragilidad y corrupció n, de su pecado y de su rebelió n, el
hombre no puede sentirse humilde (cercano al humus, a tierra), es decir, caído,
menor. En el reconocimiento de su estado, en la aceptació n de necesitar redenció n,
el hombre se abre la puerta de la salvació n. Cuando, al revés, se cierra en el orgullo,
en la autosuficiencia, cuando no acepta ser menor y pobre delante de Dios, se
arriesga a perder la salvació n eterna, adquirida por Cristo.
La minoridad es, por tanto, un hecho criatural. Cuanto má s santo es alguien,
se
siente má s pecador, pequeñ o, menor. Es el caso de Francisco.

4. FRANCISCO, MENOR Y SIERVO


Francisco asimiló la actitud de siervo como la forma má s adecuada del seguimiento
de Cristo, a fin de, conforme sus Escritos, ser como el «pequeñ uelo y siervo» (Test
41). É l vive la minoridad con singular ejemplo, como muestran tantos episodios
narrados en las biografías. Me gustaría presentar algunos fragmentos extraídos de
sus cartas. É stas muestran en toda su autenticidad, có mo él interioriza la vida
humillante y humillada de Jesú s, sin caer en el desprecio de sí.
En la Carta a todos los fieles, Francisco se presenta como «siervo de todos», que
quiere «servir a todos» (v. 2), y termina su largo escrito con esta insistente
declaració n:
«Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y suplico, en la caridad
que es Dios y con el deseo de besaros los pies, que os sintá is obligados a acoger,
poner por obra y guardar con humildad y amor estas palabras y las demá s de
nuestro Señ or Jesucristo» (2CtaF 87).
Animoso y persuadido de una misió n universal, escribe «a todos los podestà y
có nsules, jueces y regidores de todo el mundo». A este encabezamiento político,
sigue un remitente humilde: «...el hermano Francisco, vuestro siervo en el Señ or
Dios, pequeñ uelo y despreciable, deseá ndoos a todos salud y paz» (CtaA 1).
En la carta a los frailes, notamos que Francisco no los llama nunca siervos, sino
siempre hermanos. Entre hermanos no es posible que haya menores, porque esto
implicaría admitir que hay también mayores, lo que va contra la misma identidad
del grupo fraterno. Sin embargo, Francisco mismo se autodefine siervo en relació n
a Dios y a sus hermanos. En la Carta a los custodios, Francisco se presenta
como
«vuestro siervo y pequeñ uelo en el Señ or» (1CtaCus 1). En la larga y ú ltima Carta a
toda la Orden, se presenta como «el hermano Francisco, hombre vil y caduco,
vuestro pequeñ uelo siervo» (CtaO 3), «hombre inú til y criatura indigna del Señ or
Dios» (CtaO 47). Cuando pide a sus hermanos una cosa que le está particularmente
al corazó n, le gusta ponerse «a los pies» de todos. Así, en el final de la Regla: «E
imploro a todos, besá ndoles los pies, que amen mucho las cosas que está n escritas
en la Regla, las custodien y las pongan a buen recaudo» (1 R 24,3; 2CtaF 87).
Francisco no sigue una ascética autosuficiente o extremista. Se reconoce limitado,
flaco, pequeñ o, en poder de sus estados de á nimo. Es una espiritualidad humilde,
pero optimista y generosa, porque sabe colocar frente a la realidad de sus propios
límites, la otra realidad de la riqueza y
la bondad de Dios. Nada má s elocuente
a este propó sito que su «confesió n» en
la mitad de la carta a todos los
frailes
«los primeros y los ú ltimos»:
«En muchas cosas he caído por mi
grave culpa, especialmente porque no
guardé la Regla que prometí al Señ or,
ni dije el oficio segú n manda la Regla o
por negligencia, o por mi enfermedad,
o porque soy ignorante e indocto»
(CtaO 39).

5. LA MINORIDAD «AD INTRA»


Retomando el precepto de Jesú s, que entre los discípulos no debería reinar la
superioridad de uno sobre otro, sino «el que quiera ser el primero, sea vuestro
esclavo» (Mt 20,27), Francisco llama siempre a los responsables de la Fraternidad
«Ministros y siervos» (1 R 4,6; 5,3.7.11) y quiere que «ninguno sea llamado
maestro, pues uno es vuestro maestro» (1 R 22,35). Notemos có mo la
minoridad
entra también en el título de los oficios. Al revés de «maestro», Francisco
escoge
«ministro», que en general sirve al mayor, al maestro. Con la unió n de los
dos
sinó nimos «ministro y siervo» se quiere evitar que el título «ministro» se
volviese
puro pacto, perdiendo así toda su fuerza significativa. Francisco distingue
entre
«ministros y siervos» y frailes «sometidos a los ministros y siervos» (1 R 5,3), pues
todos deben «por la caridad del espíritu servirse y obedecerse unos a otros de
buen grado» (1 R 5,13). «Ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y
menos entre ellos» (1 R 5,9).
Invirtiendo los conceptos dominantes, sea en el mundo político, sea en el religioso
(benedictinos), la Regla prescribe que «nadie sea llamado prior, mas todos sin
excepció n llá mense hermanos menores. Y lá vense los pies el uno al otro» (Jn 13,14;
1 R 6,3), esto es, que esté dispuesto a prestarle los servicios má s humildes. Esta
minoridad, como actitud interior, viene confirmada en la Admonición 4, en la cual,
no por casualidad, aparecen los dos fragmentos evangélicos Mt 20,28 y Jn 13,14:
«No vine a ser servido, sino a servir, dice el Señ or. Los que han sido constituidos
sobre otros, gloríense de tal prelacía tanto como si estuviesen encargados del
oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuanto má s se alteren por quitá rseles la
prelacía que el oficio de lavar los pies, tanto má s atesoran en sus bolsas para
peligro del alma» (Adm 4).
Otras descripciones muy profundas sobre la minoridad franciscana se ofrecen en
las «Bienaventuranzas Franciscanas», es decir, en aquellas admoniciones que
comienzan con «Bienaventurado el siervo que...» (Adm 17-28). La má s elocuente es
la admonició n sobre «El prelado humilde»:
«Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido
por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque
cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no má s. ¡Ay de aquel religioso que ha sido
colocado en lo alto por los otros y no quiere bajarse por su voluntad Y dichoso
aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a
los pies de otros» (Adm 19).

6. MINORIDAD «AD EXTRA»


a) Servir y trabajar en dependencia de otros
El comportamiento interior de humildad o el servirse mutuamente dentro de la
fraternidad se expresa «ad extra» en actitudes bien precisas. A este respecto es
relevante el Cap. 7 de la Regla no Bulada:
«Los hermanos, donde quiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de
otros, no sean mayordomos ni cancilleres ni estén al frente en las casas en que
sirven; ni acepten ningú n oficio que engendre escá ndalo o cause perjuicio a su
alma, sino sean menores y estén sujetos a todos los que se hallen en la misma casa»
(1 R 7,1-2).
Este capítulo arroja una luz sobre los inicios de la Orden, cuando los frailes eran
solicitados para trabajar con las personas, fuera de sus casas. Má s tarde, no sucedía
má s aquella situació n y los amanuenses cambiaron algunas lecturas, adaptá ndolas
al desenvolvimiento de la Orden: el cancellarius (canciller), por ejemplo, empleado
en oficios pú blicos se convierte en cellario, que en el convento se ocupa de las
celdas (cella). El texto de la Regla no Bulada tiene su Sitz im Leben muy concreto.
Diversas variantes son comprensibles y adecuadamente avaladas só lo a la luz de la
historia primitiva de la Orden por una parte, pero también por otra de su historia
posterior. Los frailes menores poseían, por lo tanto, una posició n bien precisa en la
sociedad. Por libre elecció n, asumían ú nicamente puestos de trabajo al servicio de
los otros, posiciones no de dirigentes, sino de sú bditos. Cuando, después, los frailes
será n má s estimados como buenos y sinceros trabajadores, tanto má s cederá n a la
tentació n de aceptar puestos de direcció n y de administració n. Será n má s
organizadores de buenas obras, promotores de asociaciones caritativas (por
ejemplo, Los Montes de Piedad), emprendedores que emplean a otra gente, que
depende de ellos. Notamos en este campo có mo la opció n por la minoridad
comporta una toma de posició n social. Para Francisco, la motivació n de ser menor
era cristoló gica, pero la aplicació n era socioló gica.
Minoridad no era y no es ú nicamente una virtud interior, sino un estado social, una
negativa a acceder a las clases superiores, una renuncia a hacer carrera. Aquí está
la provocació n má s fuerte para nosotros, hoy. El tipo de trabajo, nuestra posició n
en la sociedad y los medios que usamos, deberían coincidir con nuestro ser
de
«hermanos menores».
El componente social de la vocació n evangélica para la minoridad resulta también,
y de un modo claro y fuerte, de una frase muy conocida por la Regla no Bulada.
Pero es necesario citarla con la motivació n precedente, que une el motivo
evangélico-teoló gico con el social:
«Empéñ ense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señ or
Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener de este mundo, sino que, como
dice el Apó stol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos. Y
deben gozarse cuando conviven con gente de baja condició n y despreciada, con los
pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los
caminos» (1 R 9,1-2).
Es una elecció n de preferencia para los sin techo y condenados a permanecer entre
los marginados por la sociedad, víctimas de dolencias, enfermedades e injusticias.
La Regla y las Constituciones nos piden tomar una clara posició n en favor de las
clases sociales menores, sin solicitarnos que nos opongamos a las clases
superiores. «Por vocació n somos llamados, escogiendo realmente el ú ltimo lugar,
para encontrar a Jesucristo en el aniquilamiento solidario de su Encarnació n y
Pasió n. Esta elecció n minorítica nos permitirá estar cercanos a todos fraterna y
alegremente» (V Consejo Plenario de la Orden, 36c).

b) En la ayuda al clero
La elecció n de la minoridad comporta también una toma de posició n dentro de la
Iglesia. Francisco no se opuso al hecho de que también los sacerdotes entrasen en
la fraternidad, pero él mismo no fue má s allá de diá cono. Por humildad recusó ser
ordenado sacerdote. En el lecho de muerte confirma su firme voluntad de
someterse siempre a los sacerdotes cató licos, incluso en el caso que lo
persiguiesen:
«Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomó n y me encontrase con
algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que habitan, no
quiero predicar al margen de su voluntad. Y a estos sacerdotes y a todos los otros
quiero temer, amar y honrar como a señ ores míos» (Test 7-8).
En cuanto a la predicació n, era exhortativa y penitencial, no existieron problemas
de compatibilidad con el estilo de minoridad. Mas una vez que la fraternidad fue
orientá ndose para el apostolado oficial y permanente, el oficio de la predicació n se
transformó en un problema para Francisco. É l toma precauciones para no
apropiarse del oficio de la predicació n, recibido del Ministro General (2 R
9,2), y
amonesta a no cambiar en derecho personal a lo que no se quiere má s renunciar (1
R 17,4-19; Adm 19). La otra cara del problema de los predicadores era su
inclinació n a la autonomía apostó lica, haciéndose expedir privilegios por la Curia
romana para poder ejercitar el apostolado con má s libertad, hasta construirse
iglesias (cf. Test 28-29). La carrera para la exenció n, ya accionada, aunque diese
brillo apostó lico a la Orden, colocaba en peligro la actitud de minoridad de la
fraternidad. Francisco, al revés, como demuestra su Testamento, quería someterse
incondicionalmente a la autoridad eclesial inmediata, concreta -pá rrocos y
obispos- a pesar de limitar su libertad. Acostumbraba a decir a los frailes:
«Hemos sido enviados en ayuda a los clérigos para la salvació n de las almas (...) y
esto puede lograrse mejor por la paz que por la discordia con los clérigos (...). Así,
pues, estaos sujetos a los prelados, para no suscitar celos en cuanto depende de
vosotros. Si sois hijos de la paz, ganaréis pueblo y clero para el Señ or, lo cual le
será má s grato que ganar a só lo el pueblo con escá ndalo del clero» (2 Cel 146).
El sincero retorno a Francisco llevó a los capuchinos de nuevo a la sumisió n a los
obispos, renunciando a la exenció n (Constituciones de 1536, nn. 7-8), renuncia
observada que se conservó hasta las Constituciones de 1552, cuando fue
suprimido el nú mero referente a la renuncia de la exenció n.

c) Sometidos a todos
En su Testamento, Francisco recuerda esta norma sustancial de vida minorítica: «Y
éramos indoctos y está bamos sometidos a todos» (Test 19).
Francisco afirma de sí mismo y de los otros no tener formació n (idiotae), aunque
en la primera fraternidad existían algunos clérigos y gente instruida. Esto quiere
decir que la secuela humilde de Jesucristo le había llevado a renunciar a su saber
como medio de trabajo o apostolado, pues esto representaba un cierto grado de
prestigio y de poder. En un ambiente donde el saber y la ciencia estaban
concentrados en los monasterios y en las catedrales, los frailes menores preferían
servirse de la cultura menor, la popular, para comunicar su experiencia evangélica.
Ser menor es un «status» que no es falseado ni siquiera entre los no cristianos, al
contrario, es la primera obligació n de aquellos «que por divina inspiració n van
entre sarracenos: no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a
toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (1 R 16,6).
Francisco no delimita quién sea hermano o hermana; una real expropiació n de sí
mismo le vuelve sometido a todos los hombres. En el Saludo a las Virtudes alarga y
radicaliza el concepto de sumisió n, diciendo que en la «santa obediencia» el
verdadero fraile menor «está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el
mundo; y no só lo a los hombres, sino aun a todas las bestias y fieras, para que en
cuanto el Señ or se lo permita desde lo alto, puedan hacer de él lo que quieran»
(SalVir 16-18). Aquí llegamos al culmen de la minoridad, cuya diná mica conoce
como ú ltimo límite el don de sí mismo en la muerte. Quien se entrega
completamente a Dios, está dispuesto a sufrir el martirio no solamente por mano
de los hombres, sino también el infligido a través de los animales y fieras, a través
de las circunstancias de la vida. Francisco ve en el martirio la realizació n de la
minoridad. Percibimos esto, cuando él exclama, contento, al conocer la noticia del
martirio de los primeros frailes que partieron a Marruecos: «¡Ahora puedo
decir
verdaderamente que tengo cinco frailes menores». Esto es significativo; sin
embargo, ordenó destruir la primera relació n auténtica del martirio para que no
fuese motivo de vanagloria para los frailes (cf. Jordá n de Giano, Crónica, 7-8).
Con estos ejemplos está claro que sumisió n significa también exponerse al fracaso,
a la persecució n, al martirio: por ningú n motivo los frailes menores deben recurrir
a la carta de protecció n o recomendació n, ni a privilegios apostó licos para
desarmar a los prelados, o con pretexto de servir especialmente al pueblo de Dios
(Test 25-26).
Francisco ve, sobre todo, en la fiel sumisió n «a los prelados y a todos los clérigos de
la santa madre Iglesia» (TestS 5) la garantía de la minoridad, y quiere que se
observe la Regla aprobada por el papa Honorio III, «para que, siempre sú bditos y
sujetos a los pies de la santa Iglesia, firmes en la fe cató lica, observemos la pobreza,
la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señ or Jesucristo, que firmemente
prometimos» (2 R 12,4). Sometidos a la Iglesia no significa ceder a todo deseo de la
jerarquía. Al cardenal Hugolino, que quería servirse de los frailes menores para su
prelacía, Francisco responde:
«Mis hermanos se llaman menores precisamente para que no aspiren a hacerse
mayores. La vocació n les enseñ a a estar en el llano y a seguir las huellas de la
humildad de Cristo para tener al fin lugar má s elevado que otros en el premio de
los santos. Si queréis -añ adió - que den fruto en la Iglesia de Dios, tenedlos y
conservadlos en el estado de su vocació n y traed al llano aun a los que no lo
quieren. Pido, pues, Padre, que no les permitas de ningú n modo ascender a
prelacías para que no sean má s soberbios cuanto má s pobres son y se insolenten
contra los demá s» (2 Cel 148).

7. SUGERENCIAS PRÁCTICAS
Como de un Consejo Plenario de la Orden se espera verdaderamente no só lo una
teología de la pobreza y de la minoridad, sino estímulos concretos y aplicaciones
prá cticas, puede ser ú til concluir con algunas propuestas que susciten la discusió n
fraterna.
1. Como en los evangelios no se habla ni siquiera una sola vez de la
pobreza, sino 95 veces de los pobres, así también Francisco, en sus Escritos, no
habla nunca de minoridad, sino 9 veces de ser menores. No se trata de un ideal
abstracto, hacia el cual hemos de tender, sino de formas concretas para actuar o
seguir a Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre.
2. El comparativo «menor» requiere una relació n con otro. El nombre
«fraile menor» es inseparable. Cuanto má s uno sirve a la fraternidad, tanto
má s
será menor y viceversa.
3. Nuestras actividades son relativas y pueden ser, segú n el carisma de
cada uno, diversas y pluriformes. Cuanto má s vive uno en la Orden como fraile
menor, tanto má s espontá neamente obrará como tal. Cuanto má s profundamente
esté radicado en la vida de los hermanos menores, tanto má s primero y antes hará
un verdadero apostolado franciscano dentro de la fraternidad. El apostolado
franciscano no es tanto un problema de objetivos y de método, sino de personas.
De ahí, la importancia de la formació n para la minoridad que debe preocuparse del
desapego por parte de la persona de los preconceptos, estructuras, sueñ os de
autorrealizació n... para inculcar modos de seguir a Jesú s pobre y humilde, servicial
y sufridor.
4. Ponerse al servicio de los otros es una libre decisió n, una misió n, un
carisma que necesita de una só lida identidad interior, fundamentada en la persona
de Cristo, pues en nuestra sociedad la minoridad no es un valor, sino un desafío del
Evangelio. Por esto, solamente la fe y el amor pueden dar un significado libre a esta
incomprensible minoridad que debemos vivir y renovar en nuestras relaciones
familiares, fraternas, profesionales y sociales.
5. La contemplació n de Jesucristo, que vino para servir, nos hace
descubrir la nobleza del hombre, que es grande cuando sirve.
6. Francisco exalta, defiende y exige de sus hermanos el trabajo manual
hecho en dependencia de otros. Partiendo de este principio, son revalorizados los
simples trabajos domésticos, que deben ser hechos por los propios hermanos,
antes que por los empleados pagados; también deben ser revisados los
compromisos asumidos en la iglesia y en la sociedad.
7. En calidad de menores, debemos aceptar las parroquias má s pobres y
prestar servicio en las parroquias sin administrarlas. Una fraternidad inserta en la
parroquia podría ser una iglesia doméstica. Su primera finalidad no sería el
servicio parroquial, sino estar unido en el nombre de Jesú s, y esto incluye acogida,
oració n, trabajo y descanso.
8. La propiedad condiciona la movilidad y la misma minoridad. Como los
compañ eros de Francisco, así también los primeros capuchinos no querían poseer
ningú n derecho sobre edificios, campos y cosas del propio uso. Donde esto no se
pueda practicar, se podría renunciar a las instituciones y a los institutos propios
(también en Roma) e integrarse en obras de otros.
9. La predicació n itinerante, durante largos siglos, una característica
franciscana y revalorizada por los capuchinos, fue sustituida por la enseñ anza,
menos precaria y mejor remunerada. Una sociedad tan mó vil como la de hoy, el
turismo por una parte y tantos refugiados por otra, requiere una movilidad por
nuestra parte. Deberemos recuperar el sentido y «la diná mica de lo provisorio»
(Roger Schutz), que nos da la justa perspectiva de las realidades terrestres y hace
volver y mirar hacia la «tierra de los vivientes» como meta de los «peregrinos y
forasteros de este mundo» (2 R 6, 2-5). Es preciso ver la pobreza y la minoridad
como medios de evangelizació n.
10. En nuestra forma de vida la minoridad puede ser practicada, grosso
modo, sobre dos aspectos: ser itinerante en el apostolado, o buscando trabajo,
significa depender de la acogida de los otros y someterse a ellos; ofrecer acogida y
hospitalidad en los conventos (casas de oració n) y en las propias iglesias
(confesiones) y asistir a los marginados (mesa de los pobres, celo por los
deficientes), significa ponerse al servicio de los otros. Así, son mú ltiples las
aplicaciones y matices de la minoridad. Como el fermento que penetra en la masa,
así la minoridad es la nota, la señ al que caracteriza el ser y el obrar del fraile
menor y también su pobreza.
[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXXII, nú m. 95 (2003) 200-212]

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