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Por lo que hace a la vida religiosa, diremos que todo había girado hasta entonces en torno a los
monasterios de benedictinos, cistercienses y premostratenses finalmente. En ellos se apoyó Roma para
trabajar en la reforma de la Iglesia. Y mucho se consiguió.
Veamos un poco más los dos más importantes. Los cátaros (palabra griega que significa “los puros”,
dividían a la Iglesia en buenos y malos. La manera moral de vivir. La manera moral de vivir, la
valoración de la Escritura, la penitencia y la pobreza eran las notas con las que hacían ese discernimiento
elemental. Todo el que no se ajustaba a esa visión de la fe cristiana era considerado por ellos como un
pagano. No es de extrañar que, a pesar de su reciedumbre de ánimo, terminaran con el tiempo fuera de la
Iglesia. Como tal vez se dedicaron más a discusiones que a vivir prácticamente lo que decían, un tal
Pedro Valdo, rico comerciante de la ciudad de Lyon, abrazó una vida de pobreza y fundó un movimiento
evangélico que tomó su nombre: los valdenses. Cuando, pasado el tiempo, la jerarquía católica les
prohibió predicar, llegaron a romper con la Iglesia diciendo: “Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres” (Hechos 5,29). Así lo que en principio se había presentado como un movimiento de
renovación eclesial, se convirtió en una herejía.