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Lynsay Sands
Su paso a través del bosque hizo temblar las hojas. Su risa infantil
resonó entre los árboles y el viento hizo volar su pelo en una corriente
dorada detrás de ella. El sol la cubría de besos y la tierra empapada
por el agua de la lluvia se aplastaba entre sus dedos, abrazándola a
cada paso.
A Willa le gustaba correr con los pies desnudos después de la lluvia.
Sin embargo, si Eada o papá se enteraban, se metería en problemas.
Pero merecía la pena el riesgo.
Irrumpió en el claro y se detuvo abruptamente. Su risa se
desvaneció al instante, la felicidad desapareció de su expresión. Algo
estaba mal. Había mucho silencio. Demasiado silencio. Los pájaros
habían dejado de cantar y estaban inmóviles en los árboles. Incluso los
insectos habían dejado de zumbar. Y ya no podía oír correr a Luvena
delante de ella.
Arrugó la frente preocupada mientras miraba lentamente alrededor
del claro.
—¿Luv? —susurró, dando un paso tímido hacia delante. —¿Luv?
Un leve murmullo la hizo girar la cabeza. Algo caía desde el
pequeño acantilado que estaba cerca de la zona por la que había
entrado al claro. La tela, dorada como el sol, volaba en el aire igual
que un polluelo que caía desde su nido. El bulto aterrizó con un ruido
sordo.
Willa tragó saliva nerviosa. Su mirada se deslizó lentamente sobre
montón brillante de material dorado tirado sobre la hierba. Era el
vestido que Lord Sedgewidk había traído desde Londres para ella. El
que Luvena había estado tan ansiosa de probar.
Después divisó unas piernas pequeñas e inmóviles, envueltas en
medias nuevas y finas. Faltaba una de las zapatillas. Una mano yacía
como si suplicara entre el material del vestido. Mechones de pelo de
color dorado rojizo estaban esparcidos sobre la hierba. La cara pálida
de Luvena estaba girada hacia el otro lado, la cabeza tenía un ángulo
extraño.
Esas imágenes asaltaron a Willa, una después de otra, como hilos de
un tapiz que todavía no se había creado. Para cuando su cerebro los
entrelazó y entendió su significado, ya llevaba gritando varios
minutos.
Capítulo 1
La puerta se abrió de golpe y se estrelló contra la pared de la cabaña
con lo que habría sido un buen choque si hubiera estado hecha de
material más fuerte. Hugh había estado a punto de desmontar, pero
hizo una pausa en su carrera para dirigir una mirada cautelosa a la
anciana que lo observaba ahora desde la puerta abierta.
Eada. Era muy vieja, la edad le encorvaba los hombros y retorcía las
manos y los dedos. Su pelo era una larga capa de color blanco que
rodeaba una cara estropeada y arrugada por el paso de los años. Solo
sus ojos azul cobalto mostraban todavía algún indicio de juventud;
también ofrecían una mirada de conocimiento que era desconcertante.
Esa mujer puede mirarte a los ojos y ver tu alma, distinguir cada defecto y
cada virtud que poseas. Puede leer tu futuro en los sedimentos del vino y leer
tu pasado en las líneas de tu cara.
A Hugh le habían contado todo esto y, aún así, una sacudida lo
atravesó cuando miró a los ojos de la anciana. Notó una conmoción
que recorrió todo su cuerpo, como si ella, verdaderamente, estuviese
mirando directamente en su interior; como si ella pudiera ver todo el
camino bajando hasta los dedos de sus pies, que tenía arqueados en
ese momento. La mujer sostuvo la mirada de Hugh durante un
momento, después entró en la casucha. Dejó la puerta abierta; era, sin
ninguna duda, una invitación para que él la siguiera.
Hugh se relajó una vez la mujer estuvo fuera de su vista, después
miró al hombre montado a su lado, Lucan D'Amanieu, su amigo y
confidente durante años. Hugh había esperado que su compañero
calmara las tontas supersticiones que, de repente, crecían dentro de él.
Las viejas creencias en brujas y fantasmas de la infancia empezaron a
agitarse y a vivir de nuevo en su menta repentinamente llena de
fantasías; y había contado con Lucan para arquear una ceja divertido y
hacer algún comentario burlón que pusiera todo de nuevo en
perspectiva. Desafortunadamente, parecía que su normalmente
sensato amigo se sentía tan imaginativo como él ese día. En lugar de
calmarlo, Lucan parecía tan nervioso como él mismo.
—¿Crees que lo sabe? —preguntó.
Hugh se sobresaltó al oír la pregunta. No se le había ocurrido que la
mujer pudiera hacerlo. Ahora sí consideró la posibilidad, con la
mirada fija en el cobertizo dijo al fin, —No. ¿Cómo podría?
—Sí. —Lucan estuvo de acuerdo con menos confianza mientras
desmontaba. —¿Cómo podría?
La mujer anciana estaba avivando el fuego cuando entraron en la
cabaña. Dio a los dos hombres una oportunidad para estudiar su
entorno.
En contraste con el estado de suciedad y descuido del exterior de la
cabaña, el interior estaba limpio y era bastante hogareño. Había flores
en un cuenco de madera colocado en el centro de una mesa
toscamente labrada al fondo de la habitación, y un catre estrecho
estaba pegado contra la pared opuesta. Había una chimenea en la
pared que estaba frente a la puerta y allí era donde la mujer estaba
alimentando las llamas. Una vez satisfecha, se movió de vuelta a la
mesa y se dejó caer sobre una de las tres sillas, después ofreció a Hugh
y a Lucan las otras.
Después de una vacilación apenas perceptible, Hugh tomó la silla
opuesta a la de la mujer y se sentó de espaldas a la puerta. Lucan
cogió la silla que estaba al lado de la mujer que le permitía una visión
clara de la puerta, y de cualquiera que entrara. Entonces los dos
esperaron expectantes a que la mujer preguntara la razón de su visita.
En vez de ello, la mujer cogió la jarra de vino del centro de la mesa y
sirvió dos tazas llenas. Ignorando a Lucan, empujó una hacia Hugh,
después se llevó la otra a la boca.
A Falta de algo mejor que hacer, Hugh bebió. Se arrepintió de
inmediato. El vino era amargo y le raspaba la lengua. Haciendo su
mejor esfuerzo para no mostrar su disgusto, dejó la jarra casi llena
sobre la superficie gastada de la mesa. Hugh volvió su mirada hacia la
bruja, esperando todavía alguna pregunta sobre el motivo de su
presencia, o al menos, sobre su identidad. La anciana simplemente lo
miró por encima del borde de su taza, esperando. Cuando el silencio
se hizo demasiado largo y tenso, Hugh habló por fin, —Soy Hugh
Dulonget.
—El quinto conde de Hillcrest.
Hugh se sobresaltó cuando la mujer terminó la presentación por él.
—¿Sabéis de mi tío…?
—Muerto. El corazón.
—¿Perdón? —La miró desconcertado.
—Dije que está muerto. Su corazón se rindió con él, —repitió la
mujer con impaciencia. —Lo sucederéis como poseedor en su título y
riquezas.
—Sí. Soy su sobrino. Su único heredero.
—¿El único, hmmm? —El tono era seco y lo hizo sentirse incómodo.
—Bueno… sí. —mintió Hugh, retorciéndose bajo la mirada
omnisciente de la mujer. Dijo. —No, tío Richard dejó un legado para…
—¿Un legado? —La bruja pareció mirar a través de él.
Hugh levantó el vino y empezó a beber casis desesperadamente a
pesar de su sabor amargo. Golpeó la mesa con la jarra, una vez estuvo
vacía, y enderezó los hombros y frunció el ceño. —Desde luego, ella
continuará recibiendo las monedas para su manutención.
—¿Ella?
—La muchacha. Esa Willa por la que mi tío estaba tan preocupado.
—No se molestó en ocultar su disgusto por el asunto.
—¿Monedas para su cuidado? ¿Hmmm?
Hugh tragó saliva y sintió que su incomodidad crecía. La mirada fija
de la anciana era desconcertante. Casi podía creer que estaba mirando
su alma. Si era así, sospechaba que los defectos que encontraría serían
muchos. Dudaba que hubiera visto muchas gracias hasta el momento.
Después de todo, él estaba mintiendo descaradamente.
—¿No querréis decir mejor que ella estará bien cuidada una vez se
case con vos?
Hugo se quedó paralizado. Podía sentir que la sangre corría a su
rostro con la rabia que volvía a encenderse. Esa misma furia lo había
consumido al escuchar las noticias por primera vez del abogado de su
tío. Él lo heredaría todo. El condado, el dinero los sirvientes, las
fincas… así como la hija bastarda de su tío para casarse. En efecto, le
habían legado una esposa. Nada menos que una aldeana bastarda,
criada por una anciana que una vez había servido en el castillo. Era
una de las situaciones más estúpidas en las que Hugh jamás había
imaginado verse envuelto. ¡Él! Un lord, el hijo de un gran caballero, y
ahora heredero de un condado, ¡casarse con una mocosa de la aldea!
Ni siquiera era una dama, tan solo una palurda bastarda de la aldea
sin más entrenamiento que ordeñar vacas o lo que quiera que fuese
que le enseñasen a las jóvenes en los pueblos. Imposible. Inconcebible.
Pero cierto. Ahora, igual que había pasado esa mañana, sentía que su
cuerpo se contraía con la furia. Mantuvo los puños fuertemente
cerrados sobre la mesa, anhelando cerrarlos alrededor de la garganta
de la anciana. Fue entonces cuando escuchó la canción. Era una voz de
mujer, alta y clara y tan dulce como una jarra de aguamiel fresca en la
tarde más calurosa.
Todo pareció calmarse; su ira, sus pensamientos, los latidos de su
propio corazón golpearon más calmados con una sensación de
anticipación, incluso el espacio a su alrededor pareció paralizarse.
Lucan y la bruja se quedaron inmóviles. Una mosca que había estado
zumbando alrededor de la jarra se posó en uno de sus labios y quedó
allí como si estuviera escuchando la voz mientras se acercaba.
La puerta detrás de él se abrió y bañó el oscuro interior de la cabaña
con la luz de la tarde, después algo se movió para volver a bloquear
esa luz. La canción se detuvo bruscamente.
—¡Oh! Tenemos invitados.
Hugh escuchó el grito ahogado de Lucan. Preguntándose por la
razón, se giró inexorable hacia la fuente de la encantadora voz. Sintió
que su mandíbula se aflojaba conmocionado. Un ángel. Seguramente,
eso es lo que era. Solo un ángel brillaría con luz dorada, pensó Hugh
mientras miraba el contorno radiante de la forma femenina. Entonces,
la joven se alejó de la puerta. Se dirigió a un lado de la anciana y Hugh
vio que el brillo dorado había sido tan solo el reflejo de la luz del sol
en su pelo. ¡Y qué glorioso era! Mechones gruesos y largos de oro
puro.
No, oro puro no, decidió. Esas trenzas eran más brillantes que el oro
y había hebras de color rojizo entre ellas. Su cabello estaba tejido con
luz del sol mezclado con fuego. Brillaba por encima de sus hombros y
bajaba pasando por las caderas hasta las rodillas. Hugh nunca había
visto antes una visión semejante y estaba seguro de que nunca
volvería a verla. Al principio, estaba tan paralizado por la visión, que
no se fijo ni en la cara ni en su figura mientras ella se inclinaba para
dar un beso afectuoso en la mejilla de la vieja bruja. Entonces ella se
puso derecha. La mirada limpia de sus ojos grises se volvió hacia él y
la atención de Hugh cambió, centrándose en la palidez de su rostro y
en la expresión audaz. Su mirada se clavó en la sonrisa de unos labios
lujuriosos y se encontró a sí mismo tragando saliva.
—Vos debéis ser mi prometido.
Esas palabras dejaron frío a Hugh. La admiración por su belleza se
convirtió, en cambio, en una lectura sombría del vestido sencillo y
remendado que llevaba. La prenda colgaba de ella como un saco.
Parecía una moza aldeana, una aldeana joven y guapa, quizás, pero
una simple aldeana cuando él era un lord, demasiado por encima de
una simple mujer de progenitores tan inciertos. Casarse con ella
estaba fuera de discusión, aunque sí haría una amante atractiva.
—El oro es oro, ya esté enterrado en el barro o adornando la corona
de un rey, —dijo la anciana.
Hugh frunció el ceño ante el comentario, molesto por la insinuación
de la mujer de que sabía qué estaba pensando. Estaba aún más
molesto por el significado de las palabras, ya que estaba seguro de que
no eran aplicables a su situación.
Como él permaneció en silencio, la bruja inclinó la cabeza a un lado,
estudiándolo. Entonces alargó el brazo para estrechar la mano sobre
su hombro, llamando así la atención de la joven, —Necesitaremos más
ajo, niña. Para el viaje.
Asintiendo, la joven recogió un cesto y dejó la cabaña sin hacer
ruido.
—Os casaréis con ella. —Era una simple declaración de un hecho.
Hugh se giró bruscamente hacia la bruja, pero se quedó congelado
cuando vio que ahora la mujer sostenía su taza vacía. Estaba
entrecerrando los ojos ante los sedimentos que había dejado cuando
terminó la bebida. Ese conocimiento envió un escalofrío de algo
parecido al miedo por su espina dorsal. Se decía que esa mujer veía el
futuro en aquellos sedimentos. En esos tiempos inciertos que estaban
viviendo, Hugh pensaba que no deseaba saber lo que estaba por
llegar. Pero lo deseara o no, la mujer siguió leyendo.
—Os casaréis por ella por vuestra gente, pero ella reclamará
rápidamente vuestro corazón.
Se mofó desdeñoso de esa posibilidad, pero la mujer no le prestó la
menor atención mientras seguía mirando el fondo de la taza. —El
futuro tiene mucha alegría, felicidad y muchos niños… si resolvéis el
enigma.
—¿Qué enigma? —preguntó Lucan sin aliento y Hugh soltó un
bufido burlón al ver que su amigo estaba cayendo en el engaño.
Cuando la mujer se limitó a levantar la mirada y dirigirla hacia el otro
caballero, se movió y preguntó, —Bueno, está bien, ¿y si no resuelvo
el enigma?
—La muerte espera.
Hugh vio la convicción en los ojos de la mujer y tragó saliva
nervioso. Entonces la mujer volvió a sentarse y agitó la mano
impaciente. —Marchaos. Estoy cansada y vuestra presencia me
molesta.
Los dos hombres estuvieron más que felices de complacerla. Se
retiraron de la cabaña oscura y salieron a la luz del sol con alivio.
—¿Y bien? —cuestionó Lucan mientras volvían a sus monturas.
Con cara seria, Hugh esperó hasta estar de nuevo sobre su montura
para preguntar a su vez —¿Y bien, qué?
—¿Volverás por la mañana a por ella o no?
—Él volverá.
Hugh hizo chasquear el cuello al girar la cabeza para ver a la vieja
escuchándolos, después tiró enfadado de sus riendas, hizo dar la
vuelta a su caballo antes de espolearlo y obligarlo a salir al galope
dejando a Lucan trepando para subir a su montura y alcanzarlo.
Hugh tuvo que reducir su velocidad una vez llegó a los árboles; no
había un verdadero camino hacia ni desde la cabaña, lo que había
hecho que encontrarla fuera una aventura. Su ritmo más lento
permitió que Lucan lo alcanzara. En el momento en que lo hizo, le
preguntó otra vez si se casaría con la joven.
Hugh frunció el ceño al oír la pregunta. Su visita a lord Wynekyn y
al abogado había sido breve. En el momento en que escuchó las
primeras palabras acerca de que se esperaba que contrajese
matrimonio con alguien llamado Willa, no se puso de buen humor
precisamente. Después de berrear y pisotear el suelo fuertemente unas
cuantas veces, se dirigió a Hillcrest. Hugh no deseaba casarse con la
moza. Pero no estaba seguro de cómo podía librarse de hacerlo. Según
lo explicado por el abogado, él debía casarse con ella para conseguir
su herencia. —No lo deseo, pero me temo que no tengo elección si
quiero Hillcrest.
—Pero seguro que no te pueden negar Hillcrest, —argumentó
Lucan. —Es tuyo por derecho de primogenitura. Eres el siguiente en
la línea de sucesión. Te cases con la chica o no, no se te puede negar
Hillcrest.
Hugh se animo con ese comentario. —Sí. Tienes razón.
—Sí. ¿Así que qué vas a hacer con ella? —preguntó Lucan y la
postura de Hugh se desinfló junto con su estado de ánimo. —No lo sé.
Ambos callaron un momento, entonces Hugh dijo lentamente, —
Supongo que tendré que encargarme de asegurar su futuro. Estamos
emparentados, después de todo.
—Sí, —murmuró Lucan. Después, cuando Hugh no continuó,
sugirió tentativamente, —Tal vez deberías concertar un matrimonio
para ella. Eso arreglaría el problema.
Hugh reflexionó sobre la idea brevemente, después asintió
despacio. —Sí. Esa puede ser exactamente la respuesta. Puede que
incluso sienta inclinación por alguien de su propia clase.
—Sí, puede ser.
Relajándose un poco, Hugh se dedicó a llevar a cabo la tarea en su
mente. Tendría que trabajar sin que lo notase la anciana, eso era obvio.
Si la bruja se enteraba de sus planes, lo más probable es que les
pusiera fin rápidamente y le causara muchos problemas. Supuso que
eso ya no sería su responsabilidad. Después de todo, la única cosa que
podía hacer era intentar asegurar el bienestar futuro de la joven. Si la
vieja no quería aceptar nada de él que no fuese el matrimonio…
bueno, iba a sentirse decepcionada. Sería una pena si ponía a la moza
las cosas más difíciles de lo necesario.
La melodiosa voz, alta clara y angelical, llegó a él de nuevo
momentos más tarde. Ladeando la cabeza, la fue girando
gradualmente hasta que pudo distinguir cuál era la dirección de la
que venía la canción, y después dirigió su caballo hacia allí. Hugh
llegó a un claro para encontrar el dulce sonido en el aire, pero no
había señal de la joven de cuyos labios provenía.
Perplejo, estudió el área más cuidadosamente. La vio medio oculta
en medio de una aglomeración de malas hierbas. En vez de buscar el
ajo, como le había ordenado la anciana, la joven estaba recostada en
una maraña de hierbas y flores. Estaba haciendo cadenas de diente de
león mientras cantaba. Hugh instó a su caballo a adelantarse, casi
lamentándolo cuando la canción murió a mitad de una palabra y ella
se sentó abruptamente.
—Ella te envió a por ajo. ¿Es así como obedeces a tu guardiana? —
preguntó Hugh. Cuando ella se limitó a mirarlo confundida, el
caballero se movió impaciente, —¡Contéstame!
—Ella no necesita ajo, mi lord. Ya lo recogí ayer.
—Tal vez necesitaba más. ¿Por qué otra razón iba a pedirte que lo
buscaras?
—Simplemente, deseaba hablar con vos a solas.
Hugh aceptó esa respuesta en silencio. Su mirada recorrió el
contorno del claro y empezó a fruncir el ceño. —No es seguro
deambular solo por ahí. Podía cogerte alguien. ¿Qué harías entonces?
—Wolfy y Fen me mantendrían a salvo.
Hugh levantó las cejas pero no la cuestionó.
La joven inclinó la cabeza como si estuviera escuchando algo antes
de recoger su cesto vacío y ponerse de pie. —Debo volver. Querrá
verme ahora que os habéis ido.
—Espera. —Inclinándose, la cogió del brazo, para soltarla
inmediatamente como si le hubiera picado algo cuando ella dio la
vuelta a su pregunta. Sacudiendo la cabeza ante su propia reacción
ante la joven, extendió la mano. —Te llevaré de vuelta.
Willa no dudó, sino que al momento colocó sus dedos sobre los de
él. Por un momento, Hugh se maravilló de que ella pusiera su
confianza en él tan fácilmente. Después razonó que, por lo que ella
sabía, él era su prometido. Por supuesto que confiaba en él. Una vez el
problema estuvo resuelto en su mente, la levantó y la sentó sobre la
silla delante de él, después ajustó las riendas. Hugh condujo al caballo
en un lento círculo de vuelta al camino por el que habían llegado,
consciente de que Lucan estaba detrás, siguiéndolo a una distancia
discreta en su propia montura.
—¿Quiénes son Wilf y Fin? —preguntó Hugh.
—Wolfy y Fen, —lo corrigió la joven, después añadió, —amigos. —
La joven se movió un poco en la silla de montar buscando un asiento
más cómodo.
Hugh apretó los dientes intentando controlar la reacción natural de
su cuerpo mientras ella se frotaba contra él, pero siguió decidido con
sus preguntas. —¿Has considerado alguna vez casarte con uno de
ellos?
Esa pregunta hizo que la cabeza de la joven se moviera de un lado a
otro y la girara hacia él, los encantadores mechones doradas rozaron
la cara del caballero. Para su disgusto, una explosión de risa brotó de
los labios de la moza. —¡No! Mi lord, eso sería completamente
imposible.
El sincero regocijo de la joven ante la idea hizo que el ceño fruncido
volviera a aparecer en la expresión de Hugh cuando la joven volvió a
mirar al frente. Desafortunadamente, aunque ella se dio la vuelta, su
pelo seguía pegado a su cara, atrapado en la barba de sus mejillas.
Hugh sacudió la cabeza y la echo hacia atrás para librarse de los
suaves zarcillos, después pensó en su siguiente pregunta. Aunque
todavía sentía curiosidad acerca de los Wolfy y Fen que ella había
mencionado, Hugh estaba más preocupado por resolver la situación
de una forma en que no tuviera que casarse con ella, pero por la que
tampoco tuviera que sentirse culpable.
—¿Hay alguien que tenga un lugar especial en tus afectos? —
preguntó Hugh al fin.
—Por supuesto.
Hugh se quedó inmóvil, sus manos apretaron las riendas mientras
su esperanza crecía con esas palabras tan fácilmente confesadas. No
había esperado ser tan afortunado. Pero si ella sentía inclinación por
alguien, todo lo que necesitaba hacer era disponerlo todo para que ella
se casara con él. Después establecería a la pareja con algo de dinero y
sus problemas terminarían.
—Eada es como una madre para mí, —dijo la joven haciendo
estallar la burbuja del caballero. —Es una mujer maravillosa. Muy
especial.
Hugh puso los ojos en blanco al oír eso, encontrando difícil ver nada
especial ni maravilloso en la bruja. Pero, en cualquier caso,
obviamente la joven no había entendido su pregunta. Al parecer, tenía
que ser más concreto. Debería haberlo esperado, desde luego. Ella era,
sin duda alguna, una campesina sin educación, una mente simple.
Willa se movió de nuevo en la silla delante de él, después sacudió la
cabeza y envió otra vez varios mechones de cabello dorado hacia
arriba para ser capturados por las mejillas sin afeitar del caballero.
Hugh se llevó una mano a la cara y se la frotó como si fueran telas de
araña; pensó, con cierta irritación, que debería haberse tomado un
tiempo para bañarse y afeitarse antes de ir a buscar la cabaña de la
bruja. Sin embargo, no había estado de humor para tales sutilezas.
Después de enterarse de las particularidades de su herencia, había
hecho los dos días de cabalgada a Hillcrest con Lucan como única
compañía. Se había detenido en Hillcrest tan solo el tiempo suficiente
para mirar alrededor, hacer unas pocas preguntas, y conseguir la
dirección de esa Willa que le habían dejado. Había sido entonces
cuando oyó hablar de la vieja, Eada. Los hombres de su tío y sus
sirvientes habían estado más que ansiosos de prevenirle acerca de sus
formas de bruja, pero menos que felices de aportar noticias sobre la
chica a la que se decía que protegía la anciana. Por lo que había visto,
podía decir que las descripciones de la anciana eran correctas, pensó
recordando su aire espeluznante.
Sacudiendo el recuerdo de su cabeza, devolvió su atención al asunto
que tenía ahora entre manos. —Temo que me malinterpretaste cuando
pregunté si había alguien que ocupara un lugar especial en tus afectos,
—le dijo. —Lo que quería decir es si hay algún hombre en particular
por quien tengas sentimientos.
La cuestión la hizo girar para mirarlo y Hugh se encontró una vez
más con la cara llena de suaves hebras doradas. Esos hilos se
adhirieron a él suavemente, obligándolo a apartándoselos otra vez. Lo
estaban volviendo loco. No era solo la sensación de cosquilleo que le
causaban, sino también el olor. Su cabello olía a sol y a limones. Hugh
nunca había sentido antes ninguna atracción por el olor a limón y la
luz del sol, pero, al venir de su cabeza, la combinación parecía
deliciosa. Casi tan deliciosa como la sensación del trasero de la joven
frotándose contra su ingle con cada paso de la montura. ¿Por qué se
había ofrecido a llevarla de vuelta a la cabaña? se preguntó con
disgusto. Había pensado que era una buena oportunidad para hablar
con ella lejos de la bruja, pero estaba encontrando que la cercanía de
ella lo distraía terriblemente en un momento en que necesitaba todo
su ingenio.
—Lo siento, mi lord. Lo entendí mal. —Se volvió a girar para
dirigirle una mirada contrita. La joven era, aparentemente, totalmente
inconsciente del hecho de que ese movimiento presionaba sus senos
contra su pecho y su brazo, y su trasero más firmemente contra su
virilidad ahora en crecimiento.
Hugh dejó escapar el aliento resignado. Había estado semierecto
desde el momento en que la sentó en la silla. Ahora podía
considerarse un abanderado.
—Sí. Bueno, —dijo bruscamente, preguntándose si ella podía sentir
lo que le estaba provocando. —Entonces… ¿Hay algún hombre en
particular por quien sientas algo?
Para su alivio, ella volvió a mirar hacia delante aliviándole un poco
su incomodidad. Desafortunadamente, su respuesta no fue tan
agradable.
—Desde luego, milord. Vos.
—¿Yo? —la parte superior del cuerpo de Hugh se puso tan rígida
como la inferior. —Seguramente, bromeas, ¿verdad, muchacha?
Acabas de conocerme. ¿Cómo puedes proclamar que sientes afecto
por mí?
—¿Cómo no podría? —Por la expresión en su cara cuando volvió a
girarse hacia él, supuso que estaba sorprendida por la pregunta. Se
quedó perplejo con la respuesta, mientras se movía detrás de ella en
un vano intento de poner un poco de espacio entre ellos. Deseó de
todo corazón que ella se quedara, simplemente, quieta.
—Vais a ser mi esposo, —razonó la joven como si fuera el concepto
más simple y uno que Hugh debería comprender sin necesidad de
explicaciones. —Es mi deber amaros. Papá me lo explicó cuando me
informó de nuestro compromiso cuando yo tenía quince años.
Hugh retiró sus pensamientos de sus regiones más bajas y la miró
boquiabierta. —¿Cuándo tenías quince años?
—Sí, —asintió la joven. —Papá me lo dijo cuando hizo testamento.
Sentía que era mejor informarme de que había hecho algunos planes
al respecto, y me habló un poco de vos para que me acostumbrara a la
idea y entendiera mi deber.
—Ya veo, —dijo Hugh cortante. —¿Y supongo que no era
importante que yo conociese el estado de esos planes? ¿Qué pasaría si
me hubiera casado mientras tanto?
Para su alivio, ella se encogió de hombros y volvió a mirar para
delante. —Supongo que habría dispuesto que me casara con algún
otro.
Hugh resopló. A su tío le habría resultado difícil convencer a
cualquier otro noble de que casara con la joven. No dudaba que su tío
había esperado que Hugh se sentiría tan agradecido por heredar
Hillcrest y el resto de sus propiedades y que se casaría con ella por
gratitud. Le viejo había supuesto demasiado.
Hugh, al igual que la mayoría de los hombres de su situación, había
estado prometido con una dama de igual rango desde su infancia. Fue
solo mala suerte que su prometida muriera antes de alcanzar la edad
de matrimonio o, de lo contrario, llevaría casado mucho tiempo. Fue
igualmente desafortunado que, si bien ella había muerto demasiado
joven para casarse con él, también había muerto después de que la
mala fortuna lo golpeara y que su padre hubiera desperdiciado la
poca riqueza que le quedaba a su familia en sus intentos por
aumentarla. Esas circunstancias habían hecho difícil concertar un
segundo compromiso. El destino había cambiado las cosas, sin
embargo. Hugh era ahora más rico de lo que nunca había esperado
ser. No podía esperar a ser perseguido por todas aquellas mujeres que
le habían hecho saber que sus 'circunstancias' lo dejaban para poco
más que servir de semental. Hugh disfrutaría devolviendo los insultos
que habían repartido irreflexivamente a lo largo de los años. Las
rechazaría ahora, a todas y cada una, explicándoles que no eran lo
suficientemente virginales, él estaba en situación de saberlo de
primera mano.
La mujer sentada delante de él se movió otra vez y Hugh suspiró en
silencio. La joven era un paquete pequeño y hermoso. Su olor era
embriagador, y la forma en que se retorcía contra él estaba dándole
ideas que, sencillamente, no debería tener cuando no planeaba casarse
con ella. Hugh casi deseó que fuera una lady. Entonces sí se casaría
con ella. La envolvería en sedas y joyas para acentuar su belleza
brillante, después la exhibiría en la corte para hacer alarde de ella
delante de todos aquellos lores y damas que se habían burlado de él a
lo largo de los años. Dejó que esa fantasía llenara su mente.: la
escoltaría a la mesa donde cenaba el rey delante de toda la corte, se la
presentaría, bailaría con ella, compartiría su copa de vino con ella, la
alimentaría con su mano con bocados exquisitos de comidas
suculentas. Después la llevaría de vuelta a su dormitorio donde la
desnudaría de todas las joyas y sedas, la tumbaría en la cama y
procedería a mordisquearla y lamerla desde la punta de los dedos de
sus pies hasta…
—¿Todas las monturas tienen estos bultos, milord? —La pregunta
sacó a Hugh de su ensueño al darse cuenta de que ella estaba
restregándose otra vez contra él en su esfuerzo por encontrar algo de
comodidad. —Parece que hay algo grande y duro presionándome
justo aquí.
Hugh notó que algo le rozaba el muslo y miró hacia abajo. La joven
estaba estirando el brazo entre ellos, intentando encontrar lo que la
estaba empujando. Hugh le agarró la mano alarmado y la sostuvo con
firmeza.
—Eh… Las sillas de montar no están hechas para dos. —dijo con
una voz que le salió demasiado ronca. Al darse cuenta de que se
estaban acercando al claro donde se encontraba la cabaña y de que
todavía no habían acabado la conversación a su satisfacción, Hugh
detuvo el caballo.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Willa con sorpresa cuando él
desmontó.
—Ya que encuentras la silla incómoda, pensé que podíamos
caminar este último tramo. —mintió. Una mirada por encima del
hombro le permitió ver que Lucan se había detenido a una buena
distancia. Esperaba pacientemente.
—Oh, —Sonriendo insegura, Willa le permitió ayudarla a
desmontar.
Hugh se entretuvo en la tarea de atar la montura a un árbol
mientras intentaba pensar en cómo proceder en aquella conversación.
Nunca había sido muy hablador. Las batallas habían sido su fuerte.
No se necesitaba demasiada elocuencia en el campo de batalla.
Desafortunadamente, ninguna de sus habilidades de combate lo
ayudaba ahora. La carencia de diplomacia, como era su caso, hizo que
Hugh decidiera que tenía que confiar en la franqueza y en la
honestidad. Dejó de jugar con las riendas de su caballo y se volvió
para mirarla. —¿Pero no hay nadie con quien desees casarte?
—Pero voy a casarme con vos… ¿No es así?
Hugh evitó la mirada, ahora insegura, de la joven.
—Aunque mi tío deseaba que fuera así, me temo que no es la mejor
de las ideas.
—¿No me queréis?
Hugh no pudo resistirse a mirarla, pero inmediatamente deseó no
haberlo hecho. Parecía, más que nada, un cachorrito herido. Sintiendo
que la culpa lo asaltaba, volvió a desviar la mirada rápidamente.
—No es que no te quiera, —empezó a decir incómodo, y casi puso
los ojos en blanco. ¿Acaso no era verdad? Él la quería. Demonios,
estaba tan duro como un tronco mientras estaba allí parado. Sólo que
no quería que fuera su esposa.
—No, no me queréis. —dijo la joven infeliz y dio un paso atrás
alejándose de él y pareciendo, repentinamente, pálida y miserable.
Era increíble lo pálido que podía parecer un rostro bajo toda esa
gloria dorada, pensó Hugh con culpabilidad. Él nunca había sido
alguien que soportaba bien el sentimiento de culpa. Esto le hacía
sentirse extremadamente incómodo e infeliz y, normalmente,
despertaba su ira, como ahora. Todo esto no era culpa suya. Él jamás
había oído hablar de la mujer hasta hacía dos días. Había sido su tío el
que hizo promesas que él no podía mantener. Probablemente por eso
el bastardo había muerto, dejando así el problema en su regazo,
decidió amargado.
La frustración y la rabia se agitaron dentro de él y frunció el ceño a
la joven. —Ni tío nunca debería haberte dicho que me casaría contigo
sin hablar primero conmigo.
Ella no pareció más feliz ni más comprensiva con ese comentario. Se
enderezó con determinación. —Simplemente no funcionaría. Ahora
soy un conde, mientras tú eres una muchacha de pueblo bastar… —
Hugh hizo una pausa abruptamente al darse cuenta de que la estaba
insultando, pero ya era demasiado tarde. La joven había palidecido
totalmente y dado la vuelta para escapar. Hugh la detuvo con una
mano en su brazo.
—Eso no ha sido correcto de mi parte. Me disculpo, pero no me
casaré contigo. Simplemente no nos adaptaríamos. Aunque me
preocuparé de tu futuro. Una dote y un marido. Yo…
—Eso no será necesario. No necesitáis molestaros así. No necesito
nada de vos, milord. Nada en absoluto. —Se dio la vuelta y se escapó
corriendo al bosque.
Hugh se quedó parado detrás de ella. La falta de gratitud de la
joven lo sorprendió. Cierto, él no iba a casarse con ella pero no era
poca cosa lo que le ofrecía prometiéndole una dote y un marido. A
pesar de todo, lo había rechazado rotunda y hasta había visto un
atisbo de fuego en su orgullosa negativa. Al parecer, el gatito de piel
suave tenía garras, después de todo. Y aunque ella no había dicho ni
una palabra hiriente, Hugh sentía la picadura de esas garras en su
conciencia, si no en otra parte. Pero, sencillamente, no podía permitir
que la joven rechazara su ayuda. Willa tendría que dejar su orgullo a
un lado. Una mujer sin protección era terriblemente vulnerable y
aunque él se negara a casarse con ella, sentía que debía a su tío
procurar, al menos, que no sufriera ningún daño.
Hugh dio un paso adelante con la intención de seguirla y continuar
la discusión, solo para detenerse bruscamente cuando se abrió la
puerta de la cabaña y apareció la bruja. Esta permitió que la joven
pasara corriendo a su lado y, después, ocupó una posición en el centro
del hueco de la puerta, con los brazos cruzados, el cuerpo rígido y los
ojos clavados en Hugh. Él tuvo la clara impresión de que lo estaba
haciendo pedazos con la mente. Entonces, la vieja levantó la cabeza en
un gesto de despedida y se dio la vuelta para volver a entrar en la
cabaña. Cerró la puerta de golpe.
Capítulo 2
—Bueno. Esto ha ido bien. —murmuró Hugh para sí mismo con
burla. Sacudiendo la cabeza, se dio la vuelta y volvió a montar en su
caballo. Solo le llevó unos instantes llegar hasta Lucan.
—Eso no te ha llevado demasiado tiempo, —comentó el otro
hombre mientras iban de vuelta hacia la fortaleza.
—No.
—Parece que ella lo tomó bastante bien. —añadió. Cuando Hugh lo
fulminó con la mirada, Lucan se encogió de hombros, la sonrisa tiraba
de su labios. —Bueno, al menos no estalló en lágrimas ni empezó a
gritar histérica.
—No, —Hugh estuvo de acuerdo con un suspiro. —No lo hizo.
Cabalgaron en silencio un momento, entonces Lucan comentó. —
Noté en el campo que hablaba muy bien para ser una moza de aldea.
Hugh frunció el ceño al pensar en las palabras del otro hombre. No
lo había notado, pero, en retrospectiva, se dio cuenta de que ella había
hablado correctamente. Tenía la pronunciación y la dicción de una
dama. Eso lo molestó por un momento, pero entonces se encogió de
hombros. —Incluso la moza de crianza más baja puede hablar bien si
está entrenada para hacerlo.
—Sí, ¿pero, entonces, quién la entrenó?
—La bruja no, eso seguro. —Hugh no sentía ningún deseo real de
pensar en la joven ni en el problema que acababa de provocar al
rechazarla. Había querido ser diplomático y gentil. No tenía necesidad
de herir sus sentimientos. Pero había llevado a cabo la tarea
horriblemente. Llamarla bastarda a la cara había sido la acción de un
asno grosero, pensó con disgusto. Entonces, como no estaba en su
naturaleza penar por cosas que no podían ser deshechas, se recordó a
sí mismo, mal hecho o no, estaba hecho. Sin importar cuán
suavemente se presentase, el rechazo siempre era doloroso. Lo sabía
bien por su experiencia a lo largo de los años desde que su padre
había perdido la fortuna familiar. Lamentaba haber cargado a Willa
con ese dolor, pero la culpa realmente era de su fallecido y diabólico
tío.
—El viejo bastardo.
—¿Qué dijiste? —preguntó Lucan.
—Nada. Volvamos a Hillcrest antes de que los hombres se beban
toda la cerveza.
Capítulo 4
La lluvia cesó justo cuando el alba se deslizaba por el cielo. Hugh
estaba demasiado mojado y cansado en ese momento para notarlo. En
realidad, había empezando a dormitar en la silla de montar cuando el
sonido de un silbido llegó a su oído. Enderezándose en la silla, ladeó
la cabeza, buscando la fuente del alegre sonido. Sólo entonces notó
que lo acompañaba el clip clop de un caballo. Llevó la mano hacia la
espada que descansaba a un costado e instó a su montura a moverse
hasta el centro del claro, colocándose entre la cabaña y el hombre que
ahora salía a caballo de entre los árboles.
A juzgar por la repentina sensación de alarma en la cara del recién
llegado mientras detenía su montura en el borde del claro, la
presencia de Hugh le estaba causando cierta conmoción. La apariencia
del extraño no fue menos sorprendente para Hugh. El hombre era
mayor que él, le sacaba unos buenos veinte años por lo menos, y,
aunque iba vestido como un campesino, era, sin ninguna posibilidad
de error, un soldado. Era muy musculoso y su caballo era,
definitivamente, una bestia de calidad. La respuesta del extraño
también fue reveladora. Después de ese primer momento de
confusión, la mirada del hombre recorrió a Hugh, sus armas, su
caballo y, después, la pacífica cabaña detrás de él. Pareció relajarse un
poco, pero Hugh no perdió de vista la forma en que la mano derecha
del hombre se dejo caer sobre uno de los varios sacos que colgaban de
la silla de montar. Decidiendo que el saco en cuestión era lo
suficientemente largo para ocultar una espada, Hugh decidió hacer las
presentaciones rápidamente.
—¿Baldulf?
—¿Con quién tengo el placer de hablar?
Hugh no pasó de largo el hecho de que el hombre había evitado
cuidadosamente responder a su pregunta. En realidad, no importaba;
había habido un destello de sorpresa en sus ojos antes de que pudiera
ocultarlo. Fue suficiente para decirle a Hugh que su suposición era
correcta.
—Hugh Dulonget, lord de Claymorgan y conde de Hillcrest—. A
pesar de sus músculos tensos y quejumbrosos, Hugh logró sentarse un
poco más derecho en la silla de montar mientras hacía ese anuncio.
Era la primera vez que usaba sus nuevos títulos y casi se estremeció
ante el orgullo evidente en su propia voz mientras lo anunciaba.
El otro hombre dejó caer la mano a un lado lejos del saco. Hizo un
movimiento de asentimiento en vez de una reverencia mientras
avanzaba hacia adelante hasta que estuvieron uno al lado del otro. —
Sí, soy Baldulf. Es un honor conoceros, milord. ¿Ha habido algún
problema?
—Podría decirse eso—, dijo Hugh secamente.
El pánico invadió de inmediato la expresión del soldado y maldijo
locuaz. —Sabía que no debería haberme ido, pero Willa insistió en que
necesitaba ropas negras para mantener el luto apropiado. Por
supuesto, no había ninguna en la aldea así que tuve… ¿fue herida? —
se interrumpió para preguntar. —Vuestra presencia aquí me dice que
todavía vive, pero….
—Ella está bien —, le aseguró Hugh, dándose cuenta de que su
comentario de autodesprecio había alarmado al hombre
innecesariamente. —No quise decir que la joven hubiese sufrido algún
daño físico.
Baldulf arqueó las cejas al oír la noticia. —¿Entonces, qué daño ha
sufrido?
Hugh era reacio a admitir que había insultado a la muchacha
llamándola bastarda y rechazando casarse con ella. Sin embargo, no
dudaba de que, eventualmente, el hombre se enteraría del asunto por
Eada, sino por la propia Willa. Decidió que lo mejor era explicar la
situación él mismo.
—Me temo que cuando vine por primera vez, no estaba muy feliz
de encontrar una esposa.
El hombre asintió con simpatía ante la noticia. —Estoy seguro de
que fue una sorpresa.
—Sí —. Hizo una mueca. —En mi… eh… sorpresa, tal vez fui algo
menos que diplomático en mi primer encuentro con Lady Willa. —
Hugh hizo una mueca para sus adentros por el eufemismo utilizado
para describir su propia indiscreción.
Baldulf resultó tener una mente aguda. Después de mirarlo
pensativo, preguntó. —¿Cuánto es menos que diplomático?
—La llamé bastarda y me negué a casarme con ella. —Las palabras
salieron de su boca como las de un niño confesando una trastada.
Reconociendo la ira que emergía n los ojos del otro hombre, Hugh
notó que se llenaba de resignación. A decir verdad, la guerra era
mucho más fácil que ese matrimonio y las condiciones monetarias. —
Ya me he disculpado, por supuesto.
—Bueno, ¡así lo espero! —El tono de Baldulf fue bastante menos que
irrespetuoso, en absoluto el adecuado para un caballero que se
encontraba con su nuevo señor, pero Hugh sintió que, por el
momento, correspondía dejar el asunto a un lado. Incluso permitió
que el hombre lo fulminara con la mirada durante algunos momentos
antes de ponerse derecho y hacer retroceder a su montura. Volviendo
a su postura inicial, Baldulf dejo caer la mirada y miró hacia la cabaña
antes de aclarar la garganta y decir en tono mucho más suave, —
Parecéis empapado, mi señor. ¿Estáis aquí desde hace mucho tiempo?
—Desde ayer por la mañana.
—¡Ah! —Baldulf asintió lentamente. —Si, como decís, no ha habido
ningún ataque, ¿Puedo preguntaros por qué habéis estado de guardia
aquí fuera tanto tiempo?
Eso era algo que Hugh se había preguntado varias veces durante el
largo día lluvioso y la noche. —Estoy intentando convencer a lady
Willa para que se case conmigo.
Baldulf asintió con la cabeza, y luego en un tono extremadamente
respetuoso: —¿Sentado en vuestro caballo delante de la cabaña?
—Estoy guardándola para demostrarle mi devoción —, dijo Hugh
con rigidez. Se sintió más tonto aún diciendo esas palabras. Al ver que
la diversión llenaba la expresión del hombre, añadió, —No fue idea
mía. Mi primo y un amigo mío pensaron que podía suavizar el enfado
de Willa si yo juraba guardar su belleza hasta que ella aceptara mi…
¿estáis riéndoos?
Baldulf se cubrió la boca con una mano y tosió varias veces, después
se golpeó el pecho y negó con la cabeza. —No, milord. Tenía… er…
tenía algo metido en la garganta. —Giró la cabeza a un lado tosiendo
y carraspeando alternativamente.
Hugh gruñó irritado y esperó a que pasara el ataque. En el
momento en que el hombre recuperó el control de sí mismo y volvió a
mirarlo con cara solemne, lo atravesó con la mirada. —Conociéndola
tan bien como la conoces, ¿tal vez podrías sugerirme un enfoque más
útil?
El humor volvió rápidamente a la expresión del soldado,
profundizando las líneas que el tiempo había grabado en sus facciones
endurecidas. Hugh notó que la diversión no era de simpatía.
—Bueno, en estos momentos, mi señor, eso sería difícil de decir. Ella
no es como la mayoría de las damas. —Su mirada fue más allá de
Hugh, su voz se volvió distraída. —Podríais probar con regalos.
Pequeñas baratijas y cosas así. Mi esposa siempre disfrutó de esas
cosas. Con vuestro permiso, milord.
Para asombro de Hugh, Baldulf espoleó su montura hacia delante y
se fue pasando por uno de los lados de la cabaña sin esperar el
permiso que había solicitado. Hugh miró detrás de él frustrado,
preguntándose si tal vez no tenía una actitud lo suficientemente
dominante; primero, la vieja bruja lo había tratado como si ella fuese
una reina y él un campesino común; ahora, uno de sus nuevos
soldados se iba antes de que hubiera terminado de hablar con él.
Tenía varias preguntas que podría haber hecho el hombre además
de cómo complacer a Willa. Hugh había pasado una buena hora esa
primera noche, después de que Wynekyn hubiera explicado la
situación, interrogando al antiguo guardián, Howel.
Desafortunadamente, el hombre que había servido como senescal en
Hillcrest parecía no saber más que el propio Wynekyn. En cuanto a
algunas cosas, sabía incluso menos. Era dudoso que Baldulf supiera
más que Howel, pero aún así…
Todavía estaba mirando el lugar por donde hombre y caballo
habían desaparecido cuando oyó acercarse a Lucan y a Jollivet. Sus
palabras y risas fueron audibles varios minutos antes de que
irrumpieran en el claro. Obviamente no estaban haciendo ningún
esfuerzo por mantener el sigilo mientras atravesaban el bosque.
Ignorando sus huesos rígidos y doloridos, Hugh echó hacia atrás su
cabello todavía húmero y se sentó derecho en la silla de montar.
Esperó su llegada con expresión sombría. En ese momento, estaba
dividido entre levantar su espada contra la pareja o arrojarles su
lanza. Por otra parte, «acariciarlos» con sus puños también sonaba
atractivo. Después de todo, ambos eran la fuente de la miseria que
había soportado toda la noche y que todavía estaba sufriendo.
—¡Buenos días! —gritó Lucan mientras salía de los árboles montado
en su caballo.
Parecía bien descansado y condenadamente alegre, pensó Hugh con
disgusto, mientras su amigo se dirigía hacia él. Cuando gruñó por lo
bajo algo parecido a un saludo, Lucan levantó una ceja y desató
rápidamente una bolsa del pomo de su silla de montar.
—Te trajimos algo para que desayunaras. —Le ofreció la bolsa con
una sonrisa reconciliadora.
La respuesta de Hugh fue un gruñido y agarró la bolsa como un
perro hambriento lanzándose a por un hueso. Incluso mientras
empezó a tirar de la bolsa para abrirla, Hugh captó la mirada que su
amigo intercambiaba con Jollivet, que se había apresurado a poner su
propia montura al otro lado de la de Hugh. Los dos hombres lo
flanqueaban.
—En realidad, no esperábamos que todavía estuvieras aquí. Llovió
toda la noche. —Jollivet hizo el anuncio como si ese hecho se le
pudiera haber pasado por alto a Hugh. Afortunadamente para su
primo, Hugh estaba demasiado hambriento para perder el tiempo
derribando al idiota de su caballo como le instaba a hacer su instinto.
Se conformó con una mirada asesina y dijo secamente, —lo noté —, y
se puso a buscar en el interior de la bolsa.
Lucan hizo una mueca. —¿Pero, seguro que no te quedaste aquí,
bajo la lluvia? ¿Toda la noche?
—¿Qué otra cosa podría hacer? —gruñó, sacando un trozo de pan y
un pellejo de cerveza. —Escribiste en esa maldita carta tuya que me
quedaría aquí hasta que ella aceptara mi petición… u otra tontería
semejante. Yo firmé la maldita cosa. Soy un hombre de palabra.
Lucan hizo una mueca al oírlo. —Eh… Sí. Tal vez no fue la más
brillante de mis ideas. Mis disculpas, Hugh. ¿Supongo que todavía no
ha aceptado tu petición?
La expresión fúnebre de Hugh, mientras masticaba pan seco, fue
respuesta suficiente. —Bueno, tal vez ella ceda ahora, después de ver
que has pasado toda la noche bajo la lluvia guardándola.
—Ella no se cambió de opinión ni cedió después de que pasara todo
el día de ayer bajo la lluvia. ¿Por qué la oscuridad debería suponer
una diferencia? —gruñó, entonces cogió el pellejo de cerveza que le
tendía Lucan y lo llevó a la boca.
—Tal vez Jollivet y yo podamos encontrar algo para convencerla. —
Hizo una pausa mientras Hugh casi se atraganta con la cerveza que
estaba bebiendo. Apartando el pellejo de la boca, volvió sus ojos
airados hacia su amigo. —Agradecería que Jollivet y tú no ayudarais
más.
Lucan se mordió el labio y miró a otro lado. —Bueno, ¿ocurrió algo
mientras estuviste aquí por la noche?
La expresión de Hugh fue suficiente respuesta, pero dijo. —No. Ella
no hizo el más mínimo esfuerzo ni siquiera por mirar a hurtadillas a
través de la puerta. Supongo que todavía está enfadada porque la
llamé bastarda. Supongo que decir que estaba por debajo de mí,
tampoco —. Suspiró. —Si pudiera pensar en una mejor forma para
disculparme… que ella aceptara.
—¿Probaste con las flores? —metió baza Jollivet. —Te dije que a las
mujeres les gustan. A ellas…
—Tal vez—, interrumpió Lucan cuando Hugh empezó a gruñir
desde lo más profundo de su garganta al oír la sugerencia de su
primo, —tal vez alguien que la conozca mejor sepa cómo complacerla.
Hugh se dio por vencido mirando al hombre más joven para asentir
con la cabeza ante esa sugerencia. —Consideraré eso. En realidad, he
pedido a Baldulf algunas sugerencias.
—¿Baldulf? —Lucan se enderezó con interés. —¿Ha regresado
entonces el guardián desaparecido?
—Sí. Pero hace unos momentos, se fue justo antes de que llegarais.
—¿Dijo dónde había estado? —preguntó Lucan mientras Hugh
tomaba otro trago de cerveza.
—Creo que estaba buscando tela o ropas negras para que Willa
pudiera hacerse un vestido de luto.
—¿Qué sugirió Baldulf? —preguntó Jollivet curioso.
—Dijo que ella era diferente a otras mujeres —, respondió sombrío.
—dijo que a su esposa le gustaban los regalos y las baratijas.
Un breve silencio reinó mientras Hugh comía; después Lucan se
movió y deslizó la mirada a la cabaña. —Se me ocurre que quizás la
bruja podría tener una sugerencia o dos que fuesen de mayor utilidad.
El estómago de Hugh se estremeció ante la sugerencia, pero
consideró la idea y descubrió que no podía discutirlo. La vieja conocía
a Willa mejor que ninguno de ellos. Lo que era, realmente,
desafortunado. El caballero no parecía complacido por la idea de tener
que pedirle algo a la bruja. Desde el principio había parecido no
considerarlo en demasía y, ahora, no se sentiría mucho más caritativa
hacia él, no después de que él se hubiese atrevido a insultar a su
polluelo.
Tendría que acercarse a ella, supuso, pero logró dejar a un lado la
tarea por unos momentos al preguntar. —¿Cómo fueron vuestras
investigaciones ayer?
Hugh había aceptado la ridícula idea de hacer guardia por pura
desesperación; pero no había dejado a sus hombres ociosos durante la
tarea. Después del interrogatorio infructuoso a Howel, había dicho a
Lucan y a Jollivet que fueran a la aldea y preguntaran por ahí.
También había enviado a varios hombres a Claymorgan a interrogar a
los aldeanos, campesinos y sirvientes acerca del nacimiento de Willa y
la muerta de Luvena. Alguien debería saber algo útil.
—No muy bien—, admitió Lucan en tono de disculpa. —Todo pasó
hace mucho tiempo y ni siquiera se produjeron aquí la mayoría de las
cosas por las que estamos preguntando. Tal vez los hombres tengan
más suerte en Claymorgan.
—La bruja podría saber algo útil, —sugirió Jollivet.
—Hmmm —. Hugh gruñó. Después dejó escapar un suspiro y le
entregó su desayuno a medio comer a Jollivet antes de desmontar.
Tenía que interrogara la mujer tarde o temprano, y, de todos modos,
la perspectiva le había arruinado el apetito. Tal vez si lo hiciese ya,
podría terminar su comida en paz.
Las consecuencias del día y la noche bajo la lluvia y la humedad se
estaban dando a conocer. Hugh apenas pudo contener un gemido
cuando sus piernas, espalda y nalgas se quejaron por el cambio de
postura. Sus piernas -lo primero que había empezado a dolerle, se
habían entumecido durante la noche -casi se colapsaron bajo su peso.
Hugh se obligó a sostenerse agarrado a la silla de montar durante
unos momentos. Una vez estuvo seguro de que no se caería, Hugh se
dio la vuelta y se encaminó rígido hacia la puerta de la cabaña.
La vieja bruja abrió la puerta casi antes de que él golpeara,
haciéndole sospechar que había estado espiándolos y visto cómo se
acercaba. Se negó a creer que lo había «visto» de una manera
antinatural, al modo bruja.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —ladró antes de que Hugh pudiera
ofrecer algo parecido a un saludo educado.
—Yo…
—¿Pensé que habíais jurado proteger a Willa hasta que aceptara
vuestras disculpas?
—Sí, yo…
—Bien, ¿entonces, qué demonios estáis haciendo ahora aquí?
Deberíais estar fuera, vigilándola.
—¿Fuera vigilándola? —exclamó Hugh. —¿Ella no está aquí?
—No. Se fue hace varios minutos.
—¿Qué? —Tronó el caballero, y entonces miró detenidamente el
interior sombrío de la cabaña detrás de la mujer, sin querer creer lo
que decía. La pollita tenía que estar ahí. ¿Cómo podía haberse ido sin
que la viera? Él estaba protegiéndola, ¡por el amor de Dios!
—Sí. Oh, estará bien, —continuó la bruja, notando la alarma que
estaba sustituyendo a la sorpresa. —Baldulf la vio irse y la siguió.
Pero, debo decir, teniendo en cuenta vuestro juramente, que parece un
poco dejado de vuestra parte estar aquí sentado mientras ella está
paseando por ahí con Baldulf y esas bestias suyas.
Maldiciendo, Hugh se dio la vuelta para correr hasta su caballo, sus
dolores y penas ya olvidados.
—Está bien, Baldulf. Mejor que bien —. Willa frotó la mejilla el
material suave de color negro que él acababa de enseñarle. Cuando lo
había enviado en busca de tela para un vestido de luto, lo hizo
suponiendo que iba a traer material de la misma calidad del que había
usado durante varios años haciéndose pasar por campesina. Pero la
tela que ahora tenía en sus manos era la mejor seda, suave, brillante y
del color del ébano.
—Conviene que una dama use seda —, dijo el veterano soldado
mientras le quitaba la tela bruscamente. La enrolló torpemente en una
bola y la guardó en uno de los sacos que colgaban de su silla de
montar. Willa hizo una mueca ante el brusco tratamiento de la
delicada tela, pero se abstuvo de hacer comentarios.
—Debéis honrar a lord Hillcrest con un buen vestido negro propio
de una dama, —anunció con firmeza, una vez el material estuvo a
salvo en la bolsa. Los dos empezaron a pasear de nuevo a lo largo del
camino.
Willa sonrió con tristeza pero asintió con la cabeza. Se había sentido
complacida cuando Eada miró fuera de la cabaña y anunció que
Baldulf había regresado. Después de vestirse, había mirado fuera ella
misma y lo había visto hablando con Hugh. Con el nuevo lord de
espaldas a ella mientras los dos hombres hablaban, le había costado
muy poco deslizarse fuera de la cabaña, ofrecer al soldado más mayor
un asentimiento silencioso a modo de saludo, y escabullirse por un
lado de la cabaña hacia el bosque. Sabía, incluso cuando el bosque la
tragaba, que Baldulf la seguiría. La única duda en su mente es si
llevaría a Hugh con él. Willa se había sentido agradecida cuando
Baldulf llegó cabalgando solo y desmontó para unirse a ella.
—Él me estaba preguntando cómo complaceros.
—¿Ah, sí?
—Sí. Desea suavizar vuestro corazón para que os caséis con él.
—¿Qué le dijisteis?
Baldulf se encogió de hombros. —Que no erais como las otras
mujeres, pero que a mi esposa le gustaban las baratijas.
Willa sonrió levemente ante esas palabras, y entonces dijo —, Eada
dice que debe arrastrarse ante mí sobre su estómago antes de que yo
renuncie y me case con él, sino él morirá.
Levantó la mirada para ver la duda en la expresión de Baldulf
mientras decía —, nunca he sabido de un error de Eada. Sin embargo,
encuentro difícil imaginar a Dulonget arrastrándose por nadie. O por
nada, para el caso.
—Sí —. Willa frunció el ceño. —Es demasiado orgulloso para
arrastrarse. Pero Eada dice que lo hará, y que debo esperar a que lo
haga o lo veré muerto antes de la próxima luna llena.
—Hmmm —. El soldado pareció tan preocupado como ella con la
noticia.
Siguieron caminando en silencio hasta que el camino llegó a la orilla
del río. Willa eligió un lugar cómodo y se sentó entre la hierba alta.
Empezó a sacar carne de la cesta que había llevado con ella mientras
Baldulf se encargaba de su caballo.
—¿Para Wolfy y Fen? —preguntó mientras se acomodaba en una
roca cercana. Era su lugar habitual cuando iban hasta allí, pues le
permitía inspeccionar los alrededores y ver a los posibles atacantes. A
pesar de los años transcurridos sin problemas. Baldulf nunca había
bajado la guardia para protegerla. En realidad, esa vigilancia había
hecho difícil para Eada y Willa convencerlo de que marchase a buscar
la ropa de duelo que necesitaban. Lo habían conseguido solo después
de prometerle que Willa nunca se alejaría de la cabaña, estuvieran
Wolfy y Fen con ella o no.
—¿Qué vais a hacer con las bestias? —preguntó mientras la veía
dividir la carne en dos pilas separadas.
Willa hizo una mueca al oír la pregunta. Era una que se había
estado haciendo a sí misma repetidamente desde la muerte de
Hillcrest. Los lobos eran animales de manada que cazaban en grupo.
La manada de Wolfy y Fen, bien los había abandonado, o bien
simplemente se había deshecho cuando el macho resultó herido. Solo
Fen había permanecido con su compañero. Cazando sola, no podría
conseguir presas grandes, como los ciervos; se habría visto reducida a
perseguir conejos y otras criaturas más pequeñas. Sabiendo que un
lobo solitario tendría problemas para conseguir comida suficiente
para sí mismo, y mucho menos para un compañero herido, Willa
había empezado a llevar carne para ellos. Había mantenido a Wolfy
en la cabaña las primeras noches, y sacado comida dejándola al borde
del claro para que su pareja la encontrara. Al principio, no había visto
al animal; pero Willa sabía que estaba allí porque aullaba por las
noches, por los débiles intentos de respuesta de Wolfy y por el hecho
de que la comida siempre había desaparecido por la mañana.
Una vez que Wolfy se hubo recuperado lo suficiente como para
mostrar un deseo más agresivo de salir de la cabaña, Willa lo dejó ir.
Sin embargo, siguió llevando comida al límite del bosque. Los dos
lobos se habían quedado cerca, aceptando sus ofrendas mientras
Wolfy curaba. Willa había supuesto que se irían una vez el macho
estuviese totalmente bien, pero se habían quedado. La pareja se había
mostrado ante ella cada vez más y más hasta un día en que Willa se
había quedado dormida y despertó para encontrar a Wolfy tumbado
no muy lejos de ella y a Fen algo más abajo, en la orilla del río,
bebiendo el agua fresca. En el momento en que ella se había movido,
los dos animales se habían escabullido entre los árboles. Pero volvían
junto a ella una y otra vez, acercándose más, quedándose más tiempo,
aceptándola más y más hasta ahora, que parecía que la habían
adoptado.
Se habían vuelto tan cariñosos como un perro, y se comportaban
como uno, pero Willa nunca había cometido el error de olvidar que
eran animales salvajes. Y ese era parte del problema. Como lady
Hillcrest, tendría que irse de la pequeña cabaña que la había protegido
tanto tiempo. Pero no podía llevar con ella los lobos al castillo. Su
mera presencia tan cerca de tantos extraños pondría en peligro tanto a
los lobos como a los habitantes del castillo. No podía arriesgarse a eso.
Por otro lado, habían sido parte de su vida durante varios años, y
habían demostrado ser tan protectores con ella como ella lo era con
ellos. Imaginaba que la habían adoptado como miembro de su
manada. Willa no estaba del todo segura de que no fueran a seguirla
hasta el castillo e intentar establecer una guarida cerca, donde podían
estar en peligro debido a los cazadores.
—No podéis llevároslos. —dijo Baldulf.
A pesar del hecho de que había estado pensando exactamente lo
mismo, Willa frunció el ceño.
—Ah. Creo que tal vez debería llevar la tela a Eada y después
ocuparme de mi caballo.
Willa levantó la mirada asombrada mientras Baldulf se ponía de pie
y se dirigía hacia su montura. Aparte de este último viaje, muy
necesario, el hombre nunca la había dejado sola a menos que estuviera
a salvo en el interior de la cabaña. La joven no podía creer que el
soldado simplemente la dejara allí sola en la cañada. No es que
temiera un ataque, pero no sabía qué hacer ante ese extraño
comportamiento.
Fue la forma en que el soldado miraba por encima del hombro de
ella mientras montaba lo que la hizo mirar alrededor. La visión de
Dulonget cabalgando velozmente por el camino no fue
completamente inesperada. Willa sabía que, eventualmente, el
hombre pronto descubriría su ausencia y la buscaría. Después de
todo, se suponía que él estaba «guardándola». Willa sí estaba
sorprendida de que hubiera descubierto su ausencia tan rápidamente
y que saliera en su persecución. Y esa era probablemente la razón
detrás de la alarma repentina que corría por sus venas, se aseguró a sí
misma. No tenía nada que ver con el hecho de que él debía pedirle
que se casara con él, y que ella se vería forzada a decirle «no» o a verlo
morir. A Willa le resultaba difícil decir no la mayor parte del tiempo.
No le gustaba herir ni decepcionar a la gente en general, pero decirle
no a Hugh… bueno, eso era…
Alarmante. A Willa se le había asegurado, hacía ya cinco años, que
Hugh Dulonget se convertiría en el próximo conde de Hillcrest y que
ella sería su próxima esposa. Había vivido con esa certeza sobre ella
como una capa protegiéndola del viento. Había envuelto esa verdad a
su alrededor durante las noches y dormía acurrucada en su calor.
Había permitido que coloreara sus sueños de futuro y la había usado
para protegerse de sus pesadillas. Con el tiempo, él se había
convertido en su caballero blanco. El hombre que la mantenía a salvo
de los daños, le daría los niños que se agarrarían a su pecho, y quien, a
su vez, la estrecharía contra su propio corazón durante esas largas
noches oscuras cuando los lobos aullaban sin parar.
Tal vez ella lo había elevado demasiado en su mente. En sus
fantasías, él era alto y fuerte, con cabello rubio que caía flotando, una
armadura plateada que reflejaba el sol, y un hermoso corcel blanco. Él
era galante, amable, cortés y…
El tamborileo de los cascos de la montura sacó a Willa de sus
pensamientos y se concentró completamente en él, la realidad
reemplazaba al hombre de sus sueños. Se había quitado el casco en
algún momento de la noche y su pelo flotaba alrededor de su cabeza
con la brisa mientras se acercaba. No era exactamente la gloria dorada
de sus sueños. En realidad, era más un rubio sucio, casi más castaño
que rubio, pero el sol producía algunos destellos de oro puro en su
cabello mientras se agitaba alrededor de su cara. En cuanto a su
armadura, la de Hugh estaba más empañada y mellada que la de sus
fantasías, pero sí brillaba mientras el sol la golpeaba. Y esa cara…
El hombre de los sueños de Willa había sido una cara en blanco
durante esos años. No había tenido ni la menor idea de cuál era su
aspecto. Ahora lo sabía y no le disgustaba. Tal vez no fuera guapo
desde un punto de vista clásico. Ese hombre tenía una cara curtida, la
piel bronceada por estar tanto tiempo al aire libre. Su carne mostraba
pequeñas cicatrices de batallas pasadas. Una le cruzaba la barbilla
cerca del centro, pareciendo casi más un hoyuelo que una cicatriz.
Otra dividía en dos du ceja derecha, dejando una pequeña separación
blanca y sin pelo. Una tercera adornaba su mejilla, enfatizando su
pómulo. Ninguna de ellas lo desfiguraba, pero juntas y con los ojos
azul claro, la nariz ligeramente torcida y los labios firmes, hacían que
tuviera una cara muy interesante. Una cara fuerte llena de carácter
que se volvía más hermosa cuando sonreía. Su cara la complacía.
También el resto de él. Como en sus sueños, era alto y fuerte, con
brazos y piernas musculosas. Incluso montaba un corcel blanco.
Bueno, un corcel casi totalmente blanco; tenía una mancha gris en un
costado, pero la silla de montar la ocultaba a la vista.
Con todo, Hugh Dulonget era el caballero blanco de sus sueños.
Incluso era, en su opinión, considerado y cortés. Willa estaba segura
de que otro hombre habría enviado a un sirviente para deshacerse de
una prometida no deseada, pero él había ido personalmente. Incluso
había parecido verdaderamente incómodo al decirle que no deseaba
casarse con ella. Desde luego, había sido antes de que él supiese que
ella no era la hija bastarda de una mujer de la aldea, tal como había
asumido, y de la riqueza que le habían dejado como dote.
Si ella fuera del tipo poco práctico, Willa podría haberse sentido
herida porque el interés de Hugh por ella estuviese estimulado por la
riqueza que conseguiría cuando se casara con ella. Pero no era de ese
tipo. Los matrimonios arreglaban por esas cuestiones. Un compañero
aportaba riqueza, el otro un título, y juntos formaban el conjunto de la
sociedad. Tal era el camino del mundo. Y ella era consciente de que si
bien ella había tenido cinco años para hacerse a la idea, su existencia y
la expectativa de que él la convertiría en su esposa había sido una
especie de shock para Hugh Dulonget. Era tarea de ella hacer que él se
adaptaba sin problemas a su nuevo futuro. Y Willa quería cumplir con
su deber. Ese era el problema. Ella quería decir «sí», pero no podía
hasta que él se arrastrara hacia ella.
Miró de nuevo a Baldulf, intentando detenerlo con una palabra. Era
demasiado tarde; el caballero a estaba animando a galopar a su
caballo. Así que Willa tendría que enfrentarse a Dulonget sola. Y ser
fuerte. Era por el bien de él.
Su mirada recorrió el cuerpo de él otra vez mientras cabalgaba,
observó la forma en que los músculos de sus piernas se doblaban y
unían alrededor del caballo. Willa tragó saliva. Eso no era buena idea.
En realidad, debía evitar al hombre tanto como fuera posible hasta
que se rebajara.
Con ese pensamiento firmemente arraigado en su mente, se puso de
pie.
Capítulo 5
Willa estaba a punto de tomar un atajo por el bosque cuando se dio
cuenta de que, probablemente tal acción no era el comportamiento
más adecuado para una dama. Ese pensamiento la hizo detenerse y
perder la oportunidad. Dándose cuenta de que Hugh estaba
demasiado cerca para que ella fuera capaz de evitarlo, se volvió
inmediatamente hacia el río. Se dejó caer hasta quedarse sentada y se
obligó a sí misma a parecer relajada mientras lo esperaba. Sin
embargo, apariencias a un lado, Willa no estaba relajada. Estaba tan
tensa como Wolfy o Fen cuando se acercaban extraños. Fue
plenamente consciente del golpeteo de los cascos del caballo mientras
se acercaba, del crujir del cuero mientras el caballero desmontaba, de
los sonidos suaves que produjo al atar la montura a un árbol cercano.
Después hubo un sonido de arrastre que no pudo identificar. Se
concentró en la dirección de los sonidos que él estaba causando al
moverse en la zona justo detrás del árbol donde había atado su
caballo, pero no podía imaginar qué estaría haciendo. También era
reacia a darse la vuelta y mirar. Por estúpido que pudiera parecer,
temía que una mirada a su expresión pudiera mostrar al caballero su
falta de resolución, animándolo a presionarla para lograr sus
objetivos. Era mejor que lo ignorara por completo. Willa se tensó
cuando escuchó el sonido suave de Hugh al acercarse a través de la
hierba alta.
Gracias a un gran esfuerzo de voluntad, Willa se las arregló para no
empezar a moverse nerviosamente ni a aumentar la distancia cuando
él se sentó a su lado. Ambos guardaron silencio un momento; Willa
temerosa de mirarlo, él, aparentemente, no sabía que decirle. Entonces
un ramo bastante triste de flores fue empujado repentinamente a su
cara. La joven parpadeó ante las flores blancas y mustias, y lo miró a
la cara, pero él no estaba mirándola. Hugh estaba mirando fijamente
el río que corría delante de ellos con la cara roja de vergüenza.
—Er… —fue todo lo que Willa pudo manejar. Como no podía hacer
otra cosa, cogió el patético ramito de su mano y lo miró. El ramo
explicaba lo que había estado haciendo el caballero en el bosque hasta
hacía un momento. Había estado arrancando flores para ella.
—Son flores, —anunció Hugh. Aparentemente, la expresión perdida
de Willa le había hecho pensar que la joven no sabía qué estaba
sosteniendo.
En realidad, no eran flores propiamente dichas. Eran hierbas e
hierbajos medio muertos, pero no iba a decírselo. Además, suponía
que el hecho de que se le hubiera ocurrido era lo que contaba. Y había
sido un pensamiento terriblemente dulce, decidió mientras notaba que
las lagrimas le llenaban los ojos. Nunca nadie había recogido flores
para ella.
—Olían bien, así que pensé que en escogerte algunas —, añadió él
con voz ronca. Willa inclinó la cabeza, consciente de que ahora la
estaba mirando.
—Jollivet dijo que a las mujeres les gustaba que los hombres les
cogieran flores —. Empezaba a sonar un poco a la defensiva, notó
Willa, así que hizo un gesto rápido de asentimiento con la esperanza
de tranquilizarlo. No estaba segura, pero le pareció que el caballero se
relajaba un poco. Al menos su muslo y su brazo se rozaron de repente
contra ella, como si los hubiese liberado después de una postura
rígida. Entonces lo oyó dejar escapar un suspiro.
—No soy bueno cortejando —, le confió. —He pasado más tiempo
en la batalla que en la corte.
Willa consiguió asentir otra vez y hundió la cara en las flores
mustias, inhalando su extraña fragancia con la nariz arrugada.
Él continuó, —Ahora Jollivet, él pasa mucho tiempo en la corte. No
dudo que él sabría exactamente qué decir para complacerte… o al
menos que decir para complacer a tu guardián, ya que él prefiere los
hombres a las mujeres.
Willa levantó la mirada bruscamente ante ese último pensamiento.
Él todavía estaba mirando más allá del agua, pero ahora la nariz de él
temblaba ligeramente. —¿Qué es ese olor? —Su mirada cayó de
repente y se clavó en las dos pilas de carne que ella había dejado. Una
expresión de perplejidad cubrió su rostro, para aclararse tan solo un
momento más tarde. —Oh, es para esos lobos tuyos. Supongo…
Hugh se sentó tan bruscamente que Willa se quedó rígida con la
preocupación. Luego, de repente, él estaba de pie y la urgía a
levantarse también. —Venid. Debéis volver de vuelta a la cabaña.
—¿A la cabaña? —La joven se hizo eco con asombro cuando se
encontró a sí misma yendo rápidamente hacia el caballo. Hugh la
arrojó sobre la bestia.
—Sí. Hay algo que debo hacer y… —hizo una pausa, con las riendas
en la mano y frunció el ceño. —Pero he jurado protegeros hasta… —
sacudió la cabeza. —Baldulf tomará mi lugar durante un rato, pero
volveré para protegeros en el momento en que mi tarea esté
terminada —, le aseguró como si ella debiera estar preocupada por
eso. Después se montó en el caballo detrás de ella y urgió a la bestia a
volver al camino a la cabaña.
Willa pasó el viaje en un silencio confuso. Estaba tan confundida
por la repentina excitación y urgencia de él como por la reacción de su
propio cuerpo ante la proximidad del de Hugh. Había tenido un
impulso, decididamente inquietante, de fundirse con él. Cada
músculo de su cuerpo pareció estar doliéndose por relajarse en su
abrazo. Fue solo su determinación la que consiguió que no lo hiciera.
Pero fue incluso peor el leve jadeo de respuesta al ver las manos del
caballero cerradas en un puño delante de ella. Agarraban firmemente
las riendas, rozando ocasionalmente y sin intención la parte inferior
de sus senos mientras cabalgaban. Cada toque había levantado un
pequeño remolino en su interior. Fue un gran alivio el momento en
que alcanzaron el claro y él se deslizó de la silla para ayudarla a
desmontar. No la dejó de inmediato, sino que se dirigió a la cabaña y
abrió la puerta.
Eada tenía la tela negra nueva extendida sobre la mesa. Baldulf
estaba afilando su espada junto al fuego. Ambos levantaron la mirada
sorprendidos cuando entraron. esa sorpresa sólo se profundizó
cuando Hugh pidió a Willa que se sentara a la mesa, ordenó a Baldulf
que la vigilara y luego se dio la vuelta y se fue tan rápido como había
entrado.
Los tres lo miraron con curiosidad un momento; entonces volvió el
ruido de la lluvia en el techo. Como si fuera una señal, Baldulf se
encogió de hombros y volvió a afilar su espada. Eada se inclino para
medir una vez más. La mirada de Willa se deslizó afectuosa de uno al
otro, después se levantó y fue a ayudar a Eada con el vestido.
Se las arreglaron para medir y cortar la tela mientras caía la lluvia.
Willa habría ayudado a Eada a coser pero hacía tiempo que había
demostrado ser inútil con una aguja, así que Eada la alejó. Sin nada
más que hacer, Willa empezó a andar de un lado a otro. Fue un alivio
para todos cuando dejó de llover y Baldulf sugirió que la acompañaría
a dar un paseo. Willa se puso una capa, buscó algo de carne para
Wolfy y Fen, y se movió para esperar en la puerta. A Baldulf siempre
le dolían las articulaciones cuando llovía y era más lento de lo normal.
Lo miró con una mueca de dolor mientras él trataba de ponerse las
botas, entonces frunció el ceño y miró fuera de la cabaña,
inmensamente aliviada cuando vio a Hugh cabalgando de vuelta
hacia el claro.
—No importa, Baldulf, —dijo mientras veía a Lucan, en amigo de
Hugh, acercarse a él y saludarlo. —Hugh ha vuelto y como se ha
comprometido a protegerme, no hay necesidad de que te molestes.
—No habría sido ningún problema —,mintió el hombre mayor
entre dientes, pero eso fue respuesta suficiente para Willa. Baldulf
estaba contento de quedarse al lado del fuego con la esperanza de que
calentara sus viejos huesos y aliviara su sufrimiento. Willa le dio una
rápida sonrisa y después abrió la puerta y salió de la cabaña.
Capítulo seis.
Hugh se movió sobre la silla de montar intentando encontrar una
posición cómoda. Esto parecía ser más y más imposible en los últimos
tiempos. Ese mismo día, más temprano, había notado una cierta
sensibilidad en su trasero y se había preguntado por un momento si
podía ser una llaga debida a la silla de montar; había desechado
rápidamente la idea. Hugh había pasado innumerables horas sobre la
silla a lo largo de los años y, aunque las había sufrido una o dos veces
cuando era un muchacho verde, su piel se había endurecido con el
tiempo. Era muy poco probable que la sufriera ahora. Sin embargo,
definitivamente había un punto sensible en sus posaderas. Tampoco
había nada que pudiera hacer al respecto en ese momento, así que se
limitó a cambiar de posición en un esfuerzo fútil para aliviar su
incomodidad y concentrarse en otras cosas.
La lluvia fue lo primero que se le vino a la mente. Probablemente
era porque estaba cayendo sobre él una llovizna constante. Lo cual,
suponía, era mejor que el diluvio que lo había atormentado la mayor
parte de los dos días anteriores. Echó la cabeza hacia atrás y
contempló el cielo nocturno preguntándose si la lluvia pararía alguna
vez. Parpadeando para alejar las gotas de lluvia, llevó su mirada de
las grandes nubes oscuras al horizonte más claro y sin estrellas. Iba a
amanecer. Según sus cálculos, el sol se levantaría por el horizonte en
una hora.
Otro día desperdiciado y otra noche habían pasado. Gracias a Dios,
pensó con cansancio. Pero entonces se dio cuenta de que seguramente
les seguiría otro día igual y se enderezó en la silla con un suspiro
seguido de un sorbido por la nariz. Rígido, volvió a sorber
experimentalmente y casi gimió ante el sonido húmedo que hizo su
nariz. ¡Maldita sea! Ahora estaba cogiendo un resfriado. ¿No habría
final a las miserias que tenía que sufrir para ganar a esa mujer?
Willa. El nombre sonó en su cabeza y una imagen de su rostro
encantador apareció de repente ante él. Cuanto más tiempo pasaba
con ella, más hermosa la encontraba. Eso era una rareza.
Normalmente, Hugh descubría que su atracción disminuía a medida
que conocía a una mujer. Pero no con ella. Se hacía más gloriosa con
cada momento que pasaba. Incluso su terquedad se había vuelto, en
cierto modo, atractiva, un desafío a superar. Y había sido pura
terquedad lo que había hecho que lo rechazara, se aseguró a sí mismo.
Había sentido su pasión cuando la había besado. La joven se había
derretido contra él, abriéndose para él como una rosa al primer rayo
de sol. La había sentido estremecerse bajo sus caricias y oído gemir
una súplica pidiendo más. Willa había respondido a él. Lo quería. Y
aún así se había negado a poner fin a aquel juego y a casarse con él.
Hugh no entendía por qué. Pero claro, él nunca había presumido de
entender a las mujeres ni sus razonamientos.
Un gruñido proveniente de las sombras oscuras a su izquierda lo
hizo mirar entre los arbustos. Hugh no pudo ver la fuerte del sonido,
pero el gruñido no podía provenir de nada más que de los lobos de
Willa.
¡Oh, esto es grandioso! pensó infeliz. Sus lobos me atacarán, los
mataré en defensa propia y ella no me volverá a hablar nunca.
Capítulo nueve.
El murmullo de voces hizo que los pasos de Hugh se ralentizaran a
medida que se acercaba al dormitorio que él y su novia usarían esa
noche. Tardó un momento en darse cuenta en que era la voz ronca de
Eada la que hablaba.
—Así que no temas, —estaba diciendo la mujer. —He leído el futuro
en las heces de tu bebida y serás feliz. Tendrás mucho amor e hijos y
vivirás hasta una edad madura. Ahora, debería ira bajo y decirle a tu
reciente marido que ya estás lista.
Hugh escuchó el arrastrarse de unos pasos que se dirigían hacia la
puerta, y rápidamente retrocedió un poco mientras se abría. Eada
salió al pasillo y tiró de la puerta para cerrarla.
—¿Es eso cierto? —preguntó Hugh sin preocuparle que la mujer se
diera cuenta de que había escuchado la conversación.
Eada se giró, dejó de cerrar la puerta y arqueó una ceja ante la
pregunta de Hugh. —¿Es cierto qué?
—Lo que dijiste —, explicó irritado consigo mismo por dar el menor
crédito a las supuestas visiones de la mujer. —Sobre nosotros, que
seríamos felices y tendríamos muchos hijos, y lo de vivir mucho
tiempo. ¿Es cierto?
—Sí. Pero yo lo dije de ella. No recuerdo haberos mencionado en
absoluto —, espetó la anciana , después cedió ante la expresión de
consternación del caballero. —Aprenderéis muy pronto a amarla y, sí,
le daréis muchos bebés. En realidad, le daréis gemelos la primera vez
que plantéis vuestra semilla en ella.
—¿Gemelos? —Hugh la miró con horror.
—Sí. Y si desenredáis el enigma de su nacimiento y elimináis el
peligro, incluso podéis vivir para verlos nueve meses después.
—¿Y si no?
—La muerte os esperaría a uno de los dos.
—¿A quién?
La mujer se encogió de hombros. —Probablemente, a vos. Todo lo
que sé con certeza es que hay dos finales posibles. Uno es que los dos
viváis una vida larga y feliz juntos.
Hugh estaba empezando a relajarse cuando la mujer añadió: —a
menos que embrolléis las cosas.
El caballero se puso rígido. —Embrollar las cosas, ¿cómo?
La mujer volvió a encogerse de hombros. —No lo sé.
—¿No lo sabes? ¿No preguntaste?
La irritación llenaba ahora la cara de la mujer. —No es como hacer
un pedido de cerveza, ¿sabéis? Veo lo que veo, y lo que veo es que
estáis encaramado en un precipicio. Si elegís un camino, todo irá bien.
Si elegís otro… —se encogió de hombros —. Muerte.
—¿Dónde está el peligro? ¿Quién mataría a uno de nosotros? —
Eada repitió el gesto y Hugh se movió impaciente. —Bueno, tú debes
saber algo de eso. —Como Eada se limitó a mirarlo solemnemente,
Hugh entrecerró los ojos. —¿Tu sabes quiénes eran sus padres y quién
deseaba verla muerta cuando era una niña?
—Ese es el enigma que debéis resolver. —Con esas palabras se
movió para pasar a su lado y dirigirse hacia el salón.
Hugh la miró mientras se iba, después se giró hacia la puerta del
dormitorio. Su futuro estaba tras ella. Un futuro lleno de dicha que
sabía que encontraría en brazos de su novia. Sólo deseaba saber si
sería un futuro largo o corto. Dándose cuenta de que estaba
concediendo crédito a las visiones de la anciana, sacudió la cabeza.
Debía ser el agotamiento el que lo atontaba, decidió. La bruja no podía
ver el futuro. Nadia podía. Sintiéndose mejor, abrió la puerta de la
habitación y entró en el dormitorio.
Capítulo once
Otro ataque de tos se apoderó de Hugh. Agarró su cerveza
gruñendo y derramando líquido por todas partes mientras Jollivet
empava a golpearle la espalda con entusiasmo.
—Parece que estás enfermo, Hugh —, comentó alegremente su
primo. —¿No estarás planeando morir, ?verdad? Si es así, es
terriblemente amable por tu parte dejarme el campo libre para que me
case con Willa.
—Ja, ja —gruñó Hugh, apartando con el codo los brazos de su
primo para poder calmar la garganta con la cerveza. —Haz eso otra
vez y serás tú el que esté en peligro de morir —. Ese comentario fue
seguido por otra ronda de toses. Hugh estaba sin aliento cuando
terminó.
—En verdad, no suenas muy bien, amigo mío. —A diferencia de
Jollivet, Lucan parecía realmente preocupado. Pero en esos momentos
Hugh se sentía demasiado miserable para apreciarlo. La nariz le
moqueaba y había tenido ataques de tos seca durante todo el día, pero
la tos aumentaba más y más y lo dejaba sin aliento con cada ataque.
Quizás un poco de descanso le ayudaría.
Hugh suspiró ante la idea de dormir de verdad. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde que había tenido una noche completa de
descanso?
—Tal vez Eada tenga algo para aliviar la tos —, sugirió Wynekyn
cuando Hugh sufrió otro ataque de tos.
Haciendo una mueca al pensar en la bruja y sus pociones, Hugh
sacudió la cabeza y se levantó. —Dormir me sentará bien. Buenas
noches.
Subió las escaleras sin esperar una respuesta. Willa se había retirado
varios minutos antes. Una vez más, Hugh había esperado para que
ella pudiera tener unos momentos a solas para prepararse. Estaban
recién casados y todavía no habían disfrutado de la intimidad de una
noche de bodas de verdad. Ella todavía se sentía tímida a su
alrededor. Hugh no tenía ningún deseo de hacerla sentir incómoda.
Había sido un día muy largo. Hugh había interrogado personalmente
a todos aquellos con algún motivo para estar cerca de las cocinas o de
su dormitorio. Desafortunadamente, nadie había admitido haber
puesto el veneno, ni siquiera haber visto como lo hacían.
También había dispuesto que el sobrino de Alsneta, Gawain,
ejerciera de degustador de la comida de Willa y había puesto a Baldulf
y a dos hombres jóvenes a protegerla. Había enviado hombres a
averiguar todo lo que pudieran del nombre Evelake; les había
ordenado que buscaran a la familia, se enteraran de sus circunstancias
y descubrieran la conexión de Willa con ella. También debían
descubrir la posible razón por la que alguien desearía verla muerta.
Esperaba que todas esas investigaciones tuvieran más éxito que las
suyas sobre la aguamiel envenenada.
Hugh también había planeado registrar la habitación de su tío pero
lo habían distraído con asuntos urgentes relacionados con la
propiedad que había heredado. Acababa de aprender que hacía falta
mucho más para dirigir un castillo que contratar hombres expertos
para que lo hicieran por uno. Habías varias preguntas que necesitaba
responder, decisiones que tomar, hombres a los que gritar. Y todo
había sido muy satisfactorio, pensaba con una sonrisa mientras subía
las escaleras y empezaba a recorrer el pasillo. Aún así, debía que
registrar la habitación de su tío por la mañana. Tenía que llegar al
fondo del misterio que rodeaba el pasado de Willa. Cuanto más
tiempo permaneciera sin resolverse, más tiempo estaría su vida en
peligro, y Hugh encontraba que eso no le gustaba en absoluto. Puede
que al principio no hubiera querido casarse con ella, pero ahora era
suya, y ¡estaría condenado si alguien se la arrebatara!
Al recordar el estado de Willa la noche anterior notó que se le
apretaban los dientes. Había estado pálida y temblorosa; y él había
estado seguro de que moriría. De ser así, habría sido culpa suya. Willa
merecía algo de felicidad y él era el hombre adecuado para
proporcionársela. Por supuesto, eso tendría que esperar un poco. Él
sabía que ella debía estar agotada y exhausta, como él. Pero, tan
pronto como los dos estuvieran recuperados, se encargaría de la
cuestión de hacerla feliz. Era su trabajo. Él era su esposo.
Asintiendo con la cabeza a los hombres que montaban guardia a las
puertas de su recámara, abrió la puerta y entró. Sin embargo, Hugh se
detuvo apenas dio un paso tras cruzar el umbral. Había esperado que
la habitación estuviera a oscuras con tal vez un leve resplandor por las
ascuas de la chimenea. No era así. La cámara resplandecía de luz,
tanto por el fuego crepitante en la chimenea, como por una docena de
velas colocadas en distintos puntos de la habitación.
Debería hablar con Willa sobre el despilfarro, pensó Hugh. Entonces
su mirada aterrizó en la cama. Su esposa estaba sentada erguida, las
sábanas descansando alrededor de su cintura revelando la parte
superior de una camisa delgada… una camisa muy delgada, se dio
cuenta consternado. Podía verle las aureolas de los pezones a través
de la tela. Un sonido tras él recordó a Hugh la presencia de los
hombres en el pasillo y se adelantó rápidamente y cerró la puerta.
Vaciló un momento intentando hacer funcionar su cansado cerebro
y averiguar por qué su mujer estaba despierta. Hugh había estad
bastante seguro de que ella estaría dormida cuando llegara y
encontraba bastante difícil entender por qué no lo estaba. Pero
entonces se dio cuenta de que probablemente ella había pensado que
él desearía consumar el matrimonio. Sin duda se había quedado
despierta para complacerlo tal y como debería hacer una buena
esposa. Hugh se relajó. Probablemente se sentiría aliviada de que no
tuviera intención de molestarla esa noche.
Ofreciéndole una sonrisa se movió por la habitación soplando las
velas una después de otra. Una vez la última estuvo apagada la
habitación quedó iluminada por el suave resplandor del fuego. Hugh
se acercó a la cama y empezó a desnudarse. Consciente de que la
mirada de Willa estaba fija en él, Hugh se sintió extrañamente
cohibido mientras se quitaba la ropa. Esa mirada lo movió a hacerlo
un poco más rápido de lo que lo hacía normalmente; apenas unos
momentos después se deslizó en el interior de la cama junto a ella.
Vaciló, después le dirigió un áspero «que durmáis bien» antes de
ponerse de lado lejos de ella. Hugh se preparó para dormir, seguro de
que su esposa haría lo mismo… hasta que la cama se movió y fue
consciente del sonido de unos pies sobre el suelo. El sonido volvió
momentos después y la cama volvió a moverse. Entonces notó que se
inclinaba hacia su lado y, de repente, una luz brillante atravesaba sus
párpados cerrados. Se quedó quieto un momento pero, como ella se
quedó donde estaba, Hugh abrió un ojo con curiosidad.
Willa estaba inclinada sobre él, tal como había pensado, con un
candelabro a escasos centímetros de su cara. Hugh frunció el ceño al
ver las velas encendidas. —¿Esposa? —preguntó manteniendo un
tono amable.
—¿Sí? —Fue la respuesta en un tono igualmente educado.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy esperando a que mi esposo cumpla con su deber. ¿Qué
estáis haciendo vos?
—¿Qué? —Hugh se dio la vuelta bruscamente enviándola volando
hacia atrás. Consiguió agarrarla del brazo antes de que se cayera de la
cama y le cogió el candelabro que agitaba peligrosamente.
Manteniéndola sujeta, se giró para colocar el candelabro sobre el cofre
que había en su lado de la cama y se volvió para mirarla.
—¡No puedes querer consumar el matrimonio ahora! —exclamó
incrédulo.
—¡Bueno, por supuesto que no quiero! —cuando Hugh se quedó
rígido ante la ofensa, añadió, —Eada me explico que la primera vez va
a ser dolorosa y desagradable. Obviamente, no tengo ganas de sufrir
dolor. Sin embargo, hay que hacerlo y preferiría no pasar otro día
angustiada por lo que está por venir. Dos días de preocupación son
suficientes. Así que, si fueseis tan amable, ¿os importaría plantar los
gemelos ahora?
Hugh se sintió hundido. No se le había ocurrido que ella estaría
preocupada por lo que estaba por venir. Se dio cuenta de que había
sido un poco corto de miras. Después de todo, hasta él había estado
algo ansioso por su primera vez con una virgen pero él, al menos,
sabía lo que iba a pasar. Para ella era una experiencia nueva e incluso
aterradora. Por supuesto que estaría ansiosa. Se le escapó un enorme
bostezo seguido de un ataque de tos y vio que la preocupación
aparecía en los ojos de su esposa. Parecía cruel hacerla pasar otro día
de ansiedad. Cansado como estaba, se encargaría del asunto por ella.
—Muy bien —, dijo con un largo suspiro.
—Oh, gracias, mi señor —. Willa suspiró aliviada, entonces se dejó
caer de espaldas sobre la cama y se cubrió con las sábanas y mantas.
Se quedó tumbada con los ojos cerrados con fuerza apretando tan
intensamente las sábanas contra la garganta que los nudillos se le
pusieron blancos por la presión. Estaba tan tensa como la cuerda de
un arco.
Hugh la miró con los labios fruncidos. Parecía como si su esposa
esperara que la decapitaran o violaran, pensó con un suspiro.
Entonces su esposa frunció los labios como si hubiera chupado un
limón. Supuso que era una invitación a que la besara. Ciertamente no
tengo energía para esto, pensó sintiéndose miserable, pero se limitó a
aclarar la garganta.
Los ojos de Willa se abrieron al instante, había una pregunta en sus
profundidades.
—El… eh… —Hugh hizo un gesto hacia las sábanas que su esposa
agarraba tan desesperadamente y ella miró hacia abajo pareciendo
sorprendida.
—¡Oh! —Se sonrojó. —Supongo que no necesitaremos esto. Apartó
las ropas a un lado y se levantó de la cama.
—¿Qué… —empezó Hugh. La pregunta murió en su lengua cuando
ella se inclinó para agarrar el fondo de su camisa y tirar de él hacia
arriba.
—Eada me explicó todo —, le dijo mientras seguía levantando la
camisa para revelar las piernas, las caderas, el vientre… —Por lo que
dijo, me imagino que esto seguiría el mismo camino —. Se sacó el
vestido por la cabeza y se encogió de hombros para liberar los brazos.
Su cara estaba roja como las cerezas por la vergüenza. Durante un
breve instante usó el material como escudo para cubrirse de la parte
alta de los muslos hasta la cima de sus pezones, pero rápidamente se
pasó el pelo por delante de cada hombro con una mano y dejó caer la
tela. Como escudo, su pelo era efectivo e ineficaz al mismo tiempo. Le
cubría los pechos, caía sobre ellos desde los hombros y seguía hasta la
parte delantera de sus piernas. Sin embargo, le dejaba desnudas la
parte exterior de los hombros, la curva de las caderas y la unión de sus
piernas. Hugh tuvo un momento para comérsela con la mirada,
entonces los mechones dorados se movieron mientras ella volvía
nerviosa de vuelta a la cama. Volvió a colorar rápidamente el pelo
para cubrirse antes de acomodarse, volver a cerrar los ojos con fuerza
y apretar los puños a sus costados. Le llevó un momento recordarlo,
entonces frunció los labios, otra vez.
Hugh quiso reír pero le resultaba difícil hacer pasar el sonido por el
nudo que tenía en la garganta mientras miraba la belleza de Willa bajo
la suave luz. Su mirada se deslizó por su cara, bajo por la garganta
hasta sus pechos. La mayor parte de ellos estaba cubierta por la
melena, pero los pezones asomaban como niños traviesos mirando a
través de los arbustos. Finalmente apartó los ojos de las pequeños
guijarros marrón rojizo para recorrer el vientre plano y bajar hasta los
suaves rizos de color rojo-dorado en la unión de sus muslos.
Oh, sí. Puedo hacer esto, decidió Hugh. Su agotamiento se
desvanecía a medida que crecía su virilidad. Se tomó un momento
para disfrutar la anticipación y bajó la mirada por las piernas bien
formadas hasta los dedos regordetes de sus pies. Después se puso de
costado, de cara a su esposa. Apoyó la cabeza en una mano y se
inclinó para presionar sus labios sobre los de ella. Estaba rígida por la
tensión, ni siquiera los labios daban nada. Pero Hugh recordaba la
pasión que habían compartido en el establo junto a la cabaña y fue
paciente.
Suavemente le rozó los labios con los suyos; una vez, dos veces,
luego una tercera. Después deslizó un poco la lengua para jugar con la
boca arrugada de ella. Cuando eso tuvo poco efecto, le acarició el
cuello con la nariz. Ella se relajó un poco, una pequeña risa sin aliento
se le escapó de los labios mientras él le hacía cosquillas en la sensible
carne. Sonriendo, Hugh levantó la cabeza para descubrir que el
fruncimiento había desaparecido. La besó otra vez y dejó que la
lengua se deslizara y jugara con el labio inferior de su esposa. Willa se
relajó un poco permitiendo así que su boca se abriera ligeramente a él.
Aliviado al ver que había sido tan fácil, Hugh profundizó el beso,
inclinó la cabeza y le tomó la boca en una caricia devoradora.
Siguió besándola unos momentos hasta que pensó que ella había
olvidado sus miedos, después apartó los largos mechones de pelo
suave de uno de sus pechos y lo ahuecó con gentileza. Willa se puso
algo más rígida pero no mostró otra respuesta, así que Hugh siguió
acariciándole el pecho, lo palmeó y agarró el pezón entre el pulgar y el
índice. Disfrutó de la sensación de la carne suave contra su piel
callosa. Ahora, Willa estaba devolviéndole el beso, lo que tomó por
una buena señal y continuó tocándola mientras repasaba las
instrucciones del tratado en su cabeza.
El preparar la mente y el cuerpo por anticipado era algo que ahora
estaba fuera de discusión, pero no creía que importara. No sentía, en
cualquier caso, ningún deseo ardiente de aliviarse a sí mismo. En
cuanto al resto…
«Las mujeres se difieren de los hombres en que están frías… Es
necesario… eh… acariciar las "partes bajas" de la esposa para… eh…
hacer que su cuerpo alcance… eh… el calor adecuado...» Las palabras
del padre Brennan resonaron en sus oídos.
«¿Cómo se sabe cuando ella ha alcanzado la temperatura correcta?» había
preguntado y el hombre había respondido « Ella empezará a hablar como si
estuviese balbuceando. Ahí es cuando sabréis que debéis comenzar en realidad
con el…»
Hugh no había tenido la oportunidad de leer todo el De Secretis
Mulierum, pero lo que había leído confirmaba las palabras del
sacerdote. Rompiendo el beso, frotó su pulgar sobre el pezón y se
inclinó para llevar la carne a su boca. Willa no sentía frío con él, pero
tampoco balbuceaba de forma incoherente ahora que tenía la boca
libre. En realidad, se dio cuenta frunciendo el ceño, no estaba
haciendo ningún sonido en absoluto. Ni siquiera los pequeños
gemidos y maullidos de placer que había hecho en el establo. Ni
siquiera tenía los brazos alrededor de él como entonces. Estaban
estirados, con los puños todavía cerrados, a sus costados.
Desconcertado por este hecho, se preguntó por un momento si,
quizás, podía ser la postura el problema. En el establo habían estado
de pie; tal vez, ella no se excitaba de igual forma estando acostada.
Consideró brevemente animarla a ponerse de pie pero decidió no
hacerlo. El tratado no decía nada acerca de la posición. Decía que
acariciara sus regiones inferiores hasta que balbuceara, así que la
acariciaría hasta que balbuceara.
Siguió chupándole un pecho pero bajó una de las manos sobre su
vientre, el alivio lo invadió cuando notó que los músculos del
estómago de Willa se estremecieron ligeramente por el contacto con la
yema de sus dedos. ¿Eso debería ser una buena señal? Seguramente.
Hugh deslizó los dedos entre los mechones suaves entre la piernas de
Willa y los sumergió para encontrar su centro. Entrecerró los ojos al
notarla cálida, húmeda ya cogedora. También debía ser una buena
señal, pensó, esforzándose por escuchar cualquier cosa que se
pareciera a un balbuceo.
Willa no estaba balbuceando. Pero claro, él acababa de empezar, se
tranquilizó a sí mismo. Ella balbucearía. Él tenía intención de hacerlo
bien.
La cabeza de Willa estaba a punto de explotar como un capullo de
rosa que se abre al beso de la luz del sol. Hugh la estaba volviendo
loca. La sugerencia de Eada de que no dijera nada no estaba
ayudando. Willa sentía una necesidad enloquecedora de moverse y
gemir, de retorcerse y gritar. Se estaba conteniendo para no hacer todo
eso. No es que Eada hubiera dicho que no pudiera moverse, pero
también le había dicho que él le diría si debía hacerlo, y Hugh no le
había dicho nada y ella temía hacer algo incorrecto. Deseaba ser una
buena esposa. Además estaba segura de que si se arqueaba y gemía
como deseaba, sería incapaz de evitar gemir.
El aire frío tocó su pezón cuando él levantó la cabeza y Willa
parpadeó para abrir los ojos esbozando lo que esperaba fuera una
sonrisa serena, aunque sospechaba que cuando él la miró ya era más
una mueca que otra cosa. Notó la perplejidad en la mirada de su
esposo e intentó sonreír con más fuerza sintiéndose aliviada cuándo
inclinó la cabeza sobre el otro pecho.
¡Querido Dios! ¿Por qué no se le permitía decir nada? Eada había
dicho «No hay nada que un hombre odie más que una novia
parlanchina en su cama. Solo mantén la boca cerrada. No digas ni una
palabra. Eso lo complacerá más que cualquier otra cosa que puedas
hacer, estoy segura».
Pero, Dios querido, estaba pagando un alto precio por su silencio.
Hugh volvió a levantar la cabeza. Willa logró esbozar otra sonrisa, o
tal vez una mueca. Una expresión de desconcierto pasó por la cara de
su esposo que la observó más de cerca. Entonces dejó de acariciarla y
notó como introducía un dedo dentro de ella. Se mordió el labio
inferior para evitar gritar, su expresión se retorció por el esfuerzo, su
cuerpo estaba todo lo tenso que podía para evitar montar sobre su
mano. Se estaba volviendo más doloroso que placentero.
Para alivio de Willa, Hugh sacudió la cabeza lentamente y apartó la
mano. Por fin, pensó. Por fin, el iba a acabar con el asunto. Eso era
todo lo que deseaba en esos momentos. Que él la montara y, como
había dicho Eada, le plantara los gemelos. No iba a poder soportar
mucho más de eso. Justo acabó de pensar eso cuando se dio cuenta de
que él no se estaba moviendo para montarla. Estaba moviéndose a los
pies de la cama para estar seguro, pero estaba…
—¡Ah! —La palabra se escapó de sus labios a pesar de sus mejores
esfuerzos cuando la cabeza de Hugh desapareció entre sus piernas y
sintió una caricia cálida y húmeda, suave como el terciopelo. El primer
contacto envió un placer a través de ella como nada que hubiera
experimentado alguna vez. Su cuerpo pareció contraerse en una ola
tras otra de cierta liberación. Entonces Hugh levantó la cabeza con una
expresión de esperanza en su rostro.
—¿Has dicho algo?
—No —, mintió Willa con un suspiro entrecortado. La esperanza
apareció en su expresión. —¿Deseáis que diga algo?
Hugh vaciló frunciendo el ceño otra vez y negó con la cabeza
desconcertado, volvió a enterrarla entre las piernas de su esposa.
Decepcionada, Willa se mordió el labio mientras él volvía a ocuparse
de su carne sensible. Su caricia era casi demasiado para soportar. Casi
gimió en voz alta cuando la pasión volvió a crecer en ella otra vez. Oh,
había sido horrible. No podría soportar otra… Soltó un grito ahogado
y se esforzó por no moverse cuando él insertó un dedo dentro de ella
y continuó acariciándola con su boca. Ella no podía soportar… no
podía… ella… A pesar de que tenía la boca fuertemente cerrada y los
dientes muy apretados, escuchó un fuerte sonido de lamento
proveniente de ella a medida que las olas de placer volvían a estallar
en ella. Cortó el sonido abruptamente esperando que él no hubiera
escuchado nada cuando Hugh volvió a dirigirle otra mirada
esperanzada.
—¿He oído algo?
Ella sacudió la cabeza otra vez un poco frenéticamente, consciente
de que el aire le atravesaba la nariz como un toro resoplando. ¿Y eso
era más atractivo que hablar? se preguntó un poco resentida. Tal ven
él no podía notarlo desde su posición.
—Hmmm. —Hugh se rascó la cabeza aparentemente muy
preocupado por algo. Entonces la determinación volvió a inundar sus
ojos y se escondió de nuevo entre sus piernas.
Willa notó lágrimas en los ojos cuando él empezó a trabajar otra
vez. ¡Era enloquecedor! ¡Esto era un tormento infernal!
Eso era, se dio cuenta de repente. Ella había muerto por el veneno y
había ido al infierno. Iba a sufrir toda la eternidad ese placer
insoportable que la golpeaba mientras intentaba no moverse ni hacer
ruido. ¡Oh, el demonio era una bestia diabólica!
Esa fue su última idea sensata antes de sentirse abrumada de nuevo
por una pura sensación. Su cuerpo vibró en respuesta al tacto de un
hombre que solo podía ser el ayudante del diablo. Supo desde el
momento en que la pasión empezó a crecer en ella que, esta vez, la
pasión iba a matarla si no podía reaccionar. Sus ojos lloraban, su
corazón palpitaba y su cuerpo temblaba por el esfuerzo para no hablar
ni moverse. Seguramente moriría. Entonces, justo cuando una ola de
placer del tamaño de un huracán estaba a punto de alcanzarla, un
demonio amistoso colocó una idea en su cabeza. Willa apretó las
piernas a cada lado de la cabeza de Hugh para ensordecerlo mientras
ella se levantaba en la cama y gritaba por todo lo que valía. Fue un
grito magnífico. Todos esos pequeños gruñidos y gemidos y jadeos y
suspiros que se había visto forzada a retener, todas las respuestas
físicas que se había negado a sí misma. todo eso combinado en un
glorioso chillido de puro placer. Fue muy satisfactorio. Casi tan
satisfactorio como el placer que retumbó a su través. Estaba tan
consumida por la liberación que le llevó un momento darse cuenta de
que Hugh le estaba arañando frenéticamente las piernas intentando
liberarse.
Se dejó caer suavemente sobre las sábanas, aflojó las piernas y miró
con expresión lánguida la parte superior del dosel de la cama. Se
sentía bastante embriagada de placer. Si esto era el infierno, estaba a
favor.
Hugh levantó la cabeza jadeando en busca de aire, lo que le provocó
un ataque de tos de proporciones gigantescas. Willa era fuerte. Una
vez que sus piernas se cerraron alrededor de su cabeza, había sido
incapaz de apartarlas. Su mirada se volvió hacia ella esperanzada
cuando dejó de toser. Había esperado que el que ella cerrara las
piernas era una buena señal, que tal vez había empezado a balbucear.
En cambio, la mujer parecía aburrida. Estaba tumbada y tan quieta
que parecía aburrida, sus ojos estaban fijos en los drapeados del dosel
de la cama. Ni siquiera estaba tensa ya. Obviamente, su miedo había
desaparecido por completo borrado por el aburrimiento que sufría. Él
era un completo fracaso.
La desesperación lo alcanzó, se dejó caer sobre sus talones y miró su
regazo. Su hombría, desde luego, no estaba aburrida. Se había vuelto
más y más dura con cada momento que había pasado intentando
complacerla. Willa era tan cálida y suave. Sólo mirarla ya era puro
placer, y tocarla lo había excitado más allá de todo lo que había
experimentado antes. A pesar del hecho de que no había elevado la
temperatura de su esposa, tal como decía el tratado, la deseaba.
Maldición. No solo era un fracaso, era un fracaso despreciable.
—¿Vas a plantar los gemelos ahora?
Hugh levantó la vista de repente al oír la pregunta. La voz sonaba
eufórica, sonaba casi ebria. Sin embargo todavía parecía floja y
aburrida. Tal vez era su oído lo que fallaba. Ella le había apretado la
cabeza con mucha fuerza. Se metió un dedo en la oreja y lo movió por
un momento, después hizo lo mismo con la otra oreja.
—¿Mi señor?
Hugh se dio por vencido con sus oídos y contemplo su expresión
tranquila. —¿Deseas que lo haga?
—Oh, sí —, resopló.
Bueno, recordó entonces, el De Secretis Mulierum decía que el calor
del hombre aumentaba la excitación en la mujer y que ella se fortalecía
por la unión. Al menos, sabía que no le haría daño. Pero sería una
pena si, por fin, ella se excitaba sólo después de que él hubiera vertido
su calor y fuerza en ella. Mucho se temía de que no tendría energía
suficiente para hacer algo acerca de la excitación de su esposa una vez
él hubiera acabado. Su cansancio se estaba volviendo contra él.
Encogiéndose de hombros, se movió entre las piernas de su esposa.
Capítulo 12
Willa se despertó lentamente. El agotamiento parecía cubrirla como
una capa y le dolían todos y cada uno de los músculos de su cuerpo.
Se sentía fatal. En verdad, despertar no parecía una buena idea.
Obviamente necesitaba dormir más. Satisfecha con esa decisión,
sorbió por la nariz miserablemente, dejó que sus ojos se cerraran y
volvió a dormirse.
Un gemido sonó del lado opuesto de la cama, y Willa frunció el
ceño cuando se sintió atraída de nueva al a vigilia. El sonido era
familiar. Sospechaba que había sido un sonido similar a ese el que la
había despertado la primera vez. Demasiado grosero por parte de su
marido, decidió, ya que la había mantenido despierta la mitad de la
noche con su tos. Y todo después de haberse quedado dormido
encima de ella, recordó, lo que hizo que regresara parte de su
irritación.
Después de torturarla con placer durante lo que le parecieron horas,
el hombre la había montado, como Eada había dicho que haría, y
sumergido en ella tomando su inocencia. No había sido doloroso en
absoluto. Buen, no realmente. Más bien una punzada. Para nada la
agonía que había esperado. Después él había bombeado dentro y
fuera de ella, como Eada había descrito, lo que había sido meramente
interesante al principio; después el movimiento había empezado a
despertar parte de la excitación anterior. Justo acababa de tensarse de
nuevo y cerrar los puños otra vez para evitar abrazarlo y animarlo,
cuando él había gritado y derramado su semilla dentro de ella.
Apenas había completado el acto, su marido se había derrumbado
sobre ella y se había quedado allí sin más movimiento.
Al principio, Willa había pensado que, simplemente, Hugh se
estaba recuperando del esfuerzo y que reanudaría sus atenciones y
liberaría la tensión que había empezado a hacer crecer en ella otra vez.
Después escuchó lo que sólo podía ser un ronquido y se dio cuenta de
que ¡estaba durmiendo sobre ella! No habría más de la dulce agonía.
Irritada y decepcionada, lo había empujado para alejarlo de ella en
una buena rabieta, pero su esposo no había despertado para
apreciarlo. Willa se había puesto de lado dándole la espalda e
intentado dormir, pero Hugh la había mantenido despierta la mayor
parte de la noche con su tos. Las emociones de Willa habían recorrido
toda su gama durante la noche. La irritación con su esposo había dado
paso a una preocupación por la tos fuerte y profunda, hasta que se dio
cuenta de que su esposo estaba dormido tranquilamente mientras ella
no podía. La irritación había regresado rápidamente.
Ahora ella estaba exhausta y de mal humor y para nada feliz de ser
despertada por sus ronquidos y gemidos.
Otro gemido llegó a sus oídos y se dio la vuelta para mirarlo, sólo
para ver que su esposo estaba intentado sentarse y parecía tener
problemas para hacerlo.
El gesto de su cara no podía ser tomado por otra cosa que no fuese
agonía. La preocupación reemplazó otra vez a su enojo.
—¿Qué ocurre? ¿Os encontráis mal? —preguntó con alarma
creciente girándose en la cama y sentándose para poder mirarlo.
Él se levantó de la cama en un santiamén arrastrando la sábana tras
él y envolviéndola rápidamente alrededor de las caderas mientras se
alejaba. —No es nada malo. Estoy bien.
Hugh había conseguido apoyarse sobre sus pies sin volver a gemir,
pero Willa había visto la forma en que había palidecido su cara al
hacerlo y no la engaño. Frunciendo el ceño preocupada, lo vio dar un
paso tras otro con esfuerzo. Su esposo había arrancado las sábanas de
la cama para cubrirse, pero la noche anterior no había sido tímido en
absoluto a la hora de mostrarse desnudo delante de ella. Le estaba
ocultando algo. Y ese algo lo estaba haciendo andar de forma muy
cautelosa.
Decidida a averiguar qué le aquejaba, Willa se deslizó en silencio
fuera de la cama y caminó detrás de su esposo para pisar el borde de
la sábana que arrastraba por el suelo. Sin esperar la acción, Hugh fue
tomado por sorpresa. La tela escapó de sus dedos antes de que
pudiera agarrarla. Rindiéndose con la sábana, se giró rápidamente
para enfrentarla, cubriendo la llaga con la mano.
—¿Qué es eso? —preguntó Willa con suavidad mientras echaba la
sábana sobre la cama.
Hugh la miró cauteloso —¿Qué es qué?
—¿Qué es eso en vuestro trasero? —le aclaró, entonces corrió
rápidamente para rodearlo y apartarle la mano. Abrió la boca
horrorizada.
—¿Qué? —preguntó Hugh con obvia preocupación en su voz. —
¿Qué es?
—Un gran forúnculo, mi señor, —anunció Willa con asombro
mientras examinaba la úlcera que se veía hinchada e inflamada y
aparentemente muy dolorosa en las posaderas de su esposo. Entonces
decidió, —no, no es un forúnculo. Es un carbunclo. Es demasiado
grande para ser un forúnculo.
Lo miró a la cara entonces. Hugh estaba totalmente rojo y
obviamente avergonzado. Willa puso los ojos en blanco y se enderezó.
—Volved a la cama.
—No voy a volver a la cama —. Se enderezó intentando recuperar
su andrajosa dignidad ahora que ella no estaba inclinada para mirar
su trasero.
—Hugh, debe ser atendida. Volved a la cama —insistió Willa.
—No tengo tiempo para atenderlo. Soy un hombre muy ocupado.
Soy un conde —. Hasta se infló mientras lo decía y Willa torció los
labios.
—Sois un conde con un carbunclo en el trasero, mi señor. Por favor
dejad que lo atiendan —. Hugh se desinfló un poco y Willa aumentó
su ventaja al añadir —uno de esos fue lo que mató a Ilbert.
Eso captó la atención de su esposo, se dio la vuelta para mirarla con
horror. —¿Qué? ¿Ilbert, el tercer hombre que enviaron para protegerte
en la cabaña?
Willa asintió solemne. —Sí, desarrolló uno cerca… —hizo un gesto
vago hacia la zona de la ingle —, donde la pierna se una al cuerpo.
Enfermó, con fiebre. Había envenenado la sangre. No se dio cuenta de
que esa era la causa de la fiebre. Para cuando le contó el problema a
Eada, ya hubo poco que ella pudiera hacer al respecto.
—Dios mío —, soltó en un aliento. —Muerto por un forúnculo. —Se
estremeció al pensar en una muerte tan ignominiosa, entonces se dio
la vuelta y arrastró hasta apoyar su estómago sobre la cama. —Muy
bien, atiéndelo.
Willa sacudió la cabeza y empezó a vestirse. Ya se había puesto el
vestido y estaba recogiendo las ropas de su esposo antes de que él por
fin mirara a su alrededor para ver qué le estaba llevando tanto tiempo.
Willa vio como frunció el ceño cuando se dio cuenta de que ella estaba
vestida.
—¿Qué estás haciendo? Pensé que ibas a…
—Voy a buscar a Eada.
—¡Oh, no! —se levantó apoyando las manso y rodillas sobre la
cama. —¡No voy a permitir que esa bruja se acerque a mi culo!
—Debéis hacerlo, mi señor —dijo Willa pacientemente. Levantó una
mano y pinchó la llaga en el trasero de su marido. No se sorprendió
en absoluto cuando él soltó un gruñido de dolor y se desplomó sobre
su estómago. Willa solo podía preguntarse cómo podía haberse hecho
tan grande el forúnculo sin que su esposo mostrara signos de dolor
antes de ahora.
—¿Cuánto hace que tenéis esto? —preguntó. Hugh murmuró algo
entre sus brazos que no pudo oír. —¿Qué dijisteis, esposo?
—Empezó mientras estaba de guardia en la cabaña, pero el baño
que tomé antes de la acostarnos hizo que mejorara. Apenas me
molestó hasta que desperté esta mañana. Parece diez veces peor de lo
que estaba antes.
—¿El agua de vuestro baño estaba caliente?
—Sí. Los sirvientes estaban tratando de impresionarme, creo.
Willa sintió. —Probablemente el agua caliente lo suavizó y permitió
que se drenara. Pero ha vuelto a llenarse.
Hugh gruñó al oír ese informe innecesario. —¿No puedes ocuparte
tú misma?
Willa lo miró a la cara con simpatía. Esa era una dolencia
terriblemente vergonzosa, y Eada lo reprendería por no haberla
admitido y atendido antes. —Me temo que no, mi señor. Tal vez si me
lo hubierais dicho antes, podría haberme ocupado yo misma.
Desafortunadamente, ahora supera mis habilidades. Eada es necesaria
aquí.
Willa se dirigió hacia la puerta, se detuvo y acabó de recoger las
ropas de su esposo del suelo llevándoselas con ella por si acaso su
marido intentaba huir. Willa no había pasado tantos años atrapada en
la cabaña con tres hombres continuamente detrás de ella sin haberse
enterado de que podían ser unos bebés grandes a veces.
Hugh vio malhumorado como su esposa dejaba la habitación. No
había perdido el detalle de que se había llevado sus ropas con ella.
Suponía que era para evitar que huyera. Como si fuera a hacerlo. No
tenía miedo de la bruja. Eso sí, no le gustaba la idea de que examinara
su trasero como acababa de hacer Willa. La mera idea de sus manos
viejas y verrugosas apretando su carne dolorida lo hacía retorcerse.
Pero, si tenía que ser atendido, tenía que ser atendido. Estaría
condenado si en su epitafio se iba a leer «!Fallecido por un gran
forúnculo!
Suspirando, enterró la cara en sus brazos cruzados. Durante un
momento se sintió como un tonto. entregado a la autocompasión;
después levantó la cabeza, se arqueó sobre los brazos y giró para
intentar ver el forúnculo. No era posible, por supuesto. La maldita
cosa no era visible sin importar como se contorsionara.
La puerta se abrió y Hugh frunció el ceño cuando entraron su
esposa y la vieja bruja. Su expresión no tuvo el más mínimo efecto en
ellas. Ni siquiera lo estaban mirando. Estaban conversando entre ellas,
muy cerca una de la otra, mientras cerraban la puerta y se acercaban a
la cama. Volvió a dejar caer la cabeza en el hueco de sus brazos,
intentando fingir que no estaba allí mientras ellas se movían a un lado
de la cama y la bruja se inclinaba para examinarlo.
Una mano fría le tocó el trasero, hubo muchos pst… y sonidos de
desaprobación, después la bruja habló, su voz se alejaba mientras
decía —Deberíais haber venido a verme antes. Esto es peligroso.
Afortunadamente vuestra sangre todavía no está envenenada.
Hugh notó como el colchón cedía y levantó la cabeza para ver que
Willa se había sentado en la orilla de la cama. Le cogió una mano para
tranquilizarlo. Hugh la miró con simpatía y luego miró por encima del
hombre para ver que la bruja se acercaba al fuego. No podía decir lo
que estaba haciendo la mujer pero sospechaba que no quería saberlo.
—Un hombre adulto debería tener más sentido —, decía la bruja
mientras se acercaba de nuevo a la cama.
Hugh la quemó con los ojos, después dejó descansar la cabeza sobre
los brazos. Su cuello estaba empezando a romperse por lo extraños del
ángulo. Pero eso no quería decir que estuviera dispuesto a recibir una
lección de esa vieja desagradable. Bastante malo era ya que tuviera
que someterse a sus cuidados, estaría condenado si tenía que aguantar
también sus sermones. —Escucha, vieja arpía gotosa, tú solo…
¡Aaaay!
Hugh rugió de dolor cuando un dolor abrasador le atravesó la
nalga.
—¡Mi lord! ¿Qué sucede? —Era la voz de Baldulf. Hugh no había
oído el ruido de la puerta al abrirse cuando entró el hombre en
respuesta a su grito. Desafortunadamente, no tenía aliento para
responder. Estaba jadeando de dolor.
—No pasa nada, Baldulf. Está todo bien — dijo Willa rápidamente.
—Guarda tu espada.
—Creo que todos nos sentiríamos mejor si escucháramos esas
palabras viniendo de Hugh —, dijo otra voz. Eso fue suficiente para
que Hugh recuperara el aliento.
—¡Por los dientes de Dios! Lucan. ¿Eres tú?
—Sí. Me detuve a preguntar a Baldulf si ya estabas levantado y te
oímos gritar.
Hugh gimió ahora, la humillación anuló el dolor por un momento.
—¡Buen Dios, qué le has hecho a su culo!
La voz de Lucan estaba más cerca ahora y Hugh solo podía suponer
que se había acercado para enterarse de lo que ocurría.
—Lo mordí —espetó Eada con impaciencia.
—No le hizo nada— les aseguró Willa. —Hugh se hizo esto por su
cuenta.
—Yo no me hice nada —gruño Hugh. —¡El estar sentado sobre ese
maldito caballo durante días esperando que aceptaras ser mi esposa
fue lo que hizo esto!
—Esto es un carbunclo —intervino Eada con sequedad. —Lo dejó
crecer demasiado sin decírselo a nadie. Ahora está terriblemente
infectado.
—Sí, yo también diría eso —era la voz de Baldulf. —Dios querido,
nunca he visto uno tan grande antes. Debe ser del tamaño de mi puño.
—Asqueroso —, estuvo de acuerdo Lucan.
—Sí, debería habérselo dicho a alguien —repitió Willa.
—¿Cómo podíais sentaros sobre él? —preguntó Baldulf.
Hugh puso los ojos en blanco al oír la pregunta. —Con mucho
cuidado.
—Habríais estado sentado cómodamente desde hace mucho tiempo
si se lo hubierais mencionado a alguien — dijo Willa.
—Oh, bueno, en cuanto a eso, no lo culpo —, comentó Lucan. —Es
un asunto malditamente embarazoso, el tener un forúnculo en el
trasero.
—Es un carbunclo —corrigió Willa.
—Y no es tan embarazoso —, dijo Wynekyn con suavidad. —Todos
los soldados los tienen en un momento u otro.
—¡Wynekyn! —Hugh se movió sobre la cama intentando ver
cuántas personas había en la habitación. Pero no pudo ver más allá de
Willa. —¿Está todo el mundo aquí?
—Una vez conocía alguien que tenía uno que, simplemente, no
desaparecía —, oyó decir a Jollivet. —Crecía y crecía y…
—¡Jollivet! ¿Eres tú? ¡Será mejor que no seas tú! ¡Y mejor todavía
que no estés mirándome el culo!
—No temas, primo. Es un buen culo.
Hugh gruñó desde el fondo de su garganta. Entonces un grito de
dolor salió de él cuando Eada le apretó el trasero por sorpresa.
—¿Qué demonios estás haciendo ahí atrás! —giró la cabeza
intentando ver lo que estaba haciendo la curandera.
—Drenándolo —respondió con sequedad. —Tengo que eliminar el
pus.
—Tiene que hacerlo, hijo —, dijo Wynekyn con dulzura. —Tú solo
intenta quedarte tranquilo. Acabará pronto.
—¡Que esté tranquilo! ¿Qué esté tranquilo? ¡Estaré tranquilo tan
pronto salgáis todos de aquí, por Dios! ¡Fuera! ¡Todos! ¡Fuera!
Hubo un ruido de pies que se movían para obedecer pero entonces
Hugh gritó —¡Esperad! Una palabra de esto a nadie y yo…
—Oh, vamos, mi señor esposo —. Willa le dio unas palmaditas en la
cabeza como si fuera un niño gruñón. —No hay necesidad de
amenazarlos. ¿A quién se lo iban a decir? Están todos aquí.
Hugh la fulminó con la mirada pero Willa estaba demasiado
ocupada estornudando para prestarle atención.
—Ajá. Listo —. Eada acompañó ese comentario con una ligera
palmadita en la nalga intacta de Hugh. Este ignoró su impertinencia
en su alivio por saber que el procedimiento había terminado. Empezó
a levantarse pero Eada lo detuvo con una mano sobre su trasero y
empujando hacia abajo. —¿Dónde creéis que vais? Hoy os quedaréis
en la cama.
—Sí — , Willa estuvo de acuerdo.
—Pero…
—Os arriesgáis a envenenar la sangre si no os ocupáis de la herida
correctamente —dijo Eada con severidad. —Necesitáis quedaros aquí
y mantener esa cataplasma para drenar la infección. Descansaréis
sobre vuestro vientre durante un día, más o menos.
—Además, esposo, dormir es lo mejor para la curación —dijo Willa
y estornudó de nuevo, después continuó: —si nos lo hubierais dicho
antes…
Hugh frunció el ceño cuando la frase acabó en otro estornudo. —
¿Estás enferma? Estás colorada y estornudando.
—No lo estoy —. La negación se vio arruinada por otro estornudo.
—Bueno, sí estoy estornudando.
—Y estás roja —insistió Hugh. —¿Tienes fiebre? —Deslizó su
mirada a Eada y ordenó —mira si tiene fiebre.
Willa intentó evitar la mano que alargó la anciana pero no fue
suficientemente rápida. —Sí. Tiene fiebre.
—Bueno —. De repente, Hugh pareció más animado. —Entonces
puedes hacerme compañía en la cama. Después de todo, dormir es la
mejor cosa para la curación —la imitó.
Los ojos de Willa se entrecerraron apuntando hacia la cara de Hugh.
—Dormir con vos fue lo que me produjo el resfriado, mi señor. Me
contagiasteis vuestro catarro. ¡Me habéis enfermado!
Hugh no pudo evitar sonreír ante la acusación. —Es extraño, el mío
parece haber pasado —. Volvió a sorber. —Bueno, casi.
—¡Sí, porque me lo pasasteis a mí!
—Fuiste tú quien insistió en que me acostara contigo anoche —,
señaló divertido.
—Bueno, vos tampoco necesitabais…
—¡Niños! —Eada los fulminó con la mirada. —¡Meteos en la cama!
¡Los dos! ¡Ahora!
Willa obedeció de inmediato. Hugh ya estaba en la cama y continuó
sonriendo cuando la vieja bruja les puso mala cara a ambos y les
ordenó —intentad llevaros bien. Ayudará a la curación —. Después
recogió sus cosas y negando con la cabeza se dirigió a la puerta. —
Haré que Alsneta os traiga algo para desayunar.
—No tengo hambre —, dijo Willa con petulancia.
—Haz que el catador, Gawain, la traiga — ordenó Hugh haciendo
caso omiso del puchero infantil de su esposa. La anciana asintió
mientras cerraba la puerta. Hugh giró la cabeza para mirar a Willa y la
encontró mirándolo fijamente. Estaba enfadada porque la había hecho
enfermar. Además, él había hecho un trabajo pésimo a la hora de
acostarse con ella, pensó con tristeza. Había trabajado duro para
conseguir el balbuceo que mencionaba el tratado; pero había sido en
vano. Ella había permanecido en silencio e inmóvil, con los ojos
vidriosos en un reproche silencioso. Además, se había quedado
dormido encima de ella. Al menos, sospechaba que lo había hecho. Lo
último que recordaba era su increíble liberación y el haberse
derrumbado encima de ella, demasiado exhausto para alejarse
siquiera. Estaba bastante seguro de que no se había movido por su
propios medios, aunque había despertado sobre su vientre con su
esposa al otro lado de la cama.
Hugh miró a su esposa otra vez. Willa estaba dormida ahora.
Frunció el ceño. Le alegraba que ella consiguiera descansar, lo
necesitaría para combatir el catarro que le había pasado. Sin embargo,
eso lo dejaba en la cama boca abajo sin nada que hacer y sin nadie con
quien hablar. Empezó a golpear el colchón con los dedos, su cerebro
se quedó en blanco, pero entonces un resoplido suave llegó del otro
lado de la cama y atrajo su mirada haciéndolo sonreír. Willa estaba
roncando. Una cosita tan delicada y estaba roncando. Debía ser el
resfriado, decidió, cuando ella roncó otra vez.
Su mirada descendió por el cuerpo de su esposa. Ninguno de ellos
se había preocupado por las sábanas. Estas yacían arrugadas en un
bulto sobre el suelo. Willa todavía llevaba el vestido que se había
puesto para ir a buscar a Eada. Había vuelto a la cama sin molestarse
en quitárselo en su afán por obedecer a la bruja. No podía estar
cómoda con el vestido puesto. Su mirada se deslizó por la prenda fea
y, obviamente, demasiado grande. Debía asegurarse de que tuviera
vestidos nuevos.
Willa gimió y se revolvió inquieta en su sueño, y Hugh estuvo
seguro de que su incomodidad se debía a la restricción de la ropa que
vestía. Estaría más cómoda desnuda, decidió, moviendo la mirada
hasta los suaves montículos de sus pechos ocultos por la prenda. Se
pasó la lengua por los labios. Sí, definitivamente estaría más cómoda
sin el vestido.
Ignorando el dolor que causaba el movimiento en su trasero, se
movió para acercarse a ella, se puso de lado y se puso a trabajar en los
cordones del vestido. Willa se movió un poco mientras maniobraba,
pero no se despertó hasta que él tuvo problemas para quitarle el
vestido. Parpadeó y abrió los ojos, murmurando irritada e intentó
apartarle la mano. —¿Qué estáis haciendo?
—Estoy intentando desvestirte.
Su esposa despertó por completo, su expresión era de inseguridad.
—¿Queréis consumar otra vez?
—No. Por supuesto que no. Necesitas descansar. Sólo pensé que
estarías mucho más cómoda sin el vestido. Siéntate —, le ordenó.
Willa se sentó y levantó los brazos obediente mientras él le
levantaba el vestido y se lo pasaba por la cabeza.
—Tenemos que ver cómo conseguirte mejores ropas. Una condesa
debe usar joyas y sedas delicadas.
—Sedas —, repitió Willa adormilada mientras su marido arrojaba el
vestido a un lado. Se dejó caer en la cama y frunció el ceño cuando se
dio cuenta de que estaba completamente desnuda. —¿Dónde están las
sábanas?
—En el suelo.
—Ah —. Vaciló, luego se encogió de hombros y se acostó de lado,
aparentemente demasiado cansada para molestarse en ir a buscarlas.
El resfriado la había noqueado de la misma manera que lo había
hecho con él, recordó Hugh. La cataplasma que Eada le había puesto
en el trasero se había caído. La encontró sobre la cama y la colocó en la
zona del dolor.
Willa murmuró somnolienta y se movió a su lado. Hugh la miró y
comprobó que ella estaba dormida otra vez. Mientras miraba a su
esposa, esta tosió en sueños, sorbió y rodó para quedarse de espaldas
con un brazo levantado por encima de la cabeza. Hugh se encontró
recorriéndole el cuerpo con la mirada. Sospechaba que no volvería a
estar tan abierta a su vista durante un tiempo. Willa había estado
desnuda la noche anterior, pero también tensa y rígida. Ahora estaba
relajada y parecía tranquila, sus pechos subían y bajaban en cada
respiración. Subiendo y bajando. Subiendo y bajando.
Hugh se humedeció los labios mientras la miraba. Sus pechos
parecían estar hechos para ser lamidos. Se acercó más a su lado hasta
que le rozó el costado con el brazo, la miró a la cara y después se
inclinó hacia delante para lamerle un pezón rosado. Inmediatamente
cobró vida con la caricia empezando a endurecerse al recibir dicha
atención. Una sola lamida no era suficiente, desde luego, y se inclinó
para darle otra.
Willa se movió arqueándose hacia arriba buscando el contacto y
Hugh sonrió mientras le chupaba el pecho. Era alentador. Le pasó una
mano por las costillas, después la bajo y la pasó sobre su vientre,
acariciándola con ternura. Ella se movía y retorcía ante su contacto.
Hugh dejó que la mano alcanzara su cadera, ahuecara la carne suave y
presionó contra el hueso. Willa se retorcía bajo las caricias,
murmurando incoherencias mientras levantaba las caderas y hacía
presión contra su mano. Eso era más movimiento y sonidos de los que
había conseguido sacar de ella la noche anterior a pesar de sus
mejores esfuerzos.
—Maldición —, Hugh respiró contra el pezón humedecido.
Obviamente, él no había conseguido relajarla lo suficiente la noche
anterior. Ahora, Willa respondía y murmuraba incoherencias, si no
balbuceaba. Hugh le deslizó la mano entre las piernas e hizo presión
mientras ella jadeaba y se arqueaba contra su palma.
Pero eso provocó un jadeo. La acción acabó en un ataque de tos que
la despertó. Willa se sentó bruscamente mientras su cuerpo se
estremecía al ser sacudido por un ataque de tos profunda.
Hugh le soltó el pezón justo a tiempo para apartarse de su camino.
También retiró la mano de entre sus piernas y se la apoyó en la
espalda ignorando el dolor que tal acción provocaba en sus posaderas.
Willa no fue capaz de recuperar el aliento durante un tiempo. La
preocupación y el sentimiento de culpa invadieron a Hugh mientras
intentaba ayudarla a superarlo. Si él no la hubiera estado tocando
mientras dormía, estaba seguro de que Willa no habría tosido.
Cuando por fin acabó, su esposa se dejó caer de nuevo y con suavidad
sobre la cama.
Hugh se levantó rápidamente de la cama para ir a buscar las
sábanas y algunas pieles. Cubrió a Willa, después enrolló varias
mantas que sobraban y se las colocó detrás de la espalda de forma que
la mantuvieran en posición vertical.
Willa murmuró su agradecimiento y después sorbió de forma
lastimosa. Hugh intentó no hacer una mueca de culpabilidad. Estaba
totalmente erecto otra vez y esperaba que ella o lo notara. Nunca más
la molestaría mientras estuviera enferma. Bueno, de acuerdo, lo había
hecho, pero no lo haría de nuevo.
Capítulo trece
Willa no se sentía del todo bien. Estaba segura de que estaba
muriéndose. Su marido la había matado con un resfriado. ¿Y cómo es
que Eada no había visto esto?
El hombre dormido en la cama a su lado roncaba sonoramente en su
sueño cuando se movía. Estaba acostado desnudo, sin ni siquiera las
ropas de cama sobre él, mientras ella estaba enterrada bajo una
montaña de pieles y mantas y todavía congelada.
Cerdo, pensó con fastidio. La había contagiado y ahora dormía
como un tronco mientras a ella la tos la había despertado y no la
dejaba descansar. Posó la mirada en las nalgas desnudas. La
cataplasma había caído y ahora estaba al borde de la cama. Hombres
estúpido. ¿Cómo iba a curarse si no mantenía la cataplasma en su
sitio? Willa echó las mantas a un lado y se inclinó para coger la
cataplasma. La dejó caer de golpe sobre el trasero de su marido.
La acción tuvo un efecto muy satisfactorio sobre Hugh.
Al mismo tiempo que Willa se dejaba caer bajo las pieles, los
ronquidos de su marido cesaron y él se incorporó en la cama con un
bramido. —¡Augh!
—¿Un mal sueño, mi señor? —preguntó inocente cuando los ojos
nublados de Hugh la encontraron.
Con un gruñido, Hugh se dejó caer de nuevo sobre su estómago.
Willa lo miró, después forzó una sonrisa cuando él miró hacia ella.
Hugh frunció el ceño —Deberías estar durmiendo.
—Sí. Debería.
—¿Por qué no lo estás?
—No puedo dormir. No me siento bien y tengo frío.
Hugh frunció el ceño mientras reflexionaba sobre las palabras de su
esposa, entonces estiró un brazo, la rodeó por la cintura y la arrastró a
su lado. Lo siguiente que supo Willa es que estaba debajo de él con
una pierna de su marido entre las suyas. Él tiró de las pieles para
cubrirla hasta el cuello y colocó un brazo en la cima de las mismas de
forma que quedó en frente de la cara de Willa.
—Vuestra cataplasma —, gritó ella contra el antebrazo de su esposo.
—Ya está seca —, contestó Hugh en un bostezo. Después apoyó la
cabeza contra el pecho de ella y se frotó de un lado a otro sobre las
pieles. Se acomodó con un suspiro de satisfacción.
Willa yacía completamente inmóvil y se dio cuenta de que Hugh
planeaba calentarla con su propio calor corporal. Él estaba caliente, se
dio cuenta cuando dejó de tener tanto frío. Se relajó un poco y miró su
rostro. Tenía los ojos cerrados otra vez, pero no creyó que estuviera
durmiendo.
—Gracias —. Sonrió tímidamente cuando Hugh abrió un ojo para
vigilarla.
—No se necesitan las gracias. Eres mi esposa. Es mi deber calentarte
cuando tienes frío. Es mi trabajo darte lo que necesites. Si necesitas
algo, debes pedírmelo —. Cerró los ojos otra vez y Willa le hizo una
mueca. Las palabras habían menoscabado, de alguna manera, la
acción. Se quedó quieta todavía un momento y después preguntó —
¿Lord Hillcrest era de verdad vuestro tío?
Hugh parpadeó y abrió los ojos, parecía algo sorprendido por la
pregunta. —Sí.
Cerró los ojos otra vez y Willa miró por encima de su brazo la
habitación que los rodeaba. No había nada para entretenerla allí, así
que volvió a mirarlo a la cara. —No recuerdo que nos hayáis visitado
nunca ni aquí ni en Claymorgan.
Hugh abrió los ojos otra vez pero esta vez la molestia era la
expresión dominante en su cara. —No.
—¿Por qué?
Se agitó un poco de forma que su pierna se movió de forma
inquietante entre las de ella. —Mi tío nunca alentó las visitas. En
realidad, la mayor parte del tiempo desanimaba a los visitantes.
—Eso debió ser por culpa mía —, dijo Willa con tristeza. —
Probablemente estaba intentando protegerme, como de costumbre.
Lord Wynekyn era el único visitante que permitía.
La joven vio como Hugh fruncía el ceño y giró la cara hacia otro
lado con remordimiento. Él la cogió por la barbilla y la obligó a
mirarlo. —No fue culpa tuya. Mi padre y mi tío tuvieron una pelea —,
dijo con firmeza, después le soltó la barbilla y cerró los ojos una vez
más.
—¿Qué tipo de pelea?
Hugh frunció el ceño pero esta vez no abrió los ojos; simplemente
dijo —estás enferma y deberías descansar.
—Estoy aburrida y dijisteis que era vuestro deber proporcionarme
lo que necesite —, lo engatusó. —Necesito información… para
asegurarme de que no fui la culpable de que no pudierais visitar a
papá.
Eso hizo que abriera los ojos. —¿Él era vuestro padre?
Willa se sonrojó. —No. Dijo que no pero siempre pensaba en él así.
Fue el único padre que conocí.
Hugh asintió lentamente y dijo —No fue culpa tuya. No creo
siquiera que hubieras nacido cuando se pelearon. Yo solo tenía unos
nueve años, más o menos, en ese momento.
—¿Qué ocurrió?
Por un momento, Willa pensó que su marido no iba a responder,
entonces él dejo escapar un largo suspiro de sufrimiento y explicó: —
Mi padre era el segundo hijo. Solía encargarse Claymorgan para tío
Richard, pero los dos discutían sobre cómo debería hacerse. Mi padre
decidió marcharse y hacer su fortuna como un caballero mercenario.
Fracasó. Duerme.
Willa parpadeó ante la abrupta orden al final de su corta
explicación. Hugh había cerrado los ojos otra vez. Lo miró por un
momento, después sacó un brazo de debajo de las pieles para
sacudirle el brazo. —¿Qué ocurrió entonces? —preguntó en el
momento en que su esposo volvió a abrir los ojos.
—¿Cuándo?
—Bueno, después de que dejarais Claymorgan.
—Te lo dije, mi padre intentó hacer fortuna como caballero y
fracasó.
—¿Por qué?
Hugh parecía infeliz pero dijo —Mi padre era un buen guerrero, tal
vez el mejor de su tiempo, pero había pasado demasiados años
dirigiendo Claymorgan. Estaba habituado a lujos que un caballero no
podía permitirse.
—Bueno, ¿y vos?
—¿Y yo qué?
—¿Dónde estabais y… ¿tenéis hermanos y hermanas? —Buen señor,
Willa no podía creer que se hubiese despreocupado y no hubiera
preguntado esas cosas antes.
—No. Soy hijo único. Mi madre me llamaba su chico milagro.
Estuvo embarazada muchas veces, pero fui el primero y el último que
sobrevivió al nacimiento.
Willa aceptó esas palabras con un asentimiento, después preguntó
—Bueno, ¿dónde estabais vuestra madre y vos mientras vuestro padre
intentaba conseguir una fortuna como caballero?
—Viajábamos con él.
Willa no se dejó engañar por el seco tono de voz. Sabía que debía
haber sido una vida dura y solitaria. —¿Dónde están vuestra madre y
vuestro padre ahora?
—Muertos —. La palabra sonó hueca. —Mi padre murió cuando yo
todavía estaba creciendo. Mi madre murió poco después.
—Entonces estáis solo, como yo.
La mirada que le dirigió Hugh fue áspera pero, finalmente, asintió.
—Sí.
—Excepto, desde luego, por Jollivet y Lucan —, añadió Willa y
observó la mueca que cruzó en un flash la expresión de su marido.
Había notado que parecía reaccionar así cada vez que se mencionaba a
su primo.
—Sí, bueno Jollivet es el hijo de la hermana de mi padre. Su madre
era una dama de compañía de la reina. Él pasa una gran parte del
tiempo en Londres y en la corte desde que ganó sus espuelas, muchas
veces en su propio detrimento —añadió en voz baja.
—¿Y Lucan? —preguntó Willa, sus labios temblaron al oír el
comentario anterior de su marido. —Parece un muy buen amigo para
vos.
—Lo es. Crecimos juntos. Es como un hermano para mí. Los dos
teníamos unas perspectivas muy pobres mientras crecíamos. Él es un
segundo hijo. Yo era el primero de un segundo hijo. Si el tío Richard
hubiera tenido hijos… —se encogió de hombros y se quedó en
silencio.
—Lamento que no hayáis conocido mejor a Lord Hillcrest. Sé que
estáis enfadado porque os hizo casaros conmigo, pero era un buen
hombre.
Hugh estuvo en silencio durante tanto tiempo que Willa pensó que
no iba a contestar. Entonces dijo solemne: —Sí, era un buen hombre.
No creí que él supiera dónde me encontraba o qué estaba haciendo,
pero el día que gané mis espuelas, un mensajero llegó con el caballo
más magnífico que jamás había visto. El semental cargaba además con
las mejores cota de malla y espada que pudiera haber soñado.
También había una carta. Tío Richard había estado siguiendo mis
progresos. Yo había hecho que se sintiera orgulloso. Aquel fue su
regalo para mí.
Willa sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. —Sí. Eso suena a
papá. Era increíblemente generoso. Debe haberos querido mucho.
—Sí —. Hugh parecía incómodo; su expresión se volvió severa. —
Ahora, duerme.
Hugh cerró los ojos otra vez. Willa consideró hacer otra pregunta;
había bastantes cosas que le gustaría saber acerca de él, pero ya lo
había hecho hablar más en los últimos minutos de lo que había
hablado en todos los días que lo había conocido. No quiso provocar su
suerte. Además, no dudaba de que en un par de días conseguiría esas
respuestas. Además, se estaba cansando otra vez. Bostezando, notó
que la respiración de Hugh se hacía más profunda. Al parecer, había
vuelto a quedarse dormido. Sin embargo, ya no roncaba. Willa lo vio
dormir, notó sus ojos más pesados y sus párpados empezaron a caer.
Entonces se colocó en una posición más cómoda y sacó una mano de
debajo de las mantas para bajar un poco el brazo de su marido. A
pesar de que disfrutaba del calor de su cuerpo, el brazo lo sentía como
un gran árbol caído sobre el pecho y el peso hacía incluso más difícil
respirar que la congestión del resfriado.
Hugh murmuró en sueños y aumentó la fuerza con que la rodeaba
por la cintura. La atrajo más hacia él hasta que el pecho izquierdo de
Willa estuvo presionado contra él. Willa observó la cara de su marido
en reposo. No se veía tan temible mientras dormía. Su rostro era casi
entrañable. No es que no fuera atractivo cuando estaba despierto, pero
era una belleza áspera, dura; oscura y austera. Bueno, de acuerdo,
gruñón. Pero parecía joven y dulce cuando dormía.
Sonriendo, se acurrucó más cerca de él y cerró los ojos para permitir
que el sueño la reclamara.
Capítulo dieciséis.
Willa se quedó mirando la carta que tenía en la mano, casi temerosa
de leerla. Su mirada se deslizó hacia su marido. Hugh se había
movido para quedarse delante de la ventana que daba al patio. Lord
Wynekyn también se movió atrayendo su mirada. Parecía ansioso y
un tanto impacientes. Willa supuso que el anciano había deseado
leerla él antes de entregársela a Hugh. Todos los que estaban allí
estaban ansiosos por saber qué decía. Pero Willa, además, estaba
asustada.
Deslizó la mirada hasta Baldulf. El hombre estaba sentado en la
cama, recostado contra unas mantas que habían enrollado y colocado
detrás de él. Cuando su viejo amigo asintió, Willa reunió su valor en la
mano, se sentó en el borde de la cama y abrió el rollo de pergamino. El
estado del mismo fue algo que la sorprendió. Era obvio que alguien la
había abierto y leído muchas veces. Willa dudaba que hubiera sido
lord Hillcrest. La persona que había golpeado a Baldulf en la cabeza
debía haberla leído y releído una y otra vez. Había manchas de ceniza
y de agua, como si se le hubiera caído encima algún líquido
transparentes. ¿Lágrimas? se preguntó.
«Mi querida hija, Willa» —leyó en voz alta consciente de que Hugh se
había girado junto a la ventana y ahora estaba mirándola. Supuso que
él no había esperado que la leyera en voz alta, pero parecía lo justo.
También parecía más conveniente que cada uno de ellos se turnaran
para leer la carta.
Willa aclaró la garganta y continuó.
«Antes de nada, me gustaría decir que te quiero. No podría haberte
amado más aún si hubieras sido de mi propia semilla. Te amo como a una
hija, y como tal, me rompe el corazón contarte la triste verdad que sigue.
Rezo para que me perdones por haber sido demasiado cobarde en vida para
herirte con la historia. Espero que Hugh pueda de algún modo suavizar el
golpe que está por venir. Es un buen hombre, Willa. He seguido sus
progresos a lo largo de su vida. Dale la oportunidad y creo que podrá ser el
mejor de los maridos».
Haciendo una pausa, Willa miró hacia Hugh. Su rostro, tallado en
líneas severas, no mostraba ningún sentimiento. Miró de nuevo la
carta.
«Ahora, la triste historia de cómo acabaste siendo mi hija. Willa, el
secreto está en tu nombre. Te llamé Willa porque tú, en efecto, me fuiste
2
legada . Tu madre te entregó a mí con sus último aliento y me rogó que te
mantuviera a salvo. Te dije que tu nombre era Willa Evelake. Perdóname
por esa mentira. Te diré cuál es tu propio nombre más tarde, pero primero,
has de saber que tu madre era Juliana Evelake. Era una mujer hermosa. En
todos los sentidos. Te pareces mucho a ella excepto por el color de tu pelo.
Tu madre tenía largas trenzas castañas. Tu color rubio rojizo se lo debes a
tu padre»
«Los padres de Juliana la enviaron a la esposa de mi hermano para ser
educada. Mi hermano, Pelles, y su esposa, Margawse, tuvieron muchas
peticiones para educar y entrenar mientras estuvieron en Claymorgan.
Pelles fue uno de los mejores guerreros que Inglaterra ha producido jamás,
y Margawse fue la esposa más perfecta que se podía encontrar en cualquier
lugar. Como dije, eran muy demandados. Incluso yo envié a mi propio hijo,
Thomas, a prepararse con Pelles y allí fue donde Juliana y mi hijo se
conocieron.»
«No conozco todos los detalles de su amistad, pero sé que no hubo nada
vergonzoso para nadie. Su afecto mutuo era como el de un hermano y
hermana. Fueron los amigos más queridos durante cerca de diez años
mientras Thomas se entrenaba para ser un guerrero y Juliana aprendía a
manejar sus deberes de esposa y señora de un castillo. Entonces, poco
después de que tu madre cumpliera dieciséis años, llegó el día de su boda.
El matrimonio había sido concertado hacía años. Diez años. Su prometido
era Tristan D'Orland, un guerrero fiero y muy alabado. Era casi veinte
años mayor que ella y Juliana, Thomas me lo dijo más tarde, tenía miedo de
que pudiera encontrar en él a un anciano aborrecible. Sonrío incluso ahora
con este recuerdo. A los jóvenes, alguien veinte años mayor les parece un
anciano. Pero Tristan estaba lejos de ser viejo. A los treinta y cinco, estaba
en el mejor momento de su vida, era un espécimen fuerte y saludable.
También era un soldado hábil y guapo y se comportaba con confianza en sí
mismo. Creo que Juliana se enamoró de él en el momento que lo vio. Era un
principio muy prometedor. Todo el mundo supuso que estarían muy bien
juntos. Todos menos yo».
Willa se detuvo para aclararse la garganta y murmuró un gracias
cuando Jollivet se apresuró a rellenar la copa de Baldulf con agua de
la jarra que Eada había traído con ella y se la ofreció. La joven tomó un
sorbo, luego otro. Entonces, consciente de que todos estaban
esperando muy impacientes, se aclaró la garganta de nuevo y
continuó.
«Puede que no me creas cuando digo que preví problemas por delante,
pero lo hice. Yo estaba cuando Tristan llegó para la boda. Juliana y Thomas
habían estado paseando juntos en el patio y yo había estado buscando a mi
hijo para preguntarle algo. ¿El qué? No puedo recordarlo, pero importa
poco. Lo que importa es que estaba a unos pasos de distancia cuando
Tristan D'Orland entró en el patio. Su grupo de viaje era grande, su
estandarte estaba desplegado y él guiaba a su grupo en el patio como si
estuviera cargando contra un enemigo. Era obvio que estaba ansioso por
reclamar a su novia. Había esperado diez años. Todo el mundo se detuvo a
contemplar el espectáculo. Incluso yo. Supe el momento exacto en que vio a
Juliana. Incluso desde donde yo estaba de pie, parado, pude ver iluminarse
sus ojos. La reconoció al momento, así que solo puedo suponer que, aunque
ella había afirmaba que nunca lo había visto, él sí la había visto a lo largo de
los años. Pero entonces una nube oscura de furia borró la luz de sus ojos y
miré confundido hacia Juliana. Fue entonces cuando vi que, en su
nerviosismo, ella había cogido a Thomas de la mano. Era algo muy común,
eran muy íntimos, pero esa acción hizo que una expresión de enfado
apareciera en la cara del hombre. Creo que le hubiera gustado derribar a
Thomas y hacerlo caer al suelo en ese mismo momento. Pero, desde luego,
no podía. Me uní a mi hijo y a Juliana mientras él cabalgaba hacia ellos y
desmontaba. Juliana debió haber visto también su disgusto porque
rápidamente se apresuró a presentarnos a Thomas y a mí y explicar que
Thomas era su mejor amigo, el hermano que nunca había tenido. D'Orland
pareció relajarse entonces y fue educado tanto con mi hijo como conmigo.
Pero yo lo observé de cerca durante los pocos días previos a la boda y,
aunque lo ocultó bien, pude ver los celos en él. Odiaba a mi hijo. Lo quería
lejos de Juliana. Yo temí problemas en el futuro, y tenía razón».
«Oh, las cosas fueron bastante bien al principio. La boda se llevó a cabo
sin problemas y Juliana y Tristan estaban muy contentos cuando partieron
juntos hacia Orland. Thomas volvió a Claymorgan para conseguir sus
espuelas de caballero y yo regresé a Hillcrest, y las cosas siguieron su
curso. Yo tenía la intención de hablar con Thomas, de advertirle que fuese
cuidadoso en su amistad con Juliana, que podía causarle problemas a la
joven si no actuaba con cautela. Si lo hubiese hecho, tal vez la tragedia que
siguió podía haberse evitada. Sin embargo, quedé atrapado en disputas y
desacuerdos con mi hermano, Pelles, sobre la gestión de Claymorgan y
olvidé totalmente el asunto, así que Thomas se convirtió en un visitante
frecuente de Orland. Entonces llegó el problema».
«Te lo juro, querida niña, ese día debía haber algo en el aire. Cabalgué a
Claymorgan para tener otra discusión con Pelles sobre el funcionamiento
de la hacienda. Esa vez, sin embargo, no fue como todas las otras. Esta vez
empujé a Pelles demasiado lejos. El desacuerdo estalló en una pelea que
acabó con él reuniéndose con Margawse y Hugh y marchándose en busca
de fortuna como mercenario. Pelles ya no sufriría más por mis mezquinos
celos.»
«Me gustaría confesar ahora a Hugh, si él estuviera leyendo esta carta,
que Pelles tenía razón. No había ninguna razón para aquellas riñas que los
celos por mi parte. Perdí a mi esposa al nacer Thomas y sentía envidia del
consuelo y felicidad que tu padre había encontrado con Margawse. Él me
acuso de eso en aquel momento. Lo negué entonces, pero lo confieso ahora.
Él tenía razón. Los fallos que encontraba en su gestión de Claymorgan eran
el resultado de celos mezquinos. Lo alejé, Hugh. Lo envié a un camino que
hizo que tú y tu madre tuvierais una vida tan miserable y lo lamento.
Willa detuvo su lectura para mirar la cara de Hugh. Él se había
alejado mientras ella leía y todo lo que podía ver era su espalda rígida.
Deseó poder consolarlo de alguna manera, pero Jollivet estaba
empujando la copa de aguamiel hacia ella otra vez esperando,
aparentemente, que ella continuara. Tomó un trago rápido, le
devolvió la bebida y siguió bebiendo.
«Apenas Pelles había acabado de atravesar las puertas de Claymorgan
con Hugh y Margawse cuando Thomas entró a caballo. Yo estaba enfadado
y molesto después de la discusión con mi hermano pero me costó poco más
de una mirada ver que Thomas lo estaba también. Nos retiramos al gran
salón y él me contó la historia».
«No todo iba bien en D'Orland. Yo sabía que Thomas había estado
visitando a Juliana y a Tristan allí, pero no lo frecuentes y prolongadas que
eran aquellas visitas. Al parecer el sobrino de Tristan, Garrod, era el
senescal de D'Orland. Se había hecho amigo de Thomas en su primera
visita y lo había animado a quedarse más tiempo del que él planeaba y a
volver más pronto de lo que, de otra manera, jamás se habría atrevido.
Thomas había pensado que él y Garrod eran los mejores de los amigos.
Había disfrutado de sus visitas, pero había empezado a notar durante la
última de ellas que Juliana parecía un poco menos feliz. Obviamente, ella
todavía amaba a su esposo, pero parecía ansiosa y nerviosa en presencia de
Thomas. Los dos habían paseado juntos a menudo, siempre a la vista, como
era apropiado, pero lejos de los demás para que pudieran hablar en privado.
Pero Juliana estaba evitando esas charlas. En realidad, estaba evitando a
Thomas por completo, hablándole solamente cuando su marido o Garrod
estaban presentes y haciéndolo entonces con una rigidez que lo había dejado
desconcertado».
«No fue hasta que ganó sus espuelas de caballero y la visitó para
compartir su éxito que pudo acorralarla a solas y preguntarle qué estaba
mal. Fue entonces cuando supo lo poco amigo en realidad que era Garrod
para Juliana o para él. Garrod se había enterado de los celos de Tristan y,
en lugar de tranquilizar a Tristan, había exacerbado sus miedos. Durante
todo el tiempo que Garrod había estado animando a Thomas para quedarse
más tiempo y visitarlos más a menudo, había estado usando la frecuencia y
la duración de las visitas para pinchar a Tristan, avivando las llamas de
sus celos. Había hecho de la vida de Juliana un infierno».
«Thomas se fue directamente después de esa conversación y regresó a
Claymorgan. Se sentía mal por el sufrimiento que Garrod estaba causando
a Juliana, pero la única forma que se le ocurrió de ayudarla fue mantenerse
alejado de ella y permitir que los celos de Tristan se alejaran. Decidió
unirse al rey Ricardo en la cruzada. El rey y sus hombres se habían reunido
con el rey Felipe y sus soldados en Vézelay en julio. En septiembre los
ingleses habían partido para Messina en Sicilia. Las noticias decían que
esperarían allí un tiempo. El rey Guillermo II de Sicilia había prometido
una flota para los cruzados, pero Guillermo murió en noviembre y hubo
algunas discusiones sobre la sucesión. Tancredo de Lecce había puesto a la
reina Juana bajo arresto y confiscado el tesoro destinado a la cruzada».
«Thomas decidió navegar hasta Sicilia esperando que los rumores fueran
ciertos. Esperaba encontrarse con los cruzados antes de que zarparan. Yo
no quería que fuera, pero ahora él ya era un hombre y un caballero. No
pude detenerlo. Mi esperanza era que los cruzados partieran antes de que el
llegaran. Al final resultó que la suerte estuvo con él —o en su contra,
dependiendo de cómo se mire—. Ingleses y franceses se vieron obligados a
pasar el invierno en Messina. Thomas pasó el invierno con ellos».
«Los ocho meses siguientes pasaron lentamente. Había alejado a mi
hermano y a su familia y mi hijo se había ido a la cruzada. Había
encontrado un nuevo senescal para Claymorgan, pero Pelles era imposible
de reemplazar. El nuevo hombre necesitaba atención constante. Mi senescal
en Hillcrest había estado conmigo durante años y no necesitaba tanta
supervisión. Yo estaba la mayor parte del tiempo en Claymorgan. Así que
estaba allí cuando llegó el mensajero con la noticia de que mi Thomas no
regresaría de la cruzada. Ni siquiera había llegado a Acre. Habían zarpado
de Messina el diez de abril. Su barco fue uno de los dos que naufragaron en
Chipre».
«Fu un golpe devastador para mí, Willa. Había amado profundamente a
mi hijo. Me hundí en un pozo de desesperación. En ese momento, me
pareció que todo me había sido arrebatado. Lo había perdido todo. Durante
días permanecí sentado mirando a la nada, sin sentir nada, sin
preocuparme por nada. Entonces uno de los hombres entró corriendo en el
gran salón donde yo estaba sentado mirando al fuego. El hombre gritaba
algo sobre una mujer que se acercaba sola a caballo. Una dama. Era algo lo
suficientemente extraño como para sacarme de mi apatía el tiempo
suficiente para ver quién era. Reconocí a Juliana. Estaba embarazada y
angustiada. Lloraba copiosamente y sus primeras palabras fueron para
preguntar dónde estaba Thomas. Cuando le dije que había muerto,
palideció hasta el blanco más espantoso, se agarró el vientre y susurró
'Dios mío, estamos perdidos'. Entonces cayó desmayada de su yegua».
«La hice llevar dentro e instalarla en la habitación de Thomas. Pensé que
era un simple desmayo y que se recuperaría pronto, pero despertó
momentos después agarrándose el vientre y gritando. Estaba de parto y el
Señor sabría cuánto tiempo llevaba así. No debería haber estado cabalgando
en ese estado. Sabía que ninguna mujer elegiría hacerlo. Envié por Eada y,
en el momento en que Juliana dejó de gritar, le pregunté qué había
ocurrido. Me contó la historia entre jadeos. La ausencia de Thomas había
aliviado los celos de Tristan… hasta que se hizo evidente que tu madre
estaba embarazada. Tristan se había alegrado al principio con las noticias,
pero entonces, de repente, sus sentimientos habían cambiado. Se había
vuelto taciturno y malhumorado, sus ojos la seguían acusadores y miraba
su vientre con un odio antinatural. Juliana sospechaba que Garrod estaba
detrás de ese cambio, pero era incapaz de entenderlo. Todo lo que sabía era
que su marido estaba bebiendo más cada día y que su miedo crecía a la par.
Entonces su doncella fue hasta ella aterrorizada. Tal como había temido,
Garrod estaba detrás de este último problema. Había hecho notar que el
bebé había sido engendrado coincidiendo con la última visita de Thomas e
insinuado que el bebé tal vez no fuera hijo de Tristan. La doncella dijo que
Garrod lo animaba a beber y que después le susurraba esas mentiras
malvadas al oído volviéndolo contra su esposa tanto como podía. Juliana
sintió que la indignación y la rabia crecían en ella al saber que su esposo
pensaba algo así… Hasta que la doncella le preguntó insegura, '¿Son
mentiras, no es verdad, mi lady?'»
«Sólo entonces se dio cuenta de qué había parecido a los demás su
amistad inocente con Thomas. Juliana había considerado enfrentar a su
marido cuando la doncella le dijo que Tristan estaba empapado en cerveza y
que Garrod estaba otra vez susurrando a su oído. Ahora estaba animando a
Tristan a ayudar a su esposa a deshacerse del bastardo de Thomas.
¿Deseaba acaso que el fruto de la semilla de otro hombre lo heredara todo?
Garrod estaba sugiriéndole varias formas de deshacerse de ese niño de
paternidad incierta. Tristan siempre podía tener otro con Juliana para
reemplazarlo».
«Tu madre estaba tambaleándose con esa noticia cuando oyó a Tristan
empezar a rugir con furia. Cuando se dio cuenta de que su marido estaba
subiendo las escaleras hasta su recámara, entró en pánico y huyó de la
habitación. Juliana se escondió en la habitación de al lado hasta que él pasó
por el pasillo. Entonces se deslizó fuera de la habitación y bajó las
escaleras. Garrod todavía estaba sentado en las mesa de caballete y gritó
cuando bajó las escaleras corriendo y salió por la puerta, pero no se lanzó a
perseguirla en aquel momento. Juliana supuso que había ido a buscar a su
señor. Mientras tanto, ella corrió a los establos, cogió su yegua y salió
montando del patio renunciando a la silla para salir antes. Había cabalgado
directamente hasta Claymorgan con la esperanza de que Thomas pudiera
mantener a salvo a su hijo».
«Tú naciste momentos después de que ella acabara de contar la historia.
Eada te colocó en brazos de tu madre, después intentó detener su sangrado,
pero fue inútil. Juliana se debilitó rápidamente y, cuando ya no pudo
sostenerte, te aparté de ella. Esa fue mi caída y mi bendición. Incluso
arrugada y con la cara roja, eras una niña hermosa. Cuando tu madre te
dejó a mi cuidado y me rogó que te cuidara y te mantuviera a salvo de
Tristan, no pude negarme. Te convertiste en mi nuevo propósito en la vida.
Mi único propósito».
Willa se detuvo y al instante encontró que la copa de aguamiel
presionaba contra ella de nuevo. La apartó, sollozó y se enjugó las
lágrimas. Lord Wynekyn dio rápidamente un paso adelante y sacó un
pañuelo para limpiarle los ojos. Willa murmuró —gracias — cuando
terminó con su tarea pero entonces se encontró con la tela sobre la
nariz.
—Suena — le ordenó el anciano con energía.
Willa se sonrojó pero se sonó obedientemente en el pañuelo. Lord
Wynekyn asintió con satisfacción y le limpió la nariz como si ella
fuese una niña, antes de dar un paso atrás y asentir para que
continuara.
«Poco tiempo después de tu nacimiento y de la muerte de Juliana,
Tristan entró en la muralla exterior de Claymorgan con Garrod a su lado y
cien soldados a su espalda. Te escondí con Eada en mi habitación y fui a
reunirme con ellos en el gran salón. Tristan estaba enfadado y resuelto.
Cuando reclamó a su esposa, lo llevé a la habitación de Thomas, donde
todavía yacía tu madre. Creo que pensó que Juliana estaba durmiendo hasta
que le dije que había muerto al dar a luz a un niño que había nacido
muerto. Le dije que ella no debí haber estado montando en aquellas
condiciones y pregunté -como si no lo supiera- qué la había llevado a huir
de Orland como si temiera por su vida. Su respuesta fue un grito de
angustia que yo conocía muy bien. Era el mismo dolor que había sentido
por la muerte de mi esposa y por la de Thomas. Casi sentí lástima por él en
aquél momento, pero sus celos habían matado a Juliana y enviado a Thomas
a su muerte y aún eran una amenaza para ti. Nunca preguntó por tu
cuerpo, ni dijo ninguna otra palabra. Levantó a Juliana en sus brazos, la
sostuvo contra su pecho y salió de la habitación pareciendo mucho más
viejo que cuando había entrado ».
«No fue hasta que se fueron que me enteré de que Garrod nos había
seguido escaleras arriba. No entró en la habitación de Thomas y me
preocupó que pudiera haber estado hurgando en las otras habitaciones.
Eada no lo vio, pero yo temí que se hubiera acercado demasiado a mi
habitación y pudiera haberte oído llorar. Mi miedo no se alivió cuando
empecé a recibir informes de que alguien con su misma descripción había
sido visto en la aldea e incluso una vez en la muralla del castillo.
Había perdido a todos los demás, mi dulce niña. Estaba decidido a no
perderte a ti. Decidí que ibas a quedarte en la habitación de Thomas y que
no la dejarías hasta que estuviera seguro de que estabas a salvo. Traje a una
nodriza del pueblo y ella y Eada te cuidaron. Pero un día, Luieus, lord
Wynekyn, vino de visita. Como sabes, habíamos sido amigos desde niños, y
yo estaba demasiado orgulloso para no presumir de ti. Ordené a un
sirviente que dijera a la nodriza que te llevara hasta nosotros. Ella lo hizo y
yo disfruté presentándote a él; después la mujer te llevó de vuelta a tu
cuarto. Yo estaba a punto de explicarle quién eras y tu presencia en
Claymorgan cuando la nodriza empezó a gritar. Luieus y yo corrimos a la
habitación para encontrarla abrazándote con fuerza mientras veíamos con
horror a su propio hijo. Ella lo había dejado en tu cuna mientras te llevaba
conmigo. Ahora su hijo estaba claramente muerto, su cara azul por la falta
de oxígeno».
«Los bebés mueren a menudo sin ninguna razón. Es como si se olvidaran
de respirar. Aún así, sentí que un escalofrío me bajaba por el cuello
mientras miraba a aquel niño y pensaba que podías haber sido tú. Esos
temores no se disiparon cuando me enteré de que un hombre que se
ajustaba a la descripción de Garrod había sido visto bajando las escaleras y
corriendo fuera del castillo poco antes de que se descubriera la muerte.
Decidí no explicarle nada a Wynekyn y mantuve mi decisión sobre el
asunto. Estaba seguro de que el hijo de la niñera había sido asfixiado por
Garrod. Debía haberlo confundido contigo».
«Debería haber acudido al rey entonces. Pero claro, él todavía estaba en
la cruzada y mientras tanto era John quien dirigía el país en su ausencia.
Yo no tenía pruebas, solo sospechas. Tal vez también temí que fueras
arrancada de mi lado -sino para devolverte a tu padre, donde yo sentía que
tu vida estaba en peligro, sí a la corte donde las niñeras reales te criarían.
Me convencí a mí mismo de que lo mejor que podía hacer era permanecer
callado y mantenerte a salvo».
«Tú eras sólo un bebé, Willa. Al principio, fue fácil mantenerte en
secreto. Te hice instalar en la habitación contigua a la mía y estaba más
decidido que nunca a mantenerte escaleras arriba. Eada y la nodriza
siguieron cuidándote. Yo te visitaba diariamente».
«Cuando creciste lo suficiente como para tomar alimentos sólidos y
encontrarte confinada en la habitación, permití que bajaras. Sin embargo,
di órdenes a los sirvientes de que nunca debían hablar de ti fuera del
castillo».
«Los años pasaron y llegó el momento en que debería haberte explicado
esas restricciones, pero no lo hice. Esperaba que me obedecieras sin
cuestionarlo. Nunca se me ocurrió que podías desear jugar al aire libre
como lo haría cualquier niño normal. Tenía a Luvena como amiga y creí
que era suficiente. A medida que pasaba el tiempo sin problemas, mi
vigilancia disminuía, y así fue hasta que -sin mi conocimiento- tú y
Luvena fuisteis capaces de salir a hurtadillas del castillo para jugar. Lo que
ocurrió a Luvena no fue culpa tuya. Erais niñas, comportándose como
hacen las niñas. ¿Qué mal podías pensar que iba a hacer salir a jugar al
sol?»
«No. No fue culpa tuya. Fue mía».
«Fue en mayo de 1199 y tu no tenías ni nueve años. El rey Ricardo había
muerto en abril y John había sido coronado. Como conde de Hillcrest se
esperaba que asistirá a la coronación y le prometiera lealtad. No me di
cuenta entonces, pero tú ya habías salido con Luvena del castillo en varias
escapadas. Las dos habíais evitado la aldea, sin duda por miedo a que
alguien me hablara de vuestras escapadas. Sin embargo, y a pesar de todo,
alguien os había visto una o dos veces y se corrió la voz de que había una
niña, una joven con ricas ropas, corriendo por el bosque con la hija de la
cocinera. La coronación se celebró, juré mi lealtad, rematé algunos otros
asuntos que tenía que atender y volví a casa. Wynekyn viajaba conmigo.
Cuando llegamos a Claymorgan, tú y Luvena habíais desaparecido».
«Todo el castillo estaba alborotado y yo solo aumenté el descontrol.
Estaba furioso de que nadie se hubiera dado cuenta de que salías a
hurtadillas. Caminaba enfadado gritando órdenes y pagando mis
frustraciones con los sirvientes. Interrogué a todo el mundo. Cuando una
de las cosas que averigüe fue que un hombre que se ajustaba a la
descripción de Garrod había sido visto de nuevo en la zona, se me heló la
sangre. Había estado en la corte con Tristán el primer día tras mi llegada,
pero no lo había visto en los dos días siguientes a la coronación».
«Entonces te encontraron. Mi alivio no tuvo límites… hasta que vi a
Luvena llevando tu vestido y tendida pálida y todavía en brazos de Baldulf.
Estaba muerta».
«Sé que al principio pensaste que se había caído, pero los moretones
contaban otra historia. No había sido un accidente. Los moratones
formaban huellas de dedos en los brazos y en la garganta. Yo estaba
horrorizado, totalmente abrumado y -Dios me perdone- muy agradecido de
que no hubiera sido tu vida la que se había perdido».
«Sé que te confundí y te hice daño cuando te envié lejos con Eada. Pero
era lo mejor que podía hacer en ese momento. Difundí la noticia de que
habías muerto, te hice instalar en la cabaña con guardias y me negué a
verte yo mismo. No verte fue la cosa más dura que he tenido que hacer
nunca. Pero temía llevarlo hasta ti. La ausencia de tu dulce rostro fue mi
castigo por mi falta de vigilancia que había causado la muerte de Luvena y
puesto, una vez más, tu vida en peligro».
«Ahora, dado que estás leyendo esto, ya no puedo mantener mi promesa
a Juliana de mantenerte a salvo. Todo lo que puedo hacer es ponerte en
manos de alguien que creo que es lo suficientemente fuerte para hacerlo.
Por eso fue por lo que concerté el matrimonio entre Hugh y tú. Él es fuerte
e inteligente, un guerrero excelente. Lo necesitas, Willa. En el momento en
que te cases, se sabrá de tu existencia. El matrimonio será comunicado al
rey. Tendrás que acompañar a Hugh cuando jure su lealtad como nuevo
conde. Las noticias de tu existencia viajarán a la corte como el fuego.
Tristan sabrá que estás viva y tu vida volverá otra vez a correr peligro… de
tu propio padre, Tristan D'Orland».
«Solo puedo pensar que él todavía cree que eres hija de Thomas. Lo sabría
mejor si alguna vez hubiese puesto los ojos sobre ti. No podría dejar de
reconocerte en él. Aunque todo lo demás es de Juliana, tienes los ojos de
Tristan y su pelo. Tomas era moreno, como su madre. Pero me temo que no
esperará a ver a quién te pareces, sino que enviará a su sobrino otra vez.
Ruego a Dios que si lo hace, fracase y que Hugh sea capaz de mantenerte a
salvo».
Tu Papá que te ama, Richard.
Capítulo diecisiete
Hugh se quedó mirando la puerta por la que su esposa acababa de
salir, su mente se llenó con su última imagen de ella. La preocupación
lo corroía. Willa, claramente, no estaba dispuesta a aceptar que su
propio padre la deseara muerta. Hugh sabía que ella estaba sufriendo
y se dolía por ella. Deseó haber pensado la manera de evitar que ella
hubiera leído la carta. No la habría herido de esa manera.
—¿Hugh? —La voz de lord Wynekyn llamó su atención.
—¿Sí? —preguntó. Alzó las cejas cuando Wynekyn hizo señas con
los ojos entre él y Baldulf varias veces, después empezó a señalar con
la cabeza en dirección del soldado.
Como Hugh se limitaba a mirarlo confuso, el amigo de su tío
chasqueó la lengua impaciente. —¿No hay algo que deseéis preguntar
a Baldulf? —preguntó significativamente.
La pregunta solo aumentó el desconcierto de Hugh. —¿Lo hay?
—Acerca de la cabaña y de quién podía haberle dicho…
—¡Oh! — Hugh fue hasta la cama y frunció el ceño al hombre. —¿Le
dijiste a alguien que Willa y yo teníamos intención de ir a la cabaña?
—¡No! — Baldulf pareció sorprendido por la pregunta; entonces
arrugó la frente y dijo —Bueno, no realmente. Quiero decir lo hice,
pero… —miró fijamente a Hugh —¿No estaréis pensando… ¿pero no
os siguieron hasta la cabaña?
—No—, le aseguró Hugh. —Los lobos no actuaron como si
estuvieran asustados ni gruñeron. Habrían sabido si había alguien
siguiéndonos, ¿no?
—Sí —. El soldado asintió lentamente. —Así que quienquiera que
encendiera el fuego tuvo que ir más tarde. Lo que significa que sabían
que estabais en la cabaña.
Hugh asintió, su expresión era severa. —¿A quién se lo dijiste?
—A Gawain y Alsneta —respondió Baldulf al momento. —Cuando
llegó la hora del mediodía y no aparecisteis, Gawain aparentemente
fue a preguntar a Alsneta si hoy todavía ibais a comer en la
habitación. La cocinera no lo sabía. Ella y Gawain vinieron a
preguntarme si creía que todo estaba bien y qué debían hacer con la
comida. Les dije que Willa y vos habíais ido a la cabaña y que
probablemente no regresaríais por un tiempo.
—Gawain y Alsneta —murmuró Hugh reflexionando sobre ella.
Entonces se enderezó y miró a Eada. —Haz que traigan un baño para
Willa. Necesita lavarse el hollín antes de hacer ninguna otra cosa. —
Cuando Baldulf empezó a esforzarse para levantarse, Hugh le hizo un
gesto para que volviera a recostarse. —No, Baldulf. Quédate aquí. Yo
la cuidaré. Cuando Willa haya acabado de bañarse, la traeré aquí para
que la vigiles mientras hablo con Alsneta y Gawain.
—¿Quieres que te traiga a Gawain y a Alsneta? —preguntó Lucan.
—No. Todavía no. Puede que esté un rato con Willa pero
agradecería que los encontraras y les echaras un ojo mientras tanto —.
Hugh esperó a que Lucan asintiese y salió de la habitación. Sus
pensamientos, mientras se dirigía a su habitación, eran de
preocupación. Willa había mostrado cierto afecto por la cocinera.
Siendo esa la situación, a Hugh no le gustaba que ninguna sospecha
recayera sobre la mujer. Tendría que ocuparse del asunto
rápidamente. Justo después de ver a su esposa bañarse y de llevarla a
la cama.
Hugh sonrió para sus adentros, y rápidamente borró esa expresión.
Todo aquel asunto era muy serio; Willa había soportado un día largo
y terrible. Como su esposo, era su deber ayudarla a superar este
momento difícil. Y él sabía exactamente cómo hacerlo. La relajaría con
un buen baño ayudándola en la tarea. Tal vez hasta se uniera a ella.
Ese pensamiento lo hizo sonreír de nuevo. Habían pasado poco más
de unas horas desde que se había acostado con su esposa en la cabaña,
pero la simple idea de tenerla húmeda y caliente en la bañera era
suficiente para animarlo, y mucho.
La sonrisa de Hugh permaneció en su cara hasta que abrió la puerta
de su cámara y se encontró la habitación vacía. Parándose en seco,
buscó con los ojos en cada esquina, después abrió la boca y gritó —
¡Willa!
Hubo una ruido inmediato de pies pisando fuerte por el pasillo.
Hugh se giró para encontrar a Lucan, Jollivet y lord Wynekyn de pie
en el umbral de la puerta mirando el interior de la habitación con
preocupación. Detrás de ellas, un tambaleante Baldulf estaba siendo
ayudado por Eada. Todos ellos habían respondido a su rugido.
—¿Dónde está? —preguntó Jollivet alarmado. —¿A dónde iría?
—Dijo que iba a acosarse —, se quejó Baldulf.
Hugh empezó a sacudir la cabeza con desconcierto y frustración. —
Willa no contestó a mi pregunta —, se dio cuenta de repente.
—¿Qué pregunta era esa, hijo? —preguntó lord Wynekyn.
—Cuando le pregunté si había visto quién te golpeó. Empezó a
responder, pero entonces vos descubristeis la carta y… Alsneta y
Gawain —jadeó repentinamente horrorizado. —Las cocinas.
Hugh casi pasó por encima de los hombres en la puerta en su prisa
por buscar a su esposa. Estaba seguro de que Willa había visto quién
había golpeado a Baldulf. Estaba igualmente seguro de que no le
habría dicho quién era, no si había sido Alsneta. La madre de Luvena,
la querida amiga de la infancia que había muerto en su lugar. El tío
Richard podría haber escrito que la muerte de la niña no era culpa de
Willa, pero a su esposa no le gustaba hablar del asunto y le había
dicho a Hugh que sentía el peso de la culpa sobre ella. Willa no
culparía a Alsneta por desear su muerte. Willa empatizaría con ella.
Capítulo dieciocho
Willa estaba segura de que estaba a punto de morir. Miró a su
alrededor desesperada buscando la espada de Hugh, su corazón se
hundió cuando la vio lejos de su alcance al lado del cuerpo boca
debajo de Alsneta. Willa era incapaz de salvarse ella misma.
Se giró para volver a mirar a Gawain. Él se puso de pie, se afianzó
sobre las piernas separadas y levantó la espada que sostenía. Willa se
tensó cuando él se preparó para bajarla sobre ella. Cuando la espada
empezó a bajar, rodó rápidamente alejándose de su trayectoria. Mugre
y hojas caídas volaron hasta su cara cuando la espada se estrelló
contra el suelo a escasos centímetros de su cabeza.
Apretando los dientes, se puso a cuatro patas. Willa asustada
intentó escapar pero Gawain la detuvo pisándole el vestido,
haciéndola detenerse bruscamente. Willa se levantó entonces, y se giró
para mirarlo apoyada sobre sus rodillas. Si no podía escapar a su
destino, le haría frente. Willa no moriría por una herida de espada en
su espalda. Si Gawain deseaba su muerte, tendría que ser un golpe
frontal. Esperaba que su rostro lo persiguiera durante toda la
eternidad.
Gawain dudó un breve instante y eso fue todo lo que Willa necesitó
para salvar su vida. Al momento siguiente un rugido furioso llenó el
aire. Segura de que reconocer la voz de Hugh, Willa se dejó caer
aliviada cuando el hombre que quería asesinarla se volvió hacia su
atacante. Fue entonces cuando vio que no era Hugh quien había
emitido ese gruñido profundo y salvaje. Para su asombre, el hombre
que ahora luchaba contra Gawain era Jollivet.
Se quedó quieta, boquiabierta ante ese giro de los acontecimientos.
La conmoción la mantuvo paralizada; entonces un gemido
proveniente de Alsneta atrajo su atención. Aún de rodillas, Willa se
arrostró los pocos pasos que la separaban de ella. —¿Alsneta? —
susurró. La mirada se movió sobre la herida de la cocinera y el
corazón de Willa se le puso en la garganta. El hombro de la cocinera
había sido partido a medio camino entre el cuello y el brazo. El corte
era muy profundo. Willa supo que no viviría, pero empezó a intentar
salvarla de todos modos.
—¿Willa? —los ojos de Alsneta se abrieron cuando Willa empezó a
aplicar presión a su herida.
Willa intentó sonreír, pero supo que fue un intento miserable. —
Shhh —. susurró con la voz rota. —No hables, ahorra fuerzas.
—No hay nada que pueda salvarme —, jadeó la mujer. —Me estoy
muriendo.
—No, tú…
—Sí. Deja eso. Sólo me haces daño y no sirve para nada.
Willa vaciló, después de intentar detener el flujo de sangre. De
todos modos, no había funcionado; incluso con las dos manos, no
había podido evitar que la sangre se derramara. Cuando la mano
buena de Alsneta se movió débilmente en el aire, Willa obedeció la
demanda silenciosa y la agarró con fuerza. —Me salvaste.
—Sí —. Fue una exhalación lenta. —Cuando rodeaba el castillo,
miré hacia atrás y vi a Gawain escondido en el borde del manzanal.
Supe que no estaba haciendo nada bueno. Pensé que lo mejor sería
seguirlo. Al principio creí que solo iba a espiaros a los dos. Lo que ya
hubiera sido suficientemente malo, — dijo disgustada y negó con la
cabeza. —Esperé con intención de reprenderlo una vez los dos os
hubieseis ido para que no os sintieseis avergonzados por sus acciones
—. Hizo una pausa para respirar, el aire le hinchó el pecho. —Pero
entonces él cargó contra ti y supe que era el que estaba detrás de todos
los problemas. Él y ese amigo suyo bueno para nada, Uldrick.
—¿Uldrick? —preguntó Willa.
—Sí. Despareció casi al mismo tiempo que ese hombre que fue
asesinado por tus lobos. No lo reconocí con la cara completamente
destrozada, pero tenía el tamaño y el color adecuados. Debía de ser
Uldrick. Él y Gawain deben haber estado trabajando para Garrod. No
podía dejar que te matara. Ese bastardo ya se había llevado a mi
Luvvy —. Dejó escapar el aire en un lento suspiro.
—Gracias por mi vida, —dijo Willa. Las palabras parecían
miserables en comparación con el sacrificio de Alsneta. Había dado su
vida por Willa, una niña a la que había amado y una mujer que había
odiado, aunque fuese brevemente.
—Desearía… —empezó Willa, luego hizo una mueca cuando
Alsneta le apretó la mano con una fuerza repentina.
—No. No cargues mi muerte sobre tus hombros, también —espetó.
—No tienes la culpa. Tampoco fuiste culpable de la de Luvena. Estaba
equivocada. Me tomó por sorpresa y me enfadé con mi dolor
reavivado.
—Pero si no hubiera querido salir ese día… —empezó Willa con
tristeza.
—¿De quién fue la idea la primera vez? La primera vez que os
escapasteis.
Willa parpadeó al oír la pregunta, después admitió de mala gana. —
De Luvena.
—Sí. —El agarre de Alsneta sobre la mano de Willa se aflojó otra
vez. —Lo he pensado mucho. Yo conocía a mi niña. Tú rara vez
cuestionaste la autoridad de lord Richard, pero mi hija… —Soltó un
suspiro tembloroso. —No fue más culpa tuya que de ella. Fue el
destino y ese bastardo de padre tuyo.
—Oh, Alsneta —. Willa se mordió el labio cuando los ojos de la
mujer se centraron en ella. Un ceño fruncido le arrugó la cara.
—No llores por mí, niña. Voy a estar con mi Luvena, mi pequeña
Luvvy —. Sonrió débilmente. Su voz se estaba debilitando a medida
que la sangre de su vida se escapaba. —Estoy preparada para irme.
Una madre no debería ver morir a su hijo. No está bien. La vida te
hace amarga y vieja antes de tiempo.
Sintiendo que las lágrimas corrían por su rostro, Willa giró la cabeza
y levantó el brazo para limpiarlas con la manga de su vestido.
—¿Willa?
Volvió a mirar a Alsneta para ver una mirada de preocupación en
su cara. —¿Sí? ¿Qué?
—¿No crees… Crees que Dios me perdonará por intentar
envenenarte?
Leyendo el miedo repentino en sus ojos, Willa se apresuró a
tranquilizarla. —Sí, Alsneta. Me salvaste la vida. Seguramente eso lo
compensa. Dios te perdonará. Estarás con Luvena.
La mujer soltó un suspiro de alivio y sus ojos empezaron a vagar, la
luz en ellos se desvaneció. —Sí. La he… echado de menos. Ella era…
mi pequeño sol…
—Brillante —, Willa terminó por ella sollozando mientras la vida se
escapaba silenciosamente del cuerpo de Alsneta. Brillante. Era una
frase que hacía eco en su memoria. «Eres mi pequeño sol brillante».
Alsneta se lo decía a menudo a Luvena mientras la abrazaba para
saludarla cuando las dos niñas bajaban a las cocinas en busca de
dulces. «Eres mi pequeño sol brillante, Luvena».
Willa se sentó sosteniéndole la mano hasta que empezó a enfriarse
en la suya, entonces la dejo suavemente sobre el pecho inmóvil de
Alsneta. Se cayó para atrás en cuclillas, sintiéndose repentinamente
débil. Algo duro le estaba presionando las espinillas, pero se tomó un
momento antes de investigar. Moviéndose a un lado, vio la enorme
espada de Hugh.
Dios le había dejado un arma, pero Willa había sido demasiado
débil para usarla. Ahora Alsneta estaba muerta. Agarró la
empuñadura de la espada hasta que estuvo derecha delante de ella.
Era más alta que ella si estaba de rodillas. Agarrándose a sus asas, la
utilizó para ponerla en pie.
—¡Maldito sea! ¡Arruinó mi mejor jubón!
Willa se giró al oír ese comentario exasperado para ver que Jollivet
había despachado a Gawain. Ahora estaba parado al lado del cuerpo
del catador, examinando irritado el roto en su jubón. Dejándolo ir, se
encogió de hombros y le sonrió mientras se dirigía hacia ella. —En fin,
mejor mi jubón que mi piel. ¿Alsneta puede caminar o debo ir a
buscar a Ead… ¡Jesús!
Jollivet se detuvo en seco cuando vio el golpe mortal que había
derribado a la cocinera. Se arrodilló rápidamente a su lado buscando
signos de vida que, obviamente, no estaban allí.
—Está mejorando.
Hugh gruñó al oír el comentario de aprobación de Jollivet mientras
ambos observaban a Willa y a Lucan entrenar. Había pasado un mes
desde que Alsneta había muerto salvando a Willa. El tiempo había
pasado sin más incidentes y los días habían seguido un patrón. El
patrón era que Willa se levantaba por la mañana, tomaba un trozo de
pan, bebía una jarra de aguamiel y arrastraba a Hugh al campo de
entrenamientos. Después ella se pasaba todo el día allí hasta la
siguiente comida.
Hugh hizo una mueca. Había sido peor cuando empezaran con su
rutina. Cuando Hugh había insistido en ser el que la entrenara. Esa
había demostrado ser la tarea más frustrante que había emprendido
nunca. Todavía no podía entender por qué la actividad lo había
irritado tanto. Hugh era un buen entrenador de soldados. Había
aprendido del mejor, su padre, y había demostrado ser el más
paciente de los hombres a lo largo de los años. Sin embargo, Willa
había conseguido sacarlo de quicio varias veces antes de que Lucan le
sugiriera encargarse él mismo de la tarea.
Por mucho que odiara admitirlo, ese arreglo había funcionado
mucho mejor. Por lo menos, había menos roces entre Willa y él. Ahora
él se ocupaba diariamente de las tareas que le exigía la dirección
Hillcrest y Claymorgan, y ocasionalmente se paraba a ver como
trabajaba su esposa en el campo de prácticas con Lucan y,
últimamente, también con Jollivet. Su primo no se había implicado en
el entrenamiento al principio. Se había consagrado a pedir a Hugh que
ayudara a Willa con su guardarropa. Jollivet había pasado las
primeras semanas supervisando a Eada y a algunas otras mujeres que
habían demostrado ser hábiles con la aguja. Sólo durante la última
semana, cuando Jollivet había decidido que el guardarropa estaba
avanzando convenientemente, decidió que también podía dirigir su
atención a otras cosas. Desde entonces, se había unido a Lucan en el
entrenamiento de Willa. Ahora Hugh y su primo estaban de pie
mirando a Willa golpear a Lucan con su espada y hacer una mueca
cuando su arma vibraba con el impacto. Estaba empezando a parecer
cansada.
Hugh miró al cielo, sin sorprenderse al ver que el sol todavía estaba
alto. Todavía no era el momento de arrastras a su agotada esposa a la
mesa para cenar. No importaba lo dolorida que estuviera después del
entrenamiento, Willa lo seguiría hasta la mesa y sufriría la comida en
silencio. Pequeñas contracciones de dolor cuando llevaba la comida y
la bebida a la boca eran la única señal del dolor que sufría en sus
músculos.
Una vez hubiera conseguido tragar el último resto de su comida,
Willa arrastraría su cuerpo exhausto hasta el dormitorio. Hugh la
seguiría de cerca pisándole los talones para masajearle los músculos
doloridos con linimento. Si ella no estuviera tan cansada, esas
libertadas excitarían a Willa y él le haría el amor. Hugh contempló las
posibilidades de que eso sucediera esa noche pero no creía que fueran
altas. Willa parecía más agotada de lo que la había visto desde que
empezara el entrenamiento hacía un mes.
—Lucan debe haberla hecho trabajar más duro de lo normal —
comentó.
Jollivet negó con la cabeza. —No más de lo normal. No es necesario.
Willa mejora diariamente. Es como si hubiera nacido para ello.
Debería haber sido un hombre.
—Dios mío, Jollivet —, gruñó Hugh. —Ella no es un hombre. Y ella
es mía. Deja de mirarla como si fuese una pierna de cordero. ¿Por qué
estás todavía aquí, de todos modos?
—Últimamente me he estado haciendo mucho esa misma pregunta.
Desafortunadamente, prometí ayudar con el vestuario de Willa —.
Curvó los labios con disgusto. —Igualmente desafortunado,
últimamente tu esposa tiene más interés en luchar que en vestidos. Es
terriblemente difícil. Apenas puedo hacer que se quede quieta el
tiempo suficiente para una prueba. Aparte de eso, lo ha dejado todo
en mis manos —. Se animó. —Por supuesto, yo tengo un magnífico
gusto. Y Eada y un par de las otras mujeres que hay por aquí son unas
costureras maravillosas. El guardarropa está quedando muy bien. Ya
hay varios vestidos hechos y algunos más casi acabados.
—¿Entonces por qué no se pone ninguno? —gruñó Hugh al oírlo.
—¿Has tenido noticias de Sin Tierra? —preguntó de repente Jollivet.
—Rey John, para ti —, dijo Hugh cortante, después negó la cabeza.
Había enviado una carta al rey el día después del ataque en el huerto.
Había explicado el contenido de la carta de su tío y los últimos
atentados contra la vida de Willa. Había declarado que le gustaría
prometer lealtad como nuevo conde de Hillcrest a la mayor
conveniencia del rey John, y que apreciaría su ayuda para resolver la
situación. Hugh no permitiría que el padre de Willa y su primo
siguieran intentando matarla. Desafortunadamente, Jollivet se había
visto forzado a matar a Gawain antes de que Hugh pudiera hablar con
él. Lo que significaba que no podía probar que el hombre había sido
contratado por Garrod o por lord D'Orland, pero Hugh solo esperaba
que la implicación del rey pudiera poner fin a los ataque.
Tal vez ya lo había hecho, pensó Hugh. No había habido más
ataques contra Willa desde que había enviado la carta. Pero claro,
Gawain, de quien Hugh sospechaba que había sido pagado por
Garrod para matar a Willa, había sido eliminado. Además, Hugh
había situado hombres en las puertas para impedir que entrara en el
patio nadie que no conocieran. Solo deseaba que el rey respondiera a
su misiva. ¿Seguramente había pasado tiempo suficiente para que la
hubiera recibido y contestara?
El choque de metal contra el metal atrajo su mirada hacia la pareja
contendiente. Hugh observó como su esposa atacaba a Lucan. Era
muy agresiva en su asalto y se encontró mirándola con fascinación.
Sus brazos se fortalecían diariamente, su cuerpo se volvía más flexible.
Había notado los nuevos músculos que desarrollaba en la cama,
mientras extendía el linimento sobre la piel desnuda. Sus manos se
desplazaban sobre los músculos duros haciendo, primero, que se
relajasen, y luego, haciendo que se tensasen por una razón diferente.
Hugh permitiría que sus dedos le rozaran los lados de sus senos
mientras trabajaba en su espalda, y vería su centro mientras trabajaba
sus piernas. Entonces le daría la vuelta y permitiría que sus manos se
cerraran ya ahuecaran sus pechos, sus…
—¡Suficiente! —ladró de repente. —Es hora de parar.
Willa y Lucan se volvieron hacia él sorprendidos, pero fue Willa
quien habló. —¡No lo es! ¡Faltan horas hasta la cena!
—Estás cansada —, dijo Hugh con firmeza. Dando un paso
adelante, quitó la espada a su esposa y se la entregó a Lucan.
—No, no estoy cansada —negó Willa cuando Hugh la cogió del
brazo para instarla a seguirlo.
—Entonces lo estoy yo.
—¿Qué es lo que quieres hacer conmigo? —Willa subió corriendo
los escalones para mantenerse a su altura.
—Una buena esposa ayuda a su esposo a relajarse —anunció Hugh
de forma arrogante. Antes de que Willa pudiera protestar, él se
detuvo y la cogió en brazos, después la besó en los labios. Empezó con
un firme —Calla. Soy el rey de este castillo —, beso, pero terminó con un
—Te quiero. Te necesito… ahora — beso.
Las protestas de Willa murieron cuando sus pasiones se agitaron.
Una tarde libre no era para tanto, decidió, y empezó a devolver los
besos a Hugh.
Se sintió zarandeada cuando él empezó a moverse otra vez, pero le
atrapó la cabeza con las manos y se negó a dejar que Hugh rompiera
el beso cuando lo intentó. Cuando Willa le dejó por fin levantar la
cabeza, estaban dentro del castillo y en medio del gran salón. Ahora
que podía ver por dónde iba, su marido empezó a moverse más
rápidamente otra vez. Subió las escaleras al segundo piso y no tardó
en estar pateando la puerta de la habitación para cerrarla tras él.
Willa miró alrededor de la habitación que había sido de lord
Richard. Todavía no estaba acostumbrada a pensar en ella como suya.
Se habían mudado la semana anterior. Gracias a la preocupación de
Willa por entrenar, y a la de Eada y las otras mujeres por hacerle los
vestidos nuevos, había llevado más tiempo de lo esperado limpiar las
cosas de lord Richard y cambiar las suyas. Su atención volvió a ser
captada por Hugh cuando él la dejo en el suelo y empezó a tirar
impaciente de su vestido.
Riendo, Willa le golpeó las manos. —Basta, marido, me rasgarás el
vestido.
Hugh se detuvo para sonreírle. —Una idea brillante, esposa —. En
un instante agarró el vestido de su esposa por el escote y lo rompió
hasta la cintura. Willa contuvo el aliento y lo miró boquiabierta.
—Jollivet ha hecho varios vestidos nuevos para ti —. Estiró la mano
para tocarla en un pecho suave. —Puedes perder este vestido tan feo.
La cabeza de Hugh siguió el camino de la mano y se aferró al pezón.
Willa tragó saliva. Estaba segura de que debía regañarlo por arruinar
un vestido perfectamente bueno. Pero era feo, y él le estaba haciendo
cosas tan deliciosas que no parecía que no podía reunir la energía
suficiente para reprenderlo. en cambio, le sujetó la cabeza entre las
manos y la llevó hasta su boca para besarla. En el momento en que él
empezó a devolverle el beso, Willa permitió que sus manos
empezaran a ocuparse en la ropa de él.
Atacó primero el cinturón. La espada que colgaba de él provocó un
estruendo bastante fuerte cuando cayó al suelo. Luego, empezó a tirar
de su camisa, forzándolo a romper el beso cuando empezó a pasársela
por la cabeza. La joven se rio feliz y le recorrió el pecho con las manos.
Su marido tenía un pecho tan hermoso, ancho y fuerte; era un placer
tocarlo. Willa había aprendido mucho en el último mes, y no todo
había sido en el campo de entrenamiento. Había aprendido a no ser
tímida a la hora de tocar a su marido y ahora sabía varias formas de
complacerlo.
Dejó que una mano cayera y se deslizara por la parte interior de los
braies para agarrarlo y sonrió cuando él gimió. Oh, sí, un descanso era
definitivamente era una buena idea, pensó Willa, mientras él
reclamaba sus labios otra vez. Volvió a deslizar la mano y empezó a
trabajar con los cordones de sus braies deshaciéndolos rápidamente y
sonriendo con satisfacción contra la boca de Hugh mientras las ropa
caía.
Hugh gruño desde lo más profundo de su garganta cuando ella
volvió a acariciarlo y después empujó los restos de su vestido por los
hombros de forma que también ella estuvo desnuda. Empezó a
empujarla hacia la cama pero entonces se detuvo y rompió el beso con
una maldición. Siguiendo la mirada hacia el suelo de su esposo, Willa
permitió que una risita brotara de sus labios. Los braies se habían
enredado alrededor de sus piernas impidiéndole caminar hacia
delante.
Hugh arqueó una ceja ante su diversión y la empujó sobre la cama.
Todavía riéndose, Willa lo observó mientras luchaba para quitarse las
botas y los pantalones y abrió los brazos para él cuando se colocó
encima de ella. Entonces empezaron a besarse en serio. Willa le araño
la espalda y las nalgas con las uñas antes de encontrar su virilidad. Lo
abrazó mientras él le besaba el cuello y le acariciaba los pechos. La
tensión crecía dentro de ella, con su mano libre lo agarró del pelo y le
levantó la cabeza exigiendo un beso. Entonces se giró de repente,
pillándolo por sorpresa, y tumbándolo sobre la espalda.
Inmediatamente se deslizó sobre él, se sentó a horcajadas sobre sus
muslos y se incorporó para sonreír triunfante.
Willa acababa de introducir su dureza en ella cuando un golpe sonó
en la puerta. Los dos se paralizaron por un momento, luego la
irritación cruzó la expresión de Hugh —Fuera.
—Eh… es lord Wynekyn —el anuncio llegó a través de la puerta.
Hugh puso los ojos en blanco, después apretó los dientes cuando
Willa se movió hundiéndolo más en ella. Su voz era áspera cuando
preguntó. —¿Qué ocurre? ¿No puede esperar?
—No, bueno… no. Ha llegado un mensajero del rey.
Hugh maldijo. Willa tuvo ganas de unirse a él pero se limitó a
deslizarse a un lado para sentarse en la cama.
—Bajaré ahora —dijo Hugh y se sentó para besarla. Fue un beso
rápido, rudo; después se puso de pie y empezó a vestirse.
Sintiendo frío sin el calor de su marido para calentarla, Willa se
deslizó bajo la ropa de cama y lo miró mientras se ponía los braies y las
botas otra vez. Después Hugh se inclinó sobre la cama para darle otro
beso rápido y dijo —Espera aquí. Volveré directamente. Después
podemos seguir esta… discusión.
Compartieron una sonrisa y Hugh cogió su túnica. Se la puso
mientras salía de la habitación.
Capítulo diecinueve
Willa se movió sobre las pieles e hizo una mueca en la oscuridad de
la tienda. Tenía una necesidad terrible de aliviarse… otra vez. Era un
problema frecuente en los últimos tiempos, aunque sólo había
empezado a ser un inconveniente desde que habían empezado el
viaje.
Estaban de camino a la corte. Willa no tenía conocimiento de lo que
había dicho el mensajero del rey, pero Hugh había vuelto a su
dormitorio después de encontrarse con él para anunciarle que
partirían hacia la corte al día siguiente. Le había dicho que irían a
prestar el juramento de lealtad y a resolver el asunto de su padre de
una vez por todas.
Su padre. Lord Tristan D'Orland. El hombre que había intentado
matarla. O, al menos, el hombre cuyo sobrino estaba intentando
matarla… presumiblemente por orden suya.
Su incomodidad la obligó a volver a pensar en el asunto en cuestión
y frunció el ceño con disgusto. Habían tenido que detenerse a menudo
y repetidamente ese día para permitir que ella atendiera esa
necesidad. Había sido muy molesto. Y también muy embarazoso, ya
que todo el mundo tenía que pararse y esperar en el camino a que
Hugh la llevara al bosque en busca de un arbusto adecuado. Por
supuesto, él insistía en acompañarla, lo que solo había hecho que el
asunto se volviera más embarazoso todavía para Willa. Esta suponía
que, después de todas las cosas íntimas que habían hecho, era una
tontería, pero encontraba bastante mortificante aliviarse tras un tronco
mientras su esposo vigilaba a unos centímetros de distancia.
Willa se puso de lado y miró la forma oscura de su marido. Deseaba
poder aguantar hasta la mañana. Desafortunadamente, su cuerpo no
estaba cooperando.
Haciendo una mueca, consideró escabullirse por su cuenta para
ocuparse del asunto, pero sabía que eso enfurecería a Hugh. Además,
la idea de arrastrarse sola en el bosque oscuro era desalentadora. Y
además, si hubiese encontrado el valor para hacerlo, había un guardia
sentado junto al fuego en el centro del campamento. No era probable
que pudiera pasar sin ser detectada.
—¿Esposo? —Le dio una sacudida suave. Hugh resopló en su sueño
y se dio la vuelta separándose de ella. Willa lo sacudió más
vigorosamente. —¿Esposo?
Él murmuró en sueños y le apartó la mano.
Willa frunció el ceño. Realmente tenía que ir. Le dio un puñetazo en
el brazo. —¡Esposo!
—¿Qué? ¡Qué! —Se incorporó de inmediato llevándose las pieles
con él. Willa se deslizó fuera de la cama de campaña que ella y Eada
habían hecho antes y palpó alrededor buscando su vestido.
—¿Willa? —Siseó su marido. —¿Qué está pasando?
—Me estoy vistiendo, tengo que ir…
—¿Ir? —Willa podía ver el ceño fruncido en su voz. —¿Ir a dónde?
—Tengo que ir… ya sabes —. Hizo una mueca en la oscuridad y
tras encontró su vestido se lo puso y añadió de manera significativa —
Ahora.
—¿Otra vez? —No había duda de la irritación en su voz. Eso
provocó la irritación en la respuesta de Willa. No era como si ella
quisiera ir. Ni que fuera culpa suya. Simplemente no sabía la razón
por la que últimamente estaba tan acuciada por la necesidad.
—No tenéis que molestaros, esposo. Puedo ocuparme del asunto
por mi cuenta. Simplemente no quería que os enfadarais conmigo por
vagar sola —. Renunció a sus zapatos y salió de la tienda con un sutil
arranque de mal humor.
—¡Willa! —Sonaron muchas maldiciones y susurros dentro de la
tiendo y pudo imaginarlo dando golpes a ciegas buscando su ropa.
Willa ofreció una sonrisa avergonzada al guardia cuando miró con
curiosidad hacia ella, después empezó a dar golpecitos con el pie
mientras esperaba en el exterior de la tienda. Hugh salió lanzado un
momento después vestido solo con sus braies y casi la tiró al suelo en
su apuro. Suspiró aliviado mientras la estabilizaba.
—Pensé que te habías ido sin mí —, explicó.
Asintiendo, Willa se dio la vuelta y abrió el camino hacia los
árboles. No había ido muy lejos cuando su molestia se desvaneció por
el nerviosismo… y eso también la avergonzó. Había crecido en una
cabaña aislada en medio de un bosque. No debería estar tan tensa y
nerviosa ahora. Pero lo estaba.
—¿Qué pasa? —preguntó Hugh en voz baja cuando ella se detuvo.
—No puedo ver a donde voy —mintió. Estaba oscuro pero era una
noche clara y las estrellas brillaban intensamente. Sus ojos se habían
adaptado rápidamente y aunque no podía ver tan bien como durante
el día, podía distinguir árboles, troncos y obstáculos más oscuras
como sombras más oscuras. Simplemente quería que él encabezara la
marcha. Que fue lo que hizo. Cogiéndola de la mano, Hugh la rodeó y
comenzó a guiarla más profundamente entre los árboles.
No pasó mucho tiempo antes de que su esposo se detuviera.
Aparentemente había encontrado un lugar que le parecía apropiado.
Willa miró la mancha oscura e hizo una mueca. De repente se vio
acosada por una lista enorme de preocupaciones: serpientes, hiedra
venenosa, insectos y criaturas de la noche estaban incluidas.
—¿Y bien? —preguntó Hugh.
Willa hizo a un lado sus preocupaciones y se movió a un lado para
encargarse del asunto. No era una tarea tan embarazosa en la
oscuridad como lo había sido a la luz del día y decidió que viajar, algo
que había hecho raramente en el pasado, tal vez no era para ella. En
primer lugar, Hugh no le permitía montar a horcajadas. Ni siquiera
estaba dispuesto a considerarlo. Ninguna esposa suya iba a llevar
braies y montar a horcajadas. Incluso después de pasar un día entero
en una silla de montar encontraba la posición incómoda. Willa no
pensaba en sí misma como en alguien que necesitara de mimos, pero
este asunto del viaje era una maldita molestia para todo.
—¿Has terminado? —Susurró Hugh y Willa puso los ojos en blanco
al oírla. ¿Seguramente él podía oír que no lo había hecho? Para ella,
sonaba tan fuerte como un agujero en una noche silenciosa. Fue ese
pensamiento lo que le hizo darse cuenta de repente de lo silencioso
que estaba el bosque. El susurro de las criaturas nocturnas había
muerto. La noche estaba en silencio. Sabía que era una mala señal.
Terminando rápidamente, Willa se enderezó. Se colocó bien la ropa
y se reunió con su marido. Cuando tocó el brazo de Hugh, lo encontró
duro por la tensión. Casi zumbaba con ella. Willa dejó que su mirada
recorriera las sombras que los rodeaban. Había un árbol, otro árbol,
otro árbol que se movía. Las uñas de Willa se clavaron en el brazo de
Hugh pero, al parecer, también lo había visto, y hasta estaba
agarrándola del brazo y arrastrándola detrás del árbol. Willa oyó su
corazón que palpitaba como un trueno y observó la silueta de su
marido. Estaba intentando juzgar por su pose si él creía que habían
sido vistos.
Después de unos momentos de silencio tenso, Willa susurró al oído
de su marido —El guardia.
Llamar al guardia del campamento para que los ayudara le parecía
una buena idea, pero Hugh negó con la cabeza. Willa se acomodó
para esperar y casi jadeó cuando Hugh le apretó el brazo de repente y
la atrajo lentamente hacia atrás a través de los árboles. Cuando se
detuvo de nuevo después de unos momentos, volvió a presionar la
boca contra la oreja de su marido y preguntó —¿Por qué no llamamos
al guardia?
—Porque podría señalar nuestra posición y, en mi prisa por
seguirte, dejé mi espada en la tienda —le siseó. Luego añadió —El
hombre está entre nosotros y el campamento. Puede ser solo uno de
nuestros hombres buscando aliviarse también, pero no puedo estar
seguro, y sin una espada no me atrevo… —Sus palabras murieron de
forma repentina cuando algo silbó más allá de sus cabezas. Entonces
Hugh la hizo girar de repente y gritó —¡Corre!
Willa empezó a correr a su vez. Corrió casi a ciegas a través de los
árboles e hizo una mueca cuando las ramas le abofetearon la cara y
tiraron del pelo. Era posible que el guardia hubiera oído el grito de
Hugh y pudiera acudir en su ayuda, pero no parecía prudente
esperarlo mientras las flechas volaban por encima de sus cabezas —
porque eso había sido el silbido, una flecha volando. Quienquiera que
fuera la sombra, obviamente no era uno de los hombres buscando
aliviarse.
Consciente de que Hugh estaba a su espalda, vulnerable a cualquier
nueva flecha que el hombre pudiera enviar, Willa corrió tan rápido
como permitían sus piernas. No tenía ningún deseo de perder a Hugh
ahora. Su marido le tiró del brazo girándola hacia la derecha, y Willa
continuó en esa dirección sin interrumpir el paso. Se las arregló para
evitar chocar contra un árbol haciendo una especie de giro que Lucan
le había enseñado para evitar un golpe de espada. La acción rompió
brevemente el agarre de Hugh sobre ella pero cuando volvió a sentirlo
segundos después, se imaginó que él también había evitado el árbol.
Después de varios momentos, Hugh la empujó repentinamente
hacia la izquierda, aunque no tan bruscamente como en el primer giro.
Ella continuó corriendo sin vacilar. Willa estaba segura de que su
entrenamiento durante el último mes era la única razón por la que era
capaz de correr tan rápido y tanta distancia. Estaba empezando a
cansarse cuando los árboles desaparecieron de repente. Eso la hizo ir
más despacio. Sin estar preparado para esa acción tan repentina de su
parte, Hugh le pisó dolorosamente el talón por detrás. A pesar de eso,
Willa se sintió agradecida por su propia cautela cuando se dio cuenta
de que la oscuridad más profunda que tenían delante era el borde de
un acantilado. Se detuvo en seco al momento, extendiendo los brazos
para evitar que Hugh pasara corriendo junto a ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó agarrándola para equilibrarlos a ambos.
Entonces se acercó a ella y miró por el borde del acantilado donde ella
se había detenido. Una maldición se deslizó de sus labios mientras
miraba el agua que burbujeaba mucho más abajo. Se dio la vuelta de
inmediato y Willa pudo ver sus ojos buscando frenéticamente un
escondite a la luz de la luna. Ahora que habían salido del bosque,
había mucha más claridad. La suficiente para ver sus rasgos y
expresiones. La suficiente para ser un buen blanco.
—Los árboles —dijo al fin y la cogió del brazo para tirar de ella
hacia atrás por donde habían salido. —Vamos a subir a uno y esperar
que no nos vea.
—Pero ¿y si lo hace? —protestó Willa intentando soltarse. —
Seremos como palomas regordetas para que él nos alcance con sus
flechas.
Hugh se detuvo y miró a su esposa, con la frustración hirviendo en
su interior. Podía oír a su perseguidor acercándose entre los árboles.
El hombre no estaba demasiado lejos. No era un momento para que
Willa cuestionara sus decisiones. ¿Por qué no podía limitarse a
obedecerlo? —Esposa…
—Marido —replicó Willa rápidamente. —Los árboles son el primer
lugar en el que mirará. No esperará que me habas saltar contigo. Y
mira —. Extendió los brazos y atrajo su mirada hacia la camisa blanca
que llevaba. —Me vestí en la oscuridad. Creí que había cogido mi
vestido, pero no, es mi camisa.
Hugh tragó saliva cuando sintió que la alarma lo atravesaba. La
camisa blanca era muy visible en la noche.
—Vamos a saltar. —Soy una buena nadadora. Pasé muchos días
nadando cuando nos mudamos a la cabaña.
Los sonidos que hacía su perseguidor mientras corría hacia ellos
sonaban peligrosamente cerca, pero Hugh todavía vacilaba. Consideró
sus posibilidades; las de ella, las de él, las de los dos. Finalmente
asintió y la instó a volver hasta el borde del acantilado. Miró hacia
abajo y casi cambió de opinión otra vez. Era un descenso
terriblemente largo, un salto arriesgado. Desafortunadamente era
demasiado tarde para cambiar de opinión. Se dio la vuelta y tiró de
Willa contra él para darle un beso rápido, después la instruyó —Nada
río abajo hasta donde te atrevas. Te sugeriría que intentaras regresar al
campamento, pero es demasiado arriesgado. Podrías encontrarte con
nuestro perseguidor. En vez de eso, sigue el río hasta el siguiente
castillo e intenta conseguir ayuda allí.
Incluso en la noche puedo verlo fruncir el ceño. —¿No vais a venir
conmigo? ¿Me enviarás por mi cuenta?
La expresión de Willa era torturada. —Willa… No nado.
—Me lo dijisteis en el río, mi señor. Pero no creéis que podría ser el
momento de hacer una excepción?
—No. No lo entiendes. No sé nadar.
—¿No sabéis? —Se quedó en silencio por un momento y luego sus
ojos se agrandaron al comprenderlo. —¿Queréis decir que no podéis?
¿Que no sabéis cómo?
Hugh hizo una mueca. Él prefería el 'no hago' al 'no puedo'.
Siempre había dejado de lado las actividades frívolas como la poesía y
la natación por otras más alabadas en el campo de batalla. Las
habilidades que había elegido perfeccionar le habían servido bien.
Hasta que había encontrado a Willa. Sólo últimamente esas
habilidades menos alabadas parecían ser casi necesarias. Willa no lo
obligó a admitir esa falta en sus habilidades. En su lugar, preguntó —
¿Qué vais a hacer?
—Treparé a un árbol.
—¡No podéis! —gritó Willa. —Ya no hay tiempo. Está casi sobre
nosotros.
—Más razón para que te vayas. Ahora. —La urgió a acercarse al
bosque.
—Esposo, por favor, venid conmigo. Nadaré por los dos.
Hugh empezó a negar con la cabeza, pero ella le atrapó la cara con
las manos. Su mirada ardió en la suya en la oscuridad. —Debéis
confiar en mí, esposo. No dejaré que os ahoguéis. Os amo.
Hugh se quedó congelado ante esa revelación. Era el peor momento
para que ella revelara algo así, y absolutamente, el mejor. Pero ¿se
atrevería a permitir que ella intentara cargar con los dos hasta un
lugar seguro? Creía que él no tenía ninguna oportunidad si no saltaba.
También creía que no tenía ninguna oportunidad si saltaba solo. Pero
Willa… Hugh estaba seguro de que ella tenía una oportunidad sola,
pero que él sería una carga que disminuiría sus posibilidades.
—Confiad en mí —rogó Willa.
Roto, Hugh cerró los ojos. De repente, las palabras de la bruja
corrieron por su cabeza como si las estuviera susurrando a su oído. Lo
que veo es que estáis encaramado en un precipicio. Si elegís un camino, todo
irá bien. Si elegís otro… muerte.
Un sonido ronco atrajo su atención y abrió los ojos para ver que ella
se había quitado la camisa para que no la obstaculizara. Willa caminó
desnuda delante de él y le tendió la mano.
Hugh vaciló brevemente y luego la cogió. En el instante siguiente
los dos saltaron y estaban volando hacia el agua bajo ellos.
Aterrizar en el río fue como saltar en una colina de nieve. Willa se
quedó sin aliento con el golpe, después cerró la boca cuando el agua le
cubrió la cabeza. Cayó disparada y golpeó el fondo del río con una
sacudida. Apretó los dientes contra el dolor y empujó hacia arriba. Su
mano apretaba la de su marido arrastrándolo con ella. El alivio la
recorrió mientras salía a la superficie, pero entonces Hugh empezó a
intentar liberar la mano. Tragando aire, se giró en el agua, Hugh no
sabía cómo mantenerse a flote y estaba empezando a entrar en pánico.
Willa se acercó rápidamente y le envolvió el brazo bajo la barbilla
tirando de él contra su pecho para mantenerle la cabeza por encima
del agua.
—No luches —jadeó sujetándolo más fuerte cuando él empezó a
luchar instintivamente. Afortunadamente, Hugh ignoró sus instintos y
obedeció casi al momento. Willa sintió que el alivio la recorría otra
vez. Podían hacerlo. Ella podía hacerlo. Su mirada se deslizó por el
acantilado y vio la sombra oscura del hombre de pie en el borde.
Estaba mirando el río, pero no creía que él pudiera verlos. En ese caso,
estaría apuntando con el arco hacia ellos. Aún así, Willa dejó de luchar
inmediatamente contra la corriente, dejando que el río los llevara
corriente abajo y lejos de él.
Viajaron una buena distancia de esa forma antes de que Willa
juzgara que habían ido lo suficientemente lejos; después cortó hacia la
orilla en un ángulo amplio de forma que desperdiciara la menor
energía posible luchando contra la corriente. Aún así era una batalla
agotadora arrastrarlo pulgada a pulgada hasta la orilla del río. Hugh
estaba intentando ayudarla pateando con sus piernas, pero era menos
que útil, especialmente porque la golpeaba con cada movimiento. Casi
le pidió que parase, pero decidió no hacerlo. Ya era bastante duro para
él sin quitarle la pequeña ilusión que podía tener de estar ayudando
en su huida. Willa era muy consciente de que su marido sentía que le
había fallado varias veces desde que se casaran. Su orgullo masculino
no necesitaba más golpes.
—¿Estás bien? Si te estás cansando, déjame ir. Sálvate a ti misma —
dijo Hugh, y de repente Willa se dio cuenta de que se estaba
cansando. Estaban empezando a dolerle los músculos e,
inconscientemente, había frenado sus esfuerzos. Sin embargo, no iba a
dejarlo ir.
Willa giró la cabeza para ver que habían cubierto tal vez la mitad de
la distancia hasta la orilla. Deberían haber llegado más lejos, pero
entonces se dio cuenta de que la corriente se había vuelto más rápida.
El río debía ser menos profundo allí. Dejó caer un pie esperando
encontrar el lecho del río, pero todavía era demasiado profundo.
Apretando los dientes, renovó sus esfuerzos, agradecida por las
semanas de entrenamiento que le habían fortalecido los músculos y le
habían enseñado a continuar con el dolor. Hizo lo mismo que había
aprendido a hacer en el campo de entrenamiento; ignoró el dolor y
contó los golpes para distraerse. El truco funcionó. Aún así, cuando de
repente su talón rozó el suelo sólido una eternidad más tarde, podía
haber llorado de alivio.
Willa dejó caer las piernas al momento y se tambaleó por un
instante mientras trataba de conseguir el equilibrio. Aparentemente,
pensando que su fuerza se había agotado, Hugh empezó a luchar
intentando agarrarla y mantenerla sobre el agua incluso cuando él
mismo se estaba hundiendo. Después sus propios pies chocaron
contra el lecho del río y Willa lo oyó murmurar 'Gracias a Dios',
mientras se levantaba y la ayudaba a mantenerse en el agua. La
corriente era fuerte y Willa estaba tan cansada que necesitó su ayuda
para trastabilló hasta la orilla.
En el momento en que estuvieron fuera del agua, Willa se dejó caer
de rodillas en el suelo. Hugh se arrodilló a su lado con la
preocupación inundando su rostro.
—¿Estás bien? —preguntó abrazándola con fuerza mientras ella
empezaba a temblar. Willa sintió como las manos de su marido
empezaban a frotarle la piel intentando calentarla. Hugh le frotaba los
brazos vigorosamente, después las piernas y después empezó con la
espalda y los costados. Los músculos de Willa empezaron a relajarse y
algo del frío la abandonó. Estaban a salvo. Habían escapado de su
perseguidor y del río. Nada más importaba. Ni su agotamiento, ni el
frío, ni su desnudez…
Willa se apartó de él y se incorporó con un graznido.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hugh mirando alarmando a su
alrededor.
—¡Estoy desnuda!
Hugh se relajó, una gran sonrisa cubría su rostro mientras las
friegas se convertían en un movimiento más parecido a una caricia. —
Sí. Lo estás, mi señora esposa. Me gustas más de esa manera.
Willa puso los ojos en blanco chasqueó la lengua impaciente
mientras peleaba por levantarse. Solo un hombre podía ver aquella
calamidad como una ventaja. ¡Él no tenía que volver al campamento
tan desnuda como el día que llegó al mundo!
Hugh estaba de pie a su lado, su expresión lasciva se desvaneció por
la preocupación. —Tal vez deberías descansar un poco más. Te
esforzaste mucho para salvarnos.
—Nos salvamos —, dijo Willa con firmeza y se lanzó en la dirección
que pensaba los llevaría de vuelta al campamente.
—Tú nos salvaste —la corrigió Hugh que no sonó demasiado
complacido al decirlo.
—No —insistió Willa golpeando las ramas que intentaban golpear
su tierna carne mientras luchaba contra ellas. —Nos salvamos. Tú nos
salvaste primero, después yo nos salvé a los dos. Nos salvamos.
—¿Cómo nos salvé yo? —preguntó Hugh asombrado
adelantándose a ella para sujetar una rama y apartarla de su camino.
—Nos salvaste en el bosque al notar la presencia de nuestro
atacante y después protegiéndome con tu cuerpo mientras corríamos.
Hugh resopló al oírla y volvió a apartarle otra rama del camino. —
Eso no nos salvó. Podías haber corrido sola por el bosque.
—Pero no lo hice. Yo ni siquiera me di cuenta de que había un
problema y no lo tendría en cuenta. Me hubiera sentado allí sin
sospechar nada como un faisán gordo para que él le disparara —.
Hizo una mueca. —Puedo imaginar mi epitafio. 'Aquí yace Willa
Dulonget, con el corazón atravesado mientras drenaba el dragón'.
Dios querido, las plañideras se reirían contra las mangas.
Oyó lo que sonaba sospechosamente como un resoplido de risa de
Hugh; después él se aclaró la garganta y preguntó, —Er… ¿dónde
escuchaste esa expresión?
—Baldulf —, dijo Willa y luego maldijo e hizo una pausa para
frotarse el pie. Había pisado algo afilado. soltando el pie mientras el
dolor disminuía, empezó a caminar de nuevo y explicó —Lo usaba
todo el tiempo. Cuando era pequeña, pensaba que realmente iba a
drenar un dragón, aunque no estaba segura de cómo lo haría, y de qué
haría exactamente. Pero tenía curiosidad y quería descubrirlo, pero
Eada me atrapó escapándome para intentar ver al dragón y tuvo que
explicarme que no era lo que yo pensaba.
—Hmmm. —Empujó otra rama fuera de su camino. —
Aparentemente, no hizo muy buen trabajo en la explicación.
—¿Qué quieres decir? —preguntó indignada. —Por supuesto que lo
hizo.
—No. No lo hizo. Sino, no la habrías usado.
Willa dejó de caminar para darse la vuelta con las manos en las
caderas. —¿Por qué?
—Tú no tienes un dragón que drenar.
La joven parpadeó confundida por esas palabras, después bajó la
mirada hasta los pantalones de su marido y sus ojos se abrieron al
entender. —Oh.
—Sí. Oh —. Hugh rió y la levantó en brazos cuando ella pisó otra
cosa y se detuvo otra vez para frotarse el pie. Willa empezó a
protestar, pero él se limitó a sacudir la cabeza. —Calla. Nos sacaste del
agua. Te llevaré de vuelta al campamento. Solo descansa.
Después de dudar, Willa apoyó la cabeza contra el pecho de su
esposo y se rindió. Estaba más calentita en sus brazos y no tenía que
preocuparse de pisar cosas. ¿Para qué alborotar?
Cayeron en un silencio amistoso mientras él la llevaba. Willa habría
hablado pero no deseaba imponerle hablar mientras cargaba con ella.
Eventualmente, los ojos empezaron a cerrársele y bostezó. Antes de
que ella se diera cuenta de que se estaba acercando, el sueño la
reclamó.
Willa no estuvo segura de cuánto tiempo había dormido cuando
volvió a abrir los ojos. Hugh todavía la llevaba en brazos, pero la
noche parecía más clara. La mañana se acercaba.
—¿A qué distancia… —empezó, pero él la hizo callar y de repente
disminuyó el paso. Willa se tensó en sus brazos.
Después de varios momentos de silencio, no pudo soportarlo y
preguntó en un susurro ansioso, —¿Qué ocurre? ¿Oísteis algo?
—Sí. Creo que los hombres se están acercando. El guardia debe
haber oído mi grito. Han enviado un grupo de búsqueda —. Le
frunció el ceño y después a los arbustos que los rodeaban. Se dirigí
hacia los que estaban a su derecha y después se detuvo.
Evidentemente, dudaba sobre si dejarla allí, pero le disgustaba
igualmente la idea de que los hombres la vieran desnuda.
—Cúbrete con el pelo —, le sugirió por fin. Willa empezó al
momento a empujar su pelo húmedo y ponérselo delante de los
pechos y estómago. Desafortunadamente no era tan largo como antes.
El incendio en la cabaña había chamuscado bastante y Eada había
tenido que cortárselo a la altura de la cintura. La dejó descubierta de
cintura para abajo. Pero Hugh cambió su agarre de forma que su
brazo derecho quedara debajo de su trasero. La levantó de forma que
su torso quedó contra el suyo. Todo lo que se vería era parte de su
trasero. Ya era suficientemente mortificante.
—Nuestro atacante falló. Pero ha demostrado ser persistente. No te
dejaré desprotegida.
Los hombros de Willa se hundieron con resignación. Hundió la cara
contra el pecho de su marido cuando sonó una llamada entre los
árboles y Hugh gritó. Hubo una oleada de actividad inmediata y Willa
supuso que los hombres habían echado a correr. Después escuchó lo
que sonó como varias personas chocando en el claro. Los hombres
debían haberse detenido en seco al verlos ya que se produjo un
abrupto silencio y Willa pudo sentir varios pares de ojos sobre ella. De
repente, estaba muy agradecida de que no estuviese inundado le luz
porque estaba segura de que estaba sonrojada de la cabeza a los pies.
—¡Jesús! —Pensó que era Lucan. La exclamación apenas sin aliento
pareció actuar como una señal para todos. De repente hubo un runrún
a su alrededor y chasquidos de ramitas mientras los hombres se
acercaban.
Willa sintió que una prenda caliente se envolvía sobre ella y
parpadeó para abrir los ojos. Se giró para ver que efectivamente había
sido Lucan a quien había oído. Se había quitado el jubón y ahora
estaba colocándoselo alrededor de la cintura y las caderas. Cuando
abría la boca para darle las gracias vio que Jollivet también estaba allí,
y se estaba quitando su propio jubón. Se apresuró a cubrirle la parte
superior del cuerpo. Baldulf estaba justo detrás de él con el suyo. Se lo
pasó por encima de las piernas. Mientras daba un paso atrás otro
hombre estaba dando un paso adelante para ayudar a cubrirla.
Willa miró a su alrededor con asombro. Había al menos seis
hombres más en fila para cubrir su desnudez. Obviamente, ella ya no
estaba desnuda. De hecho, con una prenda tras otra apiladas sobre
ella, Willa se encontró con un nuevo problema. Estaba empezando a
tener demasiado calor, pero descubrió que no tenía corazón para
rechazar ninguna de las ofrendas. Se veían todos tan solemnes
mientras la enterraban bajo una montaña de prendas que cualquiera
podría pensar que estaba muerta. Así que Willa sufrió el ahora
incómodo calor y murmuró su agradecimiento, sintiéndose aliviada
cuando Hugh gruñó y empezó a caminar otra vez.
Escuchó distraída cómo Lucan confirmaba que el guardia había
oído el grito de Hugh, despertado a los demás y cómo se habían
apresurado a buscarlos con antorchas. Lucan había encontrado la
flecha en el árbol, y Baldulf, su vestido en el acantilado. Habían
deducido lo que había ocurrido y empezaron a seguir el curso del río
en su busca.
Mientras los hombres hablaban, de repente, Willa se dio cuenta de
algo. Su marido hablaba de forma distinta cuando había hombres a su
alrededor a como lo hacía cuando estaba solo con ella. Con los
hombres cerca solía gruñir, asentir y hacer comentarios cortos, de una
o dos palabras. Cuando estaba a solas con ella, a menudo decía frases
completas. Hugh también tendía a hablar un poco más alto, a
enderezarse y abrir los hombros para que parecieran más anchos, y a
mantener una expresión mucho más severa con los hombres
alrededor, pero no se molestaba cuando estaban a solas.
Reflexionó sobres esas peculiaridades todo el camino de vuelta al
campamento, y aún las estaba considerando cuando Eada se apresuró
a llegar hasta ellos.
—¿Estás bien? —preguntó la mujer ansiosa siguiendo a Hugh
mientras la llevaba a la tienda.
—Sí —. Willa le sonrió por encima del hombro de Hugh. Después
su marido entró en la tienda.
—Dejadme verla —ordenó Eada, apartándolo del camino en el
momento en que él la depositó sobre su cama improvisada.
Willa dirigió a su esposo una mirada compasiva cuando fue
apartado de su camino. Su expresión era de disgusto y ella sabía que a
veces Hugh encontraba difícil soportar las órdenes de Eada.
—Fue una noche fría para nadar —empezó Eada mientras
empezaba a quitarle jubón tras jubón entregándoselos a Hugh.
Willa se limitó a hacer una mueca, después soltó un suspiro de
alivio cuando fue liberada de la última de las prendas. Eada empezó a
examinarla buscando heridas. —Estoy bien.
—No es por ti por quien estoy preocupada —dijo Eada distraída. —
Es por los bebés.
—¡Los bebés! —gritaron Hugh y ella a un tiempo. Willa se
incorporó bruscamente sobre las pieles, Hugh se dejó caer sobre ellas
para sentarse, los jubones resbalaron de sus manos. Eada puso los ojos
en blanco ante la reacción de ambos.
—Bueno, te dije que él plantaría gemelos en ti la primera vez que se
acostara contigo —dijo exasperada.
—Oh… sí. Lo hiciste… lo había olvidado —. Deslizó la mirada hasta
Hugh y vio que él también lo había olvidado por completo. Miraba a
su alrededor tan aturdido como ella.
—Creo que están bien —Eada se enderezó. —Sin embargo, debes
ser más cuidadosa.
—Lo será —dijo Hugh con firmeza y Willa notó inmediatamente
como la aprensión la agarraba. Tenía la sensación de que la idea de ser
cuidadosa de su marido no coincidía con la de ella y que podrían
chocar. Volvía a parecer bastante severo, otra vez… y ahora no había
ni un solo hombre allí para verlo.
Capítulo veinte
Willa caminó a lo largo de la habitación y dio una patada a la cama.
Después caminó hasta el otro extremo y pateó una de las dos sillas
que estaban delante de la chimenea antes de repetir la secuencia.
Habían llegado a la corte esa mañana temprano… después de
cuatro días de viaje para hacer un trayecto que duraba dos.
Murmurando por lo bajo, esta vez dio dos patadas a la cama cuando
se detuvo delante de ella. Tal como había temido, la idea de Hugh de
que ella tuviera cuidado no encajaba con la de ella. Para mayor
mortificación de Willa, el incidente en los bosques con la guardia
cantarina se había repetido muchas veces durante los últimos dos días
y medio. Además de esa humillación, Hugh había insistido en viajar
mucho más despacio «para no molestar a los bebés». También había
supervisado sus comidas, insistiendo en que comiera abundantemente
para «ayudar a los bebés a fortalecerse en su barriga». Peor aún era,
sin embargo, la forma en que había tomado el control sobre ella como
una madre con una niña enferma, hasta que Willa pensó que podía
arrancarse el pelo… o el de su marido.
No, decidió mientras su paseo la llevaba de nuevo delante de la
cama, lo peor de todo era que había jurado no tocarla de una manera
sexual, por miedo a «zarandear a los bebés cuando podían estar
durmiendo». Sí. Extrañaba eso más que nada. Si él hombre no podía
decirle que la amaba, al menos podía acostarse con ella.
Esta vez en lugar de dar una patada a la silla delante de la
chimenea, se dejó caer infeliz en ella. Llevaban en la corte apenas una
hora y Hugh ya había sido llamado para ver al rey. Suponía que en
ese preciso momento, estaría enseñando al rey John la carta de Papa
Richard y contándole que su padre, Tristan, estaba intentando
matarla.
Willa se quedó mirando el fuego de la chimenea con disgusto. Hugh
había decidido que sus quejas ante su comportamiento asfixiante y su
guardia de cantantes eran simplemente consecuencia de su embarazo.
Ese razonamiento le hacía más fácil descartar sus quejas y Willa
podría estrangularlo por eso.
¿Por qué él no le había declarado su amor? No es que Willa le
hubiese dicho lo que sentía esperando una declaración a cambio, pero
parecía que manifestar su correspondencia sí habría sido lo más
educado. Habría sido agradable. Después de todo, ella llevaba a sus
hijos; era su esposa. Eada había dicho que la amaría. Ella quería que la
amara. ¿Por qué no la amaba?
Sus pensamientos descabellados se vieron interrumpidos cuando se
abrió la puerta de la habitación y entró una doncella joven. Willa la
miró con fastidio. Después de cuatro días sin paz, había deseado tan
solo un poco de soledad al llegar a la corte. En el momento en que
Hugh se fue a hablar con el rey, animó a Eada a visitar el mercado
para ver si podía conseguir allí algunas cosas que no eran fáciles de
obtener en Hillcrest. La anciana no había necesitado muchos ánimos
para dejarla.
—Me han enviado para ver si deseabais algo, mi señora. —La
doncella parecía tener una naturaleza dulce, lo que aumentó el
fastidio de Willa todavía más.
—No —. Sabía que sonaba arisca, pero no podía evitarlo. Se sentía
malhumorada. Lo que era raro en ella. Normalmente tenía la más
alegre de las disposiciones. Tal vez estar embarazada estaba
afectándola, después de todo, pensó, aunque apartó el pensamiento
rápidamente.
—Bueno, ¿estáis segura?
La joven se había girado a medias hacia la puerta cuando Willa se
incorporó de repente y preguntó —¿Sabes si lord D'Orland ya llegado
ya?
—Sí, lo ha hecho. —La doncella sonrió complacida de ser de alguna
ayuda. —Llegó ayer por la mañana. ¿Lo conocéis?
—No —admitió Willa infeliz,; después clavó su mirada en la joven.
—¿lo conoces?
—Oh, sí —. La sonrisa de la joven se amplió. —Es uno de los
mejores guerreros del rey John.
—¿Lo es? —preguntó Willa con curiosidad. Según sus cálculos, su
padre debía estar cerca de los sesenta, por lo menos. —¿Seguramente,
él no cabalgará todavía a las batallas?
—Sí —. La joven parecía triste. —Es un corazón roto lo que lo envía
constantemente a la guerra.
—¿Un corazón roto?
La criada asintió. —Todo el mundo conoce la historia. Amaba a su
esposa más que su propia vida, pero ella murió con su hijo hace unos
veinte años. El conde ha buscado la batalla desde entonces. Algunos
dicen que espera morir y unirse a ellos, pero Dios todavía no se lo ha
llevado —. Negó con la cabeza con tristeza. —Cuando no hay guerra,
está aquí más a menudo que en Orland. Dicen que no puede soportar
los recuerdos que llenan su castillo. Es un hombre muy amable. Todos
los sirvientes están contentos de atenderlos.
—Ya veo—murmuró Willa, pero la joven no había terminado.
—Uno de los lacayos me dijo que su escudero dice que rara vez
duerme. Dice que cada vez que lo hace, lord D'Orland sufre pesadillas
que lo dejan agitado y llorando por su difunta esposa. Le ruega que lo
perdone, aunque el escudero no sabe porqué tiene que ser perdonado.
Willa lo sabía, pero permaneció en silencio hasta que la chica dijo —
Bueno, ¿Si no deseáis nada más?
—Sí, lo hay —. Willa se levantó de repente. —Necesitaré tu vestido.
Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa y empezó a retroceder,
pero un cuarto de hora más tarde Willa había hablado con Joanne, —
había descubierto que ese era su nombre — la había convencido de
que le dejara su vestido y la ayudara.
—No va a funcionar —dijo Joanne con pesar mientras ayudaba a
Willa a apilar el último de los vestidos doblados en sus brazos.
Formaban una especie de cortina para ocultarse tras ella.
—Sí, lo hará —le aseguró Willa. —Sólo di lo que te dije y quédate
detrás de la puerta. ¿Estás lista?
La joven asintió aunque todavía parecía dudar mientras seguía a
Willa por la habitación. Cuando alcanzaron la puerta, Willa se detuvo
y respiró hondo. Estaba a punto de intentar escapar de su cuarteto de
guardias cantores.
Hugh había dicho a los cuatro hombres que no la perdieran de
vista… nunca. Y le habían tomado la palabra y la seguían a todas
partes desde su primer vergonzoso viaje al interior del bosque. El
único lugar al que no la seguían era a su tienda, y eso era solo porque
Hugh les había dicho que debían permanecer alrededor de la misma.
Una vez que llegaron a la corte, Hugh los colocó a las puertas de su
cámara y Willa sabía que estaban allí en esos momentos. Quería
perderlos durante un rato.
Soltando el aliento abrió la boca y dijo en voz alta —¡Necesitan un
buen lavado. Se embarraron durante el viaje aquí!
—¡Sí, mi señora! —respondió Joanne con la misma intensidad
cuando Willa le dirigió una mirada expectante.
—¡Aquí, déjame que te abra la puerta! —Willa gritó delante de la
puerta e hizo un gesto de aliento a Joanne. Después agachó la cabeza y
levantó la pila de vestidos en un esfuerzo por ocultar su cara mientras
la doncella se adelantaba. En el momento en que la puerta estuvo
abierta, Willa voló y caminó por el pasillo casi corriendo mientras oía
cerrarse la puerta tras ella. No miró atrás para ver si los guardias
habían notado algo extraño, pero al doblar la primera esquina a la que
llegó dejo escapar un suspiro de alivio. Deteniéndose en el primer
hueco que encontró, dejó los vestidos y siguió su camino.
Joanne le había dado instrucciones de cómo llegar a las habitaciones
de Tristan D'Orland. Willa las siguió, ahora con la mano en la cintura
para calmar su estómago repentinamente agitado. No estaba segura
de estar haciendo lo correcto al ir a encontrarse con su padre. Había
una posibilidad de que el hombre la quisiera muerta. Sin embargo, el
individuo torturado que le había descrito Joanne no encajaba con el
asesino a sangre fría que había intentado acabar con su vida tan a
menudo. Willa tenía que ver por sí misma la clase de hombre que era
su padre
Una risa estridente hizo que Willa echara un vistazo alrededor
cuando dos hombres salieron de la habitación y caminaron por el
pasillo delante de ella. Ralentizó sus pasos para no alcanzarlos,
después giró por el siguiente corredor. Ahí era donde estaba la
habitación de Tristan D'Orland. Joanne había dicho que era la tercera
puerta a la izquierda. Willa las contó. Se detuvo delante de la tercera
puerta, apoyó la oreja contra ella y escuchó. No se oía nada dentro.
Casi usó eso como excusa para darse la vuelta y alejarse, pero se
contuvo a sí misma antes de hacerlo. Era la cobardía lo que le
impulsaba a hacerlo y lo sabía.
Respirando profundamente, levantó la mano para llamar, pero
simplemente abrió la puerta en su lugar y entró en la habitación. Al
principio pensó que la habitación estaba vacía. No había nadie en las
sillas junto al fuego, ni en la cama. Entonces un movimiento atrajo su
mirada hacia la ventana mientras un hombre allí de pie se giraba
lentamente para mirarla.
No era lo que Willa había esperado. Su padre tenía
aproximadamente la misma edad que lord Richard habría tenido de
estar vivo. Pero lord Richard habría pasado la última década dejando
la guerra a los hombres más jóvenes. Su cuerpo había reflejado eso,
sus músculos se habían atrofiado y su panza había crecido.
Aparentaba su edad. Este hombre no.
A pesar de que su cabello era de un blanco puro, sin un solo indicio
del color rojo intenso que había transmitido a su hija, Tristan D'Orland
era tan fuerte y estaba en tan buena forma como un hombre veinte
años más joven. Era alto con hombros anchos y brazos musculosos.
Tenía la postura y el porte de un guerrero. sus ojos eran del mismo
gris azulado que los de Willa, agudos y llamativos en su rostro
bronceado. Considerándolo todo, parecía exactamente lo que era: un
guerrero.
—No mandé llamar a una doncella. ¿Qué… —Se detuvo. Sus ojos se
clavaron en ella. Pasaron varios momentos en silencio mientras él la
examinaba de la cabeza a los pies. Cuando finalmente habló, su voz
había perdido gran parte de su fuerza. —¿Cómo te llamas, muchacha?
—Willa —. Pasaron varios momentos mientras esperaba una
reacción. Entonces recordó que su nombre no significaría nada para él.
Lord Hillcrest la había llamado así. Dejó la puerta abierta y dio otro
paso adelante en la habitación mientras decía —El hombre que me
crió me llamó así porque le fui entregada. Mi madre le pidió en su
lecho de muerte que me cuidara y que me mantuviera a salvo. Temía
que mi verdadero padre pudiera matarme, si se enteraba de que
estaba viva.
—¿Tu verdadero padre? —repitió D'Orland en voz baja.
—Sí —. Willa no podía soportar ver la mezcla de esperanza y miedo
en la cara de él y se giró dirigiéndose hacia el fuego de la chimenea.
—Dicen que heredé de él su pelo y sus ojos, pero que me parezco
mucho más a mi madre.
—Juliana —, lo oyó respirar.
Willa contuvo el impulso de mirarlo y se obligó a seguir de cara a la
chimenea mientras decía —Dicen que él amaba a mi madre
profundamente, pero que era terriblemente celoso. Ella tenía un
amigo muy querido que era como un hermano para ella, pero mi
padre temía que hubiera algo más en su amistad. Sus celos lo hicieron
insoportable. Empezó a beber y eso empeoró las cosas. Nada de lo que
ella decía podía convencerlo de que lo amaba solo a él y que no había
nada entre ella y su amigo. Dicen …
Un golpe hizo que Willa mirara hacia él con recelo. Su padre estaba
sosteniendo la espalda en sus manos cuando ella entró, como si la
estuviera puliendo y la hubiera llevado consigo para mirar por la
ventana. La espada yacía ahora en el suelo en medio de una cesta de
manzanas que había estado sobre un cofre a su lado. O bien se había
movido y golpeado el baúl, o bien había dejado caer la espada y
tirado la fruta. Cualquiera que fuese el caso, él no parecía poder
sostener los globos rojos. Cada vez que cogía más de una, la primera
manzana se deslizaba de su mano.
Willa vaciló, después e movió a su lado y se movió para ayudar.
Trabajaron en silencio, recolocando la fruta en el cesto, pero podía
sentir la mirada de su padre recorriéndola mientras trabajaban. Una
vez todas las manzanas fueron recogidas y estuvieron de vuelta en la
cesta, Willa la levantó y se puso en pie.
Lord D'Orland se puso en pie también y la agarró de la mano
cuando ella se giró para volver a colocar la cesta sobre el baúl. El
movimiento la sobresaltó y la hizo volcar la cesta enviando de nuevo
la fruta al suelo. Willa empezó a agacharse para volver a recogerlas,
pero él la retuvo en el mismo sitio.
—Olvida las manzanas. Dime el nombre de ese hombre. El que te
puso nombre y te crio y te mantuvo alejada de tu padre —ordenó
ásperamente. Willa encontró su mirada y dijo solemnemente —Creo
que lo sabes.
—Dímelo—, insistió.
—Lord Richard Hill…
—Hillcrest —, terminó por ella. Sonaba como una maldición. Sus
ojos se cerraron brevemente con dolor y Willa se alarmó al verlo
tambalearse un poco. Entonces abrió los ojos otra vez. —El bastardo te
robó. Todos estos años y él…
—Él me salvó de vos —dijo Willa en voz baja. —Sabía que me
mataríais si sabíais de mi existencia.
—¡Pero en qué clase monstruo me ha convertido! —gritó lord
D'Orland. —Nunca haría daño a mi propio hijo. Ni a ningún otro
niño, para lo que importa.
—La noche en que mi madre os abandonó, ¿no estabais a punto de
irrumpir en su habitación para arrancarme de su vientre porque
pensabais que yo era hija de otro hombre?
—¡No! ¡Dios querido, no!
Willa frunció el ceño ante esa negativa y después preguntó con
incertidumbre —¿Estabais gritando y furioso?
—Sí, lo estaba —, admitió. —Garrod acababa de decirme que la
doncella de Juliana le había dicho que ella planeaba abandonarme y
dejarme para ir con su Thomas. Sí, Grité. Estaba furioso porque ella
pensaba abandonarme. Iba a detenerla. Pero ella ya había escapado de
nuestra habitación cuando llegué allí. —Su rostro se agitó con
remordimiento. —Llegué demasiado tarde. Ella ya había huido para
estar con su amante. Si yo hubiera sido un poco más rápido, tal vez
todavía viviría. Tal vez…
—Ella no huyó para estar con Thomas. No amaba a Thomas; os
amaba a vos. Mi madre huyó porque su doncella le dijo que
planeabais deshaceros de mí. Que os sentiríais mejor deshaciéndoos
de mí por mi dudoso parentesco y engendrando otro bebé como
heredero.
—¡No! —Dio un paso atrás, había un claro horror en su rostro. —Yo
nunca… ¿Por qué la doncella… ? ¿Cómo podía creer Juliana semejante
cosa sobre mí?
—¿Cómo podíais creer que ella os sería infiel? —respondió Willa y
él se dejó caer pesadamente para sentarse sobre el baúl.
—Yo… Ella era hermosa. —Negó con la cabeza impotente. —Su risa
era como el canto de los pájaros. Sabía que todos los hombres debían
amarla solo con verla. Juliana, sin embargo, nunca pareció darse
cuenta de los hombres que la perseguían. Excepto Thomas —. Su
expresión se oscureció con disgusto. —Con Thomas podía hablar y
reír durante horas. Hablaban de cosas que habían pasado mucho
tiempo antes de que ella y yo hubiésemos hablado siquiera él uno con
el otro. Me sentía innecesario cada vez que él estaba cerca, como una
quinta rueda en un carruaje. Intenté que no me molestara, pero venía
tan a menudo y siempre parecía estar allí. Era como un llaga en mi
culo.
Willa se estremeció por la elección de sus palabras. La hicieron
pensar en Hugh y en lo enfadado que iba a estar cuando se enterara
de que había escapado de sus guardias para visitar al hombre que
creía que estaba intentando matarla.
Lord D'Orland se movió impaciente, atrayendo su atención de
nuevo. —Garrod intentó calmar mis sospechas. Sin embargo, el
mismo hecho de que se hubiera dado cuenta cuando yo no había
expresado mis temores en voz alta, me dijo que también encontraba
sospechosa su amistad.
—Thomas dijo a Papa… a lord Richard —corrigió rápidamente
sintiendo una punzada de culpa cuando él hizo una mueca ante el
término cariñoso —Thomas dijo a lord Richard que mi madre os
amaba. Lord Richard dijo que Thomas y mi madre estuvieron unidos
desde el momento en que llegaron a Claymorgan de niños. Dijo que
nunca hubo nada más que amistad entre ellos.
Lord D'Orland la miró fijamente, su mirada recorrió sus rasgos.
Había un dolor profundo en sus ojos, y también un poco de asombro.
Se puso en pie y dio un paso hacia ella. La tomó de la barbilla y se
maravilló. —Te pareces tanto a ella. Si no fuese por el color de tu pelo,
pensaría que eres un fantasma que vino a cazarme por haber sido tan
estúpido. —Sus ojos encontraron los de ella y sonrió levemente —
¿Sabes por qué elegí a tu madre como esposa?
Willa apenas negó con la cabeza.
—Vi a tu madre por primera vez cuando ella tenía sólo seis años.
Acompañaba a sus padres en un viaje a un torneo en el que yo
participaba. Juliana era una cosita dulce. Incluso entonces, prometía
ser una belleza, pero no fue eso lo que me atrajo hacia ella. Yo tenía un
paje en aquel tiempo, un muchacho pequeño para su edad. Era nuevo
y estaba nervioso, y tenía el desafortunado hábito de mojarse cada vez
que le gritaba. Ella y sus padres pasaron por delante de mi tienda en
una de esas ocasiones. Yo grité, el se mojó como de costumbre y me
temo que fui cualquier cosa menos comprensivo. Le reñí por
comportarse como un bebé. Tu madre se detuvo. Sus padres siguieron
caminando, sin darse cuenta de que ya no estaba con ellos. Pero ella
simplemente se quedó allí de pie y se quedó mirándome fijamente
hasta que me fijé en ella. Cuando finalmente le fruncí el ceño, me
reprendió por ser tan malo.
Su rostro se iluminó ante el recuerdo que guardaba con cariño. —
No me tenía ni un poco de miedo y me reprendió con pasión,
defendiendo a mi page. Después dio al muchacho una palmadita en el
hombro, le dijo que no tuviera miedo y se fue corriendo tras sus
padres. Tenía ese corazón. —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Yo
era un guerrero feroz y poderoso. Hombres adultos temblaban ante
mi presencia, sin embargo ese pequeño retazo de muchacha había
tenido el valor de enfrentarse a mí. Me encontré observándola durante
todo el torneo. A cada paso veía señales de la mujer valiente,
honorable y cariñosa que podría ser. Me dirigí a su padre para un
compromiso y acepté reclamarla dos semanas después de que
cumpliera dieciséis años. Y lo hice. —Su mano resbaló lejos de la
barbilla de Willa. Su voz estaba llena de amargura cuando añadió —
Entonces la destruí con mis celos.
Willa sintió que el corazón se le apretaba por el dolor y la
autorrecriminación de D'Orland. Sabía lo que él había sufrido esos
veinte años. —Creo, mi señor, que tuvisteis ayuda para olvidar
vuestro honor. Me parece que fuisteis animado a ello.
—Tal vez. Pero eso no es excusa —. Las palabras que siguieron
dijeron a Willa que él había malinterpretado la ayuda a la que se
estaba refiriendo. —No entiendo qué esperaba ganar la doncella. ¿Por
qué nos mintió a los dos ese día? Bueno… a Juliana y a Garrod —
corrigió.
Willa se mordió el labio preguntándose cómo explicar que no era a
la criada a quien ella se estaba refiriendo. Pero entonces el rostro de su
padre se iluminó de repente —¡Garrod! Apenas puedo esperar para
decirle a quién he encontrado de nuevo. Estará muy complacido por
este encuentro.
—Yo, en cierto modo, no lo creo así —dijo Willa en desacuerdo.
—Oh, sí, lo estará —, le aseguró Tristán D'Orland. —El día que
murió tu madre, lo único que pude pensar al principio, fue en atender
a Juliana. Pero cuando ya estábamos cerca de mi fortaleza empecé a
pensar que debería enterrarte con tu madre. Entonces, el hecho de que
Hillcrest no me hubiera ofrecido tu cuerpo, hizo que me detuviera.
Empecé a pensar que tal vez no estabas muerta, como él había
afirmado. Cuando dije en voz alta esos pensamientos a Garrod, él se
ofreció voluntario para descubrir la verdad, fuera una u otra. Se
quedó cerca de Claymorgan durante semanas, haciendo preguntas y
buscando noticias de tu existencia. Sin embargo, todo lo que averiguó,
sin embargo, parecía indicar que habías muerto. Regresó bastante
angustiado. Creo que él se había imaginado regresando triunfante
contigo en sus brazos. Estaba bastante angustiado por tu pérdida.
Willa se dio la vuelta, odiando tener que desilusionarlo. —Acerca de
Garrod…
—¿No es esta una escena conmovedora?
Willa se giró bruscamente al oír esas palabras sarcásticas y se
encontró mirando a un hombre alto, de pelo rojo con un expresión
desagradable. Su padre confirmó su identidad cuando dijo —Estás
aquí, Garrod. Justo ahora estábamos hablando de ti.
—Estoy seguro de que lo estabais. Estoy seguro de que la pequeña
Willa no podía esperar para correr a vuestro lado y contaros sus
aventuras —. Una sonrisa cínica curvó sus labios. Cerró la puerta y se
movió hasta el centro de la habitación. —Has demostrado ser una
especie de espina clavada en mi costado todos estos años, Willa —,
añadió recorriéndola con sus ojos fríos. —Sí. Eres tan hermosa como
Juliana. Es obvio que es tu madre. Y claro, es igualmente obvio quién
es tu padre.
Willa dio un paso cauteloso para acercarse a su padre. Observó a
Garrod —el hombre que estaba segura que había intentado matarla
tantas veces —con la cautela y el respeto que le ofrecería una víbora.
—En realidad, había esperado matarte antes de que llegaras aquí,
evitando así la necesidad de tener que asesinar a mi propio tío —
anunció, después se encogió de hombros, indiferente. Sin embargo, tal
vez esto sea lo mejor. El tío Tristan se está tomando su tiempo para
morir. Le habría ayudado en el esfuerzo pero él nunca me dio la
oportunidad. Si no estaba fuera, en la guerra, estaba aquí, en la corte,
mientras yo estaba atascado en la fortaleza encargándome de todo. Me
resultaba difícil crear un accidente que pudiera ser creíble. Me
consolaba pensando que seguramente moriría pronto en una batalla.
Por lo que todo el mundo cuenta, toma muchos riesgos innecesarios,
pero tiene una suerte endemoniada. Parece que has heredado eso de
él, junto con el color de tu pelo. Has logrado escapar a todos mis
intentos.
—¿Garrod? ¿Qué tonterías estás escupiendo? —Preguntó su padre
confundido. Parecía bastante conmocionado.
—Está hablando del hecho de que ha estado intentando matarme
desde mi nacimiento —dijo Willa en voz baja.
—¿Qué? —Tristan D'Orland se volvió hacia ella horrorizado y Willa
asintió.
—Garrod no volvió a Claymorgan para encontrar pruebas de mi
existencia, sino para intentar acabar con ella —explicó. —Mintió
cuando dijo que todo lo que había averiguado sobre mí indicaba que
había nacido muerta. Simplemente deseaba que lo hubiera hecho, e
intentó asegurarse de que lo estaba antes de nosotros pudiéramos
encontrarnos y de que pudierais comprobar vos mismo que había
nacido, heredado vuestro pelo y que era vuestra hija. Cuando se
suponía qué estaba buscándome, en realidad estaba entrando
furtivamente en Claymorgan y asfixiando al bebé de mi nodriza. Diez
años después, le rompió el cuello a mi mejor amiga, que había
cometido el error de ponerse mi vestido. Hace poco, contrató a un
hombre para que me matara y de quien se encargó mi esposo, a otro
hombre que despachó su primo, y entonces decidió intentar la tarea él
mismo. Nos persiguió a mi marido y a mí hasta un acantilado en el
río. Afortunadamente, fuimos capaces de alcanzar la orilla y
salvarnos.
—¿Es eso cierto? —preguntó lord D'Orland a su sobrino.
—Sí, es verdad. Ha sido una muchacha muy problemática. ¿No es
horrible cuando las mujeres no mueren cuando deberían? Ahora bien,
su madre —se burló, —ni siquiera había pensado en matarla. Lo única
que quería era que se fuera antes de que pudiera darte un mocoso
chillón. Me esforcé en provocar tus celos con ese fin. Juliana, sin
embargo, me hizo el gran favor de morir. Tu esposa era ciertamente
una buena mujer, tío. Tu hija, sin embargo, parece haber heredado tu
naturaleza obstinadamente terca.
Lord D'Orland negó con la cabeza. —Pero intentaste convencerme
de que Juliana era sincera conmigo. Constantemente me
tranquilizabas diciéndome que creías en su fidelidad.
—Y cada vez que lo hacía, reforzaba y alentaba vuestras propias
dudas —señaló Garrod con diversión. Entonces adoptó una expresión
más seria y dijo —Me doy cuenta de que se ve mal, mi señor. Thomas
está siempre aquí pasando tiempo a solas con Juliana, pero estoy
seguro de que ella nunca os deshonraría. Están muy unidos, es cierto,
pero estoy seguro de que su amistad no va más allá —. Las palabras
acabaron con un tono magistralmente dudoso y el padre de Willa
palideció al reconocer cómo había sido manipulado.
—Ella me fue fiel —dijo con voz débil.
—Desde luego que lo fue —confirmó Garrod burlón. —Juliana os
amaba. Hasta yo podía ver eso. Quería a Thomas como a un hermano,
nada más. Vos eras él único a quien deseaba en su cama.
Garrod negó con la cabeza disgustado. —Querido Señor, jugué con
todos como si fuera una brillante partida de ajedrez. Vos estabais
celoso, así que alimenté esos celos; ella estaba asustada de vuestro
celoso temperamento, especialmente cuando bebíais, así que alimenté
sus miedos con atroces historias de actos violentos que cometíais
cuando bebíais. Los inventaba sobre la marcha y algunos, incluso me
sorprendían a mí mismo. —Rió.
—Hasta manipulé a Thomas. Me hice amigo suyo y lo animé a
visitarnos a menudo y durante bastante tiempo. Luego fruncía el ceño
y hablaba con vos comentando que estaba abusando de vuestra
hospitalidad y que estaba seguro de que no significaba nada que él
pasara tanto tiempo con Juliana. —Garrod negó con la cabeza. —
Entonces, la última noche dije a la doncella de Juliana que planeabais
expulsar al bebé de su vientre. Y a vos os dije que su doncella
planeaba abandonaros — Soltó un breve silbido de asombro ante su
propia brillantez. —Funcionó mejor de lo que había esperado. Ella
huyó haciendo que el trabajo del parto empezara antes de lo esperado
y provocando su propia muerte en Claymorgan. Todo habría sido
perfecto —su mirada se dirigió a Willa —si no fuese por el hecho de
que tú sobreviviste.
El disgusto cruzó su expresión. —Intenté rectificar ese pequeño
fallo. Muchas veces. Pero, como tu padre, que sobrevive ileso en las
batallas cuando todos los que lo rodean son masacrados, parece que
tienes la suerte del mismísimo diablo.
—O tal vez sois, simplemente, un inepto — sugirió Willa.
Garrod se estaba tensando por ese comentario cuando lord
D'Orland preguntó —¿Por qué? Después de todo lo que hice por ti,
Garrod, ¿Por qué?
Willa miró a su padre y sintió que la compasión la agitaba al ver su
doloroso desconcierto.
—¿De todo lo que hicisteis por mí? —Garrod sonó furioso y
Willa le dirigió una mirada cautelosa. Apretaba los puños furioso. —
¡No habéis hecho nada por mí! ¡Nada! ¡Soy vuestro mayordomo! ¡No
mejor que un lacayo! He hecho que vuestra propiedad fuera próspera.
La defiendo, recojo sus rentas… ¿y para qué? ¡Un lugar para comer y
un par de monedas! Todos esos años, mientras ganabais elogios en los
campos de batalla, yo trabajé para vos. Tenía esperanzas, sueños de
ser el amo algún día. ¿Y por qué no? No os habíais casado ni
engendrado un heredero. Pensé que, seguramente, queríais dejármelo
todo a vuestra muerte —. Tensó la boca y habló con los dientes
apretados. —Nunca mencionasteis que os habíais comprometido.
Entonces, de repente, regresasteis y anunciasteis 'que era hora de
reclamar a vuestra novia'.
Adoptó una pose arrogante e imitó a su padre —«Buenos días,
Garrod. ¿Cómo va todo ? Voy a reclamar a mi novia. Me instalaré aquí
y formaré una familia».
Willa, intranquila, se puso rígida, cuando Garrod sacó su espada de
su vaina de un tirón furioso. Agarrándola con fuerza en la mano,
continuó. —Un día, estaba trabajado duro, imaginando que la
propiedad pronto sería mía. Al siguiente llegáis y anunciáis que os
vais a casar y esperáis tener un hijo que ocupe mi lugar. ¡Podría
haberos matado en el acto! Pero sabía que no conseguiría nada de esa
manera. Necesitaba ser más inteligente. Y lo fui.
—No lo suficientemente inteligente —señaló Willa consciente de
que su padre estaba avanzando lentamente para ponerse delante de
ella. Se estaba preparando para protegerla a pesar de que no tenía
armas y sintió un dolor punzante en el corazón a pensar que otra
persona moriría por ella. Su mirada se dirigió al suelo. La espada de
su padre todavía estaba a los pies de ambos, donde él la había dejado
caer. Si tan solo pudiera alcanzarla…
—¿Qué pretendes hacer ahora? —preguntó su padre avanzando un
paso más delante de Willa. —No puedes pensar que ganarás nada
matándonos ahora.
—¡Desde luego que lo haré, viejo estúpido! Mantendré la soga lejos
de mi cuello. También me dará vuestro patrimonio.
—No seas ridículo, Garrod —, espetó lord D'Orland. —No puedes
tener éxito en esta locura.
Garrod se calmó de repente y sonrió. Willa encontró eso más
aterrador que su ira. —El tiempo lo dirá. Estoy pensando que, tal vez,
la misma visión de Willa os enfureció —, sugirió suavemente. —Tal
vez vuestro odio y vuestros celos fueron transferidos de vuestra pobre
esposa muerta a ella. Tal vez, en vuestra senilidad, hasta la
confundisteis con Juliana. Vos la matasteis. Después, en vuestra
propia locura, os matasteis vos mismo. —Asintió. —Sí, eso debería
funcionar. Después de todo, ya senté las bases y susurré al rey que vos
podíais no estar bien de la cabeza. Ahora… —levantó su espada. —
Intentaré hacerlo rápido por el afecto que sentí hacia vos en el pasado,
tío.
Todo lo que ocurrió después fue confuso. Lord D'Orland renunció a
avanzar lentamente y se lanzó delante de ella protegiéndola cuando
Garrod cargó. Willa vio como su padre se preparaba para recibir el
golpe y se agachó rápidamente para recuperar su espada caída.
Consiguió ponerse de pie y rodearlo levantando la espada justo a
tiempo para detener el golpe. Sin embargo, Garrod era fuerte. Willa
gritó dolorida cuando sus brazos vibraron con el impacto. Sintió que
empezaban a ceder y que las espadas se acercaban hacia ella. Entonces
notó que los brazos de su padre la rodeaban. Sus manos agarraron la
empuñadura por encima de las suyas aumentando su fuerza a la
defensa. Los tres se quedaron atrapados en el combate durante un
instante, entonces la puerta se abrió de golpe. Un bramido llenó la
habitación.
Wil1la sintió que el alivio la recorría cuando miró por encima del
hombro de Garrod y vio a su marido avanzando hacia ellos. Parecía
extremadamente furioso y Willa sintió un breve momento de piedad
por Garrod. Entonces Garrod separó su espada de la de ellos y se dio
la vuelta para enfrentarse a la carga de Hugh. Empezó a levantar el
arma, pero fue demasiado lento. Hugh lo derribó antes de que llegase
a levantarla completamente.
Su marido miró feroz al hombre cuya sangre vital estaba escapando
rápidamente, después dirigió esa mirada hacia Willa y su padre.
Willa nunca había estado más feliz de verlo. Aun cuando él no
hubiera declarado su amor por ella. Soltando la espada, se deslizó
fuera de los brazos de su padre y se arrojó sobre Hugh. —¡Esposo! —
gritó feliz. Poniéndose de puntillas empezó a besar su cara inflexible.
Como él seguía quieto y con expresión severa, se echó hacia atrás para
ver que Hugh estaba mirando a su padre con cautelosa desconfianza.
—¿Qué ocurre? ¡Ah! —dijo. —Hugh, este es mi padre. Él no tenía
conocimiento de lo que Garrod estaba haciendo. Él no desea mi
muerte. Padre, este es mi marido, Hugh.
Sonrió al hombre mayor cuando él bajo el arma que habían usado
para defenderse del ataque de Garrod, después movió la cabeza en
señal de interrogación por la expresión de su cara. Lord D'Orland
estaba mirándola con expresión confundida.
—Me salvaste la vida —dijo D'Orland con perplejidad.
Willa notó como se sonrojaba pero negó con la cabeza. —No, mi
esposo nos salvó a los dos.
—Sí, pero tú me salvaste primero —insistió su padre.
—Bueno, lo intenté, pero él era demasiado fuerte —. Frunció el
ceño. —Creo que si Lucan no hubiese estado usando toda su fuerza en
los entrenamientos, habría sido incapaz de retener el golpe. Padre
tuvo que salvarnos añadiendo su fuerza.
—No, tú me salvaste a mí. —insistió su padre.
—Vos también me salvasteis a mí —, respondió Willa. —Y Hugh
nos salvó a los dos.
—Pero tú me salvaste primero.
—Pero Hugh nos salvó a todos al final.
—¡Dios querido! ¡Dejad de discutir sobre quién salvó a quien y
callaos!
Willa se puso rígida al oír esa orden y miró con el entrecejo fruncido
al hombre grosero que acababa de hablar. Estaba de pie en la puerta
abierta de la habitación y había una multitud de espectadores
boquiabiertos tras él. El hombre estaba vestido con las ropas más finas
que había visto nunca. Willa supuso que eso significaba que tenía una
posición elevada en la corte. Decidió que sus modales, sin embargo,
no reflejaban su posición. Se giró hacia Hugh y le dio un codazo en el
estómago.
—¿Vais a permitir que este hombre grosero hable a vuestra esposa
de esta manera? —preguntó.
Los párpados de su marido se abrieron más alarmados. —Eh…
Willa… Este es… eh… el rey John.
—Oh —. Su expresión pasó de la indignación al disgusto. —Bueno,
supongo que él tiene permitido ser grosero entonces, pero realmente,
no es correcto de su parte.
Hugh cerró los ojos por un instante mientras el rey la miraba con los
ojos entrecerrados. —Irguiéndose, habló con paciencia exagerada —
Obviamente, lady Hillcrest, acabáis de pasar por una experiencia
aterradora, así que olvidaré vuestra impertinencia. Hugh, ve con tu
esposa. Después deseo que vos y lord D'Orland vengáis a verme y me
expliquéis todo este asunto. Lo quiero resuelto hoy.
—Es… —La mano de Hugh sobre la boca de Willa detuvo sus
palabras. Después sonrió y asintió al rey John. Los labios del rey se
curvaron con diversión; después se dio media vuelta y dejó la
habitación. La multitud de curiosos le abrieron camino y después lo
siguió.
—Solo iba a decir que el asunto está resuelto —explicó Willa cuando
Hugh retiró la mano.
Hugh se rio a medias, después apoyó la frente contra la de ella. —
¿Esposa?
—¿Sí? —preguntó Willa cautelosa.
—Te amo.
Willa se quedó paralizada al oír esa declaración y dio un paso atrás
para poder verle la cara. —¿Lo haces?
—Sí. A veces me vuelve loco y eres la mayor fuente de problemas
que me he encontrado en la vida pero, que Dios me ayude, te amo.
—Oh, Hugh —jadeó Willa, entonces sonrió —Yo os amo, también.
Se lanzó hacia él y lo rodeó con los brazos, le buscó la boca con la
suya en un beso que en seguida se volvió apasionado. Willa acababa
de darse cuenta como la mano de él bajaba hacia su pecho cuando una
garganta aclarándose le recordó la presencia de su padre.
Sonrojándose violentamente, rompió el beso al momento.
—Eh… tal vez deberíamos llevar a Willa a su habitación y retirarnos
nosotros mismos para encontrarnos con el rey —sugirió a Hugh. —El
rey John no es el más paciente de los hombres.
Capítulo veintiuno
—¿Qué estás haciendo? No puedes cruzar las piernas así.
Descrúzalas. Ella debe empujar ahora. Empuja, Willa —ordenó su
padre.
El cabello de Tristan D'Orland era una masa salvaje alrededor de su
cabeza y solo llevaba una túnica.
El padre de Willa había visitado Hillcrest a menudo desde su
encuentro en la corte. Él y Hugh se habían hecho buenos amigos,
disfrutando de la caza y compartiendo historias de guerra juntos.
Willa también se había acercado a él. Hasta había empezado a usar el
término cariñoso Papá con él. Richard Hillcrest todavía era el padre de
su corazón, pero su corazón tenía sitio para dos papás.
—¡No empujes! —gritó Hugh mientras Willa gruñía y se sentaba
derecha en la cama. Él había arrastrado las sábanas y las pieles con él
al saltar de la cama, dejándola allí acostada solo con su camisa.
Entonces recolocó la sábana y ordenó. —Espera a Eada. Ella…
—¡No puedes decirle que espere! —espetó lord D'Orland. —El bebé
está preparado para salir ahora.
—Bebés —Willa jadeó al recordárselo y vio exasperada como los
dos hombres palidecían.
El primer dolor la había golpeado mientras dormía. Se había
despertado con un grito. El sonido había despertado a Hugh de
inmediato y sacado a su padre de la cama. Lord D'Orland había
entrado corriendo en la habitación antes siquiera de que Hugh
hubiese conseguido encontrar y ponerse sus braies. Ahora los dos
hombres discutían sobre cómo debían hacerse las cosas. O al menos lo
habían estado haciendo.
—¡Dios querido! Olvidé que eran gemelos — dijo lord D'Orland. —
Me lo dijisteis pero… —Cruza las piernas, Willa, y espera a Eada —,
ordenó con firmeza. Cuando ella no se movió para hacerlo, él dio un
paso adelante, la cogió los tobillos por encima de la ropa y los cruzó
por ella. Parecía que el gran guerrero, Tristan D'Orland, se sentía
capaz de dirigir el nacimiento de un bebé pero se acobardaba por el
nacimiento de dos. Willa empezó a sonreír divertida pero la expresión
murió cuando su cuerpo se contrajo otra vez. Cerrando los ojos con
fuerza, hizo una mueca de agonía.
—¿Duele mucho? —preguntó Hugh preocupado.
Willa abrió los ojos de golpe y su esposo se convirtió en el objetivo
de una furia inducida por el dolor —Sí, marido. —dijo con los dientes
apretados. —¿Quieres que te demuestre cómo duele?
—Eh… no. —Hugh se movió cauteloso fuera de su alcance cuando
Willa estiró la mano en dirección a su ingle.
—No la molestes, Hugh. La estás molestando —. Lord D'Orland
frunció el ceño a su yerno, luego sonrió alentador a su hija. —Trata de
relajarte, hija. Eada debe estar a punto de llegar —. Después frunció el
ceño hacia la puerta. —¿Dónde está esa mujer?
—Probablemente durmiendo en su cama ya que nadie se ha
molestado en ir a buscarla —, señaló Willa.
Hugh y su padre enderezaron la espalda al momento con horror en
sus caras al darse cuenta de que ella tenía razón.
—¿Qué diablos es todo este barullo? —Jollivet entró tambaleándose
adormilado atravesando la puerta y se encontró siendo el blanco de
tres pares de ojos.
—¡Eada! —ladró el padre de Willa. —¡Necesitamos a Eada!
Eso hizo que el primo de Hugh se detuviera, su somnolencia
desapareció al momento —¿Son los bebés?
—Sí, son los bebés — dijo Hugh con brusquedad. —¡Ve a buscar a
Eada!
El hombre giró sobre sus talones y ya casi corría cuando Lucan
apareció en el pasillo detrás de él. El amigo de Hugh vio a Jollivet salir
corriendo y entró en la habitación ahogando un bostezo —¿A dónde
iba Jollivet con tanta prisa?
—A buscar a Eada. Los bebés ya vienten.
La boca de Lucan se cerró con un chasquido, su mirada se dirigió a
Willa. —¿Ahora? —preguntó alarmando. —¡Pero estamos a mitad de
la noche!
—No parece que eso les preocupe, mi señor —, dijo Willa con
cansancio, dejándose caer de espaldas cuando terminó el dolor.
Cerrando los ojos trató de pensar en quién había sido el que había
tenido la brillante idea de que los hombres celebraran una cacería. Ah,
sí, suya. Hugh había estado volviéndola loca con su ansiedad flotando
a su alrededor y ella había esperado distraer su atención. En cambio,
ahora ella era el centro de atención de casi todos.
No casi. Todos, se corrigió mientras un rumor desde la puerta atrajo
su mirada esperanzada para ver a Baldulf entrando corriendo con lord
Wynekyn a sus talones.
—Jollivet dijo que estaban llegando los bebés —dijo Baldulf.
Lord Wynekyn rodeó corriendo al guardia cuando Hugh y su padre
asintieron infelices. El tío Luieus también había llegado para la
cacería. El amigo más antiguo y querido de lord Richard estaba
empezando a desarrollar una amistad con el padre de Willa. Eran de
la misma edad y, ahora que el problema de Tristan intentando matar a
Willa había sido resuelto, los dos hombres se llevaban como una
chimenea con el fuego.
—¿Por qué están sus piernas cruzadas? —gritó lord Wynekyn. —
¡Los bebés no podrán salir así? —Corriendo hacia la cama, le cogió los
tobillos por encima de las sábana y se los descruzó. Entonces pareció
darse cuenta de lo que estaba haciendo y se puso todo rojo. Soltándole
los tobillos, se alejó de la cama.
—Ahí, eso está mejor. —Se veía terriblemente avergonzando, pero
dio un paso adelante para acariciarle un pie por encima de la sábana.
—Creo que se supone que debes empujar.
—¡No empujes! —Hugh y el padre de Willa gritaron a coro.
—¡Por supuesto que tiene que empujar! —Eada se apresuró a entrar
corriendo en la habitación con Jollivet pisándole los talones. —¡Fuera!
¡Todos! Este no es lugar para hombres.
Willa no perdió el detalle de que todos los hombres la abandonaban
ahora que Eada estaba allí. Pero dejó escapar un suspiro de alivio
cuando la puerta se cerró tras ellos. —¡Hombres!
—Sí —. Eada retiró la sábana con la que la había cubierto Hugh. —
Pero todos ellos te quieren.
—Sí —. Willa sonrió mientras observaba cómo se movía la otra
mujer. No habían ninguna duda en su mente de que hasta el último
hombre que acababa de dejar la habitación, y la mujer que estaba
preparándose para ayudarla a traer a sus hijos al mundo, la amaban.
Willa tenía mucho amor ahora. Una familia para compensar todo lo
que había perdido. Esos nuevos seres queridos no podrían reemplazar
nunca a aquellos que habían muerto, pero su presencia había aliviado
el dolor de su pérdida. A veces su amor la llenaba de tal modo que
sentía como si su corazón pudiera estallar de alegría.
—¿Qué te tiene sonriendo?
Willa miró sorprendida hacia la puerta cuando Hugh la cerró detrás
de él y se dirigió hacia la cama. —Pensé que habías bajado con los
demás.
—No te dejaría sola con los dolores del parto. Ahora, dime, ¿por qué
estabas sonriendo?
La sonrisa volvió a florecer en su rostro. —Sólo estaba pensando en
lo afortunada que soy, y que Eada tenía razón… como de costumbre.
Hugh pareció disgustado, pero asintió. —Sí. Me dijo que pronto
llegaría amarte y que disfrutaríamos de felicidad, muchos bebés y una
vida larga. Tengo el amor y la felicidad y hemos empezado con los
bebés. —Movió la mano para cubrirle el estómago. —Solo espero que
haya acertado con lo de la larga vida, porque me llevará toda una vida
mostrarte todo el amor que siento hacia ti.
—Oh, Hugh —, las lágrimas inundaron sus ojos y Willa apretó la
mano de él entre las suyas. —Ese es el discurso más largo y dulce que
te he escuchado pronunciar jamás. Jollivet te está refinando.
Su esposo palideció sólo al pensarlo —¡Dios querido, espero que no!
Willa rió ante su horror sabiendo que era fingido. Luego levantó la
mano a sus labios y la besó. —Te amo, esposo.
Hugh recuperó su mano y le cogió la suya para depositar un beso
sobre sus nodillos. — Y yo te amo, esposa.
Notas
[←1]
Padrino: Godfather. Dios: God. Juego de palabras en inglés.
[←2]
«willed» de «will»: legar, dejar en testamento.
[←3]
Muñeco giratorio, usado en los torneos medievales que llevaba un escudo
en la mano izquierda y una correa con bolas o saquitos de arena en la
derecha, y que, al ser herido en el escudo por una lanza por los jugadores
que pasaban corriendo, se volvía y golpeaba con las bolas o con los sacos al
jugador que no pasaba lo suficientemente rápido.