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Lo que ella quiere

Lynsay Sands

Lo que ella quiere.


Título original: What She Wants (2.002)
Género: Romántico - s. XII - Inglaterra
Traducción libre
Protagonistas: Willa y Hugh Dulonget
Argumento:
El conde Hugh Dulonget de Hillcrest es un caballero formidable
que se ha metido en un buen lío. El testamento de su tío tiene un
codicilo: debe casarse. ¡Y Hugh acaba de insultar a su futura esposa
llamándola campesina! ¿Cómo puede recuperar su favor?
Todo el mundo tiene un consejo. Algunos de sus soldados creen
que debe ganarse el amor de la bella Willa comprándole chucherías. El
sacerdote de su castillo le regala el De Secretis Mulierum, un libro
sobre los misterios de las mujeres. Pero Hugh tiene sus propias ideas.
Superará todos los obstáculos, y la ayuda de sus amigos, para
demostrar a Willa que él es no solo lo que ella necesita, sino también
lo que ella quiere. Y que los dos están destinados a una vida de
felicidad.
Prólogo
Claymorgan
Inglaterra. Primavera 1199.

Su paso a través del bosque hizo temblar las hojas. Su risa infantil
resonó entre los árboles y el viento hizo volar su pelo en una corriente
dorada detrás de ella. El sol la cubría de besos y la tierra empapada
por el agua de la lluvia se aplastaba entre sus dedos, abrazándola a
cada paso.
A Willa le gustaba correr con los pies desnudos después de la lluvia.
Sin embargo, si Eada o papá se enteraban, se metería en problemas.
Pero merecía la pena el riesgo.
Irrumpió en el claro y se detuvo abruptamente. Su risa se
desvaneció al instante, la felicidad desapareció de su expresión. Algo
estaba mal. Había mucho silencio. Demasiado silencio. Los pájaros
habían dejado de cantar y estaban inmóviles en los árboles. Incluso los
insectos habían dejado de zumbar. Y ya no podía oír correr a Luvena
delante de ella.
Arrugó la frente preocupada mientras miraba lentamente alrededor
del claro.
—¿Luv? —susurró, dando un paso tímido hacia delante. —¿Luv?
Un leve murmullo la hizo girar la cabeza. Algo caía desde el
pequeño acantilado que estaba cerca de la zona por la que había
entrado al claro. La tela, dorada como el sol, volaba en el aire igual
que un polluelo que caía desde su nido. El bulto aterrizó con un ruido
sordo.
Willa tragó saliva nerviosa. Su mirada se deslizó lentamente sobre
montón brillante de material dorado tirado sobre la hierba. Era el
vestido que Lord Sedgewidk había traído desde Londres para ella. El
que Luvena había estado tan ansiosa de probar.
Después divisó unas piernas pequeñas e inmóviles, envueltas en
medias nuevas y finas. Faltaba una de las zapatillas. Una mano yacía
como si suplicara entre el material del vestido. Mechones de pelo de
color dorado rojizo estaban esparcidos sobre la hierba. La cara pálida
de Luvena estaba girada hacia el otro lado, la cabeza tenía un ángulo
extraño.
Esas imágenes asaltaron a Willa, una después de otra, como hilos de
un tapiz que todavía no se había creado. Para cuando su cerebro los
entrelazó y entendió su significado, ya llevaba gritando varios
minutos.

Capítulo 1
La puerta se abrió de golpe y se estrelló contra la pared de la cabaña
con lo que habría sido un buen choque si hubiera estado hecha de
material más fuerte. Hugh había estado a punto de desmontar, pero
hizo una pausa en su carrera para dirigir una mirada cautelosa a la
anciana que lo observaba ahora desde la puerta abierta.
Eada. Era muy vieja, la edad le encorvaba los hombros y retorcía las
manos y los dedos. Su pelo era una larga capa de color blanco que
rodeaba una cara estropeada y arrugada por el paso de los años. Solo
sus ojos azul cobalto mostraban todavía algún indicio de juventud;
también ofrecían una mirada de conocimiento que era desconcertante.
Esa mujer puede mirarte a los ojos y ver tu alma, distinguir cada defecto y
cada virtud que poseas. Puede leer tu futuro en los sedimentos del vino y leer
tu pasado en las líneas de tu cara.
A Hugh le habían contado todo esto y, aún así, una sacudida lo
atravesó cuando miró a los ojos de la anciana. Notó una conmoción
que recorrió todo su cuerpo, como si ella, verdaderamente, estuviese
mirando directamente en su interior; como si ella pudiera ver todo el
camino bajando hasta los dedos de sus pies, que tenía arqueados en
ese momento. La mujer sostuvo la mirada de Hugh durante un
momento, después entró en la casucha. Dejó la puerta abierta; era, sin
ninguna duda, una invitación para que él la siguiera.
Hugh se relajó una vez la mujer estuvo fuera de su vista, después
miró al hombre montado a su lado, Lucan D'Amanieu, su amigo y
confidente durante años. Hugh había esperado que su compañero
calmara las tontas supersticiones que, de repente, crecían dentro de él.
Las viejas creencias en brujas y fantasmas de la infancia empezaron a
agitarse y a vivir de nuevo en su menta repentinamente llena de
fantasías; y había contado con Lucan para arquear una ceja divertido y
hacer algún comentario burlón que pusiera todo de nuevo en
perspectiva. Desafortunadamente, parecía que su normalmente
sensato amigo se sentía tan imaginativo como él ese día. En lugar de
calmarlo, Lucan parecía tan nervioso como él mismo.
—¿Crees que lo sabe? —preguntó.
Hugh se sobresaltó al oír la pregunta. No se le había ocurrido que la
mujer pudiera hacerlo. Ahora sí consideró la posibilidad, con la
mirada fija en el cobertizo dijo al fin, —No. ¿Cómo podría?
—Sí. —Lucan estuvo de acuerdo con menos confianza mientras
desmontaba. —¿Cómo podría?
La mujer anciana estaba avivando el fuego cuando entraron en la
cabaña. Dio a los dos hombres una oportunidad para estudiar su
entorno.
En contraste con el estado de suciedad y descuido del exterior de la
cabaña, el interior estaba limpio y era bastante hogareño. Había flores
en un cuenco de madera colocado en el centro de una mesa
toscamente labrada al fondo de la habitación, y un catre estrecho
estaba pegado contra la pared opuesta. Había una chimenea en la
pared que estaba frente a la puerta y allí era donde la mujer estaba
alimentando las llamas. Una vez satisfecha, se movió de vuelta a la
mesa y se dejó caer sobre una de las tres sillas, después ofreció a Hugh
y a Lucan las otras.
Después de una vacilación apenas perceptible, Hugh tomó la silla
opuesta a la de la mujer y se sentó de espaldas a la puerta. Lucan
cogió la silla que estaba al lado de la mujer que le permitía una visión
clara de la puerta, y de cualquiera que entrara. Entonces los dos
esperaron expectantes a que la mujer preguntara la razón de su visita.
En vez de ello, la mujer cogió la jarra de vino del centro de la mesa y
sirvió dos tazas llenas. Ignorando a Lucan, empujó una hacia Hugh,
después se llevó la otra a la boca.
A Falta de algo mejor que hacer, Hugh bebió. Se arrepintió de
inmediato. El vino era amargo y le raspaba la lengua. Haciendo su
mejor esfuerzo para no mostrar su disgusto, dejó la jarra casi llena
sobre la superficie gastada de la mesa. Hugh volvió su mirada hacia la
bruja, esperando todavía alguna pregunta sobre el motivo de su
presencia, o al menos, sobre su identidad. La anciana simplemente lo
miró por encima del borde de su taza, esperando. Cuando el silencio
se hizo demasiado largo y tenso, Hugh habló por fin, —Soy Hugh
Dulonget.
—El quinto conde de Hillcrest.
Hugh se sobresaltó cuando la mujer terminó la presentación por él.
—¿Sabéis de mi tío…?
—Muerto. El corazón.
—¿Perdón? —La miró desconcertado.
—Dije que está muerto. Su corazón se rindió con él, —repitió la
mujer con impaciencia. —Lo sucederéis como poseedor en su título y
riquezas.
—Sí. Soy su sobrino. Su único heredero.
—¿El único, hmmm? —El tono era seco y lo hizo sentirse incómodo.
—Bueno… sí. —mintió Hugh, retorciéndose bajo la mirada
omnisciente de la mujer. Dijo. —No, tío Richard dejó un legado para…
—¿Un legado? —La bruja pareció mirar a través de él.
Hugh levantó el vino y empezó a beber casis desesperadamente a
pesar de su sabor amargo. Golpeó la mesa con la jarra, una vez estuvo
vacía, y enderezó los hombros y frunció el ceño. —Desde luego, ella
continuará recibiendo las monedas para su manutención.
—¿Ella?
—La muchacha. Esa Willa por la que mi tío estaba tan preocupado.
—No se molestó en ocultar su disgusto por el asunto.
—¿Monedas para su cuidado? ¿Hmmm?
Hugh tragó saliva y sintió que su incomodidad crecía. La mirada fija
de la anciana era desconcertante. Casi podía creer que estaba mirando
su alma. Si era así, sospechaba que los defectos que encontraría serían
muchos. Dudaba que hubiera visto muchas gracias hasta el momento.
Después de todo, él estaba mintiendo descaradamente.
—¿No querréis decir mejor que ella estará bien cuidada una vez se
case con vos?
Hugo se quedó paralizado. Podía sentir que la sangre corría a su
rostro con la rabia que volvía a encenderse. Esa misma furia lo había
consumido al escuchar las noticias por primera vez del abogado de su
tío. Él lo heredaría todo. El condado, el dinero los sirvientes, las
fincas… así como la hija bastarda de su tío para casarse. En efecto, le
habían legado una esposa. Nada menos que una aldeana bastarda,
criada por una anciana que una vez había servido en el castillo. Era
una de las situaciones más estúpidas en las que Hugh jamás había
imaginado verse envuelto. ¡Él! Un lord, el hijo de un gran caballero, y
ahora heredero de un condado, ¡casarse con una mocosa de la aldea!
Ni siquiera era una dama, tan solo una palurda bastarda de la aldea
sin más entrenamiento que ordeñar vacas o lo que quiera que fuese
que le enseñasen a las jóvenes en los pueblos. Imposible. Inconcebible.
Pero cierto. Ahora, igual que había pasado esa mañana, sentía que su
cuerpo se contraía con la furia. Mantuvo los puños fuertemente
cerrados sobre la mesa, anhelando cerrarlos alrededor de la garganta
de la anciana. Fue entonces cuando escuchó la canción. Era una voz de
mujer, alta y clara y tan dulce como una jarra de aguamiel fresca en la
tarde más calurosa.
Todo pareció calmarse; su ira, sus pensamientos, los latidos de su
propio corazón golpearon más calmados con una sensación de
anticipación, incluso el espacio a su alrededor pareció paralizarse.
Lucan y la bruja se quedaron inmóviles. Una mosca que había estado
zumbando alrededor de la jarra se posó en uno de sus labios y quedó
allí como si estuviera escuchando la voz mientras se acercaba.
La puerta detrás de él se abrió y bañó el oscuro interior de la cabaña
con la luz de la tarde, después algo se movió para volver a bloquear
esa luz. La canción se detuvo bruscamente.
—¡Oh! Tenemos invitados.
Hugh escuchó el grito ahogado de Lucan. Preguntándose por la
razón, se giró inexorable hacia la fuente de la encantadora voz. Sintió
que su mandíbula se aflojaba conmocionado. Un ángel. Seguramente,
eso es lo que era. Solo un ángel brillaría con luz dorada, pensó Hugh
mientras miraba el contorno radiante de la forma femenina. Entonces,
la joven se alejó de la puerta. Se dirigió a un lado de la anciana y Hugh
vio que el brillo dorado había sido tan solo el reflejo de la luz del sol
en su pelo. ¡Y qué glorioso era! Mechones gruesos y largos de oro
puro.
No, oro puro no, decidió. Esas trenzas eran más brillantes que el oro
y había hebras de color rojizo entre ellas. Su cabello estaba tejido con
luz del sol mezclado con fuego. Brillaba por encima de sus hombros y
bajaba pasando por las caderas hasta las rodillas. Hugh nunca había
visto antes una visión semejante y estaba seguro de que nunca
volvería a verla. Al principio, estaba tan paralizado por la visión, que
no se fijo ni en la cara ni en su figura mientras ella se inclinaba para
dar un beso afectuoso en la mejilla de la vieja bruja. Entonces ella se
puso derecha. La mirada limpia de sus ojos grises se volvió hacia él y
la atención de Hugh cambió, centrándose en la palidez de su rostro y
en la expresión audaz. Su mirada se clavó en la sonrisa de unos labios
lujuriosos y se encontró a sí mismo tragando saliva.
—Vos debéis ser mi prometido.
Esas palabras dejaron frío a Hugh. La admiración por su belleza se
convirtió, en cambio, en una lectura sombría del vestido sencillo y
remendado que llevaba. La prenda colgaba de ella como un saco.
Parecía una moza aldeana, una aldeana joven y guapa, quizás, pero
una simple aldeana cuando él era un lord, demasiado por encima de
una simple mujer de progenitores tan inciertos. Casarse con ella
estaba fuera de discusión, aunque sí haría una amante atractiva.
—El oro es oro, ya esté enterrado en el barro o adornando la corona
de un rey, —dijo la anciana.
Hugh frunció el ceño ante el comentario, molesto por la insinuación
de la mujer de que sabía qué estaba pensando. Estaba aún más
molesto por el significado de las palabras, ya que estaba seguro de que
no eran aplicables a su situación.
Como él permaneció en silencio, la bruja inclinó la cabeza a un lado,
estudiándolo. Entonces alargó el brazo para estrechar la mano sobre
su hombro, llamando así la atención de la joven, —Necesitaremos más
ajo, niña. Para el viaje.
Asintiendo, la joven recogió un cesto y dejó la cabaña sin hacer
ruido.
—Os casaréis con ella. —Era una simple declaración de un hecho.
Hugh se giró bruscamente hacia la bruja, pero se quedó congelado
cuando vio que ahora la mujer sostenía su taza vacía. Estaba
entrecerrando los ojos ante los sedimentos que había dejado cuando
terminó la bebida. Ese conocimiento envió un escalofrío de algo
parecido al miedo por su espina dorsal. Se decía que esa mujer veía el
futuro en aquellos sedimentos. En esos tiempos inciertos que estaban
viviendo, Hugh pensaba que no deseaba saber lo que estaba por
llegar. Pero lo deseara o no, la mujer siguió leyendo.
—Os casaréis por ella por vuestra gente, pero ella reclamará
rápidamente vuestro corazón.
Se mofó desdeñoso de esa posibilidad, pero la mujer no le prestó la
menor atención mientras seguía mirando el fondo de la taza. —El
futuro tiene mucha alegría, felicidad y muchos niños… si resolvéis el
enigma.
—¿Qué enigma? —preguntó Lucan sin aliento y Hugh soltó un
bufido burlón al ver que su amigo estaba cayendo en el engaño.
Cuando la mujer se limitó a levantar la mirada y dirigirla hacia el otro
caballero, se movió y preguntó, —Bueno, está bien, ¿y si no resuelvo
el enigma?
—La muerte espera.
Hugh vio la convicción en los ojos de la mujer y tragó saliva
nervioso. Entonces la mujer volvió a sentarse y agitó la mano
impaciente. —Marchaos. Estoy cansada y vuestra presencia me
molesta.
Los dos hombres estuvieron más que felices de complacerla. Se
retiraron de la cabaña oscura y salieron a la luz del sol con alivio.
—¿Y bien? —cuestionó Lucan mientras volvían a sus monturas.
Con cara seria, Hugh esperó hasta estar de nuevo sobre su montura
para preguntar a su vez —¿Y bien, qué?
—¿Volverás por la mañana a por ella o no?
—Él volverá.
Hugh hizo chasquear el cuello al girar la cabeza para ver a la vieja
escuchándolos, después tiró enfadado de sus riendas, hizo dar la
vuelta a su caballo antes de espolearlo y obligarlo a salir al galope
dejando a Lucan trepando para subir a su montura y alcanzarlo.
Hugh tuvo que reducir su velocidad una vez llegó a los árboles; no
había un verdadero camino hacia ni desde la cabaña, lo que había
hecho que encontrarla fuera una aventura. Su ritmo más lento
permitió que Lucan lo alcanzara. En el momento en que lo hizo, le
preguntó otra vez si se casaría con la joven.
Hugh frunció el ceño al oír la pregunta. Su visita a lord Wynekyn y
al abogado había sido breve. En el momento en que escuchó las
primeras palabras acerca de que se esperaba que contrajese
matrimonio con alguien llamado Willa, no se puso de buen humor
precisamente. Después de berrear y pisotear el suelo fuertemente unas
cuantas veces, se dirigió a Hillcrest. Hugh no deseaba casarse con la
moza. Pero no estaba seguro de cómo podía librarse de hacerlo. Según
lo explicado por el abogado, él debía casarse con ella para conseguir
su herencia. —No lo deseo, pero me temo que no tengo elección si
quiero Hillcrest.
—Pero seguro que no te pueden negar Hillcrest, —argumentó
Lucan. —Es tuyo por derecho de primogenitura. Eres el siguiente en
la línea de sucesión. Te cases con la chica o no, no se te puede negar
Hillcrest.
Hugh se animo con ese comentario. —Sí. Tienes razón.
—Sí. ¿Así que qué vas a hacer con ella? —preguntó Lucan y la
postura de Hugh se desinfló junto con su estado de ánimo. —No lo sé.
Ambos callaron un momento, entonces Hugh dijo lentamente, —
Supongo que tendré que encargarme de asegurar su futuro. Estamos
emparentados, después de todo.
—Sí, —murmuró Lucan. Después, cuando Hugh no continuó,
sugirió tentativamente, —Tal vez deberías concertar un matrimonio
para ella. Eso arreglaría el problema.
Hugh reflexionó sobre la idea brevemente, después asintió
despacio. —Sí. Esa puede ser exactamente la respuesta. Puede que
incluso sienta inclinación por alguien de su propia clase.
—Sí, puede ser.
Relajándose un poco, Hugh se dedicó a llevar a cabo la tarea en su
mente. Tendría que trabajar sin que lo notase la anciana, eso era obvio.
Si la bruja se enteraba de sus planes, lo más probable es que les
pusiera fin rápidamente y le causara muchos problemas. Supuso que
eso ya no sería su responsabilidad. Después de todo, la única cosa que
podía hacer era intentar asegurar el bienestar futuro de la joven. Si la
vieja no quería aceptar nada de él que no fuese el matrimonio…
bueno, iba a sentirse decepcionada. Sería una pena si ponía a la moza
las cosas más difíciles de lo necesario.
La melodiosa voz, alta clara y angelical, llegó a él de nuevo
momentos más tarde. Ladeando la cabeza, la fue girando
gradualmente hasta que pudo distinguir cuál era la dirección de la
que venía la canción, y después dirigió su caballo hacia allí. Hugh
llegó a un claro para encontrar el dulce sonido en el aire, pero no
había señal de la joven de cuyos labios provenía.
Perplejo, estudió el área más cuidadosamente. La vio medio oculta
en medio de una aglomeración de malas hierbas. En vez de buscar el
ajo, como le había ordenado la anciana, la joven estaba recostada en
una maraña de hierbas y flores. Estaba haciendo cadenas de diente de
león mientras cantaba. Hugh instó a su caballo a adelantarse, casi
lamentándolo cuando la canción murió a mitad de una palabra y ella
se sentó abruptamente.
—Ella te envió a por ajo. ¿Es así como obedeces a tu guardiana? —
preguntó Hugh. Cuando ella se limitó a mirarlo confundida, el
caballero se movió impaciente, —¡Contéstame!
—Ella no necesita ajo, mi lord. Ya lo recogí ayer.
—Tal vez necesitaba más. ¿Por qué otra razón iba a pedirte que lo
buscaras?
—Simplemente, deseaba hablar con vos a solas.
Hugh aceptó esa respuesta en silencio. Su mirada recorrió el
contorno del claro y empezó a fruncir el ceño. —No es seguro
deambular solo por ahí. Podía cogerte alguien. ¿Qué harías entonces?
—Wolfy y Fen me mantendrían a salvo.
Hugh levantó las cejas pero no la cuestionó.
La joven inclinó la cabeza como si estuviera escuchando algo antes
de recoger su cesto vacío y ponerse de pie. —Debo volver. Querrá
verme ahora que os habéis ido.
—Espera. —Inclinándose, la cogió del brazo, para soltarla
inmediatamente como si le hubiera picado algo cuando ella dio la
vuelta a su pregunta. Sacudiendo la cabeza ante su propia reacción
ante la joven, extendió la mano. —Te llevaré de vuelta.
Willa no dudó, sino que al momento colocó sus dedos sobre los de
él. Por un momento, Hugh se maravilló de que ella pusiera su
confianza en él tan fácilmente. Después razonó que, por lo que ella
sabía, él era su prometido. Por supuesto que confiaba en él. Una vez el
problema estuvo resuelto en su mente, la levantó y la sentó sobre la
silla delante de él, después ajustó las riendas. Hugh condujo al caballo
en un lento círculo de vuelta al camino por el que habían llegado,
consciente de que Lucan estaba detrás, siguiéndolo a una distancia
discreta en su propia montura.
—¿Quiénes son Wilf y Fin? —preguntó Hugh.
—Wolfy y Fen, —lo corrigió la joven, después añadió, —amigos. —
La joven se movió un poco en la silla de montar buscando un asiento
más cómodo.
Hugh apretó los dientes intentando controlar la reacción natural de
su cuerpo mientras ella se frotaba contra él, pero siguió decidido con
sus preguntas. —¿Has considerado alguna vez casarte con uno de
ellos?
Esa pregunta hizo que la cabeza de la joven se moviera de un lado a
otro y la girara hacia él, los encantadores mechones doradas rozaron
la cara del caballero. Para su disgusto, una explosión de risa brotó de
los labios de la moza. —¡No! Mi lord, eso sería completamente
imposible.
El sincero regocijo de la joven ante la idea hizo que el ceño fruncido
volviera a aparecer en la expresión de Hugh cuando la joven volvió a
mirar al frente. Desafortunadamente, aunque ella se dio la vuelta, su
pelo seguía pegado a su cara, atrapado en la barba de sus mejillas.
Hugh sacudió la cabeza y la echo hacia atrás para librarse de los
suaves zarcillos, después pensó en su siguiente pregunta. Aunque
todavía sentía curiosidad acerca de los Wolfy y Fen que ella había
mencionado, Hugh estaba más preocupado por resolver la situación
de una forma en que no tuviera que casarse con ella, pero por la que
tampoco tuviera que sentirse culpable.
—¿Hay alguien que tenga un lugar especial en tus afectos? —
preguntó Hugh al fin.
—Por supuesto.
Hugh se quedó inmóvil, sus manos apretaron las riendas mientras
su esperanza crecía con esas palabras tan fácilmente confesadas. No
había esperado ser tan afortunado. Pero si ella sentía inclinación por
alguien, todo lo que necesitaba hacer era disponerlo todo para que ella
se casara con él. Después establecería a la pareja con algo de dinero y
sus problemas terminarían.
—Eada es como una madre para mí, —dijo la joven haciendo
estallar la burbuja del caballero. —Es una mujer maravillosa. Muy
especial.
Hugh puso los ojos en blanco al oír eso, encontrando difícil ver nada
especial ni maravilloso en la bruja. Pero, en cualquier caso,
obviamente la joven no había entendido su pregunta. Al parecer, tenía
que ser más concreto. Debería haberlo esperado, desde luego. Ella era,
sin duda alguna, una campesina sin educación, una mente simple.
Willa se movió de nuevo en la silla delante de él, después sacudió la
cabeza y envió otra vez varios mechones de cabello dorado hacia
arriba para ser capturados por las mejillas sin afeitar del caballero.
Hugh se llevó una mano a la cara y se la frotó como si fueran telas de
araña; pensó, con cierta irritación, que debería haberse tomado un
tiempo para bañarse y afeitarse antes de ir a buscar la cabaña de la
bruja. Sin embargo, no había estado de humor para tales sutilezas.
Después de enterarse de las particularidades de su herencia, había
hecho los dos días de cabalgada a Hillcrest con Lucan como única
compañía. Se había detenido en Hillcrest tan solo el tiempo suficiente
para mirar alrededor, hacer unas pocas preguntas, y conseguir la
dirección de esa Willa que le habían dejado. Había sido entonces
cuando oyó hablar de la vieja, Eada. Los hombres de su tío y sus
sirvientes habían estado más que ansiosos de prevenirle acerca de sus
formas de bruja, pero menos que felices de aportar noticias sobre la
chica a la que se decía que protegía la anciana. Por lo que había visto,
podía decir que las descripciones de la anciana eran correctas, pensó
recordando su aire espeluznante.
Sacudiendo el recuerdo de su cabeza, devolvió su atención al asunto
que tenía ahora entre manos. —Temo que me malinterpretaste cuando
pregunté si había alguien que ocupara un lugar especial en tus afectos,
—le dijo. —Lo que quería decir es si hay algún hombre en particular
por quien tengas sentimientos.
La cuestión la hizo girar para mirarlo y Hugh se encontró una vez
más con la cara llena de suaves hebras doradas. Esos hilos se
adhirieron a él suavemente, obligándolo a apartándoselos otra vez. Lo
estaban volviendo loco. No era solo la sensación de cosquilleo que le
causaban, sino también el olor. Su cabello olía a sol y a limones. Hugh
nunca había sentido antes ninguna atracción por el olor a limón y la
luz del sol, pero, al venir de su cabeza, la combinación parecía
deliciosa. Casi tan deliciosa como la sensación del trasero de la joven
frotándose contra su ingle con cada paso de la montura. ¿Por qué se
había ofrecido a llevarla de vuelta a la cabaña? se preguntó con
disgusto. Había pensado que era una buena oportunidad para hablar
con ella lejos de la bruja, pero estaba encontrando que la cercanía de
ella lo distraía terriblemente en un momento en que necesitaba todo
su ingenio.
—Lo siento, mi lord. Lo entendí mal. —Se volvió a girar para
dirigirle una mirada contrita. La joven era, aparentemente, totalmente
inconsciente del hecho de que ese movimiento presionaba sus senos
contra su pecho y su brazo, y su trasero más firmemente contra su
virilidad ahora en crecimiento.
Hugh dejó escapar el aliento resignado. Había estado semierecto
desde el momento en que la sentó en la silla. Ahora podía
considerarse un abanderado.
—Sí. Bueno, —dijo bruscamente, preguntándose si ella podía sentir
lo que le estaba provocando. —Entonces… ¿Hay algún hombre en
particular por quien sientas algo?
Para su alivio, ella volvió a mirar hacia delante aliviándole un poco
su incomodidad. Desafortunadamente, su respuesta no fue tan
agradable.
—Desde luego, milord. Vos.
—¿Yo? —la parte superior del cuerpo de Hugh se puso tan rígida
como la inferior. —Seguramente, bromeas, ¿verdad, muchacha?
Acabas de conocerme. ¿Cómo puedes proclamar que sientes afecto
por mí?
—¿Cómo no podría? —Por la expresión en su cara cuando volvió a
girarse hacia él, supuso que estaba sorprendida por la pregunta. Se
quedó perplejo con la respuesta, mientras se movía detrás de ella en
un vano intento de poner un poco de espacio entre ellos. Deseó de
todo corazón que ella se quedara, simplemente, quieta.
—Vais a ser mi esposo, —razonó la joven como si fuera el concepto
más simple y uno que Hugh debería comprender sin necesidad de
explicaciones. —Es mi deber amaros. Papá me lo explicó cuando me
informó de nuestro compromiso cuando yo tenía quince años.
Hugh retiró sus pensamientos de sus regiones más bajas y la miró
boquiabierta. —¿Cuándo tenías quince años?
—Sí, —asintió la joven. —Papá me lo dijo cuando hizo testamento.
Sentía que era mejor informarme de que había hecho algunos planes
al respecto, y me habló un poco de vos para que me acostumbrara a la
idea y entendiera mi deber.
—Ya veo, —dijo Hugh cortante. —¿Y supongo que no era
importante que yo conociese el estado de esos planes? ¿Qué pasaría si
me hubiera casado mientras tanto?
Para su alivio, ella se encogió de hombros y volvió a mirar para
delante. —Supongo que habría dispuesto que me casara con algún
otro.
Hugh resopló. A su tío le habría resultado difícil convencer a
cualquier otro noble de que casara con la joven. No dudaba que su tío
había esperado que Hugh se sentiría tan agradecido por heredar
Hillcrest y el resto de sus propiedades y que se casaría con ella por
gratitud. Le viejo había supuesto demasiado.
Hugh, al igual que la mayoría de los hombres de su situación, había
estado prometido con una dama de igual rango desde su infancia. Fue
solo mala suerte que su prometida muriera antes de alcanzar la edad
de matrimonio o, de lo contrario, llevaría casado mucho tiempo. Fue
igualmente desafortunado que, si bien ella había muerto demasiado
joven para casarse con él, también había muerto después de que la
mala fortuna lo golpeara y que su padre hubiera desperdiciado la
poca riqueza que le quedaba a su familia en sus intentos por
aumentarla. Esas circunstancias habían hecho difícil concertar un
segundo compromiso. El destino había cambiado las cosas, sin
embargo. Hugh era ahora más rico de lo que nunca había esperado
ser. No podía esperar a ser perseguido por todas aquellas mujeres que
le habían hecho saber que sus 'circunstancias' lo dejaban para poco
más que servir de semental. Hugh disfrutaría devolviendo los insultos
que habían repartido irreflexivamente a lo largo de los años. Las
rechazaría ahora, a todas y cada una, explicándoles que no eran lo
suficientemente virginales, él estaba en situación de saberlo de
primera mano.
La mujer sentada delante de él se movió otra vez y Hugh suspiró en
silencio. La joven era un paquete pequeño y hermoso. Su olor era
embriagador, y la forma en que se retorcía contra él estaba dándole
ideas que, sencillamente, no debería tener cuando no planeaba casarse
con ella. Hugh casi deseó que fuera una lady. Entonces sí se casaría
con ella. La envolvería en sedas y joyas para acentuar su belleza
brillante, después la exhibiría en la corte para hacer alarde de ella
delante de todos aquellos lores y damas que se habían burlado de él a
lo largo de los años. Dejó que esa fantasía llenara su mente.: la
escoltaría a la mesa donde cenaba el rey delante de toda la corte, se la
presentaría, bailaría con ella, compartiría su copa de vino con ella, la
alimentaría con su mano con bocados exquisitos de comidas
suculentas. Después la llevaría de vuelta a su dormitorio donde la
desnudaría de todas las joyas y sedas, la tumbaría en la cama y
procedería a mordisquearla y lamerla desde la punta de los dedos de
sus pies hasta…
—¿Todas las monturas tienen estos bultos, milord? —La pregunta
sacó a Hugh de su ensueño al darse cuenta de que ella estaba
restregándose otra vez contra él en su esfuerzo por encontrar algo de
comodidad. —Parece que hay algo grande y duro presionándome
justo aquí.
Hugh notó que algo le rozaba el muslo y miró hacia abajo. La joven
estaba estirando el brazo entre ellos, intentando encontrar lo que la
estaba empujando. Hugh le agarró la mano alarmado y la sostuvo con
firmeza.
—Eh… Las sillas de montar no están hechas para dos. —dijo con
una voz que le salió demasiado ronca. Al darse cuenta de que se
estaban acercando al claro donde se encontraba la cabaña y de que
todavía no habían acabado la conversación a su satisfacción, Hugh
detuvo el caballo.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Willa con sorpresa cuando él
desmontó.
—Ya que encuentras la silla incómoda, pensé que podíamos
caminar este último tramo. —mintió. Una mirada por encima del
hombro le permitió ver que Lucan se había detenido a una buena
distancia. Esperaba pacientemente.
—Oh, —Sonriendo insegura, Willa le permitió ayudarla a
desmontar.
Hugh se entretuvo en la tarea de atar la montura a un árbol
mientras intentaba pensar en cómo proceder en aquella conversación.
Nunca había sido muy hablador. Las batallas habían sido su fuerte.
No se necesitaba demasiada elocuencia en el campo de batalla.
Desafortunadamente, ninguna de sus habilidades de combate lo
ayudaba ahora. La carencia de diplomacia, como era su caso, hizo que
Hugh decidiera que tenía que confiar en la franqueza y en la
honestidad. Dejó de jugar con las riendas de su caballo y se volvió
para mirarla. —¿Pero no hay nadie con quien desees casarte?
—Pero voy a casarme con vos… ¿No es así?
Hugh evitó la mirada, ahora insegura, de la joven.
—Aunque mi tío deseaba que fuera así, me temo que no es la mejor
de las ideas.
—¿No me queréis?
Hugh no pudo resistirse a mirarla, pero inmediatamente deseó no
haberlo hecho. Parecía, más que nada, un cachorrito herido. Sintiendo
que la culpa lo asaltaba, volvió a desviar la mirada rápidamente.
—No es que no te quiera, —empezó a decir incómodo, y casi puso
los ojos en blanco. ¿Acaso no era verdad? Él la quería. Demonios,
estaba tan duro como un tronco mientras estaba allí parado. Sólo que
no quería que fuera su esposa.
—No, no me queréis. —dijo la joven infeliz y dio un paso atrás
alejándose de él y pareciendo, repentinamente, pálida y miserable.
Era increíble lo pálido que podía parecer un rostro bajo toda esa
gloria dorada, pensó Hugh con culpabilidad. Él nunca había sido
alguien que soportaba bien el sentimiento de culpa. Esto le hacía
sentirse extremadamente incómodo e infeliz y, normalmente,
despertaba su ira, como ahora. Todo esto no era culpa suya. Él jamás
había oído hablar de la mujer hasta hacía dos días. Había sido su tío el
que hizo promesas que él no podía mantener. Probablemente por eso
el bastardo había muerto, dejando así el problema en su regazo,
decidió amargado.
La frustración y la rabia se agitaron dentro de él y frunció el ceño a
la joven. —Ni tío nunca debería haberte dicho que me casaría contigo
sin hablar primero conmigo.
Ella no pareció más feliz ni más comprensiva con ese comentario. Se
enderezó con determinación. —Simplemente no funcionaría. Ahora
soy un conde, mientras tú eres una muchacha de pueblo bastar… —
Hugh hizo una pausa abruptamente al darse cuenta de que la estaba
insultando, pero ya era demasiado tarde. La joven había palidecido
totalmente y dado la vuelta para escapar. Hugh la detuvo con una
mano en su brazo.
—Eso no ha sido correcto de mi parte. Me disculpo, pero no me
casaré contigo. Simplemente no nos adaptaríamos. Aunque me
preocuparé de tu futuro. Una dote y un marido. Yo…
—Eso no será necesario. No necesitáis molestaros así. No necesito
nada de vos, milord. Nada en absoluto. —Se dio la vuelta y se escapó
corriendo al bosque.
Hugh se quedó parado detrás de ella. La falta de gratitud de la
joven lo sorprendió. Cierto, él no iba a casarse con ella pero no era
poca cosa lo que le ofrecía prometiéndole una dote y un marido. A
pesar de todo, lo había rechazado rotunda y hasta había visto un
atisbo de fuego en su orgullosa negativa. Al parecer, el gatito de piel
suave tenía garras, después de todo. Y aunque ella no había dicho ni
una palabra hiriente, Hugh sentía la picadura de esas garras en su
conciencia, si no en otra parte. Pero, sencillamente, no podía permitir
que la joven rechazara su ayuda. Willa tendría que dejar su orgullo a
un lado. Una mujer sin protección era terriblemente vulnerable y
aunque él se negara a casarse con ella, sentía que debía a su tío
procurar, al menos, que no sufriera ningún daño.
Hugh dio un paso adelante con la intención de seguirla y continuar
la discusión, solo para detenerse bruscamente cuando se abrió la
puerta de la cabaña y apareció la bruja. Esta permitió que la joven
pasara corriendo a su lado y, después, ocupó una posición en el centro
del hueco de la puerta, con los brazos cruzados, el cuerpo rígido y los
ojos clavados en Hugh. Él tuvo la clara impresión de que lo estaba
haciendo pedazos con la mente. Entonces, la vieja levantó la cabeza en
un gesto de despedida y se dio la vuelta para volver a entrar en la
cabaña. Cerró la puerta de golpe.

Capítulo 2
—Bueno. Esto ha ido bien. —murmuró Hugh para sí mismo con
burla. Sacudiendo la cabeza, se dio la vuelta y volvió a montar en su
caballo. Solo le llevó unos instantes llegar hasta Lucan.
—Eso no te ha llevado demasiado tiempo, —comentó el otro
hombre mientras iban de vuelta hacia la fortaleza.
—No.
—Parece que ella lo tomó bastante bien. —añadió. Cuando Hugh lo
fulminó con la mirada, Lucan se encogió de hombros, la sonrisa tiraba
de su labios. —Bueno, al menos no estalló en lágrimas ni empezó a
gritar histérica.
—No, —Hugh estuvo de acuerdo con un suspiro. —No lo hizo.
Cabalgaron en silencio un momento, entonces Lucan comentó. —
Noté en el campo que hablaba muy bien para ser una moza de aldea.
Hugh frunció el ceño al pensar en las palabras del otro hombre. No
lo había notado, pero, en retrospectiva, se dio cuenta de que ella había
hablado correctamente. Tenía la pronunciación y la dicción de una
dama. Eso lo molestó por un momento, pero entonces se encogió de
hombros. —Incluso la moza de crianza más baja puede hablar bien si
está entrenada para hacerlo.
—Sí, ¿pero, entonces, quién la entrenó?
—La bruja no, eso seguro. —Hugh no sentía ningún deseo real de
pensar en la joven ni en el problema que acababa de provocar al
rechazarla. Había querido ser diplomático y gentil. No tenía necesidad
de herir sus sentimientos. Pero había llevado a cabo la tarea
horriblemente. Llamarla bastarda a la cara había sido la acción de un
asno grosero, pensó con disgusto. Entonces, como no estaba en su
naturaleza penar por cosas que no podían ser deshechas, se recordó a
sí mismo, mal hecho o no, estaba hecho. Sin importar cuán
suavemente se presentase, el rechazo siempre era doloroso. Lo sabía
bien por su experiencia a lo largo de los años desde que su padre
había perdido la fortuna familiar. Lamentaba haber cargado a Willa
con ese dolor, pero la culpa realmente era de su fallecido y diabólico
tío.
—El viejo bastardo.
—¿Qué dijiste? —preguntó Lucan.
—Nada. Volvamos a Hillcrest antes de que los hombres se beban
toda la cerveza.

—¿Qué dice? —preguntó Willa infeliz. Se detuvo a mirar por


encima del hombro de Eada. La mujer que había sido una madre para
ella durante tanto tiempo como podía recordar le había puesto un
tazón de vino en la mano en el momento en que Willa terminó de
hablarle del rechazo de Dulonget. Ahora, estaba sentada leyendo los
sedimentos en el fondo de la taza con concentración. Willa se inclinó
más para ver también esos restos en el fondo de la taza de vino, pero
ella no podía distinguir las formas aleatorias que parecían tomar. No
entendía cómo lo hacía Eada. Pero lo hacía. Y la mujer mayor siempre
había tenido razón. Hasta ahora.
Eada había dicho que Willa se casaría con Hugh Dulonget y que lo
amaría. Había dicho que le daría muchos hijos y mucha felicidad.
Bueno, parecía que ese no iba a ser el caso. No si él tenía algo que
decir al respecto.
Eada dejó la taza sobre la mesa y se encogió de hombros. —Lo
mismo que siempre. Te casarás con el conde tal como quería el viejo
conde.
Willa pensó en esta revelación, intentando resolver el problema.
Estaba bastante segura de que Hugh Dulonget, ciertamente, no tenía
la más mínima intención de casarse con ella y no podía pensar en
nada que pudiera hacerlo cambiar de opinión. —¿Es posible que
Hugh se muera y otro se convierta en conde y se case conmigo? Tal
vez ese otro hombre me ame y…
—Dulonget es el conde con el que te casarás. —Luego añadió en voz
baja —el tonto. —Willa escuchó el insulto, pero lo dejó pasar sin
comentarios. Tampoco se sentía muy caritativa con el hombre en
aquellos momentos. A pesar de ser su deber, estaba encontrando
terriblemente difícil amar al arrogante patán. ¡Cómo se atrevía a
pensar que ella estaba por debajo de él! Como su prometida, era su
deber amarla, así como era deber de ella amarlo. Sin embargo, él había
llegado allí con su enorme cuerpo de guerrero y su voz sedosa para
anunciar que ella estaba por debajo de él.
El chasquido de la lengua de Eada sacó a Willa de sus
pensamientos. La anciana estaba examinando los restos del vino otra
vez. —No. Él no morirá. Al menos, no antes de la boda.
Willa se calmó ante esas predicciones. —¿Qué significa eso? ¿Él
morirá después de que estemos casados? Pero tú dijiste…
—Hay fuerzas trabajando aquí. Algunas son posibilidades, sólo
ahora se están dando a conocer, —explicó Eada con calma. —Él se
casará contigo, sí, pero cuánto viva después de la boda, depende de ti.
—¿De mí?
—sí. De si cedes inmediatamente cuando vuelva para anunciar su
decisión de casarse contigo, o de si lo haces esperar.
—¿Esperar? ¿Para qué?
—Debes hacerlo esperar hasta que se arrastre hacia ti sobre su
vientre.
Los ojos de Willa se abrieron de par en par incrédulos ante esas
palabras. —Nunca. Él nunca se arrastrará sobre su vientre ante mí ni
ante nadie. Tiene demasiado orgullo.
—Lo hará. —Anunció Eada con firmeza. —Y no debes aceptarlo
como esposo hasta que lo haga, de lo contrario, lo perderás antes de la
siguiente luna llena.

—¡Ah, milord! Estáis de vuelta.


Hugh se detuvo en el umbral de la puerta, con los ojos muy abiertos
mientras contemplaba la forma alta y delgada de Lord Wynekyn, un
amigo de su tío y su vecino más cercano. Al darse cuenta de que
estaba allí parado pareciendo tan sorprendido como se sentía, se
obligó a moverse otra vez. Asintiendo cortés hacia el hombre, caminó
hacia la mesa y el pichel de cerveza que le espera allí. —¿Una bebida,
lord Wynekyn?
—Sí, bueno, eso me sentaría realmente bien. Vuestro sirviente me
ofreció algo cuando llegué, pero decidí esperar vuestro regreso.
Asintiendo con la cabeza, Hugh empezó a servir tres jarras de
cerveza.
—Vuestro sirviente mencionó que habíais ido a la cabaña. ¿Cómo
encontrasteis a Willa? Estaba pálida y delgada la última vez que la vi,
pero entonces estaba sufriendo por la conmoción y el dolor por la
pérdida de vuestro tío.
La cerveza oscura salpicó la superficie llena de cicatrices de la mesa
de madera cuando esas palabras golpearon a Hugh. Maldiciendo su
propia torpeza, sirvió la última bebida y se enderezó lentamente y se
giró para ofrecérsela a Wynekyn. —¿Conocéis a la muchacha? —
preguntó con precaución mientras Lucan se adelantaba para coger la
bebida que Hugh empujaba ahora en su dirección.
—Oh, sí. —Wynekyn sonrió con cariño. —Conozco a Lady Willa
desde su nacimiento.
—Ya veo. —Hugh tensó los labios preguntándose cómo informar al
correcto anciano de que no tenía intención de casarse con la cría.
Después de todo, ese había sido el último deseo del conde. Hugh
todavía estaba considerándolo cuando Lucan, quien aparentemente
había prestado más atención que él a las palabras de Wynekyn,
murmuró. —¿Os referís a ella como Lady Willa?
—Sí. ¿No sabíais que ella era de la nobleza? —Wynekyn pareció
sorprendido por la posibilidad.
—No. Pensé… —La mirada de Hugh se deslizó hacia Lucan.
—Seguramente, ¿no pensaríais que vuestro tío os casaría con una
moza de aldea? —Cuando Hugh se sonrojó culpable, Lord Wynekyn
negó con la cabeza. —Deberíais haberlo conocido mejor. —Les frunció
el ceño a ambos brevemente, entonces se encogió de hombros, dejó
pasar su irritación y tomó un trago de cerveza mientras preguntaba,
—¿Asumo que todo está bien y que no tenéis objeción a casaros con
ella?
Hugh mantuvo su mirada en la cerveza mientras bajaba la jarra. —
¿Qué pasaría si lo hiciera?
—Bueno… —El hombre lo miró pareciendo tan ofendido como si
fuese su propia hija a quien Hugh se atrevía a rechazar. —Bueno,
entonces, heredaríais el título y este castillo por derecho de
primogenitura, pero lady Willa y las riquezas irían a otro. Eso sería…
A ver, dejadme pensar… —Hizo una pausa y apoyó el índice en la
barbilla, inclinó la cabeza hacia atrás in reflexionó sobre el asunto,
totalmente ajeno al horror de Hugh.
Hugh se dio cuenta de que sí heredaría el título y propiedad
vinculada al mismo, pero no los fondos para mantenerlo. ¡Querido
Dios! Sintiéndose mareado, se dejó caer en el banco. Era como dar un
caballo a un hombre sin un centavo y no darle comida para
alimentarlo. Era otoño, las cosechas ya habían sido llevadas al
mercado; ya se había obtenido dinero de ellas, dinero que no
heredaría. Esa mañana, a su llegada, se había enterado de que su tío
había enfermado antes de comprar las provisiones extra para cubrir
las necesidades de los habitantes del castillo y poder alimentarlos
durante el invierno. Hugh no se había preocupado en ese momento,
había pensado que podía atender ese asunto en poco tiempo. Pero en
aquel momento estaba convencido de que los enormes cofres allí
guardados eran suyos. Si no se casaba con Willa, no lo eran.
¡Querido Dios! No era de extrañar que la joven hubiese rechazado
su oferta de una dote y afirmado que no necesitaba nada de él. Es que
era verdad. Pero él si la necesitaba, se dio cuenta con pesar; entonces
levantó la mirada cuando Wynekyn lanzó una exclamación de triunfo.
—¡Ajá! Creo que sería vuestro primo, Jollivet.
—Habla del diablo...
Los tres hombres se giraron al oír esa voz alegre. Un joven delgado
estaba de pie en la puerta del gran salón. Encogiéndose de hombros
ante la mirada de los tres pares de ojos sorprendidos, sonrió y levantó
las manos con las palmas hacia arriba y exclamó —… y seguramente
aparecerá.
—Hablando del diablo de verdad, —gruñó Hugh.
—Ta tan, primo. —Jollivet entró desenfadado en el enorme salón y
sonriendo ampliamente. —Me enteré de las espantosas noticias sobre
el fallecimiento de nuestro querido tío y volé hasta aquí en mi corcel
para mostrar mi comportamiento más triste, sobrio y solemne.
Deteniéndose delante de ellos, agitó los brazos, los abrió totalmente,
adoptó otra pose y exclamó. —Ta tan. Aquí estoy.
—Sobrio, en realidad. —Lucan escondió una risa detrás de su jarra
mientras tomaba un trago más de cerveza.
Hugh estuvo de acuerdo con un gruñido, después se dirigió a su
primo. —Siéntate, Jollivet, o mejor aún, vete fuera y persigue al chico
de los establos. Aquí estamos hablando de negocios.
—Eso me pareció escuchar. —Se reincorporó alegre. Se sirvió una
jarra de cerveza y se sentó en el banco, irritantemente cerca de su
irritado primo. Ignorando el ceño fruncido del guerrero, preguntó, —
¿Y bien? ¿Por qué decíais mi nombre?
—Solo estaba diciéndole a lord Hugh… —empezó Wynekyn, solo
para ser interrumpido bruscamente.
—Estábamos discutiendo sobre quién debería ser invitado a mi
boda. —mintió Hugh, haciendo caso omiso de la mirada aguda de
Wynekyn. No tenía intención de dejar que su primo olfateara el hecho
de que había una posibilidad de que se casara con el dinero. El
hombre era un fatuo, comprando joyas y ropas que no podía
permitirse para impresionar en la corte. Si se enteraba de que, si se
casaba con Willa, obtendría riquezas más allá de sus sueños más locos,
inmediatamente iría encantarla con sus ropas para convencerla.
Y recordando la expresión herida de la muchacha ese mismo día,
Hugh sospechaba que Willa sería susceptible a ese encanto en esos
momentos. De hecho, había una clara posibilidad de que la muchacha
se negara ahora a casarse con él. Aunque no se había dado cuenta de
que su tío había legado su fortuna a la chica, obviamente, ella sí lo
había hecho. Seguramente sabía que habría muchos lores que pasarían
por alto su cuestionable nacimiento a cambio de su dote. Su aspecto,
además, calmaría el 'dolor'.
—¿Boda? —Jollivet pareció aturdido. —¿Quién se casaría contigo?
—Lady Willa. —respondió Wynekyn.
—Lady no-te-concierne, —espetó Hugh al mismo tiempo, pero
Jollivet lo ignoró una vez más.
—¿Lady Willa de qué?
—No estoy en libertad de divulgar eso, —dijo Wynekyn.
—Pero seguramente… —Jollivet empezó a reír, pero Wynekyn negó
con la cabeza con firmeza.
—Es por su seguridad, —dijo el hombre mayor solemne.
Hugh dejó de fruncir el ceño a su primo y en cambio dirigió su
mirada al anciano. —¿No es seguro para nosotros no saber siquiera su
nombre? Si me voy a casar con la mujer, seguramente, tengo derecho a
saber su nombre.
—Si estoy de acuerdo con vos sobre ese asunto, importa poco,
milord, ya que ni yo mismo sé su nombre completo… Y soy su
padrino.
Jollivet lanzó una risita al oír eso. —¿No sabéis su nombre
completo? Pero sois su padrino. ¡Esto es absolutamente delicioso!
Hugh se tomó un momento para dirigir a su primo una mueca de
disgusto, y luego preguntó a Wynekyn. —¿Por qué aceptasteis ser su
padrino cuando ni siquiera conocíais su nombre?
Wynekyn sonrió. —Has conocido a la chica. La primera vez que la
vi, sólo era un bebé. Ya entonces, era como una princesa. Grandes ojos
azul grisáceo y pequeños mechones de ese glorioso cabello rubio.
Richard me la enseñó. Estaba tan orgulloso como un padre, y
probablemente, al igual que vos, asumí que era suya. Cuando la
levantó y me invitó a que la viera, juro que me sonrió directamente.
Cuando la toqué con un dedo, ella sacó una de sus manitas y soltó una
risita. —Me robó el corazón en ese momento.
—¿Accedisteis a ser su padrino porque os apretó un dedo y rió? —
Jollivet soltó otra risita y Wynekyn lo miró con el ceño fruncido.
—No. Hillcrest no me pidió que fuese su padrino hasta mucho más
tarde… Después del incidente…. —añadió.
—¿El incidente?
—Sí. Vuestro tío vivía entonces en Claymorgan. Fue así desde que
vuestro padre y él se pelearon. Willa tenía unos diez años en ese
momento. Yo era un visitante regular de Claymorgan y me había
encariñado mucho con la niña. Pero en aquella ocasión me encontré
con Richard en la corte y volvimos juntos. Como Claymorgan estaba
de camino a mis tierras, me detuve a descansar una o dos noches antes
de seguir hasta mi propiedad, pero cuando llegamos encontramos el
castillo alborotado. Richard tenía una cocinera cuya hija era más o
menos de la misma edad que Willa, y las dos eran amigas. Habían
desaparecido. Se habían escabullido del castillo, veréis, no se les
permitía jugar fuera de la fortaleza. De todos modos, aparentemente
habían salido a jugar. Su ausencia había sido descubierta y la mitad de
los guardias de Richard estaba fuera buscándolas. La otra mitad
estaba registrando cada rincón del castillo.
—Supongo que las encontraron, que todo estuvo bien y que fue
entonces cuando mi tío os pidió que fuerais su padrino. —Adivinó
Jollivet.
Cuando el lord negó con la cabeza con tristeza, Hugh frunció el
ceño. —Bueno, tuvieron que encontrarlas, Wynekyn. Willa está aquí.
—¡Oh, sí. Las encontraron! —confirmó el anciano. —Pero no todo
estaba bien. Eada apenas había acabado de decirnos que habían
desaparecido cuando regresaron los hombres. El primero que atravesó
las puertas mecía a una niña muerta en sus brazos y, en un primer
momento, pensamos que era Willa. Creí que Richard sufriría una
apoplejía cuando los vio, pero entonces, cuando estuvieron más cerca,
vimos que no era Willa; era la hija de la cocinera. Willa se acurrucaba
contra el segundo jinete, silenciosa y pálida. Al principio pensé que
también estaba muerta, hasta que nos alcanzaron y vi que temblaba de
forma incontrolada.
—¿Qué le ocurrió a la hija de la cocinera? —preguntó Hugh curioso.
—Tenía el cuello roto. —Anunció sin rodeos. Wynekyn les permitió
un momento para que asimilaran sus palabras antes de continuar.
—Según Willa, estaban jugando a pillarse. La hija de la cocinera,
Luvena, le llevaba una buena distancia. Willa la persiguió hasta un
claro justo cuando la pequeña cayó de lo alto. Pensó que la niña debía
haber intentado escalar un pequeño acantilado para esconderse y se
cayó. Willa estaba terriblemente angustiada. Luvena era como una
hermana para ella.
Un breve silencio llenó la habitación; entonces Wynekyn continuó.
—Fue poco después de ese incidente cuando Richard me pidió que
fuera el padrino de Willa. Siempre había supuesto, como vos, que ella
era simplemente una hija bastarda de Richard, pero él me corrigió
sobre la cuestión. Me aseguró que no era ni bastarda ni hija suya.
Había sido puesta bajo su custodia, legada a él en realidad, razón por
la cual la llamó Willa. Y había jurado protegerla con su vida. La
amaba como si fuese propia. Desde luego, no pude negarme. Ella era
una cosita tan encantadora, con su pelo dorado totalmente rizado y
una sonrisa maravillosa.
Una risa suave se deslizó de sus labios. —Parecía que cada vez que
iba a visitarla, estaba persiguiendo a Wolfy y Fen o corriendo detrás
de los pájaros. —Suspiró, su mirada se suavizaba con los recuerdos;
entonces frunció el ceño. —Sin embargo, nunca volvió a jugar con
otros niños. Yo…
—Un momento, —la interrumpió Hugh. —¿Cuándo se mudaron
aquí el tío Richard y Willa desde Claymorgan?
—Oh, muchacho. Lo siento. Olvidé contaros esa parte, ¿no es así? —
Wynekyn negó con la cabeza con un leve gesto de disgusto consigo
mismo. —Después del asesinato, decidió que Willa estaría más segura
aquí y…
—¿Asesinato? —Jollivet gritó de forma estridente. —¿Qué
asesinato?
Wynekyn estaba cada vez más impaciente por las interrupciones
constantes. —Estoy seguro de que os lo dije. La hija de la cocinera.
—¿La hija de la cocinera? ¿Asesinada? —preguntó Hugh. Cuando
Wynekyn asintió, protestó, —Pero dijisteis que se había roto el cuello
en la caída.
—Sí, buen, eso es lo que asumimos al principio. Pero aunque el
cuello de la niña estaba roto, decidimos que no fue a causa de la caída.
Había moretones en los brazos de la pequeña, como si hubiese sido
agarrada con mucha fuerza. También tenía marcas en la base del
cuello, y marcas rojas en la barbilla; como si alguien le hubiese
agarrado la cara y tirado de ella a un lado y hacia arriba. Richard
pensó, y yo tuve que estar de acuerdo, que alguien le había roto el
cuello deliberadamente.
—¿Pero por qué iba a querer matar nadie a la hija de la cocinera? —
preguntó Lucan confundido.
—Pensaría que Luvena era Willa, —explicó con paciencia Wynekyn.
—La hija de la cocinera era una niña rubia y ese día se habían
cambiado los vestidos. Un error fácil de cometer. —Se encogió de
hombros. —En cualquier caso, fue la muerte de Luvena la que
convenció a Richard de que Willa ya no estaba a salvo en Claymorgan.
—¿A salvo de qué? —preguntó Jollivet fascinado. —¿Quién creía
que estaba intentando perjudicar a Willa?
Wynekyn sacudió la cabeza. —No lo sé. Él nunca me explicó nada
sobre eso. Solo dijo que era un hombre muy poderoso y que ella corría
un riesgo terrible. —Wynekyn guardó silencio, su expresión era
pensativa y luego los miró. —Richard se tomó muchas molestias para
mantenerla segura. Hizo que Willa y Eada salieran de Claymorgan a
escondidas en la oscuridad de la noche y que vinieran aquí, a la
cabaña en Hillcrest. Tres de sus soldados de más confianza fueron
enviados con ellas. Alsneta, la cocinera, fue traída aquí, al castillo. A
todo el mundo, menos a los hombres que habían encontrado a las
niñas, se le dijo que Willa había muerto y que Richard no soportaba
quedarse en Claymorgan con los recuerdos de la niña a la que había
amado como a una hija. Los propios soldados habían jurado guardar
el secreto. Afortunadamente, los que habían encontrado a Willa ese
día, eran los soldados en los que Richard más confiaba.
Se puso en pie y dio unos pocos pasos antes de añadir, —Richard no
solo instaló a Willa en la parte más remota de esta propiedad. Una vez
que se mudó aquí, se negó a permitirle la entrada en el castillo, ni
siquiera se permitió visitarla durante los primeros cinco años. —Negó
con la cabeza mostrando su desconcierto. —La extrañaba
terriblemente, por supuesto, pero aún así su separación era más dura
para él, creo yo. Él adoraba a la niña. Le escribía cartas todos los días.
Durante cinco años ese fue el único contacto que mantuvieron el uno
con el otro. Cartas y pequeños regalos para ella de parte de él, y
mensajes y pequeños obsequios que ella enviaba de vuelta. Vuestro tío
también asediaba al mensajero a preguntas cuando volvía. Fui testigo
de ello en varias ocasiones. Richard le preguntaba qué estaba
haciendo Willa, cuál era su estado de salud, a qué había jugado ese
día, cada palabra que había dicho. —Sonrió débilmente ante el
recuerdo. —Me interrogaba a mí cada vez que me detenía a visitarlas
en mi camino hacia aquí. Él estaba bastante molesto por su negativa a
hacer amigos. Le preocupaba mucho, pero él… nosotros… ninguno de
nosotros tenía idea de cómo hacerla sentir segura acerca de tener
amigos otra vez.
—Mencionasteis eso antes, —dijo Lucan. —¿Por qué se negó a tener
amigos después de Luvena?
—Nunca conseguimos explicarnos por qué, no por nuestra cuenta,
hasta que Eada nos lo explicó. Al parecer, nos oyó hablar a Richard y a
mí sobre la muerte de la niña y nuestra sospecha de que había sido
asesinada. Después de eso, se negó a tener compañeros de juego otra
vez para que no mataran accidentalmente a nadie en su lugar.
Hugh murmuró algo desagradable en voz baja y asintió.
—Sí. Fue una infancia solitaria para ella, creo. Solo se permitió
acercarse a la vieja bruja, los guardas, a Richard y a mí. Sus únicos
compañeros de juego fueron los animales.
—¿Así que Wilf y Fin son los guardias que mi tío envió con ella?
¿Qué pasó con el tercero?
Wynekyn miró a Hugh confuso. —¿Qué?
—Wilf y Fin. ¿Son sus guardias?
—Oh, —soltó una carcajada corta. —Os referís a Wolfy y Fen. No.
Baldulf es su guardia.
—Dijisteis que ella tenía tres guardianes. —Señaló Jollivet.
—Sí. Eran tres. Howel e Ilbert eran los otros dos. Pero el
administrador de Richard murió cinco años después de que se
mudaran aquí. Howel era el único en quien confiaba para hacerse
cargo del puesto y, como no había pasado nada en todos esos años
que sugiriera que Willa todavía estaba en peligro, trajo a Howel de
vuelta para ser su nuevo mayordomo. También fue cuando se
permitió por fin ver de nuevo a Willa, aunque sus reuniones siempre
fueron clandestinas.
—¿Qué ocurrió con Ilbert? —preguntó Lucan cuando Wynekyn se
quedó callado.
—Murió hace un año. —Como ese anuncio provocó una mirada
interrogante en los tres hombres, añadió rápidamente. —Fue por
causas naturales. Cayó enfermo. Unas fiebres. Eso dejó a Baldulf cómo
su único guardián. Richard se debatió entre enviar o no a otro hombre
para reemplazar a Ilbert, pero finalmente decidió no hacerlo. Por
aquel entonces, parecía que no era apenas necesario.
—¿Entonces, dónde está ese Baldulf ahora? —preguntó Lucan.
—¿Y quiénes son Wilf y Fin? —preguntó Hugh irritado.
—¿Wolfy y Fen? —murmuró Wynekyn, decidiendo aparentemente
contestar primero la pregunta de Hugh. —¿Todavía andan por ahí?
Dios mío, cualquiera pensaría que se habrían ido hace mucho tiempo.
—¿Quiénes son? —repitió Hugh.
—Lobos.
—¡Lobos! — exclamaron los tres hombres al tiempo con expresiones
horrorizadas. Wynekyn hizo una breve mueca.
—Sí, reaccioné de la misma manera cuando aparecieron por primera
vez. Parece ser que Wolfy quedó atrapado en una trampa… ¿O fue
Fen? No puedo recordarlo. Bueno, no importa. Una de las bestias
quedó atrapada en la trampa de un cazador. Willa lo encontró o la
encontró a medio camino de arrancarse su propia pata. De algún
modo se las arregló para liberar a la bestia y curarle la herida, después
la alimentó a ella y a su compañero o compañera. Los lobos se
emparejan de por vida, lo entendéis, así que ella sabía que el
compañero no estaría lejos. El herido estaba tan débil que no podría
desplazarse durante un tiempo, y Willa alimentó y cuidó a la bestia
hasta que se curó. Después de eso, los lobos se quedaron cerca.
Supongo que hasta un lobo sabe reconocer algo bueno cuando se
cruza con él, ¿eh?
Hugh y Lucan intercambiaron una mueca al oír esas palabras.
Ninguno de los dos había reconocida a Willa como 'algo bueno' como
deberían haber hecho. Pero hasta un lobo había sido lo
suficientemente inteligente para hacerlo.
Todos se quedaron en silencio un momento, entonces Wynekyn se
aclaró la garganta, enderezó los hombros y arqueó las cejas
inquisitivo. —Así qué, ¿cuándo es la boda?
Hugh sabía que todos estaban esperando su respuesta, pero su
mente estaba un poco confusa. Se levantó y empezó a caminar. Le
habría gustado decir que de inmediato. Desafortunadamente, temía
que eso no fuera una posibilidad. Sospechaba que tendría que hacer
algunos actos de desagravio antes de que Willa accediera a casarse
con él, y no tenía ni idea de cuánto tardaría eso. ¡Oh! ¡qué
rápidamente había caído el poderoso! Apenas dos días antes era un
caballero pobre. Entonces, durante dos gloriosos días se creyó un
conde rico. ¿Y no se había pavoneado tan arrogantemente como
cualquiera de aquellas mujeres que lo habían rechazado por su
pobreza? pensó enfadado consigo mismo. Ahora era un conde pobre y
eso no parecía más glamuroso que ser un caballero pobre. En realidad,
en ese momento le parecía peor. Como un conde pobre… Pasó la
mirada sobre los sirvientes que se movían afanosos alrededor.
Querido Dios.
Capítulo tres
—¿Milord? —insistió Wynekyn.
Aclarando la garganta, Hugh se sentó de nuevo en el banco. Cogió
su jarra de cerveza para evitar la mirada del anciano. —En una
semana, más o menos, debería estar resuelto.
—¿Una semana más o menos? —Wynekyn pareció sorprendido. —
Pero Richard quería que la boda se celebrase tan pronto él muriese.
Él…
—No. Esto está fuera de discusión.
Cuando Hugh se quedó en silencio, incapaz de encontrar una
excusa aceptable sin revelar su propio error, Lucan intervino con
tranquilidad. —Hillcrest acaba de morir. La pobre moza todavía está
afligida, al igual que el propio Hugh. Seguramente, no es demasiado
pedir dejar pasar dos o tres semanas, ¿no es así? Al menos, les dará
algo de tiempo para preparar la ceremonia y la celebración.
—¡Ah! —Para alivio de Hugh, Wynekyn pareció menos espantado.
—No había pensado en eso. Probablemente no esté mal una pequeña
demora. —admitió.
—Sí —murmuró Hugh y bajó la mirada a su bebida, ponderando la
situación mientras la conversación a su alrededor escapaba a su
atención. Su impulso inmediato era ir a hablar con Willa e intentar
reparar el daño que él mismo había causado. Sin embargo, estaba
pensando que dejar pasar un tiempo para que su enojo disminuyera
podría ser mejor idea. Lo que se preguntaba era cuánto tiempo
llevaría eso. Imaginaba que eso podía ocurrir en dos o tres meses, pero
sabía que no tenía ese tiempo.
—¿Qué piensas, Hugh? —preguntó Lucan.
Apartado de sus pensamientos, levantó la vista sin entender. —
¿Qué?
—Lord Wynekyn acaba de sugerir que quizás lady Willa y la bruj…
eh… Eada —se corrigió rápidamente —, que tal vez deberían mudarse
aquí, al castillo, mientras tanto.
La alarma atravesó inmediatamente a Hugh. Con Willa en el
castillo, los dos, Wynekyn y Jollivet, se darían cuenta, con toda
seguridad, de que había algo mal entre los dos. Se mostraba renuente
a permitir eso. Preferiría la oportunidad de… bueno… suponía que,
ahora mismo, debería cortejarla. Se reprendió a sí mismo por lo idiota
que era. Si se hubiese quedado a escuchar los detalles del testamento
de su tío, en primer lugar, en vez de salir furioso y confundir las cosas
con su arrogante anuncio de que ella estaba por debajo de él…
Era singular cómo, de repente, ella ya no estaba por debajo de él,
pensó burlándose de sí mismo. Ella era la misma mujer que unas
horas antes y, sin embargo, repentinamente, se había convertido en
una esposa adecuada. Y no sólo por la riqueza que poseía y que él
necesitaba, sino también por lo que había asegurado Wynekyn, Willa
era una dama por nacimiento. Curioso la diferencia que originaba una
palabra. La vieja bruja lo había comentado. «El oro es oro, ya sea
enterrado en el barro o adornando la corona de un rey». Maldita fuera la
bruja. Ella tenía razón, desde luego. Willa era una dama, ya estuviese
en un castillo o en un cobertizo, y él debería haberlo reconocido.
Como Lucan había señalado, ella hablaba correctamente. También
tenía y se movía con el porte y el orgullo de una dama a pesar de las
ropas de saco y los pies descalzos. Y, se daba cuenta ahora, ella se
había sentado derecha en su caballo, moviéndose con el animal con
una gracia natural en lugar de golpearse contra su espalda como si
fuese un saco de nabos. Le habían enseñado a montar, estaba seguro.
Pero él había pasado por alto todas las señales y asumido que era una
bastarda de su tío. Él, Hugh, era un idiota.
—¿Hugh?
—¿Qué? —preguntó a su vez en un tono que mostraba su irritación.
Entonces, al darse cuenta de que estaban esperando su respuesta a la
sugerencia de que Willa y la bruja vivieran en el castillo, frunció el
ceño. —No. No la traeré al castillo. Mi tío creía que no era seguro.
Permanecerá donde está hasta la boda.
Wynekyn tensó los labios pensativo, pero estaba sacudiendo la
cabeza mientras decía —: No sé. Creo que ella estará en peligro tan
pronto comencemos los preparativos para la boda. ¿No sería más fácil
mantenerla aquí a salvo que en esa choza?
—El tío Richard creía que no.
—Richard contaba con el hecho de que todo el mundo creía que
estaba muerta. Por eso la envió a vivir en la cabaña con Eada, si
recordáis.
Hugh se encogió de hombros impaciente, después distrajo al
hombre al preguntar. —¿Wynekyn, cómo voy a casarme con la
muchacha, cuando no sé como su nombre? El contrato matrimonial
debe llevar su nombre.
—Bueno. Seguramente la muchacha sabe su propio nombre —.
Lucan miró interrogante al anciano.
—No, no creo que lo sepa, y eso, desde luego, es un problema.
Richard dijo que, a su muerte, dejaría una carta explicando todo. Pero
todavía no la he encontrado.
—¿Está desaparecida.
—No. Bueno, espero que no. La busqué después de su fallecimiento,
pero durante muy poco tiempo. Tenía que ir a la corte e informar al
rey, y… —se encogió de hombros. —Volveré a buscarla ahora que
estoy de vuelta. Estoy seguro de que aparecerá.
Hugh notó que no parecía tan seguro como sugerían sus propias
palabras.
—En realidad —decía el anciano —, creo que voy a echar ahora
mismo otra miradita. Tal vez deberíais regresar a la cabaña e informar
a Willa de que la boda tendrá lugar en dos semanas y preguntarle
dónde prefiere quedarse. En verdad, creo que ella estará más segura
aquí. También creo que sería mejor que la boda se realizase de
inmediato, pero lo primero que necesitamos es la carta de Richard
explicándolo todos y diciendo su nombre.
Tomando el silencio sombrío de Hugh por aquiescencia, dejó a los
tres hombres más jóvenes solos y se dirigió hacia la escalera para subir
al piso de arriba.
—Bueno, —Lucan se movió para sentarse en el banco al otro lado de
la mesa, en frente de Hugh. —¿Qué piensas hacer ahora?
Hugh hizo una mueca ante la pregunta. —¿Qué, en verdad?
—¿Sobre qué? —preguntó Jollivet recordándoles su presencia.
Hugh frunció el ceño a su primo, entonces se enderezó cuando un
pensamiento atravesó por su cabeza —: Jollivet, tú pasas mucho
tiempo en la corte. Sabes lo que les gusta a las mujeres.
Cuando Jollivet arqueó una de sus cejas, Hugh frunció el ceño. —
Dije que sabes lo que les gusta a las mujeres, no que ellas te
importaran o que te gustaran siquiera.
Jollivet soltó una carcajada. —Insistes en verme a la luz más
desagradable. —Sacudió la cabeza. —¿Por qué mencionas ahora mis
maneras cortesanas y el conocimiento del más bello sexo?
Hugh vaciló, entonces empezó vacilante. —Bueno, imagínate que
hubieras insultado a una dama en la corte. Que la hubieras llamado…
bueno… eh… bastarda.
Se detuvo cuando Jollivet se quedó sin aliento. —¿No lo hiciste?
—No dije que lo hubiera hecho. Dije que tú lo habías hecho, —
gruñó Hugh ruborizándose con la culpa.
—¡Nunca lo haría! —dijo Jollivet firmemente.
—¡Bueno, lo hiciste!
—No, no podría.
—¡Maldita sea! ¡Solo digamos que lo hiciste!
Jollivet dio un chasquido impaciente. —Muy bien… peo yo nunca lo
haría, —añadió justo cuando su primo abría la boca para hablar otra
vez. Hugh se detuvo entonces y los dos tuvieron una pequeña guerra
de miradas. Hugh fue el primero en ceder. —Como estaba diciendo —
dijo con los dientes apretados —, digamos que lo hiciste. ¿Cómo
repararías el daño y conseguirías su mano en matrimonio?
—Imposible.
—¿Imposible?
—Sí. Es imposible. Ella nunca te perdonaría.
—¡Maldición! —Gritó Hugh poniéndose en pie. Fue Lucan quien lo
tocó en el brazo con un gesto tranquilizador y se inclinó para mirar a
un Jollivet que sonreía muy satisfecho. —Pero podrías intentarlo, ¿no
es así?
—Sí, pero nunca funcionaría.
Cuando Hugh se tensó de nuevo, Lucan dijo. —Sí, ¿pero cómo lo
intentarías?
Jollivet lanzó un suspiro melodramático al oír la pregunta y ladeo la
cabeza mirando pensativo hacia arriba durante un momento…. varios
momentos. Entonces, cuando Hugh ya estaba seguro de que iba a
acabar lanzándose a la garganta de su primo, la mirada pensativa se
aclaró. Jollivet se iluminó y levantó un dedo en un gesto victorioso. —
¡Ajá!
—¿Ajá? ¿Ajá, qué?
—Poesía —dijo con satisfacción —. Una oda a su belleza.
—No.
Jollivet frunció el ceño a Hugh ante su brusca negativa. —¿No? ¿Me
pides mi ayuda y luego dices no a mis sugerencias?
—No escribo poesía. Nunca me formaron en eso. —Se estremeció
ante la mera idea de realizar tarea semejante.
Jollivet cedió. —No. Supongo que no tendrías futuro como poete.
Probablemente dirías algo así como que ella es más adorable que tu
corcel más confiable.
—Lo es —dijo Hugh a la defensiva. —¿Qué hay de malo en eso?
—¡Dientes de Dios! —Jollivet soltó aire, entonces empezó a pensar
otra vez.
El silencio se prolongó. Hugh casi podía sentir el primero de los
muchos pelos grises que estarían apareciendo en su cabeza. Así que
fue cogido totalmente por sorpresa cuando Jollivet lanzó otra
exclamación de repente, de hecho, casi saltó en su asiento.
—¡Ajá!
—¡Ajá qué?
—Flores.
—¿Flores? —preguntó Hugh dudoso. Era otoño. Las únicas flores
que crecían todavía eran las malas hierbas.
—Sí, flores. Las más finas que puedas encontrar. Y pequeños
obsequios para inmortalizar… ¡oh, espera! ¡esto es perfecto!
—¿El qué? —preguntó Hugh cauteloso.
—Lord Cecil insultó a lady Petty en la corte al negarse a
acompañarla a un baile cuando su padre se lo sugirió. Después, él
descubrió que necesitaba de su favor para que influyese en la reina a
favor de una causa que le afectaba. Lady Petty es muy buena amiga de
la reina, ¿sabes? En cualquier caso, él pintó un cuadro retratándola
como Venus, la diosa del amor. Cecil se lo envió con una carta en la
que decía que su belleza era tal que él había temido hacer el ridículo a
su lado, de ahí su negativa. Funcionó maravillosamente, desde luego.
Lady Petty se derritió completamente con sus apasionadas alabanzas.
Hugh asintió con la cabeza lentamente al ir entendiendo, entonces
negó con la cabeza. —Yo no pinto.
Jollivet levantó las manos exasperado. —¡No compones! ¡No pintas!
¿Pero se puede saber qué te enseñaron a hacer?
—Soy un guerrero. —gruñó Hugh. —Fui preparado para la batalla.
—Oh, brillante —dijo Jollivet. —Puedes protegerla. Esa es una
habilidad inútil.
Hugh tuvo que aceptar que, en este caso, esta era una habilidad
inútil.
Los tres se sentaron en sombría contemplación durante varios
momentos, después Lucan se animó. —Tal vez esa sea la respuesta.
—¿Qué? —Preguntaron los dos hombres.
—Puedes protegerla.
—¿Protegerla? —preguntó Jollivet dudoso.
—Desde luego que puedo protegerla —dijo Hugh irritado —.
¿Cómo me ayuda eso?
Pero Lucan lo ignoró dirigiendo su mirada excitada a Jollivet. —
Vamos a redactar una carta disculpándonos y declarando que Hugh
ha visto el error en su actitud. Nosotros se la presentaremos y Hugh
puede quedarse fuera de la cabaña, sentado en su caballa de guerra,
espada en mano, protegiéndola para demostrar su devoción. Lo
suficiente de eso debería ablandarla.
—Hmmm. Quizás. —Jollivet sonaba dudoso.
—¿Suficiente de qué? —preguntó Hugh, no parecía demasiado
seguro de sí mismo. —¿Cuánto tiempo tendría estar allí plantado?
—Hasta que ella se ablande lo suficiente para hablar contigo.
Hugh no se molestó en ocultar su alarma. Tenía poca experiencia
con mujeres que no fueran seguidoras de campamentos. pero si Willa
se parecía en algo a su propia madre, le llevaría hasta que el infierno
se congelara conseguir que olvidara que la había llamado bastardo y
dicho que ella estaba por debajo de él. Por otro lado, no es que tuviera
ninguna idea mejor.
—Una hora o dos deberían bastar —le aseguró Lucan. —Apenas un
pequeño problema para recuperar la riqueza suficiente para mantener
este lugar y Claymorgan.

—¿Qué está haciendo ahora?


Eada se puso de pie para espiar a través de la rendija de la puerta y
miró a su alrededor. —Todavía está sentado en su corcel…
protegiéndote.
—¿Protegiéndome de qué? ¿De la lluvia? —preguntó Willa
impaciente y dejó de caminar irritada para mirar a la mujer. —Quizás
debería decirle que 'sí'. Podría acabar muerto si sigue ahí fuera bajo
esta lluvia torrencial.
Dándose la vuelta antes de que su cara arrugada floreciera en una
sonrisa de diversión que amenazaba eclipsarla, Eada se asomó a
donde Hugh Dulonget estaba sentado en su montura bajo la lluvia
que había empezado a caer esa mañana poco después de su llegada.
Erguido y con expresión severa, el caballero sostenía una lanza en una
mano y una espada en la otra, aparentemente preparado para batallar
contra los elementos para mostrar su devoción. Parecía
completamente ajeno a la lluvia que caía por su pelo, resbalaba por su
cara y goteaba sobre el frontal de su armadura. Tanto él como su
montura estaban completamente inmóviles y bien podían ser estatuas
de piedra.
Eada estaba segura de que el caballero tenía que sentirse helado,
mojado y miserable, pero estaba allí desde que amaneciera esta
mañana. Fue en ese momento cuando un golpe en la puerta las
despertó. Eada había apartado a Willa cuando la joven había
intentado responder, y había ido ella misma hasta la puerta. Se
encontró delante del mismo hombre que había acompañado a
Dulonget el día anterior. No estaba solo. Lucan estaba acompañado
por un tipo algo más bajo y colorido que había intentado ver el
interior de la cabaña por encima de ella. Frunciendo el ceño, Eada
había hecho todo lo posible para bloquearle la vista, entonces había
vuelto su atención hacia el amigo de Dulonget. Él había empezado el
gesto de entregarle un pergamino, solo para detenerse y preguntar si
ella o 'la muchacha" podían leer, o si él debería leérselo.
Willa había aparecido repentinamente a su lado arrebatándole el
pergamino de su sorprendida mano y diciendo. —Gracias, milord.
Soy capaz de leer.
Eada había cerrado la puerta en las caras sorprendidas de los
hombres. Cuando Willa leyó el pergamino en voz alta, el juramento de
proteger su belleza sonaba casi poético. Por un momento, Eada había
temido que la joven tuviera la intención de salir corriendo y aceptar la
oferta. Sin embargo, Willa se había limitado a abrir la puerta para
echar una mirada el hombre montado en el claro.
Eada apenas había tenido una breve visión del caballero antes de
que Willa cerrara la puerta y se diera la vuelta para preguntar. —
¿Estás segura de que morirá si lo acepto antes de que se arrastre?
Eada asintió, preguntándose si quizás el orgullo de Willa no había
sido herido por el rechazo de Dulonget. Normalmente, la joven era la
más sensible de las criaturas, odiaba la idea de que cualquier hombre
o animal sufrieran lo más mínimo. A pesar de su pregunta, sin
embargo, la joven no parecía demasiado angustiada por la visión de
Dulonget sentado en su corcel bajo la fuerte lluvia.
Habían pasado ya varias horas desde el amanecer. El crepúsculo
estaba cayendo y el hombre todavía se mantenía en la misma posición.
Su postura era tan firme como cuando empezara, a pesar de que el
hecho de que la lluvia se había hecho más violenta con el paso de las
horas. Ahora caía sobre él como una cascada. No había duda en la
mente de Aeda de que debía estar terriblemente incómodo, pero nada
se mostraba en su expresión.
—¡Estúpido hombre! —Espetó Willa con impaciencia dirigiéndose
hacia la puerta. —Cogerá una pulmonía y morirá por eso.
—Tal vez, —aceptó Eada con calma —, pero seguro que morirá si
sales y lo aceptas antes de que se arrastre.
Willa se detuvo con la mano en la manivela, entonces se dio la
vuelta frustrada. —Bueno, ¿y qué pasa si no se arrastra?
—Se arrastrará.
Willa frunció el cello ante la confianza de su afirmación. —
¿Cuándo?
—Cuando llegue el momento. —Eada no se sorprendió por el
destello de frustración que apareció en la expresión de la muchacha.
Tampoco se sorprendió cuando desapareció tan rápidamente como
había aparecido y una fachada de tranquilidad cubrió la lucha que
tenía lugar en su interior. Willa había aprendido desde muy joven a
controlarse a sí misma y sus emociones. Cuando a una niña le
quitaban todo lo que tenía, aprendía a controlar lo único que podía. A
sí misma. Y en su corta vida, Willa había perdido todo lo que podía
perder. Su madre. Un padre. Sus amigos. Su hogar. Incluso al hombre
que había sido como un padre para ella… dos veces; primero durante
aquellos años justo después de que se hubieran mudado a la cabaña,
después, más recientemente, por el gélido abrazo de la muerte.
Además de todo eso, la joven había perdido su infancia demasiado
pronto. El velo de la inocencia había sido arrancado con la muerte de
Luvena, cargando la responsabilidad de la propia supervivencia de
otros sobre los estrechos hombros infantiles. Willa había crecido
siendo consciente de que alguien la quería muerta. Había evitado la
compañía de otros niños para no poner en peligro a nadie más. Había
crecido en compañía de adultos… y de sus animales. Su educación la
había convertido en una masa de contradicciones en algunos aspectos.
Podía ser la persona más dócil en un momento y, al momento
siguiente, en la más increíblemente terca. Estaba melancólica y serena
debido a su soledad autoimpuesta, aunque su naturaleza era
optimista y de amor a la vida. Willa también era más sabia de lo que
correspondía a su edad en algunos aspectos de la vida y terriblemente
ingenua en otros. Parecía blanda, pero era tan dura y fuerte como el
acero de Toledo que ahora se demandaba tanto para las espadas. Era,
en opinión de Eada, una joven increíble. Digna de un rey. Y, con toda
seguridad, más de lo que merecía un conde, y Eada no dudaba de que
Dulonget, con el tiempo, llegaría a verlo. Oh, ahora el caballero se
estaba mostrando interesado, pero ella sabía que ese cambio repentino
era, muy probablemente, debido a que había descubierto que el
testamento le legaba a ella el dinero. Sin embargo, y con el tiempo, él
descubriría que ella valía mucho más que un par de cofres de oro y
joyas. La cuestión era si lo descubriría a tiempo para salvar su vida, o
en el momento de su muerte, cuando fuera demasiado tarde para
hacer nada al respecto.
—Me voy a la cama.
Eada notó que se relajaba al oír el abrupto anuncio de su pupila. Era
temprano para ir a la cama, pero había sido un día largo y lúgubre, la
lluvia las había atrapado en el interior de la pequeña cabaña sin
ventilación con solo el inmóvil Dulonget para mirar. Esperó que el día
siguiente trajese un poco de luz del sol y un poco de alivio de ese
aburrimiento que le rompía los nervios; temía que la joven de corazón
blando pudiera aceptar su oferta antes de que fuera seguro hacerlo.

Parpadeando contra la lluvia, Hugh volvió sus ojos miserables hacia


la cabaña. Un pequeño suspiro se le escapó cuando vio la pequeña luz
parpadeante de la vela a través de las rendijas de las contraventanas.
Esta era, absolutamente, la peor idea que Lucan había tenido nunca,
decidió. Y él mismo había demostrado una vez más su propia
estupidez al estar de acuerdo. Sólo iba a demostrar, una vez más,
cómo lo sacudían las relaciones con el bello sexo. Hugh nunca se había
sentido demasiado cómodo con mujeres a su alrededor. Eran todas
tan pequeñas y delicadas. Tendía a sentirse grande y torpe a su
alrededor, como un gigante colosal que se movía en una habitación
pequeña llena de objetos frágiles.
Los hombres eran diferentes. Un hombre podía golpear a otro en la
espalda y éste podía reírse y golpearle a su vez. Intenta ese tipo de
saludo afectuoso con una mujer; lo más probable es que se cayera de
rodillas con un grito de dolor. Y a las mujeres no les gustaba relajarse
intercambiando historias de guerra con una jarra de cerveza. ¿Qué se
suponía que debía decirles un hombre? Todo en lo que parecían estar
interesadas era en lo hermosas que estaban, o lo bonito que era el
vestido que llevaban.
Hugh tendía a evitar a las mujeres por eso. Se sentía como un loco
idiota a su alrededor, lo que provocaba su ira y hacía que sus frases
fuesen cortas y ásperas en su presencia, como lo habían sido cuando
encontró a Willa cantando en el campo. No le había dado un buen
grito por lo que estaba haciendo o por no haber estado recogiendo los
ajos, como se le había indicado, pero sí le había gruñido como un
ogro. No era la primera vez que permitía que su incomodidad
alrededor de las mujeres lo hiciera actuar como un idiota. Esa clase de
reacción de su parte era la razón por la que había contratado a una
casamentera para que buscara entre varias damas de la corte la
posibilidad de una alianza matrimonial con él. Mejor contratar a
alguien que no las ahuyentara con tonos ásperos y palabras más duras
aún.
Lamentablemente, las respuestas a sus propuestas habían sido
inquietantes, cuando menos. Cada una de las 'candidatas vírgenes' a
las que se había acercado habían respondido que, si bien encontraban
a Hugh bastante atractivo y sabían que era un guerrero habilidoso,
una alianza matrimonial era imposible debido a su situación
económica. Sin embargo, casi todas y cada una de ellas había
insinuado que otra asociación, menos apropiada, no estaría fuera de
discusión. Hugh había aceptado esas respuestas con gruñidos
aparentemente indiferentes, pero sentía como si algo en su interior se
estuviese marchitando y muriendo. Sabía que era lo que tenía que
haber esperado, pero ver su valía igualada a sus riquezas y título, o
más bien, a la falta de ellas, lo había dejado sintiéndose como un
guerrero de pie, solo en el campo de batalla con un ejército entero
alineado contra él. Se había sentido pequeño y abrumado.
Al pensar en eso ahora, mientras estaba sentado solo en su montura,
en la oscuridad y bajo la lluvia, se dio cuenta, no obstante, de que
había sido afortunado al escapar de esas damas. ¿Qué hombre querría
semejantes mujeres como esposa? Sus maridos serían cornudos
inconscientes antes de casarse, con sangre de pollo o cabra vertida a
escondidas en el lecho nupcial para probar la falsa virginidad de la
novia.
Al considerarlo, Hugh admitió que su breve decisión de alardear de
su recién adquirido título y su imaginada riqueza había sido la
respuesta, más bien mezquina e infantil, a su dolor. En ese momento
estaba incluso más avergonzado por su rechazo a Willa. No la había
tratado mejor de cómo esas mujeres lo habían tratado a él. Y eso era la
causa por la que seguía sentado en su montura, rígido y frío en la
oscuridad y bajo una lluvia torrencial, pensó. Y por eso se quedaría
allí toda la noche. Era una especie de penitencia. Una que sentía que
se merecía. Solo esperaba que ablandara a Willa lo suficiente para que
escuchara la disculpa que le debía… antes de que la lluvia y el frío lo
mataran.

Capítulo 4
La lluvia cesó justo cuando el alba se deslizaba por el cielo. Hugh
estaba demasiado mojado y cansado en ese momento para notarlo. En
realidad, había empezando a dormitar en la silla de montar cuando el
sonido de un silbido llegó a su oído. Enderezándose en la silla, ladeó
la cabeza, buscando la fuente del alegre sonido. Sólo entonces notó
que lo acompañaba el clip clop de un caballo. Llevó la mano hacia la
espada que descansaba a un costado e instó a su montura a moverse
hasta el centro del claro, colocándose entre la cabaña y el hombre que
ahora salía a caballo de entre los árboles.
A juzgar por la repentina sensación de alarma en la cara del recién
llegado mientras detenía su montura en el borde del claro, la
presencia de Hugh le estaba causando cierta conmoción. La apariencia
del extraño no fue menos sorprendente para Hugh. El hombre era
mayor que él, le sacaba unos buenos veinte años por lo menos, y,
aunque iba vestido como un campesino, era, sin ninguna posibilidad
de error, un soldado. Era muy musculoso y su caballo era,
definitivamente, una bestia de calidad. La respuesta del extraño
también fue reveladora. Después de ese primer momento de
confusión, la mirada del hombre recorrió a Hugh, sus armas, su
caballo y, después, la pacífica cabaña detrás de él. Pareció relajarse un
poco, pero Hugh no perdió de vista la forma en que la mano derecha
del hombre se dejo caer sobre uno de los varios sacos que colgaban de
la silla de montar. Decidiendo que el saco en cuestión era lo
suficientemente largo para ocultar una espada, Hugh decidió hacer las
presentaciones rápidamente.
—¿Baldulf?
—¿Con quién tengo el placer de hablar?
Hugh no pasó de largo el hecho de que el hombre había evitado
cuidadosamente responder a su pregunta. En realidad, no importaba;
había habido un destello de sorpresa en sus ojos antes de que pudiera
ocultarlo. Fue suficiente para decirle a Hugh que su suposición era
correcta.
—Hugh Dulonget, lord de Claymorgan y conde de Hillcrest—. A
pesar de sus músculos tensos y quejumbrosos, Hugh logró sentarse un
poco más derecho en la silla de montar mientras hacía ese anuncio.
Era la primera vez que usaba sus nuevos títulos y casi se estremeció
ante el orgullo evidente en su propia voz mientras lo anunciaba.
El otro hombre dejó caer la mano a un lado lejos del saco. Hizo un
movimiento de asentimiento en vez de una reverencia mientras
avanzaba hacia adelante hasta que estuvieron uno al lado del otro. —
Sí, soy Baldulf. Es un honor conoceros, milord. ¿Ha habido algún
problema?
—Podría decirse eso—, dijo Hugh secamente.
El pánico invadió de inmediato la expresión del soldado y maldijo
locuaz. —Sabía que no debería haberme ido, pero Willa insistió en que
necesitaba ropas negras para mantener el luto apropiado. Por
supuesto, no había ninguna en la aldea así que tuve… ¿fue herida? —
se interrumpió para preguntar. —Vuestra presencia aquí me dice que
todavía vive, pero….
—Ella está bien —, le aseguró Hugh, dándose cuenta de que su
comentario de autodesprecio había alarmado al hombre
innecesariamente. —No quise decir que la joven hubiese sufrido algún
daño físico.
Baldulf arqueó las cejas al oír la noticia. —¿Entonces, qué daño ha
sufrido?
Hugh era reacio a admitir que había insultado a la muchacha
llamándola bastarda y rechazando casarse con ella. Sin embargo, no
dudaba de que, eventualmente, el hombre se enteraría del asunto por
Eada, sino por la propia Willa. Decidió que lo mejor era explicar la
situación él mismo.
—Me temo que cuando vine por primera vez, no estaba muy feliz
de encontrar una esposa.
El hombre asintió con simpatía ante la noticia. —Estoy seguro de
que fue una sorpresa.
—Sí —. Hizo una mueca. —En mi… eh… sorpresa, tal vez fui algo
menos que diplomático en mi primer encuentro con Lady Willa. —
Hugh hizo una mueca para sus adentros por el eufemismo utilizado
para describir su propia indiscreción.
Baldulf resultó tener una mente aguda. Después de mirarlo
pensativo, preguntó. —¿Cuánto es menos que diplomático?
—La llamé bastarda y me negué a casarme con ella. —Las palabras
salieron de su boca como las de un niño confesando una trastada.
Reconociendo la ira que emergía n los ojos del otro hombre, Hugh
notó que se llenaba de resignación. A decir verdad, la guerra era
mucho más fácil que ese matrimonio y las condiciones monetarias. —
Ya me he disculpado, por supuesto.
—Bueno, ¡así lo espero! —El tono de Baldulf fue bastante menos que
irrespetuoso, en absoluto el adecuado para un caballero que se
encontraba con su nuevo señor, pero Hugh sintió que, por el
momento, correspondía dejar el asunto a un lado. Incluso permitió
que el hombre lo fulminara con la mirada durante algunos momentos
antes de ponerse derecho y hacer retroceder a su montura. Volviendo
a su postura inicial, Baldulf dejo caer la mirada y miró hacia la cabaña
antes de aclarar la garganta y decir en tono mucho más suave, —
Parecéis empapado, mi señor. ¿Estáis aquí desde hace mucho tiempo?
—Desde ayer por la mañana.
—¡Ah! —Baldulf asintió lentamente. —Si, como decís, no ha habido
ningún ataque, ¿Puedo preguntaros por qué habéis estado de guardia
aquí fuera tanto tiempo?
Eso era algo que Hugh se había preguntado varias veces durante el
largo día lluvioso y la noche. —Estoy intentando convencer a lady
Willa para que se case conmigo.
Baldulf asintió con la cabeza, y luego en un tono extremadamente
respetuoso: —¿Sentado en vuestro caballo delante de la cabaña?
—Estoy guardándola para demostrarle mi devoción —, dijo Hugh
con rigidez. Se sintió más tonto aún diciendo esas palabras. Al ver que
la diversión llenaba la expresión del hombre, añadió, —No fue idea
mía. Mi primo y un amigo mío pensaron que podía suavizar el enfado
de Willa si yo juraba guardar su belleza hasta que ella aceptara mi…
¿estáis riéndoos?
Baldulf se cubrió la boca con una mano y tosió varias veces, después
se golpeó el pecho y negó con la cabeza. —No, milord. Tenía… er…
tenía algo metido en la garganta. —Giró la cabeza a un lado tosiendo
y carraspeando alternativamente.
Hugh gruñó irritado y esperó a que pasara el ataque. En el
momento en que el hombre recuperó el control de sí mismo y volvió a
mirarlo con cara solemne, lo atravesó con la mirada. —Conociéndola
tan bien como la conoces, ¿tal vez podrías sugerirme un enfoque más
útil?
El humor volvió rápidamente a la expresión del soldado,
profundizando las líneas que el tiempo había grabado en sus facciones
endurecidas. Hugh notó que la diversión no era de simpatía.
—Bueno, en estos momentos, mi señor, eso sería difícil de decir. Ella
no es como la mayoría de las damas. —Su mirada fue más allá de
Hugh, su voz se volvió distraída. —Podríais probar con regalos.
Pequeñas baratijas y cosas así. Mi esposa siempre disfrutó de esas
cosas. Con vuestro permiso, milord.
Para asombro de Hugh, Baldulf espoleó su montura hacia delante y
se fue pasando por uno de los lados de la cabaña sin esperar el
permiso que había solicitado. Hugh miró detrás de él frustrado,
preguntándose si tal vez no tenía una actitud lo suficientemente
dominante; primero, la vieja bruja lo había tratado como si ella fuese
una reina y él un campesino común; ahora, uno de sus nuevos
soldados se iba antes de que hubiera terminado de hablar con él.
Tenía varias preguntas que podría haber hecho el hombre además
de cómo complacer a Willa. Hugh había pasado una buena hora esa
primera noche, después de que Wynekyn hubiera explicado la
situación, interrogando al antiguo guardián, Howel.
Desafortunadamente, el hombre que había servido como senescal en
Hillcrest parecía no saber más que el propio Wynekyn. En cuanto a
algunas cosas, sabía incluso menos. Era dudoso que Baldulf supiera
más que Howel, pero aún así…
Todavía estaba mirando el lugar por donde hombre y caballo
habían desaparecido cuando oyó acercarse a Lucan y a Jollivet. Sus
palabras y risas fueron audibles varios minutos antes de que
irrumpieran en el claro. Obviamente no estaban haciendo ningún
esfuerzo por mantener el sigilo mientras atravesaban el bosque.
Ignorando sus huesos rígidos y doloridos, Hugh echó hacia atrás su
cabello todavía húmero y se sentó derecho en la silla de montar.
Esperó su llegada con expresión sombría. En ese momento, estaba
dividido entre levantar su espada contra la pareja o arrojarles su
lanza. Por otra parte, «acariciarlos» con sus puños también sonaba
atractivo. Después de todo, ambos eran la fuente de la miseria que
había soportado toda la noche y que todavía estaba sufriendo.
—¡Buenos días! —gritó Lucan mientras salía de los árboles montado
en su caballo.
Parecía bien descansado y condenadamente alegre, pensó Hugh con
disgusto, mientras su amigo se dirigía hacia él. Cuando gruñó por lo
bajo algo parecido a un saludo, Lucan levantó una ceja y desató
rápidamente una bolsa del pomo de su silla de montar.
—Te trajimos algo para que desayunaras. —Le ofreció la bolsa con
una sonrisa reconciliadora.
La respuesta de Hugh fue un gruñido y agarró la bolsa como un
perro hambriento lanzándose a por un hueso. Incluso mientras
empezó a tirar de la bolsa para abrirla, Hugh captó la mirada que su
amigo intercambiaba con Jollivet, que se había apresurado a poner su
propia montura al otro lado de la de Hugh. Los dos hombres lo
flanqueaban.
—En realidad, no esperábamos que todavía estuvieras aquí. Llovió
toda la noche. —Jollivet hizo el anuncio como si ese hecho se le
pudiera haber pasado por alto a Hugh. Afortunadamente para su
primo, Hugh estaba demasiado hambriento para perder el tiempo
derribando al idiota de su caballo como le instaba a hacer su instinto.
Se conformó con una mirada asesina y dijo secamente, —lo noté —, y
se puso a buscar en el interior de la bolsa.
Lucan hizo una mueca. —¿Pero, seguro que no te quedaste aquí,
bajo la lluvia? ¿Toda la noche?
—¿Qué otra cosa podría hacer? —gruñó, sacando un trozo de pan y
un pellejo de cerveza. —Escribiste en esa maldita carta tuya que me
quedaría aquí hasta que ella aceptara mi petición… u otra tontería
semejante. Yo firmé la maldita cosa. Soy un hombre de palabra.
Lucan hizo una mueca al oírlo. —Eh… Sí. Tal vez no fue la más
brillante de mis ideas. Mis disculpas, Hugh. ¿Supongo que todavía no
ha aceptado tu petición?
La expresión fúnebre de Hugh, mientras masticaba pan seco, fue
respuesta suficiente. —Bueno, tal vez ella ceda ahora, después de ver
que has pasado toda la noche bajo la lluvia guardándola.
—Ella no se cambió de opinión ni cedió después de que pasara todo
el día de ayer bajo la lluvia. ¿Por qué la oscuridad debería suponer
una diferencia? —gruñó, entonces cogió el pellejo de cerveza que le
tendía Lucan y lo llevó a la boca.
—Tal vez Jollivet y yo podamos encontrar algo para convencerla. —
Hizo una pausa mientras Hugh casi se atraganta con la cerveza que
estaba bebiendo. Apartando el pellejo de la boca, volvió sus ojos
airados hacia su amigo. —Agradecería que Jollivet y tú no ayudarais
más.
Lucan se mordió el labio y miró a otro lado. —Bueno, ¿ocurrió algo
mientras estuviste aquí por la noche?
La expresión de Hugh fue suficiente respuesta, pero dijo. —No. Ella
no hizo el más mínimo esfuerzo ni siquiera por mirar a hurtadillas a
través de la puerta. Supongo que todavía está enfadada porque la
llamé bastarda. Supongo que decir que estaba por debajo de mí,
tampoco —. Suspiró. —Si pudiera pensar en una mejor forma para
disculparme… que ella aceptara.
—¿Probaste con las flores? —metió baza Jollivet. —Te dije que a las
mujeres les gustan. A ellas…
—Tal vez—, interrumpió Lucan cuando Hugh empezó a gruñir
desde lo más profundo de su garganta al oír la sugerencia de su
primo, —tal vez alguien que la conozca mejor sepa cómo complacerla.
Hugh se dio por vencido mirando al hombre más joven para asentir
con la cabeza ante esa sugerencia. —Consideraré eso. En realidad, he
pedido a Baldulf algunas sugerencias.
—¿Baldulf? —Lucan se enderezó con interés. —¿Ha regresado
entonces el guardián desaparecido?
—Sí. Pero hace unos momentos, se fue justo antes de que llegarais.
—¿Dijo dónde había estado? —preguntó Lucan mientras Hugh
tomaba otro trago de cerveza.
—Creo que estaba buscando tela o ropas negras para que Willa
pudiera hacerse un vestido de luto.
—¿Qué sugirió Baldulf? —preguntó Jollivet curioso.
—Dijo que ella era diferente a otras mujeres —, respondió sombrío.
—dijo que a su esposa le gustaban los regalos y las baratijas.
Un breve silencio reinó mientras Hugh comía; después Lucan se
movió y deslizó la mirada a la cabaña. —Se me ocurre que quizás la
bruja podría tener una sugerencia o dos que fuesen de mayor utilidad.
El estómago de Hugh se estremeció ante la sugerencia, pero
consideró la idea y descubrió que no podía discutirlo. La vieja conocía
a Willa mejor que ninguno de ellos. Lo que era, realmente,
desafortunado. El caballero no parecía complacido por la idea de tener
que pedirle algo a la bruja. Desde el principio había parecido no
considerarlo en demasía y, ahora, no se sentiría mucho más caritativa
hacia él, no después de que él se hubiese atrevido a insultar a su
polluelo.
Tendría que acercarse a ella, supuso, pero logró dejar a un lado la
tarea por unos momentos al preguntar. —¿Cómo fueron vuestras
investigaciones ayer?
Hugh había aceptado la ridícula idea de hacer guardia por pura
desesperación; pero no había dejado a sus hombres ociosos durante la
tarea. Después del interrogatorio infructuoso a Howel, había dicho a
Lucan y a Jollivet que fueran a la aldea y preguntaran por ahí.
También había enviado a varios hombres a Claymorgan a interrogar a
los aldeanos, campesinos y sirvientes acerca del nacimiento de Willa y
la muerta de Luvena. Alguien debería saber algo útil.
—No muy bien—, admitió Lucan en tono de disculpa. —Todo pasó
hace mucho tiempo y ni siquiera se produjeron aquí la mayoría de las
cosas por las que estamos preguntando. Tal vez los hombres tengan
más suerte en Claymorgan.
—La bruja podría saber algo útil, —sugirió Jollivet.
—Hmmm —. Hugh gruñó. Después dejó escapar un suspiro y le
entregó su desayuno a medio comer a Jollivet antes de desmontar.
Tenía que interrogara la mujer tarde o temprano, y, de todos modos,
la perspectiva le había arruinado el apetito. Tal vez si lo hiciese ya,
podría terminar su comida en paz.
Las consecuencias del día y la noche bajo la lluvia y la humedad se
estaban dando a conocer. Hugh apenas pudo contener un gemido
cuando sus piernas, espalda y nalgas se quejaron por el cambio de
postura. Sus piernas -lo primero que había empezado a dolerle, se
habían entumecido durante la noche -casi se colapsaron bajo su peso.
Hugh se obligó a sostenerse agarrado a la silla de montar durante
unos momentos. Una vez estuvo seguro de que no se caería, Hugh se
dio la vuelta y se encaminó rígido hacia la puerta de la cabaña.
La vieja bruja abrió la puerta casi antes de que él golpeara,
haciéndole sospechar que había estado espiándolos y visto cómo se
acercaba. Se negó a creer que lo había «visto» de una manera
antinatural, al modo bruja.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —ladró antes de que Hugh pudiera
ofrecer algo parecido a un saludo educado.
—Yo…
—¿Pensé que habíais jurado proteger a Willa hasta que aceptara
vuestras disculpas?
—Sí, yo…
—Bien, ¿entonces, qué demonios estáis haciendo ahora aquí?
Deberíais estar fuera, vigilándola.
—¿Fuera vigilándola? —exclamó Hugh. —¿Ella no está aquí?
—No. Se fue hace varios minutos.
—¿Qué? —Tronó el caballero, y entonces miró detenidamente el
interior sombrío de la cabaña detrás de la mujer, sin querer creer lo
que decía. La pollita tenía que estar ahí. ¿Cómo podía haberse ido sin
que la viera? Él estaba protegiéndola, ¡por el amor de Dios!
—Sí. Oh, estará bien, —continuó la bruja, notando la alarma que
estaba sustituyendo a la sorpresa. —Baldulf la vio irse y la siguió.
Pero, debo decir, teniendo en cuenta vuestro juramente, que parece un
poco dejado de vuestra parte estar aquí sentado mientras ella está
paseando por ahí con Baldulf y esas bestias suyas.
Maldiciendo, Hugh se dio la vuelta para correr hasta su caballo, sus
dolores y penas ya olvidados.
—Está bien, Baldulf. Mejor que bien —. Willa frotó la mejilla el
material suave de color negro que él acababa de enseñarle. Cuando lo
había enviado en busca de tela para un vestido de luto, lo hizo
suponiendo que iba a traer material de la misma calidad del que había
usado durante varios años haciéndose pasar por campesina. Pero la
tela que ahora tenía en sus manos era la mejor seda, suave, brillante y
del color del ébano.
—Conviene que una dama use seda —, dijo el veterano soldado
mientras le quitaba la tela bruscamente. La enrolló torpemente en una
bola y la guardó en uno de los sacos que colgaban de su silla de
montar. Willa hizo una mueca ante el brusco tratamiento de la
delicada tela, pero se abstuvo de hacer comentarios.
—Debéis honrar a lord Hillcrest con un buen vestido negro propio
de una dama, —anunció con firmeza, una vez el material estuvo a
salvo en la bolsa. Los dos empezaron a pasear de nuevo a lo largo del
camino.
Willa sonrió con tristeza pero asintió con la cabeza. Se había sentido
complacida cuando Eada miró fuera de la cabaña y anunció que
Baldulf había regresado. Después de vestirse, había mirado fuera ella
misma y lo había visto hablando con Hugh. Con el nuevo lord de
espaldas a ella mientras los dos hombres hablaban, le había costado
muy poco deslizarse fuera de la cabaña, ofrecer al soldado más mayor
un asentimiento silencioso a modo de saludo, y escabullirse por un
lado de la cabaña hacia el bosque. Sabía, incluso cuando el bosque la
tragaba, que Baldulf la seguiría. La única duda en su mente es si
llevaría a Hugh con él. Willa se había sentido agradecida cuando
Baldulf llegó cabalgando solo y desmontó para unirse a ella.
—Él me estaba preguntando cómo complaceros.
—¿Ah, sí?
—Sí. Desea suavizar vuestro corazón para que os caséis con él.
—¿Qué le dijisteis?
Baldulf se encogió de hombros. —Que no erais como las otras
mujeres, pero que a mi esposa le gustaban las baratijas.
Willa sonrió levemente ante esas palabras, y entonces dijo —, Eada
dice que debe arrastrarse ante mí sobre su estómago antes de que yo
renuncie y me case con él, sino él morirá.
Levantó la mirada para ver la duda en la expresión de Baldulf
mientras decía —, nunca he sabido de un error de Eada. Sin embargo,
encuentro difícil imaginar a Dulonget arrastrándose por nadie. O por
nada, para el caso.
—Sí —. Willa frunció el ceño. —Es demasiado orgulloso para
arrastrarse. Pero Eada dice que lo hará, y que debo esperar a que lo
haga o lo veré muerto antes de la próxima luna llena.
—Hmmm —. El soldado pareció tan preocupado como ella con la
noticia.
Siguieron caminando en silencio hasta que el camino llegó a la orilla
del río. Willa eligió un lugar cómodo y se sentó entre la hierba alta.
Empezó a sacar carne de la cesta que había llevado con ella mientras
Baldulf se encargaba de su caballo.
—¿Para Wolfy y Fen? —preguntó mientras se acomodaba en una
roca cercana. Era su lugar habitual cuando iban hasta allí, pues le
permitía inspeccionar los alrededores y ver a los posibles atacantes. A
pesar de los años transcurridos sin problemas. Baldulf nunca había
bajado la guardia para protegerla. En realidad, esa vigilancia había
hecho difícil para Eada y Willa convencerlo de que marchase a buscar
la ropa de duelo que necesitaban. Lo habían conseguido solo después
de prometerle que Willa nunca se alejaría de la cabaña, estuvieran
Wolfy y Fen con ella o no.
—¿Qué vais a hacer con las bestias? —preguntó mientras la veía
dividir la carne en dos pilas separadas.
Willa hizo una mueca al oír la pregunta. Era una que se había
estado haciendo a sí misma repetidamente desde la muerte de
Hillcrest. Los lobos eran animales de manada que cazaban en grupo.
La manada de Wolfy y Fen, bien los había abandonado, o bien
simplemente se había deshecho cuando el macho resultó herido. Solo
Fen había permanecido con su compañero. Cazando sola, no podría
conseguir presas grandes, como los ciervos; se habría visto reducida a
perseguir conejos y otras criaturas más pequeñas. Sabiendo que un
lobo solitario tendría problemas para conseguir comida suficiente
para sí mismo, y mucho menos para un compañero herido, Willa
había empezado a llevar carne para ellos. Había mantenido a Wolfy
en la cabaña las primeras noches, y sacado comida dejándola al borde
del claro para que su pareja la encontrara. Al principio, no había visto
al animal; pero Willa sabía que estaba allí porque aullaba por las
noches, por los débiles intentos de respuesta de Wolfy y por el hecho
de que la comida siempre había desaparecido por la mañana.
Una vez que Wolfy se hubo recuperado lo suficiente como para
mostrar un deseo más agresivo de salir de la cabaña, Willa lo dejó ir.
Sin embargo, siguió llevando comida al límite del bosque. Los dos
lobos se habían quedado cerca, aceptando sus ofrendas mientras
Wolfy curaba. Willa había supuesto que se irían una vez el macho
estuviese totalmente bien, pero se habían quedado. La pareja se había
mostrado ante ella cada vez más y más hasta un día en que Willa se
había quedado dormida y despertó para encontrar a Wolfy tumbado
no muy lejos de ella y a Fen algo más abajo, en la orilla del río,
bebiendo el agua fresca. En el momento en que ella se había movido,
los dos animales se habían escabullido entre los árboles. Pero volvían
junto a ella una y otra vez, acercándose más, quedándose más tiempo,
aceptándola más y más hasta ahora, que parecía que la habían
adoptado.
Se habían vuelto tan cariñosos como un perro, y se comportaban
como uno, pero Willa nunca había cometido el error de olvidar que
eran animales salvajes. Y ese era parte del problema. Como lady
Hillcrest, tendría que irse de la pequeña cabaña que la había protegido
tanto tiempo. Pero no podía llevar con ella los lobos al castillo. Su
mera presencia tan cerca de tantos extraños pondría en peligro tanto a
los lobos como a los habitantes del castillo. No podía arriesgarse a eso.
Por otro lado, habían sido parte de su vida durante varios años, y
habían demostrado ser tan protectores con ella como ella lo era con
ellos. Imaginaba que la habían adoptado como miembro de su
manada. Willa no estaba del todo segura de que no fueran a seguirla
hasta el castillo e intentar establecer una guarida cerca, donde podían
estar en peligro debido a los cazadores.
—No podéis llevároslos. —dijo Baldulf.
A pesar del hecho de que había estado pensando exactamente lo
mismo, Willa frunció el ceño.
—Ah. Creo que tal vez debería llevar la tela a Eada y después
ocuparme de mi caballo.
Willa levantó la mirada asombrada mientras Baldulf se ponía de pie
y se dirigía hacia su montura. Aparte de este último viaje, muy
necesario, el hombre nunca la había dejado sola a menos que estuviera
a salvo en el interior de la cabaña. La joven no podía creer que el
soldado simplemente la dejara allí sola en la cañada. No es que
temiera un ataque, pero no sabía qué hacer ante ese extraño
comportamiento.
Fue la forma en que el soldado miraba por encima del hombro de
ella mientras montaba lo que la hizo mirar alrededor. La visión de
Dulonget cabalgando velozmente por el camino no fue
completamente inesperada. Willa sabía que, eventualmente, el
hombre pronto descubriría su ausencia y la buscaría. Después de
todo, se suponía que él estaba «guardándola». Willa sí estaba
sorprendida de que hubiera descubierto su ausencia tan rápidamente
y que saliera en su persecución. Y esa era probablemente la razón
detrás de la alarma repentina que corría por sus venas, se aseguró a sí
misma. No tenía nada que ver con el hecho de que él debía pedirle
que se casara con él, y que ella se vería forzada a decirle «no» o a verlo
morir. A Willa le resultaba difícil decir no la mayor parte del tiempo.
No le gustaba herir ni decepcionar a la gente en general, pero decirle
no a Hugh… bueno, eso era…
Alarmante. A Willa se le había asegurado, hacía ya cinco años, que
Hugh Dulonget se convertiría en el próximo conde de Hillcrest y que
ella sería su próxima esposa. Había vivido con esa certeza sobre ella
como una capa protegiéndola del viento. Había envuelto esa verdad a
su alrededor durante las noches y dormía acurrucada en su calor.
Había permitido que coloreara sus sueños de futuro y la había usado
para protegerse de sus pesadillas. Con el tiempo, él se había
convertido en su caballero blanco. El hombre que la mantenía a salvo
de los daños, le daría los niños que se agarrarían a su pecho, y quien, a
su vez, la estrecharía contra su propio corazón durante esas largas
noches oscuras cuando los lobos aullaban sin parar.
Tal vez ella lo había elevado demasiado en su mente. En sus
fantasías, él era alto y fuerte, con cabello rubio que caía flotando, una
armadura plateada que reflejaba el sol, y un hermoso corcel blanco. Él
era galante, amable, cortés y…
El tamborileo de los cascos de la montura sacó a Willa de sus
pensamientos y se concentró completamente en él, la realidad
reemplazaba al hombre de sus sueños. Se había quitado el casco en
algún momento de la noche y su pelo flotaba alrededor de su cabeza
con la brisa mientras se acercaba. No era exactamente la gloria dorada
de sus sueños. En realidad, era más un rubio sucio, casi más castaño
que rubio, pero el sol producía algunos destellos de oro puro en su
cabello mientras se agitaba alrededor de su cara. En cuanto a su
armadura, la de Hugh estaba más empañada y mellada que la de sus
fantasías, pero sí brillaba mientras el sol la golpeaba. Y esa cara…
El hombre de los sueños de Willa había sido una cara en blanco
durante esos años. No había tenido ni la menor idea de cuál era su
aspecto. Ahora lo sabía y no le disgustaba. Tal vez no fuera guapo
desde un punto de vista clásico. Ese hombre tenía una cara curtida, la
piel bronceada por estar tanto tiempo al aire libre. Su carne mostraba
pequeñas cicatrices de batallas pasadas. Una le cruzaba la barbilla
cerca del centro, pareciendo casi más un hoyuelo que una cicatriz.
Otra dividía en dos du ceja derecha, dejando una pequeña separación
blanca y sin pelo. Una tercera adornaba su mejilla, enfatizando su
pómulo. Ninguna de ellas lo desfiguraba, pero juntas y con los ojos
azul claro, la nariz ligeramente torcida y los labios firmes, hacían que
tuviera una cara muy interesante. Una cara fuerte llena de carácter
que se volvía más hermosa cuando sonreía. Su cara la complacía.
También el resto de él. Como en sus sueños, era alto y fuerte, con
brazos y piernas musculosas. Incluso montaba un corcel blanco.
Bueno, un corcel casi totalmente blanco; tenía una mancha gris en un
costado, pero la silla de montar la ocultaba a la vista.
Con todo, Hugh Dulonget era el caballero blanco de sus sueños.
Incluso era, en su opinión, considerado y cortés. Willa estaba segura
de que otro hombre habría enviado a un sirviente para deshacerse de
una prometida no deseada, pero él había ido personalmente. Incluso
había parecido verdaderamente incómodo al decirle que no deseaba
casarse con ella. Desde luego, había sido antes de que él supiese que
ella no era la hija bastarda de una mujer de la aldea, tal como había
asumido, y de la riqueza que le habían dejado como dote.
Si ella fuera del tipo poco práctico, Willa podría haberse sentido
herida porque el interés de Hugh por ella estuviese estimulado por la
riqueza que conseguiría cuando se casara con ella. Pero no era de ese
tipo. Los matrimonios arreglaban por esas cuestiones. Un compañero
aportaba riqueza, el otro un título, y juntos formaban el conjunto de la
sociedad. Tal era el camino del mundo. Y ella era consciente de que si
bien ella había tenido cinco años para hacerse a la idea, su existencia y
la expectativa de que él la convertiría en su esposa había sido una
especie de shock para Hugh Dulonget. Era tarea de ella hacer que él se
adaptaba sin problemas a su nuevo futuro. Y Willa quería cumplir con
su deber. Ese era el problema. Ella quería decir «sí», pero no podía
hasta que él se arrastrara hacia ella.
Miró de nuevo a Baldulf, intentando detenerlo con una palabra. Era
demasiado tarde; el caballero a estaba animando a galopar a su
caballo. Así que Willa tendría que enfrentarse a Dulonget sola. Y ser
fuerte. Era por el bien de él.
Su mirada recorrió el cuerpo de él otra vez mientras cabalgaba,
observó la forma en que los músculos de sus piernas se doblaban y
unían alrededor del caballo. Willa tragó saliva. Eso no era buena idea.
En realidad, debía evitar al hombre tanto como fuera posible hasta
que se rebajara.
Con ese pensamiento firmemente arraigado en su mente, se puso de
pie.

Capítulo 5
Willa estaba a punto de tomar un atajo por el bosque cuando se dio
cuenta de que, probablemente tal acción no era el comportamiento
más adecuado para una dama. Ese pensamiento la hizo detenerse y
perder la oportunidad. Dándose cuenta de que Hugh estaba
demasiado cerca para que ella fuera capaz de evitarlo, se volvió
inmediatamente hacia el río. Se dejó caer hasta quedarse sentada y se
obligó a sí misma a parecer relajada mientras lo esperaba. Sin
embargo, apariencias a un lado, Willa no estaba relajada. Estaba tan
tensa como Wolfy o Fen cuando se acercaban extraños. Fue
plenamente consciente del golpeteo de los cascos del caballo mientras
se acercaba, del crujir del cuero mientras el caballero desmontaba, de
los sonidos suaves que produjo al atar la montura a un árbol cercano.
Después hubo un sonido de arrastre que no pudo identificar. Se
concentró en la dirección de los sonidos que él estaba causando al
moverse en la zona justo detrás del árbol donde había atado su
caballo, pero no podía imaginar qué estaría haciendo. También era
reacia a darse la vuelta y mirar. Por estúpido que pudiera parecer,
temía que una mirada a su expresión pudiera mostrar al caballero su
falta de resolución, animándolo a presionarla para lograr sus
objetivos. Era mejor que lo ignorara por completo. Willa se tensó
cuando escuchó el sonido suave de Hugh al acercarse a través de la
hierba alta.
Gracias a un gran esfuerzo de voluntad, Willa se las arregló para no
empezar a moverse nerviosamente ni a aumentar la distancia cuando
él se sentó a su lado. Ambos guardaron silencio un momento; Willa
temerosa de mirarlo, él, aparentemente, no sabía que decirle. Entonces
un ramo bastante triste de flores fue empujado repentinamente a su
cara. La joven parpadeó ante las flores blancas y mustias, y lo miró a
la cara, pero él no estaba mirándola. Hugh estaba mirando fijamente
el río que corría delante de ellos con la cara roja de vergüenza.
—Er… —fue todo lo que Willa pudo manejar. Como no podía hacer
otra cosa, cogió el patético ramito de su mano y lo miró. El ramo
explicaba lo que había estado haciendo el caballero en el bosque hasta
hacía un momento. Había estado arrancando flores para ella.
—Son flores, —anunció Hugh. Aparentemente, la expresión perdida
de Willa le había hecho pensar que la joven no sabía qué estaba
sosteniendo.
En realidad, no eran flores propiamente dichas. Eran hierbas e
hierbajos medio muertos, pero no iba a decírselo. Además, suponía
que el hecho de que se le hubiera ocurrido era lo que contaba. Y había
sido un pensamiento terriblemente dulce, decidió mientras notaba que
las lagrimas le llenaban los ojos. Nunca nadie había recogido flores
para ella.
—Olían bien, así que pensé que en escogerte algunas —, añadió él
con voz ronca. Willa inclinó la cabeza, consciente de que ahora la
estaba mirando.
—Jollivet dijo que a las mujeres les gustaba que los hombres les
cogieran flores —. Empezaba a sonar un poco a la defensiva, notó
Willa, así que hizo un gesto rápido de asentimiento con la esperanza
de tranquilizarlo. No estaba segura, pero le pareció que el caballero se
relajaba un poco. Al menos su muslo y su brazo se rozaron de repente
contra ella, como si los hubiese liberado después de una postura
rígida. Entonces lo oyó dejar escapar un suspiro.
—No soy bueno cortejando —, le confió. —He pasado más tiempo
en la batalla que en la corte.
Willa consiguió asentir otra vez y hundió la cara en las flores
mustias, inhalando su extraña fragancia con la nariz arrugada.
Él continuó, —Ahora Jollivet, él pasa mucho tiempo en la corte. No
dudo que él sabría exactamente qué decir para complacerte… o al
menos que decir para complacer a tu guardián, ya que él prefiere los
hombres a las mujeres.
Willa levantó la mirada bruscamente ante ese último pensamiento.
Él todavía estaba mirando más allá del agua, pero ahora la nariz de él
temblaba ligeramente. —¿Qué es ese olor? —Su mirada cayó de
repente y se clavó en las dos pilas de carne que ella había dejado. Una
expresión de perplejidad cubrió su rostro, para aclararse tan solo un
momento más tarde. —Oh, es para esos lobos tuyos. Supongo…
Hugh se sentó tan bruscamente que Willa se quedó rígida con la
preocupación. Luego, de repente, él estaba de pie y la urgía a
levantarse también. —Venid. Debéis volver de vuelta a la cabaña.
—¿A la cabaña? —La joven se hizo eco con asombro cuando se
encontró a sí misma yendo rápidamente hacia el caballo. Hugh la
arrojó sobre la bestia.
—Sí. Hay algo que debo hacer y… —hizo una pausa, con las riendas
en la mano y frunció el ceño. —Pero he jurado protegeros hasta… —
sacudió la cabeza. —Baldulf tomará mi lugar durante un rato, pero
volveré para protegeros en el momento en que mi tarea esté
terminada —, le aseguró como si ella debiera estar preocupada por
eso. Después se montó en el caballo detrás de ella y urgió a la bestia a
volver al camino a la cabaña.
Willa pasó el viaje en un silencio confuso. Estaba tan confundida
por la repentina excitación y urgencia de él como por la reacción de su
propio cuerpo ante la proximidad del de Hugh. Había tenido un
impulso, decididamente inquietante, de fundirse con él. Cada
músculo de su cuerpo pareció estar doliéndose por relajarse en su
abrazo. Fue solo su determinación la que consiguió que no lo hiciera.
Pero fue incluso peor el leve jadeo de respuesta al ver las manos del
caballero cerradas en un puño delante de ella. Agarraban firmemente
las riendas, rozando ocasionalmente y sin intención la parte inferior
de sus senos mientras cabalgaban. Cada toque había levantado un
pequeño remolino en su interior. Fue un gran alivio el momento en
que alcanzaron el claro y él se deslizó de la silla para ayudarla a
desmontar. No la dejó de inmediato, sino que se dirigió a la cabaña y
abrió la puerta.
Eada tenía la tela negra nueva extendida sobre la mesa. Baldulf
estaba afilando su espada junto al fuego. Ambos levantaron la mirada
sorprendidos cuando entraron. esa sorpresa sólo se profundizó
cuando Hugh pidió a Willa que se sentara a la mesa, ordenó a Baldulf
que la vigilara y luego se dio la vuelta y se fue tan rápido como había
entrado.
Los tres lo miraron con curiosidad un momento; entonces volvió el
ruido de la lluvia en el techo. Como si fuera una señal, Baldulf se
encogió de hombros y volvió a afilar su espada. Eada se inclino para
medir una vez más. La mirada de Willa se deslizó afectuosa de uno al
otro, después se levantó y fue a ayudar a Eada con el vestido.
Se las arreglaron para medir y cortar la tela mientras caía la lluvia.
Willa habría ayudado a Eada a coser pero hacía tiempo que había
demostrado ser inútil con una aguja, así que Eada la alejó. Sin nada
más que hacer, Willa empezó a andar de un lado a otro. Fue un alivio
para todos cuando dejó de llover y Baldulf sugirió que la acompañaría
a dar un paseo. Willa se puso una capa, buscó algo de carne para
Wolfy y Fen, y se movió para esperar en la puerta. A Baldulf siempre
le dolían las articulaciones cuando llovía y era más lento de lo normal.
Lo miró con una mueca de dolor mientras él trataba de ponerse las
botas, entonces frunció el ceño y miró fuera de la cabaña,
inmensamente aliviada cuando vio a Hugh cabalgando de vuelta
hacia el claro.
—No importa, Baldulf, —dijo mientras veía a Lucan, en amigo de
Hugh, acercarse a él y saludarlo. —Hugh ha vuelto y como se ha
comprometido a protegerme, no hay necesidad de que te molestes.
—No habría sido ningún problema —,mintió el hombre mayor
entre dientes, pero eso fue respuesta suficiente para Willa. Baldulf
estaba contento de quedarse al lado del fuego con la esperanza de que
calentara sus viejos huesos y aliviara su sufrimiento. Willa le dio una
rápida sonrisa y después abrió la puerta y salió de la cabaña.

Deteniéndose en el centro del claro, Hugh dio la vuelta al caballo y


esperó con algo de impaciencia a que Lucan lo alcanzara. Había
pasado las dos últimas horas bajo la lluvia, después se había
arrastrado por el barro en busca del presente que ahora colgaba de su
silla de montar metido en un saco. Estaba ansioso por ver si le gustaba
a Willa.
—¿Hay novedades? —preguntó tan pronto Lucan se detuvo delante
de él. —Seguramente los hombres no han vuelto todavía de
Claymorgan, ¿verdad?
—No —. Lucan sacudió la cabeza. —No los espero hasta más que
caiga la noche o incluso más tarde. Si volviesen antes, me preguntaría
si se habían tomado el tiempo suficiente para hacer las preguntas.
Hugh asintió conforme y arqueó una ceja. —Entonces, ¿qué te trae
por aquí?
Lucan desenganchó rápidamente una bolsa de la silla de montar y
se la tendió. —Estaba inquieto así que te traje más comida. No
terminaste la tuya esta mañana.
—Gracias, amigo —¸Hugh acercó el saco y la abrió ansioso. No se
había dado cuenta hasta ese momento, pero estaba hambriento. El olor
a carne asada se escapó de la bolsa y casi lo hizo desvanecerse.
—Tampoco tuviste esta mañana oportunidad de preguntarle a la
bruja lo que podría complacer a Willa —continuó Lucan mientras
Hugh empezó a morder un muslo de pollo. —Así que lo hice yo.
Hugh dejó de masticar y levantó la mirada. —¿Lo hiciste?
—Sí —. Lucan parecía bastante satisfecho de sí mismo. —Y la bruja
sugirió que la mejor manera de complacer a Willa es complacer a
aquellos a quien ama. Al principio pensé que se refería a ella misma,
pero ella dijo que no, que a los lobos. Creo que subestima su propio
lugar en los afectos de Willa. La joven parece sentir un gran afecto por
la mujer y hacer algo bueno por la vieja bruja, sin duda, la
complacería igualmente. Pero aún deberías hacer algo por los lobos,
creo. ¿Por qué sonríes?
Hugh negó con la cabeza, pero su sonrisa se hizo incluso más
amplia. —Porque eso es algo que también se me ocurrió cuando
estaba sentado con Willa junto al río.
—¿Y qué fue?
—Que hacer algo bueno por su lobos la complacería. Y tengo algo
justo aquí para ellos —. Palmeó contento el saco que colgaba del pomo
de su silla, después dio otro mordisco a la carne, masticando con
verdadero placer.
—¿Y qué… — empezó Lucan, solo para detenerse. Su mirada se
estrechó y su boca empezó a curvarse en una mueca cuando algo por
encima del hombro de Hugh captó su atención. —Uh.. es mejor que…
Siguiendo la dirección el dedo, Hugh miró hacia la cabaña justo a
tiempo para ver a Willa desaparecer en el bosque que estaba detrás.
Sola. Maldiciendo, lanzó la comida aún sin terminar a Lucan y sujetó
sus riendas para ir tras ella.

Willa era consciente de que Lucan la había visto y no dudaba de que


avisaría a Hugh. Estaba completamente segura de que la seguiría.
Aunque no quería que lo hiciera. No quería preocupar a Baldulf ni a
Eada. Pero tampoco deseaba pasar más tiempo con Hugh en ese
momento. Encontraba su presencia inquietante, por no decir más.
Para evitar su perturbadora compañía, empezó a correr en el
momento en que entró en el bosque y después se subió al primer árbol
que le pareció apropiado. Justo acababa de acomodarse en las ramas
superiores, cuando vio a Hugh pasar debajo de ella. Lo vio alejarse,
sabiendo que iba a buscarla por todos lados antes de volver a la
cabaña para ver si ella había vuelto. Suponía que tenía una media
hora, más o menos, para relajarse antes de tener que regresar para
evitar que el caballero alarmara a Eada y a Baldulf.
Willa esperó algún tiempo antes de que Dulonget se perdiera de
vista antes de bajar del árbol. Después borró sus huellas haciendo un
nuevo camino entre los árboles. Supo que había conseguido que Hugh
perdiera su rastro cuando Wolfy y Fen aparecieron de repente entre
los árboles para unirse a ella. Los dos lobos podían haber formado un
vínculo con ella, pero no eran amistosos con otros seres humanos. No
se habrían unido a ella si había alguien cerca de ella que no fuera
Baldulf. No es que estuvieran demasiado lejos. Simplemente, tendían
a camuflarse entre la naturaleza que los rodeaba y esperaban hasta
que se sentían cómodos al acercarse. Hasta la presencia de Eada era
suficiente para que mantuvieran su escondite entre los árboles.
Sonriendo a las bestias, sacudió la cabeza de Wolfy y rascó la cabeza
de Fen mientras caminaban. Los animales se rozaban contra sus
piernas en respuesta, casi como si le devolvieran las caricias con sus
cuerpos.
A pesar de que ese camino daba mucha más vuelta y era más duro,
no pasó mucho tiempo antes de que salieran a la orilla del río. Willa
caminó a lo largo de la misma hasta que alcanzó el lugar donde había
dejando anteriormente la carne para Wolfy y Fen. Tal y como había
esperado, la carne había desaparecido. Elogió a los animales, después
recuperó la pequeña porción de carne cubierta de tela que se había
metido en el bolsillo antes de dejar la cabaña. La dividió en dos partes
iguales, la dispuso para las dos bestias y se retiró a la roca donde
Baldulf se había sentado antes.
Wolfy y Fen esperaron pacientemente hasta que ella estuvo
instalada, después se acercaron lentamente a la carne que les había
traído. Willa no había llevado mucho esa vez. Tan solo un aperitivo
realmente, y se acabó rápidamente. Una vez acabaron de comer,
ambos animales se acomodaron sobre sus estómagos para lamer sus
patas.
Willa los miró, una sonrisa suave curvaba sus labios, después se
inclinó hacia atrás apoyada sobre las manos y permitió que su cabeza
cayera hacia atrás. La brisa bailaba sobre su cuerpo y le agitaba el pelo
con suavidad. Era relajante y sintió que el estrés de los últimos dos
días se desvanecía. Entonces, el sonido de unas pezuñas la hizo
ponerse rígida. Se enderezó con algo de violencia para mirar a su
alrededor mientras Hugh surgía de entre los árboles y trotaba hacia
ella.
El hecho de que ni Wolfy ni Fen -ambos tenían un oído mucho más
agudo que el de ella - hubiesen advertido que se acercaba la
desconcertó. Hasta ahora solo habían aceptado a Eada y a Baldulf. Su
confusión se hizo más profunda cuando se dio cuenta de que no sólo
no la habían advertido de la aproximación de Hugh, sino que se
habían escabullido dejándola sola.
—Estáis aquí.
—Sí. Aquí estoy —. Se levantó cautelosa mientras él desmontaba.
Willa no estaba del todo segura de cómo reaccionaría el caballero si
ella huía deliberadamente. Parecía tener cierto temperamento y la
joven sospechaba de que no le gustaría que lo desobedeciera. Aunque,
en realidad, él no le había ordenado que no dejara la cabaña sin
vigilancia, pero había estado implícito.
Sin embargo, Hugh no parecía estar enfadado cuando descolgó la
bolsa de su silla de montar y se dio la vuelta para acercarse a ella. En
realidad, Willa pensó que más bien el caballero se veía bastante
satisfecho consigo mismo.
—¿Dónde están Wolfy y Fen?
Willa parpadeó. Esa pregunta era la última que hubiera esperado de
él y le llevó un momento encontrar la respuesta correcta.
—Bueno, ellos… eh… estaban aquí hace un minuto. Sin duda
todavía están por los alrededores —Miró hacia el bosque vagamente,
entonces se giró para mirarlo con sospecha. —¿Por qué?
Hugh sonrió. —Porque les traje un regalo.
—¿Un regalo? —La curiosidad hizo que Willa se adelantara para
mirar en el interior del saco que el abrió para ella. Al principio lo
único que pudo ver fue una porción de piel marrón grisáceo de
aspecto suave. Después, cuando sus ojos se adaptaron al interior
oscuro de la bolsa, pudo distinguir algunos rasgos como orejas largas
y bigotes. —¿Un conejo?
—Sí.
Willa levantó la mirada para ver su sonrisa satisfecha y después,
inesperadamente conmovida por su acción, volvió a mirar el interior
de la bolsa. —Eso ha sido muy gentil de vuestra parte, milord. Yo…
¡Está vivo!
El asintió con entusiasmo. —Sí. Y no puedo deciros lo difícil que ha
sido esa hazaña. Había cazado antes, pero nunca con el objeto de
atrapar el animal con vida.
—Pero… —Lo miró horrorizada. —¿Por qué vivo?
El caballero pareció sorprendido por la pregunta. —¿Por qué?
Porque Wolfy y Fen disfrutarán de la caza. Ver la carne que habías
preparado para ellos me dio la idea. No dudo de que han perdido la
emoción de la caza.
Willa sacudió la cabeza. —Le ruego me disculpe, milord. ¿Estáis
diciendo que tenéis la intención de que ellos cacen este pobre animal?
Al darse cuenta por fin de que la joven no parecía estar complacida
con el regalo, Hugh frunció el ceño. —Es lo que hacen los lobos.
Cazan. Persiguen, acorralan y cazan a su presa.
—Cuando es necesario, sí —, admitió Willa. —Pero yo los alimento.
Yo…
—Sí. Pero esta es su naturaleza. —Sacudió la bolsa suavemente y
esta empezó a agitarse mientras el conejo pateaba en su interior. —
Probablemente han perdido el instinto de la caza.
Willa frunció el ceño al oír eso y se preguntó por un instante si ella
no estaría perjudicando a Wolfy y Fen de alguna manera al eliminar
su necesidad de cazar. Había empezado a alimentarlos por necesidad,
pero continuaba porque… bueno, suponía que los había estado
tratando como mascotas cuando sabía que en realidad no lo eran. Lo
cual causaría un pequeño problema ahora que ella debería trasladarse
al castillo y, en efecto, abandonarlos. En ese momento el conejo
empezó a patear desesperadamente en el interior del saco y la mirada
de la joven volvió a clavarse en el. La nariz del animal estaba
arrugándose frenéticamente, sus ojos casi daban vueltas en su cabeza
mientras pateaba inútilmente contra la tela que lo rodeaba.
Echara a perder a Wolfy y Fen o no, Willa no podía verlos destrozar
esa pobre criatura en pedazos. Llevarles carne cruda que Baldulf había
despedazado en alguna parte detrás del establo era una cosa; verlos
destrozar un conejo vivo era otra muy diferente.
—Llamad a Wolfy y Fen. —sugirió Hugh y Willa respiró hondo.
—¡No! —gritó. Entonces impulsivamente arrebató la bolsa a un
sorprendido Hugh y echó a correr hacia el bosque.
Escuchó su grito de sorpresa, después una maldición y supo que la
perseguiría en su caballo en un momento, pero no estaba preocupada.
Willa conocía la zona de bosque a su alrededor profundamente. Era
una simple cuestión el despistarlo.
La llegada de Wolfy y Fen, cada uno a un lado de ella una vez más,
confirmaron a Willa que había perdido a Hugh. Eso también suponía
un nuevo problema. Difícilmente podía soltar el conejo con ellos a su
alrededor. Después de una breve vacilación, dirigió sus pasos hacia la
cabaña y tomó el camino de vuelta a su casa. Se aseguraría de salir
detrás del establo en lugar de a la propia cabaña por si acaso Hugh ya
estaba buscándola allí.
Para alivio de Willa, ni Wolfy ni Fen mostraron curiosidad acerca
del saco que llevaba, ni por su contenido. Se mostraron complacidos
de retroceder y dejarla salir del bosque por sí misma. Willa se dirigió
directamente al establo. Deslizándose en su interior, dejó la puerta
abierta para poder ver. Justo acababa de soltar al conejo en un
pequeño corral cuando alguien entró por la puerta bloqueando la luz.
Willa no se sorprendió en absoluto al darse la vuelta y encontrar a
Hugh mirándola.
—Tú… empezó él, después se detuvo abruptamente mientras sus
ojos se adaptaban al interior más tenue y conseguía tener una visión
más clara de su entorno. El establo era realmente más grande que la
propia cabaña. La primera mitad estaba ocupada por cuatro
caballerizas, dos a cada lado de la construcción. Tres de ellas tenían
caballos: el de Willa, el de Baldulf y un tercer caballo que usarían
cuando necesitaban llevar un carro. El cuarto y último cubículo no
tenía puerta para mantener un caballo dentro. Había una silla, un
jergón y efectos personales de Baldulf. Willa vio que la sorpresa
cruzaba la cara de Hugh al descubrirlo. La expresión fue seguida
rápidamente por una de respeto mientras reconocía la profundidad de
la lealtad del viejo soldado.
Willa se sintió casi aliviada cuando su mirada se movió a la segunda
parte del establo. Allí era donde debería haber estado el carro, pero el
espacio había sido ocupado por varias jaulas pequeñas y corrales
dejando el carro en el exterior sin protección contra los elementos.
Willa vio que la mirada de Hugh se desplazaba por las jaulas y
corrales y vio que sus ojos se entrecerraron cuando se clavaron en el
halcón que estaba mirándolo con desdén.
—A ese halcón le falta un ala —, observó. Como Willa permaneció
en silencio, él se adentró más en el establo. Miró más de cerca el
interior de alguna de las otras jaulas. —Y ese tordo tiene solo un pie.
El caballero se dio la vuelta lentamente, su mirada pasaba de un
animal a otro. Willa miraba alrededor con él, viendo lo que él veía.
Una construcción llena de animales. Algunos habían perdido partes
del cuerpo vitales para su supervivencia en la naturaleza. Aquellos
que ella conservaba, sabiendo que no tendrían ninguna oportunidad
en otro caso. Pero había otros animales en proceso de recuperarse de
sus heridas o, simplemente, heridos y necesitados de atención. A esos
los liberaría tan pronto fueran capaces de valerse por sí mismos.
La mirada de Willa se deslizó de vuelta a Hugh y vio el horror
naciendo en su expresión. Suponía que estaba concluyendo que
presentarse a ella con un conejo para que sus lobos destrozaran había
sido el peor modo posible de complacerla.
—Lo estabais haciendo mucho mejor con vuestras flores, milord —,
dijo en voz baja y la mirada del caballero se dirigió hacia ella.
Hugh la miró impotente por un momento. Entonces gruño con
frustración, la agarró de los brazos y la atrajo hacia él para presionarle
los labios con los suyos. Por un momento, la sorpresa hizo que Willa
permaneciera inmóvil en sus brazos. Pero fue lo suficientemente largo
para que él barriera firmemente sus labios sobre los de ella y que
después deslizara la lengua hacia fuera para urgirle a abrir la boca. Al
momento siguiente, la joven estaba respirando el aliento de él. Su olor
y sabor la abrumaron. La caricia de su lengua encendió algo en su
interior que nunca había experimentado. Fue como si de repente
estuviera ardiendo de dentro hacia fuera, como si una fiebre
atravesara su cuerpo.
Willa debería estar deseando alejarse de esa fiebre, pero en cambio
sucedía lo contrario. Se sentía ansiosa por experimentar más, por
acercarse a ella tanto como pudiera. Empezó a apretarse contra él, casi
retorciéndose en un esfuerzo por penetrar en la piel de él. Cuando
Willa notó la mano de él bajar deslizándose hasta su seno, pensó que
él estaba a punto de alejarla de él. Gimió en protesta. Pero Hugh no la
alejó; en vez de eso, la mano se cerró sobre su pecho. Ella gimió otra
vez, esta vez con placer innegable. La fiebre que corría a través de ella
parecía fundirse allí con una excitación hormigueante añadida al
calor.
Los labios de Hugh liberaron los suyos de repente y se movieron
hasta su garganta. Lo oyó gemir su nombre contra su piel suave y su
cuerpo respondió de una forma que ella era incapaz de articular de
ningún otro modo que no fuera frotarse y golpear la parte baja de su
cuerpo contra la bragueta del caballero. Eso dio lugar a una respuesta
bastante sorprendente, pero totalmente satisfactoria por parte de
Hugh. El beso, que hasta el momento ya estaba siendo bastante
apasionado, se convirtió en algo casi violento y, repentinamente, él la
empujó hacia atrás hasta que la levantó y la tuvo apoyada contra la
pared. Empujando una rodilla entre las de ella, la sostuvo en la misma
posición al tiempo que se inclinaba hacia atrás para empezar a
sacudirse desesperadamente su cota de malla.
Willa lo miró desconcertada hasta que él se dio por vencido con un
gruñido y la agarró por la parte superior de los brazos. Casi brutal en
su excitación, la arrastro contra su pecho para otro beso rápido y
furioso. Willa estaba sin aliento y casi incapaz de pensar cuanto él lo
terminó… hasta que gruñó, —Cásate conmigo.
Las palabras traspasaron su placer y la llevaron a estrellarse contra
el suelo con un golpe sordo. Agachando la cabeza, intentó aclarar su
pobre y debilitada mente. Él destrozó sus esfuerzos cubriéndole el
pecho con su mano otra vez y apretándolo alentadoramente. Willa
miró la mano oscurecida por el sol cubriendo el montículo y le resultó
difícil respirar.
—Yo… —jadeó mientras él la soltaba y de repente tiraba del escote
de su vestido de campesina. Por un momento, su pecho estuvo
expuesto al aire libre, su pezón endurecido parecía inusualmente
oscuro contra su carne pálida. Entonces la mano de él lo cubrió otra
vez, y esta vez la piel ligeramente áspera de su mano callosa estaba en
realidad contra su carne desnuda. Willa cerró los ojos para evitar la
erótica visión y echó la cabeza hacia atrás. Jadeaba suavemente
mientras él la acariciaba.
—Cásate conmigo —. Esta vez las palabras fueron un susurro contra
su piel pues sus labios habían reemplazado a su mano. Hugh empezó
a chupar de su carne, tirando de su pezón como fi fuera un bebé al
pecho de su madre. La respuesta de Willa no fue maternal. Gritando,
se arqueó contra él, después gritó otra vez en protesta cuando él se
detuvo y se puso derecho.
—No te detengas, —suplicó, atrapándole la cara entre las manos e
intentando tirar de él hacia abajo. Él se resistió, esperando hasta que
consiguió la atención de ella antes de repetir —Cásate conmigo.
Willa todavía estaba en sus brazos.
—Cásate conmigo, así podré hacer esto contigo una y otra vez —. La
sacudió con suavidad. —Cásate conmigo.
Ella lo miró, su mente totalmente alborotada. Una parte de ella
quería gritar «Sí. Ahora. En este mismo instante». Cualquier cosa para
que ese placer insoportable acabara. Experimentarlo una y otra vez a
lo largo de los años venideros con la santidad del matrimonio para
hacerlo más dulce. Pero ese era el truco. Si Eada estaba en lo correcto,
no sería una y otra vez a lo largo de los años que les esperaban. Si ella
aceptaba casarse con él antes de que él se arrastrara sobre su vientre,
él moriría en un mes.
—¿Willa?
Hugh le apretó suavemente con las manos, atrayendo su mirada de
vuelta a él y la joven se mordió el labio por un momento y después
murmuró: —Supongo que no tenéis ganas de arrastrarte por el suelo,
¿no es así?
—¿Qué?
Hugh parecía completamente sorprendido por la pregunta y ella
aprovecho su estado de confusión para deslizarse entre él y la pared.
Sin una palabra, se dio la vuelta y se apresuró a salir del establo.

Capítulo seis.
Hugh se movió sobre la silla de montar intentando encontrar una
posición cómoda. Esto parecía ser más y más imposible en los últimos
tiempos. Ese mismo día, más temprano, había notado una cierta
sensibilidad en su trasero y se había preguntado por un momento si
podía ser una llaga debida a la silla de montar; había desechado
rápidamente la idea. Hugh había pasado innumerables horas sobre la
silla a lo largo de los años y, aunque las había sufrido una o dos veces
cuando era un muchacho verde, su piel se había endurecido con el
tiempo. Era muy poco probable que la sufriera ahora. Sin embargo,
definitivamente había un punto sensible en sus posaderas. Tampoco
había nada que pudiera hacer al respecto en ese momento, así que se
limitó a cambiar de posición en un esfuerzo fútil para aliviar su
incomodidad y concentrarse en otras cosas.
La lluvia fue lo primero que se le vino a la mente. Probablemente
era porque estaba cayendo sobre él una llovizna constante. Lo cual,
suponía, era mejor que el diluvio que lo había atormentado la mayor
parte de los dos días anteriores. Echó la cabeza hacia atrás y
contempló el cielo nocturno preguntándose si la lluvia pararía alguna
vez. Parpadeando para alejar las gotas de lluvia, llevó su mirada de
las grandes nubes oscuras al horizonte más claro y sin estrellas. Iba a
amanecer. Según sus cálculos, el sol se levantaría por el horizonte en
una hora.
Otro día desperdiciado y otra noche habían pasado. Gracias a Dios,
pensó con cansancio. Pero entonces se dio cuenta de que seguramente
les seguiría otro día igual y se enderezó en la silla con un suspiro
seguido de un sorbido por la nariz. Rígido, volvió a sorber
experimentalmente y casi gimió ante el sonido húmedo que hizo su
nariz. ¡Maldita sea! Ahora estaba cogiendo un resfriado. ¿No habría
final a las miserias que tenía que sufrir para ganar a esa mujer?
Willa. El nombre sonó en su cabeza y una imagen de su rostro
encantador apareció de repente ante él. Cuanto más tiempo pasaba
con ella, más hermosa la encontraba. Eso era una rareza.
Normalmente, Hugh descubría que su atracción disminuía a medida
que conocía a una mujer. Pero no con ella. Se hacía más gloriosa con
cada momento que pasaba. Incluso su terquedad se había vuelto, en
cierto modo, atractiva, un desafío a superar. Y había sido pura
terquedad lo que había hecho que lo rechazara, se aseguró a sí mismo.
Había sentido su pasión cuando la había besado. La joven se había
derretido contra él, abriéndose para él como una rosa al primer rayo
de sol. La había sentido estremecerse bajo sus caricias y oído gemir
una súplica pidiendo más. Willa había respondido a él. Lo quería. Y
aún así se había negado a poner fin a aquel juego y a casarse con él.
Hugh no entendía por qué. Pero claro, él nunca había presumido de
entender a las mujeres ni sus razonamientos.
Un gruñido proveniente de las sombras oscuras a su izquierda lo
hizo mirar entre los arbustos. Hugh no pudo ver la fuerte del sonido,
pero el gruñido no podía provenir de nada más que de los lobos de
Willa.
¡Oh, esto es grandioso! pensó infeliz. Sus lobos me atacarán, los
mataré en defensa propia y ella no me volverá a hablar nunca.

Willa se despertó con un sobresalto y se encontró mirando en una


oscuridad estigia. Se quedó quieta por un momento, preguntándose
por la fuente de la ansiedad que se estaba apoderando de ella.
Entonces se dio cuenta de que la noche estaba completamente silencio.
Un silencio antinatural. No había ningún resuello ni pelea de animales
nocturnos. Ni siquiera se oía el golpear de la lluvia sobre el tejado;
había parado de nuevo.
Se esforzó por ver a través de la oscuridad. El fuego se había
consumido. A juzgar por el frío húmedo que se había apoderado de la
pequeña cabaña, había muerto hacía horas. Temblando, se acurrucó
bajo las pieles de su jergón y se preguntó qué la había despertado. Un
gruñido sonó en algún lugar del exterior y se puso rígida. Willa supo
instintivamente que no era la primera vez que lo oía. Ese era,
probablemente, el sonido que la había sacado de su sueño.
—¿Qué fue eso?
Willa se sentó mientras la pregunta susurrada de Eada perforaba el
silencio. —Creo que es…
Su explicación murió abruptamente cuando una cacofonía de
sonidos estallo fuera. Gruñidos, gritos, y un caballo que relinchaba y
pateaba hizo que las dos mujeres salieran a gatas de sus camas. Willa
fue la primera en alcanzar la puerta y salir de la cabaña. Ni siquiera
podía imaginarse lo que podía estar ocurriendo en el exterior. Lo que
encontró la sorprendió hasta paralizarla justo al otro lado de la puerta.
Después de la oscuridad del interior, el caos estaba teniendo lugar
en un claro sorprendentemente iluminado por la luz de luna. Hugh
Dulonget había desmontado. Gritando y maldiciendo en voz alta,
estaba en medio de un combate a espada con otro hombre. Wolfy y
Fen rodeaban a la pareja de luchadores, gruñendo y mordisqueando
las partes del extraño que podían alcanzar.
Justo cuando Willa estaba frunciendo los labios para silbar y llamar
a los animales a su lado, Hugh tropezó por detrás con una de las
bestias que daban vueltas a su alrededor. Cayó al suelo y su malla
resonando de forma escandalosa. La luz de la luna se reflejó en la
espada del extraño cuando la levantó, entonces Wolfy y Fen se
lanzaron casi al tiempo. Ambos lobos fueron a la cara y al cuello, las
únicas partes del hombre no cubiertas por la armadura. El combate
cuerpo a cuerpo terminó casi tan rápido como había empezado. El
intruso cayó bajo el ataque con un sonido de borboteo que acabó
cuando se golpeó contra el suelo.
—¡Wolfy! ¡Fen! —Willa corrió hacia delante, intentó detenerse
cuando los alcanzó y resbaló en el barro. Acabó de rodillas al lado de
su atacante. Estaba entre Wolfy, que todavía gruñía y rechinaba, y que
ahora estaba sobre el pecho del hombre con los dientes enterrados
profundamente en su cuello, y Fen, de pie sobre la hierba y que
parecía que había ido a por la cara. Con un sollozo brotando de su
garganta, Willa agarró el cogote del primero de los lobos y después el
del otro. Sabía que era un movimiento peligroso. Incluso los perros
domesticados se volvían a veces contra sus amos en medio de su sed
de sangre. Los lobos no eran animales domésticos y no tenían amo.
Pero ningún animal se volvió contra ella. Los dos se calmaron casi al
instante, sus gruñidos y bufidos se convirtieron en ladridos en sus
gargantas mientras le permitían separarlos de su presa. Sin embargo,
era demasiado tarde. El hombre estaba muerto, la sangre se
acumulaba alrededor de su garganta y hombres en el suelo ya mojado.
Wolfy y Fen habían hecho bien su trabajo.
Alejándose de la sangrienta visión, buscó a Hugh con la mirada.
Había tenido una mala caída. Obstaculizado por la pesada armadura,
ahora estaba rodando sobre su estómago en el barro. Después se
apoyó sobre manos y rodillas e hizo una pausa para sacudir la cabeza
como si estuviera mareado. Entonces su mirada preocupada encontró
a Willa y se arrastró por el barro hasta llegar a su lado.
—¿Estáis bien?
Willa lo miró. La voz del caballero había sonado espesa y parecía
tener dificultades para respirar. Obviamente Hugh tenía un resfriado.
También estaba sangrando por la cabeza. La joven soltó a los lobos y
se movió para quedarse de cara a él y agarrarle la cabeza entre las
manos. Se la giró para poder ver directamente la fuente de la sangre
que le bajaba por la cara. —Estáis herido. Debisteis golpearos la
cabeza cuando caísteis.
—No es nada —, dijo con brusquedad, sacudiéndose y liberándose
de su agarre para poder girar la cabeza y mirar el hombre tendido a su
lado. —¿Quién es?
—No lo conozco. ¿Debería?
Frunciendo el ceño, Hugh se acercó más al hombre muerto. Lo
estudió brevemente buscando, aparentemente, alguna característica
que lo identificara.
—¿Lo conocéis vos? —preguntó la joven obligándose a mirar la cara
arruinada del hombre. Sería difícil para cualquiera reconocerlo.
—No. —Al parecer no había encontrada nada que le permitiera
identificar al hombre, Hugh se echó hacia atrás. —No creo haberlo
visto antes.
Ambos miraron los rasgos cerosos a la luz de la luna, entonces ella
preguntó. —¿Qué pasó? ¿Os atacó?
—Sí. Justo después de que por fin parara de llover. Hubo unos
minutos de silencio, entonces oí a una de esas bestias vuestras gruñir.
Pensé que me estaba gruñendo a mí, pero supongo que estaba
avisándome pues, al momento siguiente, ese tipo —asintió hacia el
hombre que estaba en el suelo —salió corriendo de entre los árboles.
Corría directamente hacia mí con la espada levantada. Apenas logré
bajarme del caballo a tiempo para contrarrestar el primer golpe.
Hugh se frotó la frente con preocupación. Se movió para ponerse de
pie, únicamente para volver a caer sobre sus rodillas con una
maldición de sorpresa cuando Willa lo cogió de la mano y lo hizo
perder el equilibrio. —¿Qué estáis haciendo?
—No deberíais levantaros todavía. Deberíais descansar y recuperar
vuestras fuerzas —, dijo Willa con firmeza. Tiró de él otra vez y el
caballero volvió a caer hacia delante, en el barro, y dio con la cabeza
de bruces sobre el regazo de la joven. —Las heridas en la cabeza son
complicadas. Deberíais descansar hasta que Eada os haya visto la
herida y comprobado vuestros ojos.
—¿Comprobado mis ojos para qué? —La impaciencia era evidente,
a pesar del hecho de que la voz estaba amortiguada por el muslo de la
joven.
—No estoy segura, —admitió Willa. Le giró la cabeza de forma que
la cara presionara contra su estómago y examinó cuidadosamente la
herida el lado de su sien, —pero normalmente ella puede decir la
gravedad del daño mirando en los ojos. Os llevasteis un golpe terrible.
—Estoy bien —, repitió, pero no hizo ningún esfuerzo por quitar la
cabeza del regazo de la muchacha. En vez de eso, se puso de espaldas
y la miró. Sólo cuando vio la preocupación en su expresión se le
ocurrió que podía usar la situación en su beneficio. Disculparse por
escrito no había funcionado, ni el juramento de protección, ni sus
patéticos intentos de complacerla con flores marchitas y un conejo
vivo. Ni siquiera la pasión que le había encendido en el establo la
había convencido de aceptar casarse con él. Sin embargo, quizás los
eventos de la noche y la preocupación que ahora veía en su cara
harían el trabajo. Hugh debería sentirse avergonzado de hacer uso de
tales manipulaciones pero, con dos castillos y todos los sirvientes y
soldados correspondientes dependiendo de él, no tenía tiempo para
tales consideraciones insignificantes.
Ese pensamiento lo espoleó; repentinamente levantó la mano y la
llevó a su cabeza herida. Apretó los ojos con fuerza como si sintiera
dolor. Después la miró entre la abertura entre dos de sus dedos. La
alarma que cubría ahora cara de Willa era bastante alentadora.
—¡Estáis muy mal herido! —gritó y se inclinó para acercarse más.
Su melena volaba alrededor de las caras de ambos, una cortina entre
ellos y el mundo.
Hugh adoptó lo que esperaba fuese la sonrisa breve de un hombre a
las puertas de la muerte y dejó caer la mano con lasitud. —No, estoy
bien —. Se sintió bastante orgulloso del temblor, casi sin aliento, que
había conseguido infundir en su voz. Nunca antes había necesitado de
esa habilidad, no se daba cuenta de lo buen maestro del drama que
era.
Ciertamente, Willa parecía convencida. Mirándolo temerosa, se
enderezó y miró desesperada hacia la cabaña. Hubo ansiedad en su
voz, estaba inquieta, —¿Dónde está Eada? Ella sabrá que hacer.
Debería ir a buscarla.
— ¡No! —Hugh hizo una mueca ante la fuerza de su tono, pero lo
último que quería era que Eada interrumpiera su mejor oportunidad
de convencer a la muchacha de que se casara con él. —No —, repitió,
esta vez con voz más suave. —Os lo ruego, mi lady. No me dejéis
morir aquí solo, en el barro.
—Oh, Hugh —, respiró horrorizada. Apretó los brazos alrededor de
él en un gesto protector. —No debéis decir tales cosas. No moriréis.
Eada dice…
—Schssss —. Hugh presionó un dedo contra los labios de ella. —No
os preocupéis así. Es un honor morir por alguien tan hermoso como
vos. Es mi penitencia por trataros tan mal en nuestro primer
encuentro. No tengo más excusa para mi comportamiento que no sea
que la muerte de tío Richard me conmocionó. La locura del dolor debe
haberme hecho comportarme así.
Bueno, había estado inspirado, pensó. ¡Perfecto! Podía decir que sus
palabras la habían conmovido. Willa se inclinó más cerca de él, su
expresión era suave mientras le acariciaba suavemente la mejilla con
los dedos y se lamentaba, —Oh, pobre Hugh.
Hugh parpadeó varias veces, intentando reproducir la mirada dulce
e inocente que las mujeres habían usado con él durante años. No tuvo
el efecto deseado. En lugar de derretirse aún más, la joven frunció un
poco el ceño y se enderezó alejando un poco más su torso de él. —
¿Tenéis algo en el ojo?
—No —. La cogió del pelo para atraerla de vuelta y pensó quehacer.
Al final, decidió seguir adelante. —No es nada pero…
—¿Pero? —preguntó Willa con suavidad.
—Desearía pediros… no, suplicaros. Os rogaría durante estos
últimos momentos de mi vida que perdonarais mis comentarios poco
caballerosos. Os suplico que me perdonéis.
—Desde luego, mi señor —, le aseguró Willa. —Pero os lo prometo,
no os estáis muriendo. Eada lo habría visto…
—Ella no lo ve todo —, interrumpió Hugh impaciente, entonces se
obligó a calmarse y logró esbozar una sonrisa piadosa antes de
levantar la mano para dejarla caer sobre su rostro en un gesto de
tristeza. —Por desgracia, nadie puede ver el futuro. Si hubiera podido
prever lo que deparaba el futuro, tal vez esta noche no habría tenido
lugar. Tal vez, incluso, ahora estaríamos casados y acurrucados
calentitos y seguros en nuestro lecho matrimonial.
El caballero volvió a mirar por entre los dedos para ver cómo
reaccionaba la muchacha y se sintió satisfecho al ver la angustia en su
expresión. Dejó deslizarse la mano que tenía sobre la cara otra vez y
ofreció a Willa otra valerosa sonrisa. —No temáis. No temo morir.
Ahora dormiré un largo sueño y, al menos, podré soñar que estamos
casados. A menos…
Willa volvió a inclinarse y a acercarle su torso. —¿A menos qué?
Hugh intentó poner una expresión de anhelo. —Ojalá pudierais
encontrar en vuestro corazón la piedad para cumplir el deseo de un
hombre moribundo y aceptar ser mi esposa.
—Así que estáis jugando duro, ¿no es así?
Willa levantó la cabeza bruscamente, la cortina formada por su pelo
flotó y la alejó de modo que Hugh pudiera ver perfectamente tanto a
Eada como a Baldulf de pie delante de ellos. La pareja estaba parada
con los brazos cruzados y una diversión evidente en sus caras. Hugh
miró a la mujer, deseando poder estrangularla por interrumpir lo que,
estaba seguro, habría sido la aceptación de Willa.
—Oh, gracias a Dios que estás aquí, Eada —, dijo Willa. —Hugh
tiene una herida en la cabeza que debes atender de inmediato.
—Sí, ya veo —. La anciana no parecía impresionada en absoluto. —
Bueno, permítele que se levante y lo atenderé. Soy demasiado vieja
para estar arrodillada en el barro a mitad de la noche.
—Pero… —empezó Willa, solo para detenerse cuando Hugh se
sentó y empezó a ponerse de pie. Fue una lucha. No debida a su
herida a la cabeza, sin embargo. La cota de malla no estaba hecha para
arrastrarse en el barro. Afortunadamente, Baldulf era lo
suficientemente flexible para echarle una mano. En el momento en
que Hugh estuvo de pie, Willa saltó para hacer lo propio y le colocó
una mano sobre el brazo como si lo estabilizara. Él estaba demasiado
ocupado maldiciendo mentalmente su mala suerte para apreciarlo. Un
minuto. Un minuto más y la muchacha habría accedido a casarse con
él.
—Voy a echar un vistazo a su cabeza mientras te vistes —, dijo Eada
a Willa con intención. las palabras llamaron la atención de Hugh sobre
el hecho de que la joven estaba allí de pie sin nada más que su fino
camisón de algodón. Una prenda húmeda y embarrada. Desgastada
casi por completo tras muchos lavados, se adhería a sus pechos y
caderas con el cariño de un amante. ¡Maldición! Con seguridad debía
haber sufrido algún daño en la cabeza para haberse perdido eso,
pensó mientras Willa se dirigía hacia la cabaña.
Hugh la vio irse sin desear otra cosa que no fuese agarrarla,
arrojarla a lomos de su montura y cabalgar con ella hacia el castillo.
Desafortunadamente, eso difícilmente la convencería de casarse con
él. Las cosas habrían sido mucho más fáciles si su tío todavía estuviese
vivo. Como su tutor, Richard podría ordenar al a joven que se casase
con él y el testamento estaría cumplido. Tal como estaban las cosas,
ella no tenía ni nombre ni un padre que la identificara, así que solo el
rey John podía ordenarle que lo aceptara. Hugh pensó por un
momento en ir a la corte y pedirle al rey que hiciera justamente eso,
pero hizo a un lado la idea. No podía dejarla sola mientras viajaba a la
corte. Los sucesos de la noche lo habían dejado claro. Incluso diez
años después del "accidente" que había matado a la joven Luvena,
alguien quería a la mujer muerta.
Willa había alcanzado la cabaña. Al abrir la puerta permitió que la
luz de las velas se derramara y resaltara así la escasez de su atuendo.
Hugh estaba disfrutando la vista inmensamente pero Eada lo arruinó
dándole un codazo en el estómago.
—Inclinaos para que pueda veros la cabeza, —ordenó la anciana,
inconmovible a la mirada que le dirigió el caballero. —Y dejad de
parecer tan malhumorado. Obtuvisteis lo que queríais.
—¿Conseguí lo que quería? —repitió irritado mientras hacía lo que
le pedían.
—Sí. Ella ha aceptado casarse con vos.
—¿Qué? —Hugh se puso derecho otra vez para mirarla con
asombro.
—¿No oísteis que ordenó a Baldulf empezar a empacar? —preguntó
la anciana exasperada.
En verdad, no lo había hecho. Hugh tenía el vago recuerdo de Willa
diciendo algo antes de darse la vuelta para dirigirse a la cabaña, pero
no había estado prestando atención. Había estado demasiado ocupado
comiéndola con los ojos mientras caminaba.
—Willa ordenó a Baldulf que empezara a empacar para que
pudiéramos mudarnos al castillo. Se casará con vos —, anunció Eada
y volvió a golpearlo en el vientre.
—Me estaba preguntando si era eso lo que significaba —, dijo
Baldulf mientras Hugh se doblaba hacia delante automáticamente,
sometiéndose a las presiones de la bruja. —Pero, ¿por qué?
—Es obvio —, espetó Hugh, enderezándose para fruncirle el ceño.
El guarda se rascaba la cabeza aparentemente desconcertado por lo
que Willa podía haber visto en Hugh. Su actitud era altamente
insultante. —Ella aprecia que haya salvado su vida esta noche.
Baldulf parecía dudoso. —Ese golpe en la cabeza debe ser más serio
de lo que pensaba, milord. Os ha sacudido el cerebro. —Incluso
cuando Hugh se estaba poniendo derecho otra vez por ese anuncio, el
soldado continuó, —Primero, me ha parecido que fueron Wolfy y Fen
quienes salvaron vuestra lamentable piel. Y segundo, ¿qué os hace
asumir tan rápido para asumir que era la vida de ella la que estaba
amenazada? El tipo os atacó a vos, no ella.
Hugh dejó escapar un suspiro de impaciencia. —El sólo me atacó
porque estaba de pie entre él y la cabaña.
—Hummm —. Baldulf no parecía convencido. —¿Y por qué,
después de todos estos años sin incidentes, alguien volvería a intentar
atentar contra su vida otra vez?
—Tal vez él no deseara que ella se casara conmigo. Tal vez ella no es
una amenaza mientras está viviendo como una simple aldeana pero
puede serlo si se convierte en mi esposa.
—Hummm —. El único problema con esa sugerencia es que ella no
había aceptado ser vuestra esposa antes del ataque —. Señaló Baldulf
con sequedad. —Tal vez todo el mundo pensó que ella estaba muerta
hasta que llegasteis y llamasteis la atención con vuestra promesa de
protegerla hasta que aceptara vuestra demanda.
—¿Me estáis haciendo responsable de este ataque? —Hugh lo miró
boquiabierto.
—Mi lord, Eada, Willa y yo hemos vivido aquí durante casi diez
años. En este tiempo no hemos sido atacados ni una vez… hasta
ahora. Este hecho me sugiera que el ataque fue…
—¿Culpa mía? —La boca de Hugh se abrió y su mandíbula inferior
quedó colgando. Estaba desconcertado por el razonamiento del
hombre. También estaba pensando, sin embargo, y no pasó mucho
tiempo antes de que él lo admitiera a regañadientes, —tal vez mi
presencia aquí provocó el ataque. Sin embargo, no puedo evitar
pensar que fue lo mejor. Antes no estábamos seguros de si su vida
todavía estaba en peligro. Ahora sabemos eso y podemos reforzar
nuestra vigilancia.
—Hummm —, gruñó Baldulf cuando Eada empujó a Hugh para
hacer que se doblara sobre su cintura una vez más. Entonces el
soldado preguntó a la anciana, —¿Es seguro para ella que se case con
él?
—¿Seguro? —Hugh se enderezó indignado. —Nunca haría daño a
una dama.
—No dudaba acerca de eso, mi señor —, le aseguró Baldulf, y luego
explicó, —Willa es una chica muy clemente. Se habría casado con vos
ayer sino fuese por la visión de Eada.
—No fue una visión —corrigió Eada con una sonrisa que a Hugh le
pareció bastante diabólica. —Lo leí en las heces de vuestro vino. Ella
no se casaría con él hasta que él se arrastrara hacia ella sobre su
vientre, de lo contrario moriría antes de la próxima luna llena.
Hugh resopló al pensar en semejante ocurrencia. Sería un día frío en
el infierno antes de que él se arrastrara ante ninguna mujer.
—Él se arrastró —anunció Eada con satisfacción.
—¡No lo hice! — Hugh volvió a ponerse derecho sorprendido, solo
para doblarse una vez más con un gruñido cuando la vieja lo golpeó
otra vez.
—Sí, lo hicisteis —, lo corrigió en tono alegre mientras le frotaba
suavemente la cabeza. —Os vi. Os arrastrasteis por el barro para estar
a su lado —. En ese instante Hugh recordó que realmente se había
arrastrado por el barro para llegar hasta Willa. Lo que significaba que
todas esas tonterías que había pronunciado sobre su propia muerte y
sus últimos deseos habían sido innecesarios. Por eso había estado
sentado bajo la lluvia durante dos días con sus noches. Nada de lo que
pudiera haber dicho o hecho habrían convencido a la joven para que
se casara con él porque, gracias a la bruja, ella pensaba que estaba
salvándole la vida al rechazarlo.
Estaba murmurando por lo bajo sobre eso cuando se dio cuenta de
que se había arrastrado por el barro y que Willa había aceptado
casarse con él. Él había ganado. Ella iba a casarse con él y ella, Baldulf
y la bruja iban a mudarse al castillo.
Estaba empezando a sonreír al darse cuenta de este hecho cuando la
vieja bruja le sonrió perversamente y dijo, —Sabía que os arrastraríais.
Nunca me equivoco.
—¡Ah! ¡Demonios! —murmuró preguntándose por primera vez si
no debería abandonar el dinero y el título y huir por su propia vida en
ese mismo momento.
—Hugh.
Un golpe en el hombre de Hugh lo sobresaltó y casi lo hace caer de
la silla de montar. Recuperando el equilibrio en el último momento,
sacudió la cabeza en un esfuerzo para despertar y miró con ojos
legañosos al hombre que estaba a su lado.
—Lucan. —Hugh negó con la cabeza otra vez encontrando difícil
ordenar sus pensamientos. Una mirada al sol le indicó que no había
dormido demasiado. Tal vez unos momentos. Todavía estaba en la
misma postura que cuando se le habían cerrado los ojos. Maldición, se
estaba haciendo demasiado viejo para todo ese sinsentido. Estaba
exhausto.
—¿Qué ha ocurrido?
Hugh señaló con un gesto el cuerpo del hombre en el centro del
claro e hizo una mueca. —Salió corriendo de entre los árboles justo
antes de amanecer, con la espada levantada en posición de ataque.
Lucan arqueó una ceja al oír esta noticia. —Eso de la garganta no
parece la herida de una espada. Ni su cara.
—No. Eso lo hicieron esas bestias de Willa.
Lucan silbó y su mirada volvió de nuevo al hombre muerto.
Hugh lo miró también y después se movió incómodo y preguntó, —
¿Has traído algo para comer o beber? Mi garganta está tan seca como
el polvo.
—Ah, sí —. Lucan desenganchó de su silla una bolsa y se la entregó
volviendo la mirada al hombre muerto mientras Hugh sacaba el
pellejo con cerveza. —Esto podría ser algo bueno. Si podemos
convencer a Willa de que fuiste tú quien mató al hombre, debería estar
lo suficientemente agradecida como para casarse contigo.
Hugh negó con la cabeza, levantó el pellejo de cerveza y tragó con
avidez. Lo bajó tras unos momentos y jadeó, —No es necesario. Ha
aceptado casarse conmigo. Está empacando todo mientras hablamos.
Todavía.
Lucan sonrió. —¿Todavía?
—Sí —Hugh hizo una mueca. —Llevan empacando desde el
amanecer.
Lucan se quedó boquiabierto al oír. —¡No es posible que tengan
tanto para embolsar! Es una cabaña pequeña.
—Sí — Hugh estuvo de acuerdo en tono triste. —Pero también hay
un establo y su colección de animales.
—¿Colección de animales?
—No preguntes —, dijo con una mueca, pero Lucan no tuvo que
preguntar. Baldulf eligió ese momento para sacar el carro totalmente
cargado de detrás del establo. Estaba totalmente completamente
cargado con trastos. Una silla torcida, jaulas con animales, cestas y
sacos con objetos no identificables.
Willa lo seguía. Apenas echó una mirada hacia ellos antes de entrar
en la cabaña. Baldulf instó al caballo a arrastrar el carro hacia la parte
trasera hasta quedar a uno o dos pasos de la puerta, después siguió a
la joven al interior. Los dos regresaron momentos después
amontonando más cestas y sacos abultados encima de los que ya
estaban en el carro.
Lucan observaba lo que ocurría con los ojos abiertos. —¿Acaban de
empezar ahora con la cabaña?
—Sí —. Hugh miró con resignación a la pareja que desaparecía otra
vez en el interior de la pequeña construcción. —Willa empezó en la
cabaña pero enseguida dejó a Eada para acabar de empacar allí las
cosas mientras ella iba a ayudar a Baldulf a vaciar el establo.
Los dos guerreros miraban silenciosos mientras Willa y Baldulf
salían fuera con más cestas y sacos y los dejaban caer en el carro.
—¿Quizás deberíamos ofrecernos a ayudar? —sugirió Lucan
mientras la pareja volvía al interior de la choza.
Hugh negó con la cabeza. —Me ofrecí antes. Dijeron que sólo
molestaría. Querían hacerlo ellos mismos.
—Hummm. —Lucan parecía incómodo con la idea de estar sentado
mientras Willa, Eada y Baldulf trabajaban. —Bueno, ¿Qué planes
tienes para él?
Hugh siguió la mirada de su amigo hasta el cadáver que todavía
yacía en el claro e hizo una mueca. —Pensé que debería llevarlo a la
aldea. Tal vez alguien de allí sepa quién es.
—Está un poco desfigurado —, dudó su amigo. —No es muy
probable que alguien lo identifique aunque lo conociese
anteriormente.
—Sí —. Hugh estuvo de acuerdo, después se encogió de hombros.
—Aún así, no hará daño intentarlo.
—Hmm —. Lucan asintió. —¿Estás seguro de que estaba solo?
—Sí. Al menos eso creo. Estoy seguro de que después los lobos
habrían perseguido a cualquier otro que estuviera al acecho en el
bosque después de que atacara el primer hombre. —Miró hacia la
cabaña cuando Willa y Baldulf salieron de nuevo con más trastos para
añadir al carro. —¡Baldulf!
El guardia dejó su carga y se acercó hasta detenerse delante de los
dos hombres montados. Antes Hugh había encontrado tan difícil
montar que ahora se mostraba reticente a bajar del caballo. No era la
herida de la cabeza lo que le preocupaba. Esa, reconocía, era una
lesión insignificante, tal como había dicho Eada después de pincharla
y presionarla hasta que estuvo listo para gritarle por sus atenciones.
No, era su trasero lo que le dolía. La pequeña zona sensible que había
notado anteriormente parecía crecer a cada momento que pasaba. Ya
era bastante malo estar sentada sobre ella, pero el movimiento al subir
y bajar de la silla agitaba esa zona sensible hasta el punto de que tenía
que morderse la lengua para evitar gemir por el dolor. Estaba
empezando a creer que, después de todo, podía ser una ampolla por
la silla de montar. Lo que quiera que fuese , era malditamente
doloroso.
—¿Sí, milord?
La voz de Baldulf alejó la atención de Hugh de su dolorida grupa y
el caballero logró esbozar una sonrisa que sospechaba estaba más
cerca de una mueca. —¿Habrá espacio para nuestro amigo ahí?
Baldulf se volvió para mirar del carro al cadáver y viceversa. —No
—, decidió, después añadió, —pero traeré mi caballo del establo,
podemos colgarlo sobre el animal y atarle las manos y los pies por
debajo del vientre de la bestia para que no se caiga.
Hugh estuvo tentado de dejar que Baldulf se hiciera cargo del
asunto, pero decidió resignado que debía ocuparse él mismo del
asunto. Tendría que desmontar, después de todo. —Trae el caballo
por aquí. Me ocuparé del asunto.
Asintiendo con la cabeza, el soldado se dirigió al establo. Hugh
esperó hasta que desapareció de su vista, después apretó los dientes,
respiró profundamente y rápidamente levantó una pierna y la pasó
por encima de la silla para desmontar. Al instante, un dolor agudo le
llegó de su parte trasera, haciendo que se le escapara un gruñido
mientras caía hasta el suelo. Afortunadamente, Lucan no pareció
notarlo.
Hugh se encontró a sí mismo de pie, completamente inmóvil,
temiendo moverse. Intentando aparentar que si estaba quieto era
porque así lo quería, escuchó a Lucan mientras este le informaba de
que los hombres que había enviado a Claymorgan habían regresado.
No se habían enterado de nada útil. Habían preguntado a
absolutamente todo el mundo en el castillo y en sus alrededores, pero
nadie parecía saber nada.
Baldulf regresó con el caballo y una cuerda y Hugh se vio obligado
a moverse otra vez. Hizo una mueca cuando la molestia en su trasero
aumentaba con cada paso. El dolor parecía crecer con el movimiento.
Estar sentado sobre ella era incómodo, pero sólo era una especie de
palpitación que casi podía ser ignorada. El movimiento hacía, sin
embargo, que el dolor fuera insoportable.
Con ayuda de Lucan fue una tarea simple cargar el cuerpo, subirlo a
lomos del caballo y atarlo. Entonces Hugh se enfrentó al problema de
volver a montar; sabía, por experiencia, que era peor que el simple
movimiento. Resignado al aumento repentino del dolor, apretó los
dientes otra vez y acabó con la cuestión rápidamente. Esta vez, sin
embargo, no pudo evitar que un gemido de dolor se le escapara e
intentó disimular el ruido con una rápida maldición.
—¿Pasa algo? —Lucan lo miró con curiosidad.
—No, me pille el dedo con… — Dejó que la frase se desvaneciera y
agitó vagamente las riendas, demasiado avergonzado para admitir
que tenía una ampolla en el trasero.
—¿Milord?
Hugh bajó la mirada para encontrar a Baldulf de nuevo a su lado. —
¿Sí?
—Todo está cargado.
Hugh dirigió la mirada hacia el carro. Eada estaba sentada
pacientemente a un lado del banco. Willa no estaba a la vista. —
¿Dónde…?
—Willa fue a buscar su montura —explicó Baldulf.
—Jesú…
Con las cejas arqueadas al oír ese comentario, Hugh se giró sobre su
caballo para seguir la mirada de Lucan. Willa estaba montando en su
caballo fuera del establo, y era una visión impresionante. Sus largas
trenzas doradas le flotaban alrededor de los hombros; su postura era
erguida, el agarre de sus riendas seguro; sus muslos presionaban con
firmeza cada costado de la montura. Era su forma de montar a lomos
del caballo lo que había arrancado el 'Jesu…" de Lucan. También
llevaba pantalones de hombre y una camisa blanca enorme que
ondeaba con la brisa mientras ella frenaba la montura hasta detenerse
para desmontar y comprobar algo en el flanco de su yegua.
Hugh se quedó boquiabierto ante la forma en que los braies
abrazaban amorosamente el trasero bien proporcionado de la joven;
su expresión era más de horror que de asombre. Instó a su montura a
avanzar con la intención de regañar a la muchacha por su
comportamiento poco femenino y insistirle en que se cambiara y
montara en una silla de amazona. Baldulf le impidió hacerlo al agarrar
tranquilamente las riendas de su montura.
—Cuando la trajimos aquí por primera vez desde Claymorgan, la
vestimos como un chico en un intento para mantenerla segura —,
anunció el hombre.
Hugh lo miró.
—Disfrazada así, tenía que montar como un chico. Era necesario.
Tenía que viajar como un chico para poder ir a las ferias. Era la única
manera en que podía ver a su señoría al principio.
—Creí que no la había visto durante los cinco primeros años —
murmuró Lucan. Su atención estaba tan centrada en la figura
inclinada de Willa que estaba completamente ajeno a la irritación
creciente de Hugh.
—Sí. Así fue. En realidad, no podían encontrarse ni hablar, y Willa
nunca supo que el lord estaba allí, pero él podía verla. Verla disfrutar
de los juegos y dulces y poder comprobar por sí mismo que ella estaba
bien. Fue lo máximo que se permitió a sí mismo aquellos primeros
años. Desde luego, una vez que empezó a crecer… eh… y a hacerse
mujer, tuvimos que dejar de vestirla como un chico. Aún así, cuando
el señor permitió por fin que ella lo visitara, Willa iba vestida como un
chico pero con una capa para ayudar a ocultar su figura. Nunca dejó
la cabaña a caballo vestida de ninguna otra forma que no fuese como
un chico. Es la única forma en que sabe montar.
Hugh escuchó la explicación completa pero estaba demasiado
ocupado mirando a Lucan para analizarla. Al darse cuenta del
descontento de Hugh y de lo grosero que era el estar comiéndose con
los ojos a la futura esposa de su amigo, Lucan aclaró la garganta y
murmuró algo a modo de disculpa. También levantó la mirada y la
alejó de Willa mientras la joven volvía a montar.
—¿Algún problema con la pezuña de Hilly? —preguntó Baldulf
cuando la joven se unió a ellos.
Como ella no respondió, Hugh apartó la mirada de su atuendo para
dirigirla a la cara de la joven y encontrar que miraba preocupada la
tela blanca que Eada había envuelto alrededor de su cabeza.
—Estáis sangrando —, dijo consternada.
—No es nada —, le aseguró Hugh.
—¿No es nada, milord? Hace apenas una hora estabais seguro de
que os encontrabais a las puertas de la muerte. Sabía que debíamos
haber dejado la tarea de hacer el equipaje hasta que volviésemos a
Hillcrest y os metiésemos en la cama.
Hugh se sonrojó cuando Lucan le lanzó una mirada penetrante. No
había contado a su amigo su intento de convencer a Willa de que se
casara con él haciéndole pensar que se estaba muriendo. Él tenía su
orgullo.
—Estáis bastante colorado —. Ahora Willa estaba inquieta. —Tal
vez debería montar con vos, solo para estar segura de que no caeréis
de la montura y expiréis. Podéis agarraros a mí y conservar así
vuestras fuerzas.
Hugh abrió la boca para asegurarle de que estaba bien, pero no tuvo
oportunidad. Ella ya había llevado su montura al lado de la suya y se
estaba deslizando de su yegua a su caballo en una breve pero ágil
maniobra. Acomodándose contra su pecho, la joven se echó hacia
atrás para cogerle las manos entre las suyas y colocarlas alrededor de
la cintura.
—Sólo agarraos a mí y descansad contra mí —, lo instruyó mientras
cogía el control de las riendas. —Ahorrad vuestras fuerzas.
Hugh había abierto la boca para protestar y decir que no estaba
débil y no necesitaba mimos, pero cerró la boca de golpe otra vez. NO
se sentía débil. Al menos, no en la cabeza. No podía decir lo mismo
respecto al resto de su cuerpo.
La sensación de su cuerpecito contra él era, decididamente, una
distracción. Así disimuló el dolor en sus posaderas que se convirtió en
una sensación distante. Lo olvidó por completo cuando fue consciente
de que la joven estaba presionando contra su ingle y que la parte
inferior de sus pechos le rozaba el dorso de las manos cuando Willa se
movía.
—Maldición —. Hugh no se dio cuenta de que había exhalado la
palabra hasta que Willa casi lo sacó de su sitio al darse la vuelta y
preguntarle si estaba bien. Desequilibrado por el movimiento
repentino de la joven, buscó rápidamente algo a lo que agarrarse y se
encontró ahuecando los pechos dulces y suaves de la joven. Sus ojos, a
apenas unas pulgadas delante de los suyos, estaban totalmente
dilatados en estado de shock, al igual que los de Hugh.
—¿Milord? —Las palabras salieron estranguladas de los dulces
labios. —¿Estáis bien?
—Sí —, contestó el caballero con brusquedad.
—Entonces, quizás, podríais agarraros a algún otro sitio, ¿no? —
sugirió la joven casi sin aliento.
Hugh pestañeó al oír las palabras, tardó en comprenderlas hasta
que se percató de que la joven se estaba sonrojando y oyó la risa
ahogada de Lucan. Aclarándose la garganta, retiró bruscamente las
manos y las colocó alrededor de las caderas de Willa. La agarró con
firmeza para no caer en la tentación de buscar de nuevo sus pechos.
Hugh se tomó entonces un momento par alanzar una mirada de
censura a Lucan mientras Willa dirigía su montura en fila detrás del
carro, que Baldulf estaba sacando ya del claro.
A Hugh le estaba resultando difícil no reclamarle las riendas. No era
alguien que cediera el control fácilmente. Sin embargo, logró resistir el
impulso. Sin embargo no le resultó tan fácil controlar sus
pensamientos. Willa era suave aunque firme en los lugares correctos.
Olía a limones y luz del sol y había aceptado ser su esposa. Ya no
tendría que preocuparse de cómo alimentar a su gente. La peor de sus
preocupaciones había terminado… o al menos, eso pensaba.
Hugh supuso que uno de los hombres de la muralla debía haber
anunciado su llegada. Wynekyn y Jollivet estaban esperando en lo alto
de las escaleras al castillo cuando cruzando cabalgando el patio. El
hombre mayor bajó corriendo las escaleras mientras Willa llevaba la
montura hasta la base de la escalera. Antes de que Hugh se diese
cuenta de lo que estaba haciendo su prometida, la mocita se le escapó
de entre los brazos y estaba en el suelo.
—¡Tío! —gritó mientras corría hacia delante.
—Niña.
Hugh frunció el ceño mientras observaba la reunión. Se saludaban
como si hubieran pasado años desde su último encuentro, cuando él
sabía que había pasado poco más de una semana. Curiosamente, se
dio cuenta de que le disgustaba el afecto obvio y fácil entre los dos.
—Pensé que erais su padrino, no un pariente de sangre —,
refunfuñó irritado. Desmontando con cuidado, se adelantó para
agarrar a Willa por el brazo una vez terminó su abrazo.
—Lo era. Lo soy — rio Wynekyn.
—Pero el de padrino era un título demasiado largo y yo solía
1
confundirlo cuando era pequeña —sonrió Willa. —Lo llamaba Dios
para abreviar, lo que era bastante confuso cuando el padre Brennan
me hablaba de religión.
—Ella creía que yo era Él —, explicó Wynekyn con una sonrisa.
—Sí. —Willa se apartó de Hugh para dar otro abrazo impulsivo al
anciano. —No podía entender por qué, cuándo él presumía de
quererme tanto, no hacía las pequeñas tareas que le pedía.
—¿Qué tareas? —preguntó Lucan con curiosidad al desmontar y
unirse a ellos.
—Oh, pequeñas cosas, en realidad —, murmuró Wynekyn con
sequedad. —Cada vez que iba a verla, pedía una cosa diferente. Una
fue hacer que su padre pudiera verla otra vez; otra, traer a su madre
de entre los muertos para que ella pudiera ser como los otros niños;
después deseó hacer que los días fuesen más largos para que pudiera
jugar más tiempo; y creo que durante una visita me preguntó si no
podía tener su propio caballo; y, ¡oh!, todos los dulces del mundo.
Willa arrugó un poco la nariz y explicó: —A Eada no le gustan los
dulces.
—Por fin, después de que yo le explicara que, simplemente, no
podía hacer alguna de las cosas que me pedía, ella exclamó «pero por
supuesto que podéis, sois Dios», y entendí su confusión. Eada y yo
intentamos explicarle qué eran los padrinos, diciendo que eran más
bien como padres sustitutos o como tíos, y ella dijo, bueno, entonces,
¿por qué no os llamo tío? Yo dije que estaba bien y Willa me ha
llamado Willa desde entonces.
—¡Qué historia tan encantadora!
Todos se volvieron hacia Jollivet mientras él acababa de bajar al
trote sus escaleras. Caminando directamente hacia Willa, la levantó en
un exuberante abrazo, después la bajó y sonrió. —Hola, amor.
Todavía tenemos que ser presentados apropiadamente. Soy el primo
Jollivet, vuestra segunda opción para marido si este bobo aquí
presente resulta ser inapropiado. Todo lo que necesitáis hacer es
decírmelo y os convertiré en viuda, después me casaría con vos.
Hugh se sorprendió tanto al darse cuenta de que Jollivet se había
enterado de alguna manera de que él era la segunda opción de Willa
como marido, que le llevó un momento notar la expresión de asombro
en la cara de ella al mirar a su primo más joven. En el momento en que
lo hizo, sin embargo, la irritación y una pizca de miedo crecieron en él.
Afortunadamente, antes de que pudiera ponerse en ridículo, ella
levantó la mano para acariciar la manga del abrigo de púrpura
brillante de Jollivet y exclamó: —¡Que material tan hermoso!
Jollivet inclinó la cabeza para mirarse y asintió —. Es maravillosa,
¿verdad? Y os quedaría perfecto. Una maravilloso contraste para
vuestro cabello. Mucho mejor que los accesorios que lleváis en este
momento, querida. Si no os importa que os lo diga, una dama de
vuestra categoría no debería llegar vistiendo como una indigente.
Habría sido mejor emular a Lady Godiva que llegar vestida así.
Ciertamente, vuestro pelo es lo suficientemente largo y
suficientemente espeso para ser una cubierta decente. —Extendió una
mano para levantar una de los brillantes mechones que casi le
llegaban a las rodillas; Hugh le dio un golpe en la mano.
—Suficiente, Jollivet. Primo o no, si vas a convertirte en una
molestia, yo…
—¿Quién es Lady Godiva? —interrumpió Willa curiosa.
—Una amazona famosa —, respondió Wynekyn rápidamente con
un leve rubor en las mejillas. Aclarando la garganta, continuó —
hablando de ropa, tengo una sorpresa para ti.
—¿Para mí? —Willa se volvió hacia él con los ojos abiertos de
emoción. —¿Qué es?
—Bueno, es parte de la razón por la que me fui precipitadamente
después de la muerte de Hillcrest. Me doy cuenta de lo mucho que te
angustió, querida, pero debía encontrar e informar a Hugh, así como
al rey John, de la muerte de Richard. Después, además, quise
asegurarme de que estarías adecuadamente equipada para tu boda —
Sonrió de repente. —Te he conseguido un vestido nuevo para tu boda.
—¿Un vestido nuevo?
—Sí. Ven. Lo coloqué en la habitación que está subiendo las
escaleras y estoy ansioso por ver si te gusta. —La cogió del la mano y
la condujo al interior del castillo, después se detuvo de repente y se
volvió. —Oh, Hugh, casi lo olvido, he hablado con el sacerdote y me
asegura de que la boda puede realizarse en el momento en que los dos
estéis listos. —Miró entre Hugh y Willa, —¿Supongo que está todo
bien? ¿Has arreglado las cosas y estáis preparado para casaros ahora?
—Sí —. Willa y Hugh respondieron al tiempo.
—Bien, bien, entonces tal vez deberíais enviar a alguien a buscar al
sacerdote. No tiene sentido retrasarlo. El cocinero y otros sirvientes
han estado trabajando como locos estos últimos tres días en los
preparativos. Creo que ya está todo listo.
—¿Debo entender que habéis encontrado la carta y resuelto el
problema de su nombre? —dijo Hugh con una sensación de alivio que
se desvaneció cuando vio la expresión preocupada de Wynekyn. —
¿No habéis encontrado la carta?
—Maldita sea, no —. Los hombros de Wynekyn se desplomaron. —
He estado revisando las cosas de Richard otra vez esta mañana
cuando un sirviente entró corriendo para decirme que cabalgabais
hacia el castillo con Willa. Estaba tan emocionado que olvidé…
—¿Qué problema hay con mi nombre? —interrumpió Willa con
curiosidad.
Wynekyn forzó una sonrisa y le dio unas palmaditas
tranquilizadoras en la mano. —No temas, querida. Encontraremos la
carta y después podrá celebrarse la boda. Hugh, tal vez podríais…
¿qué ocurre, Willa? —preguntó cuando ella le tocó el brazo para
llamar su atención.
—¿Por qué necesitáis esa carta?
—Debemos saber tu apellido para poner en el contrato, querida.
Richard prometió que dejaría una carta con tu nombre para mí, pero
he tenido algunas dificultades para encontrarla —, explicó, dándole
otra palmadita en la mano. Entonces se volvió hacia Hugh para
continuar —tal vez podríais ayudarme, he buscado en su habitación
varias veces ya y… sí, Willa, ¿qué ocurre? —preguntó con algo menos
de paciencia.
—Sé mi nombre.
—Por supuesto que sí, querida —. Se volvió hacia Hugh, abrió la
boca, la cerró e hizo un gesto de asombro mientras las palabras
penetraban en su cerebro. —¿Lo sabes?
—Bueno, por supuesto, milord.
—¿Cuál es? —preguntó Hugh al ver que Wynekyn parecía
frustrado por esa información.
—Willa Evelake.
—Evelake —, murmuró Hugh con una sonrisa.
—Evelake — repitió Wynekyn frunciendo el ceño como si estuviera
intentando identificar el nombre.
—¿Está todo bien entonces? —preguntó Willa con ansiedad. —
¿Puede celebrarse el matrimonio?
La expresión de Wynekyn se iluminó. —¡Sí! Sí. Síii. Hugh…
—Enviaré a alguien a buscar al cura.
—Bien, bien. Y tal vez…
—Me ocuparé de todo, lord Wynekyn —, le aseguró con paciencia.
—¿Por qué no lleváis a Willa escaleras arriba y le enseñáis el vestido
que preparasteis para ella para que pueda prepararse.
—Sí, sí—. Radiante ahora, el anciano tomó a Willa del brazo y la
encaminó de nuevo escaleras arriba.
Capítulo 8
—Espero que te guste el vestido, querida. Contraté a una mujer para
que lo hiciera cuando llegué a Londres. Sabía que llevaría varios días
que mi hombre encontrara a Hugh y que él cabalgara hasta Londres.
Por supuesto, Hugh se fue más rápido de lo que esperaba. También
vino aquí directamente después de encontrarse con el albacea de
Richard, mientras yo tuve que esperar hasta más tarde a que tu
vestido estuviese terminado antes de poder seguirlo.
Willa hacía ruidos de simpatía mientras ambos entraban en el
castillo y cruzaban el vestíbulo para dirigirse a las escaleras. Sabía por
experiencia que esa era la única respuesta necesaria. Lord Wynekyn
era muy hablador.
—No fue una tarea fácil, puedo decírtelo —, decía con una risa
mientras subían la escalera. —No te tenía allí para tomar medidas,
desde luego. Afortunadamente, me pareció que la hija de la modista
tenía el mismo tamaño que tú, así que tomó tu lugar. Entonces la
mujer quiso saber en qué estilo debería hacerlo. Como si yo supiera
algo sobre las modas de las damas —. Se reía con la idea mientras
avanzaban por el pasillo, después la condujo a través de la puerta
abierta de un dormitorio. —Así que, simplemente, le dije que lo
hiciera a la moda más reciente, así que espero que quedes satisfecha.
Esto último lo dijo al tiempo que hacía un gesto señalando hacia la
cama donde había un vestido dispuesto cuidadosamente. Las mangas
estaban extendidas para mostrar la anchura de las mismas y la
delicadeza de los bordes, al igual que la falda estirada para mejorar el
efecto.
—El color de la tela me recordó a tus ojos —, dijo el anciano
mientras Willa, fascinada, caminaba lentamente hacia delante con la
mirada fija en el vestido de un color entre el gris y el azul claro.
Era, con mucho, el vestido más bello que había visto nunca; apenas
podía creer que fuera suya. Deteniéndose a los pies de la cama,
levantó cautelosa un brazo y pasó un dedo por la tela, apenas
acariciándola. un pequeño suspiro se escapó de sus labios. —Es tan
suave.
Wynekyn se adelantó al momento, su expresión era terriblemente
triste cuando la agarró de los hombros y bajó la mirada al vestido —Sí.
La tela más suave que pude encontrar. Ya no habrá más telas bastas
de campesinos contra tu piel, Willa. Ese tiempo ha terminado. Hugh
es un guerrero fuerte y capaz. Él te mantendrá a salvo sin necesidad
de subterfugios. No es que Richard no fuera también un guerrero
fuerte y capaz —, se apresuró a añadir como si acabara de darse
cuenta de que sus palabras podían ser malinterpretadas. —Lo era,
pero…
Willa lo calló girándose y colocándole un dedo contra los labios.
Una sonrisa florecía en su rostro a pesar de las lágrimas que ahora
llenaban sus ojos. —Esa parte de mi vida ya se ha acabado. Ahora
tendré un esposo, y niños, y no necesitaré ocultarme. Es un vestido
muy hermoso. Gracias, tío.
Levantó los brazos y lo rodeó en un exuberante abrazo de pura
gratitud y felicidad. Wynekyn aclaró la garganta y le dio unas
palmaditas en la espalda, después, cuando ella lo soltó, se giró
rápidamente para dirigirse hacia la puerta. Willa supuso que el
movimiento estaba destinado a ocultar el hecho de que el anciano
estaba limpiando una sospechosa humedad en sus mejillas
exactamente ya que Willa también limpió rápidamente las tontas
lágrimas que recorrían las suyas.
—Bueno, te dejaré para que puedas prepararte —, dijo en un tono
más fuerte cuando llegó a la puerta. —Ordenaré que te preparen un
baño en la habitación y enviaré a Eada para ayudarte a vestirte.
—¡Oh, no! —respondió Willa rápidamente. —Ha sido una mañana
muy larga para Eada y ya no es tan joven como antes. Déjala
descansar. Puedo vestirme yo sola.
—¡Tonterías! Ahora eres una dama. Veré si puedo encontrar a
alguien más que pueda atenderte —. Sonrió significativamente. —Haz
que vengan a buscarme cuando estés lista y te escoltaré al piso de
abajo.
Willa le devolvió la sonrisa y asintió, después vio como la puerta se
cerraba tras el hombre antes de girarse otra vez hacia la cama. Bajó la
mirada por un momento al precioso vestido, entonces se lanzó encima
de él con un chillido de alegría. Lo cogió en sus brazos y rodó sobre su
espalda manteniéndolo cerca de su cuerpo. Era bonito. Precioso. ¡Era
el vestido más increíble creado jamás y era todo de ella!
Al dase cuenta de que su comportamiento podía arrugar la tela, se
levantó de la cama rápidamente. Sostuvo el vestido contra su cuerpo y
miró hacia abajo intentando vislumbrar cómo se vería. Se perdió en su
belleza durante unos momentos maravillándose con su suavidad.
Estaba frotando el material suave como los pétalos contra la mejilla
otra vez cuando un repentino aclarar de garganta sonó desde la
puerta seguido de un «Willita?»
Willa miró hacia la puerta sobresaltada. Hacía años que nadie la
llamaba Willita. No desde Luvena. Miró a la mujer mayor que estaba
en el umbral. Pasaron varios momentos antes de que Willa se diera
cuenta de quién era. La madre de Luvena. Ella y Luvena habían sido
las únicas personas que la habían llamado así. El resto de los
sirvientes se habían dirigido a ella como «mi lady», pero Luvena,
como amiga suya, había elegido su diminutivo y su madre también lo
había usado. La propia Willa había insistido en ello.
—Alsneta —. Soltó el nombre insegura mientras le venía a la mente.
La mujer se parecía a la madre de Luvena. Peor los años no habían
sido amables. Su cabello, una vez rojo dorado, se había vuelto
mayormente gris con apenas unos pocos mechones de color que
dejaban entrever su antigua gloria. Su cara, antes con una sonrisa
encantadora, era ahora demasiado delgada y con líneas marcadas por
el dolor. Parecía una cáscara seca de la mujer que había sido. Aunque
su cara se transformó cuando se rompió en una sonrisa.
—Me recuerdas —. Sonrió sorprendida y complacida al darse
cuenta. La repentina sonrisa había suavizado sus rasgos haciéndola
parecer otra vez casi hermosa.
—Por supuesto que lo hago —, murmuró Willa. Dejó que el vestido
se deslizara de sus dedos a la cama, después se dirigió
impulsivamente hacia adelante para abrazar a la mujer. La cocinera
estuvo rígida al principio, pero después se relajó y devolvió el abrazo.
—Tu ayudaste a criarme. Tú y Eada, las dos os encargasteis de mí
cuando era niña hasta que… —Terminó la frase bruscamente y miró
de nuevo hacia la cama, reacia a mencionar la muerte de Luvena. Al
mirar el vestido, atrajo por la mano a la mujer hacia delante. —¿Has
visto el vestido que me trajo Lord Wynekyn? Voy a casarme con él —,
dijo rápidamente para cambiar de tema.
Pasado un momento de silencio, Willa miró insegura a la mujer
mayor y se mordió el labio cuando vio el dolor en la expresión de
Alsneta. Sabiendo que su presencia debía estar despertando recuerdos
penosos, Willa se giró de nuevo hacia el vestido y lo tocó con
suavidad. —Lo siento, Alsneta. No quise que…
—Es un vestido hermoso, ¿Verdad? —La mujer mayor la
interrumpió con una alegría decidida. —Estarás encantadora —. Se
adelantó a Willa y levantó el vestido. —Lord Wynekyn me pidió que
enviara a alguien para que os ayudara a vestirte. He estado bastante
ocupada con los preparativos del banquete, pero ahora ya está todo
preparado y pensé que podía haceros sentir más cómoda ver una cara
familiar. ¿Es un paño muy suave, verdad?
La envejecida criada seguía hablando con alegría cuando trajeron la
bañera la llenaron. Habló mientras desvestía a Willa y la ayudaba con
el baño, y siguió haciéndolo mientras ayudaba a Willa a ponerse el
vestido nuevo. La mayor parte de lo que decía solo era charla,
cotilleos acerca de sirvientes que Willa todavía no conocía, historias
sobre su hermana, que había muerto el año anterior, así como quejas
acerca de su sobrino de quien estaba segura que había llevado a la
mujer a la tumba con alguna de sus tratadas. Willa lo fue acumulando
en la cabeza mientras disfrutaba de la extravagancia del baño. Ni
siquiera se había dado cuenta de los lujos que se había estado
perdiendo. No se había bañado en otro sitio que no fuera el río desde
que tenía diez años. En la cabaña no había bañera. Había sido el río en
verano y una jarra de agua y una palangana de manos en invierno.
Willa encontró muy agradable relajarse en agua caliente contra el
fuego.
Baños calientes, vestidos suaves y alguien que la cuidaba y ayudaba
a vestirse; todo eso era para ella algo así como un trocito de cielo.
Willa casi sintió pena cuando Alsneta declaró que ya estaba lista y se
apresuró a ir a buscar a Wynekyn.
—Bien —, dijo Wynekyn momentos después deteniéndose justo
pasado el umbral de la puerta que Alsneta había dejado abierta.
Entonces, por primera vez en todos los años que hacía que Willa lo
conocía, no habló. Simplemente la miró con una expresión llena de
asombro.
Willa le devolvió la sonrisa sintiéndose más hermosa de lo que
nunca se había sentido en su vida. —¿No está bien? —preguntó,
pasando la mano sobre la tela azul grisácea de su falda. Nada de lo
que había tenido nunca, incluso siendo niña, había igualado la
comodidad y belleza de ese vestido.
—Sí, bueno… —Arrugó ligeramente el ceño. —Esperemos que
Hugh esté de acuerdo. No me había dado cuenta de lo apretado que te
quedaría. Estaba seguro de que la hija de la modista era de tu tamaño.
Obviamente, estaba equivocado.
—No está apretado. Es un ajuste perfecto, milord —, le aseguró
Willa. Recorrió sus costados con las manos hasta las caderas con
placer.
Wynekyn siguió el gesto con cierta consternación. —¡Te has
convertido en toda una mujer! Extraño, siempre pensé en ti como en
una chiquillo delgada. Esbelta y agraciada. Pero, de alguna manera,
cuando no estaba mirando, creciste… —se interrumpió e hizo un
gesto vago hacia los pechos y caderas de la joven, donde la tela del
vestido se pegaba de forma encantadora.
Willa se rio, un poco avergonzada por esas palabras
desconcertantes, después frunció el ceño mientras tocaba una de las
mangas. —No crees que las mangas sean demasiado largas, ¿verdad?
Wynekyn sacudió la cabeza. —No, las mangas largas colgando son
el estilo que se lleva justo ahora, querida —. Aclaró la garganta y le
ofreció una mano. —Bien, ven entonces. Vamos abajo y firmemos el
contrato.
Willa dejó de acariciar el vestido con cierta reticencia. Consiguió
esbozar una sonrisa nerviosa y deslizó los dedos entre los del
caballero. El anciano la condujo fuera de la habitación.

—Mi… mi… mi…


—Dios —acabó Jollivet secamente mientras seguía la mirada de los
ojos completamente abiertos de Lucan para ver qué lo hacía
tartamudear. Willa era una visión mientras bajaba las escaleras del
brazo tembloroso de Wynekyn. —Dios mío es lo que estabas
intentando decir. Aunque creo que diosa se adaptaría más a la
situación, creo.
Hugh se volvió hacia las escaleras e inmediatamente sintió como se
le secaba la boca. Willa había estado preciosa con sus toscas ropas de
campesina, pero estaba gloriosa con el vestido que Wynekyn le había
regalado. Un suspiro a cada lado de él hizo que mirara a los dos
hombres que lo flanqueaban, primero a uno y luego al otro. Se fijó en
sus miradas de asombro y tuvo que preguntarse en qué demonios se
estaba metiendo si, hasta su afeminado primo, estaba babeando por la
muchacha.
La boda se celebró en los escalones de la capilla. El padre Brennan la
dirigió en tono solemne y todos los sirvientes y soldados de Hillcrest
dejaron sus tareas para presenciarla.
Después, todos se sentaron para el banquete en el enorme salón. El
aire olía a una mezcla de especias y carne asada. Fue una larga comida
de celebración que constó de varios platos. Había sopas, tartas, pan,
queso, natillas, cordero, venado, anguilas, empanadas de paloma,
lechones, lechugas braseadas, pavo real dorado, una cabeza de jabalí
adornada, ostras al vapor con leche de almendras, ganso en salsa de
uvas y ajo, una oveja entera asada con salsa de cereza, pasteles con
piñones y azúcar, vino caliente especiado. Incluso había agua de rosas
para que los invitados se limpiaran las manos. La cocinera se había
superado a sí misma, especialmente teniendo en cuenta el poco
tiempo que había tenido para prepararlo.
Hugh se sentó y experimentó todo en una especie de aturdimiento,
la combinación de la falta de sueño y el frío que había experimentado
se apoderaron de él mientras comía y bebía. Muy pronto estuvo
tambaleándose en su asiento con los párpados cayéndose y
amenazando con cerrarse. Fue cuando se despertó con la cara casi en
el plato cuando se dio cuenta de que corría el riesgo de pasar dormido
su noche de bodas debido a su cansancio. Esa posibilidad era
inaceptable para Hugh. Recorrió la estancia con la irada. Se sintió
bastante seguro de que estaban llegando al final de la celebración pero
no estaba del todo seguro de que se hubiese presentado la sorpresa
correspondiente a ese plato. Ya había habido una enorme águila
después del primer plato; una efigie de San Andrés hecha de mazapán
y masa, después del segundo; y… no, eso era todo. La tercera y última
sorpresa todavía no había sido presentada, se dio cuenta con
cansancio. Entonces se abrieron las puertas de la cocina y salió la
cocinera.
Alsneta encabezaba un desfile de doce hombres que cargaban una
enorme fuete con un castillo cuadrado de casi dos metros de lado. Era
una réplica exacta de Hillcrest, Hugh se dio cuenta de eso mientras la
cocinera guiaba a los hombres para que se detuvieran delante de él y
de Willa en la mesa principal. Y estaba bien hecho, además, notó
cuando todo el mundo empezó a decir ooh y ahh al verlo. Parecía
hecho de mazapán y masa de colores. El detalle era bastante
sorprendente. Hasta había pequeñas figuras representándolos a Willa
y a él en la cima de la escalera del castillo. Al parecer, se dio cuenta
con orgullo, tenía una cocinera con mucho talento en Hillcrest. Asintió
en aprobación a la mujer aunque se preguntaba si sería comestible. A
menudo esas creaciones no lo eran, pero esta parecía bastante
deliciosa. Obtuvo su respuesta cuando la cocinera condujo a los
hombres que portaban el castillo de vuelta a las cocinas y un pequeño
ejército de sirvientes empezó a apresurarse cargando con obleas, fruta
y un dulce llamado vyn dowce.
El castillo no podía comerse. No es que importara… Hugh estaba
lleno a reventar. Todo el mundo debía estarlo. Se dio cuenta de que
Willa estaba revolviendo la comida. Gracias a Dios, pensó con alivio
cuando otro ataque de tos lo venció. No creía poder estar sentado a la
mesa ni un momento más. Decidiendo que ya había sufrido bastante,
tomó un último trago de vino caliente para que le ayudara a aclararse
la garganta. Forzó una sonrisa y dio un golpecito a Willa en el hombro
para distraer su atención de la conversación que mantenía con
Wynekyn.
—¿No crees que deberíais subir la escalera ahora?
—¿Subir las escaleras? —preguntó la joven sorprendida. —Pero
todavía es temprano, mi señor esposo. No estoy demasiado cansada.
—Sí. Bueno, no desearíamos que estuvierais cansada esta noche.
—¿Por qué? No dormiré si no estoy cansada.
—Sí, pero esta es nuestra noche de bodas, —dijo con paciencia
dirigiéndole una mirada cargada de intención. Por un momento Hugh
temió que la joven había sido mantenida completamente inocente
respecto a lo que ocurría en el lecho matrimonial; entonces la
expresión de ella se aclaró de repente.
—¡Oh! Deseáis… —Se interrumpió sonrojándose. Poniéndose de pie
se volvió hacia Lord Wynekyn. Hugh la escuchó claramente, —mis
disculpas, milord. Debo ir a acostarme.
—¿Tan temprano? —exclamó lord Wynekyn sorprendido, a lo que
la dulce y joven novia contestó —Sí. Me temo que mi marido quiere
que me vaya a la cama.
La mirada de sorpresa de Wynekyn pasó a Hugh. El anciano sonrió
con ironía y dijo, —Por supuesto que quiere.
Sintiendo que el color inundaba su cara, Hugh se puso en pie
impaciente y agarró a Willa del brazo. —Venid.
—No. —Wynekyn se puso en pie a su vez. Cogió a Hugh del brazo
—Esto no es una carrera Hugh. Permítele que se prepare en privado.
Hugh abrió la boca para protestar, pero entonces vio la esperanza
en el rostro de ella. Sus hombros se derrumbaron en señal de derrota.
Desde luego, él ya había demostrado ser un idiota cuando estaba
alrededor de la joven. No tenía intención de continuar de esa manera.
—Muy bien —, aceptó infeliz. —Id a preparaos.
Willa dedicó una sonrisa de agradecimiento a su recién adquirido
marido y después miró alrededor en busca de Eada. Pero no mujer no
estaba a la vista. La confusión la llenó brevemente, entonces recordó
que alguien se había acercado a la mujer mayor al principio de la
fiesta para preguntarle si podía ayudar a la partera del pueblo en un
nacimiento difícil. Ese recuerdo fue bastante desalentador y Willa se
encontró a sí misma luchando contra el impulso de huir mientras se
dirigía hacia las escaleras.
Ese miedo era un poco sorprendente. Willa nunca había esperado
sentir tal inquietud. Después de todo, Eada le había explicado todo.
Willa sabía que esperar. No había necesidad de esa cobardía. Lo que
estaba por venir no parecía muy agradable. En realidad, parecía
bastante incómodo, desgarbado y desagradable. Aún así, seguramente
debía ser más divertido de lo que sonaba, de lo contrario la gente no lo
haría tan a menudo, se animó a sí misma. Empezó a subir los
escalones intentando mantener un ritmo tranquilo.
No estaba convencida.
Desafortunadamente, Eada se había tomado el esfuerzo de remarcar
que la primera vez podía ser desagradable. Había afirmado que habría
sangre y dolor la primera vez y que ambas cosas probarían la
inocencia de la novia. Afortunadamente, la anciana también había
dado algunos pasos para ayudar a Willa con esa incomodidades.
Había preparado una cocción de hierbas para ella. La mezcla ayudaría
a calmar a Willa, a hacer que la prima vez una aventura más relajada y
tal vez aliviara algo de esa primera incomodidad para ella.
Con la noche que se avecinaba en la mene, no es de extrañar que lo
primero que atendiera la joven al llegar a la habitación que
compartirían ella y su marido fuera de las hierbas. Eada había
presionado la pequeña bolsa de hierbas en su mano antes de dejarla
para ir a la aldea y Willa había atado los cordones a su cinturón para
no olvidarlo en la mesa. Descolgó ahora la bolsa y su mirada se posó
con cierto alivio sobre una jarra y dos tazas colocadas en un cofre
junto al fuego. Parecía que no necesitaría enviar a por bebida. Una
molestia menos.
Willa corrió hasta el cofre, eligió una de las tazas abrió la bolsa y
vertió una buena cantidad de mezcla en ella. Entonces añadió algo del
líquido de la jarra, oliéndolo mientras lo hacía. Olía como a meados
pero con un inesperado aroma nuez. Observó las hierbas girando en la
taza y se preguntó si había añadido las suficientes.
Eada había dicho que fuese cuidadosa con ellas. Peor, ¿a qué se
refería exactamente con ser cuidadosa? ¿Cuidadosa y que no echara
más que un pellizco? ¿O que tuviera cuidado y echara todo el
contenido de la bolsa? Después de todo sólo iba a haber una primera
noche para ella. Nunca necesitaría las hierbas otra vez.
Sí, decidió Willa. Debería echar toda la bolsa. Inclinó la bolsa sobre
la taza hasta vaciarla y usó un dedo para remover el líquido. Una
mueca de disgusto cubrió su rostro cuando lamió después el dedo.
Oh, iba a saber fatal. El brebaje era peor que horrible. ¿Y si no era
capaz de beberlo todo? Tal vez sufrir la noche de bodas si eso sería
menos doloroso, pensó, entonces casi salta sobre su piel al oír el
sonido de pasos acercándose. Cuando siguieron pasada la puerta se
relajó con un suspiro. Está bien. Obviamente, estaba terriblemente
tensa, lo cual, según Eada, sólo haría la tarea más difícil. Después de
todo, una buena poción calmante podía ser lo mejor.
Levantó la poción, vaciló, y después la acercó a la nariz, echó la
cabeza hacia atrás y la vertió directamente en la garganta. ¡Oh! Estaba
auténticamente asqueroso! ¡Horrible! Ugh. Puso de nuevo la taza
sobre el cofre, agarró la jarra y empezó a beber directamente de ella,
tragando el líquido afrutado en un esfuerzo por eliminar el sabor y los
trozos de hierba de su boca. Vació la jarra hasta dejarla seca en su
intento por borrar la huella de la asquerosa poción. El líquido
consiguió eliminar la mayor parte del sabor de su boca, pero no del
todo. Acababa de decidir que tenía que aguantarlo cuando se abrió la
puerta de la alcoba.
Puso de nuevo la jarra vacía sobre el cobre y se giró hacia la puerta.
El alivio y la sorpresa cubrieron su rostro cuando vio quien entraba.
—Eada. ¡Estás de vuelta!
—Sí —. La mujer cerró la puerta y entró a toda prisa en la
habitación. —Y ni un momento demasiado pronto, por lo que veo. Ni
siquiera has empezado a prepararte.
—Acabo de llegar —explicó Willa.
—Oh. Bueno. Vamos a prepararte entonces. ¿Dónde están las
hierbas que te di?
—Ya las he tomado. Estaba a punto de cambiarme para acostarme.
La mirada de Eada se volvió aguda. —¿Tuviste cuidado como te
pedí?
—Oh, sí — dijo Willa e inmediatamente, para distraer a la anciana
del asunto, empezó a preguntarle acerca del parto que había atendido.

Hugh estaba pensando de sí mismo que era un hombre muy


paciente. Había visto a su esposa abandonar la mesa, después había
empezado a contar hasta cien. Había decidido que una vez alcanzara
los cien, sería libre para seguirla. Eso le había parecido perfectamente
razonable. Después de todo, ella solo tenía que quitarse un par de
prendas y meterse en la cama. Con seguridad, eso no podía llevar
mucho tiempo. Sí. Contar hasta cien era más que suficiente para que
su novia estuviera preparada.
Había empezado a contar a un ritmo lento y mesurado, pero el
aburrimiento pronto lo animó a apresurarse y contar rápidamente
varias docenas de números antes de forzarse a sí mismo a ir despacio
otra vez. Después Lucan se había dirigido a él para preguntarle algo
acerca de sus nuevas propiedades y Hugh había perdido la cuenta
cuando se detuvo a contestar.
Irritado consigo mismo por perder la cuenta, había elegido
arbitrariamente el noventa para empezar otra vez. Rápidamente contó
los diez números restantes y empezó a levantarse. Sin embargo,
Wynekyn lo agarró del brazo. —¿No estaréis pensando en subirá ya,
verdad?
—¿No creéis que ya esté lista? —preguntó Hugh con incertidumbre.
—¡Dios mío, no! —Wynekyn tiró de él para sentarlo de nuevo. —
Apenas habrá llegado a la habitación.
Hugh frunció y ceño y miró hacia la escalera. Supuso que eso podría
ser cierto. Willa no había subido las escaleras corriendo, precisamente
mientras él si lo hacía para contar hasta cien. Se dio cuenta de que,
probablemente, su esposa acababa de llegar a la habitación, y ahogó
un bostezo mientras intentaba imaginar qué estaría haciendo ahora.
¿Insistiría en tomar un baño antes de meterse en la cama? No, decidió,
la joven se había bañado antes de vestirse para la ceremonia. Por lo
tanto, en ese momento, debía estar desnudándose.
Ese pensamiento le ayudó a sacudirse parte del cansancio de su
cerebro. Justo en ese momento, la joven estaría probablemente
desatando los lazos de su hermoso vestido azul grisáceo. Lo estaría
dejando deslizarse por sus hombros y dejándolo caer al suelo en un
suave sonido. Saldría delicadamente de la piscina de tela a sus pies y
se dirigiría a la palangana de agua con sólo su camisola. Su camisola
blanca y delgada, tan delgada como la que llevaba cuando se quedara
allí de pie delante de la luz del fuego, sus piernas serían visibles a
través de la ropa mientras recogía agua en el hueco de sus manos y la
levantaba para lavarse la cara. Esa agua gotearía hasta humedecer la
tela contra su pecho haciendo que el material se adhiriera a sus pechos
suaves y redondos de forma que sus pezones endurecidos…
—¿No lo creéis así, Hugh?
—¿Ehh? —parpadeó cuando la visión que había estado disfrutando
desapareció. se volvió confuso hacia Wynekyn. —¿Si no creo qué?
—Que la cocinera se superó a sí misma. Es algo de lo que Richard
siempre presumía. Consideraba a Alsneta una maestra. Estaba
entrenando a Luvena para que siguiera sus pasos, cuando la niña no
estaba fuera jugando con Willa.
—Hmm —. Hugh asintió ausente en conformidad e
inmediatamente preguntó inquieto. —¿Pensáis que ya estará lista
ahora?
—¡No! —espetó Wynekyn, después hizo un gesto más allá de él. —
Mirad. Eada acaba de volver de la aldea y subirá para atenderla. Sin
duda, bajará para avisaros cuando Willa esté lista.
Hugh gruñó al oír eso. Su opinión, basada en la experiencia, era que
Eada solo ralentizaría el proceso. A él le parecía que, a esas alturas,
Willa probablemente ya habría acabado con sus abluciones y las
demás cosas que hacían las mujeres antes de acostarse. Sin duda ya se
habría quitado la camisola y deslizado desnuda bajo las sábanas.
Se humedeció los labios al pensarlo, sabiendo que pronto, esperaba
que solo en unos momentos, tomaría su cuerpo de sílfide en sus
brazos, sentiría el roce suave de sus pezones contra el pelo de su
pecho. Sus manos se deslizarían bajando suavemente por su espalda
para ahuecar las redondas mejillas de su trasero, después se
apresuraría a separarle las piernas con una rodilla y, por fin, se abriría
camino dentro de ella plantando su semilla en el interior de su vientre.
Tal vez la semilla prendería inmediatamente y la joven le presentaría
un bebé dentro de nueve meses.
Cerró los ojos y se imaginó un pequeño bebé rosado
amamantándose en el pecho de Willa, pero la imagen fue
reemplazada rápidamente por la de él mismo chupando el mismo
pecho, la piel pintada de oro por la luz del fuego, su pelo brillante
ondulado y enredado alrededor de los dos mientras yacían
entrelazados, las manos de Hugh sobre las caderas de Willa,
sujetándola mientras él se introducía en ella…
—Suficiente.
Wynekyn dejó su conversación con Lucan para mirar Hugh con
asombro, sorprendido por su arrebato. —¿Qué es suficiente, milord?
Al darse cuenta de que había dicho la palabra en voz alta, Hugh
alcanzó su jarra y bebió una buena cantidad de cerveza. No había
querido hablar en voz alta, pero… Maldición, ya había esperado lo
suficiente. Levantándose, asintió con determinación a los hombres. —
Me voy a la cama.
No esperó a darle a Wynekyn la oportunidad de protestar otra vez,
o de sugerir que siguieran otras tradiciones, como la ceremonia de
acostar a los novios. Hugh estaría condenado si se dejaba convencer
de eso. Pareciéndose más a un hombre que se dirigía a la batalla que a
uno que iba a la cama, caminó hasta las escaleras y las subió
corriendo. Su expresión desafiaba a intervenir a cualquiera. Estaba
listo para esa parte del matrimonio y juró que nadie iba a detenerlo.
Infiernos, había estado listo desde el día en el establo cuando lo único
que lo detuvo fue su incapacidad para quitarse la armadura. ¿Por qué
demonios hacían esa cosas de forma que para un hombre solo fueses
tan sangrientamente imposibles de quitar? ¿Qué pasaba en aquellas
situaciones en que no había un escudero alrededor para ayudarlo a
desvestirse?
Hizo una mueca ante la idea. Lo primero que había hecho después
de que Wynekyn se hubiera llevado a Willa escaleras arriba fue
mandar a por su escudero y ordenar un baño.
Qué alivio había sido quitarse por fin la armadura. Hugh estaba
acostumbrado a usarla, pero estar atrapado en ella durante tres días y
dos noches seguidas lo había hecho más que deseoso de arrancársela.
Una vez que se libró de la cota de malla, envió a su escudero lejos y
acabó de desnudarse y bañarse él mismo. Había esperado ser capaz de
echar una mirada a lo que le causaba tanto dolor en la silla de montar.
Desafortunadamente, su localización lo hizo imposible. Todavía no
estaba seguro de cuál era el problema, pero el baño caliente había
aliviado algo el dolor. Eso no quería decir que hubiera estado cómodo
sentado a la mesa durante el largo tiempo que duró la celebración,
pero, al menos, había conseguido hacerlo sin muecas ni gestos de
dolor.

Capítulo nueve.
El murmullo de voces hizo que los pasos de Hugh se ralentizaran a
medida que se acercaba al dormitorio que él y su novia usarían esa
noche. Tardó un momento en darse cuenta en que era la voz ronca de
Eada la que hablaba.
—Así que no temas, —estaba diciendo la mujer. —He leído el futuro
en las heces de tu bebida y serás feliz. Tendrás mucho amor e hijos y
vivirás hasta una edad madura. Ahora, debería ira bajo y decirle a tu
reciente marido que ya estás lista.
Hugh escuchó el arrastrarse de unos pasos que se dirigían hacia la
puerta, y rápidamente retrocedió un poco mientras se abría. Eada
salió al pasillo y tiró de la puerta para cerrarla.
—¿Es eso cierto? —preguntó Hugh sin preocuparle que la mujer se
diera cuenta de que había escuchado la conversación.
Eada se giró, dejó de cerrar la puerta y arqueó una ceja ante la
pregunta de Hugh. —¿Es cierto qué?
—Lo que dijiste —, explicó irritado consigo mismo por dar el menor
crédito a las supuestas visiones de la mujer. —Sobre nosotros, que
seríamos felices y tendríamos muchos hijos, y lo de vivir mucho
tiempo. ¿Es cierto?
—Sí. Pero yo lo dije de ella. No recuerdo haberos mencionado en
absoluto —, espetó la anciana , después cedió ante la expresión de
consternación del caballero. —Aprenderéis muy pronto a amarla y, sí,
le daréis muchos bebés. En realidad, le daréis gemelos la primera vez
que plantéis vuestra semilla en ella.
—¿Gemelos? —Hugh la miró con horror.
—Sí. Y si desenredáis el enigma de su nacimiento y elimináis el
peligro, incluso podéis vivir para verlos nueve meses después.
—¿Y si no?
—La muerte os esperaría a uno de los dos.
—¿A quién?
La mujer se encogió de hombros. —Probablemente, a vos. Todo lo
que sé con certeza es que hay dos finales posibles. Uno es que los dos
viváis una vida larga y feliz juntos.
Hugh estaba empezando a relajarse cuando la mujer añadió: —a
menos que embrolléis las cosas.
El caballero se puso rígido. —Embrollar las cosas, ¿cómo?
La mujer volvió a encogerse de hombros. —No lo sé.
—¿No lo sabes? ¿No preguntaste?
La irritación llenaba ahora la cara de la mujer. —No es como hacer
un pedido de cerveza, ¿sabéis? Veo lo que veo, y lo que veo es que
estáis encaramado en un precipicio. Si elegís un camino, todo irá bien.
Si elegís otro… —se encogió de hombros —. Muerte.
—¿Dónde está el peligro? ¿Quién mataría a uno de nosotros? —
Eada repitió el gesto y Hugh se movió impaciente. —Bueno, tú debes
saber algo de eso. —Como Eada se limitó a mirarlo solemnemente,
Hugh entrecerró los ojos. —¿Tu sabes quiénes eran sus padres y quién
deseaba verla muerta cuando era una niña?
—Ese es el enigma que debéis resolver. —Con esas palabras se
movió para pasar a su lado y dirigirse hacia el salón.
Hugh la miró mientras se iba, después se giró hacia la puerta del
dormitorio. Su futuro estaba tras ella. Un futuro lleno de dicha que
sabía que encontraría en brazos de su novia. Sólo deseaba saber si
sería un futuro largo o corto. Dándose cuenta de que estaba
concediendo crédito a las visiones de la anciana, sacudió la cabeza.
Debía ser el agotamiento el que lo atontaba, decidió. La bruja no podía
ver el futuro. Nadia podía. Sintiéndose mejor, abrió la puerta de la
habitación y entró en el dormitorio.

Willa había oído el murmullo de voces en el pasillo y se preguntó de


qué estaban hablando Eada y Hugh. No había tenido problemas para
reconocer las voces, aunque no pudo distinguir lo que estaban
diciendo. Había deseado que se dieran prisa, sin embargo, pues
mucho se temía que se hubiera equivocado al ignorar las instrucciones
de Eada y tomar todas las hierbas de la bolsa. Estaba empezando a
sentirse mal. Tanto que estaba empezando a lamentar todo el esfuerzo
que había realizado para distraer a Eada y que no volviera a preguntar
sobre la bolsa de hierbas.
Definitivamente, la poción la estaba ayudando a relajarse. El
problema era que estaba empezando a sentirse casi sin huesos, de lo
relajada que estaba. También estaba bastante letárgica y un poco
mareada. ¿Y la habitación, estaba girando de verdad o era un efecto de
la poción?
Esperando que sentarse le ayudaría con la situación, luchó con
fuerza para levantarse en la cama sin darse cuenta de que las sábanas
habían caído para dejarla desnuda de cintura para arriba. A Willa le
había hecho gracia no llevar una camisa para dormir, pero Eada le
había asegurado que no era necesaria ninguna pues Hugh no dudaría
en quitársela de todos modos.
Apoyándose contra el poste de la cama empezó a respirar
profundamente con la esperanza de que eso le aclararía un poco la
cabeza, o aliviaría las nauseas que se acumulaban en su estómago. Fu
entonces cuando Willa notó que la parte superior de las sábanas se
acumulaban alrededor de su cintura. Pensó que debería cubrirse pero
parecía demasiado esfuerzo. Definitivamente, había tomado mucha
poción. Mucha no, demasiada.
El sonido de la puerta al abrirse y cerrarse llegó a sus oídos y Willa
consiguió obligar a sus ojos a abrirse otra vez. Era Hugh. Estaba de pie
en la puerta, aparentemente paralizado al verla y Willa sintió que el
alivio la recorría. Sin duda, su esposo podría notar, sólo con mirarla,
que había algo terriblemente mal en ella. Lo cual era un alivio pues ni
siquiera parecía tener la energía necesaria para hablar en ese
momento. Hugh podría ver que había un problema y llamaría a Eada.
Hugh no sabía qué había esperado encontrar al entrar en el
dormitorio. Su novia estaba metida bajo las sábanas, había una sonrisa
tímida en su cara, o tal vez incluso nerviosa. Tal vez ni siquiera
sonreía en absoluto, tal vez solo había un terror absoluto en su
expresión. ¿Quién sabía qué se podía esperar de una virgen? Hugh,
ciertamente, no podía. Nunca había tenido antes una noche de bodas.
Así que encontrarla sonriendo en la cama en una pose sexy y lánguida
que dejaba al descubierto sus hermosos pechos desnudos no era lo
que había anticipado.
—Gracias, tío Richard —, respiró maravillado por el hecho de que al
principio hubiera protestado realmente por tener que casarse con esa
mujer. Debía haber estado loco, decidió, con la mirada fija en los dos
dulces orbes con los que había estado fantaseando mientras subía las
escaleras. Su imaginación estaba trayendo a su mente muchas más
cosas qué hacer con ellos. Tocarlos, chuparlos, pellizcarlos…
Al darse cuenta de que estaba perdiendo el tiempo imaginándose
esas cosas cuando podía estar haciéndolas de verdad, Hugh se movió
hacia delante desvistiéndose mientras lo hacía. En dos pasos, su
sobretodo estaba en el suelo, su túnica golpeó el suelo con el cuarto; se
desabrochó los cordones de los calzones y empezó a empujarlos hacia
abajo. Esto lo detuvo abruptamente ya que todavía no se había
quitado las botas y sus braies estaban atrapados alrededor de sus
tobillos.
Se las arregló para apartar los ojos de los pechos de Willa, subirse de
nuevo los pantalones, levantar un pie para agarrar la bota y empezar a
tirar de ella, saltando torpemente sobre el otro. Fue complicado pero
lo consiguió y, rápidamente, dirigió su atención a la otra bota. Con
ambas fuera de su camino, dejó caer los braies otra vez, esta vez salió
de ellos cuando cayeron al suelo.
Hugh miró a Willa a la cara para medir su reacción la primera vez
que la joven veía su desnudez. Se sintió alarmado al ver la palidez de
su piel y su expresión bastante enfermiza. Supuso que había esperado
que la joven estuviera tan impresionada por su cuerpo musculoso
como él por sus maravillosas curvas. No se le había ocurrido que su
propio tamaño, del que se enorgullecía, pudiera causarle
preocupación y angustia. Sin duda, ella se estaría preguntando cómo
encajarían juntos. Hugh no supo como tranquilizarla hasta pasados
unos instantes; después, respiró profundamente, levantó la cama para
acostarse al lado de ella y dijo: —Soy vuestro esposo. No tengáis
ningún miedo de mí. Nunca os lastimaré. Ahora, mi deber es
protegeros y atender vuestros deseos y necesidades. Debéis confiar en
mí para ello.
La mano de la joven revoloteó por encima de las sábanas como un
pájaro herido y la boca se abrió y cerró sin ningún sonido.
Simplemente, lo miraba con los ojos llenos de miedo. Preguntándose
qué diablos había dicho Eada para asustar a la joven de esa manera,
Hugh buscó en su mente las palabras mágicas que aliviarían el terror
evidente que estaba sintiendo la joven. Recordó la pasión que habían
compartido en el establo y decidió que despertar otra vez el deseo era
su mejor apuesta para borrar su angustia virginal. Con ese fin, sonrió
y se deslizó en la cama más cerca de ella hasta que le tocó la cadera
con la rodilla.
—No tenemos necesidad de esto —. Apartó las ropas de ambos y su
mirada cayó inmediatamente sobre el cuerpo de Willa. Era hermosa.
De piel suave y totalmente llena de curvas. Estaba bastante ocupado
devorándola con los ojos cuando el sonido de un jadeo hizo que la
mirara a la cara.
Willa está intentando hablar, pero aparentemente estaba superada
por mi propia magnificencia desnuda, pensó Hugh. Su boca se abría,
después se cerraba, movía los ojos arriba y abajo, a un lado y a otro.
Obviamente, era demasiado tímida para permitir que sus ojos
estudiaran su atributos masculinos durante un tiempo demasiado
prolongado. Hugh se sintió conmovido y le cogió una de las manos
entre las suyas.
—Todo está bien, mi señora. Podéis mirarme. No pensaré mal de
vos —. Los ojos de ella parecieron girar entonces y Hugh casi podía
jurar que la joven parecía apagada cuando volvieron a él. Debía estar
equivocado en eso, decidió, pero frunció el ceño cuando vio lo que
estaba seguro era un destello de pánico y horror en los ojos de Willa.
—¿Qué ocurre?
Hugh se inclinó hacia adelante y usó la mano para acercarla más a
él. Sin embargo, su esposa parecía tener dificultades para sostenerse a
sí misma y se dejó caer contra el pecho de su marido como una
muñeca de tela.
—¿Willa? —preguntó inseguro, pasándole la mano por la cabeza. —
¿Estáis bien? ¿Deseáis postergar la consumación?
Ciertamente, Hugh no había querido hacer esa pregunta, pero no
era un animal. Si ella no estaba bien, la consumación tendría que
posponerse. Querido Dios, por favor, que esté bien, rezó. Dios no
estaba de humor para complacerlo. Tampoco Willa. Su respuesta llegó
en forma de un sonido de arcadas.
—Un simple «sí» habría bastado —¸susurró Hugh, entonces tragó
ásperamente al sentir que su garganta se elevaba. Querido Dios, ¡la
mujer acababa de vomitar en su regazo!
Se sentó inmóvil, congelado en el sitio por el horror. Willa, sin
embargo, no había terminado de dar a conocer sus opiniones sobre el
asunto. Su cuerpo se estremecía mientras sufría un espasmo tras otro
espasmo feroz. Hugh miró hacia abajo, a la cabeza todavía inclinada
cerca de su pecho, con la alarma golpeándole el estómago. Algo estaba
terriblemente mal. Ella no estaba solo enferma; estaba gravemente
enferma.
Temiendo la reacción de su propio estómago cuando vio lo que ella
había hecho, Hugh continuó sosteniéndola mientras su mente
empezaba a buscar frenéticamente qué podía haber causado las
nauseas. No podía haber sido la bebida lo que había provocado ese
ataque. La había estado vigilando durante el banquete y sabía que la
joven había bebido muy poco. ¿Sería algo que había comido antes?
No, no podía ser, decidió. Ambos habían comido la misma comida y
su estómago estaba bien. Bueno, lo había estado antes de que ella
hubiera arrojado la comida sobre sus muslos y otras partes.
¿Sería la ansiedad lo que había provocado esto? Había conocido una
vez a un guerrero con un estómago nervioso que vomitaba antes de
cada batalla. ¿Sería eso lo que le estaba ocurriendo? ¿Estaría tan
asustada y nerviosa que no podía mantener la comida en el estómago?
Había oído hablar de vírgenes asustadas, pero esto era más de lo que
había esperado. O, ¡Dios querido! ¿habría sido la visión de su cuerpo
desnudo lo que le había revuelto el estómago? Esa posibilidad fue
suficiente para hacer que Hugh se sintiera él mismo enfermo.
Las arcadas de Willa se hicieron más violentas, haciendo que Hugh
saliera de su estado de aturdimiento. Se alejó rápidamente de ella y
salió de la cama, se detuvo para mirarse por delante y tuvo que
tragarse la bilis que le subió por la garganta. Eso era… bien,
francamente asqueroso, decidió y agarró la cubierta superior de la
cama para quitársela. Habiéndose limpiado lo mejor que pudo, corrió
alrededor de la cama para coger la palangana de agua. Dio un rápido
rodeo para tirar el ragua por la ventana y después se apresuró a
regresar a la cama para colocar el recipiente bajo la cara de Willa.
Hugh se subió a la cama al lado de su reciente esposa y la sujetó por
los hombros, mientras le daba palmaditas suaves en la espalda
mientras ella continuaba jadeando y vomitando. Tras varios minutos,
empezó a sentirse un poco desesperado. Algo estaba terriblemente
mal. Ella necesitaba a alguien más capacitado para ayudarla. Eada fue
la primera persona que le vino a la mente. No solo se la consideraba
una bruja por su supuesta habilidad para ver el futuro, sino también
por sus habilidades de curación.
Poco dispuesto a dejar solo a Willa, Hugh empezó a gritar desde la
cama. Después de tres o cuatro gritos, admitió para sí que nadie podía
oírlo a través de la puerta. Tendría que dejarla por un momento para
buscar ayuda. Hugh ni siquiera estaba seguro de que Willa pudiera
oír sus palabras, pero desperdició varios momentos para decirle a
dónde iba. Entonces la dejó allí en la cama y salió corriendo al pasillo.
Por supuesto, no había nadie en el piso de arriba. Todo el mundo
estaba todavía en el gran salón de abajo. Se apresuró a la parte alta de
las escaleras sin preocuparse de su desnudez y empezó a gritar de
nuevo. Esta vez sus gritos tuvieron un efecto más gratificante. A pesar
de la música, las risas y el ruido en general, unas pocas personas lo
oyeron. O tal vez, fue simplemente que alguien levantó la mirada y lo
vio. Cualquiera que fuese el caso, hubo varios jadeos de sorpresa al
ver al nuevo señor desnudo en la parte alta de las escaleras gritando a
todo pulmón. El gran salón se quedó en silencio cuando todos se
volvieron para mirarlo.
—Necesito a Eada —, rugía en ese momento de repentino silencio.
—Willa no está bien.
La vieja bruja se puso en pie de inmediato y corrió hacia las
escaleras. Satisfecho de que ella estuviera en camino, Hugh se dio la
vuelta y corrió de vuelta al dormitorio. Willa estaba colgando
débilmente sobre la palangana que él había puesto antes delante de
ella. Hugh pensó que era una visión más alentadora. Al menos parecía
más consciente y no tan débil como al principio.
Hugh corrió a su lado y se sentó al borde de la cama. Le apartó el
pelo de la cara. —¿Willa? —preguntó con suavidad, aliviado cuando
los ojos aturdidos se abrieron y se fijaron en él. —Has estado enferma.
¿Sabes qué ocurrió?
La joven pareció intentar asentir con la cabeza y susurró —Poción.
—¿Poción? —Hugh frunció el ceño, después la dejó allí acostada y
se movió fuera de la cama para buscar en la habitación. Encontró la
jarra vacía junto al fuego. Dos tazas y una bolsita vacía estaban a su
lado. Al examinar la bolsa se dio cuenta enseguida de que había
contenido algún tipo de hierbas y no hacía mucho tiempo. Y a juzgar
por los restos de hierbas en la taza usada, había habido bastante más
que una pizca en la bolsa y ella la había tomado toda.
Maldiciendo, Hugh arrojó la bolsa a un lado y se apresuró a volver a
la cama. —¿Willa? —Agarrándola por los hombros la sacudió. —
¿Willa? ¿Cuánta poción había? ¿Cuánta tomaste? ¿Qué era?
—Demasiada —, gimió miserablemente. Echó la cabeza hacia atrás
y cerró los ojos. Hugh no supo si se había quedado dormida o si se
había desmayado. Intentó despertarla otra vez sacudiéndola primero,
palmeándole con cuidado la cara después, pero nada parecía
funcionar. Se sintió aliviado cuando miró hacia la puerta y vio entrar a
Eada corriendo… hasta que vio que la seguían Wynekyn, Lucan y
Jollivet. Hugh abrió la boca para ordenarles que salieran pero
Wynekyn vio a Willa y se detuvo bruscamente. Estuvo a punto de
caer de narices cuando Lucan y Jollivet chocaron contra él por detrás.
—¿Estáis bien? —preguntó Lucan logrando atrapar al hombre antes
de que cayera.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Jollivet, aunque era difícil decir si la
exclamación se debía a la visión de Willa desnuda, al olor o al
desorden de la habitación. A Hugh no le preocupó. Moviéndose
alrededor de la cama, hizo un gesto con la mano a Eada para que se
acercara a Willa y caminó con paso sombrío hacia los tres hombres,
listos para sacarlos de allí físicamente si era necesario. Los hombres
palidecieron y retrocedieron, sus narices se arrugaron y sus miradas
cayeron en el regazo decorado de Hugh. El caballero había hecho un
pobre trabajo al limpiarse pero había estado más preocupado por
Willa en ese momento.
—Si esperas que esa sea la nueva moda, me temo que no la seguiré
en absoluto —, comentó Jollivet desconcertado, después se giró
bruscamente sobre sus talones y salió de la habitación mientras la cara
de Hugh se retorcía de rabia.
—Esperaremos fuera —, le aseguró Lucan y siguió con firmeza los
talones del otro hombre.
—Eh… sí. —Wynekyn retrocedió hasta la puerta, su mirada
preocupada cayó de nuevo en Willa y se separó cuando la joven
empezó a vomitar otra vez. —Hacednos saber qué está ocurriendo
una vez os hayáis… —señaló vagamente hacia la ingle de Hugh —
limpiado —. Y salió cerrando la puerta tras de sí con un chasquido.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Eada. Hugh se dio la vuelta para
encontrarla examinando a la chica.
—Dijo que había tomado demasiada poción —. No se podía negar la
acusación en su tono ni en sus ojos mientras miraba a la anciana. Ella
lo ignoró mientras trabajaba. Hugh permitió que lo despreciara
mientras esperaba impaciente y veía como levantaba los párpados de
Willa, presionaba sobre su piel y miraba el interior de su boca.
—No despertará —, dijo por fin cuando se le agotó la paciencia. —
Tomó demasiado de tu poción.
—La poción era para relajarla—, dijo la anciana con calma. —Para
facilitarle vuestra primera noche juntos.
—Sí. Bien, como puedes ver, funcionó. Demasiado bien. Está
demasiado relajada.
—No —¸dijo la bruja con dureza —. No está relajada, se está
muriendo.
—¿Qué? —gritó Hugh conmocionado. Ignorándolo, Eada se giró
para examinar la habitación, tras unos momentos se concentró en la
jarra y en las tazas junto al fuego. Hugh se acomodó en la cama y
levantó un poco a Willa para que se apoyara otra vez en él mientras
Eada cruzaba la habitación. Observó cómo cogió la taza, la olfateó, la
dejó de nuevo y como después olió la jarra medio vacía. Se puso
rígida entonces, con los ojos saliéndose de sus órbitas. —¿Bebisteis
algo de esto?
—No, ¿por qué?
—Es veneno.
—¿Qué? —Sus brazos se apretaron de forma compulsiva alrededor
de Willa. —Ella dijo que había tomado demasiado de tu poción.
—Sí —. La bruja tomó la bolsa vacía. —Probablemente fue lo que la
salvó. Le dije que la usara con moderación. Un poco la habría relajado.
La bolsa entera le hizo purgar el veneno.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Hugh mirando con pánico la cara
pálida de Willa.
La respuesta de Eada fue dejar la bolsa para acercarse a recoger el
orinal vacío y llevarlo hasta la cama. —Túmbela sobre el estómago
con la cabeza colgando fuera de la cama —, lo instruyó Eada,
retirando la palangana que Hugh había colocado antes. El caballero
hizo girar a la joven al momento, después sostuvo a Willa con una
mano en la espalda y otra en la frente para evitar que su cabeza cayera
hacia adelante. Observó con curiosidad cómo la bruja colocaba el
orinal en el suelo, bajo la cabeza de Willa y sacaba una pluma de una
bolsita que llevaba con ella. Abrió entonces la boca de la joven y metió
la pluma dentro.
—¿Qué estás… —empezó Hugh pero, al momento, maldijo y apretó
con más fuerza a Willa que empezó a temblar y a convulsionar otra
vez, expulsando algo más de la mezcla que tenía en su estómago. —
Dios querido, ¿acaso no ha sufrido ya lo suficiente? ¿La haréis…
—Tenemos que obligarla a purgar todo el veneno si quiere vivir —,
lo interrumpió la bruja con calma. Esperó hasta que el ataque de Willa
terminó y después forzó la pluma hasta la garganta de Willa para que
empezara otra ronda de arcadas. No se detuvo hasta que Willa no
expulsó nada más. Hugh hacía una mueca de dolor cada vez que el
cuerpo de Willa sufría un espasmo sin satisfacción.
—Esto debería ser suficiente, —anunció la bruja. Hugh vio el afecto
que atravesó los rasgos de Eada mientras miraba a la mujer inerte que
él sostenía; después su expresión se cerró y se puso de pie
bruscamente. —Se sentirá como el infierno cuando despierte.
Probablemente, también se sienta hambrienta, pero probablemente no
sea capaz de retener nada.
—¿Por qué no lo viste venir? —Hugh no pudo evitar que la
irritación escapara en su voz mientras ayudaba a su novia a acostarse
sobre la espalda. Cuando levantó la mirada hacia la bruja, sin
embargo, ella volvía a encogerse de hombros con despreocupación.
—No lo veo todo —, dijo sencillamente.
—Pero sí mis gemelos —. La bruja esbozó una sonrisa ante su queja
mientras Hugh cubría a Willa. Él, sin embargo, no se divertía y se lo
hizo saber.
—No veo que es tan gracioso. Todo esto demuestra que eres un
viejo fraude. Dijiste que engendraría a mis gemelos esta noche.
Aunque, en modo alguno, veo eso como una posibilidad. ¿Tú sí?
—Os dije que plantarías vuestros gemelos en ella la primera vez que
lanzaseis vuestra semilla. Nunca dije que sería esta noche.
Hugh dejó pasar el asunto. Estaba demasiado cansado para discutir.
Además, estaba empezando a darse cuenta de que no tenía sentido
discutir con la anciana; parecía que siempre tenía una respuesta. Pero,
¿qué mujer no la tenía? La vio alejarse, después volvió a mirar a Willa.
Todavía estaba pálida, pero no tan alarmantemente como antes. E
incluso pálida, era increíblemente hermosa. Le apartó algo de pelo de
la cara acariciando con los dedos la suave piel de su mejilla. Era una
criatura encantadora. Tal vez no fuera tan malo estar casado con ella,
aun si tenía que tratar con la bruja. Ese pensamiento apenas había
entrado en su cabeza cuando los dulces ojos de su novia se abrieron
repentinamente. Se lanzó a una posición sentada, vomitó en el regazo
de Hugh otra vez y cayó de espaldas sobre la cama, de nuevo
inconsciente.
Capítulo 10
Se estaba asando viva. El calor abrumador despertó a Willa. La
obligó a espabilarse lo suficiente para retirar algunas de las pieles que
la cubrían causando su malestar. Para cuando hubo conseguido
librarse de todas menos una, ya estaba completamente despierta y no
muy cómoda con el despertar. Se sentía fatal. Horrible. Tenía la boca
seca y con un sabor muy desagradable. Le parecía que le dolía todo el
cuerpo. Durante los primeros momentos, yació haciendo gestos por
su malestar, entonces un gruñido y un movimiento hicieron que
girara bruscamente la cabeza.
Durante un momento miró fijamente el montón de pieles que se
movían a su lado, entonces la memoria de Willa empezó a funcionar.
Ahora estaba casada. La masa bajo las pieles debía ser su marido. La
noche anterior había sido su noche de bodas.
Por supuesto, el resto de los recuerdos llegaron en sucesión. La
ceremonia del día anterior, el banquete, Hugh enviándola escaleras
arriba para que se preparase para la noche de bodas. En ese punto sus
recuerdos se volvían un poco borrosos. Willa recordaba la mezcla de
hierbas que le había dado Eada y que la había echado en la cerveza
que se había preparado; recordaba haberse pellizcado la nariz y
tragado el brebaje; recordaba haberse sentido mareada y casada de
repente y haberse dado cuenta de que había bebido demasiada
poción. Tenía una imagen algo vaga de su marido inclinándose sobre
ella.
Willa bajó la mirada para verse a sí misma. Si Eada tenía razón, y
Willa nunca había sabido de algún error de la mujer, su esposo había
plantado gemelos en su vientre la noche pasada. Haciendo una mueca
mientras pasaba la mano sobre su estómago, decidió que era una
buena posibilidad. Su estómago estaba duro y tenía calambres en ese
momento. Nunca había oído que plantar bebés hiciera que a las
mujeres les doliera el vientre, pero era una explicación para su dolor y
malestar tan buena como cualquier otra. La consumación debía haber
sido bastante enérgica. En realidad, considerando el hecho de que se
sentía como si hubiera sido pisoteada por un caballo, Willa decidió
que estaba bastante agradecida de haberse tomado una sobredosis de
la poción de Eada. Si era así como uno se sentía después, no estaba
ansiosa en absoluto por repetir el acto.
Hizo una mueca al pensarlo y se deslizó cuidadosamente de la
cama, haciendo todo lo posible para no molestar a su nuevo marido.
Para su alivio, Hugh ni siquiera se agitó gracias a la suavidad de sus
movimientos. Manteniendo un ojo sobre él, Willa empezó a caminar
de puntillas por la habitación buscando sus ropas. No había señal del
precioso vestido que había llevado el día anterior. El único vestido
bonito que tenía. Encontró las sábanas de la cama. Eso la detuvo.
Estaban enrolladas en una bola y tiradas en una esquina de la
habitación.
Eada le había dicho que habría sangre la primera vez, que la sangre
demostraría su inocencia. Ahora miró fijamente las sábanas y la colcha
de la cama y pensó con horror que seguramente no había habido tanta
sangre. Pero, ¿Qué otra razón podría haber para que su marido las
hubiese quitado de la cama? Se alejó de la ropa tirada y encontró el
pequeño baúl que contenía sus pertenencias. El vestido de luto que le
estaba haciendo Eada todavía no estaba acabado. El vestido que había
llevado era la única prenda fina que poseía, pero Willa tenía otros,
menos delicados, que había llevado con ella. Sacó uno, se lo puso y
salió de la habitación.
Había pasado mucho tiempo desde que Willa viviera en un castillo,
desde que era una niña; pero, en sus recuerdos, el castillo siempre
había sido un lugar de bullicio y actividad. Al menos Claymorgan lo
había sido. El silencio que encontró en el pasillo le pareció un poco
perturbador. Ignorando los temblores en las piernas y los calambres
en el estómago, se dirigió a la escalera. Sus ojos recorrieron el salón a
medida que bajaba. Una mirada fue suficiente para explicar la
tranquilidad antinatural del castillo. La mayoría de los habitantes
estaban espatarrados por el salón y roncando. Sin duda la celebración
había durado hasta altas horas de la madrugada. Los habitantes del
castillo seguían durmiendo la borrachera. Se imaginó que la mayoría
sufriría la pasión por la cerveza cuando despertara. El dolor de cabeza
haría que fueran inútiles la mayor parte de la mañana.
Justo cuando Willa acabó de bajar las escaleras, una de las personas
en la mesa se movió y se puso de pie. Willa le ofreció una gran
sonrisa, —Buen amanecer, Eada.
—Buen amanecer —. Eada le dio unas palmaditas a Willa en la
espalda cuando esta la abrazó, después le estudió la cara. —¿Cómo te
sientes?
—Horrible —, admitió Willa con un gemido y la anciana asistió.
—Esperaba que fuera así. Vamos. Un poco de pan seco y aire fresco
te harán sentir mejor — y condujo a Willa a través de los sirvientes
dormidos hasta las cocinas.
Aunque el resto del castillo casi parecía estar atrapado en un
hechizo de sueño, las cocinas mostraban algo de vida, aunque a un
ritmo lento. Alsneta y varios sirvientes estaban trasteando y ocupados
en hornear pan y otros pasteles. Eada ignoró el pan recién hecho que
se estaba enfriando sobre la mesa y buscó pan seco. Se lo dio a Willa y
se fue a buscar algo para beber. Se reunió con la joven un momento
después con una jarra de aguamiel en la mano, después la llevó de
vuelta al salón, pasaron a lo largo de la mesa hasta encontrar una zona
despejada en la que las dos pudieron sentarse. Después hizo que Willa
comiera un poco de pan y bebiera un poco de aguamiel, mirándola de
cerca todo el tiempo.
Willa no estaba hambrienta pero, sabiendo que Eada no estaría
satisfecha hasta que lo hiciera, comió y bebió obedientemente. Iba por
la mitad del pan que le había dado Eada cuando la mujer se levantó
de repente y se dirigió otra vez hacia las cocinas. Willa la vio marchar
y después miró alrededor. Al ver a uno de los perros del castillo
mirándola esperanzado, cogió un buen trozo de pan y se lo tendió. Al
momento, el animal estaba a su lado. Willa lo vio tragarse en pan,
después echó un vistazo a las cocinas y empezó a comerse el resto del
pan al ver regresar a Eada. La mujer mayor miró cortante de Willa al
perro y otra vez a Willa, pero se limitó a tenderle el pequeño saco con
el que cargaba.
—¿Qué es? —preguntó Willa curiosa al coger el saco.
—Para Wolfy y Fen. Deben habernos seguido hasta el castillo ayer
por la mañana. Los oí aullar a la luna por la noche. Era un sonido
triste. Deben echarte de menos. Además, el aire fresco y el paseo te
sentarán bien.
La preocupación llenó los ojos de Willa. —No los oí.
—No. Bueno, no me sorprende. Estabais ocupados en otras cosas.
Willa se sonrojó un poco al oír esas palabras, tomó un sorbo de
aguamiel y se levantó. —Iré a buscarlos.
—Sí. Hazlo.

Hugh se despertó con un gemido. Había pasado la mayor parte de


la noche ocupándose de su esposa. La joven no había dormido bien.
Es más, una vez hubo acabado de vomitar el veneno, había estado
sacudiéndose y dando vueltas durante horas. Sólo cuando cesaron sus
esfuerzos, se permitió conciliar el sueño. Había sido casi al amanecer.
Su mirada se deslizó hacia la brillante luz del sol que se filtraba por
los lados de la cubierta de la ventana. Tal cómo había supuesto, solo
había dormido un par de horas. Ni siquiera estaba cerca de ser
suficiente. Sentía el pecho como si hubiese tenido una vaca enorme
sentada sobre él, tenía los ojos irritados y la cabeza parecía que se le
estaba partiendo.
Ah, la vida de casado, pensó con sequedad. A ese ritmo, era muy
probable que la predicción de la vieja bruja de que moriría antes de la
siguiente luna llena se hiciera realidad, a pesar de que se había
arrastrado por el barro hasta Willa. Una explosión de tos lo sacudió y
Hugh se cubrió rápidamente la boca, intentando amortiguar el sonido
para evitar despertar a su esposa. Con seguridad Willa estaría débil y
necesitaría descansar mucho después de la dura prueba de la noche
pasada.
Ese pensamiento lo hizo mirar hacia ella, pero seguía enterrada bajo
un montón de pieles. Sorbió por la nariz y se puso de lado. Hizo una
mueca por el dolor que le recorrió el trasero, un recordatorio de la
herida que tenía allí. Todo lo que había corrido arriba y abajo la noche
pasada para atender a su esposa no había ayudado mucho. Estaba
agotado, tenía un resfriado y un dolor en el culo. Sí, estaba hecho un
desastre, admitió Hugh mientras empezaba con cuidado a echar las
pieles a un lado. Tal vez se había excedido con la cantidad, pero el
invierno se acercaba y las noches ya eran frías. Entonces apartó piel
tras piel en busca de su esposa, solo para descubrir que se había ido.
Hugh ignoró el dolor en su trasero y arrojó a un lado todas las
pieles que lo cubrían. Willa había salido de la habitación. No podía
creer que tuviera la fuerza suficiente después de la dura experiencia
que había pasado. No podía creer que tuviera el valor después de lo
que le había hecho pasar. Hugh había visto mucha sangre y muchas
heridas durante años. Un hombre no podía ir a la guerra y volver con
ojos inocentes, pero Dios querido, nunca había visto algo como lo de
la noche pasada. Dale sangre y tripas cualquier día antes que una
mujer vomitando.
Maldiciendo cogió las ropas que había llevado la noche anterior y
empezó a recogerlas de donde estaban tiradas junto a las sábanas,
pero entonces recordó porqué estaban allí tiradas. Sus ropas, así como
las sábanas y el vestido de Willa, estaban sucias.
Lanzando la ropa sucia a un lado, apretó los dientes para ignorar el
dolor de su culo y fue hasta el baúl que contenía sus ropas. Rebuscó
hasta que encontró unos braies limpios y una túnica. Se puso la túnica
y fue hasta la puerta, saltó de un pie a otro mientras se ponía los
pantalones. Abrió la puerta, dejó con satisfacción que chocara con
estrépito contra la pared. El ruido de la puerta del dormitorio había
actuado como el canto del gallo para los que holgazaneaban en el
salón. La mayor parte de ellos se despertaron por su culpa. Otros lo
hicieron por el movimiento de sus compañeros. Cuando Hugh llegó al
último escalón, todos estaban ya dando vueltas y trastabillando,
aunque los ignoró a todos. Su mirada se posó en la bruja que estaba
sentada, esperando pacientemente, a la mesa. Se dirigió al momento
en su dirección.
—¿Dónde está? —preguntó sin más preámbulo deteniéndose a su
lado.
—Salió a pasear.
—¿Sola? —No había dudas de la furia y el miedo mezclados en su
voz.
—Está suficientemente segura —, le aseguró la bruja con calma. —
Está más segura con Wolfy y Fen que en cualquier otro sitio en este
mundo.
Hugh reconoció la recriminación en sus palabras. Él había
permitido que Willa fuera envenenada. La habían puesto bajo su
cuidado y había fallado. Maldiciendo se dio la vuelta, pero al
momento se detuvo y miró hacia atrás. —¿Se fue caminando o en ese
caballo suyo?
—A pie. Pero salió hace tiempo. Tal vez una hora — le contestó
Eada.
Asintiendo con la cabeza, Hugh salió del castillo. Willa llevaba una
buena ventaja y debía encontrarla rápidamente. Alguien había
intentado asesinar a su esposa antes siquiera de consumar el
matrimonio. Las preocupaciones y temores de su tío Richard se
estaban cumpliendo. La vida de Willa estaba amenazada y Hugh no
tenía idea del porqué.
Con la boca apretada del disgusto, se dirigió a los establos. La
cazaría rápidamente y la llevaría de vuelta al castillo. Obviamente,
Willa no estaba segura. Y Hugh apenas podía creer que la bruja la
hubiera dejado vagar sola, con lobos o sin ellos.
—¡Mi señor!
Hugh aminoró el paso miró alrededor para ver quién lo llamaba. Al
ver que el padre Brennan corría hacia él, se detuvo e intentó no
parecer impaciente mientras lamentaba el retraso. —Buenos días,
padre.
El padre Brennan estaba casi sin aliento cuando alcanzó a Hugh,
pero estaba radiante. —Buenos días, mi señor. Estoy tan feliz de
haberos encontrado esta mañana. Me temo que ayer fue todo tan
apresurado que no cumplí mis deberes como es debido.
—¿Ah no? —preguntó Hugh de forma cortés pero con la mirada
vagando hacia los establos. Deseó que su escudero estuviera cerca
para poder enviarlo a preparar el caballo. ¿Dónde estaba su escudero,
de todos modos? Había liberado al muchacho de sus tareas en la
celebración del día anterior, pensando que desearía estar a solas con
su novia. Frunció el ceño cuando el recuerdo de su noche de bodas
llegó para atormentarlo. ¡Maldición! ¿Había habido alguna vez un
hombre tan acosado por la desgracia? Un culo dolorido, un resfriado
horrible y una novia envenenada y vomitando.
—No. Al principio estabais fuera protegiendo a lady Willa.
Después, cuando llegasteis los dos, fue todo tan caótico que no tuve
tiempo para aconsejarles acerca del asunto de la… eh… noche de
bodas.
—¿La noche de bodas? —Esas palabras llamaron la atención de
Hugh y centro sus pensamientos errantes y su mirada regresó a la
cara, ahora ligeramente ruborizada, del sacerdote. —No hubo noche
de bodas. Mi novia fue envenenada.
—Sí. Lord Wynekyn me informó de la situación y debo decir que lo
veo como algo afortunado… ¡No afortunado! —se corrigió cuando
Hugh le frunció el ceño. —No quiero decir afortunado, quiero decir…
bueno, dadas las circunstancias, como no os había aconsejado…
—Padre —, interrumpió Hugh, sin molestarse ya en ocultar su
impaciencia, —ahora no es el momento. Willa se ha ido sola y debo
encontrarla y traerla de vuelta. Ella…
—Ella ha vuelto, milord —, soltó el padre Brennan cuando Hugh
empezó a alejarse. El lord se dio la vuelta al momento. —¿Está aquí?
—Sí, así que mirad, os he traído este tratado —. Le tendió un rollo
de pergamino. Como Hugh se limitó a mirarlo sin comprender, el
sacerdote empezó a desenrollarlo. — Es De Secretis Mulierum y da
consejos sobre asuntos…
—Padre —, Hugh lo interrumpió de nuevo. Esta vez su impaciencia
había desaparecido, sustituida por cierta diversión. Sabía que el padre
Brennan tenía buenas intenciones, pero un sacerdote era la última
persona que necesitaba para aconsejarlo sobre cómo acostarse con su
novia. No queriendo avergonzar al hombre, Hugh consiguió
mantener una expresión solemne y le palmeó el hombro. —No soy un
inocente, padre. He estado con mujeres antes. No hay necesidad de
consejo.
—Oh, ciertamente, ciertamente —. El sacerdote asintió con la
cabeza, luego negó. —Pero Lady Willa no es una moza de taberna. Es
una novia joven e inocente. La consumación de vuestra nueva relación
ha sido santificada por la Iglesia. Vuestro lecho matrimonial es
sagrado. No podéis simplemente… eh… tumbarla como a una lechera.
¿Os dais cuenta de lo que quiero decir?
—Bueno… —Hugh hizo una pausa, la incertidumbre se dibujó en
su mente. No había considerado el acto real. Bueno, de acuerdo, lo
había considerado, pero sobre todo desde su propia perspectiva.
Había pasado un breve momento preguntándose cómo lo recibiría
Willa cuando llegara a la habitación, después todos sus pensamientos
se habían dirigido a la idea de deslizarse por fin el su húmedo calor.
No había considerado el acto desde el punto de vista de ella. Su punto
de vista puro y virginal. Willa no era una alegre doncella de taberna,
no se dejaría caer en su regazo ni le agarraría la entrepierna para
hacerle saber que estaba dispuesta. Ella sería…
Esta nueva línea de pensamiento le estaba dando dolor de cabeza.
Pero el padre Brennan estaba esperando pacientemente por su
respuesta. ¿Cuál había sido la pregunta? ¡Ah, sí! —No. Por supuesto
que no. Nunca he tomado la inocencia de una mujer.
—Justamente. Por eso necesitáis consejo —. Acabó de desenrollar el
pergamino y se acercó, moviendo el escrito para que ambos lo leyeran.
—De Secretis Mulierum es bastante útil para instruir en las relaciones…
er… maritales—. La voz, repentinamente aguda, hizo que Hugh
cambiara su mirada del pergamino al rostro ahora enrojecido del
sacerdote. El hombre estaba terriblemente avergonzado, pero se
apresuró a seguir —Aconseja preparar de antemano tanto la mente
como el cuerpo.
—¿Preparar el cuerpo? —repitió Hugh curioso. No creía que tuviera
problemas para preparar su mente. Su mente parecía más que lista.
Sin embargo, si había instrucciones especiales para preparar el cuerpo,
estaría interesado en leerlo. Un baño tal vez… podían compartirlo.
Tuvo una breve visión de los dulces pechos de Willa recorridos por un
lienzo húmedo, con sus pezones cobrando vida, poniéndose en pie
rogándole que…
—Sí. Se sugiere vaciar los intestinos y la vejiga, por ejemplo.
Las imágenes eróticas de Hugh murieron abruptamente y el
caballero hizo una mueca disgustado. Así que esa era la idea de la
Iglesia de prepararse.
—También da otras instrucciones detalladas —, decía el padre
Brennan con seriedad volviendo a capturar la atención del conde. La
parte acerca de vaciar los intestinos lo había despistado, pero su
interés creció ahora un poco.
—¿Qué clase de instrucciones detalladas? — preguntó mirando de
nuevo el texto latino. Cuando el hombre santo no respondió de
inmediato, Hugh lanzó al sacerdote una mirada interrogativa sólo
para encontrarlo totalmente colorado y mortificado.
—Bueno, dice… —otro gallo, entonces se aclaró la garganta y evitó
la mirada de Hugh mientras lo intentaba de nuevo. —Sugiere que es
necesario… eh… acariciar las "partes bajas" de la esposa para… eh…
hacer que su cuerpo alcance… eh… el calor adecuado...
—¿Calor? —Hugh interrumpió sorprendido.
—Sí. Vos sabéis que las mujeres se difieren de los hombres en que
están frías.
—¿Lo están? —Hugh preguntó sorprendido. Nunca había notado
que las mujeres estuvieran especialmente frías. Ni por su
comportamiento ni por el tacto.
—Sí. lo están — aseguró el padre Brennan. —Los hombres, por el
contrario, están calientes.
—¿En serio? —Esta vez Hugh preguntó con interés recordando una
o dos veces en que había sido despertado por un pie frío buscando su
calor bajo las sábanas.
—¡Oh, sí! —exclamó el padre Brennan. —El calor es una cualidad
esencialmente masculina. Es… el calor del hombre crea la… excitación
en la mujer y, a través del coito con un hombre, consigue ese calor
vital que le falta.
—Lo consigue, ¿verdad?
—Sí. Como veis, así la esposa es fortalecida por la unión.
—Hmmm —, Hugh asintió con un gruñido pero su atención estaba
sobre el tratado que el sacerdote sostenía todavía abierto para él.
Estaba buscando la parte que indicaba debía acariciar lo suficiente las
"partes bajas" para conseguir que la mujer alcanzara la temperatura
adecuada. No estaba teniendo mucho éxito. Frunciendo el ceño,
preguntó. —¿Cómo se sabe cuando ella ha alcanzado la temperatura
correcta?
—Eh… creo que dice… —el sacerdote pasó el dedo sobre las
palabras, después asintió con la cabeza, el rostro ruborizado otra vez.
—Sí, aquí está. Ella empezará a «hablar como si estuviese
balbuceando». Ahí es cuando sabréis que debéis comenzar en realidad
con el… —agitó una mano vagamente —con el asunto.
Hugh asintió mientras leía la sección que el hombre señalaba.
—Bueno. Estoy seguro de que podéis leer esto vos mismo. Espero
que os sea útil.
Hugh asintió de forma distraída y murmuró su agradecimiento al
notar que el sacerdote se iba.
—Hablar como si estuviese balbuceando —, leyó en voz alta. —
Hmmm.
—Buenos días, mi señor esposo.
Hugh levantó la mirada alarmado por el saludo. Era su esposa
errante, por supuesto. ¿Quién más lo llamaría esposo? Ruborizándose
con culpabilidad, Hugh se enderezó y rápidamente ocultó el tratado a
sus espaldas. —Buenos días.
—¿Qué es eso que estabais leyendo? —preguntó la mujer con
curiosidad inclinándose a un lado de forma que pudo captar una
visión del rollo que sostenía su esposo.
—No es nada.
—¿Nada? —Willa sofocó una risa suave. —No parece que no sea
nada, mi señor. Parece un pergamino con algo escrito en él.
—No. Es solo algo que me dio el padre Brennan para leer. Un
tratado sobre… de la Iglesia sobre… la confesión —. Hizo una mueca
mientras hablaba pensando que ahora tendría que confesar esta
mentira. Pero era demasiado embarazoso admitir que sentía que
necesitaba instrucciones sobre un asunto tan personal.
—Oh —. Para su alivio, su esposa parecía haber perdido interés en
el asunto. Se puso derecha y le ofreció otra sonrisa. —Bueno, os dejo
entonces. Que tengáis un buen día, mi señor.
—Buenos días —. La vio marcharse mientras su mirada caía en el
balanceo de las caderas de la joven mientras se alejaba.
Al darse cuenta de que todavía sostenía el tratado De Secretis
Mulierum a su espalda, se relajó y lo llevó de nuevo al frente. Su
intención original era enrollarlo, engancharlo a su cinturón y leerlo
después, pero su mirada captó una línea y, en cambio, se encontró
atrapado leyéndolo de nuevo.
—Buenos días, Hugh.
Igual que antes, Hugh se sobresaltó ante ese saludo. Sintiéndose
culpable volvió a esconder el pergamino detrás de su espalda y se
volvió para mirar a su amigo. —Lucan. Buenos días.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó curioso.
—No es nada —, respondió Hugh, luego hizo una mueca. Era una
respuesta ridícula cuando estaba escondiendo el pergamino a sus
espaldas como si fuese una carta de amor erótica. Relajó su postura,
dejó de ocultar el pergamino y empezó a enrollarlo mientras decía —
es un tratado que me dio el padre Brennan sobre… eh… las relaciones
maritales.
—Ah. El sacerdote de mi padre le dio a mi hermano el mismo
tratado la noche antes de la boda. Estaba lleno de cosas que no podías
hacer y de momentos en que no podías hacerlo. Déjame ver, si no
recuerdo mal, no está permitido tener relaciones maritales los días
sagrados, los domingos y los días de fiesta —. Lucan negó con la
cabeza. —Te juro que una vez quites todos los días en que no puedes
acostarte con tu esposa, quedará un día al mes para la acción —. Puso
una mano sobre el hombro de Hugh mientras ambos empezaban a
caminar y le advirtió —No deberías prestar atención a eso, amigo mío,
o nunca tendrás niños. Además, probablemente, te volverías loco.
Hugh gruñó en respuesta. Sospechaba que Lucan estaba pensando
en otro tratado, pero en el caso de que no lo fuera, Hugh se limitaría a
leer las instrucciones sobre el propio acto. Seguramente un hombre no
podía ir al purgatorio por un pecado si no sabía que lo era, razonó. Y
no había forma de que se limitara a sí mismo a acostarse con Willa
solamente una vez al mes. Querido Dios, ni siquiera había conseguido
todavía acostarse con ella una vez y la Iglesia ya estaba intentando
limitarlo.
—¿Has decidido ya qué hacer sobre el intento de envenenamiento?
—preguntó Lucan.
Hugh hizo una mueca. —Sí. Tengo la intención de preguntar a
todos sobre el aguamiel y descubrir quién lo puso en la habitación.
Pero primero voy a conseguir un catador de comida. Nada pasará por
los labios de Willa si no ha sido probado antes por otro.
Lucan asintió al oírlo. —¿La cocinera?
—No. Alsneta no tiene tiempo para eso. Pero debe ser alguien que
se preocupe por Willa. Reducirá la posibilidad de que se distraiga y
permita que se acerque sola a la comida.
Su amigo asintió ante la sabiduría de esa decisión y luego digo —
Wynekyn mencionó que Alsneta tiene un sobrino entre los soldados
de aquí. Gawain. Debería hacerlo bien.
—Sí. Lo hará. Gracias.
—De nada —. Lucan arqueó una ceja. —¿Planeas hacer que Baldulf
la proteja otra vez?
—Sí, pero necesitaré más guardias para protegerla. No puedo
esperar que el hombre la vigile noche y día en el castillo. —Hugh negó
con la cabeza. Todos los soldados de Hillcrest habían sido hombres de
su tío. Hugh no tenía ninguno propio aparte de su escudero. No sabía
cuáles eran fiables y hábiles y cuáles no. Tendría que confiar en
alguien. Baldulf, solo, había sido capaz de protegerla en la cabaña,
pero el castillo era mucho más grande. —Sí. Baldulf durante el día y
después dos guardias en la puerta de la habitación por la noche.
Tendré que entrevistar a los hombres. Tengo que ver en quién puedo
confiar.
Lucan asintió mientras caminaban. —¿Has averiguado algo sobre su
pasado?
—Ahora tenemos un nombre. Evelake —. Murmuró el nombre
pensativo, seguro de haberlo escuchado antes. Pasó un momento
intentando recordar de qué le sonaba pero acabó sacudiendo la
cabeza. —Pensé que debería enviar a algunos hombres a averiguar lo
que pudieran acerca de su familia. Después pensé que debería buscar
en la habitación del tío Richard y ver si podía encontrar esa misteriosa
carta desaparecida.

—¿Cómo están Wolfy y Fen?


Willa sonrió a Eada y se inclinó para besarla en la mejilla, después
se sentó a su lado en el banco antes de contestar. —Están bastante
bien, pero me preocupa que estén tan cerca del castillo y de la aldea.
Willa había encontrado a los dos lobos merodeando por los límites
del bosque que rodeaba el castillo. Estaban demasiado cerca para su
seguridad.
—¿Te encontró lord Hillcrest?
—No. Lo encontré cuando ya había vuelto. ¿Me estaba buscando?
—Sí —. Eada sonrió. —Estaba preocupado porque te hubieras ido
sola. Creo que tenía intención de reprenderte severamente y ordenarte
que no volvieras a hacerlo.
Willa miró a la mujer sorprendida. —¡No!
—Sí.
Willa se mordió el labio. —Qué raro, no parecía angustiado cuando
lo encontré. Estaba leyendo un tratado que le había dado el sacerdote.
—Hmmm —. Las dos se quedaron perplejas durante un momento,
luego la mujer mayor le estudió la cara. —El paseo te sentó bien. Al
menos tienes mejor color ahora. ¿Cómo te sientes?
Willa se encogió ligeramente de hombros y llevó la mano al
estómago. —Mi estómago está un poco sensible, pero sin duda es
debido a los gemelos que mi esposo plantó ahí anoche. Aparte de eso,
me encuentro bastante bien.
—¿Plantar los gemelos? —Eada se giró para mirarla con una
expresión de asombro. —No hubo plantación de gemelos anoche.
Estabas demasiado enferma para eso.
—¿Enferma? —Willa sintió que la confusión crecía en ella. —
¿Qué…
—Fuiste envenenada, niña. ¿No lo recuerdas? Estuviste mal toda la
noche. Lo único que Dulonget logró plantar fue su palma sobre tu
frente mientras te sostenía cuando arrojabas las entrañas.
—¿Qué? —Willa la miró con horror. —¡No!
—Sí.
—Pero dijiste que él plantaría gemelos en mi la…
—Dije la primera vez que estuvieseis juntos. No fue ayer por la
noche.
Willa se desplomó en su asiento y reflexionó sobre la desagradable
noticia. Había estado tan segura de que estaba esperando un niño…
bueno, niños. Sintió esa pérdida por un momento, entonces se hizo
eco de la otra información de Eada, se enderezó y confesó —Nadie me
envenenó. Tomé demasiado de la poción que me diste.
—Sí, lo hiciste. Y eso te salvó la vida. No te sentó bien. Empezaste a
purgar antes de que el veneno pudiera hacer demasiado daño.
Willa frunció el ceño con la noticia. —¿Quieres decir de verdad que
alguien intentó envenenarme?
—Sí. Estaba en el aguamiel.
Willa hizo una mueca al recordad el sabor amargo del aguamiel
mezclado con las hierbas de Eada. No había sabido bien. Recordó
haberse sentido enferma y a su estómago tratando de abrirse camino
hasta su garganta, pero todo lo demás era bastante borroso. Willa
había supuesto que las nauseas habían sido causadas por el exceso de
comida y bebida, el nerviosismo y las hierbas de Eada que
reaccionaban mal juntos. En cambio, parecía que alguien estaba
intentando asesinarla otra vez. Eso era una situación deprimente.
Willa había crecido sabiendo que alguien la odiaba lo suficiente
como para desear matarla. Ese hecho había afectado toda su vida. Le
había robado a sus seres queridos e incluso su infancia. Pero no había
nada que pudiera hacer al respecto. No sabía quién o el porqué
alguien la quería muerta. Era algo que su tío se había negado a
explicarle, sin importar cuánto le suplicara. La expresión de
compasión en su rostro la hacía sospechar que saber quién era sería
insoportablemente doloroso para ella. Lo cual la había hecho pensar
que era alguien que debería amarla… como su padre. Esa sospecha
había aumentado por el hecho de que el tema de su padre era otro del
que su tío no hablaba.
Todo era terriblemente violento y frustrante. La única manera de
sobrellevarlo era apartar el problema de su mente. Ahora Hugh era su
marido. Él la mantendría segura. Ella tenía otros asuntos que
considerar. Como el hecho de que su matrimonio no se había
consumado la noche anterior como ella había asumido. Ahora tendría
que pasar otro día ansiosa y otra noche anticipando el acto que estaba
por venir. ¡Maldito infierno! Desde que se levantara, Willa había
pensado en sí misma como en una mano "vieja", una mano vieja e
ignorante, pero vieja en cualquier modo. En cambio, todavía era una
novia sin probar. ¡Eso era horrible! Aún no había sufrido el dolor de la
primera vez.
—¿Estás segura de que no hubo consumación? —preguntó
esperanzada.
—No. No estabas en condiciones para eso —. Los labios de Eada se
curvaron con diversión ante la decepción en la cara de Willa. —Confía
en mí, niña. Cuando ocurra, lo recordarás. No tendrás que preguntar
al día siguiente.
—Oh. Me imagino —, Willa sonó dudosa y preguntó —¿Estás
segura de que no hay nada que necesite saber? ¿Nada que daba hacer?
—Te lo dije, niña. Él sabrá qué hacer y te dirá lo que necesites saber.
Ya te dije qué tenías que esperar. No hay nada por lo que…
—Bien, y entonces, ¿tampoco hay nada que no deba hacer?
Eada empezó a sacudir la cabeza, después se detuvo cuando Willa
empezó a parecer inquieta. Muy bien. Puede haber algo que puedo
decirte que no hagas.
Willa se animó, su expresión era expectante. —¿Sí?
—¿Sabes lo que te gusta hablar? ¿Cómo tiendes a parlotear sin fin
acerca de todo?
Willa se mordió el labio para no reírse de la acusación. Muchas
veces, a lo largo de los años, había vuelto loca a la anciana con sus
parloteos. Pero eso se debía a la soledad, no tenía a nadie más con
quien hablar. Todavía no le había mostrado a Hugh esa parte de sí
misma. Willa suponía que era porque aún no se encontraba
completamente cómoda con él. Pero no le dijo todo eso a Eada,
simplemente asintió.
—Bueno… ¡no lo hagas! —dijo Eada con firmeza. —No hay nada
que un hombre odie más que una novia parlanchina en su cama. Sólo
mantén la boca cerrada. No digas ni una palabra. Eso le agradará más
que cualquier otra cosa que puedas hacer, estoy segura.
—Nada de parlotear. —murmuró Willa y asintió. Podía hacer eso.

Capítulo once
Otro ataque de tos se apoderó de Hugh. Agarró su cerveza
gruñendo y derramando líquido por todas partes mientras Jollivet
empava a golpearle la espalda con entusiasmo.
—Parece que estás enfermo, Hugh —, comentó alegremente su
primo. —¿No estarás planeando morir, ?verdad? Si es así, es
terriblemente amable por tu parte dejarme el campo libre para que me
case con Willa.
—Ja, ja —gruñó Hugh, apartando con el codo los brazos de su
primo para poder calmar la garganta con la cerveza. —Haz eso otra
vez y serás tú el que esté en peligro de morir —. Ese comentario fue
seguido por otra ronda de toses. Hugh estaba sin aliento cuando
terminó.
—En verdad, no suenas muy bien, amigo mío. —A diferencia de
Jollivet, Lucan parecía realmente preocupado. Pero en esos momentos
Hugh se sentía demasiado miserable para apreciarlo. La nariz le
moqueaba y había tenido ataques de tos seca durante todo el día, pero
la tos aumentaba más y más y lo dejaba sin aliento con cada ataque.
Quizás un poco de descanso le ayudaría.
Hugh suspiró ante la idea de dormir de verdad. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde que había tenido una noche completa de
descanso?
—Tal vez Eada tenga algo para aliviar la tos —, sugirió Wynekyn
cuando Hugh sufrió otro ataque de tos.
Haciendo una mueca al pensar en la bruja y sus pociones, Hugh
sacudió la cabeza y se levantó. —Dormir me sentará bien. Buenas
noches.
Subió las escaleras sin esperar una respuesta. Willa se había retirado
varios minutos antes. Una vez más, Hugh había esperado para que
ella pudiera tener unos momentos a solas para prepararse. Estaban
recién casados y todavía no habían disfrutado de la intimidad de una
noche de bodas de verdad. Ella todavía se sentía tímida a su
alrededor. Hugh no tenía ningún deseo de hacerla sentir incómoda.
Había sido un día muy largo. Hugh había interrogado personalmente
a todos aquellos con algún motivo para estar cerca de las cocinas o de
su dormitorio. Desafortunadamente, nadie había admitido haber
puesto el veneno, ni siquiera haber visto como lo hacían.
También había dispuesto que el sobrino de Alsneta, Gawain,
ejerciera de degustador de la comida de Willa y había puesto a Baldulf
y a dos hombres jóvenes a protegerla. Había enviado hombres a
averiguar todo lo que pudieran del nombre Evelake; les había
ordenado que buscaran a la familia, se enteraran de sus circunstancias
y descubrieran la conexión de Willa con ella. También debían
descubrir la posible razón por la que alguien desearía verla muerta.
Esperaba que todas esas investigaciones tuvieran más éxito que las
suyas sobre la aguamiel envenenada.
Hugh también había planeado registrar la habitación de su tío pero
lo habían distraído con asuntos urgentes relacionados con la
propiedad que había heredado. Acababa de aprender que hacía falta
mucho más para dirigir un castillo que contratar hombres expertos
para que lo hicieran por uno. Habías varias preguntas que necesitaba
responder, decisiones que tomar, hombres a los que gritar. Y todo
había sido muy satisfactorio, pensaba con una sonrisa mientras subía
las escaleras y empezaba a recorrer el pasillo. Aún así, debía que
registrar la habitación de su tío por la mañana. Tenía que llegar al
fondo del misterio que rodeaba el pasado de Willa. Cuanto más
tiempo permaneciera sin resolverse, más tiempo estaría su vida en
peligro, y Hugh encontraba que eso no le gustaba en absoluto. Puede
que al principio no hubiera querido casarse con ella, pero ahora era
suya, y ¡estaría condenado si alguien se la arrebatara!
Al recordar el estado de Willa la noche anterior notó que se le
apretaban los dientes. Había estado pálida y temblorosa; y él había
estado seguro de que moriría. De ser así, habría sido culpa suya. Willa
merecía algo de felicidad y él era el hombre adecuado para
proporcionársela. Por supuesto, eso tendría que esperar un poco. Él
sabía que ella debía estar agotada y exhausta, como él. Pero, tan
pronto como los dos estuvieran recuperados, se encargaría de la
cuestión de hacerla feliz. Era su trabajo. Él era su esposo.
Asintiendo con la cabeza a los hombres que montaban guardia a las
puertas de su recámara, abrió la puerta y entró. Sin embargo, Hugh se
detuvo apenas dio un paso tras cruzar el umbral. Había esperado que
la habitación estuviera a oscuras con tal vez un leve resplandor por las
ascuas de la chimenea. No era así. La cámara resplandecía de luz,
tanto por el fuego crepitante en la chimenea, como por una docena de
velas colocadas en distintos puntos de la habitación.
Debería hablar con Willa sobre el despilfarro, pensó Hugh. Entonces
su mirada aterrizó en la cama. Su esposa estaba sentada erguida, las
sábanas descansando alrededor de su cintura revelando la parte
superior de una camisa delgada… una camisa muy delgada, se dio
cuenta consternado. Podía verle las aureolas de los pezones a través
de la tela. Un sonido tras él recordó a Hugh la presencia de los
hombres en el pasillo y se adelantó rápidamente y cerró la puerta.
Vaciló un momento intentando hacer funcionar su cansado cerebro
y averiguar por qué su mujer estaba despierta. Hugh había estad
bastante seguro de que ella estaría dormida cuando llegara y
encontraba bastante difícil entender por qué no lo estaba. Pero
entonces se dio cuenta de que probablemente ella había pensado que
él desearía consumar el matrimonio. Sin duda se había quedado
despierta para complacerlo tal y como debería hacer una buena
esposa. Hugh se relajó. Probablemente se sentiría aliviada de que no
tuviera intención de molestarla esa noche.
Ofreciéndole una sonrisa se movió por la habitación soplando las
velas una después de otra. Una vez la última estuvo apagada la
habitación quedó iluminada por el suave resplandor del fuego. Hugh
se acercó a la cama y empezó a desnudarse. Consciente de que la
mirada de Willa estaba fija en él, Hugh se sintió extrañamente
cohibido mientras se quitaba la ropa. Esa mirada lo movió a hacerlo
un poco más rápido de lo que lo hacía normalmente; apenas unos
momentos después se deslizó en el interior de la cama junto a ella.
Vaciló, después le dirigió un áspero «que durmáis bien» antes de
ponerse de lado lejos de ella. Hugh se preparó para dormir, seguro de
que su esposa haría lo mismo… hasta que la cama se movió y fue
consciente del sonido de unos pies sobre el suelo. El sonido volvió
momentos después y la cama volvió a moverse. Entonces notó que se
inclinaba hacia su lado y, de repente, una luz brillante atravesaba sus
párpados cerrados. Se quedó quieto un momento pero, como ella se
quedó donde estaba, Hugh abrió un ojo con curiosidad.
Willa estaba inclinada sobre él, tal como había pensado, con un
candelabro a escasos centímetros de su cara. Hugh frunció el ceño al
ver las velas encendidas. —¿Esposa? —preguntó manteniendo un
tono amable.
—¿Sí? —Fue la respuesta en un tono igualmente educado.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy esperando a que mi esposo cumpla con su deber. ¿Qué
estáis haciendo vos?
—¿Qué? —Hugh se dio la vuelta bruscamente enviándola volando
hacia atrás. Consiguió agarrarla del brazo antes de que se cayera de la
cama y le cogió el candelabro que agitaba peligrosamente.
Manteniéndola sujeta, se giró para colocar el candelabro sobre el cofre
que había en su lado de la cama y se volvió para mirarla.
—¡No puedes querer consumar el matrimonio ahora! —exclamó
incrédulo.
—¡Bueno, por supuesto que no quiero! —cuando Hugh se quedó
rígido ante la ofensa, añadió, —Eada me explico que la primera vez va
a ser dolorosa y desagradable. Obviamente, no tengo ganas de sufrir
dolor. Sin embargo, hay que hacerlo y preferiría no pasar otro día
angustiada por lo que está por venir. Dos días de preocupación son
suficientes. Así que, si fueseis tan amable, ¿os importaría plantar los
gemelos ahora?
Hugh se sintió hundido. No se le había ocurrido que ella estaría
preocupada por lo que estaba por venir. Se dio cuenta de que había
sido un poco corto de miras. Después de todo, hasta él había estado
algo ansioso por su primera vez con una virgen pero él, al menos,
sabía lo que iba a pasar. Para ella era una experiencia nueva e incluso
aterradora. Por supuesto que estaría ansiosa. Se le escapó un enorme
bostezo seguido de un ataque de tos y vio que la preocupación
aparecía en los ojos de su esposa. Parecía cruel hacerla pasar otro día
de ansiedad. Cansado como estaba, se encargaría del asunto por ella.
—Muy bien —, dijo con un largo suspiro.
—Oh, gracias, mi señor —. Willa suspiró aliviada, entonces se dejó
caer de espaldas sobre la cama y se cubrió con las sábanas y mantas.
Se quedó tumbada con los ojos cerrados con fuerza apretando tan
intensamente las sábanas contra la garganta que los nudillos se le
pusieron blancos por la presión. Estaba tan tensa como la cuerda de
un arco.
Hugh la miró con los labios fruncidos. Parecía como si su esposa
esperara que la decapitaran o violaran, pensó con un suspiro.
Entonces su esposa frunció los labios como si hubiera chupado un
limón. Supuso que era una invitación a que la besara. Ciertamente no
tengo energía para esto, pensó sintiéndose miserable, pero se limitó a
aclarar la garganta.
Los ojos de Willa se abrieron al instante, había una pregunta en sus
profundidades.
—El… eh… —Hugh hizo un gesto hacia las sábanas que su esposa
agarraba tan desesperadamente y ella miró hacia abajo pareciendo
sorprendida.
—¡Oh! —Se sonrojó. —Supongo que no necesitaremos esto. Apartó
las ropas a un lado y se levantó de la cama.
—¿Qué… —empezó Hugh. La pregunta murió en su lengua cuando
ella se inclinó para agarrar el fondo de su camisa y tirar de él hacia
arriba.
—Eada me explicó todo —, le dijo mientras seguía levantando la
camisa para revelar las piernas, las caderas, el vientre… —Por lo que
dijo, me imagino que esto seguiría el mismo camino —. Se sacó el
vestido por la cabeza y se encogió de hombros para liberar los brazos.
Su cara estaba roja como las cerezas por la vergüenza. Durante un
breve instante usó el material como escudo para cubrirse de la parte
alta de los muslos hasta la cima de sus pezones, pero rápidamente se
pasó el pelo por delante de cada hombro con una mano y dejó caer la
tela. Como escudo, su pelo era efectivo e ineficaz al mismo tiempo. Le
cubría los pechos, caía sobre ellos desde los hombros y seguía hasta la
parte delantera de sus piernas. Sin embargo, le dejaba desnudas la
parte exterior de los hombros, la curva de las caderas y la unión de sus
piernas. Hugh tuvo un momento para comérsela con la mirada,
entonces los mechones dorados se movieron mientras ella volvía
nerviosa de vuelta a la cama. Volvió a colorar rápidamente el pelo
para cubrirse antes de acomodarse, volver a cerrar los ojos con fuerza
y apretar los puños a sus costados. Le llevó un momento recordarlo,
entonces frunció los labios, otra vez.
Hugh quiso reír pero le resultaba difícil hacer pasar el sonido por el
nudo que tenía en la garganta mientras miraba la belleza de Willa bajo
la suave luz. Su mirada se deslizó por su cara, bajo por la garganta
hasta sus pechos. La mayor parte de ellos estaba cubierta por la
melena, pero los pezones asomaban como niños traviesos mirando a
través de los arbustos. Finalmente apartó los ojos de las pequeños
guijarros marrón rojizo para recorrer el vientre plano y bajar hasta los
suaves rizos de color rojo-dorado en la unión de sus muslos.
Oh, sí. Puedo hacer esto, decidió Hugh. Su agotamiento se
desvanecía a medida que crecía su virilidad. Se tomó un momento
para disfrutar la anticipación y bajó la mirada por las piernas bien
formadas hasta los dedos regordetes de sus pies. Después se puso de
costado, de cara a su esposa. Apoyó la cabeza en una mano y se
inclinó para presionar sus labios sobre los de ella. Estaba rígida por la
tensión, ni siquiera los labios daban nada. Pero Hugh recordaba la
pasión que habían compartido en el establo junto a la cabaña y fue
paciente.
Suavemente le rozó los labios con los suyos; una vez, dos veces,
luego una tercera. Después deslizó un poco la lengua para jugar con la
boca arrugada de ella. Cuando eso tuvo poco efecto, le acarició el
cuello con la nariz. Ella se relajó un poco, una pequeña risa sin aliento
se le escapó de los labios mientras él le hacía cosquillas en la sensible
carne. Sonriendo, Hugh levantó la cabeza para descubrir que el
fruncimiento había desaparecido. La besó otra vez y dejó que la
lengua se deslizara y jugara con el labio inferior de su esposa. Willa se
relajó un poco permitiendo así que su boca se abriera ligeramente a él.
Aliviado al ver que había sido tan fácil, Hugh profundizó el beso,
inclinó la cabeza y le tomó la boca en una caricia devoradora.
Siguió besándola unos momentos hasta que pensó que ella había
olvidado sus miedos, después apartó los largos mechones de pelo
suave de uno de sus pechos y lo ahuecó con gentileza. Willa se puso
algo más rígida pero no mostró otra respuesta, así que Hugh siguió
acariciándole el pecho, lo palmeó y agarró el pezón entre el pulgar y el
índice. Disfrutó de la sensación de la carne suave contra su piel
callosa. Ahora, Willa estaba devolviéndole el beso, lo que tomó por
una buena señal y continuó tocándola mientras repasaba las
instrucciones del tratado en su cabeza.
El preparar la mente y el cuerpo por anticipado era algo que ahora
estaba fuera de discusión, pero no creía que importara. No sentía, en
cualquier caso, ningún deseo ardiente de aliviarse a sí mismo. En
cuanto al resto…
«Las mujeres se difieren de los hombres en que están frías… Es
necesario… eh… acariciar las "partes bajas" de la esposa para… eh…
hacer que su cuerpo alcance… eh… el calor adecuado...» Las palabras
del padre Brennan resonaron en sus oídos.
«¿Cómo se sabe cuando ella ha alcanzado la temperatura correcta?» había
preguntado y el hombre había respondido « Ella empezará a hablar como si
estuviese balbuceando. Ahí es cuando sabréis que debéis comenzar en realidad
con el…»
Hugh no había tenido la oportunidad de leer todo el De Secretis
Mulierum, pero lo que había leído confirmaba las palabras del
sacerdote. Rompiendo el beso, frotó su pulgar sobre el pezón y se
inclinó para llevar la carne a su boca. Willa no sentía frío con él, pero
tampoco balbuceaba de forma incoherente ahora que tenía la boca
libre. En realidad, se dio cuenta frunciendo el ceño, no estaba
haciendo ningún sonido en absoluto. Ni siquiera los pequeños
gemidos y maullidos de placer que había hecho en el establo. Ni
siquiera tenía los brazos alrededor de él como entonces. Estaban
estirados, con los puños todavía cerrados, a sus costados.
Desconcertado por este hecho, se preguntó por un momento si,
quizás, podía ser la postura el problema. En el establo habían estado
de pie; tal vez, ella no se excitaba de igual forma estando acostada.
Consideró brevemente animarla a ponerse de pie pero decidió no
hacerlo. El tratado no decía nada acerca de la posición. Decía que
acariciara sus regiones inferiores hasta que balbuceara, así que la
acariciaría hasta que balbuceara.
Siguió chupándole un pecho pero bajó una de las manos sobre su
vientre, el alivio lo invadió cuando notó que los músculos del
estómago de Willa se estremecieron ligeramente por el contacto con la
yema de sus dedos. ¿Eso debería ser una buena señal? Seguramente.
Hugh deslizó los dedos entre los mechones suaves entre la piernas de
Willa y los sumergió para encontrar su centro. Entrecerró los ojos al
notarla cálida, húmeda ya cogedora. También debía ser una buena
señal, pensó, esforzándose por escuchar cualquier cosa que se
pareciera a un balbuceo.
Willa no estaba balbuceando. Pero claro, él acababa de empezar, se
tranquilizó a sí mismo. Ella balbucearía. Él tenía intención de hacerlo
bien.
La cabeza de Willa estaba a punto de explotar como un capullo de
rosa que se abre al beso de la luz del sol. Hugh la estaba volviendo
loca. La sugerencia de Eada de que no dijera nada no estaba
ayudando. Willa sentía una necesidad enloquecedora de moverse y
gemir, de retorcerse y gritar. Se estaba conteniendo para no hacer todo
eso. No es que Eada hubiera dicho que no pudiera moverse, pero
también le había dicho que él le diría si debía hacerlo, y Hugh no le
había dicho nada y ella temía hacer algo incorrecto. Deseaba ser una
buena esposa. Además estaba segura de que si se arqueaba y gemía
como deseaba, sería incapaz de evitar gemir.
El aire frío tocó su pezón cuando él levantó la cabeza y Willa
parpadeó para abrir los ojos esbozando lo que esperaba fuera una
sonrisa serena, aunque sospechaba que cuando él la miró ya era más
una mueca que otra cosa. Notó la perplejidad en la mirada de su
esposo e intentó sonreír con más fuerza sintiéndose aliviada cuándo
inclinó la cabeza sobre el otro pecho.
¡Querido Dios! ¿Por qué no se le permitía decir nada? Eada había
dicho «No hay nada que un hombre odie más que una novia
parlanchina en su cama. Solo mantén la boca cerrada. No digas ni una
palabra. Eso lo complacerá más que cualquier otra cosa que puedas
hacer, estoy segura».
Pero, Dios querido, estaba pagando un alto precio por su silencio.
Hugh volvió a levantar la cabeza. Willa logró esbozar otra sonrisa, o
tal vez una mueca. Una expresión de desconcierto pasó por la cara de
su esposo que la observó más de cerca. Entonces dejó de acariciarla y
notó como introducía un dedo dentro de ella. Se mordió el labio
inferior para evitar gritar, su expresión se retorció por el esfuerzo, su
cuerpo estaba todo lo tenso que podía para evitar montar sobre su
mano. Se estaba volviendo más doloroso que placentero.
Para alivio de Willa, Hugh sacudió la cabeza lentamente y apartó la
mano. Por fin, pensó. Por fin, el iba a acabar con el asunto. Eso era
todo lo que deseaba en esos momentos. Que él la montara y, como
había dicho Eada, le plantara los gemelos. No iba a poder soportar
mucho más de eso. Justo acabó de pensar eso cuando se dio cuenta de
que él no se estaba moviendo para montarla. Estaba moviéndose a los
pies de la cama para estar seguro, pero estaba…
—¡Ah! —La palabra se escapó de sus labios a pesar de sus mejores
esfuerzos cuando la cabeza de Hugh desapareció entre sus piernas y
sintió una caricia cálida y húmeda, suave como el terciopelo. El primer
contacto envió un placer a través de ella como nada que hubiera
experimentado alguna vez. Su cuerpo pareció contraerse en una ola
tras otra de cierta liberación. Entonces Hugh levantó la cabeza con una
expresión de esperanza en su rostro.
—¿Has dicho algo?
—No —, mintió Willa con un suspiro entrecortado. La esperanza
apareció en su expresión. —¿Deseáis que diga algo?
Hugh vaciló frunciendo el ceño otra vez y negó con la cabeza
desconcertado, volvió a enterrarla entre las piernas de su esposa.
Decepcionada, Willa se mordió el labio mientras él volvía a ocuparse
de su carne sensible. Su caricia era casi demasiado para soportar. Casi
gimió en voz alta cuando la pasión volvió a crecer en ella otra vez. Oh,
había sido horrible. No podría soportar otra… Soltó un grito ahogado
y se esforzó por no moverse cuando él insertó un dedo dentro de ella
y continuó acariciándola con su boca. Ella no podía soportar… no
podía… ella… A pesar de que tenía la boca fuertemente cerrada y los
dientes muy apretados, escuchó un fuerte sonido de lamento
proveniente de ella a medida que las olas de placer volvían a estallar
en ella. Cortó el sonido abruptamente esperando que él no hubiera
escuchado nada cuando Hugh volvió a dirigirle otra mirada
esperanzada.
—¿He oído algo?
Ella sacudió la cabeza otra vez un poco frenéticamente, consciente
de que el aire le atravesaba la nariz como un toro resoplando. ¿Y eso
era más atractivo que hablar? se preguntó un poco resentida. Tal ven
él no podía notarlo desde su posición.
—Hmmm. —Hugh se rascó la cabeza aparentemente muy
preocupado por algo. Entonces la determinación volvió a inundar sus
ojos y se escondió de nuevo entre sus piernas.
Willa notó lágrimas en los ojos cuando él empezó a trabajar otra
vez. ¡Era enloquecedor! ¡Esto era un tormento infernal!
Eso era, se dio cuenta de repente. Ella había muerto por el veneno y
había ido al infierno. Iba a sufrir toda la eternidad ese placer
insoportable que la golpeaba mientras intentaba no moverse ni hacer
ruido. ¡Oh, el demonio era una bestia diabólica!
Esa fue su última idea sensata antes de sentirse abrumada de nuevo
por una pura sensación. Su cuerpo vibró en respuesta al tacto de un
hombre que solo podía ser el ayudante del diablo. Supo desde el
momento en que la pasión empezó a crecer en ella que, esta vez, la
pasión iba a matarla si no podía reaccionar. Sus ojos lloraban, su
corazón palpitaba y su cuerpo temblaba por el esfuerzo para no hablar
ni moverse. Seguramente moriría. Entonces, justo cuando una ola de
placer del tamaño de un huracán estaba a punto de alcanzarla, un
demonio amistoso colocó una idea en su cabeza. Willa apretó las
piernas a cada lado de la cabeza de Hugh para ensordecerlo mientras
ella se levantaba en la cama y gritaba por todo lo que valía. Fue un
grito magnífico. Todos esos pequeños gruñidos y gemidos y jadeos y
suspiros que se había visto forzada a retener, todas las respuestas
físicas que se había negado a sí misma. todo eso combinado en un
glorioso chillido de puro placer. Fue muy satisfactorio. Casi tan
satisfactorio como el placer que retumbó a su través. Estaba tan
consumida por la liberación que le llevó un momento darse cuenta de
que Hugh le estaba arañando frenéticamente las piernas intentando
liberarse.
Se dejó caer suavemente sobre las sábanas, aflojó las piernas y miró
con expresión lánguida la parte superior del dosel de la cama. Se
sentía bastante embriagada de placer. Si esto era el infierno, estaba a
favor.
Hugh levantó la cabeza jadeando en busca de aire, lo que le provocó
un ataque de tos de proporciones gigantescas. Willa era fuerte. Una
vez que sus piernas se cerraron alrededor de su cabeza, había sido
incapaz de apartarlas. Su mirada se volvió hacia ella esperanzada
cuando dejó de toser. Había esperado que el que ella cerrara las
piernas era una buena señal, que tal vez había empezado a balbucear.
En cambio, la mujer parecía aburrida. Estaba tumbada y tan quieta
que parecía aburrida, sus ojos estaban fijos en los drapeados del dosel
de la cama. Ni siquiera estaba tensa ya. Obviamente, su miedo había
desaparecido por completo borrado por el aburrimiento que sufría. Él
era un completo fracaso.
La desesperación lo alcanzó, se dejó caer sobre sus talones y miró su
regazo. Su hombría, desde luego, no estaba aburrida. Se había vuelto
más y más dura con cada momento que había pasado intentando
complacerla. Willa era tan cálida y suave. Sólo mirarla ya era puro
placer, y tocarla lo había excitado más allá de todo lo que había
experimentado antes. A pesar del hecho de que no había elevado la
temperatura de su esposa, tal como decía el tratado, la deseaba.
Maldición. No solo era un fracaso, era un fracaso despreciable.
—¿Vas a plantar los gemelos ahora?
Hugh levantó la vista de repente al oír la pregunta. La voz sonaba
eufórica, sonaba casi ebria. Sin embargo todavía parecía floja y
aburrida. Tal vez era su oído lo que fallaba. Ella le había apretado la
cabeza con mucha fuerza. Se metió un dedo en la oreja y lo movió por
un momento, después hizo lo mismo con la otra oreja.
—¿Mi señor?
Hugh se dio por vencido con sus oídos y contemplo su expresión
tranquila. —¿Deseas que lo haga?
—Oh, sí —, resopló.
Bueno, recordó entonces, el De Secretis Mulierum decía que el calor
del hombre aumentaba la excitación en la mujer y que ella se fortalecía
por la unión. Al menos, sabía que no le haría daño. Pero sería una
pena si, por fin, ella se excitaba sólo después de que él hubiera vertido
su calor y fuerza en ella. Mucho se temía de que no tendría energía
suficiente para hacer algo acerca de la excitación de su esposa una vez
él hubiera acabado. Su cansancio se estaba volviendo contra él.
Encogiéndose de hombros, se movió entre las piernas de su esposa.

Capítulo 12
Willa se despertó lentamente. El agotamiento parecía cubrirla como
una capa y le dolían todos y cada uno de los músculos de su cuerpo.
Se sentía fatal. En verdad, despertar no parecía una buena idea.
Obviamente necesitaba dormir más. Satisfecha con esa decisión,
sorbió por la nariz miserablemente, dejó que sus ojos se cerraran y
volvió a dormirse.
Un gemido sonó del lado opuesto de la cama, y Willa frunció el
ceño cuando se sintió atraída de nueva al a vigilia. El sonido era
familiar. Sospechaba que había sido un sonido similar a ese el que la
había despertado la primera vez. Demasiado grosero por parte de su
marido, decidió, ya que la había mantenido despierta la mitad de la
noche con su tos. Y todo después de haberse quedado dormido
encima de ella, recordó, lo que hizo que regresara parte de su
irritación.
Después de torturarla con placer durante lo que le parecieron horas,
el hombre la había montado, como Eada había dicho que haría, y
sumergido en ella tomando su inocencia. No había sido doloroso en
absoluto. Buen, no realmente. Más bien una punzada. Para nada la
agonía que había esperado. Después él había bombeado dentro y
fuera de ella, como Eada había descrito, lo que había sido meramente
interesante al principio; después el movimiento había empezado a
despertar parte de la excitación anterior. Justo acababa de tensarse de
nuevo y cerrar los puños otra vez para evitar abrazarlo y animarlo,
cuando él había gritado y derramado su semilla dentro de ella.
Apenas había completado el acto, su marido se había derrumbado
sobre ella y se había quedado allí sin más movimiento.
Al principio, Willa había pensado que, simplemente, Hugh se
estaba recuperando del esfuerzo y que reanudaría sus atenciones y
liberaría la tensión que había empezado a hacer crecer en ella otra vez.
Después escuchó lo que sólo podía ser un ronquido y se dio cuenta de
que ¡estaba durmiendo sobre ella! No habría más de la dulce agonía.
Irritada y decepcionada, lo había empujado para alejarlo de ella en
una buena rabieta, pero su esposo no había despertado para
apreciarlo. Willa se había puesto de lado dándole la espalda e
intentado dormir, pero Hugh la había mantenido despierta la mayor
parte de la noche con su tos. Las emociones de Willa habían recorrido
toda su gama durante la noche. La irritación con su esposo había dado
paso a una preocupación por la tos fuerte y profunda, hasta que se dio
cuenta de que su esposo estaba dormido tranquilamente mientras ella
no podía. La irritación había regresado rápidamente.
Ahora ella estaba exhausta y de mal humor y para nada feliz de ser
despertada por sus ronquidos y gemidos.
Otro gemido llegó a sus oídos y se dio la vuelta para mirarlo, sólo
para ver que su esposo estaba intentado sentarse y parecía tener
problemas para hacerlo.
El gesto de su cara no podía ser tomado por otra cosa que no fuese
agonía. La preocupación reemplazó otra vez a su enojo.
—¿Qué ocurre? ¿Os encontráis mal? —preguntó con alarma
creciente girándose en la cama y sentándose para poder mirarlo.
Él se levantó de la cama en un santiamén arrastrando la sábana tras
él y envolviéndola rápidamente alrededor de las caderas mientras se
alejaba. —No es nada malo. Estoy bien.
Hugh había conseguido apoyarse sobre sus pies sin volver a gemir,
pero Willa había visto la forma en que había palidecido su cara al
hacerlo y no la engaño. Frunciendo el ceño preocupada, lo vio dar un
paso tras otro con esfuerzo. Su esposo había arrancado las sábanas de
la cama para cubrirse, pero la noche anterior no había sido tímido en
absoluto a la hora de mostrarse desnudo delante de ella. Le estaba
ocultando algo. Y ese algo lo estaba haciendo andar de forma muy
cautelosa.
Decidida a averiguar qué le aquejaba, Willa se deslizó en silencio
fuera de la cama y caminó detrás de su esposo para pisar el borde de
la sábana que arrastraba por el suelo. Sin esperar la acción, Hugh fue
tomado por sorpresa. La tela escapó de sus dedos antes de que
pudiera agarrarla. Rindiéndose con la sábana, se giró rápidamente
para enfrentarla, cubriendo la llaga con la mano.
—¿Qué es eso? —preguntó Willa con suavidad mientras echaba la
sábana sobre la cama.
Hugh la miró cauteloso —¿Qué es qué?
—¿Qué es eso en vuestro trasero? —le aclaró, entonces corrió
rápidamente para rodearlo y apartarle la mano. Abrió la boca
horrorizada.
—¿Qué? —preguntó Hugh con obvia preocupación en su voz. —
¿Qué es?
—Un gran forúnculo, mi señor, —anunció Willa con asombro
mientras examinaba la úlcera que se veía hinchada e inflamada y
aparentemente muy dolorosa en las posaderas de su esposo. Entonces
decidió, —no, no es un forúnculo. Es un carbunclo. Es demasiado
grande para ser un forúnculo.
Lo miró a la cara entonces. Hugh estaba totalmente rojo y
obviamente avergonzado. Willa puso los ojos en blanco y se enderezó.
—Volved a la cama.
—No voy a volver a la cama —. Se enderezó intentando recuperar
su andrajosa dignidad ahora que ella no estaba inclinada para mirar
su trasero.
—Hugh, debe ser atendida. Volved a la cama —insistió Willa.
—No tengo tiempo para atenderlo. Soy un hombre muy ocupado.
Soy un conde —. Hasta se infló mientras lo decía y Willa torció los
labios.
—Sois un conde con un carbunclo en el trasero, mi señor. Por favor
dejad que lo atiendan —. Hugh se desinfló un poco y Willa aumentó
su ventaja al añadir —uno de esos fue lo que mató a Ilbert.
Eso captó la atención de su esposo, se dio la vuelta para mirarla con
horror. —¿Qué? ¿Ilbert, el tercer hombre que enviaron para protegerte
en la cabaña?
Willa asintió solemne. —Sí, desarrolló uno cerca… —hizo un gesto
vago hacia la zona de la ingle —, donde la pierna se una al cuerpo.
Enfermó, con fiebre. Había envenenado la sangre. No se dio cuenta de
que esa era la causa de la fiebre. Para cuando le contó el problema a
Eada, ya hubo poco que ella pudiera hacer al respecto.
—Dios mío —, soltó en un aliento. —Muerto por un forúnculo. —Se
estremeció al pensar en una muerte tan ignominiosa, entonces se dio
la vuelta y arrastró hasta apoyar su estómago sobre la cama. —Muy
bien, atiéndelo.
Willa sacudió la cabeza y empezó a vestirse. Ya se había puesto el
vestido y estaba recogiendo las ropas de su esposo antes de que él por
fin mirara a su alrededor para ver qué le estaba llevando tanto tiempo.
Willa vio como frunció el ceño cuando se dio cuenta de que ella estaba
vestida.
—¿Qué estás haciendo? Pensé que ibas a…
—Voy a buscar a Eada.
—¡Oh, no! —se levantó apoyando las manso y rodillas sobre la
cama. —¡No voy a permitir que esa bruja se acerque a mi culo!
—Debéis hacerlo, mi señor —dijo Willa pacientemente. Levantó una
mano y pinchó la llaga en el trasero de su marido. No se sorprendió
en absoluto cuando él soltó un gruñido de dolor y se desplomó sobre
su estómago. Willa solo podía preguntarse cómo podía haberse hecho
tan grande el forúnculo sin que su esposo mostrara signos de dolor
antes de ahora.
—¿Cuánto hace que tenéis esto? —preguntó. Hugh murmuró algo
entre sus brazos que no pudo oír. —¿Qué dijisteis, esposo?
—Empezó mientras estaba de guardia en la cabaña, pero el baño
que tomé antes de la acostarnos hizo que mejorara. Apenas me
molestó hasta que desperté esta mañana. Parece diez veces peor de lo
que estaba antes.
—¿El agua de vuestro baño estaba caliente?
—Sí. Los sirvientes estaban tratando de impresionarme, creo.
Willa sintió. —Probablemente el agua caliente lo suavizó y permitió
que se drenara. Pero ha vuelto a llenarse.
Hugh gruñó al oír ese informe innecesario. —¿No puedes ocuparte
tú misma?
Willa lo miró a la cara con simpatía. Esa era una dolencia
terriblemente vergonzosa, y Eada lo reprendería por no haberla
admitido y atendido antes. —Me temo que no, mi señor. Tal vez si me
lo hubierais dicho antes, podría haberme ocupado yo misma.
Desafortunadamente, ahora supera mis habilidades. Eada es necesaria
aquí.
Willa se dirigió hacia la puerta, se detuvo y acabó de recoger las
ropas de su esposo del suelo llevándoselas con ella por si acaso su
marido intentaba huir. Willa no había pasado tantos años atrapada en
la cabaña con tres hombres continuamente detrás de ella sin haberse
enterado de que podían ser unos bebés grandes a veces.
Hugh vio malhumorado como su esposa dejaba la habitación. No
había perdido el detalle de que se había llevado sus ropas con ella.
Suponía que era para evitar que huyera. Como si fuera a hacerlo. No
tenía miedo de la bruja. Eso sí, no le gustaba la idea de que examinara
su trasero como acababa de hacer Willa. La mera idea de sus manos
viejas y verrugosas apretando su carne dolorida lo hacía retorcerse.
Pero, si tenía que ser atendido, tenía que ser atendido. Estaría
condenado si en su epitafio se iba a leer «!Fallecido por un gran
forúnculo!
Suspirando, enterró la cara en sus brazos cruzados. Durante un
momento se sintió como un tonto. entregado a la autocompasión;
después levantó la cabeza, se arqueó sobre los brazos y giró para
intentar ver el forúnculo. No era posible, por supuesto. La maldita
cosa no era visible sin importar como se contorsionara.
La puerta se abrió y Hugh frunció el ceño cuando entraron su
esposa y la vieja bruja. Su expresión no tuvo el más mínimo efecto en
ellas. Ni siquiera lo estaban mirando. Estaban conversando entre ellas,
muy cerca una de la otra, mientras cerraban la puerta y se acercaban a
la cama. Volvió a dejar caer la cabeza en el hueco de sus brazos,
intentando fingir que no estaba allí mientras ellas se movían a un lado
de la cama y la bruja se inclinaba para examinarlo.
Una mano fría le tocó el trasero, hubo muchos pst… y sonidos de
desaprobación, después la bruja habló, su voz se alejaba mientras
decía —Deberíais haber venido a verme antes. Esto es peligroso.
Afortunadamente vuestra sangre todavía no está envenenada.
Hugh notó como el colchón cedía y levantó la cabeza para ver que
Willa se había sentado en la orilla de la cama. Le cogió una mano para
tranquilizarlo. Hugh la miró con simpatía y luego miró por encima del
hombre para ver que la bruja se acercaba al fuego. No podía decir lo
que estaba haciendo la mujer pero sospechaba que no quería saberlo.
—Un hombre adulto debería tener más sentido —, decía la bruja
mientras se acercaba de nuevo a la cama.
Hugh la quemó con los ojos, después dejó descansar la cabeza sobre
los brazos. Su cuello estaba empezando a romperse por lo extraños del
ángulo. Pero eso no quería decir que estuviera dispuesto a recibir una
lección de esa vieja desagradable. Bastante malo era ya que tuviera
que someterse a sus cuidados, estaría condenado si tenía que aguantar
también sus sermones. —Escucha, vieja arpía gotosa, tú solo…
¡Aaaay!
Hugh rugió de dolor cuando un dolor abrasador le atravesó la
nalga.
—¡Mi lord! ¿Qué sucede? —Era la voz de Baldulf. Hugh no había
oído el ruido de la puerta al abrirse cuando entró el hombre en
respuesta a su grito. Desafortunadamente, no tenía aliento para
responder. Estaba jadeando de dolor.
—No pasa nada, Baldulf. Está todo bien — dijo Willa rápidamente.
—Guarda tu espada.
—Creo que todos nos sentiríamos mejor si escucháramos esas
palabras viniendo de Hugh —, dijo otra voz. Eso fue suficiente para
que Hugh recuperara el aliento.
—¡Por los dientes de Dios! Lucan. ¿Eres tú?
—Sí. Me detuve a preguntar a Baldulf si ya estabas levantado y te
oímos gritar.
Hugh gimió ahora, la humillación anuló el dolor por un momento.
—¡Buen Dios, qué le has hecho a su culo!
La voz de Lucan estaba más cerca ahora y Hugh solo podía suponer
que se había acercado para enterarse de lo que ocurría.
—Lo mordí —espetó Eada con impaciencia.
—No le hizo nada— les aseguró Willa. —Hugh se hizo esto por su
cuenta.
—Yo no me hice nada —gruño Hugh. —¡El estar sentado sobre ese
maldito caballo durante días esperando que aceptaras ser mi esposa
fue lo que hizo esto!
—Esto es un carbunclo —intervino Eada con sequedad. —Lo dejó
crecer demasiado sin decírselo a nadie. Ahora está terriblemente
infectado.
—Sí, yo también diría eso —era la voz de Baldulf. —Dios querido,
nunca he visto uno tan grande antes. Debe ser del tamaño de mi puño.
—Asqueroso —, estuvo de acuerdo Lucan.
—Sí, debería habérselo dicho a alguien —repitió Willa.
—¿Cómo podíais sentaros sobre él? —preguntó Baldulf.
Hugh puso los ojos en blanco al oír la pregunta. —Con mucho
cuidado.
—Habríais estado sentado cómodamente desde hace mucho tiempo
si se lo hubierais mencionado a alguien — dijo Willa.
—Oh, bueno, en cuanto a eso, no lo culpo —, comentó Lucan. —Es
un asunto malditamente embarazoso, el tener un forúnculo en el
trasero.
—Es un carbunclo —corrigió Willa.
—Y no es tan embarazoso —, dijo Wynekyn con suavidad. —Todos
los soldados los tienen en un momento u otro.
—¡Wynekyn! —Hugh se movió sobre la cama intentando ver
cuántas personas había en la habitación. Pero no pudo ver más allá de
Willa. —¿Está todo el mundo aquí?
—Una vez conocía alguien que tenía uno que, simplemente, no
desaparecía —, oyó decir a Jollivet. —Crecía y crecía y…
—¡Jollivet! ¿Eres tú? ¡Será mejor que no seas tú! ¡Y mejor todavía
que no estés mirándome el culo!
—No temas, primo. Es un buen culo.
Hugh gruñó desde el fondo de su garganta. Entonces un grito de
dolor salió de él cuando Eada le apretó el trasero por sorpresa.
—¿Qué demonios estás haciendo ahí atrás! —giró la cabeza
intentando ver lo que estaba haciendo la curandera.
—Drenándolo —respondió con sequedad. —Tengo que eliminar el
pus.
—Tiene que hacerlo, hijo —, dijo Wynekyn con dulzura. —Tú solo
intenta quedarte tranquilo. Acabará pronto.
—¡Que esté tranquilo! ¿Qué esté tranquilo? ¡Estaré tranquilo tan
pronto salgáis todos de aquí, por Dios! ¡Fuera! ¡Todos! ¡Fuera!
Hubo un ruido de pies que se movían para obedecer pero entonces
Hugh gritó —¡Esperad! Una palabra de esto a nadie y yo…
—Oh, vamos, mi señor esposo —. Willa le dio unas palmaditas en la
cabeza como si fuera un niño gruñón. —No hay necesidad de
amenazarlos. ¿A quién se lo iban a decir? Están todos aquí.
Hugh la fulminó con la mirada pero Willa estaba demasiado
ocupada estornudando para prestarle atención.
—Ajá. Listo —. Eada acompañó ese comentario con una ligera
palmadita en la nalga intacta de Hugh. Este ignoró su impertinencia
en su alivio por saber que el procedimiento había terminado. Empezó
a levantarse pero Eada lo detuvo con una mano sobre su trasero y
empujando hacia abajo. —¿Dónde creéis que vais? Hoy os quedaréis
en la cama.
—Sí — , Willa estuvo de acuerdo.
—Pero…
—Os arriesgáis a envenenar la sangre si no os ocupáis de la herida
correctamente —dijo Eada con severidad. —Necesitáis quedaros aquí
y mantener esa cataplasma para drenar la infección. Descansaréis
sobre vuestro vientre durante un día, más o menos.
—Además, esposo, dormir es lo mejor para la curación —dijo Willa
y estornudó de nuevo, después continuó: —si nos lo hubierais dicho
antes…
Hugh frunció el ceño cuando la frase acabó en otro estornudo. —
¿Estás enferma? Estás colorada y estornudando.
—No lo estoy —. La negación se vio arruinada por otro estornudo.
—Bueno, sí estoy estornudando.
—Y estás roja —insistió Hugh. —¿Tienes fiebre? —Deslizó su
mirada a Eada y ordenó —mira si tiene fiebre.
Willa intentó evitar la mano que alargó la anciana pero no fue
suficientemente rápida. —Sí. Tiene fiebre.
—Bueno —. De repente, Hugh pareció más animado. —Entonces
puedes hacerme compañía en la cama. Después de todo, dormir es la
mejor cosa para la curación —la imitó.
Los ojos de Willa se entrecerraron apuntando hacia la cara de Hugh.
—Dormir con vos fue lo que me produjo el resfriado, mi señor. Me
contagiasteis vuestro catarro. ¡Me habéis enfermado!
Hugh no pudo evitar sonreír ante la acusación. —Es extraño, el mío
parece haber pasado —. Volvió a sorber. —Bueno, casi.
—¡Sí, porque me lo pasasteis a mí!
—Fuiste tú quien insistió en que me acostara contigo anoche —,
señaló divertido.
—Bueno, vos tampoco necesitabais…
—¡Niños! —Eada los fulminó con la mirada. —¡Meteos en la cama!
¡Los dos! ¡Ahora!
Willa obedeció de inmediato. Hugh ya estaba en la cama y continuó
sonriendo cuando la vieja bruja les puso mala cara a ambos y les
ordenó —intentad llevaros bien. Ayudará a la curación —. Después
recogió sus cosas y negando con la cabeza se dirigió a la puerta. —
Haré que Alsneta os traiga algo para desayunar.
—No tengo hambre —, dijo Willa con petulancia.
—Haz que el catador, Gawain, la traiga — ordenó Hugh haciendo
caso omiso del puchero infantil de su esposa. La anciana asintió
mientras cerraba la puerta. Hugh giró la cabeza para mirar a Willa y la
encontró mirándolo fijamente. Estaba enfadada porque la había hecho
enfermar. Además, él había hecho un trabajo pésimo a la hora de
acostarse con ella, pensó con tristeza. Había trabajado duro para
conseguir el balbuceo que mencionaba el tratado; pero había sido en
vano. Ella había permanecido en silencio e inmóvil, con los ojos
vidriosos en un reproche silencioso. Además, se había quedado
dormido encima de ella. Al menos, sospechaba que lo había hecho. Lo
último que recordaba era su increíble liberación y el haberse
derrumbado encima de ella, demasiado exhausto para alejarse
siquiera. Estaba bastante seguro de que no se había movido por su
propios medios, aunque había despertado sobre su vientre con su
esposa al otro lado de la cama.
Hugh miró a su esposa otra vez. Willa estaba dormida ahora.
Frunció el ceño. Le alegraba que ella consiguiera descansar, lo
necesitaría para combatir el catarro que le había pasado. Sin embargo,
eso lo dejaba en la cama boca abajo sin nada que hacer y sin nadie con
quien hablar. Empezó a golpear el colchón con los dedos, su cerebro
se quedó en blanco, pero entonces un resoplido suave llegó del otro
lado de la cama y atrajo su mirada haciéndolo sonreír. Willa estaba
roncando. Una cosita tan delicada y estaba roncando. Debía ser el
resfriado, decidió, cuando ella roncó otra vez.
Su mirada descendió por el cuerpo de su esposa. Ninguno de ellos
se había preocupado por las sábanas. Estas yacían arrugadas en un
bulto sobre el suelo. Willa todavía llevaba el vestido que se había
puesto para ir a buscar a Eada. Había vuelto a la cama sin molestarse
en quitárselo en su afán por obedecer a la bruja. No podía estar
cómoda con el vestido puesto. Su mirada se deslizó por la prenda fea
y, obviamente, demasiado grande. Debía asegurarse de que tuviera
vestidos nuevos.
Willa gimió y se revolvió inquieta en su sueño, y Hugh estuvo
seguro de que su incomodidad se debía a la restricción de la ropa que
vestía. Estaría más cómoda desnuda, decidió, moviendo la mirada
hasta los suaves montículos de sus pechos ocultos por la prenda. Se
pasó la lengua por los labios. Sí, definitivamente estaría más cómoda
sin el vestido.
Ignorando el dolor que causaba el movimiento en su trasero, se
movió para acercarse a ella, se puso de lado y se puso a trabajar en los
cordones del vestido. Willa se movió un poco mientras maniobraba,
pero no se despertó hasta que él tuvo problemas para quitarle el
vestido. Parpadeó y abrió los ojos, murmurando irritada e intentó
apartarle la mano. —¿Qué estáis haciendo?
—Estoy intentando desvestirte.
Su esposa despertó por completo, su expresión era de inseguridad.
—¿Queréis consumar otra vez?
—No. Por supuesto que no. Necesitas descansar. Sólo pensé que
estarías mucho más cómoda sin el vestido. Siéntate —, le ordenó.
Willa se sentó y levantó los brazos obediente mientras él le
levantaba el vestido y se lo pasaba por la cabeza.
—Tenemos que ver cómo conseguirte mejores ropas. Una condesa
debe usar joyas y sedas delicadas.
—Sedas —, repitió Willa adormilada mientras su marido arrojaba el
vestido a un lado. Se dejó caer en la cama y frunció el ceño cuando se
dio cuenta de que estaba completamente desnuda. —¿Dónde están las
sábanas?
—En el suelo.
—Ah —. Vaciló, luego se encogió de hombros y se acostó de lado,
aparentemente demasiado cansada para molestarse en ir a buscarlas.
El resfriado la había noqueado de la misma manera que lo había
hecho con él, recordó Hugh. La cataplasma que Eada le había puesto
en el trasero se había caído. La encontró sobre la cama y la colocó en la
zona del dolor.
Willa murmuró somnolienta y se movió a su lado. Hugh la miró y
comprobó que ella estaba dormida otra vez. Mientras miraba a su
esposa, esta tosió en sueños, sorbió y rodó para quedarse de espaldas
con un brazo levantado por encima de la cabeza. Hugh se encontró
recorriéndole el cuerpo con la mirada. Sospechaba que no volvería a
estar tan abierta a su vista durante un tiempo. Willa había estado
desnuda la noche anterior, pero también tensa y rígida. Ahora estaba
relajada y parecía tranquila, sus pechos subían y bajaban en cada
respiración. Subiendo y bajando. Subiendo y bajando.
Hugh se humedeció los labios mientras la miraba. Sus pechos
parecían estar hechos para ser lamidos. Se acercó más a su lado hasta
que le rozó el costado con el brazo, la miró a la cara y después se
inclinó hacia delante para lamerle un pezón rosado. Inmediatamente
cobró vida con la caricia empezando a endurecerse al recibir dicha
atención. Una sola lamida no era suficiente, desde luego, y se inclinó
para darle otra.
Willa se movió arqueándose hacia arriba buscando el contacto y
Hugh sonrió mientras le chupaba el pecho. Era alentador. Le pasó una
mano por las costillas, después la bajo y la pasó sobre su vientre,
acariciándola con ternura. Ella se movía y retorcía ante su contacto.
Hugh dejó que la mano alcanzara su cadera, ahuecara la carne suave y
presionó contra el hueso. Willa se retorcía bajo las caricias,
murmurando incoherencias mientras levantaba las caderas y hacía
presión contra su mano. Eso era más movimiento y sonidos de los que
había conseguido sacar de ella la noche anterior a pesar de sus
mejores esfuerzos.
—Maldición —, Hugh respiró contra el pezón humedecido.
Obviamente, él no había conseguido relajarla lo suficiente la noche
anterior. Ahora, Willa respondía y murmuraba incoherencias, si no
balbuceaba. Hugh le deslizó la mano entre las piernas e hizo presión
mientras ella jadeaba y se arqueaba contra su palma.
Pero eso provocó un jadeo. La acción acabó en un ataque de tos que
la despertó. Willa se sentó bruscamente mientras su cuerpo se
estremecía al ser sacudido por un ataque de tos profunda.
Hugh le soltó el pezón justo a tiempo para apartarse de su camino.
También retiró la mano de entre sus piernas y se la apoyó en la
espalda ignorando el dolor que tal acción provocaba en sus posaderas.
Willa no fue capaz de recuperar el aliento durante un tiempo. La
preocupación y el sentimiento de culpa invadieron a Hugh mientras
intentaba ayudarla a superarlo. Si él no la hubiera estado tocando
mientras dormía, estaba seguro de que Willa no habría tosido.
Cuando por fin acabó, su esposa se dejó caer de nuevo y con suavidad
sobre la cama.
Hugh se levantó rápidamente de la cama para ir a buscar las
sábanas y algunas pieles. Cubrió a Willa, después enrolló varias
mantas que sobraban y se las colocó detrás de la espalda de forma que
la mantuvieran en posición vertical.
Willa murmuró su agradecimiento y después sorbió de forma
lastimosa. Hugh intentó no hacer una mueca de culpabilidad. Estaba
totalmente erecto otra vez y esperaba que ella o lo notara. Nunca más
la molestaría mientras estuviera enferma. Bueno, de acuerdo, lo había
hecho, pero no lo haría de nuevo.

Capítulo trece
Willa no se sentía del todo bien. Estaba segura de que estaba
muriéndose. Su marido la había matado con un resfriado. ¿Y cómo es
que Eada no había visto esto?
El hombre dormido en la cama a su lado roncaba sonoramente en su
sueño cuando se movía. Estaba acostado desnudo, sin ni siquiera las
ropas de cama sobre él, mientras ella estaba enterrada bajo una
montaña de pieles y mantas y todavía congelada.
Cerdo, pensó con fastidio. La había contagiado y ahora dormía
como un tronco mientras a ella la tos la había despertado y no la
dejaba descansar. Posó la mirada en las nalgas desnudas. La
cataplasma había caído y ahora estaba al borde de la cama. Hombres
estúpido. ¿Cómo iba a curarse si no mantenía la cataplasma en su
sitio? Willa echó las mantas a un lado y se inclinó para coger la
cataplasma. La dejó caer de golpe sobre el trasero de su marido.
La acción tuvo un efecto muy satisfactorio sobre Hugh.
Al mismo tiempo que Willa se dejaba caer bajo las pieles, los
ronquidos de su marido cesaron y él se incorporó en la cama con un
bramido. —¡Augh!
—¿Un mal sueño, mi señor? —preguntó inocente cuando los ojos
nublados de Hugh la encontraron.
Con un gruñido, Hugh se dejó caer de nuevo sobre su estómago.
Willa lo miró, después forzó una sonrisa cuando él miró hacia ella.
Hugh frunció el ceño —Deberías estar durmiendo.
—Sí. Debería.
—¿Por qué no lo estás?
—No puedo dormir. No me siento bien y tengo frío.
Hugh frunció el ceño mientras reflexionaba sobre las palabras de su
esposa, entonces estiró un brazo, la rodeó por la cintura y la arrastró a
su lado. Lo siguiente que supo Willa es que estaba debajo de él con
una pierna de su marido entre las suyas. Él tiró de las pieles para
cubrirla hasta el cuello y colocó un brazo en la cima de las mismas de
forma que quedó en frente de la cara de Willa.
—Vuestra cataplasma —, gritó ella contra el antebrazo de su esposo.
—Ya está seca —, contestó Hugh en un bostezo. Después apoyó la
cabeza contra el pecho de ella y se frotó de un lado a otro sobre las
pieles. Se acomodó con un suspiro de satisfacción.
Willa yacía completamente inmóvil y se dio cuenta de que Hugh
planeaba calentarla con su propio calor corporal. Él estaba caliente, se
dio cuenta cuando dejó de tener tanto frío. Se relajó un poco y miró su
rostro. Tenía los ojos cerrados otra vez, pero no creyó que estuviera
durmiendo.
—Gracias —. Sonrió tímidamente cuando Hugh abrió un ojo para
vigilarla.
—No se necesitan las gracias. Eres mi esposa. Es mi deber calentarte
cuando tienes frío. Es mi trabajo darte lo que necesites. Si necesitas
algo, debes pedírmelo —. Cerró los ojos otra vez y Willa le hizo una
mueca. Las palabras habían menoscabado, de alguna manera, la
acción. Se quedó quieta todavía un momento y después preguntó —
¿Lord Hillcrest era de verdad vuestro tío?
Hugh parpadeó y abrió los ojos, parecía algo sorprendido por la
pregunta. —Sí.
Cerró los ojos otra vez y Willa miró por encima de su brazo la
habitación que los rodeaba. No había nada para entretenerla allí, así
que volvió a mirarlo a la cara. —No recuerdo que nos hayáis visitado
nunca ni aquí ni en Claymorgan.
Hugh abrió los ojos otra vez pero esta vez la molestia era la
expresión dominante en su cara. —No.
—¿Por qué?
Se agitó un poco de forma que su pierna se movió de forma
inquietante entre las de ella. —Mi tío nunca alentó las visitas. En
realidad, la mayor parte del tiempo desanimaba a los visitantes.
—Eso debió ser por culpa mía —, dijo Willa con tristeza. —
Probablemente estaba intentando protegerme, como de costumbre.
Lord Wynekyn era el único visitante que permitía.
La joven vio como Hugh fruncía el ceño y giró la cara hacia otro
lado con remordimiento. Él la cogió por la barbilla y la obligó a
mirarlo. —No fue culpa tuya. Mi padre y mi tío tuvieron una pelea —,
dijo con firmeza, después le soltó la barbilla y cerró los ojos una vez
más.
—¿Qué tipo de pelea?
Hugh frunció el ceño pero esta vez no abrió los ojos; simplemente
dijo —estás enferma y deberías descansar.
—Estoy aburrida y dijisteis que era vuestro deber proporcionarme
lo que necesite —, lo engatusó. —Necesito información… para
asegurarme de que no fui la culpable de que no pudierais visitar a
papá.
Eso hizo que abriera los ojos. —¿Él era vuestro padre?
Willa se sonrojó. —No. Dijo que no pero siempre pensaba en él así.
Fue el único padre que conocí.
Hugh asintió lentamente y dijo —No fue culpa tuya. No creo
siquiera que hubieras nacido cuando se pelearon. Yo solo tenía unos
nueve años, más o menos, en ese momento.
—¿Qué ocurrió?
Por un momento, Willa pensó que su marido no iba a responder,
entonces él dejo escapar un largo suspiro de sufrimiento y explicó: —
Mi padre era el segundo hijo. Solía encargarse Claymorgan para tío
Richard, pero los dos discutían sobre cómo debería hacerse. Mi padre
decidió marcharse y hacer su fortuna como un caballero mercenario.
Fracasó. Duerme.
Willa parpadeó ante la abrupta orden al final de su corta
explicación. Hugh había cerrado los ojos otra vez. Lo miró por un
momento, después sacó un brazo de debajo de las pieles para
sacudirle el brazo. —¿Qué ocurrió entonces? —preguntó en el
momento en que su esposo volvió a abrir los ojos.
—¿Cuándo?
—Bueno, después de que dejarais Claymorgan.
—Te lo dije, mi padre intentó hacer fortuna como caballero y
fracasó.
—¿Por qué?
Hugh parecía infeliz pero dijo —Mi padre era un buen guerrero, tal
vez el mejor de su tiempo, pero había pasado demasiados años
dirigiendo Claymorgan. Estaba habituado a lujos que un caballero no
podía permitirse.
—Bueno, ¿y vos?
—¿Y yo qué?
—¿Dónde estabais y… ¿tenéis hermanos y hermanas? —Buen señor,
Willa no podía creer que se hubiese despreocupado y no hubiera
preguntado esas cosas antes.
—No. Soy hijo único. Mi madre me llamaba su chico milagro.
Estuvo embarazada muchas veces, pero fui el primero y el último que
sobrevivió al nacimiento.
Willa aceptó esas palabras con un asentimiento, después preguntó
—Bueno, ¿dónde estabais vuestra madre y vos mientras vuestro padre
intentaba conseguir una fortuna como caballero?
—Viajábamos con él.
Willa no se dejó engañar por el seco tono de voz. Sabía que debía
haber sido una vida dura y solitaria. —¿Dónde están vuestra madre y
vuestro padre ahora?
—Muertos —. La palabra sonó hueca. —Mi padre murió cuando yo
todavía estaba creciendo. Mi madre murió poco después.
—Entonces estáis solo, como yo.
La mirada que le dirigió Hugh fue áspera pero, finalmente, asintió.
—Sí.
—Excepto, desde luego, por Jollivet y Lucan —, añadió Willa y
observó la mueca que cruzó en un flash la expresión de su marido.
Había notado que parecía reaccionar así cada vez que se mencionaba a
su primo.
—Sí, bueno Jollivet es el hijo de la hermana de mi padre. Su madre
era una dama de compañía de la reina. Él pasa una gran parte del
tiempo en Londres y en la corte desde que ganó sus espuelas, muchas
veces en su propio detrimento —añadió en voz baja.
—¿Y Lucan? —preguntó Willa, sus labios temblaron al oír el
comentario anterior de su marido. —Parece un muy buen amigo para
vos.
—Lo es. Crecimos juntos. Es como un hermano para mí. Los dos
teníamos unas perspectivas muy pobres mientras crecíamos. Él es un
segundo hijo. Yo era el primero de un segundo hijo. Si el tío Richard
hubiera tenido hijos… —se encogió de hombros y se quedó en
silencio.
—Lamento que no hayáis conocido mejor a Lord Hillcrest. Sé que
estáis enfadado porque os hizo casaros conmigo, pero era un buen
hombre.
Hugh estuvo en silencio durante tanto tiempo que Willa pensó que
no iba a contestar. Entonces dijo solemne: —Sí, era un buen hombre.
No creí que él supiera dónde me encontraba o qué estaba haciendo,
pero el día que gané mis espuelas, un mensajero llegó con el caballo
más magnífico que jamás había visto. El semental cargaba además con
las mejores cota de malla y espada que pudiera haber soñado.
También había una carta. Tío Richard había estado siguiendo mis
progresos. Yo había hecho que se sintiera orgulloso. Aquel fue su
regalo para mí.
Willa sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. —Sí. Eso suena a
papá. Era increíblemente generoso. Debe haberos querido mucho.
—Sí —. Hugh parecía incómodo; su expresión se volvió severa. —
Ahora, duerme.
Hugh cerró los ojos otra vez. Willa consideró hacer otra pregunta;
había bastantes cosas que le gustaría saber acerca de él, pero ya lo
había hecho hablar más en los últimos minutos de lo que había
hablado en todos los días que lo había conocido. No quiso provocar su
suerte. Además, no dudaba de que en un par de días conseguiría esas
respuestas. Además, se estaba cansando otra vez. Bostezando, notó
que la respiración de Hugh se hacía más profunda. Al parecer, había
vuelto a quedarse dormido. Sin embargo, ya no roncaba. Willa lo vio
dormir, notó sus ojos más pesados y sus párpados empezaron a caer.
Entonces se colocó en una posición más cómoda y sacó una mano de
debajo de las mantas para bajar un poco el brazo de su marido. A
pesar de que disfrutaba del calor de su cuerpo, el brazo lo sentía como
un gran árbol caído sobre el pecho y el peso hacía incluso más difícil
respirar que la congestión del resfriado.
Hugh murmuró en sueños y aumentó la fuerza con que la rodeaba
por la cintura. La atrajo más hacia él hasta que el pecho izquierdo de
Willa estuvo presionado contra él. Willa observó la cara de su marido
en reposo. No se veía tan temible mientras dormía. Su rostro era casi
entrañable. No es que no fuera atractivo cuando estaba despierto, pero
era una belleza áspera, dura; oscura y austera. Bueno, de acuerdo,
gruñón. Pero parecía joven y dulce cuando dormía.
Sonriendo, se acurrucó más cerca de él y cerró los ojos para permitir
que el sueño la reclamara.

—¡Estoy enferma! Deberíais dejarme ganar — exclamó Willa


cuando Hugh dijo jaque.
—¡Ja! — se rio de ella desde donde estaba tumbado boca abajo
mirando el tablero de ajedrez. —Ya ganas con suficiente frecuencia
por tu cuenta sin que yo te permita ganar. ¿Quién te enseñó a jugar?
—Mi tío. —Sonrió complacida de que su marido hubiera notado su
habilidad. —Estos años he ganado a Baldulf, a Howel y a mí tío. Me
gusta ganar.
—Sí —. Su mirada se volvió reflexiva. —Tienes una naturaleza
competitiva.
Willa abrió la boca para negarlo pero la cerró al momento. No
estaba segura de por qué le molestaba la descripción. Simplemente no
parecía una cualidad admirable en una mujer y esa imagen se sentía
incómoda sobre sus hombros. Willa no había sido educada para ser
competitiva. Había sido educada para hacer lo que le ordenaban.
Saber que los que la rodeaban arriesgaban sus vidas para protegerla y
cuidarla había hecho que se comportara tan bien y tan
obedientemente como era posible.
—Háblame de tu infancia, —dijo Hugh de repente y Willa lo miró
divertida.
—Ya os he hablado de mi infancia, mucho tiempo — dijo. Y era
cierto. Habían pasado los últimos tres días conociéndose mientras se
recuperaban. Eada, Lucan y Gawain habían sido los únicos visitantes.
Eada los examinaba dos veces al día cambiando la cataplasma de
Hugh y dándoles las dosis correspondientes de varias hierbas de
sabor vil para ayudarlos a sanar. Gawain entregaba la comida y la
probaba antes de que a Willa se le permitiera probarla. Y Luchan
había accedido amablemente a actuar como intermediario entre Hugh
y sus responsabilidades como lord mientras este se recuperaba.
Entregaba los mensajes de Howel y de cualquier otra persona que
deseara consultarle y después transmitía las decisiones de Hugh.
Aparte de eso, habían pasado el tiempo jugando al ajedrez, a los
dados y hablando. Willa había superado su timidez con su marido.
Esa cháchara interminable que había mencionado Eada se había
apoderado de ella y le había contado casi todo lo que había que saber
acerca de ella. A cambio, Willa lo había interrogado sobre su pasado y
se había encontrado entristeciéndose al averiguar que la juventud de
su esposo sonaba tan solitaria como la suya propia. Sintió una cierta
afinidad con él por eso.
—No todo.
Willa levantó la vista sintiéndose repentinamente cautelosa.
—Sí, lo hice.
—No, me has contado todo sobre tu vida desde que te mudaste a
Hillcrest y a la cabaña —, admitió, —pero ni siquiera has mencionado
tu estancia en Claymorgan.
Willa bajó la mirada al tablero de ajedrez y sacudió la cabeza. —Era
muy pequeña. No recuerdo esa época.
—¿No? —Le cogió la mano y empezó a jugar con ella.
—No —, le aseguró Willa mirando sus manos unidas. Cuando él las
levantó para besar el dorso de la suya, siguió el movimiento con los
ojos. Entonces él deslizó la lengua para lamer el punto sensible en la
unión entre el pulgar y el índice. Pequeños hormigueos subieron de
inmediato por su mano e hicieron que sus dedos se curvaran.
—¿Ni siquiera a Luvena? —preguntó Hugh al tiempo que lamía
otra vez ese punto sensible.
Willa tragó y negó con la cabeza. Su esposa lamía ahora el espacio
entre los dedos segundo y tercero. El hormigueo parecía que se
disparaba con cada lamido, y Willa se encontró temblando cuando
esos hormigueos llegaron hasta el vértice de sus muslos. No ayudaba
que ahora recordara claramente la noche que consumaran su unión y
las cosas deliciosas que su esposo le había hecho entonces.
Hugh se llevó el tercer dedo a la boca con la lengua y Willa se
mordió el labio para no decir nada. Su marido mordió el dedo
suavemente, lo chupó y después lo sacó de su boca. —Háblame de
Luvena —insistió.
Willa negó con la cabeza y cerró los dedos en un puño. Hugh se
quedó en silencio por un momento. Al principio la joven pensó que
estaba enfadado con ella, pero entonces él se puso de rodillas y se
inclinó hacia delante para presionar los labios contar los suyos. Willa
se abrió a él al momento, invitándolo a profundizar los besos que
disfrutaba cada vez más. Los que la hacían sentir más hambrienta.
Quería rodearlo con los brazos y presionarlo para acercarlo más a su
cuerpo, pero Eada había dicho que él le diría que tenía que hacer y él
no había dicho que eso estuviera bien, así que se obligó a mantener las
manos quietas a sus costados y se limitó a beber toda la satisfacción y
el placer que podía por su boca.
Willa estaba a punto de expresar su gratitud cuando Hugh la
empujó hacia atrás sobre la cama y se colocó encima de ella. Quería
sentir el cuerpo de él contra el suyo. Su cuerpo totalmente desnudo
contra el suyo. Desafortunadamente, aunque Hugh había
permanecido desnudo los últimos tres días, ella no. Exceptuando
cuando dormían, Willa estaba vestida. Como ahora. Su ropa estaba
entre los dos y no le gustaba. Fue un alivio cuando él empezó a tirar
de los lazos de su vestido. Sin embargo, ni siquiera había terminado
de deshacer los lazos cuando la puerta se abrió sin previo aviso.
Willa y Hugh se separaron al momento, mirando ambos para ver
quién había entrado. Era Eada. Llegaba más tarde esa mañana. O ellos
se habían despertado más temprano. Habían estado jugando al
ajedrez mientras esperaba la llegada de Alsneta y su sobrino, Gawain,
con la comida para su desayuno.
—Bueno, debéis sentiros mejor si estáis listo para esas tonterías —
dijo Eada con sequedad al acercarse a la cama.
Hugh vio como Willa enrojecía con la vergüenza por el ácido
comentario y frunció el ceño a la vieja bruja por haber la disgustado.
Esperó hasta que estuvo seguro de que la mujer había visto su
disgusto y después se dio la vuelta para ser examinado. Hizo una
mueca e intentó no estremecerse cuando la mano fría le apretó el
trasero. Juraría que la vieja disfrutaba examinándolo. Ciertamente,
parecía gustarle tocarlo más de lo que él sentía que era necesario.
—Hmmm —. Hugh miró por encima del hombro para ver a Eada
inclinada mirando su carbunclo en proceso de curación. —Sanáis
rápido, milord. Esto está curando bien. Muy bien, en realidad. Podéis
levantaros, pero tratad de no sudar y no os sentéis. Lo revisaré de
nuevo esta noche y si ha aumentado de nuevo en lugar de reducirse
más, os tendré de nuevo sobre vuestra barriga.
Hugh frunció el ceño al oír la severidad de las palabras, pero no
pudo evitar darse cuenta de que Willa estaba radiante por las noticias.
Obviamente, su esposa estaba contenta de que él estuviera curando
tan bien. Como debería ser. También se veía bastante expectante
cuando la anciana rodeó la cama para acercarse a ella. Hugh se
levantó de la cama, encontró sus braies y empezó a ponérselos
mientras Eada examinaba a su esposa.
—¿Cómo está tu tos? —preguntó Eada mientras él tiraba de los
cordones de sus calzas.
—Apenas tosí en toda la noche —contestó Willa al instante. —Y sólo
una o dos veces desde que desperté.
Hugh vio que la anciana se estiraba para tocar la frente de Willa,
después se dio la vuelta para concentrarse en buscar su túnica.
—Hmmm —. Ese sonido neutro atrajo de nuevo su mirada. La bruja
estaba inclinada y tenía la cabeza apoyada sobre el torso de Willa para
oírla respirar. Entonces se puso de pie y asintió con la cabeza. —Muy
bien entonces, puedes levantarte también. Y no es ni un instante
demasiado pronto. Esas dos bestias tuyas se acercan cada día más al
castillo. La noche pasada aparecieron en el claro y asustaron a los
pámpanos de los guardias.
—¡Oh, cielos! —Willa se levantó de la cama y se dirigió a la puerta.
—Sólo un minuto —, dijo Hugh bruscamente, pero fue superado
por Eada que ladró —¡Tus zapatos!
Willa se giró de inmediato para buscar sus zapatos. Aunque se
había estado vistiendo todos los días, no se había molestado en usar
calzado desde que se había quitado los zapatos la noche en que
consumaran el matrimonio. Hugh no se sorprendió al ver que no
estaban a mano. La vio lanzar una rápida mirada alrededor, después
desapareció de su vista al otro lado de la cama. Frunciendo el ceño,
rodeó la cama y se detuvo bruscamente al ver el trasero de su esposa
que sobresalía de debajo de la cama. Willa se había medio arrastrado
bajo la cama para buscar sus zapatos. Aparentemente, de algún modo,
habían sido pateados bajo el mueble porque oyó un victorioso «¡aja!»,
después se arrastró hacia atrás y se levantó con los zapatos en la
mano.
—¡Aquí están! —sonrió a Hugh y a Eada y empezó a ponérselos.
Hugh abrió la boca para hablar pero, de nuevo, Eada lo batió . —
Bueno, Ahora es mejor que corras a la cocina y veas si Alsneta tiene
algo que puedas llevar a esas bestias. Y mira a ver si puedes llevarlos
de vuelta al claro de la cabaña.
—Lo haré — gritó Willa mientras corría hacia la puerta.
—¡Solo un maldito minuto! —gritó Hugh mientras abría la puerta.
Por fin tenía su atención. Su esposa se detuvo en la puerta abierta y se
giró para mirarlo sorprendida.
—¿Sí, mi señor esposo?
—No vas a salir sola para encontrarte esos lobos tuyos —, empezó.
Eso fue lo lejos que llegó. Su hermosa y pequeña esposa se rio
suavemente y sacudió la cabeza.
—Por supuesto que no, mi señor. Llevaré a Baldulf conmigo —.
Corrió a través de la puerto y la cerró antes de que él pudiera hacer
más comentarios.
Maldiciendo, Hugh empezó a cruzar la habitación detrás de ella. No
podía dejar que se fuera del castillo solo con Baldulf. El soldado era
bueno como guardia aquí. Sin embargo, Hugh no estaba dispuesto a
permitir que saliera del castillo con un solo hombre para acompañarla.
—¡Mi lord! —lo llamó Eada.
—¿Qué? — Hugh se detuvo en la puerta y se giró con irritación,
justo a tiempo para que una bola de tela arrojada desde el otro lado de
la cama le golpeara la cara. Hugh cogió la tela automáticamente y bajó
la mirada para ver que era su túnica desaparecida. Consiguió
murmurar su agradecimiento antes de girarse para abrir la puerta. Se
puso la túnica mientras corría por el pasillo persiguiendo a su esposa
y a Baldulf. Alcanzó a la pareja en las escaleras.
—¡Willa! —Sonó tan impaciente como se sentía. No obstante, Willa
no parecía demasiado preocupada por su mal humor.
Su esposa le sonrió por encima del hombro mientras seguía bajando
las escaleras. —¿No es maravilloso estar levantados otra vez?
Hugh hizo una mueca al oír la pregunta. Aunque estaba agradecido
porque su trasero estuviera mejorando y porque su esposa se
estuviera recuperando de su resfriado, él habría preferido disfrutar su
tiempo juntos en la cama. Al principio, Willa había estado un poco
irritable, obviamente no era una buena enferma, pero después habían
hablado, reído y jugado al ajedrez y a los dados.
Hugh se había relajado por primera vez en mucho tiempo y Willa se
había relajado lo suficiente como para mostrar su tendencia a
parlotear. Él también había disfrutado eso. Su voz era tan dulce al
hablar como una canción y había disfrutado oyéndola hablar. Por
supuesto, no siempre había escuchado exactamente lo que ella le
estaba diciendo. A veces, simplemente miraba sus labios moverse y
permitía que los altibajos musicales del timbre de su voz cayeran
sobre él, gruñendo de vez en cuando como asentimiento para
mantenerla hablando. Casi lamentaba ver que su tiempo juntos
terminara. Y, especialmente, no le habría importado otra hora más
para acabar lo que habían empezado. Estaba seguro de que esta vez
podría haberla hecho balbucear ahora que ya no estaba nerviosa a su
lado. Su esposa no parecía ser de la misma opinión. Parecía pensar
que era maravilloso escapar de su estancia forzosa en el dormitorio.
Eso no era muy halagador.
Al darse cuenta de que Baldulf y ella habían seguido bajando las
escaleras abajo sin él, Hugh frunció el ceño y los siguió otra vez. —
Willa, Wilf y Fin…
—Wolfy y Fen —, lo corrigió ella con una sonrisa. —Apenas puedo
esperar para verlos. Han sido tres días. Deben estar hambrientos. Y,
de verdad, debo intentar convencerlos de que vuelvan al claro cerca
de la cabaña. Estarán mucho más seguros allí.
—Sí. No. Necesitas una guardia adecuada…
—Lo sé, esposo. Baldulf viene conmigo —. Sonrió al silenciosos
hombre que bajaba las escaleras a su lado.
—Baldulf no es suficiente. Debería poner al menos seis hombres
acompañándote.
—¿Seis? —Eso la hizo detenerse y volverse hacia él consternada. —
¡Wolfy y Fen difícilmente se acercarán si tengo media docena de
vigilantes armados detrás de mí!
—Seis —, insistió Hugh cruzando los brazos sobre el pecho en una
forma que pretendía transmitir que no cambiaría de opinión sobre ese
asunto. Entonces frunció el ceño, no del todo seguro de que seis
hombres fueran suficientes. Tal vez debería enviar más, pensó, y
luego se dio cuenta de la furia en los ojos de Willa. Observó fascinado
como crecía y entonces, de repente, se apagaba con una sonrisa.
—Muy bien, esposo. —Se giró y siguió bajando las escaleras. —Iré a
las cocinas a pedir algunos trozos de carne a Alsneta. Haced que los
cinco hombres que queréis que nos acompañen a Baldulf y a mí se
reúnan con nosotros en los establos.
Hugh la miró con los ojos entrecerrados. La sospecha creció en él.
Willa había accedido demasiado fácilmente y con demasiada
amabilidad. En su experiencia con las mujeres, eso significaba que su
esposa estaba tramando algo. Al recordar con qué facilidad había
escapado a su propia vigilancia una o dos veces en la cabaña, dejó que
sus hombros cayeran derrotados. No podía confiar su seguridad ni
siquiera a seis hombres. Tendría que acompañarla él mismo. Hugh
estaba frunciendo el ceño por eso cuando se le ocurrió que eso
significaba que su tiempo a solas con ella no había acabado todavía.
Podía pasar al menos parte de otro día con ella.
Sintiéndose más alegre al pensar eso, siguió bajando los escalones.
Una risa a carcajadas hizo que sus ojos volvieran a su esposa mientras
ella y Baldulf se acercaban a las puertas de las cocinas. Ahora que no
estaba distraído por la necesidad de evitar que ella dejara el castillo
con solo Baldulf para protegerla, era libre para ver como se
balanceaban sus faldas mientras caminaba. Desafortunadamente, no
se movían demasiado. El material era demasiado grueso y el ajuste
demasiado flojo. Lo que le recordó que tenía que comprarle algunos
vestidos nuevos. Ahora Willa era la esposa de un conde y debía vestir
de acuerdo a su posición. Frunció el ceño brevemente al pensar en el
asunto y entonces pensó en su primo. El fantoche debería ser bueno
para algo. Hugh decidió que debería tener unas palabras con su primo
antes de ir a los establos.
Capítulo catorce
Willa estaba observando a un grupo de niños que jugaban cuando el
sonido de un caballo que se aproximaba la hizo girarse. Se encontró
levantando la mirada hacia su marido montado.
—Mi señor — saludó, después miró tras él hacia los establos
preguntándose qué le llevaba a Baldulf tanto tiempo. El soldado le
había sugerido que esperara fuera mientras él se ocupaba de las
monturas en los establos. Willa esperaba ver salir al soldado de las
cuadras a la cabeza de cinco soldados de Hillcrest y con un caballo
ensillado para ella. Se quedó completamente sorprendida cuando vio
que él único jinete era Hugh que de repente se inclinó para cogerla
por la cintura. Willa soltó un grito de asombro cuando se encontró de
repente sentada sobre la silla de montar delante de él y el saco de
comida con el que cargaba golpeándole la pierna.
—Engancha el saco al momo —ordenó su esposo al tiempo que la
movía un poco y volvía a tomar el control de las riendas.
—¿Dónde está Baldulf? ¿Por qué… —Sus preguntas se detuvieron
bruscamente cuando Hugh le quitó la bolsa de las manos y la
enganchó él mismo al pomo.
—Le he dado la mañana libre. Yo te acompañaré.
—Pero, ¿y los seis guardias en los que insististeis?
—Yo me encargaré —. Cortó cualquier otra pregunta al urgir al
caballo a avanzar al trote a través del patio.
Ante la posibilidad de morderse la lengua, Willa se abstuvo de
preguntar nada más y se agarró a sus varazos para mantener el
equilibrio mientras atravesaban la puerta del castillo.
Era un día hermoso, más aún por el hecho de que habían estado
atrapados en su dormitorio durante tres días. A Willa le había gustado
conocer a su marido, pero mirar siempre las mismas cuatro paredes la
había cansado rápidamente. Ella solía estar al aire libre la mayor parte
del tiempo. Caminatas largas, nadar en el río o, simplemente,
descansar en la orilla con Wolfy y Fen habían formado el patrón de su
vida durante muchos años. Estar encerrada en el interior no le sentaba
bien.
Se recostó contra el pecho de Hugh y respiró profundamente el aire
fresco disfrutando simplemente, en un primer momento, del calor del
sol en su cara. Pero entonces empezó a darse cuenta de que había un
bulto a su espalda presionando contra su parte inferior, y se movió
para intentar encontrar una posición más cómoda. Parecía que Hugh
una silla bastante incómoda. Willa estaba bastante segura de que si
esa era la silla que había comprado lord Hillcrest para él, entonces los
bultos debían deberse a la edad. O tal vez la silla se había gastado y
Hugh la había reemplazado por una de calidad bastante inferior. El
hombre que la había criado, sin duda alguna, habría insistido en que
fuese de la máxima calidad, y el bulto de la silla hacía que esta dejara
mucho que desear.
Willa apenas había empezado a pensar en eso cuando se dio cuenta
de que Hugh había cambiado las riendas a una mano y la estaba
recolocando con la otra. Había extendido la mano contra su estomago
y estaba presionándola con firmeza hacia atrás contra el pecho. Willa
consideró decirle que no tenía que molestarse., estaba bien sentada y
no caería, pero como disfrutaba de la calidez y la sensación de
seguridad que le daba su contacto, se mantuvo en silencio.
Viajaron con bastante rapidez y el movimiento desplazó la mano
hacia arriba. Willa se encontró conteniendo la respiración cuando la
mano se acercó a la parte baja de sus pechos. Con los dedos de su
esposo rozaron por fin la redondez, dejó escapar un suspiro que hizo
que sus senos presionaran con más firmeza contra la mano. Sus
pezones empezaron a estremecerse bajo la caricia involuntaria y se
mordió el labio al moverse otra vez contra la dureza detrás de ella.
Willa se sintió terriblemente decepcionada cuando él empezó a
frenar su montura y se dio cuenta de que estaban cerca de la cabaña.
—¿A dónde querías ir? —La voz era ronca y Willa se pregunto si él
no estaría recayendo de su resfriado.
—Al río —dijo en voz suave.
—¿Cómo sabes que estarán allí?
—Nos seguirán. Han estado siguiéndonos desde que abandonamos
el castillo — le dijo. Al mirar por encima del hombro vio la sorpresa
en la cara de su esposo, pero él simplemente tomó la dirección que los
llevaría al río. Cabalgaron en silencio de nuevo.
Momentos después salieron del bosque que bordeaba el río y Hugh
volvió a ralentizar su montura. Willa se deslizó de la silla tan pronto
como su esposo detuvo al animal recuperando el aliento mientras su
mano le acariciaba el pecho involuntariamente al ayudarla a bajar. Lo
dejó atando a la bestia, se dirigió hacia la orilla del agua y abrió el saco
que le había dado Alsneta. Casi había acabado de dividir los restos de
la carne que contenía en dos pilas iguales cuando Hugh se unió a ella.
Tras sacar los últimos trozos de carne se enderezó. Se acercó a la
orilla del río para lavarse las manos en el agua fría, después se sentó
en cuclillas para mirar el agua que corría lentamente. Quería nadar
pero era demasiado tímida para hacerlo delante de su reciente esposo.
Lo que era una tontería, suponía. Él la había visto completamente
desnuda. Lo miró con incertidumbre y descubrió que se había sentado
en la roca que normalmente ocupaba Baldulf.
Al captar la mirada de Willa, Hugh arqueó las cejas —¿Qué?
—Pensé que podía nadar —, admitió tímidamente.
Hugh abrió la boca en lo que Willa sospechaba sería una negativa;
después de todo, ella todavía estaba recuperándose del resfriado, pero
entonces Hugh se detuvo y la recorrió con la mirada. La miraba como
si ella fuera un tierno bocado y él un hombre hambriento, pensó
incómoda. Entonces él sonrió. Una sonrisa bastante perversa que
provocó escalofríos en su piel.
—Sí. Deberías nadar.
Sintiéndose insegura de repente, Willa pensó sobre el asunto. Al
final, reunió su valor y empezó a trabajar con los cordones. Era lenta
en su tarea, la incomodidad al saberse observaba por Hugh la hacía
torpe. Por fin terminó con los cordones y se quitó el vestido flojo que
le había hecho Eada. Willa consideró también quitarse la camisa. Por
lo general la mantenía puesta si Baldulf estaba allí, pero Hugh la había
visto desnuda y el placer del agua contra la piel desnuda era tentador.
Desafortunadamente para ella, su valor no llegaba tan lejos.
Dejándose la camisa puesta, se quitó los zapatos y se metió en el agua.
La había sentido refrescantemente fresca en sus manos, pero parecía
más fría en sus pies y en sus piernas. Willa se movía lentamente,
acostumbrándose poco a poco. Era terriblemente consciente de los
ojos de Hugh en su espalda.
Willa caminó de esa manera hasta que le llegó el agua a la cintura,
entonces ya no pudo soportar la tensión de la mirada de su esposo y
se sumergió. Se levantó gritando ante el impacto del agua fría. Se echó
el pelo hacia atrás y saltó intentando acostumbrarse a la temperatura.
El sonido de una carcajada desde la orilla hizo que girara la cabeza
y le hizo una mueca a Hugh. Él todavía estaba sentando sobre la roca
pero ahora se reía de sus payasadas.
—Podéis reíros —gritó —pero no os veo metiéndoos en el agua.
Hugh negó con la cabeza, su diversión se convirtió en una sonrisa.
—Yo no nado. Además, estoy de guardia.
—¡Ja! Una buena excusa, mi señor —. Salpicó agua en su dirección
quedándose muy lejos de alcanzarlo. —Deberíais admitir que tenéis
miedo de pillar un resfriado.
Él siguió sonriendo y negó con la cabeza; después su mirada bajó
hasta el pecho de Willa y se detuvo allí. La sonrisa desapareció. Willa
siguió la mirada hacia abajo y enrojeció al ver que muy bien podía
haberse quitado la camisa. Mojada era completamente transparente.
Se dejó caer hasta que el agua la cubrió hasta el cuello.
—¡Tal vez debería unirme a ti! —Empezó a levantarse.
—¡No! ¡No os mováis! —La alarma en la voz lo hozo detenerse, su
mirada se volvió cautelosa.
—¿Qué ocurre?
—Wolfy y Fen —susurró aunque él la oyó. O eso o le leyó los labios,
porque se relajó sobre la roca.
—¿Dónde están? —preguntó. A Willa no le sorprendió su
curiosidad. En realidad, él todavía no los había visto de cerca a la luz
del día. Esta era la primera vez que se acercaban estando él presente.
—Están saliendo del bosque —, le dijo. —A tu derecha.
Hugh volvió la cabeza y ambos observaron la aproximación
cautelosa de los animales. Normalmente estaban más relajados con
ella que ahora. La presencia de Hugh los volvía desconfiados, supuso
Willa. Pero entonces se dio cuenta de que lo sorprendente era que se
acercara del todo con él allí.
—¿Qué hago? —preguntó Hugh. No parecía asustado, solo
preocupado por poder asustarlos.
—Nada. Solo quedaos quieto y miradlos. ¿No son hermosos?
Hugh asintió en silencio pasando la mirada de uno al otro. Los
lobos también lo estaban mirando, estudiándolo cautelosamente
mientras se acercaban a la comida. Decidiendo que probablemente su
propia tensión no estaba mejorando la situación, Willa se obligó a
relajarse y empezó a chapotear en el agua. Nadó un poco, flotó un
poco más, pero empezó a aburrirse y decidió salir. Wolfy y Fen
estaban acabando su comida. Willa salió con calma y se detuvo para
acariciar primero a Fen y después a Wolfy, antes de inclinarse para
recoger el vestido y los zapatos.
—Te enfriarás si te pones el vestido encima de la camisa mojada.
Willa se detuvo y se volvió hacia Hugh al oír esas palabras
tranquilas. —No puedo volver al castillo así.
—No —. Se quedó pensando un momento recorriendo con la
mirada la camisa húmeda y pegajosa. —Iremos a la cabaña y
encenderemos el fuego. Puedes secar tu camisa y el pelo antes de
volver.
Willa asintió y miró hacia los lobos, pero ya se habían ido. Habían
comido hasta el último trozo de carne.
—Son rápidos y silenciosos — comentó Hugh poniéndose de pie. —
¿Por qué no se quedaron?
—No habrán ido muy lejos —, le dijo Willa doblando el vestido
sobre un brazo. —Van a buscar un sitio donde dormir. Siempre
duermen después de comer.
Hugh asintió y desató su caballo. Caminaron en silencio la corta
distancia hasta la cabaña.
Su hogar de la infancia se veía distinto en cierto modo cuando
llegaron al claro. Siempre le había parecido cálida y acogedora. Ahora,
sin embargo, parecía desolada y abandonada, pensó Willa mientras
caminaba hacia ella.
Consciente de que Hugh ya no estaba a su lado, se detuvo en la
puerta y miró alrededor. Su esposo llevaba a su caballo a la pequeña
construcción que habían usado como establo. Mientras él se encargaba
de eso, ella abrió la puerta y entró frunciendo el ceño ante el olor a
humedad. Sólo hacía unos días que se habían marchado, pero bien
podían haber sido meses. Su mirada se deslizó por el interior oscuro
aterrizando en la mesa y después en el catre, los dos únicos muebles
que quedaban. La pequeña cabaña parecía estéril sin las sillas, la ropa
de cama, las flores…
Se adentró otro paso en la habitación y recorrió rozando con la
mano la superficie rugosa de la mesa que había sido el corazón de su
hogar. Eada se había sentado allí mientras cosía un vestido nuevo o
remendaba los viejos. Baldulf se sentaba frente a ella mientras pulía su
armadura o hacía zapatos a Willa. Ella había comido, dado sus
lecciones y crecido en aquella mesa.
—Tenía intención de hacer arder este lugar. Debería haberlo hecho
—. Willa se quedó sin aliento al oír el comentario de Hugh Él estaba
de pie en la umbral de la puerta abierta frunciendo el ceño mientras
recorría con la mirada el interior oscuro, después volvió a mirarla. —
Te está entristeciendo.
—No —, dijo Willa rápidamente. —No es la cabaña. Es solo… —Se
encogió de hombros mientras volvía a recorrer el interior con la
mirada. Nunca volvería a ser su hogar. También había perdido eso.
Rápidamente se reprendió por sus pensamientos. Después de todo,
Hillcrest era su hogar ahora. Todavía...
Oyó que la puerta se cerraba, después sintió el calor de Hugh
cuando se colocó detrás de ella. Le apartó el pelo todavía húmedo de
la mejilla y el cuello y le acarició con un beso la piel sensible bajo su
oreja.
—No te pongas triste —. Sonó casi como una orden y Willa se
encontró sonriendo, después murmuró con placer cuando él le besó el
cuello otra vez. El sonido la hizo fruncir el ceño. Se mordió el labio
para no dejar escapar otro mientras él continuaba besando la piel de
su cuello. Si girara tan solo un poco la cabeza, podría encontrar su
labios con los suyos. Quería hacerlo pero no estaba segura de si
debería. Willa se sintió agradecida cuando Hugh eliminó el dilema
girando su cabeza por ella con un dedo en la barbilla. Reclamó su boca
en un beso inquisitivo y Willa lo devolvió con entusiasmo.
Pensó vagamente que disfrutaba mucho de sus besos, pero entonces
notó las manos de Hugh en el cuello de su camisa. Tiraba de él hacia
abajo descubriendo sus pechos húmedos al aire frío, y cubriéndolos
después con sus manos callosas calentándolos al momento. Willa
cerró los ojos con fuerza, parte del placer disminuyó mientras se
concentraba en permanecer quieta y en silencio como le había
indicado Eada. Era terriblemente difícil. Hugh le ahuecaba y apretaba
los pechos, le frotaba los pezones con los pulgares excitándola. Willa
tenía la urgencia casi irresistible de arquearse ante esas caricias y
apretar el trasero contra el de él, pero logró contenerse.
Mientras seguía besándola, Hugh le dio la vuelta en su abrazo y la
hizo retroceder hasta que chocó contra la mesa. Entonces ahuecó sus
pechos otra vez. Momentos después, rompió el beso para bajar la
cabeza y reclamar uno de los pezones erectos. Willa bajó la mirada
hacia la cabeza de su esposo, ansiosa por recorrer su pelo con las
manos, pero volvió a obligarse a permanecer quieta. Como ella no
respondía, él levantó la cabeza con una expresión de perplejidad en su
rostro.
—¿No te gusta cuando te hago esto? —preguntó, la voz ronca con la
pasión.
Willa asintió silenciosa pero fervientemente y la perplejidad de
Hugh pareció profundizarse. Empujó la camisa que se había quedado
atrapada en la cintura de Willa sobre sus caderas hasta que cayó en
una pila húmeda sobre el suelo. Deslizó una mano entre las piernas de
su esposa y la tocó íntimamente. Willa se mordió el labio y se puso
rígida ante la caricia.
—¿Te gusta esto? —preguntó Hugh inseguro, y Willa volvió a
asentir ardientemente con la cabeza. Su esposo pareció aún más
confundido.
—¿Entonces, por qué estás tan quieta? —preguntó por fin. —¿Por
qué no me agarras o me devuelves las caricias?
Los ojos de Willa se abrieron ante la confusión, casi dolor, en la voz
de su esposo. —Eada —gruñó, tuvo que detenerse para aclarar la
garganta.
—¿Eada? —había un toque de impaciencia en la pregunta.
Willa asintió. —Dijo que a los hombres no les gustaban las mujeres
parlanchinas y que vos me diríais si debía hacer algo.
Hugh se quedó quieto y sus ojos adquirieron un aspecto peligroso
—¿Quieres decir que cuando consumamos el matrimonio estabas tan
quieta y callada porque Eada te dijo que debías estarlo?
—Sí —admitió, entonces balbuceó. —Fue la experiencia más
horrible que he tenido nunca… y la más gloriosa. Quería gritar y
golpear y deseaba abrazarte más cerca y… Pero pensé que tenía que
esperar vuestras instrucciones y quedarme quieta. No quería
disgustaros. ¿A dónde vais? —añadió preocupada cuando de repente
él gimió y se dio la vuelta. Hugh respondió a la pregunta dirigiéndose
hacia la puerta y golpeando la cabeza contra ella varias veces. Willa se
mordió el labio, al poco preguntó insegura —¿mi señor? ¿Estáis bien?
¿He hecho algo mal y os he enojado?
—No —. Hugh dejó de golpearse la cabeza para sacudirla. Después
se echó a reír y giró la cabeza hacia ella. Su voz fue muy tranquila y
clara cuando dijo —Eada estaba equivocada.
—¿Lo estaba? —preguntó Willa insegura. —¿Estáis segura? Eada
nunca se equivoca.
—Bueno, lo está en este caso —. Avanzó un paso y ahuecó la cara de
Willa entre las manos —Deseo oír tu placer, esposa. ¿De qué otra
manera puedo saber que te complazco? ¡Y Dios! Por favor, no esperes
a que te indique nada. Tócame. Abrázame. Clávame las uñas si lo
deseas.
Willa se agitó conmocionada. —Nunca os clavaría las uñas, mi
señor. Nunca os haría daño.
Un brillo de determinación apareció en los ojos de su esposo. —Ya
veremos.
—¿Mi señor? —preguntó Willa, retrocediendo insegura mientras él
avanzaba. —¿Sonáis casi como si desearais que yo os arañara?
—Sería un gran cumplido —le aseguró Hugh y entonces Willa se
encontró con que su retirada acababa cuando topó con la mesa. La
rugosidad de la madera contra su trasero le recordó que ya no tenía la
camisa y que estaba desnuda. Entonces Hugh se precipitó sobre ella
para besarla otra vez. No era un beso de exploración. Esta vez la boca
de su esposo parecía intentar devorar la de Willa. La joven, al
principio, estaba demasiado aturdida para responder pero,
gradualmente, fue levantando las manos y pasándoselas alrededor del
cuello. Lanzó un suspiro de satisfacción en su boca y empezó a
devolverle el beso.
Era tan glorioso poder abrazarlo. Willa apretó los brazos con fuerza
alrededor de él, después le recorrió con las manos el pelo, le acarició
las orejas con los dedos. La respuesta de Hugh fue inmediata. Sus
propias manos le ahuecaron el trasero, animándola a avanzar
mientras él empujaba una rodilla entre las piernas. Willa jadeó en la
boca de él mientras la tela áspera de los braies se frotaban contra su
centro. La joven notó como la erección crecía contra la parte delantera
de uno de sus muslos y se retorcía contra él, jadeando ante la
excitación que le causaba la fricción de la pierna de él contra la suya.
Presionando todavía la parte inferior del cuerpo de su esposa contra
él, deslizó la otra mano entre los dos para acariciarle un pecho.
Cuando intentó a continuación liberar su boca, ella le agarró la cabeza
y la mantuvo allí. Willa sabía que probablemente él intentaría
alcanzarle un pecho para chuparlo pero las sensaciones que él le
estaba causando entre las piernas ya eran demasiado y ella necesitaba
desesperadamente sus besos. Ella necesitaba la lengua de Hugh en su
boca.
Willa notó como la mano se alejaba de su pecho pero no le preocupó
hasta que notó que la empujaban hacia abajo y hacia atrás. Entonces
rompió el beso, dejo caer la cabeza hacia atrás y jadeó buscando aire
mientras él la tocaba. Hugh dejó libre su rodilla y ella cerró las piernas
rápidamente alrededor de su mano, apretando para aumentar su
placer mientras ella la montaba.
Willa estaba jadeando y gimiendo y gruñendo y no le importaba.
Hugh había dicho que quería oír su placer. Le dejaría oír; estaba
mendigando incoherentemente la liberación que él podía darle.
—¡Gracias a Dios! Estás balbuceando —. Hugh parecía exultante
aunque Willa no sabía por qué eso le complacía tanto. Entonces él
retiró la mano que le estaba dando placer y la sentó de repente en el
borde de la mesa. Willa apenas había registrado su decepción cuando
él se deslizó en ella.
Llorando, Willa se arqueó y cerró las piernas alrededor de Hugh
mientras él le ahuecaba el trasero. La joven le ahuecó las uñas en los
hombros y gritó —por favor, por favor, por favor — junto a su oído
mientras él la montaba. Maldiciendo, Hugh le agarró con más fuerza
el trasero contra él apretándose él mismo contra ella con cada empuje
hasta que Willa se puso rígida y gritó para empezar a temblar entre
sus brazos. Perdida en un mundo de sensaciones, Willa apenas fue
consciente de la rigidez y los gritos de su marido cuando se unió a ella
en su liberación.
Cuando volvió a ser consciente de lo que le rodeaba, Willa se
encontraba todavía sentada sobre la mesa, apoyada contra el pecho de
su marido. Lo oyó gemir, después él se retiró un poco y lo notó
presionar un beso en la parte superior de su cabeza. Levantando la
cabeza, se encontró con la mirada de Hugh por un momento, luego se
sonrojó al recordar su abandono de momentos antes. Willa empezó a
agachar la cabeza, pero su marido la cogió por la barbilla y le dio un
beso en la mejilla sonrojada.
—Me complaciste —fue todo lo que dijo Hugh. Era suficiente.
Todavía dentro de ella, Hugh la levantó de la mesa y se giró para
caminar hacia el catre en la esquina. Willa notó que él se movía dentro
de ella y se ponía más duro con cada paso y después la acomodó en la
cama y se deslizó fuera de ella para enderezarse luego.
Willa lo observaba en silencio mientras él se sacaba los braies
abiertos que colgaban de sus caderas. Hugh estaba completamente
erecto otra vez o eso pensó hasta que su virilidad se hizo aún más
grande bajo su mirada. A Willa le resultó bastante impactante que
algo tan grande encajara dentro de ella y se sintiera tan bien en su
agarre. Entonces su mirada subió para admirar la ancha extensión de
su pecho mientras se quitaba la túnica. Willa levantó las manos por su
propia voluntad para acariciarle el torso mientras él se unía a ella en el
jergón. Cerró los ojos y disfrutó de sentirlo bajo las puntas de los
dedos cuando su esposo se colocó medio encima de ella, sosteniendo
la mayor parte de su peso con los brazos. Willa permitió que sus
manos se deslizaran por las tetillas pasando los pulgares por encima
de ellas igual que él había hecho con ella. Sus ojos se abrieron al oír el
sonido que brotó de él. Hugh estaba sonriendo. Parecía disfrutar su
caricia, así que deslizó las manos bajando por el estómago hasta las
caderas. Lo agarró de ellas e intentó tirar de él contra ella, pero Hugh
se resistió, pareciendo un poco molesto. —¿Qué ocurre?
—Esta cama es demasiado pequeña. Es difícil encontrar una
posición. Puedo aplastarte —. Vaciló, después se puso de lado. Se
movió hasta quedar tumbado de espaldas y maniobró para ponerla
encima de él. Willa se quedó allí, insegura por un momento, luego se
incorporó hasta que estuvo a horcajadas sobre las caderas de su
marido. Lo notó duro bajo ella y se sonrojó, entonces empezó a
recorrerle las manos por el pecho con curiosidad mientras su melena,
ya seca, caía como una cortina entre ellos.
Sonriendo, Hugh atrapó varios mechones y los uso para tirar de ella
y besarla. Willa suspiró contra la boca de su esposo cuando el
movimiento hizo la hizo frotar la carne dura de su erección. Entonces
lo besó con entusiasmo al tiempo que él le soltaba el pelo y la agarraba
por las caderas para moverla sobre él en una caricia deliberada.
Disfrutando la sensación, Willa se hizo cargo del movimiento
deslizándose a lo largo de la vara mientras Hugh movía las manos
ahuecándole los pechos entre ellas. Estaba disfrutando tanto la
sensación que casis e sintió decepcionada cuando se inclinó
demasiado y él se deslizó en ella. Willa vació, entonces se sentó
derecha y apretó las manos de Hugh contra sus pechos al tiempo que
empezaba a montarlo. Al principio fue torpe e insegura pero
rápidamente encontró la posición y el ángulo correctos para obtener el
mayor placer.
Hugh apartó una mano de los senos de Willa para agarrarla de la
cadera e intentar hacerla moverse más rápido, pero Willa se resistió,
volviéndolos locos con su ritmo lento. A medida que la excitación de
la joven aumentaba, también lo hacía la necesidad frenética de besarlo,
pero era incapaz de alcanzar sus labios. Al final, le agarró la mano que
tenía en su cadera y la llevo a la boca, lamiéndola, pellizcándola y
chupándola con urgencia. Pero esto solo pareció hacer que Hugh se
moviera más desesperadamente debajo de ella.
Esta vez fue él quien balbuceó en una súplica incoherente y el
primero que se arqueó, levantando la espalda de la cama con un grito
mientras se vaciaba en ella. Willa lo siguió rápidamente mordiéndole
el dedo y arqueándose ella misma en su propia liberación. Luego se
desplomó encima de él, sintiéndose terriblemente agotada y
completamente satisfecha.
Hugh murmuró algo que podía haber sido un cumplido o una
palabra de cariño cuando envolvió sus brazos alrededor de ella para
abrazarla, pero Willa estaba demasiado agotada para preguntar qué
decía. Acurrucándose más cerca de su esposo, sorbió y frunció el ceño
ligeramente al notar el olor a humo en el aire. Le recordó que Hugh
había querido encender un fuego para ella, pero lo habían olvidado.
Suponía que ya no lo necesitaba y se quedó dormida.
Hugh estaba soñando. Estaba de pie en medio de una niebla muy
densa llamando a gritos a Willa. Sabía que ella estaba en alguna parte
pero no podía encontrarla entre la niebla que lo rodeaba. Hugh
avanzó tambaleante en medio de la bruma gritando su nombre y
rezando para que respondiera. Pero la única respuesta que recibió fue
el aullido triste de sus lobos.
Hugh parpadeó y abrió los ojos y, por un momento, pensó que
todavía estaba soñando. La habitación oscura estaba llena de niebla y
los aullidos al unísono de Wolfy y Fen todavía resonaban en sus
oídos. Entonces se dio cuenta de que el sonido no era un eco. Wolfy y
Fen estaban aullando. Y la niebla en la habitación no era niebla en
absoluto, sino humo… de un fuego… que se había olvidado de
encender.
—¡Fuego! —Se sentó y sin querer empujó a Willa tirándola al suelo.
Se inclinó a buscarla al momento, pero no podía verla por el humo. —
¿Willa!
—¿Hugh? —La voz mostraba dolor y confusión pero, al menos, ella
le respondía. No lo hiciera en sus sueños. El alivio se deslizó a través
de él incluso cuando su esposa empezó a toser. Entonces Willa
preguntó —¿Qué pasa?
—La cabaña está ardiendo —. Se levantó del jergón con cuidado
para evitar pisarla y empezó a buscar a ciegas su ropa. Encontró lo
que pensó que eran sus braies y empezó a ponérselos solo para darse
cuenta de que estaba intentando meter los pies en los brazos de su
túnica. Maldiciendo, se la puso por la cabeza.
—No. Olvidasteis encender el fuego —, dijo Willa. Sus palabras
acabaron con otro ataque de tos.
Hugh supo que el humo debía estar irritándole ya la garganta. Tenía
que sacarla de allí. —Levántate Willa. Busca tu ropa.
Hugh encontró sus braies y se los puso mientras trastabillaba hacia
la puerta. El humo en la habitación era muy espeso y no podía decir
exactamente donde estaba el fuego. Esperaba que al abrir la puerta
pudiera escapar parte del humo y aumentar la visibilidad. Entonces
podría ayudar a Willa a encontrar su vestido y los dos escaparían.
Hugh la llevaría desnuda si tenía que hacerlo, pero no quería llevarla
de vuelta a Hillcrest en un situación tan embarazosa.
Afortunadamente, la cabaña era pequeña y él había recordado
correctamente la dirección de la puerta desde el catre. Soltó un suspiro
de alivio y empujó. Un escalofrío le recorrió la nuca cuando la puerta
no se movió. Empujó de nuevo. Nada. No se movía en absoluto.
Hugh retrocedió un paso y después se estrelló contra la puerta. Ni
un movimiento. Retrocedió un paso e intentó entender qué estaba
ocurriendo, pero el sonido de la tos de Willa atrajo su atención. Miró
en su dirección pero el humo era muy grueso. Al igual que en su
sueño, no podía verla. El pánico se apoderó de él por un instante, pero
su propio ataque de tos lo sacó de él. Dejó la puerta por el momento y
siguió el sonido de los jadeos de su esposa hasta que tropezó con ella.
—¿Willa? —Inclinándose agarró la primera cosa que le vino a la
mano. El trasero de su esposa. Estaba a gatas. No obstante estaba
parcialmente vestida. Willa se había puesto bien la camisa bien el
vestido, Hugh no estaba seguro. Cualquiera que fuese, era suficiente.
Movió las manos hasta los brazos de ella y la arrastró hasta ponerla de
pie. —Tenemos que salir de aquí—. Notó como Willa asentía contra su
pecho mientras tosía. —La puerta está atrancada por fuera.
—No hay pestillo por fuera —, jadeó débil cuando su ataque de voz
cesó.
—Sí, bueno, ahora lo hay.
Wolfy y Fen aullaron a un tiempo otra vez y Hugh notó como Willa
se ponía rígida. —los lobos.
—Sí. Sus aullidos me despertaron —. Avanzó a tientas hacia donde
debería estar la mesa, aliviado cuando su mano chocó contra ella. —
Aquí, quédate aquí. Voy a intentar abrir la puerta.
—Dijisteis que estaba atrancada.
—Sí. Algo la mantiene cerrada. ¿Esta cabaña está hecha de madera o
de juncos y barro?
—De juncos y barro. Baldulf dijo una vez que tenía casi veinte años.
Y que la pared del fondo estaba dañada por el agua de las tormentas.
Dijo que habría que habría que repararla pronto o construir otra
cabaña. Dijo… —Se detuvo para toser otra vez y Hugh le palmeó la
espalda un par de veces, después le dijo que se quedara donde estaba
y fue hasta la pared del fondo de la cabaña. Para su alivio estaba
hecha de pasta de lodo y juncos. La madera habría sido mucho más
difícil de romper. Y Willa tenía razón, había sufrido daños por el agua.
Se estaba desmoronando bajo su contacto. También estaba caliente.
Hugh regresó a la mesa siguiendo de nuevo el sonido de la voz de
Willa. Encontró su mano e hizo que se agarrara a la parte de atrás de
la cintura de sus braies. —Agárrate a mí. Voy a romper la pared del
fondo. No sueltes mis braies — ordenó, después levantó la mesa y la
llevó por delante de vuelta a la pared del fondo de la cabaña. Golpeó
primero la pared con la mesa y notó la vibración. Hugh palpó la pared
hasta que estuvo seguro de dónde estaban las maderas. No quería
perder el tiempo en los pilares de la cabaña. Una vez estuvo seguro de
donde golpear, echó la mano hacia atrás para asegurarse de que Willa
estaba fuera de su camino detrás de él. Entonces usó la mesa como
ariete e hizo que atravesara el panel de palos tejidos con cubiertas de
juncos, aja y estiércol de vaca. La mesa acabó lanzada en el primer
golpe.
Soltando un suspiro de alivio, Hugh cogió la mano de Willa que
agarraba sus pantalones y se inclinó para cargar a través de la
abertura astillada. No dejó de correr hasta que estuvo seguro de que
estaban bien lejos de la cabaña ardiendo. Se detuvo y se volvió hacia
Willa y gritó cuando vio que la parte trasera de su vestido estaba
ardiendo. La arrojó al suelo y usó las manos y las partes intactas de su
propia túnica para apagar las llamas. Hugh acababa de apagar el
último resto cuando Wolfy y Fen rodearon la cabaña y aparecieron
corriendo. Por un momento, pensó que las bestias iban a atacar… y lo
hicieron. Saltaron sobre Willa y empezaron a lamerla la cara con
alegría al verla viva y bien. Maldiciendo, tiró de Willa para sentarla y
después se detuvo para observar la estructura ardiendo. La cabaña
estaba ahora completamente en llamas. El techo de paja era una gran
antorcha; las paredes habían actuado como yesca.
—¿Dijisteis que su aullido os despertó?
Hugh miró a Willa ya sintió. Frunció el ceño. —¿Me preguntó
donde estaban cuando empezó el fuego?
—Probablemente todavía con la siesta después de la comida — dijo
Willa. Sus ojos se agudizaron —¿Cuándo se prendió el fuego?
—Hmmm —. Hugh la ayudó a ponerse de pie y empezó a rodear la
cabaña en dirección al claro. No estaba preocupado realmente por si
quién había iniciado el fuego, estaba todavía presente. Wolfy y Fen se
habrían ocupado de él, si así fuera, pero quería echarle una mirada a
la puerta de entrada. Quería ver qué había impedido que se abriera.
Era un tablón de madera. Apenas rodearon a tiempo la cabaña para
verlo antes de que el techo se derrumbara sobre la estructura. Las
paredes lo siguieron rápidamente y los lobos tomaron rápidamente el
vuelo y desaparecieron en los bosques de alrededor. Hugh miró a
Willa para ver las lágrimas silenciosas que bajaban por sus mejillas.
Aquel había sido su hogar durante diez años, recordó, mientras la
abrazaba a su lado. Debía ser duro para ella ver como se derrumbaba
de esa manera. Permanecieron de pie en silencio durante varios
minutos viéndola arder, entonces Hugh se acordó de su caballo y
llevó consigo a su esposa hasta el establo. Fue un alivio comprobar
que el animal todavía estaba allí. Dejando a Willa apoyada contra la
puerta, Hugh entró y comprobó rápidamente el estado del animal.
Al encontrarlo ileso, lo ensilló y lo sacó del establo. Montó y levantó
a Willa para colocarla delante de él.
Fue un regreso silencioso. Willa se acurrucó contra él en la silla,
cuidando de no tocarlo más de lo necesario. Su cara estaba pálida y
tensa y Hugh podía sentirla temblar. Sin embargo, lo que más le
preocupaba, era la expresión vacía de sus ojos. Era como su sueño, en
cierto modo. Sentía como si hubiera perdido alguna parte vital de ella
en el humo de la cabaña y ahora no podía encontrarla. Su esposa se
había alejado de él y no le gustaba en absoluto.
Hugh llevó su caballo hasta las escaleras del castillo y la dejó con
gentileza en el suelo. Willa se quedó allí de pie, pareciendo perdida, y
Hugh notó por primera vez que la cara de su esposa estaba llena de
hollín. Los lobos habían limpiado un poco con su alegre saludo pero
habían dejado la mayor parte. También vio, con cierto pesar, que parte
de su cabello se había chamuscado cuando su vestido se había
incendiado. Tendría que cortárselo un poco por encima de la cintura.
—Ve a cambiarte. Ordena que te preparen un baño para ayudar a
quitarte el humo y el hollín —añadió cuando ella empezó a subir las
escaleras. —Enviaré a Baldulf a esperarte fuera de nuestra cámara. No
la dejes hasta que él llegue.
Willa no dijo nada pero Hugh tuvo la impresión de que había
asentido. La miró hasta que desapareció en el interior del castillo,
después dio la vuelta a su caballo y se dirigió hacia los establos.
Habría querido saltar del caballo y llevarla él mismo escaleras arriba;
habría querido borrarle en la bañera las señales del fuego en su cuerpo
y después hacerle el amor hasta que lo hubiera borrado también de su
mente. Pero tenía que hablar con los hombres. Este era el tercer
atentado contra la vida de su esposa. Quería atrapar al culpable antes
de que hubiera un cuarto.
Willa hizo todo el camino y subió las escaleras hasta la habitación
que compartía con Hugh sin que nadie la detuviera. Una vez allí, no
parecía tener idea de qué hacer. Tenía un vago recuerdo de Hugh
diciéndole que hiciera algo, pero su memoria estaba confusa. Miró la
habitación que la rodeaba. Ese día había sido un día glorioso. Ese día
había sido un infierno. Esa mañana su marido le había enseñado la
pasión más allá de lo que Willa había soñado. Esa tarde casi lo había
perdido, casi había muerto.
Por su puesto, Willa también había estado a punto de morir, pero a
lo largo de su vida siempre había habido alguien intentando matarla.
Cada día que respiraba era un recalo. Pero, hoy, el asesino había
estado cerca de matar a Hugh, como había asesinado a Luvena años
antes. Ilbert había muerto mientras la protegía. El hombre que la había
criado como si fuese su propia hija acababa de morir hacía solo unos
días…
Willa estaba terriblemente cansada de perder a aquellos que amaba.
Se dejó caer en el borde de la cama con un gemido. Sus sentimientos
hacia Hugh eran nuevos y confusos. Willa se había creído enamorada
del hombre antes de conocerlo. Era su deber amar a su marido. Pero
antes de estos últimos días, el pensamiento de su muerte no la habría
afectado como lo haría ahora. Estaba segura de que si él hubiera
muerto antes de que se conocieran, se habría sentido triste. Estar a
punto de perderlo hoy le había provocado un miedo terrible y un
dolor desgarrador. Willa no sabía si podría soportar perder a Hugh.
Sabía no podría soportar perderlo por alguien que estaba intentando
matarla a ella.
Un golpe sordo sacó a Willa de sus pensamientos y miró hacia la
pared entre esa habitación y la cámara principal que había sido la de
Richard Hillcrest. Por lo que sabía, no había nadie instalado en aquella
habitación. Escuchó un nuevo sonido sordo y se encontró de pie y
caminando hacia la puerta. Probablemente solo era Lord Wynekyn
buscando la carta, pero cualquier cosa que la distrajera de sus
pensamientos era bienvenida.
Salió al pasillo y lo encontró vacío.
Willa tenía un recuerdo vago de Hugh diciéndole que enviaría a
Baldulf. El guardia no había llegado todavía. El soldado no había
llegado todavía. El pasillo estaba en silencio y la oscuridad aumentaba
al tiempo que la puerta de la habitación se cerraba tras ella. El resto
de las puertas que daban al pasillo estaban ya cerradas dejando el
pasaje totalmente a oscuras. Aunque no era demasiado tarde, las
antorchas deberían estar encendidas.
Willa estaba a poco más de medio camino a la estancia de lord
Richard cuando se dio cuenta de que las antorchas debían haber
estado encendidas cuando había subido las escaleras momentos antes
o, seguramente, lo habría notado. Una expresión de extrañeza cubrió
su rostro. En realidad, no podría jurar eso, había estado bastante
angustiada en ese momento. Todavía lo estaba. Willa consideró buscar
una vela y volvió a mirar hacia la habitación que usaban ella y Hugh.
Entonces una ráfaga de aire fresco la rodeo. Agitó su cabello e hizo
que los dedos de sus pies se curvaran en sus zapatos. Eso explicaba las
antorchas apagadas, decidió. Una corriente de aire de una de las
habitaciones las había apagado.
Un clic suave atrajo su mirada hacia el fondo del pasillo. Willa
estaba segura de que se había cerrado la puerta de la habitación de
lord Richard. Miró en la oscuridad hacia delante, intentando
distinguir si había alguien allí. —¿Lord Wynekyn?
Willa avanzó cautelosa palpando la pared hasta que tocó la madera
de la puerta. Se detuvo allí, sus oídos se esforzaban en compensar la
falta de visión. Juraría que podía oír a alguien respirar. Otro clic hizo
que Willa volviera a mirar el pasillo. Otra puerta se había cerrado
suavemente. Escuchó un momento, pero no pudo oír nada por encima
del sonido de su corazón palpitando. Fue entonces cuando se dio
cuenta de que su corazón estaba acelerándose violentamente. Estaba
actuado como si ella tuviera algo de lo que asustarse.
—Tonta — se reprendió a sí misma mientras alcanzaba la puerta.
Lord Wynekyn estaría dentro con una candela registrando la
habitación de su padre. Abrió la puerta pero se encontró vacilando en
el umbral. Deslizó nerviosamente la mirada por el interior. La
habitación estaba fría y olía a rancio. No parecía haber nadie en el
interior. Eso solo la puso más nerviosa. Estaba segura de que había
oído a alguien allí.
Un ruido hizo que sus ojos saltaran nerviosos hacia la ventana. Soltó
una risita nerviosa al ver que uno de las esquinas del tapiz que
siempre había colgado sobre la ventana cerrada había caído. Las
contraventanas también se habían abierto permitiendo que la luz del
sol y la brisa fresca entraran en la habitación mientras se abrían y
cerraban. Ese era probablemente el ruido que había oído desde la
habitación de al lado.
Sintiéndose tonta por saltar en las sombras, Willa empezó a cruzar
la habitación para cerrar las contraventanas.
—¡Niña Willa! ¿Dónde estás? ¡Willa! —La llamada de pánico de
Baldulf la alcanzó y Willa arrugó la nariz. Al menos ella no era la
única que se ponía nerviosa por los acontecimientos recientes.
—¡Aquí, Baldulf! —llamó mientras alcanzaba la ventana y se
inclinaba para cerrar las contraventanas abatibles.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Hugh dijo que te había
ordenado quedarte en la habitación hasta que yo… Sus palabras
hoscas terminaron en un gruñido que hizo que Willa se volviera hacia
la puerta. Captó una mirada de alguien deslizándose fuera de la
habitación, pero fue apenas un vistazo. Su mirada cayó consternada
en su amigo mientras se desplomaba sobre el suelo.
—¡Baldulf! —corrió a su lado alarmada. —¿Baldulf?
Mordiéndose el labio, Willa levantó la cabeza del hombre con una
mano. Recorrió con los dedos de la otra cuidadosamente la parte de
atrás de la misma hasta que encontró donde había sido golpeado.
Había un bulto y algo de sangre.
—¿Willa? ¡Yujuuu! ¿Hola?
—¿Jollivet? —llamó Willa insegura.
—Ah, pensé que estabais aquí arriba. Os vi regresar con Hugh y
pensé que podíamos discutir sobre las últimas modas para ver qué
tipo de vestidos prefieres. Me pidió que os ayudara a conseguir un
nuevo guardarropa y… ¿Qué estáis haciendo en el piso? —preguntó
divertido cuando llegó a la puerta de la habitación. Entonces la
preocupación reemplazó a la diversión y se apresuró a arrodillarse al
otro lado del guardia caído. —¡Fe! ¿Baldulf está bien?
—Alguien lo golpeó en la cabeza. ¿Podéis buscar a Eada por mí?
—Sí, desde luego. —Dejando caer el pergamino que llevaba en el
suelo, Jollivet se puso de pie y salió corriendo de la habitación.
Empezó a gritar en el momento en que se perdió de vista.

—¿No viste a quien encendió el fuego?


Hugh frunció el ceño al oír la pregunta de Lucan. Había dejado su
caballo en el establo y buscado a Baldulf primero. Se había tomado su
tiempo para dar al soldado un breve resumen de la situación para que
fuera consciente de que la vigilancia era necesaria. Tan pronto el
soldado fue en busca de Willa, Hugh fue a buscar a Lucan y a lord
Wynekyn. Había pensado que se necesitaban cabezas más claras que
la suya para solucionar todo aquel lío. Hugh estaba demasiado furioso
para pensar con claridad en ese momento.
Habiendo encontrado a Lucan y a lord Wynekyn en el gran salón,
les había contado todo lo ocurrido en la cabaña. Bueno, había omitido
ciertas partes personales, pero les había contado lo del incendio.
Después había esperado su opinión sobre el asunto. Wynekyn había
estado en silencio desde que Hugh había acabado de hablar. En
cuanto a Lucan parecía más interesado en hacer preguntas estúpidas
que en ofrecer cualquier atisbo de sabiduría sobre cómo poner fin a
aquellos ataques.
—Te dije que estábamos durmiendo —dijo Hugh con paciencia
forzada.
—¿En la cabaña? —preguntó su amigo con una ceja levantada.
—Sí. En la cabaña. Estábamos durmiendo. No vi quién encendió el
fuego —gruñó Hugh.
—¿Estabais durmiendo en la cabaña?
—¿No acabo de decir eso? —dijo cortante.
—Sí. Pero es algo tan extraño. ¿Por qué ir a la cabaña a dormir en un
pequeño jergón en el que apenas cabrías estando solo, cuando tienes
una muy buena y enorme cama aquí, en el castillo?
La sonrisa de su amigo decía que sabía exactamente por qué Hugh y
Willa habían ido a dormir a la cabaña. Sólo estaba intentando picarlo.
Estaba funcionando. Hugh estaba gruñendo desde el fondo de su
garganta cuando lord Wynekyn decidió intervenir. —Realmente, no
creo que eso sea importante, Lucan —. Dirigió al hombre una mirada
de reprobación y añadió —Creo que es más importante averiguar
cómo el que incendió la cabaña sabía que estaban allí.
Hugh se puso rígido al oír el comentario. No se le había ocurrido.
—¿Creéis que el pirómano los siguió a los dos hasta la cabaña? —
preguntó Lucan.
Hugh consideró la cuestión pero negó con la cabeza. —No. Creo
que los lobos habrían sido conscientes de eso. Habrían gruñido o algo
así, como hicieron la noche del ataque en el claro.
—¿Entonces no crees que estuviera allí todo el tiempo?
Hugh negó con la cabeza lentamente, como queriendo convencerse
a sí mismo. Realmente no creía que nadie pudiera haberlos seguido
hasta el río. Los lobos les habrían advertido de alguna manera.
Eso significaba que, probablemente, había llegado después de que
los lobos se hubieran ido.
—Si él no os seguía, ¿cómo sabía el que prendió el fuego que
estabais allí? ¿Puede haber sido suerte por su parte?
Hugh frunció el ceño antes la pregunta. No creía en ese tipo de
suerte. ¿Le habría dicho alguien que irían en la cabaña? Hugh
consideró la cuestión brevemente, pero él no había sido. Sin embargo,
Baldulf lo había sabido, pensó. El soldado estaba en las escaleras con
Hugh y Willa cuando ella había dicho que tenía que convencer a las
bestias de que regresaran y se mantuvieran cerca del claro de la
cabaña? ¿Habría habido alguien más lo suficientemente cerca para
oírla?
Hugh estaba reflexionando sobre la cuestión cuando unos gritos
desde el piso de arriba llamaron su atención. Volviéndose hacia las
escaleras, vio a Jollivet bajarlas corriendo. —¡Hugh! ¡Eada¡ ¿Dónde
está Eada? ¡Hugh!
El primer instinto de Hugh fue poner los ojos en blanco ante la
histeria del hombre, pero entonces se dio cuenta de que su primo
venía del piso de arriba, donde estaba Willa. Y estaba llamado a gritos
a Eada. Hugh corrió a encontrarse con él al pie de las escaleras. —
¿Qué ocurre? ¿Willa está herida?
—No. Baldulf. Alguien lo golpeó en la cabeza y…
—Busca a Eada — lo interrumpió Hugh y pasó a su lado para subir
corriendo las escaleras. Fue a su habitación primero, consciente de que
Lucan y Wynekyn estaban pisándole los talones. Los tres se
detuvieron confundidos al encontrar la habitación vacía. Hugh se dio
la vuelta al momento empujando a los otros dos hombres mientras
gritaba llamando a su esposa. —¡Willa!
—¡Aquí!
Siguiendo el sonido de la voz, se apresuró a la habitación de su tío,
solo un poco aliviado al encontrarla allí. Sin mirar apenas al hombre
en el suelo, corrió a ponerse a su lado. —¿Estás bien?
—Sí. Es Baldulf quién fue golpeado —, le aseguró y luego miró a la
puerta. El alivio cubrió su rostro. Siguiendo su mirada, Hugh vio a
Eada pasar junto a los otros dos hombres.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Eada arrodillándose para
examinar al hombre caído.
Hugh miró al hombre y frunció el ceño al notar su palidez mientras
Willa decía —Oí un ruido aquí y pensé que lord Wynekyn debía estar
buscando la carta. Vine a ver pero la habitación estaba vacía —. Hizo
un gesto hacia la ventana. —El tapiz había caído y las contraventanas
estaban batiéndose. Ese era el ruido que había oído. Estaba intentando
cerrarlas cuando Baldulf me llamo. Estaba hablando y entonces gruñó.
Me di la vuelta y él estaba cayendo. Alguien lo había golpeado en la
cabeza.
—¿Viste a quién lo golpeó? —preguntó Hugh.
—Yo…
—¡La carta!
Hugh miró a su alrededor ante esa exclamación de lord Wynekyn.
El hombre sostenía un rollo de pergamino. Hugh se puso en pie y fue
hasta su lado. —¿Dónde lo encontrasteis?
—Estaba aquí, sobre la cama. —Su mirada preocupada se levantó
hasta Hugh. —Busqué en esta habitación muy a fondo, varias veces.
No estaba aquí antes.
La boca de Hugh se tensó pero se limitó a coger el pergamino y a
sujetarlo en su cinturón. Entonces volvió hasta colocarse detrás de
Willa. Se retorcía desde donde estaba sentada deslizando una mirada
curiosa del pergamino hasta la cara de su esposo y a la inversa.
Baldulf gimió y Willa volvió a prestar atención al hombre que había
protegido su vida durante tanto tiempo.
—¿Baldulf? —alargó la mano para tocarlo en la mejilla con un gesto
de cariñoso afecto que hizo a Hugh sentirse celoso. Obligó a la
mezquina reacción desaparecer mientras el hombre cogía la mano de
su esposa y empezaba a parpadear hasta abrir los ojos.
—¿Willa? —Parecía confundido.
—Sí —. Sonrió. La expresión estaba llena de un amor y ternura que
Hugh habría dado un título por recibir. Se prometió en silencio que
algún día ella lo miraría de esa manera. Solo esperaba no tener que
recibir un estacazo en la cabeza para conseguirlo. Hizo una mueca
ante el pensamiento mientras Willa preguntaba al hombre —¿Cómo
está tu cabeza?
—Duele.
—Hmmm. Eso es bueno —, anunció Eada.
Baldulf giró la cabeza para mirarla dudoso —¿Lo es?
—Sí. Significa que estás vivo y lo suficientemente bien como para
quejarte.
Hugh tuvo que esforzarse para no reírse del comentario. La
expresión de indignación de Baldulf no ayudó mucho. Aclarando la
garganta, Hugh frunció el ceño a la mujer y preguntó —¿Podrías dar
algo al hombre para aliviarle el dolor?
—Oh, sí — Eada suspiró y se puso de pie. —Si vos, grandes
hombres, pudieseis quedaros de pie el tiempo suficiente para
arrastrarlo hasta la cama, yo podría ir a por algo de aguamiel y
prepararle una poción —. Como Hugh arqueó una ceja al oír la
petición, añadió —La poción lo hará dormir. Puede descansar aquí
hasta que Willa y yo limpiemos esta habitación. Ahora que la carta ha
sido encontrada, no hay ninguna razón para que los dos no os
trasladéis a esta estancia. Un conde debería dormir en la cámara del
señor.
Hugh miró alrededor mientras consideraba sus palabras.
Eada tenía razón. No había ninguna razón para no usar esa
habitación. El retraso había sido debido únicamente al hecho de que él
y lord Wynekyn habían querido registrarla para buscar la carta antes
de mover demasiado las cosas. Ahora que la carta había parecido, no
había razón para no usarla. Era mucho más grande que la habitación
que estaban usando él y Willa. Hugh asintió. —Sí.
—Llevadlo a la cama entonces —, ordenó la anciana. Ignoró la
irritación de Hugh al recibir órdenes de uno de sus propios sirvientes
y abandonó la habitación para buscar aguamiel con la que mezclar sus
hierbas.
Obviamente su tío Richard había permitido a la mujer salirse con la
suya mientras era conde. Decidiendo que probablemente era
demasiado tarde para enseñarla a comportarse de manera más
respetuosa, Hugh instó a Willa a apartarse a un lado y se arrodilló al
lado de Baldulf. Justo acababa de colocar el brazo del soldado sobre
un hombro cuando Lucan se apresuró a hacer lo mismo del otro lado.
Entre los dos, lo llevaron a la cama.
Eada regresó poco después y dio al hombre una dosis de algo que le
hizo poner mala cara y maldecir. Habiendo sufrido las pociones de la
mujer, Hugh se compadeció un poco. Aunque todavía inmóvil, y
Hugh no estaba seguro de si era por el disgusto de Baldulf por el
sabor de la poción o si era porque esta había hecho efecto, el hombre
tenía más color en las mejillas una vez Eada acabó con él. Decidiendo
que Baldulf parecía haberse recuperado lo suficiente para contestar las
preguntas que había estado esperando hacerle, Hugh se acercó a la
cama. —¿Viste a quién te golpeó?
Baldulf negó con la cabeza disculpándose. —No. Fui golpeado por
detrás cuando entré en la habitación. No vi nada más que el suelo
saliendo a mi encuentro. Quienquiera que fuese, debía estar escondido
detrás de la puerta.
Hugh frunció el ceño y dirigió la mirada hacia la puerta en cuestión.
Había estado esperando que Baldulf hubiera visto algo. Pero claro, la
vida nunca era tan fácil. Asintió y se puso derecho. —Bien, descansa
ahora. Pronto encontraremos al culpable.
Se dirigía hacia la puerta consciente de que lord Wynekyn y Lucan
estaban siguiéndolo mientras Jollivet vacilaba junto a la cama.
—¿Mi señor?
La voz de Willa lo hizo detenerse. Dándole la vuelta, le sonrió con
expresión de cansancio. —¿Sí, esposa?
—¿La carta?
Hugh buscó la carta en su cintura relajándose cuando la tocó con la
mano. Había olvidado que tenía la carta, pero en el momento en que
su esposa la mencionó, temió haberla dejado caer. —Sí. La tengo.
—Sí, esposo. ¿Planeáis dejarme leerla?
Hugh mostró su sorpresa. —No. No hay necesidad. Yo me ocuparé.
—Ya veo.
Hugh sintió que la desconfianza se apoderaba de él ante el disgusto
obvio contenido en esas dos cortas palabras. —¿Ya ves qué?
—Que vos también me ocultaréis el secreto — contestó Willa en voz
baja.
—No hay necesidad de que te enfades por…
—Es sobre mí, mi señor. Sobre quién me quería muerta y el porqué.
¿No creéis que tengo derecho a saber su contenido?
Hugh vaciló. Él preferiría que ella no conociera el contenido de la
carta. Al menos no hasta que él mismo la hubiese leído. Tal vez ni
siquiera entonces, si eso podía herirla.
Pero, al mirarla a la cara, tuvo la sospecha de que si no le permitía
leerla ahora, él podía sentirse miserable más tarde. Probablemente lo
rechazaría en la cama. Esa el arma más efectiva de una mujer. Hizo
una mueca ante el simple pensamiento. Sí, era la más efectiva. Su
cuerpo ya se estaba encogiendo sólo con pensarlo.
Maldiciendo, sacó la carta del cinturón y se la entregó.

Capítulo dieciséis.
Willa se quedó mirando la carta que tenía en la mano, casi temerosa
de leerla. Su mirada se deslizó hacia su marido. Hugh se había
movido para quedarse delante de la ventana que daba al patio. Lord
Wynekyn también se movió atrayendo su mirada. Parecía ansioso y
un tanto impacientes. Willa supuso que el anciano había deseado
leerla él antes de entregársela a Hugh. Todos los que estaban allí
estaban ansiosos por saber qué decía. Pero Willa, además, estaba
asustada.
Deslizó la mirada hasta Baldulf. El hombre estaba sentado en la
cama, recostado contra unas mantas que habían enrollado y colocado
detrás de él. Cuando su viejo amigo asintió, Willa reunió su valor en la
mano, se sentó en el borde de la cama y abrió el rollo de pergamino. El
estado del mismo fue algo que la sorprendió. Era obvio que alguien la
había abierto y leído muchas veces. Willa dudaba que hubiera sido
lord Hillcrest. La persona que había golpeado a Baldulf en la cabeza
debía haberla leído y releído una y otra vez. Había manchas de ceniza
y de agua, como si se le hubiera caído encima algún líquido
transparentes. ¿Lágrimas? se preguntó.
«Mi querida hija, Willa» —leyó en voz alta consciente de que Hugh se
había girado junto a la ventana y ahora estaba mirándola. Supuso que
él no había esperado que la leyera en voz alta, pero parecía lo justo.
También parecía más conveniente que cada uno de ellos se turnaran
para leer la carta.
Willa aclaró la garganta y continuó.
«Antes de nada, me gustaría decir que te quiero. No podría haberte
amado más aún si hubieras sido de mi propia semilla. Te amo como a una
hija, y como tal, me rompe el corazón contarte la triste verdad que sigue.
Rezo para que me perdones por haber sido demasiado cobarde en vida para
herirte con la historia. Espero que Hugh pueda de algún modo suavizar el
golpe que está por venir. Es un buen hombre, Willa. He seguido sus
progresos a lo largo de su vida. Dale la oportunidad y creo que podrá ser el
mejor de los maridos».
Haciendo una pausa, Willa miró hacia Hugh. Su rostro, tallado en
líneas severas, no mostraba ningún sentimiento. Miró de nuevo la
carta.
«Ahora, la triste historia de cómo acabaste siendo mi hija. Willa, el
secreto está en tu nombre. Te llamé Willa porque tú, en efecto, me fuiste
2
legada . Tu madre te entregó a mí con sus último aliento y me rogó que te
mantuviera a salvo. Te dije que tu nombre era Willa Evelake. Perdóname
por esa mentira. Te diré cuál es tu propio nombre más tarde, pero primero,
has de saber que tu madre era Juliana Evelake. Era una mujer hermosa. En
todos los sentidos. Te pareces mucho a ella excepto por el color de tu pelo.
Tu madre tenía largas trenzas castañas. Tu color rubio rojizo se lo debes a
tu padre»
«Los padres de Juliana la enviaron a la esposa de mi hermano para ser
educada. Mi hermano, Pelles, y su esposa, Margawse, tuvieron muchas
peticiones para educar y entrenar mientras estuvieron en Claymorgan.
Pelles fue uno de los mejores guerreros que Inglaterra ha producido jamás,
y Margawse fue la esposa más perfecta que se podía encontrar en cualquier
lugar. Como dije, eran muy demandados. Incluso yo envié a mi propio hijo,
Thomas, a prepararse con Pelles y allí fue donde Juliana y mi hijo se
conocieron.»
«No conozco todos los detalles de su amistad, pero sé que no hubo nada
vergonzoso para nadie. Su afecto mutuo era como el de un hermano y
hermana. Fueron los amigos más queridos durante cerca de diez años
mientras Thomas se entrenaba para ser un guerrero y Juliana aprendía a
manejar sus deberes de esposa y señora de un castillo. Entonces, poco
después de que tu madre cumpliera dieciséis años, llegó el día de su boda.
El matrimonio había sido concertado hacía años. Diez años. Su prometido
era Tristan D'Orland, un guerrero fiero y muy alabado. Era casi veinte
años mayor que ella y Juliana, Thomas me lo dijo más tarde, tenía miedo de
que pudiera encontrar en él a un anciano aborrecible. Sonrío incluso ahora
con este recuerdo. A los jóvenes, alguien veinte años mayor les parece un
anciano. Pero Tristan estaba lejos de ser viejo. A los treinta y cinco, estaba
en el mejor momento de su vida, era un espécimen fuerte y saludable.
También era un soldado hábil y guapo y se comportaba con confianza en sí
mismo. Creo que Juliana se enamoró de él en el momento que lo vio. Era un
principio muy prometedor. Todo el mundo supuso que estarían muy bien
juntos. Todos menos yo».
Willa se detuvo para aclararse la garganta y murmuró un gracias
cuando Jollivet se apresuró a rellenar la copa de Baldulf con agua de
la jarra que Eada había traído con ella y se la ofreció. La joven tomó un
sorbo, luego otro. Entonces, consciente de que todos estaban
esperando muy impacientes, se aclaró la garganta de nuevo y
continuó.
«Puede que no me creas cuando digo que preví problemas por delante,
pero lo hice. Yo estaba cuando Tristan llegó para la boda. Juliana y Thomas
habían estado paseando juntos en el patio y yo había estado buscando a mi
hijo para preguntarle algo. ¿El qué? No puedo recordarlo, pero importa
poco. Lo que importa es que estaba a unos pasos de distancia cuando
Tristan D'Orland entró en el patio. Su grupo de viaje era grande, su
estandarte estaba desplegado y él guiaba a su grupo en el patio como si
estuviera cargando contra un enemigo. Era obvio que estaba ansioso por
reclamar a su novia. Había esperado diez años. Todo el mundo se detuvo a
contemplar el espectáculo. Incluso yo. Supe el momento exacto en que vio a
Juliana. Incluso desde donde yo estaba de pie, parado, pude ver iluminarse
sus ojos. La reconoció al momento, así que solo puedo suponer que, aunque
ella había afirmaba que nunca lo había visto, él sí la había visto a lo largo de
los años. Pero entonces una nube oscura de furia borró la luz de sus ojos y
miré confundido hacia Juliana. Fue entonces cuando vi que, en su
nerviosismo, ella había cogido a Thomas de la mano. Era algo muy común,
eran muy íntimos, pero esa acción hizo que una expresión de enfado
apareciera en la cara del hombre. Creo que le hubiera gustado derribar a
Thomas y hacerlo caer al suelo en ese mismo momento. Pero, desde luego,
no podía. Me uní a mi hijo y a Juliana mientras él cabalgaba hacia ellos y
desmontaba. Juliana debió haber visto también su disgusto porque
rápidamente se apresuró a presentarnos a Thomas y a mí y explicar que
Thomas era su mejor amigo, el hermano que nunca había tenido. D'Orland
pareció relajarse entonces y fue educado tanto con mi hijo como conmigo.
Pero yo lo observé de cerca durante los pocos días previos a la boda y,
aunque lo ocultó bien, pude ver los celos en él. Odiaba a mi hijo. Lo quería
lejos de Juliana. Yo temí problemas en el futuro, y tenía razón».
«Oh, las cosas fueron bastante bien al principio. La boda se llevó a cabo
sin problemas y Juliana y Tristan estaban muy contentos cuando partieron
juntos hacia Orland. Thomas volvió a Claymorgan para conseguir sus
espuelas de caballero y yo regresé a Hillcrest, y las cosas siguieron su
curso. Yo tenía la intención de hablar con Thomas, de advertirle que fuese
cuidadoso en su amistad con Juliana, que podía causarle problemas a la
joven si no actuaba con cautela. Si lo hubiese hecho, tal vez la tragedia que
siguió podía haberse evitada. Sin embargo, quedé atrapado en disputas y
desacuerdos con mi hermano, Pelles, sobre la gestión de Claymorgan y
olvidé totalmente el asunto, así que Thomas se convirtió en un visitante
frecuente de Orland. Entonces llegó el problema».
«Te lo juro, querida niña, ese día debía haber algo en el aire. Cabalgué a
Claymorgan para tener otra discusión con Pelles sobre el funcionamiento
de la hacienda. Esa vez, sin embargo, no fue como todas las otras. Esta vez
empujé a Pelles demasiado lejos. El desacuerdo estalló en una pelea que
acabó con él reuniéndose con Margawse y Hugh y marchándose en busca
de fortuna como mercenario. Pelles ya no sufriría más por mis mezquinos
celos.»
«Me gustaría confesar ahora a Hugh, si él estuviera leyendo esta carta,
que Pelles tenía razón. No había ninguna razón para aquellas riñas que los
celos por mi parte. Perdí a mi esposa al nacer Thomas y sentía envidia del
consuelo y felicidad que tu padre había encontrado con Margawse. Él me
acuso de eso en aquel momento. Lo negué entonces, pero lo confieso ahora.
Él tenía razón. Los fallos que encontraba en su gestión de Claymorgan eran
el resultado de celos mezquinos. Lo alejé, Hugh. Lo envié a un camino que
hizo que tú y tu madre tuvierais una vida tan miserable y lo lamento.
Willa detuvo su lectura para mirar la cara de Hugh. Él se había
alejado mientras ella leía y todo lo que podía ver era su espalda rígida.
Deseó poder consolarlo de alguna manera, pero Jollivet estaba
empujando la copa de aguamiel hacia ella otra vez esperando,
aparentemente, que ella continuara. Tomó un trago rápido, le
devolvió la bebida y siguió bebiendo.
«Apenas Pelles había acabado de atravesar las puertas de Claymorgan
con Hugh y Margawse cuando Thomas entró a caballo. Yo estaba enfadado
y molesto después de la discusión con mi hermano pero me costó poco más
de una mirada ver que Thomas lo estaba también. Nos retiramos al gran
salón y él me contó la historia».
«No todo iba bien en D'Orland. Yo sabía que Thomas había estado
visitando a Juliana y a Tristan allí, pero no lo frecuentes y prolongadas que
eran aquellas visitas. Al parecer el sobrino de Tristan, Garrod, era el
senescal de D'Orland. Se había hecho amigo de Thomas en su primera
visita y lo había animado a quedarse más tiempo del que él planeaba y a
volver más pronto de lo que, de otra manera, jamás se habría atrevido.
Thomas había pensado que él y Garrod eran los mejores de los amigos.
Había disfrutado de sus visitas, pero había empezado a notar durante la
última de ellas que Juliana parecía un poco menos feliz. Obviamente, ella
todavía amaba a su esposo, pero parecía ansiosa y nerviosa en presencia de
Thomas. Los dos habían paseado juntos a menudo, siempre a la vista, como
era apropiado, pero lejos de los demás para que pudieran hablar en privado.
Pero Juliana estaba evitando esas charlas. En realidad, estaba evitando a
Thomas por completo, hablándole solamente cuando su marido o Garrod
estaban presentes y haciéndolo entonces con una rigidez que lo había dejado
desconcertado».
«No fue hasta que ganó sus espuelas de caballero y la visitó para
compartir su éxito que pudo acorralarla a solas y preguntarle qué estaba
mal. Fue entonces cuando supo lo poco amigo en realidad que era Garrod
para Juliana o para él. Garrod se había enterado de los celos de Tristan y,
en lugar de tranquilizar a Tristan, había exacerbado sus miedos. Durante
todo el tiempo que Garrod había estado animando a Thomas para quedarse
más tiempo y visitarlos más a menudo, había estado usando la frecuencia y
la duración de las visitas para pinchar a Tristan, avivando las llamas de
sus celos. Había hecho de la vida de Juliana un infierno».
«Thomas se fue directamente después de esa conversación y regresó a
Claymorgan. Se sentía mal por el sufrimiento que Garrod estaba causando
a Juliana, pero la única forma que se le ocurrió de ayudarla fue mantenerse
alejado de ella y permitir que los celos de Tristan se alejaran. Decidió
unirse al rey Ricardo en la cruzada. El rey y sus hombres se habían reunido
con el rey Felipe y sus soldados en Vézelay en julio. En septiembre los
ingleses habían partido para Messina en Sicilia. Las noticias decían que
esperarían allí un tiempo. El rey Guillermo II de Sicilia había prometido
una flota para los cruzados, pero Guillermo murió en noviembre y hubo
algunas discusiones sobre la sucesión. Tancredo de Lecce había puesto a la
reina Juana bajo arresto y confiscado el tesoro destinado a la cruzada».
«Thomas decidió navegar hasta Sicilia esperando que los rumores fueran
ciertos. Esperaba encontrarse con los cruzados antes de que zarparan. Yo
no quería que fuera, pero ahora él ya era un hombre y un caballero. No
pude detenerlo. Mi esperanza era que los cruzados partieran antes de que el
llegaran. Al final resultó que la suerte estuvo con él —o en su contra,
dependiendo de cómo se mire—. Ingleses y franceses se vieron obligados a
pasar el invierno en Messina. Thomas pasó el invierno con ellos».
«Los ocho meses siguientes pasaron lentamente. Había alejado a mi
hermano y a su familia y mi hijo se había ido a la cruzada. Había
encontrado un nuevo senescal para Claymorgan, pero Pelles era imposible
de reemplazar. El nuevo hombre necesitaba atención constante. Mi senescal
en Hillcrest había estado conmigo durante años y no necesitaba tanta
supervisión. Yo estaba la mayor parte del tiempo en Claymorgan. Así que
estaba allí cuando llegó el mensajero con la noticia de que mi Thomas no
regresaría de la cruzada. Ni siquiera había llegado a Acre. Habían zarpado
de Messina el diez de abril. Su barco fue uno de los dos que naufragaron en
Chipre».
«Fu un golpe devastador para mí, Willa. Había amado profundamente a
mi hijo. Me hundí en un pozo de desesperación. En ese momento, me
pareció que todo me había sido arrebatado. Lo había perdido todo. Durante
días permanecí sentado mirando a la nada, sin sentir nada, sin
preocuparme por nada. Entonces uno de los hombres entró corriendo en el
gran salón donde yo estaba sentado mirando al fuego. El hombre gritaba
algo sobre una mujer que se acercaba sola a caballo. Una dama. Era algo lo
suficientemente extraño como para sacarme de mi apatía el tiempo
suficiente para ver quién era. Reconocí a Juliana. Estaba embarazada y
angustiada. Lloraba copiosamente y sus primeras palabras fueron para
preguntar dónde estaba Thomas. Cuando le dije que había muerto,
palideció hasta el blanco más espantoso, se agarró el vientre y susurró
'Dios mío, estamos perdidos'. Entonces cayó desmayada de su yegua».
«La hice llevar dentro e instalarla en la habitación de Thomas. Pensé que
era un simple desmayo y que se recuperaría pronto, pero despertó
momentos después agarrándose el vientre y gritando. Estaba de parto y el
Señor sabría cuánto tiempo llevaba así. No debería haber estado cabalgando
en ese estado. Sabía que ninguna mujer elegiría hacerlo. Envié por Eada y,
en el momento en que Juliana dejó de gritar, le pregunté qué había
ocurrido. Me contó la historia entre jadeos. La ausencia de Thomas había
aliviado los celos de Tristan… hasta que se hizo evidente que tu madre
estaba embarazada. Tristan se había alegrado al principio con las noticias,
pero entonces, de repente, sus sentimientos habían cambiado. Se había
vuelto taciturno y malhumorado, sus ojos la seguían acusadores y miraba
su vientre con un odio antinatural. Juliana sospechaba que Garrod estaba
detrás de ese cambio, pero era incapaz de entenderlo. Todo lo que sabía era
que su marido estaba bebiendo más cada día y que su miedo crecía a la par.
Entonces su doncella fue hasta ella aterrorizada. Tal como había temido,
Garrod estaba detrás de este último problema. Había hecho notar que el
bebé había sido engendrado coincidiendo con la última visita de Thomas e
insinuado que el bebé tal vez no fuera hijo de Tristan. La doncella dijo que
Garrod lo animaba a beber y que después le susurraba esas mentiras
malvadas al oído volviéndolo contra su esposa tanto como podía. Juliana
sintió que la indignación y la rabia crecían en ella al saber que su esposo
pensaba algo así… Hasta que la doncella le preguntó insegura, '¿Son
mentiras, no es verdad, mi lady?'»
«Sólo entonces se dio cuenta de qué había parecido a los demás su
amistad inocente con Thomas. Juliana había considerado enfrentar a su
marido cuando la doncella le dijo que Tristan estaba empapado en cerveza y
que Garrod estaba otra vez susurrando a su oído. Ahora estaba animando a
Tristan a ayudar a su esposa a deshacerse del bastardo de Thomas.
¿Deseaba acaso que el fruto de la semilla de otro hombre lo heredara todo?
Garrod estaba sugiriéndole varias formas de deshacerse de ese niño de
paternidad incierta. Tristan siempre podía tener otro con Juliana para
reemplazarlo».
«Tu madre estaba tambaleándose con esa noticia cuando oyó a Tristan
empezar a rugir con furia. Cuando se dio cuenta de que su marido estaba
subiendo las escaleras hasta su recámara, entró en pánico y huyó de la
habitación. Juliana se escondió en la habitación de al lado hasta que él pasó
por el pasillo. Entonces se deslizó fuera de la habitación y bajó las
escaleras. Garrod todavía estaba sentado en las mesa de caballete y gritó
cuando bajó las escaleras corriendo y salió por la puerta, pero no se lanzó a
perseguirla en aquel momento. Juliana supuso que había ido a buscar a su
señor. Mientras tanto, ella corrió a los establos, cogió su yegua y salió
montando del patio renunciando a la silla para salir antes. Había cabalgado
directamente hasta Claymorgan con la esperanza de que Thomas pudiera
mantener a salvo a su hijo».
«Tú naciste momentos después de que ella acabara de contar la historia.
Eada te colocó en brazos de tu madre, después intentó detener su sangrado,
pero fue inútil. Juliana se debilitó rápidamente y, cuando ya no pudo
sostenerte, te aparté de ella. Esa fue mi caída y mi bendición. Incluso
arrugada y con la cara roja, eras una niña hermosa. Cuando tu madre te
dejó a mi cuidado y me rogó que te cuidara y te mantuviera a salvo de
Tristan, no pude negarme. Te convertiste en mi nuevo propósito en la vida.
Mi único propósito».
Willa se detuvo y al instante encontró que la copa de aguamiel
presionaba contra ella de nuevo. La apartó, sollozó y se enjugó las
lágrimas. Lord Wynekyn dio rápidamente un paso adelante y sacó un
pañuelo para limpiarle los ojos. Willa murmuró —gracias — cuando
terminó con su tarea pero entonces se encontró con la tela sobre la
nariz.
—Suena — le ordenó el anciano con energía.
Willa se sonrojó pero se sonó obedientemente en el pañuelo. Lord
Wynekyn asintió con satisfacción y le limpió la nariz como si ella
fuese una niña, antes de dar un paso atrás y asentir para que
continuara.
«Poco tiempo después de tu nacimiento y de la muerte de Juliana,
Tristan entró en la muralla exterior de Claymorgan con Garrod a su lado y
cien soldados a su espalda. Te escondí con Eada en mi habitación y fui a
reunirme con ellos en el gran salón. Tristan estaba enfadado y resuelto.
Cuando reclamó a su esposa, lo llevé a la habitación de Thomas, donde
todavía yacía tu madre. Creo que pensó que Juliana estaba durmiendo hasta
que le dije que había muerto al dar a luz a un niño que había nacido
muerto. Le dije que ella no debí haber estado montando en aquellas
condiciones y pregunté -como si no lo supiera- qué la había llevado a huir
de Orland como si temiera por su vida. Su respuesta fue un grito de
angustia que yo conocía muy bien. Era el mismo dolor que había sentido
por la muerte de mi esposa y por la de Thomas. Casi sentí lástima por él en
aquél momento, pero sus celos habían matado a Juliana y enviado a Thomas
a su muerte y aún eran una amenaza para ti. Nunca preguntó por tu
cuerpo, ni dijo ninguna otra palabra. Levantó a Juliana en sus brazos, la
sostuvo contra su pecho y salió de la habitación pareciendo mucho más
viejo que cuando había entrado ».
«No fue hasta que se fueron que me enteré de que Garrod nos había
seguido escaleras arriba. No entró en la habitación de Thomas y me
preocupó que pudiera haber estado hurgando en las otras habitaciones.
Eada no lo vio, pero yo temí que se hubiera acercado demasiado a mi
habitación y pudiera haberte oído llorar. Mi miedo no se alivió cuando
empecé a recibir informes de que alguien con su misma descripción había
sido visto en la aldea e incluso una vez en la muralla del castillo.
Había perdido a todos los demás, mi dulce niña. Estaba decidido a no
perderte a ti. Decidí que ibas a quedarte en la habitación de Thomas y que
no la dejarías hasta que estuviera seguro de que estabas a salvo. Traje a una
nodriza del pueblo y ella y Eada te cuidaron. Pero un día, Luieus, lord
Wynekyn, vino de visita. Como sabes, habíamos sido amigos desde niños, y
yo estaba demasiado orgulloso para no presumir de ti. Ordené a un
sirviente que dijera a la nodriza que te llevara hasta nosotros. Ella lo hizo y
yo disfruté presentándote a él; después la mujer te llevó de vuelta a tu
cuarto. Yo estaba a punto de explicarle quién eras y tu presencia en
Claymorgan cuando la nodriza empezó a gritar. Luieus y yo corrimos a la
habitación para encontrarla abrazándote con fuerza mientras veíamos con
horror a su propio hijo. Ella lo había dejado en tu cuna mientras te llevaba
conmigo. Ahora su hijo estaba claramente muerto, su cara azul por la falta
de oxígeno».
«Los bebés mueren a menudo sin ninguna razón. Es como si se olvidaran
de respirar. Aún así, sentí que un escalofrío me bajaba por el cuello
mientras miraba a aquel niño y pensaba que podías haber sido tú. Esos
temores no se disiparon cuando me enteré de que un hombre que se
ajustaba a la descripción de Garrod había sido visto bajando las escaleras y
corriendo fuera del castillo poco antes de que se descubriera la muerte.
Decidí no explicarle nada a Wynekyn y mantuve mi decisión sobre el
asunto. Estaba seguro de que el hijo de la niñera había sido asfixiado por
Garrod. Debía haberlo confundido contigo».
«Debería haber acudido al rey entonces. Pero claro, él todavía estaba en
la cruzada y mientras tanto era John quien dirigía el país en su ausencia.
Yo no tenía pruebas, solo sospechas. Tal vez también temí que fueras
arrancada de mi lado -sino para devolverte a tu padre, donde yo sentía que
tu vida estaba en peligro, sí a la corte donde las niñeras reales te criarían.
Me convencí a mí mismo de que lo mejor que podía hacer era permanecer
callado y mantenerte a salvo».
«Tú eras sólo un bebé, Willa. Al principio, fue fácil mantenerte en
secreto. Te hice instalar en la habitación contigua a la mía y estaba más
decidido que nunca a mantenerte escaleras arriba. Eada y la nodriza
siguieron cuidándote. Yo te visitaba diariamente».
«Cuando creciste lo suficiente como para tomar alimentos sólidos y
encontrarte confinada en la habitación, permití que bajaras. Sin embargo,
di órdenes a los sirvientes de que nunca debían hablar de ti fuera del
castillo».
«Los años pasaron y llegó el momento en que debería haberte explicado
esas restricciones, pero no lo hice. Esperaba que me obedecieras sin
cuestionarlo. Nunca se me ocurrió que podías desear jugar al aire libre
como lo haría cualquier niño normal. Tenía a Luvena como amiga y creí
que era suficiente. A medida que pasaba el tiempo sin problemas, mi
vigilancia disminuía, y así fue hasta que -sin mi conocimiento- tú y
Luvena fuisteis capaces de salir a hurtadillas del castillo para jugar. Lo que
ocurrió a Luvena no fue culpa tuya. Erais niñas, comportándose como
hacen las niñas. ¿Qué mal podías pensar que iba a hacer salir a jugar al
sol?»
«No. No fue culpa tuya. Fue mía».
«Fue en mayo de 1199 y tu no tenías ni nueve años. El rey Ricardo había
muerto en abril y John había sido coronado. Como conde de Hillcrest se
esperaba que asistirá a la coronación y le prometiera lealtad. No me di
cuenta entonces, pero tú ya habías salido con Luvena del castillo en varias
escapadas. Las dos habíais evitado la aldea, sin duda por miedo a que
alguien me hablara de vuestras escapadas. Sin embargo, y a pesar de todo,
alguien os había visto una o dos veces y se corrió la voz de que había una
niña, una joven con ricas ropas, corriendo por el bosque con la hija de la
cocinera. La coronación se celebró, juré mi lealtad, rematé algunos otros
asuntos que tenía que atender y volví a casa. Wynekyn viajaba conmigo.
Cuando llegamos a Claymorgan, tú y Luvena habíais desaparecido».
«Todo el castillo estaba alborotado y yo solo aumenté el descontrol.
Estaba furioso de que nadie se hubiera dado cuenta de que salías a
hurtadillas. Caminaba enfadado gritando órdenes y pagando mis
frustraciones con los sirvientes. Interrogué a todo el mundo. Cuando una
de las cosas que averigüe fue que un hombre que se ajustaba a la
descripción de Garrod había sido visto de nuevo en la zona, se me heló la
sangre. Había estado en la corte con Tristán el primer día tras mi llegada,
pero no lo había visto en los dos días siguientes a la coronación».
«Entonces te encontraron. Mi alivio no tuvo límites… hasta que vi a
Luvena llevando tu vestido y tendida pálida y todavía en brazos de Baldulf.
Estaba muerta».
«Sé que al principio pensaste que se había caído, pero los moretones
contaban otra historia. No había sido un accidente. Los moratones
formaban huellas de dedos en los brazos y en la garganta. Yo estaba
horrorizado, totalmente abrumado y -Dios me perdone- muy agradecido de
que no hubiera sido tu vida la que se había perdido».
«Sé que te confundí y te hice daño cuando te envié lejos con Eada. Pero
era lo mejor que podía hacer en ese momento. Difundí la noticia de que
habías muerto, te hice instalar en la cabaña con guardias y me negué a
verte yo mismo. No verte fue la cosa más dura que he tenido que hacer
nunca. Pero temía llevarlo hasta ti. La ausencia de tu dulce rostro fue mi
castigo por mi falta de vigilancia que había causado la muerte de Luvena y
puesto, una vez más, tu vida en peligro».
«Ahora, dado que estás leyendo esto, ya no puedo mantener mi promesa
a Juliana de mantenerte a salvo. Todo lo que puedo hacer es ponerte en
manos de alguien que creo que es lo suficientemente fuerte para hacerlo.
Por eso fue por lo que concerté el matrimonio entre Hugh y tú. Él es fuerte
e inteligente, un guerrero excelente. Lo necesitas, Willa. En el momento en
que te cases, se sabrá de tu existencia. El matrimonio será comunicado al
rey. Tendrás que acompañar a Hugh cuando jure su lealtad como nuevo
conde. Las noticias de tu existencia viajarán a la corte como el fuego.
Tristan sabrá que estás viva y tu vida volverá otra vez a correr peligro… de
tu propio padre, Tristan D'Orland».
«Solo puedo pensar que él todavía cree que eres hija de Thomas. Lo sabría
mejor si alguna vez hubiese puesto los ojos sobre ti. No podría dejar de
reconocerte en él. Aunque todo lo demás es de Juliana, tienes los ojos de
Tristan y su pelo. Tomas era moreno, como su madre. Pero me temo que no
esperará a ver a quién te pareces, sino que enviará a su sobrino otra vez.
Ruego a Dios que si lo hace, fracase y que Hugh sea capaz de mantenerte a
salvo».
Tu Papá que te ama, Richard.

Willa dejó que el pergamino cayera en su regazo y lo miró en


silencio. No estaba preparada para enfrentarse a todos los que estaban
quietos a su alrededor. Todos permanecieron en silencia durante un
momento hasta que lord Wynekyn aclaró la garganta y suspiró —
Bueno… esto aclara las cosas.
—Sí —. Oyó a Lucan estar de acuerdo en voz baja, después dio un
respingo cuando algo pesado se posó en su hombro. Al girar la cabeza
vio la enorme mano de su marido allí posada y su mirada siguió por
el brazo hasta la cara de su marido. La estaba mirando con simpatía
silenciosa. Rápidamente volvió a girar la cabeza temiendo echarse a
llorar otra vez.
—Entonces —Jollivet dio un suspiro dramático —tu primo y tu
padre son los causantes de todos tus problemas.
Willa sintió que su humor se aligeraba al instante ante aquel tono
exasperado. Esbozó una sonrisa retorcida y se encogió de hombros. —
Sí, si mi padre es consciente de las acciones de Garrod.
—Oh, querida —, jadeó Jollivet, su expresión se convirtió en
lástima. —Willa, ¿no puedes creer que el hombre pueda ignorarlo?
Willa volvió a encogerse de hombros y bajó la mirada hasta el
pergamino para darse cuenta de que estaba retorciéndolo entre sus
manos. Se detuvo de inmediato y dijo —Puede que él no lo sepa. Es
posible.
Prácticamente podía sentir las miradas de lástima de todos en la
habitación, incluso de Eada. Todos la consideraban tonta. Y quizás lo
era. Tal vez sólo tenía la ilusión de que podía tener un padre que se
preocupara por ella. Willa se levantó bruscamente y se dirigió hacia la
puerta.
—¿A dónde vas? —ladró Hugh.
—Creo que me gustaría acostarme — dijo y, para su alivio, la dejó
ir. Pero no fue hasta la habitación a acostarse. No directamente.
Primero tenía que hablar con Alsneta.
Encontró a la cocinera en la cocina, revolviendo la comida y
gritando órdenes. Willa la miró desde la puerta un momento, después
entró en la habitación y se acercó a ella.
—¿Alsneta?
La mujer se volvió hacia ella con sorpresa, después sonrió. —Hola,
querida. ¿Viniste a buscar un dulce?
—No —. Willa vaciló, después respiró hondo y dijo —Vine a
preguntarte por qué me quieres muerta.

Capítulo diecisiete
Hugh se quedó mirando la puerta por la que su esposa acababa de
salir, su mente se llenó con su última imagen de ella. La preocupación
lo corroía. Willa, claramente, no estaba dispuesta a aceptar que su
propio padre la deseara muerta. Hugh sabía que ella estaba sufriendo
y se dolía por ella. Deseó haber pensado la manera de evitar que ella
hubiera leído la carta. No la habría herido de esa manera.
—¿Hugh? —La voz de lord Wynekyn llamó su atención.
—¿Sí? —preguntó. Alzó las cejas cuando Wynekyn hizo señas con
los ojos entre él y Baldulf varias veces, después empezó a señalar con
la cabeza en dirección del soldado.
Como Hugh se limitaba a mirarlo confuso, el amigo de su tío
chasqueó la lengua impaciente. —¿No hay algo que deseéis preguntar
a Baldulf? —preguntó significativamente.
La pregunta solo aumentó el desconcierto de Hugh. —¿Lo hay?
—Acerca de la cabaña y de quién podía haberle dicho…
—¡Oh! — Hugh fue hasta la cama y frunció el ceño al hombre. —¿Le
dijiste a alguien que Willa y yo teníamos intención de ir a la cabaña?
—¡No! — Baldulf pareció sorprendido por la pregunta; entonces
arrugó la frente y dijo —Bueno, no realmente. Quiero decir lo hice,
pero… —miró fijamente a Hugh —¿No estaréis pensando… ¿pero no
os siguieron hasta la cabaña?
—No—, le aseguró Hugh. —Los lobos no actuaron como si
estuvieran asustados ni gruñeron. Habrían sabido si había alguien
siguiéndonos, ¿no?
—Sí —. El soldado asintió lentamente. —Así que quienquiera que
encendiera el fuego tuvo que ir más tarde. Lo que significa que sabían
que estabais en la cabaña.
Hugh asintió, su expresión era severa. —¿A quién se lo dijiste?
—A Gawain y Alsneta —respondió Baldulf al momento. —Cuando
llegó la hora del mediodía y no aparecisteis, Gawain aparentemente
fue a preguntar a Alsneta si hoy todavía ibais a comer en la
habitación. La cocinera no lo sabía. Ella y Gawain vinieron a
preguntarme si creía que todo estaba bien y qué debían hacer con la
comida. Les dije que Willa y vos habíais ido a la cabaña y que
probablemente no regresaríais por un tiempo.
—Gawain y Alsneta —murmuró Hugh reflexionando sobre ella.
Entonces se enderezó y miró a Eada. —Haz que traigan un baño para
Willa. Necesita lavarse el hollín antes de hacer ninguna otra cosa. —
Cuando Baldulf empezó a esforzarse para levantarse, Hugh le hizo un
gesto para que volviera a recostarse. —No, Baldulf. Quédate aquí. Yo
la cuidaré. Cuando Willa haya acabado de bañarse, la traeré aquí para
que la vigiles mientras hablo con Alsneta y Gawain.
—¿Quieres que te traiga a Gawain y a Alsneta? —preguntó Lucan.
—No. Todavía no. Puede que esté un rato con Willa pero
agradecería que los encontraras y les echaras un ojo mientras tanto —.
Hugh esperó a que Lucan asintiese y salió de la habitación. Sus
pensamientos, mientras se dirigía a su habitación, eran de
preocupación. Willa había mostrado cierto afecto por la cocinera.
Siendo esa la situación, a Hugh no le gustaba que ninguna sospecha
recayera sobre la mujer. Tendría que ocuparse del asunto
rápidamente. Justo después de ver a su esposa bañarse y de llevarla a
la cama.
Hugh sonrió para sus adentros, y rápidamente borró esa expresión.
Todo aquel asunto era muy serio; Willa había soportado un día largo
y terrible. Como su esposo, era su deber ayudarla a superar este
momento difícil. Y él sabía exactamente cómo hacerlo. La relajaría con
un buen baño ayudándola en la tarea. Tal vez hasta se uniera a ella.
Ese pensamiento lo hizo sonreír de nuevo. Habían pasado poco más
de unas horas desde que se había acostado con su esposa en la cabaña,
pero la simple idea de tenerla húmeda y caliente en la bañera era
suficiente para animarlo, y mucho.
La sonrisa de Hugh permaneció en su cara hasta que abrió la puerta
de su cámara y se encontró la habitación vacía. Parándose en seco,
buscó con los ojos en cada esquina, después abrió la boca y gritó —
¡Willa!
Hubo una ruido inmediato de pies pisando fuerte por el pasillo.
Hugh se giró para encontrar a Lucan, Jollivet y lord Wynekyn de pie
en el umbral de la puerta mirando el interior de la habitación con
preocupación. Detrás de ellas, un tambaleante Baldulf estaba siendo
ayudado por Eada. Todos ellos habían respondido a su rugido.
—¿Dónde está? —preguntó Jollivet alarmado. —¿A dónde iría?
—Dijo que iba a acosarse —, se quejó Baldulf.
Hugh empezó a sacudir la cabeza con desconcierto y frustración. —
Willa no contestó a mi pregunta —, se dio cuenta de repente.
—¿Qué pregunta era esa, hijo? —preguntó lord Wynekyn.
—Cuando le pregunté si había visto quién te golpeó. Empezó a
responder, pero entonces vos descubristeis la carta y… Alsneta y
Gawain —jadeó repentinamente horrorizado. —Las cocinas.
Hugh casi pasó por encima de los hombres en la puerta en su prisa
por buscar a su esposa. Estaba seguro de que Willa había visto quién
había golpeado a Baldulf. Estaba igualmente seguro de que no le
habría dicho quién era, no si había sido Alsneta. La madre de Luvena,
la querida amiga de la infancia que había muerto en su lugar. El tío
Richard podría haber escrito que la muerte de la niña no era culpa de
Willa, pero a su esposa no le gustaba hablar del asunto y le había
dicho a Hugh que sentía el peso de la culpa sobre ella. Willa no
culparía a Alsneta por desear su muerte. Willa empatizaría con ella.

—Yo no… yo nunca —Alsneta vaciló, después se calló, la culpa


retorcía sus rasgos marcados por el tiempo.
—Te vi golpear a Baldulf, Alsneta — le dijo Willa muy seria. —Y el
pergamino tenía el olor distintivo de las cebollas sobre él. Supongo
que lo has estado escondiendo en algún lado ¿no es así?
Los hombros de Alsneta se hundieron.
Consciente del silencio que las rodeaba, Willa miró a su alrededor.
Hasta el último sirviente en la cocina había dejado de trabajar y se
mantenía paralizado mientras todos se esforzaban en escuchar lo que
se decía. Cogiendo a Alsneta del brazo, Willa la empujó hacia la
puerta y salió al jardín que había detrás de las cocinas. Cuando se
detuvo para mirar a Alsneta, los ojos de la mujer estaban llenos de
lágrimas.
—Lo siento —, soltó la cocinera antes de que Willa pudiera hablar
otra vez. —Nunca quise hacerte daño. Quiero decir, claro que lo quise,
al principio. Pero estaba tan enfadada. Pensé que tú, ese día, me
dijeron que las dos, tú y Luvena, estabais muertas. Había pasado diez
años llorándoos a las dos. Luvena y tú estabais juntas, había
empezado a pensar en ti como mía. Perdí a mis dos niñas ese día —.
Se dio la vuelta y se alejó retorciendo el delantal con las manos. —Mis
niñas.
—Alsneta —. Willa la siguió y le tocó el brazo con simpatía.
La cocinera se dio la vuelta y le apartó la mano. —No me toques. No
seas amable conmigo. No me lo merezco. Y no seré capaz de
explicarme y eres amable y me haces llorar.
Willa retiró la mano, sus propios ojos se llenaron de lágrimas. La
mujer no pareció notarlo pero ya estaba llorando. Las lágrimas
silenciosas corrían por su rostro. —Está bien.
Alsneta asintió y luego soltó —Te quería muerta.
Willa se estremeció, pero permaneció callada permitiendo que
Alsneta continuara.
—Eso no es cierto —, se contestó al principio, entonces pareció
confundida y sacudió la cabeza. —No. No al principio. Cuando pensé
que habías muerto, te lloré tanto como a Luvena. No tenía nada más
por lo que vivir. Los días pasaban como si fuesen años. La vida era
interminable. Consideré el suicidio, pero el sacerdote dijo que iría al
infierno y que nunca estaría con Luvena y contigo otra vez. Entonces
la salud de lord Richard empezó a fallar y empecé a pasar casi todo el
tiempo en las cocinas, pero los sirvientes empezaron a hablar de una
hermosa jovencita que lo visitaba en su cámara. Yo sentía curiosidad,
pero no tenía ni idea de que eras tú.
—Fui yo quien lo encontró. Le había estado llevando sus comidas a
la habitación desde que su salud empezara a fallar. Esa mañana cogí
su desayuno, como de costumbre; caminé hasta el dormitorio y puse
la bandeja en el cofre junto a su cama. Cuando me di la vuelta para
mirarlo, supe de inmediato qué había pasado. Su rostro estaba gris y
sin expresión, vacío. Estaba sujetando el pergamino y el nombre de
Willa estaba escrito por fuera. Eso me desconcertó. ¿Por qué moriría
sujetando una carta a una niña que había muerto diez años antes? No
pude resistirme a leerlo.
—No podía creer en la carta. El señor se dirigía a ti como si aún
vivieras, pero yo sabía que estabas muerta. Me lo había dicho él
mismo. Luego leí lo que decía sobre ese día, que mi Luvena había
muerto en tu lugar y que daba gracias a Dios por ello —. La amargura
era obvia y el corazón de Willa sintió dolor por la mujer. Pero Alsneta
levantó a cabeza y prosiguió con determinación. —Otro sirviente
entró y yo oculté la carta en mis ropas. Le dije que el lord había
muerto y envié a por lord Wynekyn. Después recogí la bandeja y me
fui llevándome la carta. La leí muchas veces, una y otra vez. Y cada
vez que leía que ella había muerto en tu lugar y que él estaba
agradecido por ello, yo…
Hizo una pausa y respiró profundamente, luego sacudió la cabeza
como si así alejase su ira. —Lord Wynekyn se fue para informar a lord
Dulonget que ahora era el nuevo conde. Yo tenía intención de
devolver la carta mientras él estaba fuera, pero parece que no podía
alejarme de ella. Entonces llegó Dulonget y lord Wynekyn detrás de
él. Estuve bastante ocupada con los preparativos de la boda y cada
vez que tenía un momento me escabullía y volvía para devolver la
carta, lord Wynekyn estaba allí buscándola en la habitación. Luego
llegaste tú —. Apretó los puños a sus costados. —No me enviaron a
ayudarte ese día, lo fue una de las criadas más jóvenes. Pero la puse a
trabajar en la cocina y ocupé su lugar. Yo tenía mucho que hacer, pero
tenía que ver por mí misma que estabas viva. Creía que la carta no era
más que divagaciones vagas de un hombre enfermo y moribundo.
Sus ojos volvieron a Willa, llenos de una mezcla de ira, pena, pesar
y tristeza. —Habías crecido para convertirte en una joven tan
encantadora… y ahora ibas a casarte con el conde. Mientras que mi
niña yacía pudriéndose en una tumba fría. Yo… —Su voz se ahogó y
Willa no pudo soportarlo más. Dio un paso adelante intentando
alcanzarla para consolarla. Pero Alsneta retrocedió rápidamente.
—Te odié en ese momento —, confesó avergonzada. —Tú vivías
mientras mi niña estaba muerta. Tú eras encantadora y feliz e ibas a
casarte. Yo te quería muerta al lado de mi hija, donde pertenecías.
Donde creía que habías estado todos aquellos años que lloré por ti.
Todo lo que podía hacer era evitar ahogarte con mis propias manos
mientras te ayudaba a vestirte. Tuve que sonreír y admirar tu
maravilloso vestido y tu hermoso pelo y tu maravillosa buena fortuna
mientras la bilis, por dentro, me estaba comiendo viva. Me comió
durante la boda y la primera parte del banquete hasta que no pude
más. Yo… —su voz se rompió.
—Llenaste una jarra con aguamiel y veneno y la dejaste en nuestro
dormitorio —. Las dos mujeres dieron un respingo cuando Hugh dijo
lo que Alsneta no fue capaz.
—¡Esposo! —Willa gritó alarmada, después consiguió forzar una
sonrisa. —Yo…
—Se supone que tú tenías que estar en el dormitorio —. Willa se
estremeció por el tono cortante. Su marido estaba, definitivamente,
enfadado con ella. —Sí, pero bajé a…
—Confrontar a la persona que ha estado intentando matarte desde
que llegaste —acabó por ella con dureza, luego se giró hacia la
cocinera.
—¿Quién era el hombre que me atacó en el claro? ¿Tu amante?
—¿El hombre en el claro? —preguntó Alsneta desconcertada. —Yo
no…
—¿Y quién fue quien prendió fuego hoy a la cabaña? Tu amante
estaba muerto así que supongo que debes haber sido tú. ¿A menos
que hayas metido a tu sobrino en este lío?
—¿Poner fuego a la cabaña? —Alsneta lo miro boquiabierta,
horrorizada durante un momento, después se enderezó. —No sé nada
de un ataque en el claro ni de poner fuego a la cabaña. Envenené el
aguamiel esa primera noche, sí. Pero… —Se encontró con los ojos de
Willa. —Lo lamenté en el momento en que te vi subir las escaleras.
—No lo suficiente para correr y evitar que lo bebiera —dijo Hugh
bruscamente.
Alsneta lo ignoró, su atención se centraba en Willa. —Casi te seguí
para confesarlo todo, pero estaba asustada. Mi única esperanza era
que no tuvieras sed y no la bebieras. Pasé una noche horrible.
—No tan horrible como la mía —, murmuró Hugh con disgusto.
—No podía dormir y, lo poco que dormía, era perseguida por
Luvena que me reprendía por dañar a alguien a quien amaba como a
una hermana. Me alegré cuando lo superaste, agradecida de que no
hubiera funcionado. No he vuelto a intentar hacerte daño, lo prometo.
Aunque podría haberlo hecho. He cocinada cada comida que has
tomado aquí y podía haberte visto muerta hace mucho tiempo si lo
hubiera querido —, añadió en su propia defensa.
—Solo si hubieras querido ver a tu sobrino muerto, ya que lo hice
probador después del primer envenenamiento —comentó Hugh con
sequedad.
Alsneta agitó la mano desechando aquella sugerencia. —¡Bah!
¡Gawain! No siento afecto por él. La posibilidad de su muerte
difícilmente me detendría si hubiera querido a Willa muerta. Fue un
pequeño mocoso fastidioso cuando era niño y es igual de molesto de
mayor. Gawain es un hombres in carácter y codicioso, una mala
combinación. Siempre está buscando el camino más fácil, si la hay. Os
sugiero que mantengáis un ojo sobre él. Os apuñalaría por la espalda
por un par de zapatos.
Hugh permaneció en silencio durante un momento, luego dijo —
¿así que niegas tener algo que ver con el incendio de la cabaña o con el
ataque del hombre en el claro?
—No empecé ningún fuego. Ni siquiera sé cuál es el camino a la
cabaña y al claro del que habláis. No sabía que la cabaña existía —. La
cocinera se preparó para aceptar sus delitos. —No. No tuve nada que
ver con ninguno de esos sucesos. Pero soy responsable del veneno. Y
de coger la carta… y de golpear a Baldulf.
Parecía mortificada y Willa preguntó —¿Por qué golpeaste a
Baldulf?
Alsneta se mordió el labio. —Lo lamento tanto. Lo siento por todo.
Debería disculparte con Baldulf también. No quería golpearlo tan
fuerte. Pero estaba tan asustada. Había ido a la habitación para
devolver la carta cuando por fin encontré la habitación vacía. Estaba
intentando encontrar un lugar en el que lord Wynekyn pudiera no
haber mirado antes para dejarla. Había abierto las contraventanas
para ver mejor pero empezaron a batirse haciendo un estruendo
horrible. Corría cerrarlas cuando te oí llamar a lord Wynekyn. Sabía
que debías haber dejado tu habitación y que vendrías. Renuncié a las
contraventanas, tiré la carta sobre la cama y corrí a esconderme detrás
de la puerta. Pensé que estaba segura cuando entraste y fuiste
directamente a las contraventanas sin que me vieras. Estaba a punto
de escabullirme de la habitación cuando oí a Baldulf gritar tu nombre.
Temí estar perdida. Él llegaría, uno de los dos encontraría la carta y
me descubriría —. Se encogió de hombros. —Entré en pánico. Agarré
un candelabro de la mesa que había a mi lado y en el momento en que
Baldulf estuvo lo suficientemente dentro en la habitación, lo golpeé en
la cabeza y huí.
—¿Para quién robaste la carta? —preguntó Hugh.
Willa miró a su esposo sorprendida, después se dio cuenta de que
su marido debió haber llegado después de que Alsneta le hubiera
explicado lo de la carta.
—Robé la carta para mí.
—¡No me mientas! —dijo Hugh con dureza. —¿Para quién la
robaste? ¿Trabajas para Garrod?
Alsneta se puso muy derecha y se quedó rígida. —No la robé.
Ciertamente, no para el hombre que asesinó a mi hija. Me la llevé para
leerla yo misma.
Hugh miraba a la cocinera con incertidumbre. Sospechaba saber la
causa de su confusión, Willa dijo —Luvena fue educada conmigo
cuando éramos niñas. Papa Richard lo permitió para que yo pudiera
tener compañía. Así es como nos hicimos amigas —. Hugh la miró
asombrado. —Ella… nosotras solíamos enseñarle a Alsneta lo que
aprendíamos cada día mientras ella nos daba dulces en la cocina.
Alsneta sabe leer.
—Ya veo —. Los hombros de Hugh perdieron la tensión. Se frotó el
cuello con cansancio y volvió la mirada hacia Alsneta, su expresión
era sombría. —¿Entonces no robaste la carta ni intentaste matar a mis
esposa para Garrod?
Willa se estremeció ante la ira que se percibía en su voz. Dando un
paso adelante, colocó una mano sobre el brazo de su esposo y lo miró
suplicante. —Estaba perturbada, mi señor. Alsneta creía que yo había
muerto con Luvena. La carta le reveló que Luvena había muerto en mi
lugar. Ella estaba… —Willa se encogió de hombros impotente. —
Alsneta se vio superada por el dolor. Su pensamiento no estaba claro.
Lo lamenta mucho. Nadie resultó herido. No podéis castigarla por…
—¿Nadie resultó herido? —Hugh la miró boquiabierto. —¡Casi te
mata! Vomitaste todo en mi regazo. No pudimos consumar el
matrimonio hasta la noche siguiente.
Willa puso los ojos en blanco ante esas quejas. Al menos, ante las
dos últimas. —Sí, mi señor. Casi muero, pero no lo hice. Y… —hizo
una pausa, entonces pregunto —¿Vomité en vuestro regazo?
—Sí —. La mueca en su cara dijo a la joven que debía haber sido
una experiencia bastante desagradable y Willa notó que se ponía
colorada por la vergüenza. Entonces desechó esas preocupaciones
insignificantes y repitió —Ella lo siente.
Hugh la miró asombrado. —Willa, ella… ¿Cómo puedes perdonarla
tan fácilmente?
Willa dejó que la mano resbalara por el brazo de él y cayera, agachó
la cabeza y dijo —Porque Luvena murió en mil lugar. Fui yo quien
quiso escabullirse ese día. Era un hermoso día de primavera. Luvena
solo estaría de acuerdo si pudiera llevar el vestido dorado nuevo que
papá Richard me había dado antes de partir a la coronación. Murió en
mi lugar y me he sentido culpable por eso durante más de diez años.
Y, en ocasiones, hasta he deseado haber sido yo quien muriera ese día.
Hugh le cogió las manos en un apretón dolorosamente fuerte, y
atrajo la mirada de Willa hasta su cara. Willa consiguió esbozar una
sonrisa triste. —Vos sabéis lo que decía la carta, mi señor. Papa se
sintió agradecido de que hubiera sido Luvena y no yo. ¿Cómo podría
entonces la madre de Luvena no estar amargada por la misma razón?
Todos esos años pensó que habíamos muerto las dos. Lo sintió por
nosotros. Entonces, y totalmente de repente, se entera de que yo
estaba viva, que su hija había muerto en mi lugar y que yo iba a
casarme y a ser su señora. ¿Cómo podría no desear mi muerte
también? ¿Aunque fuese sólo por un momento?
El agarre de Hugh sobre ella se relajó y el caballero dejó escapar el
aliento. Después la soltó por completo. Cuando habló, lo hizo a Willa.
—Lo siento, pero ella intentó matarte. Como poco, no puedo permitir
que siga trabajando en las cocinas donde puede envenenarnos a todos.
Tendré que reemplazarla.
Willa asintió con la cabeza resignada sabiendo que no podría
disuadirlo.
—Tendré que pensar cómo castigarla. No puedo permitir que su
comportamiento quede impune, Willa. Casi mueres —. Se giró hacia
la madre de Luvena. —Por ahora, te mantendrás lejos de las cocinas y
no irás nunca a la planta de arriba. No te quiero cerca de Willa ni de la
comida. Pero quiero que te quedes en el castillo hasta que decida qué
hacer contigo.
Alsneta asintió y se quitó el delantal. Sus movimientos eran lentos y
cansinos. Parecía haber envejecido veinte años en unos pocos
segundos. Willa sintió compasión por ella. Observó con tristeza cómo
la mujer se daba la vuelta y volvía al castilla a través de la puerta por
la que habían salido. Luego se detenía y rodeaba el castillo en su
lugar. Hugh le había ordenado mantenerse lejos de las cocinas y ella le
estaba tomando la palabra.
Una vez la madre de Luvena estuvo fuera de su vista, Willa miró a
su marido. Al momento deseó no haberlo hecho. Hugh estaba
mirando a Alsneta, después la miró a ella y su boca empezó a curvarse
con disgusto otra vez. Willa suponía que estaba recordando que ella
había bajado a las cocinas para enfrentarse a Alsneta cuando le había
dicho que iba a acostarse.
Suspirando, esperó el sermón que estaba segura iba a llegar. Lo vio
abrir la boca e intentó prepararse, pero lo que sea que su esposo
estaba intentando decir murió en sus labios cuando se abrió la puerta
del castillo.
—Oh, bien, la encontraste — dijo Lucan desde la puerta de la
cocina.
—Sí —. Hugh vaciló y luego dijo. —Me gustaría hablar contigo y
con lord Wynekyn. Estaré ahí en un momento.
Lucan asintió. —Te esperaremos en la mesa alta.
Hugh esperó a que la puerta se cerrara y luego cogió a Willa del
brazo y la llevó a través de los cultivos de hierbas y hortalizas hasta
los manzanos que había detrás. Una vez que estuvo lo suficientemente
entre los árboles como para que nadie pudiera oírlos ni interrumpir su
conversación se giró para mirarla y rápidamente empezó a agitar el
dedo delante de la nariz de su esposa.
—Me has desobedecido tres veces hoy.
—No. No lo he hecho, mi señor — lo interrumpió Willa antes de
que él pudiera decir más.
—Sí. Lo hiciste. Te dije que fueras a nuestra habitación cuando
volvimos al castillo.
—Y así lo hice —, señaló rápidamente.
—Sí, pero también te dije que no dejaras la habitación hasta que
llegara Baldulf.
—No tenía intención de hacerlo —dijo en tono de disculpa, —pero
oí un ruido y pensé en investigar. Yo…
—Dejaste la habitación. Sin esperar a Baldulf.
—Bueno, —admitió reticente. —Supongo que lo hice, pero…
—Y no te acostaste después de leer la carta de tu tío, sino viniste
abajo —, continuó.
—No me ordenasteis que me acostara —, protestó Willa indignada.
—Fui yo la que dijo que iba a ir acostarme.
—¡Ajá! Entonces me mentiste. ¡Eso es aún peor!
Willa hizo una mueca, después soltó un profundo suspiro y los ojos
de Hugh bajaron rápidamente hasta el pecho de su esposa. Willa noto
con interés que parte de la ira parecía haber sido desplazada por un
calor diferente. Curiosa, respiró profundamente otra vez y volvió a
suspirar. Los ojos de Hugh se centraron en el pecho que subía y bajaba
distrayendo su interés. Willa se encontró empezando a sonreír.
—Tenéis todo el derecho a estar enfadado conmigo, mi señor —,
empezó de forma tranquilizadora. —Me porté muy mal. Yo… ¡Oh! —
Se detuvo bruscamente para golpearse la pierna.
—¿Qué ocurre? —Preguntó Hugh preocupado.
—Algo me mordió —, mintió inclinándose y empezando a
levantarse la falda.
—¿Dónde? —Hugh estuvo al momento agachado a su lado. La
ayudó a levantarse la falda larga.
—Un poco más arriba, esposo —murmuró cuando él dejó de
levantar la falda cuando estuvo por encima de la rodilla.
Hugh, obediente, subió más la falda de su mujer, entrecerró los ojos
al ver la pierna blanca y la recorrió con una mano. —¿Aquí?
—Un poco más arriba. —Willa se mordió el labio y sintió que sus
dedos se curvaban cuando la mano extendida se deslizó más arriba
por su pierna empujando antes la tela de su vestido.
—No veo nada —. La voz tenía ese tono ronco que Willa estaba
aprendiendo a amar y sintió que empezaba a temblar con
anticipación.
—¿Estáis seguro? Porque definitivamente fue una picadura.
—Pensé que habías dicho que era un mordisco —. Levantó la
mirada y encontró los ojos de su esposa. Algo en su expresión lo hizo
detenerse; entonces las pequeñas chispas en los ojos de Hugh
empezaron a arder y su mano empezó a moverse otra vez. —Tal vez
sería mejor que la besara.
—Sí, por favor. Mejor besadme —susurró Willa cuya voz también
era ronca ahora. Mirándola todavía, Hugh se inclinó hacia delante y
presionó los labios contra la piel de la parte exterior de la pierna,
después sacó la lengua y saboreó la carne pálida.
—¿Mejor?
—Oh, sí, mucho mejor —, respiró Willa.
—Bien —. Se levantó tan de repente que Willa se encontró dando un
paso atrás rápidamente para evitar ser derribada. Hugh la agarró del
brazo para estabilizarla y sonrió. En opinión de Willa, era una sonrisa
malvada.
—Ahora. Si hubieras ido a nuestra habitación como habías dicho
que ibas a hacer, podríamos habernos complacido tal como veo que
deseas. Fui a la habitación para reunirme contigo con los mismos
pensamientos en mente, pero entonces descubrí que me habías
mentido y no estabas donde debería haber estado.
Willa hizo una mueca; su primer intento de seducir a su marido
había terminado en fracaso. Casi renunció a su intento de distraerlo,
luego se recordó a sí misma que ella no era de las que se rendía
fácilmente, así que sonrió disculpándose. —Lo lamento, mi señor. Sin
embargo, antes de que me eches el sermón que me merezco, ¿puedo
hacer una pregunta?
Los ojos de Hugh se entrecerraron con sospecha pero hizo un leve
gesto de asentimiento. —Simplemente me preguntaba… Eso que me
ibas a hacer, ¿puedo hacéroslo yo a vos? ¿Y si es así, lo disfrutarías?
—¿Qué cosa? —Parecía inseguro.
—Sí. Cuando vos… —Vaciló y se sonrojó, después presionó. —
¿Podría besaros ahí? —Se inclinó para presionar la mano contra su
dureza. Reaccionó surgiendo contra los braies, casi pareciendo intentar
saltar a través de la ropa y a su mano. Willa esperó expectante,
mirando con interés como una expresión después de otra atravesaban
el rostro de su esposo. Cuando él consiguió acomodar su cara en
líneas severas y se aclaró la garganta - presumiblemente para intentar
volver a su intención original- ella probó a apretársela. Después le
frotó la mano, porque era algo que se sentía bien cuando él se lo había
hecho a ella.
La severidad dejó el rostro de Hugh cuando gimió. Hugh la agarró,
pero ella se separó fuera de su alcance y se arrodilló ante él que
parpadeó desconcertado. —¿Qué estás… —La pregunta murió
abruptamente cuando Willa le quitó el cinturón y dejó caer su espada
al suelo con estrépito. Después empezó a desatar los cordones de sus
calzas. Cuando la mano de Hugh cubrió de repente la suya, Willa
levantó la vista para verlo mirar furiosamente a su alrededor.
—Alguien podría vernos —siseó preocupada. Willa le apartó la
mano para poder seguir deshaciendo los nudos y lo tranquilizó. —No,
escogisteis un buen lugar, esposo. No nos verá nadie.
Las palabras parecieron recordar a Hugh la razón por la que la
había arrastrado hasta allí y se puso derecho y dirigió a Willa una
mirada feroz. —Esto no va a funcionar, esposa. Tú… Maldición —
gimió cuando ella acabó su trabajo con los cordones y sus braies
resbalaron por sus piernas permitiendo que su erección saliera y
saludara alegremente a Willa. Ella la miró insegura por un momento,
dudando qué hacer, entonces decidió que había solo una manera de
averiguarlo y empezó a experimentar. Empezó agarrándola con una
mano. Como Hugh se quedó sin aliento, respirando a grandes
bocanadas, decidió que era un buen principio. Lo envolvió con su otra
mano, al lado de la primera, de forma que la sostenía en los dos puños
con la punta sobresaliendo. Empezó a depositar besos en esa unta.
—¡Jesú! —exclamó Hugh con un tono mezcla de risa y dolor. —
Willa…
—Decidme qué hacer —dijo deteniéndose para mirarlo con los ojos
muy abiertos y suplicantes. Hugh enfrentó esa mirada durante un
momento, después dejó salir el aire derrotado. —Tócala, bésala,
lámela , acarícialo, tómala en tu boca…
—¿Toda a la vez? —lo interrumpió Willa consternada.
—No. Sólo… ¡Por los dientes de Dios!
Willa había deslizado las manos a lo largo de su verga y frotado las
puntas, pero levantó la mirada al oír la maldición. No estaba segura,
pero le parecía que a su marido le gustaba eso. Su expresión era de
dolor, pero se había agarrado a dos ramas del manzano y se aferraba a
ellas como si estuviera atrapado por un viento muy fuerte. Willa se
animó a probar alguna de las otras indicaciones… que, en su opinión,
habían sido bastante vagas. Le habría ayudado si su marido le
hubiese explicado cómo se suponía que tenía que tocarlo, y si había un
orden por el que debería preocuparse. ¿Tocarlo primero, después
besarla, después lamerla o había habido otra orden entre las
anteriores? Como Hugh no se había molestado en ser preciso, ella
decidió hacer lo que le apeteciera. Ya que ella disfrutaba tanto cuando
su marido ponía la boca sobre ella, eso era lo siguiente que iba a
intentar. Willa lo tomó en su boca. Después de una breve vacilación.
empezó a deslizar la boca a lo largo de su verga. Un gemido por
encima de su cabeza le dijo que aquello era satisfactorio y empezó a
mover la boca con entusiasmo. Recordando que él había mencionado
'lamer', empezó a acariciarlo con la lengua mientras deslizaba la boca
adelante y atrás. Estaba muy complacida con los gemidos, gruñidos y
'arghs' que emitía su marido.
Willa llevaba haciendo aquello sólo unos momentos cuando se dio
cuenta de que Hugh se estaba moviendo hacia arriba. O su verga lo
estaba, y eso la obligaba a estirar la cabeza para mantenerlo en la boca.
Mirando hacia arriba, vio con algo de exasperación que él,
prácticamente, estaba subiendo al árbol. Si no lo estaba haciendo bien,
todo lo que él necesitaba hacer era decirlo y darle más instrucciones.
No había necesidad de intentar trepar para alejarse de ella, pensó,
decepcionada porque puede que no le estuviera yendo tan bien como
había pensado.
Retiró la boca y miró hacia arriba. —Esposo, por favor, no subáis al
árbol. Yo no puedo… ¡Oh! —Fue tomada por sorpresa cuando él soltó
el árbol y la agarró de los brazos para empujarla hacia arriba. Al
momento siguiente, Willa se encontró con la espalda contra el árbol y
a su marido frente a ella mientras la boca de él devoraba la suya. No
intentó protestar por el fin de su experimente. Las manos y la boca de
Hugh estaban en todas partes, moviéndose a la velocidad del rayo y
provocándole todo tipo de sensaciones que la llevaron rápidamente a
la exasperación.
Willa estaba más que lista cuando su marido empezó a levantarle la
falda. Estaba jadeando con pesadez y ligeramente aturdida cuando
bajó la mirada para ver que su vestido había sido desatado y se había
deslizado por los hombros dejando los pechos al descubierto para
placer de su marido. Ni siquiera se había dado cuenta de cuando lo
había hecho, pensó un poco aturdida. Entonces fue distraída de esa
revelación por la mano de Hugh rozando con suavidad la parte
interior de su muslo mientras le arrastraba por encima de la cintura.
Sujetándole el vestido allí con una mano, su marido metió la otra entre
sus piernas. Willa creyó oírlo dar gracias a Dios cuando la encontró
húmeda y preparada para él. Entonces la agarró por detrás de las
piernas, las levantó y colocó alrededor de sus caderas y se deslizó
dentro de ella. Willa gritó cuando la llenó. Hugh la besó de nuevo
mientras se retiraba, después volvió a meterse en ella.
El árbol era duro e incómodo a su espalda, pero Willa apenas se dio
cuenta; su cuerpo estaba lleno hasta reventar con Hugh y las
sensaciones que le causaba. Podía sentir la tensión creciendo dentro
de ella. Sus músculos estaban empezando a apretarlo y Willa supo
que estaba a punto de encontrar esa feliz liberación que disfrutaba
tanto. Él empujó una tercera vez, luego de repente se puso rígido y
gritó.
Willa se aferró a los hombros de Hugh, totalmente confundida,
cuando sintió que él se derramaba en ella. No fue hasta que su marido
se derrumbó contra ella, sosteniéndola con su peso contra el árbol que
se dio cuenta de que todo había terminado. Él había acabado y ella…
ella no. Bueno, eso era muy injusto, decidió. Willa estaba intentando
decidir si debía darle un puñetazo en el brazo y exigirle que arreglara
el problema, cuando Hugh soltó un suspiro de satisfacción y la dejó en
el suelo. Después retrocedió para mirarla.
—Acabaste… No, no lo hiciste —. Se respondió a sí mismo al ver su
expresión irritada. Willa se limpió la falda al bajársela, después se
colocó la parte superior del vestido y Hugh dijo —Lo siento. Me
excitaste tanto que yo…
Willa no se quedó para escuchar. Sorbiendo su disgusto, empezó a
alejarse, ocupándose de los cordones de su vestido mientras se iba.
—¡Willa! Espera, yo… ¡Ooomph!
Una mirada por encima del hombro permitió a Willa ver a su
marido con la cara en la tierra sucia y los braies enredados alrededor
de los tobillos. Le estaba bien, decidió con rencor, y después empezó a
alejarse más rápidamente mientras él empezaba a esforzarse para
ponerse de pie otra vez. Hugh iría tras ella, Willa lo sabía, pero ella no
tenía interés en hablar con él. En realidad, no estaba interesada en
hablar con nadie, se dio cuenta, mientras se acercaba al borde de la
pequeña arboleda de la huerta. Se sentía repentinamente de mal
humor. Tomó la decisión rápidamente. Después de mirar atrás para
ver que Hugh estaba ocupado intentando subirse de nuevo los braies,
Willa se agachó rápidamente y fue hacia su derecha. Se abrió camino
entrando más profundamente entre los árboles en busca del tiempo
que necesitaba a solas. Había sido un día agotador. Habían pasado
demasiadas cosas.
—¿Willa?
Miró alrededor al oír la llamada y se escondió detrás de un árbol
mientras observaba a Hugh correr hacia la puerta que daba a las
cocinas. Estaba atando sus braies mientras lo hacía. Miró hasta que su
marido entró, después empezó a vagar otra vez entre los árboles. Se
dirigía lentamente hacia donde habían estado juntos, pensando que,
probablemente, el huerto sería el último lugar en el que la buscaría.
Solo habían pasado unos minutos cuando oyó el chasquido de una
rama. El pelo en la parte de atrás del cuello empezó a picarle, se
detuvo y giró en un círculo lento buscando con la mirada entre los
árboles. No vio nada, pero de repente se sentía incómoda. Decidiendo
que quizás debería volver al castillo, después de todo, empezó a girar
en esa dirección sólo para detenerse cuando vio por el rabillo del ojo la
espada de Hugh tirada en el suelo. Estaba en su vaina, atada al
cinturón, tirada donde él la había dejado caer cuando ella se la había
quitado antes. Hugh había tenido tanta prisa por alcanzarla que,
aparentemente, la había olvidado. Haciendo un sonido de
exasperación se dirigió rápidamente hacia ella con la intención de
recuperarla.
Casi había alcanzado la espada cuando el sonido de otra ramita
rompiéndose bajo unos pies la alcanzó. Sonaba más cerca, mucho más
cerca. Y esta vez temía mirar a su alrededor. Una descarga de pánico
la recorrió y empezó a recorrer los pocos pasos que la separaban del
árbol que habían usado ella y Hugh. Miró por encima del hombro y su
pánico se volvió fría en su vientre cuando vio que alguien cargaba
contra ella. Inclinándose, agarró la espada de Hugh y se giró para
encarar a su atacante, pero la espada era mucho más pesada de lo que
Willa había esperado y al levantarla mientras se giraba se
desequilibró. Se tambaleó contra el árbol, con la espada medio
levantada cuando se encontró enfrentándose a Gawain.
El sobrino de Alsneta no dijo ni una palabra. Su expresión parecía
algo frenética mientras levantaba su propia espada. Willa sintió que
su corazón se detenía cuando la vio bajar hacia ella, entonces escuchó
un grito y de repente fue arrojada fuera de la trayectoria de la espada
que bajaba. Aterrizó en la hierba sobre su estómago, pero rápidamente
se puso de espaldas y miró la escena detrás de ella. Gawain estaba
boquiabierto, su espada estaba profundamente clavada en su
profundamente clavada en su propia tía. Había sido Alsneta quien la
había apartado del medio.
Gawain se quedó helado durante un momento, luego pareció
recuperarse. Retiró la espada de Alsneta, vio caer a su tía al suelo y
luego se volvió de nuevo hacia Willa.

Capítulo dieciocho
Willa estaba segura de que estaba a punto de morir. Miró a su
alrededor desesperada buscando la espada de Hugh, su corazón se
hundió cuando la vio lejos de su alcance al lado del cuerpo boca
debajo de Alsneta. Willa era incapaz de salvarse ella misma.
Se giró para volver a mirar a Gawain. Él se puso de pie, se afianzó
sobre las piernas separadas y levantó la espada que sostenía. Willa se
tensó cuando él se preparó para bajarla sobre ella. Cuando la espada
empezó a bajar, rodó rápidamente alejándose de su trayectoria. Mugre
y hojas caídas volaron hasta su cara cuando la espada se estrelló
contra el suelo a escasos centímetros de su cabeza.
Apretando los dientes, se puso a cuatro patas. Willa asustada
intentó escapar pero Gawain la detuvo pisándole el vestido,
haciéndola detenerse bruscamente. Willa se levantó entonces, y se giró
para mirarlo apoyada sobre sus rodillas. Si no podía escapar a su
destino, le haría frente. Willa no moriría por una herida de espada en
su espalda. Si Gawain deseaba su muerte, tendría que ser un golpe
frontal. Esperaba que su rostro lo persiguiera durante toda la
eternidad.
Gawain dudó un breve instante y eso fue todo lo que Willa necesitó
para salvar su vida. Al momento siguiente un rugido furioso llenó el
aire. Segura de que reconocer la voz de Hugh, Willa se dejó caer
aliviada cuando el hombre que quería asesinarla se volvió hacia su
atacante. Fue entonces cuando vio que no era Hugh quien había
emitido ese gruñido profundo y salvaje. Para su asombre, el hombre
que ahora luchaba contra Gawain era Jollivet.
Se quedó quieta, boquiabierta ante ese giro de los acontecimientos.
La conmoción la mantuvo paralizada; entonces un gemido
proveniente de Alsneta atrajo su atención. Aún de rodillas, Willa se
arrostró los pocos pasos que la separaban de ella. —¿Alsneta? —
susurró. La mirada se movió sobre la herida de la cocinera y el
corazón de Willa se le puso en la garganta. El hombro de la cocinera
había sido partido a medio camino entre el cuello y el brazo. El corte
era muy profundo. Willa supo que no viviría, pero empezó a intentar
salvarla de todos modos.
—¿Willa? —los ojos de Alsneta se abrieron cuando Willa empezó a
aplicar presión a su herida.
Willa intentó sonreír, pero supo que fue un intento miserable. —
Shhh —. susurró con la voz rota. —No hables, ahorra fuerzas.
—No hay nada que pueda salvarme —, jadeó la mujer. —Me estoy
muriendo.
—No, tú…
—Sí. Deja eso. Sólo me haces daño y no sirve para nada.
Willa vaciló, después de intentar detener el flujo de sangre. De
todos modos, no había funcionado; incluso con las dos manos, no
había podido evitar que la sangre se derramara. Cuando la mano
buena de Alsneta se movió débilmente en el aire, Willa obedeció la
demanda silenciosa y la agarró con fuerza. —Me salvaste.
—Sí —. Fue una exhalación lenta. —Cuando rodeaba el castillo,
miré hacia atrás y vi a Gawain escondido en el borde del manzanal.
Supe que no estaba haciendo nada bueno. Pensé que lo mejor sería
seguirlo. Al principio creí que solo iba a espiaros a los dos. Lo que ya
hubiera sido suficientemente malo, — dijo disgustada y negó con la
cabeza. —Esperé con intención de reprenderlo una vez los dos os
hubieseis ido para que no os sintieseis avergonzados por sus acciones
—. Hizo una pausa para respirar, el aire le hinchó el pecho. —Pero
entonces él cargó contra ti y supe que era el que estaba detrás de todos
los problemas. Él y ese amigo suyo bueno para nada, Uldrick.
—¿Uldrick? —preguntó Willa.
—Sí. Despareció casi al mismo tiempo que ese hombre que fue
asesinado por tus lobos. No lo reconocí con la cara completamente
destrozada, pero tenía el tamaño y el color adecuados. Debía de ser
Uldrick. Él y Gawain deben haber estado trabajando para Garrod. No
podía dejar que te matara. Ese bastardo ya se había llevado a mi
Luvvy —. Dejó escapar el aire en un lento suspiro.
—Gracias por mi vida, —dijo Willa. Las palabras parecían
miserables en comparación con el sacrificio de Alsneta. Había dado su
vida por Willa, una niña a la que había amado y una mujer que había
odiado, aunque fuese brevemente.
—Desearía… —empezó Willa, luego hizo una mueca cuando
Alsneta le apretó la mano con una fuerza repentina.
—No. No cargues mi muerte sobre tus hombros, también —espetó.
—No tienes la culpa. Tampoco fuiste culpable de la de Luvena. Estaba
equivocada. Me tomó por sorpresa y me enfadé con mi dolor
reavivado.
—Pero si no hubiera querido salir ese día… —empezó Willa con
tristeza.
—¿De quién fue la idea la primera vez? La primera vez que os
escapasteis.
Willa parpadeó al oír la pregunta, después admitió de mala gana. —
De Luvena.
—Sí. —El agarre de Alsneta sobre la mano de Willa se aflojó otra
vez. —Lo he pensado mucho. Yo conocía a mi niña. Tú rara vez
cuestionaste la autoridad de lord Richard, pero mi hija… —Soltó un
suspiro tembloroso. —No fue más culpa tuya que de ella. Fue el
destino y ese bastardo de padre tuyo.
—Oh, Alsneta —. Willa se mordió el labio cuando los ojos de la
mujer se centraron en ella. Un ceño fruncido le arrugó la cara.
—No llores por mí, niña. Voy a estar con mi Luvena, mi pequeña
Luvvy —. Sonrió débilmente. Su voz se estaba debilitando a medida
que la sangre de su vida se escapaba. —Estoy preparada para irme.
Una madre no debería ver morir a su hijo. No está bien. La vida te
hace amarga y vieja antes de tiempo.
Sintiendo que las lágrimas corrían por su rostro, Willa giró la cabeza
y levantó el brazo para limpiarlas con la manga de su vestido.
—¿Willa?
Volvió a mirar a Alsneta para ver una mirada de preocupación en
su cara. —¿Sí? ¿Qué?
—¿No crees… Crees que Dios me perdonará por intentar
envenenarte?
Leyendo el miedo repentino en sus ojos, Willa se apresuró a
tranquilizarla. —Sí, Alsneta. Me salvaste la vida. Seguramente eso lo
compensa. Dios te perdonará. Estarás con Luvena.
La mujer soltó un suspiro de alivio y sus ojos empezaron a vagar, la
luz en ellos se desvaneció. —Sí. La he… echado de menos. Ella era…
mi pequeño sol…
—Brillante —, Willa terminó por ella sollozando mientras la vida se
escapaba silenciosamente del cuerpo de Alsneta. Brillante. Era una
frase que hacía eco en su memoria. «Eres mi pequeño sol brillante».
Alsneta se lo decía a menudo a Luvena mientras la abrazaba para
saludarla cuando las dos niñas bajaban a las cocinas en busca de
dulces. «Eres mi pequeño sol brillante, Luvena».
Willa se sentó sosteniéndole la mano hasta que empezó a enfriarse
en la suya, entonces la dejo suavemente sobre el pecho inmóvil de
Alsneta. Se cayó para atrás en cuclillas, sintiéndose repentinamente
débil. Algo duro le estaba presionando las espinillas, pero se tomó un
momento antes de investigar. Moviéndose a un lado, vio la enorme
espada de Hugh.
Dios le había dejado un arma, pero Willa había sido demasiado
débil para usarla. Ahora Alsneta estaba muerta. Agarró la
empuñadura de la espada hasta que estuvo derecha delante de ella.
Era más alta que ella si estaba de rodillas. Agarrándose a sus asas, la
utilizó para ponerla en pie.
—¡Maldito sea! ¡Arruinó mi mejor jubón!
Willa se giró al oír ese comentario exasperado para ver que Jollivet
había despachado a Gawain. Ahora estaba parado al lado del cuerpo
del catador, examinando irritado el roto en su jubón. Dejándolo ir, se
encogió de hombros y le sonrió mientras se dirigía hacia ella. —En fin,
mejor mi jubón que mi piel. ¿Alsneta puede caminar o debo ir a
buscar a Ead… ¡Jesús!
Jollivet se detuvo en seco cuando vio el golpe mortal que había
derribado a la cocinera. Se arrodilló rápidamente a su lado buscando
signos de vida que, obviamente, no estaban allí.

—¡Hugh! —Lucan cruzó el salón hacia él mientras Hugh bajó


corriendo el último escalón de la escalera que conducía a las
habitaciones de arriba. Se había apresurado a volver corriendo al
castillo persiguiendo a Willa. Había atravesado las cocinas y después
el gran salón ignorando el grito de Lucan mientras subía corriendo las
escaleras.
Se le había ocurrido que justo momentos antes, él era el que estaba
enfadado y ella la equivocado. Sin embargo, las tornas habían
cambiado. Y todo porque él no había podido controlar su lujuria hacia
ella.
Para ser justos, Willa no había ayudado en nada. En realidad, ella
había incitado deliberadamente su pasión, sin duda para distraerlo. Y
ella había hecho un trabajo malditamente bueno. Sólo el recuerdo de
ella de rodillas delante de él y tomando su erección en la boca era
suficiente para volver a despertar la pasión que acababa de
experimentar. Tal vez debería ofrecer a su esposa sus más sinceras
disculpas para aliviar sus frustraciones. Luego había abierto la puerta
de su habitación para encontrarla vacía. Al contrario de lo que había
supuesto, Willa no había vuelto a su habitación.
Después de una rápida mirada a la habitación de su tío para ver si
ella estaba allí, empezó a bajar corriendo las escaleras. Pero ahora,
cuando alcanzó el fondo de la escalera donde Lucan lo esperaba, se
adelantó a la pregunta que el hombre quería hacerle al preguntar —
¿Dónde está mi esposa?
Lucan pareció sorprendido por la pregunta. —Estaba fuera contigo
la última vez que la vi.
—Sí. Pero volvió a entrar… ¿No es así? —preguntó con un poco
menos de seguridad.
—No. No pasó por el salón y lord Wynekyn y yo hemos estado
sentados aquí desde que os encontramos a los dos fuera.
—¡Por los dientes de Dios! —Hugh explotó exasperado. La mujer
iba a volverlo loco. Willa no tenía dificultades para obedecer a Eada, o
a su tío cuando todavía vivía. ¿Por qué no podía obedecerlo a él, sólo
un poco? Desde la primera vez que se conocieron, la joven parecía ser
capaz siempre de escaparse de su presencia o de alejarse de su escolta.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Lucan.
—Tuvimos un… er… un desacuerdo —, contestó Hugh evasivo,
empezando a dirigirse hacia las puertas a las cocinas. —Ella se
marchó. Creí que había vuelto al castillo. Obviamente pensé mal.
Debe estar todavía en el jardín.
—Oh —. Lucan estaba siguiéndolo. —¿Sobre qué fue el desacuerdo?
—Nada de tu…
—Maldita incumbencia —. Lucan terminó por él con una risa que
puso a Hugh de los nervios. —No importa. Puedo adivinarlo.
Hugh gruñó al oírlo mientras empujaba la puerta de la cocina. —
Eso es lo que tú te crees.
—¿Crees que no? —preguntó Lucan con un tono de diversión que
hizo fruncir el ceño a Hugh. —¿Entonces, dónde está el cinturón de tu
espada?
Hugh miró hacia abajo al instante y su mano fue automáticamente
hasta su cintura. Cuando no notó nada excepto su túnica abierta, se
detuvo en seco en el centro de la cocina y maldijo con más fuerza.
Lucan se limitó a reír y se dirigió a la puerta que daba a los jardines.
Empujando la puerta hizo un gesto a Hugh con la mano para que
pasara primero. Su amigo, decidió Hugh mientras pasaba a su lado,
tenía una sonrisa demasiado confiada en la cara.
Apenas habían dado media docena de pasos cuando Jollivet salió
corriendo de entre los árboles. Hugh echó un vistazo a la cara de su
primo y se apresuró a reunirse con él. —¿Qué ocurre? ¿Qué ha
sucedido?
Sin aliento, Jollivet agarró el brazo de Hugh con una mano,
señalando el camino por donde había llegado con la otra y jadeó —
¡Gawain atacó a Willa
Hugh no esperó a escuchar más y corrió hacia los árboles. Lo que
encontró hizo que se le detuviera el corazón. Al principio, todo lo que
vio fue una mujer tendida en un charco de sangre. Entonces se dio
cuenta de que el pelo rubio que se había derramado alrededor de la
cabeza de la mujer no estaba salpicado de rojo intenso como el de
Willa, sino que estaba moteado de gris. —Alsneta.
—Sí—, volvió a jadear Jollivet apoyándose débil contra el árbol al
que Hugh había estado cerca de trepar en su excitación.
—¿Dónde está Willa? ¿Está herida?
—No —, le aseguró Jollivet rápidamente. —Willa está bien. Alsneta
la empujó fuera de la trayectoria y ocupó su lugar. Yo estaba
demasiado lejos para ayudar a Alsneta pero llegué a tiempo para
despachar a Gawain antes de que pudiera herir a Willa.
—¿Demasiado lejos? ¿Cómo llegasteis todos a estar aquí? —
Preguntó Hugh desconcertado.
Jollivet se apartó del árbol. —Vi a Gawain en el gran salón cuando
bajamos. Cuando tú corriste a las cocinas en busca de Willa, es se
escabulló por el patio. Estaba comportándose… —se encogió de
hombros. —Raro. Sospeché de él después de oíros decir que él y
Alsneta eran los únicos a los que Baldulf había dicho vuestro paradero
antes del incendio. Así que lo seguí. Rodeó el castillo y llegó a los
jardines por detrás. Se ocultó en el manzanal y os vio hablar con
Alsneta. Cuando Alsneta se fue y te llevaste a Willa más al interior, él
os siguió otra vez. Entonces Alsneta lo vio y empezó a seguirlo a su
vez y yo me vi obligado a seguirla a ella.
—¡Dios querido! ¿Quieres decir que los tres estabais allí cuando…—
Se mordió el labio antes de acabar la frase, rojo de la vergüenza. No
había sido su mejor momento. Si tenían que verlo disfrutando de su
esposa, ¿no podían haber elegido, en cambio, una vez en la que la
hubiera complacido? Al darse cuenta de lo mezquino que era ese
pensamiento, sacudió la cabeza e hizo un gesto a Jollivet para que
continuara.
Parecía ahora que el petimetre se burlaba de él, pero aún así dijo —
Yo no estaba allí, primo. Al menos no pude ver nada. Estaba más
preocupado por vigilar tanto a Alsneta como a Gawain. Aunque estoy
seguro de que Gawain pudo veros desde donde estaba.
—Es bueno que esté muerto, sino tendría que matarlo yo mismo —,
murmuró Hugh dando una patada a la pierna del hombre muerto.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó Lucan, pero entonces levantó
las manos y se echó a reír cuando Hugh se giró hacia él. —No me
importa. Lo sé. No es de mi maldita incumbencia.
—De todos modos —, dijo Jollivet atrayendo de nuevo la atención
hacia él, —después de que los dos terminarais… bueno, después de
que tú terminaras, —se corrigió a sí mismo.
La boca de Hugh se tensó. —¿Creía que no habías podido ver?
—Sí. Pero pude oírlo casi todo. —Sonrió disfrutando de la
vergüenza de Hugh, después continuó —Willa se dirigió hacia el
castillo pero de repente se desvió y volvió a ir hacia los árboles. Una
vez tú conseguiste subir tus braies enredados alrededor de tus tobillos
y empezaste a perseguirla… —Jollivet sonrió cuando Lucan se echó a
reír.
Hugh frunció el ceño y cogió a Jollivet por la camisa. Sacudiendo al
hombre más pequeño en el aire, gritó —¿Mi esposa?
Jollivet se aclaró la garganta cuando Hugh lo soltó y continuó. —
Después de que volvieras a entrar corriendo en el castillo, Willa volvió
hasta donde habíais estado juntos. Gawain empezó a ir tras ella,
Alsneta lo siguió y yo la seguí a ella. Me quedé un poco retrasado
intentando no hacer notar mi presencia a Alsneta. No podía ver qué
estaba pasando delante de ella pero supe que había problemas cuando
empezó a correr de repente. Renuncié a intentar moverme
sigilosamente y corrí detrás de ella. Cuando llegué allí, ya había sido
golpeada y Gawain se había vuelto hacia Willa. Luché con él y gané
—. Se encogió de hombros. —No fue hasta entonces que me di cuenta
del alcance de la herida de Alsneta. Me arrodille para ver si estaba
realmente muerta y mientras lo hacía, Willa escapó corriendo.
—¿Escapó? —barbotó Hugh —¿Por qué no lo dijiste desde el
principio?
—Bueno, supuse que correría hacia el castillo —Su voz se
desvaneció, hizo una mueca y añadió. —Como tú cuando empezó a
volver hacia el castillo la primera vez. ¿Supongo que no volvió al
castillo?
—No —. Hugh se giró en un lento círculo buscando entre los
árboles que los rodeaban. Cuando no vio ninguna señal de su esposa
empezó a regresar por donde habían llegado.
—Puede que haya vuelto a entrar después de que nosotros
saliéramos —sugirió Lucan poniéndose a su altura.
Hugh gruñó ante la posibilidad, pero se detuvo y se dio la vuelta de
repente chocando casi contra su primo. Dio un paso rodeándolo y dejó
que su mirada cayera sobre la zona alrededor del árbol. —¿Dónde está
mi espada?
—Ella la cogió —anunció Jollivet, luego bajó la mirada y sonrió. —
De hecho, era demasiado pesada para ella y la estaba arrastrando.
Hugh siguió la mirada de Jollivet y se relajó cuando vio el rastro
que la punta de la espada dejaba tras ella. Los tres hombres
empezaron a seguirlo.
—¡Ahí estáis! —la llamada de lord Wynekyn los detuvo cuando
salieron de entre los árboles. Los tres hombres miraron hacia la parte
alta del camino con el ceño fruncido. Lord Wynekyn pareció
sorprendido por esa irritación unánime. Su expresión se volvió
cautelosa mientras decía a Hugh y a Lucan —Salisteis corriendo hacia
las cocinas sin una palabra. Empecé a preocuparme de que ocurriera
algo malo.
—Gawain ha asesinado a Alsneta y atacado a Willa —le dijo Jollivet.
—Tuve que despacharlo.
—¿Lo hicisteis? —Lord Wynekyn estaba claramente asombrado.
—A pesar de ser un presumido, mi primo es, y siempre lo ha sido,
muy hábil con la espada. Lo entrenó mi padre —anunció Hugh con
firmeza. Era cierto, desde luego, pero probablemente no habría
defendido al joven de no ser por el hecho de que acababa de salvar la
vida de Willa. Los dos habían estado peleando entre ellos toda su
vida… era así como se mostraban afecto. Jollivet molestando a Hugh
con sus burlas acerca de ser un bárbaro grosero, y él respondiendo
llamándolo petimetre y presumido. Los dos hombres estaban, en
realidad, muy unidos.
—Oh —. Lord Wynekyn parecía dudar pero Hugh no tenía tiempo
para preocuparse por el asunto. Bajando la cabeza, encontró de nuevo
el rastro y empezó a seguirlo de nuevo. Lucan y Jollivet lo siguieron
inmediatamente a un paso a ambos lados de él.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó lord Wynekyn cuando
empezaron a doblar la esquina del castillo y Hugh se dio cuenta de
que el hombre se había unido a ellos.
—Estamos siguiendo a Willa —le dijo Lucan.
—¿Lo estamos? —lord Wynekyn volvió a sonar dudoso. —¿No
deberíamos mirar hacia arriba entonces? ¿Podría ser más fácil
encontrarla así?
—Estaba arrastrando la espada de Hugh tras ella —, explicó Jollivet.
—estamos siguiendo el rastro para encontrar a Willa.
—¿Ella tenía la espada de Hugh? —preguntó lord Wynekyn. —¿Si
ella tenía vuestra espada, estáis seguros de que fue Jollivet quién la
salvo y no al revés?
—¡Yo estoy seguro! —Jollivet gruñó y se detuvo bruscamente. —
¡Maldito sea! Muestra algunos modales y habla con cortesía y todo el
mundo creerá que eres un… —Se detuvo abruptamente cuando Hugh
se giró sorprendido por su arrebato. Después de una breve lucha que
se reflejó en su cara, se relajó. Su sonrisa habitual volvió a relucir. —
Ah, bueno…
Jollivet volvió su atención al rastro y continuó siguiéndolo. Los
otros tres hombres intercambiaron miradas, después se unieron a él.
Ninguno de ellos había visto jamás a Jollivet perder los estribos por la
cuestión de sus modales. Siguieron lanzándole miradas curiosas, pero
ninguno dijo nada mientras seguían el rastro de la espada a lo largo
del muro del castillo.
—¡Maldición! —Hugh maldijo cuando alcanzaron el patio delante
de la fortaleza y el rastro terminó de repente.
Había sido pisoteado por carretas, pies y cascos de caballo.
—¿Qué está pasando ahí? —preguntó Lucan.
Hugh siguió su mirada para encontrar una multitud de soldados y
campesinos reunidos alrededor de la zona de entrenamiento de los
soldados.
Se adelantó con expresión sombría. Tenía el presentimiento de que
Willa estaría involucrada de alguna manera en cualquiera que fuera el
espectáculo que atraía la atención de todo el mundo. Siempre parecía
estar en el centro de todas las cosas cuando había problemas.
Consciente de que los otros hombres lo seguían, se abrió paso entre
la creciente multitud. Sin embargo, hizo una pausa cuando alcanzó el
círculo interior y vio que, en realidad, era su esposa quien había
atraído la atención de esa multitud. Willa había arrastrado su espada a
la zona de entrenamiento y, en ese momento, estaba golpeando con
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ella un estafermo . Lo que estaría bien sino fuese porque era el que se
usaba para practicar las justas. El saco de arena en uno de los
extremos se balanceaba alrededor con cada golpe. No es que ella
pareciese notarlo. Simplemente seguía el escudo del otro extremo,
golpeándolo mientras caminaba en círculos. Parecía estar
terriblemente enfadada. Era la única explicación para su sorprendente
demostración de fuerza.
—¿Qué está haciendo? —preguntó lord Wynekyn alarmado.
—Podéis ver lo que está haciendo —señaló Hugh.
—Sí, pero ¿por qué?
Hugh no sabía la respuesta a eso. Sin embargo, como su esposo,
supuso que era su deber averiguarlo. Moviéndose hacia delante
empezó a seguir a su esposa alrededor del estafermo giratorio.
—¿Esposa?
La respuesta fue un gruñido. Dado que nadie estaba lo
suficientemente cerca para oírlos, Hugh decidió que era
reconocimiento suficiente de su presencia. —¿Qué estás haciendo?
—Estoy practicando.
—¿Practicando? —repitió incrédulo. —¿Por qué?
Para su sorpresa un gruñido se escapó de la garganta de su esposa.
Después refunfuñó —Porque ninguna otra vida se perderá por la mía.
Si hubiera tenido a Baldulf y a los otros entrenándome estos últimos
diez años, podría haber salvado a Alsneta. ¡Pero no! —Sus golpes se
hicieron más rápidos y más fuertes. —Dejé que todo el mundo se
preocupara por mí. ¡Debo aprender a cuidarme yo misma!
Hugh sintió que el corazón latía dolorosamente en su pecho. Ahora,
Willa se estaba culpando a sí misma no solo por la muerte de Alsneta
y la de los demás. Esa era el foco de su rabia actual, una rabia que
probablemente había crecido con los años en los que había
presenciado impotente la muerte de aquellos que amaba. Hugh
entendía el dolor y la ira que ella estaba sufriendo. Pero no estaba
seguro de cómo ayudar a aliviarla.
Empezó probando el «yo, guerrero; tú, esposa». —No, Willa, —dijo
con firmeza —yo me ocuparé de ti. Soy tu marido. Te mantendré a
salvo.
—¿Cómo hicisteis en el huerto?
Sí, ese había sido un enfoque equivocado, pensó mientras las
palabras lo quemaban. Maldición. Willa había apuntado bien sus
palabras. Ya se sentía muy culpable por no mantenerla a salvo y sus
palabras ponían de manifiesto que había fracasado otra vez. Primero,
había permitido que ella fuera envenenada, después había estado
cerca de verla quemarse estando con vida, y, ahora, casi la había
perdido bajo la espada de Gawain.
Hugh se estaba recreando en una especie de autorrecriminación
cuando un golpe en la cabeza lo hizo tropezar. Maldiciendo, se dio la
vuelta para ver el saco de arena giratorio que se había estrellado
contra él y que estaba cerca de volver a hacerlo. Saliendo rápidamente
del camino, corrió tras su esposa.
—Willa, me doy cuenta de que te he fallado… —Eso llamó la
atención de su mujer que se detuvo bruscamente y se giró para
mirarlo boquiabierta.
—¿Qué? ¡No, mi señor! Nunca me habéis fallado.
Hugh se habría tranquilizado más si no supiera que era una
mentira… y si ella no hubiera levantado la espada y esta no vacilara
en sus manos temblorosas. La miró con recelo y abrió la boca para
hablar, pero ella no había acabado. —Habéis salvado mi vida muchas
veces. Matasteis al atacante en el claro antes de que pudiera entrar en
la cabaña.
—Los lobos lo mataron —señaló Hugh con sequedad.
—Lo ralentizasteis hasta que los lobos pudieron ayudaros — arguyó
Willa. —Después, también salvasteis mi vida cuando fui envenenada.
—Eada os salvó con sus pociones. Yo simplemente te sostuve la
cabeza mientras tu… purgabas.
—Además me permitisteis purgar en vuestro regazo —dijo con
firmeza. Los dos hicieron una mueca ante eso y ella se apresuró a mi
seguir —Y hoy, además, salvasteis mi vida cuando me sacasteis del
fuego.
—Yo… —cerró la boca. No podía argumentar contra eso.
Finalmente había hecho algo bien. Entonces su mirada bajo hasta la
cara llena de hollín, y siguió por los cabellos y el vestido chamuscado
que aún llevaba puesto. Estaba hermosa.
—Mi señor marido —Willa dejó caer la espada.
Hugh se vio obligado a saltar a un lado para evitar ser cortado por
la mitad. Casi sin darse cuenta, su esposa dio un paso hacia adelante y
le acarició la mejilla en el mismo gesto de afecto que había provocado
sus celos de Baldulf cuando lo había recibido antes. Hugh sintió que el
calor lo atravesaba. La expresión de ella tenía la misma calidez que
había anhelado cuando ella miraba al soldado.
—Sois un marido fuerte y valiente. Pondréis lo mejor de vos para
mantenerme a salvo. Lo sé. Pero habrá momentos en los que no estéis
cerca y yo tendré que confiar en mí misa.
—Tendrás escoltas…
—No deseo pasar el resto de mi vida prisionera de mis propios
guardias. Además, Baldulf me estaba protegiendo hoy. Todo lo que se
necesitó fue un candelero en la cabeza para hacerlo inútil. Si Alsneta
hubiera deseado matarme, probablemente podría haberlo hecho
entonces. No podéis estar conmigo todo el tiempo. Debo aprender a
defenderme yo misma.
—Ella tiene razón, Hugh.
Hugh se giró sorprendido y vio que Lucan se había unido a ellos. Al
igual que Jollivet y lord Wynekyn. La multitud también se había
acercado más. La mirada de Hugh volvió a su esposa. La contemplo
por un momento, después dio un paso adelante para tomar sus manos
y colocarlas sobre la espada. —Si tienes que hacer esto, lo harás bien.
Así es como se sostiene una espada —le indicó y Willa le dirigió una
sonrisa que hizo que se le agitara el estómago.

—Está mejorando.
Hugh gruñó al oír el comentario de aprobación de Jollivet mientras
ambos observaban a Willa y a Lucan entrenar. Había pasado un mes
desde que Alsneta había muerto salvando a Willa. El tiempo había
pasado sin más incidentes y los días habían seguido un patrón. El
patrón era que Willa se levantaba por la mañana, tomaba un trozo de
pan, bebía una jarra de aguamiel y arrastraba a Hugh al campo de
entrenamientos. Después ella se pasaba todo el día allí hasta la
siguiente comida.
Hugh hizo una mueca. Había sido peor cuando empezaran con su
rutina. Cuando Hugh había insistido en ser el que la entrenara. Esa
había demostrado ser la tarea más frustrante que había emprendido
nunca. Todavía no podía entender por qué la actividad lo había
irritado tanto. Hugh era un buen entrenador de soldados. Había
aprendido del mejor, su padre, y había demostrado ser el más
paciente de los hombres a lo largo de los años. Sin embargo, Willa
había conseguido sacarlo de quicio varias veces antes de que Lucan le
sugiriera encargarse él mismo de la tarea.
Por mucho que odiara admitirlo, ese arreglo había funcionado
mucho mejor. Por lo menos, había menos roces entre Willa y él. Ahora
él se ocupaba diariamente de las tareas que le exigía la dirección
Hillcrest y Claymorgan, y ocasionalmente se paraba a ver como
trabajaba su esposa en el campo de prácticas con Lucan y,
últimamente, también con Jollivet. Su primo no se había implicado en
el entrenamiento al principio. Se había consagrado a pedir a Hugh que
ayudara a Willa con su guardarropa. Jollivet había pasado las
primeras semanas supervisando a Eada y a algunas otras mujeres que
habían demostrado ser hábiles con la aguja. Sólo durante la última
semana, cuando Jollivet había decidido que el guardarropa estaba
avanzando convenientemente, decidió que también podía dirigir su
atención a otras cosas. Desde entonces, se había unido a Lucan en el
entrenamiento de Willa. Ahora Hugh y su primo estaban de pie
mirando a Willa golpear a Lucan con su espada y hacer una mueca
cuando su arma vibraba con el impacto. Estaba empezando a parecer
cansada.
Hugh miró al cielo, sin sorprenderse al ver que el sol todavía estaba
alto. Todavía no era el momento de arrastras a su agotada esposa a la
mesa para cenar. No importaba lo dolorida que estuviera después del
entrenamiento, Willa lo seguiría hasta la mesa y sufriría la comida en
silencio. Pequeñas contracciones de dolor cuando llevaba la comida y
la bebida a la boca eran la única señal del dolor que sufría en sus
músculos.
Una vez hubiera conseguido tragar el último resto de su comida,
Willa arrastraría su cuerpo exhausto hasta el dormitorio. Hugh la
seguiría de cerca pisándole los talones para masajearle los músculos
doloridos con linimento. Si ella no estuviera tan cansada, esas
libertadas excitarían a Willa y él le haría el amor. Hugh contempló las
posibilidades de que eso sucediera esa noche pero no creía que fueran
altas. Willa parecía más agotada de lo que la había visto desde que
empezara el entrenamiento hacía un mes.
—Lucan debe haberla hecho trabajar más duro de lo normal —
comentó.
Jollivet negó con la cabeza. —No más de lo normal. No es necesario.
Willa mejora diariamente. Es como si hubiera nacido para ello.
Debería haber sido un hombre.
—Dios mío, Jollivet —, gruñó Hugh. —Ella no es un hombre. Y ella
es mía. Deja de mirarla como si fuese una pierna de cordero. ¿Por qué
estás todavía aquí, de todos modos?
—Últimamente me he estado haciendo mucho esa misma pregunta.
Desafortunadamente, prometí ayudar con el vestuario de Willa —.
Curvó los labios con disgusto. —Igualmente desafortunado,
últimamente tu esposa tiene más interés en luchar que en vestidos. Es
terriblemente difícil. Apenas puedo hacer que se quede quieta el
tiempo suficiente para una prueba. Aparte de eso, lo ha dejado todo
en mis manos —. Se animó. —Por supuesto, yo tengo un magnífico
gusto. Y Eada y un par de las otras mujeres que hay por aquí son unas
costureras maravillosas. El guardarropa está quedando muy bien. Ya
hay varios vestidos hechos y algunos más casi acabados.
—¿Entonces por qué no se pone ninguno? —gruñó Hugh al oírlo.
—¿Has tenido noticias de Sin Tierra? —preguntó de repente Jollivet.
—Rey John, para ti —, dijo Hugh cortante, después negó la cabeza.
Había enviado una carta al rey el día después del ataque en el huerto.
Había explicado el contenido de la carta de su tío y los últimos
atentados contra la vida de Willa. Había declarado que le gustaría
prometer lealtad como nuevo conde de Hillcrest a la mayor
conveniencia del rey John, y que apreciaría su ayuda para resolver la
situación. Hugh no permitiría que el padre de Willa y su primo
siguieran intentando matarla. Desafortunadamente, Jollivet se había
visto forzado a matar a Gawain antes de que Hugh pudiera hablar con
él. Lo que significaba que no podía probar que el hombre había sido
contratado por Garrod o por lord D'Orland, pero Hugh solo esperaba
que la implicación del rey pudiera poner fin a los ataque.
Tal vez ya lo había hecho, pensó Hugh. No había habido más
ataques contra Willa desde que había enviado la carta. Pero claro,
Gawain, de quien Hugh sospechaba que había sido pagado por
Garrod para matar a Willa, había sido eliminado. Además, Hugh
había situado hombres en las puertas para impedir que entrara en el
patio nadie que no conocieran. Solo deseaba que el rey respondiera a
su misiva. ¿Seguramente había pasado tiempo suficiente para que la
hubiera recibido y contestara?
El choque de metal contra el metal atrajo su mirada hacia la pareja
contendiente. Hugh observó como su esposa atacaba a Lucan. Era
muy agresiva en su asalto y se encontró mirándola con fascinación.
Sus brazos se fortalecían diariamente, su cuerpo se volvía más flexible.
Había notado los nuevos músculos que desarrollaba en la cama,
mientras extendía el linimento sobre la piel desnuda. Sus manos se
desplazaban sobre los músculos duros haciendo, primero, que se
relajasen, y luego, haciendo que se tensasen por una razón diferente.
Hugh permitiría que sus dedos le rozaran los lados de sus senos
mientras trabajaba en su espalda, y vería su centro mientras trabajaba
sus piernas. Entonces le daría la vuelta y permitiría que sus manos se
cerraran ya ahuecaran sus pechos, sus…
—¡Suficiente! —ladró de repente. —Es hora de parar.
Willa y Lucan se volvieron hacia él sorprendidos, pero fue Willa
quien habló. —¡No lo es! ¡Faltan horas hasta la cena!
—Estás cansada —, dijo Hugh con firmeza. Dando un paso
adelante, quitó la espada a su esposa y se la entregó a Lucan.
—No, no estoy cansada —negó Willa cuando Hugh la cogió del
brazo para instarla a seguirlo.
—Entonces lo estoy yo.
—¿Qué es lo que quieres hacer conmigo? —Willa subió corriendo
los escalones para mantenerse a su altura.
—Una buena esposa ayuda a su esposo a relajarse —anunció Hugh
de forma arrogante. Antes de que Willa pudiera protestar, él se
detuvo y la cogió en brazos, después la besó en los labios. Empezó con
un firme —Calla. Soy el rey de este castillo —, beso, pero terminó con un
—Te quiero. Te necesito… ahora — beso.
Las protestas de Willa murieron cuando sus pasiones se agitaron.
Una tarde libre no era para tanto, decidió, y empezó a devolver los
besos a Hugh.
Se sintió zarandeada cuando él empezó a moverse otra vez, pero le
atrapó la cabeza con las manos y se negó a dejar que Hugh rompiera
el beso cuando lo intentó. Cuando Willa le dejó por fin levantar la
cabeza, estaban dentro del castillo y en medio del gran salón. Ahora
que podía ver por dónde iba, su marido empezó a moverse más
rápidamente otra vez. Subió las escaleras al segundo piso y no tardó
en estar pateando la puerta de la habitación para cerrarla tras él.
Willa miró alrededor de la habitación que había sido de lord
Richard. Todavía no estaba acostumbrada a pensar en ella como suya.
Se habían mudado la semana anterior. Gracias a la preocupación de
Willa por entrenar, y a la de Eada y las otras mujeres por hacerle los
vestidos nuevos, había llevado más tiempo de lo esperado limpiar las
cosas de lord Richard y cambiar las suyas. Su atención volvió a ser
captada por Hugh cuando él la dejo en el suelo y empezó a tirar
impaciente de su vestido.
Riendo, Willa le golpeó las manos. —Basta, marido, me rasgarás el
vestido.
Hugh se detuvo para sonreírle. —Una idea brillante, esposa —. En
un instante agarró el vestido de su esposa por el escote y lo rompió
hasta la cintura. Willa contuvo el aliento y lo miró boquiabierta.
—Jollivet ha hecho varios vestidos nuevos para ti —. Estiró la mano
para tocarla en un pecho suave. —Puedes perder este vestido tan feo.
La cabeza de Hugh siguió el camino de la mano y se aferró al pezón.
Willa tragó saliva. Estaba segura de que debía regañarlo por arruinar
un vestido perfectamente bueno. Pero era feo, y él le estaba haciendo
cosas tan deliciosas que no parecía que no podía reunir la energía
suficiente para reprenderlo. en cambio, le sujetó la cabeza entre las
manos y la llevó hasta su boca para besarla. En el momento en que él
empezó a devolverle el beso, Willa permitió que sus manos
empezaran a ocuparse en la ropa de él.
Atacó primero el cinturón. La espada que colgaba de él provocó un
estruendo bastante fuerte cuando cayó al suelo. Luego, empezó a tirar
de su camisa, forzándolo a romper el beso cuando empezó a pasársela
por la cabeza. La joven se rio feliz y le recorrió el pecho con las manos.
Su marido tenía un pecho tan hermoso, ancho y fuerte; era un placer
tocarlo. Willa había aprendido mucho en el último mes, y no todo
había sido en el campo de entrenamiento. Había aprendido a no ser
tímida a la hora de tocar a su marido y ahora sabía varias formas de
complacerlo.
Dejó que una mano cayera y se deslizara por la parte interior de los
braies para agarrarlo y sonrió cuando él gimió. Oh, sí, un descanso era
definitivamente era una buena idea, pensó Willa, mientras él
reclamaba sus labios otra vez. Volvió a deslizar la mano y empezó a
trabajar con los cordones de sus braies deshaciéndolos rápidamente y
sonriendo con satisfacción contra la boca de Hugh mientras las ropa
caía.
Hugh gruño desde lo más profundo de su garganta cuando ella
volvió a acariciarlo y después empujó los restos de su vestido por los
hombros de forma que también ella estuvo desnuda. Empezó a
empujarla hacia la cama pero entonces se detuvo y rompió el beso con
una maldición. Siguiendo la mirada hacia el suelo de su esposo, Willa
permitió que una risita brotara de sus labios. Los braies se habían
enredado alrededor de sus piernas impidiéndole caminar hacia
delante.
Hugh arqueó una ceja ante su diversión y la empujó sobre la cama.
Todavía riéndose, Willa lo observó mientras luchaba para quitarse las
botas y los pantalones y abrió los brazos para él cuando se colocó
encima de ella. Entonces empezaron a besarse en serio. Willa le araño
la espalda y las nalgas con las uñas antes de encontrar su virilidad. Lo
abrazó mientras él le besaba el cuello y le acariciaba los pechos. La
tensión crecía dentro de ella, con su mano libre lo agarró del pelo y le
levantó la cabeza exigiendo un beso. Entonces se giró de repente,
pillándolo por sorpresa, y tumbándolo sobre la espalda.
Inmediatamente se deslizó sobre él, se sentó a horcajadas sobre sus
muslos y se incorporó para sonreír triunfante.
Willa acababa de introducir su dureza en ella cuando un golpe sonó
en la puerta. Los dos se paralizaron por un momento, luego la
irritación cruzó la expresión de Hugh —Fuera.
—Eh… es lord Wynekyn —el anuncio llegó a través de la puerta.
Hugh puso los ojos en blanco, después apretó los dientes cuando
Willa se movió hundiéndolo más en ella. Su voz era áspera cuando
preguntó. —¿Qué ocurre? ¿No puede esperar?
—No, bueno… no. Ha llegado un mensajero del rey.
Hugh maldijo. Willa tuvo ganas de unirse a él pero se limitó a
deslizarse a un lado para sentarse en la cama.
—Bajaré ahora —dijo Hugh y se sentó para besarla. Fue un beso
rápido, rudo; después se puso de pie y empezó a vestirse.
Sintiendo frío sin el calor de su marido para calentarla, Willa se
deslizó bajo la ropa de cama y lo miró mientras se ponía los braies y las
botas otra vez. Después Hugh se inclinó sobre la cama para darle otro
beso rápido y dijo —Espera aquí. Volveré directamente. Después
podemos seguir esta… discusión.
Compartieron una sonrisa y Hugh cogió su túnica. Se la puso
mientras salía de la habitación.
Capítulo diecinueve
Willa se movió sobre las pieles e hizo una mueca en la oscuridad de
la tienda. Tenía una necesidad terrible de aliviarse… otra vez. Era un
problema frecuente en los últimos tiempos, aunque sólo había
empezado a ser un inconveniente desde que habían empezado el
viaje.
Estaban de camino a la corte. Willa no tenía conocimiento de lo que
había dicho el mensajero del rey, pero Hugh había vuelto a su
dormitorio después de encontrarse con él para anunciarle que
partirían hacia la corte al día siguiente. Le había dicho que irían a
prestar el juramento de lealtad y a resolver el asunto de su padre de
una vez por todas.
Su padre. Lord Tristan D'Orland. El hombre que había intentado
matarla. O, al menos, el hombre cuyo sobrino estaba intentando
matarla… presumiblemente por orden suya.
Su incomodidad la obligó a volver a pensar en el asunto en cuestión
y frunció el ceño con disgusto. Habían tenido que detenerse a menudo
y repetidamente ese día para permitir que ella atendiera esa
necesidad. Había sido muy molesto. Y también muy embarazoso, ya
que todo el mundo tenía que pararse y esperar en el camino a que
Hugh la llevara al bosque en busca de un arbusto adecuado. Por
supuesto, él insistía en acompañarla, lo que solo había hecho que el
asunto se volviera más embarazoso todavía para Willa. Esta suponía
que, después de todas las cosas íntimas que habían hecho, era una
tontería, pero encontraba bastante mortificante aliviarse tras un tronco
mientras su esposo vigilaba a unos centímetros de distancia.
Willa se puso de lado y miró la forma oscura de su marido. Deseaba
poder aguantar hasta la mañana. Desafortunadamente, su cuerpo no
estaba cooperando.
Haciendo una mueca, consideró escabullirse por su cuenta para
ocuparse del asunto, pero sabía que eso enfurecería a Hugh. Además,
la idea de arrastrarse sola en el bosque oscuro era desalentadora. Y
además, si hubiese encontrado el valor para hacerlo, había un guardia
sentado junto al fuego en el centro del campamento. No era probable
que pudiera pasar sin ser detectada.
—¿Esposo? —Le dio una sacudida suave. Hugh resopló en su sueño
y se dio la vuelta separándose de ella. Willa lo sacudió más
vigorosamente. —¿Esposo?
Él murmuró en sueños y le apartó la mano.
Willa frunció el ceño. Realmente tenía que ir. Le dio un puñetazo en
el brazo. —¡Esposo!
—¿Qué? ¡Qué! —Se incorporó de inmediato llevándose las pieles
con él. Willa se deslizó fuera de la cama de campaña que ella y Eada
habían hecho antes y palpó alrededor buscando su vestido.
—¿Willa? —Siseó su marido. —¿Qué está pasando?
—Me estoy vistiendo, tengo que ir…
—¿Ir? —Willa podía ver el ceño fruncido en su voz. —¿Ir a dónde?
—Tengo que ir… ya sabes —. Hizo una mueca en la oscuridad y
tras encontró su vestido se lo puso y añadió de manera significativa —
Ahora.
—¿Otra vez? —No había duda de la irritación en su voz. Eso
provocó la irritación en la respuesta de Willa. No era como si ella
quisiera ir. Ni que fuera culpa suya. Simplemente no sabía la razón
por la que últimamente estaba tan acuciada por la necesidad.
—No tenéis que molestaros, esposo. Puedo ocuparme del asunto
por mi cuenta. Simplemente no quería que os enfadarais conmigo por
vagar sola —. Renunció a sus zapatos y salió de la tienda con un sutil
arranque de mal humor.
—¡Willa! —Sonaron muchas maldiciones y susurros dentro de la
tiendo y pudo imaginarlo dando golpes a ciegas buscando su ropa.
Willa ofreció una sonrisa avergonzada al guardia cuando miró con
curiosidad hacia ella, después empezó a dar golpecitos con el pie
mientras esperaba en el exterior de la tienda. Hugh salió lanzado un
momento después vestido solo con sus braies y casi la tiró al suelo en
su apuro. Suspiró aliviado mientras la estabilizaba.
—Pensé que te habías ido sin mí —, explicó.
Asintiendo, Willa se dio la vuelta y abrió el camino hacia los
árboles. No había ido muy lejos cuando su molestia se desvaneció por
el nerviosismo… y eso también la avergonzó. Había crecido en una
cabaña aislada en medio de un bosque. No debería estar tan tensa y
nerviosa ahora. Pero lo estaba.
—¿Qué pasa? —preguntó Hugh en voz baja cuando ella se detuvo.
—No puedo ver a donde voy —mintió. Estaba oscuro pero era una
noche clara y las estrellas brillaban intensamente. Sus ojos se habían
adaptado rápidamente y aunque no podía ver tan bien como durante
el día, podía distinguir árboles, troncos y obstáculos más oscuras
como sombras más oscuras. Simplemente quería que él encabezara la
marcha. Que fue lo que hizo. Cogiéndola de la mano, Hugh la rodeó y
comenzó a guiarla más profundamente entre los árboles.
No pasó mucho tiempo antes de que su esposo se detuviera.
Aparentemente había encontrado un lugar que le parecía apropiado.
Willa miró la mancha oscura e hizo una mueca. De repente se vio
acosada por una lista enorme de preocupaciones: serpientes, hiedra
venenosa, insectos y criaturas de la noche estaban incluidas.
—¿Y bien? —preguntó Hugh.
Willa hizo a un lado sus preocupaciones y se movió a un lado para
encargarse del asunto. No era una tarea tan embarazosa en la
oscuridad como lo había sido a la luz del día y decidió que viajar, algo
que había hecho raramente en el pasado, tal vez no era para ella. En
primer lugar, Hugh no le permitía montar a horcajadas. Ni siquiera
estaba dispuesto a considerarlo. Ninguna esposa suya iba a llevar
braies y montar a horcajadas. Incluso después de pasar un día entero
en una silla de montar encontraba la posición incómoda. Willa no
pensaba en sí misma como en alguien que necesitara de mimos, pero
este asunto del viaje era una maldita molestia para todo.
—¿Has terminado? —Susurró Hugh y Willa puso los ojos en blanco
al oírla. ¿Seguramente él podía oír que no lo había hecho? Para ella,
sonaba tan fuerte como un agujero en una noche silenciosa. Fue ese
pensamiento lo que le hizo darse cuenta de repente de lo silencioso
que estaba el bosque. El susurro de las criaturas nocturnas había
muerto. La noche estaba en silencio. Sabía que era una mala señal.
Terminando rápidamente, Willa se enderezó. Se colocó bien la ropa
y se reunió con su marido. Cuando tocó el brazo de Hugh, lo encontró
duro por la tensión. Casi zumbaba con ella. Willa dejó que su mirada
recorriera las sombras que los rodeaban. Había un árbol, otro árbol,
otro árbol que se movía. Las uñas de Willa se clavaron en el brazo de
Hugh pero, al parecer, también lo había visto, y hasta estaba
agarrándola del brazo y arrastrándola detrás del árbol. Willa oyó su
corazón que palpitaba como un trueno y observó la silueta de su
marido. Estaba intentando juzgar por su pose si él creía que habían
sido vistos.
Después de unos momentos de silencio tenso, Willa susurró al oído
de su marido —El guardia.
Llamar al guardia del campamento para que los ayudara le parecía
una buena idea, pero Hugh negó con la cabeza. Willa se acomodó
para esperar y casi jadeó cuando Hugh le apretó el brazo de repente y
la atrajo lentamente hacia atrás a través de los árboles. Cuando se
detuvo de nuevo después de unos momentos, volvió a presionar la
boca contra la oreja de su marido y preguntó —¿Por qué no llamamos
al guardia?
—Porque podría señalar nuestra posición y, en mi prisa por
seguirte, dejé mi espada en la tienda —le siseó. Luego añadió —El
hombre está entre nosotros y el campamento. Puede ser solo uno de
nuestros hombres buscando aliviarse también, pero no puedo estar
seguro, y sin una espada no me atrevo… —Sus palabras murieron de
forma repentina cuando algo silbó más allá de sus cabezas. Entonces
Hugh la hizo girar de repente y gritó —¡Corre!
Willa empezó a correr a su vez. Corrió casi a ciegas a través de los
árboles e hizo una mueca cuando las ramas le abofetearon la cara y
tiraron del pelo. Era posible que el guardia hubiera oído el grito de
Hugh y pudiera acudir en su ayuda, pero no parecía prudente
esperarlo mientras las flechas volaban por encima de sus cabezas —
porque eso había sido el silbido, una flecha volando. Quienquiera que
fuera la sombra, obviamente no era uno de los hombres buscando
aliviarse.
Consciente de que Hugh estaba a su espalda, vulnerable a cualquier
nueva flecha que el hombre pudiera enviar, Willa corrió tan rápido
como permitían sus piernas. No tenía ningún deseo de perder a Hugh
ahora. Su marido le tiró del brazo girándola hacia la derecha, y Willa
continuó en esa dirección sin interrumpir el paso. Se las arregló para
evitar chocar contra un árbol haciendo una especie de giro que Lucan
le había enseñado para evitar un golpe de espada. La acción rompió
brevemente el agarre de Hugh sobre ella pero cuando volvió a sentirlo
segundos después, se imaginó que él también había evitado el árbol.
Después de varios momentos, Hugh la empujó repentinamente
hacia la izquierda, aunque no tan bruscamente como en el primer giro.
Ella continuó corriendo sin vacilar. Willa estaba segura de que su
entrenamiento durante el último mes era la única razón por la que era
capaz de correr tan rápido y tanta distancia. Estaba empezando a
cansarse cuando los árboles desaparecieron de repente. Eso la hizo ir
más despacio. Sin estar preparado para esa acción tan repentina de su
parte, Hugh le pisó dolorosamente el talón por detrás. A pesar de eso,
Willa se sintió agradecida por su propia cautela cuando se dio cuenta
de que la oscuridad más profunda que tenían delante era el borde de
un acantilado. Se detuvo en seco al momento, extendiendo los brazos
para evitar que Hugh pasara corriendo junto a ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó agarrándola para equilibrarlos a ambos.
Entonces se acercó a ella y miró por el borde del acantilado donde ella
se había detenido. Una maldición se deslizó de sus labios mientras
miraba el agua que burbujeaba mucho más abajo. Se dio la vuelta de
inmediato y Willa pudo ver sus ojos buscando frenéticamente un
escondite a la luz de la luna. Ahora que habían salido del bosque,
había mucha más claridad. La suficiente para ver sus rasgos y
expresiones. La suficiente para ser un buen blanco.
—Los árboles —dijo al fin y la cogió del brazo para tirar de ella
hacia atrás por donde habían salido. —Vamos a subir a uno y esperar
que no nos vea.
—Pero ¿y si lo hace? —protestó Willa intentando soltarse. —
Seremos como palomas regordetas para que él nos alcance con sus
flechas.
Hugh se detuvo y miró a su esposa, con la frustración hirviendo en
su interior. Podía oír a su perseguidor acercándose entre los árboles.
El hombre no estaba demasiado lejos. No era un momento para que
Willa cuestionara sus decisiones. ¿Por qué no podía limitarse a
obedecerlo? —Esposa…
—Marido —replicó Willa rápidamente. —Los árboles son el primer
lugar en el que mirará. No esperará que me habas saltar contigo. Y
mira —. Extendió los brazos y atrajo su mirada hacia la camisa blanca
que llevaba. —Me vestí en la oscuridad. Creí que había cogido mi
vestido, pero no, es mi camisa.
Hugh tragó saliva cuando sintió que la alarma lo atravesaba. La
camisa blanca era muy visible en la noche.
—Vamos a saltar. —Soy una buena nadadora. Pasé muchos días
nadando cuando nos mudamos a la cabaña.
Los sonidos que hacía su perseguidor mientras corría hacia ellos
sonaban peligrosamente cerca, pero Hugh todavía vacilaba. Consideró
sus posibilidades; las de ella, las de él, las de los dos. Finalmente
asintió y la instó a volver hasta el borde del acantilado. Miró hacia
abajo y casi cambió de opinión otra vez. Era un descenso
terriblemente largo, un salto arriesgado. Desafortunadamente era
demasiado tarde para cambiar de opinión. Se dio la vuelta y tiró de
Willa contra él para darle un beso rápido, después la instruyó —Nada
río abajo hasta donde te atrevas. Te sugeriría que intentaras regresar al
campamento, pero es demasiado arriesgado. Podrías encontrarte con
nuestro perseguidor. En vez de eso, sigue el río hasta el siguiente
castillo e intenta conseguir ayuda allí.
Incluso en la noche puedo verlo fruncir el ceño. —¿No vais a venir
conmigo? ¿Me enviarás por mi cuenta?
La expresión de Willa era torturada. —Willa… No nado.
—Me lo dijisteis en el río, mi señor. Pero no creéis que podría ser el
momento de hacer una excepción?
—No. No lo entiendes. No sé nadar.
—¿No sabéis? —Se quedó en silencio por un momento y luego sus
ojos se agrandaron al comprenderlo. —¿Queréis decir que no podéis?
¿Que no sabéis cómo?
Hugh hizo una mueca. Él prefería el 'no hago' al 'no puedo'.
Siempre había dejado de lado las actividades frívolas como la poesía y
la natación por otras más alabadas en el campo de batalla. Las
habilidades que había elegido perfeccionar le habían servido bien.
Hasta que había encontrado a Willa. Sólo últimamente esas
habilidades menos alabadas parecían ser casi necesarias. Willa no lo
obligó a admitir esa falta en sus habilidades. En su lugar, preguntó —
¿Qué vais a hacer?
—Treparé a un árbol.
—¡No podéis! —gritó Willa. —Ya no hay tiempo. Está casi sobre
nosotros.
—Más razón para que te vayas. Ahora. —La urgió a acercarse al
bosque.
—Esposo, por favor, venid conmigo. Nadaré por los dos.
Hugh empezó a negar con la cabeza, pero ella le atrapó la cara con
las manos. Su mirada ardió en la suya en la oscuridad. —Debéis
confiar en mí, esposo. No dejaré que os ahoguéis. Os amo.
Hugh se quedó congelado ante esa revelación. Era el peor momento
para que ella revelara algo así, y absolutamente, el mejor. Pero ¿se
atrevería a permitir que ella intentara cargar con los dos hasta un
lugar seguro? Creía que él no tenía ninguna oportunidad si no saltaba.
También creía que no tenía ninguna oportunidad si saltaba solo. Pero
Willa… Hugh estaba seguro de que ella tenía una oportunidad sola,
pero que él sería una carga que disminuiría sus posibilidades.
—Confiad en mí —rogó Willa.
Roto, Hugh cerró los ojos. De repente, las palabras de la bruja
corrieron por su cabeza como si las estuviera susurrando a su oído. Lo
que veo es que estáis encaramado en un precipicio. Si elegís un camino, todo
irá bien. Si elegís otro… muerte.
Un sonido ronco atrajo su atención y abrió los ojos para ver que ella
se había quitado la camisa para que no la obstaculizara. Willa caminó
desnuda delante de él y le tendió la mano.
Hugh vaciló brevemente y luego la cogió. En el instante siguiente
los dos saltaron y estaban volando hacia el agua bajo ellos.
Aterrizar en el río fue como saltar en una colina de nieve. Willa se
quedó sin aliento con el golpe, después cerró la boca cuando el agua le
cubrió la cabeza. Cayó disparada y golpeó el fondo del río con una
sacudida. Apretó los dientes contra el dolor y empujó hacia arriba. Su
mano apretaba la de su marido arrastrándolo con ella. El alivio la
recorrió mientras salía a la superficie, pero entonces Hugh empezó a
intentar liberar la mano. Tragando aire, se giró en el agua, Hugh no
sabía cómo mantenerse a flote y estaba empezando a entrar en pánico.
Willa se acercó rápidamente y le envolvió el brazo bajo la barbilla
tirando de él contra su pecho para mantenerle la cabeza por encima
del agua.
—No luches —jadeó sujetándolo más fuerte cuando él empezó a
luchar instintivamente. Afortunadamente, Hugh ignoró sus instintos y
obedeció casi al momento. Willa sintió que el alivio la recorría otra
vez. Podían hacerlo. Ella podía hacerlo. Su mirada se deslizó por el
acantilado y vio la sombra oscura del hombre de pie en el borde.
Estaba mirando el río, pero no creía que él pudiera verlos. En ese caso,
estaría apuntando con el arco hacia ellos. Aún así, Willa dejó de luchar
inmediatamente contra la corriente, dejando que el río los llevara
corriente abajo y lejos de él.
Viajaron una buena distancia de esa forma antes de que Willa
juzgara que habían ido lo suficientemente lejos; después cortó hacia la
orilla en un ángulo amplio de forma que desperdiciara la menor
energía posible luchando contra la corriente. Aún así era una batalla
agotadora arrastrarlo pulgada a pulgada hasta la orilla del río. Hugh
estaba intentando ayudarla pateando con sus piernas, pero era menos
que útil, especialmente porque la golpeaba con cada movimiento. Casi
le pidió que parase, pero decidió no hacerlo. Ya era bastante duro para
él sin quitarle la pequeña ilusión que podía tener de estar ayudando
en su huida. Willa era muy consciente de que su marido sentía que le
había fallado varias veces desde que se casaran. Su orgullo masculino
no necesitaba más golpes.
—¿Estás bien? Si te estás cansando, déjame ir. Sálvate a ti misma —
dijo Hugh, y de repente Willa se dio cuenta de que se estaba
cansando. Estaban empezando a dolerle los músculos e,
inconscientemente, había frenado sus esfuerzos. Sin embargo, no iba a
dejarlo ir.
Willa giró la cabeza para ver que habían cubierto tal vez la mitad de
la distancia hasta la orilla. Deberían haber llegado más lejos, pero
entonces se dio cuenta de que la corriente se había vuelto más rápida.
El río debía ser menos profundo allí. Dejó caer un pie esperando
encontrar el lecho del río, pero todavía era demasiado profundo.
Apretando los dientes, renovó sus esfuerzos, agradecida por las
semanas de entrenamiento que le habían fortalecido los músculos y le
habían enseñado a continuar con el dolor. Hizo lo mismo que había
aprendido a hacer en el campo de entrenamiento; ignoró el dolor y
contó los golpes para distraerse. El truco funcionó. Aún así, cuando de
repente su talón rozó el suelo sólido una eternidad más tarde, podía
haber llorado de alivio.
Willa dejó caer las piernas al momento y se tambaleó por un
instante mientras trataba de conseguir el equilibrio. Aparentemente,
pensando que su fuerza se había agotado, Hugh empezó a luchar
intentando agarrarla y mantenerla sobre el agua incluso cuando él
mismo se estaba hundiendo. Después sus propios pies chocaron
contra el lecho del río y Willa lo oyó murmurar 'Gracias a Dios',
mientras se levantaba y la ayudaba a mantenerse en el agua. La
corriente era fuerte y Willa estaba tan cansada que necesitó su ayuda
para trastabilló hasta la orilla.
En el momento en que estuvieron fuera del agua, Willa se dejó caer
de rodillas en el suelo. Hugh se arrodilló a su lado con la
preocupación inundando su rostro.
—¿Estás bien? —preguntó abrazándola con fuerza mientras ella
empezaba a temblar. Willa sintió como las manos de su marido
empezaban a frotarle la piel intentando calentarla. Hugh le frotaba los
brazos vigorosamente, después las piernas y después empezó con la
espalda y los costados. Los músculos de Willa empezaron a relajarse y
algo del frío la abandonó. Estaban a salvo. Habían escapado de su
perseguidor y del río. Nada más importaba. Ni su agotamiento, ni el
frío, ni su desnudez…
Willa se apartó de él y se incorporó con un graznido.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hugh mirando alarmando a su
alrededor.
—¡Estoy desnuda!
Hugh se relajó, una gran sonrisa cubría su rostro mientras las
friegas se convertían en un movimiento más parecido a una caricia. —
Sí. Lo estás, mi señora esposa. Me gustas más de esa manera.
Willa puso los ojos en blanco chasqueó la lengua impaciente
mientras peleaba por levantarse. Solo un hombre podía ver aquella
calamidad como una ventaja. ¡Él no tenía que volver al campamento
tan desnuda como el día que llegó al mundo!
Hugh estaba de pie a su lado, su expresión lasciva se desvaneció por
la preocupación. —Tal vez deberías descansar un poco más. Te
esforzaste mucho para salvarnos.
—Nos salvamos —, dijo Willa con firmeza y se lanzó en la dirección
que pensaba los llevaría de vuelta al campamente.
—Tú nos salvaste —la corrigió Hugh que no sonó demasiado
complacido al decirlo.
—No —insistió Willa golpeando las ramas que intentaban golpear
su tierna carne mientras luchaba contra ellas. —Nos salvamos. Tú nos
salvaste primero, después yo nos salvé a los dos. Nos salvamos.
—¿Cómo nos salvé yo? —preguntó Hugh asombrado
adelantándose a ella para sujetar una rama y apartarla de su camino.
—Nos salvaste en el bosque al notar la presencia de nuestro
atacante y después protegiéndome con tu cuerpo mientras corríamos.
Hugh resopló al oírla y volvió a apartarle otra rama del camino. —
Eso no nos salvó. Podías haber corrido sola por el bosque.
—Pero no lo hice. Yo ni siquiera me di cuenta de que había un
problema y no lo tendría en cuenta. Me hubiera sentado allí sin
sospechar nada como un faisán gordo para que él le disparara —.
Hizo una mueca. —Puedo imaginar mi epitafio. 'Aquí yace Willa
Dulonget, con el corazón atravesado mientras drenaba el dragón'.
Dios querido, las plañideras se reirían contra las mangas.
Oyó lo que sonaba sospechosamente como un resoplido de risa de
Hugh; después él se aclaró la garganta y preguntó, —Er… ¿dónde
escuchaste esa expresión?
—Baldulf —, dijo Willa y luego maldijo e hizo una pausa para
frotarse el pie. Había pisado algo afilado. soltando el pie mientras el
dolor disminuía, empezó a caminar de nuevo y explicó —Lo usaba
todo el tiempo. Cuando era pequeña, pensaba que realmente iba a
drenar un dragón, aunque no estaba segura de cómo lo haría, y de qué
haría exactamente. Pero tenía curiosidad y quería descubrirlo, pero
Eada me atrapó escapándome para intentar ver al dragón y tuvo que
explicarme que no era lo que yo pensaba.
—Hmmm. —Empujó otra rama fuera de su camino. —
Aparentemente, no hizo muy buen trabajo en la explicación.
—¿Qué quieres decir? —preguntó indignada. —Por supuesto que lo
hizo.
—No. No lo hizo. Sino, no la habrías usado.
Willa dejó de caminar para darse la vuelta con las manos en las
caderas. —¿Por qué?
—Tú no tienes un dragón que drenar.
La joven parpadeó confundida por esas palabras, después bajó la
mirada hasta los pantalones de su marido y sus ojos se abrieron al
entender. —Oh.
—Sí. Oh —. Hugh rió y la levantó en brazos cuando ella pisó otra
cosa y se detuvo otra vez para frotarse el pie. Willa empezó a
protestar, pero él se limitó a sacudir la cabeza. —Calla. Nos sacaste del
agua. Te llevaré de vuelta al campamento. Solo descansa.
Después de dudar, Willa apoyó la cabeza contra el pecho de su
esposo y se rindió. Estaba más calentita en sus brazos y no tenía que
preocuparse de pisar cosas. ¿Para qué alborotar?
Cayeron en un silencio amistoso mientras él la llevaba. Willa habría
hablado pero no deseaba imponerle hablar mientras cargaba con ella.
Eventualmente, los ojos empezaron a cerrársele y bostezó. Antes de
que ella se diera cuenta de que se estaba acercando, el sueño la
reclamó.
Willa no estuvo segura de cuánto tiempo había dormido cuando
volvió a abrir los ojos. Hugh todavía la llevaba en brazos, pero la
noche parecía más clara. La mañana se acercaba.
—¿A qué distancia… —empezó, pero él la hizo callar y de repente
disminuyó el paso. Willa se tensó en sus brazos.
Después de varios momentos de silencio, no pudo soportarlo y
preguntó en un susurro ansioso, —¿Qué ocurre? ¿Oísteis algo?
—Sí. Creo que los hombres se están acercando. El guardia debe
haber oído mi grito. Han enviado un grupo de búsqueda —. Le
frunció el ceño y después a los arbustos que los rodeaban. Se dirigí
hacia los que estaban a su derecha y después se detuvo.
Evidentemente, dudaba sobre si dejarla allí, pero le disgustaba
igualmente la idea de que los hombres la vieran desnuda.
—Cúbrete con el pelo —, le sugirió por fin. Willa empezó al
momento a empujar su pelo húmedo y ponérselo delante de los
pechos y estómago. Desafortunadamente no era tan largo como antes.
El incendio en la cabaña había chamuscado bastante y Eada había
tenido que cortárselo a la altura de la cintura. La dejó descubierta de
cintura para abajo. Pero Hugh cambió su agarre de forma que su
brazo derecho quedara debajo de su trasero. La levantó de forma que
su torso quedó contra el suyo. Todo lo que se vería era parte de su
trasero. Ya era suficientemente mortificante.
—Nuestro atacante falló. Pero ha demostrado ser persistente. No te
dejaré desprotegida.
Los hombros de Willa se hundieron con resignación. Hundió la cara
contra el pecho de su marido cuando sonó una llamada entre los
árboles y Hugh gritó. Hubo una oleada de actividad inmediata y Willa
supuso que los hombres habían echado a correr. Después escuchó lo
que sonó como varias personas chocando en el claro. Los hombres
debían haberse detenido en seco al verlos ya que se produjo un
abrupto silencio y Willa pudo sentir varios pares de ojos sobre ella. De
repente, estaba muy agradecida de que no estuviese inundado le luz
porque estaba segura de que estaba sonrojada de la cabeza a los pies.
—¡Jesús! —Pensó que era Lucan. La exclamación apenas sin aliento
pareció actuar como una señal para todos. De repente hubo un runrún
a su alrededor y chasquidos de ramitas mientras los hombres se
acercaban.
Willa sintió que una prenda caliente se envolvía sobre ella y
parpadeó para abrir los ojos. Se giró para ver que efectivamente había
sido Lucan a quien había oído. Se había quitado el jubón y ahora
estaba colocándoselo alrededor de la cintura y las caderas. Cuando
abría la boca para darle las gracias vio que Jollivet también estaba allí,
y se estaba quitando su propio jubón. Se apresuró a cubrirle la parte
superior del cuerpo. Baldulf estaba justo detrás de él con el suyo. Se lo
pasó por encima de las piernas. Mientras daba un paso atrás otro
hombre estaba dando un paso adelante para ayudar a cubrirla.
Willa miró a su alrededor con asombro. Había al menos seis
hombres más en fila para cubrir su desnudez. Obviamente, ella ya no
estaba desnuda. De hecho, con una prenda tras otra apiladas sobre
ella, Willa se encontró con un nuevo problema. Estaba empezando a
tener demasiado calor, pero descubrió que no tenía corazón para
rechazar ninguna de las ofrendas. Se veían todos tan solemnes
mientras la enterraban bajo una montaña de prendas que cualquiera
podría pensar que estaba muerta. Así que Willa sufrió el ahora
incómodo calor y murmuró su agradecimiento, sintiéndose aliviada
cuando Hugh gruñó y empezó a caminar otra vez.
Escuchó distraída cómo Lucan confirmaba que el guardia había
oído el grito de Hugh, despertado a los demás y cómo se habían
apresurado a buscarlos con antorchas. Lucan había encontrado la
flecha en el árbol, y Baldulf, su vestido en el acantilado. Habían
deducido lo que había ocurrido y empezaron a seguir el curso del río
en su busca.
Mientras los hombres hablaban, de repente, Willa se dio cuenta de
algo. Su marido hablaba de forma distinta cuando había hombres a su
alrededor a como lo hacía cuando estaba solo con ella. Con los
hombres cerca solía gruñir, asentir y hacer comentarios cortos, de una
o dos palabras. Cuando estaba a solas con ella, a menudo decía frases
completas. Hugh también tendía a hablar un poco más alto, a
enderezarse y abrir los hombros para que parecieran más anchos, y a
mantener una expresión mucho más severa con los hombres
alrededor, pero no se molestaba cuando estaban a solas.
Reflexionó sobres esas peculiaridades todo el camino de vuelta al
campamento, y aún las estaba considerando cuando Eada se apresuró
a llegar hasta ellos.
—¿Estás bien? —preguntó la mujer ansiosa siguiendo a Hugh
mientras la llevaba a la tienda.
—Sí —. Willa le sonrió por encima del hombro de Hugh. Después
su marido entró en la tienda.
—Dejadme verla —ordenó Eada, apartándolo del camino en el
momento en que él la depositó sobre su cama improvisada.
Willa dirigió a su esposo una mirada compasiva cuando fue
apartado de su camino. Su expresión era de disgusto y ella sabía que a
veces Hugh encontraba difícil soportar las órdenes de Eada.
—Fue una noche fría para nadar —empezó Eada mientras
empezaba a quitarle jubón tras jubón entregándoselos a Hugh.
Willa se limitó a hacer una mueca, después soltó un suspiro de
alivio cuando fue liberada de la última de las prendas. Eada empezó a
examinarla buscando heridas. —Estoy bien.
—No es por ti por quien estoy preocupada —dijo Eada distraída. —
Es por los bebés.
—¡Los bebés! —gritaron Hugh y ella a un tiempo. Willa se
incorporó bruscamente sobre las pieles, Hugh se dejó caer sobre ellas
para sentarse, los jubones resbalaron de sus manos. Eada puso los ojos
en blanco ante la reacción de ambos.
—Bueno, te dije que él plantaría gemelos en ti la primera vez que se
acostara contigo —dijo exasperada.
—Oh… sí. Lo hiciste… lo había olvidado —. Deslizó la mirada hasta
Hugh y vio que él también lo había olvidado por completo. Miraba a
su alrededor tan aturdido como ella.
—Creo que están bien —Eada se enderezó. —Sin embargo, debes
ser más cuidadosa.
—Lo será —dijo Hugh con firmeza y Willa notó inmediatamente
como la aprensión la agarraba. Tenía la sensación de que la idea de ser
cuidadosa de su marido no coincidía con la de ella y que podrían
chocar. Volvía a parecer bastante severo, otra vez… y ahora no había
ni un solo hombre allí para verlo.

Willa abrió los ojos y se sentó en la cama. Después de que Eada


hubiera declarado que ella estaba bien, Hugh le había sugerido que
descansara. Después se había puesto de pie, detenido en la solapa
entrada a la tienda y dado órdenes a sus hombres antes de regresar al
interior. Willa solo había logrado ponerse cómoda cuando él se había
unido a ella en la improvisada cama de la tienda y la había arrastrado
a su lado y pegado a él. Al principio se había sentido un poco molesta
cuando él la acomodó medio encima de él como si fuese una muñeca
de trapo, pero había rechazado la sensación decidiendo que su
protección era bastante dulce, hasta que él le empujó la cabeza contra
su pecho y le ordenó —Duerme.
—Duerme.
Willa sacudió la cabeza, segura por un momento de que estaba
imaginando esa voz. Su memoria estaba jugando con ella.
—Duerme —, repitió Hugh. Esta vez la agarró del brazo y tiró de él
para volverla a acostar sobre su pecho. Le empujó la cabeza hacia
abajo, como había hecho antes, y se quedó quieto.
Willa frunció los labios, la irritación la atravesaba. Empezó a decir
que no estaba cansada pero cambión de opinión —Necesito drenar al
dragón que no es un dragón.
—Otra v… —Hugh cortó su queja y se sentó llevándola con él. —
Claro, los bebés. Probablemente están saltando sobre tu vejiga.
Willa hizo una mueca al oír la descripción y se apartó de él para
buscar su vestido. Se vistió y se quedó de pie esperando a Hugh
mientras él se ponía el cinturón.
Una vez su marido hubo acabado, la cogió del brazo y la condujo
fuera de la tienda. Willa había esperado que la llevara entre los
árboles al momento, así que se sorprendió cuando él se detuvo y ladró
—¡Rufus, Albin, Kerrich y Enion!
Los cuatros soldados se adelantaron corriendo.
—Venid —, fue todo lo que dijo. Entonces llevó a Willa al bosque
seguido por los cuatro hombres. Después de unos momentos, se
detuvo y se giró hacia los hombres. —Rufus, tú, quédate allí; Albin,
por aquí; Enion…
—Esposo —dijo Willa interrumpiendo sus órdenes para situar a los
hombres formando un cuadrado alrededor del árbol. Una sospecha
horrible la estaba invadiendo.
—¿Sí? —parecía irritado por la interrupción.
—¿Qué estáis haciendo?
—Posicionando a los hombres —le explicó. Después volvió a
señalar al tercer hombre. —Enion, aquí mismo y Kerrich allí. ¿Qué
ocurre, Willa? —añadió cuando ella tiró de su túnica para conseguir
su atención.
—Los hombres… ¿Qué… quiero decir… Por qué están aquí?
—Para ayudarme a protegerte, por supuesto.
Lo dijo como si ella tuviera que ser una loca por no haberse dado
cuenta. Pero sí se había dado cuenta, pero esperaba estar equivocada.
No lo estaba.
—Adelante —la animó cuando ella se quedó mirándolo.
—¿Adelante? —preguntó débilmente. —Esperáis que yo… con
ellos… yo…
—Oh —, Hugh se golpeó la frente con la palma de la mano,
dándose cuenta aparentemente del problema. Luego ordenó a los
hombres —Daos la vuelta.
Esperó hasta que los cuatros hombres se giraron de forma que se
daban la espalda entre ellos así como al lugar que Hugh tenía la
intención que usara. Entonces asintió satisfecho y la miró expectante.
Willa soltó un gemido. Esto provocó inmediatamente una expresión
de alarma en Hugh. —¿Cuál es el problema? ¿No te sientes bien? —
Willa cerró los ojos y al momento notó que las manos de su marido le
apretaban las muñecas. —¿Willa?
La joven abrió los ojos de golpe. Estaban ardiendo. —No puedo
regar el dragón con ellos aquí.
—Drenar al dragón —, la corrigió con el ceño fruncido.
—¿Qué más da? —explotó. —No tengo ningún dragón que drenar,
pero sabes lo que quiero decir.
Hugh soltó un suspiro como si fuera ella la que estaba siendo
irrazonable. —Willa.
—¡No me digas Willa! ¡No voy a hacerlo con ellos aquí!
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Lo miró fijamente preguntándose como había podido
olvidar por completo que su esposo era un completo insensato.
—¿No? ¿Por qué? No pueden verte —, señaló razonablemente. Pero
él parecía más preocupado por su arrebato que por sus quejas.
Willa supuso que no debería sorprenderse. Ella había tratado de ser
una esposa obediente, pero había algunos límites para estas cosas. O,
tal vez, estaba sintiéndose lo suficientemente cómoda y segura como
para permitir que reinara su verdadera naturaleza. Intentando
calmarse, dijo —Me oirán.
—¿Oírte? —preguntó su marido con una risa incrédula; Willa lo
fulminó con la mirada.
—Sí. Me oirán. Eso es suficiente para hacerlo imposible.
Se quedaron en silencio por un momento, Willa mirándolo
fijamente, Hugh pareciendo masticar el asunto. Entonces se aclaró la
garganta, se giró hacia los hombres y ordenó —Cantad.
Hubo un breve silencio. Entonces los hombres se giraron para mirar
a Hugh con incertidumbre. Su marido frunció el ceño ante sus
miradas incrédulas. —Sí. Me habéis oído. Cantad.
Los hombres se miraron entre sí, volvieron a girarse. Uno de ellos —
Willa creía que era el que se llamaba Kerrich —se aclaró la garganta y
preguntó —¿Qué deberíamos cantar, milord?
—No importa. Solo cantad —respondió Hugh exasperado, después
añadió —Tan fuerte como podáis.
Hubo otro momento de silencio. Entonces Kerrich empezó a cantar
como un barítono oxidado. Willa captó las primeras palabras de lo
que parecía una canción bastante descarada y, entonces Rufus empezó
a cantar algo completamente diferente. Aparentemente, él no conocía
la primera canción. Enion y Albin fueron rápidos al seguirlos
cantando otras dos canciones distintas de las dos primeras. El bosque
se vio profanado por cuatro canciones diferentes en cuatro tonos
diferentes, el ruido se convirtió en un estruendo horrible.
—¡Así! —Hugh gritó satisfecho. —Ahora no te oirán.
Willa lo miró por un momento, después empezó a caminar pisando
fuerte a su alrededor y empezó a volver al campamente. Hugh la
agarró para detenerla. —¿Creía que querías drenar al dragón?
—Y quiero. Pero me niego a hacerlo con cuatro hombres de guardia.
Ya era suficientemente embarazoso solo contigo —vociferó.
Hugh frunció el ceño ante ese anunció y le gritó a su vez —Willa, he
oído que el embarazo vuelve a las mujeres irrazonables, ¿pero
seguramente te darás cuenta de que no puedo alejar a los guardias?
No después de lo ocurrido la última vez. ¿No puedes querer arriesgar
tu vida y la de nuestros bebés simplemente para evitarte algo de
vergüenza?
Eso la hizo detenerse. Miró fijamente su expresión durante un
instante. Era obvio que Hugh no se movería ni un ápice en este
asunto. Parecía que su opciones eran aliviarse en el centro de los
cantantes, o aguantarse hasta llegar a la corte. Faltaban dos jornadas
de viaje. En ese caso, tal vez no pudiera aliviarse hasta la noche
siguiente. Era incapaz de esperar tanto tiempo para tener privacidad.
Decidiendo que alguien iba a pagar por esto, se dirigió al centro del
cuadro formado por los cuatro guardias. Haciendo una pausa, Willa
miró las cuatro espaldas que la rodeaban, después a Hugh quien
asintió animándola.
Mientras continuaba el horrible estruendo, Willa se ocupó de sus
necesidades y deseó estar muerta.

Capítulo veinte
Willa caminó a lo largo de la habitación y dio una patada a la cama.
Después caminó hasta el otro extremo y pateó una de las dos sillas
que estaban delante de la chimenea antes de repetir la secuencia.
Habían llegado a la corte esa mañana temprano… después de
cuatro días de viaje para hacer un trayecto que duraba dos.
Murmurando por lo bajo, esta vez dio dos patadas a la cama cuando
se detuvo delante de ella. Tal como había temido, la idea de Hugh de
que ella tuviera cuidado no encajaba con la de ella. Para mayor
mortificación de Willa, el incidente en los bosques con la guardia
cantarina se había repetido muchas veces durante los últimos dos días
y medio. Además de esa humillación, Hugh había insistido en viajar
mucho más despacio «para no molestar a los bebés». También había
supervisado sus comidas, insistiendo en que comiera abundantemente
para «ayudar a los bebés a fortalecerse en su barriga». Peor aún era,
sin embargo, la forma en que había tomado el control sobre ella como
una madre con una niña enferma, hasta que Willa pensó que podía
arrancarse el pelo… o el de su marido.
No, decidió mientras su paseo la llevaba de nuevo delante de la
cama, lo peor de todo era que había jurado no tocarla de una manera
sexual, por miedo a «zarandear a los bebés cuando podían estar
durmiendo». Sí. Extrañaba eso más que nada. Si él hombre no podía
decirle que la amaba, al menos podía acostarse con ella.
Esta vez en lugar de dar una patada a la silla delante de la
chimenea, se dejó caer infeliz en ella. Llevaban en la corte apenas una
hora y Hugh ya había sido llamado para ver al rey. Suponía que en
ese preciso momento, estaría enseñando al rey John la carta de Papa
Richard y contándole que su padre, Tristan, estaba intentando
matarla.
Willa se quedó mirando el fuego de la chimenea con disgusto. Hugh
había decidido que sus quejas ante su comportamiento asfixiante y su
guardia de cantantes eran simplemente consecuencia de su embarazo.
Ese razonamiento le hacía más fácil descartar sus quejas y Willa
podría estrangularlo por eso.
¿Por qué él no le había declarado su amor? No es que Willa le
hubiese dicho lo que sentía esperando una declaración a cambio, pero
parecía que manifestar su correspondencia sí habría sido lo más
educado. Habría sido agradable. Después de todo, ella llevaba a sus
hijos; era su esposa. Eada había dicho que la amaría. Ella quería que la
amara. ¿Por qué no la amaba?
Sus pensamientos descabellados se vieron interrumpidos cuando se
abrió la puerta de la habitación y entró una doncella joven. Willa la
miró con fastidio. Después de cuatro días sin paz, había deseado tan
solo un poco de soledad al llegar a la corte. En el momento en que
Hugh se fue a hablar con el rey, animó a Eada a visitar el mercado
para ver si podía conseguir allí algunas cosas que no eran fáciles de
obtener en Hillcrest. La anciana no había necesitado muchos ánimos
para dejarla.
—Me han enviado para ver si deseabais algo, mi señora. —La
doncella parecía tener una naturaleza dulce, lo que aumentó el
fastidio de Willa todavía más.
—No —. Sabía que sonaba arisca, pero no podía evitarlo. Se sentía
malhumorada. Lo que era raro en ella. Normalmente tenía la más
alegre de las disposiciones. Tal vez estar embarazada estaba
afectándola, después de todo, pensó, aunque apartó el pensamiento
rápidamente.
—Bueno, ¿estáis segura?
La joven se había girado a medias hacia la puerta cuando Willa se
incorporó de repente y preguntó —¿Sabes si lord D'Orland ya llegado
ya?
—Sí, lo ha hecho. —La doncella sonrió complacida de ser de alguna
ayuda. —Llegó ayer por la mañana. ¿Lo conocéis?
—No —admitió Willa infeliz,; después clavó su mirada en la joven.
—¿lo conoces?
—Oh, sí —. La sonrisa de la joven se amplió. —Es uno de los
mejores guerreros del rey John.
—¿Lo es? —preguntó Willa con curiosidad. Según sus cálculos, su
padre debía estar cerca de los sesenta, por lo menos. —¿Seguramente,
él no cabalgará todavía a las batallas?
—Sí —. La joven parecía triste. —Es un corazón roto lo que lo envía
constantemente a la guerra.
—¿Un corazón roto?
La criada asintió. —Todo el mundo conoce la historia. Amaba a su
esposa más que su propia vida, pero ella murió con su hijo hace unos
veinte años. El conde ha buscado la batalla desde entonces. Algunos
dicen que espera morir y unirse a ellos, pero Dios todavía no se lo ha
llevado —. Negó con la cabeza con tristeza. —Cuando no hay guerra,
está aquí más a menudo que en Orland. Dicen que no puede soportar
los recuerdos que llenan su castillo. Es un hombre muy amable. Todos
los sirvientes están contentos de atenderlos.
—Ya veo—murmuró Willa, pero la joven no había terminado.
—Uno de los lacayos me dijo que su escudero dice que rara vez
duerme. Dice que cada vez que lo hace, lord D'Orland sufre pesadillas
que lo dejan agitado y llorando por su difunta esposa. Le ruega que lo
perdone, aunque el escudero no sabe porqué tiene que ser perdonado.
Willa lo sabía, pero permaneció en silencio hasta que la chica dijo —
Bueno, ¿Si no deseáis nada más?
—Sí, lo hay —. Willa se levantó de repente. —Necesitaré tu vestido.
Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa y empezó a retroceder,
pero un cuarto de hora más tarde Willa había hablado con Joanne, —
había descubierto que ese era su nombre — la había convencido de
que le dejara su vestido y la ayudara.
—No va a funcionar —dijo Joanne con pesar mientras ayudaba a
Willa a apilar el último de los vestidos doblados en sus brazos.
Formaban una especie de cortina para ocultarse tras ella.
—Sí, lo hará —le aseguró Willa. —Sólo di lo que te dije y quédate
detrás de la puerta. ¿Estás lista?
La joven asintió aunque todavía parecía dudar mientras seguía a
Willa por la habitación. Cuando alcanzaron la puerta, Willa se detuvo
y respiró hondo. Estaba a punto de intentar escapar de su cuarteto de
guardias cantores.
Hugh había dicho a los cuatro hombres que no la perdieran de
vista… nunca. Y le habían tomado la palabra y la seguían a todas
partes desde su primer vergonzoso viaje al interior del bosque. El
único lugar al que no la seguían era a su tienda, y eso era solo porque
Hugh les había dicho que debían permanecer alrededor de la misma.
Una vez que llegaron a la corte, Hugh los colocó a las puertas de su
cámara y Willa sabía que estaban allí en esos momentos. Quería
perderlos durante un rato.
Soltando el aliento abrió la boca y dijo en voz alta —¡Necesitan un
buen lavado. Se embarraron durante el viaje aquí!
—¡Sí, mi señora! —respondió Joanne con la misma intensidad
cuando Willa le dirigió una mirada expectante.
—¡Aquí, déjame que te abra la puerta! —Willa gritó delante de la
puerta e hizo un gesto de aliento a Joanne. Después agachó la cabeza y
levantó la pila de vestidos en un esfuerzo por ocultar su cara mientras
la doncella se adelantaba. En el momento en que la puerta estuvo
abierta, Willa voló y caminó por el pasillo casi corriendo mientras oía
cerrarse la puerta tras ella. No miró atrás para ver si los guardias
habían notado algo extraño, pero al doblar la primera esquina a la que
llegó dejo escapar un suspiro de alivio. Deteniéndose en el primer
hueco que encontró, dejó los vestidos y siguió su camino.
Joanne le había dado instrucciones de cómo llegar a las habitaciones
de Tristan D'Orland. Willa las siguió, ahora con la mano en la cintura
para calmar su estómago repentinamente agitado. No estaba segura
de estar haciendo lo correcto al ir a encontrarse con su padre. Había
una posibilidad de que el hombre la quisiera muerta. Sin embargo, el
individuo torturado que le había descrito Joanne no encajaba con el
asesino a sangre fría que había intentado acabar con su vida tan a
menudo. Willa tenía que ver por sí misma la clase de hombre que era
su padre
Una risa estridente hizo que Willa echara un vistazo alrededor
cuando dos hombres salieron de la habitación y caminaron por el
pasillo delante de ella. Ralentizó sus pasos para no alcanzarlos,
después giró por el siguiente corredor. Ahí era donde estaba la
habitación de Tristan D'Orland. Joanne había dicho que era la tercera
puerta a la izquierda. Willa las contó. Se detuvo delante de la tercera
puerta, apoyó la oreja contra ella y escuchó. No se oía nada dentro.
Casi usó eso como excusa para darse la vuelta y alejarse, pero se
contuvo a sí misma antes de hacerlo. Era la cobardía lo que le
impulsaba a hacerlo y lo sabía.
Respirando profundamente, levantó la mano para llamar, pero
simplemente abrió la puerta en su lugar y entró en la habitación. Al
principio pensó que la habitación estaba vacía. No había nadie en las
sillas junto al fuego, ni en la cama. Entonces un movimiento atrajo su
mirada hacia la ventana mientras un hombre allí de pie se giraba
lentamente para mirarla.
No era lo que Willa había esperado. Su padre tenía
aproximadamente la misma edad que lord Richard habría tenido de
estar vivo. Pero lord Richard habría pasado la última década dejando
la guerra a los hombres más jóvenes. Su cuerpo había reflejado eso,
sus músculos se habían atrofiado y su panza había crecido.
Aparentaba su edad. Este hombre no.
A pesar de que su cabello era de un blanco puro, sin un solo indicio
del color rojo intenso que había transmitido a su hija, Tristan D'Orland
era tan fuerte y estaba en tan buena forma como un hombre veinte
años más joven. Era alto con hombros anchos y brazos musculosos.
Tenía la postura y el porte de un guerrero. sus ojos eran del mismo
gris azulado que los de Willa, agudos y llamativos en su rostro
bronceado. Considerándolo todo, parecía exactamente lo que era: un
guerrero.
—No mandé llamar a una doncella. ¿Qué… —Se detuvo. Sus ojos se
clavaron en ella. Pasaron varios momentos en silencio mientras él la
examinaba de la cabeza a los pies. Cuando finalmente habló, su voz
había perdido gran parte de su fuerza. —¿Cómo te llamas, muchacha?
—Willa —. Pasaron varios momentos mientras esperaba una
reacción. Entonces recordó que su nombre no significaría nada para él.
Lord Hillcrest la había llamado así. Dejó la puerta abierta y dio otro
paso adelante en la habitación mientras decía —El hombre que me
crió me llamó así porque le fui entregada. Mi madre le pidió en su
lecho de muerte que me cuidara y que me mantuviera a salvo. Temía
que mi verdadero padre pudiera matarme, si se enteraba de que
estaba viva.
—¿Tu verdadero padre? —repitió D'Orland en voz baja.
—Sí —. Willa no podía soportar ver la mezcla de esperanza y miedo
en la cara de él y se giró dirigiéndose hacia el fuego de la chimenea.
—Dicen que heredé de él su pelo y sus ojos, pero que me parezco
mucho más a mi madre.
—Juliana —, lo oyó respirar.
Willa contuvo el impulso de mirarlo y se obligó a seguir de cara a la
chimenea mientras decía —Dicen que él amaba a mi madre
profundamente, pero que era terriblemente celoso. Ella tenía un
amigo muy querido que era como un hermano para ella, pero mi
padre temía que hubiera algo más en su amistad. Sus celos lo hicieron
insoportable. Empezó a beber y eso empeoró las cosas. Nada de lo que
ella decía podía convencerlo de que lo amaba solo a él y que no había
nada entre ella y su amigo. Dicen …
Un golpe hizo que Willa mirara hacia él con recelo. Su padre estaba
sosteniendo la espalda en sus manos cuando ella entró, como si la
estuviera puliendo y la hubiera llevado consigo para mirar por la
ventana. La espada yacía ahora en el suelo en medio de una cesta de
manzanas que había estado sobre un cofre a su lado. O bien se había
movido y golpeado el baúl, o bien había dejado caer la espada y
tirado la fruta. Cualquiera que fuese el caso, él no parecía poder
sostener los globos rojos. Cada vez que cogía más de una, la primera
manzana se deslizaba de su mano.
Willa vaciló, después e movió a su lado y se movió para ayudar.
Trabajaron en silencio, recolocando la fruta en el cesto, pero podía
sentir la mirada de su padre recorriéndola mientras trabajaban. Una
vez todas las manzanas fueron recogidas y estuvieron de vuelta en la
cesta, Willa la levantó y se puso en pie.
Lord D'Orland se puso en pie también y la agarró de la mano
cuando ella se giró para volver a colocar la cesta sobre el baúl. El
movimiento la sobresaltó y la hizo volcar la cesta enviando de nuevo
la fruta al suelo. Willa empezó a agacharse para volver a recogerlas,
pero él la retuvo en el mismo sitio.
—Olvida las manzanas. Dime el nombre de ese hombre. El que te
puso nombre y te crio y te mantuvo alejada de tu padre —ordenó
ásperamente. Willa encontró su mirada y dijo solemnemente —Creo
que lo sabes.
—Dímelo—, insistió.
—Lord Richard Hill…
—Hillcrest —, terminó por ella. Sonaba como una maldición. Sus
ojos se cerraron brevemente con dolor y Willa se alarmó al verlo
tambalearse un poco. Entonces abrió los ojos otra vez. —El bastardo te
robó. Todos estos años y él…
—Él me salvó de vos —dijo Willa en voz baja. —Sabía que me
mataríais si sabíais de mi existencia.
—¡Pero en qué clase monstruo me ha convertido! —gritó lord
D'Orland. —Nunca haría daño a mi propio hijo. Ni a ningún otro
niño, para lo que importa.
—La noche en que mi madre os abandonó, ¿no estabais a punto de
irrumpir en su habitación para arrancarme de su vientre porque
pensabais que yo era hija de otro hombre?
—¡No! ¡Dios querido, no!
Willa frunció el ceño ante esa negativa y después preguntó con
incertidumbre —¿Estabais gritando y furioso?
—Sí, lo estaba —, admitió. —Garrod acababa de decirme que la
doncella de Juliana le había dicho que ella planeaba abandonarme y
dejarme para ir con su Thomas. Sí, Grité. Estaba furioso porque ella
pensaba abandonarme. Iba a detenerla. Pero ella ya había escapado de
nuestra habitación cuando llegué allí. —Su rostro se agitó con
remordimiento. —Llegué demasiado tarde. Ella ya había huido para
estar con su amante. Si yo hubiera sido un poco más rápido, tal vez
todavía viviría. Tal vez…
—Ella no huyó para estar con Thomas. No amaba a Thomas; os
amaba a vos. Mi madre huyó porque su doncella le dijo que
planeabais deshaceros de mí. Que os sentiríais mejor deshaciéndoos
de mí por mi dudoso parentesco y engendrando otro bebé como
heredero.
—¡No! —Dio un paso atrás, había un claro horror en su rostro. —Yo
nunca… ¿Por qué la doncella… ? ¿Cómo podía creer Juliana semejante
cosa sobre mí?
—¿Cómo podíais creer que ella os sería infiel? —respondió Willa y
él se dejó caer pesadamente para sentarse sobre el baúl.
—Yo… Ella era hermosa. —Negó con la cabeza impotente. —Su risa
era como el canto de los pájaros. Sabía que todos los hombres debían
amarla solo con verla. Juliana, sin embargo, nunca pareció darse
cuenta de los hombres que la perseguían. Excepto Thomas —. Su
expresión se oscureció con disgusto. —Con Thomas podía hablar y
reír durante horas. Hablaban de cosas que habían pasado mucho
tiempo antes de que ella y yo hubiésemos hablado siquiera él uno con
el otro. Me sentía innecesario cada vez que él estaba cerca, como una
quinta rueda en un carruaje. Intenté que no me molestara, pero venía
tan a menudo y siempre parecía estar allí. Era como un llaga en mi
culo.
Willa se estremeció por la elección de sus palabras. La hicieron
pensar en Hugh y en lo enfadado que iba a estar cuando se enterara
de que había escapado de sus guardias para visitar al hombre que
creía que estaba intentando matarla.
Lord D'Orland se movió impaciente, atrayendo su atención de
nuevo. —Garrod intentó calmar mis sospechas. Sin embargo, el
mismo hecho de que se hubiera dado cuenta cuando yo no había
expresado mis temores en voz alta, me dijo que también encontraba
sospechosa su amistad.
—Thomas dijo a Papa… a lord Richard —corrigió rápidamente
sintiendo una punzada de culpa cuando él hizo una mueca ante el
término cariñoso —Thomas dijo a lord Richard que mi madre os
amaba. Lord Richard dijo que Thomas y mi madre estuvieron unidos
desde el momento en que llegaron a Claymorgan de niños. Dijo que
nunca hubo nada más que amistad entre ellos.
Lord D'Orland la miró fijamente, su mirada recorrió sus rasgos.
Había un dolor profundo en sus ojos, y también un poco de asombro.
Se puso en pie y dio un paso hacia ella. La tomó de la barbilla y se
maravilló. —Te pareces tanto a ella. Si no fuese por el color de tu pelo,
pensaría que eres un fantasma que vino a cazarme por haber sido tan
estúpido. —Sus ojos encontraron los de ella y sonrió levemente —
¿Sabes por qué elegí a tu madre como esposa?
Willa apenas negó con la cabeza.
—Vi a tu madre por primera vez cuando ella tenía sólo seis años.
Acompañaba a sus padres en un viaje a un torneo en el que yo
participaba. Juliana era una cosita dulce. Incluso entonces, prometía
ser una belleza, pero no fue eso lo que me atrajo hacia ella. Yo tenía un
paje en aquel tiempo, un muchacho pequeño para su edad. Era nuevo
y estaba nervioso, y tenía el desafortunado hábito de mojarse cada vez
que le gritaba. Ella y sus padres pasaron por delante de mi tienda en
una de esas ocasiones. Yo grité, el se mojó como de costumbre y me
temo que fui cualquier cosa menos comprensivo. Le reñí por
comportarse como un bebé. Tu madre se detuvo. Sus padres siguieron
caminando, sin darse cuenta de que ya no estaba con ellos. Pero ella
simplemente se quedó allí de pie y se quedó mirándome fijamente
hasta que me fijé en ella. Cuando finalmente le fruncí el ceño, me
reprendió por ser tan malo.
Su rostro se iluminó ante el recuerdo que guardaba con cariño. —
No me tenía ni un poco de miedo y me reprendió con pasión,
defendiendo a mi page. Después dio al muchacho una palmadita en el
hombro, le dijo que no tuviera miedo y se fue corriendo tras sus
padres. Tenía ese corazón. —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Yo
era un guerrero feroz y poderoso. Hombres adultos temblaban ante
mi presencia, sin embargo ese pequeño retazo de muchacha había
tenido el valor de enfrentarse a mí. Me encontré observándola durante
todo el torneo. A cada paso veía señales de la mujer valiente,
honorable y cariñosa que podría ser. Me dirigí a su padre para un
compromiso y acepté reclamarla dos semanas después de que
cumpliera dieciséis años. Y lo hice. —Su mano resbaló lejos de la
barbilla de Willa. Su voz estaba llena de amargura cuando añadió —
Entonces la destruí con mis celos.
Willa sintió que el corazón se le apretaba por el dolor y la
autorrecriminación de D'Orland. Sabía lo que él había sufrido esos
veinte años. —Creo, mi señor, que tuvisteis ayuda para olvidar
vuestro honor. Me parece que fuisteis animado a ello.
—Tal vez. Pero eso no es excusa —. Las palabras que siguieron
dijeron a Willa que él había malinterpretado la ayuda a la que se
estaba refiriendo. —No entiendo qué esperaba ganar la doncella. ¿Por
qué nos mintió a los dos ese día? Bueno… a Juliana y a Garrod —
corrigió.
Willa se mordió el labio preguntándose cómo explicar que no era a
la criada a quien ella se estaba refiriendo. Pero entonces el rostro de su
padre se iluminó de repente —¡Garrod! Apenas puedo esperar para
decirle a quién he encontrado de nuevo. Estará muy complacido por
este encuentro.
—Yo, en cierto modo, no lo creo así —dijo Willa en desacuerdo.
—Oh, sí, lo estará —, le aseguró Tristán D'Orland. —El día que
murió tu madre, lo único que pude pensar al principio, fue en atender
a Juliana. Pero cuando ya estábamos cerca de mi fortaleza empecé a
pensar que debería enterrarte con tu madre. Entonces, el hecho de que
Hillcrest no me hubiera ofrecido tu cuerpo, hizo que me detuviera.
Empecé a pensar que tal vez no estabas muerta, como él había
afirmado. Cuando dije en voz alta esos pensamientos a Garrod, él se
ofreció voluntario para descubrir la verdad, fuera una u otra. Se
quedó cerca de Claymorgan durante semanas, haciendo preguntas y
buscando noticias de tu existencia. Sin embargo, todo lo que averiguó,
sin embargo, parecía indicar que habías muerto. Regresó bastante
angustiado. Creo que él se había imaginado regresando triunfante
contigo en sus brazos. Estaba bastante angustiado por tu pérdida.
Willa se dio la vuelta, odiando tener que desilusionarlo. —Acerca de
Garrod…
—¿No es esta una escena conmovedora?
Willa se giró bruscamente al oír esas palabras sarcásticas y se
encontró mirando a un hombre alto, de pelo rojo con un expresión
desagradable. Su padre confirmó su identidad cuando dijo —Estás
aquí, Garrod. Justo ahora estábamos hablando de ti.
—Estoy seguro de que lo estabais. Estoy seguro de que la pequeña
Willa no podía esperar para correr a vuestro lado y contaros sus
aventuras —. Una sonrisa cínica curvó sus labios. Cerró la puerta y se
movió hasta el centro de la habitación. —Has demostrado ser una
especie de espina clavada en mi costado todos estos años, Willa —,
añadió recorriéndola con sus ojos fríos. —Sí. Eres tan hermosa como
Juliana. Es obvio que es tu madre. Y claro, es igualmente obvio quién
es tu padre.
Willa dio un paso cauteloso para acercarse a su padre. Observó a
Garrod —el hombre que estaba segura que había intentado matarla
tantas veces —con la cautela y el respeto que le ofrecería una víbora.
—En realidad, había esperado matarte antes de que llegaras aquí,
evitando así la necesidad de tener que asesinar a mi propio tío —
anunció, después se encogió de hombros, indiferente. Sin embargo, tal
vez esto sea lo mejor. El tío Tristan se está tomando su tiempo para
morir. Le habría ayudado en el esfuerzo pero él nunca me dio la
oportunidad. Si no estaba fuera, en la guerra, estaba aquí, en la corte,
mientras yo estaba atascado en la fortaleza encargándome de todo. Me
resultaba difícil crear un accidente que pudiera ser creíble. Me
consolaba pensando que seguramente moriría pronto en una batalla.
Por lo que todo el mundo cuenta, toma muchos riesgos innecesarios,
pero tiene una suerte endemoniada. Parece que has heredado eso de
él, junto con el color de tu pelo. Has logrado escapar a todos mis
intentos.
—¿Garrod? ¿Qué tonterías estás escupiendo? —Preguntó su padre
confundido. Parecía bastante conmocionado.
—Está hablando del hecho de que ha estado intentando matarme
desde mi nacimiento —dijo Willa en voz baja.
—¿Qué? —Tristan D'Orland se volvió hacia ella horrorizado y Willa
asintió.
—Garrod no volvió a Claymorgan para encontrar pruebas de mi
existencia, sino para intentar acabar con ella —explicó. —Mintió
cuando dijo que todo lo que había averiguado sobre mí indicaba que
había nacido muerta. Simplemente deseaba que lo hubiera hecho, e
intentó asegurarse de que lo estaba antes de nosotros pudiéramos
encontrarnos y de que pudierais comprobar vos mismo que había
nacido, heredado vuestro pelo y que era vuestra hija. Cuando se
suponía qué estaba buscándome, en realidad estaba entrando
furtivamente en Claymorgan y asfixiando al bebé de mi nodriza. Diez
años después, le rompió el cuello a mi mejor amiga, que había
cometido el error de ponerse mi vestido. Hace poco, contrató a un
hombre para que me matara y de quien se encargó mi esposo, a otro
hombre que despachó su primo, y entonces decidió intentar la tarea él
mismo. Nos persiguió a mi marido y a mí hasta un acantilado en el
río. Afortunadamente, fuimos capaces de alcanzar la orilla y
salvarnos.
—¿Es eso cierto? —preguntó lord D'Orland a su sobrino.
—Sí, es verdad. Ha sido una muchacha muy problemática. ¿No es
horrible cuando las mujeres no mueren cuando deberían? Ahora bien,
su madre —se burló, —ni siquiera había pensado en matarla. Lo única
que quería era que se fuera antes de que pudiera darte un mocoso
chillón. Me esforcé en provocar tus celos con ese fin. Juliana, sin
embargo, me hizo el gran favor de morir. Tu esposa era ciertamente
una buena mujer, tío. Tu hija, sin embargo, parece haber heredado tu
naturaleza obstinadamente terca.
Lord D'Orland negó con la cabeza. —Pero intentaste convencerme
de que Juliana era sincera conmigo. Constantemente me
tranquilizabas diciéndome que creías en su fidelidad.
—Y cada vez que lo hacía, reforzaba y alentaba vuestras propias
dudas —señaló Garrod con diversión. Entonces adoptó una expresión
más seria y dijo —Me doy cuenta de que se ve mal, mi señor. Thomas
está siempre aquí pasando tiempo a solas con Juliana, pero estoy
seguro de que ella nunca os deshonraría. Están muy unidos, es cierto,
pero estoy seguro de que su amistad no va más allá —. Las palabras
acabaron con un tono magistralmente dudoso y el padre de Willa
palideció al reconocer cómo había sido manipulado.
—Ella me fue fiel —dijo con voz débil.
—Desde luego que lo fue —confirmó Garrod burlón. —Juliana os
amaba. Hasta yo podía ver eso. Quería a Thomas como a un hermano,
nada más. Vos eras él único a quien deseaba en su cama.
Garrod negó con la cabeza disgustado. —Querido Señor, jugué con
todos como si fuera una brillante partida de ajedrez. Vos estabais
celoso, así que alimenté esos celos; ella estaba asustada de vuestro
celoso temperamento, especialmente cuando bebíais, así que alimenté
sus miedos con atroces historias de actos violentos que cometíais
cuando bebíais. Los inventaba sobre la marcha y algunos, incluso me
sorprendían a mí mismo. —Rió.
—Hasta manipulé a Thomas. Me hice amigo suyo y lo animé a
visitarnos a menudo y durante bastante tiempo. Luego fruncía el ceño
y hablaba con vos comentando que estaba abusando de vuestra
hospitalidad y que estaba seguro de que no significaba nada que él
pasara tanto tiempo con Juliana. —Garrod negó con la cabeza. —
Entonces, la última noche dije a la doncella de Juliana que planeabais
expulsar al bebé de su vientre. Y a vos os dije que su doncella
planeaba abandonaros — Soltó un breve silbido de asombro ante su
propia brillantez. —Funcionó mejor de lo que había esperado. Ella
huyó haciendo que el trabajo del parto empezara antes de lo esperado
y provocando su propia muerte en Claymorgan. Todo habría sido
perfecto —su mirada se dirigió a Willa —si no fuese por el hecho de
que tú sobreviviste.
El disgusto cruzó su expresión. —Intenté rectificar ese pequeño
fallo. Muchas veces. Pero, como tu padre, que sobrevive ileso en las
batallas cuando todos los que lo rodean son masacrados, parece que
tienes la suerte del mismísimo diablo.
—O tal vez sois, simplemente, un inepto — sugirió Willa.
Garrod se estaba tensando por ese comentario cuando lord
D'Orland preguntó —¿Por qué? Después de todo lo que hice por ti,
Garrod, ¿Por qué?
Willa miró a su padre y sintió que la compasión la agitaba al ver su
doloroso desconcierto.
—¿De todo lo que hicisteis por mí? —Garrod sonó furioso y
Willa le dirigió una mirada cautelosa. Apretaba los puños furioso. —
¡No habéis hecho nada por mí! ¡Nada! ¡Soy vuestro mayordomo! ¡No
mejor que un lacayo! He hecho que vuestra propiedad fuera próspera.
La defiendo, recojo sus rentas… ¿y para qué? ¡Un lugar para comer y
un par de monedas! Todos esos años, mientras ganabais elogios en los
campos de batalla, yo trabajé para vos. Tenía esperanzas, sueños de
ser el amo algún día. ¿Y por qué no? No os habíais casado ni
engendrado un heredero. Pensé que, seguramente, queríais dejármelo
todo a vuestra muerte —. Tensó la boca y habló con los dientes
apretados. —Nunca mencionasteis que os habíais comprometido.
Entonces, de repente, regresasteis y anunciasteis 'que era hora de
reclamar a vuestra novia'.
Adoptó una pose arrogante e imitó a su padre —«Buenos días,
Garrod. ¿Cómo va todo ? Voy a reclamar a mi novia. Me instalaré aquí
y formaré una familia».
Willa, intranquila, se puso rígida, cuando Garrod sacó su espada de
su vaina de un tirón furioso. Agarrándola con fuerza en la mano,
continuó. —Un día, estaba trabajado duro, imaginando que la
propiedad pronto sería mía. Al siguiente llegáis y anunciáis que os
vais a casar y esperáis tener un hijo que ocupe mi lugar. ¡Podría
haberos matado en el acto! Pero sabía que no conseguiría nada de esa
manera. Necesitaba ser más inteligente. Y lo fui.
—No lo suficientemente inteligente —señaló Willa consciente de
que su padre estaba avanzando lentamente para ponerse delante de
ella. Se estaba preparando para protegerla a pesar de que no tenía
armas y sintió un dolor punzante en el corazón a pensar que otra
persona moriría por ella. Su mirada se dirigió al suelo. La espada de
su padre todavía estaba a los pies de ambos, donde él la había dejado
caer. Si tan solo pudiera alcanzarla…
—¿Qué pretendes hacer ahora? —preguntó su padre avanzando un
paso más delante de Willa. —No puedes pensar que ganarás nada
matándonos ahora.
—¡Desde luego que lo haré, viejo estúpido! Mantendré la soga lejos
de mi cuello. También me dará vuestro patrimonio.
—No seas ridículo, Garrod —, espetó lord D'Orland. —No puedes
tener éxito en esta locura.
Garrod se calmó de repente y sonrió. Willa encontró eso más
aterrador que su ira. —El tiempo lo dirá. Estoy pensando que, tal vez,
la misma visión de Willa os enfureció —, sugirió suavemente. —Tal
vez vuestro odio y vuestros celos fueron transferidos de vuestra pobre
esposa muerta a ella. Tal vez, en vuestra senilidad, hasta la
confundisteis con Juliana. Vos la matasteis. Después, en vuestra
propia locura, os matasteis vos mismo. —Asintió. —Sí, eso debería
funcionar. Después de todo, ya senté las bases y susurré al rey que vos
podíais no estar bien de la cabeza. Ahora… —levantó su espada. —
Intentaré hacerlo rápido por el afecto que sentí hacia vos en el pasado,
tío.
Todo lo que ocurrió después fue confuso. Lord D'Orland renunció a
avanzar lentamente y se lanzó delante de ella protegiéndola cuando
Garrod cargó. Willa vio como su padre se preparaba para recibir el
golpe y se agachó rápidamente para recuperar su espada caída.
Consiguió ponerse de pie y rodearlo levantando la espada justo a
tiempo para detener el golpe. Sin embargo, Garrod era fuerte. Willa
gritó dolorida cuando sus brazos vibraron con el impacto. Sintió que
empezaban a ceder y que las espadas se acercaban hacia ella. Entonces
notó que los brazos de su padre la rodeaban. Sus manos agarraron la
empuñadura por encima de las suyas aumentando su fuerza a la
defensa. Los tres se quedaron atrapados en el combate durante un
instante, entonces la puerta se abrió de golpe. Un bramido llenó la
habitación.
Wil1la sintió que el alivio la recorría cuando miró por encima del
hombro de Garrod y vio a su marido avanzando hacia ellos. Parecía
extremadamente furioso y Willa sintió un breve momento de piedad
por Garrod. Entonces Garrod separó su espada de la de ellos y se dio
la vuelta para enfrentarse a la carga de Hugh. Empezó a levantar el
arma, pero fue demasiado lento. Hugh lo derribó antes de que llegase
a levantarla completamente.
Su marido miró feroz al hombre cuya sangre vital estaba escapando
rápidamente, después dirigió esa mirada hacia Willa y su padre.
Willa nunca había estado más feliz de verlo. Aun cuando él no
hubiera declarado su amor por ella. Soltando la espada, se deslizó
fuera de los brazos de su padre y se arrojó sobre Hugh. —¡Esposo! —
gritó feliz. Poniéndose de puntillas empezó a besar su cara inflexible.
Como él seguía quieto y con expresión severa, se echó hacia atrás para
ver que Hugh estaba mirando a su padre con cautelosa desconfianza.
—¿Qué ocurre? ¡Ah! —dijo. —Hugh, este es mi padre. Él no tenía
conocimiento de lo que Garrod estaba haciendo. Él no desea mi
muerte. Padre, este es mi marido, Hugh.
Sonrió al hombre mayor cuando él bajo el arma que habían usado
para defenderse del ataque de Garrod, después movió la cabeza en
señal de interrogación por la expresión de su cara. Lord D'Orland
estaba mirándola con expresión confundida.
—Me salvaste la vida —dijo D'Orland con perplejidad.
Willa notó como se sonrojaba pero negó con la cabeza. —No, mi
esposo nos salvó a los dos.
—Sí, pero tú me salvaste primero —insistió su padre.
—Bueno, lo intenté, pero él era demasiado fuerte —. Frunció el
ceño. —Creo que si Lucan no hubiese estado usando toda su fuerza en
los entrenamientos, habría sido incapaz de retener el golpe. Padre
tuvo que salvarnos añadiendo su fuerza.
—No, tú me salvaste a mí. —insistió su padre.
—Vos también me salvasteis a mí —, respondió Willa. —Y Hugh
nos salvó a los dos.
—Pero tú me salvaste primero.
—Pero Hugh nos salvó a todos al final.
—¡Dios querido! ¡Dejad de discutir sobre quién salvó a quien y
callaos!
Willa se puso rígida al oír esa orden y miró con el entrecejo fruncido
al hombre grosero que acababa de hablar. Estaba de pie en la puerta
abierta de la habitación y había una multitud de espectadores
boquiabiertos tras él. El hombre estaba vestido con las ropas más finas
que había visto nunca. Willa supuso que eso significaba que tenía una
posición elevada en la corte. Decidió que sus modales, sin embargo,
no reflejaban su posición. Se giró hacia Hugh y le dio un codazo en el
estómago.
—¿Vais a permitir que este hombre grosero hable a vuestra esposa
de esta manera? —preguntó.
Los párpados de su marido se abrieron más alarmados. —Eh…
Willa… Este es… eh… el rey John.
—Oh —. Su expresión pasó de la indignación al disgusto. —Bueno,
supongo que él tiene permitido ser grosero entonces, pero realmente,
no es correcto de su parte.
Hugh cerró los ojos por un instante mientras el rey la miraba con los
ojos entrecerrados. —Irguiéndose, habló con paciencia exagerada —
Obviamente, lady Hillcrest, acabáis de pasar por una experiencia
aterradora, así que olvidaré vuestra impertinencia. Hugh, ve con tu
esposa. Después deseo que vos y lord D'Orland vengáis a verme y me
expliquéis todo este asunto. Lo quiero resuelto hoy.
—Es… —La mano de Hugh sobre la boca de Willa detuvo sus
palabras. Después sonrió y asintió al rey John. Los labios del rey se
curvaron con diversión; después se dio media vuelta y dejó la
habitación. La multitud de curiosos le abrieron camino y después lo
siguió.
—Solo iba a decir que el asunto está resuelto —explicó Willa cuando
Hugh retiró la mano.
Hugh se rio a medias, después apoyó la frente contra la de ella. —
¿Esposa?
—¿Sí? —preguntó Willa cautelosa.
—Te amo.
Willa se quedó paralizada al oír esa declaración y dio un paso atrás
para poder verle la cara. —¿Lo haces?
—Sí. A veces me vuelve loco y eres la mayor fuente de problemas
que me he encontrado en la vida pero, que Dios me ayude, te amo.
—Oh, Hugh —jadeó Willa, entonces sonrió —Yo os amo, también.
Se lanzó hacia él y lo rodeó con los brazos, le buscó la boca con la
suya en un beso que en seguida se volvió apasionado. Willa acababa
de darse cuenta como la mano de él bajaba hacia su pecho cuando una
garganta aclarándose le recordó la presencia de su padre.
Sonrojándose violentamente, rompió el beso al momento.
—Eh… tal vez deberíamos llevar a Willa a su habitación y retirarnos
nosotros mismos para encontrarnos con el rey —sugirió a Hugh. —El
rey John no es el más paciente de los hombres.

Capítulo veintiuno
—¿Qué estás haciendo? No puedes cruzar las piernas así.
Descrúzalas. Ella debe empujar ahora. Empuja, Willa —ordenó su
padre.
El cabello de Tristan D'Orland era una masa salvaje alrededor de su
cabeza y solo llevaba una túnica.
El padre de Willa había visitado Hillcrest a menudo desde su
encuentro en la corte. Él y Hugh se habían hecho buenos amigos,
disfrutando de la caza y compartiendo historias de guerra juntos.
Willa también se había acercado a él. Hasta había empezado a usar el
término cariñoso Papá con él. Richard Hillcrest todavía era el padre de
su corazón, pero su corazón tenía sitio para dos papás.
—¡No empujes! —gritó Hugh mientras Willa gruñía y se sentaba
derecha en la cama. Él había arrastrado las sábanas y las pieles con él
al saltar de la cama, dejándola allí acostada solo con su camisa.
Entonces recolocó la sábana y ordenó. —Espera a Eada. Ella…
—¡No puedes decirle que espere! —espetó lord D'Orland. —El bebé
está preparado para salir ahora.
—Bebés —Willa jadeó al recordárselo y vio exasperada como los
dos hombres palidecían.
El primer dolor la había golpeado mientras dormía. Se había
despertado con un grito. El sonido había despertado a Hugh de
inmediato y sacado a su padre de la cama. Lord D'Orland había
entrado corriendo en la habitación antes siquiera de que Hugh
hubiese conseguido encontrar y ponerse sus braies. Ahora los dos
hombres discutían sobre cómo debían hacerse las cosas. O al menos lo
habían estado haciendo.
—¡Dios querido! Olvidé que eran gemelos — dijo lord D'Orland. —
Me lo dijisteis pero… —Cruza las piernas, Willa, y espera a Eada —,
ordenó con firmeza. Cuando ella no se movió para hacerlo, él dio un
paso adelante, la cogió los tobillos por encima de la ropa y los cruzó
por ella. Parecía que el gran guerrero, Tristan D'Orland, se sentía
capaz de dirigir el nacimiento de un bebé pero se acobardaba por el
nacimiento de dos. Willa empezó a sonreír divertida pero la expresión
murió cuando su cuerpo se contrajo otra vez. Cerrando los ojos con
fuerza, hizo una mueca de agonía.
—¿Duele mucho? —preguntó Hugh preocupado.
Willa abrió los ojos de golpe y su esposo se convirtió en el objetivo
de una furia inducida por el dolor —Sí, marido. —dijo con los dientes
apretados. —¿Quieres que te demuestre cómo duele?
—Eh… no. —Hugh se movió cauteloso fuera de su alcance cuando
Willa estiró la mano en dirección a su ingle.
—No la molestes, Hugh. La estás molestando —. Lord D'Orland
frunció el ceño a su yerno, luego sonrió alentador a su hija. —Trata de
relajarte, hija. Eada debe estar a punto de llegar —. Después frunció el
ceño hacia la puerta. —¿Dónde está esa mujer?
—Probablemente durmiendo en su cama ya que nadie se ha
molestado en ir a buscarla —, señaló Willa.
Hugh y su padre enderezaron la espalda al momento con horror en
sus caras al darse cuenta de que ella tenía razón.
—¿Qué diablos es todo este barullo? —Jollivet entró tambaleándose
adormilado atravesando la puerta y se encontró siendo el blanco de
tres pares de ojos.
—¡Eada! —ladró el padre de Willa. —¡Necesitamos a Eada!
Eso hizo que el primo de Hugh se detuviera, su somnolencia
desapareció al momento —¿Son los bebés?
—Sí, son los bebés — dijo Hugh con brusquedad. —¡Ve a buscar a
Eada!
El hombre giró sobre sus talones y ya casi corría cuando Lucan
apareció en el pasillo detrás de él. El amigo de Hugh vio a Jollivet salir
corriendo y entró en la habitación ahogando un bostezo —¿A dónde
iba Jollivet con tanta prisa?
—A buscar a Eada. Los bebés ya vienten.
La boca de Lucan se cerró con un chasquido, su mirada se dirigió a
Willa. —¿Ahora? —preguntó alarmando. —¡Pero estamos a mitad de
la noche!
—No parece que eso les preocupe, mi señor —, dijo Willa con
cansancio, dejándose caer de espaldas cuando terminó el dolor.
Cerrando los ojos trató de pensar en quién había sido el que había
tenido la brillante idea de que los hombres celebraran una cacería. Ah,
sí, suya. Hugh había estado volviéndola loca con su ansiedad flotando
a su alrededor y ella había esperado distraer su atención. En cambio,
ahora ella era el centro de atención de casi todos.
No casi. Todos, se corrigió mientras un rumor desde la puerta atrajo
su mirada esperanzada para ver a Baldulf entrando corriendo con lord
Wynekyn a sus talones.
—Jollivet dijo que estaban llegando los bebés —dijo Baldulf.
Lord Wynekyn rodeó corriendo al guardia cuando Hugh y su padre
asintieron infelices. El tío Luieus también había llegado para la
cacería. El amigo más antiguo y querido de lord Richard estaba
empezando a desarrollar una amistad con el padre de Willa. Eran de
la misma edad y, ahora que el problema de Tristan intentando matar a
Willa había sido resuelto, los dos hombres se llevaban como una
chimenea con el fuego.
—¿Por qué están sus piernas cruzadas? —gritó lord Wynekyn. —
¡Los bebés no podrán salir así? —Corriendo hacia la cama, le cogió los
tobillos por encima de las sábana y se los descruzó. Entonces pareció
darse cuenta de lo que estaba haciendo y se puso todo rojo. Soltándole
los tobillos, se alejó de la cama.
—Ahí, eso está mejor. —Se veía terriblemente avergonzando, pero
dio un paso adelante para acariciarle un pie por encima de la sábana.
—Creo que se supone que debes empujar.
—¡No empujes! —Hugh y el padre de Willa gritaron a coro.
—¡Por supuesto que tiene que empujar! —Eada se apresuró a entrar
corriendo en la habitación con Jollivet pisándole los talones. —¡Fuera!
¡Todos! Este no es lugar para hombres.
Willa no perdió el detalle de que todos los hombres la abandonaban
ahora que Eada estaba allí. Pero dejó escapar un suspiro de alivio
cuando la puerta se cerró tras ellos. —¡Hombres!
—Sí —. Eada retiró la sábana con la que la había cubierto Hugh. —
Pero todos ellos te quieren.
—Sí —. Willa sonrió mientras observaba cómo se movía la otra
mujer. No habían ninguna duda en su mente de que hasta el último
hombre que acababa de dejar la habitación, y la mujer que estaba
preparándose para ayudarla a traer a sus hijos al mundo, la amaban.
Willa tenía mucho amor ahora. Una familia para compensar todo lo
que había perdido. Esos nuevos seres queridos no podrían reemplazar
nunca a aquellos que habían muerto, pero su presencia había aliviado
el dolor de su pérdida. A veces su amor la llenaba de tal modo que
sentía como si su corazón pudiera estallar de alegría.
—¿Qué te tiene sonriendo?
Willa miró sorprendida hacia la puerta cuando Hugh la cerró detrás
de él y se dirigió hacia la cama. —Pensé que habías bajado con los
demás.
—No te dejaría sola con los dolores del parto. Ahora, dime, ¿por qué
estabas sonriendo?
La sonrisa volvió a florecer en su rostro. —Sólo estaba pensando en
lo afortunada que soy, y que Eada tenía razón… como de costumbre.
Hugh pareció disgustado, pero asintió. —Sí. Me dijo que pronto
llegaría amarte y que disfrutaríamos de felicidad, muchos bebés y una
vida larga. Tengo el amor y la felicidad y hemos empezado con los
bebés. —Movió la mano para cubrirle el estómago. —Solo espero que
haya acertado con lo de la larga vida, porque me llevará toda una vida
mostrarte todo el amor que siento hacia ti.
—Oh, Hugh —, las lágrimas inundaron sus ojos y Willa apretó la
mano de él entre las suyas. —Ese es el discurso más largo y dulce que
te he escuchado pronunciar jamás. Jollivet te está refinando.
Su esposo palideció sólo al pensarlo —¡Dios querido, espero que no!
Willa rió ante su horror sabiendo que era fingido. Luego levantó la
mano a sus labios y la besó. —Te amo, esposo.
Hugh recuperó su mano y le cogió la suya para depositar un beso
sobre sus nodillos. — Y yo te amo, esposa.
Notas
[←1]
Padrino: Godfather. Dios: God. Juego de palabras en inglés.
[←2]
«willed» de «will»: legar, dejar en testamento.
[←3]
Muñeco giratorio, usado en los torneos medievales que llevaba un escudo
en la mano izquierda y una correa con bolas o saquitos de arena en la
derecha, y que, al ser herido en el escudo por una lanza por los jugadores
que pasaban corriendo, se volvía y golpeaba con las bolas o con los sacos al
jugador que no pasaba lo suficientemente rápido.

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