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REFORMA INTEGRAL DE LA EDUCACIÓN BÁSICA: Diplomado para maestros de primaria: 2º y 5º grados.

LECTURAS DEL MÓDULO 2: Planeación y estrategias didácticas para los campos de lenguaje y
comunicación, y pensamiento matemático

Instancia Estatal de Formación Continua para Maestros en Servicio


Secretaría de Educación, Cultura y Deporte
Gobierno del Estado de Chihuahua

D I R E C T O R I O

LIC. CÉSAR HORACIO DUARTE JÁQUEZ


Gobernador Constitucional del Estado de Chihuahua

LIC. JORGE MARIO QUINTANA SILVEYRA


Secretario de Educación, Cultura y Deporte

ING. JOEL SANDOVAL TARÍN


Director de Servicios Educativos del Estado de Chihuahua

PROFRA. ROSA MARÍA MONTOYA CHÁVEZ


Directora de Desarrollo Educativo

PROFR. EVER ENRIQUE AVITIA ESTRADA


Director de Educación Básica de la Secretaría de Educación, Cultura y Deporte

PROFRA. MARÍA ELISA MEZA SALAS


Coordinadora Estatal de Formación Continua
para Maestros en Servicio

PROYECTO

Dra. Olga Carolina Sáenz Chávez


Coordinadora de Planeación

Ing. Pedro Méndez Retana


Edición y Diseño

Este programa es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por ningún partido político alguno
y sus recursos provienen de los impuestos que pagan los contribuyentes. Está prohibido el uso de este
programa con fines políticos, electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso
indebido de los recursos de este programa deberá ser denunciado y sancionado de acuerdo con la ley
aplicable y ante la autoridad competente.

D.R. 2011 Secretaría de Educación, Cultura y Deporte


Gobierno del Estado de Chihuahua
Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción por cualquier medio mecánico o electrónico
sin la autorización previa de los coeditores.
ÍNDICE

BLOQUE IV

IV.3
APRENDER A APRENDER: Clave para el aprendizaje a lo largo de la vida
Elena Martín Ortega
Universidad Autónoma de Madrid ..................................................................................................... 3

IV.4
PLANEACIÓN DIDÁCTICA Y DESARROLLO DE COMPETENCIAS
Curso Básico de Formación Continua ................................................................................................. 10

BLOQUE V
V.1.1
EL APRENDIZAJE ESCOLAR DE LAS COMPETENCIAS COMUNICATIVAS
Carlos Lomas y Amparo Tusón, Enseñanza del lenguaje, emancipación comunicativa y educación áulica.,
México, Edene, 2009. ............................................................................................................................................. 19

V.2.1
ENTORNO A LA CULTURA ESCRITA
Editor: Margaret Meek. México: FCE, 2004 ........................................................................................................... 34

V.2.2
SECUENCIAS DIDÁCTICAS PARA APRENDER GRAMÁTICA
Anna CAMPS, Felipe ZAYAS (coords). Didáctica de la Lengua y la Literatura,
Ed. Graó, Barcelona, 2006 .................................................................................................................. 41

V.2.3
PROCESOS DE ADQUISICIÓN DE LA LENGUA ESCRITA DENTRO DEL CONTEXTO ESCOLAR
Emilia Ferreiro, Alfabetización. Teoría y práctica, México, Siglo XXI, 2008. ........................................................... 45

V.2.4
LOS LECTORES NO DEJAN DE SORPRENDERNOS
Michele Petit, Lecturas del espacio íntimo al espacio público, México, FCE, 2001. ............................................... 58

V.3.1
LOS PROYECTOS DE TRABAJO
La necesidad de nuevas competencias para nuevas formas de racionalidad.
Fernando Hernández. Universitat de Barcelona. fhernand@trivium.gh.ub.es ............................................... 63

V.3.1
APRENDER EN LA ESCUELA A TRAVÉS DE PROYECTOS: ¿POR QUÉ?, ¿CÓMO?
Philippe Perrenoud. Facultad de Psicología y de Ciencias de la Educación.
Universidad de Ginebra 2000. Traducción hecha por María Eugenia Nordenflycht ............................. 74
V.3.3
EL ARTE DE HABLAR EN CLASE (Sobre qué, cómo y para qué)
Carlos Lomas, Amparo Tusón Valls, Enseñanaza del lenguaje,
emancipación comunicativa y educación crítica, México, Edene, 2009. .............................................. 83

V.3.3
CÓMO ORGANIZAR LA ENSEÑANZA DEL LENGUAJE ESCRITO. Una propuesta de planificación.
Sobre la enseñanza del lenguaje escrito… y temas aledaños.
México: Paidós, 2007. Myriam Nemirovsky ........................................................................................ 90

V.4.2
¿CÓMO PLANIFICAR?
Sobre la enseñanza del lenguaje escrito… y temas aledaños.
México: Paidós, 2007. Myriam Nemirovsky ........................................................................................ 98

V.4.3
LA EVALUACIÓN DEL PROYECTO DISEÑADO
María Laura Galaburri ........................................................................................................................ 105

V.4.3
EVALUACIÓN: Concepto, Tipología y Objetivos
María Antonia Casanova:
Casanova. M. A. (1998), La evaluación educativa, México, Muralla-SEP
(Biblioteca del Normalista), pp.67-102. .............................................................................................. 112

V.4.3
LA EVALUACIÓN DE LA COMPOSICIÓN ESCRITA
Ribas y Seix, Teresa (1993). "La evaluación de la composición escrita",
en Cuadernos de Pedagogía, núm. 216 (Monográfico Leer y escribir),
Barcelona, julio-agosto, pp. 2830. ...................................................................................................... 137

LA EVALUACIÓN
Daniel Cassany, Marta Luna y Gloria Sanz. ......................................................................................... 142
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Diplomado para maestros de primaria: 2º y 5º grados Planeación y estrategias didácticas para los campos de lenguaje
y comunicación, y pensamiento matemático

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APRENDER A APRENDER: Clave para el aprendizaje a lo largo de la vida


BLOQUE IV
Elena Martín Ortega
IV.3
Universidad Autónoma de Madrid

Resumen
Hacer posible que los ciudadanos sigan aprendiendo durante todo su desarrollo personal implica que
durante la etapa obligatoria se les haya enseñado a aprender a aprender. Aprender a aprender implica
desarrollar aspectos cognitivos y emocionales. Ambos deben ser trabajados por los docentes. La infancia
se presenta como el momento idóneo para comenzar a construir el hábito de aprender a aprender y la
adquisición de esta competencia básica no se puede hacer al margen de las áreas curriculares. Entre los
aspectos metodológicos más relevantes para lograr este objetivo, destacan los siguientes: la concepción
que los docentes y los estudiantes tienen sobre lo que es el aprendizaje; enseñar a los alumnos a regular
sus propios procesos de aprendizaje, supervisar sus resultados y reflexionar sobre lo aprendido y prestar
atención a la dimensión emocional. Otro potente recurso es la escritura epistemológica. Las
características del texto escrito favorecen su función de apoyo al razonamiento y al aprendizaje. El
aprendizaje colaborativo y la evaluación formadora son también pilares del aprender a aprender.
Palabras clave: Aprender a aprender, currículo, alumnado, profesorado, cognitivo, emocional, proceso. 3
Entre los múltiples cambios que se fijan como metas para nuestros sistemas educativos, dos resultan a
nuestro juicio especialmente relevantes. El primero, el que retoma con fuerza la necesidad de
seleccionar con lucidez aquellos aprendizajes básicos que todo ciudadano tiene que haber adquirido en
la escolarización obligatoria, ya que de no hacerlo se enfrenta al futuro desde una posición de
desigualdad (Coll y Martín, 2006). La propuesta se concreta en la definición de las competencias básicas
recogidas, en el caso de España, en el curriculum de la LOE. El segundo cambio se refiere a la necesidad
de trascender la etapa de escolarización como aquella en la que se producen todos los aprendizajes y
adoptar una posición educativa planificada para que toda persona prolongue su aprendizaje a lo largo de
la vida. La relación entre ambas metas es clara. Por una parte, seleccionar lo básico imprescindible, con
la renuncia que inevitablemente supone a muchos saberes valiosos, resulta menos doloroso cuando
aceptamos que se trata sólo de una renuncia estratégica ya que se seguirán adquiriendo conocimientos
más allá de los años de enseñanza básica. Por otra, hacer posible que los ciudadanos sigan aprendiendo
durante todo su desarrollo personal implica que durante la etapa obligatoria la escuela haya garantizado
en ellos y ellas la capacidad de planificar de forma autónoma qué quieren hacer con sus vidas, qué
recursos necesitan para conseguirlos, y cómo conseguirlos. Es decir, que les haya enseñado a aprender a
aprender.
La conexión de estas dos finalidades se hace más estrecha en el momento actual, caracterizado por una
sociedad en la que el conocimiento es la clave del progreso personal y profesional y que exige además la
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capacidad de controlar la ansiedad que genera la incertidumbre que el cambio continuo conlleva. La
siguiente idea de Claxton (1990) lo expresa en pocas palabras:

La primera función de la educación en un mundo incierto debería ser dotar a la juventud de la


competencia y confianza en sí misma necesarias para afrontar bien la incertidumbre: en otras palabras,
ser buenos aprendices.

¿Qué es aprender a aprender?

Es por ello por lo que la LOE recoge las propuestas de la Unión Europea y propone entre las ocho
competencias básicas la de aprender a aprender, que en cierto sentido subyace a todas las otras. La
Comisión Europea define esta competencia como “la capacidad para proseguir y persistir en el
aprendizaje, organizar el propio aprendizaje, lo que conlleva realizar un control eficaz del tiempo y la
información, individual y grupalmente. Esta competencia incluye la conciencia de las necesidades y
procesos del propio aprendizaje, la identificación de las oportunidades disponibles, la habilidad para
superar los obstáculos con el fi n de aprender con éxito. Incluye obtener, procesar y asimilar nuevos
conocimientos y habilidades así como la búsqueda y utilización de una guía. Aprender a aprender
significa que los estudiantes se comprometan a construir su conocimiento a partir de sus aprendizajes y
experiencias vitales anteriores con el fin reutilizar y aplicar el conocimiento y las habilidades en una
variedad de contextos: en casa, en el trabajo, en la educación y la instrucción. En la competencia de la
4 persona son cruciales la motivación y la confianza.” La competencia de Aprender a aprender, como todas
las demás, por otra parte, implica desarrollar aspectos tanto cognitivos como emocionales. Desde luego,
supone adquirir determinadas competencias metacognitivas, es decir, capacidades que permiten al
estudiante conocer y regular sus propios procesos de aprendizaje. Pero, de nada sirve conocerse como
aprendiz si lo que “vemos” al analizarnos nos desagrada y nos lleva por tanto a considerarnos poco
capaces. La autoestima, la capacidad de aceptar el rechazo que provoca el error, la tensión que implica
mantener el esfuerzo…son algunas de las dimensiones de aprender a aprender que con mayor claridad
revelan su naturaleza emocional.

La competencia “Aprender a aprender” implica desarrollar aspectos cognitivos y emocionales. Los


docentes deben trabajar ambas dimensiones.

Destacar esta doble dimensión tiene como objetivo principal enfatizar que los docentes debemos
trabajar ambas. No se trata por tanto de enseñar únicamente determinados recursos que ayudan a
planificar y desarrollar una tarea estratégicamente, sino de acompañar al alumno desde el inicio de su
escolaridad en un largo proceso que le permita conocerse como aprendiz, aceptarse y aprender a
mejorar. Enseñar a aprender a aprender significa conseguir que los alumnos y alumnas experimenten a lo
largo de su escolaridad el placer que produce entender algo que antes no comprendíamos, resolver un
problema que se nos resistía, sentirnos capaces en último término.
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y comunicación, y pensamiento matemático

Enseñar a aprender a aprender puede y debe hacerse desde la Educación Infantil. El énfasis en las
características conscientes del proceso de aprender a aprender ha podido llevar a la idea de que esta
disposición sólo puede recomendarse y conseguirse a partir de determinado momento en el desarrollo.
Sin embargo, esta suposición es errónea. Los niños de preescolar van de hecho desarrollando sus
capacidades de toma de conciencia de sus procesos mentales y de los de los demás. Por ejemplo, en sus
juegos los niños pasan de jugar solos a incorporar a otros compañeros, con la necesidad que conlleva de
adaptar la propia conducta a la de los otros a través no sólo de la observación de las acciones externas
sino de inferencias sobre sus intenciones o deseos. Avanzan también en su capacidad de consolar o
fastidiar a sus iguales. Y de la misma manera van apareciendo las capacidades metalingüísticas. Además,
el juego simbólico, las conversaciones con adultos y compañeros aumentan la capacidad de adoptar el
papel del otro. En los primeros niveles podemos comenzar ya a instaurar el hábito de interrogarse por
cuáles son los objetivos, qué pasos hay que dar, lo hemos hecho bien o mal, qué otra cosa podemos
hacer, qué nos gusta más de aprender y qué nos resulta más difícil. Esto siempre recordando que la
acción es lo esencial en estas edades y que demandas excesivas de explicitación pueden resultar tediosas
y prematuras. Investigaciones y experiencias de aula con preescolares (La casa y Herranz, 1995; Real y
Tena, 2005) han constatado que niños y niñas de estas edades pueden llevar a cabo actuaciones
estratégicas en situaciones de aprendizaje cooperativo. Por supuesto, la índole de las tareas o el apoyo
de los adultos se transformarán en cada etapa escolar pero el hábito de aprender a aprender se
construye desde el comienzo de la escolaridad. 5

El hábito de aprender a aprender se construye desde el comienzo de la escolaridad.

No se puede enseñar a aprender a aprender al margen de los contenidos de las áreas del currículo.
Aprender a aprender necesita de cada área para su desarrollo. Por tanto, no abogamos por la
introducción de programas generales sobre razonar, observar o recordar. La utilización de algunos de
ellos, como el Programa de Enriquecimiento Instrumental de Feuerstein o el Proyecto Inteligencia de la
Universidad de Harvard, cuenta ya con cierta tradición en nuestro medio educativo. Aunque pensamos
que estos programas, como otros relacionados, por ejemplo, con la enseñanza de las habilidades del
método científico, pueden ponerse al servicio de aprender a aprender, no comparten los mismos
objetivos y, lo que es fundamental, alcanzar la transferencia de las habilidades incluidas en aprender a
aprender supone que éstas formen ineludiblemente parte de las áreas curriculares de Educación Infantil,
Primaria o Secundaria.

¿Cómo se enseña a aprender a aprender?


En el apartado anterior ya se ha contestado en parte a esta pregunta: se enseña desde el inicio de la
escolaridad y es responsabilidad de todos los docentes y del conjunto de las áreas curriculares.
Querríamos ahora referirnos sucintamente a algunos principios metodológicos especialmente relevantes
para este ámbito del conocimiento. El primero de ellos se refiere a la importancia que tiene explorar las
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concepciones que estudiantes y docentes tienen sobre el aprendizaje. En concreto, las creencias sobre la
inteligencia pueden influir específicamente en el proceso de aprender a aprender a través de tres ideas
concretas: qué piensan los estudiantes que significa ser inteligente, sus creencias sobre el carácter
estable o modificable de la inteligencia y sus teorías sobre el origen de las diferencias individuales. Con
demasiada frecuencia encontramos que los propios docentes tienen una representación demasiado
simplista de lo que significa ser inteligente y aprender. Una concepción en la que el aprendizaje se
entiende como una copia de la realidad y el papel del aprendiz depende de rasgos que no es fácil
modificar. La influencia de estas concepciones sobre la práctica docente es muy importante y los
estudiantes a su vez van construyendo su forma de entender el aprendizaje a partir de las prácticas
educativas en la que se ven insertos. Por lo tanto, ayudar al profesorado a que enseñe a aprender a
aprender implica ante todo ayudarle a tomar conciencia de lo que piensa y a modificar sus concepciones
si es que estas son excesivamente simples. Asimismo, supone hablar explícitamente en clase con los
alumnos sobre lo que es aprender y discutir lo que ellos y ellas piensan.

Es importante explorar las concepciones que estudiantes y docentes tienen sobre el aprendizaje.

Un segundo principio metodológico implica enseñar al alumnado a regular sus propios procesos de
6 aprendizaje. Es decir a planificar, supervisar y evaluar su comportamiento cuando se enfrentan a
cualquier tarea escolar. Antes de comenzar con la planificación, nuestros estudiantes deben preguntarse
por los objetivos de esa tarea. Aunque parezca trivial, preguntarse dónde se quiere llegar, no siempre es
un hábito consolidado en los estudiantes y, sin embargo, es condición indispensable para avanzar de
forma reflexiva en los siguientes pasos del proceso. De otra forma, cómo planificamos o cómo sabemos
si nuestros resultados son los correctos. Los docentes debemos hacer explícitas las metas sabiendo que,
a pesar de esta declaración, no siempre se comprenden bien. Por otro lado, no sólo debe dejarse claro
dónde hay que llegar sino también los criterios de calidad, lo que tendremos en cuenta para juzgar si la
tarea está o no bien resuelta.
Mientras se realiza la actividad, hay que enseñar a los alumnos a centrar la atención fundamentalmente
en saber si el camino emprendido se adapta a los objetivos establecidos anteriormente y cómo podemos
actuar en caso contrario. Finalmente es preciso supervisar los resultados. Este aspecto no sólo tiene
como objetivo mejorar el resultado específico logrado sino también, y especialmente, revisar el proceso
de aprender. Aunque parezca trivial, la primera pregunta que debemos hacernos es si la tarea está
concluida y, para ello, debemos traer a la mente los objetivos que nos marcamos y lo que sabemos son
los criterios de logro. Esta comprobación significa además verificar si nuestras respuestas son plausibles.
Supone asimismo analizar si hemos sido eficaces al resolver el problema o hubiera sido mejor hacerlo de
otra manera y, muy importante, reflexionar sobre lo que hemos aprendido. Enseñar a aprender a
aprender se apoya en tercer lugar en ayudar a los alumnos a que realicen atribuciones adecuadas de sus
éxitos o fracasos, para prestar atención a la dimensión emocional a la que se hizo referencia en el
apartado anterior. Hay que ayudar a que los estudiantes atribuyan los resultados de su proceso de
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aprendizaje a causas que están bajo su control y que son modificables. Si alguien piensa que no tiene
capacidad o que “se le da mal” una asignatura, difícilmente se va a poner a la tarea de aprender ni va a
mantener el esfuerzo que ello implica. Sin embargo, si acepta que el resultado se debe al tiempo que ha
estudiado o a la manera en la que lo ha hecho, el problema tiene solución; exige trabajo y disciplina,
pero puede resolverse. Estos estilos atribucionales se construyen, uno no nace con ellos y los docentes
tenemos mucha influencia en ellos.

Hay que enseñar al alumnado a regular sus propios procesos de aprendizaje.

El cuarto recurso metodológico al que queríamos hacer referencia es la escritura epistémica. Son muchos
los estudios que ponen de manifiesto la gran capacidad del lenguaje para hacer explícitas ideas y
conocimientos que tenemos pero que no sabemos que tenemos o que se “aclaran” al expresarlas (Olson,
1998, Vygostki, 1977, 1979). Es muy habitual la experiencia de querer comunicar una idea y acabar
diciendo “no sé cómo decirlo”. Esta dificultad es interpretada por estos autores como una manifestación
del costoso proceso de hacer explícito lo que está implícito. El lenguaje cumple una función de
andamiaje del pensamiento. Al verbalizar lo que vamos pensando, se ordenan las ideas porque se toma
conciencia de ellas.
7
Este papel del lenguaje oral se ve potenciado cuando se utiliza la escritura. El texto escrito tiene una
serie de características que favorecen su función de apoyo al razonamiento y en este caso al aprendizaje.
La primera de ellas se refiere a la mayor exigencia de precisión y rigor en los términos que se utilizan, lo
que obliga a definir mejor lo que quiere comunicarse exactamente. Por otra parte, la distancia tanto
temporal como espacial del autor y el lector exige que el primero haga explícitos en el texto todas las
claves que pueden ayudar al lector a interpretar la información de acuerdo con la intención de quien lo
ha escrito. Esto implica entre otras cosas especificar lo más posible la relación entre las ideas que se
expresan. Como es bien sabido un aprendizaje es más significativo cuanto más ricas son las relaciones
entre los distintos conocimientos. Por tanto, reflexionar sobre las conexiones entre distintos aspectos del
contenido sobre el que se esté escribiendo debería permitir profundizar en el aprendizaje.

Un potente recurso metodológico es la escritura epistémica. Las características del texto escrito
favorecen su función de apoyo al razonamiento y al aprendizaje.

Por otra parte, cuando uno escribe tiene que representarse las características de la “audiencia”. Lo que
esa persona ya sabe y no hace falta por tanto explicarle, lo que puede resultarle más importante, lo que
le gusta, lo que le interesa...en último término, los principales rasgos de la mente del lector. Escribir
implica desde esta perspectiva, importantes capacidades mentalistas, propias de los procesos
metacognitivos.
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Finalmente, el texto escrito se elabora con un tiempo más pausado que el lenguaje oral, lo que permite,
si bien no asegura, mayor planificación y sobre todo la posibilidad de revisar lo escrito durante el proceso
y al finalizarlo. La mayor serenidad de la escritura es también especialmente propicia para la regulación
emocional. No es sencillo tomar conciencia de los sentimientos, por otra parte hacerlo no asegura
controlarlos, pero ayuda en gran medida, como hemos venido comentando.

La prioridad debería centrarse por tanto en que los equipos docentes acordaran realizar en todas las
materias y a lo largo de todos los cursos resúmenes, mapas conceptuales, síntesis, comentarios de texto,
reflexiones sobre el aprendizaje, en síntesis tareas de lectura y escritura reflexiva (Camps, 1990; Cassany,
1997; Monereo y Castelló 1997; Sánchez, 1998; Solé, 1992).

El trabajo colaborativo y la práctica de la evaluación formadora por los docentes constituyen también
pilares del aprender a aprender.

El trabajo colaborativo constituye asimismo uno de los pilares de aprender a aprender. Trabajar con
otros ayuda a tomar conciencia de los propios procesos cognitivos y emocionales, al trabajar con los
otros, debemos ponernos de acuerdo en los objetivos y, por tanto, pensar sobre ellos; debemos acordar
cómo avanzar, pensar sobre las estrategias y pasos; debemos detectar errores propios y ajenos, y dar
8
explicaciones de por qué lo consideramos un error; debemos llegar a una solución compartida, y explicar
por qué ésa es la solución correcta. En resumen, el aprendizaje en colaboración no puede darse sin leer
nuestra mente, leer la de los demás y buscar las vías de comunicación entre ambas. Nos conduce a
explicarnos frente a nosotros mismos y los demás, a controlar y a inhibir nuestras respuestas y a ser
flexibles para adaptarnos a la situación y al grupo. Finalmente, para ayudar a los alumnos y alumnas a
aprender a aprender es preciso que los docentes evaluemos de acuerdo a los principios de la evaluación
formadora (Coll, Martín y Onrubia, 2001, Nunziati, 1990, Sanmarti, 2007, Jorba y Sanmarti, 2005).

Se trata de evaluar de tal manera que el proceso, además de servir al profesor para regular la enseñanza,
le permita al alumno autorregular su aprendizaje. Para ello, el estudiante debe ser capaz de identificar
cuándo aprende y cuándo no y sobre todo qué de lo que hace es lo que le ayuda a aprender. La
autoevaluación y la coevaluación son procedimientos útiles para poner en marcha la evaluación
formadora. Aprender a evaluarse a uno mismo no es tarea fácil y necesita ejercitarse para llegar a formar
parte del repertorio de capacidades consolidadas del alumno. Por ello es importante que sea una
práctica que se utilice desde los primeros años de la escolaridad aunque lógicamente vaya
modificándose a lo largo de las etapas.

Todos estos principios metodológicos suponen sin duda cambios notables en la práctica educativa actual.
El cambio no va a ser fácil, pero es imprescindible. Siempre hemos sabido que lo importante en la
escuela era hacer autónomos a los alumnos y que, al salir de ella, no nos necesitaran para seguir
desarrollándose. Esta meta se ha hecho actualmente imprescindible por el nuevo papel que el
aprendizaje a lo largo de la vida ha cobrado a su vez.
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Referencias bibliográficas

Camps, A. (1990). Modelos de procesos de redacción: algunas implicaciones para la enseñanza. Infancia y
Aprendizaje, 49,3-19.

Cassany, D. (2006). Taller de textos. Leer, escribir y comentar en el aula. Barcelona: Graó. Claxton, G.
(1990). Teaching to learn. Londres: Cassell.
Coll, C. y Martín, E. (2006). Vigencia del debate curricular: aprendizajes básicos, competencias y
estándares. PRELAC Journal, 3, 6-27.

Coll, C, Martín, E. y Onrubia, J. (2001). La evaluación del aprendizaje escolar: dimensiones psicológicas,
pedagógicas y sociales. En C.Coll, J. Palacios y A. Marchesi (Comps), Desarrollo psicológico y Educación.
Vol. 2. Psicología de la educación escolar. Madrid: Alianza, 549-574.

Jorba, J. y Sanmartí, N. (1996). Enseñar, aprender y evaluar: un proceso de evaluación contínua. Madrid:
Ministerio de Educación y Cultura.
Monereo, C. y Castelló, M. (1997). Las estrategias de aprendizaje. Cómo incorporarlas a la práctica
educativa. Barcelona: Edebé.
Nunziati , G. (1990). Pour construir un dispositif d’evaluation formatrice. Cahiers Pédagogiques, 280, 47-
64.
9
Olson, D.R. (1998). El mundo sobre el papel. Barcelona: Gedisa (V.O.: The World on paper. Cambridge:
Cambridge University Press, 1994). Sanmartí, N. (2007). Evaluar para aprender. 10 ideas clave.
Barcelona: Graó.

Sánchez, E. (1998). Comprensión y redacción de textos. Barcelona: Edebé. Solé, I. (1992). Estrategias de
lectura. Barcelona: Graó-ICE de la Universitat de Barcelona.

Vygotsky, L.S. (1977). Pensamiento y lenguaje. Buenos Aires: La pleyade.

Vygotsky, L.S. (1978). Mind in society. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Vygotsky, L.S. (1979). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica.
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PLANEACIÓN DIDÁCTICA Y DESARROLLO DE COMPETENCIAS BLOQUE IV


Curso Básico de Formación Continua Ciclo Escolar 2010-2011 IV.4

Hoy la necesidad de educar para la vida demanda múltiples competencias a los maestros, de modo que
éstos sean agentes de cambio que contribuyan a elevar los aprendizajes en los niños, en dotarles de
herramientas para el pensamiento complejo y para un desarrollo humano pleno e integral, así como
competencias cívicas y sociales que contribuyan a que todas las personas gocen de iguales derechos,
libertades y oportunidades, así como elevar el bienestar general.

En el enfoque de competencias para la vida, se busca un desarrollo pleno e integral de los niños
y jóvenes hacia la generación de competencias y capacidades para la vida personal, pública y
laboral, tales como los aprendizajes que les brinden capacidades necesarias para tener acceso a
las oportunidades, el bienestar, la libertad, la felicidad, y el ejercicio de los derechos.

En este sentido, es necesario que los profesores y profesoras de educación básica eduquen con equidad
que coadyuven en cerrar las brechas en las desigualdades sociales, para evitar la exclusión de las
10 personas y favorecer sus derechos y oportunidades. Así también es necesaria su intervención para
consolidar una cultura cívico-democrática, en desarrollar formas de vida más coincidentes con el respeto
y el cuidado de los derechos propios y de los demás, así como de promoción y cuidado de la salud y una
mejor relación entre el ser humano, el medio ambiente y la vida.

Por otro lado, todo el tiempo suceden avances en las ciencias, las humanidades, la pedagogía y la
tecnología que requieren habilidades de los docentes para el aprendizaje y la actualización disciplinaria
permanente, de modo que puedan generar los mejores ambientes y situaciones de aprendizaje para los
niños.

Este tipo de retos propios de las sociedades democráticas del conocimiento le implican innovar, pero
también reconocen el importante capital de transformación que la práctica docente tiene en sus manos
y revaloriza la importancia de la profesión para lograr en los niños los aprendizajes necesarios para su
desarrollo pleno e integral.

En este contexto, los retos actuales de la docencia se vuelven más complejos debido a la multiplicidad de
competencias para la formación humana y pedagógica de los niños que debe desarrollar el maestro en
su desempeño docente.

La primera competencia es que el maestro domine los contenidos de enseñanza del currículo y que sepa
desarrollar capacidades intelectuales y de pensamiento abstracto y complejo en los niños.
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Así también, se espera que los docentes despierten la curiosidad intelectual de los niños, fomentando
en ellos el gusto, el hábito por el conocimiento, el aprendizaje permanente y autónomo (aprender a
aprender), poniendo en práctica recursos y técnicas didácticas innovadoras, cercanas a los enfoques
pedagógicos contemporáneos y motivadoras del aprendizaje (ambientes de aprendizaje), utilizando las
tecnologías de la información y la comunicación.

Una siguiente competencia, igualmente importante, es contar con las habilidades, valores, actitudes y
capacidades para la formación humana de los sujetos, que serán los ciudadanos de las siguientes
generaciones, desarrollando en ellos competencias cívicas y éticas para un adecuado crecimiento socio-
emocional y para favorecer la convivencia, que permitan consolidar valores democráticos de respeto
por los derechos humanos y las libertades, la tolerancia, el aprecio y el respeto por la pluralidad y la
diversidad, así como formas de convivencia no marcadas por la violencia.

Al mismo tiempo y en el contexto de la gran diversidad cultural y lingüística del país, como parte de sus
competencias se encuentra la atención de manera adecuada a la diversidad cultural y lingüística, estilos
de aprendizaje y puntos de partida de los estudiantes, así como relaciones tutoras que valoran la
individualidad, la autonomía y potencializan el aprendizaje significativo.
Por último, la profesión docente exige como competencias el trabajo colaborativo y la creación de redes
académicas en la docencia, para el desarrollo de proyectos de innovación e investigación educativa, de
manera que pueda reflexionar permanentemente sobre su práctica docente en individual y en colectivo 11
y organizar su formación continua, involucrándose en procesos de desarrollo personal y autoformación
profesional, así como en colectivos docentes de manera permanente, vinculando a ésta los desafíos que
cotidianamente le ofrece su práctica educativa.

En el enfoque de competencias para la vida presente en los planes y programas de estudio de la


Reforma Integral de la Educación Básica, la planeación didáctica se sustenta en tres pilares:

• Dominio disciplinar de los planes y programas comprendiendo las competencias que se pretenden de-
sarrollar y cómo es que éstas pueden alcanzarse (aprendizajes esperados).

• Gestión de ambientes de aprendizaje áulico (didáctica, recursos, ambientes del aula, inclusión y gestión
del aprendizaje).

• Transversalidad (diversas disciplinas coinciden en una visión cívica y ética, acentúan la importancia de
la vida, el contacto con la naturaleza, la salud, los derechos humanos).
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Dominio disciplinar de los planes y programas.


El primer paso en la gestión de los aprendizajes de los niños es conocer los planes y programas de
estudio y, de preferencia, comprender los dominios disciplinares de las ciencias y las humanidades en el
que se sustentan.

El dominio del enfoque disciplinar de las asignaturas y campos formativos de la educación básica es
necesario para comprender los aprendizajes esperados y poner en la práctica estrategias didácticas que
permitan su logro. Así también, para contar con recursos e información actualizada para la enseñanza.

Los aprendizajes esperados son enunciados que incluyen los contenidos básicos que el
alumno debe aprender para acceder a conocimientos cada vez más complejos en un
contexto de aprendizaje. Revelan conceptos, habilidades y actitudes que las actividades de
aprendizaje deben considerar respecto a los contenidos; además establecen los aportes
esenciales para el desarrollo personal, social y académico de los estudiantes en los diferentes
niveles educativos (SEP, 2009).
En el marco de la RIEB, la planeación de actividades que decida el docente deberá considerar la
movilización de saberes (saber hacer con saber y con conciencia del efecto de ese hacer), las cuales se
manifiestan tanto en situaciones comunes de la vida diaria como en situaciones complejas que
contribuyen a visualizar un problema, emplear los conocimientos pertinentes para resolverlo,
12
reestructurarlo en función de la situación, así como extrapolar o prever lo que falta.

A través de la revisión minuciosa de los planteamientos pedagógicos presentes en los planes y


programas de estudio de la Educación Básica, los docentes podrán identificar el enfoque, los propósitos,
los aprendizajes esperados, las propuestas de trabajo y las sugerencias didácticas, así como los
referentes y herramientas para la evaluación por nivel educativo, campo formativo o asignatura que le
permitan desarrollar la planeación didáctica.
Sin embargo, para que los docentes logren en sus alumnos aprendizajes significativos y el desarrollo de
competencias para la vida, es necesario que fortalezcan su formación continua a fin de estar
actualizados sobre las innovaciones en el terreno de las ciencias y las humanidades; comprendan los
enfoques, contenidos y fundamentos de las asignaturas y los campos formativos; y obtengan recursos
de aprendizaje actuales e innovadores.

Gestión de ambientes de aprendizaje áulico


La preocupación por los ambientes de aprendizaje tiene algún tiempo de haberse insertado en las
investigaciones sobre el aprendizaje, en cuanto que se ha percibido la importancia del entorno exterior
al sujeto -en la escuela, la casa, el barrio, la ciudad- para crear aprendizajes significativos. El ambiente
interactúa con el sujeto y lo transforma. Así, los aprendizajes surgen de la observación del entorno y de
los comportamientos y acciones de los demás, con quienes convivimos, bien directa o indirectamente
(pensar, por ejemplo, en los medios de comunicación).
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y comunicación, y pensamiento matemático

Los ambientes educativos han adquirido por ello mucha importancia al ser el escenario donde se pueden
favorecer condiciones de aprendizaje y se desarrollen capacidades, competencias, habilidades y valores.
Las recomendaciones realizadas en relación con la creación de ambientes de aprendizaje tienen que ver
con el impulso a competencias y capacidades, relaciones participativas y democráticas al interior de la
comunidad educativa y la creación de ambientes lúdicos que promuevan y faciliten el gusto por el
aprendizaje (Duarte, 2003: 5-11).
a) Generar ambientes que desarrollen competencias y capacidades
El aprendizaje tal y como se entiende actualmente comprende capacidades y competencias de alto nivel
de complejidad, especialmente en los estándares de lectura, matemáticas, ciencias y formación cívica y
ética. En el enfoque para favorecer el desarrollo de competencias, se trata de desarrollar en los niños
una serie de capacidades para la resolución de problemas relacionados con su vida y su contexto
personal.
Por ello, como señala la UNESCO, las formas de enseñanza deban ser actualmente equivalentes a una
cultura de la innovación que propicie rápidamente la difusión de los nuevos conocimientos y paradigmas
que van produciendo las sociedades (2005, p. 63).
b) Generar ambientes participativos y democráticos
Se ha comprobado que de nada sirve realizar innovaciones de los materiales de enseñanza si no cambian 13
las acciones y prácticas educativas rígidas y verticales. De ahí que para algunos autores el papel
transformador del aula está en manos del maestro, de la toma de decisiones, la apertura y coherencia
entre su discurso democrático y sus costumbres, hábitos y actuaciones, así como de la problematización
y reflexión crítica que él realice de su práctica y de su lugar frente a los otros, en tanto representante de
la cultura y de la norma (Duarte, 2003: p. 8; Perrenoud, 2007: 183-210).
Se trata así de propiciar ambientes que posibiliten la comunicación, el diálogo y la deliberación, que
formen en prácticas de respeto, tolerancia y aprecio por la pluralidad y la diferencia, la autonomía, el
ejercicio de los derechos y las libertades, aprendiendo a comportarse en beneficio de los derechos
humanos propios y demás.
Los niños aprenden más por las conductas que observan que por los discursos escuchados. De ahí la
importancia de que se observe una congruencia entre los contenidos que se enseñan en el currículo y los
materiales, y los ambientes de aprendizaje creados en el aula. En ello las actitudes del docente serán
fundamentales para generar los nuevos patrones de conducta y convivencia social.
Los ambientes violentos y discriminatorios no son ambientes de aprendizaje adecuados para los niños, ni
tampoco sitios en los que se les esté formando para una convivencia o valores cívicos y éticos sólidos y
sanos. El aula es uno de los principales espacios en los que debe permitirse la expresión libre de las
ideas, intereses, necesidades y estados de ánimo de todos.
Por otro lado, la educación no debe ser excluyente ni discriminatoria, sino incluyente que ayude a formar
a los niños para que éstos reconozcan, gocen y aprecien la igualdad de ciudadanía y de derechos y
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oportunidades, independientemente de su género, etnia, condición social, discapacidad, edad,


preferencia sexual, lengua o cultura.
En este sentido, tiene particular importancia la atención a la diversidad en las necesidades y modos de
aprendizaje.
c) Generar ambientes inclusivos
Uno de los elementos centrales de la pedagogía es atender a la diversidad de los aprendizajes de los
niños para generar ambientes inclusivos. Los aprendizajes son diferentes en lo niños de acuerdo con su
edad, madurez o capital social a su disposición.

Con el fin de generar condiciones para la inclusión, el docente debe organizar y animar situaciones de
aprendizaje que gestionen la progresión de los mismos, atendiendo a la diversidad de aprendizajes que
suceden en una misma aula y haciendo una evaluación formativa de los mismos.

Además, en el marco del enfoque por competencias las situaciones de aprendizaje deberán ser
interesantes para los niños y, sobretodo, que tengan sentido en relación con su vida real, sus
preocupaciones y sus experiencias, de manera que puedan contribuir a un aprendizaje más significativo.

El manejo de la diversidad en la atención a las necesidades educativas de los niños es uno de los
requerimientos actuales más importantes de la docencia.
14 En contraste con visiones de la docencia tradicionales que buscaban una cierta homogeneización y
normalización de comportamientos, ahora se trata de respetar y apreciar la diversidad considerándola
con toda seriedad para evitar la exclusión en el aprendizaje de muchos niños y niñas.

d) Creación de ambientes estimulantes y lúdicos para el aprendizaje

Para crear ambientes de aprendizaje es esencial generar ambientes lúdicos que estimulen la curiosidad,
la imaginación y la creatividad de los alumnos, cuestiones necesarias para producir nuevos aprendizajes.
Es importante comprender que los ambientes educativos parten de una relación entre la curiosidad, el
juego, el pensamiento y el lenguaje, tomando el juego como una parte vital y placentera de la tarea de
introducirse en los aprendizajes.

El juego es por ello uno de los principales mecanismos que permiten desarrollar la creatividad al
promover la creación de aprendizajes y desarrollo del pensamiento. Lo anterior brinda una sólida base
para potenciar las capacidades de los alumnos en las diferentes asignaturas y campos formativos.
Como señala Perrenoud, "desarrollar seriamente competencias representa mucho tiempo, pasa por otro
compromiso didáctico y otra evaluación y exige situaciones de formación creativas, complejas y
diferentes a las sucesiones de cursos y de ejercicios" (2007, p. 174).

Para ello, el maestro movilizará sus competencias de manera interactiva, utilizando una variedad de
recursos didácticos para la enseñanza. Hoy en día las tecnologías de la comunicación y la información
proporcionan innumerables recursos para la enseñanza (fotografías, interactivos, multimedia, cine,
recursos bibliográficos y hemerográficos).
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Transversalidad
Los campos formativos y asignaturas del mapa curricular de la educación básica contienen un currículo
transversal con propósitos de enseñanza comunes para la atención de problemas del mundo y de la vida,
así como una serie de valores como el aprecio por la democracia, los derechos humanos, la equidad de
género, la igualdad en la ciudadanía, el respeto por la pluralidad y la diversidad, el cuidado del medio
ambiente, de uno mismo, temas que generan un mundo vasto de actividades e información que puede
ser utilizada en el aula.

El aprendizaje, en este sentido, es visto desde formas más integrales que apuntan hacia objetivos y
propósitos comunes, que pueden ser trabajados en el aula mediante situaciones didácticas que integren
el desarrollo de competencias comprendidas en diversas asignaturas.

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EL APRENDIZAJE ESCOLAR DE LAS COMPETENCIAS COMUNICATIVAS


BLOQUE V
Carlos Lomas y Amparo Tusón, Enseñanza del lenguaje, emancipación
comunicativa y educación áulica., México, Edene, 2009. V.1.1

EL APRENDIZAJE ESCOLAR DE LAS COMPETENCIAS COMUNICATIVAS1


Quizá una de las vías más adecuadas para entender el mundo en que vivimos es enunciar interrogantes
con la esperanza de que en la búsqueda de respuestas a esos interrogantes encontremos algunas claves
que nos ayuden a encontrar algún sentido a las cosas. En el caso de quienes enseñan lengua y literatura
algunos interrogantes posibles serían los siguientes:

¿Para qué enseñamos lengua y literatura? ¿Cuál es el objetivo esencial de la educación lingüística y
literaria en las aulas de la educación secundaria obligatoria y del bachillerato? ¿Cómo y con qué criterios
se seleccionan los contenidos lingüísticos y literarios? ¿Aprenden de veras las alumnas y los alumnos lo
que les enseñamos en las clases de lengua? Si no es así, ¿en qué medida esa ausencia de aprendizaje
obedece a factores personales o socioculturales o a una inadecuada intervención docente? ¿Qué cosas
habría de cambiar en las clases? ¿Qué debe saber y saber hacer un alumno o una alumna para
desenvolverse de una manera adecuada en los diferentes contextos de la comunicación humana? En
consecuencia, ¿qué debe saber y saber hacer el profesorado de lengua y literatura para ayudar al
19
alumnado en la adquisición y mejora de sus habilidades comunicativas (orales y escritas) ?

No es fácil encontrar respuestas adecuadas y útiles a cada uno de estos interrogantes. Sin embargo, en
las líneas que siguen intentaremos favorecer esa indagación y esa búsqueda de respuestas con el
objetivo de fomentar la reflexión del profesorado sobre sus teorías y sobre sus prácticas educativas.

Cuando un profesor o una profesora entran en una aula lo hacen con la intención de que los alumnos y
las alumnas aprendan (o aprendan a hacer) algunas cosas. En el caso del profesorado de lenguaje, es
obvio que en la educación obligatoria y en el bachillerato de lo que se trata es de que los alumnos y las
alumnas adquieran un conjunto de destrezas comunicativas (hablar, escuchar, leer, entender y escribir)
que les permitan utilizar su lengua de una manera adecuada, eficaz y competente en las diversas
situaciones comunicativas de la vida cotidiana.

Si preguntamos a enseñantes de lengua y literatura, a lingüísticas o a pedagogos sobre la finalidad de


enseñar lengua en la educación primaria y en la educación secundaria comprobaremos cómo unos y
otros estamos de acuerdo en subrayar como objetivo esencial de la educación lingüística la mejora de las
habilidades comunicativas del alumnado.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas cuando se ponen en relación estos deseos con la realidad de
lo que ocurre en las aulas de lengua y literatura. Porque, aunque casi siempre estamos de acuerdo en

1
Estas líneas constituyen una adaptación de algunas ideas y de algunos textos editados en Carlos Lomas, Cómo
enseñar a hacer cosas con las palabras. Teoría y práctica de la educación lingüística, 2 vols.,Paidós, Barcelona, 1999
(2ª. Edición actualizada en 2001)
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y comunicación, y pensamiento matemático

que el fin esencial de la educación lingüística y literaria es la mejora de las destrezas comunicativas del
alumnado, no siempre estamos de acuerdo sobre cómo contribuir de la manera más eficaz posible al
logro de esos objetivos comunicativos.

Este desacuerdo, que se traduce en formas enormemente diversas de entender la selección de los
contenidos lingüísticos y literarios, en las cosas tan diversas que se hacen en una u otra clase de lengua,
en las características tan diferentes que suelen tener las actividades de aprendizaje y, por tanto, en la
diversidad de los métodos de enseñanza y evaluación, da lugar a una casi infinita de formas de hacer en
las aulas que no son tanto (aunque en ocasiones también) la expresión del estilo personal de cada
profesor o profesora como un reflejo de las ideas tan diversas que tenemos quienes enseñamos lengua y
literatura sobre cómo contribuir desde la educación lingüística y literaria a la mejora y el dominio de las
habilidades de expresión y comprensión de mensajes orales y escritos de los alumnos y de las alumnas.

En este capítulo inicial reflexionaremos sobre los fines educativos de la enseñanza del lenguaje con la
intención no sólo de ser conscientes de los objetivos comunicativos de la educación lingüística y literaria
en la enseñanza obligatoria y en el bachillerato sino también de intentar deducir algunas ideas y criterios
que nos ayuden a actuar con la mayor coherencia posible en nuestro quehacer docente.
¿Para qué enseñamos lenguaje?
Con el fin de que afloren las ideas que cada profesor o profesora tiene sobre los fines de la educación
20 lingüística en la enseñanza obligatoria y en el bachillerato le invito a responder a la siguiente encuesta.
De lo que se trata es de clasificar, por orden de importancia, cada uno de los objetivos que aparecen
enunciados en estos dos apartados. Responda por favor, a estas dos preguntas:
1. Sería capaz de clasificar por orden de importancia los siguientes objetivos del aprendizaje
lingüístico de los alumnos y de las alumnas.

a) Conocer el sistema formal de la lengua


b) Saber construir un discurso coherente y adecuado

c) Saber utilizar diversas estrategias y recursos para comunicar con eficiencia.

d) Conocer las normas que rigen el uso social de las lenguas.

e) Saber comprender y expresar mensajes de forma adecuada, correcta, coherente y eficaz.

2. ¿Cuáles son en su opinión los objetivos prioritarios de la educación lingüística en la enseñanza


secundaria obligatoria? Clasifíquelos tambie´n por orden de importancia:

a) Enriquecer las capacidades comunicativas (expresivas y comprensivas) del alumnado.


b) Mejorar la coherencia, cohesión y corrección de los usos lingüísticos (orales y escritos) del
alumnado.

c) Apreciar las semejanzas y las diferencias entre el habla y la escritura.


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y comunicación, y pensamiento matemático

d) Enseñar los conceptos lingüísticos (fonológicos, morfosintácticos, léxico-semánticos….) de la


lengua.

Sin duda, este ejercicio no es nada fácil porque, como es obvio, en ambos casos los objetivos enunciados
son objetivos inherentes a la enseñanza de la lengua y deben figurar en cualquier programación de curso
o de ciclo de las áreas lingüísticas. Por otra parte, también es obvio que es difícil establecer prioridades
entre unos objetivos que, por una parte, son irrenunciables y que, por otra, se relacionan entre sí de una
manera evidente, por lo que no cabe entender la adquisición de algunas de la capacidades enunciadas
en unos sin el dominio de los saberes anunciados en otros. En cualquier caso, si en este ejercicio se
insiste en que se clasifiquen por orden de importancia esos objetivos es porque a menudo el énfasis en
uno u otro objetivos es significativo ya que debería condicionar la programación didáctica y, por tanto, el
trabajo práctico en el aula.

He utilizado esta sencilla encuesta en docenas de ocasiones y en diferentes países (México, España,
Colombia, Venezuela, Portugal….) en cursos y sesiones de formación del profesorado dialogaba sobre el
significado de esos enunciados y sobre sus implicaciones didácticas. Al final casi siempre había acuerdo
sobre las respuestas y las divergencias, si es que existían, se debían más a dificultades de interpretación
que a discrepancias en la opinión.
Con respecto a la primera pregunta, la inmensa mayoría de los profesores y de las profesoras
seleccionaban el objetivo e) en primer lugar (“Saber comprender y expresar mensajes de forma 21
adecuada, correcta, coherente y eficaz”), seguido a corta distancia de los objetivos b) y c), que aludían a
“saber construir un discurso coherente y adecuado” y a “saber utilizar diversas estrategias y recursos
para comunicar con eficacia”.

En último lugar se situaba el objetivo a), que aludía a “conocer el sistema formal de la lengua”, aunque
se indicaba con acierto que ello no significaba que no se tratara de un objetivo relevante sino de que era
un objetivo que no tenía sentido en sí mismo si no contribuía a la adquisición de las destrezas y
habilidades lingüísticas y comunicativas descritos en los objetivos antes enunciados.

En cuanto a la segunda pregunta, la unanimidad era absoluta: El objetivo a) ocupaba el primer lugar
(“Enriquecer las capacidades comunicativas (expresivas y comprensivas) del alumnado”), a corta
distancia del objetivo c), que se refería a “mejorar la coherencia, cohesión y corrección de los usos
lingüísticos (orales y escritos) del alumnado” El “último de la fila” era el objetivo e)), que aludía a
“enseñar los conceptos lingüísticos(fonológicos, morfosintáticos, léxicos, semánticos….) de la lengua”,
aunque de nuevo se aclaraba que sin duda era el objetivo inherente a la tarea de enseñar lengua pero
que debía ponerse al servicio de los objetivos a) y c).

Comentaremos más adelante estas respuestas del profesorado.


¿Qué es la competencia comunicativa?

Lea con atención estos dos textos:


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y comunicación, y pensamiento matemático

“La competencia comunicativa es aquello que un hablante necesita saber para comunicarse de manera
eficaz en contextos culturalmente significantes *….+. La competencia comunicativa se refiere a la
habilidad para actuar” (J.J. Gumperz 1972).

“Para comunicarse no es suficiente conocer la lengua, el sistema lingüístico; es necesario igualmente


saber cómo servirse de ella en función del contexto social “ (D. Hymes, 1984).

Si en las respuestas a las preguntas del apartado 1 se ha contestado que el objetivo esencial de la
educación lingüística en la enseñanza secundaria obligatoria y en el bachillerato es que los alumnos y
alumnas sean capaces de “comprender y expresar mensajes de forma adecuada, correcta, coherente y
eficaz” contribuyendo en consecuencia de esa manera a “enriquecer las capacidades comunicativas
(expresivas y comprensivas) del alumnado”, estaremos de acuerdo con Gumperz y Hymes en la
importancia de que los alumnos y las alumnas adquieran y mejoren sus competencias comunicativas de
modo que les permitan “saber comunicarse de manera eficaz en contextos culturales significantes” y por
tanto “saber cómo servirse de la lengua en función del contexto social”.
La investigación lingüística y didáctica, y la experiencia docente de quienes enseñan gramática en la
escolaridad obligatoria, demuestran una y otra vez que el conocimiento formal de la lengua no garantiza
por si solo el dominio de las habilidades expresivas y comprensivas que hoy se requieren en los
diferentes ámbitos de la vida comunicativa de las personas. Por decirlo de otra manera: el conocimiento
22 gramatical (entendido como el conocimiento de la estructura formal de la lengua) es una y comprensivo
del alumnado y por tanto para la adquisición del mayor grado posible de competencia comunicativa.

Por ello, en sus respuestas a la encuesta del apartado 1 la mayoría del profesorado consultado opina que
“conocer el apartado formal de la lengua” y “enseñar los conceptos lingüísticos (fonológicos,
morfosintánticos, léxico-semánticos….) de la lengua” son objetivos que no tienen sentido en sí mismos si
no se ponen al servicio de los fines esenciales de la educación lingüística “comprender y expresar
mensajes de forma adecuada, correcta, coherente y eficaz” “enriquecer las capacidades comunicativas
(expresivas y comprensivas) del alumnado”, saber construir un discurso coherente”, saber utilizar
diversas estrategias y recursos para comunicar con eficacia”, “mejorar el uso lingüístico (oral y
escrito)”…., es decir, dominar las destrezas de expresión y comprensión de mensajes orales y escritos
que favorecen una conducta comunicativa adecuada en los diferentes contextos de la comunicación
humana.

Un ejemplo quizá nos ayude a entender esta idea. Imagínese a una alumna de 15 años de un centro
escolar de educación secundaria situado en el centro urbano de una ciudad de un millón de habitantes.
Es una alumna “aplicada” que supera con éxito curso tras curso las evaluaciones y no tiene
aparentemente problemas con su aprendizaje lingüístico. En la escuela aprendió a analizar las oraciones
y hoy no tiene ninguna dificultad en los ejercicios de análisis sintáctico que el profesor del área le pone
habitualmente como deber escolar en su cuaderno y en los exámenes. Sin embargo, esta alumna si tiene
dificultades para hablar en público cuando se le pide que exponga un trabajo o que argumente sus
opiniones en un debate oral. Por otra parte, cuando escribe lo hace con corrección ortográfica pero con
escasa coherencia y adecuación. Dicho de otra manera: sabe que cosas sobre las palabras pero en
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y comunicación, y pensamiento matemático

determinada situaciones comunicativas no sabe hacer cosas con las palabras. El conocimiento gramatical
no le capacita de forma suficiente a la hora de resolver con acierto algunas tareas comunicativas
(exponer en clase, argumentar una idea, escribir con coherencia y de una manera apropiada, etcétera…).

Competencia lingüística, competencia comunicativa y enseñanza del lenguaje.


Noam Chomsky (1957) acuñó hace ya cuatro décadas la noción de competencia lingüística para aludir a
la capacidad innata de un hablante y oyente ideal para emitir y comprender un número ilimitado de
oraciones en una comunidad de hablar homogénea. Sin embargo, cuando se estudia el conjunto de
habilidades comunicativas que se requieren para comportarse lingüísticamente de una manera adecuada
en los diversos contextos del intercambio comunicativo, algunos autores como los ya citados J:J:Gumpez
y D. Hymes (y, posteriormente, la inmensa mayoría de quienes investigan en el ámbito de la didáctica de
las lenguas), advierten de los límites pedagógicos de la noción chomskiana de competencia lingüística ya
que el hecho de estar capacitados biológicamente para la expresión y la comprensión de oraciones (y el
hecho de conocer el código de una lengua) no garantiza una conducta comunicativa adecuada en los
diferentes contextos y situaciones de la comunicación. Se requiere, junto a esa competencia lingüística
inicial, otra serie de habilidades y de conocimientos discursivos, sociolingüísticos y estratégicos cuyo
dominio hace posible el uso no sólo correcto de una lengua sino también coherente y adecuado al
contexto en que éste tiene lugar.

La competencia comunicativa es un conjunto de conocimientos (socio) lingüísticos y de habilidades 23


textuales y comunicativas que se van adquiriendo a lo largo del proceso de socialización de las personas
(dento y fuera de la escuela). Al aprender a hablar una lengua no sólo aprendemos a utilizar la gramática
de esa lengua sino también el modo más adecuado de usarla según las características de la situación de
comunicación y de los interlocutores, según los fines que cada uno persiga en el intercambio
comunicativo, según el tono (formal o informal) de la interacción, según el canal utilizado (oral, escrito,
formas no verbales como los gestos…) según el género discursivo (conversación espontanea, entrevistas,
exposiciones, narración, descripción, argumentación…) y según las normas que rigen el tipo de situación
comunicativa de las que se trate. Dicho de otra manera, al aprender a usar una lengua no sólo
aprendemos a construir frases gramaticalmente correctas (como subraya N. Chomsky) sino también a
saber qué decir a quién, cuándo y cómo decirlo y qué y cuándo callar.

La competencia comunicativa íntegra conocimientos no sólo gramaticales sino también estratégicos,


sociolingüísticos y textuales sino cuyo dominio no es posible un uso competente de la lengua en nuestras
sociedades. La competencia comunicativa está integrada por las siguientes competencias. En opinión de
autores como M. Canale y M. Swain (1980), M. Canale (1983) y D. Hymes (1984), la competencia
comunicativa está formada por:
a) Una competencia lingüística o gramatical

b) una competencia sociolingüística

c) una competencia discursiva o textual, y


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d) una competencia estratégica

Cabría añadir a esa división en subcompetencias de la competencia comunicativa efectuada hace ya


algunos años en el ámbito de la didáctica de las lenguas, otras subcompetencias como la competencia
literaria (entendida como la adquisición de los conocimientos, habilidades y actitudes que hacen posible
el uso y disfrute de los textos de naturaleza literaria) y la competencia semiológica o mediática
(entendida como la adquisición de los conocimientos, habilidades y actitudes que hacen posible una
interpretación crítica de los usos y las formas iconoverbales de los mensajes de los medios de
comunicación de masa y de internet)
El diagrama 1 intenta reflejar de forma gráfica las subcompetencias asociadas al concepto global de
competencia comunicativa.

Diagrama 1

COMPETENCIA
COMPETENCIA
Sociolingüística
Lingüística o Gramatical
- Capacidad de adecuación al
- Capacidad innata
contexto comunicativo.
- Conocimiento del código de una
- Uso apropiado de la lengua
lengua, Corrección.
Adecuación

24

COMPETENCIA
Lingüística o Discursiva
COMPETENCIA COMPETENCIA - Capacidad de producción y
Estratégica COMUNICATIVA comprensión de diversos tipos
-Capacidad para regular la de textos.
interacción Coherencia y cohesión
Eficacia comunicativa

COMPETENCIA
Semiológica y Mediática COMPETENCIA
- Conocimientos, habilidades y Literaria
actitudes en el análisis y en la -Conocimientos, hábitos y actitudes
interpretación de los lenguajes que favorecen la lectura, la escritura
audiovisuales y multimedia. y el disfrute de los textos literarios o
- de intención literaria

Volvamos ahora de nuevo al apartado 1 y a la primera encuesta. En ella se ofrecían hasta cinco posibles
respuestas a la pregunta:
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¿Sería capaz de clasificar por orden de importancia los siguientes objetivos de la educación lingüística de los
alumnos y de las alumnas:

a) Conocer el sistema formal de la lengua.

b) Saber construir un discurso coherente y adecuado.


c) Saber utilizar diversas estrategias y recursos para comunicar con eficacia.

d) Conocer las normas que rigen el uso social de las lenguas.

e) Saber comprender y expresar mensajes de forma adecuada, correcta, coherente y eficaz.

Como es obvio, alguna de estas respuestas tienen que ver con objetivos asociados a cada una de las
subcompetencias (lingüística, estratégica, sociolingüística y discursiva o textual) comentadas en este
apartado 3. Otra alude de una manera global a estas competencias y equivaldría a la idea global de
competencia comunicativa. ¿Sería posible relacionar cada uno de estos objetivos con cada una de las cuatro
subcompetencias antes descritas y con el concepto de competencia comunicativa?

¿Qué competencias?
En un intento de responder a la pregunta con la que concluía el apartado anterior y con el fin de evaluar en
qué medida las respuestas han sido las adecuadas, comentaremos a continuación con qué tipo de
competencias se relacionan cada uno de los objetivos de la educación lingüística enunciados en el 25
cuestionario del apartado 1.

a) "Conocer el sistema formal de la lengua" forma parte de la competencia lingüística o


gramatical, es decir, del conocimiento del código de la lengua en sus aspectos fonológico,
morfológico, sintáctico y léxico. Es un objetivo tradicional de la enseñanza de la lengua y de ahí la
presencia de contenidos fonológicos, morfo-sintácticos y léxico-semánticos en los programas de
enseñanza de lengua y, en consecuencia, en los libros de texto. El conocimiento
gramatical favorece un uso correcto del lenguaje.
b) "Saber construir un discurso coherente y adecuado" forma parte de la competencia discursiva o
textual, es decir, de los conocimientos y de las habilidades que se precisan para poder construir
diferentes tipos de discurso con cohesión y con coherencia. La adecuación de los textos a la
situación de comunicación es una competencia textual que se adquiere en la medida en que
existe conciencia sociolingüística sobre el contexto comunicativo. El conocimiento textual
favorece un uso coherente del lenguaje.
c) "Saber utilizar diversas estrategias y recursos para comunicar con eficacia" forma parte de la
competencia estratégica, es decir, del dominio de los recursos verbales y no verbales que podemos
utilizar tanto para adecuamos a las expectativas del destinatario como para resolver las dificultades
a lo largo del intercambio comunicativo (desde algunos malentendidos hasta un insuficiente
conocimiento del código). El conocimiento estratégico favorece un uso eficaz del lenguaje.
d) Conocer las normas que rigen el uso social de las lenguas" forma parte de la competencia
sociolingüística, es decir, del conocimiento de los factores sociolingüísticos y culturales que
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y comunicación, y pensamiento matemático

regulan el comportamiento comunicativo en los diferentes ámbitos del uso lingüístico. La


competencia sociolingüística favorece la capacidad de adecuación de las personas a las
características del contexto y de la situación de comunicación. El conocimiento sociolingüístico
favorece un uso apropiado del lenguaje.
e) "Saber comprender y expresar mensajes de forma adecuada, correcta, coherente y eficaz" no es
otra cosa que tener un grado aceptable de competencia comunicativa ya que tal competencia sólo
es posible mediante el conocimiento lingüístico (corrección) y sociolingüístico (adecuación) y el
dominio de habilidades textuales (coherencia) y estratégicas (eficacia).
La educación literaria

Acabamos de argumentar que la educación lingüística debe orientarse a favorecer el aprendizaje de las
habilidades expresivas y comprensivas que hacen posible el intercambio comunicativo entre las personas.
Casi nadie niega ya algo tan obvio y de ahí el acuerdo que existe entre enseñantes, lingüistas y pedagogos
sobre los objetivos comunicativos de la enseñanza de la lengua en la educación obligatoria y en el
bachillerato

De igual manera, existe un cierto acuerdo entre quienes enseñan literatura sobre cuáles deben ser los
objetivos de la educación literaria en las aulas de la enseñanza obligatoria: la adquisición de hábitos de
lectura y de capacidades de análisis de los textos, el desarrollo de la competencia lectora, el conocimiento
26 de las obras y de los autores más significativos de la historia de la literatura e incluso el estímulo de la
escritura de intención literaria. Sin embargo, cuando se habla o se escribe sobre cómo enseñar literatura
en el contexto de una enseñanza obligatoria y sobre cómo acercar a los adolescentes y a los jóvenes a la
lectura y al disfrute de los textos literarios, ese acuerdo desaparece y en su lugar aparecen todo tipo de
opiniones divergentes y una diversidad casi infinita de formas de entender (y de hacer) la educación
literaria. Cualquiera que haya enseñado literatura en la enseñanza secundaria es consciente de cómo
entre el profesorado conviven diferentes maneras de entender la educación literaria que se traducen en
maneras distintas de seleccionar los contenidos y los textos literarios, en maneras diversas de organizar
las actividades y, sobre todo, en el uso de métodos pedagógicos que en ocasiones aparecen como
excluyentes.

Con el fin de indagar sobre opiniones sobre la educación literaria y sobre maneras de entender las clases
de literatura, responda por favor a estas preguntas. De igual manera que ocurría con la encuesta sobre
los objetivos de la educación lingüística, es posible estar a la vez de acuerdo con varias respuestas
porque unas no excluyen necesariamente a las otras. De todas maneras, un mayor acuerdo con unas u
otras respuestas ayuda a clarificar las ideas y los énfasis en las tareas docentes.

1. Los objetivos esenciales de la enseñanza de la literatura en la educación


obligatoria son:

a) Asegurar el conocimiento del patrimonio literario legado por la historia literaria y, por tanto, el
conocimiento de las obras y de los autores más importantes de la literatura.
b) Fomentar hábitos de lectura y actitudes de aprecio de las obras literarias y del uso creativo del
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lenguaje, por lo que enseñar historia literaria no es el único ni en ocasiones el más adecuado
camino.

c) Instruir a los alumnos y a las alumnas en el análisis científico de los textos a través del
comentario explicativo del enseñante y del ejercicio del comentario lingüístico de los textos
literarios ya que sólo de esta manera es posible descubrir el modo en que aparece la función
poética del lenguaje y contribuir a la adquisición de las habilidades interpretativas y de las
competencias lectoras que caracterizan la competencia literaria de las personas.

2. La selección de los textos literarios:


a) Debe realizarse teniendo en cuenta el prestigio cultural de los textos acuñados en las historias
de la literatura, con un especial énfasis en los autores clásicos ya que por algo han adquirido un
estatuto canónico y no están sujetos a modas ni a opiniones divergentes sobre su calidad
artística.
b) Debe efectuarse con criterios pedagógicos partiendo del horizonte de expectativas de
adolescentes y jóvenes y de sus competencias y hábitos culturales (textos de la literatura juvenil
y de aventuras...) con el fin de hacer posible que de una manera gradual entren en contacto con
otros textos literarios de una mayor complejidad (obras de la literatura clásica y
contemporánea...).
27
c) Debe tener sobre todo en cuenta el deseo de los alumnos y de las alumnas por lo que se les
debe dejar leer cualquier cosa ya que lo importante es que lean y que lo que lean les guste.

3. El modo más adecuado de que los alumnos y las alumnas lean literatura es:
a) Establecer libros de lectura obligatoria comunes a todo el alumnado porque así no se discrimina
a nadie y es más fácil controlar sus lecturas a través de trabajos sobre cada obra y de preguntas
en el examen.
b) Acercar la literatura a adolescentes y jóvenes a través de textos adecuados. En este sentido, el
tipo de argumentos, personajes, acciones y temas de otras literaturas, como la denominada
literatura juvenil o de aventuras, puede favorecer el diálogo del adolescente con el texto,
fomentar una actitud más abierta y menos académica ante el libro y estimular su interés por
la lectura.
c) Comentar textos literarios en clase con una pauta de análisis que les permita profundizar en
las formas literarias porque sólo de esta manera pueden comprender el texto y por tanto
apreciar la literatura.

4. El modo más adecuado de contribuir al aprendizaje literario del alumnado es:

a) Estudiar las obras y los autores consagrados de la historia de la literatura ya que sin ese
conocimiento no hay tal aprendizaje. La organización diacrónica de los contenidos literarios
facilita el aprendizaje porque permite organizar esos conocimientos en un eje histórico y
adquirir conciencia de la importancia del contexto cultural en cada movimiento literario.
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b) Conjugar el estudio de algunos autores consagrados con la lectura de algunos fragmentos


sueltos y de obras adecuadas a las características de cada alumno y de cada alumna. Esto
último implica sugerir lecturas diferentes a alumnos y alumnas que son diversos en sus gustos,
aptitud académica y motivación. Para ello es conveniente disponer de una biblioteca de aufa
adecuada e iniciar a los alumnos y a las alumnas en el aprendizaje de la escritura literaria (en
el escribir a la manera de, como en la antigua tradición retórica) con el fin de acercarles a los
técnicas expresivas de la creación literaria.
c) Evitar organizar la secuencia de contenidos en torno al eje histórico y organizar esos
contenidos en torno a los géneros literarios con el fin de analizar los diferentes modos de
organizar la expresión literaria. De esta manera estudiarían los mismos textos y autores pero
de una manera menos rígida (así, por ejemplo, cuando se estudie la narración, es posible
comenzar por Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes para luego continuar con Gustavo
Adolfo Bécquer, Miguel de Cervantes y sor Juana Inés de la Cruz).

Si este ejercicio se hiciera en grupo es probable que hubiera divergencias en las respuestas y por tanto
en los énfasis que cada profesor o profesora pone en unos u otros objetivos, en unas u otras actividades,
en unos u otros textos. Esas divergencias tienen bastante que ver con el modo en que se han entendido
los fines y los contenidos de la enseñanza de la literatura a lo largo del tiempo. Si analizamos de forma
breve la evolución de la enseñanza literaria en Europa desde la Edad Media hasta nuestros días (T.
28 Colomer, 1996; C. Lomas, 1999, entre otros), distinguiremos esencialmente cuatro etapas (véase el
cuadro de la página 30).

1. Desde finales de la Edad Media hasta el siglo xix, la educación literaria de las minorías ilustradas se
orienta a la adquisición de las habilidades de elocución y la literatura aparece como el modelo
canónico de discurso oral y escrito. La retórica, en su calidad de arte del discurso, educa en el uso
adecuado del texto mientras la lectura de los clásicos grecolatinos suministraba los referentes
culturales y los modelos expresivos del buen decir y del buen escribir.

2. El conocimiento de la historia de la literatura nacional ha sido el objetivo prioritario de la


enseñanza de la literatura desde los albores del siglo xix hasta nuestros días. Si consultamos
cualquier manual de enseñanzas medias de las décadas de los setenta y de los ochenta (e incluso
algunos libros de texto actuales del bachillerato) comprobamos cómo la educación literaria se ha
concebido, y se sigue concibiendo aún a menudo, como el estudio académico de los hechos,
características y obras de nuestra historia literaria.

3. A partir de la década de los sesenta del siglo pasado, se abre paso la idea de orientar la educación
literaria a la adquisición de hábitos lectores y a la formación de lectores competentes. El
comentario de textos se convierte en una práctica habitual en las aulas en la idea de que sólo
mediante el análisis científico de los textos literarios es posible contribuir a la adquisición de
habilidades interpretativas y de competencias lectoras por parte del alumnado. El modelo didáctico
del comentario de textos convive en cualquier caso con el enfoque historicista de la enseñanza de
la literatura, ya que el comentario de textos acaba siendo a menudo un apoyo en la enseñanza de la
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historia de la literatura y la actividad de aprendizaje más habitual al final de cada lección del manual
de historia literaria.
Cuadro 1. Evaluación de la enseñanza de la literatura

ÉPOCA OBJETIVO CONTENIDO CORPUS ACTIVIDADES TEORÍAS


Edad Media- •Aprendizaje •Retórica •Texto clásico. •Comentario, •Retórica
Siglo XVIII ELOCUTIVO imitación de
modelos y
glosa.
Siglo xIx •Conocimiento • Obras, •Textos épicos, •Manual de •Romanticismo
Siglo xx de las obras y autores y líricos y historia •Positivismo
autores de la movimientos dramáticos literaria.
literatura de la historia nacionales. «Antología de
nacional. de la textos. •Estudio
literatura. y lectura de
fragmentos.
Siglo XIX •Competencia •Métodos •Textos •Comenta •Poética
(años lectora y análisis de poéticos y rio de formalista. •
setenta) científico de texto. análisis. narrativos de textos. Estructuralismo
la literatura •Estilística
nacional.
Siglo xx •Adquisición de •Estrategias de •Textos de la •lectura y •Semiótica del
(años hábitos de lectura y lectura. literatura comentario. texto, y semiótica
ochenta) desarrollo de la «Técnicas consagrada, •Imitación de de la cultura. 29
competencia lectora. de escritura textos de la modelos. «Pragmática
•Manipulación creativa. literatura •Taller de literaria.
creativa de textos. •Lectura juvenil, relatos escritura. •Sociocrítica.
y comentario de ciencia •Ejercicios de • Psicología
de textos ficción y de estilo. cognitiva.
diversos. aventuras, •Estudio
cómics, y manipulación
anuncios, de formas
películas. expresivas.

4. A partir de los años ochenta del siglo pasado cobra fuerza la idea de que el texto literario es un tipo
específico de uso comunicativo mediante el cual las personas intentan dar sentido a la propia expe-
riencia, indagar sobre su identidad individual y colectiva y utilizar el lenguaje de una manera creativa.
De ahí que el actual énfasis en la construcción escolar de hábitos lectores, en la importancia de
utilizar criterios menos convencionales en la selección de las obras de lectura y en el disfrute del texto
literario durante la infancia y la adolescencia como antesala de un acercamiento más complejo y
reflexivo. Por otra parte, se entiende que la educación literaria debe animar a los adolescentes y a
los jóvenes no sólo a leer textos literarios sino también a escribirlos mediante la manipulación
creativa de las formas lingüísticas o mediante la imitación de los modelos expresivos (géneros y
estilos literarios) acuñados por la tradición literaria. El aprendizaje de la escritura literaria en torno a
los talleres literarios se convierte así en otro de los ejes de la educación literaria.
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Si consulta ahora las respuestas a las cuatro preguntas con que se iniciaba este apartado 5 y las coteja con
el cuadro 2 y con los comentarios al citado cuadro 2 que se enuncian en los párrafos anteriores,
comprobará el estrecho vínculo entre las ideas y las prácticas de la enseñanza de la literatura en la
educación secundaria y las maneras diversas en que se ha entendido la educación literaria a lo largo del
tiempo.

Competencia comunicativa y competencia mediática

"El aire que respiramos es un compuesto de oxígeno, nitrógeno y publicidad", escribió ya hace tiempo
Roger Guérin. Con tan contundente frase aludía al alto índice de consumo de mensajes publicitarios en
nuestras sociedades (en los países desarrollados, un niño o una niña, a la edad de diez años, han visto ya
unos doscientos mil anuncios). De igual modo nadie niega ya la influencia determinante de otros
mensajes, como los televisivos, en nuestras maneras de entender el mundo ni el hecho de que cada vez
más el ocio cultural de las personas se orienta de forma exclusiva al consumo indiscriminado de textos
cinematográficos, televisivos o publicitarios y de los hipertextos de internet.
En efecto, en las sociedades actuales, nuestras ideas sobre el mundo y sobre las personas no sólo
dependen de los saberes adquiridos en los escenarios del aprendizaje escolar o en el seno de la familia.
Cada vez más nuestras ideas sobre el mundo y sobre las personas tienen su origen en los mensajes de
industrias de la conciencia como la televisión y la publicidad y en los contenidos que transmite Internet.
30 Los textos de la prensa, las ondas de la radio, el espectáculo televisivo y la seducción publicitaria invitan
a la infancia y a la adolescencia a consumir cierto tipo de situaciones, a imitar ciertos estilos de vida, a
adorar ciertas ideologías y a menospreciar otras maneras de entender las cosas. 1.a exhibición a gran
escala, en el escenario de los mensajes de la cultura de masas, de los mitos, de las ideologías, de los
estilos de vida y de las imágenes de la sociedad de libre mercado orienta así la construcción de la
identidad cultural de las personas y de los diferentes grupos sociales y hace posible un conocimiento
compartido -y guiado- del mundo.

De ahí que la educación (y la educación en el uso competente y crítico del lenguaje) incorpore cada vez
con mayor frecuencia a sus currículos contenidos y actividades de aprendizaje en tomo a los textos e
hipertextos de la cultura de masas, en cuya construcción del significado se conjugan los elementos
lingüísticos con otros códigos como la imagen y el sonido. Ante la incorporación de estos contenidos al
currículo tradicional de lenguaje, el profesorado manifiesta, en unas ocasiones, actitudes de rechazo y,
en otras actitudes abiertas a esa incorporación.
En la siguiente encuesta se indaga sobre la opinión del profesorado del lenguaje, ante estos contenidos
referidos a los textos de la cultura de masas.

1. ¿Está de acuerdo con que se analicen en las aulas los lenguajes de los medios de comunicación de
masas y de Internet?

a) Sí, porque resultan unos textos enormemente motivadores a la hora enseñar los contenidos
tradicionales del área (figuras retóricas, recursos sintácticos y usos léxico-semánticos de la
lengua...).
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b) No, porque no forman parte del saber académico (lingüística y teoría e historia literarias) en el
que deben basarse los contenidos de la asignatura y además el profesorado apenas tiene
formación específica en estos contenidos. Quizá sea una tarea de otras materias.

c) Sí, porque la influencia de los medios de comunicación y de Internet en nuestras sociedades


justifica una enseñanza orientada al conocimiento de sus lenguajes y a la adquisición de actitudes
críticas ante sus mensajes.

2. Cada vez con mayor frecuencia los currículos de lenguaje incluyen como contenidos obligatorios de
enseñanza y aprendizaje los lenguajes de los medios de comunicación de masas, de la publicidad
y de Internet. ¿Cuál es a su juicio el argumento -o los argumentos que justifica la presencia de estos
contenidos en el ámbito de la educación lingüística?

a) Porque son contenidos obligatorios de enseñanza y es por tanto obligado incluirlos en la


programación de lengua, aunque no se esté de acuerdo.
b) Porque una educación orientada a la formación integral del alumnado no debe ignorar el influjo de
los mensajes de los medios de comunicación en la vida de las personas y debe ofrecer herramientas y
conocimientos que favorezcan una lectura crítica de esos mensajes.
c) Porque hoy no es posible contribuir a la adquisición de la competencia comunicativa del alumnado si
no se contribuye desde las aulas al conocimiento de los códigos verbales y no verbales de los medios
31
de comunicación de masas y de Internet y si no se impulsa una consciencia crítica con respecto a
algunos usos manipuladores o discriminatorios de sus mensajes.

3. El análisis de los lenguajes de los medios de comunicación de masas, de la publicidad y de Internet:


a) No es una tarea esencial en la educación lingüística de los alumnos y de las alumnas porque en
realidad es un contenido que pertenece de una manera natural a otras áreas y materias.

b) Debería ser una materia optativa y no un contenido obligatorio ya que es un tema muy específico y
encaja mal en las programaciones de las áreas.

c) Afecta al trabajo de distintas áreas por lo que convendría abordarlo de una forma interdisciplinar con
lo que se aseguraría un análisis global de todos los aspectos implicados (sociales, estéticos, éticos,
lingüísticos, culturales, psicológicos;..).

4. ¿Cómo cree que deben analizarse estos contenidos en el aula de lenguaje?

a) Limitando el estudio a los aspectos lingüísticos de los mensajes de los medios de comunicación y de
Internet (figuras retóricas, recursos fónicos, sintácticos y léxico-semánticos„usos incorrectos de la
lengua, registros...).

b) Evitando las referencias al contenido ideológico porque es un tema delicado y la enseñanza debe
ser neutral.

c) Analizando tanto los códigos verbales como los códigos iconográficos de los lenguajes de la
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comunicación de masas y atendiendo no sólo al componente formal de sus textos sino también a las
estrategias comunicativas con las que se construyen determinados valores sobre el mundo y sobre
las personas.

Es obvio que quienes están en contra de que estos contenidos sean objeto de enseñanza y aprendizaje en
las clases de lenguaje habrán escogido la respuesta b de la pregunta 1, mientras que quienes han elegido la
respuesta a optan por utilizar los textos de la cultura de masas como pretextos para la enseñanza de los
contenidos tradicionales de la asignatura. Por el contrario, quienes han optado por la respuesta c
argumentan, en mi opinión de una manera acertada, en tomo a la necesidad de abordar en las aulas el
estudio y el análisis crítico de los lenguajes y de los mensajes de la cultura de masas a causa de su ubicuidad
comunicativa y de sus efectos culturales en la vida de las personas y en las sociedades actuales.

En lo que respecta a la pregunta 2, la respuesta a se limita a subrayar el carácter obligatorio de estos


contenidos sin valorar su sentido pedagógico mientras que las respuestas b y c sí argumentan a favor de
su incorporación a las aulas, en el primer caso por razones sociológicas ya que pone el énfasis en el influjo
social de los mensajes de los medios de comunicación de masas y en la conveniencia de enseñar los
conocimientos, las habilidades y las actitudes que contribuyen a una interpretación crítica de sus
mensajes y, en el segundo, por razones didácticas ya que, como vimos unas páginas más atrás, en la
actualidad no es posible contribuir a la adquisición de la competencia comunicativa del alumnado si esa
competencia no integra competencias semiológicas y mediáticas en torno a los lenguajes iconoverbales del
32
cómic, de la televisión o de la publicidad.

La pregunta 3 tiene en las respuestas a y b el reflejo de la opinión de quienes consideran que los lenguajes y
los mensajes de la cultura de masas no deben formar parte de los contenidos de la educación lingüística y
de quienes creen deben enseñarse con una carácter optativo (y no obligatorio ni en la enseñanza obligatoria)
mientras que quienes escogen la respuesta c subrayan, en mi opinión de manera acertada, la conveniencia
de abordar en las aulas estos contenidos de una manera interdisciplinar a causa de la complejidad
discursiva, social, ética y estética de estos textos.

Finalmente, en la pregunta 4 encontramos la opinión / (respuesta a) de quienes creen que el análisis en


las aulas de estos lenguajes de la comunicación de masas debe limitarse a los aspectos estrictamente
lingüísticos, obviando, por ejemplo, el análisis de los aspectos visuales, sonoros, narrativos, no verbales...,
lo que enlaza con la respuesta a de la pregunta 1 y restringe el análisis en las aulas al estudio de los
códigos verbales de la comunicación de masas. La respuesta b defiende la neutralidad de la educación con
el argumento de que el análisis de esos textos debe ser estrictamente formal (aspectos fonéticos y
sintácticos, registros, léxico...) como si el uso del lenguaje no estuviera connotado y a la vez condicionado
por las intenciones persuasivas de quien construye el texto. Por otra parte, ¿debe ser neutral la educación
ante los usos manipuladores y discriminatorios que a menudo se observan en la televisión y en la
publicidad? ¿O debe, por el contrario, fomentar una conciencia crítica ante esos usos e intentar
contribuir a la emergencia de una ciudadanía democrática? Afortunadamente quienes escogen la
respuesta c optan por un análisis global de la textura iconoverbal de estos textos que explica en mayor
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medida el significado global (literal y simbólico, obvio y a menudo oculto) de los mensajes de la
comunicación de masas y de los valores que exhiben.

En el resto de los capítulos de este libro mostraremos algunas ideas, algunas orientaciones y algunos
ejemplos sobre cómo fomentar en las aulas las competencias comunicativas del alumnado.

Referencias Bibliográficas

CANALE, M. (1983): "De la competencia comunicativa a la pedagogía comunicativa del lenguaje", en Llobera
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CHOMSKY, N. (1957): Estructuras sintácticas. Siglo XXI Espaíia, Madrid, 1974.
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Barcelona/Horsori, Barcelona.

GUMPERZ, JJ. y D. Hymes (comps.) (1972): Directions in Sociolingüistics, Huk, Rinchart & Winston, Nueva
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HYMES, D. (1984): Vers la compeUnce de communication, París, Hatier.


LOMAS, C. (1999): Cómo enseñar a hacer cosas con las palabras. Teoría y práctica de la educación lingüistica, 2
vols., Paidós. Barcelona.
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y comunicación, y pensamiento matemático

EN TORNO A LA CULTURA ESCRITA


BLOQUE V
Editor: Margaret Meek
México: FCE, 2004 V.2.1

EN TORNO A LA CULTURA ESCRITA


Este libro se desarrolló a partir de una idea muy simple: adecuar el aprendizaje de la lectura y la escritura
en los niños, además de ciertos descubrimientos recientes sobre estos procesos, al contexto de lo que
significa ser usuario de la cultura escrita en una sociedad moderna. Tan pronto como empecé a pensar
en ello, me pregunté: ¿qué tipo de obligación constituye la cultura escrita, como para que impongamos a
nuestros hijos, a edades cada vez más tempranas, la lectura y la escritura?

Al principio, el plan parecía ser razonable. Sin duda, la naturaleza, los usos y las consecuencias de la
cultura escrita estaban cambiando, en respuesta a ciertas modificaciones fundamentales de la vida
comunitaria. Las escuelas estaban a punto de sufrir una revolución radical en cuanto a su administración
y a sus planes de estudio. Los padres se verían obligados a entender el aprendizaje en sus hijos y a
involucrarse en él, constituyendo una asociación con los maestros, quienes debían crear a su vez nuevos
tipos de reconocimiento del aprovechamiento en los niños. La intención inicial era ofrecer algún tipo de
guía para entender las deferencias en cuanto a cultura escrita y educación que todos, jóvenes y ancianos,
tendríamos que vivir. Parte e ello implicaba la creencia de que la cultura escrita en sí misma tendrá que
34
ser nuevamente redefinida, al menos como culturas escritas, para adaptarse a los nuevos contextos y
géneros emergentes de comportamiento usuario de la cultura escrita que prevalece en nuestra sociedad
contemporánea.
Como sucede siempre, el tema fue creciendo entre mis manos. La cultura escrita es laberíntica, un
enjambre de estudios que corresponden a una multitud de prácticas, llenas de contradicciones y
paradojas. La historia, la antropología, la sociología, la filosofía, la lingüística, la psicología, las teorías
sociales y culturales, todas contribuyen a la comprensión de la cultura escrita, pero a fin de cuentas ésta
elude toda posible descripción conclusiva. Cada editor, político, escritor, editor, académico, ciudadano y
educando principiante tiene una concepción de lo que significa ser usuario de la cultura escrita, un punto
de vista que es resultado de para qué piensan que sirve ésta, y en qué parte del mundo social la
practican. Todas las definiciones de la cultura escrita se ubican en el sistema de creencias que
caracterizan a los que utilizan el lenguaje. Parte de la cultura escrita de cada cual está constituida por la
historia de cómo aprendieron a darle sentido a la lectura y a la escritura, y por qué creen, en cualquier
momento determinado, que resulta importante.

Así las cosas, ¿cómo podría yo encontrar algo que me sirviera en medio de todo esto? Mientras pensaba
en ello, las Naciones Unidas declararon que 1990 sería el Año Internacional de la Cultura Escrita, como
para poner en primera plana la preocupación cada vez mayor que había respecto al tema.
Predeciblemente, ha habido un mayor número de publicaciones, encuentros, congresos y declaraciones,
y se ha puesto el énfasis en las estadísticas nacionales y en los planes de objetivos a alcanzar. Sabemos
ahora que en países como Alemania de Este*, la gente se vuelve a la literatura cuando los diarios son
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y comunicación, y pensamiento matemático

órganos de propaganda del Estado. Pero también miran la televisión. Hay “todavía” una población
cambiante de aproximadamente seis millones de analfabetos en Gran Bretaña.

Los niños todavía ingresan a la escuela, y los adolescentes salen de ella, con muy diferentes tipos de
habilidades, que puede concluir o no la nueva cultura escrita. ¿Qué diferencia puede aportar a este ser
con cabeza de hidra la atención que se le preste durante un año? Lo anterior demuestra que la cultura
escrita es un asunto de derechos humanos.

Dos cosas parecen ser importantes; las hemos abordado de una manera sencilla. La primera es la historia
de la cultura escrita; todas las sociedades usuarias de ésta reciben la influencia de los escritos que
permanecen de su pasado, sea como sea que se les considere en el tiempo presente. Observar la
relación de la cultura escrita con la cultura en general y con la historia es un punto de partida para
entender que no hay una cultura escrita única, neutra, que contraste directamente con el analfabetismo,
o la falta de cultura escrita; no hay una verdadera separación entre la lectura y la escritura, y el habla y la
escucha. No existe una alta cultura escrita que resguarde a cada una de las grandes culturas, sino tan
sólo un continuum de prácticas sociales de las que dependen las actitudes sociales. Nuestra nueva
situación se caracteriza por modos mixtos, híbridos, de hablar y de escribir, que incluyen las imágenes y
la mirada, como en la televisión.
La segunda idea seminal es que los niños ingresan en su cultura en un punto determinado de la historia.
El lenguaje y la cultura escrita están allí cuando llegan; ambos se transforman. Al aprender a actuar y 35
hablar en su universo, también aprenden a leer y a escribir para poder hallar su camino, para hacer el
mapa de su mundo. Como estas cosas suceden antes de que vayan a la escuela, tenemos ahora más
conciencia de las competencias relacionadas con la cultura escrita y la literatura que los niños traen
consigo cuando llegan a ella. En clase, su concepción de la cultura escrita escolarizada se tiñe con las
respuestas que sus maestros tienen ante estas prácticas locales anteriores. Pienso que los niños son
miembros de una comunidad usuaria de la cultura escrita antes de asistir a la escuela, aunque algunos
padres y maestros creen que son usuarios de la misma solamente después de haber estado en la escuela
por tiempo suficiente como para demostrar que lo son. Esta diferencia de puntos de vista es la que se
oculta tras algunas de las afirmaciones que he hecho en los capítulos anteriores. También influencia lo
que se sigue a continuación.

Cuando empecé a desbrozar un sendero en medio de la espesura de los estudios sobre la cultura escrita,
me sorprendió la aparente indiferencia respecto a su propia historia que tenían muchos académicos e
investigadores, que en su gran mayoría escribían bien y con conocimiento de causa. A diferencia de los
poetas y novelistas, que ven sus esfuerzos con las palabras como parte de su materia prima, los
académicos que escriben sobre la cultura escrita son manifiestamente reticentes a propósito dela
manera en que aprendieron a leer y escribir.

*Todavía existía cuando fue escrito este libro [N. del E.]
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y comunicación, y pensamiento matemático

Ahora bien, todos sabemos que ningún académico, investigador o ensayista elige un tema al azar.
Escribir sobre cultura escrita implica siempre algo más que un interés pasajero en su naturaleza, como
pude observar en cada etapa de este acto de escritura. Cada vez que necesitaba aclarar un punto, una
postura o un procedimiento a lo largo de estas páginas, me vi llevada a reconstruir la experiencia (o algo
parecido a ella) a partir de mi propia historia como usuaria de la cultura escrita. Espero ahora que las
ocasionales alusiones a mis experiencias, por muy azarosas y confusas que parezcan, los hayan incitado a
reflexionar sobre las suyas. Mi insistencia en que esto es algo benéfico y constituye una buena ayuda,
proviene de que yo sé que los maestros y los padres de familia, cuando hablan de la lectura en los niños,
se alimentan de su propia experiencia, sin llevar este hecho a nivel de la conciencia. Si una madre dice:
“Yo sabía leer antes de ir a la escuela”, quiere decir: “Espero que mis hijos también. Esto me evitará
muchas preocupaciones”.

La cultura escrita es determinada por sus usuarios. Lo doy por sentado cuando los incluyo a ustedes,
lectores de estas páginas, en el grupo que he creado al decir “nosotros” y “nuestro”, imaginando con ello
que tenemos puntos de vista e interés en común. En ocasiones les he prestado la conciencia de un padre
de familia, en otras la de un maestro, puesto que éstas son las vivencias que puedo compartir con más
facilidad. Les invito a ejercer en todo momento su derecho de leer en contra de este texto, en su
modalidad de usuarios de la cultura escrita cuyas competencias he intentado describir.

Tal vez les preocupa proteger la cultura escrita, mantener incólume una tradición que ven en su propia
36
historia como algo que quisieran que sus hijos hereden sin riesgos: leer buenos libros, pensar de forma
inteligente. Estoy segura de que harán ambas cosas, pero su cultura escrita no dejará de ser diferente,
del mismo modo que sus vidas lo serán. Así que, si ustedes notan que los textos y las lecciones escolares
les presentan a ellos la lectura y la escritura de manera diferente a su propia experiencia de aprendizaje,
no por ello deben suponer que no lograrán alcanzar un estándar que les permita tener una buena vida,
incluso mejor que la de ustedes.

Me he deslindado deliberadamente de quienes ven la cultura escrita como una especie de instrumento
neutro para cosechar información o adquirir una educación superior, y de otro que creen que los niños
estarán perdidos si no se les enseña el alfabeto de memoria, a deletrear correctamente antes de los
cinco años de edad y a escribir en una buena letra manuscrita. Todos estos son logros deseables, tal vez
importantes, pero inútiles cuando el escritor no tiene nada que decir más allá de enviar invitaciones a
una reunión. No pienso que la cultura escrita “real” sea cosa del pasado, ni la realización de unos
cuantos favorecidos. Lo que sí forma parte del pasado es la posibilidad de pensar en la cultura escrita en
términos generales como leer-y-escribir. Verlo de esta forma es considerar la cultura escrita como una
heredad depreciada, cosa que no es. Este libro defiende la idea de que la cultura escrita, ahora y
siempre, depende de los contextos, de la naturaleza de diferentes tipos de textos y usos de los mismos,
especialmente cuando el lenguaje se relaciona con el poder y, al mismo tiempo, con nuestras pasiones
usuales por conocer y sentir, con los cuentos que leemos, decimos y escribimos.
Díganme entonces: ¿qué es ser usuario de la cultura escrita? Tenemos que trazar nuestros propios
mapas, reconstruir nuestras propias historias, reconocer nuestras deudas y contemplar caminos
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y comunicación, y pensamiento matemático

inexplorados. Nuestras autobiografías letradas revelan riquezas y carencias, pero estas narraciones no
son relatos de viajes solitarios. Siempre hemos estado en diálogo con los demás: aquellos que nos
enseñaron a leer, para quienes escribimos, que moldearon nuestro gusto, que nos estimularon, o incluso
nos prohibieron algo. Ha habido poetas muertos, autores vivos, críticos cínicos. Los recordamos como
amigos que hicieron más habitable nuestro mundo, que nos ayudaron, mientras leíamos y escribíamos, a
descubrir a quiénes éramos y en qué podíamos convertirnos.

En tanto la memoria revela la cultura escrita como una serie de diálogos, hay siempre significativos
encuentros. Mi discusión con la señorita MacDonald sobre la ortografía de friend, cuando yo tenía siete
años y ella egresaba de la universidad, me reveló la naturaleza abstracta de la ortografía inglesa. Yo
preguntaba: ¿cómo puede haber una “i”, si no suena? El diccionario estaba del lado de la señorita
MacDonald, así que yo pedí tener el mío propio. Las primeras páginas de Chaucer, de Moliére, del libro
de geometría, de David Hume, de Little Gidding, con su portada de papel cebolla, todavía vuelven a mí
como el viento cálido de un país lejano, cuando pienso en ellos. Mi primera experiencia de un libro en
manuscrito fue el estudio sobre Descartes de Norman Kemp Smith. Contribuí a hacer una copia de su
primer borrador (¡oh, qué consuelo recordar que su letra manuscrita era incluso menos legible que la
mía!). Había escrito en el reverso de páginas de un papel de luto muy fino, orlado de negro a la usanza
antigua, que le había quedado tras la muerte de su mujer. Había allí escritura y pensamiento. Mientras
luchaba por llegar a una comprensión coherente de aquel excelente texto, releía a Descartes, que llegó a
ser “un fantasma familiar complejo”. Cuando se ha vivido este tipo de encuentros, se les busca 37
afanosamente.

Mirando en retrospectiva, me doy cuenta de que la literatura, como sea que se le describa, y en mi caso
ciertamente sin defenderla en cuanto actividad privilegiada, se encuentra en el centro de mis
preocupaciones sobre la cultura escrita.
No espero que mis hijos y nietos reciten baladas o lean a Walter Scott. No estoy convencida de que la
lectura sea necesariamente buena para ellos sólo porque ha sido, en verdad, muy buena para mí.
Solamente sé que, al igual que para la Wyf of Bathe, con la cual por lo demás tengo muy poco en común,
la literatura ha sido una de las maneras importantes en que “he tenido al mundo como en mi tiempo”,
porque los encuentros con escritores y con otros lectores han sido activos y vivificantes. Sin embargo,
detrás de todos estos recuerdos está el hecho de que ni durante mis años de escuela, ni cuando era
estudiante, los maestros me incitaron a pensar que podía escribir. Solamente mi viejo profesor de
filosofía, que era adicto a las historias policiacas, fue benignamente estimulante respecto a mis versos
ocasionales y a los cuentos que escribía en revistas para mujeres para ganar dinero con qué comprarme
libros.
Algunos de los diálogos más importantes que he sostenido han sido con niños. La novedad del encuentro
con la cultura escrita, a la que le atribuyo tanto valor, es perceptible en cada salón de clase. Por un
tiempo, los niños no son frenados por la necesidad de tener la respuesta correcta ante una situación
social y letrada. Están exentos de ello hasta que aprenden. Así que cuando empiezan a escribir, a fundir
sus ideas en su lengua, relatan su mundo de forma directa. “Había una vez una niña que le gustaba el
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y comunicación, y pensamiento matemático

chocolate. Tengo tres gatos en mi casa.” Viendo a los niños adquirir el dominio de las reglas de la lectura
y la escritura es como he llegado a entender, parte por parte, lo que significa ser usuario de la cultura
escrita. La siguiente parte de la descripción no es completa, no es universal, pero es tal vez el principio
de una manera de ver que nos sacará de los caminos trillados de nuestras expectativas.
De nuevo la autobiografía. A pesar de que mis años de crecimiento estuvieron llenos de libros y de
textos, hubo también otras voces: las de la radio. El papel que desempeñó la radio en la infancia
pretelevisiva, y en particular durante la Segunda guerra mundial, constituye a fuerte recuerdo para
quienes lo vivieron. La voz de Neville Chamberlain no se ha apagado en mi oído interior, donde se
esconde junto con una sinfonía de himnos nacionales. Pero también había otras voces. Locutores de
partidos de cricket, que empleaban términos incomprensibles para mí. Mi tío los entendía y trataba de
explicarlos, un día durante el almuerzo, cuando Len Hutton rompió un récord. Y además, bromas,
programas cómicos con frases repetidas que entendía y no entendía a la vez. *Había sermones, no en
fieras palabras escocesas sino en un inglés delicado, y con una manera peculiar de leer los salmos en
prosa con cantos intermedios. ¿Cómo hacía Churchill para que el estilo de su discurso se adecuara a los
acontecimientos de Dunquerque y de la Batalla de Inglaterra? Se oía como una mezcla entre Milton y
John Bunyan.
Parte de la respuesta seme presentó en mi primer año de estudiante. Asistía a una clase de retórica en la
que me daba clase ocasionalmente Herbert Grierson, el gran editor de los poemas de John Donne. Al
38
parecer el objetivo de su argumentación era que el lenguaje es siempre un diálogo. Le hablamos a
alguien, y alguien nos habla. Lo mismo sucede con la lectura y la escritura. (¿Recuerdan a los jóvenes
lectores que tienen que aprender a ser tanto el que cuenta como aquél a quien le cuentan?) De esta
forma, al tiempo que ponemos nuestro punto de vista en lo que decimos, tenemos en cuenta el entorno
y la persona a la que nos dirigimos, adecuando nuestras palabras en ambos casos. Tenemos un
repertorio de formas de discurso que se amoldan a los contextos; lo que aprendemos son las reglas del
juego. Todo esto parece obvio, pero la idea es muy vieja. Los griegos, como siempre, estudiaron de cerca
y detalladamente las diferentes retóricas. En retrospectiva, veo ahora que el auditorio de Grierson eran
hombres de calidad que ingresarían a la iglesia o a los tribunales, donde la persuasión tanto al hablar
como al escribir era de la mayor importancia. Para el resto de nosotros, aprender a escribir en el estilo
requerido parecía ser lo único necesario.

Estas viejas lecciones salieron nuevamente a flote mientras reflexionaba sobre lo que es ser usuario de la
cultura escrita. Para sentirse a sus anchas en un mundo atiborrado de impresos; para habérselas con las
nuevas formas híbridas de comerciales televisivos y correo inútil; para orientarse en el Radio Times y en
los nuevos centros de compras, tenemos que actuar como quienes están clasificados como usuarios de la
cultura escrita. Una vez que conocemos cómo las palabras, frases y textos se relacionan con las
situaciones, ocasiones y contextos, tanto en el lenguaje hablado como en el escrito, respondemos con
lenguaje, con actos y con gestos al lenguaje que se dirige a nosotros.
*Los modismos que ejemplifican estas dos últimas frases de la autora no tendrían ningún sentido –ni
traducción posible- en español, por lo que se les omitió. [N. del T.]
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y comunicación, y pensamiento matemático

Esto es verdad tanto respecto a leer un libro o escribir una carta como de escuchar un debate
parlamentario o redactar un documento legal. Las nuevas tecnologías amplían nuestro horizonte y
nuestras competencias, pero, tanto en el habla como en el escrito, aquél que dice y aquél al que se le
dice están unidos por la elocución. Ser usuario de la cultura escrita es conocer las reglas para unir una y
otra cosa en el contexto particular del evento lingüístico.

Así que aquí estamos, de nuevo con los niños en la escuela, en los primeros estadios de su adquisición
escolar de la cultura escrita, tratando de descubrir “¿qué es lo que cuenta como lectura en esta clase?”.
La respuesta no está en el método usado por el maestro sino en los textos y el contexto en que se debe
entender. Los alumnos hacen lo que se les dice mientras pueden, intentando ver lo que hacen los otros
niños, y aprovechando al máximo la ayuda que se les brinda. No hay luchadores solitarios sobre la lisa
superficie de la roca del aprendizaje. Adaptan sus maneras de ser para incluir los hábitos, poses,
palabras, e incluso las hipocresías de los lectores y escritores a su alrededor. Se apropian de la retórica
de la comunidad más extensa. “Hacen las voces” que descubren en una página; escriben “en el papel de”
escritores. Cuando los autores profesionales visitan las escuelas, los niños les preguntan si escriben con
pluma o con lápiz. La respuesta es importante para el aprendiz.
Así pues, ¿qué debemos hacer para ayudar a nuestros hijos a ser usuarios de la cultura escrita? De
manera informal, cotidianamente, los inducimos a formas de comportamiento de las que el lenguaje
constituye a una parte vital, en particular respecto a la narrativa. “¿Qué hiciste hoy en la escuela?” Si la
39
respuesta es “No mucho, sólo jugué”, tenemos que esperar hasta el momento en que podamos espiar
cómo hablan de su maestro con un compañero, imitando sus frases conminatorias: “John, deja eso”. Los
cuentos llegan en un momento de madurez, y vienen acompañados de adornos retóricos. “¿Adivina
qué?: dijo que hacer eso es muy inmaduro.” El razonamiento formal no espera a la adolescencia;
empieza en el ruego especial sobre la hora de ir a la cama. “Si me dejas quedarme despierto, voy a
acomodar muy bien mi caja de juguetes.” Cualquier niño que conoce un relato en forma de “qué pasaría
si…” ha empezado a realizar procedimientos lógicos. Se pueden reconocer las argumentaciones en
cuentos que los niños dicen antes de iniciar la escuela. Practican para sí mismos lo que oyen a los demás.
“No podrás alimentar a una familia entera si no ganas más dinero”, le decía una niña de cuatro años a su
muñeca.

Esta comprensión de los diferentes modos de utilización del lenguaje y maneras de persuadir a los
demás y responder a sus persuasiones forma parte de toda vida social en el mundo entero. Así pues, en
un sentido, los niños no pueden evitar el contacto con sus formas escritas. Entonces, ¿por qué nos
preocupa tanto el que puedan fracasar en el dominio de la retórica de la escritura y del diálogo de la
lectura? Conocemos la respuesta; a algunos niños les comió la lengua el ratón, o aparentemente son
“débiles manuales” para enfrentar los poderosos diálogos de nuestra sociedad jerarquizada. No
podemos estar seguros de que estarán “a la altura” de ese mundo, a menos que nos ocupemos de que
inicien bien su escolaridad, ya que, cuando la concluyan, su nivel de aprovechamiento atestiguará su
adecuación para pertenecer a, o ser excluido de, ese grupo que domina los diálogos de los demás.
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Esto se siente como realidad, y así, en cuanto padres y maestros, hacemos lo mejor que podemos por
acrecentar el nivel de competencia lingüístico de los niños que conocemos, para que puedan enfrentar
las llamadas exigencias de la sociedad según vayan apareciendo. Pero también deberíamos recordar que
los niños tienen el tiempo de su lado. La cultura escrita, como quiera que se defina o se adquiera, se use
o se busque, nunca es estática. Como el lenguaje y el arte, se transforma y es transformada por quienes
le encuentran usos y, como el artista que crea nuevos libros para niños, intentan activamente jugar los
juegos de la lectura y la escritura y cambiar sus reglas.

Para ser usuarios de la cultura escrita tenemos que sentirnos seguros de que el mundo de los signos y del
texto impreso, en todas las diferentes combinaciones y modalidades de sentido que nos rodean, es un
mundo al que podemos enfrentarnos, en el que podemos sentirnos en casa, al que podemos contribuir y
con el que podemos jugar. Si es simplemente misterioso, amenazador, impredecible u hostil, entonces
nos sentimos en desventaja, en posición de víctimas, inadaptados. No hay garantía de que la cultura
escrita haga del mundo un lugar más benigno, pero a todos ayuda el imaginar cómo podría cambiar.
Como dijo Harvey Graff cuando empecé esta investigación: “La cultura escrita no es ni el mayor
problema, ni la solución principal”, pero puede constituir, sin embargo, la diferencia en todos nuestros
diálogos con el mundo; una aventura con la posibilidad de sorpresa.
Post scriptum

40 Este libro está lleno de deudas: algunas obvias, con estudiosos como Brian Street, Harvey J. Graff, Robert
Pattison, Jack Goody, Walter J. Ong, L.S. Vygotsky, Jean Piaget, y todos aquellos que escriben sobre el
lenguaje, la cultura escrita y la literatura para los niños, y cuyas obras opacan el poco sentido que
pueden tener estas páginas. El apoyo y tolerancia de mis amigos y colegas del Departamento de Inglés y
Ciencias de la Comunicación del Instituto de Educación, la inspiración de grupos de maestros del pueblo
de Brent, en Londres, y del Centro para el Lenguaje en la Educación Primaria se encuentra más allá de
cualquier encomio. He reconocido otras fuentes donde me ha sido posible, consciente de que habrá
necesariamente omisiones. Mis estudiantes siempre han sido mis maestros, en especial Henrietta
Dombey y Carol Fox. A Sharon Grattan y a Freda Bailey les debo la transformación de mi escritura
manuscrita pasada de moda en un texto moderno –una tarea formidable. Por encima de todo, agradezco
y brindo un homenaje a Margaret Clark por su amistad, su asesoría editorial experta y su muy generoso
estímulo.
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SECUENCIAS DIDÁCTICAS PARA APRENDER GRAMÁTICA


BLOQUE V
Anna CAMPS, Felipe ZAYAS (coords). Didáctica de la Lengua y la
V.2.2
Literatura, Ed. Graó, Barcelona, 2006

Resumen

Anna CAMPS, "Secuencias didácticas para aprender gramática (SDG)"

La necesidad de tener en cuenta los aspectos formales de la lengua tomándolos momentáneamente


como objeto de la enseñanza en sí mismos obliga a plantear la manera de abordarlos a partir de dos
vertientes:

1. Cómo se puede dar sentido a la actividad de aprendizaje de estos aspectos más allá de los
ejercicios puntuales.
2. Cómo se les puede dar coherencia y no presentarlos de manera ocasional, de acuerdo con su
aparición en los textos que se leen o con su necesidad para los textos que se escriben.
El segundo punto debe constituir el objetivo de una labor de programación en la que se interrelacionen
las tareas de producción y comprensión de textos y las tareas específicas dirigidas al aprendizaje de las
formas de lengua en todos los niveles citados y que a partir de ahora denominaremos "aprendizaje 41
gramatical". Por tanto, entenderemos como tal:

1. El aprendizaje de las formas lingüísticas que ponen de manifiesto las relaciones del texto con las
situaciones de comunicación (formas enunciativas).
2. Las formas lingüísticas que establecen las relaciones internas en el texto (que constituyen el tejido
que llamamos "texto"): relaciones anafóricas, conexión, cadenas referenciales, progresión temática,
etc.

3. Las formas lingüísticas predominantes en los diversos tipos de discurso y que se combinan de
maneras diversas en los géneros discursivos.
4. Las relaciones sintácticas que se establecen en el nivel de los enunciados, superando la
consideración abstracta de frase atendiendo a su realización concreta; así pues, se tendrán en cuenta
tanto los aspectos formales como los semánticos. Se incluirán también en este nivel las relaciones
entre frases, tanto las que se explican por los procesos de inclusión de oraciones como elementos de
la unidad drástica, como los que resultan de encadenamientos por yuxtaposición, coordinación o por
el establecimiento de relaciones temporales, locativas o lógicas por medio de conectores.
Partiremos de dos suposiciones previas:

1. El conocimiento gramatical de los estudiantes ha de tender a proporcionarles las herramientas para


entender el funcionamiento real de la lengua y, por tanto, deberá servirles para entender los textos
que leen y para hablar y escribir mejor.
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2. Este primer objetivo no excluye la consideración de los objetos de enseñanza y aprendizaje


gramatical en sí mismos en un proceso de focalización, para que retornen como herramientas de
conocimiento en los procesos de producción y comprensión.

42

Características de las SDG


La secuencia está constituida por un conjunto de tareas diversas, pero todas ellas relacionadas con un
objetivo global que les dará sentido. Lo que le otorga unidad al conjunto no es sólo el tema, sino la
actividad global implicada, la finalidad con que se llevan a cabo. Por ejemplo, revisar y mejorar la
organización de unos textos argumentativos, lo cual exigirá profundizar en los tipos de relaciones lógicas
propias de la argumentación (causa-consecuencia, condición, contradicción, concesión, etc.) y, por tanto,
al dominio de los conectores necesarios para hacerlas explícitas: descubrir de qué manera diferentes
lenguas resuelven las relaciones temporales entre los hechos de la narración; la investigación acerca de
la variación en el uso de determinadas formas (por ejemplo, los pronombres personales: leísmo, laísmo);
el descubrimiento de la organización de los elementos constitutivos de la oración a través de las
estructuras semánticas de los verbos, etc.

La SDG se puede describir, pues, como el desarrollo de dos tipos de actividades:


1. Una actividad de investigación: descubrir el funcionamiento de la lengua en algún aspecto, como
mejorar los textos, etc. En general, esta actividad culmina con la redacción de un informe o con una
exposición oral del trabajo realizado y de las conclusiones que se han extraído de éste.
2. Una actividad de aprendizaje: la actividad anterior y la sistematización de los resultados han de
permitir el aprendizaje de unos contenidos gramaticales que tendrán que llegar a convertirse en
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conocimientos disponibles para realizar otras actividades posteriores, sean gramaticales, sean
comunicativas.

El desarrollo de la SDG permite situaciones interactivas diversas que facilitan que el profesor intervenga
en el proceso de construcción del conocimiento y que pueda ofrecer las ayudas necesarias; es decir, se
hace posible un proceso de evaluación formativa incorporado en el propio proceso de aprendizaje.

Hay tres fases consecutivas en el tiempo:

1. La primera fase, imprescindible y fundamental, consiste en definir y negociar la tarea que se llevará a
cabo: investigación, revisión de textos, descubrimiento de la regularidad, de la variación, etc. Así,
pues, se plantea el problema que hay que resolver y se anticipa qué conocimientos gramaticales son
los que hay que aprender. La elaboración del problema puede requerir la realización de tareas y
actividades diversas; por ejemplo: constatar una dificultad a partir de los propios trabajos; explicitar,
oralmente o por escrito, qué sabemos de su posible solución; constatar si otros compañeros más
pequeños tienen la misma dificultad (buscar textos, analizarlos, etc.) Esta primera fase acaba con la
definición del problema, de la cuestión que hay que investigar.

2. La segunda fase constituye el núcleo de la SDG. Una vez definida la tarea, hay que tomar decisiones
acerca del objeto sobre el que se trabajará: establecimiento del corpus, recogida de datos, etc., y lo
que es más importantes, hay que acordar los procedimientos que se seguirán. Por ejemplo, si se
trata de un trabajo de campo para analizar la variación sobre un hecho lingüístico determinado, 43
habrá que tener muy claro cómo se recogerán los datos: mediante una prueba, mediante un
cuestionario, etc. Por tanto, habrá que elaborar estos instrumentos, consultar con expertos o en
gramáticas, etc. Habrá que decidir también la manera de analizarlos, cómo presentar sus resultados,
cómo extraer conclusiones de ellos, etc. Si se trata de una SD destinada a reflexionar sobre un
problema que se detecta en los textos, habrá que delimitar los textos que tienen el problema, buscar
las posibles soluciones, a partir del diálogo con los compañeros, con expertos, a partir de la consulta
de otros textos, gramáticas, etc. Esta tarea conduce a la mejora de los textos y también a la
elaboración de síntesis que puedan servir de reflexión y consulta en situaciones posteriores de
escritura. Ésta sería ya la tercera fase. 3. La tercera fase debería ser siempre la elaboración de un
informe. La enseñanza gramatical llamada "tradicional" partía de la definición de un concepto y de
las explicaciones gramaticales del profesor o del libro de texto, y el ejercicio servía de constatación
de los ejercicios aprendidos. Posteriormente, han proliferado ejercicios que tienen la finalidad en sí
mismos: ejercitar una estructura gramatical u otra, con la idea, seguramente, de que de la
ejercitación se derivará el conocimiento. El planteamiento de las SD que proponemos parte del
concepto de que la ejercitación y la reflexión tienen que ser los dos componentes de un proceso que
las relacione. Por eso, el sentido que adquieren las actividades que se desarrollan a lo largo de la SDG
tienen dos momentos clave: la definición del campo de trabajo y la síntesis final en que se integran
los conocimientos elaborados.
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y comunicación, y pensamiento matemático

La evaluación como proceso

Lo que acabamos de decir guarda una estrecha relación con el concepto de evaluación formativa
incorporada en el proceso y entendida como regulación de los procesos de aprendizaje. Destacamos tres
aspectos:
1. La necesidad de establecer claramente, y por tanto compartir, los objetivos de la tarea. Es necesario,
pues, hablar y explicitar qué se pretende hacer, sobre qué tema, qué aprenderemos haciendo la
tarea, etc. Estas situaciones iniciales aportan (o pueden aportar) al profesor conocimiento de los
conceptos y del saber hacer del alumnado sobre la cuestión que se quiere trabajar, sobre
experiencias anteriores, etc.

2. Durante el proceso de trabajo, la interacción en grupo y la resolución de tareas parciales son fuente
de información de las dificultades que se presentan y ofrecen la posibilidad de intervenir en ellas
para no llegar al final arrastrándolas.
3. Al hablar de la tercera fase, hemos puesto de relieve la importancia de la síntesis final, del informe,
para dar coherencia significativa a los contenidos trabajados y para hacerlos funcionales respecto de
situaciones futuras. Hay que destacar también la función de recuperación metacognitiva de todos los
contenidos, conceptuales y procedimentales, implicados en las SDG.
Tipos de SDG
44
1. SDG orientadas a resolver problemas gramaticales que plantea la escritura

2. SDG basadas en la comparación entre lenguas


3. SDG a partir de conceptos gramaticales explícitos, sintácticos o morfológicos, textuales
4. SDG basadas en la investigación sobre la variación de la lengua oral y/o escrita.
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PROCESOS DE ADQUISICIÓN DE LA LENGUA ESCRITA DENTRO DEL CONTEXTO


BLOQUE V
ESCOLAR
Emilia Ferreiro, Alfabetización. Teoría y práctica, México, Siglo XXI, 2008.
V.2.3

PROCESOS DE ADQUISICIÓN DE LA LENGUA ESCRITA DENTRO DEL CONTEXTO ESCOLAR


Estamos tan acostumbrados a considerar el aprendizaje de la lectura y la escritura como un proceso de
aprendizaje que tiene lugar en la escuela, que es difícil llegar a reconocer que el desarrollo de la
lectoescritura comienza mucho antes de la instrucción escolar. Esto es particularmente difícil de aceptar
para los educadores. No se trata simplemente de aceptarlo, sino también de no tener miedo de que así
sea. Recuerdo una maestra que me decía que, desafortunadamente, su propio hijo a leer solo, antes de
entrar a la escuela primaria. Desafortunadamente decía porque aprendió fuera de todo control
sistemático. Este niño no tiene ningún problema particular de lectura, pero la única dificultad aparente
que presenta ( no dibuja las letras tan claramente y con la perfección que su madre espera) es atribuida
a este hecho terrible: aprendió solo, sin estar autorizado a hacerlo.
La idea detrás de este modo de razonamiento está aún muy extendida: necesitamos controlar el proceso
de aprendizaje, de lo contrario algo malo va a ocurrir. La institución social creada para controlar el
proceso de aprendizaje es la escuela. Por lo tanto, el aprendizaje debe de tener lugar en la escuela.
Afortunadamente, los niños de todas las épocas y de todos los países ignoran esta restricción. Nunca 45
esperan tener seis años y una maestra delante para comenzar a aprender. Son constructores del
conocimiento desde el comienzo mismo. Han tratado por si mismos de encontrar respuestas a
problemas muy difíciles y abstractos planteados en el esfuerzo por comprender el mundo que los rodea.
Están construyendo objetos complejos de conocimiento, y el sistema de escritura es uno de ellos.

Es preciso aquí hacer dos distinciones. La primera remite a un problema epistemológico fundamental. La
segunda tiene que ver con la relación entre problemas epistemológicos y los métodos o procedimientos
de enseñanza.

Veamos la primera. La distinción que debe hacerse es entre la construcción de un objeto de


conocimiento y la manera en que fragmentos de información provistos al sujeto son o no incorporados
como conocimiento. Aunque se trate de procesos estrechamente relacionados, son diferentes. En un
ambiente urbano, los niños están expuestos a material escrito desde el comienzo mismo. Pueden
obtener información acerca de algunos tipos de relaciones entre acciones y objetos (por ejemplo, que
enviar una carta supone escribir algo en una hoja de papel, ponerla en un sobre, e ir rápido al correo, sin
saber exactamente qué significa escribir que clase de objeto es una carta y, menos aún, que tipo de
institución es el correo o cual es el vínculo entre el cartero y la persona a quien está dirigida la carta).

La construcción de un objeto de conocimiento implica mucho más que una colección de informaciones.
Imp0lica la construcción de un esquema conceptual que pueda interpretar datos previos y nuevos datos,
(es decir, que pueda recibir información y transformarla en conocimiento); un esquema conceptual que
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y comunicación, y pensamiento matemático

permita procesos de inferencia acerca de propiedades no observadas de un determinado objeto y la


construcción de nuevos observables sobre la base de lo que es anticipado y lo que es verificado.

Muy a menudo se acepta que el desarrollo de la lectoescritura comience antes de la escuela, pero se le
considera solamente como el aprendizaje de diferentes informaciones no relacionadas entre sí que
luego, por algún tipo de mecanismo no especificado, se van a ensamblar. Pero el aprendizaje de la
lectoescritura es mucho más que aprender a conducirse de una manera apropiada con este tipo de
objeto cultural (incluso cuando se define culturalmente el termino apropiado, es decir, se lo relativiza).
Es mucho más que esto precisamente porque involucra la construcción de un nuevo objeto de
conocimiento que, por supuesto, no puede ser directamente observado desde el exterior.

La distinción que precede esta en estrecha relación con la siguiente: la distinción entre métodos y
procedimientos de enseñanza y el proceso de aprendizaje. Implícita en los intentos de mantener el
proceso de aprendizaje bajo control esta la suposición de que los procedimientos de enseñanza
determinan los pasos en la progresión del aprendizaje. Este punto de vista, a su vez, está basado en la
convicción de que nada está dentro de la mente si antes no estuvo fuera de ella. Toda la investigación
psicológica o psicopedagógica guiada por esta suposición implícita pareciera probar que así ocurre
efectivamente. Esto es así cuando solamente se analizan las respuestas en términos de correctas o
incorrectas, es decir, respuestas esperadas, buenas por oposición a las otras, que no son consideradas en
términos positivos sino solamente en términos negativos.
46
Pero cuando la investigación es conducida con otro tipo de presuposiciones esto es: que las respuestas
son solamente la manifestación externa de mecanismos internos de organización, y que las respuestas
pueden ser clasificadas en términos de correctas e incorrectas solamente cuando el punto de vista del
observador es tomado como si fuera el único punto de vista legitimo se pueden encontrar una cantidad
de cosas muy extrañas. Jean Piaget fue quien nos obligó a reconocer la importancia de estas cosas muy
extrañas que ocurren en el desarrollo cognitivo. Por el mismo hecho nos obligó a abandonar esta
manifestación particular del egocentrismo que puede ser llamado adulto-centrismo. (Señalemos que el
egocentrismo no está reservado solamente a un periodo de vida; reaparece en niveles muy diferentes,
tal como se puede ver claramente en la historia de las ciencias sociales.) Jean Piaget nos obligó a
abandonar la idea de que nuestro modelo de pensar es el único legítimo, y nos obligó a tomar el punto
de vista del sujeto en desarrollo. Esto es fácil de decir, pero muy difícil de aplicar coherente y
sistemáticamente.
En el caso del desarrollo de la lectoescritura la dificultad para adoptar el punto de vista del niño resulto
de tal magnitud que descuidamos completamente las manifestaciones más evidentes de los intentos
infantiles para comprender el sistema de escritura: las producciones escritas de los niños mismos. Hasta
hace pocos años, los primeros intentos de escribir hechos por los niños serán considerados solamente
como garabateo, como si la escritura debiera comenzar directamente con letras convencionales bien
dibujadas. Todo lo que ocurría antes era simplemente considerado como intentos de escribir y no como
escritura real. En el mejor de los casos, era considerado como una actividad puramente gráfica, relevante
para la verdadera escritura solamente en la medida en que conduce a un control creciente sobre los
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y comunicación, y pensamiento matemático

instrumentos gráficos y el espacio gráfico. No se suponía que tuviera lugar algún tipo de actividad
cognitiva mientras se ejecutaban estos garabateos. Esas extrañar marcas graficas parecían estar puestas
al azar. Más aun, cuando los niños comenzaban a poner letras convencionales, pero en un orden no
convencional, el resultado era considerado como una mala reproducción de alguna escritura que
seguramente habían observado en algún otro lugar.

Incluso ahora cuando el termino inented spelling ha llegado a ser popular( al menos en estados unidos),
no es fácil encontrar educadores ni investigadores capaces de interpretar todas las sutilezas involucradas
en las primeras producciones escritas.
Nuestros trabajos longitudinales con niños de lengua materna castellana entre tres y siete años (Ferreiro,
1982) nos permitieron entre otros resultados nuevos confirmar las hipótesis acerca del desarrollo que
habíamos formulado al publicar nuestras investigaciones transversales previas (Ferreiro y Teberosky
1979). Ahora sabemos que tiene lugar una serie de pasos ordenados antes de que el niño comprenda la
naturaleza de nuestro sistema alfabético de escritura y que cada paso está caracterizado por esquemas
conceptuales particulares, cuyo desarrollo y transformación son nuestro principal objeto de estudio.
Ninguno de estos esquemas conceptuales puede ser caracterizado como una simple reproducción, en la
mente del niño, de informaciones provistas por el medio. Esos esquemas implican siempre un proceso
constructivo en el cual los niños toman en cuenta parte de la información dada, dejan de lado parte de la
información dada, e introducen siempre, al mismo tiempo, algo propio. El resultado son construcciones
47
originales, tan extrañas a nuestro modo de pensar que parecen caóticas a primera vista. Esas cosas muy
extrañas que Piaget nos ayudó a interpretar en otros dominios aparecen también en el desarrollo de la
lectoescritura. La historia de estos esquemas conceptuales no es azarosa: esa historia tiene una
dirección, pero o puede ser caracterizada como un proceso meramente madurativo. Cada paso resulta
de la interacción que tiene ligar entre el sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento: en el proceso
de asimilación (es decir, en el proceso de elaboración de la información) el sujeto transforma la
información dada; la resistencia del objeto obliga a veces al sujeto a modificarse a su vez (es decir, a
cambiar sus propios esquemas) para comprender al objeto (es decir, para incorporarlo, para hacerlo
suyo).

Uno de los daros más recientes que hemos obtenido es este; muchos niños, que comienzan la escuela
primaria en niveles muy elementales de conceptualización acerca del sistema de escritura, muestran
durante el primer año escolar la misma progresión que otros niños muestran antes de entrar a la
escuela, y esto a pesar del hecho de estar expuestos a intentos sistemáticos para hacerlos comprender
directamente el sistema alfabético de escritura.

Vamos a presentar algunos ejemplos detallados, pero antes es preciso hacer dos observaciones. En
primer lugar, el desarrollo de la lectoescritura me preocupa no solo por razones teóricas sino también
por razones prácticas: el analfabetismo es aun hoy en día un grave problema en Latinoamérica. Es el
sistema de la escuela pública el que me interesa, porque es este sistema el que debe llegar a ser más
sensible a los problemas de los niños y más eficiente para resolverlos i queremos cambiar la situación
escolar de la mayoría de la población de nuestros países. Siempre se pueden encontrar, en cualquier
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país, situaciones especiales que involucran a una minoría de niños: escuelas con proyecto piloto en
donde las cosas pasan de otro modo, maestros entrenados que se conducen de modo diferente, etc. No
es lo mismo estudiar los problemas de alfabetización en el nivel nacional que estudiarlos en una escala
local o en situaciones particulares bien controladas. Si se considera que los niños que presentaremos a
continuación podrían haber recibido una enseñanza diferente y obtener al final mejores resultados,
estoy de acuerdo por anticipado pero no estoy interesada aquí en la metodología como tal sino en la
distinción necesaria entre lo que es enseñado y lo que se aprende, y esta distinción se aplica a cualquier
metodología, aunque sea más fácil de mostrar en el caso de un tipo de enseñanza más tradicional.
Además dentro del sistema de educación pública mi interés está focalizado en aquellos niños que han
tenido muy escazas posibilidades de estar rodeados de material escrito y de usuarios de esos materiales:
niños de padres analfabetos o semialfabetizados. Niños que tuvieron poca o nula oportunidad de asistir
a una institución preescolar. Mi interés particular en estoy niños está ligado a razones tanto teóricas
como prácticas: por una parte, ellos son los únicos que nos pueden mostrar si la línea de desarrollo
antes mencionada tiene una cierta lógica que se contrapone a intentos explícitos y sistemáticos que la
ignoran; y, por otra parte estos son los niños que más a menudo fracasan en la escuela.
Vayamos a los ejemplos. Olga es una niña de seis años que comienza la escuela con un tipo de escritura
indiferenciada. Todo lo escribe con el mismo grafema repetido muchas veces; el comienzo y el final están
determinados solamente por los límites del espacio grafico; incluso su nombre recibe el mismo tipo de
48 representación. Un único aspecto positivo debe ser mencionado: la linealidad en la disposición de los
caracteres.

Dos meses después, Olga ha hecho algunos progresos. Sin duda alguna su maestra estaba enseñando
una de las series tradicionales del español (sa, se, si, so, su) y una de las palabras escolares más
populares (oso). La maestra estaba enseñando algo relacionado con el alfabeto.

Cuadro 1

Lo que Olga aprendió es otra cosa: aprendió a dibujar algunas letras y quizás cierto tipo de alternancia de
caracteres en una serie. Por supuesto, no hay correspondencia entre grafemas particulares y la pauta
sonora de las palabras que escribe. Pero con la información provista por el medio Olga es ahora capaz de
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escribir de una manera más convencional. Sin embargo, se evidencia muy poco progreso cognitivo,
aparte del hecho de que ella puede ahora controlar la finalización de una escritura (todo termina al
llegar a ja). Si se observa cuidadosamente, se verá que la bien conocida serie sasesisosu es lo que escribe
dos veces al final para representar dos emisiones muy diferentes ("mosca" y "papá come tacos"). Cuando
le señalamos a Olga que las dos escrituras eran idénticas, ella no pensó que eso constituyera una
objeción, y siguió manteniendo que había escrito dos cosas diferentes a pesar de la identidad objetiva de
las escrituras.

49
Ilustración 2

Tercera entrevista, dos meses y medio más tarde: Olga ha ampliado considerablemente su repertorio de
letras. No caben dudas de que la maestra había agregado otras combinaciones "consonante + vocal" a la
primera. La maestra estaba tratando de presentar la escritura alfabética como una combinación de
sílabas. Olga aprendió otra cosa: aprendió a producir diferencias objetivas en los resultados para
representar cosas diferentes (ilustración A3). Fue entonces cuando la maestra decidió que Olga debía
repetir el primer año escolar.

Cuarta entrevista, cercana al final del año, cuando la maestra estaba focalizando su atención solamente
en aquellos niños que podían ser promovidos: Olga ha hecho progresos notables. Escribe muy cuidado-
samente su nombre diciéndolo silábicamente para sí misma [01... ga...Utiii...) mientras pone o g i a.
Luego procede a verificar. Va diciendo una sílaba por vez, mientras señala una letra por vez: Ol-ga-le-tis...
Sorprendida por el resultado comienza nuevamente: Ol-ga-le...fal-tó la le. La estimulamos a que
comience nuevamente. Mientras va diciendo para sí misma... le, la e? ...ol-ga-U-ti...la i... da, escribe o g e
i s a y ahora sí está satisfecha con el resultado. Utilizando el mismo método escribe varias palabras. Sin
darse cuenta, escribe dos veces la misma serie uno, una vez con la intención de escribir mu-ñe-co y la
otra vez queriendo escribir vn-ár-bol (la adición del artículo indefinido tiene aquí la finalidad de alargar la
palabra bisílaba). Esta vez, cuando le pedimos que lea estas dos escrituras idénticas, se da cuenta
inmediatamente de la dificultad, y sin dudarlo trata de corregirlo^ ár-bol...Jaltó la a.1 Algo similar ocurre
con otras dos palabras ("sal* y "sopa") que reciben la misma representación escrita: s a. Cuando las
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comparamos, mantiene que so-pa está escrita en la primera y sal en ja segunda; el aceptar poner
solamente una letra para una palabra de una sílaba era realmente demasiado para ella, y dejó ambas
escrituras como estaban (ilustración A4).

Ilustración A3: OLGA LETICIA – febrero

Esta niña hizo durante el año escolar una progresión que no fue considerada como progreso en el
momento de las "grandes/decisiones* (promoverla o hacerla repetir el año). Sin embargo, aun siguió
progresando (y mucho) hacia el final del año. Para los estándares escolares estaba aún muy por debajo
50 de la ejecución esperada, porque no escribía convencionalmente. De hecho, estaba haciendo mucho más
que reproducir escrituras previamente observadas en el pizarrón o en el libro escolar: estaba inventando
un sistema silábico de escritura.

Esta invención no es peculiar de Olga. La escritura silábica es el resultado de uno de los esquemas más
importantes y complejos que se construyen durante el desarrollo de la lecto-escritura. Ese esquema
permite al niño, por primera vez, relacionar la escritura a la pauta sonora de la palabra: una letra para
cada silaba; tantas letras como silabas. Más aún, en el caso de Olga las letras -particularmente las voca-
les- han adquirido cierta estabilidad: por ejemplo, la letra a solamente aparece para representar sílabas
donde el sonido convencional de esta letra aparece.

Ilustración A4: OLGA leticia - mayo


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Nota: Hace corresponder una sílaba para cada letra, excepto en algunos finales de palabras, indicados
con 2, en donde señala dos letras para una sílaba.

Siguiente ejemplo: Ornar es un niño de seis años que comienza la escuela primaria sabiendo cómo
dibujar seis letras diferentes. Utiliza este repertorio para diferenciar una palabra escrita de la siguiente.
Casi siempre comienza con la misma letra (E). Ha fijado también la cantidad de letras para cada palabra
{cuatro o cinco letras). La única palabra escrita con dos letras es "mariposa"; dice que "mariposa'' lleva
menos letras que "caballo" porque una mariposa es más pequeña que un caballo. Nunca repite la misma
letra en una misma escritura Con muy limitadas variaciones en la cantidad de letras, y con un repertorio
también limitado de letras, Ornar está obligado a descubrir que se pueden obtener diferentes escrituras
cambiando el orden de los elementos (y esto es aún más difícil de obtener porque se impone a sí mismo
una restricción adicional: comienza siempre con la misma letra). Las letras no tienen aún un valor sonoro
estable (ya sea o no el convencional). Pero este tipo de escritura no es una escritura primitiva: Ornar
muestra marcado control sobre sus producciones, un control determinado por principios organizadores
internos que no están directamente derivados de la experiencia (ilustración Bl).

Dos meses después Ornar muestra un tipo de escritura silábica. Las vocales han adquirido valores
sonoros convencionales, pero son utilizadas para representar una sílaba completa. Sin embargo, las
mismas vocales pueden servir a fines diferentes cuando surgen situaciones particulares conflictivas.
Veamos. La primera palabra que le pedimos a Ornar que escriba es, ciertamente, una palabra terrible
51
para este tipo de escritura silábica: "calabaza" debería escribirse AAAA, pero esto está estrictamente
prohibido por el principio de variación interna que los niños establecen por sí mismos (no repetir más de
dos veces la misma letra en una escritura, de lo contrario se obtiene algo "no legible"). La solución
propuesta por Ornar consiste en conservar la a para ambos extremos insertando en el medio otras dos
letras, y dejando temporariamente de lado lo que él sabe acerca del valor sonoro convencional de esas
mismas letras (ilustración B2).
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Nota: los números indican cuántas letras señala al emitir cada silaba.
La siguiente palabra -"pina"- puede o no llevar a una situación conflictiva, dependiendo del valor
numérico del principio de cantidad v mínima adoptado por el niño. En el caso de Ornar, "pina" no es una
palabra fácil de escribir: siguiendo su hipótesis silábica -una letra para cada sílaba- necesitaría poner
solamente dos letras, pero siguiendo su requisito de cantidad mínima necesita poner al menos tres
letras. Logra una solución de compromiso, poniendo las dos vocales de la palabra en ambos extremos y
52 otra letra en el medio. La función de esta última letra no es la de representar una sílaba sino la de hacer
legible la escritura.

La siguiente palabra -"cebolla"- debería ser fácil de escribir porque tiene tres sílabas y diferentes vocales
pero, en este contexto particular, plantea algunos problemas. Ornar comienza escribiendo tres "buenas"
letras para esta palabra, pero como también ha puesto tres letras para la última palabra de sólo dos
sílabas, se siente obligado a agregar dos letras más {de las mismas anteriores}. Si la palabra bisílaba
plantea serios problemas, es fácil imaginar cuán difícil es tratar un monosílabo. Al escribir "pan" Ornar
comienza con la vocal correcta, y luego prácticamente pierde control -como muchos otros niños-
terminando con tantas letras como había puesto para la palabra anterior. Al final, con la oración que le
proponemos, logra recuperar su hipótesis principal, comenzando con una letra para cada sílaba; no
cualquier letra sino las vocales que pertenecen a cada una de las sílabas (excepto al final, cuando la
misma palabra "pan" reaparece, quizás haciendo surgir nuevamente la mala sensación de una
contradicción no resuelta).

Como puede verse, a partir del análisis que acabamos de hacer, es muy difícil juzgar acerca del nivel
conceptual de un niño considerando únicamente los resultados, sin tomar en cuenta el proceso de cons-
trucción. Es la consideración conjunta del resultado y del proceso lo que nos permite interpretaciones
significativas. Resultados prácticamente idénticos pueden ser producidos por diferentes procesos, tanto
como procesos similares pueden conducir a diferentes productos. Tal como lo dijimos al comienzo,
necesitamos adoptar el punto de vista del sujeto en desarrollo. Definir similitudes solamente sobre la
base de los resultados es privilegiar nuestro propio punto de vista. Ésta no es sino una de las razones por
las cuales es tan difícil hacer un análisis psicogenético coherente.
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Dos meses después encontramos a Ornar en el período de transición que hemos llamado escrituras
silábico-alfabéticas. Se caracterizan por el hecho de que algunas letras representan sílabas mientras
otras representan fonemas. Esto está claramente ejemplificado en la segunda palabra ("pizarrón"); las
primeras dos letras representan las primeras dos sílabas, pero las otras dos letras representan dos de los
fonemas de la última sílaba. El requisito de cantidad mínima está, aún vigente, pero esta vez la palabra
monosilábica no es tan perturbadora como antes: en lugar de perder control, Ornar hace aquí su análisis
fonético más consistente {ilustración B3).

El punto importante para subrayar es éste: este tipo de escritura ha sido tradicionalmente analizado
como "omisión de letras". Es cierto que, desde el punto de vista de la escritura adulta convencional,
faltan algunas letras. Pero desde el punto de vista del sujeto en desarrollo (es decir, tomando en cuenta
lo que ha ocurrido antes en el desarrollo) este tipo de escritura es "adición de letras". El niño está
introduciendo más letras de las que necesitaba en su análisis silábico previo. Ha aprendido -sobre todo a
través de los fracasos de la hipótesis silábica al tratar de dar sentido a la escritura socialmente
constituida- que necesita ir "más allá" del análisis silábico. ¿Los niños como Ornar están haciendo
omisiones cuando escriben? Mi respuesta enfática es que no: están agregando letras con respecto a su
modo previo de escritura; difícilmente pueden omitir lo que nunca han tenido. Se puede ver así cuan
opuestos pueden ser los análisis acerca de los mismos datos. Si se mantiene que los niños aprenden a
escribir por observación y reproducción de los ejemplos de escritura que los rodean, entonces se debe
concluir que algo está omitido en su reproducción. Yo estoy tratando de demostrar que este punto de 53
vista es insostenible. Nadie en una sociedad alfabética enseña a los niños cómo escribir silábicamente, y
sin embargo los niños inventan este tipo de escritura, construyendo al mismo tiempo un poderoso
esquema interpretativo. Desde este punto de vista constructivista el problema es mucho más
complicado que simplemente agregar o perder tales o cuales letras: el problema es cómo y en qué
circunstancias es posible cambiar los esquemas interpretativos.

Nada malo ocurrió con Ornar, a pesar del hecho de que estaba siguiendo su propia manera de entrar a la
lecto-escritura: al final del año ha traspasado la barrera y escribe alfabéticamente (ilustración B4).
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Podríamos proseguir con el análisis cualitativo de casos individuales, pero es útil considerar también
algunos datos cuantitativos, para que se vea claramente que no estamos hablando acerca de una mino-
ría de niños.

Durante los años 1980-1982 dirigí un proyecto de investigación en la Dirección General de Educación
Especial (de la Secretaría de Educación en México). El objetivo práctico principal de esta investigación era
conocer qué ocurre durante el primer año escolar con aquellos niños que no logran comprender la
naturaleza del sistema alfabético de escritura y que luego serán derivados al sistema nacional de
educación especial.2 Esto es, nuestro propósito era describir el proceso de aprendizaje que tiene lugar en
los niños antes de que sean rotulados como "niños que fracasan". El propósito teórico principal del
mismo proyecto era saber si los niños que comienzan la escuela primaria con tipos de conceptualización
pre-alfabéticos seguirán en la escuela la misma progresión que otros niños muestran antes de entrar a la
escuela, y esto a pesar del hecho de que los métodos y procedimientos de enseñanza intentan
conducirlos directamente al sistema alfabético de escritura.

54

Ilustración B4: OMAR – mayo

Elegimos tres importantes concentraciones urbanas del país: México (la capital), en el centro del país;
Monterrey (la capital del estado de Nuevo León) en el norte; Mérida (la capital del estado de Yucatán) en
el sur. Dentro de estas concentraciones urbanas seleccionamos aquellos distritos escolares con las cifras
más altas de fracaso (niños repetidores o desertores). Dentro de cada uno de estos distritos escolares,
seleccionamos una cierta cantidad de escuelas (71) que presentaban también las mayores cifras de
fracaso. Dentro de estas escuelas identificamos 159 grupos de primer grado, y allí seleccionamos al azar
una importante muestra de niños que entraban a primer año por primera vez en septiembre de 1980.3

Comenzamos la investigación con 959 niños en el primer mes de actividades escolares (septiembre,
1980). Estos niños fueron seguidos longitudinalmente hasta junio de 1981, con entrevistas individuales
cada dos meses o dos meses y medio {recogimos también datos de observación). Finalizamos el trabajo
con 886 de estos mismos niños. Del conjunto complejo de tareas elaboradas para identificar cambios en
las conceptualizaciones infantiles, solamente haremos referencia aquí a la evolución de las producciones
escritas de estos mismos niños. Estábamos principalmente interesados en los procesos de escritura, en el
modo en que construían nuevas escrituras, y no en sus posibilidades de reproducir algunas de las
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palabras particulares que los maestros habían decidido enseñar. En cada entrevista propusimos a los
niños cuatro palabras dentro de un campo semántico dado (nombres de animales, de comidas, etc.), con
una variación sistemática en el número de sílabas (palabras de una a cuatro sílabas).

Dentro de esta muestra esperábamos obtener un cierto número de niños que comenzaran con niveles
de conceptualización similares o próximos a los de los ejemplos que acabamos de presentar. Esto es lo
que ocurrió efectivamente: el 80% de los niños escribían al comenzar el año escolar sin hacer ninguna
correspondencia entre la pauta sonora de la palabra y la representación escrita (sin correspondencia
convencional o no convencional; sin correspondencia cuantitativa con la longitud de la palabra ni una
correspondencia cualitativa según la cual algunas letras representarían sistemáticamente un conjunto
limitado de valores sonoros).

A partir de allí una de nuestras preguntas fue: ¿están estos niños reproduciendo dentro de la situación
escolar la progresión que otros siguen antes de entrar a la escuela? Para simplificar esta presentación me
referiré solamente a cuatro sistemas ordenados de escritura: pre-silábico, silábico, silábico-alfabético y
alfabético.

Los ejemplos que acabamos de presentar muestran que hay una amplia variedad -también
psicogenéticamente ordenada- dentro de los sistemas pre-silábicos de escritura. Si aquí estamos
considerando todas esas variedades como una unidad es únicamente por dos razones. Por una parte,
queremos ubicar aquellas conceptualizaciones que no intentan relacionar la representación escrita con 55
la pauta sonora de la palabra emitida (aunque puedan eventualmente hacer otras correspondencias,
como por ejemplo, entre el significado de la palabra y la representación escrita). Por otra parte,
queremos ubicar todas las representaciones escritas que indican un vínculo preciso con la pauta sonora
de la palabra.4

Sin embargo, necesitamos diferenciar este último conjunto, porque estamos centrándonos en el
desarrollo que tiene lugar en la escuela y no es lo mismo, desde el punto de vista escolar, escribir en
cualquiera de estos tres sistemas diferentes.

Intentaré explicar ahora solamente un aspecto particular de este problema: ¿cuáles son los patrones
evolutivos que fueron efectivamente observados, y cuál es su relación con nuestras hipótesis teóricas?

Necesitamos diferenciar aquí dos problemas relacionados pero diferentes: se puede hablar acerca de los
pasos seguidos por los niños en su desarrollo y también se puede hablar acerca de la velocidad de este
mismo desarrollo, es decir, del tiempo necesario para llegar al final. Incluso reconociendo que este
último problema es el que más a menudo aparece vinculado con las prácticas y las políticas educativas,
considero que muy difícilmente se pueden resolver problemas de ritmos de desarrollo sin conocer cuáles
son los pasos realmente necesarios del proceso. Aquí voy a referirme únicamente a secuencias de pasos.
Para comparar los patrones evolutivos, dejaremos de lado -de la muestra total de 886 niños- a un
pequeño grupo de 13 que comenzaron la escuela primaria ya en el nivel alfabético, tanto como a otro
pequeño grupo de 11 niños de los cuales tenemos solamente tres entrevistas, en lugar de las cuatro que
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tenemos para todos los otros niños. Los porcentajes estarán dados sobre la cifra total final de 892 niños
y 3448 entrevistas (véase cuadro 1).

El 33% de la muestra pasó durante el año escolar de un nivel de conceptualización al siguiente, sin omitir
ningún paso, exactamente como lo hacen muchos niños preescolares. Otro 38% siguió una evolución
similar, pero uno de los pasos no fue atestado en nuestros datos. Más de la mitad de este segundo grupo
no mostró el tipo de escritura que hemos llamado silábico-alfabético. Este nivel silábico-alfabético está
teóricamente conceptualizado como un período de transición y, en consecuencia, carente de estabilidad
interna. Por lo tanto, no esperábamos que nuestros datos mostraran siempre evidencia de este tipo de
conceptualización de transición, ya que, para poder hacerlo, los niños tendrían que haber estado en ese
momento preciso exactamente cuando una de nuestras entrevistas tuvo lugar. Además, tratándose de
un nivel de transición, tampoco esperábamos encontrar niños que permanecieran en el nivel silábico-
alfabético a lo largo de todo el año es colar, y esto es lo que efectivamente ocurrió; el 13% de los niños
de la muestra no hace ninguna progresión de un nivel al siguiente (lo cual no significa que no hayan
hecho progresos dentro de un mismo nivel) y, ninguno de estos niños permanece en el nivel silábico-
alfabético a lo largo de todo el año. Finalmente, esperábamos que los niños que comienzan la escuela
con este tipo de escritura silábico-alfabética no tendrían problemas para llegar al nivel alfabético durante
el año escolar, y esto ocurrió con todos ellos (25 niños). Por lo tanto, todas nuestras expectativas acerca
del período silábico-alfabético resultaron confirmadas.
56

Además de este 13% de niños, que acabamos de mencionar, que no hacen un progreso significativo, hay
un 16% que pasa directamente del período pre-silábico al alfabético en el intervalo de dos meses (o dos
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meses y medio) que media entre una de nuestras entrevistas y la siguiente Solamente este 16% cumple
con las expectativas escolares de hacerlos pasar directamente al sistema alfabético de escritura. Todos
los otros (715) pasan a través de otros tipos de escritura. Su progresión no puede ser caracterizada como
lineal, como una simple adición de más y más letras con valor sonoro convencional, o como una simple
adición de más y más sílabas convencionalmente escritas.

En modo alguno el tipo de escritura silábico puede ser caracterizado simplemente como una "mala"
reproducción de los ejemplos del maestro. Y al menos 451 de estos niños (52%) pasan a través de este
periodo silábico.5 En modo alguno la escritura de tipo silábico puede ser considerada como una especie
de desviación patológica: el 87% de los niños que comienzan la escuela en este nivel evolutivo (126
niños) están en el nivel alfabético al final del año escolar o aún antes (110 niños).

Por otra parte, los niños que comienzan la escuela en el nivel pre-silábico (708) no llegan al nivel
alfabético en la misma proporción. El 55.5% de ellos (393) llega al nivel final, y el resto se divide en tres
grupos numéricamente equivalentes: 14.5% (103) que llegan al nivel silábico-alfabético; 15% (107) que
llegan al nivel silábico; y 15% (105) que permanecen a lo largo del año sin comprender que las
diferencias en las escrituras se relacionan con diferencias en la pauta sonora de las emisiones.
Sería carente de sentido concluir, a partir de estos datos, que solamente los niños de nivel silábico o
silábico-alfabético están "maduros'' para entrar al primer grado. Esto significaría dejar fuera de la escuela
al 80% de aquellos niños que más lo necesitan. ¿Quién les ayudará a llegar al sistema alfabético si los 57
dejamos fuera de la escuela? Los niños no están obligados a llegar a la escuela ya alfabetizados; es la es-
cuela la que tiene la responsabilidad social de alfabetizarlos.
Además, estos datos simplemente señalan que en las circunstancias actuales solamente la mitad de la
población que comienza la escolaridad en niveles pre-silábicos llega al nivel alfabético. Y no sabemos lo
que podría ocurrir si lográramos cambiar los esquemas conceptuales de los maestros tanto como los de
los psicólogos educativos; no sabemos qué podría ocurrir si todos nosotros replicáramos -a nuestro
propio nivel- los esfuerzos infantiles por comprender; si dejáramos de clasificar a los niños en términos
de "buenas" o "malas" respuestas y tratáramos de comprender realmente lo que están haciendo y lo que
están tratando de hacer.

Porque ahora comenzamos a comprender que aquellos que fracasan en la escuela no son tan diferentes
de aquellos que tienen éxito. Para todos ellos el desarrollo de la lecto-escritura es un proceso cons-
tructivo. La información disponible -incluso la información sistemática provista por la escuela- es
solamente uno de los factores intervi-oientes. Si los niños ponen a prueba con tanto trabajo diversas
hipótesis extrañas a nuestro modo de pensar es por alguna razón. A pesar de las prácticas escolares, su
problema no es comprender tal o cual regla de correspondencia sonora, tal o cual escritura aislada. Su
problema es comprender la naturaleza del sistema de escritura que la sociedad les ofrece. Para
comprenderlo en tanto sistema están obligados a reconstruirlo internamente, en lugar de recibirlo como
un conocimiento ya elaborado.
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LOS LECTORES NO DEJAN DE SORPRENDERNOS BLOQUE V


Michele Petit, Lecturas del espacio íntimo al espacio público, México, FCE, 2001. V.2.4

Los lectores no dejan de sorprendernos


“Promover la lectura” es una idea reciente. Durante mucho tiempo, en numerosos países, la
preocupación se orientó más bien hacia peligros que podía traer una amplia difusión de la lectura2. En
Francia, la iglesia, los notables, el sector patronal e incluso una parte de las elites obreras se esforzaron
por alejar a los pobres, en particular, de los riesgos de la lectura no controlada. Pero la desconfianza
hacia la lectura tenia también amplia difusión en los ámbitos populares, tanto rurales como urbanos,
donde los lectores tenían fama de tránsfugas. Hasta después de la segunda Guerra Mundial se leía con
frecuencia bajo las sabanas, a escondidas, con ayuda de una linterna. O a veces a la luz de la luna, como
nos contaba una mujer en el campo.
En nuestros días tenemos la impresión de que el gusto por la lectura debe abrirse camino entre lo
“prohibido” y lo “obligatorio”, al menos en Europa. En mi país todo el mundo se lamenta sobre el tema:
“los jóvenes no leen nada”, “se lee cada vez menos”,” ¿Cómo hacer para que lean?” Y podríamos
interrogarnos acerca de los efectos complejos, ambivalentes de esos discursos alarmistas y
58
convencionales de elogio de la lectura. Ya sea que provengan de los poderes públicos, de los docentes,
de los padres o de los editores, pueden ser percibidos como otros tantos mandamientos, como
testimonios de impaciencia, de la voluntad de control, de dominio. “Debes amar la lectura” o, dicho de
otro modo, “debes amar lo que es obligatorio”. Estos discursos dejan poco espacio para el deseo, están
a menudo cargados de angustias, y el niño o el adolecente lo sienten. Escuchando como algunos
adolecentes, de diferentes medios sociales, hablan de su escaso gusto por la lectura, quede sorprendida
por sus discursos muy culpables, muy “versión oficial”:” yo sé que tendría que leer”, “yo sé que no leo
bastante”. Estábamos en una situación de obligación, donde había que leer para satisfacer a los adultos.
La lectura, que para las generaciones anteriores fue a menudo un gesto de rechazo, de resistencia, es
percibida por muchos adolescentes de hoy como un gesto aséptico, de conformismo, de sumisión.

También podemos interrogarnos sobre ciertos recursos por medio de los cuales se trata de “reconciliar”,
como dice, a los adolescentes con los libros. En Francia, para tomar un solo ejemplo se ha introducido la
literatura juvenil en la escuela media. Los chicos son invitados a confeccionar fichas de lectura sobre
libros que, hasta ayer, eran de su ámbito privado, si acaso podían tener acceso a esos libros. Pueden ser
invitados también a expresar ante sus compañeros las emociones que esos libros han despertado en
ellos. El psicoanalista Rene Diatkine decía que "Lo que más atenta contra el gusto por la lectura es la


Esta conferencia fue leída en la mesa redonda sobre la “promoción de la lectura” organizada por la asociación
ALIJA, en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires, el 29 de abril de 2000.
2
Veáse Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard, Discours sur la lectura: 1880-1980, París, Fayard/Bibliotheque
Publique d’Information (BPI)-Centre Georges Pompidou, 2000 (trad. Al español: Discurso sobre la lectura, 1880-
1980, Barcelona, Gedisa, 1994).
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indagación, una intromisión poco delicada en un espacio donde todo es particularmente frágil2. Y
recordaba que la parte de lo no-dicho de un cuento o de un texto literario, que es librada a la fantasía de
cada quien, nunca debería ser objeto de indagación por parte de un adulto. Eso no significa que la
literatura juvenil no tenga un lugar en la escuela media, y ese tema de las relaciones entre lectura y
escuela es muy complejo.

Pero me parece importante que existan espacios diferenciados: por un lado la escuela, por el otro las
bibliotecas, de preferencia extraescolares, que dejan lugar para el secreto, para la libre elección, y son
propicias para los descubrimientos singulares.
Ampliando la idea, hay algo en la lectura que no es compatible con la idea de programación, de
promoción. ¿Se le ocurriría a alguien promover el amor, por ejemplo? ¿Y encargar el tema a las empresas
o a los Estados? Sin embargo esto existe. En Singapur, donde realicé investigaciones hace unos quince
años, el Estado fletaba barcos del amor y los ejecutivos de empresas, solteros de ambos sexos, eran
insistentemente alentados a embarcarse en esos cruceros. Me parece que éste sería un buen método
para fabricar todo un pueblo de frígidos. Pero mi comparación no se sostiene. Si bien en los dos casos se
apunta al deseo, a lo íntimo, la mayoría de las personas, cualquiera que sea su cuna, saben en mayor o
menor medida qué hacer con su cuerpo sexuado y frágil y con su corazón impetuoso y vacilante, a veces
ayudándose con experiencias de otros, halladas en los libros. Por el contrario, muchos hombres y
mujeres jamás se acercarán a los libros. Creen que allí hay un mundo que no es para ellos.
59
Sin embargo, el deseo de pensar, la curiosidad, la exigencia poética o la necesidad de relatos no son
patrimonio de ningún grupo social. Y cada uno de nosotros tiene derechos culturales: el derecho al
saber, pero también el derecho al imaginario, el derecho a apropiarse de bienes culturales que
contribuyen, en cada edad de la vida, a la construcción o al descubrimiento de sí mismo, a la apertura
hacia el otro, al ejercicio de la fantasía -sin la cual no hay pensamiento-» a la elaboración del espíritu
crítico. Cada hombre y cada mujer tienen derecho a pertenecer a una sociedad, a un mundo, a través de
lo que han producido quienes lo componen: textos, imágenes, donde escritores y artistas han tratado de
transcribir lo más profundo de la experiencia humana.
Y las entrevistas que he realizado con lectores de distintos medios sociales me han enseñado que la
experiencia de la lectura, si uno tiene la suerte de acceder a ella, no difiere según el nivel social. Hay
personas provenientes de ambientes modestos que serían "poco lectores"* en términos estadísticos,
pero que han conocido en toda su extensión la experiencia de la lectura: es decir, que han tenido acceso
a sus diferentes registros y han encontrado en particular, en un texto escrito, palabras que los han
alterado, que han "trabajado" en ellos, a veces mucho después de haberlas leído.

Pero si la experiencia de los lectores no difiere radicalmente según el medio social, los obstáculos sí son
diferentes. Para unos todo está dado al nacer, o casi todo. Para otros, la distancia geográfica se agrega a

2
René Diatkine, “La formation du langage imaginaire”, Les Cahiers d’ACCES, París, núm. 4,p.24
*
“Faibles lecteurs” en el original de francés, aquí traducido como “poco lectores”. El término se acuñó a partir de
un estudio de estadística realizado cada ocho años por el Ministerio de Cultura francés y se refiere generalmente a
la categoría de lectores que declaran leer menos de diez libros por año.
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las dificultades económicas y a los obstáculos culturales y psicológicos. Para quienes viven en barrios
pobres en las orillas de las ciudades, o en el campo, los libros son objetos raros, poco familiares, investi-
dos de poder, que dan miedo. Están separados de ellos por verdaderas fronteras, visibles o invisibles. Y si
los libros no van a ellos, ellos nunca irán a los libros.
Muy a menudo en esos ambientes, las únicas ocasiones de contacto con los libros se dieron en la
escuela, y eso puede traer malos recuerdos, recuerdos de fracaso o de humillación. Muchas personas se
sienten incompetentes o avergonzadas delante de un libro; tienen la impresión de que ese privilegio
pertenece a otros, a los que tienen recursos.
Esto es aún más cierto porque en los ámbitos donde impera una economía de subsistencia alguien puede
sentirse culpable de leer, ya que es una actividad cuya "utilidad" no está bien definida; también puede
sentirse culpable porque para leer se aísla, se retira del grupo. Es una actividad a menudo mal recibida
en los medios populares, donde la gente se agrupa codo a codo para lo mejor y para lo peor, donde se
valoran más las actividades compartidas y donde no se dispone de tiempo ni de espacio para sí mismo.
Esas fronteras que separan de los libros, esas prohibiciones que aumentan las dificultades, no
desaparecen solas: por el contrario, en nuestra época la segregación y el confinamiento se acentúan por
doquier. La televisión y la radio penetran en los espacios relegados, y hasta pueden ocupar allí todo el
tiempo "libre". Pero con el libro y los textos impresos no ocurre lo mismo. No hay muchas ocasiones de
60 tocarlos o de ver gente que lee. Los libros son como extranjeros, están en templos lejanos, adonde
muchos nunca se atreverán a ir, porque saben que no van a estar en su lugar y que no sabrán cómo
hacer. Y es allí donde la "promoción de la lectura", para retomar esta expresión, recobra su sentido.
Cuando alguien no ha tenido la suerte de disponer de libros en su casa, de ver leer a sus padres, de
escucharlos relatar historias, las cosas pueden cambiar a partir de un encuentro. Un encuentro puede
dar la idea de que es posible otro tipo de relación con los libros. Una persona que ama los libros, en un
momento dado desempeña el papel de "iniciador", alguien que puede recomendar libros. De un modo
informal, puede ser alguien cercano que ha tenido acceso a la lectura, puede ser de otro medio social que
uno conoce por la vida de relación o por la militancia.
Puede ser algunas veces un docente, en una relación personalizada, singular. O puede ser un
bibliotecario o un trabajador social el que va a dar a otra persona la ocasión de tener un contacto directo
con los libros y de manipularlos. Y también va a encontrar las palabras para legitimar el deseo de leer, e
incluso para revelar ese deseo. Por lo tanto es preciso multiplicar las posibilidades de mediación, las
ocasiones de producir tales encuentros.

Así, abrir tiempos, espacios, donde el deseo de leer pueda abrirse camino, es una postura que hay que
mantener muy sutilmente para que brinde libertad, para que no se sienta como una intromisión. Esto
supone, por parte del "iniciador", un trabajo sobre sí mismo, sobre su lugar, sobre su propia relación con
los libros. Para que alguien no diga: "pero éste... ¿qué quiere? ¿Por qué me quiere hacer leer?" Y no se
trata de lanzarse a una cruzada para difundir la lectura; sería la mejor manera de ahuyentar a todos. Ni
tampoco de seducir, de hacer demagogia. Con respecto a este tema, otra actitud errónea sería, según mi
opinión, pensar las cosas en términos de "necesidades" o de "expectativas", y de lecturas capaces de
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satisfacer esas necesidades y esas expectativas. A menudo, en los medios donde leer no es habitual, los
"iniciadores" intentan enganchar a la gente con libros que supuestamente tienen que ver con ellos. Pero
después no siempre se les da oportunidad de pasar a otra cosa, de ampliar su universo cultural. Entonces
los vemos condenados para siempre al punto de partida.
Por otra parte, en todos los ámbitos, editores y mediadores especulan sobre las "necesidades" de los
jóvenes y se esfuerzan por apegarse a esas supuestas necesidades. Por ello quisiera recordar, evocando
las enseñanzas del psicoanálisis, que no hay que confundir deseo y necesidad, reducir el deseo a una
necesidad, porque de ese modo fabricamos anoréxicos. Un escritor, un ilustrador no encuentra lectores,
jóvenes o menos jóvenes, a partir de lo que él imagina que son las "necesidades" o expectativas de
éstos, sino dejándose trabajar por su propio deseo, por su propio inconsciente, por el adolescente o el
niño que fue. Dejándose llevar también por las cuestiones del presente.

Esto habla, según mi modo de ver, de los límites de esos libros escritos a la medida para satisfacer tal o
cual supuesta "necesidad" de los niños o de los adolescentes. Los libros que más les dicen algo son
aquellos donde hay algo que pasa de inconsciente a inconsciente. Y, felizmente, eso se nos escapará
siempre, en gran medida. Yo suelo decir que nunca se podrá confeccionar una lista de los libros más
apropiados para ayudar a los niños y adolescentes a construirse a sí mismos. Si me remito a las entre-
vistas que he realizado, ¿quién podría suponer que el filósofo Descartes sería la lectura preferida de una
joven turca preocupada por escapar de un matrimonio por conveniencia?, ¿o que sería la autobiografía
61
de una actriz sorda la que le permitiría a un joven homosexual asumir su propia diferencia?, ¿o incluso
que los sonetos de Shakespeare inspirarían a un joven obrero de la construcción laosiano para escribir
canciones?

Nunca es cuestión de encerrar a un lector en un casillero, sino más bien de lanzarle pasarelas, o mejor
aún de darle ocasión de fabricar sus propias pasarelas, sus propias metáforas. Efectivamente, cuando
escuchamos a los lectores nos sorprende el hecho de que los hallazgos, los relatos y las frases que les
hablan, que los develan, que les ayudan a dar sentido a sus vidas y a resistir las adversidades, resultan a
menudo inesperados. No necesariamente un lector privilegia un libro que se adapta a su propia
experiencia. Por el contrario, una gran cercanía puede ser percibida como una intromisión. Y quizá sean
las palabras de un hombre o de una mujer que hayan pasado por pruebas muy distintas, a veces en épo-
cas antiguas o en otros rincones del planeta, las que le brindarán a ese lector una metáfora de la que
extraerá nuevas fuerzas. No lo olvidemos, el lector no consume pasivamente un texto; se lo apropia, lo
interpreta, modifica su sentido, desliza su fantasía, su deseo y sus angustias entre las líneas y los en-
tremezcla con los del autor. Y es allí, en toda esa actividad fantasmática, en ese trabajo psíquico, donde
el lector se construye.
Daré dos ejemplos más de esos encuentros sorprendentes e imprevisibles. Tomo el primero del escritor
franco-español Miguel del Castillo. Le oí contar por la radio que durante su infancia en España, en
tiempos de la Guerra Civil, su madre salía cada noche a las once para ir a trabajar en la radio. Cada noche
se oían descargas de fusilería. Y su madre le había dicho: "Si una noche no oyes nada, es que la ciudad ha
sido tomada, me detendrán, me fusilarán, y tú deberás ir a la embajada de Francia". Y él, librado a esa
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inmensa angustia de muerte, de separación, cada noche leía. Leía... Las mil y una noches. Al igual que
Scherezada, repelía la muerte a fuerza de cuentos.

Tomo el segundo ejemplo de una escritora, Martine Le Coz. Escuchémosla:


En otros tiempos pertenecía a una secta cristiana. Tenía algo más de dieciocho años. Toda forma de expresión
individual era condenada o amordazada. La congregación se reunía en torno de un Libro único, la Biblia,
combinado con comentarios estrictamente autorizados. Tras cinco años de sumisión, mi rebelión consistió en
reabrir un espacio de lectura. El primer libro fue el de François Cheng (Vacío y lleno. El lenguaje pictórico chino).

François Cheng es un gran sinólogo contemporáneo que escribió mucho sobre la pintura y la escritura
chinas. Cito nuevamente:
De joven me gustaba dibujar. Retomé la senda del dibujo y seguí la enseñanza de los pintores chinos. Mi
grafismo era rígido y cerrado, acorde con la impronta de la secta que había dejado. Yo estaba bastante segura
de mi trazo, pero desconocía las fuerzas secretas del blanco. Aprendí a abrir las líneas para liberar los soplos, y
también a perderlos bajo la aguada. Renuncié a mi control y cedí al vacío. Y tiré agua sobre mis dibujos,
buscando la emoción y la sorpresa, para darle una oportunidad a lo maravilloso, y a la alegría ante lo que no
3
viene de nosotros.

En fin, la lectura es algo que se nos escapa. A ustedes los editores o iniciadores, a mí como
investigadora. A los docentes, a los bibliotecarios-, a los padres, a los políticos. E incluso a los lectores.
Todo lo que pueden hacer los iniciadores de libros es, por supuesto, introducir a los niños -y a los
62 adultos-a una mayor familiaridad, a una mayor naturalidad en el acercamiento a los textos escritos. Es
transmitir sus pasiones, sus curiosidades, y cuestionar su profesión, y su propia relación con los libros, sin
desconocer sus miedos. Es ofrecer a los niños y a los adolescentes la idea de que, entre todas esas abras
de hoy o de ayer, de aquí o de allá, habrá seguramente algunas que sabrán decirles algo a ellos en
particular. Es proponer a los lectores múltiples ocasiones de encuentros y de hallazgos, encuentros
inéditos, imprevisibles, con una parte de azar, ese azar que a veces hace tan bien las cosas. Donde
también la transgresión encontrará su lugar, ya que si todavía hoy tantos lectores y lectoras leen por la
noche, si leer es a menudo un gesto de las sombras, no es sólo por una cuestión de culpabilidad: ellos
crean así un espacio de intimidad, un jardín a resguardo de las miradas. Leen en los bordes, en las riberas
de la vida, en los linderos del mundo. Y no dejan de sorprendernos.

(Traducción de Miguel y Malou Paleo)

3
Une bibliotheque d’ecrivains, París, Editions du Rocher, p.68
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LOS PROYECTOS DE TRABAJO: La necesidad de nuevas competencias para


BLOQUE V
nuevas formas de racionalidad.
V.3.1
Fernando Hernández. Universitat de Barcelona. fhernand@trivium.gh.ub.es

Los proyectos de trabajo: la necesidad de nuevas competencias para nuevas


formas de racionalidad
Resumen
Este artículo sugiere una manera de reflexionar basada en la escuela y su función que abre un camino
para replantear el saber escolar y el sentido social de la propia escuela. Está basado en una nueva
concepción de racionalidad, cuyo núcleo es la construcción de nuevas formas de relación entre los
conocimientos y los individuos. Propone el proyecto de trabajo como nueva estrategia de acercamiento
a una nueva concepción del currículum transdisciplinar y a una construcción del pensamiento complejo,
frente al reduccionismo de la educación actual. Esta nueva propuesta educativa se fundamenta en el
análisis e interpretación de la información, y en promover una perspectiva basada en la comprensión y
en la construcción de significados.

Resum
63
Aquest article suggereix una manera de reflexionar basada en l'escola i la seva funció que obre un camí
per a replantejar el saber escolar i el sentit social de la mateixa escola. Està basat en una nova concepció
de racionalitat, el nucli de la qual és la construcció de noves formes de relació entre els coneixements i
els individus. Proposa el projecte de treball com a nova estrategia d'acostament a una nova concepció
del curriculum transdisciplinar i a una construcció del pensament complex, enfront del reduccionisme de
l'educació actual. Aquesta nova proposta educativa es fonamenta en l'anàlisi i interpretació de la
informació, i a promou-re una perspectiva basada en la comprensió i en la construcció de significats.
Abstract

The article presents a way of thinking based on the school and its role, to raise again the subject of
school knowledge and its social meaning. It is founded on a new conception of rationality, and its main
point is to establish new links between knowledge and individuals. It proposes the work project as a new
strategy to approach a new curriculum conception and a construction of the complex thinking, opposed
to today's limited education. This educational proposal is based on the analysis and interpretation of
information, and on the promotion of a perspective based on the understanding and creation of
meanings.

Sumario

Los proyectos de trabajo y la emergencia de una nueva racionalidad


La perspectiva de investigación sobre la comprensión
El papel de la interpretación en la construcción de significados
Hablamos de proyectos de trabajo... porque nos interesa repensar la función de la escuela
Bibliografía
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Los proyectos de trabajo y la emergencia de una nueva racionalidad

Buena parte de la sociedad en la que vivimos, sobre todo en los centros de enseñanza, se encuentra,
escribe Vilar (1997: 11-16), anclada en una vieja racionalidad: la que se basa en la lógica de Aristóteles,
las divisiones metodológicas de Descartes, el determinismo de Newton y en planteamientos derivados
del industrialismo que «hoy resultan simplistas y rígidos, cuando hemos empezado a construir la
sociedad posindustrial: la sociedad de la información y del conocimiento». Esta sociedad se basa en una
nueva racionalidad, «que se viene inspirando en las investigaciones e invenciones de la física cuántica y
de la química prigoginiana; la que incluye el constructivismo piagetiano; la que se fundamenta en la
biología y en la sociología centradas en la auto-organización; la de la ciencia económica crítica de la
economía tradicional; la de la historia que interroga al pasado para responderse respecto al presente y el
futuro [...]; la de las neurociencias que coordinan sus trabajos con las ciencias de la cognición y la nueva
generación de máquinas informáticas; la nueva racionalidad es, en suma, la de los científicos de todas las
disciplinas, entre las que se encuentran varios Premios Nobel, que transdisciplinariamente observan los
fenómenos complejos, así como observan al observador, al ser humano constituido por una red inmensa
de complejidades —neuronales sobre todo, o más bien neuronales-sensoriales-psíquicas-sociales— que
se multiplican con el transcurrir del tiempo». Aunque la cita es extensa, puede servir de pórtico para
situar que cuando en este artículo se habla de competencias y de proyectos de trabajo es en el contexto
de esta nueva racionalidad. Una racionalidad que demanda «cambiar radicalmente la manera de razonar
64 heredada del pasado, su memorismo normativo, su reproducción simple» y sustituirlo por «la coo-
peración, el sentido de la responsabilidad, la capacidad de relacionar unas cosas y fenómenos con otros y
así descubrir en todo momento los brotes emergentes de lo nuevo.» Sobre todo, si tenemos en cuenta,
como señalan autores como Castells, Hargreaves o Majó (Zabalbeascoa, 1999), «por primera vez en la
historia, nos encontramos con que el ciclo de renovación del conocimiento es más corto que el ciclo de la
vida del individuo, y esto hace urgente un replanteamiento absoluto del sistema educativo: lo que
aprendemos para formarnos no nos servirá para toda la vida». En este contexto de emergencia de una
nueva racionalidad, los proyectos de trabajo constituyen no un método, una pedagogía o una fórmula
didáctica basada en una serie de pasos: planteamiento del tema, preguntas sobre lo que saben los
alumnos y lo que quieren saber, hacer el índice, traer diferentes fuentes de información y copiar lo
referido a los puntos del índice... Los proyectos son concebidos en «un lugar», entendido en su
dimensión simbólica y como referencia de una concepción educativa y del conocimiento que puede
permitir lo siguiente:

a) Acercarse a la identidad de los alumnos y favorecer la construcción de la subjetividad a partir del


desarrollo de una serie de competencias que les permitan comprenderse e interpretar el mundo en el
que viven (Hernández, 1999). Lo que implica considerar que la función de la escuela no es sólo
enseñar contenidos que, en buena parte, van a quedar obsoletos en una década, ni vincular la
educación sólo con el aprendizaje.
b) Replantear la organización del currículum por materias y la manera de plasmarlo en el tiempo y el
espacio escolar. Lo que hace necesario desarrollar una propuesta de currículum que no sea una
representación del conocimiento fragmentada, sin solución de continuidad y alejada de los
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problemas que viven y a los cuales necesitan responder los alumnos en sus vidas. Bajo este prisma,
una organización del currículum transdisciplinar y por problemas se aleja de la concepción curricular
basada en los contenidos como algo fijo y estable. Una concepción del currículum transdisciplinar
apuesta por la necesidad de cruzar y superar límites en el conocimiento (Klein, 1996) y tiene en
cuenta un horizonte educativo (planteado no como metas sino como objetivos de proceso y para
desarrollar un abanico de competencias) que vaya más allá del final de la escolaridad básica. Este
horizonte educativo se perfila en cada curso y se reconstruye en términos de lo que los alumnos
pueden haber aprendido, al final de cada proyecto, taller o experiencia sustantiva. El currículum así se
configura como un proceso en construcción. Lo que requiere el intercambio entre docentes, la
apertura a la actualización de los saberes y no fijarlo que se enseña y se puede aprender como algo
permanente.

c) Tener en cuenta lo que sucede fuera de la escuela, las transformaciones sociales y en los saberes, la
apertura hacia los conocimientos que circulan fuera del aula y que van más allá de los contenidos
especificados por currículum básico. Esto es importante, entre otras razones, para poder aprender a
establecer relaciones con el ingente volumen de información que hoy se produce y que nada tiene
que ver con lo que sucedía, por ejemplo, cuando buena parte del profesorado acudía a la escuela; por
la perspectiva transdisciplinar desde la que hoy se organizan y problematizan los saberes científicos
(Kline, 1995); por la significación que adquiere, en una sociedad que se mueve entre lo global y lo
local, el contraste de puntos de vista; y por la idea de que la realidad no es sino para el sistema o la 65
persona que la defina. De aquí la importancia de saber reconocer los «lugares» sobre y desde los que
se habla, las relaciones de exclusión (de conocimientos, fuentes, puntos de vista... ) que se favorecen,
y de construir criterios de valoración para relacionarse con esas interpretaciones.

d) Replantear la función docente teniendo en cuenta un nuevo papel de facilitador que ayuda a
problematizar la relación de los estudiantes con el conocimiento, en un proceso en el que el profesor
actúa como aprendiz. En este replanteamiento la importancia de la actitud de escucha del educador
sirve de base para construir con los alumnos experiencias sustantivas de aprendizaje. Una
«experiencia sustantiva» es la que no tiene un único recorrido, permite desarrollar una actitud
investigadora y ayuda a los estudiantes a dar sentido a sus vidas (aprender de ellos mismos) y a las
situaciones del mundo que les rodea (de lo local a lo global). En este sentido, el diálogo con la génesis
de los fenómenos objetos de investigación se plantea desde una perspectiva de reconstrucción
histórica, en los registros en torno a las diferentes formas de diálogo pedagógico que tienen lugar en
el aula y en otros escenarios, y contribuye a expandir el conocimiento de los alumnos y a res-
ponsabilizarles de la importancia de aprender de los otros y con los otros. Si se tiene en cuenta lo
anterior, los proyectos de trabajo apuntan hacia una manera de representar el conocimiento escolar
basada en el aprendizaje de la interpretación de la realidad, orientada hacia el establecimiento de
relaciones entre la vida de los alumnos y profesores y el conocimiento de las disciplinas (que no
coinciden con las materias escolares) y otros saberes no disciplinares. Todo ello para favorecer el
desarrollo de estrategias y competencias de indagación, interpretación y presentación del proceso
seguido al estudiar un tema o un problema, que por su complejidad favorece el mejor conocimiento
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por parte de los alumnos y los docentes de sí mismos y del mundo en el que viven. De esta manera,
los proyectos de trabajo y la visión educativa a la que se vinculan, invitan a repensar la naturaleza y
las funciones de la escuela y las competencias que contribuye a desarrollar en los sujetos
pedagógicos. Sobre todo, porque no se puede perder de vista, como nos recuerda MacClintock
(1993), que todavía la escuela se fundamenta en concepciones y prácticas establecidas en el siglo XVII
(agrupación por criterios de edad, división de los temas por secuencias, libros de texto, motivación
competitiva...). Frente a esta realidad la concepción de un currículum transdisciplinar a la que se
vinculan los proyectos de trabajo, requiere una organización del tiempo y del espacio de la clase más
compleja y flexible, un enfoque educativo que posibilite la comprensión de los problemas y los temas
en los que investigan los alumnos, una utilización más amplia de fuentes de conocimiento que la que
brindan los libros de texto, que suelen seguir concepciones y mostrar informaciones de dudosa
actualidad, además de sugerir actividades de baja complejidad cognitiva (Alonso, 1998).
Considerados de esta manera, los proyectos pueden contribuir, como apunta Henry (1994: 49) y con
nuestra experiencia hemos ampliado, a favorecer en los estudiantes la adquisición de competencias
relacionadas con:

 La construcción de la propia identidad, en la medida en que lo que se estudia responde a


cuestiones «inquietantes» para los niños, las niñas y los adolescentes; cuestiones que tienen que
ver con las interpretaciones que construyen del mundo y con las preguntas que se hacen sobre
66
la realidad y cada uno de ellos y ellas;

 La autodirección, en la medida en que posibilita el desarrollo de sus iniciativas para realizar de


manera individual o con otros procesos de indagación, ordenación e investigación;

 La inventiva, mediante la utilización creativa (en cuanto búsqueda y exploración de caminos


alternativos desde el diálogo con los existentes) de recursos, métodos y explicaciones
alternativas a las que suelen aparecer en los libros de texto;

 La crítica, en cuanto puesta en cuestión, revisión de lo que se impone y lo que se silencia, análisis
e interpretación de las formas de poder que se transmiten en las formas canónicas de cómo son
presentados algunos saberes;

 El planteamiento y la resolución de problemas, el diagnóstico de situaciones y el desarrollo de


estrategias analíticas, interpretativas y evaluativas;

 La integración conceptual, pues favorece la síntesis de ideas, experiencias e información de


diferentes fuentes y disciplinas;

 La toma de decisiones, ya que ha de elegir lo que es relevante en la investigación y lo que se ha


de incluir en el proyecto para comunicarlo;

 La comunicación interpersonal, puesto que ha de contrastar las propias opiniones y puntos de


vista con otros, y hacerse responsable de ellas, mediante la escritura u otras formas de
representación.
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y comunicación, y pensamiento matemático

Todas estas competencias pueden transferirse a problemas reales y contribuir a un mejor conocimiento
personal y del entorno (próximo, mundializa-do y relacional), y favorecer una preparación profesional
más flexible y completa. En esta manera de concebir la educación, los estudiantes:

a) Participan en un proceso de investigación que tiene sentido para ellos y ellas, donde lo fácil o lo
placentero se sustituye por lo problemático e interesante y en el que utilizan diferentes estrategias
de investigación;

b) Pueden participar en el proceso de planificación de su propio recorrido de aprendizaje y fomentar


con ello su interés por seguir aprendiendo fuera de la escuela y a lo largo de su vida, y
c) Les ayuda a ser flexibles, a reconocer los puntos de vista del «otro» y comprender su propio entorno
personal, social y cultural, en cuanto resultado no de un «destino» sino de construcciones sociales
ubicadas en el espacio y en el tiempo y basadas en la defensa de unos intereses de grupo y la exclu-
sión o el sometimiento de otros.
La finalidad de este planteamiento de la enseñanza es promover en los alumnos la comprensión de los
problemas que investigan. Comprender es ser capaces de ir más allá de la información dada, poder
reconocer las diferentes versiones de un hecho y buscar explicaciones y plantear hipótesis sobre las con-
secuencias de esta pluralidad de puntos de vista. Comprender es una actividad cognoscitiva y
experiencial, de traducción-relación entre un original, es decir, una información, un problema y el
conocimiento personal y de grupo que se relaciona con ella. Esta relación supone establecer recorridos 67
entre el pasado y el presente, entre los significados que diferentes culturas otorgan a las mani-
festaciones simbólicas y las versiones de los hechos objeto de estudio. Implica también niveles de
comprensión, pues aunque, en términos generales, todo sea válido, no todo tiene el mismo valor. La
comprensión, según Perkins y Blythe (1994) se relaciona con la capacidad de investigar un tema
mediante estrategias como explicar, encontrar evidencias y ejemplos, generalizar, aplicar, establecer
analogías y representar en tema mediante una forma nueva. La comprensión consiste en poder llevar a
cabo una variedad de «actuaciones de comprensión» que muestran una interpretación del tema y, al
mismo tiempo, un avance sobre el mismo.
La perspectiva de investigación sobre la comprensión

A diferencia de lo que sucedía con la psicología de orientación conductista, la psicología cognitiva de


carácter constructivista trata de comprender las funciones mentales de orden superior en términos de
proceso y de construcción simbólica (Bruner, 1991; Prawat, 1996). Estas funciones desempeñan un papel
estratégico en cómo la mente se relaciona con la información y en cómo, mediante procesos de
interacción social, va transformándola en conocimiento personal (Efland, 1996). La influencia de Vigostky
es fundamental en este planteamiento, en la medida en que este autor ha destacado la importancia de
las relaciones sociales en el desarrollo de las actividades mentales complejas y el papel que los marcos
de internalización, transferencia y la zona de desarrollo próximo juegan en el proceso de construcción
del conocimiento.
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Desde este enfoque, el objetivo de todo aprendizaje es establecer un proceso de inferencias y


transferencias entre los conocimientos que se poseen y los nuevos problemas-situaciones que se le
plantean a los individuos. Prawat (1996) sostiene que la capacidad de transferencia (que se vincula con la
comprensión) responde a dos factores: la organización mental del conocimiento que posee el sujeto y el
nivel de autoconsciencia que tiene sobre su propio conocimiento. Estos dos factores hacen que a la hora
de valorar un proceso de aprendizaje de un individuo haya que tener en cuenta el conocimiento base
que posee, las estrategias que utiliza para aprender y su disposición para el aprendizaje. En torno a estas
tres características se organiza la problemática de la comprensión, que tiene en la actualidad una
destacable importancia para los planteamientos curriculares que pretenden replantear el sentido y la
función de la escuela en tiempos de cambio (Wiske, 1997; Hernández, 1998). Esta visión, a diferencia de
los enfoques instruccionales que ponen el énfasis en el producto final, esto es, en la asimilación de la
información de manera eficaz, resalta la importancia del proceso de acomodación del conocimiento a la
situación problemática planteada. Prawat denomina esta perspectiva sobre la construcción del
conocimiento idea-based social constructivism (constructivismo fundamentado en ideas socialmente
establecidas). Desde esta perspectiva el papel de las ideas-clave (Efland, 1996; Hernández, 1996, 1997a)
resulta esencial para posibilitar una situación de aprendizaje, la planificación del currículum
transdisciplinar y las competencias que desde este marco pueden favorecerse.

El papel de la interpretación en la construcción de significados


68
En este planteamiento que se va perfilando, el papel de la interpretación de la realidad y las maneras en
las que se aprende a comprenderla es otro de los focos de atención de una parte de la investigación
sobre el significado (Bruner, 1991). Esta línea de estudio reconoce la inseparabilidad entre el conocedor
y lo conocido y la posibilidad de examinar las dimensiones socialmente construidas del lenguaje y de las
prácticas discursivas. Los denominados contenidos escolares aparecen así no como unidades y variables
estáticas, sino como unidades discursivas abiertas a ser completadas con otras miradas y, por tanto, con
otros significados. En esta línea de relación entre la construcción del sujeto y las prácticas discursivas es
necesario tener en cuenta las aportaciones de Bakthin (en especial la idea de que la función del poder
trata de solidificar los discursos dominantes eliminando la presencia de voces marginales y no ortodoxas)
y de Foucault (el discurso se refiere a un corpus de regulaciones y estructuras subyacentes en las
relaciones de poder que conforman nuestras perspectivas y moldean nuestras construcciones de la
realidad). Estas aportaciones cuestionan el sentido de la noción de una identidad autónoma y libre de la
contaminación de la social. Somos organismos que utilizamos el lenguaje y que no podemos escapar al
efecto de la influencia de las prácticas discursivas de la cultura (en el tiempo) y del poder que lo
acompaña, y que repercute en nuestras maneras de comprender e interpretar los fenómenos sociales.
De aquí que nuestra propuesta educativa plantee analizar los discursos en torno a los problemas
abordados en los proyectos de trabajo como una vía interesante, no sólo para favorecer la investigación,
sino para conocer las representaciones dominantes en cada época y lugar, y explorar cómo éstas
influyen y se reflejan en nuestra consciencia del mundo y de nosotros mismos. La enseñanza de la
interpretación es la parte central de un currículum que siga este planteamiento constructivista crítico y
es una de las competencias que trata de potenciar en los sujetos pedagógicos. De esta manera pueden
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y comunicación, y pensamiento matemático

aprender a realizar lecturas sobre determinados fenómenos se protegen de las interpretaciones


correctas y únicas de los fenómenos. De esta manera ellos y ellas, además de expandir su conocimiento
base, ganan la práctica de reconocer cómo sus representaciones (y las que actúan sobre ellos) se van
conformado. En este sentido interpretar significa prestar atención a las diferentes versiones de los
fenómenos, indagando en sus orígenes y en las fuerzas (los poderes) que han creado tales
interpretaciones. Este proceso nos lleva a una gran conversación cultural, que sería lo que constituiría el
eje del currículum transdisciplinar mediante el que se vehicula este enfoque interpretativo, nos separa,
como señala Kincheloe (1993), de verdades sagradas y estables, y no olvida que el todo es siempre más
que la suma de las partes. Por otra parte, frente a la idea de la secuencialidad y de orden estable
presente en muchas de las actuales propuestas curriculares, esta manera de acercarnos al currículum
sostiene que hay muchas vías para construir el pensamiento complejo, así como muchos tipos de
pensadores complejos. Lo que lleva a considerar, como apunta Kincheloe, que el mejor camino para
enseñar a interpretar es mediante la investigación de fenómenos que se vinculen a conceptos o ideas
clave, observando el contexto social del que los alumnos proceden y las vías o estrategias que pueden
utilizar en la búsqueda de significados sobre los hechos que se estudian. Los profesores que tengan en
cuenta este enfoque consideran que una clase es un lugar con una cultura propia (o culturas) que define
las formas del discurso en las situaciones de intercambio en el aula y donde el interés y la pasión son las
virtudes fundamentales tanto para la enseñanza como el aprendizaje. El desarrollo racional se contempla
como un aspecto del pensamiento (pero no como su única característica) y los problemas para aprender 69
y pensar no se consideran como producto de ciertas aptitudes individuales sino como complejas
interacciones entre personalidades, intereses, contextos sociales y culturales y experiencias de vida.
Reconocer la complejidad de los aprendices y de las situaciones de aprendizaje puede servir de antídoto
ante el reduccionismo de la educación basada en los enfoques instruccionales que hoy circulan, marca-
dos por el dominio de un cierto tipo de discurso psicológico en la educación (Hernández, 1997b).

Hablamos de proyectos de trabajo... porque nos interesa repensar la función de la escuela

A todo lo anterior habría que añadir que, en la cultura contemporánea, una cuestión fundamental para
que un individuo pueda comprender el mundo en el que vive es que sepa cómo acceder, analizar e
interpretar la información. En la educación escolar (desde la escuela infantil hasta la universidad) se
supone que se ha de facilitar esta serie de competencias, en un proceso que comienza, pero que nunca
termina, pues siempre podemos acceder a formas más complejas de dar significado a la información. Lo
que nos lleva a formas más elaboradas y relacionales de conocimiento de la realidad y de nosotros
mismos. Este camino que va de la información al conocimiento puede realizarse por diferentes vías o
siguiendo diversas estrategias (no utilizamos este término en el mismo sentido de lo que se conoce por
estrategias de aprendizaje, es decir, como vía prefijada, o entrenamiento cognitivo). Una de las más
relevantes sería la conciencia del individuo sobre su propio proceso como aprendiz. Conciencia que no se
establece en abstracto y siguiendo principios de generalización, sino en relación con la biografía y la
historia personal de cada uno y cada una. En este proceso, las relaciones que se van estableciendo con la
información se realizan a medida que ésta se va apropiando (transfiriendo, poniendo en relación… ) en
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y comunicación, y pensamiento matemático

otras situaciones, problemas e informaciones, a partir, entre otros posibles recorridos y opciones, de la
reflexión sobre la propia experiencia de aprender.

Para llegar a esta toma de consciencia individual es de importancia capital el proceso interactivo que
tiene lugar en el grupo-clase y el papel mediador y facilitador del docente.
Dado que este proceso basado en el intercambio y en la interpretación de la actitud hacia el aprendizaje
de cada alumno es singular (aunque no única), no puede reducirse a una fórmula, a un método o una
didáctica específica. Sólo puede abordarse desde una mirada diferente sobre la realidad escolar y desde
otra manera de acercarse al conocimiento que se construye en la escuela.
Vamos a ver con un cierto detenimiento lo que podría caracterizar a los proyectos de trabajo.

1. Un recorrido por un tema-problema que favorece el análisis, la interpretación y la crítica (como


contraste de puntos de vista). Este tema-problema puede partir de una situación que algún alumno
plantea en la clase, o puede ser sugerido por el docente. En ambos casos lo importante es que el
desencadenante contenga una cuestión valiosa, sustantiva para ser explorada. Tratar de buscar de
entrada la vinculación con las materias del currículum o pretender encontrar relaciones forzadas con
aquello que el docente piensa que los alumnos han de aprender, supone alejarse de la finalidad del
proceso de indagación que se inicia con la elección del problema objeto de investigación. Una vez
establecido el qué y el cómo, a modo de hipótesis inicial, es conveniente hacerlo público (por
70 ejemplo, con un panel a la entrada de la escuela donde se consignasen los títulos de proyectos que se
realizan y el problema que se investiga), para que la comunidad educativa participe del proceso de
investigación que emprende el grupo.
2. Predomina la actitud de cooperación y el profesor es un aprendiz y no un experto (pues ayuda
aprender sobre temas que ha de estudiar con los alumnos). Dado que, con frecuencia, se abordan
cuestiones que también son nuevas para el profesor (¿por qué la Tierra, si es tan grande y pesa tanto,
no se cae en el espacio?, preguntaban cómo inicio de un proyecto un grupo de alumnos de primero
de primaria, ante la perplejidad de la maestra, que reconocía no haberse planteado esta pregunta).
Trabajar en la clase por proyectos supone un cambio de actitud por parte del adulto. Esta actitud le
convierte en aprendiz, no sólo frente a los temas objeto de estudio, sino ante el proceso a seguir y las
maneras de abordarlo, que nunca se repiten, que siempre adquieren dimensiones nuevas en cada
grupo.

3. Un recorrido que busca establecer conexiones entre los fenómenos y que cuestiona la idea de una
versión única de la realidad. La denominada postmodernidad tiene muchas lecturas, versiones y
valoraciones, pero hay una constante en los discursos en torno a ella: el cuestionamiento de la noción
de verdad única como una cualidad esencial de ciertos fenómenos. Frente a ello emerge la visión de
que las representaciones sobre la realidad son construidas por grupos de individuos no de una
manera neutral e inocente, sino como respuesta o consecuencia de la implantación de determinadas
formas de saber-poder. Esta idea, que puede parecer compleja para abordarla en las clases con los
más pequeños, puede adquirir matices diferentes según el problema objeto de estudio. De nuevo, en
una clase de primero de primaria recogieron algunas de las diferentes interpretaciones sobre el
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origen del universo que había realizado diferentes culturas. En otra clase, también de primero, se
planteó por qué no había mujeres artistas, y se buscaron respuestas alternativas no sólo en los textos,
sino también entre las familias, para poder organizar la comprensión que da sentido a la indagación
que promueve el proyecto de trabajo.
4. Cada recorrido es singular y se trabaja con diferentes tipos de información. Esta idea ya ha sido
planteada con anterioridad, pero ahora me lleva a destacar el hecho de que los proyectos no son una
fórmula que pueda aplicarse de manera repetida. Cada tema puede surgir en una circunstancia
diferente: la visita a una exposición, una cuestión planteada en la prensa o la televisión, un debate en
la clase, un tema que el profesor considere necesario estudiar. La problematización del tema es una
tarea clave, pues abre el proceso de investigación. Esta situación tiene en cuenta no sólo lo que los
alumnos saben (o creen saber) sino el contraste con evidencias que cuestionan y ponen en conflicto
sus puntos de vista. De aquí la necesidad de las escuelas de contar con un centro de recursos, tipo
mediateca, que se convertiría en uno de los núcleos clave para facilitar el aprendizaje y donde el
personal que en él trabaje necesitaría de una cualificación que le permita contribuir a facilitar el
trabajo de investigación de los alumnos y los profesores.
5. El docente enseña a escuchar: de lo que los otros dicen también podemos aprender. Lo que se
produce en la clase, en el trabajo del grupo (pues no hay que olvidar que un proyecto puede ser
abordado por alumnos de edades y niveles diferentes) es material de primer orden para el desarrollo
71
del proyecto. La transcripción de las conversaciones, los debates y su análisis forma parte del
contenido del proyecto. Con ello se consigue que los alumnos no sólo se responsabilicen de lo que
dicen sino que tengan en cuenta a los otros como facilitadores del propio aprendizaje. Así, el proyecto
contribuye a la creación de actitudes de participación y reconocimiento del otro que trascienden al
contenido temático de la investigación que se lleva a cabo.
6. Lo que queremos enseñarles hay diferentes formas de aprenderlo (y no sabemos si aprenderán eso
u otras cosas). Uno de los mitos que reina en la educación es que su finalidad es que los alumnos
aprendan lo que los profesores les enseñan. Precisamente, la evaluación pretende garantizar la
recogida de evidencias sobre el cumplimiento de esta premisa. Sin embargo, cualquier profesor
reconoce que en una clase los alumnos aprenden de maneras diferentes, que unos establecen
relaciones con unos aspectos de los que se trabajan en el aula y otros se conectan a contenidos
diferentes. La relación en el aula no es unidireccional y unívoca. Al contrario, se caracteriza por su
dispersión y por la reinterpretación que cada estudiante hace de aquello que, supuestamente, ha de
aprender. En los proyectos son estas versiones, estas apropiaciones las que se trata de que afloren.
En los proyectos se potencian los recorridos alternativos, las relaciones infrecuentes, los procesos de
aprendizaje individuales, porque de ellos aprende el grupo. De aquí procede también la importancia
que adquiere la evaluación, como una situación que no está separada del propio proyecto, y que
permite a cada alumno reconstruir su recorrido y transferirlo a otras situaciones.
7. Un acercamiento actualizado a los problemas de las disciplinas y los saberes. La selección de los
temas de los proyectos se encuentra, como se ha indicado, mediatizada por la cultura de la
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organización del currículum por materias disciplinares. Por eso no es de extrañar que propuestas que
tratan de enseñar mediante proyectos traten de legitimarse señalando, en primer lugar, incluso antes
de que el proyecto se realice, los contenidos del currículum oficial que se trabajará. Esto convierte el
potencial y la apertura a la indagación que pueden ofrecer los proyectos en una caricatura de sí
mismos. El currículum disciplinar es una opción entre las posibles, pero no la única. De esto ya se ha
hablado en el capítulo anterior. Por su parte, el currículum oficial es el reflejo de un campo de
intereses, poderes e influencias, caracterizado casi siempre por una formulación de los contenidos de
carácter general, que pueden servir de referencia, pero nunca de freno y límite para el proceso de
aprendizaje. Por tanto, el currículum por materias disciplinares puede servir como lugar de contraste,
pero no de guía. Entre otras razones porque su organización suele suponer un filtro, unos límites ante
los problemas que las disciplinas y los saberes se están planteando en la actualidad, en la medida en
que se presentan como un marco en el que los contenidos se «empaquetan». En la propuesta de
programación que proponemos (Hernández, 1997a), siempre tratamos de «vaciar» los contenidos de
los proyectos una vez realizados, y al finalizar un curso, siempre los alumnos han abordado con
amplitud los contenidos oficiales.
8. Una forma de aprendizaje en la que se tiene en cuenta que todos los alumnos pueden aprender si
encuentran el lugar para ello. En nuestra experiencia, una de las posibilidades que brindan los
proyectos es que todos los alumnos pueden encontrar su papel. Por eso, en los proyectos, tener en
72 cuenta la diversidad del grupo, las aportaciones que cada uno puede hacer, y no los déficits y las
limitaciones, se convierte en una constante. Pero además, los proyectos permiten aprender lo no
previsto por los especialistas, que suelen tener una concepción de la enseñanza más pendiente de la
organización secuencial de las didácticas específicas que de las posibilidades de aprender de los
alumnos. De aquí que, con frecuencia, cuando explicamos el desarrollo de un proyecto, se sorprendan
los profesores e, incluso frente a las evidencias, nieguen que sea posible trabajar con un grupo lo que
están viendo. Lo que hace pensar que una de las funciones de la escuela es poner freno al aprendizaje
de los alumnos, proponiéndole tareas simples que han de repetir hasta el aburrimiento, mientras que
se elude lo complejo por considerarlo difícil o inadecuado. En los proyectos, por principio, se trata de
afrontar la complejidad, abriendo puertas que expanden el deseo de los alumnos por seguir
aprendiendo a lo largo de su vida. En esta expansión del conocimiento, cada uno de los alumnos
puede tener un lugar.

9. No se olvida que el aprendizaje vinculado al hacer, a la actividad manual y a la intuición, también es


una forma de aprendizaje. Este último aspecto trata de ser una llamada de atención frente a la
corriente que, influenciada por la psicología cognitiva, impera en la actualidad y que destaca como
prioritario el aprendizaje conceptual, de orden superior, pero que deja de lado la actividad manual y
artesanal. Por eso, en los proyectos, se presta atención a la forma, al modo en el que se presenta el
recorrido realizado por un tema o un problema. E incluso, puede ser tema de un proyecto la rea-
lización del diseño material de un objeto (reconstruyendo su historia y valor simbólico). De aquí que
la presentación de un proyecto implique recuperar toda una serie de habilidades que nuestra cultura
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tiende a minusvalorar, pero que es indudable que dotan a los alumnos de nuevas estrategias y
posibilidades para dar respuesta a las necesidades que van a ir encontrando en sus vidas.

La lista podía acabar, continuar o cambiarse, destacando otros aspectos. Es probable que en una
próxima publicación se modifiquen estos puntos, que ahora no constituyen un deber ser inventado en la
mesa de un despacho. Han sido recogidos y elaborados con los estudiantes en la universidad y en expe-
riencias con docentes que trabajan en la escuela infantil, primaria o secundaria. Con lo que se pretende
sugerir una manera de reflexionar sobre la escuela y su función, que abre un camino para replantear el
saber escolar y el sentido social de la propia escuela. En paralelo a una nueva forma de racionalidad cuyo
núcleo es la construcción de nuevas formas de relación entre los conocimientos y los individuos que lleve
a interpretar la realidad, no desde los dogmas sino desde el cruce de versiones, no desde el
fundamentalismo que se impone por la fuerza, sino desde el diálogo que se basa en el reconocimiento
del otro. Tarea que exige cambios y grandes dosis de osadía por parte de las autoridades, los docentes,
las familias, los alumnos y todas y todas los que siguen considerando que la escuela puede seguir
ocupando un lugar en la construcción de nuevas identidades y relaciones sociales.

BIBLIOGRAFÍA

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73
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APRENDER EN LA ESCUELA A TRAVÉS DE PROYECTOS: ¿POR QUÉ?, ¿CÓMO?


Philippe Perrenoud. Facultad de Psicología y de Ciencias de la Educación. BLOQUE V
Universidad de Ginebra 2000. V.3.1
Traducción hecha por María Eugenia Nordenflycht

APRENDER EN LA ESCUELA A TRAVES DE PROYECTOS: ¿POR QUÉ?, ¿CÓMO?


La metodología de proyecto ha sido primero asunto de algunas corrientes de pedagogía activa. El
proyecto, como la "escuela del trabajo", el "texto libre", la "correspondencia" o la "clase cooperativa", se
inscribían en una oposición a una escuela pública autoritaria, centrada en el aprendizaje memorístico y
en el ejercicio.
Hoy en día, la escuela pública es un melting pot de todo tipo de ideas cada vez menos nuevas, las que en
su origen se han desarrollado de manera marginal. En las prácticas, la unión entre pedagogías
tradicionales y pedagogías alternativas sigue siendo globalmente una mezcla de aceite y vinagre, un poco
menos desequilibrada en la escuela primaria que en el segundo grado. A nivel de las intenciones y de los
discursos, por el contrario, es difícil decir hoy día a quién pertenece la "metodología de proyecto".
74 Ciertamente, ésta sigue siendo uno de los temas fuertes de ciertos movimientos pedagógicos, como el
Grupo francés de educación nueva, pero cualquiera se siente autorizado a reclamar para sí la
metodología de proyecto, sin necesidad de estar afiliado a un movimiento específico.

La amplitud variable de las fases de la metodología de proyecto y el conjunto de las prácticas de


enseñanza-aprendizaje en las que ellas se insertan no hace sino aumentar la confusión. En su visión más
ambiciosa, la metodología de proyecto es la espina dorsal de una pedagogía del proyecto como manera
común de construcción de los saberes en la clase. En el otro extremo, es una actividad entre muchas
otras, que yuxtapone la resolución de enigmas, las palabras cruzadas o el concurso de cálculo mental en
la vasta gama de estrategias que apuntan a hacer menos áridos los aprendizajes y a implicar a los
alumnos, ya que el "saber puro" es poco movilizador.
Es entonces difícil ponerse de acuerdo sobre aquello de que se habla. Cada profesor tiene,
probablemente, una relación personal con los proyectos, en la vida y en la sala de clases. Algunos,
cortados de toda cultura en pedagogía activa, son reducidos al sentido común y al espíritu del tiempo y
juegan para sí mismos una visión artesanal del proyecto. Otros, se sienten miembros de un movimiento
pedagógico y/o de un equipo en los que la pedagogía y la metodología de proyectos tienen una historia y
una significación identificables.

Hablar de pedagogía del proyecto como principio general de organización del trabajo corre el peligro de
hacer huir de manera bastante rápida a todos aquellos que no adhieren a una pedagogía definida, pero
hacen lo propio en el abanico de las estrategias propuestas por la tradición, los formadores, los
investigadores en didáctica, los movimientos pedagógicos u otras corrientes, como la gestión mental.
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Hablar de estrategias del proyecto presenta la ventaja de no apartar de golpe a todos aquellos para
quienes trabajar por proyectos no constituye una orientación global, sino una manera entre otras para
poner a trabajar a los alumnos. Comencemos el análisis en este nivel, sin duda menos exigente y menos
coherente, pero que puede comprometer el debate en el círculo que se va agrandando, de aquellos que
ya no ven el oficio de alumno como una sucesión de clases magistrales que deben escuchar
religiosamente y de ejercicios que deben hacer escrupulosamente.

¿Cuáles son entonces, las razones para elegir una metodología de proyecto? Si las lógicas que presiden la
elección de un tipo de actividad o de otra fueran claras y compartidas, dispondríamos de una trama
conceptual en la cual podríamos situar la estrategia de proyecto. Desgraciadamente, no disponemos de
tal referente como algo adquirido. Procedamos entonces a la inversa y partiendo de una definición
provisoria de la metodología de proyecto, tratemos de ver para qué sirve y lo que se puede esperar de
ella. Una vez establecido este inventario, será el momento de preguntarse si otras actividades cumplen
las mismas funciones o dicho de otro modo, con qué entran en competencia directa las estrategias de
proyecto y en qué áreas constituyen el único recurso.

La definición provisoria es tomada de la unidad de integración "Complejidad y gestión de proyecto" de la


Licenciatura Enseñanza y en particular, del marco propuesto a los estudiantes cuando son invitados, en
colaboración con un formador de terreno, a conducir una metodología de proyecto durante dos semanas
y por aproximadamente la mitad del tiempo de clases.
75
 Una estrategia de proyecto:
 Es una empresa colectiva dirigida por el grupo curso (el profesor o profesora anima, pero no
decide).
 Se orienta a una producción concreta (en el sentido amplio: texto, periódico, espectáculo,
exposición, maqueta, mapa, experiencia científica, baile, canción, producción manual, creación
artística o artesanal, fiesta, encuesta, salida, manifestación deportiva, rallye, concurso, juego,
etc.);
 Induce un conjunto de tareas en las que todos los alumnos pueden implicarse y jugar un rol activo,
que puede variar en función de sus medios o intereses;
 Suscita el aprendizaje de saberes y de procedimientos de gestión de proyecto (decidir, planificar,
coordinar, etc);
 Favorece, al mismo tiempo, aprendizajes identificables ( al menos inmediatamente después) que
figuran en el programa de una o más disciplinas (francés, música, educación física, geografía, etc).

La estrategia es voluntariamente definida por sus modalidades antes que por su filosofía, puesto que en
formación inicial una parte del trabajo de análisis ex post consiste justamente en identificar las razones
para comprometerse de manera más o menos regular en tales procedimientos, en la escuela primaria y
sobre la base de una experiencia.
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y comunicación, y pensamiento matemático

Los formadores responsables de esta unidad se han dado cuenta, con el correr de los años, que era
probablemente necesario decir algo más para que el análisis no se pierda en una diversidad excesiva de
estrategias.

Es por esta razón que ha parecido útil delimitar mejor lo que puede esperarse de la metodología de
proyecto para incitar a los estudiantes y a sus formadores de terreno a situarse más claramente en este
nivel, antes de sumirse en los contenidos y en los aspectos prácticos.

¿Qué se puede esperar de tal metodología? Se ve claramente que ella no está conectada a ninguna
disciplina en particular. Una metodología de proyecto en ciencias, para iniciar por ejemplo en la
metodología experimental, presenta especificidades. En francés, si se pretende desarrollar la postura de
un autor o una actitud metalingüística, es esto lo que impregnará la metodología.

No obstante, no entraremos aquí en lo que particulariza la metodología de proyecto según las áreas de
las disciplinas. Limitémonos a bosquejar respuestas comunes, sabiendo que su validez no es igual, según
se trate de geografía o de educación física. Del mismo modo, admitamos que una metodología de
proyecto puede seguir siendo esencialmente interna a una disciplina, que puede concernir a varias o aún
más, apuntar a aprendizajes "no disciplinares", del orden de la socialización o de las "competencias
transversales".
Sostendremos aquí que una metodología de proyecto, en el marco escolar, puede apuntar a uno o a
76 varios de los siguientes objetivos:
1. Lograr la movilización de saberes o procedimientos, construir competencias.
2. Dejar ver prácticas sociales que incrementan el sentido de los saberes y de los aprendizajes
escolares.
3. Descubrir nuevos saberes, nuevos mundos, en una perspectiva de sensibilización o de
"motivación".
4. Plantear obstáculos que no pueden ser salvados sino a partir de nuevos aprendizajes, que deben
alcanzarse fuera del proyecto.
5. Provocar nuevos aprendizajes en el marco mismo del proyecto.
6. Permitir identificar logros y carencias en una perspectiva de autoevaluación y de evaluación final.
7. Desarrollar la cooperación y la inteligencia colectiva.
8. Ayudar a cada alumno a tomar confianza en sí mismo, a reforzar la identidad personal y colectiva
a través de una forma de empowerment, de toma de un poder de actor.
9. Desarrollar la autonomía y la capacidad de hacer elecciones y negociarlas.
10. Formar para la concepción y la conducción de proyectos.

A estos objetivos, se agregan beneficios secundarios:


 Implicar a un grupo en una experiencia "auténtica", fuerte y común, para volver a ella de una
manera reflexiva y analítica y fijar nuevos saberes.
 Estimular la práctica reflexiva y las interrogantes sobre los saberes y los aprendizajes.
Retomemos estas diez "funciones" explicitando los títulos y dando algunos ejemplos.
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y comunicación, y pensamiento matemático

1. Lograr la movilización de saberes y de procedimientos, construir competencias

Un proyecto enfrenta "verdaderos" problemas que nos son ejercicios escolares, sino problemas por
resolver y obstáculos que el grupo debe salvar para llegar a su fin. Una metodología de proyecto coloca
entonces al albañil al pie del muro y lo obliga a medirse ante desafíos que no están organizados para
estar exactamente a su medida y no se presentan en las formas del trabajo escolar ordinario.

En un primer momento, es posible ejercer la transferencia o la movilización de recursos cognitivos


trabajados y evaluados hasta entonces de manera separada. El alumno-actor tiene así la ocasión, no sólo
de tomar conciencia de lo que sabe y de su capacidad de utilizarlo en situación, sino también de
desarrollar esta capacidad.

Nos encontramos aquí, de manera privilegiada, en un contexto de acción necesario para el desarrollo de
competencias (Le Boterf,1994; Perrenoud,1998), aun cuando la metodología de proyecto no es la única
forma de contribuir a ello.
2. Dejar ver prácticas sociales que incrementan el sentido de los saberes y de los aprendizajes
escolares

El proyecto es movilizador para los alumnos porque los desafíos les importan. Ahora bien, estos desafíos
no son en primer lugar aprender o comprender, sino tener éxito, alcanzar una meta, recibir una
retroalimentación positiva de un destinatario o tener la satisfacción del trabajo cumplido y del desafío
77
logrado.

La existencia de un verdadero desafío acerca el trabajo escolar a situaciones que se podrían encontrar en
la vida: hacer una encuesta, organizar un concurso, una fiesta o una jornada deportiva, montar un
espectáculo, escribir una novela, editar un periódico, hacer una experiencia científica, filmar una
película, mantener correspondencia con compañeros lejanos, crear un centro de recursos o proponer el
arreglo o el equipamiento de un lugar no son prácticas puramente escolares. Existen en la sociedad y la
metodología de proyecto se inspira en ellas.

Aunque nadie se engaña y sabe que va a la escuela para aprender, los alumnos que "se prestan al juego"
se comportan como actores sociales comprometidos en prácticas sociales bastantes próximas a la vida.

De esta experiencia se puede esperar una toma de conciencia de la existencia misma de ciertas prácticas
sociales y de su condición, comprender por ejemplo que publicar un diario no es mágico, que esto
demanda trabajo, cooperación, perseverancia, método y sobre todo, competencias y saberes. Esto
permite dar más sentido a las nociones, métodos y conocimientos de los que se aprenden en clase. Su
apropiación se ve facilitada porque de objetos escolares ellos se transforman en herramientas al servicio
de una práctica social identificable.

3. Descubrir nuevos saberes, nuevos mundos, en una perspectiva de sensibilización o de "motivación"

Un proyecto, incluso canónico, lleva a tropezar con obstáculos inesperados y a descubrir nuevas facetas
de la cultura. Un grupo que quiere editar la novela que ha escrito va donde un impresor y descubre
mundos insospechados: el mundo de las materias (diversos papeles y formatos, cubiertas, empastes), el
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mundo de las máquinas y de las técnicas (fotocomposición, offset), el mundo de las competencias
profesionales, el mundo de las transacciones (presupuesto, costo unitario, precio de venta), el mundo de
las reglas jurídicas (responsabilidades de los autores y del impresor, copyright) e indirectamente, el
mundo de la edición, de las artes gráficas, de la publicidad, de la prensa, de las librerías.
Estas incursiones en mundos sociales, ya sean directas o indirectas porque son evocadas al filo de las
operaciones, forman parte de la construcción de una cultura general y de una educación para la
ciudadanía, pues comprender la sociedad es entrar en contacto con sus múltiples rodamientos ¡al
menos, tantos como conocer su Constitución!.
Todos estos mundos ofrecen entradas a los saberes. Dejan ver prácticas y competencias que movilizan
saberes. Ahí tienen curso las palabras, las nociones, los problemas, las reglas que justifican una parte de
los aprendizajes escolares, incrementando entonces su sentido.

4. Plantear obstáculos que no pueden ser salvados sino con nuevos aprendizajes, que deben lograrse
fuera del proyecto
Un proyecto enfrenta obstáculos que no pueden ser superados de manera individual. Se superan porque
uno o dos alumnos saben más que los otros o porque el profesor u otros adultos entregan su ayuda. Esta
ayuda forma parte del apoyo de la metodología y no es problemática a menos que convierta en regla. A
veces, se renuncia por no poseer saberes y procedimientos y por no saber cómo adquirirlos en el acto y a
78 tiempo.
Cuando no se sabe hacer, se aprende al menos que existen tareas útiles, pertinentes, frente a las cuales
se carece de conocimientos o de procedimientos operativos. No siempre es posible (cf.5, más abajo)
remediar esta falta en el marco del proyecto, pero al menos se pueden identificar y transformarlos en
una necesidad de formación o, por lo menos, en una cierta disponibilidad para aprender aquello que no
se posee.
Evidentemente, es importante que estas constataciones no sean vividas como fracasos o marcas de
incompetencia, sino como experiencias normales de un sujeto en desarrollo que tropieza con límites,
pero que puede desplazarlos.

5. Provocar nuevos aprendizajes en el marco mismo del proyecto

Puede suceder que el aprendizaje requerido para salvar el obstáculo sea posible en el marco mismo del
proyecto. A veces, se aprende de manera espontánea, por ensayo y error, quebrándose la cabeza,
observando, discutiendo. También se puede suspender la acción e ir a pedir un complemento de
información.

En el contexto escolar, es posible e incluso es tentador, tomar como pretexto cada dificultad para
improvisar una "pequeña lección". "Dominio del Francés" (Besson et al., 1979) proponía construir una
estrategia didáctica sobre la articulación de actividades-marco muy próximas a los proyectos y talleres de
estructuración que trabajan nociones específicas. Por ejemplo, en la escritura de un relato, se puede
tropezar con el problema del pretérito indefinido o del diálogo y operar de cierto modo un despegue
para volver a la tarea mejor premunido.
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Simplemente importa medir que el abuso de tales despegues hace perder todo su encanto, hasta
inclusive todo el sentido del proyecto porque rompe su dinámica y en consecuencia, la implicación de
sus actores. Entonces, es preferible aceptar que todas las carencias no sean satisfechas en lo inmediato.

6. Permitir identificar adquisiciones y carencias en una perspectiva de auto-evaluación y de evaluación


final

El funcionamiento de los alumnos en un proyecto ofrece una magnífica ocasión para la auto-evaluación
espontánea o solicitada. Es legítima, a condición de que esto no se haga pesado o paralizante y que se dé
un tiempo para el análisis de las tareas cumplidas, de los éxitos y fracasos en cada una de ellas y de lo
que ellas declaran como adquisiciones.

Esta auto-evaluación puede, pero no debe desembocar sistemáticamente en ofertas de formación y


todavía menos, en acciones remediales o de apoyo pedagógico. En efecto, una metodología de proyecto
puede poner en evidencia lagunas totalmente legítimas, que no apelan a ninguna intervención urgente
por parte del profesor. La autoevaluación alimenta una forma de lucidez que puede guiar nuevos
aprendizajes, pero también y muy simplemente, permitir que cada uno identifique sus puntos fuertes y
sus puntos débiles y elegir sus inversiones y su rol en consecuencia con ello.
El profesor puede también utilizar los proyectos para conocer y para comprender mejor a sus alumnos y
también para identificar mejor sus logros y sus dificultades, puesto que él los ve en la práctica, en sus
múltiples y complejas tareas. Es una herramienta mayor de observación formativa. 79

7. Desarrollar la cooperación y la inteligencia colectiva

Un proyecto obliga a cooperar y en consecuencia, a desarrollar las correspondientes competencias:


saber escuchar, formular propuestas, negociar compromisos, tomar decisiones y cumplirlas. También
obliga a ofrecer o pedir ayuda , a compartir sus preocupaciones o sus saberes; a saber distribuir las
tareas y a coordinarlas; a saber evaluar en común la organización y el avance del trabajo; manejar en
conjunto tensiones, problemas de equidad o de reconocimiento, fracasos. A esto se agrega un trabajo
sobre las competencias de comunicación escrita ( planes, memos, correspondencia, pasos a seguir) y oral
(argumentación, animación, compartir saberes, etc.), como herramientas funcionales de la cooperación.

Más allá de las competencias, los alumnos toman conciencia de la importancia de una inteligencia
colectiva o distribuida, de la capacidad de un grupo; si funciona bien, les permite además fijarse metas
que ningún individuo puede esperar alcanzar por sí solo.

En una sociedad donde la cooperación y el trabajo en red se convierten en regla al interior de las
organizaciones, en particular en torno a los proyectos, este solo objetivo podría justificar un
entrenamiento intensivo en el marco escolar.
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y comunicación, y pensamiento matemático

8. Ayudar a cada alumno a tomar confianza en sí, a reforzar la identidad personal y colectiva a través
de una forma de empowerment, de la toma de poder de actor

En un proyecto, a título individual o como miembro de un grupo, cada uno es actor y medida, la que ha
tomado en el mundo y de los demás , tiene un cierto poder y este poder es función de su trabajo, de su
determinación, de su convicción, de su competencia.

Es una fuente mayor de confianza en sí y de identidad, que son a su vez ingredientes preciosos con
relación al saber, al deseo de aprender y al sentimiento de ser capaz.

Se dice con fuerza que la escuela debe desarrollar la ciudadanía, la identidad, la solidaridad, la
autoestima, el espíritu crítico. Menos a menudo nos preguntamos en qué marco deben situarse estos
aprendizajes. Las metodologías de proyectos crean dinámicas de cooperación, exigen una fuerte
implicación y chocan con verdaderos obstáculos. Es por ello que se enfrentan con los demás y con lo real
"en gran magnitud", lo que ayuda a cada cual a construirse como persona, a unirse a los otros y también,
a diferenciarse de ellos.
Los trabajos sobre el empowerment (Hargreaves and Hopkins, 1991) muestran hasta qué punto los
individuos, en las organizaciones, tienen dificultad para considerarse actores mientras se les trata como
agentes. Esta identidad de actor viene de lejos y si la escuela no la construye, continúa siendo
totalmente dependiente de la educación familiar y en consecuencia, muy desigual. Los que no tienen la
80 suerte de construir en este marco una fuerte identidad personal abordan el mundo del trabajo de
manera muy carente.

9. Desarrollar la autonomía y la capacidad de hacer elecciones y negociarlas


En un proyecto, cada uno corre el peligro de ser arrastrado por opciones colectivas que no comprende o
no comparte, por no haber sabido defenderse y no hacer prevalecer al menos algunas de sus ideas. Una
metodología de proyecto favorece entonces un doble aprendizaje:
 por una parte, el aprendizaje de la autonomía con respecto al grupo que permite al individuo
manejarse con prudencia en zonas en las cuales sigue siendo amo de su acción o por lo menos
de una parte de las modalidades e inclusive de las finalidades.; para esto, es preciso saber
reconocer su competencia y hacerse delegar tareas sin que éstas sean prescritas en detalle;

 por otra parte, el aprendizaje de los modos concretos de hacerse oír en un grupo y de influir en
las decisiones colectivas, de manera de poder reconocerse en ellas.

Estas dos competencias son estrechamente complementarias. El individuo salvaguarda su autonomía,


protegiendo una esfera de actividad en la que él es "dueño de sí", como asimismo, inclinando las
orientaciones del grupo y las reglas del juego en el sentido de sus propias preferencias (Vassilef, 1997;
Perrenoud, 1999).

10. Formar para la concepción y la conducción de proyectos


En una "sociedad de proyecto" (Boutinet, 1993, 1995; Courtois et Josso, 1997), una buena parte de los
profesionales se encuentran, de manera más o menos frecuente, comprometidos en proyectos de
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desarrollo, de reestructuración, de innovación. En la vida fuera del trabajo, sucede lo mismo en el campo
asociativo, político, sindical, deportivo, cultural.

Aprender a manejar proyectos o a colaborar en ellos, de manera a la vez crítica y constructiva, es


entonces en sí un aprendizaje importante cuando esta forma de acción colectiva se hace común. Ahora
bien, si no es inútil disponer de algunos consejos metodológicos, lo esencial de este aprendizaje sigue
siendo experiencial. Se aprende haciendo. Los proyectos que funcionan cuentan en general con el
recurso de algunas personas que han desarrollado prácticas de animación y de mediación sin las cuales
las divergencias corren el peligro de hacer estallar a cualquier grupo enfrentado a desafíos. En la clase, es
el profesor quien juega este rol, pero puede dar a algunos alumnos la posibilidad de asumir ciertos
aspectos y dar a otros, al menos, la oportunidad de ver funcionar prácticas de facilitación. El consejo de
curso, instancia de regulación más permanente, crea los mismos efectos de formación.

Tales aprendizajes no están desvinculados de las disciplinas y en particular de la historia y de los idiomas,
puesto que una parte importante de las transformaciones políticas y sociales pasan por movimientos
sociales orientados por proyectos. En cuanto a las estrategias de argumentación, a las capacidades de
reformulación y de ajuste de divergencias, a los puntos de acuerdo y al trabajo por hacer, podemos decir
que ellas constituyen lo central del manejo de proyectos. No se trata sólo de habilidades, sino de saberes
sobre las instituciones, el poder, la decisión, los dispositivos de trabajo eficaz.

Beneficios secundarios 81
En un curso, una metodología de proyecto no es nunca una metodología anodina si el profesor acepta y
favorece la entrega del proyecto, dicho de otro modo, si limita su propio poder y se lo deja a sus
alumnos.

Algunos profesores comienzan el año escolar con un proyecto: ellos han comprendido que es la mejor
forma de crear un vínculo social, de afianzar a un grupo y también de dar a los alumnos menos
favorecidos la posibilidad de presentarse como actores, a veces divertidos, eficaces, conciliadores antes
que aparezcan, de buenas a primeras, como poco escolares o portadores de carencias.

Esta experiencia no sólo es favorable para una dinámica del curso, crea una cultura compartida de la
acción, a la cual pueden referirse durante todo el año escolar para dar sentido a ciertos saberes.

En efecto, en el trabajo escolar importa no sólo responder de manera convincente a la pregunta ¿para
qué sirve esto?, sino suscitarla y conectar la respuesta a problemas concretos. Las metodologías de
proyecto no giran en torno a prácticas sociales, pero permiten acceder a algunas de ellas de manera más
concluyente que por medio de una evocación abstracta.

Por ejemplo, una experiencia de proyecto permite tomar conciencia del hecho que toda decisión se
funda en saberes tanto teóricos como procedimentales y que los que ejercen una cierta influencia no
son quienes gritan más fuerte, sino los que analizan las posibilidades, los medios y contribuyen a
concebir estrategias realistas.
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Conclusión

Evidentemente, no es necesario que cada metodología de proyecto contribuya a aprendizajes decisivos


en cada uno de estos diez registros. Sería preferible apuntar específicamente a uno o dos de ellos y
tomar los otros, si se producen, como acertados beneficios secundarios.
Este referente no tiene entonces ninguna intención de normalizar los proyectos, mucho menos
agobiarlos con tareas de formación de una ambición desmesurada. Simplemente, propone puntos de
referencia para responder a dos preguntas complementarias.

 ¿en el momento en que el proyecto se esboza: qué competencias y conocimientos se supone


que desarrolla prioritariamente? Una cierta claridad con respecto de esto puede prevenir
desvíos o una dispersión demasiado grande.

 ¿en el transcurso del proyecto mismo, como herramienta de regulación, y eventualmente de una
gran reorientación, si los objetivos que se pretende alcanzar entran en una fuerte contradicción
con la dinámica, en el momento en que el proyecto se acaba: qué competencias y conocimientos
ha contribuido a desarrollar en todos o parte de los alumnos?

Debemos notar que las adquisiciones evocadas no se encuentran en ninguna disciplina. Algunas son
claramente competencias transversales, otras aparecen como más próximas a un área disciplinar.

82 Tampoco hay nada exclusivo en cuanto al tipo de adquisiciones: conocimientos, competencias, pero
también actitudes, valores, posturas, relaciones con el saber o con la acción, necesidades, nuevos
proyectos, imagen de sí mismo, representación del mundo y de la acción individual y colectiva.
En síntesis, la metodología de proyecto puede perseguir objetivos muy diversos y no es cuestión de
jerarquizarlos. Por el contrario, lo que importa es aclararlos para no sucumbir ante una forma de
"romanticismo del proyecto" que le prestaría virtudes sin someterlas al análisis.
Références
Besson, M.-J. et al. (1979) Maîtrise du français, Vevey, Delta.
Boutinet, J.-P. (1993). Anthropologie du projet, Paris, PUF, 2e éd.
Boutinet, J.- P. (1993) Psychologie des conduites à projet, Paris, PUF, QSJ
Boutinet, J.-P. (1993) Le projet, mode ou nécessité?.Paris. L'Harmattan.
Courtois, B. et Josso,Ch.(dir.) Le projet: nébuleuse ou galaxie?. Neuchâtel et Paris, Delachaux et Niestlé.
Hargreaves, D.H et Hopkins,D. (1991) The Empowered School: The Management and Practice of School
Development, London, Cassell.
Le Boterf, G. (1994) De la compétence. Essai sur un attracteur étrange, Paris, Les Editions d'organisation.
Perrenoud, Ph. (1997) Construire des compétences dès l'école, Paris, ESF (2e éd.1998)
Perrenoud, Ph. (1998) Réussir ou comprendre? Les dilemmes classiques d'une démarche de projet, Genève, Faculté
de Psychologie et des sciences de l'éducation.
Perrenoud,Ph. (1999) La clé des champs: essai sur les compétences d'un acteur autonome. Ou comment ne pas être
abusé, aliéné, dominé ou exploité losqu'on n'est ni riche, ni puissant, Université de Genève, Faculté de Psychologie
et des sciences de l'éducation.
Rey, B. (1996) Les compétences transversales en question, Paris, ESF.
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EL ARTE DE HABLAR EN CLASE (Sobre qué, cómo y para qué):


BLOQUE V
Carlos Lomas, Amparo Tusón Valls, Enseñanaza del lenguaje,
V.3.3
emancipación comunicativa y educación crítica, México, Edene, 2009.

El arte de hablar en clase (sobre qué, cómo y para qué)


Hace ya algunos años, apareció en una publicación periódica un chiste del humorista catalán Jaume
Perich que nunca he olvidado. En la viñeta se representaba un aula de tipo tradicional," con los alumnos
sentados en pupitres individuales formando perfectas filas y el profesor sentado en un sillón tras de su
mesa encima de la tarima. De la boca del profesor salía un globo con estas palabras:

"Empieza la clase de Lengua. ¡Silencio, por favor!”

Mucho me temo que, desgraciadamente, esta situación sea aún, si no general, si por lo menos más
común de lo que sería deseable. Ocurre que permitir que se hable en el aula produce, lógicamente, ruido, y
pensamos que del ruido al desorden no hay más que un paso. Se diría que la educación lingüística
consiste básicamente en un proceso a través del cual aquellos niños y niñas que se expresaban con
naturalidad, creatividad y gracia en la escuela infantil y primaria (si bien algo menos cada curso) llegan a
las puertas de la universidad —quienes llegan— completamente "mudos" o, por lo menos, temerosos de
83
preguntar por si su pregunta! es considerada "tonta" o improcedente. Parece como si hubiéramos
conseguido eliminar la curiosidad, principio fundamental en el caminó hacia el conocimiento, de esas
personas en proceso de formación.

Es curioso lo que sucede con el uso oral de la lengua en el ámbito escolar. Frente a lo que ocurre con
otras materias del currículo, los niños y las niñas, cuando llegan a la edad escolar, ya hablan. No
resuelven quebrados, no reconocen los elementos químicos, no formulan las leyes físicas, no
escriben..., pero sí que hablan. Ahora bien, ¿sobre qué hablan? y ¿con quién? Hablan con la gente que
les rodea —familiares, vecinos, amigos y amigas— sobre los temas que interesan a ese entorno —que,
desde luego, pueden variar según las características socioculturales del ambiente en el que vivan.

Podemos seguir planteándonos más preguntas, precisamente aquellas que, al parecer, más nos
preocupan a quienes nos dedicamos a la enseñanza de la lengua, por ejemplo: ¿Cómo hablan? ¿Qué tipo
de géneros verbales orales conocen y practican? A estas preguntas no tenemos más remedio que
responder en el mismo sentido que a las anteriores, es decir, hablan como se habla en su entorno, por lo
tanto eso querrá decir que utilizan una variedad geográfica y una variedad social, más o menos cercanas
o lejanas a la variedad estándar o culta, pero no por ello lingüísticamente mejor o peor que éstas; en
cuanto al tipo de situaciones comunicativas que mejor conocerán y en las que sin duda participarán
serán aquellas familiares e informales, en las que el registro más apropiado será el coloquial, es decir, el
género verbal oral que denominamos conversación espontánea.. Sigamos con las preguntas referidas al
uso verbal oral de nuestros jóvenes estudiantes: ¿Para qué hablan? Pues, básicamente, para aquello que
habla la mayor parte de la humanidad, es decir, para establecer y mantener las relaciones sociales
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dentro de la familia, en el barrio, con las amistades, y para conseguir lograr sus objetivos, por ejemplo,
para. organizar juegos, para convencer a sus padres de que les dejen ver la tele o estar un rato más con
sus amigos, para rechazar una comida que no les gusta y conseguir a cambio otra, para contar un chiste
o una película y divertir(se), para engañar y no hacer los deberes o para justificar por qué no los han
hecho, para enredar al hermano pequeño y conseguir algo o para "camelar" a la hermana mayor y que le
preste esa camiseta que tanto le gusta, etcétera, etcétera.

Sin embargo, por lo general, tendemos a ser muy tajantes y tremendamente simplistas cuando
comentamos con nuestros compañeros y nuestras compañeras la manera cómo hablan nuestros
estudiantes:

Se expresan fatal.

Cuando hablan entre ellos no hay quién los entienda.


Todo lo solucionan con "tío", "macho", "rollo" y cuatro palabras más.

En cuanto tienen que decir en serio tres o cuatro frases sobre un tema se arman un lio.
No tienen léxico.

Etcétera, etcétera.
Es decir, nos enfrentamos aparentemente con una paradoja: Nuestros I alumnos y alumnas hablan, pero
84
no saben hablar. ¿Cómo deshacer ese nudo gordiano?

Parece evidente que tenemos que plantearnos algunas cuestiones Fundamentales si queremos salir de
este callejón sin salida y dar sentido a nuestra tarea docente en el ámbito que nos ocupa. En primer lugar,
es necesario que indaguemos las características de los usos lingüístico-comunicativos de nuestros
estudiantes fuera y dentro de la escuela, fuera y dentro del aula. En segundo lugar, hemos de ser capaces
de observar, describir y analizar el uso que de la palabra se hace en las aulas (no sólo en la de lengua) y —
particularmente— el uso lingüístico y comunicativo que hacemos quienes enseñamos, ya que,
querámoslo o no, estamos siendo modelos de uso verbal. En tercer lugar, nos hemos de plantear
seriamente y de forma explícita cuáles son nuestras actitudes, valores y objetivos respecto a los usos
orales en el aula (y fuera de ella).

En mi opinión, sólo a partir de dar respuesta a estas tres cuestiones podremos establecer de forma
coherente unos objetivos y unos contenidos en el ámbito del desarrollo de la competencia discursiva oral
utilizando para ello unas estrategias didácticas apropiadas.

¡Sobre los usos comunicativos habituales de nuestros estudiantes!


Anteriormente, nos hemos referido a la conversación espontánea como el género comunicativo que
conocen y practican nuestros estudiantes. Hasta no hace mucho, se pensaba que ese uso coloquial era
caótico, asistemático, desordenado y sujeto a una variabilidad casi infinita, por lo que no podía
constituirse en un objeto de estudio ya que se resistía al análisis y la formalización. Sin embargo, en las
últimas décadas, varias disciplinas se han interesado por el estudio del uso lingüístico cotidiano (C. Lomas,
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A. Osoro y A. Tusón, 1993). Entre esas "ciencias del lenguaje", la corriente sociológica conocida como
etnometodologia se ha ocupado de estudiar precisamente la conversación espontánea; quienes investigan
desde esta perspectiva consideran que este tipo de uso verbal es universal y constituye un instrumento —
un método— a través del cual las personas vamos dando sentido a nuestras acciones cotidianas y a la
realidad social y cultural en que vivimos (de ahí el componente etno).

Pero, ¿se puede describir y analizar la conversación espontánea? ¿Es posible descubrir una organización
en algo aparentemente tan desordenado y volátil? H. Sacks, C.A. Schegloffy G. jefferson (1974), después
de analizar cientos de horas de grabaciones, proponen, en un artículo ya clásico, catorce características
que distinguen la conversación espontánea de otros tipos de interacción verbal oral:

1. El cambio de hablante es recurrente o, al menos, se produce. Es decir, una de las características de


la conversación es que es dialogal.

2. En general, no habla mis de una persona a la vez.


3. Los solapamientos (dos —o más— participantes hablando a la vez) son comunes pero breves.
4. Las transiciones más comunes entre un turno de palabra y el siguiente son las que se producen sin
intervalos ni solapamientos, o las que se producen con un breve intervalo.
5. El orden de los tumos de palabra no es fijo.
6. La duración de los turnos de palabra no es fija, si bien se tiende a un cierto equilibrio.
85

7. La duración de una conversación no se especifica previamente.

8. Lo que dicen los hablantes no se ha especificado previamente.


9. La distribución de los turnos de palabra no se ha especificado previamente.
10.El número de hablantes puede variar.

11.El discurso puede ser continuo o discontinuo.

12.Existen técnicas para la distribución de los turnos.


13.Se utilizan diferentes unidades formales de construcción de los turnos (una palabra, una frase, una
oración, etcétera).

14.Existen mecanismos para reparar los errores o las transgresiones

En la toma de la palabra.

Como podemos apreciar, una de las características de la conversación espontánea es, precisamente, la
ausencia de unas normas rígidas que especifiquen de qué hablar, cuándo intervenir, cómo empezar o
cuándo y cómo acabar; no obstante, a pesar de ello, las personas tenemos mecanismos para solventar
todas esas imprecisiones y, más o menos, vamos entendiéndonos. A esta lista de rasgos aún tendríamos
que añadir roda una serie de aspectos que tienen que ver con cómo expresamos lo que queremos decir
y cómo interpretamos tanto lo que se dice como lo que no se dice, pero que forma parte del contenido
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implícito de los enunciados que emitimos constantemente. Porque hemos de convenir en que otra de
las características básicas de las interacciones cotidianas consiste en que son un continuo proceso de
interpretación de intenciones. Es decir, a partir del enunciado que emite la persona con quien estoy
hablando, yo hago una hipótesis sobre lo que intenta decirme y decido si debo añadir algo al significado
referencial de sus palabras. Por ejemplo, si alguien, por la calle, me pregunta Oiga, ¿sabe dónde hay una
farmacia? lo habitual es que yo interprete que la intención de esa persona no es la de comprobar si sé o
no sé dónde hay una farmacia, sino la de conseguir que le indique dónde hay una (con una basta)
porque necesita comprar algún medicamento. Por lo tanto, sería completamente inadecuado y extraño
que yo simplemente le contestara Sí (lo sé) o que le dijera En cada barrio suele haber varios; respuestas,
por otra parte, perfectamente lógicas si sólo consideramos el significado referencial de la pregunta
(¿Sabe dónde hay una farmacia?).

Otro aspecto típico de la conversación espontánea es el uso de esos elementos —llamados deícticos—
cuyo significado depende de la situación comunicativa en que se utilizan: yo es quien lo pronuncia, tú es
a quien va dirigido el mensaje, hoy es el día en que se dice, aquí se refiere al lugar donde se habla,
etcétera, (se suele distinguir entre deíxis personal, deíxis temporal, deíxis espacial y deíxis social).
Asimismo, el hecho de hablar cara a cara permite ese hablar a medias altamente "económico" y que
funciona normalmente gracias al mundo compartido y a la cooperación entre quienes conversan; por
otra parte, si no funciona, basta un gesto, una exclamación, una pregunta para que quien tenía la
86 palabra se dé cuenta de que no se le entiende y reformule su mensaje.

Por otra parte, algo que no podemos olvidar es que a conversar se aprende conversando con quienes
nos rodean y por eso éste es el género comunicativo —desde luego bastante complicado— que nuestros
alumnos y alumnas ya conocen cuando llegan a la escuela y el que principalmente practican durante la
escolaridad obligatoria (y, la mayoría, durante el resto de su vida).
Sobre los usos comunicativos en las aulas

Situémonos ahora dentro del ámbito académico y, concretamente, dentro del aula. En primer lugar,
hemos de concebir el aula como un ámbito donde se habla. Ahora bien, ¿quién habla?, ¿sobre qué?,
¿para qué? Para empezar, quienes enseñamos sabemos que no se pueden responder estas preguntas de
forma general, ya que las respuestas dependen en gran medida de los estilos didácticos del profesorado.
Podemos fácilmente imaginar un aula de tipo tradicional en la que el único que tiene derecho al uso de
la palabra es el profesor mientras que los alumnos y las alumnas solamente pueden hablar cuando el
profesor les pregunta sobre temas académicos, y cualquier otro tipo de uso lingüístico no sólo no se
permite sino que, incluso, se reprime o castiga. Pero, afortunadamente, estos estilos didácticos van
desapareciendo y podemos permitirnos ser más optimistas y pensar en un aula donde predominen
estilos didácticos activos que conceden gran importancia al papel que desempeñan los aprendices en su
propio desarrollo educativo. Aun en estos casos, el profesor o la profesora sigue teniendo una mayor
responsabilidad en la creación y en el mantenimiento de situaciones que propicien y encaucen la
participación de los estudiantes, si bien, pasa de ser el único protagonista de la palabra a ser alguien que
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motiva, regula, orienta y guía a sus alumnos y alumnas en el camino del aprendizaje (y pensemos que
eso se lleva a cabo, básicamente, a través del uso de la palabra).

En estas aulas, se pueden producir escenas comunicativas orales diversas: trabajo en grupo, puesta
en común, exposición de un estudiante ante el grupo clase, exposición del profesor, trabajo por
parejas, debates, sesiones de pregunta-respuesta-evaluación, "juegos de rol", preparación de una
obra de teatro, intervenciones para regular o dirigir las actividades, entrevistas a personas
"importantes" (un cantante de rock, una escritora de literatura juvenil, por ejemplo), etcétera,
etcétera. Los contenidos sobre los que se habla o discute pueden ser diversos; por una parte,
tenemos los contenidos propios del currículo de la asignatura, pero también pueden tener cabida
otros contenidos que sean de interés para los estudiantes y que pueden servir para formar actitudes
críticas y responsables. Esa diversidad de escenas comunicativas y de contenidos lleva consigo formas
de hablar diferentes. Por ejemplo, cuando los estudiantes están trabajando en grupo, sus modos de
hablar tendrán bastante en común con la conversación espontánea, mientras que una exposición
ante el grupo clase, una puesta en común o un debate tienen normas específicas y diferentes a las
que regulan las conversaciones cotidianas. Y esas formas de hablar se van aprendiendo —a la vez de
forma implícita y de forma explícita— a medida en que se van practicando (igual que hemos visto
que ocurría con las formas más espontáneas de comunicación). Sin embargo, incluso en las aulas en
las que profesores y alumnos (y no sólo los profesores) tienen acceso al uso de la palabra, seguimos
encontrando cierta inseguridad a la hora de planificar, programar y evaluar el trabajo de lengua oral. 87

Cómo abordar el trabajo de lengua oral en el aula

Parece evidente que lo primero que tenemos que hacer es establecer un diagnóstico sobre las formas de
hablar de nuestros estudiantes y sobre las nuestras. Y aquí empiezan las dificultades. Cuando, al
principio de curso, queremos tener una primera idea sobre cómo escriben nuestros alumnos y alumnas,
basta con que les pidamos que escriban sobre algún tema durante un rato, en clase o en casa; luego
recogemos sus escritos, los leemos y establecemos un primer diagnóstico sobre su nivel y sus carencias
y, de esta manera, programamos de forma consecuente las actividades de escritura. Pero, ¿cómo recoger
"la palabra" de cada uno de nuestros estudiantes y la nuestra? Desde luego, no hay otro remedio que
grabarla, luego escucharla, tal vez transcribirla, para poder emitir un juicio razonable.

Esto que en un primer momento puede parecer una labor ingente e imposible, si tenemos en cuenta las
condiciones de trabajo en que nos movemos (número de alumnos por clase, horas de clase, reuniones,
cursillos, etcétera), puede resolverse de una manera relativamente sencilla, si sabemos aprovechar todo
lo que ocurre en el aula y si incorporamos a nuestros alumnos y alumnas en esta tarea. Por ejemplo,
podemos pedir a nuestros estudiantes que elaboren una lista anotando con quién hablan y para qué a lo
largo de un día (o una semana) y con esto obtendremos una primera información sobre su entorno
comunicativo o, si se quiere, sociolingüístico.

Para tener datos grabados sobre cómo hablan, podemos aprovechar alguna de las actividades que
usualmente realizamos en nuestras aulas, por ejemplo, una puesta en común después de un trabajo en
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grupo. Mi propia experiencia me dice que, mediante esta estrategia, podemos obtener material oral
grabado de entre diez y catorce alumnos y alumnas y de nosotros mismos como organizadores y
moderadores en un cuarto de hora; lo que significa que en más o menos una semana podemos re-coger
muestras orales del habla de todo un grupo clase. Para el trabajo de transcripción también podemos
involucrar a los estudiantes (por lo menos a partir de ciertas edades) partiendo de unas convenciones para
la transcripción muy sencillas: escribir exactamente lo que se oye, utilizar barras para señalar las pausas
(ejemplo: "yo / bueno // me parece que / vaya que está muy bien ¿no?"), repetir la letra para señalar un
alargamiento (ejemplo: "o sea queee") y alguna más si se considera oportuno y siempre teniendo en
cuenta las posibilidades del grupo clase que tenemos. A partir de ese material, podemos analizar,
conjuntamente con nuestros estudiantes, tanto los aspectos positivos como aquellos que requieren ser
mejorados. Quienes hayan realizado algún tipo de actividad semejante a la que propongo, estarán de
acuerdo conmigo en que, normalmente, la autoevaluación que realizan los estudiantes respecto a su
propia manera de hablar suele ser más dura y desde luego más eficaz que la que nosotros
les pudiéramos hacer.

Supongamos que ya tenemos establecido este primer diagnóstico que nos indica por dónde debe
transcurrir nuestro quehacer; entonces, aparece otro problema, ¿hacia dónde queremos ir? o lo que es
lo mismo, ¿qué formas de hablar —y de escuchar y entender de forma crítica— que remos desarrollar en
nuestros alumnos y alumnas? Supongo que todos estaremos de acuerdo en que no hace falta que les
88 enseñemos aquello que ya saben, es decir, las formas de uso más coloquial; sin embargo, sí que
deberíamos hacerles —y hacernos— conscientes de todo lo que ya saben cómo usuarios de la lengua, de
todas las estrategias que utilizan para hacerse entender y comprender a los demás y, a partir de ahí, y de
forma progresiva ofrecerles caminos para ampliar su repertorio comunicativo con usos diversos y
variados propios de situaciones más formales, en las que la cooperación entre los interlocutores no es
tan evidente como, en la conversación cotidiana, y en las que muy a menudo se evalúa a las personas no
sólo por lo que dicen sino también por cómo lo dicen;-se trata de ofrecerles la posibilidad de ser
ciudadanos y ciudadanas que no se queden sin palabras cuando alguien que domina otros registros
lingüísticos les puede "enredar" o manipular, o quiere, simplemente, tener en cuenta su opinión.
Pensemos en entrevistas para buscar trabajo, en visitas médicas, en exámenes orales, en entrevistas con
quien dirige el centro escolar, en reuniones o asambleas, situaciones en las que tan importante es saber
expresar de forma apropiada aquello que queremos decir cómo entender de forma crítica aquello que
nos dicen.

Pasemos ahora a un nuevo problema. ¿Qué modelos de habla podemos ofrecer a nuestros estudiantes?
En primer lugar, variados, porque variados son los usos de acuerdo con las diversas situaciones de
comunicación que se producen en nuestro entorno. Será, pues, necesario, construir una sonoteca (L.
Nussbaum, 1993; Abascal et al, 1993) con grabaciones audio-orales y audio-visuales, procedentes de
fuentes diversas (radio, televisión, entorno de los alumnos y alumnas, fragmentos de nuestras clases,
etcétera) y que representen diferentes géneros de acontecimientos comunicativos en los que se puedan
apreciar aspectos importantes de la interacción verbal oral, por ejemplo: maneras de tomar la palabra,
formas de introducir un tema nuevo, maneras de argumentar a favor o en contra de una opinión, formas
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de terminar una exposición. Estos materiales, una vez debidamente catalogados y clasificados (por
niveles de dificultad, por aspectos relevantes que ofrecen, etcétera) nos pueden servir de base para
plantear actividades orales en el aula (G. Vigner, 1979; 1. García-Caeiro al 1986) y para aprovechar de
forma adecuada las que, de manera o menos intuitiva, ya realizamos. Es fundamental, que prestemos
una atención especialísima a nuestra propia manera de hablar en clase, a través de la auto-observación,
de la observación de nuestros propios estudiantes y, a ser posible, a partir de la observación externa
realizada por algún compañero o compañera. Por propia experiencia puedo decir que oír nuestras
propias palabras y verlas transcritas es un ejercicio de humildad y de autoconocimiento de un valor
incalculable porque, entre otras cosas nos hace conscientes de que eso de hablar correctamente o de
forma, apropiada a la situación no es algo tan sencillo y de que, muchas veces, pedimos a nuestros
alumnos y alumnas que realicen actividades mucho más complejas y difíciles de lo que pensamos.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ABASCAL, M.D.,J.M. Beneito y F. Valero (1993): Hablar y escuchar. Una propuesta la expresión oral en la
enseñanza secundaria, Octaedro, Barcelona.
BLECUA, J.M. (1982): Qué es hablar, Salvat (Temas Clave), Madrid.
ESCANDELL, M.V. (1993): Introducción a la pragmática, Anthropos/UNED, Barcelona.
89
GARCÍA-Caeiro, I., M. Vilá. D. Badia y M. Llobet (1986): Expresión Oral, Alhambra, Madrid.

LOMAS, C., A. Osoro y A. Tusón (1993): Ciencias del lenguaje, competencia comunicativa y enseñanza de
la lengua, Paidos, Barcelona.
NUSSBAUM, L. (1991): “De cómo recuperar la palabra en clase de lengua. Notas para el estudio del uso
oral”, en SIGNOS. Teoría y práctica de la educación, num. 2, Centro de Profesores de Gijón, Gijón.

REYES, G. (1990): La pragmática lingüística. El estudio del uso del lenguaje, Montesinos, Barcelona.
SACKS, H., C.A. Schegloff y G. Jefferson (1974): “A Simplest Systematics for the Organization of turn-
taking in Conversation”, en language, núm. 50.

TUSÓN , A. (1995): Análisis de la conversación, Paidos, Barcelona, 1997.

VIGNER, G. (1979): Parler et convaincre, Hachette (Outils), París.


REFORMA INTEGRAL DE LA EDUCACIÓN BÁSICA LECTURAS DEL MÓDULO 2:
Diplomado para maestros de primaria: 2º y 5º grados Planeación y estrategias didácticas para los campos de lenguaje
y comunicación, y pensamiento matemático

CÓMO ORGANIZAR LA ENSEÑANZA DEL LENGUAJE ESCRITO


BLOQUE V
Una propuesta de planificación. Sobre la enseñanza del lenguaje
V.3.3
escrito… y temas aledaños. México: Paidós, 2007. Myriam Nemirovsky

Respecto de las propiedades de los tipos de texto

Coincido con Ana María Kaufman y María Elena Rodríguez en que uno de los criterios para seleccionar
los tipos de texto de trabajo en el aula debe ser el que ellas expresan de la siguiente manera: “aquellos
textos que circulan más frecuentemente en el entorno social de nuestra comunidad”; el segundo criterio
que adopté fue haberlo explorado y haber verificado que propiciara ricas opciones didácticas. Los tipos
de texto a que hago referencia son varios: el cuento, la receta de cocina, el cómic, la noticia periodística,
la biografía, la carta, la entrevista, el anuncio publicitario, el texto expositivo; sin apegarme a acepciones
estrictas de la tipología textual. Al respecto, Teun A. van Dijk ofrece un amplio y riguroso análisis, y la
obra de Kaufman y Rodríguez antes citada presenta un interesante criterio para clasificar los textos.

Cada tipo de texto se caracteriza por ciertas propiedades que lo hacen específico y permiten distinguirlo
de los demás. Es evidente que cuando decimos: “Esto es un cuento”, “Esto es una noticia periodística”,
etc., lo hacemos a partir de haber identificado en el texto ciertas propiedades.

A continuación veremos brevemente las propiedades mencionadas en la estructura de la planificación;


90 cada una de ellas es hoy en día objeto de estudio e investigaciones rigurosas, de modo que existen cada
vez más aportaciones para ampliar significativamente el tema. Seguiré el orden en el cual las
propiedades fueron listadas.

Es evidente que la función de un cuento es diferente a la de una noticia periodística, de un anuncio


publicitario o de una carta. Cada tipo de texto cumple funciones particulares y por ello lo utilizamos en
ciertas ocasiones, para resolver situaciones específicas. Parte del proceso de alfabetización consiste en ir
conociendo esas funciones para saber cuándo recurrir – tanto al escribir como al leer – a cada tipo de
texto, de acuerdo con el objetivo del acto lector y escritor.

Todo texto ha sido escrito por uno o varios autores o autoras. En algunos casos se trata de autores
consagrados: escritores, periodistas, publicistas, autores de cómics, biógrafos, etc. Pero también hay
textos cuyo autor desconocemos, como sucede con la mayoría de las noticias periodísticas de primera
plana, de los anuncios publicitarios, o de muchas recetas de cocina. En cualquier cosa es fundamental
trabajar didácticamente acerca de la autoría de los textos y no sólo por aumentar el bagaje cultural de
los niños (que también es un objetivo deseable), sino para que conozcan y asuman que los textos – todos
los textos – tienen autor: hombres y mujeres con nacionalidad, fecha de nacimiento, núcleo familiar,
actividad laboral. Esto implica que quienes escriben son ni más ni menos que personas y, por lo tanto, los
niños, como personas, también pueden ser autores de textos. Significa dar cuerpo, y al mismo tiempo
desmitificar, a los autores de textos, poner en evidencia que escribir no es actividad reservada a ciertos
seres humanos, que todos puede (o deberían poder) producir textos.
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Cada tipo de texto suele tener un público potencial: las noticias periodísticas, las recetas de cocina, los
cuentos, los cómics, etc., apuntan a ciertos grupos de lectores. En otros casos no son lectores
potenciales, sino concretos, con nombre y apellido, como en el caso de una carta personal. Analizar el
público potencial o específico de cada texto implica, fundamentalmente, asumir que se escribe para ser
leído – también cuando el lector es el propio autor: un diario personal, apuntes, notas para recordar
información – y que el texto se ajusta – o intenta ajustarse – a ciertas características del lector.

Los distintos tipos de texto tiene diferentes relaciones con lo real; una noticia o un artículo científico
intentan plantear que registran las cosas o los hechos tal como han sucedido o son, en un cuento se
sobreentiende, o incluso se explicita, que “toda semejanza con la realidad es pura coincidencia”. Esta
característica marca diferentes formas de emprender la producción de un tipo de texto u otro: habrá que
recopilar datos y ajustarse con rigurosidad a la información recopilada en unos casos, mientras que en
otros podrá dejarse volar la imaginación. Al leer sucede algo complementario: damos por sentada la
veracidad de ciertos textos y en otros éste no es un aspecto que se tome en cuenta.

Hay márgenes de extensión relativamente definidos para cada tipo de texto. Aun con excepciones puede
plantearse que un cuento es más largo que un anuncio publicitario. Trabajar dicha propiedad de los
diferentes tipos de texto permite anticipar con cierta aproximación cuánto podrá extenderse tanto en la
lectura como en su producción y las razones de que sea así.

Algunos textos tienen fórmulas fijas. Es el caso de los cuentos, en particular los cuentos clásicos (“Había 91
una vez…”, “Érase una vez…” y “Colorín colorado…”); también las cartas (“Estimados padres” y “Los
saluda atentamente”). Se trata de elementos que, sin necesidad de avanzar en la lectura, nos permiten
anticipar de qué clase de texto se trata.

En cuanto al léxico, los objetivos educativos incluyen siempre propósitos como los siguientes:
“enriquecer el vocabulario”, “ampliar el léxico de los niños”. El lenguaje escrito tiene una enorme riqueza
lexical propia –en el sentido de que es diferente de la del lenguaje oral –. “Estimado” es un término
prototípico del lenguaje escrito; no suele decirse “estimado” a una persona cuando se la saluda
personalmente. Un cuento contado no es lexicalmente como un cuento leído: si estamos fuera de un
aula y escuchamos la voz de la profesora diciendo: “y el príncipe montó su brioso corcel” sabemos que
está leyendo un cuento; no formularía esa construcción si estuviera contando el cuento. La conclusión es
que no se escribe como se habla, y entonces conocer, apropiarse, utilizar adecuadamente el lenguaje
escrito implica, entre otros aspectos, ser usuario de su léxico. Hay que agregar que no existe un léxico
común a todos los tipos de texto; “estimado” corresponde a los textos epistorales, pero el príncipe de un
cuento no “estima” a la princesa; es decir, no sólo el lenguaje escrito tiene un léxico propio, sino que
cada tipo de texto lo tiene.

La presencia de las diferentes categorías gramaticales aumenta o disminuye en los distintos tipos de
texto. Así como en los cuentos abundan los adjetivos, en las noticias periodísticas se reducen a lo mínimo
(porque se considera que así el texto es más objetivo), y en las recetas proliferan los verbos. Esta
propiedad implica que, según la categoría gramatical que nos interese trabajar con mayor sistematicidad
en cierto periodo, conviene recurrir a uno u otro tipo de texto. O a la inversa, que al estar trabajando
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sobre determinado tipo de texto se amplía la posibilidad de trabajar sobre ciertas categorías
gramaticales.

Sabemos que la estructura de un cuento tiene tres partes: inicio, nudo y desenlace; la estructura de una
receta de cocina – después de nombrar los ingredientes con sus respectivas cantidades – sigue la
secuencia temporal de su preparación; una noticia periodística se estructura en función del qué, quién,
cuándo, dónde, cómo, por qué. Por lo tanto, reconocer la estructura de los textos es esencial si
deseamos aproximarnos a sus propiedades. Conocer la estructura canónica permite, si se desea,
transgredirla.

Ningún texto hace de la tipografía una propiedad tan elaborada como el anuncio publicitario; es,
evidentemente, el tipo de texto en el que la tipografía se convierte en un rasgo fundamental, se
transforma en elemento publicitario. También podemos analizar la tipografía en las noticias periodísticas
(la del titular, de la entrada, del contenido), en los cuentos (la del título, nombre del autor, contenido),
en el cómic (todo se escribe con mayúsculas), en los textos expositivos (donde los subtítulos,
diferenciados tipográficamente, indican criterios de subdivisión temática). Actualmente, la computadora
permite hacer de la tipografía casi un juego: cuando escribimos en una computadora descubrimos la
variedad tipográfica que ofrece; decidir cuándo y qué tipo de letra utilizar se transforma en un
componente en ocasiones lúdico del acto de escritura.

92 El formato de un texto es útil para identificar su tipo sin tener que leer ni una sola palabra, atendiendo
únicamente a la disposición del texto en el espacio gráfico: las columnas periodísticas; el lista de
ingredientes en columna y luego el modo de preparación escrito de manera continua de la receta; las
líneas irregulares de la poesía; la ubicación de la fecha, el destinatario, el contenido y el saludo de una
carta. Éstas son características que distinguen a cada tipo de texto.

El tipo de texto también determina el uso posterior que se dé a la lectura. Algunos se leen y después se
tiran (los periódicos); otros se conservan durante semanas (algunas revistas); otros se tiran después de
echarles un vistazo, sobre todo si no son de interés particular (los publicitarios); otros se conservan toda
la vida (ciertos libros, sean obras literarias o expositivas). En el aula puede hacerse lo mismo: otorgar a
cada tipo de texto el destino que socialmente se le atribuye.

El modo de lectura depende del tipo de texto y del objetivo del acto de lectura. Cuando leemos un
periódico, lo hojeamos, leemos los titulares, nos detenemos ante uno en particular, continuamos con la
entrada, tal vez empezamos a leer el contenido, puede ser que terminemos la lectura o la dejemos
inconclusa; hay quienes siempre empiezan a leer el periódico por la última página. Cuando leemos una
carta, primero averiguamos quién nos la envía, tal vez busquemos luego con avidez alguna información
específica que nos interesa especialmente y sólo después nos dedicamos a leer el resto del texto, o lo
abandonamos. Cuando leemos una novela, a veces saltamos párrafos (porque la trama es tan acuciante
que nos urge saber qué va a suceder, o porque no nos interesa demasiado), otras veces leemos
reiteradamente algunos párrafos (por su belleza estética). Cuando leemos un anuncio publicitario, si está
bien hecho, seguimos la secuencia de lectura que el autor se propuso, vamos recorriendo los diferentes
fragmentos del anuncio de cierta manera, diferente a cada caso. En resumen: lo que no hacemos es leer
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linealmente, es decir, leer desde la primera palabra de un texto, de manera continua y ordenada, hasta
la última. En función de qué leemos y qué estamos buscando a través de nuestra lectura adoptamos un
modo de leer el texto. Sin embargo, la forma habitual de leer en la escuela es lineal, continua y
ordenada, palabra por palabra, línea por línea; es decir, de una manera que no empleamos fuera de la
escuela (casi nunca).

Todo texto que tiene un título mantiene cierta relación título- contenido. Dicha relación no es igual entre
titular y noticia, título del cuento y cuento, nombre de la receta y receta, título de la poesía y poesía.
Además, en cada tipo de texto los títulos varían en su léxico, construcción y extensión. Es evidente que el
titular de una noticia tiene un léxico, una construcción y una extensión que hacen que no se parezca en
nada al título de un cuento. Los títulos cumplen dos funciones: una es facilitar la anticipación del
contenido del texto y otra es llamar la atención del lector; muchas veces leemos un texto porque el título
nos despierta interés, curiosidad. La tarea de titular un texto no es fácil, generalmente se hace cuando el
texto está terminado o, si se ha puesto antes de producir el texto, con frecuencia se cambia al avanzar o
finalizar la producción, porque es evidente que ya no le va. El trabajo con los títulos de los textos puede
abrir líneas interesantes de análisis.

La relación imagen-texto difiere en cada tipo de texto. Las imágenes que suelen acompañar las noticias
periodísticas son por lo general fotos – para otorgar variedad al contenido–; lo mismo sucede con los
textos expositivos, aunque muchas veces también incluyen esquemas; las recetas aparecen con la foto
del plato ya listo (para que pensemos que quedará igual de apetitoso y atractivo, aunque esto no 93
siempre se confirme en los hechos); los cuentos se suelen ilustrar con dibujos, justamente porque se
parte de la idea de que el relato es pura fantasía. Así, cuando un texto se complementa con una imagen,
la elección de ésta no es aleatoria: depende del tipo de texto al cual acompaña.

El soporte es específico de cada tipo de texto y se refiere al objeto físico que lleva un texto. Por cierto,
las hojas grandes, no grapadas de los periódicos lucen totalmente diferentes de cómo se ve un libro, una
carta o una revista. Es decir, al ver un soporte de texto podemos anticipar de qué tipo de texto se trata,
sin que tengamos que leer nada de lo escrito. Es importante que en el aula los niños utilicen y elaboren
soportes adecuados para la producción de los diferentes tipos de texto.

Cada tipo de texto utiliza, generalmente, ciertos tiempos, modos o formas verbales. Así, por ejemplo, los
cuentos suelen utilizar el pasado, las recetas de cocina el infinitivo y los anuncios publicitarios el
imperativo. Podemos, por lo tanto, trabajar tiempos, modos y formas verbales en función del tipo de
texto con el cual estemos implicados o, por el contrario, elegir cierto tipo de texto porque nos interesa
poner el énfasis en determinado tiempo, modo o forma verbal.

Hay textos que tiene personajes. Los tienen los cuentos, algunas noticias periodísticas, los cómics. Los
personajes de cada tipo de texto difieren sustancialmente unos de otros: en nada se parecen las hadas,
los gnomos, las brujas, los seres de otras galaxias a los presidentes, los ministros, los dirigentes
sindicales… (¿o sí?) Comparar las características básicas que tiene los personajes de diferentes tipos de
texto (cuáles son las diferencias fundamentales entre los personajes de los cuentos y los personajes de
los cómics), así como analizar en cada tipo de texto qué semejanzas y diferencias tienen los personajes
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(cuál de los cuentos que conocemos tiene más o menos personajes, cuál tiene personajes más o menos
fantásticos) puede construirse en un eje de análisis para las actividades de lectura y de escritura.

Es obvio que la temática que aborda cada tipo de texto varía; sin embargo esto no significa que las
diferencias sean absolutas. Una misma temática puede ser escrita con una función, cierta estructura,
determinado léxico, etc., pero transformarse haciendo, por ejemplo, de una noticia periodística un
relato, de una receta un anuncio publicitario, de una carta un cuento. Esto es lo que se hace cuando, por
ejemplo, se transforma una novela en un guión cinematográfico. Entonces, cada tipo de texto tiene
relativamente ciertas temáticas pertinentes, pero es posible modificar determinados aspectos y hacer
con ellas otros tipos de texto. El análisis de qué se conserva y qué se transforma –de la temática de un
texto – cuando pasa de un tipo de texto a otro es una tarea muy fructífera si se realiza con los niños.

Respecto de las propiedades del sistema de escritura

Comentaré a continuación las propiedades que mencioné en la estructura básica de la planificación.

Sabemos que, antes de iniciar el proceso de aprendizaje de la lectura y la escritura, los niños realizan
trazos similares para dibujar y para escribir. Esta etapa es muy breve cuando los niños tienen ocasión de
interactuar con textos, pero también podemos contribuir a que la supere si trabajamos en la diferencia
entre dibujo y escritura. Si la tarea se centra en identificar dónde dice, tanto al leer como al escribir, los
niños comienzan rápidamente a distinguir las características de los trazos y la organización espacial
94
correspondiente a cada uno de esos dos dominios.

El proceso de aprendizaje del sistema de escritura tiene ciertas características de índole cuantitativa
(cuántas letras lleva una palabra) y cualitativa (cuáles letras lleva una palabra). Los niños tienen al
respecto diferentes hipótesis en cada nivel del proceso – como ya lo hemos visto al inicio de esta primera
parte del libro – de modo que si se toman en cuenta en las situaciones didácticas por realizar, es posible
favorecer el avance del proceso vinculado con cuántas y cuáles letras lleva cada palabra (luego se
presentan ejemplos).

Deseo subrayar que cuando me refiero a direccionalidad del sistema no se trata en absoluto de la
direccionalidad del trazo, sino del sistema de escritura. Lamentablemente, con demasiada frecuencia la
escuela dedica tiempo y energía para lograr que los niños realicen el trazado de las letras en
determinada dirección, como si esto fuera relevante en el proceso de aprendizaje de la producción de
textos. No es así, y esto no constituye nada que merezca la más mínima atención –basta con lograr que
las producciones escritas sean legibles y esto se consigue cuando los niños encuentran sentido y función
social en sus textos (y mejor aún con la computadora)–; al plantear la direccionalidad del sistema de
escritura estoy considerando que hay una convención social: en castellano, de izquierda a derecha y de
arriba abajo. Es pertinente trabajar este aspecto en el aula.

Incluyo los tipos de letra en este apartado porque suele ser una preocupación importante de los
docentes cuando trabajan con niños de las etapas iniciales de la alfabetización. Veamos antes que nada
cuáles son los tipos de letra básicos. Se puede decir que son dos: imprenta y ligada – denominada
también cursiva o manuscrita –, cada uno de las cuales tiene mayúsculas y minúsculas. Un ejemplo sería
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“ESCUELA” y “escuela”, ambas escritas con letra de imprenta, también denominada “script”; la primera
en mayúsculas y la segunda en minúsculas. Ahora: ESCUELA y escuela están escritas ambas con letra
ligada, también la primera en mayúsculas y la segunda en minúsculas, pero la mayúscula de la ligada se
utiliza normalmente sólo para la inicial, es decir; no suele emplearse para todas las letras de una palabra.
Respecto de los usos sociales de las escrituras hechas a mano, éstos difieren de una comunidad a otra;
en México, por ejemplo, se utiliza casi exclusivamente el tipo de letra de imprenta (mayúscula y
minúscula) incluso se escribe a mano un texto, mientras que en Argentina es frecuente usar los dos tipos
de letra (cada una con sus correspondientes mayúsculas y minúsculas) y en España se escribe casi
siempre con la letra ligada para las minúsculas, pero la de imprenta para las mayúsculas.

Esto en cuanto a las costumbres sociales; pero sabemos que cuando los niños que inician el proceso de
alfabetización pueden elegir, optan generalmente por escribir con letra de imprenta mayúscula. De ahí
que en las etapas iniciales de la escolaridad no sólo es conveniente dejarlos que escriban con letras de
imprenta, sino incluso fomentarlo; porque así los niños avanzan más rápidamente en el aprendizaje del
sistema de escritura convencional. Cuando el tipo de letra ya no representa un problema, el niño se
puede centrar con mayor atención en las propiedades del sistema en cuanto tal (lo que minimiza las
dificultades inherentes al trazado). Hoy en día, después de realizar seguimientos prolongados de grupos
escolares – desde los comienzos del jardín de niños hasta la finalización de la escuela primaria – se puede
afirmar con certeza que aunque nunca se haga nada para que cambien el tipo de letra, ni se organicen
actividades específicas para que adopten las costumbres de su medio social, los niños lo hacen
95
espontáneamente entre el final de la etapa preescolar y el inicio del segundo curso de primaria.
Evidentemente no todos lo hacen al mismo tiempo; cada niño comienza a cambiar el tipo de letra que
usa cuando lo considera pertinente y esto ocurre generalmente conforme el sujeto avanza en el
conocimiento de la naturaleza del sistema de escritura. ¿Por qué lo hacen? Porque quieren escribir como
se hace en su medio social, y el tipo de letra utilizado en los textos escritos a mano es uno de los
elementos que caracteriza a dicho medio. De manera que aun si no se hace nada intencional ni
sistemático ni propositivo en la escuela, todos los niños adoptan la manera de escribir a mano que se usa
en su entorno.

La ortografía es, desde luego, una propiedad del sistema de escritura. (Me centraré aquí exclusivamente
en la representación poligráfica de los fonemas: cuándo se usa una letra u otra de acuerdo con la norma
social aunque no se evidencie en la representación sonora de la palabra). Si bien admito su importancia y
considero deseable que todos los niños logren escribir ortográficamente durante la escolaridad primaria,
es una propiedad en la que la escuela pone demasiado énfasis y trata con exclusividad –como la
condición que debe tener un texto–. Discrepo de la postura según la cual la función del maestro es
corregir la ortografía.

Para empezar habría que señalar lo siguiente: todo texto es siempre mejorable y por ello podríamos
decir que siempre está en borrador –incluso cuando ya ha sido publicado–, si por borrador entendemos
el estado de un texto que puede ser retomado y mejorado –y siempre existe esa posibilidad–. La
publicación, o cualquier otra forma de presentación social, representa la etapa en que el autor de un
texto decide que sea utilizado socialmente, pero ello no significa que considere imposible mejorarlo. Por
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eso las reediciones de algunos libros dicen “versión corregida y mejorada” (y no se refieren a la
ortografía). Esto significa que, en cierto sentido, no hay versión definitiva.

Por ello, la función del maestro es contribuir a que los textos de los niños mejoren, y esto incluye
mejoras de todo tipo: lexicales, de estructura, de relación título-contenido, de tiempo verbal, de
coherencia, etc., etc., y también de ortografía. Entonces, de lo que se trata es de priorizar, cada vez que
los niños producen un texto, qué tipo de mejora se desea impulsar y actuar en consonancia con ello.
Pero antes de hacer intervenciones vinculadas con las mejoras posibles, es imprescindible que, en todos
los casos sin excepción, el primer comentario del docente se centre en el significado del texto, en los
aspectos semánticos, porque así los niños irán verificando que en todo texto prima qué se dice ahí.
Además, dicho comentario deberá ser básicamente elogioso. De manera que una vez confirmado qué es
lo más importante –el significado – y tras haber subrayado los logros obtenidos por el autor, podremos
incursionar en las mejoras posibles.

Si se pretende intervenir para mejorar la ortografía, lo fundamental será favorecer en los niños la
reflexión ortográfica. Nunca tachar ni marcar – con lápiz o rotularlo distinto o más notorio del utilizado
por el niño – los elementos no convencionales, ni colocar el que sí corresponda en su lugar, sino
implantar estrategias que contribuyan a que los niños tomen conciencia de los cambios ortográficos
necesarios para adecuarse a la norma. Se pueden hacer comentarios como el siguiente: “Si me permites,
te haré una marquita muy suave con lápiz para que tú veas qué letra hay que cambiar y cuando lo hagas
96 borras la rayita que puse”. Es decir, se devuelve al niño un problema para que lo piense, en vez de una
marca gráfica que afecta deplorablemente su trabajo.

Es habitual que se trabaje en la puntuación en relación con pausas temporales (un punto implica un
intervalo mayo que una coma, un punto y aparte mayor que un punto y seguido), lo cual empobrece
totalmente la riqueza y la complejidad de este aspecto del sistema de escritura y distorsiona su función.
Esto proviene del énfasis que la escuela pone en la lectura en voz alta –como forma habitual de lectura,
cuando no es la más común fuera de la escuela–. Nunca hacemos una pausa ante un signo de puntuación
cuando leemos, cuando leemos en silencio (que es como solemos leer). El ámbito de la puntuación es
rico y complejo; en él, cada autor toma sus decisiones. Indagar, reflexionar, comparar, analizar, cuándo y
por qué utilizar o no un signo, cuándo y por qué utilizar uno u otro, es un tema digno de interés.

En relación con la separación de las palabras es frecuente que los niños empiecen por separar donde no
lo indica la norma, o no separando donde sí se debe dejar un espacio. Este tipo de escrituras suele
aparecer cuando los niños ya han avanzado relativamente en el dominio del sistema de escritura y la
separación empieza a ser un aspecto observable para ellos. En el aula es posible contribuir a que los
niños avancen en este aspecto favoreciendo la reflexión sobre los espacios –dónde no hay letras–; para
ello se puede recurrir a los textos de la biblioteca –libros, revistas, periódicos, diccionarios, etc.–, y ras su
lectura podremos orientar el análisis acerca de esos huecos entre palabras, para propiciar la reflexión
acerca de por qué están en esos lugares.
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y comunicación, y pensamiento matemático

Para trabajar con los niños en las propiedades del sistema de escritura, elegimos sobre cuáles hacerlo en
función de:

 El tipo de texto con el que vamos a trabajar. No seleccionaríamos específicamente puntuación si el


texto es un anuncio publicitario, porque no se suelen utilizar signos de puntuación en los anuncios;
pero sí trabajaríamos los signos de admiración y de interrogación con el cómic, que incluso los coloca
solos dentro de los denominados bocadillos o globos, con lo cual podemos profundizar en el
significado de dichos signos.
Las etapas del proceso de aprendizaje del sistema de escritura en las cuales están los niños del grupo
(con niños que están en las etapas iniciales, si la mayoría realiza trazos indiferenciados y sin control de
cantidad, no sería pertinente plantearse sistematizar la reflexión sobre la ortografía; tampoco lo sería si
con niños que ya producen textos de acuerdo con pautas convencionales nos concentráramos en la
direccionalidad del sistema de escritura).

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y comunicación, y pensamiento matemático

¿CÓMO PLANIFICAR?
BLOQUE V
Sobre la enseñanza del lenguaje escrito… y temas aledaños.
V.4.2
México: Paidós, 2007. Myriam Nemirovsky

¿Cómo planificar?
Esta propuesta de planeación incluye varios momentos sucesivos aunque no son restrictivos ni
excluyentes:

1. Elegimos un tipo de texto.


2. Seleccionamos las propiedades del texto que se trabajarán.

3. Seleccionamos las propiedades del sistema de escritura que abordaremos durante ese periodo.

4. Diseñamos la secuencia didáctica y las situaciones que incluye.

Veamos en qué consiste cada momento y cómo llevarlo a cabo.


PRIMER MOMENTO:

ELEGIMOS UN TIPO DE TEXTO

Antes que nada escogemos el tipo de texto con el cual vamos a trabajar el siguiente periodo –que puede
98 ser de una semana, tres, cinco, o hasta un par de meses-. Aunque la duración siempre es aproximada
porque, como sabemos, dependerá de muchos factores, de todas formas prevemos, por ejemplo, si el
periodo será breve (un par de días) o prolongado (más de un mes).

¿Con qué criterio elegimos un tipo de texto u otro? Los motivos pueden ser múltiples: es el tipo de texto
que en ese momento más deseamos trabajar, o recibimos una variedad de ejemplares interesantes de
un tipo de texto en la escuela: también podemos elegirlo porque cierta propiedad del sistema de
escritura que pensamos trabajar lo hace más adecuado, o porque determinado acontecimiento social
nos lleva a él. Me parece fundamental hacer hincapié en la multiplicidad de razones que nos pueden
conducir a elegir uno u otro; también es posible que confluyan varias y se complementen para la toma
de decisiones.
Digamos entonces que –por ciertas razones- hemos elegido un tipo de texto con el cual vamos a trabajar.
Si se trata del cuento, recopilamos varios cuentos de diferentes tipos y distintas versiones de unos para
leerlos personalmente (lo mismo haríamos en el caso de noticias periodísticas, anuncios publicitarios,
recetas, etc.: recopilaríamos dichos textos específicamente). Porque una cosa es leer un cuento para
pasar un buen rato, para leérselo a otro, para escoger un fragmento, para revisar las características de
un personaje, para analizar qué uso hace el autor de la puntuación, etc., y otra cosa es leer para
organizar el trabajo del aula, que implica hacer un tipo de lectura particular. Como señalé anteriormente,
según el objetivo de la lectura de un texto, ésta variará radicalmente, propiciará que se centre en
aspectos distintos y, por lo tanto, se encuentran en él otros elementos. También ampliamos nuestro
dominio sobre el tipo de texto que nos interesa en particular si leemos bibliografía pertinente que nos
brinda la oportunidad de profundizar en él. Es decir, durante este momento de la planificación
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y comunicación, y pensamiento matemático

intentamos sistematizar nuestro conocimiento acerca de las propiedades del tipo de texto seleccionado
y ampliamos así nuestras posibilidades de diseñar situaciones didácticas vinculadas a éste.

SEGUNDO MOMENTO:

SELECCIONAMOS LAS PROPIEDADES


DEL TIPO DE TEXTO ELEGIDO QUE TRABAJAREMOS

¿Por qué seleccionamos las propiedades del tipo de texto sobre las que queremos trabajar? En primer
lugar, porque si pretendemos abarcar todas podríamos dedicar el año escolar completo del ciclo a
trabajar solamente sobre un tipo de texto y, aun así no sería suficiente. Si por otra parte, no las
seleccionamos, se dificultaría la sistematización del trabajo. Y por último, porque de esta manera
tenemos una guía, una orientación, respecto al tipo de actividades a diseñar. Si hemos elegido el cuento,
podemos seleccionar como propiedades las siguientes: personajes, soporte, autor/es, léxico específico y
relación título – contenido. Cualquier selección que hagamos de las propiedades del tipo de texto que
vamos a trabajar es válida, siempre que podamos sustentarla.
TERCER MOMENTO:

SELECCIONAMOS LAS PROPIEDADES


DEL SISTEMA DE ESCRITURA QUE TRABAJAREMOS
99
En un tercer momento determinamos las propiedades del sistema de escritura sobre las que
trabajaremos durante ese periodo. ¿Puntuación, direccionalidad del sistema de escritura, ortografía,
propiedades cualitativas y cuantitativas de las palabras? Como ya señalé, para seleccionarlas tomamos
en cuenta el tipo de texto elegido y los niveles del proceso de aprendizaje del sistema de escritura en los
cuales están los niños. Hay casos en los que son las propiedades del sistema de escritura las que
determinan qué tipo de texto vamos a trabajar (como cuando elegimos el cómic porque queremos
trabajar sobre los signos de interrogación y de admiración).
CUARTO MOMENTO:

DISEÑAMOS LA SECUENCIA DIDÁCTICA

La secuencia didáctica estará constituida por un amplio conjunto de situaciones con continuidad y
relaciones recíprocas. Para cada propiedad del tipo de texto seleccionada diseñamos varias situaciones
didácticas diferentes y lo mismo hacemos respecto de las propiedades del sistema de escritura,
integrándolas en una secuencia didáctica.

Veamos a continuación a modo de ejemplo, un listado de situaciones didácticas (los ejemplos de


secuencias didácticas están en la segunda parte de este libro).

Ejemplo de situaciones didácticas para trabajar diferentes propiedades del tipo de texto y diferentes
propiedades del sistema de escritura
Tipo de texto: cuento
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Diplomado para maestros de primaria: 2º y 5º grados Planeación y estrategias didácticas para los campos de lenguaje
y comunicación, y pensamiento matemático

Las situaciones didácticas listadas a continuación conforman un muestrario de posibilidades, es decir, no


son para llevarlas a cabo con un mismo grupo de niños ni constituyen una secuencia didáctica, de ahí
que también sea aleatorio el orden en el que figuran. Algunas están diseñadas para niños que inician el
proceso de alfabetización, otras son pertinentes para niños mayores, de ciclos medio y avanzados de
primaria; unas serían adecuadas para niños que aún no han sistematizado ciertas reflexiones sobre el
cuento, otras sería conveniente organizarlas después de realizar algún trabajo didáctico anterior. Por lo
tanto, se trata de un repertorio de opciones entre las cuales cada docente podrá elegir, adecuar, ajustar
y ampliar en función del grupo escolar con el cual trabaje. En particular, las situaciones didácticas
referidas al sistema de escritura suelen ser para niños pequeños y algunas –particularmente las de
reflexión ortográfica- para niños mayores.

Al trabajar sobre el cuento centramos las actividades de lectura en leer cuentos y las actividades de
escritura en escribir cuentos.

CUADRO 2

Propiedades Situaciones didácticas


del tipo de texto
Personajes

 Elaboramos un fichero con los nombres de los personajes de los cuentos que ya
100
conocemos para ir agregando los que conoceremos durante este periodo. Con ese
materia organizamos múltiples situaciones: clasificamos las tarjetas con base en
diferentes criterios, recordamos las principales características de los personajes,
mencionamos alguna intervención decisiva que hayan tenido en los respectivos
cuentos, comentamos qué sentimos respecto cada uno.

 Hacemos listas de los personajes de varios cuentos (tanto publicados como


escritos por los niños) y analizamos en cuáles de ellos hay más personajes o
menos, en cuáles hay personajes que son animales, que son niños o niñas, que son
personajes fantásticos, que se mueren, que nacen, que se transforman.

 Analizamos diferentes versiones de un mismo cuento y vemos si aparecen los


mismos personajes y si mantienen sus características.

 Discutimos acerca de las características de los personajes. En grupos pequeños los


niños analizan qué cualidades les gustan más o menos de cada uno de los
personajes de un cuento, cuál cambiarían –sin que por eso cambie el cuento-, qué
características de un personaje quitarían y por qué. Hacemos luego un listado a
dos columnas: los personajes que se conservaron tal como estaban en el cuento y
los que sufrieron más propuestas de cambios. Analizamos las causas posibles de
cada caso.
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y comunicación, y pensamiento matemático

 Buscamos la frecuencia de aparición de cada personaje en el cuento y su papel, así


podremos elaborar listas de personajes por orden de importancia. De esta forma
trabajamos los personajes protagónicos y los secundarios.

 Dibujamos personajes de cuentos de todas las formas en que nos los imaginamos.

 Organizamos dramatizaciones en la que, haciendo lo mínimo posible (sólo con


gesto o con poquísimas intervenciones verbales), representamos un personaje
para que los demás adivinen de qué personaje se trata.

Soporte

 Clasificamos los libros de la biblioteca en cuentos y no cuentos (discutimos acerca


de cuándo el soporte es suficiente para establecer la distinción y cuándo hay que
leer un fragmento del texto para hacerlo).

 Analizamos qué datos aparecen en el soporte del cuento.

 Comparamos los diferentes tipos de soporte de los cuentos, distinguimos las


colecciones, las antologías, los cuentos individuales.

 Discutimos qué tipo de portada llevará el libro de cuentos que elaboramos entre
todos, cómo será el diseño, qué habrá entre la portada y la primera hoja del
101
cuento; resolvemos problemas de paginación, índice, etcétera.

Autor/a
autores/as
 Buscamos datos biográficos de los autores de los cuentos.

 Organizamos un fichero de cuentos por autor.

 Recopilamos diferentes versiones de un mismo cuento y analizamos quién hizo la


primera y cómo surgieron las demás (por creación, por recopilación de transmisión
oral), quiénes hicieron las otras versiones, cuando aparecieron las diferentes
versiones.

 Conjeturamos después de leer un fragmento de un cuento, la época del autor.

 Buscamos similitudes entre los cuentos escritos por un mismo autor.

 Analizamos la importancia de poner los nombres de los niños cuando escriben sus
propios cuentos, para que aparezca en cada caso el nombre del autor respectivo.

Léxico

 Leemos un mismo párrafo en dos versiones del mismo cuento y analizamos cuál es
más bello lexicalmente, es decir, cual es más literario.
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y comunicación, y pensamiento matemático

 Discutimos qué palabras de un fragmento podrían parecer más propias de un


cuento.

 Intentamos sustituir palabras, si lo consideramos conveniente, para que sea más


estético, y determinamos en qué casos sería más adecuada cada propuesta de
sustitución.

 Listamos palabras prototípicas de los cuentos.


Relación
título-contenido
 Anticipamos, a partir del título de un cuento, cuál puede ser el contenido.

 Proponemos, a partir del contenido, cuál puede ser el título de un cuento.

 Buscamos los títulos de los cuentos que nombran a los personajes protagónicos o
que se refieren a ellos aunque no se por su nombre.

 Analizamos qué aspectos o elementos del cuento suelen tomarse en cuenta en el


título.

 Listamos títulos de cuentos y analizamos sus diferencias y semejanzas.

102
CUADRO 3

Propiedades Situaciones didácticas


del sistema
de escritura
Propiedades
cuantitativas
y cualitativas
Con el fichero de los nombres de los personajes, comparamos:

 Los que tienen más letras y los que tienen menos.

 Los que empiezan o terminan con las misma letra.

 Los que comparten inicial con los nombres de los niños de la clase.

 Los que tienen las misma letra en medio.


Separación
entre palabras
 Con el mismo fichero, agrupamos los nombres simples y los compuestos.

 Analizamos los títulos de los cuentos que hemos leído, comparamos si tienen más o
menos palabras, las contamos y observamos cómo sabemos dónde empieza y termina
cada una.
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 Fotocopiamos un párrafo de un cuento ya trabajado y, en parejas, pintamos los


huecos entre palabras. Confrontamos si todos encontramos la misma cantidad y
discutimos las causas.

 Ante un párrafo de un cuento que estamos escribiendo en la pizarra –como escritura


colectiva-, proponemos sustituir una palabra por otra que consideramos más
pertinente para ese caso y nos preguntamos desde dónde hasta dónde tenemos que
borrar.
Direccionalidad
del sistema
de escritura
 En cada equipo escogemos un cuento y utilizando la portada, pedimos señalar dónde
se empieza a leer y en qué dirección. Contrastamos hipótesis.

 Escribimos en la pizarra algún párrafo del cuento con el que vamos a trabajar; al
terminar la primera línea nos preguntamos dónde continuamos escribiendo.

 Después de leer un cuento retomamos la portada del libro y repetimos la lectura del
título, debatimos dónde dirá eso, dónde se empieza a leer y hacia dónde se sigue.

 Cuando escribimos una lista de personajes en la pizarra, trazamos la primera letra del 103
nombre de alguno de los personajes y preguntamos dónde ponemos la segunda letra
(señalando a la derecha, a la izquierda, arriba y abajo de la anterior).

 Cuando vamos a escribir, por parejas, el título de un cuento (abajo pondremos la lista
de los personajes correspondientes y luego contrastaremos dichas listas entre todos),
planteamos si comenzamos en el extremo de la derecha o de la izquierda de la hoja.
Ortografía

 Escribimos en la pizarra, por ejemplo, “gigante” –como uno de los personajes que
aparecen en el cuento que estamos analizando- e indagamos si va con g o con j,
dónde y por qué. Orientamos el diálogo hacia otros casos conocidos donde a la g le
corresponde a veces un sonido y a veces otro. También buscamos ejemplos referidos
a la j y discutimos si le corresponde siempre el mismo sonido o no.

 Después que los niños escriben en sus hojas, según sus criterios, los nombres de los
personajes del cuento por orden de importancia, hacemos una puesta en común para
ver si los criterios coinciden. Posteriormente centramos el análisis en los aspectos
ortográficos: vemos si todos los niños escribieron dichos nombres con la misma
ortografía en ambos casos –y tomando ejemplos tanto de escrituras convencionales
como no convencionales- orientamos la discusión a indagar cuál consideran que es la
escritura convencional y por qué. Planteamos luego, como problema, qué podemos
hacer para verificarlo, intentando identificar las posibles fuentes de información
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y comunicación, y pensamiento matemático

ortográfica: el propio cuento leído, el diccionario, otros sujetos de la escuela o de la


familia, etcétera.

 Clasificamos los nombres de los personajes de cuentos que presentan dificultad


ortográfica y los que no.

 Escribimos una lista de los títulos de los cuentos analizados en el último periodo, para
comentar semejanzas y diferencias. Luego analizamos cuántas veces aparece la h
cuántas veces la u y cuántas la b, entre otras e intentamos hallar explicación a los
diferentes casos.

Se trata de que las situaciones didácticas estén centradas en leer y en escribir, en reflexionar,
cuestionarnos, discutir y avanzar en el dominio del lenguaje escrito, en ese caso, a través del cuento. Hay
que tener presente que las situaciones referidas a las propiedades del sistema de escritura siempre se
diseñarán en función del tipo de texto con el cual estemos trabajando. Así, el tipo de texto es un eje
organizador de las situaciones didácticas.

104
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LA EVALUACIÓN DEL PROYECTO DISEÑADO BLOQUE V


María Laura Galaburri V.4.3

La evaluación del proyecto diseñado*

La finalidad esencial de la evaluación es reorientar la enseñanza con el fin de asegurar que los alumnos
avancen como lectores y escritores.

La propuesta didáctica que estamos adoptando supone constituir la evaluación dentro del proceso
pedagógico y no separada de él. Así, la evaluación se relaciona con la situación didáctica en la que el
aprendizaje se produce y con la relación didáctica que se establece.

Evaluar es volver sobre nuestra propia práctica con la finalidad de reconsiderar las decisiones que hemos
tomado. Es hacer de la tarea docente una profesión que asume la responsabilidad de la enseñanza y que
está atenta a no reproducir acríticamente las tradiciones o las propuestas innovadoras.

Esto lleva a reconstruir la experiencia realizada, volver a mirar lo que ha sucedido en el aula con el fin de
identificar aquello que se ha podido concretar y desarrollar, reconociendo las tensiones o
contradicciones que se han generado (Gloria Edelstein, 1995).
105
Lleva también a reconstruirse a sí mismos como docentes, reconsiderar las intervenciones, las decisiones
que se han tomado en el diseño del proyecto y las que se han tenido que tomar durante el transcurso del
mismo.

Lleva a reconstruir los supuestos acerca de la enseñanza del lenguaje escrito que están en la base del
proyecto diseñado y de las acciones que efectivamente ocurrieron.
Para ello, es necesario recurrir a la reflexión individual y compartirla con otros para que ayuden a
descubrir nuevas visiones de los hechos y de las personas. Así se enriquecerá la propia mirada.

Podemos decir que, desde este lugar, evaluar significa considerar:

• La situación didáctica diseñada para el docente.

• El proceso llevado a cabo por el niño como resultado de la interacción entre lo que la situación
didáctica le plantea y lo que él aporta al aprender.

• El contexto institucional en el cual se da la enseñanza.

La situación didáctica diseñada

Evaluar la situación didáctica es considerar la forma de relación que el docente planteó entre los
alumnos y los contenidos escolares con el propósito de que éstos construyan conocimientos sobre los
contenidos propuestos.

*
En La enseñanza del lenguaje escrito. Un proceso de construcción, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2000, pp. 127-134.
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Es importante tener en cuenta la toma de distancia que supone e impone la reflexión. Sin esta toma de
distancia, el docente puede convertirse en objeto de la evaluación y no es esto lo que ayuda a
reconsiderar la tarea de enseñanza.

Recuperar tanto las experiencias positivas como las que no consideramos satisfactorias y analizar los
motivos permite volver sobre lo ya hecho, sobre lo que ya se ha dado por terminado, ya no para
modificar lo realizado sino para "modificar la comprensión" sobre las relaciones que pudimos establecer
dentro del aula. Esto puede llevar a reconstruir la propuesta didáctica y diseñar desde ella un nuevo
proyecto u otra modalidad de enseñanza que permita el avance en el aprendizaje de los alumnos.
Puede evaluarse, por ejemplo, que la propuesta de reescribir para la radio las noticias
seleccionadas del diario hizo que la voz del periodista -como voz impersonal, anónima,
realizada en tercera persona- se pusiera en juego como contenido en acción. Esto es, los
alumnos han usado la tercera persona como marca impersonal para responder a la
situación de escritura, pero no han reparado en el conocimiento producido, no se ha
convertido en objeto de reflexión, por lo tanto no estamos seguros de su reutilización en
otra ocasión.
Podamos preguntarnos ¿cómo generar la reflexión sobre ese contenido para que pueda
ser identificado y se organice e integre a los otros saberes? ¿Cómo constituir la situación
106 didáctica de manera que la elección de la voz del periodista sea un problema para ellos?
Experiencias anteriores con otros alumnos nos llevan a reparar en lo siguiente: cuando el
grupo escribió textos periodísticos en los que tenía que dar cuenta de acontecimientos en
los que estaba implicado (una crónica sobre el desarrollo de una actividad escolar), el
"nosotros" era la marca constante de sus escrituras. Daba cuenta de su participación en el
hecho.
Si colocarlos en el lugar de periodistas que relatan los hechos en los que están implicados
podría generar la reflexión que buscamos era una hipótesis viable, había que cambiar las
condiciones didácticas en las que la situación de escritura se presentaba.

Entonces, el proyecto de escritura siguiente se centraría en la producción de un texto pe-


riodístico que diera cuenta de un hecho en el que ellos se implicaran: el campamento que
iban a realizar. El "ellos" -representado por "los alumnos de 6° C.."- o el "nosotros" podría
presentarse en las escrituras de los alumnos. Sería posible la reflexión sobre la voz del
periodista a adoptar y la discusión sobre los efectos que generaría en el lector la decisión
que tomasen. La evaluación de la nueva situación didáctica generada permitirá
considerar si esta decisión promovió lo esperado.
Como puede apreciarse, al evaluar el proyecto diseñado es necesario que el docente pueda mirar lo
sucedido en el aula situándose en el lugar de alguien que fue testigo de lo que allí ocurrió. Es un lugar
semejante al que ocupa el escritor cuando revisa su texto. Tiene que leerlo descentrándose del lugar de
autor para colocarse en el lugar del lector potencial. Tiene que leerlo como si él no lo hubiera escrito.
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Esta toma de distancia entre el autor y su texto lo ayuda a construir un campo de conocimientos que le
permite reorientar la escritura. De la misma manera, la toma de distancia entre el docente y la situación
didáctica en la que él participó lo ayudará a construir un campo de conocimientos que reorientará su
propuesta didáctica.
Desde esa posición es posible que considere las condiciones que ha creado para que el aprendizaje de los
alumnos avance y para promover las diferentes interacciones involucradas en el proyecto.

Por ejemplo:

• La situación planteada ¿fue realmente un "problema" para los alumnos? ¿Posibilitó la reconstrucción
de sus conocimientos estableciendo nuevas relaciones o modificándolos?

• ¿Se planteó de manera abierta permitiendo al grupo resolverlo de diferentes formas, utilizando sus
propias estrategias?

• ¿Qué condiciones de la práctica social de escritura o de lectura se han podido reproducir en el aula?

• ¿Qué problemas de los anticipados pudieron enfrentar los alumnos?

• ¿Qué contenidos pudieron convertirse efectivamente en objeto de reflexión? ¿Los mismos alumnos
los convirtieron en observables o el docente tuvo que plantearlos? ¿Cómo se ha procedido?

• ¿Se generó discusión e intercambio? ¿Qué fue lo que lo favoreció? 107


• ¿Qué cambios tuvieron que hacer sobre lo previsto y en función de qué fueron hechos?

• Las situaciones de lectura y de escritura ¿resultaron suficientes y pertinentes en función de los


propósitos propuestos? ¿Se otorgó el tiempo necesario para que los alumnos revisaran sus textos?
¿Se diseñaron situaciones en las que tuvieran la oportunidad de confrontar con sus compañeros o con
el texto las interpretaciones construidas a través de la lectura?

• Las modalidades de trabajo elegidas -individual, grupal o colectiva- ¿resultaron adecuadas para el
sentido de cada situación?

• ¿Cómo se evalúan las intervenciones didácticas en los diferentes momentos del proyecto? ¿Fueron
adecuadas? ¿Permitieron el avance en la reconstrucción del contenido sobre el cual están trabajando
los alumnos?

• ¿Se posibilitó la reflexión sobre lo realizado y sobre las decisiones que los alumnos han tomado?
Esta revisión -que de ningún modo se propone como un formulario a responder sino como posibles
aspectos a considerar- puede constituir la toma de conciencia de las condiciones didácticas que se han
podido generar y sostener durante la implementación del proyecto. Evaluar los aprendizajes de los
alumnos sin considerar las condiciones didácticas en las que éstos se produjeron puede llevarnos a errar
el rumbo hacia el mejoramiento de la enseñanza.
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El proceso llevado a cabo por el niño

En el marco de la propuesta didáctica que sostenemos, la evaluación del proceso llevado a cabo por el
niño es el resultado de la interacción entre lo que la situación didáctica le plantea y lo que él aporta al
aprender. Así, idénticas situaciones didácticas generarán efectos diferentes en los niños. Es preciso
aceptar que lo que puede representar un verdadero problema para unos puede no serlo para otros,
habrá variaciones individuales en los resultados que se obtengan... Considerar al grupo de alumnos
implica aceptar su diversidad y sus diferentes historias en relación con el lenguaje escrito y con la
escuela.
Por otro lado, es importante propiciar la participación de los alumnos en el proceso de evaluación para
ayudarlos a tomar conciencia de su aprendizaje.

La evaluación tiene que permitirnos establecer cuáles fueron los progresos en el aprendizaje generados
a través del trabajo didáctico realizado. Para ello, es un principio esencial focalizar la evaluación en el
proceso desarrollado por los niños. Es decir, dirigir la mirada hacia los progresos en relación con lo que
fue considerado como contenido de enseñanza.

Investigaciones didácticas han puesto en evidencia: Que lo que los chicos habían aprendido acerca de la
escritura se reflejaba mucho más en las discusiones que sostenían en clase que en los textos en tanto
productos. Los textos también mostraban -por supuesto- que los chicos habían aprendido mucho, pero
108 siempre daban una visión mucho más parcial del aprendizaje que la que podía obtenerse al leer en los
registros de clase las discusiones de los niños durante el proceso de revisión de estos textos" (D. Lerner,
1997).
¿Qué criterios utilizaríamos para determinar los progresos realizados por los niños al comparar sus
producciones y desempeño con lo que eran capaces de hacer ellos mismos en momentos anteriores?

Cuando las prácticas de la lectura y de la escritura son consideradas como objeto de enseñanza, es
necesario observar, "tomar nota", registrar, buscar datos que nos permitan ver:

• Cómo proceden como lectores o productores de textos.

• Qué características de los textos van poniendo en acción, cuáles se van convirtiendo en
herramientas para el control de los textos que producen o para la construcción de su significado y
cuáles aún no son tenidas en cuenta o requieren un nuevo abordaje en otra situación.

• Qué aspectos del sistema de escritura van considerando, cuáles de ellos han podido convertir en
objeto de reflexión, a qué conclusiones provisorias han ido arribando.

• Cómo han progresado en autonomía en la lectura y la escritura.

A partir de la evaluación que realicemos, tanto de la situación didáctica diseñada como de los
aprendizajes de los alumnos, se podrá establecer qué nueva situación es posible planificar, de manera
que el conocimiento provisorio construido pueda volver a ponerse en acción.
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Es así como la evaluación del aprendizaje de los alumnos posibilita reorientar la enseñanza -a partir de
los datos que recoge el maestro para revisar su tarea- y reorientar el aprendizaje -a partir de los datos
que recoge el alumno para retomar o reafirmar lo aprendido.

El contexto institucional
Si pretendemos abordar este aspecto es porque no puede separarse del análisis que se realice, ya que
tenerlo en cuenta es considerar el contexto en el que la enseñanza y el aprendizaje tuvieron lugar.

En especial queremos referirnos a la toma de conciencia acerca del lugar que ocupa la evaluación en las
instituciones educativas.
La actividad evaluativa en los marcos institucionales ha puesto en evidencia históricamente la
problemática del poder y del control, en diferentes ámbitos: áulico, institucional y social. Si la evaluación
se convierte en una presión modeladora de la práctica de enseñanza, si sirve como vía para sancionar el
progreso de los alumnos determinando la promoción, resulta difícil poner en el centro la propuesta
didáctica y hacer de la evaluación una herramienta del conocimiento.
En ocasiones se observa que la enseñanza se realiza en un clima de evaluación constante que comunica
criterios internos de calidad en los procesos por realizar y en los productos esperados. En estas
condiciones, es difícil distinguir los procedimientos efectuados como función evaluadora -en los términos
que la hemos definido- de los realizados con intención sancionatoria.
109
Es así como los alumnos aprenden a ser evaluados, aprenden el "oficio de alumno", aprenden las reglas
del juego. Pueden no entender para qué el nuevo maestro les pide que revisen su texto si al final él va a
ser el que los corrija y dictamine qué está bien y qué no. Puede no entender por qué dedicaron más de
dos meses a la escritura de cuentos y luego en uno de los ítems de la evaluación de lengua se les
propone que escriban un cuento en menos de lo que dura una hora de clase. Sin embargo, entienden
que así son las reglas del juego que en ocasiones se les plantean y no aceptarlas implicará una dificultad
para su promoción.

Tomar conciencia de esto nos lleva a retomar el significado de la evaluación y generar procesos
reflexivos respecto de la propia práctica.

Sabemos que éstas no son opciones que puede elegir el maestro de manera solitaria y, a veces, no son
opciones que puede elegir la institución escolar. Como dijimos anteriormente, es necesario recurrir a la
reflexión individual y compartirla con los otros docentes y equipo directivo para ayudarse a descubrir
nuevas visiones de los hechos y de las concepciones que se busca sostener. De esta manera, podrá
encontrarse una alternativa que lleve a no reproducir acríticamente la función de la evaluación como
presión modeladora de la propuesta didáctica, como una manera de controlar desde afuera el proceso
tanto de enseñanza como de aprendizaje que ocurre dentro de las aulas.
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Evaluar la propuesta didáctica

Evaluar es realizar un análisis de las acciones didácticas desde un marco teórico determinado. La
propuesta didáctica que estamos construyendo y que ha orientado las decisiones necesita ser
reconsiderada.
Cuando se ha optado por un proceso didáctico que propone a los alumnos reflexionar sobre los
contenidos a partir de los problemas que les presenta el lenguaje escrito mientras escriben o leen, es
preciso volver sobre nuestras concepciones sobre:

• Enseñanza.

• Aprendizaje.

• Lectura y escritura.

• La transformación que opera en las prácticas sociales de lectura y escritura al considerarlas como
contenidos de enseñanza.

• El contrato didáctico a establecer.

• Las condiciones didácticas a crear en el aula.

• Las formas de organizar la enseñanza.


110
• Evaluación.

Desde estas concepciones es posible comprender las razones por las cuales las acciones didácticas han
favorecido o no el avance de los alumnos como lectores o escritores. Es así como no será posible
mantener una propuesta didáctica en el primer ciclo que se proponga sólo la lectura fluida por parte de
los alumnos. Si bien éste es un desafío fundamental en el primer tramo de la escolaridad, lector no es el
que puede sonorizar un texto sino el que puede recurrir a la lectura para resolver los problemas que se le
presentan -sea la búsqueda de información, sea el conocer la historia narrada, sea el querer compartir
con otros los acontecimientos de su comunidad-. Sólo en el contexto de situaciones genuinas, los
alumnos pueden aprender a desempeñarse como lectores. Entonces, esa propuesta didáctica podrá
reformularse revisando, en primer lugar, los propósitos de la formación de lectores y las prácticas de
lectura que están sosteniendo las situaciones diseñadas.

La finalidad es:

• Consolidar el proceso de construcción de la propuesta didáctica que hemos iniciado.

• Realizar las transformaciones que consideremos necesarias, ya sea en un sentido particular o


general.

Es así como esta revisión puede constituir la toma de conciencia sobre la propuesta didáctica que se ha
podido generar, los aspectos que puede consolidar y aquellos que se está en condiciones de transformar.
De esta manera, se abrirá la posibilidad a nuevas búsquedas y replanteos que dirijan las próximas
decisiones.
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Preguntarnos por ejemplo:

• ¿Qué propósitos dirigieron nuestras acciones?, ¿cómo se relacionan con los propósitos que nos
habíamos planteado?

• ¿En qué momentos nos fue útil recurrir a la práctica social de lectura o escritura -existente en el
afuera de la escuela-, para tomar decisiones que ayuden a resguardar su sentido?

• ¿El dominio del conocimiento a enseñar fue suficiente como para distinguir qué necesitaban
aprender los alumnos y para poder diseñar las situaciones didácticas que les permitieran
aprenderlo? ¿Fue suficiente el conocimiento acerca de cómo aprenden los niños para poder
observar qué problemas enfrentaban mientras leían o escribían textos?

• ¿Se tuvo en cuenta la historia de lectura o de escritura de los alumnos al diseñar el trabajo en el
aula? ¿Se tuvieron en cuenta las estrategias o contenidos que ellos ponen en acción mientras leen
o escriben? ¿Se pudo anticipar qué contenidos podrían convertirse en objeto de reflexión, es decir,
ser problema para ellos?

• Frente a la naturaleza del conocimiento a enseñar, ¿realmente se le ha considerado como un


conocimiento complejo y provisorio?, es decir, ¿se ha presentado el lenguaje escrito con toda su
complejidad o se lo ha desmenuzado en partes para poder enseñarlo?, ¿se ha pretendido que los
alumnos alcancen el conocimiento correcto o se les ha permitido realizar aproximaciones que
111
resulten de la reconstrucción de sus conocimientos anteriores?

• Las intervenciones previstas ante los problemas anticipados como posibles de convertirse en objeto
de reflexión, ¿fueron las adecuadas o se tuvieron que considerar otras?

• ¿Qué problemas de organización de la clase no fueron previstos y cuáles formas de organización


previstas fueron efectivas?

Teniendo en cuenta que un acto de voluntad del maestro no es suficiente para devolver a los niños el
derecho a construir el conocimiento en el marco escolar, ¿se pudo lograr que la corrección, por ejemplo,
dejara de ser una función privativa del docente y pasara a ser compartida por maestro y alumnos?, ¿se
pudo delegar provisoriamente el control del trabajo que implicaba el proyecto para que los alumnos
asumieran su compromiso para con la tarea y con su propio aprendizaje?

Cuando existe un marco institucional que favorece el trabajo con proyectos de aula, maestros y
directivos participan en su planificación y se abre un espacio de reflexión conjunta para el diseño,
implementación y evaluación de dicho proyecto, es más probable que los docentes avancemos en el
proceso de construcción de una propuesta didáctica.
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y comunicación, y pensamiento matemático

EVALUACIÓN: Concepto, Tipología y Objetivos


María Antonia Casanova. BLOQUE V
Casanova. M. A. (1998), La evaluación educativa, México, Muralla-SEP (Biblioteca del Normalista), V.4.3
pp.67-102.

Evaluación: Concepto, tipología y objetivos


EL CONCEPTO COMO BASE DE LA ESTRATEGIA DE ACTUACIÓN

Como ya quedó indicado en el capítulo 1 al hablar, en general, sobre la evolución del concepto de
evaluación, éste se ha ido transformando y ha ido incorporando nuevos elementos a su definición según
se ha profundizado en su sentido, sus aplicaciones y las virtualidades que ofrece en los diferentes
ámbitos de aplicación, que también han quedado señalados.

Ciñéndonos a los procesos de enseñanza y aprendizaje y, más en concreto, a la evaluación de los


aprendizajes que alcanza el alumnado, la concepción de la misma también ha variado con el paso del
tiempo y el avance en las teorías de la psicología evolutiva y la psicología del aprendizaje.
Desde sus comienzos, la evaluación aparece influida por su procedencia del campo empresarial. Por eso,
al igual que los empresarios miden cuantitativamente los resultados de su producción, en el campo
112 educativo se pretendió medir el progreso del alumno cuantificando lo aprendido. Ello hace que se
equipare a "medida" y que durante muchos años (demasiados, ya que en ocasiones llega hasta nuestros
días) lo que se intente al evaluar es medir la cantidad de conocimientos dominados por los alumnos. Las
cabezas bien llenas a las que aludía Montaigne han resultado objeto principal de la evaluación de
aprendizajes. La aparición de los tests y las escalas graduadas a principios del presente siglo3,
absolutamente cuantificadas y automáticamente aplicables, contribuyeron a dar carta de naturaleza a
esta concepción evaluadora. Pedagogos prestigiados y con una absoluta profesionalidad y categoría
educativa, adoptan durante largo tiempo este concepto, aun intentando claramente que su incidencia no
resultara negativa para la formación de los niños o jóvenes, ya que el examen como única prueba y el
número como expresión del resultado se prestan, sin duda, a numerosas arbitrariedades y a faltas de
rigor en su aplicación; amparándose, además, en la aparente objetividad del número para encubrir su
improcedente modo de valorar. La cita que reproduzco a continuación, de Alejandro Galí (1934, 34 y 37),
es expresiva de esta situación, en exceso generalizada: "Otros sistemas de control también equívocos,
son las puntuaciones y los exámenes. En el primero de dichos sistemas se han hecho verdaderas
filigranas de combinación y cálculo que tienen toda la apariencia de una determinación objetiva de
conocimientos. Nada más lejos de la realidad. Hay que tener presente que la base de cálculo de las
puntuaciones son las notas dadas por los maestros de una manera fundamentalmente arbitraria, no

3
Rice es el primer psicólogo que aplica una prueba formal para medir la ortografía de 30.000 escolares (1897-1898) y Thorndike elabora la
primera escala graduada para "la escritura a mano de los niños" en 1909, que se publica en 1912. Siguieron los tests y escalas de Courtis, Ayres,
Hillegas, Buckingham y otros, sobre materias tales como aritmética, escritura, composición y ortografía. Paralelamente, en 1905 aparece la
escala de inteligencia Binet-Simon, revisada en 1908 y 1911, con el concepto de edad mental (versión de 1908). Su adaptación a Estados Unidos
data de 1916, escala de inteligencia Stanford-Binet, cuya versión de Terman -que incorpora el concepto de cociente intelectual- es la más
aceptada y difundida.
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como pudiera suponerse por mala fe, sino por falta de elementos de referencia fidedignos. ¿Por qué una
lección o un ejercicio vale siete puntos, y no ocho o seis; ¿Es que el maestro puede dar fe de un exacto y
positivo trabajo de contraste improvisado en un instante? (...) En este siete o en este ocho que se
quieren adjudicar con tanta sensatez y justicia influyen, a despecho de uno mismo, mil circunstancias de
temperamento personal, variable a cada momento que pasa, y mil aspiraciones y tendencias latentes
que atraen y repelen los puntos del mismo modo que el polo magnético la aguja imantada. (... ) Los
exámenes, aún más que las puntuaciones, pueden dar una errónea sensación de objetividad. De ellos se
puede decir como de aquel famoso individuo que, de no ser borracho, jugador, pendenciero y holgazán,
hubiera sido una excelente persona". No obstante, téngase en cuenta que, a pesar de estas reflexiones,
la obra de Galí se titula La medida objetiva del trabajo escolar. En la misma obra se observa claramente
esa influencia empresarial trasvasada a la educación en algunas de sus expresiones: "El maestro puede
decirse que no ha dado un paso en el deseo de precisar las ganancias de su negocio, tan apreciable al
menos como el del comerciante" (1934, 29).

En fin, que la "evaluación" (término y concepto de aparición reciente en el campo de la pedagogía, pues
los trabajos datan de este siglo, como antes ha quedado apuntado) ha sido interpretada como sinónimo
de "medida" durante el más largo periodo de la historia pedagógica, y es en los tiempos actuales cuando
está variando su concepción, en función de los avances que experimentan las ciencias humanas, las
concepciones diferentes que se poseen en relación con la formación de la persona y con los modos
peculiares que ésta tiene de aprender; evidentemente, por último y desde una óptica estrictamente 113
educativa, con la intencionalidad clara de aprovechar al máximo la evaluación para optimizar los
procesos educativos.

En la actualidad se hace patente una divergencia entre los conceptos de evaluación que se manejan a
nivel teórico y la práctica real en las aulas. Creo que una buena parte de los profesionales que nos
dedicarnos a la educación estamos de acuerdo en la necesidad de incorporar a los procesos de
enseñanza un modelo de evaluación cualitativo, que sea capaz de ofrecer datos enriquecedores acerca
del desarrollo del alumnado y no sólo de los resultados que obtiene a través de medios no precisamente
muy fiables, como más adelante comentaremos y que ya anticipaba Alejandro Galí. Como consecuencia,
una evaluación que constituya un elemento curricular más y que ayude a mejorar todo tipo de
aprendizajes. Esta postura se hace palpable en las obras de muchos autores que así lo ponen de
manifiesto (Weiss, R.S. y Rein, M., 1972; Parlett, M. y Hamilton, D., 1976; Guba, E.G., 1978; Fernández
Pérez, M., 1988; Rosales, C., 1990; Santos Guerra, M.A., 1993) y en el intercambio de opiniones y
experiencias con numerosos profesores. No obstante, parecen existir dificultades importantes para llevar
a la práctica ese modelo de evaluación, bien sean éstas por la exigencia de cambio de mentalidad que
implican, por la presión que el modelo social ejerce sobre el educativo o por la necesidad de otras
modificaciones estructurales y organizativas del sistema escolar que no se producen y que favorecerían
su adecuada aplicación.
El problema de su incorporación al quehacer en el aula proviene, precisamente, de que no supone sólo
adoptar un nuevo concepto de evaluación, estar de acuerdo con él en un plano meramente intelectual,
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sino que implica cambiar las prácticas que se llevan a cabo en las aulas e invertir, en muchos casos, sus
valores. Los alumnos estudian para aprobar. Los profesores enseñan para que sus alumnos superen las
evaluaciones. Lo que tiene valor real en la enseñanza es lo que se evalúa; de lo contrario, nadie lo tiene
en cuenta. Las familias se preocupan de la situación de aprendizaje de sus hijos cuando éstos reprueban.
En fin..., serían innumerables los ejemplos que avalan la importancia -erróneamente entendida- de la
evaluación en los procesos de enseñanza y aprendizaje y cuyo sentido resultaría imprescindible
modificar para que esa importancia le viniera dada por su contribución a la mejora de esos mismos
procesos y de sus resultados, como consecuencia de una aplicación correcta y formativa. La evaluación
es importante, pero no como elemento de poder o de mantenimiento de la disciplina, no como
instrumento para la promoción u obtención de un título, no como exclusivo factor de comprobación de
lo que se "aprende", nunca como fin de la educación (que es lo que resulta ser en muchos casos para
demasiados alumnos, profesores, padres o directivos). No se enseña para "aprobar". Se enseña y se
aprende para alcanzar una plena e integral formación como persona. Y a ese objetivo fundamental debe
contribuir toda la organización del sistema educativo institucional. También debe hacerlo la evaluación,
como elemento central de los procesos reales de enseñanza que ocurren cada día en la comunicación
entre jóvenes y adultos y que, como comprobarnos antes en una somera enumeración de ejemplos
comunes, llega a desfigurar las metas y el camino que en principio conforman el proceso educativo.

Las definiciones que ahora se manejan de evaluación son muy similares, pues, como antes decía,
114 teóricamente existe una gran coincidencia acerca de su papel en la educación. No obstante, voy a
formular el concepto de evaluación del que parto, porque es la base en la que nos apoyaremos para
desarrollar, a continuación, su estrategia de aplicación, si bien especificando más adelante la diferente
tipología evaluadora con la que es posible contar y que, según las situaciones, será más o menos útil.

La evaluación aplicada a la enseñanza y el aprendizaje consiste en un proceso sistemático


y riguroso de obtención de datos, incorporado al proceso educativo desde su comienzo, de
manera que sea posible disponer de información continua y significativa para conocer la
situación, formar juicios de valor con respecto a ella y tomar las decisiones adecuadas
para proseguir la actividad educativa mejorándola progresivamente.

Como es evidente, en la misma definición ya estamos orientando la evaluación y su modo de desarrollo


hacia los procesos y su funcionalidad formativa.

Si conceptualizáramos la evaluación de un modo más general y para cualquiera de las funciones que
puede desempeñar en el campo educativo, se podría definir como una obtención de información
rigurosa y sistemática para contar con datos válidos y fiables acerca de una situación con objeto de
formar y emitir un juicio de valor con respecto a ella. Estas valoraciones permitirán tomar las decisiones
consecuentes en orden a corregir o mejorar la situación evaluada.

En este segundo planteamiento, la evaluación aplicada puede ser puntual y sumativa, con el único
objetivo de contrastar el conjunto de informaciones alcanzadas con los criterios referenciales de
evaluación; es decir, con la finalidad de comprobar lo conseguido o su mayor o menor mérito ante lo
que se pretendía en el proyecto inicial.
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Así, vemos que el concepto de evaluación del que se parta condiciona el modelo de desarrollo de la
misma, pues si su meta y su funcionalidad son eminentemente formativas, todos los pasos que se den
para ponerla en práctica deben serlo igualmente. Es decir, el planteamiento debe incidir en los fines que
se pretenden e incorporar al proceso a todos los implicados en la realización o afectados por los
resultados que puedan aparecer; las técnicas e instrumentos que se determinen y seleccionen o
elaboren deben contribuir también a la mejora del proceso evaluado; el informe final y las decisiones
que se tomen colaborarán a su positiva aceptación por parte de los destinatarios y éstos, del mismo
modo serán todos los interesados e integrantes de las actividades o situaciones evaluadas. Por el
contrario, si la finalidad de la evaluación es sumativa, tanto el planteamiento inicial como las técnicas e
instrumentos utilizados deberán ser válidos y útiles para permitir valorar los productos o resultados que
se evalúan.

Como el objeto de esta obra es realizar una propuesta para la evaluación de los procesos de enseñanza y
aprendizaje, la definición que mejor se ajusta a nuestro propósito es la primera, que no se opone a la
segunda, pero sí matiza y se atiene a la peculiaridad de evaluación que vamos a desarrollar. Por lo tanto,
sirva esta observación para dejar claro que, de ahora en adelante -siempre que no se especifique nada
en contra-, el modelo de evaluación al que nos referiremos es fundamentalmente cualitativo y
formativo, que es el que consideramos válido y adecuado para evaluar los procesos de formación
humana y de cualquier situación en la que lo humano sea prioritario. Es el modelo que ofrece mayor
riqueza de datos útiles para comprender en toda su amplitud y profundidad el proceder de las personas 115
y que permite, por lo tanto, la posibilidad de intervenir y perfeccionar su desenvolvimiento o actuación.
En este sentido comenta Stufflebeam: "El propósito más importante de la evaluación no es demostrar,
sino perfeccionar..." (Stufflebeam, D.L. y Shinkfield, A.J., 1987, 175), afirmación que comparto por
entero.
Esta aplicación de la evaluación para la mejora de procesos debe contribuir, por otra parte, al cambio de
imagen que, en general, se tiene de la evaluación y de los fines que persigue. Me explico: con los
conceptos de evaluación manejados habitualmente, que han incidido sobre todo en la comprobación de
resultados para su calificación posterior -positiva/negativa, aprobado/reprobado, admitido/rechazado...,
la interpretación que se viene haciendo de sus funciones se limitan a entenderla como instrumento
sancionador o como arma de poder para quien evalúa. Esto conduce, lógicamente, a que cuando se
propone llevar a cabo la evaluación de los centros educativos o del profesorado -por citar un ejemplo-,
éstos presenten serios reparos a la misma y muestren gran reticencia para prestarse a la actuación
evaluadora. ¿Por qué? Porque no se hace patente su utilidad ni sus aspectos positivos o favorecedores
de una mejora palpable para la profesionalidad de los evaluados, sino que solamente se percibe su carga
controladora, sancionadora, etcétera.

Por otro lado, también es cierto que cuando evaluamos solemos hacerlo para detectar lo negativo -
errores de aprendizaje, fallos de funcionamiento, etc.- y, en general, destacamos escasamente lo
positivo. Creo que ambos aspectos tienen importancia como para ser evaluados y puestos de manifiesto.
Pero, en el momento de informar acerca de los resultados de una evaluación o de la evolución de un
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proceso continuo de valoración, habría que comenzar dando especial relieve a todo lo que se ha
evaluado muy positivamente o, más en concreto, a los aprendizajes que los alumnos han alcanzado de
modo definitivo, con seguridad en su utilización, etc., procedimiento que, por una parte, posee un fuerte
ingrediente motivador para que el estudiante siga trabajando y que, por otra, ofrece pautas al profesor
de lo que resulta interesante para sus alumnos y, por tanto, del camino por el que puede/debe continuar
su programación. No obstante, también es imprescindible detectar los errores de aprendizaje de cada
alumno para poder subsanarlos de modo inmediato, sin esperar a efectuar un "control", "examen"...
(llámese como se quiera), al cabo de un mes, cuando pocas o ninguna solución eficaz tiene ya el remedio
que quiera aplicarse.

Pero si estamos empeñados en que cambie (para mejor) la imagen y el sentido de la evaluación, la clave
está en:

a) Detectar el error de aprendizaje en el momento en que se produce, de manera que surta efectos
para la aclaración de determinadas cuestiones no comprendidas adecuadamente y el alumno
pueda continuar avanzando en su formación sin rémoras por conceptos mal adquiridos,
procedimientos no utilizados o actitudes negativas en el grupo o frente al trabajo.
b) En consecuencia, ese error detectado no tiene efectos sancionadores, puesto que de él no se
deriva una "calificación" negativa, cosa que sí ocurriría si se comprobara en un examen. El error,
116 en este último supuesto, no sería ya una llamada de atención para superar una disfunción de
aprendizaje, sino que se convertiría en un elemento para emitir un juicio negativo de ese alumno
en relación con los objetivos pretendidos.
Si hacemos alusión a la autoevaluación de la práctica docente -por ampliar el argumento anterior-, hay
que insistir en la necesidad de evaluar lo positivo por delante de lo negativo. Un ejemplo: si durante el
desarrollo de una unidad didáctica se detecta que ciertas actividades no son bien aceptadas por el
alumnado, el único dato que nos aporta esta valoración es que debemos cambiarlas; pero nunca nos dice
en qué dirección o con qué modificaciones. Si evaluamos el desarrollo de la unidad y comprobamos
procesualmente qué tipos de actividades resultan más interesantes, más eficaces para alcanzar
determinados objetivos, etc., sí obtenemos datos claros y precisos para saber cuál es la vía más eficaz
para nuestro trabajo posterior; por dónde debemos encauzar la programación para llegar a los
resultados previstos.

En definitiva, el cambio de imagen de la evaluación deber ser la consecuencia de su cambio real de


contenido y funcionalidad con la que se aplica. Si se logra modificar el concepto y los efectos que la
evaluación ha venido teniendo hasta tiempos tan recientes como hasta ahora mismo -en demasiados
casos-, ésta debería no sólo generalizarse en los centros en un plazo de tiempo razonable, sino que
debería incluso ser exigida. Y por lo que afecta a los procesos de aprendizaje, tendría que ser aceptada
favorablemente por el alumnado, al convertirse en un elemento curricular más -y muy importante- que,
de forma evidente, contribuyera a su mejor formación y desarrollo, y en la que, además, muchos
alumnos intervinieran -fueran tenidos en cuenta- para decidir la valoración final de lo que han alcanzado.
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En cualquiera de los casos que hemos comentado y en las dos definiciones que proponemos -según su
aplicación más o menos general-, queda claro que todo proceso evaluador debe seguir unas fases que lo
caracterizan y, sin las cuales, no se puede hablar de evaluación en sentido estricto. Estas fases se
concretan en:
a) Recopilación de datos con rigor y sistematicidad.

b) Análisis de la información obtenida.

c) Formulación de conclusiones.

d) Establecimiento de un juicio de valor acerca del objeto evaluado.


e) Adopción de medidas para continuar la actuación correctamente.

Estos pasos tendrán una duración mayor o menor en función del objeto evaluado y de las metas que se
hayan propuesto para la evaluación: si se evalúa el funcionamiento de un departamento didáctico, será
preciso, al menos, un plazo de tres meses para observar su proceso de desarrollo y los resultados que se
van consiguiendo. Pero si se trata de evaluar el proceso de aprendizaje de un alumno o alumna, estos
pasos pueden darse durante un periodo de clase. Un ejemplo: el profesor observa la realización de
determinadas actividades por parte de un alumno; detecta si las realiza correcta o incorrectamente y, de
acuerdo con el análisis hecho y el juicio de valor que se ha formado, refuerza o amplía esas actividades o
da alguna explicación complementaria y cambia las actividades por otras más sencillas. En ambas 117
situaciones puede darse estrictamente el proceso evaluador enumerado en fases, pero en cada una
presenta características diferentes, pues muy diferentes son las realidades de los hechos educativos.
Aunque parece razonable el anterior planteamiento, que siempre supone llegar a una valoración del
objeto evaluado, entre las tendencias evaluadoras existentes a nivel internacional encontramos a los
denominados "descriptores", que establecen el papel de la evaluación en una descripción o enumeración
de los hechos tal y como se producen; abogan por que ésta resulte lo más amplia, profunda y
enriquecedora posible, pero limitan su función a exponer lo observado o, simplemente, los datos
obtenidos por cualquiera de las técnicas seleccionadas para llegar a ellos. Es una postura que, desde mi
punto de vista, identifica evaluación con investigación, y en la cual se pierde la peculiaridad de cada una
de estas dos actuaciones. En la figura 5 presento un paralelismo entre ambos procesos, donde se
comprueban los ámbitos que resultan comunes y los que son diferenciadores. Lo característico de la
investigación es partir de una hipótesis de trabajo que, mediante el estudio posterior, se ratifica o se
desestima; por lo tanto, su función finaliza (al menos, teóricamente) con un informe descriptivo en el
que se da cuenta del proceso realizado y de las conclusiones obtenidas. La evaluación, por su parte, no
arranca de una hipótesis previa, sino de la decisión de evaluar unos determinados objetos, procesos,
situaciones, etc., sigue un camino similar y paralelo al de la investigación y no finaliza hasta valorar lo
evaluado y proponer o tomar las medidas necesarias para corregir o reforzar la línea de actuación
evaluada. Por lo tanto, coinciden en las fases intermedias y se diferencian en el comienzo y final del
trabajo. Éste es el motivo de que, según los objetivos que se pretendan, sea necesario plantear una
investigación o una evaluación para cada situación o problemática específica que se presente en la
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educación: la propiedad de aplicar una u otra estará en función de la utilidad que preste para su
resolución más adecuada.

FIGURA 5. Investigación y Evaluación

Fases de la investigación: Fases de la evaluación


Definición del problema La misma
Planteamiento de la hipótesis XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
Planificación: diseño, técnicas, instrumentos, La misma
tiempos, agentes, destinatarios
La misma
Ejecución: recopilación, análisis y tratamiento
de los datos
Informe: descripción y conclusiones La misma
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX Valoración del objeto evaluado
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX Toma de decisiones

Popham, W.J. (1980, 20-22) establece las diferencias entre investigación y evaluación educativas,
fundamentalmente, en tres cuestiones:
• Definición del problema: "Los investigadores quieren sacar conclusiones. A los evaluadores les
118 interesan más las decisiones. (...) Quizá en el mundo real no se encuentren nunca estas diferencias
de un modo tan marcado como el que aquí se presenta. Difícilmente puede haber un investigador
básico que desdeñe una información que se pueda utilizar para tomar decisiones. Y, asimismo, será
raro encontrar un evaluador que no esté interesado en entender un fenómeno por el mismo hecho
de entenderlo. Lo que sucede es que los investigadores tienden a enfocar sus trabajos con vistas a
derivar conclusiones, y los evaluadores tratan de plantearse los temas con vistas a posibilitar
mejores decisiones".
• Posibilidad de generalizar los resultados: "Un resultado ideal para una investigación, serían
aquellos descubrimientos que pudiesen ser generalizados a una amplia variedad de situaciones
comparables. (... ) La evaluación, por el contrario, se centra en un fenómeno educativo en
particular. No se pretende generalizar los resultados a otras situaciones. El interés se centra en
esta situación y en las decisiones a tomar sobre ella".

• Papel de la valoración en la investigación: "El evaluador está obligado a valorar un fenómeno


educativo para poder tomar decisiones. Los investigadores, por su parte, buscan la verdad
científica sin ningún deseo de incorporar estimaciones de valor a sus hallazgos".

La evolución del concepto de evaluación que comentamos en el primer capítulo se corresponde,


efectivamente, con esta funcionalidad que ofrece la evaluación para tomar decisiones y, por ello, para
mejorar los procesos y/o los resultados de las situaciones valoradas.
Esta posición de intento identificador entre investigación y evaluación se da cuando se aborda el estudio
de los sistemas educativos o de las instituciones escolares. Resulta prácticamente inviable cuando
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aplicamos el término/concepto evaluación a los procesos de enseñanza y aprendizaje, ya que si no se


llega a determinar el modo y el grado de aprendizaje del alumnado no es posible hacerle progresar en su
formación. El profesor investiga, evalúa y decide el camino que debe seguir en cada momento de modo
continuado, en interacción permanente con sus alumnos. El alumno se forma, igualmente, mediante la
autoevaluación de su propio trabajo, que le ofrece datos para elegir la vía más idónea por la cual
continuar en su estudio para alcanzar la meta prevista (Lofficier, A.: 1994).

TIPOLOGÍA DE LA EVALUACIÓN

Por clarificar la terminología y conceptos que ésta lleva implícitos, y que van a aparecer constantemente
a lo largo de las páginas siguientes, en la figura 6 presentamos una tipología de la evaluación que
creemos útil metodológicamente para situarnos en este campo y para mostrar las diferentes
posibilidades con las cuales podemos aplicar la evaluación y las virtualidades que se obtendrán con ellas.

Comentamos a continuación, con cierto detenimiento, cada uno de los tipos que aparecen en la figura
citada.
FIGURA 6. Tipología de la evaluación

a) Por su funcionalidad Sumativa


Formativa
119
Normativa
b) Por su normotipo Nomotética Criterial
Idiográfica

Inicial
c) Por su temporalización Procesual
Final

Autoevaluación
d) Por sus agentes Coevaluación
Heteroevaluación

La evaluación según su funcionalidad

Las funciones que se asignan o se pueden asignar a la evaluación son diversas. Algunos autores
distinguen un buen número de finalidades que es posible alcanzar mediante su aplicación, y de acuerdo
con ellas determinan para la evaluación funciones tales como la predictiva, de regulación, formativa,
prospectiva, de control de calidad, descriptiva, de verificación, de desarrollo, etc. (De Ketele, J.M. y
Roegiers, X.: 1994, 121-126). Efectivamente, es relativamente fácil hacer diferenciaciones sutiles entre
unas funciones y otras, según la finalidad principal que se pretenda conseguir, y realizar clasificaciones
amplias. No obstante, aquí nos vamos a centrar solamente en las dos funciones principales de la
evaluación la sumativa y la formativa, descritas en su momento por Scriven, M.S. (1967), por considerar
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que las otras distinciones que se hacen resultan, en definitiva, aplicaciones concretas de una de estas
dos.

No obstante, cabe aclarar, incluso, que en las aplicaciones prácticas de las dos funciones que abordamos
a la evaluación de los procesos de enseñanza y aprendizaje, se dan interferencias entre ambas, pues es
realmente difícil separar las actuaciones en la vida de modo estricto, para saber y distinguir netamente
cuándo estamos persiguiendo una finalidad u otra. Casi siempre se intentan y/o alcanzan varias
finalidades conjuntamente, con lo cual se están cumpliendo varias funciones de forma simultánea. Nos
hallamos inmersos, como dice House, R. (1992, 46), en un "espíritu de ecumenismo metodológico", y
algo parecido está ocurriendo cuando intentamos encuadrar la evaluación en una sola tipología,
especialmente en su fase de aplicación práctica. Conviene, a pesar de ello, hacer la distinción clara entre
las dos funciones, porque hay situaciones en las que se aplican en su sentido más estricto y con todas las
consecuencias que en todas las fases tiene cada una de ellas, por un lado, y porque la elección de una u
otra para aplicar en la enseñanza es determinante de todo el proceso interno de funcionamiento que se
organice en las aulas.

Función sumativa de la evaluación


La funcionalidad sumativa de la evaluación resulta apropiada para la valoración de productos o procesos
que se consideran terminados, con realizaciones o consecuciones concretas y valorables. Su finalidad es
120 determinar el valor de ese producto final (sea un objeto o un grado de aprendizaje), decidir si el
resultado es positivo o negativo, si es válido para lo que se ha hecho o resulta inútil y hay que
desecharlo. No se pretende mejorar nada con esta evaluación de forma inmediata -en sentido estricto,
ya no es posible-, sino valorar definitivamente4. Se aplica en un momento concreto, final, cuando es
preciso tomar una decisión en algún sentido.

Como ejemplos de las aplicaciones que se hacen habitualmente de esta función evaluadora en los
centros docentes tenemos:

a) La selección de libros de texto: El profesorado los examina, comprueba hasta qué punto se
ajustan a su programación, valora si le resultará útil para su trabajo y el de sus alumnos..., y
toma la decisión de comprarlo o desestimarlo. Se realiza la evaluación de un producto ya
acabado, sin posibilidades de modificación inmediata, se lleva a cabo en un plazo corto de
tiempo, en un momento concreto; se valora positiva o negativamente y se torna la decisión
oportuna.
b) La titulación del alumnado al finalizar una etapa educativa. Después de un número determinado
de años en los que se han marcado unos objetivos de aprendizaje para los alumnos y alumnas de
la etapa educativa que conduce a un título escolar -y que pueden/deben haber transcurrido con
una evaluación formativa y permanente de sus aprendizajes- se valora si se han alcanzado
convenientemente por parte de cada estudiante y, en función de los logros obtenidos, se decide
si posee el nivel suficiente para el título o no. En estos momentos ya no es posible seguir

4
Con estas evaluaciones es posible tomar medidas de mejora, pero a largo plazo.
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realizando actuaciones de formación para la continuación adecuada del aprendizaje: hay que
tomar una decisión sobre lo conseguido y el grado de formación alcanzado hasta ahí.

La evaluación sumativa aplicada a la valoración de logros por parte de las personas tiene
exponentes claros, también, en los exámenes de una "oposición", o en la prueba de selectividad
para acceder a la Universidad, por citar otros ejemplos. Son numerosas las ocasiones en que se
aplica, aunque no sea de forma tan absolutamente estricta.

Como puede comprobarse, no es la evaluación adecuada para aplicar al desarrollo de procesos, sino que
es la apropiada para la valoración de resultados finales. No obstante, la fórmula del examen como medio
prácticamente único de evaluación, se parece bastante a la aplicación procesual de varias valoraciones
sumativas a lo largo de un curso (evaluación continua = exámenes continuos), lo cual es un error
educativo grave que nos ha llevado y nos mantiene en la concepción de la evaluación como instrumento
comprobador, sancionador y de poder. Dado que el aprendizaje nunca es una simple acumulación de
datos, hábitos, destrezas, etc., sino la construcción autoalimentadora de una inteligencia crítica y
creadora que supone, en todos los casos, una progresiva modificación de conductas, la evaluación
sumativa -frente a la continua y formativa- sólo registraría la fragmentación artificial y nefasta de un
continuo; es como querer evaluar la calidad de las aguas de una corriente deteniendo el río cada cien
metros. Los aprendizajes no se suman unos a otros: se reorganizan unos con otros, se apoyan,
reestructuran el saber y el hacer del sujeto, conforman el ser que es cuando ha aprendido a serlo. Un
121
proceso no se debe evaluar como si estuviera compuesto de apartados estancos. Es un continuo y hay
que adecuar la evaluación a sus características, nunca a la inversa por el simple hecho de que resulta
más fácil o es una rutina que se aplica automáticamente y se acepta socialmente sin reflexión alguna. Se
puede entender que personas ajenas a la educación asuman el examen puntual como único medio de
comprobar el aprendizaje, pero no es admisible en un profesional de la educación que, como tal, tiene la
obligación de dominar su profesión y poner al servicio de ella todos sus conocimientos.

Por estas razones, la evaluación sumativa no va a centrar especialmente nuestra atención a lo largo de la
obra, aunque se deberá tener en cuenta para aplicar en los momentos señalados como finales de etapa
o en otras situaciones de evaluación en que resulte apropiada por sus virtualidades.

Función formativa de la evaluación

La evaluación con funcionalidad formativa se utiliza en la valoración de procesos (de funcionamiento


general, de enseñanza, de aprendizaje... ) y supone, por lo tanto, la obtención rigurosa de datos a lo
largo de ese mismo proceso, de modo que en todo momento se posea el conocimiento apropiado de la
situación evaluada que permita tomar las decisiones necesarias de forma inmediata. Su finalidad,
consecuentemente y como indica su propia denominación, es mejorar o perfeccionar el proceso que se
evalúa.

Este planteamiento implica que hay que realizar la evaluación a lo largo del proceso, de forma paralela y
simultánea a la actividad que se lleva a cabo y que se está valorando -nunca situada exclusivamente al
final, como mera comprobación de resultados-. Así, en concreto, teniendo datos y valoraciones
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permanentes acerca de los aprendizajes que va realizando el alumno y su modo particular de hacerlo
(ritmo, estilo, inconvenientes, etc.), en el momento en que surge una disfunción o especial dificultad es
posible poner los medios didácticos adecuados para que pueda superarla sin inconvenientes mayores.
Del mismo modo, es fácil detectar los tipos de actividades o situaciones educativas que favorecen su
aprendizaje, para potenciarlas con ese alumno y favorecer, así, su formación más idónea. Como sus
efectos son permanentes, puesto que las decisiones se toman también de forma continua, permite una
acción reguladora entre el proceso de enseñanza y el proceso de aprendizaje, de manera que no sea
exclusivamente el alumno el que deba adaptarse al sistema educativo que se le impone, sino que
también ese sistema educativo se adecue a las personas que atiende y por las cuales tiene sentido, y
éstas desarrollen así sus capacidades totales al máximo. Dicho de otro modo: mientras que la evaluación
sumativa debe asegurar que el producto evaluado responde a las características del sistema, la
evaluación formativa debe garantizar que los medios de ese sistema son adecuados a las características
de los implicados en el proceso evaluado (figura 7). La función reguladora que toda evaluación posee se
pone aquí de manifiesto en sentido inverso: en el primer caso, es la persona la que debe ajustarse al
sistema, y en el segundo es el sistema el que debe adaptarse a la persona. Esta meta última será muy
difícil de alcanzar si se continúa utilizando la evaluación únicamente como comprobación o como
obstáculo que hay que superar, y no se aplica para contribuir a la mejora de los propios procesos
educativos: la enseñanza del profesor y el aprendizaje del alumno.
122 FIGURA 6. Tipología de la evaluación

Evaluación formativa Evaluación sumativa


Es aplicable a la evaluación de procesos. Es aplicable a la evaluación de productos
terminados.
Se debe incorporar al mismo proceso de Se sitúa puntualmente al final de un proceso,
funcionamiento como un elemento integrante cuando éste se considera acabado.
del mismo.
Su finalidad es la mejora del proceso evaluado. Su finalidad es determinar el grado en que se
han alcanzado los objetivos previstos y valorar
positiva o negativamente el producto evaluado.
Permite tomar medidas de carácter inmediato. Permite tomar medidas a medio y largo plazo.
Este ajuste de procesos puede darse por un rasgo importante que interviene en la misma definición de
evaluación formativa: su carácter de continuidad. Es decir, la evaluación formativa debe ser continua
para poder llevar a cabo su función. Un esquema de su posible aplicación parece en la figura 8. Como se
ve, supone una reflexión constante sobre el quehacer docente, planteándose siempre cómo se está
produciendo el proceso de enseñanza y aprendizaje, si va funcionando como estaba previsto, si es
necesario modificar las propuestas -total o parcialmente- o si es positivo continuar como se previó, etc.
Allal, Cardinet y Perrenoud (1979, 132), refiriéndose a la evaluación formativa aplicada a los procesos de
enseñanza y aprendizaje del alumnado, señalan tres características que la distinguen:
• "La recopilación de datos concernientes al progreso y las dificultades de aprendizaje
encontradas por los alumnos.
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• La interpretación de esta información desde una perspectiva criterial, y en la medida de lo


posible, diagnóstica de los factores que originan las dificultades de aprendizaje observadas en el
alumno.

• La adaptación de las actividades de enseñanza y aprendizaje en función de la interpretación


realizada de los datos recogidos."

En cualquier caso, si se consigue desarrollar la evaluación formativa con todas sus virtualidades, se
evidenciará su funcionamiento como estrategia de mejora y se comprobará la mejor y mayor
consecución de los objetivos propuestos. Es decir: que no sólo mejorarán los procesos, sino que, en
consecuencia, mejorarán también palpablemente los resultados de aprendizaje que se alcancen por
parte del alumnado. Si esto no ocurriera, no nos engañemos, algo estaría fallando. No pueden separarse
procesos y rendimientos, porque constituyen dos caras de una misma moneda. Siempre el resultado es
consecuencia de un proceso. La persona es una y si los medios que utiliza para aprender son más
adecuados a su personalidad y, por lo tanto, su proceso de aprendizaje mejora, también mejorarán sus
resultados o aprendizajes finales. La educación es un todo en el que, sólo a efectos metodológicos,
desglosamos sus componentes. En la realidad educativa diaria cualquier ingrediente positivo que
incorporemos favorecerá el conjunto y cualquier elemento negativo que aparezca distorsionará la
actuación prevista. Es una observación que hay que tener en cuenta a lo largo de estas páginas, para no
perder de vista la globalidad de la acción docente y la unicidad de la persona -discente- a quien se forma
123
y con quien se trabaja.

Figura 8: Aplicación de la evaluación formativa


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La evaluación según su normotipo

El normotipo es el referente que tomamos para evaluar un objeto/sujeto.

Según este referente sea externo o interno al sujeto -en nuestro caso concreto de evaluación de
aprendizajes en el alumnado-, la evaluación se denomina nomotética o idiográfica, respectivamente.
Evaluación nomotética

Dentro de la evaluación nomotética podemos distinguir dos tipos de referentes externos, que nos llevan
a considerar la evaluación normativa y la evaluación criterial.

La evaluación normativa supone la valoración de un sujeto en función del nivel del grupo en el que se
halla integrado. Es decir, que si el nivel de los alumnos de un grupo es elevado, un alumno con un nivel
medio puede resultar evaluado negativamente o, al menos, por debajo de lo que lo sería si estuviera en
un grupo de nivel general más bajo. A la inversa, un alumno de tipo medio resulta evaluado de forma
altamente positiva en un grupo donde el nivel general es bajo, cuando esta valoración no responde con
exactitud a sus posibilidades reales frente a los referentes externos marcados por el sistema educativo.
Aunque el profesor inmerso en este tipo de evaluación no sea consciente de su forma de valorar, la
descrita es una situación absolutamente generalizada. En efecto, hay que reconocer que es muy difícil -
prácticamente imposible- mantenerse al margen del clima generado en un grupo por su nivel de
124 aprendizaje y que se valora por encima de sus potencialidades reales al alumno que demuestra dominar
algo más que el resto de los objetivos previstos en una programación.

Esta situación se demuestra objetivamente mediante la aplicación de pruebas estándar a una muestra
significativa de alumnos y alumnas, obteniendo su valoración con unos criterios fijados de antemano y
contrastando los resultados con las "calificaciones" anteriores dadas por el profesorado a esos alumnos.
Un ejemplo, experimentado por mi parte en 1983, fue la aplicación de las pruebas elaboradas por el
Ministerio de Educación y Ciencia para evaluar las enseñanzas mínimas del ciclo inicial de la Educación
General Básica. Fueron seleccionados los centros donde debía realizarse la aplicación y, entre otros,
resultó elegido uno público (Colegio A) de un barrio marginal, con la mayoría de su población en paro y
una clase sociocultural nítidamente baja; a la vez, también apareció en la muestra un segundo (Colegio
B) del centro de la ciudad, privado subvencionado -en aquel momento- y cuyos alumnos pertenecían
claramente a una clase sociocultural media/alta. Los datos obtenidos de la aplicación aludida se volcaron
en unos registros diseñados homogéneamente, en los que aparecía una columna con la valoración
obtenida por cada niño en la prueba estándar y otra paralela donde se reflejaba la valoración que se
había dado al niño al final del curso anterior. En una comprobación superficial, seleccioné varios niños y
niñas que habían sido valorados con "5" en la prueba estándar, pertenecientes a los dos colegios, y,
mientras en el Colegio A eran alumnos "sobresalientes" por sus calificaciones anteriores, en el Colegio B
eran solamente "aprobados" o, incluso en el caso de una niña, estaba reprobada y permanecía en el ciclo
(figura 9).

Otra situación muy frecuente es la que se presenta a todo profesor cuando corrige los ejercicios o
pruebas realizados por los estudiantes de un mismo grupo. Cuando comienza, de forma estricta, y un
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alumno no ha respondido a los objetivos que se pretendían y no domina un mínimo de contenidos


previstos, le reprueba. El segundo, tercero, cuarto... , corren la misma suerte. Cuando ese mismo
profesor está leyendo el ejercicio duodécimo, y encuentra dos cuestiones medianamente explicadas, da
un respiro porque ya alguien se ha enterado de algo, y aprueba a ese alumno. A partir de ahí, los
criterios (?) se van ampliando y flexibilizando y es probable que el ejercicio trigésimo apruebe con el
mismo contenido con el que ha reprobado el primero. Pongo el interrogante al lado de criterios porque,
efectivamente, de lo que está adoleciendo esta evaluación es de falta de criterios claros, únicos,
prefijados..., que sirvan de referente para analizar el contenido del ejercicio y, por lo tanto, para
establecer unas normas medianamente “justas” en la valoración de todo el grupo.

En otros apartados de esta obra seguiremos comentando situaciones similares que aparecen en el
modelo de evaluación que actualmente se practica en nuestro sistema de enseñanza y que,
urgentemente, deben ser superadas para remediar algunos -demasiados- efectos negativos que el
sistema ejerce sobre las generaciones que lo padecen.

Figura 9: Influencia de la evaluación normativa en las valoraciones individuales)

COLEGIO A COLEGIO B
Alumno/a Calificación Calificación Alumno/a Calificación Calificación
estándar profesor estándar profesor 125
Alumno x 5 8 Alumno c 5 4
Alumno y 5 9 Alumno d 5 3
Alumno z 5 10 Alumno e 5 5

Es válida la evaluación normativa cuando se pretende determinar la posición ordinal de un sujeto dentro
de un grupo, en cuyo caso las normas de valoración estarán en función directa de lo que el conjunto del
alumnado (u otro tipo de población) domina o deja de dominar. Pero la ordenación de los estudiantes
como "primero" o "último" del salón no me parece, precisamente, ni recomendable ni educativo, por lo
que considero que este tipo de evaluación no resulta apropiada para nuestros fines, ya que carece de
referencia válida y fiable tanto para la persona que se forma como para el profesorado que la valora.

La evaluación criterial, precisamente, intenta corregir el fallo que plantea la evaluación normativa, y
propone la fijación de unos criterios externos, bien formulados, concretos, claros..., para proceder a
evaluar un aprendizaje tomando como punto de referencia el criterio marcado y/o las fases en que éste
se haya podido desglosar. Fue propuesta por Popham, J.W. (1980), a la vista de las disfunciones que,
permanentemente, se producían en la valoración del alumnado por la influencia, ya descrita, del nivel
general del grupo en la valoración de cada uno de sus miembros.

En palabras de Popham, "una prueba que hace referencia a un criterio es la que se emplea para
averiguar la situación de un individuo con respecto a un campo de conducta bien definido" (1980, 147-
148). El mismo autor señala que lo fundamental en la evaluación criterial se basa en:
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1) La delimitación de un campo de conductas bien explicitado.

2) La determinación de la actuación del individuo en relación con ese campo (1980, 151).

Para desarrollar una estructura correcta y valorar de este modo, en primer lugar hay que distinguir bien
los objetivos de los criterios de evaluación. Y, después, transformar secuencialmente el objetivo en
comportamientos observables y valorables (Orden, A. de la: 1982), que traduzcan lo que el objetivo
pretende que la persona alcance y que resulte posible de evaluar mediante los criterios establecidos.

Los objetivos (más o menos generales, de una etapa, ciclo o curso, o de un área curricular) marcan la
meta a la que se pretende llegar. Los criterios5 de evaluación deben especificar detalladamente cuándo
se considera que un alumno ha alcanzado un objetivo determinado. Un ejemplo: el objetivo didáctico de
un ciclo de Educación Primaria, en el área de Lengua y Literatura, puede ser que el alumnado domine la
ortografía. ¿Cuándo voy a afirmar que un alumno ha alcanzado ese objetivo? Aquí cabe especificar el
criterio oportuno. Si es para el primer ciclo de la etapa, puedo considerar que un alumno ha logrado el
aprendizaje si en sus escritos no comete más de un 10% de faltas de ortografía, de acuerdo con la
secuenciación correspondiente del objetivo para este ciclo (saber utilizar el punto y aparte, el punto y
seguido y la coma; usar correctamente las mayúsculas y aplicar bien la norma de escribir m antes de p y
b).
La especificación detallada de estos criterios sirve, evidentemente, para valorar de forma homogénea a
126 todo el alumnado y para determinar el grado de dominio que debe tener un alumno en relación con el
objetivo que se pretende.

No obstante, se corre el riesgo -ya experimentado en años anteriores por nuestra educación- de
desglosar hasta tal punto las conductas o comportamientos que los estudiantes deben seguir
(Bloom, B.S. y cols.: 1972), que tanto ellos como el profesorado queden atados de pies y manos en la
programación de los procesos de enseñanza y aprendizaje y en su desarrollo, lo cual supone seguir un
modelo absolutamente conductista del aprendizaje y es un peligro evidente que debe evitarse. Hay que
señalar unos criterios de evaluación, pero con la suficiente amplitud que permita la práctica de un
proceso realmente educativo, capaz de ser regulado en su camino en función de las necesidades y
circunstancias de cada persona y del entorno en el que tiene lugar la educación. Por lo tanto, teniendo
en cuenta las aportaciones actuales de la psicología evolutiva y de la psicología del aprendizaje y las
implicaciones que deben tener para las interacciones positivas en el aula, el criterio de evaluación, desde
un punto de vista pedagógico, será la pauta o norma mediante la cual se lleve a cabo la evaluación tanto
de los procesos como del logro de los objetivos que se hayan marcado, por áreas, para cada ciclo o curso
de las diferentes etapas educativas. De esta forma, aunque esté marcado un nivel concreto de
consecución, el profesorado lo podrá contextualizar autónomamente al ritmo y estilo de aprendizaje de
cada sujeto y acompasarlo en función de sus peculiaridades. Ello implica poder modificar, con cierta
flexibilidad, durante el proceso los planteamientos iniciales cuando se considere imprescindible, lo cual

5
La palabra "criterio" procede del griego: juzgar, y es definida por el Diccionario de la Real Academia
Española (1992) como: "Norma para conocer la verdad.// 2. Juicio o discernimiento". Por su parte, ésta es la primera
acepción que el mismo Diccionario ofrece de "discernir": "Distinguir una cosa de otra, señalando las diferencias que
hay entre ellas".
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no obsta, como digo, para que en cada objetivo se identifiquen los criterios de evaluación más
apropiados, que sean válidos como referentes equilibrados y homogéneos en la emisión de juicios de
valor para la valoración formativa y estimuladora del alumnado.

Evaluación idiográfica
Cuando el referente evaluador son las capacidades que el alumno posee y sus posibilidades de desarrollo
en función de sus circunstancias particulares, es decir, un referente absolutamente interno a la propia
persona evaluada, la evaluación se denomina idiográfica.

El realizarla supone la valoración psicopedagógica inicial de esas capacidades y posibilidades del alumno
o alumna, y la estimación de los aprendizajes que puede alcanzar a lo largo de un periodo de tiempo
determinado (un curso, un ciclo). De acuerdo con esa valoración y estimación realizadas, el alumno va
siendo evaluado durante su proceso e, igualmente, se valora el rendimiento final alcanzado. Si éstos
coinciden, al menos, con lo estimado, se considera el rendimiento satisfactorio; de lo contrario, el
rendimiento sería insatisfactorio, si bien puede estar ocasionado por diversas causas, incluso ajenas a la
voluntad del alumno evaluado.

Este tipo de evaluación es positivo individualmente porque se centra totalmente en cada sujeto y valora,
sobre todo, su esfuerzo, la voluntad que pone en aprender y formarse. Evalúa, en síntesis, lo más
importante en la educación personal: las actitudes. Pero choca con los planteamientos sociales de todo
sistema educativo en los países del mundo desarrollado (capitalista y competitivo por definición). Un 127
alumno, así, puede haber alcanzado todos los objetivos que razonablemente debía tras un proceso
adecuado de aprendizaje y, simultáneamente, estos objetivos pueden no ser suficientes al compararlos
con los exigidos por el sistema educativo para otorgar una titulación, por ejemplo, o para promocionar a
otro ciclo o curso. Con lo cual, estaríamos ante la situación de un alumno con valoración idiográfica
satisfactoria, pero insuficiente ante los criterios externos marcados por el sistema general de enseñanza.
También se nos presenta el caso contrario: el alumno que alcanza suficientemente los criterios
establecidos desde el exterior, pero cuyo rendimiento no es satisfactorio porque no cubre sus
posibilidades de desarrollo, estimadas como más amplias.
Ambas situaciones resultan problemáticas, aunque quizá más la primera que la segunda. La segunda
resulta más irritante e injusta frente a la anterior, porque, casi siempre, en estos casos se está dando
preferencia a la consecución de objetivos que implican el dominio de contenidos conceptuales, frente a
los procedimientos o actitudes, que son más educativos y más relevantes para el futuro desarrollo
personal, estudiantil o profesional del alumno ahora evaluado. Por lo que se refiere a la primera, cuando
el alumno presenta necesidades especiales de educación -de lo contrario no debería aparecer el caso
descrito- o dificultades específicas provenientes de circunstancias particulares, hay pocas soluciones
para la "concesión" del título correspondiente -hacer un regalo de esta índole supone una estafa, tanto
para el alumno como para la sociedad-, pero sí las hay para su orientación personal y profesional. Se
debe buscar su integración más positiva en el entorno en que viva, mediante una profesión adecuada
que le permita salir adelante -siempre que sea posible- y a través de la cual se realice y se sienta feliz. El
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título, en estos casos, suele importar más a la familia que al alumno, y no debe significar nada para que
tenga lugar el desarrollo máximo de las capacidades del adolescente evaluado.

La conjunción de ambas evaluaciones -criterial e idiográfica- debe aportar soluciones a los problemas
expuestos. ¿Cómo? Posiblemente incorporando elementos idiográficos a los criterios de evaluación para
el alumnado. Dando más importancia a los procesos de desarrollo actitudinal, social, afectivo, etc., que a
la adquisición de aprendizajes puramente conceptuales. Adaptando a cada alumno los criterios generales
de evaluación establecidos: no eliminando lo imprescindible, pero sí matizando o incorporando lo que
resulte necesario para la formación de un estudiante concreto y personalizado. Esta labor está en manos
de los educadores, cada día, cuando establecen la comunicación habitual con sus alumnos, esa
comunicación educativa que es el eje de todo proceso de enseñanza y que debe contextualizarse según
la interacción particular que tiene lugar en cada aula.

La evaluación según su temporalización


De acuerdo con los momentos en que se aplique la evaluación, ésta puede ser inicial, procesual o final.
Evaluación inicial

La evaluación inicial es aquella que se aplica al comienzo de un proceso evaluador, en nuestro caso
referido a la enseñanza y aprendizaje. De esta forma se detecta la situación de partida de los sujetos que
posteriormente van a seguir su formación y, por lo tanto, otros procesos de evaluación adecuados a los
128
diversos momentos por los que pasen.

Tal situación de partida puede presentarse:


a) Cuando un alumno llega por primera vez a un centro, bien para comenzar su escolaridad, bien
para continuarla. En el primer caso, será necesario realizar una amplia captura de datos para
precisar del mejor modo las características de todo tipo del alumno (personales, familiares,
sociales, etc.). Esta primera evaluación tiene una función eminentemente diagnóstica, pues
servirá para conocer a ese alumno y poder adaptar al máximo, desde el primer momento, la
actuación del profesor y del centro a sus peculiaridades. En el segundo caso, es de suponer que
el alumno aporte su expediente escolar, de manera que la evaluación inicial estaría en función
de los datos ya poseídos y de los que falten para completar los necesarios en el nuevo centro.
Para cualquiera de las dos situaciones se cuenta, habitualmente, con registros diversos -oficiales
y particulares de cada centro- en los que anotar los datos recogidos (Knapp, R.H., 1983).

b) Cuando se comienza un proceso de aprendizaje concreto, como puede ser el trabajo con una
unidad didáctica. En esta situación la evaluación inicial resultará útil para detectar las ideas
previas que el alumnado posee en relación con el tema que se va a tratar. Igualmente, se
pondrán de manifiesto las actitudes hacia la temática -en su caso- y el mayor o menor dominio
de los procedimientos que van a ser necesarios para su desarrollo. Los medios para conseguir
estos datos son variados: un coloquio, un debate, la realización de unos trabajos preparatorios...,
pueden ser idóneos para su obtención. A partir de la información conseguida, se adaptará
convenientemente el principio de la unidad didáctica programada, para adecuarla a los
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conocimientos generales del grupo. Mediante el desarrollo oportuno se intentará que todos
alcancen los objetivos básicos e imprescindibles para poder seguir adelante en el proceso de
aprendizaje subsiguiente. En algunos casos, incluso, habrá que posponer una unidad concreta o,
si no es determinante en ese curso o ciclo, deberá aplazarse hasta otro curso posterior en el que
los alumnos tengan la madurez o los conocimientos suficientes para poder asimilar los nuevos
contenidos y alcanzar los objetivos propuestos en ella.

Sin una evaluación inicial falta el conocimiento previo que es preciso poseer de una persona en pleno
desarrollo para poder adecuar la enseñanza a sus condiciones de aprendizaje, y cumplir de esta forma la
función reguladora que hemos asignado a la evaluación.

Evaluación procesual

La evaluación procesual es aquella que consiste en la valoración continua del aprendizaje del alumnado y
de la enseñanza del profesor, mediante la obtención sistemática de datos, análisis de los mismos y toma
de decisiones oportuna mientras tiene lugar el propio proceso. El plazo de tiempo en el que se realizará
estará marcado por los objetivos que hayamos señalado para esta evaluación. Puede referirse al tiempo
que dura el desarrollo de una unidad didáctica (una semana, quince días, 6/8 horas...), a un periodo
trimestral de aprendizajes, anual, bianual (un ciclo completo de dos años)... Estará en función del tipo de
aprendizajes que se evalúen (las actitudes es preciso valorarlas en plazos amplios; lo contrario es
imposible y, por lo tanto, absolutamente superficial) y, además, hay que tener en cuenta que, desde esta 129
perspectiva, se superpondrán unas y otras evaluaciones procesuales: la de objetivos que implican
asunción de actitudes a lo largo de un curso, con la de objetivos que suponen la adquisición de
conceptos o del dominio de procedimientos, durante quince días o un mes. Ambas son evaluaciones
procesuales, cuyos resultados permanentes se van anotando en los registros preparados para ello.

La evaluación procesual es la netamente formativa, pues al favorecer la toma continua de datos, permite
la adopción de decisiones "sobre la marcha", que es lo que más interesa al docente para no dilatar en el
tiempo la resolución de las dificultades presentadas por sus alumnos. Aparece un "error" que no usará
para sancionar ni para calificar negativamente, sino que será útil para detectar el problema de
aprendizaje que ha puesto de manifiesto; se resuelve mediante la adecuación de unas determinadas
actividades o las explicaciones oportunas y se continúa el proceso de aprendizaje. Con este modo de
actuar, será más fácil que la mayoría de los alumnos y alumnas lleguen a alcanzar los objetivos básicos
propuestos para todos. Si el profesorado no posee estos datos hasta que ha transcurrido un mes, la
oportunidad de subsanar las dificultades presentadas, que así es relativamente sencillo brindar a los
alumnos, se hace prácticamente imposible. Cuando se ofrece, ya suele ser tarde: el alumno ha perdido el
interés o no puede combinar varios aprendizajes simultáneos para continuar al mismo ritmo del grupo.
Del mismo modo, llevar a cabo rigurosamente la evaluación procesual es lo único que permite mejorar el
proceso de enseñanza, pues es durante el tiempo en que tiene lugar cuando se pueden comprobar los
fallos y los elementos que están funcionando positivamente, para -si es posible- subsanarlos o
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reforzarlos, respectivamente, de inmediato y, en un momento posterior, confirmar o reformular las


líneas de programación con las que se trabaja.

Evaluación final

La evaluación final es aquella que se realiza al terminar un proceso -en nuestro caso, de enseñanza y
aprendizaje-, aunque éste sea parcial. Una evaluación final puede estar referida al fin de un ciclo, curso o
etapa educativa, pero también al término del desarrollo de una unidad didáctica o del proceso habido a
lo largo de un trimestre. En definitiva, supone un momento de reflexión en torno a lo alcanzado después
de un plazo establecido para llevar a cabo determinadas actividades y aprendizajes.
Es una evaluación en la que se comprueban los resultados obtenidos, aunque es necesario advertir que
no por ello debe tener funcionalidad sumativa. Si coincide con una situación en la que tiene que
decidirse definitivamente acerca de la obtención de un título, por ejemplo, será final y sumativa; pero si
se sitúa al terminar el trabajo con una unidad didáctica, resultará simplemente final.... e inicial del
trabajo que se va a realizar al día siguiente. Por ello, la evaluación final puede adoptar las dos funciones
descritas anteriormente para la evaluación: formativa y sumativa. Servirá, así, en su función formativa,
bien para continuar adecuando la enseñanza al modo de aprendizaje del alumno, bien para
retroalimentar la programación del profesor, quien, a la vista de lo conseguido, tomará las decisiones
oportunas para mejorar el proceso de enseñanza en la unidad siguiente. En su función sumativa,
130 resultará imprescindible para tomar la decisión última sobre el grado de lo alcanzado por un alumno y
obrar en consecuencia.

Los resultados de la evaluación final, por otra parte, pueden analizarse e interpretarse con tres
referentes distintos:

a) En relación con los objetivos y los criterios de evaluación establecidos para la unidad didáctica, el
final del trimestre, curso o ciclo, de manera que se determine la situación de cada alumno en
relación con los aprendizajes que institucionalmente se encuentran establecidos para ser
conseguidos por todo estudiante al que haya que dar un título que avale su superación. Se
tratará en este caso, por lo tanto, de una evaluación nomotética criterial.

b) En relación con la evaluación inicial realizada a cada alumno y las posibilidades de desarrollo y
aprendizaje que se estimaron podía alcanzar. Se determinará así lo satisfactorio o insatisfactorio
de su rendimiento y se estará realizando, en consecuencia, una evaluación idiográfica.

c) En relación con los resultados alcanzados por el resto del grupo o, incluso, del conjunto del
grupo en comparación con otros grupos de alumnos del mismo curso o ciclo en el centro o de
distintos centros. En este caso se estará llevando a cabo una evaluación nomotética normativa
que, si bien creo que no debería llegar al alumno o grupo particular, sí puede resultar
interesante e ilustrativo para el profesorado y para el centro, pues le sirve de referente para
conocer su situación y valorar la calidad educativa que está ofreciendo a su comunidad.

Por último, sólo quiero hacer la observación de que evaluación final no tiene por qué coincidir con
"examen", "control"...., o prueba semejante. Si el profesor considera que no posee datos suficientes para
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valorar lo conseguido por sus alumnos, puede realizar un trabajo o prueba donde lo constate
fehacientemente. Pero si dispone de bastante información como para valorar con seguridad los
aprendizajes alcanzados, la evaluación final constituirá un análisis y reflexión sobre los datos obtenidos,
que llevarán a la formulación de la valoración correspondiente. Téngase en cuenta, además, que algunos
de los objetivos educativos nunca van a poder comprobarse en una situación puntual
como es la del tradicional examen: los relacionados con el desarrollo social, actitudinal, afectivo..., los
relativos a comunicación oral…, deben evaluarse procesualmente y, como resultado de esa valoración
continua, emitir el resultado final acerca del rendimiento logrado por el alumno.
La evaluación según sus agentes

De acuerdo con las personas que en cada caso realizan la evaluación, se dan procesos de autoevaluación,
coevaluación y heteroevaluación.

Autoevaluación
La autoevaluación se produce cuando el sujeto evalúa sus propias actuaciones. Por tanto, el agente de la
evaluación y su objeto se identifican. Es un tipo de evaluación que toda persona realiza de forma
permanente a lo largo de su vida, ya que continuamente se toman decisiones en función de la valoración
positiva o negativa de una actuación específica, una relación tenida, un trabajo llevado a cabo, etc.
Al tratar la autoevaluación en el terreno profesional, hay que considerar la conveniencia, primeramente,
131
de introducir su práctica de modo habitual entre los alumnos y alumnas. Con diferentes grados de
complejidad, según las edades a las que nos refiramos, el alumnado es perfectamente capaz de valorar
su propia labor y el grado de satisfacción que le produce. Simplemente hay que darle pautas para que
haga con seriedad y con corrección -no arbitrariamente ni por juego-, y que sepa la influencia que su
juicio va a tener en la valoración global que se realice posteriormente sobre su actuación y progresos. Al
comenzar el desarrollo de una unidad didáctica, se facilitará a los alumnos la información detallada
acerca de los aspectos que deben autoevaluar, para que puedan autoobservarse y examinar su trabajo
continuo y, así, llegar a conclusiones rigurosas al final del proceso. Esta orientación del docente es
importante -imprescindible- también para evitar la excesiva influencia de la subjetividad en la propia
evaluación, mucho más frecuente cuanto más inmadura es la persona que la realiza. La época de
estudiante se caracteriza por ser esencialmente evolutiva y cambiante, con gran predominio de la
subjetividad, dadas las características de inmadurez a que aludimos. Así, los alumnos con una autoestima
baja, un temperamento depresivo, de tendencia pesimista o un medio familiar poco estimulante,
infravalorarán sus trabajos, mientras que los optimistas, con alta autoestima o un medio familiar y social
que los ayude, valorarán en exceso todo lo que realicen. Estas tendencias hay que encauzarlas y,
precisamente, en este proceso de ajuste y equilibrio consiste ese "aprender a valorar" que se pretende
en la educación.

En segundo lugar, muchos de los objetivos educativos de la educación obligatoria implican que el alumno
sea capaz de "valorar" en términos genéricos, que luego se aplica a diferentes cuestiones, según las
áreas curriculares donde se incardinen: el patrimonio artístico y cultural, la riqueza lingüística, las
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actitudes solidarias o no discriminatorias, etc. Para aprender a valorar, el único camino existente es
practicar valoraciones en distintas circunstancias y en relación con diferentes ámbitos. Una forma de
evaluación es la autoevaluación del propio trabajo y la propia actividad. Por eso, en este caso la
autoevaluación se convierte en un procedimiento metodológico para alcanzar uno de los objetivos
educativos previstos: el de que el alumno sea capaz de valorar.

En tercer lugar, desde el enfoque de evaluación de la enseñanza o la práctica docente, la autoevaluación


continua que realice el profesor de su actividad en el aula y en el centro constituye un elemento
imprescindible para mejorar paulatinamente los procesos educativos, ya que sin esa reflexión fallan los
datos básicos para tomar decisiones correctas y oportunas. Muchas veces se deciden cambios sin
fundamento..., y todos sabemos que cambiar por cambiar no conduce a nada: se acierta o se falla por
puro azar, mínimamente orientado en función de la experiencia que tenga el profesor en cuestión. Las
opciones en uno u otro sentido deben estar asentadas en reflexiones evaluadoras rigurosas: la adopción
o rechazo de una metodología, de un tipo de actividades, de un programa…, será el resultado de una
valoración de la teoría y práctica anteriores con ellos.

Coevaluación
La coevaluación consiste en la evaluación mutua, conjunta, de una actividad o un trabajo determinado
realizado entre varios. En este caso, tras la práctica de una serie de actividades o al finalizar una unidad
132 didáctica, alumnos y profesor o profesores pueden evaluar ciertos aspectos que resulte interesante
destacar. Tras un trabajo en equipos, cada uno valora lo que le ha parecido más interesante de los otros,
por ejemplo. En un coloquio, se valora conjuntamente el interés de las actividades, el contenido de los
trabajos, los objetivos alcanzados, la suficiencia de los recursos, actuaciones especialmente destacadas
de algunos alumnos, etc. Es posible, igualmente, pasar un cuestionario -anónimo- a los alumnos, para
que opinen con absoluta independencia sobre lo realizado, y contrastar así con lo percibido por el
profesor o profesora.

Son diferentes los caminos mediante los cuales llevar a cabo la coevaluación, pero es importante tener
en cuenta que, si no hay costumbre en el grupo de realizar prácticas de este tipo, debe comenzarse por
valorar exclusivamente lo positivo. Las deficiencias o dificultades surgidas las valorará el profesor. No se
debe olvidar que los alumnos tienen la misma visión o percepción de "para qué se evalúa" que muchos
profesores y que la sociedad en general, y que habitualmente esta valoración se realiza para resaltar lo
negativo, lo mal hecho, para sancionar, para “reprobar". Y eso es lo que hacen ellos en cuanto tienen
oportunidad: decir lo que han hecho mal los otros, con lo cual los efectos de la coevaluación pueden
convertirse en la disgregación del grupo y el rechazo de todos contra todos. Hay experiencias muy
negativas de esta práctica y, por ello, hay que tomar todas las precauciones necesarias. ¿Es interesante?
Sí. Sin duda alguna. Pero se dan dos situaciones claras, con fases intermedias entre una y otra:

a) Si el grupo de alumnos viene realizándola habitualmente, deberá poseer una visión positiva de la
evaluación; evaluar constituirá una fase del proceso educativo que sirve para mejorar poco a
poco el propio aprendizaje y todo cuanto ocurre en el aula, por lo cual es favorable y beneficioso
para el grupo.
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b) Si el grupo de alumnos nunca la ha realizado, habrá que comenzar por explicar cuál es la
finalidad de la evaluación y, más en concreto, de la coevaluación. Y no sólo hay que explicarlo:
hay que demostrarlo con la práctica habitual del profesor en el aula. Ahí es donde el grupo se
convencerá de las virtualidades de la evaluación; de nada vale que el profesor "diga" que los
fines de la evaluación se centran en la mejora de todos, si luego examina y la evaluación sólo
sirve para aprobar o reprobar. El conjunto de prácticas evaluadoras debe responder a un mismo
planteamiento, coherente con la teoría que se intercambie con los alumnos. En caso contrario,
es mejor no introducir nuevas prácticas que pueden redundar negativamente en el proceso
educativo. En esta segunda situación que planteamos es donde resulta preferible comenzar
evaluando aspectos positivos del trabajo, de manera que no se dé pie a que surja alguna actitud
negativa que deteriore la práctica comenzada.

Heteroevaluación
La heteroevaluación consiste en la evaluación que realiza una persona sobre otra: su trabajo, su
actuación, su rendimiento, etc. Es la evaluación que habitualmente lleva a cabo el profesor con los
alumnos, y a cuyo proceso se dirigen principalmente las páginas de esta obra.
Es un proceso importante dentro de la enseñanza -como ya ha quedado puesto de manifiesto-, rico por
los datos y posibilidades que ofrece y complejo por las dificultades que supone el enjuiciar las
actuaciones de otras personas, más aún cuando éstas se encuentran en momentos evolutivos delicados 133
en los que un juicio equívoco, "injusto", poco sopesado..., puede crear actitudes de rechazo (hacia el
estudio, hacia la sociedad) en ese niño, adolescente o joven que se educa.
Consideraciones finales

Para terminar este apartado quiero insistir en algo ya apuntado antes: la tipología de la evaluación
expuesta es válida para presentar claramente las virtualidades que ofrece la evaluación desde diferentes
enfoques o perspectivas, pero en la práctica, en su aplicación al quehacer diario pueden darse mezclados
algunos de los tipos descritos y, sobre todo, se conjuga su funcionalidad para conseguir la meta común:
la mejor formación del alumnado. Así, tanto la evaluación inicial como la final pueden ser, a la vez,
formativas o sumativas -según la funcionalidad con la que se apliquen-; lo mismo ocurre con la
autoevaluación o coevaluación, que, además, pueden ser iniciales, procesuales o finales. La evaluación
criterial o la idiográfica se aplicarán para perfeccionar o para seleccionar, al principio, durante o al final
de un proceso e incorporando a ellas autoevaluaciones o coevaluaciones del propio alumnado... La
acción educativa es variada y requiere soluciones diversificadas que permitan que la enseñanza de un
profesor y el aprendizaje de un alumno caminen al unísono. Este aprendizaje, en definitiva, es un
continuo que no se rompe ni se divide en compartimentos estancos. Por ello, la acción educativa eficaz
debe plantearse también como tal y, en consecuencia, la evaluación no puede aplicarse aisladamente ni
sin interferencias permanentes de todas las perspectivas. La evaluación final es la evaluación inicial del
día siguiente...
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La ordenación de la labor entre docente y discente se realizará seleccionando el tipo de evaluación más
adecuado para cada situación y los objetivos que se pretendan con ella, eligiendo técnicas e
instrumentos para llevarla a cabo y poniéndola en práctica, colegiadamente, del mejor modo posible.
Pero, una vez organizado el proceso -de forma rigurosa pero flexible-, en el camino se presentarán
multitud de ocasiones en las que será necesario echar mano de todo tipo de recursos para resolver
determinadas circunstancias que se planteen con ciertos alumnos: de ahí la conveniencia -la exigencia
profesional- de disponer de cuantos conocimientos evaluadores -en este caso-sea posible y aplicarlos en
los momentos del camino en que resulten útiles para superar una situación.
La calidad de la educación depende, en buena medida, de la rigurosidad de la evaluación. Y evaluar no
siempre resulta fácil, pero siempre es ineludible. La evaluación es compleja porque desemboca no sólo
en asumir, sino también en rechazar muchas posibilidades, y la abundancia de posibilidades implica una
drástica y, a veces, dolorosa selección. Por eso, quizá, resulte más fácil rechazar con certeza que asumir
sin dudas. Por eso, una vez más, insistirnos en las ventajas de valorar no sólo lo negativo (lo claramente
rechazable), sino todo lo que de positivo aparezca en el proceso educativo: analizar las ventajas de cada
elemento ofrecerá criterios válidos en los que apoyar la elección de una ruta y no la de otra similar.
Un automovilista, al evaluar una situación y realizar cierta maniobra, puede jugarse la vida; un médico, al
valorar el estado de un paciente y ponerle un tratamiento, puede poner en peligro su salud, lo mismo
que un juez la libertad de un acusado o un profesor al valorar a un alumno puede -por "indulgente" o
134
"exigente"- poner en peligro su adecuada educación. Estos riesgos, ¿no son lo suficientemente graves
como para ser minimizados mediante la asunción de las necesarias precauciones con el fin de brindar las
mayores garantías de rigor a los afectados? La libertad individual que todo profesional debe tener para
desarrollar su trabajo -la libertad de cátedra, por ejemplo- no puede implicar el ejercicio de la
arbitrariedad. Por eso, si la evaluación debe ser objetiva, hay que saber que será más objetiva cuanto
más colegiada, ya que la subjetividad de la persona se objetiva al contrastarse con otra subjetividades y
al regir los juicios por criterios equivalentes -y previamente establecidos- para todos.

Enseñar puede ser fácil. Lo difícil es enseñar bien. Enjuiciar a alguien puede hacerse apresuradamente,
pero evaluar a una persona o un proceso educativo completo es una tarea seria y compleja. El
denominado "fracaso escolar" esconde un número de personas concretas que se han malogrado desde
el punto de vista educativo. ¿Qué agricultor se sentiría satisfecho si todos los años se le malograra el 30,
40 ó 50% de su cosecha? ¿Qué fábrica podría permitirse el lujo de desechar el 30, 40 ó 50% de su
producción? Ya ha quedado dicho: descalificar o reprobar es fácil; reorientar, reenseñar para que alguien
aprenda lo que antes no aprendió excluye ser un docente repetitivo -casi mecánico-; exige ser flexible e
innovador, creativo, evaluador, conocedor de que muchos y distintos caminos conducen a la misma
Roma. El conocimiento, las destrezas, las actitudes no son algo que se posee o no se posee, sino un
hacerse, desarrollarse, conformarse permanentemente, aunque también un olvidarse, perderse,
bloquearse o inhibirse. El sujeto que aprende no es una computadora a la que se debe instalar un
programa, sino un ser inteligente que se debe formar para que pueda ser libre y asuma ser responsable,
justamente para ser libres y responsables es preciso poder y saber evaluar, de manera que algo que
también tiene que enseñar el docente a sus alumnos -como antes quedó señalado- es a evaluar y
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evaluarse; por eso la autoevaluación y coevaluación son básicas y constitutivas de una educación que
pretende procesos libres, auténticos, comprometidos e innovadores. Conocer, juzgar, valorar... son
palabras sucesivas en un proceso educativo en el que el sujeto madura equilibradamente para saber,
saber hacer y saber ser con los otros.
Objetivos de la evaluación

De acuerdo con lo expuesto hasta ahora, los objetivos que permite perseguir la aplicación de un modelo
evaluador cualitativo, formativo y continuo, adaptado convenientemente a los procesos de enseñanza y
aprendizaje, no se limitan ya a comprobar lo aprendido por el alumnado cada cierto tiempo, sino que
amplían sus expectativas y posibilidades y cubren un campo más extenso, más completo, pues la
evaluación se incorpora, desde el principio, al camino del aprender y enseñar, y ofrece, en consecuencia,
mayores aportaciones y apoyos al conjunto del proceso que transcurre.

En concreto, los objetivos que pretende la evaluación, considerando el concepto adoptado para la
misma y las diferentes perspectivas comentadas en su tipología, serán:
1. Detectar la situación de partida general para dar comienzo a un proceso de enseñanza y
aprendizaje.
2. Facilitar la elaboración de la programación idónea y adecuada para los alumnos y alumnas, en
función del diagnóstico realizado en el paso anterior.
135
3. Durante la aplicación de cada unidad didáctica:

a) Conocer las ideas previas del alumnado.


b) Adaptar el conjunto de elementos de la unidad a la situación del grupo.
c) Regular el proceso de enseñanza y aprendizaje: reforzando los elementos positivos,
eliminando los elementos negativos, adaptando las actividades a las posibilidades de
cada alumno, superando de inmediato las dificultades surgidas.
d) Controlar los resultados obtenidos.

e) Mantener los objetivos no alcanzados, incorporándolos a unidades siguientes.

4. Confirmar o reformular la programación en función de los datos obtenidos con el desarrollo de


las unidades didácticas que la componen.

5. Orientar al alumnado para futuros estudios o salidas profesionales.

6. Elaborar informes descriptivos acerca del proceso de aprendizaje que sigue cada uno de los
alumnos.
7. Regular y mejorar la organización y actuación docente, tanto en su perspectiva con respecto al
centro como para su actividad en el aula.

8. Controlar el rendimiento general del alumnado, para su oportuna promoción o titulación.


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9. Seleccionar los recursos didácticos y programas específicos para el centro.

El disponer de permanente información sobre el proceso educativo que está teniendo lugar y, también,
acerca de los resultados últimos conseguidos o de la idoneidad mayor o menor de ciertos programas o
recursos, permite claramente conseguir los objetivos aquí señalados.

136
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LA EVALUACIÓN DE LA COMPOSICIÓN ESCRITA


Ribas y Seix, Teresa (1993). "La evaluación de la composición escrita", en BLOQUE V
Cuadernos de Pedagogía, núm. 216 (Monográfico Leer y escribir), V.4.3
Barcelona, julio-agosto, pp. 2830.

La evaluación de la composición escrita


Con frecuencia, los componentes de la comunidad educativa (enseñantes, alumnos y alumnas, padres)
tenemos la idea simple de que evaluar el trabajo que se realiza en un aula significa valorarlo en relación
a unos baremos6 de aceptabilidad establecidos. Asimismo, a los profesores y profesoras se nos plantean
una serie de tareas asociadas al término evaluación, la mayoría de ellas de experiencia poco gratificante:
decidir con responsabilidad a qué alumnos suspendemos y qué criterios adoptamos para establecer el
nivel mínimo aceptable, corregir exámenes y trabajos, realizar informes para los padres... En estas
páginas intentaré mostrar cómo la evaluación es un fenómeno mucho más complejo en sus
planteamientos y objetivos, pero a la vez mucho más útil, siempre que se conciba como parte integrante
del proceso de enseñanza y aprendizaje escolar.

Aproximación conceptual
Si observamos el tema de la evaluación referido a la composición escrita, a los enseñantes se nos
plantean todavía más problemas: cómo se puede valorar una redacción de forma objetiva; a qué 137
descripción de la lengua nos acogemos para valorar el texto; en qué proporción debemos tener en
cuenta los distintos componentes lingüísticos y pragmáticos del texto; cómo se puede valorar un texto
no sólo a partir de aquello que está mal resuelto o no está presente, sino también a partir de aquellos
elementos positivos que se han utilizado; cómo deben influir en la nota de expresión escrita los
ejercicios sobre ortografía, léxico, morfología y sintaxis; cómo podríamos sacar más provecho de las
largas y costosas correcciones.

La evaluación es un fenómeno relacionado de una manera natural con toda actividad humana. Pone en
relación los objetivos planteados con los logros conseguidos y reúne la información necesaria para tomar
decisiones. En educación, puesto que se trata de un proceso de cambio con un gran componente
intencional, la formulación de objetivos y la toma de decisiones adquieren una especial relevancia. Así,
desde la primera mitad de este siglo, hallamos intentos en la literatura pedagógica de formular y acotar
el concepto que nos ocupa referido al campo de la educación.

Existen varias clasificaciones, no excluyentes sino complementarias, del concepto de evaluación, según
se atienda a distintos factores: la función que cumpla, el objeto evaluado, el sujeto evaluador, el objetivo
u objetivos perseguidos, el momento en que se lleva a cabo, los criterios tomados como referente, los
instrumentos utilizados. Me parece interesante la división entre evaluación social y evaluación
pedagógica (Jorba, Sanmartí, Casellas, 1992), puesto que separa las prácticas de evaluación que se
proponen un objetivo social, como seleccionar, promocionar, certificar, etcétera, de las que tienen una

6
Promedios
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y comunicación, y pensamiento matemático

función pedagógica, de regulación del proceso de enseñanza y aprendizaje. Dentro del primer grupo se
encuentran los procedimientos a gran escala, llamados habitualmente test objetivos, sobre los cuales
hay que advertir que, para poder aproximarse a esta pretendida objetividad, deben ser llevados a cabo y
valorados por un equipo evaluador que represente un cierto consenso social (White, 1990).
La investigación realizada actualmente en Norteamérica sobre evaluación se ha propuesto un objetivo
muy sugerente: poner en relación estos dos tipos de evaluación, la social y la pedagógica, a partir del
análisis de la práctica evaluativa de confección de dossiers (portafolio, assessment) (Freedman, 1992).
Esta modalidad de evaluación de la composición escrita consiste en coleccionar las producciones escritas
del alumno junto con los borradores y guiones sucesivos, así como los comentarios y valoraciones del
profesor y compañeros sobre los escritos, de manera que pueda quedar reflejado el progreso del alumno
en el dominio de la escritura.

Si entendemos la evaluación pedagógica como un proceso de recogida de información para una


posterior toma de decisiones que influya en el proceso de enseñanza y aprendizaje, nos hallamos ante
un campo muy amplio de actuaciones que puede ordenarse en función de factores distintos. La
clasificación que más se ha divulgado ha sido la que adopta como criterio el momento en que se realiza:
si al empezar una actuación educativa queremos realizar un control de la situación inicial para saber el
punto de partida o bien para limitar el acceso, estaremos ante lo que se llama una evaluación inicial o de
diagnosis. En nuestro caso podría consistir en pedir la confección de un tipo de texto escrito
138
determinado antes de trabajarlo explícitamente en clase. Si, por el contrario, al final de una tarea nos
interesa conocer sus resultados, nos hallaremos ante una evaluación llamada sumativa o de certificación.
Si lo que pretendemos es establecer un proceso de regulación de la tarea educativa, ejercido mientras
ésta se lleva a cabo, nos hallaremos ante una evaluación formativa. La función formativa de la evaluación
tiene su origen en la necesidad de obtener información para adaptar la enseñanza a las diferencias
individuales en el aprendizaje. En estas páginas voy a referirme a la evaluación formativa dentro del
proceso de enseñanza y aprendizaje de la escritura, con un objetivo concreto: optimizar este proceso,
hacer posible que nuestros alumnos y alumnas aprendan más y mejor a escribir. Quiero puntualizar que
los tres tipos de evaluación mencionados son pedagógicos en el sentido de que se proponen intervenir
en las secuencias de enseñanza y aprendizaje. La particularidad de la evaluación formativa es que está
planteada durante el mismo desarrollo del proceso.

Evaluación formativa
La tipología expuesta puede hacer pensar en la evaluación como una cuestión meramente técnica, y no
es así. Es necesario un marco psicoeducativo de referencia que interprete la enseñanza y el aprendizaje,
y dé sentido a unas prácticas evaluativas determinadas (Miras, Solé, 1990). L. Allal (1978) plantea
distintas formas de evaluación formativa según sean las teorías del aprendizaje, explícitas o no, que la
sustenten. Así, en el marco de la concepción constructivista del aprendizaje, la evaluación formativa
despierta un especial interés, ya que contribuye a encontrar instrumentos útiles para comprender cómo
se desarrolla el proceso de aprendizaje en aquellos aspectos que no son observables externamente.
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Esta modalidad de evaluación, no de carácter descriptivo sino comprometida con el cambio educativo,
está recogida en las propuestas curriculares de la actual Reforma del sistema educativo en curso.

Los estudios de los últimos años sobre la escritura han revelado que lo que concebíamos como un
proceso simple y concreto es en realidad algo mucho más complejo, constituido a su vez por varios
procesos que se dan repetidamente y de forma recursiva (Camps, 1990). De manera que este saber
procedimental,7 que parecía ser un don con el cual algunos individuos nacían y otros estaban destinados
a desconocer, se ha convertido en algo que se puede aprender y consiguientemente puede ser
enseñado. La principal repercusión de la reciente investigación sobre la enseñanza de la composición
escrita es la idea de que escribir es un proceso y que es fundamental que el profesor ayude al alumno
durante este proceso. De esta forma, la respuesta que el alumno recibe sobre su escrito no es una
puntuación, tal vez acompañada de un comentario final, sino que son sucesivas respuestas durante todo
el proceso. Así, la nota final no es una sorpresa para el alumno, ya que durante el proceso de
composición éste ha tenido respuestas, colaboración y ayuda por parte del profesor y también de los
compañeros (Miliar, 1992).

La evaluación formativa de la composición escrita es aquella modalidad de evaluación que debe


proporcionar información para tomar decisiones acerca de tres objetos distintos:
• El proceso de enseñanza y de aprendizaje que, a partir de un diseño inicial del profesor, se está
produciendo en las secuencias de enseñanza. 139
• El proceso de producción de la escritura que se sigue para realizar el texto que se propone.

• El objeto que se produce, el texto en sí mismo.


Me referiré aquí especialmente al segundo de estos puntos.

Cuando en un aula se plantean las actividades de escritura insertadas en situaciones discursivas reales,
nos encontramos que los textos que se escriben tienen una función determinada: el contraste entre la
intención del escritor y los resultados del funcionamiento del texto dentro del contexto social constituye
su primera evaluación. Si se ha escrito una carta para presentar una queja, o bien las reglas de un juego
que el lector desconoce, o un texto que informa sobre cómo se produce la nieve, deberá observarse si
los receptores de cada texto se han hecho cargo de lo que no funciona, si han podido jugar o si se han
hecho una idea de cómo se forma la nieve. De todos modos, ésta es la función evaluadora que se ejerce
sobre el texto cuando a éste ya lo hemos dado por terminado y empieza a funcionar como producto
social. La organización del trabajo en grupos cooperativos convierte esta característica evaluadora que
ejerce el contexto en un instrumento de evaluación formativa. Los miembros del grupo, durante el
proceso de composición, ejercen de destinatarios provisionales del texto, es decir, facilitan el doble
punto de vista que debe mantener siempre el escritor para valorar su texto: como productor y como
destinatario. Esto significa que algunos miembros del grupo fingen ser el destinatario o destinatarios e
imaginan cómo reaccionarían ante la carta que presenta una queja, intentan jugar o quieren informarse

7 De procedimientos.
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sobre la nieve. Este procedimiento de evaluación formativa de la composición escrita puede llevarse a
cabo de distintas maneras que a continuación veremos.

En primer lugar, para poder valorar un objeto se necesitan criterios explícitos y bien conocidos. Estos
criterios se deben haber enunciado y trabajado para que después puedan ser utilizados en la evaluación.
Es importante también tener en cuenta que estos objetivos no pueden ser todos los que intervienen en
la buena formación de un texto escrito. Debemos realizar una selección de contenidos acorde con la
situación de aprendizaje de nuestros alumnos: los contenidos que el profesor fije para aquella tarea
determinada servirán como criterios de evaluación.
Recursos y prácticas

Estas prácticas evaluativas pueden concretarse de distinto modo: o bien se plantean como una tarea
abierta, sin pautas dadas, o se proporcionan algunos instrumentos que permitan guiarla; pueden
diseñarse cuestionarios que hagan releer a los alumnos el propio texto atendiendo a los contenidos
trabajados que servirán como criterio de evaluación; se puede establecer un sistema de rotación de
textos, de manera que cada alumno o pequeño grupo deba evaluar, según unas pautas, el texto de otro y
devolverlo a su propietario para que considere las observaciones realizadas e incorpore los cambios que
crean oportunos; otro procedimiento consiste en realizar una lectura del propio texto delante de los
compañeros de la clase para que éstos efectúen su comentario o juicio a partir de un guión de
140 observación que da preferencia a los aspectos fijados como objetivos y que recoge luego el autor para
revisar su texto (García- Debanc, 1984).

Estamos, pues, hablando de la evaluación formativa como aquel instrumento facilitador del proceso de
revisión del texto, utilizado durante el proceso de escritura, que proporciona al alumno (y también al
profesor) la información necesaria para valorar el propio texto en curso de elaboración y tomar
decisiones para mejorarlo en un sentido concreto. Este proceso puede aplicarse a los sucesivos
borradores, pero también a los planes anteriores a la textualización y a la representación que se tiene
del texto. Incluso el destinatario puede ser puesto en duda y decidir, por ejemplo, que la persona
prevista para recibir la carta no es la más indicada para solucionar aquel problema.
Hemos insistido en la importancia de los grupos cooperativos para facilitar la revisión del propio texto. La
autoevaluación es un instrumento privilegiado para la adquisición de un alto grado de autonomía en el
propio aprendizaje. Algunos autores hablan de la evaluación formadora como aquella evaluación
formativa donde la regulación del proceso de aprendizaje es llevada a cabo prioritariamente por el
alumno (Nunziati, 1990). Creo que los mecanismos de evaluación en pequeño grupo constituyen un
primer paso en el aprendizaje de las estrategias de autoevaluación.

La evaluación formativa favorece también el recurso a los conocimientos explícitos sobre el texto y sobre
las estrategias de elaboración del mismo, a través de la producción y valoración en pequeño grupo, y de
los cuestionarios y otros instrumentos que remiten explícitamente a los criterios estudiados. De esta
forma se lleva a los alumnos a un uso intencionado de los recursos lingüísticos y del control del proceso
de composición escrita en función de un determinado texto y de una intención.
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A modo de conclusión, quisiera subrayar que la búsqueda de nuevas formas más útiles para que
profesores y alumnos conozcamos lo que realmente sucede en las aulas, cuando se plantea una tarea de
escritura, irá necesariamente unida a la experimentación e innovación en la enseñanza y aprendizaje de
la composición escrita en escuelas e institutos.

141
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LA EVALUACIÓN BLOQUE V
Daniel Cassany, Marta Luna y Gloria Sanz. V.4.3

La evaluación

Casi siempre que se habla de evaluación, tanto si lo hacen profesionales de la educación, alumnos o
padres y madres, se hace patente una sensación general de trámite doloroso por el que el sistema
establecido nos obliga a pasar. La valoración que hacen de ella unos y otros es, generalmente, negativa.
Para unos representa un montón de trabajo, para otros, una causa de angustia, y para todos, un
elemento generador de decepciones.

¿Por qué la evaluación tiene connotaciones negativas? Quizá porque la aplicamos de forma restrictiva y
solamente es útil para medir, de manera más o menos objetiva, el nivel de conocimientos adquiridos por
un alumno durante un proceso de aprendizaje. Tiene una función selectiva y clasificadora.

Las posibilidades educativas de la evaluación son mucho más amplias. La evaluación es la parte del
proceso de aprendizaje que comporta la reunión sistemática y organizada de información y su
142 interpretación, de manera que permita modificar y reconducir el proceso educativo y corregir sus errores
y sus desviaciones.

El DCB define la evaluación como el análisis de resultados de un proceso complejo para verificar su
congruencia y el grado de eficacia con el que se ha concretado cada uno de sus pasos. Para poder
efectuar este análisis, será necesario reflexionar sobre qué evaluamos, cuándo evaluamos y cómo lo
hacemos, para que los resultados del análisis sirvan para mejorar el proceso en su conjunto.

■ ¿Qué evaluamos?

Evaluamos los conocimientos iniciales del alumno, su proceso de aprendizaje, los resultados finales
conseguidos, el procedimiento utilizado por el profesor, el material empleado, la misma programación y
todos los elementos y factores que intervienen en el proceso educativo.

■ ¿Cuándo evaluamos?

Evaluamos de forma continuada: al empezar el curso, durante el curso y al acabar el curso. Pero hay que
recordar que, en cada momento, la evaluación tiene finalidades diferentes y, por consiguiente, en cada
caso, será necesario obtener informaciones distintas.

Al empezar el curso, la evaluación inicial tiene valor de diagnóstico. Sirve para proporcionarnos el
máximo de información sobre el alumno, su situación familiar, su historia escolar, sus aptitudes, sus
dificultades, sus intereses, su actitud hacia la escuela, los maestros, los compañeros, etcétera y, a partir
de la información, adecuar los programas a las necesidades cambiantes de los alumnos de un curso a
otro.
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Durante el curso necesitamos saber si los alumnos progresan, si están motivados, si el ritmo de la clase
los anima, si se cumplen los objetivos formulados en los plazos adecuados, si los alumnos son
conscientes de su progreso y de los elementos que les ayudan a progresar, etcétera. Este tipo de
evaluación es el que tiene más valor educativo, porque es el que permite realmente, a partir de la toma
de conciencia de alumnos y profesores, modificar todo lo que sea conveniente. Es lo que llamamos
evaluación formativa.

Al acabar el curso, necesitamos conocer la consecución de objetivos por cada alumno y del conjunto de
objetivos de aprendizaje. En muchos casos esta evaluación determina la promoción a otro nivel. Tiene
poca incidencia en el proceso educativo, porque tiene muy poca capacidad de modificación. Es la
evaluación final.

■ ¿Cómo evaluamos?

Para recoger los datos fundamentales aplicamos dos técnicas: la observación y las pruebas de
evaluación.
En general, todos los maestros pueden decir muchas cosas de sus alumnos, los han observado una y otra
vez y los conocen bien. Lo que ya no es habitual es que esta observación esté sistematizada y organizada,
de manera que permita extraer conclusiones claras y fundamentadas, como comparar un trabajo del
mismo alumno en momentos diferentes del curso o del ciclo, contrastar el comportamiento de distintos
grupos de trabajo, valorar la incidencia y la eficacia de unos materiales en alumnos y grupos diferentes, o 143
que permita determinar qué sistemas de aprendizaje son más efectivos en grupos homogéneos de
alumnos, etcétera. Es decir, la observación es una tarea que practicamos de manera espontánea, pero
que pierde gran parte de su virtud cuando no queda recogida y, por lo tanto, hace prácticamente
imposibles la reflexión y la interpretación de los datos.

Algo parecido ocurre con las pruebas de evaluación. No es lo mismo corregir y calificar que recoger datos
observables de los trabajos de los alumnos. Para que las pruebas de evaluación nos faciliten información
hay que tener en cuenta que:

 Hay que determinar qué aspectos queremos observar.

 Hay que buscar las actividades que serán más eficaces para realizar la observación.

 Hay que efectuar la corrección con los mismos criterios con los que se han formulado los
objetivos de aprendizaje.

 Hay que anotar y describir los resultados.

Y, más adelante, para que la evaluación sea realmente formativa será necesario: Que el alumno conozca
los resultados.

Tomar decisiones consecuentes: cambiar objetivos, cambiar métodos, diseñar planes de recuperación,
etcétera.

Observemos los cambios más importantes en relación con anteriores propuestas:


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 La evaluación deja de ser un juicio de los resultados del alumno. La evaluación no es solamente
el punto final de una etapa. La evaluación es un proceso integrado en el proceso de enseñanza-
aprendizaje. La evaluación analiza el conjunto de los elementos educativos (alumno, maestro,
material, dinámica, etcétera).
Esta nueva concepción de la evaluación tiene aplicaciones didácticas y organizativas importantes:

 Si los objetivos de etapa están formulados en términos de capacidades, deberemos diseñar


actividades evaluativas que nos informen de capacidades, y no de ítems puntuales. Por ejemplo,
una prueba de evaluación en la que un alumno puntúa correctamente un texto dado nos informa
del conocimiento que el alumno tiene de la puntuación, pero no de la aplicación que sabe hacer
de dicho conocimiento. Solamente la redacción de un texto espontáneo nos permitirá apreciar
esta habilidad.

 Si se evalúa el conjunto del proceso educativo, los claustros escolares deberán diseñar los
criterios de evaluación pertinentes para cada caso, programar la periodicidad y diseñar un
sistema organizativo que permita el encuentro de todos los maestros.

 Si la evaluación es un proceso a través del cual se reconduce, cuando es necesario, el proceso


educativo, la escuela, el claustro y los maestros tienen que estar dispuestos a modificar todo lo
que sea necesario para que la evaluación tenga una significación positiva.
144
Solamente nos queda añadir que la evaluación, tal como lo plantea la Reforma educativa, es un proceso
complejo que exige una gran evolución en la forma de actuar y de concebir las relaciones maestro-
alumno, respecto a lo que estamos acostumbrados a hacer. Quizá uno de los grandes retos de la
reforma sea precisamente poder ser capaces de abandonar la idea del maestro como autoridad en el
saber, transmisor de conocimientos, juez de los resultados de los alumnos, y empezar a pensar en un
maestro creador de situaciones de aprendizaje, respetuoso del proceso de aprendizaje de cada alumno,
crítico con su propia actuación.

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