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Escritos / Medellín - Colombia / Vol. 23, N. 50 / pp.

13-21
Enero-junio 2015 / ISSN 0120 - 1263

LIBERTAD O DESTINO:
EL LABERINTO DE LA CONDICIÓN HUMANA.

FREEDOM OR DESTINATION: THE LABYRINTH


OF THE HUMAN CONDITION
LIBERDADE OU DESTINO: O LABIRINTO
DA CONDIÇÃO HUMANA

Iván Darío Carmona Aranzazu*

* Licenciado en filosofía y letras, especialista en ética, magíster en filosofía, doctorando en


filosofía y actuamente coordinador de postgrados en filosofía de la Escuela de Teología,
Filosofía y Humanidades. Orcid: 0000-0002-4572-8527
Correo electrónico: ivan.carmona@upb.edu.co

Artículo recibido el 15 de enero de 2015 y aprobado para su publicación el 30 de enero de


2015.

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Introducción

Todos estamos determinados por el hecho de


que hemos nacido humanos y, en consecuencia,
por la tarea interminable de tener que elegir
constantemente, tenemos que elegir los medios
juntamente con los fines. No debemos confiar
en que nadie nos salve, sino conocer bien el hecho
de que la elecciones erróneas nos hacen incapaces
de salvarnos
Erich Fromm. El corazón del hombre

Soy Humano y nada de lo humano me es ajeno


Terencio. Dramaturgo romano.

¿
Estamos los seres humanos predeterminado o somos creadores
de nuestro propio destino? La respuesta puede ser inmediata,
algo parecido al texto de Erich Fromm que nos sirvió de epigrafe,
o demorarse un poco en algunas consideraciones históricas que nos
permitan hacer el recorrido de aquello que hemos pensado a lo largo de
una historia en la cual no nos conformamos con simplemente ser o existir,
sino que buscamos razones que expliquen esos modos de ser y de existir,
intentando claridad sobre nuestro ethos.

Partamos del hecho, significativo por demás, de que la libertad ha


sido siempre el gran problema, saber qué es y cuáles son sus límites
ha generado grandes polémicas de orden filosófico; dilemas puestos
en el límite de lo humano. De la misma manera, como humanos,
siempre nos ha preocupado el saber qué tan responsables somos de
aquello que nos pasa, sí son los dioses, o es el destino, algún tipo de
azar, algo que no soy yo, una fuerza extraña que actúa sobre mi, sobre
el mundo, sobre la naturaleza, determinándola y donde mi voluntad o
capacidad de actuar queda anulada; o, si más bien, todo lo que sucede es
nuestra responsabilidad, y en este sentido somos dueño de las acciones

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y responsables por el modo como afectamos el mundo desde estas


elecciones; ¿somos la causa de todo lo que nos sucede?

Como seres constituidos moralmente, todo lo que hacemos tiene


implicaciones morales, a diferencia de los animales y demás seres
de la naturaleza, para quienes sus acciones no representan ninguna
responsabilidad, para cada ser humano todo lo que hace tiene
repercuciones para sí mismo y para otros. Según Adela Cortina en su
texto “El quehacer ético”: no existe ninguna persona que se encuentre
más allá del bien y del mal, es decir todo ser humano está obligado a
justificar sus acciones, a dar razones de las elecciones tomadas. Por ello
la libertad es un problema, ¿Qué tan libres somos? ¿Qué tan dueños
de nuestros actos? ¿Qué tan responsables? Estas preguntas son fruto
de reflexión en cada época de la historia, en el recorrido de nuestro ser
filosófico nos hemos encontrado con pensadores, escuelas o teorías que
intentan explicarnos esta encrucijada, esta paradoja, este eterno dilema
de las acciones humanas, su determinismo o su libertad.

En un segundo momento consideremos que lo humano es algo


complejo, no sólo debemos responder a los instintos, sino que además
existen una gran cantidad de factores que debemos considerar a la hora
de tomar en cuenta las decisiones humanas; poseemos una inteligencia
compleja, inteligencia en varios sentidos que nos permiten una vida más
dinámica; sin embargo, somos el único ser de la naturaleza que puede
hacerse cargo de sí mismo a través de su inteligencia y esto trae como
consecuencia el que nuestras decisiones estén igualmente atravesadas
por esta complejidad.

En tercer lugar hay que considerar que los seres humanos tenemos
ciertas inclinaciones producto de nuestra naturaleza, la misma que nos
lleva a desear y a elegir lo que queremos, tendemos a satisfacer nuestras
necesidades, nuestro querer por encima de cualquier otra cosa; esto nos
lleva a suponer que para actuar correctamente debemos educar nuestra
voluntad, educar la voluntad es educarse en el querer adecuado, en el
desear justo, es necesario obrar por encima de nuestros caprichos y

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conveniencias individuales y pensar en la totalidad de los seres humanos


que estan involucrados en nuestras decisiones.

¿El ser humano está predeterminado o es creador de su propio destino?


Volvamos al origen, a los primeros momentos de la cultura de occidente,
instalemonos en la época de la Iliada de Homero, en el mundo mítico y
heróico de los griegos. En el Siglo XI a.c., época aproximada de la guerra
de Troya, los dioses determinaban la vida de los hombres y las mujeres,
el destino de éstos estaba en manos de los dioses, no eran dueños de los
acontecimientos de sus vidas. Zeus manejaba los hilos de la historia, los
héroes tenían su destino trazado, eran beneficiados o perjudicados por el
afecto o no de un dios o una diosa, a veces con razones o motivos y en
otros momentos por simple capricho. Ningún hombre se podía revelar
a su destino, éste lo alcanzaba tarde que temprano. De esta manera se
entiende la virtud o el máximo valor de la condición humana como la
aceptación total de este fatalismo, un heroe es aquel que acepta su destino,
que lo sigue sin pretender cambiarlo. Aquiles por ejemplo es invencible,
es un guerrero intrepido que no le teme a nada, se sabe invencible, se
sabe protegido por los dioses, en cambio Héctor es un guerrero prudente,
sabe que debe enfrentar a Aquiles, sabe que su destino es morir en ese
combate y sin embargo lo acepta heróicamente, lo acepta tragicamente;
no rehuye el combate, no escapa, no se disculpa, muere aceptando su
destino; aquí vemos el determinismo en toda su manifestación. Los dioses
y los hombres estan determinados por algo superior a ellos, por algo que
es como una ley inexorable, el destino, la fortuna.

En el mito de la Fortuna entre los griegos es claro que ésta diosa o fuerza
del cosmos es completamente ciega, como la justicia, reparte sus bienes
o males sin fijarse a quien le caen, en este sentido es una especie de azar.
Otra de las maneras como entre los griegos se entiende el determinismo
es a través del Oráculo, los griegos lo consultaban para saber acerca de
su destino o suerte, para estar al corriente de aquello que les deparaba el

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destino, el cual a veces favorecia y en ocasiones se presentaba adverso;


la pitonisa o virgen al cuidado del altar, era quien en un lenguaje cifrado
le leía su fortuna a quien la consultaba, respondía a la pregunta que se le
formulaba; quien indagaba debía decifrar el enigma que se le presentaba
y a partir de allí entender su destino, su misión o la suerte de su existencia.
Son muchos los mitos que en la cultura griega nos hablan acerca de
este determinismo, de esta sujeción a la voluntad de algo que no es el
hombre mismo y su voluntad. En Homero, como ya lo vimos, el hombre
es un juguete de los dioses, no es responsable de su destino, la mejor
manera de ser hombre es cumplir el destino, de esta manera se es héroe,
viviendo en la memoria de los hombres, un griego prefiere vivir una vida
corta cumpliendo un ideal, a una vida larga por nada; aquí el hombre no
asume ninguna responsabilidad, está determinado por los dioses, por la
naturaleza, por el azar, por el destino, etc. este hombre no elige, sólo le
queda aceptar, lamentarse o congratularse con su fortuna, con su destino;
en el mundo homérico estamos condenados a la voluntad caprichosa de
los dioses o de la naturaleza.

Dos mitos nos permiten una mayor comprensión de la relación


determinismo-libertad entre los antiguos. Prometeo roba el fuego a
los dioses, el fuego es la sabiduría de los dioses, es quien establece la
diferencia, es autonomía, es dominio o poder de sí mismo, con el fuego
los dioses mantenían a los hombres dominados, el fuego en manos de
los hombres implica que ellos se pueden bastar por sí mismo, ya que
empiezan a ser conocedores de su propio ser, se enfrentan a un mundo
del cual pueden ser creadores. El conocimiento del fuego enfrenta a los
hombres consigo mismos; cocer los alimentos es pasar del estado de
naturaleza al estado de cultura, poseer el fuego es mantener a las fieras
alejadas de su morada, es poder estar tranquilo en la noche y calentarse en
las épocas de invierno; esa es la sabiduría que implica el fuego, a partir de
él los hombres obtienen un poco de libertad, esto les permite cuestionar
el dominio a ciegas de los dioses, empiezan a ver por sí mismos. Con
justa razón Prometeo es castigado tan cruelmente, es atado a una roca y
condenado a arrastrarla, condenado a la rutina, a no obtener descanso;
con el conocimiento, la sabiduría y la cultura el hombre se condena al

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trabajo, al esfuerzo, depende sólo de sí mismo, el estado paradisíaco se


pierde como en el mito de Adán y Eva cuando comen del fruto prohíbido
que es la sabiduría la cual sólo estaba destinada a Dios. Robar la sabiduría
implica perder la inocencia, empezar a conocer el mundo en términos de
esfuerzo, de trabajo, de tareas, de elecciones que involucran el bien y el
mal.

El mito del Minotauro, Teseo y el laberinto nos permite entender la idea


que sobre la existencia tenían los griegos. La vida misma es un laberinto,
en el nos movemos sin poder encontrar la salida, sabemos que no hay
salida pero no podemos renunciar a buscarla, sabemos que por más
ingenio que pongamos nunca seremos totalmente libres y sin embargo
luchamos creativamente para salir; la vida implica ingenio para salir del
laberinto, la más ingeniosa de las trampas que nos han puesto los dioses.

“Lo asombroso del hombre es que se mantiene abierto e indeterminado


en un universo donde todo tiene su puesto y debe responder sin
excentricidades a lo que marca su naturaleza” dice Fernando Savater a
propósito de la Oración sobre la dignidad humana de Pico Della Mirandola;
es claro que mientras la conducta del animal se mantiene predeterminada
por su instinto, el comportamiento humano es indeterminado y constituido
básicamente por el presupuesto de la libertad.

Dice Savater en su reflexión acerca de la libertad que para el hombre,


habitar el mundo es actuar en él, nos muestra como para los hombres a
diferencia de los animales, el mundo está lleno de sentidos, de significados
diversos que se van presentando según vamos eligiendo entre una opción
u otra, con lo cual podemos adelantar, que no da lo mismo elegir una cosa
u otra, lo que se elija determina un destino, conduce a las acciones a un fin
diferente. No somos una especie determinada ni siquiera biológicamente,
podemos mutar, cambiar y de hecho lo hemos podido comprobar a lo
largo de las eras geológicas, somos una especie que se puede adaptar a

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cambios, a diferentes condiciones, incluso a condiciones que parecieran


no estar hechas para nuestra especie, donde es casi imposible sobrevivir.
Somos la única especie que puede influir a voluntad sobre sí misma. El
hombre es pura acción, en eso consiste su libertad, en afirmar su ser aún
de la nada.

Recordemos que estamos intentando aclarar si el hombre es un ser


determinado o predeterminado o sí puede ser creador de su propio
destino, ya vimos, que en la antigüedad, básicamente, el hombre se
entiende atado al destino, a la naturaleza, a los dioses, al azar, etc. Y que
esto, fundamentalmente contrasta con la época moderna en la cual el
hombre se descubre poseedor de una voluntad, de una conciencia, de
una libertad. Esta libertad se debe comprender como el término opuesto
al de determinismo, por efecto de la capacidad de elegir que descubre
el ser humano; gracias a que este ser humano se entiende como un ser
en acción, no como ente pasivo; gracias a que se comprende desde tres
conceptos fundamentales: autarquía (gobierno de sí mismo), autodominio
y autoconocimiento; es decir, un ser responsable de su existencia, con la
capacidad de obrar por sí mismo: “A esa posibilidad de hacer o de no
hacer, de dar el <sí> o el <no> a ciertos actos que dependen de mí, es a lo
que podemos llamar libertad.” (Savater 1999 146)

Partamos del hecho, muy evidente en la ética estoica, de que en este nivel
de la acción humana desde donde se desprende lo moral, las acciones se
dividen entre aquellas que no dependen de mí y las que dependen de mí.
Aquellas que no dependen de mí, que no es mi voluntad que sucedan,
que simplemente suceden porque son actos de la naturaleza, del azar y
que yo no puedo manejar, estas cosas simplemente acontecen y yo sólo
debo aceptarlas, no con resignación sino con fortaleza; por ejemplo un
terremoto, una enfermedad terminal, una catástrofe de la naturaleza, un
hecho fortuito o azaroso, de mi sólo depende la actitud que asumo frente
a este hecho que no me favorece, que es contrario a mi voluntad y mi
deseo y que yo preferiría que no sucediese. Están también aquellas cosas
que dependen de mí, de las cuales yo soy responsable, sobre las cuales
yo debo actuar y encausar su fin, en términos generales aquellas cosas

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que dependen de mí son los valores, aquellas cosas que yo elijo y sobre
las que decido actuar con plena conciencia de los efectos que mi acción
produce.

Este problema se encuentra justo en el cruce entre pasión y acción; aquellas


que sucediendo no dependen de mí, que además cargan trágicamente
mi existencia, deben ser aceptados como tal, no tiene sentido intentar
cambiar el curso de lo que inevitablemente sucederá; no por ello debe ser
asumido con pesadumbre o con furia contra el destino, la naturaleza o los
dioses, en ello se conjuga una razón superior a la razón misma, una razón
que ni la razón misma comprende; todo lo que sucede en los límites de
este marco está por encima de la condición humana, luego esa misma
condición no tiene ni capacidad ni voluntad para moverse allí. Pasión y
acción quedan desbordadas por efecto de la incapacidad de la voluntad
de ligarlas coherentemente, ambas se superan mutuamente por efecto de
su propio movimiento.

Donde la voluntad del hombre sí tiene capacidad de acción es en aquellas


cosas que no proceden de la fortuna, que al no ser fortuitas, nacen en
el deseo y la necesidad humana de ampliar su propia capacidad; allí
es necesario que el deseo y la acción sean coherentes, en ese tipo de
sucesos se pone a prueba el esfuerzo, la voluntad para llegar a una meta
según diseño o modelo, según los límites de la razón humana. Lo que
depende de mí constituye lo moral, que permite ser reconocido como
lo humano, aquello que moldea la condición de ser, o el ser mínimo
que comparto con el cosmos, o con todo aquello que llamo mi vida, mi
mundo, mi existencia. En aquello que depende de mí todo tiene sentido
en la medida en que la acción y el deseo partan de mi propia voluntad, en
la medida en que todo esté moldeado por la razón, es decir, ajustado a mi
propia condición humana, la que sin duda deberá someterse al esfuerzo,
la educación, la disciplina, aquella que está sujeta a un modelo y que será
ética y estéticamente diferente en cada hombre, aunque compartamos la
meta final.

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Se trata de aceptar con ecuanimidad lo inevitable, y para ello se requiere


de una voluntad inquebrantable, sólida; una voluntad dirigida por la misma
razón que todo lo conduce. En los momentos adversos, en las dificultades
es donde se conoce el material de que está fabricado un hombre o una
mujer, debe asumirse la vida con entereza y alegría: es un aprendizaje para
los tiempos de crisis.

Cuando hablamos de libertad, hablamos fundamentalmente de la


capacidad de actuar de un ser humano; en este punto diferenciar lo
bueno de lo malo, lo conveniente de lo inconveniente, nos ubica en el
centro de la responsabilidad del sujeto, responsabilidad sobre nuestros
actos, sobre nuestras decisiones y nos permite calcular las consecuencias.
Este conocimiento propone un límite a nuestras actuaciones, la libertad
no debe sobrepasar el límite de lo que es adecuado; es decir, es claro
que la libertad de una persona implica una responsabilidad, implica una
conciencia de lo que permanentemente está decidiendo en cada acto, en
cada afirmación o negación, en cada momento en que implica a otros.

Según Hegel: “el hombre no es lo que es y es lo que no es” (Savater 152)


el hombre es la gran paradoja, lo inacabado, lo define aquello que aún no
es, pero que puede llegar a ser; un siendo permanente, un anhelo. En este
sentido la libertad debería entenderse como la posibilidad que todo acto
conlleva de afectar el destino, y el destino como el escenario supuesto
donde la libertad, juguetona, se mira irónica en su propio espejo. ¿Qué
sabe? ¿Qué advierte?

Bibliografía

SAVATER, Fernando. La libertad en acción en: Las preguntas de la vida.


Barcelona: Ariel, 1999.

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ANGÉLICA MARÍA RODRÍGUEZ ORTIZ

En este sentido, vemos que Searle con estas premisas que describen
hechos del mundo, para el caso una promesa hecha por Juan, llega a
desembocar en una prescripción. Pues el acto de prometer requiere de
condiciones necesarias y suficientes para que sea llevado a cabo con
éxito dentro del mundo, para el caso de su cumplimiento la obligación
es una de estas condiciones empíricas, ya que quien promete asume
un compromiso para llevar a término satisfactorio lo prometido, de lo
contrario las promesas no serán tales, no pasarían de ser palabras que no
tendrían sentido para quien las hace.

Para probar la derivación de un “debe” a partir de un “es”, Searle expone


las relaciones desde la lógica, haciendo uso de tautologías que se dan
entre unos y otros enunciados, de los anteriormente expuestos, para
lograrlo hace uso de la lógica formal, usando la forma de un argumento
deductivo modus ponens. En el cual reitera la tautología entre los pasos
de las premisas 1 y 2, 3 y 4 que se presenta en las promesas como actos
de habla, ya que hacer una promesa, implica, lógicamente, asumir una
obligación y si se asume una obligación, tautológicamente se está en
tal obligación. Ahora bien, para completar su propuesta de derivación,
el autor añade una última tautología, y es que por el hecho de asumir
la obligación o compromiso adquirido en la promesa, quien emite la
promesa “debe” hacer aquello en lo que está en la obligación de hacer, es
decir, debe cumplirla.

En esta primera parte de su estudio del lenguaje se hace lógicamente


evidente el paso de forma tautológica, sin embargo, mostrar cómo un
enunciado descriptivo puede entrañar un enunciado evaluativo es más
complejo y es la parte que más ha sido criticada, ya que la separación
tradicional y rígida entre ambos desde el análisis lógico del significado es
de gran magnitud. Sin embargo, Searle inicia su labor desde la filosofía
analítica, y como él mismo lo expone, positivista, pero posteriormente,
presenta en medio de su análisis del lenguaje, un giro pragmático, un
giro lingüístico como lo denominó (Rorty), en el cual asume un nuevo
compromiso con el estudio del lenguaje, ya que en él establece la relación
entre los hechos del mundo y los hechos institucionales, entre ellos el
lenguaje, el cual está esencialmente constituido dentro de un sistema de

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SEARLE Y LA POSIBILIDAD DE DERIVAR UN “DEBE” DE UN “ES”

reglas, al igual que también lo están las promesas y las obligaciones.

De este modo, Searle asume en su propuesta de la construcción de


la realidad como una institución social, una postura en la cual, como
lo plantea Rorty “[…] los problemas filosóficos pueden ser resueltos
(o disueltos) reformando el lenguaje o comprendiendo mejor el que
usamos en el presente”, ya que las reglas usadas en la comunicación y
las convenciones usadas por los hablantes permiten dotar de significado
todas las instituciones sociales y habitar en el mundo construido por una
institución más: el lenguaje. En este sentido, reconocer el lenguaje como
una institución, y dar un giro de la analítica al neopragmatismo nos lleva
a pensar nuevos problemas en la filosofía del lenguaje, pues en la primera
filosofía del lenguaje de este autor estadounidense se observa un intento
de superar la corriente tradicional cerrada de correspondencia unívoca del
nombre con el objeto, ya que como lo plantea el profesor Juan Manuel
Jaramillo (2013):

Para Searle, es característico, de los diferentes nombres propios, que


usen para referirse a un mismo objeto en ocasiones distintas, de suerte
que una condición necesaria de identidad referencia es, en este caso,
la identidad del objeto, lo que supone un criterio de identidad que le
permita saber que el objeto al que se refiere el nombre propio en el
tiempo t 1 es el mismo al que se refiere en el tiempo t 2. (169)

Giro que se hace mayormente evidente en obras como La construcción


de la realidad social (1997) y Mente, Lenguaje y Sociedad (2001) en las
cuales es fundamental el entramado o red de significados que encierran
las palabras para convertirse en una institución donde los hablantes
manipulan, dominan y comprenden las reglas de acuerdo con las
necesidades que surgen en la institución social. Se presenta, entonces,
un giro lingüístico en el cual, tal y como lo expone el profesor Freddy
Santamaría, “los enunciados, palabras o términos deben hacer parte de
un entramado lingüístico en el que el uso va a ser el criterio válido para
su significatividad (118). El uso es el que permite la construcción de esa
realidad social que postula Searle en la obra que se corresponde con este
título y se deja de lado esa postura inicial de corriente analítica con la que
se inició en los estudios del lenguaje.

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ANGÉLICA MARÍA RODRÍGUEZ ORTIZ

En este sentido, las reglas, creadas socialmente, son las que dan
significado a las palabras enunciadas en un marco x, para el caso de
las promesas y lo que estas constituyen, las reglas que se juegan en el
acto de prometer, hacen que la promesa se asuma como obligación, lo
que lleva a ver que prescribir y evaluar están lógicamente ligadas entre
sí, y en relación con la descripción; es decir, el hecho de haber realizado
efectivamente la promesa, hace parte del mundo. De esta forma, Searle
enmarca los enunciados expuestos dentro de la institución del lenguaje,
y esta institución la asume dentro de otra, la institución de las promesas,
que lleva a considerar el acto de prometer, de tal forma que cuando
alguien promete algo asume la obligación de su cumplimiento, en este
sentido, la obligación de Juan está entrañada en la descripción del hecho
de que efectivamente Juan prometió algo. Esta obligación hace parte
del orden evaluativo, y lleva a ver que dentro del enunciado descriptivo
estaban entrañados tanto el enunciado prescriptivo como el evaluativo,
que para el caso, según el autor se toma indistintamente.

Ahora bien, el análisis del lenguaje proposicional enmarcado en el


ámbito de las instituciones nos lleva a distinguir el hecho bruto del hecho
institucional, sin embargo, hacer uso del lenguaje para describir un
hecho bruto, ya nos adentra en terreno de juicios que son derivados de
un hecho institucional: lenguaje. De este modo, Searle logra superar la
representación clásica que separa de manera rígida el “es” y el “debe”, ya
que esta no logra dar cuenta de los hechos institucionales, por ende, no
da cuenta de que dichos hechos se dan dentro de un sistema de reglas
constitutivas, y que algunos sistemas de reglas constitutivas incluyen
obligaciones, para el caso también promesas, dentro de las cuales sí es
posible derivar un “debe” de un “es”.

Lenguaje y moral como hechos institucionales

En el sentido anteriormente descrito, las reglas constitutivas del lenguaje


son las que dan a las palabras el significado, razón por la cual, el hecho
de que Juan prometa algo lo lleva a la obligación, al deber. De tal forma,

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el enunciado descriptivo contenía en sí mismo, dentro del significado


institucional de la palabra “promesa” un enunciado prescriptivo en sí
mismo.

Así, los actos de habla dentro del sistema institucional de reglas constitutivas
que conforman al lenguaje presuponen tanto actos ilocucionarios, como
perlocucionarios, tal y como los denominó Austin (1962), y para el
caso de las promesas y su significado, el análisis de Searle se da en los
límites de los primeros, es decir, de los ilocucionarios, de aquellos que
son realizados intencionalmente, no está reducido a las consecuencias
posteriores a la comunicación lingüística, pese a que en algunas críticas
se le haya entendido de esta forma.

En tal sentido, “Los actos ilocucionarios- tal y como lo plantea el autor- el


significado y la intención están todos ellos mutuamente vinculados“(Searle
125) y es la mente humana la que da el significado en virtud de la relación
que se da entre lenguaje como hecho institucional y la realidad. De tal
forma, en las promesas, la mente de quien la emite presume la obligación,
pues el significado de la palabra “promesa” depende de las convenciones,
de las reglas constitutivas del lenguaje mismo.

Contrario a las críticas que Hare (1963) le hace a Searle en este problema
de derivar un “debe” de un “es”, se observa que la intención de significar de
la palabra “promesa” nos remite en el marco de las reglas constitutivas de
la institución de la promesa misma, es decir, a la asunción de la obligación;
de esta forma, el paso del “es” al “debe” se da lógicamente desde el análisis
lingüístico en el marco institucional, ya que la intencionalidad del acto
ilocucionario de prometer lleva a ver que las condiciones de satisfacción
de la promesa misma se dan en el deber de cumplir lo prometido.

El paso del “es” al “debe” y su uso en la moral

El aporte de Searle que nos lleva a considerar al lenguaje como una


institución, cuyas reglas develan el significado a partir del uso, y la

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ANGÉLICA MARÍA RODRÍGUEZ ORTIZ

solución dada al problema de derivar un “debe” de un “es” nos permite


pensar el mismo problema en el marco de la moral, ya que si bien el
ejemplo planteado por Searle no es en este campo, nos abre una puerta
para explorar y encontrar relaciones de orden institucional entre lenguaje
y moral. Lo cual se realizará en la relación juicios de hecho- juicios de
valor, ya que si bien es cierto que en la ciencia requerimos de los juicios
de hecho para aproximarnos a la realidad y comprenderla, también es
necesario evaluar tales juicios. En este sentido, vemos que estos aportes
se pueden llevar al campo de la moral, pues en la construcción de una
moral como institución se requieren de ambos tipos de juicios. Los juicios
de hecho se refieren en el campo de la moral a las acciones realizadas en
el mundo por el agente, y para el caso, al igual que en la ciencia, también
otorgan conocimiento sobre la situación a la cual se refieren, es decir,
que en el ámbito moral los juicios también pueden ser trabajados desde
su valor de verdad, contrastados a su vez con la realidad social en la que
se presentaron los hechos. Lo anterior “implicaría saber cuándo un juicio
es falso y cuándo es verdadero. Dicho de otro modo, para conocer algo,
necesitamos tener juicios verdaderos sobre ese algo” (Rodríguez 62). Y
una vez conocida la acción realizada, podremos emitir el juicio valorativo
sobre la misma.

En este sentido, asumir el deber como una obligación, y la obligación


expresada como acto de habla, que se traslada al “debe” dado el uso del
lenguaje, el que a su vez está regido por la norma nos permite trazar líneas
paralelas con la moral, las cuales se entrecruzan en el momento en que
el hombre actúa, pero se mira dicha acción dentro de un contexto en el
cual el lenguaje cumple un papel crucial a la hora de describir, prescribir
y evaluar las acciones realizadas. Es decir, en el campo de la moral el
lenguaje es fundamental, tanto en el ámbito descriptivo, como en el
prescriptivo y, por supuesto, en el evaluativo, como lo es en otros ámbitos.
El lenguaje nos lleva a reconocer el giro lingüístico pragmático que se
da en la obra de Searle, un giro que nos permite resolver problemas que
surgen en el mundo real, y para el caso en el ámbito moral, cuando esta
no se considera como una institución, y cuando se deja de lado el lenguaje
y su papel dentro de la misma.

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En este sentido, oraciones como “x prometió a su esposa ser honesto”


lleva a que x asuma la obligación de su promesa, y que a través de esta
obligación efectivamente asuma el compromiso de serle honesto a su
esposa, de tal manera que se evidencia también que la oración inicial “x
prometió a su esposa ser honesto” como enunciado descriptivo contiene
en sí misma el enunciado prescriptivo “x debe ser honesto” y ello se verá
reflejado en el compromiso de la asunción de la promesa al ser honesto
con su esposa efectivamente. De la misma forma que el enunciado
prescriptivo está contenido en la descripción inicial, enunciado valorativo
“x es honesto” también está contenido en la promesa efectuada por x; y
ambos, tanto la descripción como la valoración, se pueden corresponder
con el mundo, ya que al evaluar las acciones de x y ver que efectivamente
da cumplimiento a las mismas, y que ha sido honesto con su esposa, se
puede concluir con un juicio de hecho que x cumple con su promesa,
y por ende con un juicio valorativo: “x es honesto”. Juicio que termina
siendo objetivo y comprobable en las acciones realizadas por x.

La relación en cadena que se entreteje desde el lenguaje en la moral entre


descripción, prescripción y juicios de valor hace que la moral a través
del lenguaje como institución se constituya dentro de una normativa
que opera en la sociedad en que habita x. Lo cual se refleja desde la
comprensión de la comunidad hablante que observa a x prometer ser
honesto a su esposa, pasando por la presunción de una obligación de la
promesa misma, y por la emisión de un juicio de valor, hasta la creación de
una norma moral que plantee que x debe ser honesto. Una norma moral
en la cual en rasgos generales se asume el deber, porque la honestidad
por sí misma, dentro del significado objetivo que ella tiene, hace que sea
un valor deseable racionalmente. De tal forma que se acepte en la cultura,
se comprenda su significado, las implicaciones del mismo, y con ello se
emitan juicios de valor.

En palabras de Searle “Es una característica de la moral involucrar


generalizaciones. Y considero que la motivación y las razones para actuar
son independientes del deseo construidos dentro de la universalidad del
lenguaje” (Faigenbaum 122) en este sentido, una filosofía moral coherente

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ANGÉLICA MARÍA RODRÍGUEZ ORTIZ

requiere del estudio de la racionalidad y del lenguaje, lo cual permitirá


postular la moral como una institución, a la cual subyace el lenguaje.
En este sentido, comprometerse moralmente implica un compromiso
asumido con la universalidad del lenguaje empleado, más que con el
mismo imperativo categórico, por ello, el prometer algo obliga al sujeto
no solo a cumplir su promesa, sino a reconocer en el otro, como él mismo
lo plantea, el ayudar al otro. De esta manera, platea el autor, en las mismas
conversaciones, comprender el enunciado “Mire, estoy sufriendo, y en
consecuencia, los demás tienen una razón para ayudarme, porque estoy
sufriendo” (134) nos lleva a asumir compromisos morales desde la misma
aceptación del lenguaje empleado en esta. e

Referencias

Faigenbaum, Gustavo. Conversaciones con Searle. Versión digital Libros


en Red. 2013. ISBN (987-1022-12-3)
Jaramillo, Juan. “Las teorías descriptivas de la referencia de Strawson
y Searle. Dos críticas a las teorías del sinsentido” Discusiones
filosóficas. 14. 23 (2013).
Rodríguez, Angélica. El árbol del Edén. La epistemología en el discurso
pedagógico. Manizales: Universidad Autónoma de Manizales, 2012
Rorty, Richard. El giro lingüístico. Barcelona: Paidós, 1990.
Santamaría, Freddy. “De la analítica al (neo) pragmatismo. El giro de la
filosofía anglosajona”. Análisis. 80 (2012).
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____________ “Cómo derivar ‘debe’ de ‘es’”. Teorías sobre la ética. Comp.
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___________. Actos de habla. Traducción de Luis Miguel Valdés
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Domenèch. Barcelona: Paidós, 1997.

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SEARLE Y LA POSIBILIDAD DE DERIVAR UN “DEBE” DE UN “ES”

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____________. Mente, Lenguaje y Sociedad. La filosofía en el mundo
real. Trad. Jesús Alborés. Madrid: Alianza Editorial, 2001.

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