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no eran las estructuras las que estaban en las calles, eran los agentes, eran
personas, eran sujetos. Por otra parte, Mayo del 68 también cuestionó los
discursos totalizantes, globalizantes, relegitimando lo local, lo particular, lo
específico, no olvidemos que muchos de los movimientos sociales actuales,
centrados en características particulares, como feminismo, movimiento gay,
ecologismo etc., guardan alguna relación con las aportaciones mayo del 68:
desglobalización, sospecha hacia todo lo que se pretende como total, como
totalizante, como globalizante, como universalista... y, claro, el estructural
¡sino se presenta como tal. Mayo del 68 crea las condiciones para la
implosión del estructuralismo, pone en marcha una bomba de relojería que
será mortal para el estructuralismo y paradójicamente también crea, al
mismo tiempo, las condiciones para su institucionalización y para que el
estructuralismo alcance sus mayores cuotas de poder. En efecto, mayo del
68 desestabiliza el establishment universitario, académico, lo resquebraja,
abre las puertas para su colonización por parte de quienes se habían quedado
fuera, es decir por los estructuralistas. Mayo del 68 destruye el
estructuralismo y simultáneamente convierte al estructuralismo en una
corriente académicamente dominante -o, si no, dominante por lo menos-,
muy bien instalada.
La implosión del estructuralismo dará paso al postestructuralismo.
Este se constituye en base a una crítica del propio estructuralismo, a una
denuncia de las aporías o los impasses del estructuralismo. En primer lugar,
lo que se cuestiona -lo cuestionarán Foucault, Derrida y muchos otros- es el
cientismo, el cientismo que marca al movimiento estructuralista. También
se cuestiona la asunción acrítica por parte del estructuralismo de muchos de
los supuestos de la modernidad. Se critica, por ejemplo, el hecho de que el
estructuralismo retome el criterio y el principio de la razón científica
aceptando conceptos como el concepto de verdad, el concepto de certeza, el
concepto de objetividad y en definitiva se lance a la búsqueda de
fundamentos seguros y últimos para el conocimiento; participando de lo
que el neopragmatista, Bemstein, ha llamado la “ansiedad cartesiana por la
certeza”.
Entre las muchas cosas que el postestructuralismo critica del
estructuralismo se encuentra el humanismo. En efecto, el humanismo late en
el estructuralismo, pese a que el estructuralismo participe paradójicamente
de “la muerte del hombre”. La búsqueda de invariantes, de universales, de
constantes transculturales, que no sean ni históricas, ni contingentes, (por
ejemplo los mitos se articulan en torno a las mismas oposiciones entre
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cultura y naturaleza, a través de todas las culturas, y todos los tiempos), todo
esto evidencia un esencial ismo profundo y una creencia en la existencia de
la “naturaleza humana”.
Otra de las cosas que se critican es la excesiva estabilidad que
conceden los estructuralistas a la relación significante-significado.
A pesar de excluir radicalmente el referente, Saussure sigue
pensando que, en definitiva, el signo permite hablar del mundo, y, por lo
tanto, que el signo sigue vinculado, de alguna forma, con el referente. Para
Saussure, el significado depende del significante y de su posición en relación
a los demás significantes, pero, dentro del signo, significante y significado
guardan una relación permanente. Los postestructuralistas consideran por su
parte que conviene añadir una 's' al final de la dicotomía saussureana:
significante-significados ¿por qué? pues, porque un significado es sólo un
momento particular de un proceso, sin fin, de significación, es un
momento de un juego infinito entre los significados, de los significantes.
El postestructuralismo manifiesta un desacuerdo radical con el
ahistoricismo estructuralista. La exclusión de la historia se considera
inadmisible y Foucault desempeñará un papel importantísimo en esta crítica.
Pero, cuidado, cuando se recupera la historia desde el postestructuralismo,
cuando se imprime movimiento a las estructuras, reinsertando su génesis
y su dinámica en ellas, no se retoma, por supuesto, el concepto de la historia
propio de la modernidad. Se rechaza la historia como continuidad, la historia
como dimensión vectorizada, la historia como algo que avanza de forma
progresiva hacia determinadas metas que siempre mejoran las anteriores. La
concepción de la historia que propone Foucault es otra, es discontinuista, no
finalista y no evolucionista.
En cierta medida se puede decir que el postestructuralismo es, un
estructuralismo historizado, o sea, es la reintroducción de la historia en la
estructura. Y aquí reviste una importancia muy especial Mikhael Bakhtin,
a través de su influencia sobre algunos estructuralistas que pronto dejarán de
serlo, Kristeva entre ellos. Bakhtin nos enseña que no se puede hacer el
impasse sobre la trama histórica, aun cuando sean los textos lo que interese
y no su génesis. No se puede contornear la historia, la trama histórica, porque
resulta que todo texto es intertextual (será Kristeva quien forjará y
difundirá el término “intertextual”, pero, a través de la “dialógica” de
Bakhtin, la idea ya estaba ahí). Todo texto es
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intertextual, en todo texto hablan otros textos, en todo texto están presentes
de alguna forma los textos anteriores, en definitiva todo texto es polimorfo.
Los postmodernos añadirán que, a nivel de significado por lo menos-,
también los textos que vendrán después marcan la lectura del texto -en este
sentido, según Derrida, el significado es indeterminable e indecidible-.
Después de Bakhtin es difícil no aceptar la incontornabilidad de lo histórico,
aunque nos queramos limitar al texto.
Por fin también se cuestiona la exclusión del sujeto. El sujeto
reaparecerá de forma indirecta, mediante las prácticas no discursivas, que
forman parte del hors texte, de lo que está fuera del texto. (Véase Foucault).
Pero también aparecerá de forma muy importante y directa como
consecuencia de las líneas que se fueron desarrollando al margen de la
lingüística estructuralista. Emile Benveniste, ya a finales de los 40 o los 50,
desarrolló al margen del estructuralismo, una “teoría de la enunciación” que
situaba al sujeto como elemento incontornable de la lingüística. En efecto, la
lengua es un sistema, pero es un sistema que es hablado, que se utiliza, y si
queremos entender convenientemente ese sistema que es la lengua, también
tenemos que tomar en consideración al que la practica. El sujeto de la
enunciación, entendido como el que enuncia, debe ser tomado en
consideración aunque sólo sea porque muchos enunciados incluyen la
palabra 'yo', ¿cómo podemos dar cuenta de ellos sin tomar en cuenta,
precisamente, al enunciador? El punto de vista de Benveniste cobrará
actualidad cuando el estructuralismo empieza su declive, conectando
decisivamente con el desarrollo de la pragmática.
El sujeto, a través de la toma en consideración del habla, de la
palabra, se reintegra a lo que son las estructuras, vuelve a estar presente en
ellas. Pero, cuidado, no es el sujeto de antes, no es el sujeto de la modernidad,
no es un sujeto instituyente. El sujeto está constituido, es cierto, pero aunque
esté constituido, tiene un papel activo. Es a partir de esa reintegración del
sujeto, sobre todo del sujeto locutor, que se va a desarrollar algo muy
importante, por lo menos para la Psicología Social: me estoy refiriendo a la
orientación discursiva, y al análisis del discurso. Si hubiéramos seguido bajo
el imperio estructuralista, estas orientaciones no tendrían la más mínima
aceptación, es la crítica postestructuralista del estructuralismo (y la
reaparición del locutor) lo que las ha hecho posibles.
En definitiva, ¿qué queda del estructuralismo en el seno del
postestructuralismo? Básicamente, la muerte del hombre. Lo que se va a
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conservar, básicamente, va a ser el asesinato del “sujeto consciente” de la


modernidad. Este está muerto y bien muerto. Es quizá lo único que el
postestructuralismo recoge con toda nitidez del legado estructuralismo.
Recoge también otras cosas, pero que no son esenciales o que no son
importantes.
El estructuralismo, abrió las puertas a la postmodernidad, tanto a
través de su demolición del sujeto consciente y de la Filosofía de la
consciencia, como a través de esto y a través de sus propios impasses y de
los límites de su propio planteamiento. Lo que el estructuralismo excluyó por
principio, tenía que irrumpir con fuerza en algún momento, simplemente
porque no era posible, ni creíble mantenerlo fuera, y con ello también
irrumpía la postmodernidad.
Para concluir (provisionalmente) esta corta historia del presente
me gustaría proponer dos periodizaciones. La primera se articula en términos
culturales o en corrientes de pensamiento y la segunda en términos más
estrechamente disciplinares. Primera periodización. 1945- 1955, prevalencia
del existencialismo, por lo menos en Francia, y de la fenomenología, de
forma más general; 1955-1975, momento del estructuralismo, se trata de
hecho de dos décadas de hegemonía estructuralista; sigue un período muy
corto, grosso modo, 1975-1985 de desarrollo (matriz de la postmodernidad).
1985 en adelante, tiempos de la postmodenidad.
Segunda periodización. Hasta 1950 la disciplina reina es la
Filosofía. 1950-1960, es decir, década de los 50, la Antropología pasa a
ocupar el primer plano, (existen indicadores empíricos, por ejemplo el
número de ventas que comunican las editoriales, es un buen indicador). Del
1960, grosso modo, a 1975, es el reino de la Lingüística. No se puede dar un
paso sin tener que hablar de Lingüística. 1975 en adelante, son los libros de
Historia quienes alcanzan los éxitos de venta, pero se trata de una historia
que vuelve a ser événementielle, que se vuelve a centrar sobre la cotidianidad,
las prácticas cotidianas, una historia que abandona la larga duración
estructuralista para centrarse en momentos concretos. Pero el auge de la
Historia no significa que la lingüística no siga ocupando un lugar
importantísimo, lo que ocurre es que la Lingüística se va a tecnificar cada
vez más, se va a centrar sobre la cuestión de los lenguajes formales,
encontrando en la industria de la informática una importante salida
profesional para sus especialistas, transformados en ingenieros y en técnicos
altamente cualificados.
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P: En la medida en que Marx se opone a la filosofía de la conciencia,


quizás se pueda decir que también él ataca a la Modernidad.
R: Entiendo que no se pueda evitar pensar en ciertos planteamientos de Marx,
cuando se menciona la crítica hacia la Filosofía de la consciencia. Es cierto
que Marx ha contribuido, y de forma importante, a poner en entredicho la
idea moderna de la consciencia y a resaltar sus determinaciones sociales;
pero Marx sigue siendo moderno, y profundamente moderno, por todo el
resto de sus planteamientos e, incluso, en relación con el propio tema de la
consciencia; porque, si seguimos a Marx, debemos aceptar que en algún
momento de la historia se conseguirá que la consciencia sea transparente para
sí misma (el final de la alienación). En definitiva, el hegelianismo es tan
profundamente moderno que era imposible que Marx escapara de la
Modernidad.

P: No sé si es correcto contraponer algo tan puntual como ha sido el


estructuralismo a las grandes corrientes filosóficas como son el
Hegelianismo, la filosofía de la consciencia, o incluso la fenomenología.
R: Es evidente que el estructuralismo, por su duración misma (veinte años),
por las limitaciones que aparecen tan rápidamente de sus propios
planteamientos, difícilmente puede compararse con las grandes meta-
narrativas que han ejercido su influencia durante siglos en algún caso: el
idealismo kantiano, el hegeliano, Descartes (que estamos arrastrando desde
hace demasiados siglos). Comparados con el estructuralismo, se puede decir
que estamos ante planteamientos mayores, (lo que no significa que sean
mejores), respecto del planteamiento estructuralista. Pero resulta que a veces,
ciertos planteamientos menores tienen consecuencias, a largo término o a
medio término, que pueden ser extraordinarias. Podría ser que el
estructuralismo al facilitar el desarrollo de una conceptualización de tipo
postmoderna, haya producido consecuencias enormes, todo y siendo en sí
una formulación “menor”.

P: Las luchas entre los estructuralistas han sido por momentos decisivas.
Quizá habría que hablar de varios estructuralismos en lugar de presentarlo
de manera tan compacta.
R: Es cierto que el estructuralismo no es homogéneo. Entre el
estructuralismo duro y muy cientista de Claude Lévy-Strauss, por ejemplo,
y el estructuralismo más light, digamos, de un Barthes hay
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diferencias importantísimas. Entonces, claro, si se considera a Barthes, por


ejemplo, resulta que el postestructuralismo recoge muchos más aspectos del
estructuralismo que si consideramos el estructuralismo de un Lacan. Pero aún
así, entiendo que es legítimo buscar el denominador común de las
orientaciones estructuralistas y presentarlo de forma homogénea.

P: Tanto el estructuralismo como la postmodernidad son corrientes de


pensamiento propias de la filosofía francesa. ¿No le parece que habría que
considerarlas como modos intelectuales de carácter local?
R: El estructuralismo es efectivamente un fenómeno francés, pero me parece
que su influencia, su proyección y su extensión han desbordado
amplísimamente las fronteras del hexágono. En cuanto al postmodernismo,
sin duda alguna, uno de los lugares donde el tema está más candente es
Estados Unidos, y también Inglaterra, pero el origen es efectivamente
francés. En cuanto a la postmodernidad como época y como fenómeno de
civilización, esto no es ni francés, ni de los Estados Unidos, sino que estamos
todos metidos en ello. Pero la formulación de lo que yo llamaría la “ideología
legitimadora” de la época postmoderna es cierto que tiene sus raíces en
Francia, aunque es en Estados Unidos donde va tomando cuerpo. No es algo
local y sólo el tiempo nos dirá si ha sido una simple moda.
SESIÓN 4 Adiós a la
Modernidad

Es muy importante analizar y contraponer los discursos de la


postmodernidad y los discursos de la modernidad; pero también debemos
contemplar otros aspectos, no sólo los discursos legitimadores sino también
su dimensión sociológica, la dimensión sociológica tanto de la modernidad,
como de la postmodernidad. Separar la dimensión sociológica, por una parte,
y la dimensión discursiva por otra, no sólo no es fácil sino que es una
operación totalmente artificial y poco justificable, pero creo que nos
permitirá entender mejor lo que significa la postmodernidad.
Separar la dimensión sociológica y la dimensión discursiva puede
evocar otra separación que se solía hacer entre infraestructura y
superestructura. De alguna forma podemos equiparar la dimensión
sociológica con la infraestructura y la dimensión discursiva con la
superestructura. Intentaremos sin embargo evitar aquella concepción
simplificada que postulaba una relación de determinación de un nivel sobre
el otro y privilegiaba claramente uno de ellos. De hecho, la interacción entre
estos niveles es muy laxa, muy compleja, muy imbricada y por eso decía
antes que se trataba de una diferenciación sumamente artificial.
Sociológicamente, la modernidad es, a mi entender, clarísima-
mente, una época; es una época, un período histórico, que se inicia en torno
al año 1500 -siglo XVI, finales del siglo XV- en Europa, poniendo fin a una
época distinta. La referencia a un “inicio” y a una “nueva época” no debe
entenderse como afirmación de un punto de origen en el sentido estricto. Más
bien hay que considerar cierta continuidad- discontinuidad, en el sentido de
Foucault, entre el período anterior y el nuevo período que se inicia en torno
a 1500, pero, y sigo con Foucault, esta continuidad-discontinuidad no debe
considerarse en términos de progreso, en términos de concepción teleológica
de la historia. Ahora bien, con estas reservas, sí podemos considerar la
modernidad como una nueva época que sucede a la época muy compleja, y
muy heterogénea de la Edad Media.
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La modernidad, entronca con el renacimiento, con el llamado


“descubrimiento” de América y con los primeros pasos de la constitución
de la razón científica. La modernidad no es separable de la constitución de
esa enorme empresa que ha significado La Ciencia, la Ciencia moderna, y de
los enormes efectos que la Ciencia moderna ha tenido sobre nuestra forma
de ser, nuestra forma de vivir, nuestra forma de pensar. La modernidad nace
junto con un conjunto de innovaciones tecnológicas, que van a dar origen a
un nuevo modo de producción que irá configurando lentamente como el
modo de producción capitalista dando luz al proceso de la industrialización.
Al hablar de las precondiciones de la modernidad, enumerando
algunos de los aspectos que han marcado su inicio, me gustaría poner un
énfasis muy, especial sobre algo que, a veces, se subestima. Me gustaría
poner el énfasis sobre lo que algunos investigadores, tales como Pierre Levy,
han llamado las tecnologías de la inteligencia. Se trata de tecnologías que
se inscriben en el proceso mismo del pensamiento, que tienen por función
y como efectos el posibilitar ciertas operaciones de pensamiento que no eran
del todo posibles antes de que esas tecnologías de la inteligencia, se
construyeran. Posibilitar ciertas operaciones del pensamiento, dar mayor
eficacia o mejorar determinadas operaciones del pensamiento, y por lo tanto
modificarlas en algún sentido, en definitiva, crear nuevas formas del
pensar. Por ejemplo, la escritura. La escritura se puede considerar como una
tecnología de la inteligencia, que sin duda, afectó, incidió sobre las
modalidades del pensar y tuvo innumerables efectos sobre el conocimiento.
En las llamadas tecnologías de la inteligencia encontramos una serie de
tecnologías que son de orden menor, por ejemplo, los bolígrafos, los lápices,
las máquinas de escribir, las gomas de borrar, los cuadernillos, etc. Todo esto
forma parte de las tecnologías de la inteligencia, pero constituyen
innovaciones tecnológicas o producciones tecnológicas menores.
También ha habido, a lo largo de la historia, innovaciones en las
tecnologías de la inteligencia que han sido de orden mayor: la escritura, es
una de estas innovaciones de orden mayor; y otra es la imprenta. El
descubrimiento, o mejor, la cristalización y difusión social del uso de la
imprenta marca los inicios de la modernidad. Tengo la debilidad de creer que
esta innovación en las tecnologías de la inteligencia, ha sido un elemento
fundamental para posibilitar la constitución de la modernidad, sencillamente
porque ha sido fundamental para posibilitar la constitución
ADIOS A LA MODERNIDAD 63

de la razón científica moderna. El efecto que tiene el libro impreso va mucho


más allá de una simple facilitación de la circulación de los textos. Por
ejemplo, el sujeto humano -autor o simple transcriptor- está constantemente
presente en el manuscrito, pero su presencia se difumina en la página
impresa, y esto ayuda a construir la idea de objetividad, tan importante para
la razón científica moderna. Los gráficos, las tablas, las imágenes que se
reproducen sin la menor diferencia perceptible en los múltiples ejemplares
de un libro, también contribuyen a objetivar la representación como algo
fiable, natural y seguro.
Todos estos elementos que acompañan a la imprenta van a
posibilitar el desarrollo de un determinado tipo de conocimiento, van a tener
una incidencia muy directa sobre la constitución del conocimiento
científico; el conocimiento científico moderno sería prácticamente
impensable sin los libros y todo lo que los libros implican. La imprenta, no
solamente es un vector de difusión y de socialización de los conocimientos,
sino que también incide sobre la forma misma de producirlos y por lo tanto
sobre su naturaleza. La imprenta va a permitir el desarrollo de uno de los
principales elementos constitutivos del discurso de la modernidad, a saber,
la ideología de la representación. Insisto mucho sobre la importancia que
ha tenido una determinada innovación tecnológica para la constitución de la
modernidad porque algo similar ha ocurrido para la emergencia de la
postmodernidad. Todas las grandes innovaciones en las tecnologías de la
inteligencia han imprimido un giro fundamental en las sociedades, no es de
extrañar que cuando una de ellas aparece a mediados del siglo XX (el
ordenador) también se produzcan importantes efectos sociales.
Veamos ahora la dimensión cultural de la modernidad, o, si se
quiere, el discurso de la modernidad. Es un discurso que encuentra en la
figura del filósofo René Descartes uno de sus puntos de arranque más
potentes. El famoso “pienso, luego soy” encierra un elemento clave del
discurso de la modernidad. En el “pienso, luego soy” vemos cómo la
fundamentación última del ser, de mi ser, radica en mi facultad de razonar
y de ser consciente, de este proceso de razonamiento. Con Descartes, con el
“pienso, luego soy”, se empieza a instituir la razón como el elemento
clave del discurso moderno. No en vano el cartesianismo (y todo el legado
cartesiano) será tan fuertemente atacado por quienes articulan el discurso de
la postmodernidad.
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Descartes es importante, pero, también Kant y toda la Filosofía de


la Ilustración, que pondrá su empeño en ir acentuando cada vez más la
centralidad de la razón. En este proceso de constituir a la razón como
elemento central (definidor de nuestro yo para Descartes) se llegará a
postular -y esto es propio de la modernidad- una relación intrínseca, una
relación interna entre la razón y la libertad, entre la razón y el progreso
y entre la razón y la emancipación. La razón conlleva, en sí misma, estos
otros elementos o por lo menos su condición de posibilidad. La razón es la
condición de posibilidad de la libertad, del progreso, de la emancipación. El
incremento de racionalidad acarrea consigo, de forma intrínseca, un
incremento de libertad. El incremento de la racionalidad, trae consigo la
posibilidad y la manifestación del progreso social, la razón es,
sencillamente, emancipadora, y esto va a ser una pieza clave del discurso
de la modernidad o del discurso legitimador de la modernidad.
La Filosofía de la Ilustración se va a encargar de dar su contenido
al discurso de la modernidad, pero también la Reforma contribuirá a
construir ese discurso y, junto con ella, el Humanismo de Erasmo y otros.
¿Cuál es este contenido? Pues, creo que lo podemos sintetizar -y, al
sintetizarlo, necesariamente le haremos violencia- en los aspectos siguientes
que son, a mi entender, nucleares. Primer aspecto, lo que yo llamaría la
hipervaloración de la razón. La Ciencia y la razón - entiéndase, la razón
científica y la razón en general- consideradas como vectores de progreso y
de emancipación desde una concepción claramente teleológica de la historia.
Se trata de la idea según la cual la historia está vectorizada, avanza hacia
unas finalidades, alcanza unas metas, parte de un origen y progresa en una
dirección. Segundo aspecto: la ideología de la representación, es decir,
entre otras cosas, la formulación del conocimiento como representación del
mundo y la definición de su validez por el hecho de que represente
correctamente a la realidad, represente correctamente al mundo. Esto
significa que el conocimiento es, de alguna forma, una transcripción de lo
real, una traducción de la realidad en otro plano -el plano del conocimiento-
, pero una traducción que tiene que ser lo más fiel posible, sin alterar el texto
que se traduce. El discurso de la modernidad afirma que esto es posible, e
instaura automáticamente una dualidad, una dicotomía, objeto-sujeto, que
vamos a arrastrar durante todo el período de la modernidad.
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Otro elemento de contenido importante: el universalismo; y la


creencia en la fundamentación segura de la verdad, o sea, la verdad (y
también los valores) se pueden fundamentar sobre bases que no ofrezcan
dudas.
Otro elemento de contenido es la centralidad del sujeto, y de la
consciencia, una consciencia que, además, tiene que poder ser transparente
para sí misma. El sujeto es autónomo, es decir, que puede llegar a ser (si le
dan las posibilidades para que lo consiga) dueño de sí mismo. Resumiendo:
el sujeto es autónomo, puede llegar a ser dueño de sí mismo, puede llegar a
ser agente de su propia historia, y la consciencia puede llegar a ser
transparente para sí misma. Importantes pensadores de la modernidad se
preocuparán de sugerir vías para que la consciencia deje de ser una
consciencia alienada, y alcance la transparencia para sí misma. En esta línea,
será Marx quien hará el planteamiento más genuinamente social.
Otro elemento de contenido, la creencia en la igualdad, la creencia
en la libertad individual y, por lo tanto, ideología del individuo como valor
fundamental. Creencia también en la potencia y en la necesidad de la
crítica -y esto también está relacionado con el individualismo, con el
individuo como valor fundamental-. Creencia en la potencia y en la
necesidad de la crítica porque, el individuo sólo debe aceptar aquello que le
aparezca a él mismo como aceptable y por lo tanto debe someterse a un
proceso de análisis crítico aquello que se le ofrece, antes de poder hacerlo
suyo.
Por supuesto -y, si no dijera esto, sería bastante poco
Foucaultiano-, lo que estoy presentando como un discurso homogéneo,
unificado, no lo es tanto. Entre los pensadores de la modernidad hay
diferencias, que van más allá de diferencias de matices. Existe una
considerable heterogeneidad en el discurso de la modernidad. Pero resulta
que estoy realizando una exposición racional de la modernidad, y resulta que
una de las formas de proceder de la razón científica, que será duramente
criticada por los postmodernos, consiste en reducir las diferencias, anularlas
e integrarlas en unas categorías que, de hecho, niegan la pluralidad, niegan
la diversidad, unifican. Sin duda, estoy incurriendo en estos defectos y estoy
haciendo violencia al discurso de la modernidad (¿se puede hablar sin hacer
violencia a aquello de lo que se habla?), pero estoy convencido de que, a
pesar de sus heterogeneidades, la modernidad, se caracteriza básicamente
por los contenidos que he
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venido exponiendo. El discurso de la modernidad es un discurso totalizante,


un discurso que se presenta como válido para todos, para todo, en todos los
tiempos. Es un discurso a partir del cual se puede -ésta es la pretensión, en
todo caso- formular respuestas para todo o por lo menos indicar hacia dónde
hay que buscar las respuestas. Es un discurso totalizante, totalizador y, al
mismo tiempo, es un discurso que legitima el carácter totalizante y
totalizador de los discursos. Las grandes narrativas, las metanarrativas de la
modernidad se expresan en términos de valores de tipo universal, de
explicaciones que tienen un carácter fundamental y también de proyectos que
se presentan como proyectos universales.
Tres cosas más en relación con la modernidad. En primer lugar, la
modernidad es, quizá, la primera época que se percibe a sí misma como
una época, es decir, que se percibe a sí misma como un momento particular
que se inserta, en un proceso; y que toma sentido precisamente en relación
al punto en el cual se inserta en dicho proceso histórico. A partir del momento
en que una época se considera a sí misma como tal -y esto ocurre, por primera
vez, en sentido fuerte, con la modernidad-, el pasado da sentido al presente,
o sea, el momento actual sólo se puede entender en referencia al pasado. Se
hace al pasado responsable del presente y, al mismo tiempo se carga al
presente con la responsabilidad de configurar el futuro. ¿Resultado? El
tiempo presente, el momento actual, el tiempo vivido en este momento, se
transforma en tiempo útil para el futuro. El tiempo útil para el futuro es
apertura sobre el porvenir y tiene la responsabilidad moral de que ese
porvenir sea adecuado. La línea de progreso que marca el discurso de la
modernidad postula que el presente es, necesariamente, mejor que lo que
había antes y peor que lo que acontecerá en el futuro, siempre que no se
pongan obstáculos al desarrollo de la razón.
Ahora bien, si la modernidad comienza efectivamente hacia 1500,
no será hasta el período de la Ilustración, es decir, un par de siglos más tarde
cuando se tomará consciencia de que “algo empezó” ahí por los años 1500 -
por supuesto, no se tiene consciencia de esto en los años 1500-, y es a partir
de la toma de consciencia de que se vive una época determinada (con un
inicio y un desarrollo) cuando se hace posible y se torna necesario elaborar
la ideología que dé cuenta de la época y que la legitime. Y esto es lo que se
hará, a lo largo del período de la Ilustración: elaborar una ideología
legitimadora de ese cambio sociológico, técnico,
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material que empezó a acontecer allá por el 1500. Ideología legitimadora,


pero también ideología programática, es decir, que trace metas.
Segunda cosa que quería decir en este complemento sobre la
modernidad. Es una época que se caracteriza por tomarse a sí misma muy en
serio, la modernidad no bromea con la idea que tiene de sí misma como
época, y cuando habla de sus propios valores lo hace de una forma muy
solemne. Esos valores son, efectivamente, muy serios, son valores como el
progreso, como la verdad, como la emancipación. Una época que cree
encarnar valores tan fundamentales, y ser la primera época que los representa
de verdad, no tiene más remedio que tomarse a sí misma muy en serio -ya
veremos que la postmodernidad, incluso, a nivel de su propio discurso
legitimador, no consigue tomarse del todo en serio-.
Ultima cosa que quería añadir: la modernidad es también -y esto
es muy importante- un proyecto y un proceso de secularización. Los
principios y los valores supremos, o sea, aquellos sobre los cuales se puede
articular una ideología, una época, una sociedad, ya no estarán en los cielos
-como en tiempos anteriores a la modernidad. Se les hace bajar de las
trascendencias puesto que se sitúan en la propia humanidad y en la sociedad.
Esto, significa la muerte metafórica de Dios. La Ilustración es el asesinato
de la figura de Dios como fundamentación de los principios sobre los cuales
debe funcionar la sociedad. Lo que pasa es que la modernidad no dejará
vacante la plaza ocupada por Dios, sustituirá a la figura de Dios con otros
absolutos que van a tener, prácticamente, los mismos efectos. En cualquier
caso, el proceso de secularización tendrá efectos importantes en contra del
oscurantismo religioso en contra de las arbitrariedades del poder -que se
podía escudar en que era el representante de unos valores que no estaban en
la sociedad y de unos mandatos que venían de otro sitio-, y en contra el
despotismo.
La modernidad es, sociológica e históricamente, una época que
dispone de un discurso legitimador, pero también es un proceso. Es un
proceso que, como lo dije al principio, va a conducir paulatinamente -y no
porque esto estuviera preinscrito, de forma alguna, en los inicios de la
modernidad-, hacia el gran desarrollo de la industrialización y de la puesta
al trabajo de la población, que no es algo que haya existido desde siempre.
Puesta al trabajo que va a requerir una serie de dispositivos y una serie de
técnicas. El hecho de que toda la población o una parte importante -ya
sabemos que quedarán partes de la población, que no se integrarán a este
proceso durante mucho tiempo: las mujeres,
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por ejemplo- sea puesta al trabajo va a producir muchas consecuencias:


centralidad del trabajo, auge de los valores relacionados con el trabajo,
teorización de por qué el trabajo y sus valores son elementos centrales hasta
para nuestra propia dignidad, etc. En la modernidad considerada como
proceso aparecen fenómenos como la urbanización de las poblaciones y la
comercialización de los bienes, el comercio es obviamente muy anterior a la
modernidad, pero la comercialización como principio articulador de una
sociedad en todos sus aspectos es algo que es propio de la modernidad.
También aparece la burocratización de la gestión de lo social con unas
instituciones y unos dispositivos que llevarán a cabo ese proceso de
racionalización.
La modernidad considerada como proceso va a alcanzar su más
apurada expresión, en una época muy reciente, tan reciente como los años
50, con el proceso de la modernización (el término mismo de
modernización es un término relativamente reciente). La modernización se
va a situar como uno de los principales valores políticos para los
gobernantes, como aquello que las poblaciones deben perseguir y que los
países deben realizar. La modernización se articula, como concepto y como
proyecto, alrededor de los años 50, con el fin de impulsar decisivamente y
de acelerar el proceso de la modernidad. Se trata de incrementar tanto como
se pueda la racionalización de la economía y la racionalización de la
sociedad. Su discurso que es, creo, bien conocido por todos nosotros se
formula en términos tales como elevar la renta per capita de los países,
maximizar el desarrollo de las fuerzas productivas, incrementar la
productividad, maximizar la capitalización y la movilización de los recursos
disponibles, mejorar la competitividad, etc.
En el plano político la modernidad pasa por generalizar el modelo
democrático de participación política que se considera como la forma de
funcionamiento político más adecuada para extraer todos los beneficios de
la modernización.
Hasta aquí, y aunque de forma muy condensada, lo que, para mí,
es la modernidad. Época en la que, sin duda alguna, aún estamos, la
modernidad no se puede enjuiciar en términos maniqueos, es demasiado
compleja para ello y sería conveniente valorar de forma muy matizada sus
implicaciones.
Ahora bien, lo que en ningún momento conviene olvidar es que la
modernidad, la modernización ha tenido sus costos, ha tenido su precio.
Precio que ha habido que pagar para que todo este proceso se
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desarrollase y, en estos costos, en este precio entra, entre otras cosas, una
enorme cantidad de sufrimiento para las víctimas de todo el proceso. Por
ejemplo, para, el campesinado, aquella parte de la población, que no encajaba
muy bien en el proceso de la modernización, los trabajadores, los artesanos
también, y por supuesto las mujeres. Todos aquellos elementos considerados
como marginales en relación con los valores fundamentales de la
modernidad, todo lo que se situaba en posición periférica en relación con los
centros de poder de la modernidad, y todas aquellas partes del mundo que se
colonizaban para que la modernidad se pudiese ir construyendo en
determinados lugares.
Pasemos ahora a la postmodernidad. La postmodernidad -insisto
en que aquí tampoco valen posturas maniqueistas-, también presenta una
dimensión sociológica y una dimensión discursiva, -lo mismo que la
modernidad-. El discurso de la postmodernidad es el discurso legitimador y
programático, de un cambio radical que está aconteciendo y que abre una
nueva época.
Esa nueva época se inicia a mediados de este siglo y, al igual que
ocurrió con la modernidad, es una innovación mayor en el campo de las
tecnologías de la inteligencia, el ordenador, quien va a propiciar su
constitución. Se trata de una innovación tecnológica que va a incidir sobre el
propio pensamiento al igual que todas las tecnologías de la inteligencia, es
decir, potenciando y ayudando al pensamiento, creando nuevas posibilidades
de pensamiento, alterando y transformando esas posibilidades. Por supuesto,
la computadora también va a incidir en la esfera de la producción, de forma
muy importante. Entre las muchas cosas que permite la informatización se
encuentra, por ejemplo, la posibilidad de gestionar una descentralización de
la producción, hasta entonces inimaginable, donde las unidades de
producción estén situadas en lugares extraordinariamente distantes entre
ellos. La multinacional, como unidad de producción, es posible, en buena
medida, gracias a las computadoras. El resultado que esto tiene sobre las
relaciones de fuerza que se habían instituido a través del proceso de la
industrialización es incalculable. Cuando una empresa tenía que estar
ubicada cerca de su mercado potencial y de su centro de gestión, se corría
bastante peligro si se desoían las demandas de los trabajadores, porque, una
huelga importante, podía afectar gravemente la viabilidad de la empresa.
Pero a partir del momento, en que el empresario dice: “cuidado, si venís con
demasiados problemas, no me cuesta nada cerrar esto y llevarlo a Hong
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Kong o a donde sea, porque la informática me permite, precisamente, esta


descentralización, dispersar las unidades de producción y seguir
gestionando todo esto sin problemas...”, las relaciones de fuerza cambian
drásticamente.
Siguiendo en el campo de la producción y de la economía, la
informática permite a través del diseño informático, de simulaciones y de
cálculos sobre las características de nuevos productos, acelerar
considerablemente el ciclo de innovación de los productos y de su
mejoramiento. Acortar el ciclo que media entre un producto y su renovación,
o la creación de otro producto, exige que se acorte también el tiempo que se
necesita para rentabilizar el producto. Ya no se necesita un amplio mercado
de consumidores, para que a lo largo de diez o quince años compren nuestro
producto, lo que se necesita son menos consumidores, pero con un poder
adquisitivo suficiente para que cada año, o cada dos años, renueven su lava-
vajillas porque habrá aparecido uno que lava con ultrasonido. El ordenador
acelera el turn over y la innovación tecnológica, con lo cual ya no es
necesario que buena parte de la población tenga un poder adquisitivo
suficiente para comprar los productos. No importa que el 50% de la
población no tenga los medios para comprar productos, porque el beneficio
vendrá de este sector que puede comprar productos a un ritmo muy rápido.
Este aspecto, añadido al que hemos mencionado antes sobre la modificación
de las relaciones de fuerza dibuja una sociedad que poco tiene que ver con el
Estado de Bienestar social...
El computador establece una nueva relación con la realidad y con
el conocimiento. Ya no se trata de representar la realidad tal y como es, lo
cual era una de las exigencias principio de la racionalidad científica moderna,
ya no es tan importante intentar representar la realidad tal y como es, lo que
está en primer orden de las prioridades, es optimizar el tratamiento de
modelos plausibles de la realidad. Cuantos más modelos plausibles, mejor,
y no tenemos que detenernos demasiado tiempo en saber si representan bien,
o no representan bien a la realidad, lo que importa es crear cuantos más
modelos, mejor, y multiplicar las pautas de exploración de esos modelos, con
el fin de buscar resultados, formulaciones que tengan un valor operacional,
que sirvan para hacer algo. Es una relación con el conocimiento muy distinta
de la que había establecido la modernidad. Los conceptos modernos de
“representación de la realidad”, de “conocimiento como representación”, e
incluso de
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“verdad”, pierden su utilidad y, por lo tanto, abren paso a que se les pueda
criticar de manera radical. La postmodernidad, en tanto que discurso, se
caracteriza, precisamente, por cuestionar todos estos conceptos que están
dejando de ser útiles.
Escritura, imprenta, ordenador, se trata de tres innovaciones
mayores en el marco de las tecnologías de la inteligencia. Cada una de ellas
ha tenido efectos sociales y culturales importantísimos. Las dos primeras han
propiciado una revolución socio-cultural, creo que cabe esperar lo mismo de
la tercera, y esta se llama la postmodernidad.
En la época postmoderna la fuerza del trabajo como factor de
rentabilidad productiva entra en competición con otros elementos como son
el conocimiento y la información. La modernidad supuso la puesta al trabajo
de las poblaciones, la postmodernidad tiende a que el trabajo deje de
desempeñar un papel vertebrador de la vida social y deje de constituir un
valor absolutamente central para las poblaciones. Si el valor-trabajo deja de
ser el valor central, vertebrador, habrá que sustituirlo por algo, ¿por qué?,
¿cómo se van a poder disciplinar las poblaciones, una vez que el valor-
trabajo haya perdido su centralidad?
Tuvieron que transcurrir dos siglos desde el inicio de la
modernidad, para que se dieran las condiciones para elaborar el discurso
legitimador de esa época y para tomar consciencia de que, efectivamente era
una época. Dos siglos, frente a las tres décadas que nos separan del inicio de
la postmodernidad. Esto es significativo de la aceleración del tiempo
histórico y del tiempo social y, por otra parte explica que el discurso
legitimador de esta nueva época, la postmodernidad, sea un discurso
confuso, sea un discurso diverso, contradictorio, incoherente.
El discurso de la postmodernidad presenta dos dimensiones.
Primero, una dimensión crítica, de demolición, de desconstrucción del
discurso de la modernidad. En este sentido la postmodernidad es una
antimodernidad. Critica, por lo tanto, a los presupuestos de la ideología de
la modernidad. Segundo, una dimensión legitimadora de la nueva época,
junto con una propuesta programática.
La crítica del discurso de la modernidad pasa por hacernos ver
cómo la razón presentada como emancipadora, tiene unos efectos que son de
tipo totalitario. La razón constituye, entre otras cosas, un dispositivo de
aniquilación de las diferencias, pero no de las diferencias en términos de
desigualdades, nivel económico, etc., sino de las diferencias y de las
multiplicidades en cuanto a, características culturales, por ejemplo. La
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razón ordena, clasifica, universaliza, unifica..., esto supone reducir, expulsar,


neutralizar, suprimir las diferencias. La modernidad, según esa crítica,
prometía en su discurso programático progreso, dominio de la naturaleza y,
en realidad, lo que hemos podido constatar es, entre otras cosas, que la
modernidad ha desembocado, sobre episodios de barbarie. Muchos de los
defensores de la modernidad dejaron de serlo, a partir del momento en que
fue posible cosas como la barbarie nazi, Mathausen o, Hiroshima. Las
promesas de la modernidad no han sido cumplidas..., y no sólo por los
episodios de barbarie, sino también por las catástrofes en relación con la
propia naturaleza, de la cual debíamos ser dueños y señores.
Los grandes principios de la modernidad eran simples historias
para legitimar una época, para hacer aceptar una época; las grandes
narrativas, las grandes narraciones eran unas narraciones engañosas que
escondían efectos de poder, detrás de las declaraciones sobre la autonomía
del sujeto, y la transparencia de la consciencia a sí misma. Pocos engaños
han sido mayores. La verdad, la objetividad, las seguras fundamentaciones
del conocimiento escondían valores particulares, disfrazados detrás de
pretensiones de neutralidad, pretensiones de objetividad y pretensiones de
universalidad. En líneas generales lo que se achaca a la modernidad es haber
matado a Dios, pero de haber puesto en su lugar, en lugar de los absolutos
que estaban en los cielos, unos nuevos absolutos que desempeñaban los
mismos efectos.
El discurso legitimador insiste sobre la fragmentación, la
fragmentación de la realidad, la fragmentación del sujeto y sobre el
relativismo en el campo de los conocimientos y de los valores.
La modernidad instauró nuevas formas de dominación y la
postmodernidad, va a instaurar, entre algunas cosas positivas otras que lo
serán menos, y en especial nuevas formas de dominación. Por lo tanto, no
celebro, en absoluto, la entrada en la postmodernidad; lo que sí celebro es la
desmitificación de la modernidad, lo que sí celebro es la crítica que se está
realizando a la modernidad, una crítica que, si para algo sirve, es para
sensibilizarnos a los efectos de dominación, a los efectos de poder que los
grandes principios de la modernidad generaban y a los que nos sometíamos
sin siquiera saberlo.
¿Hay que movilizarse contra la postmodernidad? Parece que sí,
pero, desde luego, no en nombre de la modernidad... ¿Hay que rechazar el
discurso de la postmodernidad? A mí me parece que no. Rechazarlo,
ADIOS A LA MODERNIDAD 73

desde una perspectiva maniquea, es, precisamente, una enorme trampa no


querer mirarlo, no querer entenderlo, decir: “es malo...”, es una enorme
trampa porque, mientras rechazamos el nombre, la cosa avanza. Mientras
tanto nuestra subjetividad, nuestros modos de subjetivación (en términos de
Foucault), nuestra realidad más próxima, nuestro entorno social, todo esto,
lo queramos o no, aceptemos o no la postmodernidad, se está modificando.
Hay que tomar muy en serio el estudio y el análisis del discurso legitimador
de la postmodernidad, de su discurso programático, aún confuso, y hay que
tomárselo muy en serio para analizarlo, no tanto desde una postura de
rechazo, que siempre dificulta el análisis, sino, por una parte, para entender
mejor esa modernidad que nos ha constituido y que forma nuestro modo
mismo de pensar (aquello de pensar sobre nuestro modo de pensar, como
decía Foucault) y para intentar ver cuáles son esas nuevas formas de
dominación que se avecinan con la postmodernidad. El lenguaje, el
vocabulario de la postmodernidad es un vocabulario difícil, hay que estar
muy familiarizado con él. Son nuevos términos, nuevos contenidos,
neologismos, términos antiguos que cobran nuevos significados... Entrar en
el discurso de la postmodernidad implica un trabajo de familiarización con
un nuevo vocabulario pero es un esfuerzo que vale la pena.

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