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Estructu Postestruct Ibáñez GRACIA.2
Estructu Postestruct Ibáñez GRACIA.2
no eran las estructuras las que estaban en las calles, eran los agentes, eran
personas, eran sujetos. Por otra parte, Mayo del 68 también cuestionó los
discursos totalizantes, globalizantes, relegitimando lo local, lo particular, lo
específico, no olvidemos que muchos de los movimientos sociales actuales,
centrados en características particulares, como feminismo, movimiento gay,
ecologismo etc., guardan alguna relación con las aportaciones mayo del 68:
desglobalización, sospecha hacia todo lo que se pretende como total, como
totalizante, como globalizante, como universalista... y, claro, el estructural
¡sino se presenta como tal. Mayo del 68 crea las condiciones para la
implosión del estructuralismo, pone en marcha una bomba de relojería que
será mortal para el estructuralismo y paradójicamente también crea, al
mismo tiempo, las condiciones para su institucionalización y para que el
estructuralismo alcance sus mayores cuotas de poder. En efecto, mayo del
68 desestabiliza el establishment universitario, académico, lo resquebraja,
abre las puertas para su colonización por parte de quienes se habían quedado
fuera, es decir por los estructuralistas. Mayo del 68 destruye el
estructuralismo y simultáneamente convierte al estructuralismo en una
corriente académicamente dominante -o, si no, dominante por lo menos-,
muy bien instalada.
La implosión del estructuralismo dará paso al postestructuralismo.
Este se constituye en base a una crítica del propio estructuralismo, a una
denuncia de las aporías o los impasses del estructuralismo. En primer lugar,
lo que se cuestiona -lo cuestionarán Foucault, Derrida y muchos otros- es el
cientismo, el cientismo que marca al movimiento estructuralista. También
se cuestiona la asunción acrítica por parte del estructuralismo de muchos de
los supuestos de la modernidad. Se critica, por ejemplo, el hecho de que el
estructuralismo retome el criterio y el principio de la razón científica
aceptando conceptos como el concepto de verdad, el concepto de certeza, el
concepto de objetividad y en definitiva se lance a la búsqueda de
fundamentos seguros y últimos para el conocimiento; participando de lo
que el neopragmatista, Bemstein, ha llamado la “ansiedad cartesiana por la
certeza”.
Entre las muchas cosas que el postestructuralismo critica del
estructuralismo se encuentra el humanismo. En efecto, el humanismo late en
el estructuralismo, pese a que el estructuralismo participe paradójicamente
de “la muerte del hombre”. La búsqueda de invariantes, de universales, de
constantes transculturales, que no sean ni históricas, ni contingentes, (por
ejemplo los mitos se articulan en torno a las mismas oposiciones entre
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cultura y naturaleza, a través de todas las culturas, y todos los tiempos), todo
esto evidencia un esencial ismo profundo y una creencia en la existencia de
la “naturaleza humana”.
Otra de las cosas que se critican es la excesiva estabilidad que
conceden los estructuralistas a la relación significante-significado.
A pesar de excluir radicalmente el referente, Saussure sigue
pensando que, en definitiva, el signo permite hablar del mundo, y, por lo
tanto, que el signo sigue vinculado, de alguna forma, con el referente. Para
Saussure, el significado depende del significante y de su posición en relación
a los demás significantes, pero, dentro del signo, significante y significado
guardan una relación permanente. Los postestructuralistas consideran por su
parte que conviene añadir una 's' al final de la dicotomía saussureana:
significante-significados ¿por qué? pues, porque un significado es sólo un
momento particular de un proceso, sin fin, de significación, es un
momento de un juego infinito entre los significados, de los significantes.
El postestructuralismo manifiesta un desacuerdo radical con el
ahistoricismo estructuralista. La exclusión de la historia se considera
inadmisible y Foucault desempeñará un papel importantísimo en esta crítica.
Pero, cuidado, cuando se recupera la historia desde el postestructuralismo,
cuando se imprime movimiento a las estructuras, reinsertando su génesis
y su dinámica en ellas, no se retoma, por supuesto, el concepto de la historia
propio de la modernidad. Se rechaza la historia como continuidad, la historia
como dimensión vectorizada, la historia como algo que avanza de forma
progresiva hacia determinadas metas que siempre mejoran las anteriores. La
concepción de la historia que propone Foucault es otra, es discontinuista, no
finalista y no evolucionista.
En cierta medida se puede decir que el postestructuralismo es, un
estructuralismo historizado, o sea, es la reintroducción de la historia en la
estructura. Y aquí reviste una importancia muy especial Mikhael Bakhtin,
a través de su influencia sobre algunos estructuralistas que pronto dejarán de
serlo, Kristeva entre ellos. Bakhtin nos enseña que no se puede hacer el
impasse sobre la trama histórica, aun cuando sean los textos lo que interese
y no su génesis. No se puede contornear la historia, la trama histórica, porque
resulta que todo texto es intertextual (será Kristeva quien forjará y
difundirá el término “intertextual”, pero, a través de la “dialógica” de
Bakhtin, la idea ya estaba ahí). Todo texto es
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intertextual, en todo texto hablan otros textos, en todo texto están presentes
de alguna forma los textos anteriores, en definitiva todo texto es polimorfo.
Los postmodernos añadirán que, a nivel de significado por lo menos-,
también los textos que vendrán después marcan la lectura del texto -en este
sentido, según Derrida, el significado es indeterminable e indecidible-.
Después de Bakhtin es difícil no aceptar la incontornabilidad de lo histórico,
aunque nos queramos limitar al texto.
Por fin también se cuestiona la exclusión del sujeto. El sujeto
reaparecerá de forma indirecta, mediante las prácticas no discursivas, que
forman parte del hors texte, de lo que está fuera del texto. (Véase Foucault).
Pero también aparecerá de forma muy importante y directa como
consecuencia de las líneas que se fueron desarrollando al margen de la
lingüística estructuralista. Emile Benveniste, ya a finales de los 40 o los 50,
desarrolló al margen del estructuralismo, una “teoría de la enunciación” que
situaba al sujeto como elemento incontornable de la lingüística. En efecto, la
lengua es un sistema, pero es un sistema que es hablado, que se utiliza, y si
queremos entender convenientemente ese sistema que es la lengua, también
tenemos que tomar en consideración al que la practica. El sujeto de la
enunciación, entendido como el que enuncia, debe ser tomado en
consideración aunque sólo sea porque muchos enunciados incluyen la
palabra 'yo', ¿cómo podemos dar cuenta de ellos sin tomar en cuenta,
precisamente, al enunciador? El punto de vista de Benveniste cobrará
actualidad cuando el estructuralismo empieza su declive, conectando
decisivamente con el desarrollo de la pragmática.
El sujeto, a través de la toma en consideración del habla, de la
palabra, se reintegra a lo que son las estructuras, vuelve a estar presente en
ellas. Pero, cuidado, no es el sujeto de antes, no es el sujeto de la modernidad,
no es un sujeto instituyente. El sujeto está constituido, es cierto, pero aunque
esté constituido, tiene un papel activo. Es a partir de esa reintegración del
sujeto, sobre todo del sujeto locutor, que se va a desarrollar algo muy
importante, por lo menos para la Psicología Social: me estoy refiriendo a la
orientación discursiva, y al análisis del discurso. Si hubiéramos seguido bajo
el imperio estructuralista, estas orientaciones no tendrían la más mínima
aceptación, es la crítica postestructuralista del estructuralismo (y la
reaparición del locutor) lo que las ha hecho posibles.
En definitiva, ¿qué queda del estructuralismo en el seno del
postestructuralismo? Básicamente, la muerte del hombre. Lo que se va a
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P: Las luchas entre los estructuralistas han sido por momentos decisivas.
Quizá habría que hablar de varios estructuralismos en lugar de presentarlo
de manera tan compacta.
R: Es cierto que el estructuralismo no es homogéneo. Entre el
estructuralismo duro y muy cientista de Claude Lévy-Strauss, por ejemplo,
y el estructuralismo más light, digamos, de un Barthes hay
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desarrollase y, en estos costos, en este precio entra, entre otras cosas, una
enorme cantidad de sufrimiento para las víctimas de todo el proceso. Por
ejemplo, para, el campesinado, aquella parte de la población, que no encajaba
muy bien en el proceso de la modernización, los trabajadores, los artesanos
también, y por supuesto las mujeres. Todos aquellos elementos considerados
como marginales en relación con los valores fundamentales de la
modernidad, todo lo que se situaba en posición periférica en relación con los
centros de poder de la modernidad, y todas aquellas partes del mundo que se
colonizaban para que la modernidad se pudiese ir construyendo en
determinados lugares.
Pasemos ahora a la postmodernidad. La postmodernidad -insisto
en que aquí tampoco valen posturas maniqueistas-, también presenta una
dimensión sociológica y una dimensión discursiva, -lo mismo que la
modernidad-. El discurso de la postmodernidad es el discurso legitimador y
programático, de un cambio radical que está aconteciendo y que abre una
nueva época.
Esa nueva época se inicia a mediados de este siglo y, al igual que
ocurrió con la modernidad, es una innovación mayor en el campo de las
tecnologías de la inteligencia, el ordenador, quien va a propiciar su
constitución. Se trata de una innovación tecnológica que va a incidir sobre el
propio pensamiento al igual que todas las tecnologías de la inteligencia, es
decir, potenciando y ayudando al pensamiento, creando nuevas posibilidades
de pensamiento, alterando y transformando esas posibilidades. Por supuesto,
la computadora también va a incidir en la esfera de la producción, de forma
muy importante. Entre las muchas cosas que permite la informatización se
encuentra, por ejemplo, la posibilidad de gestionar una descentralización de
la producción, hasta entonces inimaginable, donde las unidades de
producción estén situadas en lugares extraordinariamente distantes entre
ellos. La multinacional, como unidad de producción, es posible, en buena
medida, gracias a las computadoras. El resultado que esto tiene sobre las
relaciones de fuerza que se habían instituido a través del proceso de la
industrialización es incalculable. Cuando una empresa tenía que estar
ubicada cerca de su mercado potencial y de su centro de gestión, se corría
bastante peligro si se desoían las demandas de los trabajadores, porque, una
huelga importante, podía afectar gravemente la viabilidad de la empresa.
Pero a partir del momento, en que el empresario dice: “cuidado, si venís con
demasiados problemas, no me cuesta nada cerrar esto y llevarlo a Hong
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“verdad”, pierden su utilidad y, por lo tanto, abren paso a que se les pueda
criticar de manera radical. La postmodernidad, en tanto que discurso, se
caracteriza, precisamente, por cuestionar todos estos conceptos que están
dejando de ser útiles.
Escritura, imprenta, ordenador, se trata de tres innovaciones
mayores en el marco de las tecnologías de la inteligencia. Cada una de ellas
ha tenido efectos sociales y culturales importantísimos. Las dos primeras han
propiciado una revolución socio-cultural, creo que cabe esperar lo mismo de
la tercera, y esta se llama la postmodernidad.
En la época postmoderna la fuerza del trabajo como factor de
rentabilidad productiva entra en competición con otros elementos como son
el conocimiento y la información. La modernidad supuso la puesta al trabajo
de las poblaciones, la postmodernidad tiende a que el trabajo deje de
desempeñar un papel vertebrador de la vida social y deje de constituir un
valor absolutamente central para las poblaciones. Si el valor-trabajo deja de
ser el valor central, vertebrador, habrá que sustituirlo por algo, ¿por qué?,
¿cómo se van a poder disciplinar las poblaciones, una vez que el valor-
trabajo haya perdido su centralidad?
Tuvieron que transcurrir dos siglos desde el inicio de la
modernidad, para que se dieran las condiciones para elaborar el discurso
legitimador de esa época y para tomar consciencia de que, efectivamente era
una época. Dos siglos, frente a las tres décadas que nos separan del inicio de
la postmodernidad. Esto es significativo de la aceleración del tiempo
histórico y del tiempo social y, por otra parte explica que el discurso
legitimador de esta nueva época, la postmodernidad, sea un discurso
confuso, sea un discurso diverso, contradictorio, incoherente.
El discurso de la postmodernidad presenta dos dimensiones.
Primero, una dimensión crítica, de demolición, de desconstrucción del
discurso de la modernidad. En este sentido la postmodernidad es una
antimodernidad. Critica, por lo tanto, a los presupuestos de la ideología de
la modernidad. Segundo, una dimensión legitimadora de la nueva época,
junto con una propuesta programática.
La crítica del discurso de la modernidad pasa por hacernos ver
cómo la razón presentada como emancipadora, tiene unos efectos que son de
tipo totalitario. La razón constituye, entre otras cosas, un dispositivo de
aniquilación de las diferencias, pero no de las diferencias en términos de
desigualdades, nivel económico, etc., sino de las diferencias y de las
multiplicidades en cuanto a, características culturales, por ejemplo. La
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