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UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL

DE LOS LLANOS OCCIDENTALES


EZEQUIEL ZAMORA
AREA DE POST-GRADO
ESPECIALIDAD EN DERECHO AGRARIO Y AMBIENTAL

ENSAYO: HISTORIA Y EVOLUCIÓN DE LA PROPIEDAD DE LA TIERRA EN VENEZUELA

PROF: PARTICIPANTE:
YORMAN MANTILLA ABG. KARLA JIMENEZ
C.I: 18.147.442
ABG. YOBRELCYS ROJAS
C.I: 17.607.662
ABG. MAIRA VEGAS 
C.I: 19.859.753

SAN FERNANDO DE APURE, NOVIEMBRE DE 2018

La evolución histórica del poblamiento en el territorio venezolano comienza en la época


llamada prehispánica con la naturalidad con que los primeros grupos humanos ingresaron al
continente americano hasta llegar al actual territorio venezolano. Este hecho estuvo marcado
por la movilización que por miles de años llevó a estos grupos a asentarse en los diferentes
territorios de América. De igual manera, los estudios históricos realizados sistemáticamente
han permitido la reconstrucción étnica, cultural y económica de estos núcleos humanos
iniciadores del poblamiento en nuestro territorio.
Durante el proceso de poblamiento hispano, el gobierno repartía las tierras a través de las
Capitulaciones. Para favorecer a los indígenas dispersas fueron reagrupadas en poblados y
se les repartió tierras llamadas Resguardos Indígenas, por medio de una Merced Real. Estos
Resguardos Indígenas al principio se respetaron como cualquier otra propiedad creada por los
españoles, pero fueron igualmente objeto de muchas injusticias: cuando se adjudicaban
tierras a personas extrañas a los indígenas, dentro del área perteneciente a un resguardo o
pueblo de indios y por lo tanto propiedad comunal inalienable, los gobernadores ante las
solicitudes de tierra "consideraban" que los resguardos de un poblado tenían mucha extensión
como para cubrir sus necesidades, y consintieron bajo ese concepto en que se hicieran las
correspondientes adjudicaciones.
Por lo tanto durante muchos años, las comunidades indígenas lucharon en contra del imperio
español, el cual llego a tierras americanas en busca de riquezas y nuevas tierras. Esta lucha y
explotación duro por muchos años, donde existieron, maltratos y daños a los pobladores, por
parte de la corona española. Esta explotación, maltratos y abuso, llevo consigo a guerras y
conflictos de intereses, entre los mismos descendientes de españoles con los venezolanos, la
cual comienza a formalizarse de una manera más fuerte en el siglo XVIII y XIX; especialmente
el 19 de Abril de 1810. La lucha por las riquezas y poder representaron la principal razón de
conflicto, pero los aspectos, económicos, políticos y sociales, representaron un factor
determinante en su desarrollo, la necesidad e independencia económica (libre comercio), la
lucha de clases por tener más riqueza, la necesidad de establecer políticas individuales, que
permitieran afianzar la riqueza o el poder, son algunos de los detonantes de estas luchas. Si
bien es claro que el estado no abolió la esclavitud hasta 1.854, este modo de producción ya
había dejado de ser predominante a esta época (1.811-1.854), el proceso de cambio del modo
de producción se basa principalmente en la proclama de la independencia de Venezuela, sin
embargo, muchos de estos seguían sirviendo a sus patronos, posteriormente aprovechando la
desarticulación y desajustes de las guerras se liberaron así mismo, abandonando las
haciendas incorporándose a los ejércitos. 
Por otra parte los terratenientes, ansiosos de recuperar la mano de obra perdida implementan
la figura de asalariado, siendo importante resaltar que aun cuando recibían pago por sus
tareas los exponían a condiciones infrahumanas. Las contrataciones se daban principalmente
bajo las figuras de peón, medianero o aparcero todos estos estaban obligados a cumplir las
exigencias del propietario; los pagos por estas labores se daban con fichas canjeables en las
bodegas dispuestas por los dueños de las haciendas para cambiar por productos de alto costo
que escasamente alcanzaban para satisfacer sus necesidades y la de sus familias; obligando
a solicitar a los propietarios prestamos o anticipos a cambios de labores a realizar en las
cosechas. 
Además las deudas eran heredables por los hijos y no se podía partir de los hatos y haciendas
hasta saldar todos los compromisos con los propietarios, obligando a los individuos a estar
arraigados a estas labores “esclavistas”. Estas relaciones de producción, afianzaron y
fortalecieron el dominio de los hacendados, convirtiendo una especie de señores feudales
denominados en Venezuela como caciques o caudillos. Aun cuando la constitución de 1.830
intentaba adoptar un modo de producción capitalista, la coexistencia de diferentes modos de
producción y la lucha de poderes se llevo por delante las leyes consagradas en la
constitución, llegando a ser los caciques o caudillos quienes controlaban al gobierno central
de Venezuela. La economía Venezolana desde la colonización se caracterizo por subsistir
principalmente por los ingresos generados por la agricultura, sin embargo desde 1.811 cuando
cambian los personajes del llamado estado, se genera a la par el modo de producción semi
feudal, el cual se extiende a un criterio hasta la aparición del petróleo, el cual de algún modo
libera o migra del régimen explotador vivido tanto por los cacique o caudillos, como por el
gobierno bajo recluta que implanto el General Gómez. 
El modo de producción a partir de 1.811 se da bajo el concepto de libre comercio
internacional, donde Venezuela tiene la libertad de comercializar su producción con el resto
del mundo en base a sus mejores oportunidades. Aun cuando durante este largo periodo la
estructura productiva ha cambiado y se ha pasado de la agricultura y cría a la exploración
petrolera, el modo de inserción se ha mantenido en el tiempo, con sus diferentes canales de
importación y exportación como son marítimos, terrestres y aéreos. Por consiguiente los
principales aspectos se caracterizaban en los pobladores españoles los cuales se adaptaban
a los cargos designados por la corona y los blancos criollos donde se destacaba la formación
militar motivada a la lucha de tierras.
Es importante resaltar la eliminación de las tierras comunales de los pueblos indígenas, ya
que los ideales que inspiraron la organización política republicana se nutrieron de los
conceptos generales sobre los derechos del individuo, particularmente sobre su valor como
miembro de la sociedad. Los principios de igualdad y libertad del individuo que inspiraron las
luchas independentistas, como el fortalecimiento del concepto de propiedad particular y que
cimentaron las ambiciones de esa época. De esa manera, en la filosofía individualista aplicada
a lo político y lo económico (fundamentada en la capacidad del hombre para ser el más hábil,
el más capaz, el mejor dotado), no tenía cabida la tenencia colectiva de la tierra de los
indígenas, su modo de vida, en fin, su tradición comunitaria. Justamente, aquellos principios
se reflejaron tempranamente en las primeras leyes republicanas, dirigidas a la esquilmada
población indígena, a la cual se buscaba integrar a la vida nacional y al nuevo patrón político
de molde liberal, para imponerles los patrones socioeconómicos imperantes. Los principios
liberales, que bullían en el ambiente de las élites de Hispanoamérica colonial desde el siglo
XVIII, permearon las mentes de los hombres de la Independencia, quienes leales a ellos, los
plasmaron en la primera Constitución venezolana, aún sin ser territorio independiente. En la
Constitución Federal del 21 de diciembre de 1811, quedó plasmada la filosofía que definiría la
problemática del derecho a la tierra indígena durante el resto del siglo XIX. 
No obstante, las primeras leyes republicanas no impidieron los continuos atropellos a las
tierras de las comunidades indígenas, ni lograron modificar el miserable estado de los pueblos
de indios. Esas eventualidades explican la ratificación promovida por Simón Bolívar el 12 de
febrero de 1821, sobre el decreto del 20 de mayo, con ciertas modificaciones, al puntualizar al
Gobernador de Tunja que: “no solamente que ha reinado un abuso general en todos los
corregimientos de esta provincia, sino que los indios, lejos de ser mejorados y haber adquirido
sus tierras, y con ellas los medios para sostener sus familias, han sido despojados de ellas y
confinados en muchas partes a terrenos estériles, y reducidos a una menor extensión que la
que gozaban antes”. 
En tal sentido, ordenó que todas las tierras recuperadas, correspondientes a los resguardos,
se distribuyeran en su totalidad y de manera particular a las tierras más aptas para cultivos,
sin segregar, como se había dispuesto en el decreto anterior, áreas de escuela, ni las
destinadas a tributo, aunque se añadía la cuñita de arrendar solamente cuando fueran tan
extensos que quedara un sobrante. En aras de la justicia, la razón y la política, se promulgó la
Ley Fundamental del 4 de octubre de 1821 que entró en vigencia el primero de enero de
1822. 
En ella se decretaba que la población indígena, vejada y oprimida por el gobierno español,
recuperara todos sus derechos, tal como los tenían los demás ciudadanos. En razón a ello, se
determinó la repartición de los resguardos de tierras asignadas por la Corona y la posesión en
común o en porciones distribuidas a sus familias, solo para cultivo; tarea encomendada a los
jefes políticos en 1820, a la cual dio mayor precisión la Ley de 1821. También, se establecía
que, en la asignación de tierra a esas familias hasta entonces tributarias, se proveyera lo que
les correspondería al tener en cuenta el número de miembros en la familia y la extensión de
los resguardos. 
Al mismo tiempo, se hacía la salvedad de que se les repartieran en pleno dominio y
propiedad, cuando permitieran las circunstancias, antes de cumplirse los cinco años de
exoneración del pago de los derechos de parroquia y de cualquier otro gravamen civil sobre
los resguardos y otros bienes comunales. Esta medida compasiva y transitoria respondía a las
condiciones señaladas de indigencia en las cuales se encontraban los aborígenes y que se
atribuyeron al sistema cruel impuesto por la legislación española. Asimismo, se ordenó que,
mientras no se repartieran los resguardos en propiedad plena, los indígenas mantuvieran el
pequeño cabildo, con atribuciones económicas exclusivas y, particularmente, al manejo de los
bienes comunales, pero sujetos al juez o jueces de las parroquias.
Por otra parte es de gran relevancia resaltar que entre los bienes inmuebles o tierras
propiedad de los entes territoriales están los de carácter rural, que a los fines de la reforma
agraria estaban adscritos al antiguo Instituto Agrario Nacional, entre los cuales están
evidentemente las denominadas tierras baldías. Respecto de ellas, el cambio de régimen
jurídico implica que de haber sido desde tiempo inmemorial, bienes del dominio privado o
bienes patrimoniales del Estado, han pasado a ser bienes del dominio público; cambiándose
así lo que se había venido regulando tanto en el Código Civil y la vieja Ley de Tierras Baldías
y Ejidos de 1936, como en la Ley Orgánica de Hacienda Pública Nacional. Además, conforme
a la Disposición Final Segunda de la Ley, se ha transferido la propiedad y posesión de la
totalidad de las tierras rurales del antiguo Instituto Agrario Nacional al Instituto Nacional de
Tierras. Por ende, las tierras baldías, ahora del dominio público del Estado, que tenían tal
condición de baldías al momento de entrar en vigencia la Ley (2001), son, por tanto, las que si
llegasen a ser ilegalmente ocupadas, podrían por ejemplo ser rescatadas mediante el
procedimiento administrativo regulado en la Ley (que responde al principio de la
recuperabilidad de oficio de los bienes del dominio público); procedimiento que, en cambio, es
completamente inaplicable en los casos de tierras que para el momento de la entrada en
vigencia de la Ley ya hubieran pasado a ser de propiedad privada amparada mediante
cualquier título jurídico. Respecto de estas, si el Estado tuviese alguna pretensión de que son
tierras baldías, tendría que probar y demandar su reivindicación en vía judicial.
Cabe señalar que las tierras baldías, con la sola excepción de los baldíos playeros y situados
en islas que desde el Siglo XIX fueron declarados inalienables, siempre han podido ser
enajenadas por el Estado de acuerdo con la legislación especial sobre las mismas, los
Códigos Civiles y las leyes de hacienda pública en relación con los bienes nacionales. Es
decir, desde siempre y en particular desde 1848 en adelante, las tierras baldías pudieron ser
adquiridas en propiedad por los particulares, por lo que el origen de la tradición legal de la
propiedad privada de tierras rurales puede legalmente fijarse en cualquier año después de
1848 hasta 1960. 
A partir de esa fecha, con motivo de la entrada en vigencia de la Ley de Reforma Agraria de
1903, se estableció que no podían enajenarse, gravarse ni arrendarse las tierras afectadas a
la reforma agraria, entre las cuales estaban las tierras baldías; limitación que, sin embargo, no
fue absoluta, pues quedaba a salvo el que el Ejecutivo Nacional lo autorizase, por ser
necesarias para otros fines de utilidad pública o social. 
En consecuencia, hasta 1960 las tierras baldías podían ser enajenadas por el Estado y
adquiridas por los particulares, por lo que el origen de la propiedad rural y de la titulación
podría ser cualquier año antes de 1960. Por otra parte, la prescripción adquisitiva de las
tierras baldías estaba regulada en la misma Ley de 1848 por posesión inmemorial, conforme
al viejo derecho castellano que rigió en la Colonia y el inicio de la República, y se estableció
expresamente en el Código Civil desde 1867. Si bien no se reguló en forma específica la
usucapibilidad en la legislación sobre tierras baldías del Siglo XIX, lo que podía conducir a la
interpretación de que durante unas décadas (1848-1909).
En fin es por ello que estas podían considerarse como imprescriptibles al no estar regulada
expresamente en la legislación especial de tierras baldías la posibilidad de que fueran
adquiridas por prescripción, la usucapibilidad de las tierras baldías fue establecida
expresamente en la ley especial de tierras baldías desde 1909 y en la Ley Orgánica de
Hacienda Pública desde 1918, razón por la cual el origen de la propiedad privada rural pudo
estar en la usucapión efectuada con anterioridad a 1960, con la sola excepción general de la
que pudo haber ocurrido entre los años 1904 y 1909, única época durante la cual la Ley de
Tierras Baldías excluyó expresamente la posibilidad de adquisición por prescripción de las
tierras baldías

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