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Principalmente, fueron tres las líneas abordadas durante esta especie de entrevista en
tono de reflexión. Primero, el tema de la oración, de rezar, tanto en el creyente como en
el no-creyente. Segundo, la solidaridad. Y, por último, el papel de los cristianos ante
esta situación.
Estas situaciones borde que vive la humanidad, nos llevan a todos (de una forma u otra,
creyentes o no) a encontrarnos íntimamente con nuestras preguntas más trascendentales…
el Cardenal Carlo María Martini s.j. y Umberto Eco, alguna vez reflexionaron
epistolarmente sobre ello, y hoy quisiera abordar este tema. ¿En qué consiste la oración del
que no cree? ¿Y en qué consiste la oración del que cree?
Orar, en principio, es comunicarse con la divinidad, sea cual fuere el nombre que se le
dé. En tal sentido, el que no cree se supone que no debería orar. Sin embargo, si
entendemos la oración en un sentido más amplio, como un particular estado espiritual
que nos conecta con la trascendencia, con la infinitud y con el sentido de la existencia,
la oración adquiere entonces una dimensión de mayor grandeza e inclusión, de la que
participa tanto el que cree, como el que no. Al final, como se ha dicho, lo importante es
que Dios siga creyendo en nosotros.
En lo personal, pienso que la espiritualidad está presente en todos los seres
humanos independientemente de sus convicciones religiosas o de la ausencia de ellas.
El científico silencioso que en este momento está en su laboratorio concentrado en
buscar la vacuna en contra la COVID-19, aunque no crea, está haciendo oración. El
trabajo bien hecho es oración, el pensamiento y la escritura son oración, el testimonio de
una vida de entrega es oración.
En estos días hemos visto personas mayores -en España un sacerdote y en Miami un
médico venezolano- renunciar a sus respiradores, para que se usen en personas que
se pueden salvar. Eso también es oración. Orar es pues conectarse con la totalidad del
ser. Dios está presente en nuestro prójimo, el mismo Jesús así lo dice. A mí no me
gusta la oración pedigüeña, como si Dios se levantara en la mañana a gerenciar el
mundo. Creo que su naturaleza es mucho más profunda y compleja: es inspiración
para que nosotros gerenciemos el mundo. Jesús en el evangelio de San Juan (Jn 10,
31-42) dice: “…la escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios”.
Orar es tratar de parecernos a Dios, entrar en su sintonía, con nuestras infinitas
limitaciones.
Y agrego una última pregunta, por tu experticia en este asunto ¿Cómo se entiende todo este
revuelo desde el (buen) humor?
El humor -curiosamente- siendo por definición algo vinculado a lo local, tanto por
idioma como por costumbres y diferencias regionales, se ha vuelto global. En estos
momentos, ya no hay asuntos o temas regionales, sino que tenemos todos el mismo
problema. Esto ha globalizado el humor.
Algo que llama la atención son las cosas que esta cuarentena ha fomentado: la lectura,
el estudio, los museos virtuales, el ejercicio, la religiosidad y el humor. El humor se ha
democratizado, no es un oficio de humoristas, sino que todo el mundo exhibe su
ingenio para sobrellevar la dureza del momento, con videos caseros, algunos de los
cuales se viralizan.
El humor también es salvación del ser humano. El “(buen) humor”, como bien dices, es
siempre instrumento de reflexión y camino de esperanza. Nos ayuda a vernos
críticamente, pero de un modo amable, para no desencantarnos de nosotros mismos,
sino para que, tomando conciencia de nuestros errores, con gracia, nos
comprometamos a cambiar. El humor tiene fe en nuestra capacidad para ser mejores. En
definitiva, también puede ser oración del que quiere arreglar lo que marcha mal y
construir un mundo más razonable y justo. El buen humor es un instrumento maravilloso
para superar las adversidades y como han dicho tantos autores es también – y quizá
esta sea su mejor definición- una extraordinaria manera de amar.
*Magister en Estudios Políticos y de Gobierno. Miembro del Consejo de Redacción de SIC.