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SALUDOS Y NUEVAS PUBLICACIONES

Hola de nuevo. Sé que ya pasaron dos meses desde la última vez que les escribí, pero ustedes ya
conocen, de manera general, a qué se debe mi ausencia. Tenía planeado escribir y armar
semblanzas de los Mártires de febrero, pero no ha sido posible. Con todo, si todo sale de modo
favorable, he proyectado una sorpresa a finales de mes. En adición, desde hace dos años no he
podido publicar algo digno de la fecha en que tuvo lugar el nacimiento para el Cielo del Beato
Anacleto y de sus compañeros Mártires. Espero que este año sí sea posible.

Por lo pronto, me disculpo con ustedes por no publicar, agradezco su paciencia y su comprensión y
les presento la biografía de otro de nuestros Santos Mártires, de quien no les había hablado antes
en este medio: el Padre Julio Álvarez Mendoza, cuyo martirio sucedió un día de este mes, el 30,
pero de 1927. En seguida, habrá otra biografía.

Doy paso a los datos históricos, que he procurado revisar para no limitarme a copiar y pegar, no
sin expresar que espero que, al menos esta vez, lo que comparta hoy compense mejor mi
desaparición y haya hecho que valiera un poco la pena. Tanto si es así como si no, les doy las
gracias de nuevo por seguir leyendo.

SAN JULIO ÁLVAREZ MENDOZA, MÁRTIR

BIOGRAFÍA

PARTE 1

San Julio Álvarez Mendoza nació en Guadalajara, Jalisco, el 20 de diciembre de 1866. Fueron sus
padres Anastasio Álvarez y Dolores Mendoza. Fue bautizado al día siguiente con los nombres de
José Julio, en la antigua parroquia de San José de Analco de la misma ciudad. Con todo, el Acta de
Confirmación no ha sido encontrada, debido a la mutilación y destrucción de innumerables
archivos eclesiásticos por parte del Gobierno, durante la persecución religiosa.

Ayudado por los patrones de sus padres, el joven tapatío pudo ingresar en un colegio superior y
luego, al manifestar vocación para el sacerdocio, en el Seminario Conciliar de San José en 1880.
Sus años en dicho plantel pasaron entre el estudio y el trabajo, ya que, por las dificultades
económicas que atravesaba y para no ser una carga para nadie, pasaba sus ratos libres laborando
como zapatero. De acuerdo con los informes rectorales del plantel levítico, era un seminarista
dotado de inteligencia, constante en el estudio y piadoso. Su amor a la Santísima Virgen María lo
condujo a inscribirse en la Congregación Mariana.

Fue ordenado sacerdote por el entonces Arzobispo de Guadalajara, don Pedro Loza y Pardavé, el 2
de diciembre de 1894, poco antes de su cumpleaños número 28. Casi de inmediato, el día 10 del
mismo mes, fue nombrado capellán de Mechoacanejo, perteneciente a la parroquia de
Teocaltiche, Jalisco, donde permaneció hasta 1921, año en que la capellanía fue elevada al rango
de parroquia del Divino Salvador. Él fue su primer párroco.

Continuará…
SAN JULIO ÁLVAREZ MENDOZA, MÁRTIR

BIOGRAFÍA

PARTE 2

El futuro mártir se distinguió por ser un hombre de oración, asiduo al rezo del breviario; devoto y
atento en la celebración de la Santa Misa y en las prácticas piadosas. Desde su llegada a
Mechoacanejo se distinguió por su celo pastoral, manifestado principalmente por la atención a la
catequesis de niños y jóvenes, sin descuidar por ello a los demás feligreses que le habían sido
encomendados, en quienes se esforzó por infundir un gran amor a Jesús Sacramentado y a la
Santísima Virgen María.

Era un sacerdote siempre dispuesto a ayudar a quien lo requiriera. Atendía a todos los ranchos por
lejanos y difíciles que fueran, y sin importar la hora y las condiciones del tiempo. Celebraba con
profundo amor a Dios la Santa Misa y se empeñaba por celebrar con la mayor solemnidad posible
las grandes festividades del año: la fiesta de Corpus Christi, la Navidad, la Última Cena. Cuidaba
con mucha delicadeza el templo y lo mantenía con decoro y limpieza.

El Padre Álvarez era un hombre cariñoso, amable, bondadoso, caritativo, comunicativo y sencillo.
Cuando era preciso reprender alguna falta de sus feligreses, lo hacía con prontitud y firmeza; pero
siempre de la mejor manera, evitando herir a las personas y hasta disculpándose al final.

Vivió desprendido de todo, y en todo generoso. Las diferentes habilidades que poseía las puso al
servicio del prójimo. Enseñó a sus feligreses el oficio de sastrería y él mismo hizo ropa que después
repartía entre los pobres. También les enseñó a elaborar dulces, para que tuvieran otro trabajo
que les ayudara en su economía familiar.

Ya desde 1915 había comenzado la persecución religiosa en México. Se trataba de una


persecución legalizada en la nueva Carta Magna de 1917, cuya paulatina aplicación llevaría al
desenlace violento de 1926. Tal situación obligó al Episcopado a decretar la suspensión de culto
público en todas las iglesias del país, ya que era imposible seguirlo ejerciendo en condiciones tan
hostiles creadas por el Gobierno jacobino contra la Iglesia.

Los sacerdotes, para ponerse a salvo de las vejaciones del Ejército, que eran especialmente atroces
en el medio rural, podían elegir entre concentrarse en las cabeceras municipales, o mejor, en las
ciudades capitales de los Estados. El Excmo. Arzobispo de Guadalajara, Don Francisco Orozco y
Jiménez, dejó en libertad a sus presbíteros para quedarse en la ciudad o permanecer al cuidado de
sus fieles a pesar de las circunstancias. El mismo prelado, hombre valiente y celoso de su grey,
optó por este segundo camino, seguido por muchos integrantes del clero de la Arquidiócesis. El
Padre Julio fue uno de ellos: celebraba la Misa y administraba los Sacramentos oculto en los
ranchos.

En muchas ocasiones sus fieles le advirtieron sobre el peligro que corría al quedarse con ellos, a fin
de que se pusiera a buen recaudo. Pero el Padre, sumamente humilde, no consideraba que él
pudiera ser alguno de los sacerdotes “agraciados” que morían por cumplir su deber, ya que, como
decía, “Dios no escoge basura para el martirio”.

Pero, evidentemente, el Señor no pensaba así de su siervo.


Continuará…

SAN JULIO ÁLVAREZ MENDOZA, MÁRTIR

BIOGRAFÍA

PARTE 3

El Padre fue aprehendido por una partida de soldados mientras se encaminaba a celebrar la Misa y
confesar en el rancho El Salitre. Era el 26 de marzo de 1927, a las 4 de la tarde. Iba con dos
jóvenes: Gregorio Martínez y Gil Tejeda. Ya de camino vieron a lo lejos una partida de soldados
que venían en una troca. El Señor Cura, por prudencia, se distanció de sus acompañantes y se
ocultó, mientras éstos procuraban distraer a los militares. Sin embargo, el Padre fue descubierto y
llevado ante ellos. Uno de los que iban con los soldados, al verlo, se adelantó y por error le besó la
mano. De inmediato, pero muy tarde, se dio cuenta de su equivocación y justificó su gesto
diciendo que el Padre era su padrino. Entonces pasó otro señor a caballo, al que interrogaron
acerca de la identidad del Padre Julio; el hombre respondió que se trataba del Señor Cura de
Mechoacanejo. El que mandaba a los soldados le preguntó al Padre si era sacerdote, y él no lo
negó. Eso bastó para que lo arrestaran.

Comenzó entonces un largo calvario para el Padre y sus acompañantes. Fue atado, privado de
alimentos y ferozmente insultado. Ni siquiera le permitieron descansar sentado: o permanecía de
pie o de rodillas. En esas condiciones lo llevaron a Villa Hidalgo, Jalisco, y de allí a la ciudad de
Aguascalientes; posteriormente fue conducido a León, Guanajuato, donde el general Joaquín
Amaro, secretario de Guerra y Marina, decidió enviarlo a San Julián, Jalisco, con la orden expresa
de que lo fusilaran ahí.

Era el 30 de marzo de 1927. El capitán, de apellido Grajeda, condujo al Señor Cura al lugar donde
sería ejecutado. Eran casi las 5:15 de la mañana.

—¿Me van a matar? —preguntó el Mártir.

—Esa es la orden que tengo —replicó el oficial.

Y el Padre, con bondad, dijo:

—Bien, ya sabía que tenían que matarme porque soy sacerdote; cumpla usted la orden, sólo le
suplico que me concedan hablar tres palabras. Voy a morir inocente porque no he hecho ningún
mal. Mi delito es ser Ministro de Dios. Yo les perdono a ustedes; sólo les ruego que no maten a los
muchachos porque son inocentes, nada deben.

Cruzó los brazos y sonó la descarga, justo en el cuarto de la hora.

En cuanto la gente de San Julián se enteró de que habían matado a un sacerdote acudió con
piedad a recogerlo, sin importarles las consecuencias que eso pudiera acarrearles. El cuerpo
estaba en la casa del señor José Carpio. La gente se puso a discutir acerca de si velarían el cuerpo o
no, hasta que uno de los presentes dijo: “El cielo concedió a este pueblo la gracia de que un mártir
regara con su sangre este lugar bendito, cosa que no se concede a todos. Esta sangre es hermosa,
es una herencia preciosa. Estos restos deben recibir las honras fúnebres que mejor podamos
darles. Yo asumo todas las responsabilidades. Llevémosle a mi casa y ahí lo velaremos”.

Lo amortajaron con vestiduras sacerdotales blancas, tal como lo consigna una foto del Mártir
yacente y sin vida. El cadáver estaba en una mesa y luego lo metieron en el ataúd. La gente
mojaba algodones en la sangre del Señor Cura como reliquia.

El Padre fue sepultado en el cementerio antiguo de San Julián, Jal., pero poco después,
secretamente su cadáver fue llevado a Mechoacanejo, Jalisco, donde reposan actualmente.

Fuente básica de investigación:

Boletín de Pastoral. Revista Diocesana Mensual. Diócesis de San Juan de los Lagos. Julio de 1997.
Número 180. http://dsanjuan.org/boletin/bol_biblioteca/Boletin_180.pdf

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