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Un amigo fiel no
tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que
encuentran los que temen al Señor” (Eclo 6, 14-16).
Con aprecio, para los lectores de la página, y con cariño, para quien, al leer, sabrá que ha estado
muy presente al escribir
Se podrán preguntar por qué, en esta ocasión, abro la publicación con una cita bíblica sobre el
tema de la amistad genuina y verdadera. Bueno, hoy es 21 de marzo, 94 aniversario del martirio
del Beato Miguel Gómez Loza, y la fecha no podría ser mejor para hablar del tema, ya que este
personaje fue el mejor y más inseparable amigo de otro Mártir, sin el cual no habría tenido lugar la
creación de esta página: el Beato Anacleto González Flores. Todos sabemos que, al lado de la
figura luminosa de éste, la de Miguel resplandece también con fuerza singular, no sólo porque
lucharon juntos por los mismos ideales y en la misma palestra, sino también porque trabaron,
desde jóvenes –a los 24 años–, una amistad tan entrañable y profunda que fueron inseparables en
vida e inclusive, por designios divinos que a primera vista podrían dar la impresión de ser mera
casualidad, después de la muerte, ya que sus restos reposan muy cerca uno del otro. Y dos efigies
de cuerpo entero, afuera de la parroquia de San Francisco de Asís, en Tepatitlán, corroboran y dan
fe perpetua del vínculo espiritual y moral que los unía. Porque, como dijo Santa Catalina de Siena,
“la amistad que tiene su fuente en Dios no se extingue nunca”.
A primera vista, las coincidencias entre ellos parecen sólo curiosidades. Ambos nacieron el mismo
año, con apenas 4 semanas y un día de diferencia, uno contrajo matrimonio dos semanas después
del otro y terminaron su carrera en el mundo con 11 meses, 2 semanas y 6 días de separación
temporal. Y en el transcurso de su vida, forjando una hermosa amistad en Dios, pudieron
compartir cada faceta de la existencia: los gustos, las aficiones, los anhelos, la elección de la misma
carrera universitaria, las penurias de la vida estudiantil en Guadalajara, los sufrimientos, las
reuniones en los grupos y asociaciones católicas, el combate arduo por la religión, la graduación y
los problemas financieros y legales para ejercer la profesión, la dicha de ver al otro casado con la
mujer amada y haber asistido a su boda, las persecuciones continuas, las separaciones, el dolor de
dejar a la propia familia para defender la fe y, claro, la religión católica… En fin, todo. En ellos se
cumplió una bella frase de San Maximiliano María Kolbe: “Dios nos envía amigos para que sean
nuestro firme apoyo en el torbellino de la lucha”, y otra del Doctor Angélico, que expresa:
“Cualquier amigo de verdad quiere para su amigo: que exista y viva; todos los bienes; hacerle del
bien; deleitarse de su presencia; y compartir con él las propias alegrías y tristezas, viviéndolas con
él con un solo corazón”.
No pretendo hacer un tratado sobre la amistad auténtica, en primer lugar, porque lo más
importante es presentar la biografía de nuestro Mártir, y en segundo, porque hay otras plumas
que han hablado y hablarán mucho mejor del tema que yo. Pero ¿cómo no mencionarlo en el caso
de Miguel Gómez Loza? Porque, tal y como se puede observar en las fuentes históricas, si hubo
dos amigos entrañables e incondicionales entre nuestros Beatos Mártires Mexicanos, fueron
Anacleto y Miguel.
Sin más preámbulos –como de ordinario, ya fueron muchos–, presento la biografía del valiente
licenciado Mártir.
PRIMERA PARTE
Miguel pasó su infancia dedicado a la agricultura de la parcela familiar y al cuidado del ganado, en
tanto cursaba sus primeras letras en la escuela parroquial de Tepatitlán, donde fue acólito,
sacristán y catequista. Cerca de ahí, por las calles del pueblo, andaba otro niño, vendedor de
rebozos, a quien –a diferencia suya– su padre había inscrito al plantel oficial. Nadie habría podido
imaginarse que Dios, en sus tiempos perfectos, ya había determinado que un día se convertirían
en grandes amigos.
Cuando su hermano mayor, Elías, entró al Seminario, Miguel se convirtió en la cabeza de la familia.
Pero eso no impedía que dedicara mucho tiempo a la práctica de la fe. No tardó en ser conocido
entre sus vecinos por su diligencia y solicitud, por su piedad eucarística y su apego a la religión. En
cuanto pudo, empezó a ser catequista.
Es conocido un suceso que tuvo lugar durante su juventud. Al ser instituida una escuela laica en
Paredones, Miguel se empeñó en convencer a los padres para que no mandaran a sus hijos a ese
plantel. Los maestros colgaron un cuadro de Benito Juárez unos centímetros más arriba de la
imagen de la Virgen de Guadalupe. Nuestro biografiado fue a la escuela y, lleno de enojo, arrancó
de la pared el cuadro de Juárez, lo amarró a la cola de su caballo y lo hizo correr.
Pronto se relacionó con la efervescente primavera del catolicismo social. Entró en contacto con el
licenciado Miguel Palomar y Vizcarra, de cuyo trato surgió una caja rural Raiffeisen, en Paredones.
En 1912, inició su trato personal con Anacleto González Flores, con quien sería amigo hasta la
muerte. El joven tepatitlense fue, de hecho, quien le aconsejó que realizara estudios superiores.
Era un gran sueño de Miguel, que éste había diferido para no abandonar a su madre; sin embargo,
pero planteado el asunto, resolvió inscribirse en la preparatoria del Seminario de Guadalajara.
Muy pronto, como le pasó a Anacleto en el Seminario auxiliar de San Juan de los Lagos, descubrió
que no tenía vocación sacerdotal, así que abandonó las aulas del Seminario y se inscribió en el
Instituto del Sagrado Corazón de Jesús, ubicado a un costado del jardín de San José, mismo que
dirigía el Padre Refugio Huerta.
En 1913 se integró al grupo estudiantil de “La Gironda” fundada por Anacleto La convergencia
ideológica con Anacleto era total, y su amistad se fue tornando más fuerte. Con todo, diferían en
la acción, ya que su amigo era más flemático y melancólico, y si bien muy valiente y siempre la
figura de autoridad, era más proclive a las ideas y al verbo, mientras que Miguel, de
temperamento más bien sanguíneo y colérico, era la realidad y la ejecución de los planes, arrojado
e intrépido, incluso temerario. Esto no impidió que se complementaran espléndidamente. En ese
año, asimismo, uno y otro fueron admitidos como socios de la Congregación Mariana del
Santuario de San José de Gracia.
Cabe mencionar, pese a los defectos de su carácter fogoso y vehemente, que poseía un corazón
sumamente noble y generoso. Sus amigos lo conocieron con el apodo de “Miguelito Buenafé”, ya
que prefería padecer la desilusión en vez de desconfiar o pensar mal de alguien. Esto se manifestó
de modo patente en una ocasión cuando, en 1924, apoyó incondicionalmente al candidato
independiente Ángel Flores, ayuda que tuvo que lamentar. Pero ni siquiera así cambió su
magnanimidad ni desinterés.
Para mantener la representación de los valores sociales en la política, los dos se hicieron cargo de
la Unión Latinoamericana, corporación cívico-política de reciente creación. Meses más tarde, ya
para terminar 1913, representarán al terruño, Tepatitlán, en la convención del Partido Católico
Nacional, celebrada en Guadalajara.
Por aquellos tiempos, que coincidieron con el inicio de su apoyo sin condiciones para su carísimo
amigo, comenzaron los arrestos para él, que llegarían a sumar 59: pasó una semana en las celdas
de la Inspección de Policía, acusado de cometer delitos de orden común retirar libelos contra la
religión de lugares públicos, sustituyéndolos por otros que expresaban lo contrario.
SEGUNDA PARTE
1914 fue un año de muchas actividades para Miguel. Acudió a la Universidad Morelos, donde
recibió el apodo “el Chinaco” –mote irónico, ya que los chinacos eran guerrilleros que apoyaban la
causa liberal durante la guerra de Reforma– por interrumpir en las aulas la disertación de un señor
que ponderaba la trayectoria política del presidente Benito Juárez.
En 1914 se inscribió en la Universidad Morelos, ubicada en la calle del mismo nombre, muy
cercana al Teatro Degollado y luego fundó la Sociedad de la Propagación de la Buena Prensa. Con
la asesoría del futuro canónigo José Toral Moreno y del jesuita Arnulfo Castro, estableció una
bolsa de trabajo, cajas de ahorro, cooperativas de consumo y el Círculo de Estudios Obreros León
XIII.
El 8 de julio de 1914 entró a Guadalajara el ejército constitucionalista, por lo que se vio obligado a
huir a su pueblo natal, donde permaneció hasta 1915, para regresar nuevamente a la capital de
Jalisco y retomar sus actividades.
En 1916 terminó su preparatoria, e inició sus estudios de Derecho en la Escuela Católica de Leyes,
posteriormente Escuela Libre de Leyes, donde Anacleto también se había matriculado. El 14 de
julio de ese año participó como socio fundador de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana
(ACJM), dentro de la cual estableció el círculo obrero Gabriel García Moreno y publicaba la revista
mensual “El Cruzado”.
En 1917 fundó los círculos obreros: “José de Jesús Ortiz” para jóvenes, “Niños Héroes” para
aprendices y “Don Bosco” para tipógrafos. También organizó la Sociedad Mutualista Obrera y
auspició la publicación del libro “La Cuestión Religiosa en México” de Regis Planchet.
Durante 1918, mientras continuaba sus estudios, participó en el boicot antigobiernista que había
planeado y proyectado Anacleto González Flores, el cual buscaba la derogación de un decreto
anticatólico. En febrero de 1919, la legislación fue derogada. En abril participó muy activamente en
la organización del Congreso Regional Católico Obrero y resultó elegido dirigente. En 1920 fundó
dentro de la ACJM el círculo “Trinidad Sánchez Santos”, y se encargó de la reimpresión del
libro “La Cuestión Religiosa en México”, con el apéndice “La Cuestión Religiosa en Jalisco” de
Anacleto.
El 1° de mayo de 1921, uno de los líderes bolcheviques llegados a Guadalajara, izó una bandera
rojinegra –considerada el símbolo del comunismo– en el asta de la Catedral. Al saberlo Miguel, sin
medir las consecuencias, se abrió paso entre la multitud, subió a las bóvedas catedralicias, arrancó
la bandera, la hizo pedazos y los arrojó a la plaza. Eso le valió una golpiza por parte de los
atacantes que lo dejó casi muerto.
TERCERA PARTE
Tras la clausura del Seminario Conciliar, medida a la que por supuesto se opuso, a principios de
1925 participó con Anacleto González Flores en la fundación de la Unión Popular, la obra maestra
sociológica del primero, siendo uno de los cinco miembros dirigentes y fue designado tesorero.
En mayo del mismo año, por su defensa de la fe católica, el papa Pío XI le otorgó la condecoración
de la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice. Los otros tres galardonados fueron Maximino Reyes, Ignacio
Orozco y Anacleto.
Cuando en 1926, en diciembre, este último se vio obligado a reconocer que el último camino que
quedaba para defender la fe católica, tan continuamente asediada y perseguida, pese a su
continua resistencia y oposición, Miguel fue nombrado jefe civil en la zona de Los Altos de Jalisco y
se fue al monte, pasando definitivamente a la clandestinidad.
Se estableció en dos campamentos, uno en Cerro Gordo y otro en un lugar denominado Picachos,
perteneciente al municipio de Tepatitlán, lugar estratégico para desplazarse a todos los puntos de
la región que requirieran su presencia. A través de un propio, Isaac Fernández, mantuvo contacto
permanente con su familia y con Anacleto. Entre otros encargos pedía siempre escapularios,
medallas y crucifijos para repartirlos entre la tropa y no dejó de enviar a su familia la exigua
contribución que su honradez acrisolada tolera como salario, apenas lo suficiente para atender las
necesidades elementales de su madre, esposa e hijas.
No participó en la lucha, sino que fungió como comisario militar de los cristeros. En una ocasión
evitó que realizaran un atraco. Luego, recibió una pequeña imprenta y se responsabilizó de la
publicación de “Gladium”, el órgano impreso de la Unión Popular. Y ante las ejecuciones realizadas
por los cristeros triunfantes, actuó como abogado defensor de los prisioneros federales, pidiendo
los indultos, pero no siempre lo conseguía, por desgracia.
CUARTA PARTE
Tras la tortura y fusilamiento de Anacleto González Flores, el 1º de abril de 1927, fue nombrado
gobernador civil provisional de Jalisco, en los territorios controlados por los cristeros. El cargo lo
ejerció con grandes dificultades, sobre todo por oponerse al asalto del tren México-Guadalajara,
perpetrado y liderado por el padre Reyes Vega. Apenas supo lo ocurrido, reprobó resueltamente el
acto. Y solicitó a las autoridades eclesiásticas de San Juan de los Lagos el nombramiento de
capellanes castrenses, lo cual logró en parte.
A mediados de junio, se estableció en La Presa de los López, del municipio de Arandas; por su
parte, la infatigable prensa en la que se imprimía “Gladium”, fue instalada cerca de allí, en el cerro
de La Culebra.
Al finalizar agosto, para gran alegría suya, pudo encontrarse con su esposa e hijas en Los Salados,
Guanajuato. Poco después, el 3 de septiembre, la Liga aumentó su responsabilidad al conferirle la
administración conjunta de la parte occidental del Estado de Guanajuato
Con el transcurrir de los días, realizando un esfuerzo cada vez mayor, afinó las atribuciones
ordinarias de su cargo político: giras de inspección, comunicados, emisión de decretos y circulares,
así como el arbitraje de las controversias. Esto último le originó ciertas fricciones con el general
Enrique Gorostieta Velarde. Más que gobernador, Miguel ejercía las funciones de procurador.
A pesar del tiempo transcurrido entre los católicos de la resistencia, su actuación durante los
enfrentamientos entre cristeros y las tropas de la federación es clara: no le correspondía a él,
como autoridad civil, participar en el fuego cruzado de los combatientes, y aunque poseía pistolas
una que fue de su hermano el sacerdote, y otra, obsequio personal de un colaborador jamás las
usó en contra de nadie, ni siquiera para repeler alguna agresión.
En octubre de 1927, al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, organizó entre los cristeros la celebración
solemne de la fiesta de Cristo Rey. Poco después se estableció en Palmitos, cerca de San Miguel el
Alto, San Julián y Santa María del Valle, Jalisco. Las primeras semanas de 1928 transcurrieron sin
incidentes notorios. La resistencia de los católicos se había consolidado; las acciones beligerantes
se planeaban de acuerdo a estrategias oportunas; los recursos, siempre escasos, se administraban
con tino, y el adiestramiento de las tropas había mejorado notablemente.
QUINTA PARTE
Para marzo se estableció en el rancho El Lindero, cerca de San Francisco de Asís, en el municipio
de Atotonilco el Alto. El miércoles de Lázaro, 21 de marzo –irónicamente memoria civil por el
natalicio de Benito Juárez–, una avanzada militar, aprovechando el descuido o la complicidad del
centinela, se apostó en torno a la finca ocupada por Gómez Loza y su secretario, el señor Dionisio
Vázquez. Cuando se advirtió la presencia de los adversarios era demasiado tarde para escapar.
Gómez Loza y Dionisio Vázquez, su secretario; el primero, portador de documentos relativos a la
resistencia activa de los católicos, intentó destruirlos antes de recibir por el pecho y por la espalda
los disparos de sendos francotiradores apostados en lugares estratégicos. Vázquez corrió la misma
suerte.
Consumado el crimen, el cadáver de Miguel fue trasladado a Atotonilco, donde fue exhibido ante
la gente, para luego ser llevado trasladado a Guadalajara. Parecía éste un golpe rotundo a la
organización cristera, pero el pueblo católico lo interpretó como un triunfo, manifestando su
congoja y su esperanza. A la capilla ardiente donde fueron velados sus restos, acudieron decenas
de católicos a honrar al fallecido. Muchos tocaban con veneración sus despojos. Al sepelio,
verificado en el panteón de Mezquitán, acudió una muchedumbre inmensa… Justo como casi hacía
un año, una multitud había despedido a su mejor amigo.
Doña Victoriana Gómez, incapaz de sobrellevar la muerte de Miguel y de Elías, su otro hijo (el
clérigo fue asesinado en diciembre de 1924, por órdenes del cacique Abraham González), perdió la
razón.
El 1° de abril de 1947, los restos de Miguel fueron colocados en el muro norte del Santuario de
Nuestra Señora de Guadalupe, al lado izquierdo del presbiterio, junto con los de Anacleto
González Flores. El 15 de octubre de 1994, la Arquidiócesis de Guadalajara abrió su proceso de
beatificación, y fue declarado Siervo de Dios. El 22 de junio de 2004 la Congregación para las
Causas de los Santos del Vaticano decretó su beatificación. El 20 de noviembre de 2005 se celebró
en el Estadio Jalisco la misa de beatificación, y el 1º de abril de 2006 sus restos fueron colocados
en una capilla lateral del mismo Santuario de Guadalupe, donde reposan en la actualidad. En el
mismo sitio, a unos metros, están los de Anacleto.
Fuentes:
Universidad de Guadalajara. Gómez Loza, Miguel. De “Los universitarios sin universidad. Tomo
tercero. El interregno universitario, 1861 – 1925”. Enciclopedia Biográfica de la Universidad de
Guadalajara.
http://enciclopedia.udg.mx/articulos/gomez-loza-miguel
González Fernández, Fidel (2008). Sangre y corazón de un pueblo. Tomo II. México: UPAEP.
Me disculpo por la falta de rigor en la consignación de las fuentes, debida más a falta de tiempo y
a mi cena que a otros factores. Además, por una ocasión, no tengo que ceñirme estrictamente a
ningún estilo de citación…