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de París
[Notas de lectura de 1844]
Estudio previo de
Adolfo Sánchez Vázquez
Ediciones Era
P rim era edición en a le m án : 1932
T ítu lo original: Ó konom ische S tu d ie n (E x ze rp te )
T o m ad o de K a rl M arx, F ried rich E ngels, H istorisch-kritische
Gesam tausgabe. B and 3. B erlín
P rim era edición en español: 1974
Segunda e d ic ió n : 1980
T ra d u c c ió n del a le m án : B olívar E cheverría
D erechos reservados en len g u a española
© 1974. E diciones E ra, S. A.
A vena 102, M éxico 13, D . F.
Im preso y hecho e n M éxico
P rinled and M a d e in M éxico
ÍN D IC E
99 Carlos Marx
CUADERNOS DE PARÍS
[Notas de lectura de 1844]
Apéndices
179 I C a rta de Carlos M arx a Ludw ig Feuerbach
[11 de agosto de 1844]
P or vez prim era ofrecemos aquí a los lectores de lengua española, en la fiel
y cuidada versión de Bolívar Echeverría, las notas de lectura de 1844 del
joven M arx que d an testim onio de su prim er encuentro con las obras de los
economistas burgueses. Dichas notas, que hemos titulado Cuadernos de Pa
rts, se com plem entan con tres apéndices, a saber: C a rta de Carlos M arx a
Ludw ig Feuerbach, del 11 de agosto de 1844; L ista de las obras resumidas
o extractadas por M arx en sus Cuadernos de París, y Cronología: El pro
yecto de crítica de la econom ía política.
N uestro estudio “Econom ía y hum anism o” que precede al texto de M arx
recoge y desarrolla ideas que tuvimos ocasión de exponer, hace dos años, en
u n curso m onográfico im partido en la F acultad de Filosofía y Letras de la
U niversidad N acional A utónom a de M éxico y en u n Sem inario llevado a
cabo, bajo nuestra dirección, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la m ism a U N A M .
A.S.V.
9
A D O L F O SÁ N C H EZ V Á Z Q U E Z
ECONOMÍA Y HUMANISMO
I. S IT U A C IÓ N DE L A S N O T A S D E L E C T U R A D E 1844
Las notas de lectura del joven M arx que hemos agrupado bajo el título
de Cuadernos de Parts y que, por vez prim era, se ofrecen a los lectores de
lengua española, d atan del mismo año que otro texto suyo: el borrador
—hoy famoso— conocido sobre todo p o r el título que le dieron sus prim e
ros editores, M anuscritos económico-filosóficos de 1844}
Ni las notas de lectura que constituyen los presentes Cuadernos ni los
M anuscritos están fechados; p o r ello no podemos establecer el orden crono
lógico en que fueron redactados unos y otros. A hora bien, tom ando en cuen
ta la afinidad tem ática de los prim eros cuadernos con el Prim er M anus
crito (particularm ente en la p arte en que se somete a crítica la economía
política clásica) y el diferente nivel de la elaboración teórica (más des
arrollada en los M anuscritos), podemos suponer que las notas de los prim e
ros cuadernos anteceden a los M anuscritos y vienen a ser un m aterial
preparatorio de ellos; fácil es advertir, en efecto, cómo los M anuscritos
transcriben casi literalm ente algunas notas o desarrollan m ás a fondo algu
nas ideas expuestas en ellas. Pero, en otros casos, los Cuadernos abordan
cuestiones apenas tratadas en los M anuscritos o las tocan imprimiéndoles
un nuevo sesgo. Podría adm itirse en este caso la hipótesis — por otra parte
difícil de com probar— de que esos aspectos no tocados en los M anuscritos
tal como éstos h an llegado a nosotros, tal vez fueron abordados en sus
fragm entos perdidos o inconclusos, particularm ente los del Segundo M anus
crito, del que como es sabido sólo se conservan unas cuantas hojas. Finalm en
te, hay notas (como las del C uaderno V sobre Jam es M ili) en las que al tra
ta r el poder enajenante del dinero y su papel en las relaciones sociales
enajenadas, el joven M arx se eleva teóricam ente sobre el nivel alcanzado
13
al abordar el mismo tem a en los Manuscritos,
Faltos, pues, de los datos necesarios p ara establecer con exactitud cuándo
se tra ta de notas anteriores, paralelas o posteriores a ciertas partes de los
Manuscritos, podemos destacar, sin embargo, desde ahora, que los Cuader
nos se m ueven en el mismo m arco problem ático que los Manuscritos. Su
objetivo fundam ental es la crítica de la economía política clásica que, des
pués de h aber revelado u n a serie de contradicciones básicas de la realidad
económica capitalista, no acierta a encontrar la clave de su inteligibilidad.
Aunque sin llegar ta n lejos como los M anuscritos en la búsqueda de ella,
los Cuadernos esbozan ya el descubrim iento de esa clave que la economía
clásica no logra revelar. M ás adelante tendrem os ocasión de ver cuál es
ese fundam ento o clave últim a, com ún a los Cuadernos y los Manuscritos.
Por lo pronto subrayemos que los Cuadernos y los M anuscritos son fruto
del prim er encuentro del joven M arx con la economía clásica burguesa a
través de sus principales exponentes, particularm ente los economistas in
gleses. Y que en uno y otro texto hay u n doble m ovim iento: de crítica de
la economía política a p artir de su propio lenguaje y sus propias catego
rías y leyes, y de búsqueda de u n a explicación fundam ental o clave últim a
de lo que los economistas no explican. T an to en los Cuadernos como en
los M anuscritos esa búsqueda no se d a a un nivel puram ente económico,
sino económico-filosófico, o más exactam ente al nivel de la economía enfoca
da filosóficamente.
Estos aspectos comunes determ inan que los Cuadernos y los M anuscritos
formen una unidad, si bien en los prim eros se acusa con más fuerza el im
pacto que produce en el joven M arx su prim er contacto con la economía.
Este prim er contacto tom a la form a de u n a transcripción literal de una
serie de pasajes de las obras de los economistas. D urante su estancia en
París, en 1844, lee u n buen núm ero de obras de economía entre cuyos auto
res figuran Say, Skarbek, A dam Smith, D avid R icardo, Jam es M ili, M ac
Culloch, Prevost y Buret. Los extractos son indicativos, más que de una
tom a de posición, del interés que ciertas partes de las obras leídas suscitan
en este sorprendido y sorprendente lector, pues es la prim era vez que, a
través de esas lecturas, se asom a a un nuevo continente — el de la econo
m ía— casi desconocido p ara él. Decimos casi porque el joven M arx debió
conocer unos meses antes el trabajo de Engels Esbozo de crítica de la eco-
14
nomía política, aparecido en el núm ero 1 y único de los Anales Franco-
Alemanes a comienzos de 1844. N o es casual por ello que sus Cuadernos
de París se inauguren precisam ente con u n resum en del artículo de Engels.2
Los Cuadernos no se reducen a los centenares de extractos de sus lectu
ras, sino que en ocasiones van acom pañados de notas en las que el joven
M arx fija las reflexiones que suscita en él lo que va leyendo. Los extractos,
junto con las notas, redactados en París, se han conservado en nueve cuader
nos de los cuales son cinco los que se relacionan directam ente con las obras
de los economistas. El texto de M arx del presente volumen está form ado pre
cisamente por las notas de esos cinco cuadernos. C ircunscribiendo nuestra
atención a ellas, cabe señalar que son escasas en los tres primeros cuadernos,
lo cual es índice de que el joven M arx, si bien se siente interesado por
ciertos temas o pasajes de las obras leídas, aún no está en condiciones de
reaccionar con u n a actitud propia ante ellos; pero, a p artir del cuarto cua
derno, comienza a aflorar u n a actitud crítica que prodiga cada vez más a
través de las notas que intercala entre los extractos.
Las notas de lectura pueden leerse independientem ente de los extractos
y, en su conjunto, revisten gran interés p a ra el estudio de la form ación del
pensam iento de M arx y, particularm ente, del económico. Pero, en algunos
casos, hay que destacar tam bién su valor teórico intrínseco, lo que, aunado
a u n a feliz form ulación, perm ite com pararlas con los pasajes más brillan
tes de los M anuscritos de 1844.
Los Cuadernos de París fueron publicados por prim era vez en su lengua
original con el título de Ókonomische Studien (E xcerpts) — Estudios eco
nómicos. Extractos— en el tercer tomo de la edición de Obras completas de
M arx y Engels conocida por la sigla M EG A (K arl M arx /F ried rich Engels,
Historisch-kritische Gesamtausgabe) publicada por el Instituto M arx-En-
gels-Lenin de Moscú. Dicho tom o apareció en 1932 en Berlín bajo la direc
ción de V. Adoratsky y en él ocupa las páginas 435-583. En el mismo tomo
(pp. 33-172 y 589-596) se publicaron tam bién íntegram ente por prim era
vez los M anuscritos económico-filosóficos de 1844 (así titulados por V. Ado-
2 V ersión española del tra b a jo de Engels e n : M arx-E ngels, E scritos económ icos
varios, tra d . de W . Roces. Ed. G rijalb o , M éxico, 1962. El resum en de M a rx se
e n cu e n tra en el p resente volum en en las pp. 103-104.
15
ratsky, a cuyo cuidado estuvo la edición del tom o) .3
A pesar de su estrecha vinculación con los M anuscritos y de su im por
tancia en la form ación del pensam iento de M arx, los Cuadernos de Parts
no h a n conocido u n destino sem ejante al de dicha obra. Puede decirse que
el deslum bram iento producido p o r el descubrim iento de los M anuscritos
opacó casi por completo a estos Cuadernos. T odavía son escasas las versio
nes de estas notas a diferentes lenguas. Fragm entariam ente h an sido tra
ducidas al ruso y sólo desde hace poco tiem po existe u n a traducción fra n
cesa.4
L a profusa literatu ra aparecida en estas dos últim as décadas sobre el joven
M arx apenas si h a fijado la atención en los Cuadernos de París. Auguste
C ornu, pese a la innegable erudición y objetividad de la obra en que estudia
el periodo juvenil de la v ida y la obra de M arx y Engels, sólo dedica
unos párrafos a las presentes notas de lectura.5 El volum en Su r le jeune
M arx, que m arcó un hito fundam ental en el estudio del joven M arx al reco
ger once estudios sobre el tem a, que dieron lugar, a su vez, a u n balance
crítico de Althusser, no hace prácticam ente referencia alguna a las notas
de lectura.6 Lo mismo puede decirse del extenso estudio sobre el joven M arx
realizado en la obra M a rx y la dialéctica hegeliana, tan valiosa por tantos
conceptos, de M ario Rossi.7 El mismo hueco encontram os en o tra obra
tam bién valiosa del investigador soviético O izerm an sobre la form ación del
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pensam iento de M arx.8 A hora bien, ju n to a estos silencios, es justo señalar
que en u n a serie de autores que se ocupan más o menos directam ente del
joven M arx se m anifiesta cierto interés por los Cuadernos de París, aunque
en la m ayoría de los casos se lim iten a com entar algunas de las notas, situán
dolas en la problem ática com ún a ellas y los Manuscritos. A hora bien, aun
que algunos de ellos — como Bottigelli, M andel, Naville, L apin, Mészáros y
G iannotti— 9 contribuyen a esclarecer el sentido y alcance de algunas de las
notas, se echa de menos un estudio más detenido y de conjunto que perm ita
com prender su lugar no sólo en relación con los M anuscritos sino en la for
m ación del pensam iento de M arx. No se tra ta , por supuesto, de responder al
tratam iento de que h a n sido objeto hasta ahora con u n a sobreestimación de
ellas, tan to de su valor intrínseco como de su papel en la evolución del
pensam iento de M arx. T am poco se tra ta de ponerlas — dadas su afinidad
tem ática y de enfoque— en pie de igualdad con los M anuscritos de 1844.
Pero sí creemos que los Cuadernos de París son dignos de u n a mayor aten
ción de la que h asta ahora se les h a prestado ya que justam ente, por ser
la prim era y más directa reacción del joven M arx ante la obra de los
economistas, pueden arro ja r nuevas luces sobre la form ación del pensa
m iento de M arx precisam ente en el periodo que tiene como pivote a los
Manuscritos. A este propósito responden tan to la idea de d a r a conocer los
Cuadernos en español como el estudio presente que los precede.
II. DE LA F IL O S O F ÍA A LA E C O N O M ÍA
17
ambos dominios en los M anuscritos del 44 que, muy justam ente por ello,
fueron calificados por sus prim eros editores, desde su propio título, como
económico-filosóficos? P ara poder d a r respuesta a estas cuestiones hay que
remitirse, aunque sea brevem ente, a la fase inm ediatam ente anterior de la
form ación del pensam iento del joven M arx. Pero no es necesario desandar
un largo trecho, pues M arx reacciona por entonces ta n viva y rápidam ente
ante las ideas dom inantes y ante las exigencias de la propia realidad que
basta retroceder dos años (de 1844 a 1842) p a ra com prender el dinamismo
interno de su pensam iento y su capacidad p a ra revolucionarse a sí mismo.
En 1842 sus preocupaciones, aunque radicales, son todavía fundam ental
m ente filosóficas y giran, sobre todo, en torno al inmenso sol especulativo,
idealista de la filosofía política hegeliana. Incluso cuando como colaborador
prim ero y redactor jefe después de L a Gaceta R enana tom a contacto con
problem as políticos y sociales concretos pesa en él notablem ente la herencia
filosófica hegeliana. Así, cuando critica al Estado prusiano, real, y lo com
para con el Estado verdadero, lo hace en térm inos que no pueden ocultar
su raigam bre hegeliana: “ U n Estado que no es la realización de la libertad
según la razón es u n Estado m alo.” E n 1844, después de haber sometido
a crítica la filosofía política de Hegel, sigue siendo fundam entalm ente un
filósofo, pero un filósofo que busca afanosam ente tom ar tierra, poner pie
en la realidad, y p a ra ello alia a la filosofía prim ero con el proletariado e
inm ediatam ente después con la economía. Pero caminemos más despacio.
En los prim eros meses de 1843 — últimos de su paso como periodista polí
tico p o r L a Gaceta R enana— su herencia hegeliana sufre un duro golpe.
Con la prohibición definitiva de este periódico (a p artir del lo. de abril de
1843) term ina u n a im portantísim a, aunque breve, experiencia periodística-
política del joven M arx que pone en crisis su concepción del Estado clara
m ente trib u taria de la de Hegel. A través de una serie de artículos había
tenido ocasión de ocuparse de problemas reales de naturaleza política y so
cial (la libertad de prensa, la situación de los viñadores del Mosela, el pro
yecto de ley contra el divorcio, e tc .). A estos problem as planteados con p u
janza por la propia vida real, tra ta de encontrar solución en el m arco de
la concepción hegeliana del Estado como esfera de lo universal, de la li
bertad y la razón. E sta concepción sólo reconoce la im portancia de los in
tereses m ateriales, particulares, en la esfera inferior que Hegel llam a la
18
“Sociedad Civil” . Pero M arx, d urante su paso por La Gaceta R enana y al
contacto con la realidad misma, ve tam balearse esta concepción al advertir
el peso de los intereses particulares, vinculados a la propiedad privada, no
sólo en la Sociedad Civil sino en la esfera m ism a del Estado. Estos inte
reses existen y actú an en el Estado prusiano atentando contra la libertad,
la racionalidad y la universalidad del verdadero Estado. H e ahí el recono
cimiento capital de M arx, o sea, el reconocimiento de la im portancia de
las relaciones m ateriales, económicas, que Hegel — en su concepción del
Estado— había relegado a u n a esfera inferior, determ inada por el Estado
mismo, a saber: la Sociedad Civil. C iertam ente, aunque M arx no postula
todavía la abolición de la propiedad privada, ya empieza a vislum brar sus
efectos perturbadores y con ellos el papel im portante de las relaciones m a
teriales y sociales derivadas de ella.
Ante la im portancia que adquieren a los ojos de M arx las relaciones de
propiedad y los intereses m ateriales privados se le impone la necesidad de
revisar el alto papel que Hegel atribuye al Estado como esfera de la razón
y de lo universal y, con ello, se le im pone asimismo la necesidad de esta
blecer sus verdaderas relaciones con la Sociedad Civil. Esto determ ina que
se ponga a estudiar a fondo la Filosofía del Derecho de Hegel y a esta tarea
—de revisión y com entario, particularm ente de la sección relativa al Esta
do-— se consagra el joven M arx d urante el verano de 1843. F ruto de su co
m entario casi literal de los parágrafos de la sección citada de la obra de
Hegel es el m anuscrito publicado por prim era vez, por Riazánov, en 1927,
en el prim er tom o de M EG A con el título de Crítica de la filosofía del Es
tado de H eg el}0
Las dos grandes cuestiones que M arx va desentrañando, a través de sus
comentarios de los parágrafos 261-312 de la Filosofía del Derecho de Hegel,
son las relaciones entre el Estado y la Sociedad Civil, y la naturaleza del
poder, uno y otra considerados asimismo en sus relaciones con la propiedad
privada y los intereses particulares generados por ella. Pero, al exam inar
estas dos grandes cuestiones, M arx se ve obligado a enfrentarse tam bién al
m étodo especulativo em pleado p o r Hegel. Los comentarios del texto hege-
19
I
20
Idea. L a especulación disuelve asi lo em pírico en la esfera ideal. M arx
denuncia esta m istificación que consiste en hacer de lo real, de lo empírico
(la Sociedad Civil) u n hecho ideal (o u n fenóm eno del Estado como encar
nación de la I d e a ) . Hegel pretende presentar el Estado como es realmente,
pero, en verdad, lo presenta como es idealm ente. L a Sociedad Civil aparece,
pues, como u n a determ inación o un atributo del Estado.
L a crítica de M arx tiende a dem ostrar que lo que Hegel hace aparecer
como ideal es el Estado real (el Estado burgués m oderno en la versión
prusiana concreta de la A lem ania de su tiem po) y que es la Sociedad Civil,
la esfera de las relaciones m ateriales, la que determ ina el Estado y no al re
vés. Por tanto, el problem a del Estado rem ite al de su fundam ento: la So
ciedad Civil. Sólo desentrañando la naturaleza de las relaciones materiales
se puede com prender, a su vez, la verdadera naturaleza del Estado. Ahora
bien, en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, M arx no está en
condiciones de analizar ese fundam ento real y, por ello, no puede llevar
su crítica hasta sus últim as consecuencias. C iertam ente, aunque ya h a seña
lado — como hemos visto— a su paso por La Gaceta R enana los efectos
perturbadores de la propiedad privada y de los intereses particulares en
la esfera del Estado, M arx no se orienta aú n con firmeza en el m undo
de la Sociedad Civil, ya que ignora el papel de la producción m aterial, de
la industria y del trabajo, así como de las relaciones sociales que los hom
bres contraen en la producción; carece asimismo del concepto de clase, y
aunque critica el Estado m oderno y la Sociedad Civil (burguesa) y habla
de u n a nueva sociedad a la que llam a “verdadera dem ocracia”, desconoce
todavía cuáles son sus fundam entos reales y cuál es el agente histórico
fundam ental, o clase revolucionaria, que h a de producir el cambio que
conduzca a ella. Siguiendo a Feuerbach ve en el “ser genérico” al hom bre
universal que la verdadera dem ocracia podrá realizar plenam ente, con lo
cual vemos que la influencia feuerbachiana en el M arx que critica la filo
sofía política hegeliana no se d eja sentir sólo en la aplicación de su método,
sino tam bién en el uso que hace de su concepción del hom bre genérico.
Esto no puede extrañarnos si tenemos presente que todavía en agosto de
1844 el joven M arx cree que Feuerbach h a proporcionado un fundam ento
filosófico del socialismo.11 O bviam ente al afirm ar esto tiene presente sobre
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todo su concepción del hom bre como ser genérico.
Pero la crítica del Estado m oderno burgués que M arx lleva a cabo a través
de Hegel se halla lim itada, sobre todo, por su m agro conocimiento de su
fundam ento real: la Sociedad Civil, y, particularm ente, por su descono
cimiento del papel de la producción m aterial y de las características del
trabajo hum ano en las condiciones de la propiedad privada (capitalista).
Así, pues, la en trad a de M arx en 1844 en el terreno de la economía — de la
que son testimonios sus Cuadernos de París y los M anuscritos de 1844—
se halla im puesta por las limitaciones de su propia crítica de la concepción
hegeliana del Estado. Al criticar el Estado moderno, M arx no puede que
darse en la esfera de la organización y las relaciones políticas, y tiene que
pasar al plano de las relaciones m ateriales. Por ello, p a ra salvar el limite
con que tropieza su crítica de la filosofía política especulativa de Hegel,
tiene que iniciar u n a crítica de la econom ía política. L a filosofía em puja
así forzosamente hacia la economía.
22
a] El problem a del cam bio social como transform ación o crítica radical
de la sociedad que responde, a su vez, a u n a necesidad h u m ana radical
( “ser radical es a tacar el problem a por la raíz. Y la raíz p ara el hom bre
es el hom bre mismo” ).
b] El problem a del agente histórico de ese cambio histórico radical o
revolución. M arx encuentra que este agente es el proletariado como clase
que por ser universal en el sufrim iento y alcanzar el límite de la negación
de la esencia hum an a no puede em anciparse sin em ancipar a todas las
dem ás clases de la sociedad.
c] El problem a de las relaciones entre la teoría y la práctica, planteado
como alianza necesaria de la filosofía y el proletariado. El proletariado ne
cesita de la filosofía como su arm a espiritual; la filosofía, del proletariado
como su arm a m aterial.
A hora bien, estos tres problem as se abordan todavía en una form a espe
culativa, antropológica y, adem ás, insuficiente. U n a idea abstracta del hom
bre, de inspiración feuerbachiana, preside la em ancipación del proletariado
como em ancipación general, h u m an a; esa misma idea inspira el carácter
del agente de esa em ancipación en cuanto que el proletario es presentado
como negación de esa idea del hom bre (o esencia hum ana) ; finalm ente,
preside tam bién la concepción de la u n id ad de la teoría y la práctica como
alianza de la filosofía que traza la im agen del hom bre que hay que recu
perar y el proletariado como su negación y arm a m aterial de esa recupe
ración. F alta fundam entar en la e n tra ñ a m ism a de la estructura social
y del desarrollo histórico la necesidad y posibilidad de la revolución, que
hasta ahora sólo es vista como negación de la negación de la esencia hum a
na, y falta asimismo fund am en tar en dicha estructura y en el devenir histó
rico el papel revolucionario del proletariado como agente fundam ental del
cambio social. Por último, es preciso profundizar en la naturaleza de la
praxis social y, en particular, de la praxis revolucionaria, p a ra establecer
la verdadera unidad de la teoría y la práctica, lo cual sólo lo logrará M arx
cuando, desde 1845, a p artir de las Tesis sobre Feuerbach, vea en la prác
tica no sólo la realización de la filosofía sino el fundam ento, criterio y fin
de la teoría misma.
Y a en sus comentarios de la Critica de la filosofía del Estado de Hegel,
M arx h a descubierto que la clave del poder estatal hay que buscarla en la
23
Sociedad Civil. T am bién en ella — como esfera de las relaciones m ateria
les— h ab rá de buscar la clave de la explicación de lo que en su Introduc
ción a dicha Crítica aparece insuficientem ente abordado: el fundam ento
y naturaleza del cam bio revolucionario así como el papel histórico de su
agente fundam ental: el proletariado. U n a y o tra clave tienen que buscarse,
ciertam ente, en la esfera de la Sociedad Civil, pero a su vez esta realidad
no se aclarará a M arx hasta que penetre en la estructura económica de la
sociedad; es decir, hasta que vaya desentrañando el proceso de la producción
m aterial y las relaciones sociales que los hom bres contraen en él. M arx verá
más adelante, sobre todo a p a rtir de L a ideología alemana, que es una con
tradicción fundam ental, al nivel económico, y no la contradicción entre
proletariado y esencia hum ana, la que funda la necesidad y posibilidad histó
ricas de la revolución. Y verá tam bién que es justam ente la posición que
ocupa dentro del proceso de la producción m aterial — y no su “sufrimiento
universal”— lo que fun d a su papel histórico como agente fundam ental del
cambio revolucionario. Sin em bargo, pese a estas limitaciones que derivan de
su desconocimiento de la economía, M arx h a descubierto, ya antes de pe
netrar en sus dominios, y a la luz de u n planteam iento fundam entalm ente
filosófico, la teoría de la revolución, del proletariado como agente del cam
bio y de la p ráctica como vía de su realización. Y justam ente estos plantea
mientos filosóficos, por sus propias limitaciones, son los que le em pujan de
nuevo al terreno de la economía.
T ras de lo alcanzado en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel,
particularm ente al señalar el papel de las relaciones reales, m ateriales frente
a la esfera política, así como de lo logrado en su Introducción a esa Crítica
al descubrir la naturaleza revolucionaria del cambio, la misión del pro
letariado como agente histórico fundam ental y el papel de la praxis revo
lucionaria, M arx no podía ir más allá sin en trar y adentrarse en el campo
de la economía.
L a lectura del Esbozo de una crítica de la economía política que Engels
acababa de publicar en el mismo núm ero de los Anales Franco-Alemanes
en que había aparecido su Introducción contribuyó decisivamente a que
M arx viera por entonces (prim eros meses de 1844) el nuevo cam ino que
necesitaba recorrer. Este trab ajo de Engels en el que se sometía a crítica por
prim era vez la economía política desde la perspectiva de la abolición de la
24
propiedad privada ejerció u n a influencia decisiva en la prim era tom a de con
tacto del joven M arx con la economía. Pero, al mismo tiem po, su propia es
tancia en París, su relación directa con obreros de carne y hueso y con sus
organizaciones revolucionarias, avivaron aú n m ás su interés por el estudió
de las condiciones de existencia del proletariado, de la explotación de que
era objeto en el sistema de producción moderno. E n la carta a Feuerbach
del 11 de agosto de 1844, se d eja sentir la im presión que le h a producido
ese contacto con los obreros franceses: “H ay que h aber asistido por lo m e
nos a u n a de las reuniones de los obreros franceses p ara poder concebir la
frescura intocada, la nobleza que em ana de esos hombres agobiados por el
trabajo .” 13 Y después de destacar su superioridad sobre el proletario inglés
y el artesano alem án, agrega: “D e todas m aneras, es entre estos ‘bárbaros’
de nuestra sociedad civilizada donde la historia p repara el elemento prác
tico p a ra la em ancipación del hom bre.” 14 Así, pues, tanto en el terreno
teórico como en el de la vida real, práctica, todo se conjugaba p a ra hacer
imperiosa la necesidad de estudiar la economía política como ciencia de la
producción y de la riqueza creadas p o r los obreros en cuya existencia la
filosofía ya le había perm itido advertir “la pérdida total del hom bre” .
IV. P R IM E R C O N T A C T O D EL J O V E N M A R X C O N L O S E C O N O M IS T A S
25
Cuadernos y M anuscritos) tra ta rá n de im pugnar.
Las tesis fundam entales de la economía política clásica se deben a Adam
Sm ith y a D avid R icardo, que m ueren respectivam ente en 1790 y en 1823.
A dam Sm ith escribe en el país capitalista más desarrollado de su tiem po:
Inglaterra. Su teoría económica, en contraste con las de los mercantilistas
y fisiócratas, responde a los intereses de la nueva clase que dom ina m ate
rialm ente: la de los industriales. A su m odo de ver, la riqueza de una n a
ción depende, ante todo, del trabajo de sus habitantes (de su productividad
y de la cantidad de trab ajo em pleado). De Sm ith deriva la teoría del valor
de la m ercancía por la cantidad de trabajo invertido en su producción.
L a economía sm ithiana, aunque se presenta como una teoría puram ente
científica y económica, tiene como sustrato u n a concepción del hom bre
como individuo egoísta que busca su propio provecho. Es la misma que
servirá a Hegel p a ra construir su concepto de Sociedad Civil. Sin embargo,
esta antropología de Sm ith no excluye cierta arm onía o equilibrio social,
ya que — a juicio suyo— u n a “m ano invisible” guía a los individuos egoístas
de tal modo que, al buscar su propio provecho, favorecen — sin proponérse
lo— el interés general de la sociedad en su conjunto. L a libertad egoísta
se conjuga así con el determ inism o social. A p artir de actos egoístas, sub
jetivos, se obtiene u n resultado objetivo (la producción con su estructura
objetiva, sujeta a leyes) que se im pone así al atomismo social.
L a concepción sm ithiana de la sociedad regida por la búsqueda del pro
vecho propio y, a la vez, sujeta a leyes, no es una simple elucubración
suya, sino que responde a la sociedad capitalista real. Pero este nexo se
desvanece en esa concepción pues en ella el egoísmo que rige el com porta
m iento de los individuos no es histórico, sino universal, ya que form a parte
de la “naturaleza h u m an a” . De ahí que no se plantee siquiera el carácter
histórico y transitorio de ese com portam iento de los individuos y de la
estructura objetiva (el mecanismo económico) que según él surge de sus
actos egoístas.
D avid R icardo parte tam bién de la antropología del homo oeconomicus-,
este hom bre se da, ciertam ente, en la sociedad m oderna cuyo mecanismo
él pretende desentrañar, pero lo propio del hom bre real de la sociedad mo
derna se transform a tam bién, ante sus ojos, en propio de la “naturaleza
h u m an a” en general. Teniendo como fondo esta concepción antropológica
26
así como u n a idea ahistórica de la sociedad, R icardo avanza, sin embargo,
un largo trecho con respecto a Sm ith en el descubrim iento del mecanismo
económico. L a teoría del valor por el trabajo — descubierta por su ante
cesor— se convierte en sus m anos en un principio fundam ental y universal
que se aplica no sólo al trabajo presente, sino tam bién al trabajo pasado,
incorporado a los instrum entos, edificios, etc. T am bién el capital, como
trabajo acum ulado, se integra en su sistema. De este modo eleva conside
rablem ente el estatuto teórico del descubrim iento de Sm ith que M arx, en
su m adurez, elevará y perfeccionará asimismo al descubrir el secreto de la
plusvalía.
Ju n to a estos dos grandes clásicos de la economía, en F rancia encontram os
u n a escuela de economistas que, faltos del impulso creador de Sm ith y R i
cardo, no pasan de ser vulgarizadores de la economía clásica. E ntre ellos
figura Jean-Baptiste Say, cuyo Tratado de economía política lee, extracta y
anota el joven M arx. Con este Tratado precisam ente inicia sus lecturas de
los economistas. De él hace cerca de 200 extractos que llenan casi por com
pleto el C uaderno I. Sólo en u n a ocasión hace un com entario propio
en torno a ellos que se refiere precisamente a las relaciones entre la eco
nom ía política como ciencia y la propiedad privada. E n el mismo C uaderno
encontram os los frutos de la lectura de otro seguidor de Sm ith: el econo
mista polaco Frederick Skarbek, autor de una Teoría de la riqueza social.
Sólo en el C uaderno II hace su aparición A dam Sm ith a través de
diversos extractos de su obra fundam ental y de u n com entario de M arx.
De D avid R icardo, el economista clásico más em inente y el representante
más autorizado de la teoría del valor por el trabajo, no encontram os todavía
huella alguna. Sólo en el C uaderno IV en tra en escena y, desde ese m o
m ento, M arx se enfrenta abiertam ente a él. Sin embargo, a p artir de este
enfrentam iento, R icardo no será el único interlocutor. Otros economistas
de m enor talla como Boisguillebert, Buret, M ac Culloch, Jam es M ili, Schultz,
etc., discípulos más o menos directos o consecuentes de los grandes econo
mistas ingleses, reclam arán la atención del joven M arx en sus extractos y
com entarios y, en ocasiones, como en el caso de Jam es M ili, suscitarán pro
fundas reflexiones suyas.
Puede sorprender que el joven M arx iniciara sus lecturas, si dejamos a un
lado el Esbozo de Engels, por un epígono de los fundadores de la economía
27
clásica y no propiam ente por ellos. Considerándose — como se consideraba
Say— u n discípulo fiel, y d ad a su reputación en F rancia como su discípulo
más aventajado, no debiera extrañarnos que el joven M arx, ta n ayuno en
París de conocimientos económicos, fijara su atención en un Tratado que
gozaba en aquel país de gran notoriedad. Y, sin embargo, esta explicación
parece insuficiente. M arx tenía a la m ano, como lo dem uestran sus extrac
tos y notas posteriores, las ediciones francesas de las obras mayores de A dam
Sm ith y D avid R icardo. ¿P or qué inicia entonces su contacto con la
economía clásica a través de uno de sus epígonos y no de la m ano de sus
fundadores? Por otro lado, conviene señalar en el caso de Say que no era
un discípulo ta n fiel de Sm ith como él mismo se consideraba y como era
considerado, a su vez, en Francia. E n verdad, Say introdujo correcciones
tan im portantes en la m édula misma de la doctrina sm ithiana (en su teoría
del valor p o r el trab ajo ) al form ular otro principio explicativo (el de la
utilidad) que, en rigor, equivalían a u n abandono de ella. A hora bien, ni la
notoriedad de Say en aquel tiem po en F rancia ni el hecho de que — con
respecto a la teoría del valor— el joven M arx se sintiera a la sazón más
cerca de él que de Sm ith, bastan p a ra explicar que comience sus lecturas
por su T ratado y que le preste ta n ta atención que llegue a hacer cerca de
200 extractos de él en el C uaderno I (más que de ninguna otra obra, in
cluyendo las de los dos clásicos citad o s).
L a verdad es que, al iniciar sus lecturas económicas, el joven M arx se
encuentra inerm e en este terreno, pues como Engels reconocería más tarde
en aquel m om ento “no sabía absolutam ente n a d a ” de economía.
Al concentrar su atención en Say, así como en Skarbek, el joven M arx
testim onia con ello que aú n no aprecia la verdadera estatura de los dos
colosos de la econom ía inglesa ni se percata, por tanto, de la distancia que
m edia entre ellos y sus epígonos. Y a en el C uaderno I I extracta y co
m enta la obra de A dam Sm ith Investigaciones sobre la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones. E n el C uaderno IV se ocupa de
D avid R icardo. Y a sabe M arx con quién tiene que habérselas e incluso,
después de cap tar el sentido de las tesis ricardianas, defiende al máximo
exponente de la economía inglesa (por haber expresado, aunque con todo
cinismo, u n a verdad) frente a sus críticos, los vulgarizadores Say y Sis-
mondi. R icardo se le presenta como el economista burgués más consecuente
28
y lógico, pero, al mismo tiem po, más franco y cínico. El joven M arx, que
aún no acepta la teoría del valor por el trabajo, lo critica a la vez que re
conoce sus méritos y delim ita las posiciones ricardianas frente a los em ba
tes de los economistas vulgares. Sin embargo^ las anotaciones más largas e
im portantes de los C uadernos IV y V están dedicadas a Jam es M ili, eco
nom ista inglés con el que despunta la desintegración de la escuela de R i
cardo.
Así como las notas en las que el joven M arx se opone a Sm ith y R icardo
se hallan em parentadas con las del prim ero de los M anuscritos de 1844 en
las que somete a crítica la econom ía política clásica, las notas sobre Jam es
Mili m uestran u n a afinidad, p o r su tem ática de la enajenación, con la
parte últim a de dicho prim er m anuscrito. Pero así como este últim o, en la
parte en que somete a crítica la econom ía política, enlaza perfectam ente con
las notas de lectura de los tres prim eros cuadernos y vienen a ser un des
arrollo de la crítica esbozada en ellos, los comentarios del C uaderno IV
(las notas sobre Jam es M ili) enriquecen en u n nuevo plano — con respecto
al poder enajenante del dinero— lo que M arx h abía escrito sobre el tem a
de la enajenación en la p arte final del Prim er M anuscrito, titu lad a “El
trabajo enajenado” . C abe suponer por ello que fueron escritas a continua
ción del Prim er M anuscrito como notas de lectura que habría de desarro
llar más adelante. A hora bien, de la m isma m an era que las notas sobre
Jam es M ili no constituyen u n a reiteración del tratam iento de la enajenación
llevado a cabo en el Prim er M anuscrito, tam poco encontram os en el texto
posterior de los M anuscritos lo que p udiera considerarse como un desarrollo
de ellas. Esto nos lleva a suscribir la tesis expuesta al ser presentada la
versión rusa de dichas notas en el sentido de que debieron ser utilizadas
en la p arte perdida del Segundo M anuscrito.15 Como es sabido, de éste sólo
se conservan las dos últim as hojas a las que los primeros editores de los
M anuscritos del 44 dieron el título de “L a relación de la propiedad privada” .
Las notas de lectura aparecen p o r ú ltim a vez en el C uaderno V I I I acom
pañando a los extractos de tres trabajos del economista francés P. de
Boisguillebert, al que M arx consideraría m ás tarde en su Contribución a la
crítica de la economía política el prim er representante de la economía polí
15 Cf. la in tro d u cció n a las n o tas sobre Jam es M ili en la trad u c ció n ya citada
de la revista soviética V oprosy F ilosofii (P roblem as de filo so fía), n. 2, M oscú, 1966.
29
tica clásica en Francia. Además de los autores citados, en el C uaderno V
se encuentran, ju n to a extractos de sus obras, algunas anotaciones refe
rentes a J. R. M ac Culloch y a su trad u cto r francés G. Prevost. L a nóm ina
de autores extractados, jun to con los citados y con F. Engels, se com plem enta
con los nombres de A. L. D esttut de T racy, J. Lauderdale, J. Law, F.
List, C. W . Schüz, M . F. O siander y Eugéne Buret. Los extractos (de des
igual extensión) de estos últimos autores no van acom pañados de notas.
T a l es la disposición de las notas del joven M arx que han llegado hasta
nosotros, disposición que debió corresponder al orden cronológico de sus
propias lecturas. E n u n a h oja suelta y al m argen de los cinco cuadernos
que contienen notas y, a la vez, inaugurando sus extractos y anotaciones,
encontram os el resum en del artículo de Engels, Esbozo de crítica de la eco
nom ía política. Antes de trazar el itinerario del joven M arx en este prim er
contacto con la ciencia económica, nos ocuparemos brevem ente del traba
jo de Engels siguiendo asimismo las huellas que su lectura deja, a través de
su resumen, en el joven M arx.
V. LA IN F L U E N C IA D E L “ E S B O Z O G E N IA L ” DE E N G E L S
30
parte de u n a prem isa opuesta: no la de la legitim idad sino la de la supre
sión de la propiedad privada. N o cabe d u d a de que esta óptica nueva de
bió ejercer u n a influencia decisiva en el pensam iento del joven M arx. No
era ciertam ente la prim era vez que se enfrentaba a la propiedad privada. Ya
en L a Gaceta R enana M arx había podido registrar sus efectos perturba
dores y en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel había visto tam
bién cómo introducía la particu larid ad y la irracionalidad, desde la Socie
dad Civil, en la esfera m ism a del Estado. Pero no se planteaba aún la
necesidad de su abolición.
En su crítica de la econom ía política Engels no pierde de vista un solo
m om ento que se tra ta de u n a ciencia que surge y se desarrolla en las con
diciones de la propiedad privada. Por esto, dice, “m ientras se m antengan
en pie las condiciones actuales, debería llam arse economía privada” .18 El
m érito de la economía consiste en haber elaborado las leyes de la propie
dad privada, pero partiendo de ésta como de u n fundam ento natural, cuya
legitim idad no cuestiona. Al subrayar este nexo entre econom ía y propie
dad privada, que la prim era reconoce pero no im pugna, Engels no hace
sino poner de manifiesto, a su vez, los nexos entre la economía y los in
tereses de clase. L a pretendida ciencia económ ica tiene — y éste es otro gran
descubrim iento de Engels— u n carácter de clase. Es “la ciencia del enri
quecim iento” .19 Así, pues, al establecer las leyes de la propiedad privada,
la econom ía política acepta a ésta como u n a categoría natu ral y, con ello,
pone de manifiesto su carácter burgués. Engels, al subrayar este carácter,
propone a su vez la visión opuesta (no la de su aceptación, sino la de su
supresión). Es decir, si bien reconoce el hecho de su existencia — cuyas
leyes h a descubierto la econom ía— , ve en ella u n a prem isa histórica y
transitoria de la existencia social. Por esta razón, m ientras el punto de vista
de la econom ía política es metafísico y burgués, el de Engels es revolucio
nario y proletario. El punto de vista de la supresión de la propiedad pri
vada es ya — como señala Lenin— el p unto de vista del socialismo. Este
punto de vista, que Engels es el prim ero en oponer a la economía política,
se va a revelar m uy fecundo p a ra el joven M arx, ya que a p a rtir de él po
31
drá llevar a cabo su proyecto de crítica de la economía política, iniciado
inm ediatam ente después de la lectura del Esbozo de Engels y llevado hasta
sus últim as consecuencias en E l Capital.
E n la segunda p arte de su artículo, Engels se ocupa del valor con la do
ble naturaleza que le reconocen los economistas: como valor abstracto o
real, y como valor de cambio. Engels se refiere a la disputa entablada en
tre los ingleses, por u n lado, principalm ente M ac Culloch y R icardo (hay
que señalar que los pone en el mismo p la n o ), y el francés Say. Los ingle
ses determ inan el valor real de u n a cosa p o r el costo de producción; Say lo
mide con arreglo a su utilidad. Refiriéndose directam ente a la concepción
de los economistas ingleses, Engels considera que el “valor abstracto y su
determ inación por el costo de producción no son, en efecto, más que abs
tracciones, absurdos” .20 C onsidera asimismo que no es posible d ejar a un
lado la utilidad, así como al factor com petencia. El valor real, determ ina
do por el costo de producción, vendría a ser p a ra Engels u n a abstracción
que oculta relaciones reales. L a solución, a juicio suyo, tam poco puede es
ta r en la concepción de Say, según la cual el valor se m ediría por la u ti
lidad. A hora bien, “la utilidad de algo es puram ente subjetiva”, y, por
consiguiente, un artículo de prim era necesidad debiera valer menos que
otro de lujo. Pero, bajo el régim en de la propiedad privada, sigue afirm an
do Engels, el único cam ino p a ra determ inar la utilidad es el de la compe
tencia, pero ad m itida ésta se deslizará con ella el costo de producción “ya
que nadie venderá las m ercancías por menos de lo que le h a costado pro
ducirlas” .21
Engels presenta, pues, las cosas p o r lo que toca al valor como si se tra ta
ra de u n movim iento contradictorio (utilidad o costo de producción), del
cual los economistas captarían sólo uno de los térm inos (los costos de pro
ducción: los ingleses; la utilidad: Say) cuando de lo que se tra ta es, a su
m odo de ver, de integrar los dos factores que u n a y otra escuela divorcian.
“El valor es la relación entre el costo de producción y la utilidad”, dice
Engels. L a principal aportación de los economistas ingleses — es decir, la
determ inación del valor de la m ercancía por el trabajo— escapa así al jo
ven Engels. Y es justam ente su em peño en destacar la vinculación de la
20 Ib id ., p. 9.
21 Loe. cit.
32
economía política clásica con la propiedad privada, y en acentuar el papel
de ésta y de sus consecuencias negativas, lo que contribuye a que Engels
— y tras él, M arx— no pueda apreciar adecuadam ente la teoría del valor
por el trab ajo y ver, por tanto, el trab ajo como elemento fundam ental del
costo de producción y com o fuente de toda riqueza o valor.
Al tra ta r de explicar el comercio como consecuencia inm ediata de la
propiedad privada, y el valor como categoría condicionada por él, Engels
— después de rechazar como hemos visto las posiciones unilaterales de Ri
cardo y Say— se niega a aceptar lo que sostienen los economistas: que el
precio coincida con el valor real y considera, en cambio, que “viene deter
m inado por la acción m u tu a del costo de producción y la com petencia” .
L a econom ía tra ta de velar por el estado de cosas en las condiciones de la
propiedad priv ad a; de ahí la construcción de abstracciones que ocultan las
relaciones. A la esfera de estas relaciones pertenece, ante todo, la compe
tencia como culm inación de “la inm oralidad del orden hum ano actual” .22
Se subraya con frecuencia el moralismo de Engels cuando, en expresio
nes como esta últim a, enjuicia la realidad económica. Sin embargo, este
moralismo debe ser justam ente entendido. N o se tra ta de u n a contradicción
entre un ideal m oral y la realidad, sino de la contradicción que encuentra
el joven Engels entre el hom bre y la economía, o tam bién entre la esencia
hum ana y u n a realidad económica en la que cada individuo se am uralla
en su interés egoísta y entra en conflicto con los otros. Lo que Engels llam a
inm oral es justam ente este orden hum ano, regido por el egoísmo, que entra
en contradicción con su idea del hom bre, de inspiración feuerbachiana (como
ser genérico). Pero este orden, donde florece el egoísmo, tiene una constitu
ción objetiva: el de las relaciones reales regidas por la competencia. Y tie
ne, a su vez, un fundam ento últim o: la propiedad privada. “ M ientras se
m antenga la propiedad privada, todo tiende, en fin de cuentas, hacia la
com petencia” .23 Ella desata esas relaciones efectivam ente reales, objetivas,
aunque Engels califique de inm oral el orden constituido por ellas; la com
petencia desata — dice Engels— “la lucha del capital contra el capital, del
trabajo contra el trabajo, de tierra contra tierra, arrastra la producción a
un vértigo en el que se vuelven del revés todas las relaciones naturales y
22 Ib id ., p. 15.
23 Ib id ., p. 14.
33
hum anas” .24 L a inm oralidad estriba justam ente en esta inversión de las re
laciones hum anas, o tam bién en esta contradicción entre ellas y la esencia
del hombre.
Pero la com petencia es, en definitiva, el resultado de la propiedad pri
vada. Engels subraya su im portancia al ponerla en la esfera de lo verdade
ram ente real frente a las abstracciones de la economía política, dentro de
las cuales incluye tam bién su descubrim iento capital: la teoría del valor.
Engels le atribuye ta n ta im portancia que después de haber afirm ado, como
ya tuvimos ocasión de ver, que “el valor es la relación entre el costo de
producción y la utilid ad ” acaba por hacer tabla rasa del concepto mismo
de valor. “Y a no puede ni hablarse de valor. El mismo sistema que tan ta
im portancia parece d a r al valor [. ..] se encarga de destruir, por medio de
la com petencia, todo valor inherente y hace cam biar directam ente y a cada
hora la proporción de valor de todas las cosas, unas con otras.” 25 Así, pues,
tras de haber im pugnado, por unilaterales, los conceptos de valor de R i
cardo y Say, acaba por negar que pueda hablarse propiam ente de valor y
sí, en cambio, de “las eternas oscilaciones de los precios determ inadas por
la com petencia” .20 En suma, es el principio de la competencia, basado en la
propiedad privada, el que rige en la esfera de las relaciones reales, y no
el del valor que Engels considera como u n a abstracción destinada a justi
ficar el orden que tiene por fundam ento últim o la propiedad privada.
Tales son las ideas fundam entales del trab ajo de Engels que abre a M arx
las puertas de la economía, e influye decisivamente, con todo su peso, es
decir, con sus hallazgos y limitaciones, en el joven M arx, quien hará suya la
actitud negativa de Engels hacia la teoría del valor por el trab ajo y acen
tu a rá aún más el enfoque filosófico (contradicción entre esencia hum ana
y realidad económica, o entre econom ía y hum anism o) que hemos adver
tido en el Esbozo. Pero Engels le hace ver sobre todo:
a] el papel de la econom ía como clave de la Sociedad Civil, y, a su vez,
la im portancia de la propiedad privada como fundam ento de las relacio
nes reales hum anas;
b] el m érito de la economía política al establecer las leyes del orden hu-
« Ibid., p. 17.
25 Ib id ., pp. 16-17.
26 Ib id ., p. 16.
34
m ano basado en la propiedad p rivada;
c] el carácter histórico y transitorio de este fundam ento;
d] la vinculación entre la economía y la propiedad privada y, en conse
cuencia, el carácter burgués, de clase, de esta ciencia al considerar el orden
basado en ella como u n orden n atu ral y racional;
e] el pun to de vista opuesto al de la economía política, a saber: el de la
supresión de la propiedad privada, lo que equivale a proporcionar un fun
dam ento económico (no sólo filosófico) al socialismo.
M arx h ab rá de m ostrar las huellas de la lectura del Esbozo de Engels
en su propio resumen al destacar sus ideas fundam entales, pero sobre todo
en sus notas de lectura de las obras de los economistas. Pero no será un
simple seguidor suyo sino que — sobre todo en los M anuscritos de 1844
cam inará por cuenta propia al ofrecer su propia solución a los problemas
planteados por prim era vez, o apenas esbozados, por Engels: ¿ cuál es el ver
dadero carácter de la econom ía política como ciencia y del orden social b a
sado en la propiedad p rivada?; si ésta justifica y sanciona el orden social
burgués y si la teoría del valor contribuye a esa justificación, ¿cuál es la
alternativa que cabe ofrecer p ara explicar lo que la economía política, en
definitiva, justifica, pero no explica, o sea: la explotación?
Veamos cómo se gestan las respuestas a estas cuestiones — comunes a los
Cuadernos y los M anuscritos— en las notas de lectura del joven M arx.
35
m ía política con la propiedad privada. Las huellas enguelsianas son aquí
evidentes. L a econom ía política es considerada como la “ciencia del enri
quecim iento” , pero como no hay riqueza sin propiedad privada, esta pre
tendida ciencia parte en definitiva de la propiedad privada como su pre
m isa o fundam ento. Los economistas aceptan esta relación como algo dado,
n atu ral, y, p o r consiguiente, tiene por base un hecho no explicado; es
decir, aceptado sin ver su necesidad. Así, pues, como la “ciencia del enri
quecim iento” descansa en la propiedad p rivada y es inconcebible sin ella,
y como este hecho que le sirve de fundam ento no se explica, descansa en
u n “hecho carente de necesidad” . Al no plantearse siquiera la necesidad
del hecho en que descansa, se desvanece su estatuto teórico. L a economía
política como ciencia es así cuestionada.
Y a en este C uaderno el joven M arx d eja constancia de su prim er con
tacto con la teoría del valor por el trab ajo al transcribir la definición clá
sica del valor, tal como A dam Sm ith la expone en su obra fundam ental
Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las na
ciones.
“No fue en m odo alguno con oro o con dinero, sino con trabajo con lo
que fueron com pradas originariam ente todas las riquezas del m undo. Su v a
lor p a ra quienes las poseen y buscan cam biarlas por nuevos productos es
precisam ente igual a la cantidad de trab ajo que ellas están en condiciones
de com prar o encargar.” [113]
M arx no hace aquí ninguna observación sobre la teoría del valor por el
trab ajo ; más adelante se referirá a ella, pero teniendo presente sobre todo
la form a más elaborada que ad o p tará con D avid R icardo, al cual se refe
rirá expresamente.
Es en el C uaderno IV donde el joven M arx se enfrenta directam ente a
la versión ricardiana de la teoría del valor. Em pieza por m ostrar su acuer
do con u n hecho que registra R icardo: cómo el obrero no gana n ad a con
la elevación de la productividad del trabajo, e inm ediatam ente transcribe la
definición ricardiana de valor: “El trab ajo [. ..] fuente de todo valor, y su
cantidad relativa [.. J la m edida que regula el valor relativo de las m er
cancías.” [109]
M arx se lim ita aquí a exponer, con sus mismas palabras, dos ideas de
R icardo, a saber: a] el trab ajad o r no gana n a d a al elevarse la productivi
36
dad de su trabajo, y b] el trab ajo es la fuente de todo valor y, por tanto,
de la m ercancía producida por su trabajo. ¿N o es eso u n a contradicción?
Lo es, pero por ahora el joven M arx se lim ita a señalarla con las propias
palabras de R icardo. Es la m ism a contradicción que registrará —ya seña
lada explícitam ente— en los M anuscritos de 1844, colocándose “en el p u n
to de vista del econom ista” (de nuevo con sus mismas p ala b ras),27 con
tradicción que éste no explica, y a la que ya en los propios Manuscritos
tra ta rá de d a r u n a explicación. Se tra ta en definitiva de lo siguiente: si
el trabajo es la fuente de todo valor, ¿cómo es que el obrero no se eleva
— y, por el contrario, se empobrece m aterial y espiritualm ente— al elevar
se su pro d u ctiv id ad ?28 En las obras de m adurez (particularm ente en E l
C apital) tam bién p artirá del reconocim iento de la tesis de la economía clá
sica, pero la contradicción se p lan teará en otros térm inos: si el trabajo es
la fuente de todo valor ¿cóm o se explica la aparición de un valor produ
cido por el obrero que excede (como plusvalía) el valor (salario) del tra
bajo (o, más exactam ente, de la fuerza de trabajo) ? A hora bien, esta
contradicción no d eja de estar relacionada con la que se plantea en su obra
juvenil, pues la producción de ese excedente o plusvalía se traduce, asimis
mo, en u n a depauperación (m aterial y espiritual) del obrero, hecho seña
lado u n a y o tra vez en E l Capital.
Pero prosigamos por ahora con las observaciones juveniles de M arx sin
perder de vista las dos contradicciones antes señaladas.
R icardo desarrolla la idea de que el trab ajo engloba la totalidad del pre
cio, pues el capital tam bién es trabajo. Según lo m uestra Say, R icardo ol
vida las ganancias del capital y de la tierra, que no son puestos gratu ita
m ente a disposición. Proudhon concluye con razón que, allí donde existe
27 “ El econom ista nos dice que, o rig in a riam en te y en teoría, el producto integro
del tra b a jo perten ece al obrero. Pero, al m ism o tiem po, nos dice que, en la re a
lid a d , el obrero sólo obtiene la p a rte m en o r y estrictam en te indispensable del
p ro d u c to ; solam ente lo necesario p a ra existir, no com o hom bre, sino com o obrero,
p a ra p e rp e tu a r, no la especie h u m an a , sino la clase esclava que son los obreros.
(M anuscritos económ ico-filosóficos de 1844, tra d . de W . Roces, en C. M a rx y F.
Engels, E scritos económ icos varios, ed. cit., p. 3 1 ).
28 “ E l obrero se em pobrece ta n to m ás cu an to m ás riqueza pro d u ce, c u an to m ás
a u m e n ta su pro d u cció n e n extensión y en p o d e r . . . A m ed id a que se valoriza el
m u n d o de las cosas se desvaloriza, en razón d irecta, el m u n d o de los hom bres”
(Ib id ., p. 6 3 ).
37
la propiedad privada, una cosa cuesta inás de lo que vale: justam ente el
tributo que es pagado al propietario privado. [109]
38
una form a concreta de éste: el trab ajo enajenado) y la esencia hum ana.
A hora podemos volver a la pregunta o contradicción ya señalada en los
Cuadernos, y a la respuesta de los M anuscritos: si el trab ajo es la fuente
de valor ¿cóm o es que el trab ajad o r no gana n a d a al elevarse su produc
tividad y, por el contrario, se desvaloriza? Porque el trabajo hum ano revis
te la form a del trabajo enajenado. Sobre esta respuesta y, particularm ente,
sobre sus limitaciones, h ab rá ocasión de volver cuando examinemos el
modo de abordar en los Cuadernos el problem a de la enajenación. Lo que
por ahora podemos subrayar es la incom patibilidad p a ra el joven M arx
entre la teoría del valor tal como la form ula la economía clásica y la teoría
del trabajo enajenado, tal como la expone el joven M arx. ¿P or qué esta
incom patibilidad que supone el rechazo de la prim era y la aceptación de
la segunda? Por ah o ra sólo podemos aventurarnos a responder p u ra y sim
plem ente: porque en la form a en que esta teoría llega al joven M arx (es de
cir, en la form a en que h a sido elaborada p o r A dam Sm ith y particularm ente
por R icard o ), si bien acepta la contradicción antes señalada (valorización del
m undo de las cosas-desvalorización del trab ajad o r) no la explica y no sólo no
la explica, sino que la acepta como u n hecho natural. E n pocas palabras,
no revela el secreto de la explotación del obrero y, por el contrario, la
justifica. L legará el m om ento en que M arx acep tará la teoría del valor
por el trabajo, no p a ra quedarse en ella, sino p a ra desarrollarla hasta sus
últim as consecuencias, como teoría de la plusvalía. En este caso, será esta
teoría y no la del trab ajo enajenado la que dé razón o revele el secreto
de la explotación del obrero. Y a no se tra ta rá de explicar (o más bien
describir) u n a form a concreta de trabajo, sino de esclarecer cómo surge
en la producción y en la relación social capital-trabajo el excedente de
valor (o plusvalía) que el obrero produce y del que se apropia el capita
lista.
E n los Cuadernos de París, las objeciones del joven M arx a la teoría del
valor (insistimos: en la form a en que está elaborada hasta entonces) to
m an tam bién otro sesgo m uy im portante, con respecto al salario. P ara la
economía clásica, el salario expresa el valor del trabajo (M arx corregirá
en su m adurez: de la fuerza de tra b a jo ). Por tanto, de acuerdo con esta
teoría el capitalista paga por el trab ajo (o m ás exactam ente, por el uso de
la fuerza de trabajo) el equivalente en dinero (salario) de su valor. Para
39
la economía clásica la relación capital-trabajo es u n a relación entre térm i
nos equivalentes. Por tanto, aun adm itiendo como u n a consecuencia n a
tural la desvalorización del trab ajad o r ¿dónde estaría la explotación? Con
toda seguridad, M arx hab ría de ver en esta concepción del salario una
nueva ocultación o justificación de la explotación del obrero y, por ello,
no puede aceptar esta concepción del salario íntim am ente vinculada con
la teoría clásica del valor por el trabajo. Y a en los Cuadernos, el joven
M arx considera, frente a los economistas clásicos, que el salario del obrero
depende de la lucha entre los obreros y capitalistas, así como de la com pe
tencia entre estos últimos, lo que le lleva a la conclusión de que “incluso
los costos de producción se hallan determ inados por la com petencia y no
por la producción” . [112] Recordemos la fuerza con que Engels en su Es
bozo subraya el papel de la com petencia, vinculada estrecham ente a la
existencia de la propiedad privada. L a economía clásica fija la atención
sobre todo en la producción, así como en la relación que obreros y capi
talistas m antienen en ella (el obrero es ciertam ente el productor de valo
res, pero el capitalista se apropia de ellos después de haber pagado al obre
ro su trab ajo por su v a lo r ) ; el joven M arx, que no acepta sem ejante re
lación entre capitalista y obrero (relación que aceptará en su m adurez con
la decisiva corrección que introduce su teoría de la plusvalía), objeta la
teoría clásica del valor porque, al fijar el centro de su atención en la pro
ducción, olvida la com petencia que p a ra él — como para el joven Engels—
constituye la verdadera realidad.
R icardo dice que al h ab lar del “valor de cam bio” se refiere siempre al
40
“precio n a tu ra l” y que piensa d ejar de lado los accidentes de la com
petencia, a los que llam a “cierta causa m om entánea o accidental” . Para,
dar más cohesión y precisión a sus leyes, la economía política tiene qué
suponer la realidad como accidental y la abstracción como real. [112]
41
existencia de la propiedad privada hace imposible sem ejante equivalencia
de m ercancías según la ley del valor.
A hora podemos com prender su actitu d negativa hacia la teoría del va
lor. Esta teoría al sostener el intercam bio de m ercancías por sus valores
hace abstracción de la propiedad p rivada y, con ello, de la propia realidad
(el m undo de los precios y de la com petencia) a la vez que se refugia
en un reino abstracto: el del “precio n a tu ra l” o valor, el de la coinci
dencia necesaria (no m om entánea o accidental) del precio de una m er
cancía con su valor, etc. L a econom ía política abandona el suelo real para
instalarse en el cielo abstracto de u n m undo de equivalencias, de inter
cambio de m ercancías por sus valores, etc., sin tom ar en cuenta la
propiedad privada. Pero justam ente ésta es la que engendra la com peten
cia y, consecuentem ente, la que hace imposible el cambio equivalente y la
coincidencia necesaria del precio y valor de las m ercancías.
Los problemas que se plantean en este reino abstracto, es decir, al m ar
gen de la propiedad privada, pueden tener y sólo tienen sentido si se
hace sem ejante abstracción, pero lo pierden cuando se tra ta del m undo real.
Es lo que M arx subraya, a m odo de conclusión, en el pasaje que sigue
inm ediatam ente al anterior.
42
valor y costos de producción hay que considerar el m ercado, el intercam bio,
y, con ellos, la competencia. E n la econom ía se afirm a el precio de m er
cado frente al valor, los objetos no se consideran en relación con los cos
tos de producción sino atendiendo a la com petencia y, finalm ente, éstos
no tom an en cuenta a los hom bres sino que to d a la producción, ajena
en consecuencia al hom bre, se considera desde el ángulo del “tráfico sór
dido” . [113] ¿Q u é significa todo esto? Q ue p a ra el joven M arx como
para el Engels del Esbozo el destino de la economía no se juega en la pro
ducción sino en el del comercio, en el de la circulación de mercancías,
en el “tráfico sórdido” de los productos en que, bajo la determ inación de
la com petencia, el valor real de éstos se transform a en valor comercial o
de cambio.
T a l es el m undo de la economía en las condiciones del comercio y la
com petencia en el sistema de la propiedad privada.
V II. C R ÍTIC A F IL O S Ó F IC A Y D E F E N S A D E LA E C O N O M ÍA P O L ÍT IC A
¿C uál es la actitud de la ciencia económ ica burguesa ante ese m undo real
en el que im pera el valor de cambio, determ inado fundam entalm ente
por la com petencia, y en el que los hombres no cuentan p a ra la produc
ción y ésta sólo se considera con referencia al “tráfico sórdido” ?
M arx afirm a que, según R icardo, la propia legislación inglesa tiende
fatalm ente a que el hom bre renuncie “a todo trabajo que no tenga por
fin único el procurarse las subsistencias” . [114] Es R icardo quien habla así
en esta transcripción de M arx. E n ese trab ajo — sigue hablando el econo
mista inglés— las facultades intelectuales, “el espíritu no se preocuparía más
que de satisfacer las necesidades del cuerpo” . Pero R icardo no se lim ita
a registrar un hecho real, sancionado por la legislación vigente, sino que
hace de la empirie su propia concepción del valor del trabajo. Por ello
agrega M arx:
43
les” ? Pero tam bién R icardo, sólo quiere en realidad [justificar] las di
ferencias entre las diversas clases. [114]
44
den ser barnizadas por Say y Sismondi. Con respecto a la distinción entre
ingreso neto e ingreso bruto, afirm a R icardo que, desde el punto de vista
de la economía del país, sólo interesa el ingreso neto, representado por la
sum a de las utilidades y de las rentas. Lo principal, pues, para la pro
ducción es la ganancia. E n relación con esta distinción entre ingreso neto
e ingreso bruto, com enta así el punto de vista de la economía burguesa:
M arx subraya así lo que será objeto de u n exam en más detenido en los
M anuscritos de 1844, a saber: las tesis ricardianas de que a la economía
política sólo le interesa la ganancia; de que el obrero sólo vale por su cap a
cidad p a ra producirla y de que p a ra ella el obrero como hom bre carece
de valor. L a economía política sólo reconoce el valor del obrero como
obrero o productor, no como hom bre. Al encerrarse en este marco, enm as
cara la explotación, ya que como hemos visto establece que al obrero se le
rem unera por lo que vale (determ inado a su vez su valor por el costo
de su subsistencia, dejándose fuera sus facultades intelectuales). Se trata,
pues, de u n a relación de equivalencia que no dejaría lugar a la explo
tación, o que bien consideraría a ésta como algo dado y natural. Y esto
45
es precisam ente lo que M arx no puede aceptar.
Pero el joven M arx no se encuentra todavía en condiciones de propor
cionar, en el terreno mismo de la economía, la teoría de la explotación
que falta en ella. E n rigor, lo que la econom ía dice — y lo dice franca
m ente— es en qué reside el valor del obrero como obrero. M arx sólo puede
cuestionar esta afirm ación filosóficamente, es decir, desde el nivel de su
concepción del hom bre; o sea, considerando el valor del obrero como hom -
bre. Sólo en su m adurez M arx aceptará la relación de equivalencia y, p a r
tiendo de ella, ofrecerá lo que no h a podido ni querido ver la economía b u r
guesa: el secreto de la explotación del obrero. El capitalista com pra efec
tivam ente la fuerza de trabajo (claram ente distinguida del trabajo, dis
tinción que no hace la economía burguesa) por su valor, pero lo que
com pra como tal fuerza de trabajo es u n a m ercancía peculiar capaz de
crear un valor que excede a su propio valor (plusvalía), y del que se apro
pia el capitalista. A hora bien, esta concepción no sólo perm ite a M arx ex
plicar el valor del obrero en términos económicos, sino que además le ofrece
la teoría de la explotación que no encontraba en los economistas clásicos y
que él por otro lado no podía ofrecer aún. R esulta así que es justam ente
la ausencia de u n a teoría de la explotación lo que lleva al joven M arx a
enfrentarse a la econom ía clásica, pero por otro lado en la m edida en que
se aleja de ella al rechazar su teoría del valor, su crítica de la economía
política burguesa y su prim er intento de explicar la explotación con su
teoría del trabajo enajenado, habrán de tener forzosamente un carácter no
económico sino fundam entalm ente filosófico.
M ás adelante se refiere, en este C uaderno IV , a las críticas de Say y
Sismondi a las tesis ricardianas. A hora bien, cuando las com baten ¿qué es,
en rigor, lo que están com batiendo?; ¿es acaso su contenido; es decir, que
la producción está al servicio de la ganancia y que la vida del obrero
como hom bre no vale nada? M arx responde de hecho en los siguientes
térm inos:
C uando Say y Sismondi [. . .] com baten a Ricardo, lo único que hacen
es com batir la expresión cínica de u n a verdad económica. Desde el
pun to de vista de la economía política, la tesis de R icardo es verdadera
y consecuente. ¿Q u é viene a dem ostrar, con referencia a la economía
política, el hecho de que Sismondi y Say tengan que salirse de ella para
46
com batir sus resultados inhum anos? U n a sola cosa: que lo hum ano se
halla fuera de la economía política y lo inhum ano dentro de ella. [118-119]
47
en el reconocim iento de u n a verdad económica, ¿Acaso estaría en el modo
(cínico) de reconocerla o enunciarla? El cinismo del economista surge, en
verdad, como u n a actitud ante ella; expresa cierta com placencia con la
verdad, pero no agrega ni quita n ad a a ésta. M ás bien, la patentiza con
más fuerza ante nuestros ojos. Por ello, la subraya el joven M arx frente
a los que pretenden m ostrarla como u n a som bra apenas de ella misma.
Pero el problem a no está ni en el simple reconocimiento de su existencia
ni en el m odo de enunciarla. Está (y, efectivamente, está a lo largo de toda
la crítica de la econom ía política que lleva a cabo el joven M arx tanto en es
tos Cuadernos como en los M anuscritos) en la doble operación de mos
tración y ocultación que efectúan los economistas. Se enuncia u n a verdad
acerca de la producción al considerarla como producción p ara la ganan
cia, en la que la rem uneración del trabajo d eja fuera las facultades inte
lectuales y en la que, en suma, el valor del obrero se reduce a sus costos
de subsistencia. Pero el enunciado de esta verdad, al referirse a la produc
ción en general, oculta la realidad económica histórica-concreta en que lo
enunciado es verdadero. P ura y sim plem ente: se presenta la verdad de una
form a histórica concreta de producción como la verdad de la producción,
con lo cual lo enunciado por los economistas —au n reconociéndose su “ver
dad”— tiene que ser objetado. Pero no lo objeta el joven M arx desde un
punto de vista económico, pues desde él hay u n a “verdad económica” . Lo
objeta saliéndose de la economía — como se h a n salido por otras razones
Say y Sismondi— y criticando a la economía desde cierta concepción del
hombre. Puesto que se tra ta de considerar al obrero como hom bre y lo
hum ano se halla fuera de la economía política, es la filosofía con cierta
concepción del hom bre la que h a de perm itir esta crítica hum anista de la
economía. En ella, y desde ella, su “verdad económ ica” deja de tener va
lidez. Desde esta nueva óptica que surge de la negación de la realidad eco
nóm ica actual y de la teoría económ ica que la justifica, la producción ya
no es p ara la ganancia, sino p a ra el hom bre, y el valor del obrero estriba,
ante todo, en su valor como hombre.
H ay otro aspecto del com bate de los críticos de R icardo en que el punto
de vista del joven M arx, sin abdicar de su crítica fundam ental, se alinea
48
al lado del gran economista burgués y, a su vez, frente a los que lo com ba
ten (Say y Sism ondi). Es el de la relación entre los intereses particulares
y generales, basada en la distinción ricardiana entre ingreso bruto e ingreso
neto. Este últim o, como hemos visto anteriorm ente, sería el único que in
teresaría a los capitalistas. Pero Say y Sismondi sostienen que esa distinción,
que es im portante desde el pun to de vista de los intereses particulares, no
lo es desde el punto de vista de los intereses de la nación en su conjunto.
A hora bien, ¿qué consecuencia h abría que sacar de esto; es decir, si la
distinción carece de im portancia económico-nacional? H e ahí la cuestión
que se plantea M arx.
¿Por qué, entonces, tendría la clase obrera que abstenerse de abolir esta
distinción, que no tiene sentido p a ra la com unidad y que es fatal p a ra
ella? Y si el punto de vista económico-nacional no debe quedar como abs
tracción, entonces, el capitalista, el terrateniente — así como el obrero—
como m iem bro de su nación, tiene que sacar la siguiente conclusión: no
se tra ta de que yo gane tanto más, sino de que esta ganancia nos beneficie
a todos; dicho de otro modo, el capitalista tendría que abolir el punto de
vista del interés particular, y si él no quisiera hacerlo por sí mismo,
otros tendrían el derecho de hacerlo en su lugar. [121]
49
profundam ente lo que quiere decir R icardo, al negarse a hacer semejante
distinción.
¿Q u é afirm a, en últim o análisis, la observación de Ricardo? Sólo una
cosa: que la ganancia del país, separada de la de los capitalistas, es una
ficción, ya que por “país” entendem os el conjunto de los capitalistas. [123]
C uando R icardo no com prende por qué, según Say, sólo en el caso del
comercio exterior — y no en el del comercio interno— toda ganancia cons
tituye u n a utilidad producida, lo que quiere decir con ello no es otra
cosa que: tan to en u n caso como en otro hay robo, y poco im porta a la
nación que sus comerciantes se enriquezcan despojando al extranjero más
bien que a sus com patriotas; pues todo com erciante no es más que un
50
extranjero p a ra su propia nación, asi como, en general, el país se ex
tiende p ara el propietario privado ta n lejos como sus propiedades, y el
extranjero comienza p ara él exactam ente allí donde comienza la propie
dad de los otros. H e ahí por qué la economía política liberal, que ha
descubierto esta ley y h a encontrado en la com petencia, es decir, en la
guerra, la relación adecuada entre estos extranjeros, rechaza con razón
los monopolios nacionales, que descansan en el prejuicio según el cual los
propietarios privados tendrían patria. [124]
R esulta así que m ientras el pudibundo Say considera aún que el propie
tario privado puede tener p a tria (un interés general o nacional) distinta
o más allá de su propiedad privada. R icardo — y con él la economía polí
tica liberal— ve que los límites de la propiedad privada son los de la p a
tria misma. En consecuencia, después de haber partido del interés privado
y de la oposición entre éste y el interés general, así como del conflicto en
tre los propios intereses privados, pese a todo la economía política burguesa
supera (con la fam osa “m ano invisible” de A dam Sm ith) todas las opo
siciones en la identidad particular-general, propiedad privada-patria. No
es, por tanto, que los capitalistas se m uevan en la dirección de lo general
con lo cual los conflictos se borrarían al converger hacia ese polo. Los eco
nomistas clásicos no borran sem ejante conflicto de intereses privados, pero
en esta sociedad “com ercial” en la que todos luchan contra todos surge, sin
abolirse esa lucha, u n a peculiar universalidad, en la que lo general se
identifica con el interés particu lar de los capitalistas. Hegel reconocerá este
antagonism o y lucha de intereses particulares al nivel de la sociedad civil,
pero la universalidad sólo la encontrará en u n a nueva form a de com uni
dad, liberada de los intereses m ateriales privados; o sea, en la com unidad
racional que es el Estado. El joven M arx aceptará de los economistas la
existencia de la sociedad civil como esfera en la que los intereses privados
entran en conflicto y rechazará la universalidad que, a juicio de los eco
nomistas, surge en ella como u n a falsa universalidad, enajenada. Pero re
chazará asimismo la búsqueda hegeliana de la verdadera universalidad en
u n a esfera ideal al m argen de las relaciones m ateriales de la sociedad civil.
Esa universalidad — como habrem os de ver— la encuentra por la negación
de la sociedad civil y de su fundam ento, la propiedad privada, o tam bién
51
al considerar la sociedad civil de los economistas como u n a form a histórica,
concreta, de organización económica y social destinada a ser cancelada.
Con los pasajes anteriores, term inan las notas de lectura del C uaderno IV
referentes a R icardo. A través de ellas, podemos ver que el joven M arx
h a sabido ya delim itar (y sopesar) la posición ricardiana frente a la de
sus críticos: los economistas vulgares Say y Sismondi. Como resultado de
este cotejo, R icardo se le presenta como el economista burgués más conse
cuente y lógico y, por tanto, más franco; con u n a franqueza que — como h a
subrayado u n a y otra vez-—• raya en el cinismo. Cierto es que el joven M arx
no acepta todavía su teoría del valor por el trab ajo y postula bajo el in
flujo de los propios críticos de R icardo— el papel decisivo de la compe
tencia. Sin embargo, reconoce al economista inglés el m érito de haber se
ñalado: a] el carácter inhum ano de la producción como producción con
vistas a la ganancia; b] la situación in h u m an a del obrero en el proceso
de producción ya que en él sólo vale como obrero; es decir, como m aqui
n a de producir ganancia. Le reconoce asimismo el m érito de: c] haber
enunciado la “verdad económ ica” de esa situación, dem ostrando con ello
que lo hum ano se halla fuera de los límites de la economía política, y d]
hab er sostenido que en la sociedad m oderna no hay más intereses genera
les o nacionales que los particulares de los capitalistas, rechazando con ello
la distinción entre unos y otros que establecen los economistas como Say.
E n suma, R icardo acepta la producción capitalista como la realidad eco
nóm ica sin más. Pero M arx com prende ya que esta realidad económica
sólo puede ser generalizada si se hace abstracción de su fundam ento: la
propiedad privada. A hora bien, si se tiene presente la propiedad privada,
como fundam ento histórico de u n a realidad económica necesariam ente ta m
bién histórica, y no se hace de ella, por ende, un atributo de la naturaleza
hum ana, la contradicción que se m anifiesta en la sociedad regida por ella
(entre el obrero como productor de riquezas y el hecho de no ganar nada
con su producción) tiene que considerarse como u n a contradicción real
que no sólo debe ser registrada (com o hace la economía política), sino
tam bién explicada (como in ten tará el joven M arx con su teoría del tra b a
jo enajenado en los M anuscritos de 1844). P ara ello, Ricardo ten d rá que
ser a la vez aceptado y rechazado: aceptado, al reconocer sus “verdades
económicas” ; rechazado, al insertar la propiedad privada y la realidad
52
económica fu ndada en ella en u n proceso histórico.
Pero dejemos en este punto la relación am bivalente del joven M arx con
Ricardo, y prosigamos con el exam en de sus notas de lectura. Su atención
se concentrará ahora en Jam es Mili.
IX . LA L E Y (A B S T R A C T A ) D E L VALOR Y E L M O V IM IE N T O DE L O REA L
53
como objeto a conocer, M ili sólo se ocupa de un objeto teórico: el cons
truido por su maestro. Y al enfrentarse a este objeto teórico se topa con
dificultades que tra ta rá de superar m inando los propios cimientos de la teo
ría ricardiana.
Pugna [Mili] por resolver las contradicciones teóricas de los adversarios
de la nueva teoría o por negar las paradójicas relaciones entre esta teo
ría y la realidad. Pero, al hacerlo, se ve envuelto a su vez en contra
dicciones y, en el em peño de resolverlas, representa e inicia ya la liqui
dación de la teoría que dogm áticam ente representa. Por una parte, in
te n ta presentarnos la producción capitalista como la form a absoluta de
la producción y dem ostrar que sus contradicciones reales no son más
que contradicciones aparentes; por otra parte, pretende hacer aparecer
la teoría de R icardo como la form a teórica absoluta de este régim en de
producción y dem ostrar que las contradicciones teóricas descubiertas por
otros, o que simplemente se im ponen por si mismas, son puram ente ilu
sorias.31
Así, pues, con M ili se inicia la desintegración de la escuela ricardiana,
ya que en su em peño infructuoso de resolver las contradicciones de la
teoría de esa escuela acaba por ab andonar el pivote de ella, a saber: la teo
ría del valor por el trabajo. Así sucede, por ejemplo, cuando M ili se en
frenta a la contradicción entre el valor del trabajo (por supuesto, él no
dice fuerza de tra b a jo ), determ inado como el de cualquier m ercancía por
el tiem po de trabajo necesario p a ra su producción, y el precio de esa m er
cancía, o salario. M ili tra ta de explicar esta contradicción (el salario no
corresponde al valor de esa m ercancía) abandonando en este punto la teo
ría del valor. E n efecto, p a ra M ili el criterio con arreglo al cual se esta
blece la p arte que percibe el obrero (el salario) es la relación entre la
oferta y la dem anda, o bien la com petencia entre capitalistas y obreros.
Pero, como dice M arx, esto es u n contrasentido si se sigue a R icardo
como pretende seguirlo M ili— ya que “si bien la oferta y la dem anda
pueden determ inar las fluctuacicnes de los precios en el m ercado por en
cim a o por debajo del valor de las m ercancías, jam ás pueden, en cambio
31 L oe. cit.
54
determ inar este valor” .32 Al adm itir M ili — agrega M arx— que el valor
de la m ercancía vendida, el trabajo en este caso, no se m ide como toda
m ercancía por el tiem po de trabajo, sino por la com petencia, “adm ite im
plícitam ente que la teoría ricardiana carece de base [. ..] que la determ ina
ción del valor de las m ercancías por el tiem po de trabajo es infundada,
toda vez que esta ley del valor se halla en contradicción con el valor de
la m ercancía más im portante, o sea el trab ajo ” .33
Así ve el M arx m aduro a Jam es M ili; pero no lo ve con los mismos
ojos en su juventud, cuando no adm ite aú n la teoría del valor por el tra
bajo y atribuye, en cambio, a la com petencia u n papel im portante en la
determ inación de las oscilaciones de los precios. Esto explica, en cierto
modo, su actitud bifronte hacia M ili: opuesto a él al considerar que es
un ricardiano en la determ inación del valor, lo que en verdad no es o al
menos no lo es plenam ente, como acabam os de ver; solidario de M ili cuan
do éste, alejándose de R icardo, acentúa el papel de la competencia. Pero
lo im portante aquí es observar cómo el joven M arx, dando u n nuevo paso,
vacilante aún, se enfrenta de nuevo, a raíz de la lectura de M ili, al pro
blem a de los costos de producción como factor del valor y, por tanto, a la
teoría m ism a del valor.
Y a en estos mismos Cuadernos M arx hab ía llegado a la conclusión de
que hay u n a verdadera inversión, en el enfoque de los economistas, entre
lo real y lo abstracto. L a denuncia de esta inversión •— de procedencia feuer
bachiana— la hemos encontrado asimismo en el Esbozo del joven Engels
en el cual se critica a la econom ía p o r construir abstracciones que ocultan
relaciones reales. Siguiendo a Engels, p a ra M arx — como ya tuvimos oca
sión de ver— lo real es el m undo de los precios, de la oferta y la dem anda,
de la com petencia, y lo abstracto es el valor, o valor de cambio, determ i
nado según los economistas p o r los costos de producción. L a divergencia
entre los precios y los costos de producción, decía M arx, “no es casual ni
m om entánea” , como sostiene la economía, sino necesaria y ello en virtud
de la com petencia, generada por la propiedad privada. Tales son las ideas
del joven M arx en este punto al proceder a la lectura de los Elementos de
economía política de Jam es M ili y volver a considerar en el problem a del
32 Ib id ., p. 150.
33 Ib id ., p. 151.
55
valor la relación entre dos m undos: el de la realidad y el de la abstrac
ción. Veamos a continuación lo que dice ah o ra M arx en sus notas de lec
tu ra del C uaderno IV .
Así, pues, M arx reprocha a M ili el form ular una ley abstracta (la ley
del valor) sin tom ar en cuenta que, en la vida real, es abolida constante
m ente: en cuanto que hay u n a divergencia entre los precios y los costos
de producción.
56
E n efecto, la oferta y la d em anda sólo se equilibran m om entáneam ente,
en virtud de la fluctuación precedente de la oferta y la dem anda, en vir
tud de la divergencia entre costos de producción y valor de cam bio;
fluctuación o divergencia que sucede nuevam ente a ese equilibrio m o
m entáneo. De este movimiento real, del cual la ley no es más que u n
m om ento abstracto, casual y unilateral, los economistas modernos hacen
algo accidental, inesencial. [125]
57
de producción y el valor. El joven M arx no niega ahora totalm ente la ley
del valor si se ve en ella u n a abstracción que sólo capta un aspecto del
m ovim iento real. A hora bien, p ara él, en este m om ento de sus lecturas,
form ular científicam ente el m ovim iento de lo real significaría tom arlo en
cuenta como unid ad dialéctica del equilibrio y la fluctuación, de la corres
pondencia y la no correspondencia y, por tanto, como un movimiento con
tradictorio de ambos aspectos: esencial e inesencial, casual y necesario. Si
después de aferrarse a uno de los aspectos del movimiento real y de fijarlo
en u n a ley abstracta, se adm ite como fundam ental el aspecto casual, ello
significará adm itir asimismo que el azar es la verdadera ley. O , dicho en
otros términos, adm itir la abolición constante de la ley abstracta o ley del
valor (abolición que, de acuerdo con la unid ad dialéctica del movimiento
real, es “lo que le perm ite existir” ) , equivaldría a adm itir que la “ausencia
d e leyes” determ ina a la ley misma.
El joven M arx no acepta aún la ley del valor form ulada por la economía
clásica y h ab rá de recorrer todavía u n largo trecho en su evolución teórica
antes de aceptarla. Insiste aún en el papel decisivo de la com petencia que
hace de la divergencia entre costos de producción y valor algo esencial y
necesario. No obstante, es justo señalar que al leer a R icardo su actitud
negativa hacia la ley del valor queda suavizada un tanto, aunque sin m odi
ficar su concepción del papel determ inante de la competencia. E n efecto,
acep ta la validez de dicha ley en cuanto fija un aspecto del movimiento
real (el del equilibrio m om entáneo y casual entre la oferta y la d em an d a).
Sólo existe, por tanto, como ley abstracta destinada a ser abolida constan
tem ente y, p o r ende, contra lo que sostienen los economistas, no puede
d a r cuenta de la totalidad del m ovim iento que, en su unidad contradic
toria, es expresada por ella y por su propia abolición. L a ley del valor, al
cap tar el m om ento del equilibrio, es en definitiva p ara el joven M arx un
caso particu lar de la relación entre la oferta y la dem anda que preside
el comercio y la com petencia como consecuencias inm ediatas de la propie
d a d privada.
X. E L IN T E R C A M B IO C O M O F O R M A E N A JE N A D A D E LA R E L A C IO N SO C IA L
58
bastante coherente y de u n a profundidad y brillantez que perm ite ponerlo
a la a ltu ra de los m ás ensalzados de los M anuscritos de 1844. E ntre los te
mas fundam entales que se abordan en él están los siguientes: el dinero como
actividad m ediadora en ajenada y el crédito como desarrollo del dinero y
culm inación de su en ajen ació n ; el intercam bio como form a enajenada de la
relación social; las relaciones entre los hombres cuando revisten — con el
intercam bio— la form a de relaciones entre propietarios privados; el tra
bajo como fuente de lucro o trabajo enajenado; la dialéctica de la nece
sidad, producción e intercam bio en las condiciones de la propiedad privada
y, finalm ente, la suposición de cómo serían las relaciones hum anas si los
hom bres p rodujeran hum anam ente.
El hilo de engarce en estos temas fundam entales es el problem a de la
enajenación de las relaciones entre los hombres bajo el régim en de la pro
piedad privada. El dinero, el crédito, el trabajo, los productos del tra
bajo, los objetos y los hombres en sus relaciones m utuas son considerados
desde la perspectiva del intercam bio como form a enajenada de la relación
social. Por ello, el joven M arx comienza su análisis, en esta parte de los
Cuadernos, por la cosa u objeto (el dinero) en que se m aterializan más
cabalm ente — como m ediador— las relaciones enajenadas entre los hombres.
Siguiendo este hilo de engarce podemos ver, por tanto, u n a alineación pe
culiar de diferentes categorías económicas. P ara m ostrar su ordenación ló
gica no es forzoso que nos atengam os rigurosam ente al orden con que pre
senta sus notas el joven M arx, ya que éstas — si bien m uestran claram ente
el plano (el intercam bio) en que se d an esas categorías— se van presentando
en el orden que se efectuaron sus lecturas.
El m étodo explicativo que M arx utiliza en sus reflexiones sobre Jam es
M ili es el mismo que hemos encontrado anteriorm ente. Lo que la economía
política d eja sin explicar al situarse en u n terreno exclusivamente econó
mico, el joven M arx pretende explicarlo poniendo en relación la realidad
económ ica con u n a concepción del hom bre (o de la esencia h u m a n a ); es
decir, pretende explicarlo filosóficamente. Ciertam ente, la economía polí
tica parte en la explicación de sus categorías (dinero, crédito, intercam bio
comercial, etc.) de la propiedad privada como fundam ento, pero el ver
dadero sentido de esta relación queda sin explicar al no cuestionar — como
ya hemos visto— el fundam ento mismo. Esa relación (entre el intercam bio
59
y el dinero, y la propiedad privada) sólo puede revelar su verdadera signi
ficación cuando se la ve desde esa perspectiva filosófica. Sin ésta, piensa
el joven M arx, no es posible ir más allá del nivel — explicativo— alcanzado
por la economía política. Sólo desde ella puede establecerse claram ente la
distinción, capital en el enfoque del joven M arx, entre el plano esencial,
originario, y el plano concreto, histórico, destinado a ser superado.
M arx efectúa esta distinción con referencia a las formas de com unidad
hum ana. H ay la que él llam a com unidad verdaderam ente h u m ana y la que
se presenta como sociedad comercial. El tipo de intercam bio configura uno
y otro tipo de com unidad. Si sirve p a ra com plem entar las necesidades re
cíprocas de los hombres, tenemos u n a com unidad que lejos de enfrentarse
al individuo singular constituye su propia esencia. El intercam bio es en
ella el medio por el cual circulan — com plem entando las necesidades recí
procas— los productos humanos. E sta com unidad “aparece en virtud de la
necesidad y del egoísmo de cada individuo ; es decir, es producida de m ane
ra inm ediata en la realización de la existencia h u m an a” . [137] Esta comu
nidad presupone, pues, la relación entre individuos necesitados que, merced
al intercam bio, com plem entan m utuam ente la satisfacción de sus necesi
dades. El intercam bio corresponde aquí al “verdadero ser com unitario” , a
la esencia hum ana. L a relación de hom bre a hom bre que se da con él no
tiene, por tanto, un carácter enajenado.
Partiendo de su concepción del hom bre como ser genérico y ser de nece
sidades, el joven M arx se lim ita aquí a caracterizar lo que es p ara él una
com unidad verdaderam ente hum ana, o sea, aquella en la que el intercam
bio no se identifica con el comercio, sino que cumple la función social de
poner en m ovim iento productos del trabajo que satisfacen necesidades h u
manas. Este tipo de com unidad es caracterizado en relación con la esencia
genérica del hom bre, y excluye la propiedad privada y el comercio.
A ella contrapone el joven M arx la com unidad o sociedad del hom bre
enajenado que “es la caricatura de su com unidad real, de su verdadera
vida genérica” . Este hom bre enajenado, a su vez, es aquel a quien
su actividad se le presenta como un torm ento, su propia creación como
un poder ajeno, su riqueza como pobreza; que el vínculo esencial que le
une a los otros hom bres se le presenta como u n vínculo accesorio, y más
bien la separación respecto de los otros hombres como su existencia ver
60
d adera; que su vida se le presenta como sacrificio de su vida, la reali
zación de su esencia como desrealización de su vida, su producción como
producción de su nada, su poder sobre el objeto como poder del objeto
sobre él; que él, am o y señor de su creación, aparece como esclavo de
esta creación. [137-138]
Este hom bre que vemos caracterizado con los rasgos con que se carac
teriza al trab ajad o r enajenado en los Manuscritos, tiene el m odo de ser de la
com unidad en que vive. “ Por ello, es exactam ente igual decir que el hombre
se enajena de sí mismo y decir que la sociedad de este hom bre enajenado
es la caricatu ra de su com unidad real.” [137] Pero de lo que se tra ta ahora es
de esclarecer la form a que adopta la relación de hom bre a hom bre en esa
com unidad que la econom ía política sólo concibe “bajo la form a del in
tercambio y el comercio”.
A hora bien, esta com unidad que el joven M arx llam a “form a enajena
d a del intercam bio social” es la m ism a que los economistas denom inan en
térm inos estrictam ente económicos “sociedad comercial” . “L a sociedad — di
ce A dam Sm ith— es u n a sociedad de actividades comerciales. C ada uno
de sus miembros es un com erciante.” [138] Son dos modos distintos de
denom inar una m ism a form a concreta, histórica, de com unidad real. En
verdad, no hay que reprochar a la econom ía política ■—y el joven M arx
no se lo reprocha— que la denomine “sociedad com ercial” . U n a vez más
la econom ía habla con cínica franqueza. Pero, u n a vez más tam bién, hay
aquí u n a verdad a m edias; pues si bien es u n a form a de com unidad en la
que la relación social tom a la form a del intercam bio comercial, por serlo es
tam bién u n a “form a enajen ad a del intercam bio social”. D e la m isma m ane
ra -—como ya tuvimos ocasión de señalar— hay a la vez mostración y
ocultación: m ostración de u n a form a concreta, real, de com unidad, pero al
mismo tiem po ocultación de su carácter histórico.
El joven M arx reconoce que la econom ía política “siguiendo el movi
m iento real” parte del intercam bio de productos del trabajo hum ano, pero,
en verdad, se tra ta del intercam bio comercial de productos del trabajo
enajenado en el que la relación de hom bre a hom bre es “relación de pro
pietario privado con propietario privado” . E sta realidad — la m isma para
el joven M arx que p ara los economistas— es interpretada de un modo dia
61
m etralm ente opuesto por el prim ero y por los segundos. En el fondo de
una y o tra interpretación hay dos antropologías opuestas — subyacente, u n a ;
explícita, la otra— que postulan respectivam ente el hom bre egoísta y el
hom bre como ser genérico.
L a economía política “fija la form a enajenada del intercam bio social co
mo form a esencial y original, adecuada a la determ inación h u m ana” , [138]
en tanto que p a ra el joven M arx el intercam bio en su form a comercial,
lejos de ser adecuado a la esencia hum ana, es su negación o su enajenación
como ser genérico.
L a misma oposición diam etral se m anifiesta al ponerse el intercam bio
en relación no sólo con la esencia hum ana, sino con la propiedad p ri
vada. T am bién aquí opera la antropología subyacente en la economía
clásica, p ara la cual la propiedad privada es u n atributo propio de la esen
cia del hombre. Por ello, a su m odo de ver, no tiene origen ni historia
de la misma m anera que no lo tiene el tipo de intercam bio fundado en
ella; es decir, como relación entre propietarios privados.
El joven M arx acepta la existencia del intercam bio en los términos en
que la presenta la econom ía política, si bien considera a aquél como una
form a concreta, histórica, de relación social ya que su propio fundam ento
—la propiedad privada— no tiene en modo alguno un carácter esencial y
original. Al reconocerse que el intercam bio comercial h a de ser puesto
necesariam ente en conexión con la propiedad privada, se plantea el pro
blem a de exam inar la estructura de la relación de hom bre a hom bre en
dicho intercam bio. Con otras palabras: si el hom bre sólo puede realizarse
como propietario privado, puesto que sólo así afirm a su personalidad (por
cierto, la economía política y Hegel coinciden en afirm ar esto), ¿qué form a
adopta la relación social en las condiciones de la propiedad privada? V ea
mos la respuesta del joven M arx.
Si se presupone al hom bre como propietario privado, es decir, como posee
dor exclusivo que afirm a su personalidad, se diferencia de los otros hom
bres y está en referencia a ellos en virtud de esa posesión exclusiva —la
propiedad privada es su existencia personal, distintiva, y por tanto esen
cial— , resulta entonces que la pérdida de la propiedad privada o la
renuncia a ella es una enajenación del hombre en tanto que propiedad
privada.'” [139]
62
Al enajen ar m i propiedad privada, anulo mi relación con ella, pero no
para que se convierta en u n objeto n atu ral (p ara “devolverla a las fuerzas
elementales de la naturaleza” ). L a enajenación de m i propiedad significa
entregarla a otro, m erced a lo cual ese otro extraño a mí m antiene con el
objeto la m isma relación que yo m antenía antes con él.
Pero esta relación de enajenación no es unilateral porque tam bién el otro
h a de renunciar a su propiedad priv ad a; de este modo, el intercam bio no
rebasa nunca el m arco de la propiedad p rivada y m antiene constantem ente
la enajenación como relación entre propietarios. “Ambos propietarios se ven
impulsados a renunciar a su propiedad p rivada; es decir, a renunciar a la
propiedad privada dentro de la relación de propiedad privada.” [140-141]
L a enajenación se convierte en la reciprocidad de la enajenación y carac
teriza, por tanto, el intercam bio social bajo esta form a enajenada dentro de
la propiedad privada.
Pero “ ¿cómo es que llego a enajenar m i propiedad privada a otro hom
bre?” Y el joven M arx, de acuerdo con la teoría de las necesidades que de
la economía política pasa a H egel y de Hegel a él, contesta: “debido a la
carencia, a la necesidad” . [140] El m ovim iento mismo de la necesidad, la
necesidad de satisfacer mis necesidades, me lleva a desear los objetos del otro.
Puesto que necesito esos objetos p a ra satisfacer mi necesidad, estoy en una
relación esencial con ellos, y dado que sólo puedo poseerlos renunciando
a una p arte de mi propiedad, el intercam bio tiene que tom ar la form a de
un cambio de propiedades privadas.
Pero, en verdad, el joven M arx se está refiriendo ahora al intercam bio
entre hom bres que son al mismo tiem po productores y propietarios de los
productos de su trabajo. El intercam bio responde a la necesidad de integrar
las necesidades recíprocas y tam bién a “una necesidad en el cum plim iento
de mi existencia y en la realización de mi esencia” . [140] Pero inm ediatam en
te habla de cambio en otro sentido, del intercam bio propiam ente dicho,
cuando los productos se separan de su productor y los hombres se relacionan
entre sí simplemente como poseedores — ya no como productores— por in
term edio de sus propiedades privadas. L a enajenación m u tu a de sus pro
piedades les da a ellas el carácter de la propiedad privada enajenada,
con los rasgos que señala el joven M arx : a] deja de ser un simple pro
ducto del trabajo y, por tanto, una m anifestación de la personalidad del
63
productor; b] tiene, por el contrario, una significación personal p ara quien
no lo produjo; c] sustituye, por tanto, a o tra propiedad privada y, final
m ente, d] se vuelve equivalente de o tra propiedad privada que tam bién ocu
p a (sustituye) el lugar de otra. Esta existencia del producto que ya no es la
de su existencia inm ediata, sino la del equivalente, t£se h a convertido en
valor y, consecuentemente, en valor de cambio. Su existencia como valor
es distinta de su existencia inm ediata, es exterior a su esencia específica; es
una determ inación enajenada de sí m ism a; es sólo un modo de existencia
relativo de su esencia” . [142]
Vemos, pues, que p a ra el joven M arx el valor de cambio no surge al
ponerse en relación dos objetos en cuanto productos del trabajo hum ano,
com o objetos útiles, sino en cuanto propiedades, y solamente porque cada
u n a es com parada con o tra en tan to que propiedad enajenada por su pro
ductor y, por tanto, separada de él. El valor de cambio sólo existe cuando
las propiedades en tran en relación no por su existencia inm ediata (como
productos del trabajo que tienen u n a u tilidad) sino cuando se relacionan
p u ra y simplemente como propiedades privadas; en pocas palabras, cuando
se relacionan entre sí productos del trab ajo enajenado.
x i. r e l a c i o n e s e n a j e n a d a s e n t r e l o s h o m b re s
Y D E L O S H O M B R E S C O N L O S O B JE T O S
64
(sobre todo, de su vinculación de egoísmo y necesidades en la constitución
del sistema de necesidades de la Sociedad Civil; de su conexión entre ne
cesidad y trabajo y de la prioridad que atribuye a la prim era sobre el
segundo al hacer del trabajo u n medio p ara satisfacerla, y finalm ente
de su dialéctica de la dom inación y la servidum bre como relación entre los
hombres que sólo puede darse por interm edio de las cosas). Estos tres as
pectos (el papel del egoísmo como punto de p artid a en la constitución de la
objetividad social; la necesidad que hace del trabajo un m edio; y el papel
del objeto en las relaciones entre los hombres, en su lucha por el reconoci
m iento) se refractan en las reflexiones filosóficas del joven M arx sobre el
intercam bio comercial.
Pero sigamos en este punto el hilo de su pensamiento. M arx comienza
por caracterizar la producción en las condiciones de la propiedad privada.
El hom bre produce p ara poseer, pero p a ra poseer para sí mismo. De este
modo, la finalidad de su producción “es la objetivación de su necesidad
egoísta inm ediata". El hom bre produce pues por necesidad, pero además
por una necesidad egoísta.
En u n estado originario, salvaje, el hom bre sólo produce lo que necesita
inm ediatam ente, y es su necesidad inm ediata la m edida de su producción.
O como dice M arx : “E l lím ite de su necesidad determ ina el límite de su
producción. Su producción se m ide según su necesidad.” [149]
¿Q ué significa esto? Q ue en la relación entre producción y necesidad, la
prioridad pertenece a esta últim a, entendida como necesidad inm ediata
del individuo. Y puesto que cada individuo consume lo que produce, no
hay propiam ente intercam bio, o bien se reduce éste al cambio de su tra
bajo por el producto de su trabajo.
U n poco bajo la influencia de la propia economía clásica y del sistema
de necesidades de Hegel, el pun to de p artid a p a ra el joven M arx es el in
dividuo que persigue su propio interés y que sólo a p a rtir de esta relación
propia que establece con el objeto p a ra satisfacer su necesidad inm ediata
egoísta llega al intercam bio real. “Este intercam bio es la form a latente (el
germ en) del intercam bio real.” [149]
65
Pero, en este texto, M arx no nos describe el movimiento real que va de
un estado a otro; se lim ita a poner el prim ero como fundam ento del
segundo. Acto seguido nos instala en ese nuevo estado en el que los hom
bres ya no son considerados aisladam ente, como sujetos que cam bian su tra
bajo por el producto de su trabajo, sino como hombres que intercam bian su
producción por la producción de otro. Y ese nuevo estado es el que se nos
presenta a p artir del pasaje que comienza con estas palabras: “C uando el
intercam bio tiene lu g a r . . Ha y u n a serie de rasgos que perm iten distin
guir el intercam bio real del estado en que tal intercam bio no existe. C ierta
mente, el papel prioritario de la necesidad y su carácter egoísta se m an
tiene. Pero se m odifica el m odo de satisfacerla: inm ediato, en el prim er
caso; m ediato, en el segundo, ya que p a ra satisfacer mi necesidad yo
•necesito poseer el producto del otro. A hora bien; esto requiere asimismo
que mi producción y la del otro sobrepasen el límite inm ediato de la nece
sidad y de la posesión. Lo im portante es aquí que, a diferencia del indi
viduo aislado que en el estado salvaje produce sólo p ara sí y no se rela
ciona, por tanto, por lo que toca a su producción y sus necesidades con los
demás, se crea u n a form a de relación social en la que los individuos ponen
en relación m u tu a sus posesiones y necesidades. Yo produzco el objeto que
otro necesita, y sólo puedo satisfacer m i necesidad poseyendo lo que otro
produce. En cierto modo, éste es el cuadro que encontram os en la economía
política: individuos egoístas que, p a ra satisfacer su necesidad, rebasan el
m arco inm ediato de su producción, e instauran un sistema de intercam bio
que perm ite com plem entar, desarrollar y perfeccionar la satisfacción de las
necesidades individuales. Y, en cierto m odo tam bién, ése es el cuadro que
Hegel traza de la Sociedad Civil dentro de la cual: “L a m ediación de la
necesidad y la satisfacción del individuo con su trabajo y con el trabajo
y la satisfacción de las necesidades de todos los demás, constituyen el sistema
de las necesidades” (§ 188).35 E n Hegel, pues, las necesidades egoístas
de los individuos y el trab ajo como m edio p a ra satisfacerlas se condicio
nan e interrelacionan p a ra constituir la form a de objetividad que él llama
“sistema de necesidades” .
Es indudable que el joven M arx h a tenido presente el papel prim ordial
66
de la necesidad y su carácter egoísta — señalado tanto por la economía
clásica como por Hegel— en la constitución de la sociedad que los econo
mistas definen como sociedad comercial y que Hegel trasm uta teóricam en
te en Sociedad Civil. El papel determ inante de la necesidad en la produc
ción y en el intercam bio es incuestionable en el joven M arx, tanto en estos
Cuadernos como en los M anuscritos del 44. E n su m adurez, no atribuirá
ese papel determ inante a las necesidades. E n prim er lugar, las necesidades y
el modo de satisfacerlas son siempre u n producto histórico: “El volumen de
las llamadas necesidades naturales, así como el modo de satisfacerlas, son de
suyo u n producto histórico que depende, por tanto, en gran parte, del nivel
de cultu ra de u n país y, sobre todo, entre otras cosas, de las condiciones,
los hábitos y las exigencias con que se haya form ado la clase de los obre
ros libres.” 36 Pero ya m ucho antes, en 1847 y en verdad pocos años des
pués de los Cuadernos, en su Miseria de la filosofía, lejos de atribuir a las
necesidades un papel determ inante en la producción y el intercam bio, con
sidera por el contrario que las necesidades de los individuos se fundan
en la división del trab ajo y el intercam bio.37
Sin em bargo, pese a que el joven M arx hace suya esta prioridad de las
necesidades sobre la producción y el intercam bio, no se queda en el cuadro
(el cuadro que p in ta la econom ía clásica) form ado a p artir de esas prem i
sas. Se tra ta , ciertam ente, como la propia economía h a puesto de relieve,
ya no del intercam bio de productos como simples valores de uso, sino de
objetos que tienen u n valor de cam bio y que, por tanto, sólo en cuanto
son equivalentes de otros objetos pueden ser intercam biados. Las necesi
dades recíprocas no pueden ser satisfechas más que si se dispone de ese
medio o equivalente.
El m ercado se convierte así en u n escenario en el que los hombres no se
relacionan en cuanto hombres sino en cuanto poseen equivalentes que
ofrecer. Producen p a ra poseer y sólo quien posee puede satisfacer m ediata
m ente sus necesidades al intercam biar su producto por otro equivalente al
que él posee. A parentem ente, de esta form a se com plem entan las necesi
dades recíprocas y los hombres afirm an su poder sobre los objetos. Pero la
verdadera realidad — la realidad que oculta la economía— es otra. Para
67
m ostrarla, el joven M arx pone al descubierto cuál es la verdadera p arti
cipación del hom bre como tal en el intercam bio, cuáles son las relaciones
que los hombres contraen en él y cuáles son, finalm ente, las verdaderas re
laciones entre el hom bre y su objeto, o entre su poder y el medio que le da
su poder.
El intercam bio en prim er lugar no hace sino confirm ar “el carácter que
tiene cada uno de nosotros con respecto a su propio producto y a la pro
ducción del otro” . [150] Lo que se d a ciertam ente no es la objetivación de
la propia esencia hum ana, sino el egoísmo objetivado (el propio, en un
caso; el ajeno, en el o tro ). Se trata, pues, de un intercam bio egoísta. Por
serlo, el uno tra ta de superar el egoísmo ajeno m ediante el engaño, y, de
esta m anera, la com plem entación de las necesidades m utuas es “u n a simple
apariencia cuya realidad es el despojo m u tu o ” . D e m odo análogo, la rela
ción ideal entre los objetos de nuestra producción es la necesidad recíproca,
pero la relación real es la de “la posesión recíproca exclusiva de la produc
ción recíproca” . El valor y el poder de m i objeto depende de tu objeto, el
equivalente del mío, y exige nuestro reconocimiento. “ Pero nuestro reco
nocim iento recíproco, referido como está al poder recíproco de nuestros ob
jetos, es u n a lucha.” Como en toda lucha vence “el que posee m ayor ener
gía, fuerza, sagacidad o destreza”, pero la intención de engañar, de despo
jar, o la explotación intencional está en am bas partes. [151-152]
Las relaciones de intercam bio son, pues, relaciones de posesión recípro
ca de objetos que im plican el reconocim iento de la propiedad m u tu a y
conducen forzosamente a la lucha y al despojo m utuos. E n ellas sólo se
puede entrar, por tanto, si se m antiene u n a relación de posesión con el
objeto que se ofrece como equivalente. “Si tú eres simplemente un hom bre
y careces de este medio, tu dem anda es p a ra ti un requerim iento insatis
fecho, y p ara m í u n a ocurrencia que no m e incum be.” [153]
Siguiendo su propósito de descubrir la verdadera realidad tras de des
g arrar el velo de la apariencia, el joven M arx encuentra que las relaciones
de intercam bio no sólo son relaciones m ediadas por las cosas en las que
sólo se puede en trar, como poseedores de ellas, por el poder o propiedad
que se tiene sobre ellas, sino que, en últim a instancia, al no relacionarse los
hombres como hom bres con las cosas, no tienen un verdadero poder sobre los
objetos. “El verdadero poder sobre u n objeto es el m ed io ; por esta razón, tú
68
y yo vemos recíprocam ente en nuestro objeto el poder del uno sobre el otro y
sobre sí mismo. Es decir, nuestro propio producto se h a vuelto contra nos
otros; parecía ser propiedad nuestra, pero en verdad somos nosotros su
propiedad.” [153]
Las cosas ocupan el lugar del hom bre, y su lenguaje tam bién. El len
guaje del hom bre es p ara el joven M arx el de la esencia hum ana, o el
del hom bre en cuanto tal. Este lenguaje hum ano resulta “incomprensible
e inefectivo”, m ientras que “el lenguaje enajenado de los valores cosificados
se nos presenta como la realización adecuada de la dignidad h u m ana en su
autoconfianza y autorreconocim iento” . [154]
Finalm ente, lo que en realidad sucede es que el hom bre, al relacionarse
sólo por m edio de las cosas, acaba p o r convertirse en m edio o instrum ento
de su propio objeto. Antes decíamos — siguiendo al joven M arx— que el
intercam bio es el escenario de u n a lucha y de u n reconocim iento mutuos.
Ahora decimos — tam bién con él— que esa lucha y ese reconocimiento
desembocan en la esclavitud del hom bre ante sus propios objetos. Al con
vertirse los hombres en medios, objetos o instrum entos, no pueden recono
cer en el intercam bio su propio valor. “El valor que tenemos el uno para
el otro es el valor que dam os recíprocam ente a nuestros objetos. Por lo
tanto, el hom bre en cuanto ta l es recíprocam ente carente de valor.” [155]
Constituidas las relaciones hum anas como intercam bio de equivalentes, el
valor del hom bre queda reducido al del objeto que como equivalente puede
ofrecer. T odo lo demás — el hom bre en cuanto tal— carece de valor para
am bas partes de la relación.
El análisis del intercam bio lleva así como conclusión a la desvalorización
del hom bre frente a la valorización de las cosas, así como a la desvalori
zación m u tu a de los hom bres cuando sus relaciones adoptan la form a de
relaciones de posesión recíproca por interm edio de objetos, de productos
del trab ajo hum ano, que se ofrecen m utuam ente como posesiones equiva
lentes. E n este análisis el joven M arx u n a vez m ás h a partido de un hecho
económico real — el intercam bio, registrado por los economistas— p ara des
lindar el cam po de la apariencia (com plem entación m utua de las necesi
dades) de la verdadera realidad (engaño y despojo m utuos, dominio de los
objetos, servidum bre del hom bre respecto del objeto, transform ación del
lenguaje hum ano en lenguaje de cosas y, en am bas partes, m utuo desco
69
nocim iento del valor del hom bre en cuanto ta l). P ara encontrar esta ver
dadera realidad (ignorada por la economía política), el joven M arx recurre
una vez más a su concepción de la esencia h u m an a; es decir, el problem a
del intercam bio que la economía pone ante sus ojos, él lo explica en el
m arco de u n a problem ática filosófica. Sólo así puede efectuar el tránsito
de la “apariencia” a la “realidad” , y descubrir el carácter enajenado que
en el intercam bio tom a la relación entre los hombres y los objetos equiva
lentes que intercam bian, así como la relación entre los hombres, quienes
sólo pueden p articip ar en el intercam bio como propietarios privados, es
decir, por sus posesiones equivalentes.
X II. E L D IN E R O G O M O M ED IA D O R E N A JE N A D O Y E N A J E N A N T E
70
de esta categoría económica dentro del sistema, puesta en relación con
su form a elem ental: la m ercancía; es decir, considerada en el proceso
de cambio de ella. El tratam iento de M arx p arte ahora de la función eco
nóm ica del dinero como interm ediario en el proceso de circulación de las
m ercancías no p ara analizar esa función en cuanto tal, sino p ara ver cómo
es afectado el hom bre por su función de m ediador. Pues, en definitiva, se
tra ta de u n a función hum ana, social, aunque este carácter no se trasparente
en un análisis puram ente económico. Justam ente eso es lo que tra ta de
poner de relieve en estas notas sobre Jam es M ili. No hay propiam ente en
ellas u n análisis económico de esa función m ediadora: ni se lo h a propuesto
el joven M arx ni está en condiciones de hacerlo. Esta tarea la considera
cum plida en ese nivel — como sucede con otras categorías— por la economía
política. Se tra ta m ás bien — como ya hemos tenido ocasión de ver con
respecto al intercam bio comercial— de un tratam iento filosófico a partir
del reconocim iento de la función m ediadora del dinero establecida ya por
la economía política. Y a sabemos — el joven M arx h a llam ado la atención
sobre ello— que la economía política ignora al hombre. Por tanto, la
cuestión que viene a plantearse ah o ra M arx es precisam ente la que una
econom ía ignorante del hom bre no puede plantearse, a saber: ¿qué pasa
con el hom bre cuando el dinero cum ple esa función económica de m ediador
o equivalente universal?
En rigor, el joven M arx no se plantea esta cuestión por prim era vez. Ya
poco antes en su artículo Sobre la cuestión judía había señalado la condi
ción del dinero como equivalente universal de la existencia enajenada del
hom bre. “ El dinero es el valor general de todas las cosas, constituido en sí
mismo. H a despojado, por tanto, de su valor peculiar al m undo entero,
tanto al m undo de los hom bres como a la naturaleza. El dinero es la
esencia del trabajo y de la existencia del hom bre, enajenada de éste, y esta
esencia extraña lo dom ina y es ado rad a por él.” 39 E n los M anuscritos de
1844 dedica más atención al problem a. Pone de relieve la universalidad de
su cualidad y la om nipotencia de su ser; le llam a “el alcahuete de la nece
sidad y el objeto, entre la vida y los medios del hom bre” ;40 es asimismo la
71
capacidad enajenada de los hom bres; “mi fuerza llega hasta donde llega
la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis propias cualidades
y fuerzas esenciales, la de su poseedor” .41 Finalm ente, en los M anuscritos el
dinero aparece con su poder de inversión (convierte la lealtad en felonía,
el am or en odio y el odio en amor, e tc .) ; “es, por tanto, el m undo inver
tido, la confusión e inversión de todas las cualidades naturales y hum a
nas” .42 El breve texto de los M anuscritos, enriquecido con referencias a
Shakespeare y a su interpretación por Goethe, traza un vivido cuadro de
lo que representa el poder enajenante del dinero. Sin embargo, al com
pararse estas notas sobre M ili con los pasajes correspondientes de los M a
nuscritos, vemos que no sólo no les van a la zaga por su viveza y brillantez
sino que los superan por la precisión y densidad de sus ideas.
M arx caracteriza ante todo el dinero por su función fundam ental: como
interm ediario del intercam bio o m ercancía especial que representa el valor
de todas las demás, y capta claram ente que su esencia se revela en su acti
vidad m ediadora. Pero lo propio de él no está en el cum plim iento de esa
función de m ediación, sino en la form a que esta función reviste con él.
41 Ib id ., p. 106.
42 Ib id ., p. 107.
72
el hom bre contem pla su voluntad, su actividad, su relación con los otros
como [si fueran] u n poder independiente de él y de los otros. Su escla
vitud llega así al colmo.” [127] T odo el poder y la voluntad del hom bre
se concentra en esta cosa m aterial y exterior a él, pero sin que los hombres
se reconozcan en esta cosa m aterial — el dinero— que es su m ediador y su
espejo.
P ara afirm ar el poder de este m ediador, y expresar las relaciones que
m antiene con el hom bre, el joven M arx — aú n bajo la influencia del es
quem a de la enajenación religiosa trazado por Feuerbach— com para el di
nero con Dios. Y a lo había hecho poco antes en su opúsculo Sobre la cues
tión judía. Es — decía allí— el Dios ante el que “no puede prevalecer legí
tim am ente ningún otro Dios. El dinero hum illa a todos los dioses del hom bre
y los convierte en m ercancía” .43
El esquem a feuerbachiano aparecía casi literalm ente en el mismo tra
bajo:
Así como el hom bre, m ientras perm anece sujeto a las ataduras religiosas,
sólo sabe objetivar su esencia convirtiéndola en un ser fantástico ajeno
a él, así tam bién sólo puede com portarse prácticam ente bajo el imperio
de la necesidad egoísta, sólo puede producir prácticam ente objetos, po
niendo sus productos y su actividad bajo el im perio de un ser ajeno y
confiriéndoles la significación de u n a esencia ajena, del dinero.44
Así como en Feuerbach Dios encarna o representa todo lo hum ano, ahora
es el dinero el que se convierte en medio de esta encarnación o represen
tación, a la vez que en el lugar de su reconocimiento como objeto hum ano
universal.
E n las notas de lectura, el dinero es Dios justam ente como m ediador, o
sea por el poder real que adquiere al relacionarse el hom bre con las cosas,
o a los hom bres entre sí. E l dinero “se convierte en el Dios efectivo. Su
culto se vuelve u n fin en sí. Los objetos pierden su valor si son separados
de este m ediador” . [127] L a relación entre el m ediador y las cosas se in
vierte. El dinero no vale porque representa a las cosas sino que éstas sólo
tienen valor en la m edida en que el dinero las representa. Pero, en el fon-
73
do, lo que hay es u n a inversión de la relación m ediadora del hom bre (o
sea, el dinero) y el hom bre mismo. “Todos los atributos que en la produc
ción corresponden a la actividad genérica del hom bre pasan a ser atributos
de este m ediador.” [127-128] Y el joven M arx, haciendo uso de una expre
sión m uy feuerbachiana que, referida a los productos del trabajo enajenado,
se encuentra en el prim ero de los M anuscritos de 1844, agrega: “Así, pues,
en la m edida en que este m ediador se enriquece, el hom bre se empobrece co
mo hom bre (es decir, como hom bre separado de este m e d i a d o r ) [128] V a
lorización, por tanto, de las cosas, o de la cosa que encarna el valor univer
sal de todas ellas, y desvalorización del hom bre (del que esta cosa — el
dinero— es el m ed iad o r). R esulta así que el dinero se convierte:
a] E n representación y m edida de todas las cosas (las cosas solo valen
por su relación con él) ;
b] en representación y m edida de las relaciones hum anas de las cuales
es el m ediador absoluto;
c] en el único medio de reconocimiento de los hombres (los hombres sólo
se reconocen en el espejo del d in e ro ).
L a referencia a Cristo es consecuente con el planteam iento anterior y
sigue de cerca la línea de pensam iento de Feuerbach:
Cristo representa originalm ente: 1] a los hom bres frente a Dios; 2] a Dios
p a ra los hom bres; 3] a los hombres ante el hombre.
De igual m anera, el dinero representa originalm ente, según su concep
to: 1] a la propiedad privada p a ra la propiedad p riv a d a ; 2] a la sociedad
p a ra la propiedad p riv ad a; 3] a la propiedad privada p ara la sociedad.
Y Cristo es tanto el Dios enajenado como el hombre enajenado. Dios
ya sólo tiene valor en la m edida en que representa a C risto; igualm ente
el hombre. Lo mismo sucede con el dinero. [128]
74
su propia esencia” .45 Y dice tam bién en L a esencia del cristianismo: “La
esencia del hom bre sólo se contiene en la com unidad, en la unidad del
hombre con el hombre, unidad que descansa a su vez en la realidad de la
distinción del yo y del tú .” P ara el joven M arx — como dice en su carta a
Feuerbach, del 11 de agosto de 1844— esta unidad del hom bre con el
hom bre basada en su diferenciación real, perm ite identificar el concepto de
género hum ano con el de sociedad.46 A hora bien, en la concepción feuerba-
chiana de la religión, Dios no es otra cosa que el género hum ano enajenado
de la hum anidad, o la esencia genérica del hom bre bajo una form a mística
enajenada. Cristo como hom bre que es Dios o como Dios hecho hom bre, es
“el símbolo característico de esta unidad inm ediata entre el género y el indi
viduo”,47 es decir, como Dios contiene todas las perfecciones del género,
pero como “hom bre puro y celestial”, es un individuo genérico. Dios, que
de por sí es la esencia del hom bre, se realiza como tal encarnándose en
Cristo. E n suma, Cristo es por un lado el m ediador entre el género y los
individuos, y, por otro, es Dios hecho hombre, realizándose como hom bre
y, por tanto, Dios y los hom bres no valen sin este m ediador.
A la luz de estos conceptos feuerbachianos, podemos com prender ahora el
sentido del pasaje antes citado del joven M arx. El dinero cum ple u n a fun
ción sem ejante a la de Cristo, al tender u n lazo entre los hombres y Dios,
entre Dios y los hom bres y entre los hombres mismos. Cristo es, en todos
estos casos, el m ediador: a] entre los hombres y su esencia h u m ana ena
jenada en Dios; b] entre Dios, como esencia en ajenada del hombre, y los
individuos; c] entre los individuos y su esencia genérica en cuanto que él,
como individuo, la realiza.
De igual m anera, si tenemos por u n lado a la sociedad como género que
se fun d a en la diferenciación real de las propiedades privadas, el dinero
cumple tam bién u n a función m ediadora análoga a la de C risto: a] entre
u n a y o tra propiedad priv ad a; b] entre la sociedad (enajenada) y la pro
piedad priv ad a; c] entre la propiedad privada y la sociedad (enajenada)
fundada en ella.
45 L udw ig F eu erb ach , Das W esen des C h risten tu m (hay. ed. e s p .: L a esencia del
cristianism o. E d. C la rid a d , Buenos Aires, 1 9 4 1 ).
46 Cf. en el presente volum en pp. 179-180.
47 L. F eu erb ach , L a esencia del cristianism o.
75
fin alm en te, Cristo, hijo de Dios, es el Padre hecho hom bre; por tanto,
en cuanto es Dios, es tam bién la esencia h u m an a enajenada o el hom bre
enajenado. Dios sólo llega a los hom bres presentándose a ellos como Cris
to ; por tanto, sólo vale cuando representa a C risto; y el hom bre sólo vale
igualm ente cuando representa a Cristo, es decir, como m ediador entre su
esencia h u m an a enajenada y los individuos particulares. De la m ism a m a
nera, el dinero es el gran m ediador entre los individuos particulares (por
sus propiedades privadas) y entre ellos, como propietarios privados, y la so
ciedad enajenada. El dinero une así a los hom bres entre sí y a los individuos
con la sociedad, pero como él mismo es u n m ediador que vincula entre
sí propiedades privadas, o propiedades privadas con la sociedad enajenada,
su función m ediadora y socializadora sólo puede ser enajenante.
A hora bien, ¿por qué tiene que darse u n a situación de om nipotencia del
m ediador sobre el hom bre; de acuerdo con la cual u n a actividad m edia
d o ra esencial del hom bre se trueca en atributo de “u n a entidad exterior al
hom bre y que está sobre él” ? E n rigor, el joven M arx se hace la pregunta
en esta form a escueta y objetiva: “ ¿P or qué tiene la propiedad privada que
avanzar hasta la institución del dinero?” Y responde al canto subrayando
la necesidad de u n proceso que sólo puede desarrollarse socialmente y, ade
más, en las condiciones de la propiedad privada.
Porque el hom bre, como ser social, tiene que avanzar hasta el intercam
bio, y porque el intercam bio — bajo las condiciones de la propiedad pri
vada— tiene que avanzar hasta el v a lo r . . . relación abstracta . . . cuya
existencia como valor es el dinero. [128-129]
M arx establece así que la constitución del valor y la institución del dinero
es el resultado de u n proceso al que conduce necesariam ente el intercam bio
en las condiciones de la propiedad privada. Y a hemos visto en el análisis de
textos anteriores cómo la dinám ica de la p ropia necesidad em puja al inter
cambio. L a diversidad de necesidades y la diversidad de objetos de uso
exigen, p a ra com plem entar las necesidades, el intercam bio de los productos
del trabajo de cada uno. Pero, bajo el régim en de la propiedad privada,
al destacarse el producto del productor, el intercam bio sólo se efectúa entre
propietarios privados; es decir, entre aquellos que poseen con carácter exclu
sivo u n objeto que se ofrece como equivalente, y sin el cual no se puede
76
poseer el objeto del otro. El valor se constituye en el proceso de intercam
bio con abstracción de las necesidades y de la utilidad de los objetos. En
realidad, se tra ta de un intercam bio por m edio de propiedades privadas.
El intercam bio es, pues, la relación constitutiva del valor y éste, por con
siguiente, es inseparable de la propiedad privada. El hom bre como ser so
cial y, a su vez, como ser de necesidades, tiene que avanzar hasta el inter
cam bio y éste, bajo el régim en de la propiedad privada, no puede dejar de
ser constitutivo del valor. Pero este m ovim iento necesario implica, tam bién
necesariam ente, la desvalorización del hom bre como hom bre que ya hemos
tenido ocasión de registrar.
En efecto, el m ovim iento m ediador del hom bre que intercam bia no es
un movimiento hum ano, u n a relación h u m a n a ; es la relación abstracta
de la propiedad p rivada con la propiedad p riv a d a : esta relación abstrac
ta es el valor, cuya existencia como valor es el dinero. El hecho de que
las cosas pierdan su significación de propiedad personal, hum ana, se debe
a que los hombres que intercam bian no se com portan entre sí como
hombres. [128-129]
L a m isma necesidad que lleva al hom bre como ser social al intercam bio,
y de éste al valor, es la que lleva igualm ente del dinero con su existencia
concreta, sensible, palpable (com o m etal precioso), a su existencia abstrac
ta y general que se hace presente en el papel m oneda y en otras representa
ciones del dinero en papel. El joven M arx subraya el carácter necesario
de este desarrollo progresivo del sistema m onetario, así como del sistema
crediticio que tiene su expresión más acabada en el sistema bancario.
El paso, pues, del sistema m onetario, que cree en el valor absoluto de
los metales preciosos, a la form a del dinero como dinero, constituye un
“m om ento necesario en el progreso y desarrollo del sistema” . [131] Los
economistas h an sabido cap tar la esencia del dinero en su abstracción y ge
neralidad, pero con ello — dice M arx— com baten u n a form a de superstición
tosca o sensual, el culto del dinero, pero no la superstición, el culto mismo.
Por otro lado, “la presencia personal del dinero como dinero [. . .] es tanto
más adecuada a la esencia del dinero cuanto m ás abstracta es, cuanto me
nor es su relación natural con las otras m ercancías [. . .] cuanto m ayor es su
carácter de creación hum an a [. ..] ” [130-131]
77
M arx sale tam bién al paso de los que piensan (como los sensimonianos)
que el desarrollo del dinero hasta sus representaciones en papel y hasta el
sistema crediticio y bancario constituye una neutralización de su poder, una
abolición de la enajenación. A su m odo de ver, se tra ta tan sólo de u n a ap a
riencia que “es en realidad u n a aut.oenajenación tanto más extrem a e
infam e cuanto que su elemento no es ya la m ercancía, el m etal o el papel,
sino la existencia moral, la existencia social, el interior mismo del pecho
hum ano; cuanto que, bajo la apariencia de la confianza, es la m áxim a des
confianza, la enajenación total” . [132]
X III. E L C R É D ITO C O M O T R A S M U T A C IO N M U T U A D EL H O M B R E Y E L D IN E R O
78
m ente, los que aparecen en prim er plano en la relación crediticia y tam bién
los que registra ante todo la economía. E n las dos relaciones crediticias
—una, cuando “u n a persona rica concede u n crédito a una persona pobre” ,
y otra, cuando “la persona favorecida por el crédito posee tam bién for
tu n a”— . el dinero suplanta al hombre.
El hom bre “bueno” es, pues, el hom bre bueno económicamente, con
vertido en dinero, pero esta g aran tía de “bondad” cuenta tam bién con las
garantías coercitivas. E n la segunda de las dos relaciones crediticias antes
citadas, “el crédito se vuelve simplemente u n intermediario agilizador. del
intercam bio, es decir, es el dinero mismo, elevado a una form a com pleta
m ente idear’. [133] E n el crédito lo bueno como categoría m oral se vuelve
u n a categoría económica (“bueno” es bueno p ara p a g a r), y por tanto el
juicio m oral es un juicio económico. El joven M arx expresa esto con una
sentencia incom parablem ente bella y verdadera:
79
El hom bre mismo, su existencia personal, su carne y su sangre, su virtud
y valor sociales son “la m oneda en que el crédito calcula sus valores” .
Bajo la “apariencia del m áxim o reconocim iento económico del hom bre”,
el sistema crediticio oculta su carácter enajenado, que estriba precisamente
en la doble trasm utación del hom bre en dinero y del dinero en hombre.
U n a vez más, la apariencia oculta aquí la realidad enajenada que M arx
descubre en esa doble trasm utación. Esta enajenación se d a en unas rela
ciones hum anas concretas, las del sistema crediticio que form a parte, a su
vez, de un sistema social más amplio. A unque M arx no haya descubierto
todavía el mecanismo esencial de ese sistema (descubrim iento al que lle
g ará en form a cabal en E l C apital) , es evidente que el carácter enajenado
del sistema crediticio se le presenta con u n a form a histórico-concreta. Por
otro lado, su concepción del sistema crediticio como trasm utación de lo
económico y lo m oral, si bien acusa la huella de su enfoque filosófico de la
economía, no puede ser reducido a u n a crítica m oralizante del sistema. Y
ello aunque el joven M arx se deje llevar en este terreno por expresiones que
podrían confundirnos si les diéramos un alcance m ayor del que propia
m ente tienen, como cuando habla de la “abyección que im plica la valora
ción de un hom bre en dinero”, de “la m entira del reconocimiento m oral:
la abyección inm oral de esta m oralidad” , etc.
El joven M arx p arte de u n hecho com únm ente adm itido y de un reco
nocim iento reconocido por todos: el reconocim iento económico del hombre.
Pero no se queda en esa visión del crédito, ya que ello significaría quedarse
en el nivel de la apariencia. L a realidad es que ese reconocimiento trastrueca
el reconocim iento del valor del hom bre como tal e incluso el de su m o
ralidad. Y eso es justam ente lo que pone al descubierto al subrayar la
trasm utación m u tu a del hom bre y el dinero, al hacer del hom bre “bueno”
el hom bre bueno económ icam ente y, por últim o, al convertir el juicio eco
nómico en u n juicio moral. Y la raíz de ese trastocam iento de planos
está — como se h a señalado anteriorm ente— en el intercam bio y, en defi
nitiva, en la propiedad privada, bajo cuyas condiciones tiene que avanzar
hasta el valor con el consiguiente desarrollo del dinero que culm ina en el
sistema crediticio.
Al situar la institución del crédito en este desarrollo histórico necesario,
ya no se pisa u n terreno puram ente m oral. Incluso al afirm ar el joven
80
M arx que “el reconocimiento moral de un hombre adquiere la form a del
crédito, se revela el secreto que está en la m entira del reconocimiento m o
ral: la abyección de esta m oralidad . . ” , [136] no se tra ta de una simple
condena m oral. M arx señala objetivam ente toda la inm oralidad que esconde
y fom enta el crédito ya sea p a ra que el hom bre pueda alcanzarlo ( “tiene
que convertirse en m oneda falsa, que engañar y sobornar” ) como para con
cedérselo (“la desconfianza como base de esta confianza económica” ), la
hipocresía, el egoísmo, etc. L a relación crediticia se vuelve así “un objeto
de comercio, de engaño y abuso m utuos” . Lo que el joven M arx nos ofrece
aquí no es sim plem ente u n a expresión de indignación m oralizante, sino el
cuadro objetivo que enm arca esa inm oralidad. Y no podría ser de otro
modo después de haber visto en él u n a relación social, hum ana, que form a
parte de un sistema al que llega el intercam bio, tras de u n desarrollo nece
sario y objetivo, en las condiciones de la propiedad privada
X IV . SO B R E E L T R A B A JO E N A JE N A D O
81
enajenado proporciona la explicación de esas contradicciones. El trabajo ena
jenado aparece como fundam ento últim o de todas las relaciones sociales.
El trabajo enajenado, por tan to :
a ] perm ite explicar las contradicciones reales reconocidas por la econo
m ía política;
b] perm ite deducir y, por consiguiente, explicar, las restantes categorías
económicas.
L a economía política h a pretendido ver en el trabajo enajenado una
categoría simplemente económ ica dejando a un lado su relación con el
hom bre (como trab ajo enajenado que niega su esencia) ; por otro lado, no
ve que este trabajo es sólo u n a form a concreta, histórica, del trabajo hum a
no. De este modo, la economía política no sólo deja de explicar la con
tradicción real entre el hecho de la miseria m aterial y espiritual del obrero
y el trabajo como fuente de riqueza, sino que al aceptarla como algo n a
tural tiende a justificar las relaciones sociales vigentes. L a teoría del trab a
jo enajenado se presenta como la explicación de la antinom ia no resuelta
por la economía y, al mismo tiempo, como el fundam ento de la crítica de
ella como “ciencia del enriquecim iento” (es decir, como ideología burguesa
que acepta y justifica el orden vigente). Pero el trabajo enajenado no es
una clave económica sino filosófica; es la explicación de u n a realidad
económica a p a rtir de u n a concepción del hom bre. Ciertam ente, no se tra
ta de u n a concepción puram ente especulativa, antropológica, puesto que la
negación de la esencia hum an a que registramos en el trabajo enajenado
surge en la historia, cuando se dan determ inadas condiciones, y puede can
celarse en condiciones que se desarrollan tam bién históricam ente. Pese a
su carácter contradictorio, en el joven M arx coexisten u n a concepción an
tropológica del trabajo enajenado y u n a concepción histórica.48 D e igual
m anera coexisten tam bién dos ideas opuestas del trabajo enajenado: una
que hace de él el fundam ento mismo de las relaciones sociales, incluyendo
la propiedad privada, y o tra que ve, asimismo, el trabajo enajenado fun
dado o determ inado por ciertas condiciones sociales (excedente de produc
ción, división del trabajo, propiedad privada, etc.). Pero lo que dom ina
en esta coexistencia contradictoria es, en u n caso, u n a concepción filosófica
82
de la esencia hum an a (de la cual el trabajo enajenado sería la negación),
y, en el otro, la concepción del trabajo enajenado como fundam ento de
las relaciones sociales.
Las notas de los Cuadernos, redactadas al parecer después del prim ero
de los M anuscritos, no m odifican este horizonte filosófico dom inante. Sin
em bargo, hay matices que conviene subrayar. Volvamos por ello a los Cua
dernos en la p arte en que se ocupan directam ente del trabajo enajenado.
Dos cuestiones de im portancia desigual h ab rán de interesarnos: en prim er
lugar, el contenido mismo de esta categoría; en segundo, su relación con
otras categorías (intercam bio, propiedad privada, división del trabajo, etc.).
Por lo que toca a la prim era cuestión, en los Cuadernos el trabajo ena
jenado se caracteriza, desde el prim er m om ento, “como trabajo dirigido
inm ediatam ente al lucro". Los rasgos con que se especifica, a su vez, la
naturaleza de este trabajo lucrativo concuerdan con las determinaciones del
trabajo enajenado en los M anuscritos (como enajenación del obrero res
pecto a : 1] su producto; 2] su actividad; 3] los otros hombres, y 4] su
propio género o esencia). Sin embargo, su form ulación es m ucho más es
quem ática y pobre en estas notas.
Esta determ inación del trabajo enajenado — dice el joven M arx en ellas__
alcanza su culm inación: 1] cuando tan to el trabajo lucrativo como su
producto no se encuentran en relación inm ediata con las facultades y
las necesidades del trabajad o r, sino que son determ inados por com bina
ciones sociales ajenas a él; 2] cuando el com prador del producto no pro
duce él mismo, sino que intercam bia lo producido por otros. [143]
L a enajenación aparece así como separación del trab ajad o r (de sus fa
cultades y necesidades) respecto de su producto y de su actividad, y se
presenta asimismo cuando el com prador no se encuentra en relación direc
ta con el acto de producir y hace su aparición en el intercam bio de un
producto por otro. Esta relación de exterioridad se subraya tam bién en el
siguiente pasaje: “El producto es producido como valor, como valor de
cambio, como equivalente, y ya no a causa de su relación personal inm ediata
con el productor.” [143] Estas ideas h a n sido desarrolladas en el prim ero de
los Manuscritos. T am bién h an sido desarrolladas en los M anuscritos las ideas
que encontramos mas adelante en los Cuadernos al afirm arse “el carácter
8a
'enajenado y casual del trab ajo ” con respecto al sujeto que trab aja y su
objeto. Igualm ente no es nueva la idea de que las necesidades sociales que
determ inan al obrero le son ajenas, si bien los Cuadernos subrayan el p a
pel que desem peña la propia necesidad egoísta (que ya hemos tenido oca
sión de ver actu ar en el intercam bio) en su sometimiento a la imposición
social por lo que toca a su trab ajo :
,'84
o, al menos, no aparece explícitam ente subrayado. Su relación e incluso su
dependencia respecto de otras relaciones sociales se nos im pone aquí con
fuerza. T an to la aparición como el desarrollo del trabajo enajenado es
puesto en relación con el desenvolvimiento histórico del intercam bio y de
la división del trabajo.
En la p arte de las notas consagradas al intercam bio en que el joven
M arx se refiere al trabajo enajenado, la relación de intercam bio es consi
d erada como el supuesto del trabajo enajenado. “U n a vez presupuesta la
relación de intercam bio el trabajo aparece como trabajo dirigido inm edia
tam ente al lucro." [143] T odo el análisis anterior del intercam bio ■—cuyo
hilo fundam ental hemos expuesto anteriorm ente—■ viene a confirm ar lógi
camente esta relación. El intercam bio a que se refiere el pasaje anterior no
es el simple intercam bio de productos m ediante el cual los productores
com plem entan la satisfacción de sus necesidades, sino — como ya hemos
tenido ocasión de ver— es el intercam bio en las condiciones de la propie
dad privada, el intercam bio de posesiones que llevan en sí la m arca de la
separación entre el productor y la propiedad sobre su producto. Todo tra- ■
bajo en las condiciones de u n intercam bio sem ejante no puede tener otro
carácter que el de trabajo lucrativo o enajenado, y la circulación en este
sistema se efectúa forzosamente con los productos de ese trabajo, que son
tam bién necesariam ente propiedades privadas. E n este sentido, el trabajo
enajenado presupone el intercam bio de propiedades privadas. El trabajo en a
jenado presupone, en realidad, la propiedad privada. Lo cual equivale a de
cir que, dado el sistema de la propiedad privada, el intercam bio sólo puede
ser de productos del trabajo enajenado, y que, por consiguiente, el trabajo
en esas condiciones sólo puede ser trabajo p ara producir valores de cambio.
En los Cuadernos se bosqueja así u n a teoría del origen de la enajenación
que no es tan explícita en los M anuscritos, y que, en cierto modo, ya h a
bíamos encontrado al m ostrar cómo, a juicio del joven M arx, aparece y
se desarrolla el intercam bio a p artir de la dialéctica del hom bre como ser
social y ser de necesidades. Antes de la instauración del sistema de inter
cambio, cada uno trab aja p a ra sí y el trabajo es u na m anifestación directa
de la naturaleza; en los productos de su trabajo se exterioriza su persona
lidad. Pero u n a vez que la producción excede a las necesidades inm edia
tas, se crean las condiciones p a ra que se intercam bien productos no en
85
tanto que objetos que com plem entan las necesidades m utuas de los agentes
del intercam bio, sino en cuanto equivalentes que se m iden exclusivamente
por su valor de cam bio; es decir, como objetos cuya propiedad puede ser
transferida. L a propiedad privada es, pues, el fundam ento del intercam bio
y, por tanto, de la transform ación de los productos del trabajo en m ercan
cías. U n a vez instaurado este sistema de intercam bio el trabajo sólo puede
ser trabajo p a ra la producción de mercancías, de valores de cambio y, por
tanto, sólo puede tener las determ inaciones que el joven M arx h a señalado
como propias del trabajo enajenado o lucrativo. Con el intercam bio así
entendido, es decir, puesto en conexión necesaria con la propiedad privada,
se altera radicalm ente la naturaleza misma del trabajo. Pero esta altera
ción pasa tam bién por u n proceso. C ada vez se aleja más de la finalidad
originaria, anterior al intercam bio. V a dejando de ser una actividad con
la que el trab ajad o r se encuentra en una relación personal y necesaria y
“se vuelve en parte fuente de lucro”; el producto es producido entonces “co
mo valor, como valor de cambio, como equivalente, y ya no a causa de su
relación personal inm ediata con el productor” . [143] El proceso culm ina
cuando este segundo aspecto se vuelve exclusivo; o sea, cuando todo lo que
produce el trab ajad o r se destina al m ercado. Entonces
86
posible, en u n a m áquina p a ra tal o cual efecto, en un aborto espiritual y
físico” . [145]
L a división del trab ajo refuerza aún más la enajenación tanto en la es
fera del trabajo como en la del intercam bio. Al agudizarse dicha división
con el proceso de civilización, todo producto se produce como un equiva
lente que es por com pleto indiferente p a ra el productor.
Vemos, pues, todo u n proceso de transform ación de la naturaleza del
trabajo hasta llegar al trabajo enajenado que está vinculado estrecham ente
al proceso histórico de intercam bio y de división del trabajo, aunque el jo
ven M arx presente esta vinculación de u n modo esquemático. Vemos asi
mismo que si bien ese cambio en la naturaleza del trabajo es concebido en
relación con la esencia hum ana, por otro lado se presenta como un pro
ceso real, histórico, que, además, no se d a de u n modo casual o arbitrario
sino en función del propio desarrollo objetivo de la producción, del inter
cambio y la división del trabajo. A hora bien, esta vinculación necesaria
se encuentra en u n a realidad histórica y transitoria (la del régimen de la
propiedad p riv a d a ). Y esto es justam ente lo que no acierta a ver la econo
m ía política. Pero M arx pone u n a vez más el dedo en la llaga: “Como se
com prenderá, la economía política sólo puede concebir todo este proceso
como un facturn, como el engendro de u n a imposición casual.” [146]
X V. S I L O S H O M B R E S P R O D U JE R A N E N TA N TO Q U E H O M B R ES . . .
T ras de haber expuesto lo que es el trab ajo como fuente de lucro, así como
las relaciones entre los hom bres cuando éstas tom an la form a del inter
cambio, el joven M arx bosqueja el cuadro de lo que sería el trabajo, la co
m unidad y las relaciones hum anas si los hombres produjeran en tanto que
hombres. E n rigor se tra ta del tipo de com unidad o sociedad que llam a
comunismo en los M anuscritos de 1844.
L a caracterización de la sociedad futura, particularm ente del trabajo y de
las relaciones hum anas en ella, es menos abstracta en los Cuadernos que la
que encontram os en los M anuscritos (T ercer M anuscrito, “ Propiedad priva
d a y com unism o” ). Aquí dicha caracterización se hace ante todo en térm i
nos filosóficos “como superación positiva de la propiedad privada, de la
autoenajenación hum an a y, por tanto, como real apropiación de la esencia
hum ana por y p a ra el hom bre” ; se caracteriza asimismo al comunismo
87
como verdadera solución del conflicto entre el hom bre y la naturaleza
y del hom bre contra el hom bre, la v erdadera solución de la pugna en
tre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la afirm ación de sí
mismo.
E n los Cuadernos de París la atención se centra en lo que sería la verda
dera producción, -negada en el trabajo enajenado. Es comprensible, por
tanto, que al trazar el perfil de la producción hum ana ésta sea puesta en
relación, p a ra superarlo, con el trab ajo enajenado. Es indudable que al
suponerse lo que sería producir hum anam ente, aparecen superadas preci
samente las formas de enajenación que en los M anuscritos se describen
como propias del trabajo enajenado,49 aunque en las presentes notas no se
haga referencia directa a ellas.
L a enajenación del obrero en su producto consiste, de acuerdo con los
Manuscritos, en que el producto no sólo se le presenta como un producto
suyo, sino como un producto que se vuelve contra su creador como “una
potencia extrañ a y hostil” . Al crear su producto, el obrero crea un poder
del objeto sobre él y, en consecuencia, no se siente afirm ado con su objeti
vación. A hora bien, según los Cuadernos, esta form a de enajenación se su
pera al producir cada uno de nosotros hum anam ente:
89
tancia de ese desplazamiento pues el simple hecho de situarse en este
terreno significa destacar el papel de la producción en las relaciones h u
m anas, y ponerse en u n camino que h ab rá de llevar al concepto clave de
relaciones sociales que los hombres contraen en el proceso de producción
(o sea, el de relaciones de producción). Pero, aun puesto sobre esta
base m aterial, ese diálogo corresponde más bien a una relación entre tra
bajadores individuales que intercam bian los productos de su trabajo indi
vidual, como sucede en el trabajo artesanal, y no a la relación que los
individuos pueden establecer a través de la tram a com pleja de la produc
ción industrial m oderna. E n ella, son muchos los individuos que intervie
nen en la producción de u n objeto, con lo cual se hace difícil que el
obrero pueda establecer u n a relación personal con el producto, y por tanto
que su objetividad pueda reducirse a su exteriorización como sujeto indi
vidual; por otro lado, se hace difícil que el producto pueda servir para el
reconocimiento m utuo del productor y del consum idor en cuanto hombres
ya que no sólo no es producto de u n trabajo individual sino que, en muchas
ocasiones, no se destina a ser consumido individualm ente, sino a ser in
tegrado en otro producto del trab ajo continuando así el proceso de pro
ducción antes de desembocar en el producto final. Sin embargo, esto no
significa la imposibilidad de establecer relaciones verdaderam ente h u m a
nas cuando la producción, tras de haber dejado atrás su carácter artesanal,
tiene la com plejidad del proceso productivo de la industria m oderna. Pero
esas relaciones sólo podrán establecerse cuando los hombres dejen de estar
dom inados por sus productos y éstos sean la objetivación de su actividad;
entonces los hombres no serán simplemente los individuos objetivados
en sus productos y que como tales lo exteriorizarían, sino los hombres,
como individuos determ inados por la sociedad, que recuperarán el control
sobre los productos de su trabajo. A hora bien, por el propio carácter social
de su actividad y su producto, ese control ten drá que ser un control so
cial. T a l será la conclusión a que llega M arx en su m adurez como solución
a la contradicción entre los productos hum anos, sociales, y las formas en
que estos productos se presentan a los hombres.
Pero por ahora, en las presentes notas de lectura, el cuadro que bosqueja
el joven M arx de lo que sería u n a producción verdaderam ente hum ana
tom a en cuenta sobre todo el trabajo individual de los productores que inter
90
cam bian sus productos, entablando de hecho un diálogo entre un yo y un
tú, El problem a que se p lan teará más tarde, desde L a ideología alemana
y cuya solución fu n d ará científicam ente en E l Capital, será el estableci
miento de relaciones verdaderam ente hum anas (relaciones socialistas de
producción) sin renunciar al desarrollo de las fuerzas productivas m oder
nas —y, por el contrario, p a ra im pulsarlas aún más— ; es decir, relaciones
hum anas en las condiciones de la producción industrial m oderna en la
que el trabajo y sus productos h an perdido ese carácter personal que co
rrespondía a la fase artesanal. A hora bien, lo que está claro para el joven
M arx — pese a las limitaciones anteriores—■es que el cambio radical en la
naturaleza del trabajo y en las relaciones hum anas es inseparable de lo
que a lo largo de sus lecturas de los economistas se le h a presentado como
el fundam ento de la separación entre el hom bre y sus productos, y entre
los productores entre sí. a saber: la propiedad privada.
Y a hemos tenido ocasión de ver que el intercam bio, como form a enaje
n ad a de la relación social, tiene su raíz en la propiedad privada. El in ter
cambio o comercio es precisam ente la form a que reviste el acto social y
genérico — nos dice el joven M arx— , la com unidad h u m an a o la comple-
m entación de las necesidades de los hombres en las condiciones de la pro
piedad privada. Las relaciones entre los hombres se hallan determ inadas
por el intercam bio de los productos del trabajo hum ano que los agentes del
cam bio ofrecen respectivam ente no como productores sino como propieta
rios privados de ellos, y no en tanto que hombres. Pero el joven M arx ha
adm itido igualm ente o tra form a de com unidad, de relación entre los hom
bres en la que no hay intercam bio propiam ente dicho, ya que cada uno
trab aja p ara satisfacer sus necesidades inm ediatas, o en la que, al exceder
la producción a estas necesidades, los agentes del cambio en tanto que pro
ductores y propietarios intercam bian los productos de su trabajo p ara com
plem entar sus necesidades. En esta form a de relación social hum ana, la
producción tiende a la producción de valores de uso, no de objetos que se
definen ante todo por su valor de cambio. No hay propiam ente enajena
ción en el trabajo ni en las relaciones entre los hombres. El intercam bio no
se h a transform ado aún en intercam bio comercial bajo el dinamismo de la
necesidad y del efecto de la propiedad privada.
Pero en las presentes notas de los Cuadernos, el joven M arx bosqueja
91
una tercera form a de com unidad o de relación social entre los hombres en
que la abolición de la propiedad privada trae como consecuencia la can
celación de la enajenación tanto en el trabajo como en las relaciones que
los hombres — no ya como propietarios privados sino como trabajadores—
contraen entre sí. Esta nueva form a de relación social o com unidad se pre
senta como u n estado supuesto o hipótesis (lo que sería producir como
hom bres) que es negado en el estado real de cosas existentes (en que la
enajenación im pregna por todos sus poros el trabajo hum ano y las relacio
nes entre los hom bres). O tam bién: la superación de la enajenación, p a r
ticularm ente en el trabajo, aparece como u n a afirm ación condicional (si
se p rodujera como hombres) de lo que es negado efectivamente en el tipo
de com unidad en que la relación social tom a la form a del intercam bio co
mercial. Veamos cómo se presenta esta contraposición entre el estado su
puesto y el estado real.
92
im pone con fuerza. Pero, si en esta obra juvenil de M arx se alternan, como
hemos subrayado, los aspectos antropológicos e históricos en el tratam iento
de la enajenación (aspectos que con este aire bifronte encontram os ta m
bién en los Cuadernos) , el m odo como se presenta aquí — en el estado
supuesto— la superación de la enajenación tiene que ver más con los p ri
meros que con los segundos. Y es que estamos realm ente ante u n a suposi
ción —-como dice el propio M arx— que representa cabalm ente la negación
del estado de cosas presente. Pero, cabe preguntarse, ¿cual seria el fu nda
mento real, objetivo de esta negación?; ¿cómo y por qué la producción
hu m ana h a de suceder a la producción in h u m an a?; ¿cómo y por qué el
trabajo enajenado h a de d ejar paso a u n a form a de actividad productiva
en la que el hom bre se encuentre en u n a verdadera relación h u m ana con
sus productos, con su trabajo, con su género o esencia y con los otros?
E n pocas palabras: ¿cóm o y por qué se h a de pasar de la segunda form a
de com unidad o de relación entre los hombres, en la que la propiedad p ri
v ada altera radicalm ente el sentido del intercam bio y la naturaleza del
trabajo, a esta tercera form a de com unidad en la que los hombres al pro
ducir hum anam ente se relacionan, al fin, como hombres?
Hemos visto anteriorm ente, aunque en la form a esquemática, poco ela
borada, que corresponde a su prim er contacto con la economía, que cuando
el joven M arx describe el desarrollo del dinero y, por tanto, de la enaje
nación que entraña, busca situarlo en u n terreno histórico, objetivo, en
relación con el desarrollo del intercam bio en las condiciones de la propie
d ad privada. El crédito sería la culm inación de este proceso de dominio de
las cosas sobre el hom bre. Pero se trataría, en definitiva, de un proceso
real im puesto por el m ovim iento mismo de la propiedad privada. Ahora
bien, la necesidad de superación de la enajenación al producir los hom
bres hum anam ente no aparece fu n d ad a histórica y objetivam ente. O , di
cho en otros términos, no se funda la necesidad del paso de la segunda
form a de com unidad (o form a enajenada de la relación social) a esta
nueva y verdadera com unidad que el joven M arx supone que h a de darse
al producir el hom bre como hombre.
Ciertam ente, la fundam entación científica de la nueva sociedad será
u n a tarea cardinal p a ra M arx a la que sólo d a rá cim a con El Capital al
descubrir la ley que preside la estructura y el movimiento de la sociedad
93
capitalista. Y por tener este fundam ento, el socialismo ciencífico se distin
guirá radicalm ente de todos los buenos deseos y sueños de los socialistas
utópicos. Por ello, no puede extrañarnos que el joven M arx que, en estos
Cuadernos de Parts, esta lejos au n del descubrim iento de ese fundam ento
histórico-objetivo, exponga la nueva form a de producción hum ana y las
nuevas relaciones que los hombres contraen en ella bajo la form a de u n a
suposición no fu n d ad a histórica y objetivam ente. En los M anuscritos de
1844. donde el joven M arx descubre que el hom bre produce y se produce
a sí mismo en la historia, el comunismo como “abolición positiva de la
propiedad p riv ad a” con que el hom bre, poniendo fin a su prehistoria, se
apropia de su verdadera naturaleza y del m undo, es la “form a necesaria
del futuro próxim o” . Y a no es, por tanto, u n ideal m oral a realizar, sino
una etapa necesaria de la historia a la que conduce necesariam ente el m o
vim iento mismo de la propiedad privada. Pero en los Cuadernos donde la
fundam entación y la necesidad del paso no existe ni siquiera en el estado
germ inal con que la encontram os en los M anuscritos, el joven M arx tiene
que rendir todavía un alto tributo a la utopía y sacarse el futuro de una
negación del presente. Pero se tra ta , ante todo, de una negación lógica,
en el pensamiento, au p ad a todavía por la im aginación, y no de la nega
ción fu n d ad a en la realidad que sólo puede hacerse efectiva m ediante la
acción de la clase social revolucionaria — el proletariado— surgida del
m ovimiento mismo de la realidad social.
X V I. B A L A N C E D EL P R IM E R E N C U E N T R O DE M A R X C O N LA E C O N O M ÍA
94
lecturas u n a concepción del hom bre, de la sociedad, de la revolución e in
cluso del proletariado en el que la filosofía “encuentra [. . .] sus arm as m a
teriales” ,51 ¿qué es lo que ap o rta la en trad a en este nuevo terreno?; ¿se
tra ta sólo de confirm ar o enriquecer p o r vía económica lo ya alcanzado
filosóficamente? O, más bien, al descubrir este nuevo continente (el del
m undo de la producción y de las relaciones económ icas), aunque todavía
visto con ojos filosóficos, ¿no se tra ta acaso de un descubrim iento que,
pasado el deslum bram iento inicial, acaba por transform ar radicalm ente su
concepción del hom bre, de la sociedad, de la revolución y del proletariado?
Este prim er encuentro con la economía lo es tam bién con la teoría eco
nóm ica (especialm ente con la econom ía burguesa clásica) y tom a la form a
de u n a crítica de la economía política. Pero ¿qué es, en definitiva, lo que
el joven M arx critica en la economía política y qué sentido tiene esta crí
tica? C ritica, en prim er lugar, el presentar u n a form a concreta, histórica,
de la producción, del trabajo hum ano y de la relación social entre los
hombres como la form a universal e intem poral que corresponde a la n a
turaleza hum ana. El sistema de producción e intercam bio que los econo
mistas clásicos m uestran como válido p a ra todos los tiempos es sólo para
el joven M arx un sistema que se inserta en el proceso histórico de produc
ción e intercam bio. Al no presentarlo así y no cuestionar su fundam ento
último (la propiedad p riv a d a ), la economía política es la ciencia que jus
tifica y sanciona el sistema de producción e intercam bio vigente, y dentro
de él el trabajo enajenado; es la “ciencia del enriquecim iento”, expresión
enguelsiana que M arx hace suya.
T al es el objeto y sentido de la crítica de la economía política. Ahora
bien, ¿cóm o el joven M arx — tan ayuno de conocimientos en este terreno—
h a llegado a ella? No desde la econom ía misma, sino trascendiendo en
cierto m odo sus límites. Y a hemos visto a lo largo de nuestro análisis de
las notas de lectura que M arx reconoce — frente a los pudibundos econo
mistas que tra ta n de barnizar la realidad— lo que hay de verdad (de “ver
dad económica” ) en las leyes y categorías de la economía clásica, si bien
rechaza su pretensión de universalidad. Lo que critica el joven M arx es
que la economía no va al fondo últim o de las cosas, y no va porque, en
95
últim a instancia, es la ciencia del m undo en que la desvalorización de
las cosas lleva im plícita la desvalorización de los hom bres; sus leyes son las
leyes que rigen ese m undo enajenado, en el que la relación entre el hom
bre y las cosas (productos del trabajo, dinero, etc.) se invierte radical
m ente. Pero ¿desde qué perspectiva lleva a cabo el joven M arx su críti
ca? El análisis que hemos llevado a cabo de las notas de lectura nos h a
perm itido llegar a esta conclusión: desde u n a perspectiva filosófica, desde
una filosofía del hom bre y del trabajo, de acuerdo con la cual la produc
ción, el intercam bio y el trabajo que form an p arte de un sistema real, que
la economía política presenta como válido p a ra todos los tiempos, consti
tuyen u n a form a histórica de intercam bio y trabajo que no responde a la
esencia hum ana. Tenem os así en el pensam iento del joven M arx la misma
realidad que la economía política despliega ante nosotros, pero puesta en
esta doble relación: a] con la esencia hum ana y b] con la historia. Se trata,
en efecto, de u n a realidad concreta que no corresponde a la esencia h u
m ana, pero que, a la vez, como realidad particular, histórica, se inserta
en u n proceso histórico. Esta doble relación d a al enfoque de esa realidad
económ ica el doble carácter antropológico e histórico que hemos señalado
oportunam ente. El aspecto histórico, apenas balbuciente en los Cuadernos
y más visible en los M anuscritos, es el que h a b rá de revelar u n a fecundidad
cad a vez m ayor (desde L a ideología alem ana) en la trayectoria ulterior
de su pensam iento. Pero, por lo pronto, su crítica de la economía política
es — y no podía ser de otro modo— u n a crítica fundam entalm ente filo
sófica.
Hemos visto tam bién a lo largo de nuestro estudio que, a la hora de
enfrentarse al legado de la economía clásica, el joven M arx hace suyas m u
chas de las categorías de la economía política y que, por el contrario, re
chaza lo que hab ría de considerar más tarde como su aportación más
im portante: la teoría del valor por el trabajo. Pero esta ceguera teórica
del joven M arx puede explicarse — como hemos intentado hacerlo— por
que en la form a que reviste dicha teoría con los economistas lejos de explicar
la desvalorización del hom bre cuando el trab ajo es la fuente de toda ri
queza, hace de esa desvalorización un hecho natu ral e inevitable para
que el sistema de producción e intercam bio m oderno (el único que los
economistas conciben) funcione norm alm ente. En pocas palabras, la teoría
96
del valor por el trabajo es, a los ojos del joven M arx, una teoría que le
jos de d a r cuenta de la explotación viene a justificarla y sancionarla,
¿Cóm o podía aceptarla quien se acercaba a la realidad económica justa
m ente p a ra fundam entar y enriquecer su teoría de la revolución? D e ahí
su repudio de la teoría del valor por el trabajo y la elaboración, particu
larm ente en los Manuscritos, de u n a teoría filosófica para explicar hechos
económicos — como el de la desvalorización espiritual y física del obrero—
que esa teoría económica no explica.
A hora bien, la teoría científica, objetiva, de la explotación de la clase
obrera sólo la encontrará M arx cuando partiendo precisam ente de la teo
ría clásica del valor y desarrollándola consecuentem ente llegue al descu
brim iento del secreto de esa explotación: la plusvalía. Pero entre los Cua
dernos y los M anuscritos, prim eros esbozos de la crítica de la economía
política y El Capital (cim a de esa crítica) no hay un cam ino real, sin a ta
jos, sino u n cam ino escarpado, complejo y contradictorio. Y éste es el ca
mino que, pese a todo, em pieza a recorrer el joven M arx en sus notas de
lectura de 1844, aunque cam ine a tientas, abriéndose paso a través de una
niebla antropológica feuerbachiana hacia la economía que todavía le es
conde — y le esconderá por algún tiempo— sus secretos. Pero lo im portante
es que el joven M arx ha puesto ya el pie en el terreno de la econom ía; es
decir, en el m undo de la producción y de las relaciones que los hombres
contraen en ella. Lo im portante es que el joven M arx responde con este
prim er encuentro con la econom ía tan to a la exigencia de com prender la
realidad social como a la exigencia que inspira siempre toda su teoría:
la de transform ar práctica y radicalm ente dicha realidad.
M éxico, D . F ., 1972
97
CARLOS M ARX
CUADERNOS DE PARÍS
[n o t a s d e l e c t u r a d e 1844]
101
la nota de lectura correspondiente, tal pasaje h a sido
incluido en n ota de pie de página.
Las indicaciones que aparecen al m argen del texto de
M arx, como todas las que se encuentran entre corchetes,
provienen del traductor.
N uestra cronología final contribuirá a situar en el
tiem po las presentes notas de lectura dentro del proyec
to global de crítica de la economía política a cuya rea
lización dedicó M arx tantos años de su vida.
El traductor
[1]
103
lor de cam bio descansa en el hecho de que el
equivalente entregado en el comercio no es tal
equivalente. El precio: relación entre costos de
producción y competencia. Sólo lo monopoliza-
ble tiene un precio. La definición ricardiana de
la renta de la tierra es errónea porque presu
pone que una reducción de la demanda reper
cute instantáneamente en el arrendamiento de
la tierra, y pone inmediatamente fuera de ser
vicio a una cantidad equivalente del suelo tra
bajado en peores condiciones. Esto es erróneo.
Esta definición deja de lado la competencia,
que, según Smith, . . . la fertilidad. El arrenda
miento de la tierra es la relación entre la ferti
lidad del suelo y la competencia. El valor del
suelo debe medirse según la capacidad de pro
ducción de áreas iguales en las que se emplea
un trabajo igual.
División entre capital y trabajo. División en
tre capital y ganancia. División de la ganancia
en ganancia e intereses. . . Ganancia: el peso
que el capital pone en la balanza para la deter
minación de los costos de producción; perma
nece inherente al capital, y esto recae sobre el
trabajo. División entre trabajo y salario. Im
portancia del salario. La importancia del tra
bajo en la determinación de los costos de pro
ducción. Separación entre suelo y hombre. Tra
bajo humano dividido en trabajo y capital.
DEL CUADERNO I
[1]
105
cuencias . . . no p u e d e h a b er riquezas sin p ro p ied a d . . . el m a
yor acicate p a ra la adquisición de riquezas y, p o r consiguiente,
p a ra la producción." (p. 471)
“R iq u e za . . . la sum a d e los valores, es decir, la sum a de las
cosas evaluables que uno posee . . . riqueza de u n a nación . . .
la sum a de los valores en posesión d e los p a rticu la res que
com ponen esta n ación y d e los valores que poseen en com ún.
L a riqueza . . . relativ a al valor de las cosas que se necesitan,
co m p arad o con el v alo r de las que se p u e d en ofrecer en
c a m b i o . . . ” (p p . 478-480)
DEL CUADERNO II
[2 ]
107
DEL CUADERNO IV
[3J
108
[4]
109
[5]
[6]
110
la acumulación presupone ya la privación prin
cipal, la propiedad, que es lo que debe explicar.
Privación, porque la producción estuvo del lado
del obrero y el ahorro del lado del capitalista,
“porque con la complejidad de la producción
aumenta también el valor de cambio de los pro
ductos, de manera que el propietario gana do
blemente : primero, porque obtiene una porción
mayor y, luego, porque es pagado en productos
de un valor más considerable” (p. 93) [Ri
cardo].
[7]
Costos de En general, es interesante:
producción y
El precio natural está constituido, según
competencia
Smith, por el salario, la renta y la ganancia. La
renta no forma parte de los costos de produc
ción necesarios, aunque la tierra es necesaria
para la producción. Tampoco la ganancia for
ma parte de los costos de producción. La nece
sidad de la tierra y el capital para la producción
sólo debe ser incluida en el cálculo de los costos
en la medida en que el mantenimiento del ca
pital y la tierra requiere trabajo, etc. Sus costos
de reproducción. Pero sólo el plus, ese algo por
demás de tales costos, constituye los intereses
y la ganancia, el arrendamiento y la renta de la
tierra. Así, pues, el precio de todas las cosas es
dem asiado caro, como lo explicó ya Proudhon.
Además: el precio natural del salario, la renta
111
y la ganancia dependen por completo de la cos
tumbre o del monopolio —en definitiva, de la
competencia— , y no se determina a partir de
la naturaleza de la tierra, del capital o del tra
bajo. Así, pues, incluso los costos de producción
se hallan determinados por la competencia y no
por la producción.
[8 ]
112
de los costos de producción? Una cuestión que
tiene sentido si se hace abstracción de la propie
dad privada; el precio natural son los costos de
producción. En la comunidad, por ejemplo, pue
de tratarse del siguiente problema: ¿cuál de
estos dos productos se dará mejor en este suelo?
¿Compensarán los resultados el trabajo emplea
do y el capital invertido? Pero, dado que en
economía política sólo se trata ya de precios de
mercado, las cosas ya no son consideradas con
relación a sus costos de producción ni éstos te
niendo en cuenta a los hombres, sino que toda
la producción es considerada en referencia al
tráfico sórdido.[6]
[9]
113
bre a todo trabajo que no tenga por fin único
el procurarse las subsistencias. No habría ya
distinciones en cuanto a las facultades intelec
tuales; el espíritu no se preocuparía más que de
satisfacer las necesidades del cuerpo, hasta que
finalmente todas las clases sean víctimas de una
indigencia universal”, (p. 139)
Mas hay que observar que, al comienzo de
este capítulo, el filantrópico Ricardo define los
medios de subsistencia como el precio natural
del obrero y, por tanto, como el “únicofin” d
su trabajo, ya que trabaja con miras a su sala
rio. tT] ¿Dónde quedan aquí las “facultades inte
lectuales”? Pero también Ricardo sólo quiere,
en realidad, [justificar] las diferencias entre las
diversas clases. Es el habitual círculo vicioso de
la economía política: el fin es la libertad espi
ritual ; por consiguiente, se necesita la servidum
bre embrutecedora para la mayoría. Las nece
sidades materiales no constituyen el único fin;
por tanto, se convierten en el único fin para la
mayoría. O a la inversa: el fin es el matrimon
por ende, prostitución de la mayoría. El fin es
la propiedad; por tanto, carencia de propiedad
para la mayoría.
115
las quiebras, crisis comerciales, etc. que resul
tan de ella, si todo capital encuentra su oportu
nidad de inversión correspondiente, si las posibi
lidades de inversión están siempre en proporción
al número de capitales? Con una sola frase, es
tos señores anularían su principio central, la
competencia, así como el fu n dam ento de este
principio y de toda su sabiduría; fundamento
según el cual es cada individuo (individuo “no
desadinerado”, se entiende) quien mejor sabe
lo que conviene a sus intereses y, en consecuen
cia (un “en consecuencia” de mucho conteni
do), al interés de la sociedad. ¿Cómo es que
estos “sabios” individuos llegan a arruinarse a
sí mismos y a otros, dado que para todo capital
existe un lugar de inversión lucrativo y desocu
pado?
[ 11]
116
sus ganancias no son ganancias para la nación,
sino solamente un desplazamiento de un bolsi
llo a otro. En cambio, si el otro individuo es un
extranjero, “la nación a que pertenece el pri
mero gana lo que la otra nación pierde”. Esto
es claro.
[ 12 ]
[13]
117
1] que la economía política no se preocupa en
absoluto del interés nacional, del hombre, sino
únicamente del ingreso neto, de la ganancia, de
la renta, y que éstos aparecen como el fin últi
mo de la nación; 2] que la vida de un hombre
no tiene en sí ningún valor; 3] que el valor de la
clase obrera se reduce exclusivamente a los cos
tos de producción necesarios y que los obreros
sólo existen para el ingreso neto, es decir, para
la ganancia de los capitalistas y la renta del
terrateniente. Ellos son y deben ser máquinas
de trabajo en las que sólo se gastan los medios
que son indispensables para mantenerlas en fun
cionamiento. Poco importa si el número de estas
máquinas de trabajo es mayor o menor, siempre
que el producto neto permanezca constante. Sis-
mondi dice con razón que, de acuerdo con Ri
cardo, si el rey de Inglaterra pudiera obtener el
mismo ingreso gracias a máquinas distribuidas
por todo el país, podría prescindir del pueblo
inglés.
Pero cuando Say y Sismondi [. . .] combaten
a Ricardo, lo único que hacen es combatir la
119
al obrero.
Las objeciones económicas y políticas que
hace Say son de mal gusto:
Con 7 millones de obreros se alcanzaría un
ahorro mayor que con 5 millones. Una pobla
ción numerosa daría mejor protección, ante po
sibles “Atilas”, que la ofrecida por “los capita
listas especuladores, ocupados en lo oscuro de
sus contadurías en balancear los precios de mer
cado de las principales bolsas de Europa y Amé
rica”. Entre 7 millones de obreros habría una
masa de felicidad mayor que entre 5 millones.
A esto se puede contestar: con 7 millones, el
despilfarro es mayor que con 5. Por lo demás,
ya lo dice Ricardo: el valor del hombre está en
proporción con la magnitud dada de ahorro. La
segunda razón considera a la población como
carne de cañón, como cuerpo de protección al
servicio de los capitalistas especuladores en sus
contadurías. Pero, por otro lado, ¿ acaso una po
blación numerosa no amenaza con volverse peli
grosa para estas cabezas especulativas y querer
participar del ingreso neto? Por último, entre 7
millones de obreros hay más miseria que entre
5 millones.
Say dice finalmente:
“Parecería que el hombre no está en el mun
do para otra cosa que para ahorrar y acumu
lar . . . Producir y consum ir, he aquí lo que es
propio de la vida hum ana, he aquí su objetivo
principal .” (p. 198 n.)
Si éste es el objetivo de la vida, la economía
política se aviene muy mal con él, pues en ella
el consumo y la producción no son la determina
ción del obrero.
¿Qué consecuencia se deriva del hecho de
que la distinción entre ingreso neto e ingreso
bruto no sea una distinción desde el punto de
vista de la nación? La distinción entre capital
y ganancia, entre tierra y renta, entre tu capi
tal y el mío, etc. carece de importancia econó
mico-nacional. ¿Por qué, entonces, tendría la
clase obrera que abstenerse de abolir esta dis
tinción, que no tiene sentido para la comunidad
y que es fatal para ella? Y si el punto de vista
económico-nacional no debe quedar como abs
tracción, entonces, el capitalista, el terrateniente
—así como el obrero—, como miembro de su
nación, tiene que sacar la siguiente conclusión:
no se trata de que yo gane tanto más, sino de
que esta ganancia nos beneficie a todos; dicho
de otro modo, el capitalista tendría que abolir
el punto de vista del interés particular, y si él no
quisiera hacerlo por sí mismo, otros tendrían el
derecho de hacerlo en su lugar.
Interés [Ricardo: “. . .”]
particular de los Varias veces hemos tenido ya ocasión de ad
capitalistas
mirar el cinismo de economista, exento de toda
e interés de la
ilusión humana, propio de Ricardo. En tal sen
nación
tido, es divertida la observación siguiente en
121
contra de Say:
“ ‘Felizmente, dice el señor Say, la tendencia
natural de las cosas no lleva a los capitales pre
ferentemente hacia donde hacen mayores ga
nancias, sino hacia donde sus efectos son más
beneficiosos para la sociedad.’ Lo que el señor
Say no nos dice es cuáles son esas inversiones
que, pese a ser poco beneficiosas para el parti
cular, no lo son igualmente para el estado. Si
los países con capitales limitados pero con tie
rras fértiles de sobra no se dedican anticipada
mente al comercio externo, se debe a que este
comercio es poco ventajoso para el capital pri
vado y, por tanto, también para el estado.”
(p. 199)
A esto, Say responde:
“[. . .] Hay incluso inversiones de capital que,
pese a la ganancia que proporcionan al capita
lista, no aportan ningún ingreso al país. Los
beneficios que se alcanzan en la especulación
con efectos públicos, todo beneficio que un in
dividuo alcanza debido a una pérdida de otro
es provechoso para el particular que gana, sin
serlo para el país.” (Loe. cit.)
A esto debe responderse: [. . .] En todo caso,
la ganancia del país es únicamente la de los
capitalistas y los terratenientes. La observación
de Say se reduce a afirmar que las ganancias de
los capitalistas individuales pueden aumentar,
sin que aumente el total de las ganancias de
122
todos los capitalistas; debido a que el uno gana
lo que el otro pierde. Por tanto, la objeción de
Say no refuta la tesis de Ricardo. Solo de
muestra que hay ramas en las que la ganan
cia de un capitalista excluye la ganancia de
otro. Pero no demuestra que la ganancia de los
capitalistas en general sea distinta de la ganan
cia del país.
¿Qué afirma, en último análisis, la observa
ción de Ricardo?
Sólo una cosa: que la ganancia del país, se
parada de la de los capitalistas, es una ficción,
ya que por “país” entendemos el conjunto de los
capitalistas. En cuanto al capitalista individual,
podría éste afirmar a su vez que el conjunto de
los capitalistas es para él sólo una ficción y que
él es el país, y su propio beneficio el beneficio
del país. Si se admite que los intereses particula
res de los capitalistas son los del país, ¿por qué
no habría de admitirse que el interés particular
de un capitalista individual es idéntico al interés
general de todos los capitalistas? El mismo dere
cho que tiene el interés particular de los capita
listas para presentarse como interés general del
país lo tiene también el interés particular del ca
pitalista individual para presentarse como inte
rés común de todos los capitalistas, como interés
del país. Se trata de una ficción arbitraria de
la economía política; parte de la oposicion en
tre el interés particular y el interés común, y
123
sostienen que, pese a esta oposición, el interés
particular es el interés general.
[14]
124
único factor en la determinación del valor,m
Mili —como en general toda la escuela de Ri
cardo— comete el error de formular la ley abs
tracta, sin mencionar el cambio o la abolición
constante de esta ley, que es precisamente lo
que le permite existir. Por ejemplo, si es una
ley constante que los costos de producción de
terminan el precio (valor) en última instancia
o, más bien, cuando periódicamente, casualmen
te, la oferta y la demanda se equilibran, tam
bién es una ley no menos constante que este equi
librio no se da; es decir, que valor y costos de
producción no se encuentran en una relación
necesaria. En efecto, la oferta y la demanda sólo
se equilibran momentáneamente, en virtud de la
fluctuación precedente de la oferta y la deman
da, en virtud de la divergencia entre costos de
producción y valor de cambio; fluctuación o
divergencia que sucede nuevamente a ese equi
librio momentáneo. De este movimiento real,
del cual la ley no es más que un momento abs
tracto, casual y unilateral, los economistas mo
dernos hacen algo accidental, inesencial. ¿Por
125
qué? Porque si quisieran expresar abstractamen
te ese movimiento, dada la reducción que hacen
de la economía política a fórmulas rigurosas y
exactas, la fórmula fundamental tendría que
decir: en la economía política, la ley está deter
minada por su contrario, por la ausencia de le
yes. La verdadera ley de la economía política es
el azar, de cuyo movimiento nosotros, los hom
bres de ciencia, fijamos arbitrariamente algunos
momentos en forma de leyes.
126
ración humana con ellas, se vuelve la operación
de una entidad exterior al hombre y que está
sobre él. El hombre mismo debería ser el media
dor para los hombres, pero, en lugar de ello, a
causa de este m ediador ajeno, el hombre con
templa su voluntad, su actividad, su relación
con los otros como [si fueran] un poder indepen
diente de él y de los otros. Su esclavitud llega
así al colmo. Puesto que el mediador es el poder
real sobre aquello con lo que me pone en rela
ción, es claro que se convierte en el Dios efec
tivo. Su culto se vuelve un fin en sí. Los objetos
pierden su valor si son separados de este media
dor. Si en un principio parecía que era el me
diador el que tendría valor sólo en la medida
en que representase a los objetos, son éstos aho
ra los que sólo tienen valor en la medida en que
lo r e p r e s e n ta n .^ Esta inversión de la relación
original es necesaria. Por lo tanto, así como la
propiedad privada es la actividad genérica ena
jenada del hombre —la mediación enajenada
entre la producción humana y la producción
humana— , así, a su vez, este m ediador es la
esencia enajenada, que se ha vuelto exterior y
se ha perdido a sí misma, de la propiedad pri
vada. Todos los atributos que en la producción
127
corresponden a la actividad genérica del hom
bre pasan a ser atributos de este mediador. Así,
pues, en la medida en que este mediador se en
riquece, el hombre se empobrece como hombre
(es decir, como hombre separado de este me
diador).
128
lación abstracta es el valor, cuya existencia como
valor es el dinero. El hecho de que las cosas pier
dan su significación de propiedad personal, hu
mana, se debe a que los hombres que intercam
bian no se comportan entre sí como hombres.
La relación social entre propiedad privada y
propiedad privada es ya una relación en la que
la propiedad privada está enajenada de sí mis
ma. Por ello, el dinero, la existencia para sí de
esta relación, es la enajenación de la propiedad
privada, la eliminación de su naturaleza perso
nal, específica.
129
existe en el dinero —y en última instancia en
los metales preciosos— y que, por tanto, el di
nero es el verdadero valor de las cosas y la más
deseable de las cosas. En verdad, las doctrinas
de los propios economistas están ya encaminadas
hacia esta sabiduría; sólo que el economista po
see la capacidad de abstracción suficiente para
reconocer esta existencia del dinero como un
tipo de mercancía y, por tanto, para no creer
en el valor exclusivo de su existencia oficial
como metal precioso. Esta existencia del dine
ro como metal precioso es solamente la expre
sión oficial más evidente del alma del dinero que
anima a todos los elementos de las producciones
y movimientos de la sociedad civil.
La oposición de los economistas modernos al
sistema monetario se reduce al hecho de que han
sabido captar la esencia del dinero en su abs
tracción y generalidad, y se han liberado de la
oscura superstición sensualista que cree en la
presencia exclusiva de esa esencia en los metales
preciosos. En lugar de esta superstición tosca,
los economistas modernos instauran la supersti
ción refinada. Sin embargo, por cuanto ambas
tienen la misma raíz, la forma liberada o ilus
trada de la superstición no logra desalojar por
completo a la forma tosca y sensualista de la
misma: no combate la esencia de esta supersti
ción sino su forma determinada. La presencia
personal del dinero como dinero —y no sólo
como relación interna, en sí, de las mercancías
que dialogan y se comparan entre sí— es tanto
más adecuada a la esencia del dinero cuan
to más abstracta es, cuanto menor es su rela
ción natural con las otras mercancías, cuanto
más evidente es su carácter de producto y no
obstante de no-producto del hombre, cuanto me
nor es el elemento natural que la constituye,
cuanto mayor es su carácter de creación huma
na; dicho en términos de economía política:
cuanto mayor es la proporción inversa entre su
valor como dinero y el valor de cambio o precio
del material en el que existe. Por esta razón, el
papel moneda y los numerosos representantes
en papel del dinero (como letras de cambio, ór
denes de pago, pagarés, etc.) son la forma per
feccionada de presencia del dinero com o dinero,
y constituyen un momento necesario en el pro
greso y desarrollo del sistema monetario.
131
dual de la separación entre el hombre y las
cosas, entre el capital y el trabajo, entre la pro
piedad privada del dinero y el dinero humano:
de la separación entre el hombre y el hombre.
Por ello, su ideal es un sistema bancario orga
nizado. Pero se trata solamente de una aparien
cia: esta abolición de la enajenación, este re
torno del hombre a sí mismo, y por tanto a los
otros hombres, es en realidad una autoenajena-
ción tanto más extrem a e infam e cuanto que su
elemento no es ya la mercancía, el metal o el
papel, sino la existencia moral, la existencia
social, el interior mismo del pecho humano;
cuanto que, bajo la apariencia de la confianza,
es la máxima desconfianza, la enajenación total.
¿En qué consiste la esencia del crédito ? (Hace
mos aquí abstracción del contenido del crédito,
que no es otro que el dinero. Hacemos abstrac
ción, pues, del contenido de esta confianza según
la cual un hombre reconoce a otro por el hecho
de prestarle valores y —en el mejor de los ca
sos, es decir, cuando no cobra por el crédito,
cuando no es usurero— de no tenerlo por un
pillo sino por un hombre “bueno”. Para el que
da su confianza, como para Shylock, hombre
“bueno” es aquel “que paga”.) El crédito es
concebible en dos relaciones y bajo dos condi
ciones distintas. En la primera de estas dos re
laciones, una persona rica concede un crédito
a una persona pobre, a quien tiene por trabaja
dora y honesta. Este tipo de crédito pertenece
a la parte romántica, sentimental, de la econo
mía; a sus desvíos y excesos: a sus excepciones,
no a su regla. Pero incluso si se supone esta ex
cepción, si se acepta esta posibilidad romántica,
de todos modos, tanto la vida del pobre como su
talento y su actividad no son para el rico más
que una garantía de devolución del dinero pres
tado; es decir, todas las virtudes sociales del
pobre, el contenido de su actividad vital, su exis
tencia misma representan para el rico el reem
bolso de su capital más los intereses correspon
dientes. En este sentido, nada puede ser peor
para quien concede el crédito que la muerte del
pobre: es la muerte de su capital y de los inte
reses. Considérese la abyección que implica la
valoración de un hombre en dinero, tal como
tiene lugar en la relación crediticia. Por lo de
más, se sobreentiende que quien concede el cré
dito no tiene únicamente la garantía m oral de
su “buen hombre”, sino también la garantía
de la coerción jurídica, y otras garantías más o
menos reales. Cuando en el segundo tipo de re
lación crediticia la persona favorecida con el
crédito posee también fortuna, el crédito se vuel
ve simplemente un interm ediario agilizador del
intercambio, es decir, es el dinero mismo, ele
vado a una forma completamente ideal. El cré
dito es el juicio en términos económicos sobre
la moralidad de un hombre. En el crédito, en
133
lugar del metal precioso o del papel, es el propio
hom bre el que se convierte en m ediador del
cambio; pero no como hombre, sino como modo
de existencia de un capital y de los intereses. Así,
pues, es cierto que el m éd iu m del intercambio
ha retornado de su figura material y se ha rein
corporado en el hombre, pero esto ha sucedido
sólo porque el propio hombre se ha desalojado
de sí y se ha vuelto para sí mismo una figura
material. Lo que acontece en la relación credi
ticia no es una abolición del dinero y su supera
ción en el hombre, sino la trasmutación del hom
bre en dinero, la encarnación del dinero en el
hombre. La individualidad hu m a n a , la m oral
humana se ha vuelto, por un lado, un artículo de
comercio y, por otro, el m aterial en el que existe
el dinero. La materia, el cuerpo del espíritu del
dinero no es ya el dinero, o sus representantes en
papel, sino mi propia existencia personal, mi car
ne y mi sangre, mi virtud y mi valía sociales.
Carne y corazón humanos son la moneda en que
el crédito calcula sus valores. A tal punto toda
inconsecuencia y todo progreso que tiene lugar
dentro de un sistema falso son la máxima con
secuencia de la abyección y el máximo retroceso.
tJ -f
1] La oposición entre capitalista y obrero, entre
gran capitalista y pequeño capitalista se vuelve
aun mayor por cuanto el crédito se concede úni
camente a quien ya posee y puede constituir una
nueva oportunidad de inversión para el rico, o
por cuanto el pobre ve que toda su existencia es
confirmada o negada según el capricho del rico
o la opinión casual que se ha formado sobre él,
que depende completamente de esta casualidad;
2] por cuanto el engaño de unos a otros, la hi
pocresía y la santurronería son llevados al colmo
cuando, al simple juicio que califica de pobre a
quien no recibe el crédito, se suma el juicio mo
ral que lo define como un hombre malo que no
merece confianza, como un paria social que ca
rece de reconocimiento; y por cuanto a la mise
ria del pobre vienen a sumarse esta humillación
y el humillante ruego para que el rico le conce
da el crédito; 3] por cuanto, dada esta existen
cia completamente ideal del dinero, la falsifi
cación de la m oneda no puede tener lugar sobre
otro material que la propia persona humana: el
hombre mismo tiene que convertirse en moneda
falsa, que engañar y sobornar para alcanzar el
crédito; por cuanto esta relación crediticia
—tanto por el lado de quien concede la con
fianza como por el de quien la recibe— se vuelve
un objeto de comercio, un objeto de engaño y
abuso mutuos. Aquí se muestra, con toda clari
dad, la desconfianza como la base de esta con
135
fianza económica; el cálculo desconfiado para
conceder el crédito o para negarlo; el espionaje
en busca de los secretos de la vida privada, etc.
del solicitante; la denuncia de una mala situa
ción momentánea del rival para descalificarlo
mediante una brusca pérdida de su crédito, etc.
Todo el sistema de las quiebras, de las empresas
fingidas, etc. . . . En los créditos estatales, el es
tado ocupa exactamente el lugar que en lo ante
rior tiene el hombre.. . En la especulación con
los valores estatales se muestra cómo el estado
se ha vuelto el juguete de los comerciantes; etc.
4] El sistema crediticio alcanza finalmente su
perfección en el sistem a bancario. La creación
del banquero, el dominio estatal del banco, la
concentración de la fortuna en estas manos, este
areópago económico de la nación es la digna
culminación de la existencia del dinero. Cuando,
en el sistema crediticio, el reconocim iento m oral
de un hom bre adquiere la forma del crédito, se
revela el secreto que está en la mentira del reco
nocimiento moral: la abyección inm oral de esta
moralidad; asimismo, cuando la confianza en el
estado , etc. adquiere dicha forma, la hipocresía
y el egoísmo que se esconden tras ella se mues
tran tal como son en realidad.
137
ta como un tormento, su propia creación como
un poder ajeno, su riqueza como pobreza; que
el vínculo esencial que le une a los otros hombres
se le presenta como un vínculo accesorio, y más
bien la separación respecto de los otros hombres
como su existencia verdadera; que su vida se le
presenta como sacrificio de su vida, la realiza
ción de su esencia como desrealización de su
vida, su producción como producción de su na
da, su poder sobre el objeto como poder del
objeto sobre él; que él, amo y señor de su
creación, aparece como esclavo de esta crea
ción.
139
anteriormente conmigo; en una palabra, que se
vuelva propiedad privada de otro hombre. Sin
contar el caso de la violencia, ¿ cómo es que llego
a enajenar m i propiedad privada a otro hom
bre? La economía política responde: debido a
la carencia , a la necesidad. El otro hombre es
también propietario privado, pero de otra cosa;
de algo que me hace falta y de lo que no puedo
o no quiero privarme, de algo que parece res
ponder a una necesidad en el cumplimiento de
mi existencia y en la realización de mi esencia.
140
privada, pero a renunciar de tal manera que, al
mismo tiempo, confirman a la propiedad priva
da; es decir, a renunciar a la propiedad privada
dentro de la relación de propiedad privada. El
uno enajena una parte de su propiedad privada
al otro.
Por lo tanto, la conexión o relación social en
tre ambos propietarios es la reciprocidad de la
enajenación. Mientras en el caso de la propie
dad privada simple la enajenación sólo tiene
lugar en referencia a sí, unilateralmente, en este
caso la relación de enajenación está puesta en
ambos lados; la enajenación se presenta como
la relación entre ambos propietarios.
El intercam bio o comercio de trueque es por
tanto, dentro de la propiedad privada, el acto
genérico, el ser comunitario, la interacción e in
tegración sociales de los hombres; es, por ello, el
acto genérico que se ha vuelto extraño a sí mis
mo, enajenado. Por esta razón se presenta pre
cisamente como comercio de trueque. También
por esta razón es lo contrario de la relación so
cial.
141
ductor, ella se ha separado de él y ha adquirido
una significación personal para alguien que no
la produjo. Ha perdido su significación personal
para el poseedor. En segundo lugar, ha sido
puesta en referencia a otra propiedad privada,
incluida en ella. Su lugar ha sido ocupado por
una propiedad privada de otra naturaleza, tal
como ella, en su nuevo lugar, representa también
a una propiedad privada de otra naturaleza. La
propiedad privada aparece, para las dos partes,
como representante de una propiedad privada
de otra naturaleza, como el equivalente de otro
producto natural; la una representa a la existen
cia de la otra , y la relación recíproca entre ellas
hace de cada una el substituto de la otra y de sí
misma. La existencia de la propiedad privada
en cuanto tal se ha vuelto la de un substituto ,
la de un equivalente. Ya no existe como unidad
inmediata consigo misma sino solamente como
referencia a otra. Su existencia como equivalen
te ya no es su existencia peculiar. Se ha conver
tido en valor y, consecuentemente, en valor de
cambio. Su existencia como valor es distinta de
su existencia inmediata, es exterior a su esencia
específica; es una determinación enajenada de
sí misma; es sólo un modo de existencia relativo
de su esencia.
Corresponde a otro lugar la exposición de la
determinación más precisa de este valor y de
la manera en que se convierte en precio.
142
E l trabajo Una vez presupuesta la relación de intercambio,
como trabajo el trabajo aparece como trabajo dirigido in m e
lucrativo
diatam ente al lucro. Esta determinación del tra
bajo enajenado alcanza su culminación: 1]
cuando tanto el trabajo lucrativo como su pro
ducto no se encuentran en relación inmediata
con las facultades y las necesidades del trabaja
dor, sino que son determinados por combinacio
nes sociales ajenas a él; 2] cuando el comprador
del producto no produce él mismo, sino inter
cambia lo producido por otros. En el comercio
de trueque, configuración imperfecta de la pro
piedad privada enajenada, cada propietario pri
vado producía aquello hacia lo que le dirigían
sus necesidades, su constitución y el material na
tural disponible. Cada uno intercambiaba con el
otro el excedente de su propia producción. El
trabajo era no solamente su fuente inmediata
de subsistencia sino también la confirmación de
su existencia individual. Con el intercambio, su
trabajo se vuelve en parte fuente de lucro. Su
finalidad se vuelve diferente de su existencia. El
producto es producido como valor, como valor
de cam bio, como equivalente, y ya no a causa de
su relación personal inmediata con el productor.
El trabajo cae tanto más en la categoría de tra
bajo lucrativo cuanto mayor es, por un lado, la
diferenciación de la producción y de las necesi
dades, y, por otro, la unilateralidad del ren
dimiento del productor. Este proceso culmina
143
cuando el carácter lucrativo del trabajo se vuel
ve exclusivo y cuando resulta casual e inesencial
tanto el que el productor esté en relación de ne
cesidad personal y de goce inmediato con su
producto como el que la actividad, la acción
del propio trabajo, signifique para él un gozarse
de su personalidad, una realización de sus dis
posiciones naturales y de sus fines espirituales.
E l trabajo lucrativo incluye: 1] el carácter
enajenado y casual del trabajo con respecto al
sujeto trabajador; 2] el carácter enajenado y
casual del trabajo con respecto a su objeto; 3]
la determinación del trabajador por las necesi
dades sociales, las que sin embargo son para él
ajenas e impuestas; el trabajador se somete a la
imposición social debido a su carencia, a su ne
cesidad egoísta; la sociedad sólo significa para
él una oportunidad de saciar su carencia, así co
mo él sólo existe para la sociedad como esclavo
de las necesidades sociales; 4] el hecho de que
al trabajador se le presenta el mantenimiento
de su existencia como la finalidad de su activi
dad; de que su hacer sólo tiene para él la fun
ción de un medio; de que pone en acción su vida
para ganar medios de vida.
El hombre se vuelve tanto más egoísta, caren
te de sociedad, enajenado de su propia esencia,
cuanto mayor y más desarrollado se presenta el
poder social dentro de las relaciones de propie
dad privada.
L a división Así como el intercambio mutuo de los productos
del trabajo fje ja aCf{v i ¿ a ¿ hum ana, aparece como comercio
de trueque, como tráfico sórdido, así también
la complementación y el intercambio mutuos
de la propia actividad aparecen como división
del trabajo. Ésta hace del hombre un ser abs
tracto; lo convierte, en la medida de lo posible,
en una máquina para tal o cual efecto, en un
aborto espiritual y físico.
El hecho de que sea precisamente la unidad
del trabajo humano la que es considerada sólo
como división se debe a que la esencia social sólo
adquiere existencia bajo la forma de la enajena
ción, es decir, como lo contrario de sí misma. La
división del trabajo se agudiza con el proceso de
civilización.
Bajo las condiciones de la división del trabajo,
el producto, el material de la propiedad priva
da adquiere para el individuo cada vez más la
significación de un equivalente; y si lo que él
da a cambio no es ya su excedente —puesto que
el objeto de su producción le puede ser comple
tamente indiferente —, tampoco lo que recibe
inmediatamente a cambio de su producto es ya
el objeto que necesita. El equivalente alcanza
así su existencia como equivalente en dinero, el
cual, por su parte, como m ediador del intercam
bio, es resultado inmediato del trabajo lucrativo.
[Véase más arriba.]
En el régimen del dinero, en la completa in-
145
diferencia tanto hacia la naturaleza del material
o naturaleza específica de la propiedad privada
como hacia la personalidad del propietario pri
vado, se hace manifiesto el dominio completo
de la cosa enajenada sobre el hombre.
Lo que fue dominio de una persona sobre otra
es ahora dominio general de la cosa sobre la per
sona, del producto sobre el productor. Si en el
equivalente, en el valor, se encontraba ya el ca
rácter de enajenación de la propiedad privada,
en el dinero es esta enajenación en cuanto tal
la que tiene su existencia sensible, objetiva.
Como se comprenderá, la economía política
sólo puede concebir todo este proceso como un
factu m , como el engendro de una imposición ca
sual.
La separación del trabajo respecto de sí mis
mo equivale a la separación entre el obrero y el
capitalista, entre trabajo y capital; su forma
primitiva se compone de propiedad raíz y pro
piedad flo ta n te . . . La determinación originaria
de la propiedad privada es el monopolio; por
ello, cuando la propiedad privada se da a sí mis
ma una constitución política, ésta adquiere el
carácter del monopolio. La forma acabada del
monopolio es la competencia.
La economía política distingue: producción,
consumo y, como intermediario entre ellos, in
tercam bio o distribución. La separación entre
producción y consumo, entre actividad y goce,
146
tenga ella lugar en distintos individuos o en uno
solo, es la separación del trabajo respecto de su
objeto y respecto de sí mismo como goce. La dis
tribución es el proceso activo del poder de la
propiedad privada.
La separación entre el trabajo, el capital y la
propiedad de la tierra, así como la separación
de cada uno de ellos respecto de sí mismo, y
finalmente la separación entre el trabajo y el
salario, entre el capital y la ganancia, y entre la
propiedad de la tierra y la renta, vuelve mani
fiesta la enajenación tanto en la figura de auto-
enajenación como en la de enajenación recí
proca.
[15]
147
El hombre produce únicamente con el fin de
poseer : ésta es la premisa fundamental de la
propiedad privada. La finalidad de la produc
ción es la posesión. Pero la producción no tiene
sólo esta finalidad utilitaria; tiene además una
finalidad egoísta : el hombre produce con el úni
co fin de poseer para sí m ism o; el objeto de su
producción es la objetivación de su necesidad
egoísta inm ediata. El hombre que es para sí
—en estado salvaje, bárbaro— tiene la medida
de su producción en el alcance de su necesidad
inmediata, cuyo contenido está constituido
inm ediatam ente por el propio objeto producido.
149
ción del hombre para el hombre en tanto que
hombre: no es una producción social. Ninguno
de los dos mantiene, en tanto que hombre, una
relación de goce con el producto del otro. No
existimos en calidad de hombres para nuestras
producciones recíprocas. Por tanto, nuestro in
tercambio no puede ser el movimiento mediador
en que se confirmaría que mi producto es para
ti por el hecho de ser una objetivación de tu pro
pia esencia, de tu necesidad. No lo puede ser
porque el vínculo de nuestras producciones recí
procas no es la esencia hum ana. El intercambio
no puede hacer otra cosa que efectuar, confir
mar el carácter que tiene cada uno de nosotros
con respecto a su propio producto y a la pro
ducción del otro. Lo único que ve cada uno de
nosotros es, en su producto, su propio egoísmo
objetivado y, en el producto del otro, un egoís
mo diferente, ajeno, objetivado con independen
cia de él.
No cabe duda que tú mantienes una relación
humana con mi producto: tienes necesidad de
mi producto. Éste se encuentra presente para ti
como objeto de tu deseo y tu voluntad. Pero tu
necesidad, tu deseo, tu voluntad son impotentes
ante mi producto. Es decir, tu poder, tu propie
dad sobre mi producto no son los de tu esencia
hum ana —la que, en cuanto tal, sí está en rela
ción interna y necesaria con mi producción hu
mana. No lo pueden ser porque en mi produc
ción no se encuentra reconocida la peculiaridad,
el poder de la esencia humana. Tu poder y tu
propiedad son más bien el lazo que te vuelve
dependiente de mí al ponerte en dependencia
de mi producto. Lejos de ser el m edio capaz de
darte poder sobre mi producción, son el m edio
que me da a mí poder sobre ti.
Cuando yo produzco más de lo que puedo ne
cesitar inmediatamente del objeto producido,
adapto calculadam ente mi plus- producción a tu
necesidad. Sólo en apariencia produzco un exce
dente del mismo objeto. En verdad produzco
con miras a otro objeto, al objeto de tu produc
ción, por el cual pienso cambiar mi excedente;
intercambio que está ya realizado en mi pensa
miento. La relación social en que estoy contigo,
mi trabajo para tu necesidad, no es por tanto
más que una simple apariencia ; y nuestra com-
plementación mutua es igualmente una simple
apariencia , cuya realidad es el despojo mutuo.
Puesto que nuestro intercambio es egoísta tanto
de tu parte como de la mía, la intención de des
pojar, de engañar al otro está necesariamente al
acecho; puesto que todo egoísmo trata de supe
rar al egoísmo ajeno, ambos buscamos necesa
riamente la manera de engañarnos el uno al
otro. Esa suma de poder sobre tu objeto, que
está incluida en el mío, necesita, por supuesto,
de tu reconocim iento para convertirse en un po
der real. Pero nuestro reconocimiento recíproco.
151
referido como está al poder recíproco de nues
tros objetos, es una lucha; y en toda lucha vence
el que posee mayor energía, fuerza, sagacidad o
destreza. Cuando basta con la fuerza física, lo
que hago es despojarte directamente. Cuando el
imperio de la fuerza física ha perdido su vigen
cia, lo que hacemos es ofrecernos mutuamente
una apariencia mientras el más hábil explota al
otro. Cúal de los dos lo hace es algo que resulta
casual con respecto a esta relación como un todo.
La explotación ideal, intencional , tiene lugar
por ambas partes; es decir, cada uno de los dos,
según su propio juicio, ha explotado al otro.
152
de significación y validez idénticas, y tu deman
da sólo adquiere una efectividad y por tanto un
sentido cuando éstos se encuentran en referencia
a mí. Si tú eres simplemente un hombre y care
ces de este medio, tu demanda es para ti un
requerimiento insatisfecho, y para mí una ocu
rrencia que no me incumbe. Tú, como hombre,
no tienes ninguna relación con mi objeto porque
yo m ism o no tengo una relación humana con él.
El verdadero poder sobre un objeto es el medio-,
por esta razón, tú y yo vemos recíprocamente en
nuestro objeto el poder del uno sobre el otro y
sobre sí mismo. Es decir, nuestro propio produc
to se ha vuelto contra nosotros; parecía ser pro
piedad nuestra, pero en verdad somos nosotros
su propiedad. Estamos excluidos de la verdade
ra propiedad porque nuestra propiedad excluye
al otro hombre.
153
atentado contra la dignidad hum ana, mientras
el lenguaje enajenado de los valores cosificados
se nos presenta como la realización adecuada
de la dignidad humana en su autoconfianza y
autorreconocimiento.
154
esencial.
El valor que tenemos el uno para el otro es el
valor que damos recíprocamente a nuestros ob
jetos. Por lo tanto, el hombre en cuanto tal es
recíprocamente carente de valor para ambos.
155
de haber creado tu expresión vital individual
en la mía propia, de haber por tanto confirm ado
y realizado inmediatamente en mi actividad in
dividual mi verdadera esencia, mi esencia com u
nitaria, hum ana.
Nuestras producciones serían otros tantos es
pejos cuyos reflejos irradiarían nuestra esencia
ante sí misma.
Esta relación. . . la manera en que en ella,
recíprocamente, se realice de tu parte lo que se
realiza de la mía.
Consideremos los diferentes momentos tal co
mo aparecen en la suposición:
Mi trabajo sería expresión vital libre, por tan
to goce de la vida. Bajo las condiciones de la
propiedad privada es enajenam iento de la vida.
pues yo trabajo para vivir, para conseguir un
m edio de vida. Mi trabajo no es vida.
En segundo lugar: por ser el trabajo la afir
mación de mi vida individual , la peculiaridad
de mi individualidad estaría incluida en él. El
trabajo sería entonces la propiedad verdadera,
activa. Bajo las condiciones de la propiedad pri
vada, la enajenación de mi individualidad es
tal, que esta actividad me resulta detestable; es
un torm ento; sólo es más bien la apariencia de
una actividad, y por ello una actividad obliga
da, que se me impone por un requerimiento ex
terior y casual y no por un requerimiento inter
no y necesario.
En el objeto de mi trabajo, mi trabajo sóio
puede mostrarse de la manera en que es. Su
apariencia no puede mostrarlo como él no es se
gún su esencia. Por ello, mi trabajo sólo aparece
como la expresión objetiva, sensible, observable
y por tanto indudable de mi pérdida de m í m is
m o y de mi im potencia.
157
DEL CUADERNO V
[16]
[17]
Los precios, los Prevost alaba a los ricardianos, “estos profundos
costos de economistas, por haber dado a la ciencia una
producción
gran simplicidad al tomar como base los pro
y la competencia
medios, dejando de lado todas las circunstancias
158
accidentales que hubieran podido detenerlos en
sus generalizaciones” (p. 176-177). ¿Pero qué
demuestran estos “promedios”? Que cada vez se
hace mayor abstracción de los hombres, que la
vida real es dejada de lado cada vez más para
tener en cuenta solamente el movimiento abs
tracto de la propiedad material, inhumana. Las
cifras prom edio son verdaderos insultos, injurias
contra los individuos singulares reales.
[Mili, citado por Prevost: . . .]
Prevost alaba el descubrimiento de los ricar-
dianos según el cual el precio está determinado
por los costos de producción, sin intervención de
la oferta y la dem anda.
En primer lugar: el buen hombre pierde de
vista que los ricardianos sólo pueden comprobar
este principio sirviéndose del cálculo de prom e
dios, es decir, previa abstracción de la realidad.
En segundo lugar: según esta tesis, bastaría ofre
cer una mercancía en venta, aunque no fuera
comprada, para que ella tenga un precio deter
minado por sus costos de producción. ¿Y todos
los trastos completamente inútiles que podrían
ser producidos? En tercer lugar: estos señores
reconocen que hay motivos casuales que pueden
hacer subir o bajar el precio con respecto a los
costos de producción; en tal caso, dicen, la com-
petentia intervendría para colocarlos nuevamen
te en el mismo nivel, ¿Pero acaso la competencia
es otra cosa que la relación de oferta y deman
159
da? La relación de oferta y demanda es admiti
da cuando viene bajo la forma de competencia.
¿Qué es, en realidad, lo que quieren demostrar
estos señores? Que, dentro del marco de la libre
com petencia , el precio de los productos es man
tenido en igualdad a los costos de producción.
La acción de la libre competencia como medio
de la determinación del precio la hemos tratado
en otro lugar. Para expresarlo abstractamente:
decir que el precio está determinado por la com
petencia equivale a decir que el precio se vuelve
casual. Estos señores tienen razón cuando afir
man que nadie quiere vender a un precio infe
rior a los costos de producción. Pero una cosa es
querer y otra es poder.
[ 18]
160
igualmente que el trabajo se ha vuelto cada vez
más una cosa, una mercancía, y que ya sólo es
concebido bajo la figura de un capital y no
como actividad humana.
161
productos y hace así que el valor de éstos au
mente. Es posible que se presente un exceso de
productos, que incluso éste sea motivo de sufri
miento y miseria en grandes ramas de la pro
ducción, pero este exceso no será permanente y
el equilibrio se restablecerá” (pp. 184-185).
162
abstracción de las personas. El equilibrio es sola
mente un equilibrio entre el capital y el trabajo
como entidades abstractas, un equilibrio que no
tiene en cuenta ni al capitalista ni a la persona
del obrero. Así como la sociedad sólo es una ci
fra promedio.
La infamia de la economía política consiste
en partir de la premisa de los intereses hostil
mente separados por la propiedad privada y en
especular a continuación como si los intereses
no estuvieran separados y la propiedad fuese
comunitaria. De esta manera, incluso cuando
el producto es consumido íntegramente por mí
y producido íntegramente por ti, la economía
política puede probar que el consumo y la pro
ducción se encuentran en el orden adecuado
con respecto a la sociedad.
Toda afirmación racional —como la de la
unidad de las distintas ramas de la producción
y los distintos intereses, la de la unidad de tra
bajo y capital, de producción y consumo, etc.—
se vuelve un sofisma infame en manos de la
economía política, sobre el terreno de la pro
piedad privada. Qué infame contradicción es,
por ejemplo, la de la competencia: creada sólo
a partir del interés privado y justificada sólo
por él, desarrollada como asesinato y guerra
oficiales de los intereses hostiles entre sí, es pre
sentada sin embargo como el poder de la socie
dad y el interés de la sociedad frente a los inte
163
reses singulares. La economía política, con su ar
bitraria presuposición de intereses sociales allí
donde rigen intereses asocíales y con la manera
en que lleva a cabo esta substitución, sólo de
muestra que, en la situación actual, la única
manera de obtener leyes racionales es mediante
la abstracción de la naturaleza específica de las
relaciones actuales; que las leyes sólo rigen de
modo abstracto.
[191
[20 ]
La tasa de Boisguillebert habla siempre en nombre de la
ganancia según mayoría pobre de la población, cuya ruina al
Boisguillebert
canza también, “de rebote”, como él dice, a los
ricos. Habla de la justicia distributiva.
[21 ]
[Boisguillebert:] “Un escudo en manos de un
pobre o de un comerciante en pequeño tiene
un efecto o produce un ingreso cien veces ma
yor que en manos de un rico debido a la reno
vación continua y diaria que experimenta esta
módica suma; esto no sucede en el caso del se
gundo, en cuyos cofres cantidades mucho ma
yores de dinero permanecen ociosas y por con
siguiente inútiles durante meses y años, sea por
la corrupción del corazón, cegado por la ava
ricia, o por la espera de un mercado más ven
tajoso.” (p. 419)
Boisguillebert afirma además que 1 000 tále
ros en manos de 1 000 gentes pobres —gracias
a una circulación mil veces más rápida y al
aumento correspondiente del consumo— darían
al estado un ingreso diez veces mayor que en
165
manos de un solo gran propietario. Cree erró
neamente, como lo observa Daire [en su comen
tario al texto de B.], que la actividad del inter
cambio, la circulación del dinero, es un “hecho
que crea valor”.
166
mía moderna sabe que un tálero es un tálero.
“Igualmente, para alcanzar una gran riqueza
no es cuestión de actuar sino de dejar de actuar.”
(p. 420) La doctrina del “dejar hacer, dejar
pasar” de todos los economistas modernos.íl3]
Para Boisguillebert, como para ellos, es la mar
cha natural de las cosas, es decir, de la sociedad
civil, la que debe poner en orden las cosas. En
el caso de Boisguillebert, como en el de los fi
siócratas, esta doctrina tiene todavía algo que es
hum ano y significativo: h um ano , en oposicion
a la economía del viejo estado, que buscaba
enriquecerse sirviéndose de los medios menos
naturales; significativo, como primer intento de
emancipar la vida de la sociedad civil. Pero para
mostrarse como es, tuvo primero que ser eman
cipada.
[Boisguillebert: ]
167
El “justo valor” La depreciación de los metales preciosos, del
dinero, es caracterizada por Boisguillebert como
restablecimiento del valor justo de las mercan
cías: “también los productos habrán adquirido
nuevamente su justo valor” (p. 422). Aún no
podía ver que es el propio intercam bio realizado
sobre la base de la propiedad privada, que es en
general el valor el que roba su “justo valor” tan
to a la naturaleza como al hombre. “Restable
cer el justo valor” significa para Boisguillebert
restablecer el valor m ercantil. Pero siempre es
significativo que la primera polémica decidida
contra el oro y la plata —es decir, contra el di
nero, puesto que dichos metales sólo representan
al dinero— combata la desvalorización del hom
bre y de la naturaleza de los productos huma
nos considerándola como una consecuencia del
dinero. Este valor ideal, escolástico, destruye su
valor real.
[2 2 ]
168
llebert argumenta como lo hace Say cuando de
muestra la inexistencia de la sobreproducción
mediante su teoría de los mercados.
La teoría de Say, como todas las teorías de
la economía política, es errónea.
Según él, no existe sobreproducción; si una
mercancía no encuentra comprador, se debe so
lamente a que (sea en el propio país o en otro)
la producción del equivalente no es suficiente
para el intercambio. Sin embargo:
1] Say reconoce, como lo hacían Mili y Ri
cardo, que la sobreproducción puede presen
tarse en una rama determinada de la produc
ción; por lo tanto, puesto que en un determina
do país se trata siempre de productos determi
nados, se presenta en todas las modalidades de
su producción; la culpa de esto está en la in
consciencia de la producción, en el hecho de que
no se realiza de manera hum ana, sino bajo la
condición de la enajenación de la propiedad pri
vada.
2] Supongamos el caso más favorable para la
teoría de Say: todos los países producen al máxi
mo de su capacidad y poseen por tanto la
máxima cantidad de equivalentes para el inter
cambio de sus respectivos productos. Pues bien,
169
Say olvida que el límite de la dem anda es la
propiedad privada. En Francia, por ejemplo, no
se producen demasiados zapatos: millones van
descalzos. La sobreproducción se presenta por
que el número de pares de zapatos producidos
es mayor que el de las personas que los necesitan
y que pueden comprarlos. Y si esto es válido
dentro de un país, lo es también entre los dis
tintos países. Si, por ejemplo, Francia produce
todo el vino que puede, Inglaterra todo el al
godón que puede y así todos los países, lo que
sucede es a] que el vino de Francia y el algodón
de Inglaterra sólo se intercambian entre sí en
la medida en que, en esos dos países, hay gente
que puede pagar por el vino y por el algodón;
es decir, la propiedad privada produce para la
propiedad privada. La producción puede por
tanto superar a la demanda, no obstante que en
ambas partes hay un excedente del equivalente
respectivo; esto sucede porque la necesidad de
vino, de algodón y de cualquier otro producto
tiene una determ inada medida y porque está
determ inada además por el número de perso
nas para las que ella existe realm ente, es de
cir, que pueden pagar para satisfacerla. La
medida que es superada por la producción no es,
pues, la que está determ inada por las necesida
des humanas en general, sino la que está de
term inada por un determ inado pequeño número
de personas con capacidad de compra. Por más
170
que Say amplíe el ámbito de la producción, y
aunque multiplique al infinito su diversifica
ción, de todas maneras el poseedor de uno o
varios de esos múltiples productos sólo los po
drá cambiar por los productos de otro poseedor,
cuya necesidad es limitada. Así pues, el inter
cambio no se constituye entre productos en
cuanto tales, sino entre productos que son pro
piedad privada.
c] Supuesto el caso más favorable menciona
do anteriormente, la suma abundancia que ha
bría de todos los productos daría lugar a una
considerable reducción de sus precios. Sin em
bargo, sus costos de producción marcan un de
terminado límite. Si los productores quieren
agotar las posibilidades de intercambio, tienen
que vender sus productos a aquellos comprado
res que pagan un precio inferior a los costos de
producción, es decir, tienen que regalar sus
mercancías, es decir, no vender. En general, el
último límite para la venta de un producto son
sus costos de producción más algo de ganancia
para el productor. Por lo tanto, la condicion
para la venta óptima de un producto no es que
la otra parte produzca también al máximo de
su capacidad, sino que el m áxim o núm ero de
hom bres posea productos para ofrecer a cam
bio, es decir, que todos sean ricos. Aunque
incluso en este caso podría presentarse una so
breproducción; pero se trataría de una sobre
171
producción que, si miramos en general, segura
mente no se presenta en la actualidad.
Los economistas no se extrañan de que en un
país pueda haber un exceso de productos , no
obstante que la mayoría de la población expe
rimenta una aguda carencia de los más elemen
tales medios de subsistencia. Ellos saben que la
riqueza tiene como condición una proporción lo
más elevada posible de miseria. Y después se ex
trañan —ellos, que no producen para los hom
bres sino para la riqueza— de que la misma ri
queza resulte carente de valor o, dicho en otras
palabras, de que los productos no encuentren
mercado, no reciban un equivalente, carezcan
de valor. La producción tiene lugar en contra
posición a la gran masa de la humanidad, y
sin embargo los economistas se extrañan de que
la magnitud de la producción pueda resultar
demasiado grande para el pequeño resto de la
humanidad que tiene capacidad de compra.
Intentan encubrir el contraste que existe entre
la producción de un país y el número de perso
nas a las que está destinado su resultado —este
hecho hostil de que la mayoría esté excluida
del resultado de la producción—, la contradic
ción entre la producción y el modo en que exis
te para los hombres dentro de un país, me
diante la introducción del intercambio entre
varios países. Como si dicha relación dejara de
ser la misma por el hecho de estar elevada a
una escala más amplia; como si por ello que
dase superado el carácter contradictorio de la
producción; como si en el intercambio de los
productos de varios países no existiese la misma
contraposición que en el de un solo país.
En general, para el economista, la máxima
riqueza equivaldría a la máxima pobreza por
que aboliría el valor de todas las cosas.
Las mercancías tendrían que perder su valor
de cam bio debido al simple hecho de que su
único valor es el valor de cam bio; pero el eco
nomista no se da cuenta de esto.
3] Resulta verdaderamente ridículo que Mal-
thus, quien al contrario de Say reconoce el he
cho de la sobreproducción en relación a la
población , a los hombres, afirme que tal sobre
producción de mercancías es posible y consti
tuye una desgracia. Precisamente en ello se hace
presente el carácter de esta .sobreproducción.
El mismo economista que afirma que la canti
dad de hombres que se producen es mayor que
la cantidad de mercancías, afirma también
que la cantidad de mercancías que se producen
es mayor que la que puede encontrar mercado,
es decir, mayor que la que debe ser producida.
4] L a sobreproducción es la carencia de va
lor de la riqueza misma, precisamente porque
la riqueza, para ser riqueza, debería tener un
valor.
La producción puede ser excesiva para los
173
especuladores y los capitalistas; su mercancía
puede depreciarse debido al exceso. En todas
las ramas puede presentarse un excedente que
ya no es posible intercambiar porque supera la
necesidad de las personas con capacidad de com
pra ; pero el movimiento de la propiedad privada
exige que, no obstante y mediante la pobreza
general, se produzca en exceso. (La producción
produce incluso la pobreza general; es decir,
cada individuo reducido a la pobreza es una
oportunidad de venta menos. Los economistas
liberales tienen en cuenta las limitaciones que
impone el monopolio, pero no ven que la pro
piedad privada traza un límite aduanero en tor
no a los individuos para hacer posible el inter
cambio de los productos.) La falta de oportu
nidades de venta aumenta con la producción
porque la cantidad de desposeídos se vuelve ma
yor. La riqueza que se establece en contrapo
sición al hombre avanza necesariamente hasta
volverse carente de valor para la propiedad pri
vada y presentarse como su propia pobreza, has
ta dejar de producir riqueza. Los productos sólo
tienen valor para la dem anda. La d em anda, en
tendida en sentido económico, tiene que redu
cirse debido a la industria. La masa del pro
ducto aumenta necesariamente en comparación
a la demanda, la desborda cada vez más; por
lo tanto, pierde su valor. La producción tiende
a perder su valor, incluso para esta parte de la
sociedad sino para una parte de ella, y tiende
a perder su valor, incluso para esta parte de la
sociedad, pues se destruye a sí misma debido a
la relación entre su masa y la reducida mag
nitud de esa parte de la sociedad.
175
APÉNDICES
I
C A R T A D E C A R L O S M A R X A L U D W IG F E U E R B A C H I1!
f1] M arx-Engels, W erke, t. 27, pp. 425-428. Fue publicada por primera vez en
1965. El traductor consultó la versión francesa de Lucien G oldm ann (L ’ho m m e et
la societé, n. 7, París, 1968).
[2] C ontribución a la crítica de la filosofía hegeliana del D erecho. Intro d u cció n .
179
mos, fundada sobre la diferencia real entre los hombres; el con
cepto de género humano, traído desde el cielo de la abstracción
a la tierra real, qué otra cosa es sino el concepto de sociedad.
Se preparan dos traducciones de su Esencia del cristianismo,
una en inglés y otra en francés, que están casi listas para la im
presión. La primera aparecerá en Manchester (al cuidado de
Engels), la segunda en París (un francés, el Dr. Guerrier, y el
comunista alemán E w erbeck hicieron la traducción con ayuda de
un estilista francés). Los franceses se lanzarán inmediatamente
sobre el libro, pues los dos partidos —los clericales y los volte
rianos y materialistas— andan en estos momentos en busca de
ayuda extranjera. Resulta interesante observar cómo, a diferencia
del siglo xvm, la religiosidad ha ascendido a las capas medias y
a la clase superior, mientras la irreligiosidad —pero la irreligio
sidad de los hombres que sienten en sí mismos su calidad de
hombres— ha descendido al proletariado francés. Hay que haber
asistido por lo menos a una de las reuniones de los obreros fran
ceses para poder concebir la frescura intocada, la nobleza que
emana de esos hombres agobiados por el trabajo. El proletario
inglés hace también enormes progresos, pero le falta todavía el
sentido que tienen los franceses para la cultura. Tampoco puedo
dejar de subrayar los méritos teóricos de los artesanos alemanes
en Suiza, en Londres y en París. Aunque el artesano alemán es
todavía demasiado artesano.
De todas maneras, es entre estos “bárbaros” de nuestra socie
dad civilizada donde la historia prepara el elemento práctico
para la emancipación del hombre.
Nunca se me ha presentado de manera tan definida y contun
dente el contraste que existe entre el carácter francés y nosotros,
los alemanes, como en un manifiesto fourierista que comienza
180
en los siguientes términos: “El hombre está enteramente en sus
pasiones .” “¿Ha encontrado usted alguna vez un hombre que
pensase por pensar, que recordase por recordar, que imaginase
por imaginar, que quisiese por querer ? ¿Le ha sucedido a usted,
alguna vez, algo parecido? . .. ¡No, por supuesto que no!”
El móvil principal tanto de la naturaleza como de la sociedad
es por tanto la atracción mágica, pasional, no reflexiva, y “todo
ser, hombre, planta, animal u orbe, ha recibido una suma de
fuerzas en relación con su misión en el orden universal”.
Se sigue de ello que “las atracciones son proporcionales a los
destinos” .m
¿No parece, en todas estas frases, como si el francés hubiese
contrapuesto intencionalmente su passion al actus purus del pen
samiento alemán? No se piensa por pensar, etc.
La dificultad que experimenta el alemán para salir de la uni-
lateralidad opuesta ha quedado comprobada nuevamente por
mi amigo de muchos años —distanciado ahora— Bruno Bauer,
en su publicación crítica, la Literatur-Zeitung de Berlín. No
sé si usted la haya leído. Hay en ella mucha polémica implícita
en su contra.
El carácter de esta Literatur-Zeitung puede resumirse así:
la “crítica” es convertida en un ser trascendente. Estos berlineses
no se tienen por hombres que critican sino por críticos que acce
soriamente tienen la desgracia de ser hombres. Por consiguiente,
la única necesidad real que reconocen es la necesidad de crítica
teórica. Así, personas como'Proudhon reciben sus reproches por
situar su punto de partida en una “necesidad” “práctica” . Se
trata, pues, de una crítica que se extravía en un triste espiritua-
181
lismo con pretensiones aristocráticas. La conciencia o autocon-
ciencia es considerada por ellos como la única cualidad verdade
ramente humana. El amor, por ejemplo, es negado porque el
amado no es en él más que un “objeto” . ¡Abajo el objeto! Esta
crítica se toma por el único elemento activo de la historia. Frente
a ella, la humanidad entera no es más que la masa, una masa
inerte que sólo adquiere valor por oposición al espíritu. Por lo
tanto, el mayor crimen de un crítico consiste en tener sentim ien
tos o pasiones ; según ellos, debe ser un sofós irórico y helado.
Bauer declara literalmente:
“El crítico no comparte ni los sufrimientos ni las alegrías de la
sociedad; no conoce ni amistad ni amor, ni odio ni antipatía;
reina en la soledad y deja que en ella resuene de vez en cuando,
salida de sus labios, la carcajada que provoca en los dioses olím
picos la absurda confusión del mundo.”[4]
El tono de la L iteratur-Zeitung de Bauer es pues de des
precio carente de pasión, actitud que le resulta tanto más fácil
de adoptar cuanto que puede abrumar a los otros con los resul
tados alcanzados por usted y, en general, por nuestro tiempo.
Bauer se limita a descubrir contradicciones y, satisfecho de su
acción, se retira con un “hum” de desprecio. Declara que la crí
tica no aporta nada; es demasiado espiritual para eso. Llega in
cluso a expresar directamente su esperanza:
“ya no está lejano el día en que toda la humanidad decadente
se juntará frente a la Crítica —y la C rítica es él y sus amigos —, y
en que ésta dividirá a esa masa en diferentes grupos y les distri
buirá a todos el testimonium paupertatis ”,m
Según parece, es por rivalidad que Bauer combate contra Cris-
182
to. Pienso publicar un folleto contra este extravío de la crítica.161
Si usted quisiera darme antes su opinión al respecto, ella tendría
para mí un valor inestim a b le ; de todas maneras, me alegraría
mucho recibir pronto una pequeña señal de usted. Los arte
sanos alemanes de aquí, mejor dicho, el grupo comunista de ellos
—compuesto por algunos centenares— asistió durante este ve
rano, dos veces por semana, a una serie de conferencias, a cargo
de sus dirigentes secretos,sobre su libro L a esencia del cristia
nismo; se mostró admirablemente receptivo. El pequeño extrac
to de la carta de una dama alemana, que aparece en el suple
mento del No. 64 de Vorwdrts, proviene de una carta de mi
esposa, que está de visita en casa de su madre en Tréveris, y ha
sido publicado sin conocimiento de su autora.
Con mis mejores deseos de buena salud.
Suyo,
Carlos Marx
183
II
L IS T A D E LAS OBRAS R E SU M ID A S O E X T R A C T A D A S
P O R M A R X E N SU S C U A D E R N O S D E P A R IS M
184
la recopilación: Économ istes financiers du xvnf ñecle. Edi
tada y comentada por Eugéne Daire. París, 1843.
R. Levasseur (de la Sarthe), Ex-Conventionnel. M ém oires. 4
tomos. París, 1829 y 1831.
Friedrich List, Das nationale System der politischen O konom ie
(El sistema nacional de la economía política). Tomo i: El
comercio internacional, la política comercial y la unión adua
nera de Alemania. Stuttgart u. Tübingen, 1841.
John Ramsay Mac Culloch, Discours sur l’origine, les progres,
les objets particuliers et Vimportance de Véconomie politique.
Trad. del inglés por G. Prévost. Ginebra y París, 1825.
James Mili, E lém ents d’économie politique. Trad. por J. T.
Parisot. París, 1823.
H. F. Osiander, E nttauschung des P ublikum s über die Interessen
des H andels, der Industrie u n d der L andw irtschaft, oder Be-
leuchtung der M anufakturkraft-P hilosophie des D r. L ist, nebst
einem G ebet aus U topien (Para desilusionar al público acerca
de los intereses del comercio, la industria y la agricultura, o
dilucidación de la filosofía de la fuerza manufacturera sus
tentada por el Dr. List, acompañada de una oración compues
ta de utopías). Tübingen, 1842.
H. F. Osiander, Ü ber den H andelsverkehr der V ólker (Sobre las
relaciones comerciales de los pueblos). 2 tomos. Stuttgart,
1840.
David Ricardo, D es principes de Véconomie politique et de l’im -
pdt. Trad. por F. S. Constancio. 2 tomos. París, 1835.
Jean-Baptiste Say, T ra ité d’économie politique. 2 tomos. París,
1817.
Jean-Baptiste Say, Cours com plet d’économie politique pratique.
Bruxelles, 1836.
185
Cari Wolfgang Christoph Schüz, G rundsdtze der N ational-Ó ko-
nom ie (Principios de la economía política). Tübingen, 1843.
Frédéric Skarbek, Théories des richesses sociales. 2 tomos. Pa
rís, 1829.
Adam Smith, R echerches sur la nature et les causes de la ri-
chesse des nations. Trad. nueva por Germain Garnier. 4 to
mos. París, 1802.
X enophori’s von A th e n W erke (Obras de Jenofonte de Atenas).
Trad. por Adolph Heinrich Christian. Tomo ix: Sobre el arte
económico y Hiero o la vida del gobernante. Tomo x: La
constitución de los lacedemonios; la constitución de los ate
nienses, etc. Tomo xi: Sobre los impuestos de los atenienses,
etc. Stuttgart., 1828 y 1830.
186
III
C R O N O L O G ÍA : EL P R O Y E C T O D E C R ÍT IC A
D E LA E C O N O M ÍA P O L ÍT IC A *
1818-1835: T R É V E R IS
1835 -1836: B O N N
18 36-1841: BERLÍN
* Los datos de esta cronología han sido tomados de: “M arx-Engels-Lenin Ins-
titut” , K a rl M a rx , C h ro n ik seines L ebens in E in zeld a ten , M oscú, 1934; y Manfred
K liem , K . M a rx , D o k u m e n te seines L ebens, Reclam jun. Verlag, Leipzig, 1970.
187
L a diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y
la de Epicuro.
1841 — enero: su prim era publicación — Canciones de arrebato— apare
ce en la revista A thenaum .
— m arzo: recibe el certificado de estudios de la U niversidad de Ber
lín: nueve semestres; asistencia a trece cursos.
— abril: recibe in absentia el título de “doctor en filosofía” de la
U niversidad de Jena.
— lecturas filosóficas: Spinoza, Leibniz, H um e, K ant, etc.
1841 -1843: T R É V E R I S , B O N N , C O L O N IA , K R E U Z N A C H
188
1843-1845: PARIS
1843 — octubre: se traslada con Jenny a París.
noviembre y diciem bre: escribe, p ara los Anales Franco-Alema-
nes, su ensayo Sobre la cuestión judia y su Introducción a la cri
tica de la filosofía del Estado de Hegel, en los que por prim era vez
se adhiere a la causa del proletariado y se reconoce como comu
nista.
1844 — febrero: aparece el prim ero y único núm ero de los Anales Fran
co-Alemanes, que contiene tam bién el e s b o z o d e u n a c r í t i c a
d e l a e c o n o m í a p o l í t i c a , de Engels.
— m arzo: su nueva posición política m otiva el distanciam iento de
A. Ruge.
— de abril a julio: proyecta escribir u n a crítica general del com
portam iento económico, jurídico y político, y de sus respectivas
instituciones y teorías. La elaboración de la primera parte, la
l a e c o n o m ía p o l í t i c a , se inicia con un comentario
c r ít ic a d e
detenido de las obras de los principales economistas y llega a la
exposición crítica de los fundamentos práctico-teóricos que sos
tienen a la problemática de la ciencia económica. (Los “ M anus
critos de París” — n o t a s d e l e c t u r a y m a n u s c r it o s e c o n ó m ic o -
f i l o s ó f i c o s — fueron publicados por prim era vez en 1932, en
alem án.)
Ciertos elementos fundamentales de este primer proyecto se
mantienen constantes a lo largo de todo el desarrollo ulterior
de la crítica de la economía política.
— m ayo: nace su prim era hija, Jenny M arx.
— junio: se relaciona con miembros de la Liga de los Justos.
Se reúne frecuentem ente con Proudhon y con Bakunin.
— de julio a enero de 1845: colabora en la revista Vorwárts y
pasa luego a dirigirla. Reconoce el carácter revolucionario espon
táneo de la rebelión obrera en Silesia.
— agosto: comienza la am istad y la íntim a colaboración con Frie-
drich Engels.
1845 — febrero: es expulsado de Francia.
1845 -1 8 4 8 : B R U S E L A S
189
I
1 848 -1 8 4 9 : P A R ÍS , C O L O N IA
1849 -1883: L O N D R E S
190
— Com ienza su trab ajo (que d u ra rá hasta 1862) como corresponsal
de la N ew Y ork D aily Tribune.
1852 — E l 18 Brumario de L uis Bonaparte.
1853 1857: su situación pecuniaria em peora hasta la miseria y le obliga
a aban d o n ar el trabajo científico.
N o obstante, el tra b a jo perio d ístico de estos años le lleva a com
p le ta r el alcance de su pro y ecto crítico (p. e., ex p lo ra teórica
m e n te el sistem a co lo n ial d e l capitalism o) y lo convierte en
especialista en num erosas cuestiones económ icas, sociales, p o lí
ticas e históricas. L os conocim ientos elaborados en esta época
c o n stitu irá n elem entos im p o rta n te s d e la crítica de la econom ía
p o lítica.
1857 — de m arzo a julio: rean u d a su tratam iento científico de la eco
nomía.
— agosto y septiem bre: traza el p rim e r esbozo d el nuevo p la n de
la crítica d e la econom ía p o lítica. E scribe las p rim e ra s páginas
d e u n a i n t r o d u c c i ó n g en eral, q u e q u e d a inconclusa (el fra g
m ento fue p u b lica d o en 1903).
■—de octubre a mayo de 1858: escribe el b o rra d o r del p rim e r li
bro , “Sobre e l c a p ita l”, d e los seis en q u e se p ro p o n e tra ta r la
p a rte sistem ática d e su crítica d e la econom ía política. (Este
m anuscrito fue publicado en 1939 y 1941 con el título de l i n e a -
M IENTOS FUNDAM ENTALES DE LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
[Grundrisse ... ]. )
1858 — e n ero: relée la l ó g ic a de H egel.
— de octubre a enero de 1859: escribe el p rim e r fascículo d e c o n
t r i b u c i ó n A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA (publicado en
junio de 1859) ; cuatro incisos de este trabajo quedan en borra
dor (fueron publicados jun to con los Grundrisse . . .).
1859 — de octubre a enero de 1860: continúa sus estudios económicos.
1860 — H err Vogt.
— Lee E l origen de las especies de D arw in.
1861 — de agosto a diciem bre de 1862: escribe u n volum inoso m anus
c rito q u e co n tien e la c o n tin u a c ió n d e la c o n t r i b u c i ó n . . .
(in é d ito ).
1862 — de abril a m ediados de 1863: escribe, com o p a rte del m ism o
m an u scrito , el b o rra d o r de las t e o r ía s s o b r e L a p l u s v a l í a (edi
tado por K autsky en 1905 y 1910 y en las M . E. W . (O bras de
M arx y Engels, Dietz V erlag, Berlín, RD A, como Tom o IV
de E l Capital, en 1965 y 1968).
— Lee la Ciencia nueva de Vico.
18 6 3 - 1865: Escribe, con n u m erosas in te rru p c io n e s, la p rim e ra versión
191
d e l o s t r e s l i b r o s d e e l c a p i t a l (inédita, con dos excepciones:
la parte correspondiente al “C apítulo V I ” , r e s u l t a d o s d e l p r o
c e s o i n m e d i a t o d e p r o d u c c i ó n , del Libro I, publicada en 1933,
y la p arte correspondiente al Libro I I I , publicada por Engels).
1864 — septiem bre: preside la sesión en que se decide la fundación de la
Asociación Internacional de los T rabajadores.
— o c tu b re : m e n s a j e i n a u g u r a l y e s t a t u t o s d e l a a s o c ia c ió n i n
t e r n a c io n a l d e l o s t r a b a ja d o r e s .
1865 — ju n io : C o n feren cia sobre s a l a r io , p r e c io y g a n a n c ia (p u b lic a d a
en 1898).
1866 —R e d a c ta la versión d e fin itiv a d e l L ib ro I d e e l c a p i t a l .
1867 — septiem bre: prim era edición del Libro I de e l c a p i t a l .
1867 1869: T ra b a ja sólo ocasionalm ente, debido a la enferm edad, en la
preparación de los Libros I I y I I I de E l Capital.
1870 — Com ienza a estudiar con detenim iento la “cuestión oriental” y
particularm ente la situación social en Rusia.
1871 — L a guerra civil en Francia.
1873 — Segunda edición, revisada, del Libro I de E l Capital.
1875 — c r í t i c a d e l p r o g r a m a d e g o t h a (publicada en 1891 y 1923).
—Versión francesa, con v a lo r cien tífico p ro p io , del Libro I de El
Capital.
1877 — Escribe el C apítulo X, d e l a “ h i s t o r i a c r í t i c a ” , p a ra el A nti-
D ühring de Engels.
— Comienza u n a n u ev a versión d e l L ib ro I I de e l c a p i t a l .
1880 — T ra b a ja ocasionalm ente en la redacción de los Libros I I y I I I
de E l Capital.
— n o t a s m a r g in a l e s sobre la Econom ía política de A. W agner (p u
blicadas en 1932).
1881 — c a r t a a v e r a z a s ú l i c h (p u b lic a d a en 1926).
—Lee y com enta L a sociedad prim itiva de M organ, como parte de
su estudio de las sociedades precapitalistas. (U n a selección de
sus apuntes sobre antropología se publicó en 1972.)
1883 — 14 de m arzo: m uere Carlos M arx en Londres.
1885 — Engels edita el Libro I I de E l Capital.
1894 — Engels publica el Libro I I I de E l Capital.
1895 — M uerte de F riedrich Engels.
192
Im prenta M adero, S. A.
Avena 102, M éxico 13, D . F.
lO -V I-1980
Edición de 2 000 ejemplares
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