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El Ocaso de la Civilización

La civilización humana, así como todo ser vivo sujeto a los procesos de la vida y la muerte, tiene su
nacimiento, desarrollo, apogeo, caída y muerte. ¿En qué etapa se encuentra la nuestra? ¿Qué
signos podemos detectar para determinar el momento en que nos encontramos? Estas preguntas
deben ser resueltas urgentemente y no por los académicos, ni científicos, ni religiosos, menos aún
por los políticos, sino por los hombres libres, libres de dogmatismos, falsas premisas, prejuicios de
todo tipo. Aquellos hombres no los vamos a encontrar definitivamente en las ciudades, ni en los
espacios virtuales, ¿en donde entonces encontrar al hombre valiente, que ostente la mirada justa
y certera, de la verdad? Habrá que alejarse de la cloaca citadina y acercarse lo más que se pueda a
la naturaleza, al hábitat del campesino, del hombre de campo, de aquel que vive, respira y se
nutre de la sabia naturaleza, y que por tal motivo, como hombre natural, mucho más cerca de la
verdad; porque si se acaba la civilización, tengamos por seguro, que la naturaleza toda seguirá
viva, porque ella permanece, en su eterno fluir, en su eterno cambio, permanece inmutable,
porque siempre habrá un amanecer, un medio día, un ocaso y una negra noche, el campo siempre
volverá a florecer, nosotros gente del norte habituada al desierto lo vemos todos los años, solo
hace falta que caiga agua del cielo y riegue los valles hasta los más lejanos e inaccesibles, las
pampas y las llanuras insondables del horizonte, para que de nuevo florezca, y tiña de mil colores
aquello que pareció tierra infértil… y jamás lo dejará de hacer. La vida es más fuerte entonces que
la muerte, porque la vence permanentemente y se impone en todas partes. La naturaleza nunca
nos traicionará, siempre volverá una y mil veces, no tenemos que acudir a ningún especialista para
verificar la verdad, está al alcance de nuestra vista y de nuestros sentidos totales, no miente, no lo
puede hacer. Entonces el hombre de campo, aquel que después de su trabajo, se sobrecoge
mirando el cielo al atardecer, y sabe que así como todos descansan para recuperar sus fuerzas en
la noche, el también tendrá que hacerlo, y no hay rebeldía, porque no hay imposición, es el ritmo
natural de todas las cosas, y así lo sabe, dormirá plácidamente, y en sus sueños, viajará a los
campos verdes y plenos de la ambición de su alma, para después despertar junto a los cantos de
los pajarillos del campo, del canto del gallo en su corral y toda la naturaleza despertará con él, y
volverá a su trabajo consciente de que el fruto de este será el alimento para su familia. Este
hombre de campo, mirará con suma desconfianza al citadino, pues no entenderá ni sus motivos ni
su estilo de vida. Por el contrario el hombre de la ciudad, en su estulto proceder, ya no mira al
cielo ni con respeto ni con sobrecogimiento, ya no escucha los cantos de los pajarillos ni de los
seres de la naturaleza que anuncian siempre lo que viene, ya no conoce como crecen los seres, ni
como se fortalecen, vive en constante miedo, su permanente zozobra es fruto del veneno de la
ciudad, y de los temores a los que está acostumbrado, no hay verdad en él, y lo poco que conoce
de sí mismo lo confunde creyendo que es buena persona porque hace todo lo que le dicen que
haga. Pero no se crea que esto es solo de ahora, no para nada, eso viene de muchos años ya, el
veneno de la vida artificial, de la ciudad, de sus formas, costumbres, modos y modas, nos
acompañan casi mil años ya, quien sabe más, y el hombre se vuelve más estúpido en cada
generación, tanto así que ahora atenta contra sí mismo, como si de un monstruo terrible que se
lanza sobre sus entrañas para devorarlas, así esta generación apaga su vida detrás de una pantalla
de teléfono celular, ya no saluda al vecino, su vida de aislamiento se basa en la premisa del
individualismo infértil, que tras una máscara de autosuficiencia, hace girar su existencia en torno a
cosas tan vanas como el placer, de la comida, de la bebida, de las drogas, de la tecnología, del
sexo; me pregunto realmente ¿qué pasará con la siguiente generación, siguiendo el curso
entrópico de la decadencia de la vitalidad de nuestra raza? y no me puedo imaginar, o más bien no
quiero hacerlo, porque solo veo muerte. El peligro es real, el hombre de campo ya lo sabe, hace
rato que lo sabe, y nos lo dice, su mirada de desprecio por la ciudad y sus habitantes tiene
fundamento, pero también él ha sido envenenado pero indirectamente, cobardemente por el
gusano de la desesperanza y ya no quiere ver nada, solo a su cielo y a su tierra que seguirá por
siempre renovándose.

Y nosotros que alcanzamos a ver todo esto, sabemos que la desesperanza no es un vano
sentimiento, porque tiene fundamento, y vemos ya el final de esta civilización, y no caerá por falta
de inversiones o de trabajo o porque no hay dinero, todo lo contrario, el lujo, el vano despilfarro y
la consumación de los excesos hasta su saciedad es la infección de este ser que ha dejado de
luchar, ha abandonado su posición y se ha abierto al enemigo de sí mismo. ¿Qué se puede hacer al
respecto sino apurar su muerte?, no tiene vuelta, está sentenciado.

Y nosotros que vemos todo esto, deberemos permanecer firmes ante un mundo que se cae en
ruinas, porque el futuro es nuestro. Cuando esta civilización caiga, estaremos nosotros, de pie, con
el corazón encendido, llenos de esperanza y fe para construir el mundo que queremos, una nueva
civilización, basada en la verdad, buscaremos en la naturaleza para aliarnos con ella, y no
transgredir sus principios eternos, porque nosotros y todos aquellos que aspiren a lo mismo
seremos el germen de la nueva civilización.

Cada uno en su posición, manténgase firme, imponga los principios de la vida, la lucha, y forje el
carácter de la nueva generación, aprenda de la naturaleza, afine su oído, aguce su vista, observe
los ritmos de la vida, vuelva a campo, estudie los reinos de la naturaleza, y no tema nunca, no
permita jamás que el miedo pueda más que su voluntad, que prevalezca el valor, el honor y el
placer del trabajo bien hecho.

Y si no hace esto, por lo menos sepa que un grupo de buenos hombres y mujeres, han levantado
las banderas de la libertad y verdadera independencia y no se oponga, de otra forma será barrido
por el hombre que vendrá.

Bort von Nothuräm

Ciudad de Villanueva de La Serena

4to Arbartak de Arfa 132 nHk

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