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EL MITO DE LOS SEIS MILLONES

Joaquín Bocha

UN ACERCAMIENTO A SU OBRA
Por Aretnys as Lüarth

En el curso de la Primera Guerra Mundial, los Aliados, que monopolizaban casi por entero las
agencias de noticias en todo el mundo, acusaron a Alemania de las mayores barbaridades y
atrocidades que se hayan escuchado en el mundo. La propaganda sobre las atrocidades se convirtió,
en manos de hombres inteligentes pero desprovistos de dudas, en una ciencia exacta difícil de
rebatir; Increíbles historias de la barbarie germánica en Francia y Bélgica crearon el fraude de la
exacerbada brutalidad por parte de los alemanes; fraude que continúa revoloteando en la mente de
muchas personas en la actualidad. Por una parte, todos pensarían que el tiempo podría haber
ayudado a esclarecer muchas de las “consideradas verdades en estos temas” y en vez de difuminarse
la propaganda sobre las atrocidades alemanas y, de manera especial, “la manera como fueron
tratados los judíos europeos” durante la ocupación de buena parte del Continente por las tropas de la
Wehrmacht, ha ido en aumento. Ya en esos días, hablamos de 1979 cuando se publicó este libro; en
la Televisión australiana y en la noruega, en la soviética y en la norteamericana aparecen docenas
de filmes sobre los campos de concentración. La literatura concentracionaria, a los treinta y tres
años de finalizada la tragedia, continuaba lanzando nuevas ediciones al mercado, martilleando el
cerebro de las personas y ensuciando sus retinas con imágenes, sobre todo una cifra horrorosa: Seis
millones de judíos asesinados por los alemanes. El mayor genocidio de la Historia, perpetrado con
increíble brutalidad.
El motivo aparente: la pertenencia a un grupo racial determinado, cuyo desquite consistió en una
exterminación planificada a través de diversos procedimientos, destacando entre ellos, los
gaseamientos y las incineraciones, en vivo, en los hornos crematorios. Pero muchos otros escritores
e historiadores han puesto en duda, o han negado resueltamente, la realidad del holocausto. En las
páginas de “EL MITO DE LOS SEIS MILLONES” de Joaquín Bochaca libro escrito con la
convicción de desmotar con creces y de manera irrefutable, que éstos historiadores tienen razón y
que el hecho de pretender sostener, hoy en día, que entre 1939 y 1945 seis millones de judíos fueron
exterminados, a consecuencia de una política oficial de las autoridades alemanas es una acusación
cuyo único fundamento son sus móviles políticos. El Autor nos menciona desde el principio que
“toda afirmación que no sigue la corriente de las verdades oficiales, la conclusión establecida en el
párrafo precedente será mal acogida por los más”. No obstante, es ésta una investigación iniciada
sin ideas preconcebidas, cuyos años de estudio y lecturas de centenares de obras y un millar de
artículos periodísticos, además de las riquísimas conversaciones con supervivientes de la
persecución nazi, le han otorgado al autor, una visión amplia, resolutiva y sin con fuertes cimientos
en donde, finalmente expresa, consecuencia también del sencillo manejo de la Aritmética y del
sentido común, conclusiones que todo buen investigador y buscador de la verdad debe considerar.
El libro parte haciendo un profundo análisis desde la primera guerra mundial y nos muestra una
sucesiva cadena de movimientos que paso a paso, crean todas las condiciones necesarias y
deliberadas de tal forma que, hoy revisar o cuestionar el holocausto es considerado un delito.
Bochaca parte enfatizando en el hecho de que los sionistas, encabezados por Lord Rothschild y
Lord Melchett, de Londres, propusieron un acuerdo entre el Gobierno Británico y la Organización
Sionista Mundial, según la cual, a cambio del reconocimiento de un Hogar Nacional Judío en
Palestina, se comprometían a usar su influencia para conseguir la entrada de los Estados Unidos en
la guerra, al lado de Inglaterra y sus Aliados. Olvidando que los que buscan protectores, sólo
encuentran amos, y sólo vieron que con la ayuda norteamericana y el desangre de Francia podrían
derrotar a Alemania e impedir la construcción de la vía férrea Berlín-Bagdad que, evidentemente,
ponía en peligro la hegemonía mundial inglesa.
Salta a la vista que la realización de esa Vía férrea era un peligro para la hegemonía militar y
comercial y en definitiva, política, de Inglaterra. El joven Imperio Alemán era, potencialmente, un
contrincante peligroso. Además, el Sultán del Imperio Otomano, tras ser derrotado por la Rusia
Zarista poco después de la Guerra Franco-Prusiana de 1870, concertó un acuerdo con Guillermo II
para la reorganización de su ejército por instructores militares alemanes. Una gran amistad surgió
entre el Kaiser y el Sultán, lo que evidentemente facilitó la concesión de la vía férrea Berlin-
Baghdad.
Los políticos ingleses, cada vez más preocupados por el creciente prestigio del «Made in Germany»
y por el inmenso aumento de poder militar, comercial y político que concedería a Alemania la
construcción del ferrocarril Berlin-Baghdad, decidieron que la única solución que les quedaba era
aplastar a Alemania en una guerra que eliminara para siempre la amenaza de la tan temida vía
férrea. Estaba claro que, si el Reich era derrotado, el control sobre el paso terrestre de Alemania,
Austria-Hungría o Rusia hacia la India, era clave para el Imperio Británico, puesto que eran sus
arcas. En vista de esto, Francia se uniría gustosamente con Inglaterra y Rusia, esta última fue
tentada con el control del estrecho de Dardanelos y con las recompensas de los despojos del Imperio
Otomano, el aliado de Alemania. Ellos junto a Japón, Portugal, Montenegro, Italia y Servia.
Es innegable que el Acuerdo de Londres, del que saldría la posterior Declaración Balfour para la
creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina fue el causante de la entrada de los Estados
Unidos en la contienda y la posterior derrota de Alemania. El objetivo era claro, y debía conseguirse
a toda costa, sin importar la traición que estaban cometiendo los judíos contra Alemania. Donde por
siglos fue su refugio, ya que huían por los constantes “pogroms” en Rusia y Polonia principalmente;
y éstos incluso obtuvieron en 1812 igualdad de derechos civiles con los alemanes.
La propaganda aliadófila alcanzó grados de delirante apología y las provocaciones antialemanas se
multiplicaron al mismo tiempo que se organizaba la masiva ayuda norteamericana a Inglaterra.
Finalmente, en Abril de 1917 Estados Unidos declaró la guerra a Alemania. El pueblo alemán no
tuvo conocimiento de esto, sólo en plena Conferencia de Paz de Versalles, cuyo tratado calificado
por los alemanes como “Diktat”; cuando 117 dirigentes sionistas, casi todos ellos nacidos en
Alemania u oriundos de la misma, le reclamaron a Inglaterra el pago de su “libra de carne”, es
decir, la entrega de Palestina.
La aversión iría en aumento a medida que se cumplían las duras cláusulas de paz impuestas a
Alemania: pérdida de todas sus colonias; incautación de su Marina; amputaciones territoriales en la
metrópoli y una tremenda contribución de guerra. De ahí en adelante el régimen comunista agarró
firme terreno en Alemania, provocando revoluciones a manos de, por su puesto, judíos que
mancharon y corrompieron en desmoralizado pueblo alemán, incluso asesinaron a Horst Wessel,
considerado por los nacionalsocialistas como su héroe nacional, en cuyo asesinato desempeñó
además un importante papel la judía Else Cohn, organizadora del atentado. Las Infiltraciones en
todos los estamentos sociales fue evidente: En las escuelas y universidades, en el comercio, en los
tribunales de justicia, en la medicina, en puestos diplomáticos, gubernamentales, y se destacaron
por la creación de literatura bélica y post bélica, siempre con una visión en contra de todo lo
referente alemán y el ejército. La desproporción era evidente, mientras que la preponderancia era
desleal y los alemanes lo notaban, en tanto que los alegatos y la aversión siguió creciendo.
Hasta que el 30 de enero de 1933, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, encabezado por
Adolf Hitler, subía al poder, merced a una victoria en las urnas. El sentir Alemán tenía absoluta
correspondencia por quien sería el Hombre más importante del siglo XX, cuya determinación y
voluntad inquebrantable liberaría de las cadenas de Versalles y de la preponderancia judía a
Alemania; a través de sus puntos programáticos el N.S.D.A.P. y otra serie de implicaciones en
términos que consideraban la reforma financiera, agraria, superación de la lucha de clases y
creación de una colectividad nacional, igualdad de derechos para Alemania, lucha contra la
delincuencia y el parasitismo y promoción de las ciencias y las artes, y por su puesto el que se
refería a la eliminación de los judíos de la dirección política del país. Quisiera mostrarte algunos
puntos que versan así:
Cuarto punto: “Sólo puede ser ciudadano el que sea miembro del pueblo. Miembro del pueblo sólo
puede serlo el que tenga sangre alemana, independientemente de su confesión religiosa. Ningún
judío puede, por consiguiente, ser miembro del pueblo”.
Sexto punto: “El derecho a determinar la conducción y las leyes del Estado ha de ser privativo del
ciudadano. Por eso exigimos que todo cargo público. sólo pueda ser desempeñado por ciudadanos”.
Como se ve, el programa nazi, buscaba prácticamente la eliminación de los judíos en la vida política
y administrativa del país. Cuando Alemania recobró la dignidad al ponerse en práctica las medidas
y donde el trabajo era por y para el pueblo alemán, el bando judío devolvió el golpe, como ellos lo
saben hacer; a través de las grandes agencias de noticias internacionales, en donde sus influencias
eran grandes y determinantes, es así como podemos ver que desplegaron una campaña contra
Alemania. Y comparadas con las campañas que se hicieron en la primera guerra mundial en 1917
contra Alemania, no sería muy novedoso el discurso; empezaron a aparecer, con toda seriedad,
espeluznantes relatos de amputación de miembros a judíos, de violaciones de muchachas judías, y
de ojos arrancados de sus órbitas. Naturalmente, tales relatos sólo aparecían en determinado tipo de
publicaciones, pero no por ello dejaban de surtir su efecto en amplios sectores de la llamada opinión
pública.
La situación se irá agravando a medida que las medidas antijudias nazis se cumpliendo. No
obstante, conviene tener muy en cuenta que la campaña exterior de los judíos contra Alemania
empezó ya antes de la subida de Hitler al poder. No se puede soslayar el hecho de que el judaísmo o
Sionismo internacional, como sea que se prefiera decir, había declarado la guerra política y
económica a Alemania con anterioridad a la victoria electoral hitleriana. He aquí unos ejemplos de
la prensa, pues ya en 1932 el diario “New York Times”, propiedad de judíos y editado por judíos,
publicaba anuncios a toda página: “Boicoteemos a la Alemania antisemita!”. El bien conocido
sionista Samuel Fried escribió, también en 1932: “La gente no debe temer la restauración del
poderío militar alemán. Nosotros, judíos, aplastaremos todo intento que se haga en este sentido y, si
persiste el peligro, destruiremos esa odiada nación y la desmembraremos”.
La aversión hacia los judíos tiene lugar desde mucho antes de Hitler, y no debe resultarnos extraño,
ya que es un pueblo que siempre ha reclamado derechos de ciudadanía para conseguir privilegios y
todo lo que ello significa dentro de un grupo social, entiéndase, protección en las instituciones
públicas, provecho material, y abarcar y controlar para extraer del pueblo todo lo posible,
aprovechándose de la hospitalidad del pueblo en cuestión. Pero al mismo tiempo reservando lealtad
a otra nación, bandera y por su puesto a otros líderes.
Desde ya podemos situarnos cómodamente para darnos cuenta que la idea concebida como
desquiciada, cuando hablamos actualmente de “Negacionistas del Holocausto” ya no suena tan
descabellada, asumiendo que la mentira más grande de la Historia, que se quiere por todos los
medios, mantener viva y latente en las mentes del público general como un hecho irrefutable, es el
único sustento que les permite a la comunidad sionista mantener su credibilidad y por lo tanto su
poderío económico, político, social y cultural a nivel mundial. Que no nos resulte raro todos los
esfuerzos que realizan por mantenerlo en pie. Pues bien, las sucesivas páginas del libro “El Mito de
los seis millones” consigue desmitificar axiomas que hasta el día de hoy se transmiten a través del
cine, entrevistas, videos, literatura, etc. aclarando de base cuestiones como ¿quién declaro al guerra
a quién?, entregándonos documentos de diversas fuentes, así como declaraciones o entrevistas, en
donde queda clara la manipulación de medios y la propaganda que se usó para colocar al mundo en
contra de los alemanes y quién le declaró la guerra a Alemania y bajo qué términos, dejándonos en
claro que no importan los medios, sean éstos sucios o no, el objetivo para “ellos” era claro. Y con
las palabras de Jabotinsky (1934), esto nos debe quedar muy en claro: “La lucha contra Alemania
ha sido llevada a cabo desde hace varios meses por cada comunidad, conferencia y organización
comercial judía en todo el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y material en todo el
mundo contra Alemania”.
También Bochaca nos aclara muy bien, de dónde viene la idea de la “solución final”, en qué
consiste y la verdadera finalidad que buscaban los Alemanes, sacando a la luz documentación veraz
en donde demuestra, la realidad versus el teatro judío; realizando una brillante exposición critica de
los supuestos testimonios, que entregando evidencias contradictorias entre sí, irrisorias, exageradas
y sobrestimadas, en lo más amplio del espectro, ayudaron a montar castillos en el aire de donde se
sujetan hasta el día de hoy el pobre intelectualismo moderno. Pero también resalta en pocos casos,
aquellos jueces que anulan ciertos testimonios por ser considerados demasiado fantásticos, como
sucede cuando alguno de ellos comienza a dar cifras numéricas exorbitantes de muertes en cámaras
de gas o crematorio, ya que por ningún motivo se puede sostener un testimonio de calaña magnitud,
dejando en evidencia las mentiras y supercherías.
Es aquí donde entran en la palestra, los importantes testimonios de un organismo fuerte, que estuvo
presente desde 1942 hasta el final de la guerra, de carácter neutro y confiable. Estoy hablando del
Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que nos dejó la increíble cantidad de tres volúmenes
que contiene un exhaustivo informe acerca de las actividades que se realizan al interior de los
campos de concentración, tanto de las acciones humanas, como de los registros que se han
redactado, todas ellas inspiradas bajo el principio de una estricta neutralidad política, siguiendo la
tradición de la Cruz Roja, y es ahí donde se halla su gran valor. Los campos de concentración, por
lo tanto, fueron altamente visitados, como los que se reconoció que nunca hubieron o existieron
cámaras de gas; como son: Dachau, Belsen, Dora, Oranienburg, Buchenwald, etc. o como los que
se afirmó que hubo, especialmente en Auschwitz.
El Repport por lo tanto, nos entrega un valioso acercamiento y una mirada directa al interior de los
campos, aclarándonos circunstancias legítimas de detención de judíos, como enemigos de estado,
por ejemplo. O que los mismos alemanes pidieron apoyo firmando una concesión con CICR
otorgando víveres y ayuda de forma permanente y constante hasta los últimos meses de la guerra en
1945. Tan detallado es el Repport, que no puedo dejar de compartir este pequeño extracto que el
autor nos hace llegar: “Los delegados de CICR visitaron no solamente los lavabos, sino las
instalaciones de baños, las duchas y los talleres de lavado de ropas” (Id., Vol. III. p. 594). Ya que
inmediatamente nos hace pensar, ¿nadie vio nada? y esto, por su puesto, sucedió en todos los baños,
y en todos los campos de concentración.
Lo paradójico es, que igualmente sucedió lo mismo con la iglesia católica, y es que muchos de los
campos “supuestamente de la muerte” estaban en territorio Baviera, Austria y el más famoso de
todos, Auschwitz, en Polonia, país en el que es imposible que se lleve a cabo un genocidio a escala
industrial sin que los curas rurales se enteren. Ya que todos, se pueden imaginar, cuán bien pueden
estar informadas estas personas. Donde ni si quiere el papa Pío XII, que no tubo tapujo alguno para
condenar los malos tratos ocurridos a “ciertos grupos raciales”. Pero, sin embargo, sobre las
cámaras de gas, o las muertes masivas, no se pronunció ni una sola palabra. Es más, teniendo
motivos de sobra para hablar mal de los alemanes, por las confrontaciones de ideas y sus luchas de
poder, el vaticano no admitió jamás la leyenda de los seis millones de judíos exterminados.
Para terminar este sencillo extracto, Bochaca nos demuestra en todo momento su naturaleza, como
alguien que es fiel a sí mismo. Pues en la noble tarea que se adjudicó de buscar la verdad y de dejar
en evidencia la mentira del holocausto judío, “El diario Ana Frank” no se escapa y nos muestra su
investigación al respecto sacando a la luz la manipulación deliberada y sin escrúpulos del
manuscrito, por orden del mismo padre; contándonos incluso las disputas judiciales por dinero que
tubo éste con el escritor del libro. Ya no es difícil comprender qué tipo de gente sería capaz de
realizar estas acciones considerando los intereses que mueven y motivan desde siempre al pueblo
judío.
Bajo la virtud de quien busca la verdad, Bochaca nos entrega, por lo tanto, un vasto análisis de
circunstancias y de hechos importantísimos que, acompañados de la evidencia pertinente e
irrefutable, busca poner fin, a la historia más mal contada de la historia. Del cual su agrio y
envilecedor sabor aún algunos se dejan envenenar y, lo que es más, aún se encuentran enceguecidos
ante la horrenda y verdadera tragedia: En una sola noche, en Dresde, la Royal Air Force arrojó
600.000 bombas incendiarias, 5.000 bombas explosivas y miles de bidones de fósforo para activar
una horrorosa pira. Quedando demostrado que los que sí planificaron un genocidio a escala eran los
Aliados, y no Hitler. Y es así como Jaquín Bochaca, para mí personalmente, cumple de forma
excepcional su objetivo con este libro, que es demostrar que el mito de los seis millones es
completamente falso y que, en todo caso, los que murieron no fueron a causa de unas medidas
derivadas de una política oficial del III Reich, sino por los avatares de la guerra misma y de las
condiciones generales de vida en los campos de concentración.
Quien se encuentra consigo mismo, está a un paso de encontrarse con la verdad.

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