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La última ingeniosidad de algunos físicos teóricos es decir que Dios se esconde tras el muro de

Planck. Nuestro Universo se caracteriza por un conjunto de constantes, magnitudes físicas que no
han variado desde que se creó. Una de ellas, muy sencilla de entender, es la velocidad de la luz en
el vacío: 300.000 km/s. Los fotones recién creados (si se quiere, en plan: “¡Hágase la luz!”) iban
igual de rápidos que los enviados por el Sol esta mañana. Otras constantes son la carga eléctrica
elemental o mínima, la que rige la gravitación Newton, etc. No son muchas y, seguramente, las que
conocemos no son todas, porque es difícil encontrarlas. Max Planck descubrió al comienzo del siglo
XX una de ellas, a la cual le dieron su nombre. ¿Por qué sabemos que estas magnitudes son
constantes? Porque lo vemos. Por ejemplo, el espectro de un átomo de hidrógeno emitido por un
objeto que está a varios miles de millones de años luz, o sea, cuando el Universo estaba en su
infancia, es exactamente igual al que obtenemos en el laboratorio. Dicho espectro está definido por
tres de esas constantes: la de Planck, la carga del electrón y la velocidad de la luz.

Al ver lo heterogéneas que eran esas magnitudes, Planck propuso un sistema que parecía una
barbaridad: hacerlas todas igual a 1. Se le llamó sistema natural y cuando yo estudiaba ya se decía
que era más bien “sobrenatural”, entre otras cosas, porque las constantes desaparecían de las
fórmulas. Tras tomarse a broma el sistema, siendo tan serio como era Planck, los físicos se
percataron de muchas sutilezas y utilidades. Por ejemplo, el desvanecimiento de las constantes
físicas universales liquida el llamado Principio Antrópico, que, de forma simplificada, postula que sus
valores posibles están restringidos a aquellos que permiten la existencia de la especie humana. Si
se quiere expresar el tiempo en ese sistema, o sea, ponerlo en función de las constantes
apropiadas, sale 5.39121 × 10-44 segundos. Y la longitud de Planck es 1.61624 × 10-35 metros. Ni
“antes de” ni “más pequeño que” tienen sentido físico, a menos, naturalmente, que inventemos otra
física, la cual ha de englobar los fenómenos cuánticos y los gravitatorios. Ese es el muro de Planck.
¿Cómo de recio e inexpugnable es?

Pensemos en tamaños. Si un átomo fuera del porte del Universo entero, la longitud de Planck sería
la de un árbol. En esa escala, las demás magnitudes, como la fuerza, la temperatura, etc., toman
valores difícilmente concebibles. Si el lector no ha entendido nada de esto, piense que muchas
mentes muy preclaras de la física teórica llevan décadas intentándolo. Hablamos de supercuerdas,
dimensiones extras, membranas, dualidades, monopolos magnéticos… A lo mejor es que lo que hay
detrás del muro de Planck no lo entiende ni Dios.

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