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EMAÚS – PARROQUIA DEL ESPIRITU SANTO

MAIRENA DEL ALJARAFE SEVILLA

9ª REUNIÓN

FÉ Y CONFIANZA

«Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y le rogó diciendo: "Señor, mi criado yace en casa paralítico
con terribles sufrimientos". Dícele Jesús: "Yo iré a curarle".

Replicó el centurión: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero basta tu palabra para que se cure
mi criado"» (Mt 8,5-13; Le 7,1; Jn 4,43-54).

La fe del centurión, modelo de nuestra fe, consiste en aceptar sin reservas la palabra y el poder de Jesús, como
los soldados que él tenía bajo sus órdenes aceptaban su autoridad.

La Fe significa Creer. Y aunque puede ser un misterio, en la Fe está el poder de Dios, es decir que la Fe no es
una gracia o facultad del ser humano por sí mismo, sino que por el contrario es la Gracia de Nuestro Señor
Jesucristo en nuestro corazón. Esto puede resultar igual más difícil de entender que la Fe por sí misma.

Existe la Fe porque nos abrimos al Señor y dejamos que El actúe en nuestro interior. El alma está unida a Dios
en la medida en que tiene fe, el acto de fe, “creo que Dios existe, me ama y me puedo encontrar con Él” es lo
que nos hace “tocar” a Dios.

Nuestra Fe aumenta en la medida que tengamos la disposición de abrirnos al Señor y dar amor al prójimo. “…la
Fe que obra por el amor" (Gálatas 5:5). Jesús nos enseña que el segundo gran mandamiento es “Ama a tu
prójimo como a ti mismo”. Mateo 22; 39. Sólo en la medida que aprendamos a amar al prójimo, cualquiera
que éste sea, podremos entender lo que es la Fe. Porque cuando amamos a los demás y servimos a nuestro
prójimo en el nombre de Dios, comenzamos a ver las bendiciones de Dios y sentimos su presencia. De esta
forma sabemos que Dios existe y creemos, y creer es Fe.

En la medida que nuestro amor por Dios crece, nuestra Fe crece y por ende la confianza en Dios también crece.
Esto es fruto de nuestro crecimiento en la VIDA DE ORACIÓN.

“Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la
barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: “Señor,
sálvanos que perecemos!!” Díceles: “Porqué tenéis miedo, hombres de poca fe?” Entonces se levantó, increpó
a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es
este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?”

La tormenta debió ser impresionante, y los apóstoles, aun estando acostumbrados al mar porque eran
pescadores, sintieron miedo, se vieron en peligro. En ese momento se volvieron angustiados hacia Jesús que
dormía tranquilamente. “!Señor, sálvanos que perecemos!”

“¿De qué teméis?” les pregunta, porque estando con Él ya no deberían temer nada.

Jesús es nuestra seguridad, basta estar en su compañía para sentirnos seguros, aunque los momentos de
oscuridad, de tentación o de prueba pueden hacernos creer que se ha olvidado de nosotros. En estos
momentos debemos pedir la gracia del abandono, entregarnos sin reservas en los brazos del Padre, confiar
plenamente en Él a través de la fe.

Confiar, es tener la convicción de que Dios no nos va a fallar. La confianza es más que un acto simple de fe; es
una fe tan firme, que nada, ni las mayores tormentas podrían hacerla tambalear, aunque su única base sea, la
de creer en un Dios que no vemos, y que en ocasiones “pareciera” darnos la espalda y olvidarse de nosotros,

9ª REUNIÓN: FE Y CONFIANZA 1
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o estar sordo a nuestros llamados de auxilio. Dios escucha a quienes lo seguimos, siempre está atento a
nuestras flaquezas, para perdonarnos, levantarnos y ayudarnos. Nunca nos olvida, y si calla en algunas
ocasiones es para que maduremos en nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.

“En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él
despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada,
Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es
un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy Yo; no
teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le
dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la
violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le
tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a
la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, Tú eres
el Hijo de Dios". Mateo 6; 45-52

Pedro perdió su confianza en Jesús, se sintió inseguro y tuvo miedo y entonces se hundió. La inseguridad nace
cuando se debilita nuestra fe, y con la debilidad llega la desconfianza. Él sabe bien todo lo que nos pasa, y todo,
agarrados de su mano, es para bien. Con Él todo lo podemos, si es necesario increpará a los vientos y al mar y
se hará una gran calma, nos inundará con su paz.

“No tengáis miedo!!” estas palabras se repiten a lo largo de todas las sagradas Escrituras. Dios nunca llega
tarde para socorrer a sus hijos, aún en los momentos en que parece más difícil, Él siempre llega en el momento
oportuno. Hay tantos momentos en la vida en los que Dios nos ha socorrido, que nuestra confianza debería
ser inquebrantable, deberíamos andar sin miedos por la vida. Nosotros, junto al Sagrario podemos oír las
mismas palabras que Jesús dijo a Jairo cuando parecía que todo estaba perdido porque le comunicaron la
muerte de su hija: “No temas, ten sólo fe.” Lucas 8, 50. Si tenemos confianza, son las palabras que también
oiremos nosotros.

La total confianza en Dios da a los cristianos una fortaleza especial y una increíble serenidad ante los
acontecimientos dolorosos y las dificultades. Se da de dos formas: poco a poco en la medida que aprendemos
a amar, o bien cuando nos enfrentamos a una situación tan difícil que la única salida es agarrarnos de la mano
del Señor. La confianza es una opción consciente por ponernos en las manos del señor. Esta confianza no es
simple inactividad, sino que exige una respuesta dinámica y positiva. No se debe confundir la confianza en Dios
con pasividad, como si el plan de Dios no exigiese la cooperación humana.

La confianza en Dios es ponerlo todo bajo los cuidados del Señor, bajo su sabiduría y su fidelidad. Para poner
esto en práctica, es preciso conocerle, conocer su amor, del cual nos ha dado la prueba suprema por el don
del Señor Jesús. “Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros” (1 Juan 4:16).
Llegará el punto en que nuestra Fe sea tan grande, que no nos dejaremos abatir por las dificultades, porque
nuestra Fe nos lleva a confiar inmensamente en Dios, a ser conscientes de su inmenso amor, a saber que no
se mueve un grano de arena sin su consentimiento, a entender que el Señor estará siempre a nuestro lado
para tendernos la mano y no dejarnos ahogar, y que todo lo que nos sucede por más malo que pueda parecer
a nuestros ojos, es lo que necesitamos para acercarnos más a Dios, para crecer espiritualmente y para ser cada
vez mejores personas.

La confianza es relativa al amor. Es decir, podemos confiar en alguien en la medida en que conocemos su amor
e interés hacia nosotros y su capacidad de podernos ayudar o en su verdadera fidelidad que nos ha

9ª REUNIÓN: FE Y CONFIANZA 2
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demostrado. Dios nos ha amado con un amor sin límite, por lo tanto tiene derecho a una total confianza por
nuestra parte.

Esta predilección, este cuidado de Dios por los hombres, nos hará dirigirnos a Él, no como a un ser lejano,
indiferente y frío, sino como a un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y nos ha puesto un Ángel
para que nos cuide en nuestro camino.

Él nunca ha fallado a sus amigos: “Y fiad de su bondad, que nunca falló a sus amigos.” santa Teresa, Vida 11,4.
Junto al Señor se ganan todas las batallas, “Llama al cielo para que seas oído, y tu Padre, que está en los cielos,
te enviará el auxilio y te defenderá. Te librará de la tribulación y te colmará de la gloria de la resurrección.” San
Ambrosio. Debemos confiar en Dios por encima de todas las dificultades, ya que Él nunca nos abandona y ha
prometido estar con nosotros hasta el fin de los tiempos, aunque a veces nos hace esperar un tiempo antes
de socorrernos, como a los discípulos en la tempestad, ya que quiere que seamos pacientes y nos
fortalezcamos en la prueba.

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas te serán añadidas.” Mateo
6:33. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo." Romanos
5:1.

Nuestro crecimiento espiritual nos debe llevar a confiar cada vez más en Dios. En la medida que nuestra
confianza en Dios crece, nuestra tranquilidad también crece.

“¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” Mateo 8, 26

Tu solo confías en las personas que crees, se pierde la fe en una persona cuando te ha defraudado, engañado
o desilusionado. Si no crees y tienes fe no puedes confiar “mira qué tanto confías en Dios y sabrás qué tanta
fe tienes en El”. Lo más triste de todo, es que, aunque nos llamamos “creyentes”, no tenemos la fe suficiente
ni la confianza en Dios para abandonarnos en sus manos, y así, hacer su voluntad y no la nuestra. A veces
buscamos solución a nuestros problemas en otras personas o cosas, menos en Dios, hasta que finalmente
tocamos fondo ya sea por una desgracia, por alguna enfermedad, o por alguna perdida de alguien querido, un
revés económico o cualquier otro suceso que nos hace tambalear y cuestionar a Dios.

No esperemos a que sea muy tarde para reafirmar nuestra fe y poner a Jesús en el centro de nuestras vidas
con toda confianza y seguridad que, de la mano de Él, todo será mejor. Pidámosle al Señor que nos regale el
don de la fe, que nos aumente todos los días la confianza y la fe en El. Que no nos pase lo de Pedro cuando
caminó sobre las aguas y comenzó a hundirse por su poca Fe y confianza en el Señor. (Mt, 14, 27-32).

La confianza en el Señor es UNA GRACIA que debemos pedirle con humildad y perseverancia.

La humildad abre nuestro corazón a la confianza en Dios, y con la luz de la fe, cambia nuestros pensamientos
negativos y nos da una nueva manera positiva de pensar, alejando nuestra atención de nuestras limitaciones y
centrándonos en nuestra Fe con confianza absoluta en Dios.

¡JESUCRISTO HA RESUCITADO! ¡EN VERDAD HA RESUCITADO!

“Gracias a la Fe recibimos del Señor su Paz”

9ª REUNIÓN: FE Y CONFIANZA 3

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