CARLOS ALBERTO LOPRETE
LITERATURA ESPANOLA,
HISPANOAMERICANA
Y ARGENTINA
Plus Ultra20 EL CRIOLLISMO
SK
CARACTERES DEL CRIOLLISMO.
En las tres primeras décadas del siglo xx se afianza en Hispanoamérica una
corriente literaria que hace de lo regional el fin de la actividad literaria. Se la ha
denominado genéricamente “criollismo” y también “regionalismo”,
Los escritores muestran una definida posicién nacionalista en el arte y una
conciencia literaria madura. Son americanistas también, en cuanto se desen-
tlenden del peso de las tradiciones europeas y centran su interés en nuestro
continente.
A diferencia de los americanistas del periodo romantico (Echeverria y otros)
y de los indigenistas de la misma época (Zorrilla de San Martin y otros), ponen
su objetivo en el paisaje antes que en los individuos. Por esto son notoriamente
435descriptivos. Ademas, los personajes de sus obras son por lo comun victimas de
esa naturaleza americana, brutal, inhéspita y grandiosa.
Asimismo, son excelentes artistas que dominan la técnica de la novela, el
relato o el cuento, ya maduros por esos afios en Hispanoamérica, después de la
maestria literaria que habian revelado en sus obras los poetas y prosistas del
modernismo. Continwan esta tradicién modernista de hacer verdadero arte es-
crito, pero con contenidos nacionales, antes que los cosmopolitas preferides por
sus predecesores,
Dominan el manejo de la lengua y conocen a fondo los regionalismos de
vocabulario sintacticos, que usan sin prejuicios en sus obras, Los dialogos se
caracterizan por la fidelidad a las hablas locales.
Finalmente, conocen a fondo la psicologia de los habitantes de esas regio-
nes, y los presentan con exageraciones 0 idealizaciones irreales.
Los mas grandes representantes del movimiento criollista en Hispanoaméri-
ca fueron Romulo Gallegos (Venezuela), José Eustasio Rivera (Colombia), Hora-
cio Quiroga (Uruguay-Argentina), Ricardo Giliraldes y Benito Lynch (Argentina).
Estanciero con chaleco
federal, acuareta de Re
veroy A, D'Hastrel (1805-
1875),@
Rémulo Gallegos
Romulo Gallegos esta considerado como el mas importante de los escritores
criollistas de Hispanoamérica en el siglo XX.
Vida. Nacié en Caracas, Venezuela (1884), y después de concluir sus estudios
primarios, ingreso en e} Liceo Sucre, y de alli, en la Universidad Central,
Se dedicé a la ensefianza, mientras colaboraba en publicaciones literarias
de la época. Llegé a ser director de algunos establecimientos educacionales, en-
tre ellos el famoso Liceo Andrés Bello (1929-1930), de Caracas. Simultaneamen-
te, dedicd tiempo y preocupaciones a la politica, y ocupé una silla de senador
nacional (1929) el mismo aio en que dio a conocer la mas famosa de sus nove-
las, Dofia Barbara .
Por disconformidad con la tirania de Gomez salié en exilio voluntario de Ve-
nezuela hasta la caida del dictador (1935) y vivid en Espafia y en los Estados
Unidos, donde continud su infatigable labor de novelista.
En el gobierno que se formé después en su pais, Gallegos ocupd el cargo de
ministro de educacién (1936), que debid dejar poco después como consecuencia
de la oposicion a sus ideas de modemizacion de la ensefanza. Sirvié a su pais
en otros cargos politicos, que culminaron con su eleccién como presidente de
Venezuela por el periodo 1947-1952. Al afo de ocupar el cargo presidencial fue
depuesto por un golpe militar (1948) que toms el poder y entreg6 el gobierno a
Pérez Jiménez.
Gallegos salié nuevamente del pais y vivid durante varios ajios en los Esta-
dos Unidos, en Cuba y en México. Fallecié en 1969.
El novelista. Gallegos es autor de numerosas novelas y cuentos, de tipo criollis-
ta. En ellos aparece su pais, Venezuela, y los distinlos tipos humanos y sociales
que lo constituyen. El ambiente geografico es fuerte y brutal, y pesa sobre los
individuos en forma dramatica y hasta cruel. La tierra motiva el alma y la vida
de los hombres, haciéndolos victimas de su poderio y sus inclemencias. Los Ila-
nos venezolanos, los rios, la montafia y la selva producen seres sufridos y pasio-
nales, que chocan entre si en rivalidades y peleas cruentas, en medio de las cua-
les los principios y la educacién se sofocan y claudican.
437Gallegos revela un profundo amor por su tierra y sus conciudadanos, pese
a los cuadros brutales en que los muestra, Su sentido de la vida y de la muerte
es primario, naturalista y tremendo. Todo es tenso y conmovedor en el mundo
novelistico del maestro venezolano. La muerte es una circunstancia normal en la
vida de los personajes, asi como los instintos y las pasiones. En cierto sentido,
las novelas de Gallegos reactualizan el antiguo tema de la lucha entre la natura-
leza y el hombre, que es tan frecuente en ta literatura hispanoamericana desde
los tiempos de la Colonia.
‘Técnicamente considerado, Gallegos es un maestro en la invencién de tra-
mas para sus obras, donde la accion es original y al mismo tiempo veridica. Los
hechos se presentan en una combinacién magistral de circunstancias, que no
por eso se apartan de la realidad.
Particularmente notable es también su destreza en el manejo del didlogo,
que aunque no es abundante en sus novelas y cuentos sobresale por su verismo
y su interés.
El dominio de la expresi6n es otra de las notas distintivas de su arte. Galle-
gos logra maximas manifestaciones artisticas en el uso de la lengua y Ia sinta-
xis, fruto de una destreza estilistica poco comin, El lenguaje no omite los re-
gionalismos de vocabulario, lo cual da a su idioma un color Jocal y un
pintoresquismo muy atrayentes,
“Dofia Barbara”, Esta novela esta considerada como Ja obra maestra de Galle-
gos, y es ya una de las obras clasicas de la novelistica hispanoamericana.
Dofia Barbara, mujer de cardcter fuerte y cast brutal, pero desprovista de sentide moral, ¢s
Ja perfecta encamnacién det caciquismo en los llanos venezolanos. Educada entre contrabandlistas
y brutalmente deshonrada en su juventud, se venga de los hombres en general y llega a conver:
tirse en cacique de una gran hacienda al norte del Orinoco. Alli, rodeada de criminales, aumenta
diartamente su poder y sus posesiones por medio de toda clase de negoctos deshonestos. Ha he-
cho asesinar a algunos, ha destruido a otros con el alcohol o por el terror, sometiendo a todos a
su perversa voluntad.
Santos Luzardo, un Ilanero trasladado desde Ja nifier a la cludad, regresa al campo para
tomar poseston de los terrenos de su familia. Apenas toma contacto de nuevo con la terra comien-
2a si enfrentamiento con dofa Barbara. que se ha apoderado de parte de sus tlerras quitando los
mojones y las cereas. Santos se pone a la tarea de recuperar sus bienes, ayudado por algunos
eones que le son todavia fleles, Dofia Barbara se enamora de su rival, pero en este amor encuen-
tra el castigo de su maléfica vida, pues Santo ama, en camblo, a Marisela, una bella prima, con
quien se casa finalmente.
Dona Barbara es una novela simbdlica: la protagonista representa la barba-
tie y Santos la civilizacién. Es la polémica entre el bien y el mal, entre la natu-
raleza y el hombre. Esta dualidad de simbolos se repite simétricamente en otros
personajes, dando a la novela un significado bastante perceptible y claro.
De los dos simbolos, dona Barbara es el mas significative y fecundo. Repre-
senta, ademas, a la tierra indomable e inmensurable de América, conquistada
438pero no civilizada todavia, con su trementa potencia telirica, capaz de apoderar-
se del espiritu humano y someterlo a sus leyes implacables y sin piedad,
Sin embargo, la novela no cae en una abstraccién racional. Por el contrario,
Ja simbologia no la ahoga. El caracter simbdlico se infiere de todo su contexto,
pero no se expresa intelectualmente por el autor. La obra conserva asi un tono
novelistico parejo y sostenido, y un interés constante a través de magnificos
cuadros y escenas tipicos de Venezuela y sus seres humanos. La novela abunda
en hechos brutales: brujeria, borracheria, asesinatos, robos y depredaciones de
todo tipo. Igual abundancia hay de descripciones regionalisias: selvas virgenes,
Tis, llanos, implacables con Jos humanos, hasta el punto de provocar por mo-
mentos la impresion de una épica territorial.
Gallegos escribe en un tono poético esta novela, que vuelve a repetirse ma-
gistralmente en otra obra famosa, Canaima (1935).
OBRAS Y EDICIONES: Dofta Barbara. Bucnos Aires-México, Espasa-Calpe Argentina, 1941, Canal:
ma, Buenos Aires-Méxlco, Espasa Calpe, Argentina. 1941.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: Arturo Torres-Rioseco, Grandes novelistas de
América Hispana. Los Angeles, Untversidad de California. 1944.
Tipico Hanero venerotane.
439Dofia Barbara
LA DEVORADORA DE HOMBRES
jDe mas alla del Cunaviche, de
mas alla del Cinaruco, de mas
alla del Meta! De mas lejos que
mas nunca —decian los laneros
del Arauca, para quienes, sin
embargo, todo esta siempre “ahi
mismito detras de aquella mata”.
De alla vino la tragica guaricha.
Fruto engendrado por la violen-
cia del blanco aventurero en la
sombria sensualidad de la india,
su origen se perdia en el drama-
tico misterio de las tierras virge-
nes.
En las profundidades de sus
tenebrosas memorias, a los pri-
meros destellos de la conciencia,
veiase en una piragua que sur-
caba los grandes rios de la selva
orinoquena. Eran seis hombres a
bordo, y al capitan lo lamaban
“taita"; pero todos —excepto el
viejo piloto Eustaquio— la bruta-
lizaban con idénticas caricias:
rudas manotadas, besos que sa-
bian a aguardiante y a chimé.
Pirateria disimulada bajo pa-
tente de comercio licito, era la
industria de aquella embarca-
cién, desde Ciudad Bolivar hasta
Rio Negro. Salia cargada de ba-
rriles de aguardiente y fardos de
baratijas, telas y comestibles
averiados, y regresaba atestada
de sarrapi y balata. En algunas
rancherias les cambiaban a los
indios estas ricas especias por
aquellas mercancias, limitandose
a embaucarlos; pero en otros pa-
rajes los tripulantes saltaban a
tierra sdlo con sus rifles al hom-
bro, se internaban por los bos-
ques o sabanas de las riberas, y
440
cuando volvian a la piragua, la
olorosa sarrapia o el negro bala-
ta venian manchados de sangre.
Una tarde, ya al zarpar de Ciu-
dad Bolivar, se acercé a la em-
bareacioén un joven, cara de
hambre y ropas de mendigo, a
quien ya Barbarita habia visto,
varias veces, parado al borde del
malec6én, contemplandola, con
ojos que le salian de sus érbitas,
mientras ella, cocinera de la pi-
ragua, preparaba la comida de
los piratas. Dijo llamarse Asdra-
bal, a secas, y propusole al capi-
tan:
—Necesito ir a Manaos y no
tengo para el pasaje. Si usted me
hace el favor de llevarme hasta
Rio Negro, yo estoy dispuesto a
corresponderle con trabajo. Des-
de cocinero hasta contador, en
algo puedo serle util.
Insinuante, simpatico, con esa
simpatia subyugadora del vaga-
bundo inteligente, prodtijole bue-
na impresi6n al capitan y fue en-
rolado como cocinero, a fin de
que descansara Barbarita. Ya el
taita empezaba a mimarla: tenia
quince anos y era preciosa la
mestiza.
Transcurrieron varias jorna-
das. En los ratos de descanso y
por las noches, en torno a la ho-
guera encendida en las playas
donde arranchaban, Asdrubal
animaba la tertulia con anécdo-
tas divertidas de su existencia
andariega. Barbarita se desterni-
laba de risa; mas si é! interrum-
pia su relato, complacido en
aquellas frescas y sonoras carca-jadas, ella las cortaba en seco y
bajaba la vista, estremecido en
dulces ahogos el pecho virginal.
Un dia le desliz6 al oido:
—No me mire asi, porque ya mi
taita se esta poniendo malicioso.
En efecto, ya el capitan empe-
zaba a arrepentirse de haber
aceptado a bordo al joven, cuyos
servicios podian resultarle caros,
especialmente aquellos, que no
se los habia exigido, de ensefiar
a Barbarita a leer y escribir. Du-
rante estas lecciones, en las cua-
Jes Asdriibal ponia gran emperio,
letras que ella hacia Wevandole él
Ja mano, los acercaban demasia-
do.
Una tarde, concluidas las lec-
ciones, comenzé a referirle As-
dribal la parte dolorosa de la
historia: la tirania del padrastro
que lo oblig6 a abandonar el ho-
gar materno, las aventuras tris-
tes, el errar sin rambo, el ham-
bre y el desamparo, el duro
trabajo de las minas del Yuruari,
ja lucha con la muerte en el ca-
mastro de un hospital. Final-
mente, le hablé de sus planes:
iba a Manaos en busca de la for-
tuna, ya estaba cansado de la
vida errante, renunciaria a ella,
se consagraria al trabajo.
Tba a decir algo mas; pero de
pronto se detuvo y se quedo mi-
rando el rio que se deslizaba en
‘silencio frente a ellos, a través de
un draméatico paisaje de riberas
‘boscosas.
Ella comprendié que no tenia
en los planes del joven el sitio
que se imaginara, y los hermosos
ojos se le cuajaron de lagrimas.
Permanecieron asi largo rato.
jNunca se le olvidaria aquella
tarde! Lejos, en el profundo si-
lencio, se oia el bronco mugido
de los raudales de Atures.
De pronto, Asdrabal la miré a
los ojos y le pregunto:
—~Sabes lo que piensa hacer
contigo el capitan?
Estremecida al golpe subitaneo
de una horrible intuicién, excla-
mo:
—iMi taita!
—No merece que lo llames asi.
Piensa venderte al turco.
Referiase a un sirio sadico y
leproso, enriquecido en la explo-
tacién del balaté, que habitaba
en el coraz6n de la selva orino-
quena, aislado de los hombres
por causa del mal que lo devora-
ba, pero rodeado de un serrallo
de indiecitas nubiles, raptadas o
compradas a sus padres, no sélo
para hartazgo de su lujuria, sino
también para saciar su odio de
enfermo incurable a todo lo que
allenta sano, trasmitiéndole su
mm
(Primera parte, cap. II)Horacio Quiroga
Es probablemente el mayor cuentista de la literatura hispanoamericana.
Vida. Nacié en Salto, Uruguay (1878), hijo del viceconsul argentino, Cursé estu-
dios secundarios en el Instituto Politécnico de esa ciudad y en el Colegio Nacio-
nal de Montevideo, pero no siguié estudios regulares en la universidad. En su
juventud fue un gran aficionado al ciclismo, la fotografia y la quimica.
Radicado en Montevideo (1897), comenzé a interesarse por la literatura y se
estrené en el periodismo. Realiz6 luego un viaje por Europa (1900), vivid unos
pocos meses en Paris y regreso a Montevideo, sin dinero. Ese mismo afo obtuvo
el segundo premio en un concurso de cuentos y al afio siguiente publicd otro
modernista.
Con motivo de un accidente en que murié una persona de su amistad, se
sintié muy afectado, y resolvié trasladarse a Buenos Aires a casa de una herma-
na suya (1902). Una vez en esta ciudad entré a trabajar como profesor de cas-
tellano en el Colegio Britanico. Publicé entonces dos de sus libros, y con una
herencia paterna se traslad6 al Chaco para intentar fortuna con una plantacién
de algodén (1904), Fracasada esta empresa volvid a Buenos Aires. Prosiguié pu-
blicando sus cuentos, y consiguié una catedra de profesor de castellano y litera-
tura en la Escuela Normal N° 8 a propuesta de Leopoldo Lugones, a quien habia
acompaiiado anteriormente en su viaje de estudios a las misiones guaraniticas,
y con quien lo unia ya una fuerte amistad (1906).
Ese mismo afo compro una fraccién de tierra en Misiones, en los alrededo-
res de San Ignacio, aprovechando las facilidades que otorgaba el gobierno nacio-
nal, Durante las vacaciones viajé a su propiedad y comenzé las mejoras e insta-
laciones provisorias. Contrajo después matrimonio con Ana Maria Cirés (1909) y
la pareja se dirigio a vivir en la propiedad de Misiones. Fue juez de paz y oficial
del registro civil en esa jurisdiccion.
Al suicidarse su esposa, Quiroga volvié a Buenos Aires (1917) y por media-
cin de sus amigos consiguié un empleo en el consulado general del Uruguay en
la Argentina ese mismo ano. A pedido de Manuel Galvez reunio algunos cuentos
anteriores en el volumen Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), que fue
recibido por la critica con aplauso unanime. Se comenzé entonces a hablar de
Quiroga como del mayor exponente de la narracién breve en Sudamérica.
442Fueron apareciendo sucesivamente sus otros libros de cuentos. El desierto
(1924), La gallina degollada y otros cuentos (1925) y Los desterractos (1926),
contrajo segundo matrimonio con Maria Elena Bravo (1927) ascendié en su ca-
Trera en el consulado, hasta que por fin decidié irse a vivir nuevamente a Misio-
nes con su familia (1932). .
Obtuvo su jubilacién (1936), quedé solo en Ia selva y enfermé. Vino enton-
ces a Buenos Aires en busca de salud y se interné en el Hospital de Clinicas.
Alli enterése de la gravedad de su enfermedad y una noche puso fin a su vida en
ese nosocomio (1937).
Los cuentos de Horacio Quiroga. Quiroga ha sido comparado en algunos as-
pectos de su obra con Foe, Kipling, Maupassand y Chejov, sus maestros prefe-
ridos.
Se inicié dentro del movimiento modernista, linea estética que abandond
mas tarde para situarse dentro del criollismo 0 realismo. Los mejores cuentos de
Quiroga corresponden al periodo 1907-1928 de su vida.
El ambiente natural de la mayor parte de ellos es el mundo de la selva y los
pueblos inmersos en ella, Alli la naturaleza se expresa con total brutalidad en
contra del hombre, a quien acecha constantemente a través del calor, la falla de
agua, las luvias torrenciales, las inundaciones, los reptiles y los animales fero-
ces, Por supuesto, el ser humano es la victima propiciatoria de ese mundo bar-
baro,
Los personajes que se mueven dentro de este escenario son peones de cam-
po, exiranjeros desterrados, aventureros industriales 0 comerciantes, nihos o
adultos, cuya mentalidad es por lo general primitiva o desviada por el vicio: neu-
roticos, deficientes mentales, delincuentes pasionales, alucinados, fracasados y
miedosos,
Quiroga cultivé los mas variados tonos: el dramatico, el patético, el tierno e
incluso el humoristico. Pero, en general, predominan los relatos crueles, donde
la muerte se ensefiorea de los hombres.
La técnica narrativa de Quiroga es directa, sin gran complicacion. Por lo
comin toma una linea de exposicion y la sigue hasta el desenlace, sin interpo-
laciones ni acciones secundarias. El suyo es un cuento de estructura limpia y
sencilla, Es mas narrativo que dialogado, o descriptivo,
. No hay profundidad filoséfica en ellos, Aunque sutil en su sensibilidad y en
su visién de la vida, no refleja Quiroga una posicidn filosofica ante la realidad
circundante. El mundo que nos presenta en sus obras es dramatico y tragico,
pero no podria afirmarse que su posicién humana haya sido de pesimismo y
dolorismo,
OBRAS Y EDICIONES: Cuentos de amor, de locura y de muerte. Buenos Aires, Lautaro. 1950. BI
desierto, Buenos Aires, Lautaro, 1951. Los desterrados. Buenos Aires. Lautaro, 1950. Cuentos de
Ia Selva. Buenos Aires, Lautaro, 1950.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: José M. Delgado y Alberto J. Brignole, Vida y obra
de Horaclo Quiroga. Montevideo. Claudio Garcia, 1939. Noé Jitrick, Horacio Quiroga: Una obra de
experiencia y riesgo. Buenos Alres, Ediciones Culturales Argentinas, 1959. Con cronologia de Oscar
Masotta y Jorge R. Laffongue, y bibllografia por Horacio J. Becco.
443Horacio Quiroga en la selva mistonera,
desbastando un tronco que se trans-
Jformara en canoa.
ALA DERIVA
El hombre pis6 algo blanduzco,
y en seguida sintié la mordedura
en el pie. Salté adelante, y al vol-
verse con un juramento, vio una
yararacusG que arrollada sobre
si misma esperaba otro ataque.
El hombre echo una veloz oje-
ada a su pie, donde dos gotitas
de sangre engrosaban dificulto-
samente, y saco el machete de la
cintura. La vibora vio la amena-
za, y hundié mas la cabeza en el
centro mismo de su espiral; pero
el machete cay de plano, dislo-
candole las vértebras.
El hombre se bajé hasta la
mordedura, quité las gotitas de
sangre y durante un instante
contemplé, Un dolor agudo nacia
de los dos puntitos violeta, y co-
menzaba a invadir todo el pie.
Apresuradamente se lig6 el tobi-
Ilo con un pafuelo y siguié por
la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba,
con sensacién de tirante abulta-
miento, y de pronto el hombre
444
Cuentos de amor,
de locura y de muerte
sintié dos o tres fulgurantes
puntadas que como relampagos
habian irradiado desde la herida
hasta la mitad de la pantorzilla.
Movia la pierna con dificultac
una metalica sequedad de gar-
Santa, seguida de sed quemante,
Te arrancé un nuevo juramento.
Lleg6 por fin al rancho, y se
eché de brazos sobre la rueda de
un trapiche. Los dos puntitos
violetas desaparecian ahora en la
monstruosa hinchazén del pie
entero, La piel parecia adelgaza-
da y a punto de ceder, de tensa.
El hombre quiso llamar a su
mujer, y la voz se quebré en un
ronco arrastre de garganta
teseca. La sed lo devoraba.
—jDorotea! —aleanzé a lan-
zar un estertor—. ;Dame cana!
Su mujer corrié con un vaso
leno que el hombre sorbié en
tres tragos. Pero no habia gusto
alguno.
—iTe pedi caria, no agua! —
mugié de nuevo—. ;Dame cana!
—jPero es caria, Paulino! —
protesté la mujer espantada.
—iNo, me diste agua! ;Quiero
cana, te digo!
La mujer corrio otra vez, vol-
viendo con la damajuana. El
hombre trago uno tras otro dos
vasos, pero no sintié nada en la
garganta.
—Bueno, esto se pone feo —
murmuré entonces, mirando su
pie livido y ya con lustre gangre-
noso. Sobre la honda ligadura
del pariuelo, la carne desborda-ba como una monstruosa morci-
lla.
Los dolores fulgurantes se su-
cedian en continuos relampa-
gueos, y Hegaban ahora a la in-
gle. La atroz sequedad de gargan-
ta, que el aliento parecia caldear
mas, aumentaba a Ja par. Cuan-
do pretendié incorporarse, un
fulminante vémito lo mantuvo
medio minuto con la frente apo-
yada en la meda de palo.
Pero el hombre no queria mo-
rir y descendiendo hasta !a costa
subid a su canoa. Sentése en la
popa y comenzé a palear hasta el
centro del Parana. Alli la corrien-
te del rio, que en las inmediacio-
nes del Iguazii corre seis millas,
lo llevaria antes de cinco horas a
Tucura-Pucu.
El hombre, con sombria ener-
gia, pudo efectivamente legar
hasta el medic del rio; pero alli
sus manos dormidas dejaron
caer la pala en la canoa, y tras
un nuevo vomito —de sangre
esta vez— dirigié una mirada al
sol que ya trasponia el monte.
La pierna entera, hasta medio
musilo, era ya un bloque deforme
y durisimo que reventaba la
ropa. El hombre corté la ligadu-
ta y abrié el pantal6n con su cu-
chillo: el bajo vientre desbord6
hinchado, con grandes manchas.
lividas y terriblemente dolorido.
El hombre pens6 que no podria
jaméas llegar é] solo a Tucura-
Pucu, y se decidié a pedir ayuda
a su compadre Alves, aunque
hacia mucho tiempo que estaban
disgustados.
La corriente del rio se precipi-
taba ahora hacia la costa brasi-
lena, y el hombre pudo faciimen-
te atracar. Se arrastré por la
picada cuesta arriba, pero a los
veinte metros, exhausto, quedé
tendido de pecho.
—jAlves! —grito con cuanta
fuerza pudo, y presté oido en
vano.
—jCompadre Alves! jNo me
niegue este favor! —clam6 de
nuevo, alzando la cabeza del
suelo.
En el silencio de la selva no se
oyé un solo rumor. El hombre
tuvo atin valor para llegar hasta
su canoa, y la corriente, cogién-
dola de nuevo, fa llevé velozmen-
te a la deriva.
El Parana corre alli en el fondo
de una inmensa hoya, cuyas pa-
redes, altas de cien metros, en-
cajonan fianebremente el rio.
Desde las orillas, bordeadas de
negros bloques de basalto, as-
ciende el bosque, negro también.
Adelante, a los costados, detras,
siempre la eterna muralla ligu-
bre, en cuyo fondo el rio arremo-
linado se precipita en incesantes
borbollones de agua fangosa. El
paisaje es agresivo, y reina en él
un silencio de muerte. Al atarde-
cer, sin embargo, su belleza som-
bria y calma cobra una majestad
unica.
El sol habia caido ya cuando el
hombre, semitendido en el fondo
de la canoa, tuvo un violento es-
calofrio. Y de pronto, con asom-
bro, enderezé pesadamente la
cabeza: se sentia mejor. La pier-
na le dolia apenas, la sed dismi-
nuia, y su pecho, libre ya, se a-
bria en lenta inspiracion.
El] veneno comenzaba a irse,
no habia duda. Se hallaba casi
bien, y, aunque no tenia fuerzas
para mover la mano, contaba con
la caida del rocio para reponerse
del todo, Calcul6é que antes de
445tres horas estaria en Tucura-
Puca.
El bienestar avanzaba, y con él
una somnolencia Nena de re-
cuerdos. No sentia ya nada ni en
Ja pierna ni en el vientre. Vivi-
ria aun su compadre Gaona en
Tucura-Pucti? Acaso viera tam-
bién a su ex patrén mister Dou-
gald, y al recibidor del obraje.
gLlegaria pronto? Et cielo, al
poniente, se abria ahora en pan-
talla de oro, y el rio se habia co-
loreado también. Desde la costa
Paraguaya, ya entenebrecida, el
monte dejaba caer sobre el rio su
frescura crepuscular, en pene-
trantes efMuvios de azahar y miel
silvestre. Una pareja de guaca-
mayos cruzé muy alto y en silen-
cio hacia el Paraguay.
All abajo. sobre el rio de oro,
la canoa derivaba velozmente, gi-
rando a ratos sobre si misma,
ante el borboilén de un remolino.
El hombre que iba en ella se
sentia cada vez mejor, y pensaba
entretanto en el tiempo justo que
habia pasado sin ver a su ex pa-
tron Dougald. zTres afios? Tal
vez no, no tanto. ¢Dos afios y
nueve meses? Acaso. gOcho me-
ses y medio? Eso si, seguramen-
te.
De pronto sintié que estaba
helado hasta el pecho. zQué se-
ria? Y la respiracién...
Al recibidor de maderas de
mister Dougald, Lorenzo Cubilla,
lo habia conocido en Puerto Es-
peranza, un viernes santo...
Viernes? Si, 0 jueves...
El hombre estiré lentamente
los dedos de la mano.
—Un jueves,
Y ceso de respirar.
MMS Horacio Quiroga.Ricardo Guiraldes
Ricardo Giiraldes es uno de los artistas maximos de la literatura argentina,
y el autor de Don Segundo Sombra, la mejor novela criollista argentina y una de
las obras maestras de Ja literatura hispanoamericana.
Vida. Nacid en Buenos Aires (1886) y fue hijo de un rico estanciero radicado en
el partido de San Antonio de Areco (provincia de Buenos Aires). En ese lugar se
cred, después de la muerte de Giiraldes, un museo gauchesco en su memoria.
Su padre lo Ilev6 siendo muy nifio a Francia, de donde regresé para pasar su
infancia y adolescencia en Ja estancia paterna “La Portefia” y en Ja ciudad de
Buenos Aires. Esta experiencia del campo le sirvié muchas veces de motivo para
sus obras.
Fue alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, se gradué de bachiller, y
posteriormente dejé inconclusas dos carreras universitarias, la de arquitectura y
la de derecho. No tuvo éxito en algunos empleos subalternos que le consiguié su
padre, y regres6 a vivir en la estancia, donde compartié su tiempo entre las ta-
Teas campestres y las literarias.
Volvié a Paris (1910) y alli florecié su vocacin, atraido por las escuelas de
vanguardia de la Ciudad Luz. Publicé entonces un primer libro de poemas y pro-
sa; después Cuentos de muerte y de sangre (1915), y luego otras novelas de es-
casa repercusién. Por estos aiios realizé viajes frecuentes a Buenos Aires, San
Antonio de Areco y, entre ellos, uno a la India y al Jap6n, que hicieron nacer en
su espiritu una inclinacién al misticismo hindi,
Se relacion6 en Buenos Aires con los jovenes escritores ultraistas de enton-
ces, congregados en tomo de la revista Martin Fierro, particularmente con Jorge
Luis Borges, y fund6 con algunos de ellos una revista literaria, Proa. Mientras
tanto, su fama de escritor habia ido en creciente aumento. Edité entonces Don
Segundo Sombra (1926), que fue recibido por el publico y la critica con desusada
aceptacién.
Al afio siguiente, regresé a Paris en busca de alivio para su quebrantada
salud, pero fallecié alti (1927).
El poeta. Giiraldes escribié poesia en varios momentos de su vida, pero no fue
en ese género donde sobresalié, Las poesias de El cencerro de cristal (1915)
447pertenecen a la escuela ultraista, mientras que en los Poemas misticos (edicion
osama de 1928) se perciben ecos de su evolucién espiritual de los ultimos afios
le su la.
Ei cuentista. Los cuentos fueron, en cierto sentido, la escuela de aprendizaje
del arte de novelar. Comienza a aparecer ya en ellos su propensién a lo autobio-
grafico combinado con Io gauchesco, asi como su Preferencia por el relato corto,
que luego incluira en otras obras mayores, 0 alargara hasta formar novelas cor-
tas, como Rosaura (1922), breve idilio provinciano entre dos jévenes,
Los Cuentos de muerte y de sangre (1915), segin la propia definicion del
autor, no son en realidad mas que “anécdotas oidas y escritas por carifio a las
cosas nuestras”. *
“Don Segundo Sombra”, Es una de las obras mAs difundidas universalmente
de la literatura argentina.
Un ntio de catorce afios, hijo natural del estanctero Fabio Caceres, es criado en el pueblo de
‘San Antonio de Areco por las hermanas de éste, y de estas supuestas “tias” recibe una defectuosa
‘educacién, El-nino se cria en fa calle, y poco a poco se convierte en un personaje popular del
pueblo, conocido por su carécter audaz y su desenfado al hablar.
Un dia, al regresar de pescar en el rio, conoce casualmente a don Segundo Sombra, queda
admirado de sus notables condiciones de gaucho, y le salva la vida en una pulperia, advirtiéndole
de una emboscada que le ha preparado un vengativo patsano. Queda asi establecida una extraha
Y casi silenciosa amistad entre don Segundo Sombra y Fablo —que asi se llama el nliio—. Este
abandona Ja casa donde vive y se emplea en una estancia vecina, pues ha oido que don Segundo
{rd alli también en busca de trabajo. Entre la cordial burla de los gauchos de la estancta. el nitio
se iniefa poco a poco en las duras y dificiles tareas campesinas, aconsejado por el viejo don Se-
gundo, quien secretamente encariitado con Fabio, lo inicia y conduce en los secretos de la vida det
campo. Se incorpora entre los que conducen la tropilla. se hace resero, aprende a domar, participa
en las rifias de gallos, pelea, juega en carreras de cabaltos, se inicia en el amor y se convierte con
el tiempo en un auténtico hombre de Ja pampa,
Un dia, el nifio rectbe una carta en la cual le comunican que su padre ha fallecide y lo ha
nombrado heredero de todos sus bienes. Fabio marcha con don Segundo Sombra de regreso al
pueblo: alli és recibido y tratado con respeto, sin que nadie se atreva a menctonar Ja verdadera
historia de su nacimiento ilegitimo. Fabio se pone al frente de la estancia patema, acompafiado y
aconsejado por don Segundo. Pero don Segundo es un gaucho libre, enamorado de la Hanura
abterta, con gran dolor se separa de su ahijado espiritual cuando comprueba que esta en condi-
clones de poder Hlevar adelante la administracién de sus blenes, Al despedirse en una loma cerca-
na, don Segundo Sombra da sus tiltimos consejos al discipulo.
La novela revela en varios pasajes aspectos autobiograficos de la vida de
Giiraldes, sobre todo su formacién gauchesca. El protagonista, don Segundo
Sombra, fue un personaje real llamado Segundo Ramirez, que Giiiraldes conocid
Y que ya habia hecho aparecer en otras obras anieriores. Se reflere a que el en-
cuentro entre el gaucho resero y el escritor se produjo en una estancia. El cali-
ficativo de Sombra lo heredé de su padre que, se dice, era negro.
Don Segundo Sombra resume en si gran cantidad de atributos propios del
448gaucho, sobre todo del gaucho bonaerense de principlos de este siglo, y de oficio
resero. Hay en él un sostenido culto a la amistad, que ya antes habia aparecido
en otros poemas gauchescos. El erotismo aparece apagado y contenido, como
era comin en esos hombres de campo, en que un celoso pudor se mezclaba con
la valentia més decidida, Es también supersticioso, amigo de relatos misterio-
sos, dado al juego, a la bebida, al duelo de honor y, sobre todo, un verdadero
artifice en las faenas del campo: camear, enlazar, domar, pialar, esquilar, etc.
Los otros personajes son también tipicamente criollos y argentinos. Muchos
de ellos son personas reales, citadas en la introduccién de la novela, y de algu-
nos hasta existen fotografias. Los nombres reaparecen en otras obras de Giiiral-
des, porque el escritor solia trabajar con el recuerdo de experiencias personales.
Del reserito Fabio se ha dicho que refleja las propias experiencias infantiles de
Gitiraldes, que ya antes habia escrito otra novela con mas elementos autobio-
graficos, Raucho (1917).
Es caracteristica también la novela por los cuadros de ambiente que pre-
senta. Como fruto de largos afios de trabajo literario, esos cuadros son magnifi-
cas pinturas criollistas y regionalistas, animadas siempre por la actuacién de los
personajes y su habla. Sobresalen la descripcién de la pulperia, el baile campero
en un galpon, la rifia de gallos, las carreras cuadreras, la pelea a cuchillo y, con
mas abundancia, las escenas de campo abierto, con arreos y rodeos de hacien-
da. En un aspecto sociolégico, la critica ha sefalado un elemento que acaso ten-
ga repetida tradicién en el campo, o sea la existencia del gaucho, es hijo ilegiti-
mo de una campesina y de patron de estancia.
La novela revela otra caracteristica: la interpolacién de breves relatos en la
trama de la obra, como el cuento de Miseria (cap. XXI), que tiene relacién con
una larga tradicion literaria medieval, 0 sea la aparicién de Jesucristo a un mor-
tal; el cuento del paisanito Dolores, su novia Consuelo y el hijo det Diablo (cap.
Xil). Probablemente, son recuerdos que el propio Gitiraldes debe de haber escu-
chado de boca de gauchos en su infancia.
Ademas de su valor externo gatuchesco, la novela encierra una profunda es-
Piritualidad humanizada, que puede verse facilmente en la relacién paternal de
un hombre rudo e ignorante con un nijio bastardo, que se suplen mutuamente
el oficio de hijo y de padre. La religiosidad de esta unién, sin pila de bautismo,
cumple sin embargo el precepto canénico del padrinazgo, Giiraldes habia sido
siempre un hombre de profundo sentido religioso, que cristalizé en los altimos
afos de su vida en una especie de misticismo hindii-cristiano que lleg6 a con-
fesar en una edicién privada de su libro El Sendero, rareza bibliografica de la que
s6lo se imprimieron 150 ejemplares, y que versa sobre su conversién y “evolu-
clon espiritualista en vista de un futuro”. Entre sus cuentos, edité también una
Trilogia cristiana.
Don Segundo Sombra esta escrita en un tono poético, que ya habia intenta-
do sin éxito en su novela Xamaica (1923) y en Rosaura, influido por los escri-
tores franceses que habia tenido ocasién de leer y conocer en su vida parisiense,
particularmente en Valéry Larbaud y los impresionistas franceses.
449Sin embargo, por extrafio capricho y acierto artistico, este tono poético esta
sabiamente combinado con la vieja tradicion gauchesca, realista y nacionalista
que habia alcanzado su maxima expresién con el Martin Fierro, Con la lengua
sucede el mismo fenémeno, que es una poetizacion de la antigua habla rural en
que, sin perder la verdad de la expresi6n, se la embellece con un tono artistico.
Se ha sefialado que en esto hay clerta inconsecuencia lingdistica, puesto que el
Jenguaje es e) de un gaucho, pero interferido por el hombre culto de la ciudad
que fue Giiraldes,
Otras reservas que se han efectuado a la novela son el injustificado gigan-
tismo teatral, “que hace de un arreo de novillos una funcién de guerra” (Borges).
Finalmente, desde el punto de vista de la estructura de la novela, responde
auna vieja técnica denominada peregrinatio, o sea la narracion lineal, por orden
cronolégico sucesivo, de las peripecias de un protagonista que se traslada hacia
un fin. Para otro critico, esta estructurada como una novela picaresca (Angel
Flores).
’ Don Segundo Sombra.
OBRAS Y EDICIONES: Don Segunde Sombra. Buenos Aires, Losada, 1946. Raucho, Buenos Altres.
Losada, 1949. Cuentos de muerte y de sangre, Buenos Aires, Losada, 1952. Rosaura (novela
corta) y siete cnentos. Buenos Aires. Losada. 1952.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: Horacio Jorge Becco, Don Segundo Sombra y su
vocabulario. Buenos Aires, Ollantay, 1952. Augusto Ravil Cortézar. Valoracién de Ja naturalez
el habla del gaucho (a través de Don Segundo Sombra). Buenos Aires. Facultad de Filosofia y Le-
tras, 1941. Arturo Torres Rioscco, Grandes Novelistas de la América Hispana. Berkeley y Los
Angeles. Universidad de California, 1949. Juan C. Ghiano. Temas y aptitudes. Buenos Aires,
Ollantay, 1949, Ofelia Kovaccl. La pampa a través de Ricardo Gtiiraldes, Buenos Aires. Facultad de
Filosofia y Letras. 1961.
450Ricardo Guiraldes
DON —
Primera edicién ce Don Segundo
Sombra.
Sin apuros, la cafia de pescar
al hombro, zarandeando irreve-
rentemente mis pequerias victi-
mas, me dirigi al pueblo. La calle
estaba atin anegada por un re-
ciente aguacero y tenia yo que
caminar cautelosamente para no
sumirme en el barro, que se ad-
heria a mis atpargatas amena-
zando dejarme descalzo.
Sin pensamientos segui la pe-
quefia huella que, vecina a los
cercos de cinacina, espinillo o
tuna, iba buscando las lomitas
como las liebres para correr por
Jo parejo.
El callejon, delante mio, se
tendia oscuro. El cielo, aun zar-
co de creptisculo, reflejandose en
los charcos de forma irregular o
en el agua guardada por las pro-
fundas huellas de alguna carre-
ta, en cuyo surco tomaba as-
pecto de acero cuidadosamente
recortado.
Habia ya entrado al area de las
quintas, en las cuales la hora iba
despertando la desconfianza de
los perros. Un incontenibie temor
me bailaba en las piernas cuan-
do oia el grufiido de algun mas-
tin peligroso; pero sin equivoca-
Don Segundo Sombra
ciones decia yo los nombres:
Centinela, Capitan, Alvertido.
Cuando algin cuzco irnumpia en
tan apurado como inofensivo gri-
terio, mirdbalo con un desprecio
que solia llegar al cascotazo.
Pasé al lado del cementerio y
un conocido resquemor me cas-
tig6 la médula, irradiando su pa-
lido escalofrio hasta mis panto-
rrillas y antebrazos. Los muertos,
las luces malas, las animas me
atemorizaban ciertamente mas
que los malos encuentros posi-
bles en aquellos parajes. gQué
podia esperar de mi el mas exi-
gente bandido? Yo conocia de
cerca las caras mas taimadas, y
aquel que por inadvertencia me
atajara hubiese conseguido cuan-
to mas que le sustrajera un ciga-
Trillo,
E] callejon habiase hecho calle,
las quintas, manzanas; y los cer-
cos de paraisos, como los tapia-
les, no tenian para mi secretos.
Aqui habia alfalfa, alla un cuadro
de maiz, un corralén o simple- *
mente malezas. A poca distancia
divisé los primeros ranchos, mi-
seramente silenciosos y alum-
brados por la endeble luz de las
velas y lamparas de apestoso ke-
rosén,
Al cruzar una calle espanté
desprevenidamente un caballo,
cuyo tranco me habia parecido
mas lejano, y como el miedo es
contagioso, aun de bestia a
hombre, quedéme clavado en el
barrial sin animarme a seguir. El
jinete, que me parecié enorme
bajo su poncho claro, revoleé la
lonja del rebenque contra el ojo
451izquierdo de su redomdn; pero
como intentara yo dar un paso,
el animal, asustado, bufé como
una mula abriéndose en larga
“tendida”. Un charco bajo sus
patas se despedazé chillando
como un vidrio roto. Oi una voz
aguda decir con calma:
—Vamos, pingo... Vamos,
vamos, pingo...
Luego el trote y el galope cha-
palearon en el barro chirle.
Inmévil, miré alejarse, extra-
flamente agrandada contra el
horizonte luminoso, aquella si-
ueta de caballo y jinete. Me pa-
recié haber visto un fantasma,
una sombra. Algo que pasa y es
més una idea que un ser: algo
que me atraia con la fuerza de
un remanso, cuya hondura sor-
be la corriente del rio.
Con mi vision dentro alcancé
las primeras veredas sobre las
cuales mis pasos pudieron apu-
rarse. Mas fuerte que nunca vino
a mi el deseo de irme para siem-
pre del pueblito mezquino, En-
treveia una vida nueva hecha de
movimiento y espacio.
Absorto por mis cavilaciones
crucé el pueblo, sali a la oscuri-
dad de otro callejon, me detuve
en “La Blanqueada”.
Para vencer el encandilamiento,
frunci como jareta los ojos al en-
tear al boloche. Detras del mostra-
dor estaba el patrén, como de
costumbre, y de pie, frente a él,
el tape Burgos concluia una
cafia.
—Giienas tardes, sefiores.
—Giienas —respondié apenas
Burgos.
—Qué trais? —inquirié el pa-
tr6n.
—Ahi tiene, don Pedro —dije
452
mostrando mi sarta de bagreci-
tos.
—Muy bien. ,Querés un peda-
20 de mazacote?
—No, don Pedro.
—zUnos paquetes de La Popu-
lar?
No, don Pedro... Se acuerda
de la ultima platita que me dio?
—Era redonda.
~Y la has hecho correr.
—Aha.
—Gieno... Ahi tenés —conclu-
yo el hombre, haciendo sonar
sobre el mostrador unas mone-
das de niquel.
—¢Vah'a pagar la copa? —son-
dié el tape Burgos.
—En la pulperia’e Las Ganas
—respondi contando mi capital.
—gHay algo nuevo en el pue-
blo? —pregunt6 don Pedro. a
quien yo solia servir de noticiero.
—Si sefior...; un pajuerano.
—gAnde lo has visto?
—Lo topé en una encrucijada,
volviendo’el rio.
—éY no sabés quién es?
—Sé que no es de aqui... no
hay ningun hombre tan grande
en el pueblo.
Don Pedro fruncié las cejas
como si se concentrara en un re-
cuerdo.
—Decime... ges Muy moreno?
~—Me pareci6..., si, sefior... y
muy juerte.
Como hablando de algo ex-
traordinario el pulpero murmuré
para si:
—Quién sabe si no es don Se-
gundo Sombra.
—El es —dije, sin saber por
qué, sintiendo la misma emoci6én
que al anochecer me habia man-
tenido inmovil ante la estampa
significativa de aquel gaucho,perfilado en negro sobre el hori-
zonte.
—gLo conocés vos? —pregunt6
don Pedro al tape Burgos, sin
hacer caso de mi exclamacin.
—De mentas, no mas. No ha
de ser tan fiero el diablo como lo
pintan; quiere darme otra cafia?
—jHum! —prosiguié don Pe-
dro—, yo lo he visto mas de una
vez, Sabia venir por acé a hacer
Ja tarde. No ha de ser de arriar
con las riendas. Et es de San Pe-
dro, Dicen que tuvo en otros
tiempos una mala partida con la
policia.
—Carnearia un ajeno.
—Si; pero me parece que el
ajeno era cristiano.
El tape Burgos qued6 impavi-
do mirando su copa. Un gesto de
disgusto se arrugaba en su fren-
te angosta de pampa, como si
aquella reputacién de hombre
valiente menoscabara la suya de
cuchillero.
Oimos un galope detenerse
frente a la pulperia, luego el
chistido persistente que usan los
paisanos para calmar un caballo,
y la silenciosa silueta de don Se-
gundo Sombra qued6 enmarcada
en la puerta.
—Giienas tardes —dijo con voz
aguda, facil de reconocer.
—¢Como le va, don Pedro?
—Bien, gy usté, don Segundo?
—Viviendo sin demasiadas pe-
nas, graciah’a Dios.
Mientras los hombres se salu-
daban con las cortesias de uso,
miré al recién Megado. No era tan
grande en verdad, pero lo que lo
hacia aparecer como le viera de-
biase seguramente a la expresi6n
de fuerza que emanaba de su
cuerpo.
El pecho era vasto, las coyun-
turas huesudas como las de un
potro, los pies cortos con un em-
peine a lo galleta, las manos
gruesas y cuerudas como casca-
ron de peludo, Su tez era aindia-
da, sus ojos ligeramente levanta-
dos hacia las sienes y pequenos.
Para conversar mejor habiase
echado el chambergo de ala es-
casa, descubriendo un flequillo
cortado como crin a la altura de
las cejas.
Su indumentaria era de gau-
cho pobre. Un simple chanchero
rodeaba su cintura. La blusa
corta se levantaba un poco sobre
un “cabo de giieso”, del cual
pendia el rebenque tosco y enne-
grecido por el uso. El chiripa era
largo, talar, y un simple pafuelo
negro se anudaba en torno a su
cuello, con las puntas divididas
sobre el hombro. Las alpargatas
tenian sobre el empeine un tajo
para contener el pie carmudo.
Cuando lo hube mirado sufi-
cientemente, atendia a la con-
versacién. Don Segundo buscaba
trabajo y el pulpero le daba da-
tos seguros, pues su continuo
trato con gente de campo hacia
que supiera cuanto acontecia en
Jas estancias.
—..en lo de Galvan hay unas
yeguas pa’domar. Dias pasados
estuvo aqui Valerio y me pregun-
t6 si conocia algan hombre del
oficio que ie pudiera recomendar,
porque él tenia muchos animales
que atender. Yo le hablé del
Mosco Pereira, pero si a usted le
conviene...
—Me esta pareciendo que si.
—Giieno. Yo le avisaré al mv-
chacho que viene todos los dias
al pueblo a hacer encargos. El
sabe pasar por aca.
—Mas me gusta que no diga
453nada. Si puedo iré yo mesmo a
la estancia.
—Arreglao. gNo quiere servirse
de algo?
—Giieno —dijo don Segundo
sentandose en una mesa cerca-
na—, eche una sangria y gracias
por el convite.
Lo que habia que decir estaba
dicho. Un silencio aquiet6 el lu-
gar.
(Cap. 1)
Portada de la version ucrania de Don Segundo
Sombra.
454Benito Lynch
Es el segundo gran escritor criollista de la Argentina, después de Ricardo
Giiraldes, y uno de los mejores de Hispanoamérica.
Vida. Benito Lynch nacié en La Plata, Buenos Aires (1880). Pertenecié a un ho-
gar econémicamente desahogado, y desde nitio vivid en una estancia de la pro-
vincia.
Cursé sus estudios secundarios en su ciudad natal, pero no fos concluyo.
Desde joven se inicié en el arte de escribir con colaboraciones para el diario pla-
tense El Dia, uno de cuyos fundadores habia sido su padre.
Adquirié fama desde los primeros momentos con sus cuentos y novelas, pero
se consagré como escritor criollista con dos obras: Los caranchos de la Florida
(1916) y El inglés de los giiesos (1922). Su mas celebrada coleccion de cuentos
aparecié entre ambas novelas, bajo el titulo de De los campos porterios.
En un momento de su vida dejé deliberadamente de escribir y se retiré a un
aislamiento literario, del que no pudieron sacarlo sus amigos ni las solicitacio-
nes del piiblico.
En torno a su personalidad y a su inexplicable designio de no publicar mas,
se han tejido leyendas del mas variado contenido, que nadie ha podido sin em-
bargo confirmar.
Murié en La Plata (1951), rodeado de esa atmésfera de misterio que su ac-
titud Je habia creado.
El costumbrismo rural de Lynch. Se ha dicho que Lynch es “el mejor costum-
brista argentino”, y de este juicio han participado muchos criticos, sobre todo
extranjeros. Esta valoracion puede comprenderse si se considera que si Giiral-
des presenté al gaucho en algunas pocas obras, Lynch lo hizo en todos sus ¢s-
critos, con lo que consiguié dar una vision mas completa y variada de nuestra
vida rural.
Lo rural en Lynch es lo regional bonaerense, y especificamente, los lugares,
costumbres y hombres de la zona circunvecina a la ciudad de Buenos Aires, Su
mundo novelesco esta a igual distancia del ruralismo exagerado y casi épico de
Eduardo Gutiérrez y la vieja tradicion gauchesca del siglo xx que del idealismo
455poético y artistico de Ricardo Guiraldes. En las obras del artista platense no hay
exageracion folletinesca, ni convencionalismo literario, ni Ppoetizacion.
El suyo es un mundo real, natural y verificable, La novela de Lynch respon-
de exactamente a lo que deberia conceptuarse como una verdadera novela ar-
gentina, pues lo regional y castizo se ve convertido en materia genérica y univer-
sal, de trascendencia humana, por la presentacién de cosas y tipos del pais, sin
hacer de la pintura cruda un fin en si mismo.
Efectivamente, Lynch no recurrié jamas al artificio para producir un efecto
caracteristicamente representativo de la pampa bonaerense o para lograr un tipo
literario simbélicamente representativo del gaucho pampeano. Present6 una re-
gi6n determinada, en un determinado tiempo de su historia, con personajes hu-
manos, reales y existentes, asi como eran, sin someterlos antes a un tratamien-
to literario previo.
Hasta se ha logrado dar una formula feliz y acertada sobre su técnica nove-
listica: “Recorta un pedazo de campo, to puebla de hombres y mujeres, inventa
una accion rica en conflictos vitales y psicolégicos, y luego nos hace creer que
eso que esta contando es lo real” (Enrique Anderson Imbert).
El panorama de sus obras es el campo habitual, el cotidiano, no el especta-
cular ni el avasallador. La naturaleza es simplemente el marco donde actiian los
personajes, como sucede en la vida, y no una realidad tebirica fatalista que do-
mina a los hombres, los determina en sus caracteres y conducta, y los devora 0
destruye, como en otras obras del criollismo hispanoamericano. Gallegos 0 Rive-
Ta, por ejemplo, Pero no por esta simplicidad dejan de ser interesantes y cauti-
vantes sus descripciones de la naturaleza.
Sus personajes: psicologia. Donde sobresale la maestria de Lynch es en su in-
igualada habilidad para crear personajes. Esta maestria ha sido notada por to-
dos los criticos de sus obras. El dominio del andlisis psicolégico de los persona-
Jes rurales no habia tenido hasta entonces una manifestacién tan excelente y
acertada. Ellos no simbolizan estados de animo, vicios, virtudes, formas de vida
ni tampoco ideas: son simplemente lo que son, es decir, personas que tienen
algun conflicto, y cuya aventura es digna de ser Ilevada a la pagina escrita. No
son caracteres ni tipos —técnicamente hablando—: son casos.
La descripcién psicolégica de estos casos es minuciosa y aguda. Con una
sutileza sin precedentes en la literatura argentina, Lynch penetra en sus almas,
y los hace actuar y hablar de acuerdo con ese matiz psiquico, sin deformar nada
ni inmiscuirse —como autor—- en su comportamiento. Cada personaje acttia se-
gin él es y cobra el premio o castigo que su personalidad merece en cada cir-
cunstancia.
De todos los estados psiquicos, el amor es el mas preponderante en esos
personajes. El amor es siempre terrible y fatal en la novela de Lynch, y es el que
provoca los conflictos. Ademas, es un amor insatisfecho, que se complica con
otros motivos: instintivo, impulsivo, pero con decoro moral. El amor mas des-
cripto y comprendido en Lynch es el amor femenino,
456Aspectos formales. En cuanto a la trama, se ha reparado varias veces que el
desenlace es algo artificioso, pues casi todas sus obras terminan con la muerte
del protagonista u otros personajes. Este pormenor técnico no llega a perjudicar,
sin embargo, el realismo ni la verosimilitud de los personajes ni de la accién.
Mas bien podria decirse que Lynch se ha interesado por describir las grandes
pasiones de los hombres comunes, que en una natural progresividad intima,
conducen inevitablemente a la muerte, porque en la vida estas pasiones amoro-
sas son asi.
Esa pasién amorosa, con todo, es siempre presentada con un pudor y una
delicadeza ejemplares. Se la presenta instintiva y a veces brutal, pero con decen-
cia y limpieza, sin concesiones al naturalismo fisiolégico ni a la truculencia mor-
bosa.
Las novelas de Lynch revelan una accién en desarrollo, progresiva y siem-
pre en movimiento. Por momentos puede haber un poco de lentitud o morosidad
en esa marcha, por exceso de anilisis, pero aun a ritmo lento, la progresion se
cumple.
En materia de lenguaje, Benito Lynch revela también un gran dominio téc-
nico y artislico. Por lo general, en sus obras son perceptibles dos estilos, el puro
y artistico, en Ja parte narrativa o descriptiva a cargo del autor, y el gauchesco
Tural, en los parlamentos y didlogos de los personajes. Sobre todo en estos ulti-
mos, Lynch ha logrado un realismo, una exactitud en la reproduccién de las
hablas rurales, que nadie habia logrado hasta entonces. El dialogo es breve, in-
cisivo, rapido, como es el habla de esa gente, y en ningiin momento se puede
notar afectacién o retorictsmo.
“El inglés de Jos giiesos”. Esta novela esta considerada como Ja obra maestra
del escritor platense,
Desde el punto de vista critico, resume en si todas Jas caracteristicas del
arte novelistico de Lynch. La accién da motivos para la presentaci6n de intere-
santes tipos humanos de la region, como una médica bruja, las chismosas envi-
diosas y el campesino enamorado de La Negra.
Fscena de la peticula argentina El inglés de los giiesos, protagonizada por Enrique Garcia
Buhr y Antta Jordan,En la obra, Lynch logra un realismo de lenguaje notable, que incluso se
refleja en el castellano anglicanizado que habla Mr. James. Se interpolan con
bastante frecuencia soliloquios largos de algunos de los protagonistas y otros
personajes consigo mismos, téenica tomada por Lynch del expresionismo ale-
man, para poder asi manifestar e! pensamiento de los personajes frente a las
incidencias 0 circunstancias en que actiian. Estos didlogos interiores son bas-
tante extensos en algunos casos, y retardan un poco el desarrollo de la novela.
Otro de los aciertos de Lynch en esta novela son las comparaciones, de no-
table originalidad, que lo emparientan por este motivo con Giiraldes, el otro
maestro de este recurso. Estas comparaciones se logran por referencia a hechos
0 cosas, de la cultura campestre (“retorcide como culebra partida en dos”; “como
Perro enfermo a apoyarse en un poste de corral’).
OBRAS ¥ EDICIONES: Et inglés de los gitesos, Buenos Aires, Troquel. 1958. Los caranchos de La
Florida. Buenos Aires, Troquel, 1958.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS ¥ ESTUDIOS: Roberto Salama, Benite Lynch. Buenos Aires. La
Mandragora, 1959. Julio Caillet-Bots, La novela rural de Benito Lynch. La Plata. Universidad Na-
cional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacién, 1962. Con una bibliografia
de Benito Lynch por Albertina Sonol.
BENITO LYNCH
EL INGLES DE
LOS GUESOS.
Paco o% Cmmne 9 50 f
TPA cagtULNA's 2+
Ediicién de El inglés de los ghesos, con dibujo de
Lino Palacio.
458El inglés de los gtiesos
{El suicicio de Balbina)
Un dia tlega a la Estancia
Grande, en la provincia de Bue-
nos Aires, un arquedlogo inglés,
Mr. James Gray, para realizar in-
vestigaciones en la zona con res-
tos fosiles. Por esto, lo llaman en
el lugar “el inglés de los gtiesos”.
Se establece alli, de acuerdo
con el propietario de la estancia,
y comienza sus trabajos. Conoce
entonces a Balbina, apodada La
Negra, una jovencita inteligente,
instintiva y de singular belleza
campesina, que se enamora del
extrano personaje. Mr. James en-
tiende este amor natural y prima-
rio, y por momentos le correspon-
de. pero al final, cede ante las
exigencias de sus obligaciones
profesionales en Inglaterra y a su
concepto de la sociedad, y resuel-
ve relornar a su pais. Balbina,
que no ha podido convencerlo
para que desista del regreso, se
suicida ahorcandose.
Diamela, que dormia hecha un
ovillo junto a la puerta de la co-
cina, desperté con un sobresal-
to...
Quiz oyé algun ruido, quiza
creyé que lo oia..
Pero lo cierto es que ya no vol-
vio a acostarse y que, sentada
sobre los cuartos traseros, palpi-
tante ta lustrosa nariz y muy er-
guidas las largas orejas, que el
rocio habia jaspeado de plata, se
puso a observar con cierta in-
quietud aquella gran invasién de
niebla pesada y densa que casi
Nenaba por completo el patio del
puesto, que esfumaba las silue-
tas de los ranchos y de os arbo-
les humedecidos y goteantes, que
por todos los sitios se introduci-
an, y que hasta a ella misma, y
como un aspersorio invisible, le
habia trocado en gris el terciope-
lo retinto de su lomo...
Pero como aparte de ciertos y
familiares rumores provenientes
del corral de las ovejas y de uno
que otro timido pio de ensayo
entre €] frondoso foliaje de los
sauces inmoviles y amustiados
bajo su enorme carga de agua,
no oyera Diamela otro ruido ni
sospechoso ni interesante, no
tardé en abandonar aquella con-
templacién para entregarse de
lleno a la intima tarea de comba-
tir, en diversos sitios de su cuer-
po, otros tantos focos de come-
zon, que la humedad sin duda
exacerbaba.
Y como siempre, como legaba
a hacerlo a veces, hasta en las
circunstancias menos adecuadas
o mas comprometidas del pasto-
reo o de la caza, la perra de Bar-
tolo se rasc6, se rascé con ufas
y dientes, hasta la exageracion,
hasta el infinito, adoptando las
posturas mds extravagantes y
grotescas y empleando en ello
tanto tiempo que cuando se dio
al fin por satisfecha, ya un tenue
rosicler de aurora comenzaba a
tenir la niebla por el lado del co-
rral de los caballos, piaban paja-
rillos por todas partes y el gallo
mas viejo del gallinero, con su
459voz engolada, alzaba su grave
canto...
Entonces Diamela se quedé un
instante inmévil y como sorpren-
dida, Se hubiera dicho que pen-
saba...
Pero enseguida no mas, y re-
cuperando toda su animalidad
con un ruidose bostezo en el que
mostro groseramente hasta el
fondo de la garganta, se puso a
andar lentamenie por debajo del
alero y a lo largo del muro de ba-
rro de la cocina, muy arqueado el
lomo y oliendo con aire entendi-
do hasta las mas minusculas e
insignificantes basurillas...
Después, y como una bandada
de “mixtos” madrugadores vinie-
ra a posarse, vibrante de vida y
gorjeos, en aquel trozo de patio
negro que dejaba libre la inva-
sion de la niebla, Diamela los
espanto con una zurda cabriola
de cachorro que juega. y en se-
guida se metio muy despacio, y
siempre olfateando, por el corre-
dorcito cubierto, aquel que llega-
ba al otro lado de la casa, hacia
el corral de las gallinas, hacia el
lavadero de dona Casiana, hacia
el jardin de La Negra y hacia
donde el so! salia...
Y fue e] momento en que sur-
gia al pie mismo del gran sauce
en donde estaba la batea de la
puestera, que la perra, distraida
como iba y con la luz del amane-
cer de cara, experimenté un so-
bresalto que la hizo engarabatar-
se toda y recoger nerviosamente
una pata...
Le parecié sin duda una vibora
aquel extremo de lazo mal tren-
zado que, descendiendo del ar-
bol, se tendia sinuosamente de-
lante de la puerta...
Mas Diameia reacciono en se-
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guida, y después de comprobar
su error por medio de un minu-
cioso olisqueo de aquella larga y
despareja trenza que trascendia
a jabon, fue y examin6o también
una silla de enea tumbada al pie
del sauce y. un pequeno zapato
de La Negra, y por ultimo, levan-
tando los ojos hacia la copa del
arbol, mene6 festivamente la cola
e hizo con su afilado hocico al-
gunos visajes expresivos de reco-
nocimiento y simpatia...
Pero como nadie respondié a
su halago, sino que, por el con-
trario, uma gran bandada de
“mixtos” que alli estaba se alzé
del Arbol y se perdio volando en-
tre la niebla. en larga guirnalda
de flores amarillas, Diamela,
después de detenerse un mo-
mento para rascarse una vez
mas el pescuezo, se puso a an-
dar lentamente en direccién al
gallinero, siempre observandolo
todo, siempre olfateando las co-
sas...
Cuando Ilegé por fin al pie de
un gran matorral de “yuyo colo-
rado” que por alli habia, algan
indicio cierto debid excitar su
curiosidad 0 sus instintos, por-
que tras breves segundos de va-
cilacion, se lanz6 a cavar resuel-
tamente. .
La tierra estaba blanda y como.
recién removida, de tal manera
que las patas vigorosas y practi-
cas no tardaron nada en sacar a
las luces del dia y de la vida una
obscura caja de hojalata, y de la
caja aquella, que se abriéd por
azar bajo los choques, un viejo y
moreno y solapado sapo, al que
la perra atrapo instintivamente,
pero al que abandoné muy lue-
go, tal vez por repugnancia, tal
vez porque en aquel mismo mo-mento la voz de doa Casiana le
lleg6 desde la casa, primero
como un alarido salvaje, después
como el ulular de una fiera...
Y el sapo, entonces, sin prisa
alguna y en dos 0 tres saltos tor-
pes y perezosos, se acogié al hu-
medo amparo de una quinoa, y
desde alli se puso a contemplar
con sus gjillos socarrones el so-
berbio espectaculo del nacer del
dia, la pompa extraordinaria~
mente magnifica que la Natura-
leza desplegaba aquella manana,
como si hubiese querido distraer,
a fuerza de luz y de colores, la
atencién de todos para que no
pensaran, para que no dudaran.
para que siguieran confiando
siempre en la equidad de sus le-
yes y en su poder soberano.
(Capitulo XXX)
Retrato de Benito Lynch,
por Emilio Pettorutt.
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