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CARLOS ALBERTO LOPRETE LITERATURA ESPANOLA, HISPANOAMERICANA Y ARGENTINA Plus Ultra 20 EL CRIOLLISMO SK CARACTERES DEL CRIOLLISMO. En las tres primeras décadas del siglo xx se afianza en Hispanoamérica una corriente literaria que hace de lo regional el fin de la actividad literaria. Se la ha denominado genéricamente “criollismo” y también “regionalismo”, Los escritores muestran una definida posicién nacionalista en el arte y una conciencia literaria madura. Son americanistas también, en cuanto se desen- tlenden del peso de las tradiciones europeas y centran su interés en nuestro continente. A diferencia de los americanistas del periodo romantico (Echeverria y otros) y de los indigenistas de la misma época (Zorrilla de San Martin y otros), ponen su objetivo en el paisaje antes que en los individuos. Por esto son notoriamente 435 descriptivos. Ademas, los personajes de sus obras son por lo comun victimas de esa naturaleza americana, brutal, inhéspita y grandiosa. Asimismo, son excelentes artistas que dominan la técnica de la novela, el relato o el cuento, ya maduros por esos afios en Hispanoamérica, después de la maestria literaria que habian revelado en sus obras los poetas y prosistas del modernismo. Continwan esta tradicién modernista de hacer verdadero arte es- crito, pero con contenidos nacionales, antes que los cosmopolitas preferides por sus predecesores, Dominan el manejo de la lengua y conocen a fondo los regionalismos de vocabulario sintacticos, que usan sin prejuicios en sus obras, Los dialogos se caracterizan por la fidelidad a las hablas locales. Finalmente, conocen a fondo la psicologia de los habitantes de esas regio- nes, y los presentan con exageraciones 0 idealizaciones irreales. Los mas grandes representantes del movimiento criollista en Hispanoaméri- ca fueron Romulo Gallegos (Venezuela), José Eustasio Rivera (Colombia), Hora- cio Quiroga (Uruguay-Argentina), Ricardo Giliraldes y Benito Lynch (Argentina). Estanciero con chaleco federal, acuareta de Re veroy A, D'Hastrel (1805- 1875), @ Rémulo Gallegos Romulo Gallegos esta considerado como el mas importante de los escritores criollistas de Hispanoamérica en el siglo XX. Vida. Nacié en Caracas, Venezuela (1884), y después de concluir sus estudios primarios, ingreso en e} Liceo Sucre, y de alli, en la Universidad Central, Se dedicé a la ensefianza, mientras colaboraba en publicaciones literarias de la época. Llegé a ser director de algunos establecimientos educacionales, en- tre ellos el famoso Liceo Andrés Bello (1929-1930), de Caracas. Simultaneamen- te, dedicd tiempo y preocupaciones a la politica, y ocupé una silla de senador nacional (1929) el mismo aio en que dio a conocer la mas famosa de sus nove- las, Dofia Barbara . Por disconformidad con la tirania de Gomez salié en exilio voluntario de Ve- nezuela hasta la caida del dictador (1935) y vivid en Espafia y en los Estados Unidos, donde continud su infatigable labor de novelista. En el gobierno que se formé después en su pais, Gallegos ocupd el cargo de ministro de educacién (1936), que debid dejar poco después como consecuencia de la oposicion a sus ideas de modemizacion de la ensefanza. Sirvié a su pais en otros cargos politicos, que culminaron con su eleccién como presidente de Venezuela por el periodo 1947-1952. Al afo de ocupar el cargo presidencial fue depuesto por un golpe militar (1948) que toms el poder y entreg6 el gobierno a Pérez Jiménez. Gallegos salié nuevamente del pais y vivid durante varios ajios en los Esta- dos Unidos, en Cuba y en México. Fallecié en 1969. El novelista. Gallegos es autor de numerosas novelas y cuentos, de tipo criollis- ta. En ellos aparece su pais, Venezuela, y los distinlos tipos humanos y sociales que lo constituyen. El ambiente geografico es fuerte y brutal, y pesa sobre los individuos en forma dramatica y hasta cruel. La tierra motiva el alma y la vida de los hombres, haciéndolos victimas de su poderio y sus inclemencias. Los Ila- nos venezolanos, los rios, la montafia y la selva producen seres sufridos y pasio- nales, que chocan entre si en rivalidades y peleas cruentas, en medio de las cua- les los principios y la educacién se sofocan y claudican. 437 Gallegos revela un profundo amor por su tierra y sus conciudadanos, pese a los cuadros brutales en que los muestra, Su sentido de la vida y de la muerte es primario, naturalista y tremendo. Todo es tenso y conmovedor en el mundo novelistico del maestro venezolano. La muerte es una circunstancia normal en la vida de los personajes, asi como los instintos y las pasiones. En cierto sentido, las novelas de Gallegos reactualizan el antiguo tema de la lucha entre la natura- leza y el hombre, que es tan frecuente en ta literatura hispanoamericana desde los tiempos de la Colonia. ‘Técnicamente considerado, Gallegos es un maestro en la invencién de tra- mas para sus obras, donde la accion es original y al mismo tiempo veridica. Los hechos se presentan en una combinacién magistral de circunstancias, que no por eso se apartan de la realidad. Particularmente notable es también su destreza en el manejo del didlogo, que aunque no es abundante en sus novelas y cuentos sobresale por su verismo y su interés. El dominio de la expresi6n es otra de las notas distintivas de su arte. Galle- gos logra maximas manifestaciones artisticas en el uso de la lengua y Ia sinta- xis, fruto de una destreza estilistica poco comin, El lenguaje no omite los re- gionalismos de vocabulario, lo cual da a su idioma un color Jocal y un pintoresquismo muy atrayentes, “Dofia Barbara”, Esta novela esta considerada como Ja obra maestra de Galle- gos, y es ya una de las obras clasicas de la novelistica hispanoamericana. Dofia Barbara, mujer de cardcter fuerte y cast brutal, pero desprovista de sentide moral, ¢s Ja perfecta encamnacién det caciquismo en los llanos venezolanos. Educada entre contrabandlistas y brutalmente deshonrada en su juventud, se venga de los hombres en general y llega a conver: tirse en cacique de una gran hacienda al norte del Orinoco. Alli, rodeada de criminales, aumenta diartamente su poder y sus posesiones por medio de toda clase de negoctos deshonestos. Ha he- cho asesinar a algunos, ha destruido a otros con el alcohol o por el terror, sometiendo a todos a su perversa voluntad. Santos Luzardo, un Ilanero trasladado desde Ja nifier a la cludad, regresa al campo para tomar poseston de los terrenos de su familia. Apenas toma contacto de nuevo con la terra comien- 2a si enfrentamiento con dofa Barbara. que se ha apoderado de parte de sus tlerras quitando los mojones y las cereas. Santos se pone a la tarea de recuperar sus bienes, ayudado por algunos eones que le son todavia fleles, Dofia Barbara se enamora de su rival, pero en este amor encuen- tra el castigo de su maléfica vida, pues Santo ama, en camblo, a Marisela, una bella prima, con quien se casa finalmente. Dona Barbara es una novela simbdlica: la protagonista representa la barba- tie y Santos la civilizacién. Es la polémica entre el bien y el mal, entre la natu- raleza y el hombre. Esta dualidad de simbolos se repite simétricamente en otros personajes, dando a la novela un significado bastante perceptible y claro. De los dos simbolos, dona Barbara es el mas significative y fecundo. Repre- senta, ademas, a la tierra indomable e inmensurable de América, conquistada 438 pero no civilizada todavia, con su trementa potencia telirica, capaz de apoderar- se del espiritu humano y someterlo a sus leyes implacables y sin piedad, Sin embargo, la novela no cae en una abstraccién racional. Por el contrario, Ja simbologia no la ahoga. El caracter simbdlico se infiere de todo su contexto, pero no se expresa intelectualmente por el autor. La obra conserva asi un tono novelistico parejo y sostenido, y un interés constante a través de magnificos cuadros y escenas tipicos de Venezuela y sus seres humanos. La novela abunda en hechos brutales: brujeria, borracheria, asesinatos, robos y depredaciones de todo tipo. Igual abundancia hay de descripciones regionalisias: selvas virgenes, Tis, llanos, implacables con Jos humanos, hasta el punto de provocar por mo- mentos la impresion de una épica territorial. Gallegos escribe en un tono poético esta novela, que vuelve a repetirse ma- gistralmente en otra obra famosa, Canaima (1935). OBRAS Y EDICIONES: Dofta Barbara. Bucnos Aires-México, Espasa-Calpe Argentina, 1941, Canal: ma, Buenos Aires-Méxlco, Espasa Calpe, Argentina. 1941. LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: Arturo Torres-Rioseco, Grandes novelistas de América Hispana. Los Angeles, Untversidad de California. 1944. Tipico Hanero venerotane. 439 Dofia Barbara LA DEVORADORA DE HOMBRES jDe mas alla del Cunaviche, de mas alla del Cinaruco, de mas alla del Meta! De mas lejos que mas nunca —decian los laneros del Arauca, para quienes, sin embargo, todo esta siempre “ahi mismito detras de aquella mata”. De alla vino la tragica guaricha. Fruto engendrado por la violen- cia del blanco aventurero en la sombria sensualidad de la india, su origen se perdia en el drama- tico misterio de las tierras virge- nes. En las profundidades de sus tenebrosas memorias, a los pri- meros destellos de la conciencia, veiase en una piragua que sur- caba los grandes rios de la selva orinoquena. Eran seis hombres a bordo, y al capitan lo lamaban “taita"; pero todos —excepto el viejo piloto Eustaquio— la bruta- lizaban con idénticas caricias: rudas manotadas, besos que sa- bian a aguardiante y a chimé. Pirateria disimulada bajo pa- tente de comercio licito, era la industria de aquella embarca- cién, desde Ciudad Bolivar hasta Rio Negro. Salia cargada de ba- rriles de aguardiente y fardos de baratijas, telas y comestibles averiados, y regresaba atestada de sarrapi y balata. En algunas rancherias les cambiaban a los indios estas ricas especias por aquellas mercancias, limitandose a embaucarlos; pero en otros pa- rajes los tripulantes saltaban a tierra sdlo con sus rifles al hom- bro, se internaban por los bos- ques o sabanas de las riberas, y 440 cuando volvian a la piragua, la olorosa sarrapia o el negro bala- ta venian manchados de sangre. Una tarde, ya al zarpar de Ciu- dad Bolivar, se acercé a la em- bareacioén un joven, cara de hambre y ropas de mendigo, a quien ya Barbarita habia visto, varias veces, parado al borde del malec6én, contemplandola, con ojos que le salian de sus érbitas, mientras ella, cocinera de la pi- ragua, preparaba la comida de los piratas. Dijo llamarse Asdra- bal, a secas, y propusole al capi- tan: —Necesito ir a Manaos y no tengo para el pasaje. Si usted me hace el favor de llevarme hasta Rio Negro, yo estoy dispuesto a corresponderle con trabajo. Des- de cocinero hasta contador, en algo puedo serle util. Insinuante, simpatico, con esa simpatia subyugadora del vaga- bundo inteligente, prodtijole bue- na impresi6n al capitan y fue en- rolado como cocinero, a fin de que descansara Barbarita. Ya el taita empezaba a mimarla: tenia quince anos y era preciosa la mestiza. Transcurrieron varias jorna- das. En los ratos de descanso y por las noches, en torno a la ho- guera encendida en las playas donde arranchaban, Asdrubal animaba la tertulia con anécdo- tas divertidas de su existencia andariega. Barbarita se desterni- laba de risa; mas si é! interrum- pia su relato, complacido en aquellas frescas y sonoras carca- jadas, ella las cortaba en seco y bajaba la vista, estremecido en dulces ahogos el pecho virginal. Un dia le desliz6 al oido: —No me mire asi, porque ya mi taita se esta poniendo malicioso. En efecto, ya el capitan empe- zaba a arrepentirse de haber aceptado a bordo al joven, cuyos servicios podian resultarle caros, especialmente aquellos, que no se los habia exigido, de ensefiar a Barbarita a leer y escribir. Du- rante estas lecciones, en las cua- Jes Asdriibal ponia gran emperio, letras que ella hacia Wevandole él Ja mano, los acercaban demasia- do. Una tarde, concluidas las lec- ciones, comenzé a referirle As- dribal la parte dolorosa de la historia: la tirania del padrastro que lo oblig6 a abandonar el ho- gar materno, las aventuras tris- tes, el errar sin rambo, el ham- bre y el desamparo, el duro trabajo de las minas del Yuruari, ja lucha con la muerte en el ca- mastro de un hospital. Final- mente, le hablé de sus planes: iba a Manaos en busca de la for- tuna, ya estaba cansado de la vida errante, renunciaria a ella, se consagraria al trabajo. Tba a decir algo mas; pero de pronto se detuvo y se quedo mi- rando el rio que se deslizaba en ‘silencio frente a ellos, a través de un draméatico paisaje de riberas ‘boscosas. Ella comprendié que no tenia en los planes del joven el sitio que se imaginara, y los hermosos ojos se le cuajaron de lagrimas. Permanecieron asi largo rato. jNunca se le olvidaria aquella tarde! Lejos, en el profundo si- lencio, se oia el bronco mugido de los raudales de Atures. De pronto, Asdrabal la miré a los ojos y le pregunto: —~Sabes lo que piensa hacer contigo el capitan? Estremecida al golpe subitaneo de una horrible intuicién, excla- mo: —iMi taita! —No merece que lo llames asi. Piensa venderte al turco. Referiase a un sirio sadico y leproso, enriquecido en la explo- tacién del balaté, que habitaba en el coraz6n de la selva orino- quena, aislado de los hombres por causa del mal que lo devora- ba, pero rodeado de un serrallo de indiecitas nubiles, raptadas o compradas a sus padres, no sélo para hartazgo de su lujuria, sino también para saciar su odio de enfermo incurable a todo lo que allenta sano, trasmitiéndole su mm (Primera parte, cap. II) Horacio Quiroga Es probablemente el mayor cuentista de la literatura hispanoamericana. Vida. Nacié en Salto, Uruguay (1878), hijo del viceconsul argentino, Cursé estu- dios secundarios en el Instituto Politécnico de esa ciudad y en el Colegio Nacio- nal de Montevideo, pero no siguié estudios regulares en la universidad. En su juventud fue un gran aficionado al ciclismo, la fotografia y la quimica. Radicado en Montevideo (1897), comenzé a interesarse por la literatura y se estrené en el periodismo. Realiz6 luego un viaje por Europa (1900), vivid unos pocos meses en Paris y regreso a Montevideo, sin dinero. Ese mismo afo obtuvo el segundo premio en un concurso de cuentos y al afio siguiente publicd otro modernista. Con motivo de un accidente en que murié una persona de su amistad, se sintié muy afectado, y resolvié trasladarse a Buenos Aires a casa de una herma- na suya (1902). Una vez en esta ciudad entré a trabajar como profesor de cas- tellano en el Colegio Britanico. Publicé entonces dos de sus libros, y con una herencia paterna se traslad6 al Chaco para intentar fortuna con una plantacién de algodén (1904), Fracasada esta empresa volvid a Buenos Aires. Prosiguié pu- blicando sus cuentos, y consiguié una catedra de profesor de castellano y litera- tura en la Escuela Normal N° 8 a propuesta de Leopoldo Lugones, a quien habia acompaiiado anteriormente en su viaje de estudios a las misiones guaraniticas, y con quien lo unia ya una fuerte amistad (1906). Ese mismo afo compro una fraccién de tierra en Misiones, en los alrededo- res de San Ignacio, aprovechando las facilidades que otorgaba el gobierno nacio- nal, Durante las vacaciones viajé a su propiedad y comenzé las mejoras e insta- laciones provisorias. Contrajo después matrimonio con Ana Maria Cirés (1909) y la pareja se dirigio a vivir en la propiedad de Misiones. Fue juez de paz y oficial del registro civil en esa jurisdiccion. Al suicidarse su esposa, Quiroga volvié a Buenos Aires (1917) y por media- cin de sus amigos consiguié un empleo en el consulado general del Uruguay en la Argentina ese mismo ano. A pedido de Manuel Galvez reunio algunos cuentos anteriores en el volumen Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), que fue recibido por la critica con aplauso unanime. Se comenzé entonces a hablar de Quiroga como del mayor exponente de la narracién breve en Sudamérica. 442 Fueron apareciendo sucesivamente sus otros libros de cuentos. El desierto (1924), La gallina degollada y otros cuentos (1925) y Los desterractos (1926), contrajo segundo matrimonio con Maria Elena Bravo (1927) ascendié en su ca- Trera en el consulado, hasta que por fin decidié irse a vivir nuevamente a Misio- nes con su familia (1932). . Obtuvo su jubilacién (1936), quedé solo en Ia selva y enfermé. Vino enton- ces a Buenos Aires en busca de salud y se interné en el Hospital de Clinicas. Alli enterése de la gravedad de su enfermedad y una noche puso fin a su vida en ese nosocomio (1937). Los cuentos de Horacio Quiroga. Quiroga ha sido comparado en algunos as- pectos de su obra con Foe, Kipling, Maupassand y Chejov, sus maestros prefe- ridos. Se inicié dentro del movimiento modernista, linea estética que abandond mas tarde para situarse dentro del criollismo 0 realismo. Los mejores cuentos de Quiroga corresponden al periodo 1907-1928 de su vida. El ambiente natural de la mayor parte de ellos es el mundo de la selva y los pueblos inmersos en ella, Alli la naturaleza se expresa con total brutalidad en contra del hombre, a quien acecha constantemente a través del calor, la falla de agua, las luvias torrenciales, las inundaciones, los reptiles y los animales fero- ces, Por supuesto, el ser humano es la victima propiciatoria de ese mundo bar- baro, Los personajes que se mueven dentro de este escenario son peones de cam- po, exiranjeros desterrados, aventureros industriales 0 comerciantes, nihos o adultos, cuya mentalidad es por lo general primitiva o desviada por el vicio: neu- roticos, deficientes mentales, delincuentes pasionales, alucinados, fracasados y miedosos, Quiroga cultivé los mas variados tonos: el dramatico, el patético, el tierno e incluso el humoristico. Pero, en general, predominan los relatos crueles, donde la muerte se ensefiorea de los hombres. La técnica narrativa de Quiroga es directa, sin gran complicacion. Por lo comin toma una linea de exposicion y la sigue hasta el desenlace, sin interpo- laciones ni acciones secundarias. El suyo es un cuento de estructura limpia y sencilla, Es mas narrativo que dialogado, o descriptivo, . No hay profundidad filoséfica en ellos, Aunque sutil en su sensibilidad y en su visién de la vida, no refleja Quiroga una posicidn filosofica ante la realidad circundante. El mundo que nos presenta en sus obras es dramatico y tragico, pero no podria afirmarse que su posicién humana haya sido de pesimismo y dolorismo, OBRAS Y EDICIONES: Cuentos de amor, de locura y de muerte. Buenos Aires, Lautaro. 1950. BI desierto, Buenos Aires, Lautaro, 1951. Los desterrados. Buenos Aires. Lautaro, 1950. Cuentos de Ia Selva. Buenos Aires, Lautaro, 1950. LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: José M. Delgado y Alberto J. Brignole, Vida y obra de Horaclo Quiroga. Montevideo. Claudio Garcia, 1939. Noé Jitrick, Horacio Quiroga: Una obra de experiencia y riesgo. Buenos Alres, Ediciones Culturales Argentinas, 1959. Con cronologia de Oscar Masotta y Jorge R. Laffongue, y bibllografia por Horacio J. Becco. 443 Horacio Quiroga en la selva mistonera, desbastando un tronco que se trans- Jformara en canoa. ALA DERIVA El hombre pis6 algo blanduzco, y en seguida sintié la mordedura en el pie. Salté adelante, y al vol- verse con un juramento, vio una yararacusG que arrollada sobre si misma esperaba otro ataque. El hombre echo una veloz oje- ada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificulto- samente, y saco el machete de la cintura. La vibora vio la amena- za, y hundié mas la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cay de plano, dislo- candole las vértebras. El hombre se bajé hasta la mordedura, quité las gotitas de sangre y durante un instante contemplé, Un dolor agudo nacia de los dos puntitos violeta, y co- menzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se lig6 el tobi- Ilo con un pafuelo y siguié por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensacién de tirante abulta- miento, y de pronto el hombre 444 Cuentos de amor, de locura y de muerte sintié dos o tres fulgurantes puntadas que como relampagos habian irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorzilla. Movia la pierna con dificultac una metalica sequedad de gar- Santa, seguida de sed quemante, Te arrancé un nuevo juramento. Lleg6 por fin al rancho, y se eché de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violetas desaparecian ahora en la monstruosa hinchazén del pie entero, La piel parecia adelgaza- da y a punto de ceder, de tensa. El hombre quiso llamar a su mujer, y la voz se quebré en un ronco arrastre de garganta teseca. La sed lo devoraba. —jDorotea! —aleanzé a lan- zar un estertor—. ;Dame cana! Su mujer corrié con un vaso leno que el hombre sorbié en tres tragos. Pero no habia gusto alguno. —iTe pedi caria, no agua! — mugié de nuevo—. ;Dame cana! —jPero es caria, Paulino! — protesté la mujer espantada. —iNo, me diste agua! ;Quiero cana, te digo! La mujer corrio otra vez, vol- viendo con la damajuana. El hombre trago uno tras otro dos vasos, pero no sintié nada en la garganta. —Bueno, esto se pone feo — murmuré entonces, mirando su pie livido y ya con lustre gangre- noso. Sobre la honda ligadura del pariuelo, la carne desborda- ba como una monstruosa morci- lla. Los dolores fulgurantes se su- cedian en continuos relampa- gueos, y Hegaban ahora a la in- gle. La atroz sequedad de gargan- ta, que el aliento parecia caldear mas, aumentaba a Ja par. Cuan- do pretendié incorporarse, un fulminante vémito lo mantuvo medio minuto con la frente apo- yada en la meda de palo. Pero el hombre no queria mo- rir y descendiendo hasta !a costa subid a su canoa. Sentése en la popa y comenzé a palear hasta el centro del Parana. Alli la corrien- te del rio, que en las inmediacio- nes del Iguazii corre seis millas, lo llevaria antes de cinco horas a Tucura-Pucu. El hombre, con sombria ener- gia, pudo efectivamente legar hasta el medic del rio; pero alli sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vomito —de sangre esta vez— dirigié una mirada al sol que ya trasponia el monte. La pierna entera, hasta medio musilo, era ya un bloque deforme y durisimo que reventaba la ropa. El hombre corté la ligadu- ta y abrié el pantal6n con su cu- chillo: el bajo vientre desbord6 hinchado, con grandes manchas. lividas y terriblemente dolorido. El hombre pens6 que no podria jaméas llegar é] solo a Tucura- Pucu, y se decidié a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacia mucho tiempo que estaban disgustados. La corriente del rio se precipi- taba ahora hacia la costa brasi- lena, y el hombre pudo faciimen- te atracar. Se arrastré por la picada cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedé tendido de pecho. —jAlves! —grito con cuanta fuerza pudo, y presté oido en vano. —jCompadre Alves! jNo me niegue este favor! —clam6 de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyé un solo rumor. El hombre tuvo atin valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogién- dola de nuevo, fa llevé velozmen- te a la deriva. El Parana corre alli en el fondo de una inmensa hoya, cuyas pa- redes, altas de cien metros, en- cajonan fianebremente el rio. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, as- ciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detras, siempre la eterna muralla ligu- bre, en cuyo fondo el rio arremo- linado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atarde- cer, sin embargo, su belleza som- bria y calma cobra una majestad unica. El sol habia caido ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento es- calofrio. Y de pronto, con asom- bro, enderezé pesadamente la cabeza: se sentia mejor. La pier- na le dolia apenas, la sed dismi- nuia, y su pecho, libre ya, se a- bria en lenta inspiracion. El] veneno comenzaba a irse, no habia duda. Se hallaba casi bien, y, aunque no tenia fuerzas para mover la mano, contaba con la caida del rocio para reponerse del todo, Calcul6é que antes de 445 tres horas estaria en Tucura- Puca. El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia Nena de re- cuerdos. No sentia ya nada ni en Ja pierna ni en el vientre. Vivi- ria aun su compadre Gaona en Tucura-Pucti? Acaso viera tam- bién a su ex patrén mister Dou- gald, y al recibidor del obraje. gLlegaria pronto? Et cielo, al poniente, se abria ahora en pan- talla de oro, y el rio se habia co- loreado también. Desde la costa Paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el rio su frescura crepuscular, en pene- trantes efMuvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guaca- mayos cruzé muy alto y en silen- cio hacia el Paraguay. All abajo. sobre el rio de oro, la canoa derivaba velozmente, gi- rando a ratos sobre si misma, ante el borboilén de un remolino. El hombre que iba en ella se sentia cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que habia pasado sin ver a su ex pa- tron Dougald. zTres afios? Tal vez no, no tanto. ¢Dos afios y nueve meses? Acaso. gOcho me- ses y medio? Eso si, seguramen- te. De pronto sintié que estaba helado hasta el pecho. zQué se- ria? Y la respiracién... Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo habia conocido en Puerto Es- peranza, un viernes santo... Viernes? Si, 0 jueves... El hombre estiré lentamente los dedos de la mano. —Un jueves, Y ceso de respirar. MMS Horacio Quiroga. Ricardo Guiraldes Ricardo Giiraldes es uno de los artistas maximos de la literatura argentina, y el autor de Don Segundo Sombra, la mejor novela criollista argentina y una de las obras maestras de Ja literatura hispanoamericana. Vida. Nacid en Buenos Aires (1886) y fue hijo de un rico estanciero radicado en el partido de San Antonio de Areco (provincia de Buenos Aires). En ese lugar se cred, después de la muerte de Giiraldes, un museo gauchesco en su memoria. Su padre lo Ilev6 siendo muy nifio a Francia, de donde regresé para pasar su infancia y adolescencia en Ja estancia paterna “La Portefia” y en Ja ciudad de Buenos Aires. Esta experiencia del campo le sirvié muchas veces de motivo para sus obras. Fue alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, se gradué de bachiller, y posteriormente dejé inconclusas dos carreras universitarias, la de arquitectura y la de derecho. No tuvo éxito en algunos empleos subalternos que le consiguié su padre, y regres6 a vivir en la estancia, donde compartié su tiempo entre las ta- Teas campestres y las literarias. Volvié a Paris (1910) y alli florecié su vocacin, atraido por las escuelas de vanguardia de la Ciudad Luz. Publicé entonces un primer libro de poemas y pro- sa; después Cuentos de muerte y de sangre (1915), y luego otras novelas de es- casa repercusién. Por estos aiios realizé viajes frecuentes a Buenos Aires, San Antonio de Areco y, entre ellos, uno a la India y al Jap6n, que hicieron nacer en su espiritu una inclinacién al misticismo hindi, Se relacion6 en Buenos Aires con los jovenes escritores ultraistas de enton- ces, congregados en tomo de la revista Martin Fierro, particularmente con Jorge Luis Borges, y fund6 con algunos de ellos una revista literaria, Proa. Mientras tanto, su fama de escritor habia ido en creciente aumento. Edité entonces Don Segundo Sombra (1926), que fue recibido por el publico y la critica con desusada aceptacién. Al afio siguiente, regresé a Paris en busca de alivio para su quebrantada salud, pero fallecié alti (1927). El poeta. Giiraldes escribié poesia en varios momentos de su vida, pero no fue en ese género donde sobresalié, Las poesias de El cencerro de cristal (1915) 447 pertenecen a la escuela ultraista, mientras que en los Poemas misticos (edicion osama de 1928) se perciben ecos de su evolucién espiritual de los ultimos afios le su la. Ei cuentista. Los cuentos fueron, en cierto sentido, la escuela de aprendizaje del arte de novelar. Comienza a aparecer ya en ellos su propensién a lo autobio- grafico combinado con Io gauchesco, asi como su Preferencia por el relato corto, que luego incluira en otras obras mayores, 0 alargara hasta formar novelas cor- tas, como Rosaura (1922), breve idilio provinciano entre dos jévenes, Los Cuentos de muerte y de sangre (1915), segin la propia definicion del autor, no son en realidad mas que “anécdotas oidas y escritas por carifio a las cosas nuestras”. * “Don Segundo Sombra”, Es una de las obras mAs difundidas universalmente de la literatura argentina. Un ntio de catorce afios, hijo natural del estanctero Fabio Caceres, es criado en el pueblo de ‘San Antonio de Areco por las hermanas de éste, y de estas supuestas “tias” recibe una defectuosa ‘educacién, El-nino se cria en fa calle, y poco a poco se convierte en un personaje popular del pueblo, conocido por su carécter audaz y su desenfado al hablar. Un dia, al regresar de pescar en el rio, conoce casualmente a don Segundo Sombra, queda admirado de sus notables condiciones de gaucho, y le salva la vida en una pulperia, advirtiéndole de una emboscada que le ha preparado un vengativo patsano. Queda asi establecida una extraha Y casi silenciosa amistad entre don Segundo Sombra y Fablo —que asi se llama el nliio—. Este abandona Ja casa donde vive y se emplea en una estancia vecina, pues ha oido que don Segundo {rd alli también en busca de trabajo. Entre la cordial burla de los gauchos de la estancta. el nitio se iniefa poco a poco en las duras y dificiles tareas campesinas, aconsejado por el viejo don Se- gundo, quien secretamente encariitado con Fabio, lo inicia y conduce en los secretos de la vida det campo. Se incorpora entre los que conducen la tropilla. se hace resero, aprende a domar, participa en las rifias de gallos, pelea, juega en carreras de cabaltos, se inicia en el amor y se convierte con el tiempo en un auténtico hombre de Ja pampa, Un dia, el nifio rectbe una carta en la cual le comunican que su padre ha fallecide y lo ha nombrado heredero de todos sus bienes. Fabio marcha con don Segundo Sombra de regreso al pueblo: alli és recibido y tratado con respeto, sin que nadie se atreva a menctonar Ja verdadera historia de su nacimiento ilegitimo. Fabio se pone al frente de la estancia patema, acompafiado y aconsejado por don Segundo. Pero don Segundo es un gaucho libre, enamorado de la Hanura abterta, con gran dolor se separa de su ahijado espiritual cuando comprueba que esta en condi- clones de poder Hlevar adelante la administracién de sus blenes, Al despedirse en una loma cerca- na, don Segundo Sombra da sus tiltimos consejos al discipulo. La novela revela en varios pasajes aspectos autobiograficos de la vida de Giiraldes, sobre todo su formacién gauchesca. El protagonista, don Segundo Sombra, fue un personaje real llamado Segundo Ramirez, que Giiiraldes conocid Y que ya habia hecho aparecer en otras obras anieriores. Se reflere a que el en- cuentro entre el gaucho resero y el escritor se produjo en una estancia. El cali- ficativo de Sombra lo heredé de su padre que, se dice, era negro. Don Segundo Sombra resume en si gran cantidad de atributos propios del 448 gaucho, sobre todo del gaucho bonaerense de principlos de este siglo, y de oficio resero. Hay en él un sostenido culto a la amistad, que ya antes habia aparecido en otros poemas gauchescos. El erotismo aparece apagado y contenido, como era comin en esos hombres de campo, en que un celoso pudor se mezclaba con la valentia més decidida, Es también supersticioso, amigo de relatos misterio- sos, dado al juego, a la bebida, al duelo de honor y, sobre todo, un verdadero artifice en las faenas del campo: camear, enlazar, domar, pialar, esquilar, etc. Los otros personajes son también tipicamente criollos y argentinos. Muchos de ellos son personas reales, citadas en la introduccién de la novela, y de algu- nos hasta existen fotografias. Los nombres reaparecen en otras obras de Giiiral- des, porque el escritor solia trabajar con el recuerdo de experiencias personales. Del reserito Fabio se ha dicho que refleja las propias experiencias infantiles de Gitiraldes, que ya antes habia escrito otra novela con mas elementos autobio- graficos, Raucho (1917). Es caracteristica también la novela por los cuadros de ambiente que pre- senta. Como fruto de largos afios de trabajo literario, esos cuadros son magnifi- cas pinturas criollistas y regionalistas, animadas siempre por la actuacién de los personajes y su habla. Sobresalen la descripcién de la pulperia, el baile campero en un galpon, la rifia de gallos, las carreras cuadreras, la pelea a cuchillo y, con mas abundancia, las escenas de campo abierto, con arreos y rodeos de hacien- da. En un aspecto sociolégico, la critica ha sefalado un elemento que acaso ten- ga repetida tradicién en el campo, o sea la existencia del gaucho, es hijo ilegiti- mo de una campesina y de patron de estancia. La novela revela otra caracteristica: la interpolacién de breves relatos en la trama de la obra, como el cuento de Miseria (cap. XXI), que tiene relacién con una larga tradicion literaria medieval, 0 sea la aparicién de Jesucristo a un mor- tal; el cuento del paisanito Dolores, su novia Consuelo y el hijo det Diablo (cap. Xil). Probablemente, son recuerdos que el propio Gitiraldes debe de haber escu- chado de boca de gauchos en su infancia. Ademas de su valor externo gatuchesco, la novela encierra una profunda es- Piritualidad humanizada, que puede verse facilmente en la relacién paternal de un hombre rudo e ignorante con un nijio bastardo, que se suplen mutuamente el oficio de hijo y de padre. La religiosidad de esta unién, sin pila de bautismo, cumple sin embargo el precepto canénico del padrinazgo, Giiraldes habia sido siempre un hombre de profundo sentido religioso, que cristalizé en los altimos afos de su vida en una especie de misticismo hindii-cristiano que lleg6 a con- fesar en una edicién privada de su libro El Sendero, rareza bibliografica de la que s6lo se imprimieron 150 ejemplares, y que versa sobre su conversién y “evolu- clon espiritualista en vista de un futuro”. Entre sus cuentos, edité también una Trilogia cristiana. Don Segundo Sombra esta escrita en un tono poético, que ya habia intenta- do sin éxito en su novela Xamaica (1923) y en Rosaura, influido por los escri- tores franceses que habia tenido ocasién de leer y conocer en su vida parisiense, particularmente en Valéry Larbaud y los impresionistas franceses. 449 Sin embargo, por extrafio capricho y acierto artistico, este tono poético esta sabiamente combinado con la vieja tradicion gauchesca, realista y nacionalista que habia alcanzado su maxima expresién con el Martin Fierro, Con la lengua sucede el mismo fenémeno, que es una poetizacion de la antigua habla rural en que, sin perder la verdad de la expresi6n, se la embellece con un tono artistico. Se ha sefialado que en esto hay clerta inconsecuencia lingdistica, puesto que el Jenguaje es e) de un gaucho, pero interferido por el hombre culto de la ciudad que fue Giiraldes, Otras reservas que se han efectuado a la novela son el injustificado gigan- tismo teatral, “que hace de un arreo de novillos una funcién de guerra” (Borges). Finalmente, desde el punto de vista de la estructura de la novela, responde auna vieja técnica denominada peregrinatio, o sea la narracion lineal, por orden cronolégico sucesivo, de las peripecias de un protagonista que se traslada hacia un fin. Para otro critico, esta estructurada como una novela picaresca (Angel Flores). ’ Don Segundo Sombra. OBRAS Y EDICIONES: Don Segunde Sombra. Buenos Aires, Losada, 1946. Raucho, Buenos Altres. Losada, 1949. Cuentos de muerte y de sangre, Buenos Aires, Losada, 1952. Rosaura (novela corta) y siete cnentos. Buenos Aires. Losada. 1952. LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: Horacio Jorge Becco, Don Segundo Sombra y su vocabulario. Buenos Aires, Ollantay, 1952. Augusto Ravil Cortézar. Valoracién de Ja naturalez el habla del gaucho (a través de Don Segundo Sombra). Buenos Aires. Facultad de Filosofia y Le- tras, 1941. Arturo Torres Rioscco, Grandes Novelistas de la América Hispana. Berkeley y Los Angeles. Universidad de California, 1949. Juan C. Ghiano. Temas y aptitudes. Buenos Aires, Ollantay, 1949, Ofelia Kovaccl. La pampa a través de Ricardo Gtiiraldes, Buenos Aires. Facultad de Filosofia y Letras. 1961. 450 Ricardo Guiraldes DON — Primera edicién ce Don Segundo Sombra. Sin apuros, la cafia de pescar al hombro, zarandeando irreve- rentemente mis pequerias victi- mas, me dirigi al pueblo. La calle estaba atin anegada por un re- ciente aguacero y tenia yo que caminar cautelosamente para no sumirme en el barro, que se ad- heria a mis atpargatas amena- zando dejarme descalzo. Sin pensamientos segui la pe- quefia huella que, vecina a los cercos de cinacina, espinillo o tuna, iba buscando las lomitas como las liebres para correr por Jo parejo. El callejon, delante mio, se tendia oscuro. El cielo, aun zar- co de creptisculo, reflejandose en los charcos de forma irregular o en el agua guardada por las pro- fundas huellas de alguna carre- ta, en cuyo surco tomaba as- pecto de acero cuidadosamente recortado. Habia ya entrado al area de las quintas, en las cuales la hora iba despertando la desconfianza de los perros. Un incontenibie temor me bailaba en las piernas cuan- do oia el grufiido de algun mas- tin peligroso; pero sin equivoca- Don Segundo Sombra ciones decia yo los nombres: Centinela, Capitan, Alvertido. Cuando algin cuzco irnumpia en tan apurado como inofensivo gri- terio, mirdbalo con un desprecio que solia llegar al cascotazo. Pasé al lado del cementerio y un conocido resquemor me cas- tig6 la médula, irradiando su pa- lido escalofrio hasta mis panto- rrillas y antebrazos. Los muertos, las luces malas, las animas me atemorizaban ciertamente mas que los malos encuentros posi- bles en aquellos parajes. gQué podia esperar de mi el mas exi- gente bandido? Yo conocia de cerca las caras mas taimadas, y aquel que por inadvertencia me atajara hubiese conseguido cuan- to mas que le sustrajera un ciga- Trillo, E] callejon habiase hecho calle, las quintas, manzanas; y los cer- cos de paraisos, como los tapia- les, no tenian para mi secretos. Aqui habia alfalfa, alla un cuadro de maiz, un corralén o simple- * mente malezas. A poca distancia divisé los primeros ranchos, mi- seramente silenciosos y alum- brados por la endeble luz de las velas y lamparas de apestoso ke- rosén, Al cruzar una calle espanté desprevenidamente un caballo, cuyo tranco me habia parecido mas lejano, y como el miedo es contagioso, aun de bestia a hombre, quedéme clavado en el barrial sin animarme a seguir. El jinete, que me parecié enorme bajo su poncho claro, revoleé la lonja del rebenque contra el ojo 451 izquierdo de su redomdn; pero como intentara yo dar un paso, el animal, asustado, bufé como una mula abriéndose en larga “tendida”. Un charco bajo sus patas se despedazé chillando como un vidrio roto. Oi una voz aguda decir con calma: —Vamos, pingo... Vamos, vamos, pingo... Luego el trote y el galope cha- palearon en el barro chirle. Inmévil, miré alejarse, extra- flamente agrandada contra el horizonte luminoso, aquella si- ueta de caballo y jinete. Me pa- recié haber visto un fantasma, una sombra. Algo que pasa y es més una idea que un ser: algo que me atraia con la fuerza de un remanso, cuya hondura sor- be la corriente del rio. Con mi vision dentro alcancé las primeras veredas sobre las cuales mis pasos pudieron apu- rarse. Mas fuerte que nunca vino a mi el deseo de irme para siem- pre del pueblito mezquino, En- treveia una vida nueva hecha de movimiento y espacio. Absorto por mis cavilaciones crucé el pueblo, sali a la oscuri- dad de otro callejon, me detuve en “La Blanqueada”. Para vencer el encandilamiento, frunci como jareta los ojos al en- tear al boloche. Detras del mostra- dor estaba el patrén, como de costumbre, y de pie, frente a él, el tape Burgos concluia una cafia. —Giienas tardes, sefiores. —Giienas —respondié apenas Burgos. —Qué trais? —inquirié el pa- tr6n. —Ahi tiene, don Pedro —dije 452 mostrando mi sarta de bagreci- tos. —Muy bien. ,Querés un peda- 20 de mazacote? —No, don Pedro. —zUnos paquetes de La Popu- lar? No, don Pedro... Se acuerda de la ultima platita que me dio? —Era redonda. ~Y la has hecho correr. —Aha. —Gieno... Ahi tenés —conclu- yo el hombre, haciendo sonar sobre el mostrador unas mone- das de niquel. —¢Vah'a pagar la copa? —son- dié el tape Burgos. —En la pulperia’e Las Ganas —respondi contando mi capital. —gHay algo nuevo en el pue- blo? —pregunt6 don Pedro. a quien yo solia servir de noticiero. —Si sefior...; un pajuerano. —gAnde lo has visto? —Lo topé en una encrucijada, volviendo’el rio. —éY no sabés quién es? —Sé que no es de aqui... no hay ningun hombre tan grande en el pueblo. Don Pedro fruncié las cejas como si se concentrara en un re- cuerdo. —Decime... ges Muy moreno? ~—Me pareci6..., si, sefior... y muy juerte. Como hablando de algo ex- traordinario el pulpero murmuré para si: —Quién sabe si no es don Se- gundo Sombra. —El es —dije, sin saber por qué, sintiendo la misma emoci6én que al anochecer me habia man- tenido inmovil ante la estampa significativa de aquel gaucho, perfilado en negro sobre el hori- zonte. —gLo conocés vos? —pregunt6 don Pedro al tape Burgos, sin hacer caso de mi exclamacin. —De mentas, no mas. No ha de ser tan fiero el diablo como lo pintan; quiere darme otra cafia? —jHum! —prosiguié don Pe- dro—, yo lo he visto mas de una vez, Sabia venir por acé a hacer Ja tarde. No ha de ser de arriar con las riendas. Et es de San Pe- dro, Dicen que tuvo en otros tiempos una mala partida con la policia. —Carnearia un ajeno. —Si; pero me parece que el ajeno era cristiano. El tape Burgos qued6 impavi- do mirando su copa. Un gesto de disgusto se arrugaba en su fren- te angosta de pampa, como si aquella reputacién de hombre valiente menoscabara la suya de cuchillero. Oimos un galope detenerse frente a la pulperia, luego el chistido persistente que usan los paisanos para calmar un caballo, y la silenciosa silueta de don Se- gundo Sombra qued6 enmarcada en la puerta. —Giienas tardes —dijo con voz aguda, facil de reconocer. —¢Como le va, don Pedro? —Bien, gy usté, don Segundo? —Viviendo sin demasiadas pe- nas, graciah’a Dios. Mientras los hombres se salu- daban con las cortesias de uso, miré al recién Megado. No era tan grande en verdad, pero lo que lo hacia aparecer como le viera de- biase seguramente a la expresi6n de fuerza que emanaba de su cuerpo. El pecho era vasto, las coyun- turas huesudas como las de un potro, los pies cortos con un em- peine a lo galleta, las manos gruesas y cuerudas como casca- ron de peludo, Su tez era aindia- da, sus ojos ligeramente levanta- dos hacia las sienes y pequenos. Para conversar mejor habiase echado el chambergo de ala es- casa, descubriendo un flequillo cortado como crin a la altura de las cejas. Su indumentaria era de gau- cho pobre. Un simple chanchero rodeaba su cintura. La blusa corta se levantaba un poco sobre un “cabo de giieso”, del cual pendia el rebenque tosco y enne- grecido por el uso. El chiripa era largo, talar, y un simple pafuelo negro se anudaba en torno a su cuello, con las puntas divididas sobre el hombro. Las alpargatas tenian sobre el empeine un tajo para contener el pie carmudo. Cuando lo hube mirado sufi- cientemente, atendia a la con- versacién. Don Segundo buscaba trabajo y el pulpero le daba da- tos seguros, pues su continuo trato con gente de campo hacia que supiera cuanto acontecia en Jas estancias. —..en lo de Galvan hay unas yeguas pa’domar. Dias pasados estuvo aqui Valerio y me pregun- t6 si conocia algan hombre del oficio que ie pudiera recomendar, porque él tenia muchos animales que atender. Yo le hablé del Mosco Pereira, pero si a usted le conviene... —Me esta pareciendo que si. —Giieno. Yo le avisaré al mv- chacho que viene todos los dias al pueblo a hacer encargos. El sabe pasar por aca. —Mas me gusta que no diga 453 nada. Si puedo iré yo mesmo a la estancia. —Arreglao. gNo quiere servirse de algo? —Giieno —dijo don Segundo sentandose en una mesa cerca- na—, eche una sangria y gracias por el convite. Lo que habia que decir estaba dicho. Un silencio aquiet6 el lu- gar. (Cap. 1) Portada de la version ucrania de Don Segundo Sombra. 454 Benito Lynch Es el segundo gran escritor criollista de la Argentina, después de Ricardo Giiraldes, y uno de los mejores de Hispanoamérica. Vida. Benito Lynch nacié en La Plata, Buenos Aires (1880). Pertenecié a un ho- gar econémicamente desahogado, y desde nitio vivid en una estancia de la pro- vincia. Cursé sus estudios secundarios en su ciudad natal, pero no fos concluyo. Desde joven se inicié en el arte de escribir con colaboraciones para el diario pla- tense El Dia, uno de cuyos fundadores habia sido su padre. Adquirié fama desde los primeros momentos con sus cuentos y novelas, pero se consagré como escritor criollista con dos obras: Los caranchos de la Florida (1916) y El inglés de los giiesos (1922). Su mas celebrada coleccion de cuentos aparecié entre ambas novelas, bajo el titulo de De los campos porterios. En un momento de su vida dejé deliberadamente de escribir y se retiré a un aislamiento literario, del que no pudieron sacarlo sus amigos ni las solicitacio- nes del piiblico. En torno a su personalidad y a su inexplicable designio de no publicar mas, se han tejido leyendas del mas variado contenido, que nadie ha podido sin em- bargo confirmar. Murié en La Plata (1951), rodeado de esa atmésfera de misterio que su ac- titud Je habia creado. El costumbrismo rural de Lynch. Se ha dicho que Lynch es “el mejor costum- brista argentino”, y de este juicio han participado muchos criticos, sobre todo extranjeros. Esta valoracion puede comprenderse si se considera que si Giiral- des presenté al gaucho en algunas pocas obras, Lynch lo hizo en todos sus ¢s- critos, con lo que consiguié dar una vision mas completa y variada de nuestra vida rural. Lo rural en Lynch es lo regional bonaerense, y especificamente, los lugares, costumbres y hombres de la zona circunvecina a la ciudad de Buenos Aires, Su mundo novelesco esta a igual distancia del ruralismo exagerado y casi épico de Eduardo Gutiérrez y la vieja tradicion gauchesca del siglo xx que del idealismo 455 poético y artistico de Ricardo Guiraldes. En las obras del artista platense no hay exageracion folletinesca, ni convencionalismo literario, ni Ppoetizacion. El suyo es un mundo real, natural y verificable, La novela de Lynch respon- de exactamente a lo que deberia conceptuarse como una verdadera novela ar- gentina, pues lo regional y castizo se ve convertido en materia genérica y univer- sal, de trascendencia humana, por la presentacién de cosas y tipos del pais, sin hacer de la pintura cruda un fin en si mismo. Efectivamente, Lynch no recurrié jamas al artificio para producir un efecto caracteristicamente representativo de la pampa bonaerense o para lograr un tipo literario simbélicamente representativo del gaucho pampeano. Present6 una re- gi6n determinada, en un determinado tiempo de su historia, con personajes hu- manos, reales y existentes, asi como eran, sin someterlos antes a un tratamien- to literario previo. Hasta se ha logrado dar una formula feliz y acertada sobre su técnica nove- listica: “Recorta un pedazo de campo, to puebla de hombres y mujeres, inventa una accion rica en conflictos vitales y psicolégicos, y luego nos hace creer que eso que esta contando es lo real” (Enrique Anderson Imbert). El panorama de sus obras es el campo habitual, el cotidiano, no el especta- cular ni el avasallador. La naturaleza es simplemente el marco donde actiian los personajes, como sucede en la vida, y no una realidad tebirica fatalista que do- mina a los hombres, los determina en sus caracteres y conducta, y los devora 0 destruye, como en otras obras del criollismo hispanoamericano. Gallegos 0 Rive- Ta, por ejemplo, Pero no por esta simplicidad dejan de ser interesantes y cauti- vantes sus descripciones de la naturaleza. Sus personajes: psicologia. Donde sobresale la maestria de Lynch es en su in- igualada habilidad para crear personajes. Esta maestria ha sido notada por to- dos los criticos de sus obras. El dominio del andlisis psicolégico de los persona- Jes rurales no habia tenido hasta entonces una manifestacién tan excelente y acertada. Ellos no simbolizan estados de animo, vicios, virtudes, formas de vida ni tampoco ideas: son simplemente lo que son, es decir, personas que tienen algun conflicto, y cuya aventura es digna de ser Ilevada a la pagina escrita. No son caracteres ni tipos —técnicamente hablando—: son casos. La descripcién psicolégica de estos casos es minuciosa y aguda. Con una sutileza sin precedentes en la literatura argentina, Lynch penetra en sus almas, y los hace actuar y hablar de acuerdo con ese matiz psiquico, sin deformar nada ni inmiscuirse —como autor—- en su comportamiento. Cada personaje acttia se- gin él es y cobra el premio o castigo que su personalidad merece en cada cir- cunstancia. De todos los estados psiquicos, el amor es el mas preponderante en esos personajes. El amor es siempre terrible y fatal en la novela de Lynch, y es el que provoca los conflictos. Ademas, es un amor insatisfecho, que se complica con otros motivos: instintivo, impulsivo, pero con decoro moral. El amor mas des- cripto y comprendido en Lynch es el amor femenino, 456 Aspectos formales. En cuanto a la trama, se ha reparado varias veces que el desenlace es algo artificioso, pues casi todas sus obras terminan con la muerte del protagonista u otros personajes. Este pormenor técnico no llega a perjudicar, sin embargo, el realismo ni la verosimilitud de los personajes ni de la accién. Mas bien podria decirse que Lynch se ha interesado por describir las grandes pasiones de los hombres comunes, que en una natural progresividad intima, conducen inevitablemente a la muerte, porque en la vida estas pasiones amoro- sas son asi. Esa pasién amorosa, con todo, es siempre presentada con un pudor y una delicadeza ejemplares. Se la presenta instintiva y a veces brutal, pero con decen- cia y limpieza, sin concesiones al naturalismo fisiolégico ni a la truculencia mor- bosa. Las novelas de Lynch revelan una accién en desarrollo, progresiva y siem- pre en movimiento. Por momentos puede haber un poco de lentitud o morosidad en esa marcha, por exceso de anilisis, pero aun a ritmo lento, la progresion se cumple. En materia de lenguaje, Benito Lynch revela también un gran dominio téc- nico y artislico. Por lo general, en sus obras son perceptibles dos estilos, el puro y artistico, en Ja parte narrativa o descriptiva a cargo del autor, y el gauchesco Tural, en los parlamentos y didlogos de los personajes. Sobre todo en estos ulti- mos, Lynch ha logrado un realismo, una exactitud en la reproduccién de las hablas rurales, que nadie habia logrado hasta entonces. El dialogo es breve, in- cisivo, rapido, como es el habla de esa gente, y en ningiin momento se puede notar afectacién o retorictsmo. “El inglés de Jos giiesos”. Esta novela esta considerada como Ja obra maestra del escritor platense, Desde el punto de vista critico, resume en si todas Jas caracteristicas del arte novelistico de Lynch. La accién da motivos para la presentaci6n de intere- santes tipos humanos de la region, como una médica bruja, las chismosas envi- diosas y el campesino enamorado de La Negra. Fscena de la peticula argentina El inglés de los giiesos, protagonizada por Enrique Garcia Buhr y Antta Jordan, En la obra, Lynch logra un realismo de lenguaje notable, que incluso se refleja en el castellano anglicanizado que habla Mr. James. Se interpolan con bastante frecuencia soliloquios largos de algunos de los protagonistas y otros personajes consigo mismos, téenica tomada por Lynch del expresionismo ale- man, para poder asi manifestar e! pensamiento de los personajes frente a las incidencias 0 circunstancias en que actiian. Estos didlogos interiores son bas- tante extensos en algunos casos, y retardan un poco el desarrollo de la novela. Otro de los aciertos de Lynch en esta novela son las comparaciones, de no- table originalidad, que lo emparientan por este motivo con Giiraldes, el otro maestro de este recurso. Estas comparaciones se logran por referencia a hechos 0 cosas, de la cultura campestre (“retorcide como culebra partida en dos”; “como Perro enfermo a apoyarse en un poste de corral’). OBRAS ¥ EDICIONES: Et inglés de los gitesos, Buenos Aires, Troquel. 1958. Los caranchos de La Florida. Buenos Aires, Troquel, 1958. LECTURAS COMPLEMENTARIAS ¥ ESTUDIOS: Roberto Salama, Benite Lynch. Buenos Aires. La Mandragora, 1959. Julio Caillet-Bots, La novela rural de Benito Lynch. La Plata. Universidad Na- cional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacién, 1962. Con una bibliografia de Benito Lynch por Albertina Sonol. BENITO LYNCH EL INGLES DE LOS GUESOS. Paco o% Cmmne 9 50 f TPA cagtULNA's 2+ Ediicién de El inglés de los ghesos, con dibujo de Lino Palacio. 458 El inglés de los gtiesos {El suicicio de Balbina) Un dia tlega a la Estancia Grande, en la provincia de Bue- nos Aires, un arquedlogo inglés, Mr. James Gray, para realizar in- vestigaciones en la zona con res- tos fosiles. Por esto, lo llaman en el lugar “el inglés de los gtiesos”. Se establece alli, de acuerdo con el propietario de la estancia, y comienza sus trabajos. Conoce entonces a Balbina, apodada La Negra, una jovencita inteligente, instintiva y de singular belleza campesina, que se enamora del extrano personaje. Mr. James en- tiende este amor natural y prima- rio, y por momentos le correspon- de. pero al final, cede ante las exigencias de sus obligaciones profesionales en Inglaterra y a su concepto de la sociedad, y resuel- ve relornar a su pais. Balbina, que no ha podido convencerlo para que desista del regreso, se suicida ahorcandose. Diamela, que dormia hecha un ovillo junto a la puerta de la co- cina, desperté con un sobresal- to... Quiz oyé algun ruido, quiza creyé que lo oia.. Pero lo cierto es que ya no vol- vio a acostarse y que, sentada sobre los cuartos traseros, palpi- tante ta lustrosa nariz y muy er- guidas las largas orejas, que el rocio habia jaspeado de plata, se puso a observar con cierta in- quietud aquella gran invasién de niebla pesada y densa que casi Nenaba por completo el patio del puesto, que esfumaba las silue- tas de los ranchos y de os arbo- les humedecidos y goteantes, que por todos los sitios se introduci- an, y que hasta a ella misma, y como un aspersorio invisible, le habia trocado en gris el terciope- lo retinto de su lomo... Pero como aparte de ciertos y familiares rumores provenientes del corral de las ovejas y de uno que otro timido pio de ensayo entre €] frondoso foliaje de los sauces inmoviles y amustiados bajo su enorme carga de agua, no oyera Diamela otro ruido ni sospechoso ni interesante, no tardé en abandonar aquella con- templacién para entregarse de lleno a la intima tarea de comba- tir, en diversos sitios de su cuer- po, otros tantos focos de come- zon, que la humedad sin duda exacerbaba. Y como siempre, como legaba a hacerlo a veces, hasta en las circunstancias menos adecuadas o mas comprometidas del pasto- reo o de la caza, la perra de Bar- tolo se rasc6, se rascé con ufas y dientes, hasta la exageracion, hasta el infinito, adoptando las posturas mds extravagantes y grotescas y empleando en ello tanto tiempo que cuando se dio al fin por satisfecha, ya un tenue rosicler de aurora comenzaba a tenir la niebla por el lado del co- rral de los caballos, piaban paja- rillos por todas partes y el gallo mas viejo del gallinero, con su 459 voz engolada, alzaba su grave canto... Entonces Diamela se quedé un instante inmévil y como sorpren- dida, Se hubiera dicho que pen- saba... Pero enseguida no mas, y re- cuperando toda su animalidad con un ruidose bostezo en el que mostro groseramente hasta el fondo de la garganta, se puso a andar lentamenie por debajo del alero y a lo largo del muro de ba- rro de la cocina, muy arqueado el lomo y oliendo con aire entendi- do hasta las mas minusculas e insignificantes basurillas... Después, y como una bandada de “mixtos” madrugadores vinie- ra a posarse, vibrante de vida y gorjeos, en aquel trozo de patio negro que dejaba libre la inva- sion de la niebla, Diamela los espanto con una zurda cabriola de cachorro que juega. y en se- guida se metio muy despacio, y siempre olfateando, por el corre- dorcito cubierto, aquel que llega- ba al otro lado de la casa, hacia el corral de las gallinas, hacia el lavadero de dona Casiana, hacia el jardin de La Negra y hacia donde el so! salia... Y fue e] momento en que sur- gia al pie mismo del gran sauce en donde estaba la batea de la puestera, que la perra, distraida como iba y con la luz del amane- cer de cara, experimenté un so- bresalto que la hizo engarabatar- se toda y recoger nerviosamente una pata... Le parecié sin duda una vibora aquel extremo de lazo mal tren- zado que, descendiendo del ar- bol, se tendia sinuosamente de- lante de la puerta... Mas Diameia reacciono en se- 460 guida, y después de comprobar su error por medio de un minu- cioso olisqueo de aquella larga y despareja trenza que trascendia a jabon, fue y examin6o también una silla de enea tumbada al pie del sauce y. un pequeno zapato de La Negra, y por ultimo, levan- tando los ojos hacia la copa del arbol, mene6 festivamente la cola e hizo con su afilado hocico al- gunos visajes expresivos de reco- nocimiento y simpatia... Pero como nadie respondié a su halago, sino que, por el con- trario, uma gran bandada de “mixtos” que alli estaba se alzé del Arbol y se perdio volando en- tre la niebla. en larga guirnalda de flores amarillas, Diamela, después de detenerse un mo- mento para rascarse una vez mas el pescuezo, se puso a an- dar lentamente en direccién al gallinero, siempre observandolo todo, siempre olfateando las co- sas... Cuando Ilegé por fin al pie de un gran matorral de “yuyo colo- rado” que por alli habia, algan indicio cierto debid excitar su curiosidad 0 sus instintos, por- que tras breves segundos de va- cilacion, se lanz6 a cavar resuel- tamente. . La tierra estaba blanda y como. recién removida, de tal manera que las patas vigorosas y practi- cas no tardaron nada en sacar a las luces del dia y de la vida una obscura caja de hojalata, y de la caja aquella, que se abriéd por azar bajo los choques, un viejo y moreno y solapado sapo, al que la perra atrapo instintivamente, pero al que abandoné muy lue- go, tal vez por repugnancia, tal vez porque en aquel mismo mo- mento la voz de doa Casiana le lleg6 desde la casa, primero como un alarido salvaje, después como el ulular de una fiera... Y el sapo, entonces, sin prisa alguna y en dos 0 tres saltos tor- pes y perezosos, se acogié al hu- medo amparo de una quinoa, y desde alli se puso a contemplar con sus gjillos socarrones el so- berbio espectaculo del nacer del dia, la pompa extraordinaria~ mente magnifica que la Natura- leza desplegaba aquella manana, como si hubiese querido distraer, a fuerza de luz y de colores, la atencién de todos para que no pensaran, para que no dudaran. para que siguieran confiando siempre en la equidad de sus le- yes y en su poder soberano. (Capitulo XXX) Retrato de Benito Lynch, por Emilio Pettorutt. 461

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