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CARLOS ALBERTO LOPRETE LITERATURA ESPANOLA, HISPANOAMERICANA Y ARGENTINA Plus Ultra EL REALISMO Y EL NATURALISMO Primera edicién de El mar dulec, no- vela héstorica ar- geritina de Payro, EL REALISMO. Hacia fines del siglo xx y principios del x aparecen en Hispanoamérica, por influencia francesa principalmente, las primeras obras realistas y naturalistas. El realismo se habia venido gestando paulatinamente, desde los ultimos anos del romanticismo, a través de las obras cosiumbristas. Este costumbrismo romantico fue el que creé el gusto por la documentacién menuda en la novela, mostr6é una nueva técnica de ver las cosas, acostumbré al ptiblico a enterarse de aspectos ridiculos y vulgares de la vida social, y quité a los autores el miedo que podian sentir ante la opinién publica. 415 Caracteres del realismo, El realismo fue un nuevo modo de concebir la litera- tura, fundado sobre los siguientes principios: a} observacién del mundo humano y material: el escritor comlenza a preocuparse por el contome que lo rodea (ideas, hombres, costumbres, problemas, sociedad, politica, cosas) y lo aprovecha como materia literarta; b} la deseripetén: este procedimiento literario es el mas empleado por el autor para conse guir sus intenciones; c) —_finalidades extraliterartas: ademas de considerarse a la literatura como la obra de arte, se Ja considera como un instrumento apto para otros fines, coma Jos sociales, politicos o religio- 0s; 4) ampliactén del repertorto de personajes: se incorporan a Ja literatura, como personajes de interés artistico, figuras comunes, vulgares, feas, malvadas o viciosas, que no revisten el carde- ter de héroes, prototipos 0 modelos, como antes: ) —_conterporaneidad: los temas que se desarrollan 0 personajes que s¢ incorporan, son contemporaneos ¥ no antiguos 0 histéricos; 9 ausenca de voluntartsmo y de sentimentalismo: los personajes no son ya ejemplos de voluntades firmes que se imponen sobre la vida, ni tampoco estén mottvados por él senUmlento; a tesis: por lo general, cada obra encierra una tesis 0 idea, de correccién 0 mejoramiento de la sociedad circundante; fh) ampliacién det piblico tradicional: no se escribe en adelante para minorias aristocraticas y cultas sino para el publico en general: } acetén: las obras se centran en toro de una accién (fisica, emocional o ideologica), que ogra un desentace natural, de acuerdo con la psicologia de los actores y las circunstancias del hecho. y no con la tmaginacién del autor; novela y teatro: el realismo cultivé la novela y el teatro; ky) prosa: por supuesto, los realistas escribleron en prosa, y no existio el reallsmo en poe- sia, El realismo en Hispanoamérica, En Hispanoamérica el realismo comenz6 a manifestarse hacia 1880, aproximadamente. Aparece unos arios retrasado con respecto al movimiento realista europeo, sobre todo el francés y el espanol. Es curioso que haya sido en América contemporaneo del modernismo, so- bre todo porque la literatura modernista fue mas bien una literatura de evasion, es decir, lo opuesto a la realidad. Los temas, como es de suponer, fueron los propios de cada pais, aunque muy comunes. Asi, en la Argentina, las novelas y cuentos realistas trataron los problemas de la crisis financiera, la gran oleada inmigratoria procedente de Eu- ropa, la corrupcién politica, ia vida pueblerina, el caudillismo, la decadencia de las costumbres familiares, la transformacién de Buenos Aires en gran capital cosmopolita, las revoluciones, la vida de la alta sociedad, los viajes rumbosos de Jos nuevos ricos a Europa y otros pormenores de la vida nacional, sobre todo de la vida urbana. En México, en cambio, los temas fueron algo distinto: las luchas por Ja po- sesion de !a tierra, la vida de las clases pobres en la capital, la politica viciosa, las asonadas y revoluciones, 1a vida social, los matrimonios por conveniencia, la actitud conservadora de algunos individuos, etc. 416 En la literatura chilena, en cambio, fueron particularmente notables los te- mas sobre la vida en las minas, la oposicién entre capitalinos y provincianos, la lucha por e] ascenso en ia escala social. Sin embargo, hubo coincidencia en el enfoque de esos temas, en cuanto to- dos los autores asumieron una actitud de critica y de denuncia. Los mas importantes escritores del realismo fueron Roberto J, Payro (Ar- gentina), Alberto Blest Gana (Chile), Tomas Carrasquilla (Colombia), Baldomero ule (Chile), Florencio Sanchez (Uruguay-Argentina) y José Lopez Portillo (Méxi- co. Fotografia del antiguo Tea tro Nacional, inaugurado en 1882, en la calle Florida. Buenos Aires antiguo, en 1899. @ El naturalismo E! naluralismo surgié como una prolongacion exaltada del realismo, y tam- bién a imitacién de los europeos, en particular del francés Emilio Zola, creador y codificador del movimiento. Es dificil trazar una linea de separacién entre el realismo y el naturalismo en Hispanoamérica, pues mas bien fue una diferencia de grados entre los pro- pios autores o entre obra y obra. Hubo novelas de evidente fillacion naturalista, faciles de precisar, sobre todo por semejanzas que la critica ha descubterto con Zola 0 por declaracion personal de los mismos autores. Pero esta circunstancia no se registra en todos los casos. De todos modos, el naturalismo tuvo muchas Tenos expresiones que el realismo. En lineas generales, el naturalismo contintia y exagera el realismo, no logra ja altura literaria de él, no produce obras de gran valor artistico, y se fundamen- ta mas declaradamente en una filosofia propia. Emilio Zola, creador del naturalismo francés formulé en La novela experi- mental la teoria de la novela naturalista, un poco tardiamente, pues ya habia toda una abundante literatura dentro de esa concepcion. La novela experimental se practicé en América, y sus principales y seguros representantes fueron Eugenio Cambaceres (Argentina), Federico Gamboa (Méxi- co) y Clorinda Matto de Turner (Peri). Hubo, claro esta, representantes de ese movimiento en otros paises y figuras de segunda importancia en todos. naturalismo en Hispanoamérica. E] movimiento naturalista se acompafid en su momento, tanto en Francia como en Espafia y como en América, de agrias polémicas literarias e ideolégicas, entre los defensores y los enemigos de este tipo de literatura, En general, puede decirse que el movimiento no dio grandes resultados en Europa y en América, pese a alguna que otra manifestacién literaria de valor. 418 Lo Roberto J. Payré Es el mas importante de los escritores realistas de fines del siglo xx y principios del x en la Argentina. Vida. Nacid en Mercedes, provincia de Buenos Aires (1867) y a los siete afios vino a residir en Lomas de Zamora, en las afueras de la capital federal. Se inicié, joven adn, en las letras, con algunas poesias, ensayos y una primera novela, Se trasladé mas tarde a Bahia Blanca y con una herencia recibida, fund6 el diario La Tribuna, de tendencia progresista y liberal (1888), a instancia de un escritor amigo suyo. Regresd a Buenos Aires (1890) y se inicié como redactor en el diario La Naci6n, lo que le permitio realizar algunos viajes por el interior del pais y el ex- tranjero en misiones periodisticas. Como consecuencla de estos viajes, publicd La Australia argentina y En tierras de Inti. Pero la verdadera iniciacion de su talento narrativo se revela en El falso inca (1908), novelita corta de estilo picaresco al modo tradicional espafiol, en que na- ra las amenas peripecias de Pedro Chamijo, aventurero de la época colonial que se hace pasar por descendiente de los incas peruanos con a complicidad de una mestiza que habla quechua, simula ser el inventor de un original cafion de ma- dera y promueve una rebelion entre los diaguitas. En esta ultima empresa, en- cuentra el fin de su vida. Por esos afios da a conocer lo mejor de sus obras realistas. El casamiento de Laucha (1906), también dentro del género picaresco, Pago Chico (1908), satira de is ors criollas y las Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira Se embarcé Inego con su familia numbo a Europa (1907) como corresponsal del mencionado diario, y una vez alli fue a residir en Bélgica (1909), donde lo sorprendié la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Se dedicé en su retiro al estudio de la historia colonial americana, con el propésito de escribir novelas sobre dicha época, y tuvo dificultades con las tropas alemanas. Regresé mas tarde a Buenos Aires (1922), publicé El capitan Vergara (1925), cronica romancesca de la conquista del Rio de la Plata, y luego El Mar Dulce {1927}, crénica novelada sobre el descubrimieinto del Rio de la. Plata por Juan Diaz de Solis. Murié a los 61 afios de edad (1928), 419 Las novelas histéricas. Aunque fue la obra de sus tltimos afios, y la que mas esfuerzo de documentacion le requirié, no fue lo mejor de su produccién. Durante su residencia en Bélgica, surgio en su espiritu la idea de romance- ar gran parte de la historia argentina, y se dedico entonces con intensidad a la lectura de los libros documentales de la época, cronistas, viajeros e historiado- res: Ulrico Schmidl, Alvar Nufiez Cabeza de Vaca, Ruy Diaz de Guzman, Cieza de Leon, y, otros. Ya habia tenido un éxito inicial con FI falso inca, que aunque de tema his- t6rico, era en realidad una sabrosa novelita picaresca. La otra novela historica de éxito fue El Mar Dulce (1927), en la cual narra la organizaci6n de la expedicién de Juan Diaz de Solis por encargo del rey Fernan- do el Catolico de Esparia, el secreto de los preparativos, la envidia y oposicion de los oficiales reales, la partida y llegada al Rio de la Plata y el desembarco en que es asesinado por los indios. Si bien se trata de un asunto muy conocido por la historia, y por consi- guiente sin posibilidades de despertar suspense, se salva de las dificultades de este género por el elegante estilo con que esta escrita, la valiosa reconstruccién de la época y la amenidad del relato. En Et capitan Vergara (1925) narra las rivalidades y luchas entre Irala — llamado el capitan Vergara— que ha venido en conquista a la region del Plata y Paraguay, y Alvar Nuiez Cabeza de Vaca, adelantado nombrade por el rey. La obra es muy extensa, morosa en su desarrollo y detallada en sus peripecias. Sin embargo, leida con gusto por to histérico, revela el interesante mundo de intri- £a8, riesgos, sufrimientos, negociaciones con los indigenas, combates, enferme- dades, Iujuria y religiosidad, en que actuaron algunos de los héroes de la Con- quisia. Escribié otras obras mas, e incluso prometié una —Paquillo— que no al- canz6 a escribir. Las novelas realistas criollas, Et verdadero talento de Payré sobresale en las novelas costumbristas criollas, donde desenvuelve con habil y comunicativa burla_la vida del pais hacia fines de siglo. Dentro de este género, tres son sus obras mejores; El casamiento de Laucha (1906), Pago Chico (1908) y Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910). En la primera de ellas refiere las aventuras de Laucha, un muchacho cam- pesino poco ganoso de trabajar, que se casa con una viuda italiana, dofia Caro- lina, para vivir de sus ahorros y la ganancias de su almacén. Al cabo de un tiempo, agotado el patrimonio de la viuda, Laucha la abandona, pues en reali- dad no se ha casado con ella sino que la ha estafado con un simulado casamien- to, de acuerdo con un sacerdote prevaricador, Esta es una obrita ligera, amena y Picaresca, que algunos consideran como la verdadera obra maestra de Payré Wohn A. Crow). La segunda, Pago Chico, es una novela de mas aliento, mas cémica y pro- funda. Narra por extenso la vida mliniiscula de un pueblecito de campo, Pago 420 Chico, que reproduce simbélicamente el estado de la sociedad semicivilizada de aquellos afios. La moraleja de la obra es un simbolo del pasado: “Pago Chico, inferno grande”. En efecto, todas las peripecias de la obra muestran lo dificil que es vivir y progresar en un ambiente donde tas pasiones, la mala politica, las envidias y la escasa cultura, son ef ambiente normal y cotidiano. Desfila por las paginas del libro toda la galeria de personajes del pasado: el comisario Barraba, el periodista Viera, el intendente Domingo Luna, el caudillo opositor don Ignacio, el escribano Ferreiro, el farmacéutico Silvestre, el concejal Bermidez, el dipittado Cisneros y otros més, con sus esposas, que giran en torno a la politica y sus réditos. Tam- bién son notables las descripciones de fas cosiumbres y los lugares tipicos. “Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira”. Es una obra de intencion mas profunda, No trata solo aqui de describir las costumbres politicas sino de mostrar con ironia y repudio las maniobras de un inescrupuloso politico de la época. Mauricto Gomez Herrera es el personaje central del libro. Nacido en el pueblo de Los Sun- chos, desde pequefio muestra su cardcter fuerte y ambicioso. Holgazan, poco estudioso, no de- muestra ningun interés en aprender, pero su madre le ensefa a leer y escribir. Es llevado luego a a Capital Federal para iniclar sus estudios secundarios, pero escapa de alli y retomna a su pueblo natal. Comlenza entonces un romance con una vecina suya, amor que favorece el padre de la nifia, creyendo ver en el finturo casamfento una ocaslon para mejorar su siluacién economica y octal. El Joven ingresa luego en un periédico lugarefto, La época, al lado del pertodista Miguet de la Espada. Se inicla con algunos sueltos, y a poco se convierle en un escrilor politico cotizado en el pueblo, por sus ataques hirientes al partido opositor. Comlenza asi su carrera de verliginoso as- censo politico, que no cede ante ningtin obstaculo ni escrupulo moral: engafia a su novia, con quien tiene un hijo jlegitimo; frecuenta amistades importantes; enamora a una joven de posicion adinerada: se convierte en diputado y luego en jefe de policia, contraé matrimonio con la heredera de un millonario, y realiza con su apoyo pingiies negocios. En medio de los triunfos politicos. es critieado en sueltos pertodistioos por un joven, que resulta ser su hijo ilegitimo. Cuando recibe una carta de la madre del pertodista, su antigua novia provinclana, la destruye con desprecio, para no dejarse llevar por sentimentalismos. Las obras de Payré fueron muy populares en su tiempo y aun hoy en dia gozan del favor del publico. Fue un critico burlén de la Argentina en transicion, pero tolerante, comprensivo y honrado. Domin6 muy bien el habla popular, lo cual se refleja en los parlamentos de sus personajes. Su vision de la Argentina no fue, sin embargo, pesimista, pues deja detras. de su sonrisa un halito de esperanza. “Fue e] mas dotado narrador de todos ellos, y tenia mucho que decir”, ha apuntado la critica extranjera (WJeflerson R. Spell). Escribié también teatro y relatos cortos de gran valor. 421 OBRAS Y EDICIONES: Pago Chico, Buenos Aires, Losada, 1939. Divertidas aventuras del nieto de Juan Mc . Buenos Aires. Losada. 1939. El Mar Dulce. Buenos Aires. Losada. 1938. El casa- Laucha. Chamijo. El falso inca. Buenos Aires. Losada. 1939, LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y ESTUDIOS: Raul Larra, Payré, el novelist de Ia democracia, Buenos Aires. Quetzal, 1952. Enrique Anderson Imbert. Tres novelas de Payré con picaros en tres miras. Tucuman, Facultad de Filosofia y Letras, 1942 Roberto J. Payré, por el célebre dibujante Cao, de principios de siglo. Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira 1. [Mi infancia] Naci a la politica, al amor y al éxito, en un pueblo remoto de provincia, muy considerable se- gan el padron electoral, aunque tuviera escasos vecinos, pobre comercio, indigente sociabilidad, nada de industria y lo demas en Pproporcién. El clima benigno, el cielo siempre azul, el sol radian- te, la tierra fertilisima, no habian bastado, como se comprendera, Para conquistarle aquella pree- minencia. Era menester otra cosa. Y los “dirigentes” de Los Sunchos al levantarse el ultimo censo, por arte de birlibirloque habian dotado al departamento con una importante masa de su- fragios —mayor que el natural—, para procurarle decisiva repre- sentacion en la Legislatura de la provincia, directa participacion 422 en el gobierno auténomo, voz y voto delegados en el Congreso Nacional y, por ende, influencia eficaz en la direccién del pais. Escrutando las causas y los efectos, no me cabe duda de que los sunchalenses confiaban mas en sus propias luces y patriotis- mo, que en el patriotismo y las luces del resto de nuestros com- patriotas, y de que se esforzaban por gobernar con espiritu pura- mente altruista. El hecho es que, siendo cuatro gatos, como suele decirse, alcanzaban tacita 0 ma- nifiesta injerencia en el manejo de la res publica. Pero esto, que puede parecer una de tantas in- congruencias de nuestra demo- cracia incipiente, no es divertido y no hace, tampoco, al caso. Lo que si hace y quizas resulte di- vertido, es que mi padre fuera uno de los susodichos dirigentes, quiza el de ascendiente mayor en el departamento, y que mi aris- tocratica cuna me diera —como en realidad me dio—, vara alta en aquel pueblo manso y feliz, holgazan bajo el sol de fuego, so- nador bajo el cielo sin nubes, ce- bado en medio de la prédiga na- turaleza. Hoy me parece que hasta el aire de Los Sunchos era alimenticio, y que bastaba mas- ticarlo al respirar para mantener y aun acrecentar las fuerzas: mi- lagro de mi pais, donde, virtual- mente, todavia se encuentran pepitas de oro en medio de la ca- lle. Desde chicuelo era yo, Mauri- cio Gémez Herrera, el nifio mi- mado de vigilantes, peones, gen- te del pueblo y empleados publi- cos de menor cuantia, quienes me ensenaron pacientemente a montar a caballo, vistear, tirar la taba, fumar y beber. Mi capricho era ley para todos aquellos bue- nos paisanos. en especial para el populacho, los subalternos y los humildes amigos o paniaguados de las autoridades; y cuando al- gtin opositor, victima de mis bro- mas, que solian ser pesadas, se quejaba a mis padres, nunca me falt6 defensa o excusa, y si bien ambos prometian a veces re- prenderme o castigarme, la ver- dad es que —especialmente el “viejo” no hacian sino reirse de mis gracias. Y aqui debo confesar que yo era, en efecto, un nifo gracioso si se me consideraba en lo fisico. Tengo por ahi arrumbada cierta fotografia amarillenta y borrosa que me sacé un fotégrafo tras- humante al cumplir mis cinco anos, y aparte la ridicula vesti- menta de lugareno y el aire cor- tado y temeroso. la verdad es que mi efigie puede considerarse la de un lindisimo muchacho, de grandes ojos claros y serenos, frente espaciosa, cabello rubio naturalmente rizado, boca bien dibujada, en forma de arco de Cupido, y barbilla redonda y mo- delada, con su hoyuelo en el me- dio, como Ja de un Apolo infante. En la adolescencia y en la juven- tud fui lo que mi nifiez prometia. todo un buen moze, de belleza un tanto femenil, pese a mi po- blado bigote, mi porte altivo, mi clara mirada, tan resuella y fir- me; y estas dotes de la Naturale- za me procuraron siempre, hasta en épocas de madurez... Pero, no adelantemos los acontecimien- tos... Tenia yo por aquel entonces un caracter de todos los demo- nios que, segiin me parece, la edad y la experiencia han modi- ficado y mejorado mucho, espe- cialmente en las exteriorizacio- nes. Nada podia torcer mi volun- tad, nadie lograba imponérseme. y todos los medios me eran bue- nos para satisfacer mis capri- chos. Gran cualidad. Recomien- do a los padres de familia de- seosos de ver el triunfo de su prole, que la fomenten en sus hi- jos, renunciando, como a cosa inutil y perjudicial, a la tan pre- conizada disciplina de la educa- cién, que sélo sirve para crearles luego graves y quizas insupera- bles dificultades en la vida. Es- tudien mi ejemplo, sobre el que nunca se insistira bastante: des- de nifio he logrado, detalle mas, detalle menos, todo cuanto so- faba o queria, porque nunca me detuvo ningun falso escripulo, ninguna regla arbitraria de mo- 423 ral, ningun perjuicio ajeno. Asi, cuando una criada o un peén me eran molestos 0 antipaticos, es- piaba todos sus pasos, acciones, palabras y aun sus pensamien- tos, hasta encontrarlos en falta y poder acusarlos ante el tribunal casero; 0 —no hallando hechos reales—, imaginaba y revelaba hechos verosimiles, valiéndome de las circunstancias y las apa- riencias paciente y sutilmente estudiadas. jY cuantas veces ha- bra sido profunda e ignorada verdad lo que yo mismo creia dudoso por falta de otras prue- bas que la induccién y la deduc- cién instintivas! Pero esto era, s6lo una compli- cacién poco evidente —para des- cubrirla he debido forzar el ana- lisis—, de mi caracter que. si bien obstinado y astuto, era, so- bre todo —extrana antinomia aparente—, exaltado y violento, como irreflexivo y de primer im- pulso, lo que mé permitia tomar por asalto cuanto con un golpe de mano podia conseguirse. Y como, en el arrebato de mi céle- ra Hegaba facilmente a usar los punos, los pies, las ufas y los dientes, natural era que en el ataque o en la batalla con el criado u otro adversario even- iual, resultara yo con alguna marca, contusién o rasguno que ellos no me habian inferido qui- pero que, dandome el triunfo en la misma derrota, bastaba y aun sobraba como prueba de la ajena barbarie, y hacia recaer sobre el enemigo todas las iras paternas: —jPobre muchacho! jMiren cémo lo han puesto! jEs una ver- dadera atrocidad!... Y tras de mis arafones, pun- tapiés, cachetadas y mordiscos, 424 llovian sobre el antagonista los punietazos de mi padre, hombre de malas pulgas, extraordinario vigor, destreza envidiable y amén de esto gran autoridad. g¢Quién se atrevia con el arbitro de Los Sunchos? ¢Quién no cejaba ante el brillo de sus ojos de acero, que relampagueaban en la sombra de sus espesas Cejas, como intensi- ficados por su gran nariz gan- chuda, por su grueso bigote cano, por su perilla que en oca- siones parecia adelantarse como la punta de un arma? No se ocupaba mas que de la politica activa, y de la tramita- cién de toda clase de asuntos ante las autoridades municipales y provinciales. Intendente y pre- sidente de la Municipalidad, en varias administraciones, habia acabado por negarse a ocupar puesto Oficial alguno, conservan- do, sin embargo, meticulosa- mente, su influencia y su presti- gio: desde afuera, manejaba mejor sus negocios, sin dar que hablar. y siempre era él quien decidia en las contiendas electo- rales, y otras, como supremo caudillo del pueblo. Cuando no se iba a la capital de la provin- cia, Nevado por asuntos propios © ajenos —en calidad de inter- mediario—, pasaba el dia entero en el café, en la “cancha” de ca- rreras o de pelota, en el billar o la sala de juego del Club del Pro- greso, o de visita en casa de al- guna comadre. Tenia muchas comadres, y mama _ hablaba siempre de ellas con cierto retin- tin y a veces hasta colérica, cosa extrana en una mujer tan buena, que era la mansedumbre en per- sona, Tatita solia mostrarse em- prendedor. A él se debe, entre otros grandes adelantos de Los Sunchos, la fundacién del Hip6- dromo con las canchas derechas y de andarivel, e hizo, también para las rifas de gallos, un ver- dadero circo en miniatura. Leia los periédicos de la capital de la provincia, que le Hegaban tres veces por semana, y gracias a esto, a su copiosa corresponden- cia epistolary a las noticias de los pocos viajeros y de Isabel Contreras, el mayoral de la gale- ra de Los Sunchos, estaba siem- pre al corriente de lo que suce- dia y de lo que iba a suceder, sirviéndole para prever esto ulli- mo su peculiar olfato y su larga experiencia politica, acopiada en afios enteros de intrigas y de re- vueltas. La inmensa utilidad practica de esta clase de infor- macién fue, sin duda, lo que le hizo mandarme a la escuela, no con la mira de hacer de mi un sabio, sino con la plausible in- tencién de proveerme de una he- rramienta preciosa para después, Esto ocurri6 pasados ya mis nueve afios, puede también que los diez. Mi ingreso en la escuela fue como una catastrofe que abriera un paréntesis en mi vida de vagancia y holgazaneria, y luego como una tortura, momen- tanea si, pero muy dolorosa, tanto mds cuanto que, si apren- di a leer, fue gracias a mi santa madre, cuya inagotable paciencia supo aprovechar todos mis fugi- tivos instantes de docilidad, y cuya bondad timida y enfermiza, premiaba cada pequefio esfuerzo mio tan espléndidamente como si fuera una accion heroica. Me pa- rece verla todavia, siempre de negro, oprimida en un vestido muy liso, palida bajo sus bandos: castano oscuro, hablando con voz lenta y suave y sonriendo casi dolorosamente, a fuerza de ternura. Mucho le costaron las primeras lecciones, como le cos- té hacerme ir a misa e inculear- me inciertas doctrinas de un vago catolicismo, algo supersti- cioso, por mi inquietud indémita; pero a poco cedi y me plegué. mas que todo, interesado con los cuentos de las viejas sirvientas y los atin mas maravillosos de una costurerita espafiola, jorobada, que decia a cada paso “interin”, que estaba siempre en los rinco- nes oscuros, y en quien creia yo ver la encarnacién de un diabli- No entretenido y amistoso o de una bruja momentaneamente inofensiva. “Interin” me contaban la unas las hazafias de Pedro Urdemales (Rimales, decian ellas), y la otra los amores de Beldad y la Bestia, o las terribles aventuras del Gato, el Ujier y el Esqueleto, leidas en un tomo trunco de Alejandro Dumas, mi naciente raciocinio que decia que mucho mas interesante seria contarme aquello a mi msmo, to- das las veces que quisiera y en cuanto se me antojara, ampliado y embellecido por los detalles en que sin duda abundaria la letra menudita y cabalistica de los li- bros. Y aprendi a leer rapida- mente, en suma, buscando la emancipacién, tratando de con- quistar la independencia. 425 Florencio Sanchez Es el mds grande dramaturgo rioplatense del periodo realista, y uno de los mayores de toda Hispanoamérica, Vida. Nacido en Montevideo (1875) de hogar humilde, realiz6 sus estudios pri- Marios en Minas, adonde se habian trasladado sus padres (1882), En un diario local se inicié como escritor, bajo seudénimo, con diversos articulos y otros tan- teos literarios (1890). En los afios siguientes cambid de empleos, intervino en una revolucién po- litica, y realizé dos viajes temporarios a Buenos Aires. Esta fue su época de ex- tremisia, que le dejo como saldo una amarga decepcin. Regreso nuevamente a Buenos Aires (1898), trabajo como periodista en Ro- sario, pero abandoné el cargo y la ciudad para evitar implicancias politicas. En Buenos Aires (1900) se entregé a la bohemia literaria de entonces, cultivé la amistad de importantes figuras literarias del momento, colaboré en diversas pu- blicaciones, y se inicié en el teatro. Estrend con éxito su obra M’hyo el dotcr (1903), en el Teatro Coliseo, y a partir de entonces, y en el término de stis afos, escribié veinte obras dramati- cas. El mismo afo de M’hijo el dotor se cav6. Se fue a vivir a Banfield (1905), en busca de quietud y tranquilidad y ese afo estrené Barranca abajo con singular aplauso del publico y el reconocimiento de la prensa. Se sucedieron entonces sus dramas, escritos entre el torbellino de su exis- tencia agitada y una neurastenia que lo agobiaba: La Gringa (1904), En familia (1905), Los muertos (1905), Los derechos de la salud (1907) y Nuestros hijos (1907). Comisionado por el gobierno del Uruguay “para informar sobre la concu- rrencia de la Republica a la exposicién artistica de Roma’, salié rumbo al viejo continente {1909}, donde entre gestiones con empresarios teatrales y viajes, y los embates de una tuberculosis implacable, fallecié en un hospital de Milan (1910). La obra de Florencio Sanchez. La obra dramatica de Florencio Sanchez, ha sido clasificada por la critiza en dos grupos: comedias, sainetes y cuadros de calidad rapida (Moneda falsa, Canillita y otras); y obras mayores, de tema rural (M'hijo el 426 dotor; La Gringa; Barranca abajo) y de tema urbano (En familia; Nuestros hijos; Los muertos; Los derechos de ia salud). Fue un eseritor de creacién rapida, casi febril, y desordenada, que Itego a componer algunas de sus piezas en 35 6 40 dias. No se atuvo a normas acadé- micas, pues su cultura era débil y, por otra parte, su temperamento individua- lista no se lo permitia, Escribia sobre los hechos que le entregaba la observacion diaria de la vida, y nunca sobre asuntos leidos o investigados con erudicion. El contenido de su teatro se caracteriza por la simpatia hacia los humildes, aunque sin desprecio por los pudientes; poco contenido de ideas; una élica rela- tivista e individualista; un enfrentamiento con los prejuicios establecidos y las normas convencionales de la sociedad; una filosofia fatalista ante la existencia humana, que casi siempre presenta tenida de dotor. La critica ha tratado en vano de encontrar influencias 0 imitaciones en su obra, pero no han podido ser demostradas: Ibsen, Hauptman, Sudermann, Strindberg, etc. El punto de contacto con estos y otros autores europeos con- temporaneos esta en la presentacién de psicologias conflictuales, el rechazo de las conveniencias sociales y la prédica en favor de los humildes, los desvalidos y los marginados. Pero no alcanzé la fuerza dramatica ni tuvo tampoco el dominio de la técnica escénica de ellos. Estéticamente, no participé del teatro de tipo gauchesco tradicional, y aun lo repudi6, Creia que el teatro tampoco era el lugar apropiado para la expresion de hechos barbaros o fisicamente ampulosos, sino que debia respetarse el esce- nario y montar obras de mayor factura artistica, y lengua mas cuidada, aunque veridica, La mejor parte de su teatro es la serie de dramas rurales y de la vida urba- na. En ellas su arte es de concepcion simple y clara: reflejar directa y honrada- mente los conflictos, desarrollarlos con naturalidad, en su ambiente real, sin exageraciones ni artificiosidad, y a través de un lenguaje fiel. La accion es intensa y marcha con decision hacia el desenlace. No se pierde en discursos ni dialogos idealizados ni tampoco en acciones paralelas o digresio- nes que enturbien la irama central o compliquen Ia situacion dramatica, Tam- poco hay lugar para el analisis psicolégico: los personajes tienen, claro esta, su psicologia, pero ella se comprende mas a través de su actuacién que a través de parlamentos o confesiones. Por eso se ha dicho que Sanchez no analizaba ni profundizaba sus caracteres sino que los mostraba, los pintaba. “Barranca abajo”. Este es uno de los mejores dramas de Sanchez, junto con Mhijo el dotor y La Gringa. Zotlo, un viejo gaucho aquerenciado en su lugar se ve de pronto sin su campo, su hacienda Y su rancho, por mantobras de unos especuiladores de la cludad. A esta desgracia se le suman otras: su hija Prudencia engaria al joven Jacinto haciendo et amor desvergonzadamente a Juan Luts; su hermana Rudecinda colabora en esta patrafia con su comadre Martiniana y anda en amores con el comisario dei pueblo; su esposa Dolores, mujer sin cardcter, no ha sabido imponer la educacion necesarla en el hogar; por ultimo Robustiana, muchacha enferma, muere al poco tempo por causa de los disgustos que ha tenido que soportar. 427 Cansadas estas mujeres de la vida miserable que han venido Ilevando, huyen un dia a la estancia de Juan Luis ayudadas por Martiniana, al tiempo que queda en el rancho solamente el cadaver del viejo Zotlo que se ha ahorcado. No hay en esta obra, como tampoco en las demas de Sanchez, grandes ca- racteres 0 tipos literarios permanentes. Pero el viejo Zoilo es una de las figuras mejor logradas en todo el teatro de Sanchez. No hay gran pasion en los persona- Jes ni en el drama, el cual es presentado por el autor con una suerte de impar- cialidad, para que el publico se conmueva y tome partido frente a la mera obser- vacién del conflicto. Aunque los hechos son en si mismos inmorales, el autor no se complace en escenas deshonestas ni en dialogos escabrosos; adopta mas bien la posicién de un expositor amoralista, que plantea el caso con la maxima economia de recur- sos, y deja las conclusiones para el espectador. Pero sus simpatias estan con don Zoilo, la tinica victima de tantas injusticias e iniquidades. Consecuente con su técnica de dramaturgo, no declama por boca de los personajes en defensa del viejo. Lo deja alli, con su tormento, sin agregar nada mas. Quizas esto tenga su explicacion en una modalidad psicologica de Sanchez, de quien ha dicho un cri- tico que gustaba de las intimidades, pero que era reservado con las suyas. No revela psicologia profunda ni exquisiteces técnicas. La accion se presen- ta descarnada, rumbo a las consecuencias inevitables de la situacién planteada. No puede inferirse una filosofia de la vida de ella, ni siquiera tampoco la tesis de que lo nuevo se sobrepone a lo viejo, los jovenes a sus padres, la ciudad al cam- po, porque razonamientos de esta naturaleza escapaban a la intencién del dra- maturgo. OBRAS Y EDICIONES: Teatro completo. Buenos Aires, El Ateneo, 1951. Con prologo de Vicente Martinez Cuttino. LECTURAS COMPLEMENTARIAS Y EDICIONES: Ruth Richardson, Florencio Sénchez and the Ar- gentine Theater. Nueva York, Instituto de las Espafias, 1923. Arturo Vazquez Cey. Florencio ‘Sanchez y el teatro argentino. Buenos Aires, 1929. Roberto F. Giusti, Florencio Sanchez: Su vida y su obra. Bucnos Aires. Agencia Sudamericana, 1920. Julio Imbert, Florencio Sénchez: Vida y Tittelon: Bosses Aes SAtpare 15S at Fhe Wau aor Firma de Florencio Sanchez. Florencio Sanchez. 428 Barranca abajo ACTO Ill. ESCENA VIII Dowores, RUDECINDA ¥ ANICETO Dotores. — gQué pasa? Rupecinpa. — No sé... Aniceto... Dovores. — Qué querés, hijo? Anicero. — Digan... gNo tienen alma ustedes? ,Qué herejia an- dan por hacer? Dotores. (Confundida) ~~ gNoso- tras? Anicevo, —~ Las mismas... No les da ni un poco de lastima de ese pobre hombre viejo? gQuieren acabar de matarlo? Rupecinoa. — Che... gcon qué de- recho te metés en nuestras co- sas? ZTe dejé ensenada la leccién Robustiana? Aniceto, — Con el derecho que lene todo hombre bueno de evi- (ar una mala accién... Se quieren dir pa la estancia vieja... esca- parse y abandonarlo, cuando mas carece de consuelos y de cuidados el infeliz. \Qué les pre- cisa darle ese disgusto que lo mataria! Vea, dona Dolores. Us- ted es una mujer de respeto y no del todo mala. Por favor. Impén- dase de una vez... Mande en su casa, resignese a todo y trate de que padrino Zoilo vuelva a en- contrar en la familia el amor y el respeto que le han quitao... Dotores. — Yo... yo... yo no sé nada, hijo. RubecinpA. — Dolores har lo que mejor le cuadre, ghas oido? Y no precisa consejos de entrometi- dos. Aniceto. — CAllese, {Usted es la pior! La que le tiene regiielto los sesos a esas dos desgraciadas. Ya tiene eda bastante pa apren- der un poco e juicio... Ruvecinpa. — jJests Maria! iY después querrén que una no se enoje! {Si hasta el mulato guacho se permite manosiarla! gQué te has creido, trompeta? ‘AniceTo. — Haga el favor jNo gri- te! jPodria oir! Rupecinpa. — Bueno. jQue oiga! Si lo tiene que saber después, que lo sepa ahora... Si senor... Nos vamos pa la estancia, a lo nuestro... Queremos vivir con la comodidad que Zoilo nos quite por un puro capricho... jA esol... Y sia él no le gusta, que se muerda. jNo vamos a estar aqui tres mujeres (Zoilo aparece por detras del rancho) dispuestas a sacrificarnos la vida por el anto- jo de un viejo maniatico! AniceTo. — gUsté qué dice, sefio- ta? (A dofia Dolores). Dotores. — jAy! jNo sé! jEstoy tan afligidal AniceTo. — Bueno. Si usté no dice nada, yo... yo no voy a per- mitir que cometan esa gran pi- cardia. Rupecinpa, — ¢Vas a orejearle... como tu costumbre? Si no le te- memos miedo... ja ninguno de los dos! Anda contale, decile que... Anicero, — jAh! Con que ni esa vergitenza les queda... jArrastra- das!,.. Con que se empefan en matarlo de pena. Pues giieno, lo mataremos entre todos; pero les via sobar el lomo de una paliza primero, y todavia sera poco. jPa Jo que merecen! jDesvergonza- das! Qué se han pensao?... Se 429 creen que soy ciego?... gSe creen que no sé que Ja mataron a dis- gustos a la pobre chiquilina? Se piensan que no sé que entre la vieja Martiniana y usté (a Rude- cinda) que es otra... bandida, como ella, han hecho que a esa infeliz de Prudencia ta perdiera don Juan Lui: Dovores. — Virgen de los desam- parados, gqué estoy oyendo? Anicrro. — La verda. Usté es una pobre diabla y no ha visto nada. Por eso el emperio de irse. Pa ha- cer las cosas mas a gusto... jEsta con su Gutiérrez y la otra con su estanciero... y como si juese to- davia poca infamia, pa tener un hombre honrao y gtieno de pan- talla, de tanta inmundicia. (Pau- sa, Dolores Wora). Y ahora, si quieren ustedes, pueden irse, pero van a tener que dir pasando bajo el mango de este rebenque. Rupecinpa, (Reacciona enérgica- mente) — jEh! ¢Quién sos vos? iGuacho! Aniceto. — Yo? (Levanta el tale- ro). ESCENA IX Dotores, RupECINDA, AniceTo Y DON Zo1Lo Zoi.o. Umpotente). — jAniceto! (Estupefaccion). Usté no tiene ningtin derecho, AniceTo. — Perdone, sefior. Rupecinpa. — Es mentira, Zoilo. ZaiLo. (A Aniceto}. — Vaya hijo... haga dar giielta a ese breque que se va... Aniceto, — Ta bien... (Mutis). ESCENA X RuDECINDA, DON ZOILO Y DOLORES. Don Zoilo se aproxima silbando al barril, bebe unos sorbos de agua, que paladea con fruicion. Rupecinpa, — gHas visto a ese atrevido insolente? j|Pura menti- ral Zono, (Se sienta). — Si, eso. Rupecinpa, (Recobrando confian- za). —Debe estar aburrido de tenernos ya. Dotores. — jZoilo! jZoilo! jPerdo- name! Zono. (Como dejando caer lenta- mente las palabras). —- Yo? Us- tedes son las que tienen que per- donarme. La culpa es mia. No he sabido tratarlas como se mereci- an. Con vos fui malo siempre... 430 No te quise. No pude portarme bien en tantos afios de vida jun- tos. No te ensené tampoco a ser giiena, honrada y hacendosa. iY buena madre sobre todo! Dovores. — jZoilo! jPor favor! Zoo, — Con vos también, her- mana, me porté mal. Nunca te di un giien consejo, empefao en hacerte desgraciada. Después te derroché tu parte de la herencia, como un perdulario cualquiera. (Pausa) Mis pobres hijas también. fueron victimas de mis malos ejemplos. Siempre me opuse a la felicidad de Prudencia. (Con voz apagada por la emocién) y en cuanto a la otra... a aquel ange- lito del cielo, la maté yo a dis- gustos. (Oculta la cabeza en la falda del poncho con un hondo sollozo. Rudecinda se deja caer en un banco abrumada. Pausa prolongada. Don Zoilo, rehacién- dose) Giteno, vayan aprontando no mas las cosas pa dirse. Va a legar el breque. Dotores. (Echandose al cuello). — jNo... no, Zoilo! jNo nos vamos! jPerdén! jAhora lo comprendo! Hemos sido unas perversas... unas malas mujeres... Pero per- donanos. Zouo. (Apartandose con firme- za). — Salga... jDéjeme!... Vaya a hacer lo que le he dicho... Dovores. — {Por Maria Santisi- mal! Te lo pido de rodillas... jPer- dén... perdoncito!... Te promete- mos cambiar para siempre. Zoo. — Nol... Nol... iLevantese! Dovores. — Te juro que via ser una buena esposa... Una buena madre. Una santa. Que volvere- mos a la buena vida de antes, que todo el tiempo va a ser poco pa quererte y pa cuidarte. jDeci que nos perdonas, deci que si! (Abrazada a sus piernas). Zoio, — {Sali ;Dejame! (La apar- ta con violencia. Dolores queda de rodillas, lorando y apoyando los brazos en el suelo} Y usté, her- mana. Vamos arriba... jArriba pues! (Rudecinda hace un gesto negativo). jOh!... gAura no les gusta? Vamos a ver... (Se dirige a la puerta del rancho y al Uegar se encuentra con Prudencia) jHijal jUsted faltabat jVenga... abrace a su padre! jAsi! ESCENA XI Los MIsMos Y PRUNDECIA Propencia. — Pero qué pasa? Zoo. — Nada, no se asuste. Quiero hacerla feliz. La mando con su hombre, con su... (Entra en el rancho). ESCENA XII Los MISMOS, MENOS DON ZOILO Prupencia. — [Virgen Santa! .Qué ocurre? (Afligida) Mama! Mami- ta querida... Levantese. Venga. (Se levanta). gLe peg? {Fue ca- paz de pegarlet Dovores. — jHija desgraciada! (La abraza). Prupencia. (Conduciéndola a un banco).— ¢gPero qué sera esto, Dios mio? (A Rudecinda) jVos contame! ¢Fue tata? (Rudecinda no responde} jAy. qué desgracia! {Viendo a don Zoilo} ;Tata, tata! eQué es esto? ESCENA XIII Los mIsMos ¥ DON ZoILo Zono. (Tirando algunos atados de —Zoilo!,.. gNo tenian todo pronto ropa). — Que se van... a la es- tancia vieja... ique fue del viejo para juir? jPues aura yo les doy permiso pa ser dichosas! Gieno. 431 Ahi tienen sus ropas... jAdiosito! Que sean felices. Dovores. — jZoilo, no! Zoo, — jEsta el breque! Que cuando vuelva no las encuentre aqui. (Se va por detras del rancho lentamente). ESCENA XIV Dotores, PRUDENCIA, RUDECINDA ¥ MARTINIANA Marniniana. — {Bien decia yo que eran cosas de ese ladiao de Ani- ceto! 4Qué? gY esto que es? {Una por un lao.,. otra por otro... el tendal!... jHum! Me parece que no rebenque ha dao juncién... jEh! ;Hablen, mujeres! gJue muy juerte la tunda? jNo hagan caso! Los chirlos suelen hacer bien pa la sangre... Y después, jqué di- montres! jNo se puede dir a pes- car sin tener un contratiempo! iQuién hubiera creido que ese viejo sotreta le iba a dar a la ve- jez por castigar mujerest... Pero digan algo, cristianas. gSe han tragao la lengua? Rupecinpa. (Levantandose}. — CAllate, comadre. (Sale Aniceto, y durante toda la escena se man- tiene a distancia cnuzado de bra- z0s). Marnniana, — jVaya, gracias a Dios que golvié una en sit A mi me jue a Hamar Aniceto... Qué hay? gNos vamos 0 nos queda- mos? Rupecinpa, — Si. Nos vamos. iEchadast jEse guacho de Anice- to lo eché a perder! jDolores! jEh! iDolores! jYa basta, mujer! Tene- mos que pensar en irnos... Ya ciste lo que dijo Zoilo. Dotorrs, — No. Yo me quedo. Vayan ustedes nomas. Rubzcinpa. — |Qué has de que- dar! 4Sos sorda entonces? Vos, 432 Prudencia... gestaés vestida? Bueno, andando. (A Dolores} iVamos, levantate, que las cosas no estén pa desmayos! jVaya cargando esos bultos comadre! Marnniana. — Al fin hacer las co- sas como Dios manda... (Recoge los atados). RupecinpA, — jMovete, pues, Do- lores! Dotores, — jNo! Quiero verle, hablar con él primero; esto no puede ser. Ryorcinoa. — Como pa historias esta el otro. Marmniana. — Obedezca, dofa... con la conciencia a estas horas no se hace nada. Dicen, aunque sea mala comparacién, que cuando una vieja se arrepiente, tata Dios se pone triste. Aura que me acuerdo. gNo me querri- an dar o vender esta cama de la finadita? gLe vendria bien a Ni- casia, que tiene que dormir en un catre de guasquillas. jSi ca- biera en el pescante, la mesma que la cargaba linda! Es de las que duran. Rupecinpa, —~ Si, mujer! Mafiana mismo la mandamos a buscar. Veras como se le pasa. jQué va a hacer sin nosotras! Marnniana. (A Prudencia}. — Co- medite, pues, y ayudame a car- gar el equipaje. Es mucho peso pa una mujer vieja. Anda con eso no mas. En marcha, como dijo el finao Artigas... (Antes de hacer mutis). jHasta verte, rancho po- bret (Aniceto tas sigue un trecho y se detiene pensativo observan- dolas}. ESCENA XV ANICETO ¥ DON ZOILO Don Zoilo aparece detras del ran- cho, observa la escena y avanza despacio hasta arrimarse a Ani- ceto. Zoo. — jHijo! Aniceto. (Sorprendido). —- jEh! Zoo. -— Vaya a acompanarlas un poco... y después repunta las ovejitas pa carniar... eh? jVayal Aniceto. (Observandolo fijamen- te). — ¢Pa carniar?... Bueno... Este... Me presta el cuchillo? El mio lo he perdido... Zoo. — ZY como? gNo lo tenés ahi? Anicero, — Es que... vea... le diré la verdad. Tengo miedo de que haga una locura. Zoo. — j¥ de ahi!... Si la hicie- ra... gno tendria raz6n acaso? jQuién me lo tba a impedir! Aniceto. — |Todos! jYol... gCree acaso que esa chamuchina de gente merece que un hombre giieno se mate por ella? Zouo,— Yo no me mato por ellos, me mato por mi mismo, Aniceto, — jNo padrino! jCalme- sé! gQué consigue con desespe- rarse? Zono. (Levantandose). — Eso es lo mesmo que decirle a un deudo en el velorio: “No llore, amigo; la cosa no tiene remedio”. jNo ha de lorar, canejol... {$1 quiere tanto a ese hijo, a ese parientet Todos somos giienos pa consolar y pa dar consejos. Ninguno pa hacer lo que Dios manda. Y no hablo por vos, hijo. Agarran a un hom- bre sano, giieno, honrao, traba- jador, servicial... lo despojan de todo lo que tiene, de sus bienes amontonaos a juerza de sudor, del carifio de su familia, que es su mejor consuelo, de su hon- ra... j¢anejo!... que es su reliquia; lo agarran, le retiran la conside- racién, le pierden el respeto, lo manosean, lo pisotean, lo soban, le quitan hasta et apellido... y cuando ese desgraciao, cuando ese viejo Zoilo, cansao, deshecho, inutil pa todo, sin una esperan- za, loco de vergiienza y de sufri- mientos resuelve acabar de una vez con tanta inmundicia de vida, todos corren a atajarlo. jNo se mate, que la vida es gtiena! eGtiena pa qué? Aniceto. — Yo. padrino... Zono.-- No lo digo por vos, hijo... Y bien, ya esta... No me maté... {Toy vivol Y aura, gque me dan? 4Me degiielven lo perdi- do? ¢Mi fortuna, mis hijos, mi honra, mi tranquilidad? (Excla- macién) jAh, not jDemasiado he- mos hecho con no dejarte morir! jAura arreglate como podas, vie- jo Zoilo! AniceTo, — Asi me gusta... Viva... viva. Zoo. (Abrazandolo afectuosa- mente). — jEntonces hijo... vaya a repuntar la majadita... como le habia encargado. jVayal... iDéje- me tranquilot No Jo hago. Cami- ne a repuntar la majadita. AniceTo. — Asi me gusta. Viva... viva. Zoo. — jAmalaya fuese tan facil 433 vivir como morirt... jPor lo de- mas, algun dia tiene que sert... .. }Qué injusticial Zoo. — étnjusticia? ;Si lo sabra el viejo Zoilo! jVaya! No va a pa- sar nada... le prometo... Tome el Vaya a repuntar la (Zoilo lo sigue con la mirada un instante y volviéndose al barril extrae un jarro de agua y bebe con avidez; tuego va en di- reccién al alero y toma el tazo que habia colgado y lo estira; prueba siesta bien flexible y lo arma, sil- bando siempre el aire indicado. Colocandose después debajo del palo del mojinete trata de asegu- rar el lazo, pero al arrojarlo se le enreda en el nido de hornero. Forcejea un momento con fastidio por voltear el nido) jLas cosas de Dios! {Se deshace mas facilmen- te el nido de un hombre que el nido de un pajaro! (Reanuda su tarea de amarrar el lazo, hasta que consigue su proposito. Se dis- pone @ ahorcarse. Cuando esta seguro de la resistencia de la soga, se vuelve al centro de la es- cena, bebe mas agua, toma un banco y va a colocarlo debajo de la horca) Estatua de Florencio Sanchez en - Buenos Aires, obra del escuttor Riga- nell 434

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