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La misteriosa muerte de Descartes y su viajero cráneo

René Descartes (1596-1650), científico y filósofo, autor del Discurso del método y la célebre frase “pienso, luego existo”,
tuvo la enorme desgracia de caerle en gracia a la reina Cristina de Suecia. Coronada con 18 tiernos años, Cristina
aspiraba a convertir su corte en el centro del arte y el conocimiento del norte de Europa y, para lograrlo, se aprovisionó
de músicos y artistas de Alemania y de Italia. Pero la reina deseaba, sobre todo, ser instruida por Descartes (un capricho
como otro cualquiera). Ante la insistencia de la soberana, el filósofo, que residía en Holanda, finalmente hizo las maletas
y, en el otoño de 1649, embarcó rumbo a Suecia.

La reina decidió empezar sus clases diarias con Descartes a la temprana hora de las cinco de la madrugada. El filósofo,
habituado a levantarse a media mañana, pronto descubrió que había sido un error acceder a la petición de Cristina: odiaba
los madrugones, consideraba a la reina una alumna aplicada pero poco brillante, la vida en la corte le ofrecía pocos
alicientes y el frío de Estocolmo le resultaba intolerable, “se hielan hasta los pensamientos de los hombres”, decía.

El 1 de febrero de 1650, cuando sólo llevaba cuatro meses en Suecia, Descartes enfermó y murió 10 días después. El
diagnóstico oficial fue el de muerte por pulmonía. El embajador francés Hector P. Chanut grabó en la lápida una extraña
inscripción: “Expió los ataques de sus rivales con la inocencia de su vida”.

Es evidente que Descartes, católico, extranjero y favorito de la reina, consiguió generar desconfianzas y envidias en la
corte. Muchos cortesanos pudieron considerarlo un individuo peligroso que debía ser eliminado.En 1980, el científico
alemán Eike Pies descubrió una carta enviada al médico holandés Willem Piso. Esta carta, escrita 330 años atrás, era de
Johann van Wullen, el médico de la reina Cristina que atendió a Descartes en su lecho de muerte.

En la carta se revelaban los extraños síntomas que padeció Descartes, que se correspondían más con una intoxicación
por arsénico: Como usted sabe, varios meses atrás Descartes llegó a Suecia para rendir homenaje a Su Serena Majestad
la Reina [...] Justo ahora, a la cuarta hora antes del alba, este hombre expiró… La Reina quiso ver esta carta antes de
enviarla. quiso saber qué escribí a mis amigos acerca de la muerte de Descartes. Me ordenó estrictamente evitar que mi
carta cayera en manos de extraños.

El médico relató día por día el progreso de la enfermedad de Descartes. Durante los primeros dos días, su sueño fue
profundo y no comió, bebió ni tomó medicamento. El tercero y cuarto días estaba agitado y no durmió, aún sin comer o
medicarse. Al quinto día fui llamado a su lecho, pero Descartes no quiso que le diera tratamiento. Como las señales
inequívocas de la muerte próxima eran obvias, acepté gustosamente mantenerme alejado del moribundo. Al pasar el
quinto y sexto días, se quejó de mareo y de fiebre interna. Al octavo día, de hipo y vómito negro. Luego tuvo respiración
inestable y la mirada extraviada, presagiando la muerte. Al noveno día, todo estaba perdido. A la mañana del décimo día
su alma regresó a Dios.

Eike Pies consideró muy extraño que el médico de la corte escribiera a su colega holandés acerca de la evolución de una
enfermedad tan común como la pulmonía. Tampoco se entendía el interés de la reina por censurar las noticias acerca de
la muerte de Descartes. Eike Pies tradujo la carta, omitiendo nombres, lugares y fechas, y le pidió a un patólogo
criminalista que le manifestase su opinión. Éste consideró que sin duda los síntomas descritos en la carta de Van Wullen
correspondían a intoxicación aguda por arsénico. Es muy probable que la reina intentase que el crimen no fuese
investigado para salvaguardar el prestigio de la monarquía sueca.

El cuerpo de Descartes permaneció en Suecia 16 años. Cuando, finalmente, sus restos mortales llegaron a Francia,
reclamados por sus admiradores y amigos, se abrió el ataúd y se descubrió que faltaba el cráneo. Según llegó a afirmar
Cristina de Suecia en sus Memorias, lo sustrajo un oficial llamado Isaac Planstrom… … comisionado para exhumar el
féretro de Descartes cuando se trataba de transportarlo a Francia [...] Después de la muerte del oficial sus acreedores,
en lugar de dinero, no hallaron nada más que aquel cráneo, que ha pasado después a otras manos.

Ya en el siglo XIX, el químico sueco Berzelius indicó en una carta al paleontólogo Cuvier que poseía el cráneo de
Descartes. El cráneo se envió a Francia, pero no se unió al resto del cuerpo de Descartes sino que fue a parar al Musée
de L’Homme en París. Los restos mortales de Descartes (salvo su cráneo) reposan en la capilla de la iglesia de Saint-
Germain-des-Prés.

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