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CARLOS MARÍA MENEGAZZO

CUANDO EL CUERPO GRITA


SÍNTESIS

Ed. Centro Junguiano de Antropología Vincular


Fundación Vínculo
Primera edición – 2009
Segunda edición (Aumentada) - 2016
El cuerpo susurra, dice o grita lo que la mente no puede o no quiere
comprender. Toda enfermedad que aparece en el campo corporal, tiene su
correlato en el nivel afectivo, mental y espiritual del hombre. Pero lo
fundamental es, que cada enfermedad es la propuesta de un mensaje
relacional. Es un código posible de descifrar, porque siempre alude a la
circunstancia situacional (al aquí y ahora) del hombre en sus vínculos (con el
amigo, el oponente, la pareja, la familia y la comunidad social).
Enfermarse es un modo de sincerarse, es dar mensajes propicios para la
búsqueda de integridad y de coherencia. Comprender por qué y para qué
enfermamos es un modo de crecer, porque la enfermedad es el otro polo de la
salud. Son como dos tensiones que buscan su unidad. No hay salud sin
enfermedad, ni hay enfermedad sin vitalidad. Es más: la enfermedad es
siempre una propuesta de salud, a veces en el mismo campo corporal, otras
veces apunta a lo afectivo, a lo mental o, a lo espiritual. Hay que saber
escuchar.

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Sintetizaremos algunas páginas esenciales de los capítulos XII,
XV y XVII.

Pruebas y desafíos de la vida

“El conflicto es la esencia de la vida, es un requisito previo, necesario para todo


crecimiento espiritual”. Carl Gustav Jung.

La existencia va proponiendo pruebas, obstáculos, oponentes a lo largo de la vida, con


intención de templarnos, fortalecernos, para que encaremos el sendero de individuación.
Las oposiciones que nos presenta el vivir suelen sorprendernos porque generalmente
desbordan la habitualidad, la rutina de esquemas, las inútiles planificaciones. Hay que saber
aceptar los obstáculos, mano a mano vayan apareciendo. Los susurros, dichos, gritos del
cuerpo, así como las voces del inconsciente, nos alertan para despertarnos, darnos cuenta,
aceptar, adecuarnos, disponernos a comprender enseñanzas. Responder a los mensajes
oníricos y a los llamados del propio cuerpo, no sólo es tarea para sí, es también oficio de
humanidad. Son trabajos que redundarán en beneficio del ennoblecimiento de lo humano.
Estos tiempos difíciles con sus grandes crisis y decadencias pueden llevarnos a
frustración, descorazonamiento e impotencia. Incluso los terapeutas, por cierto, podemos
dejarnos enganchar en estados de confusión, asombro, rencor y hasta nihilismo, por lo que
los pacientes están padeciendo. Es constante trabajo de supervisión y diálogos de honda
reflexión, aquello que nos irá salvando del peligro de identificación, para poder abrirnos
definitivamente a la aceptación esperanzada ante los grandes misterios de lo humano.
Cuando nos proponemos comprender de manera transdisciplinaria el sentido
profundo del dolor humano, podremos plantearnos también, algunas cosas más en torno al
“destino del hombre” y al “sentido de la existencia humana”. Estas reflexiones nos
conducirán hacia la aceptación de “lo numinoso” y “trascendente”.
Recién entonces la actitud escéptica, sumamente útil, comenzará a no chocar con las
capacidades de asombro, entusiasmo, admiración y esperanza, facultades tan necesarias
para la labor médico-psicoterapéutica.

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Energía vital y enfermedades

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Cada desvío del camino de nuestra auténtica libertad interior, tarde o temprano, terminará
alejándonos de nuestros principales objetivos existenciales. Estas salidas del proyecto
profundo, estos errores de órbita representan para cada uno de nosotros, pérdidas de
energía vital. Tales desmedros le irán quitando vigor a la espontaneidad, a la capacidad de
creatividad y a la responsabilidad de ser sí mismo. Es sabido que todo movimiento en pos
del propio destino, necesita fuerzas y valentía. Y así como podemos utilizarlas para avanzar
(tierna o vigorosamente), para esperar (pacientemente) o para retirarnos (prudentemente)
según exija la verdadera libertad, ante cada crisis de aprendizaje propuesta por la vida.
También es sabido que solemos gastar mucha más energía, cada vez que perdemos el
rumbo y nos fugamos, nos paralizamos o atacamos. ¿Y qué pasa con la energía vital
durante estos desvíos? Una parte se canalizará exageradamente hacia el error,
empantanándonos hasta la coronilla. Generalmente nos daremos cuenta de ello demasiado
tarde. Lo importante es estar alerta y aprender de los fracasos.
Otra porción de la fuerza vital, la positiva, con la misma vehemencia tratará de
atraernos hacia el camino correcto (momentáneamente perdido). Este quantum de energía
vital positiva (en buena parte), es el que promoverá manifestaciones repetitivas de alerta:
susurros corporales, dichos, gritos, mediante multifacéticos síntomas de enfermedad que
exigirán escuchar al cuerpo.
Nuestra encarnadura sabe darnos específicos llamados. Lenguaje interno y diverso que
hay que saber decodificar. El cuerpo nos alertas del mismo modo como lo intenta la mente
de la que nos sobrevienen ansiedades, preocupaciones, desvelos, duelos, recelos, tormentos
(señales obscuras y difíciles de interpretar); señales que nos llegan de la interioridad, así
como otros mensajes aún más profundos: los mensajes de nuestros sueños. Y cuando todo
esto desde lo interno no nos alcanzan, sobrevendrá lo externo: los cachetazos de la vida,
pruebas, obstáculos y laberintos. También la Vida se encargará de dar alarmas. Está en
nosotros saber comprender para despertarnos y corregir el camino.
Cada vez que nos quedamos atados al pasado (pendiente y traumático) perdemos
horizonte y confundimos proyectos Entonces tendemos a desconfianza del futuro,
merodeando en falso progresar en un presente sin sentido, con angustia y ansiedad.
Entonces será la fuerza vital la que nos marcará la verdadera razón de los conflicto y tratará
de empujarnos, positivamente, para que dejemos de demorar.
¡Enfermar es precisamente esto! Es estar manifestando una lucha conflictiva. Todo
malestar nos muestra alguna contradicción no resuelta, en nuestros vínculos (consigo
mismo, con otro, con la naturaleza o la cultura). Nos está diciendo de algún subterráneo
choque, entre algún freno y su opuesta fascinación. Pero además también nos está
queriendo develar alguna capacidad auténtica, todavía escondida y con gran potencialidad
de encanto. Un talento cuyas ganas pugnan con la atadura que lo está coartando; alguna
facultad que puja para poder expresarse. Y la fuerza de tensión se nutre de energía vital.

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La misma fuerza vital que empuja hacia la salida de carriles, es la misma fuente que puja
también hacia el afán de superación. Son infinitos los ejemplos clínicos en los que podemos
ver con claridad: recaídas, malogros y reincidencias que son características típicas de toda
cronicidad (asma, colitis, inflamaciones, etc.) que muestran en el fondo una gran capacidad
de resiliencia. El afán de una nueva finalidad. Una profunda potencialidad que pugna y
pugna por vencer.
La fuerza vital básica, cuando no logra canalizarse en ternura, vigor y agresividad
positiva (capacidad de subir de grada) para alcanzar la madurez de la vida, es porque la
estamos malgastando en gran parte para nuestras parálisis, fugas, controversias, que tanto
perturban los vínculos. Mantiene motores potenciales, dispuestos a movilizarnos hacia el
reencuentro del camino evolutivo.
En toda enfermedad se manifiesta esta pugna entre frenos e impulsos sanadores que
buscan (exitosamente o no) cambios positivos y reversión del camino detenido, hacia
novedosos horizontes de resolución, en todos o en algunos de nuestros campos: físico,
anímico, espiritual.
En el cáncer, notable ejemplo por ser hoy enfermedad frecuente (una pandemia), un
grupo de células muta. Ello ocurre a partir de sordas descargas de violencia anárquica, que
ataca específicamente algún tejido del cuerpo. Se patentiza así una lucha que busca
afanosamente alguna resolución. Ante tan íntima confrontación el que padece está
obscuramente permutando, una muerte total por una parcial. Así le es dado a la persona el
tiempo para poder comprender, o no, el hondo significado de su malestar. Algunas veces
debe haber asistido el lector a la victoria de lo vital por sobre el llamado de la muerte ¡Y
qué alegría da! Casi siempre la inminencia de muerte fue el llamado. Un pedido de cambio
en la propia modalidad de vida. Y hay victorias muy profundas también que son más
difíciles de ver.
Cuantas veces me ha tocado presenciar como médico, a pesar del avance hacia el
proceso de la vida-muerte-vida aún en los tramos finales, grandes logros anímicos y
espirituales. Imposible olvidar testimonios de tanta humanidad. Es admirable ver de qué
manera, gracias a la enfermedad, comprendieron y modificaron el proyecto de la propia
existencia; de qué modo obtuvieron nueva visión a lo antes negado y pudieron agigantarse
heroicamente en espiritualidad; aceptar e destino y encaminarse hacia un bien morir.
La dificultad de escucha y la demora en la comprensión de los mensajes que nos propone
el cuerpo enfermo, son motivadas casi siempre por algún pseudobeneficio secundario (por
ejemplo refugiarse en el rol de víctima, las fugas en lo inútil, el quedarse en lo traumático,
el hacer melodrama acerca de “los porqués” y ¿”porqué a mí”?; mientras la enfermedad
insiste proponiendo sinceramiento y transformaciones. Auténticos saltos que si sabemos
darlos, nos llevarán, de lo que nos aísla y separa, hacia lo unitivo.
Una simpatiquísima paciente, bastante adelantada en sus búsquedas psicodramáticas,
en un momento determinado contrajo una hepatitis viral. Tenía bastante vistas sus

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circunstancias, sabía de sus laberintos y entendía que esta enfermedad la sinceraba ante su
profunda frustración y honda ira, a causa de pérdidas económicas repetidas, tanto en el
plano patrimonial como en la intimidad de su economía afectiva. Antes, endilgaba
responsabilidades únicamente a su pareja y compañero de infortunio. Trabajaba hacía
tiempo en psicodrama sus escenas biográficas, ancestrales y arquetipales que parecían
condicionar sus sufrimientos. A pesar de sus esfuerzos de autoconocimiento y de pretendida
voluntad consciente de lograr su crecimiento, no se transformaba. Su freno a no mejorar, en
realidad, latía en sus profundidades. Fue precisamente el cuadro clínico de hepatitis que al
empeorar con riesgo de vida, lo que la despertó. ¿Cuál era su pseudobeneficio? Las claves
afloraron mediante los mensajes de una serie de sueños. Se dio cuenta que desde algún
vericueto de su profundidad, estaba prefiriendo, obscuramente, su muerte, antes que perder
belleza, encanto, capacidad de seducción. No declinar en facultades de femineidad que creía
esenciales. Cuando logró su síntesis simbólica e integración catártica, gracias a la
comprensión del mensaje de sus sueños, logró reubicarse en la Vida. Su Mito que giraba en
torno a lo formal de la belleza, la estaba llevando al máximo del paroxismo destructivo. Se
le había transformado en sentido de existencia. Algo muy suyo y principal, tanto que en su
fuero íntimo era más importante que la vida misma. Venía estructurando un estilo y un
modo de ser en sus vínculos. Sin embargo, desde lo más prístino de su rectoría profunda,
también pujaba el auténtico proyecto existencial, tratando de expresarse con potente fuerza
vital. Sólo cuando logró darse cuenta de su intención oculta que prefería la autodestrucción
con tal de morir bella, pudo comprender. Logró soltarse así de los múltiples vericuetos
defensivos que la mantenían fijada al terrible pseudobeneficio. Superó su complejo y entró
en crisis transformadora. El curso clínico cambió súbitamente. Las tasas de transaminasas
mostraron un saludable descenso que acompañaron su mejoría. Había decidido dejar de
suicidarse histoquímica e inmunológicamente, para reubicarse detrás de un nuevo sentido
de femineidad vital, sabio por cierto. Éste es uno de los tantos ejemplos clínicos del cambio
cualitativo del pensar profundo; verdadera “metanoia” al decir de los griegos. Verdadero
salto de transformación en la vida. Auténtico soltar amarras. Desatar lazos. Soltar rígidos
modos de ser, modos de estar y modos de vincularnos que pueden mantenernos detenidos,
sin que nos demos cuenta. Atados a pseudobeneficios secundarios que estancan y nos hacen
desoír aquello que nos propone el lenguaje de nuestro cuerpo.
En la hondura de la mismidad, tengamos fe, se hallan preciosas herencias ancestrales,
grandes tesoros arquetipales, siempre dispuestos a ayudarnos.

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Qué es curar y curarse

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“EL pasado es inmensamente real y actual y atrapa a todo aquel que no logra
redimirse mediante una respuesta satisfactoria”. Carl Gustav Jung.

“Tenemos que estar dispuestos a olvidarnos de la vida que hemos planeado,


parapoder tener la vida que nos espera. Debemos despojarnos de nuestra vieja piel para
poder tener una nueva” Joseph Campbell.

Curarse es adquirir la capacidad de ir superando la propia hostilidad (volcada


obscuramente contra nosotros mismos y hacia los demás); es encarar la propia integración;
es trabajar y superar en nuestros vínculos, los pánicos personales (especiálmente los más
negados) e ir transformándolos poco a poco, en simples temores y encantamientos. En esto
está el secreto de toda sabiduría. A veces será necesario tener en cuenta los síntomas y las
claves corporales, para ir al encuentrode las escenas y los repertorios profundos (para cortar
sus nudos gordianos). Otras veces alcanzará con la confianza, sustentada precisamente en
todos estos tesoros, así como en el dejarse fluir hacia la providencia de nuestra profunda
rectoría.
Curarse, en lo hondo y lo esencial es abrir caminos de aprendizaje, de liberación y
trascendencia. Es trabajar para transmutarnos apelando a nuestras profundas energías
negativas, para tratar de transtocarlas en fuerzas de elevación. Para decirlo en el idioma de
las hadas, es ir transformando (poco a poco) los más recóndito y sombrío del bosque en
encanto y lo más siniestro de nuestra casa en simpática morada. Lograr la propia integración
alquímica, capacitarse para el encuentro, abrirse a la ternura y al amor en vincularidad
profunda y arraigar el propio vigor en el reconocimiento de nuestra humana y natura
fragilidad. Estos son lo trabajos que hay que efectuar para nuestra salvación y esta es la
verdadera tarea del curarse y de la cura.

La enfermedad es un mensaje relacional

“El problema del amor pertenece a los grandes padecimientos de la humanidad y


nadie debería avergonzarse del hecho de tener que pagar su tributo“. Carl Gustav Jung.
(O.C. 17, pp. 219)

Los curadores nativos de La América Originaria cuando eran llamados a algún “Ayllú”,
para hacerse cargo de enfermedades de cuaquier tipo (físicas o psicoógicas) no sólo
estudiaban a quienes las manifestaban. Investigaban desde el principio a toda la sociedad
que constituía el asentamiento. Consideraban a quienes padecían como emergentes de toda
su comunidad.
Voy a volver a centrarme aquí en las enfermedades como mensajes, para estudiar a
grandes rasgos su simbología, desde la concepción clínica de la Antropología Vincular.

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Téngase en cuenta siempre que cada vez que se habla de enfermedad (o de salud), se está
haciendo ya una gran reducción, porqué se pretende encarar de manera unipolar a la
complejísima condición humana que exige siempre una visión abarcativa y totalizadora.
Como si esto fuera poco además, cuando se trata de investigar en estas cosas de la patología
se corre siempre el riesgo de caer en clasificaciones. Para no caer en tal riesgo, no
olvidemos aquello que señalaron los grandes maestros:

"No existen enfermedades sino enfermos”

Recuerdo una situación psicodramática. La protagonista del grupo de esa noche, que
venía manifestando repetidas afonías y estaba preocupada además porque su hijo padecía en
ese momento de una angina importante. Durante la sesión pudo apareció una escena
mediante la cual pudo comprender que ella misma tenía un grito retenido por la necesidad
de poner un límite al autoritarismo de su marido. Cuando llegó a su casa, después de un
profundo “sharing” junto a sus compañeros comprobó con satisfacción que el síntoma del
hijo había desaparecido. A partir de allí pudo expresar en forma adecuada lo que
auténticamente quería de su marido.
No siempre la enfermedad se manifiesta desde el cuerpo, otras veces de manifiesta desde
lo anímico y otras desde lo espiritual. Hago memoria con humor, de una simpática dama de
45 años que conocí, jugando mi rol de vicepresidente de la unión vecinal del barrio al que
pertenecía. Muy sociable ella e hiperresponsable. A esa edad (42 a 49) es necesario que los
seres humanos superemos los condicionamientos del “deber ser” y dejar atrás
preocupaciones ante el “qué dirán”. Aprender a regirse por valores y verdades profundas.
No por opiniones sin revisar y menos por valores prestados. Habrá que aprender a dar
importancia a las propias verdades y no comprar deberes socioculturales que puedan
entramparnos y enfermar el alma.
Nuestra simpática secretaria solía ocuparse con gran entusiasmo de cada uno de los
concursos instituidos en nuestro barrio: El mejor jardín, el mejor balcón, el mejor pesebre
navideño, etc. Recuerdo cómo su marido, suizo amoroso y creativo, la ayudó a salir de su
fenomenal caída en la trampa de lo socio cultural. Estábamos reunidos en comisión
directiva en la sala indicada (planta baja), ventana a la calle y el reloj marcaba ya las 21, 30.
Por la calzada iluminada a plenos faroles, se arrimó a nuestra vereda un carro muy
decorado, tirado por cuatro blancos caballos, manejados por un cochero de impecable
librea. Sobre el carro una cama camera y arriba de las almohadas, un enorme ramo de rosas
rojas. Entre las flores una carta:
-“¡¡¡O VOLVÉS CON TODO! ¡Y YA! ¡O NUNCA MÁS!!! -
Por supuesto nuestra queridísima secretaria, comprendió y empezó a curarse.

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El trabajo de la prevención y de la cura no debe dirigirse al mero evadir, tapar y silenciar
síntomas. Debemos entrenarnos para que nuestro cuerpo solo necesite susurrarnos o
decirnos (¡no gritarnos tanto!) con sus lenguajes. Aprender a tomar todo lo que nos pasa
(venga desde la experiencia o desde la intimidad de las vivencias) como propuestas de
sabiduría. Preguntarnos, ante cualquier acontecimiento: ¿Qué me viene a decir esto? Saber
escrutar constantemente nuestro "aquí y ahora situacional"; estudiar sus escenas y
compararlas (cuando esto es necesario), con los REPERTORIOS atesorados en nuestra
arqueología profunda; para llegar, de este modo, a dominar el timón de nuestro presente.
Debemos aceptar que; ¡Cada cual tiene la medida exacta de sus propios detenimientos,
según las cosas que le preocupan! Y trabajar, trabajar y trabajar en este menester de ser
hombres.
Transformar nuestros miedos en sus respectivos temores que son las verdaderas fuentes
de las propias capacidades de encanto vital. Aprender el oficio de no preocuparnos tanto y
afianzarnos en el arte del tomar las cosas con humor para desdramatizar la vida.
Ocuparnos, nada más, en "hacer lo que podamos" para superar cada obstáculo y
comprender aquello que debe ser comprendido.

“”Una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad y la palabra felicidad
perdería su sentido, si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las
cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad”. Carl Gustav Jung.

“El amor es una de las grandes potencias del destino que se extienden desde el cielo
hasta el infierno”. Carl Gustav Jung.

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