cengafiador. Salir de sf equivale a salir del yo engafiado y superficial,
para redescubrir lo mejor nuestro: somos peores de lo que creemos
cuando nos autojustificamos desde el yo superficial, pero somos me-
jores de lo que creemos cuando nos autocondenamos por no percibir
lo mejor nuestro, el fondo de lo que de verdad somos y queremos al
reconocer el centro profundo de unidad de la persona.
178
8
AFRONTAR AMOR Y MUERTE
Afrontar es hacer frente y mirar fijamente al rostro. La especie humana
hace el amor cara a cara y mira cara a cara la muerte. El animal vulne-
table no solo perece, sino mucre; y ademés, vive sabiendo que morird.
La reflexién antropolégica afronta los enigmas de la muerte y el amor,
con su doble rostro: biol6gico y biogréfico. Por otra parte, la muerte y el
mal, que amenazan al amor, provocan crisis engendradoras de filosoffa,
‘aunque las aporfas del pensamiento se estrellen contra el enigma.
Hay dos maneras de considerar la muerte: como tn hecho o como uit
enigma vital. Considerada como hecho biol6gico, se constata la cesacién
itreversible del merabolismo de un organismo viviente, ya sea por dete-
tioro —violento 0 natural—, ya sea por una progresiva diferenciacién.
‘Como.enigma, la muerte da que pensar. El enigma de la muerte desvela
el misterio de la persona, que vive condicionada por la muerte, sabiendo
aque llegard, pero sin saber como ni cusndo.
1. Nacer, vivir y morir
‘Vemos nacer y morir a ottas personas, pero nadie tiene experiencia del
propio nacimiento y muerte. La vida empieza y acaba con puntos sus-
Pensivos. Tenemos experiencia de enfermar, sufrir 0 estar @ punto de
‘motir; pero no de haber muerto, {Cémo se veria el morir si pudiésemos
contarlo después? Roberto Novoa Santos lo describia as
Si, antes de nacer, euviésemos el espiritu dispuesto para la reflexién, iqué
‘nquietud, qué pavor nos invadiria en el momento de asomar los ojos ala
luz det solt Encarcelados en la cripta materna, nuestra vida prenatal se des-
179nev un ra corechkina Todo en fo que en sur no
{cco abn ye cued st eae
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tiga de losanba[] oves Sos, 332)
certficar el fallecimiento. Hemos aprendido a distinguir entre el estado
vegetativo y 1a muerte encefilica estricta, sin confundirla con el mero
cese de funciones en la zona cortical Sise produce una lesi6n en el cere.
bro, pero permaneceileso el tronco cerebral, el organismo sigue vive en
estado vegetativo, Silo lesionado es el tronco cerebral, el dafo irrever.
sible es letal. En ese caso, no cesa solo temporalmente la funcién cone,
ciemte, sino se pierde irceversiblemente la capacidad de consciencia, Sin
entrar a discutir los detalles de la muerte encefdlica, ala filosofta le llama
[Bstencién la coincidencia entre lo que dice la neurobiologiay lo que en
lenguaje mitopoético se decfa desde antiguo en diversas cultaras. Christo,
Pher Pallis defini6 asf la muerte clinicamente: «pérdida irreversible de la
‘S@pacidad de respirar y la capacidad para estar consciente> (Pallis, 1983+
284-287). Ambas pérdidas estin relacionadas con disfuncionalidades en
los dos extremos del tronco cerebral: es decir, en la parte que conten
{ala respiracin espontines, citculaciGn sanguinea, tc, y en la que, en
conexién con el resto del cerebro, determina la capacidad para las fan
‘iones conscientes, cuyo ejercicio se desarrolla con la intervencién de
4a zona cortical; mas exactamente, en la interaccién que se ha llamado
(ibid., § 47: 256). «El morir es algo
ePor qué quiero saber de dénde vengo y adénde voy, de donde viene y
adénde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero
182 183,que cada ‘ser ah? tiene que tomar en su caso sobre si mismo» (ibid,
§ 47: 263). La muerte me hace percatarme de mi individualidad, de lo
insustituible e irrepetible de mi subjetividad individual, amenazada por
la méxima vulnerabilidad
Decir de alguien que ha muerto es decir que ha vivido. Con la muer-
te no cesa el diltimo eslabén de una cadena, sino toda una vida; no un
conjunto de funciones, ni una secuencia de fenémenos, sino la biografia
de quien puede decir: «moriré, luego he existido>. También podta decir
mientras vivia: «amo, luego existo», porque cuando no amamos, empe-
‘amos a morir. Como expresa Marfas, al despedirme de la persona con
‘quien he convivido, ahora a punto de morir, puedo acompafiaria en st
accrcamiento a la muerte, pero no puedo «con-morir» con quien conviv.
Laorra persona, sies un ser querido, no solo muere, sino que se nos mue-
re, Con el ser querido muere algo nuestro. Para el ser querido, que se
ime muere, la muerte supone separarse de mi, que soy también algo suyo.
[Ast la muerte revela nuestra individualidad irrepetible y pone de relieve
‘nuestra sociabilidad e intersubjetividad.
Hay pensadores que prefieren ignorar estas preguntas y dicen con
Epicuro: cuando la muerte llegue, ya no estaré yo; y, mientras yo esté,
aiin no habré llegado la muerte. Hay quienes se angustian, como Una
‘uno, por falta de respuesta a la pregunta ineludible. Hay quienes res-
ponden fécilmente, separando alma y cuerpo. Hay quienes se acogen a
la necesidad del monismo intelectualista, diciendo con Spinoza: «[.
como aquello que se coneibe con cierta necesidad eterna por la misma
esencia de Dios, es algo [...] este algo, que pertenece a la esencia del
alma, serd necesariamente eterno» (Spinoza, 2009: 258). En todas las
Epocas ha ejercido atractivo la asuncién naturalista del final: el indi-
viduo acaba y la vida sigue. Pero también, a menudo, el individuo ha
quedado insatisfecho ante las promesas de disolucidn en el Todo, y &
hha preguntado: éQué sentido tiene una existencia abocada a la inexis-
tencia? Al plantear esta cuestién, el pensamiento hace de la muerte un
acontecimiento que no pertenece solo al cuerpo biolégico, sino al cuer-
po personal y al Ambito del mundo del espititu. Volviendo a la cita una-
muniana, «équién soy yo y qué seré de mf?», hay quienes siguen pre-
guntando y mirando cara a cara a la esfinge, aunque no les resuelva el
enigma. Eso cambia la vida, porque la muerte hace filosofar y hace pene
sar los enigmas antropolégicos: la unidad y totalidad humana, la iden«
tidad personal o la pregunta por una posible sobrevida.
3. Cuerpo, persona y més alld
Podemos filosofar sobre el morir a partir de este cuerpo y persona, cuyo
recorrido por el mundo comenz6, como vefamos, respirando y llorando.
ara este cuerpo y persona que soy yo, la muerte plantea un descubrimien-
to, una amenaza y una pregunta, tres modos de trascender mas allé de lo
«spaciotemporal, caracteristicos del cucrpo personal que somos. Le dije-
ron a un nifo en la catequesis: «Tu abuelo se fue al cielo. Cuando ti te
‘mueras, se levardn tu cuerpo a la rumba y tu alma se ird al cielo». A lo que
tl nifio pregunt6: «Y yo éadnde me iré?». Para no responder a ese nifio
‘on dualismos de cuerpo y alma, sino desde la unidad corpéreo-espiritual
que somos, habrfa que tepensar Ia filosofia subyacente a esa explicacién.
Probemos a pensar a partir del cuerpo vivido, para reconocer ese cuer-
o que, al decir «yo», se distancia de sf mismo. Ese cuerpo que soy yo es
radicalmente deseo; quiere sobrevivir, pero le amenaza la muerte ines
table. El cuerpo personal que somos se abre al mas allé de tres maner
eseando sobrevivir; sintiéndose amenazado de morir; y preguntando por
un posible més ald. Este filosofar es més fecundo que demostrar lainmor-
talidad de un alma separada. La clave de baveda de esta manera de floso-
far ante la muerte estriba en partir de un cuerpo que dice «yo» y un «yor
que no solo tiene, sino que es cuerpo. Desde ese cuerpo, en a triple forma
de posrulacién, amenaza e ineSgnita, ve dara la posibilidad de apertura al
mis allé. La muerte no es experimentable ni pensable como objeto; pero
10s cuestiona como sujetos. La muerte deja al ser humano embarazado de
la filosofia
Resumiendo, al filosofar desde el cuerpo: a) descubro que este cuer-
po que soy parece estar pidiendo un final que no sea la muerte; b) per-
cibo la amenaza de la muerte, que cuestiona lo que parecfa postular este
cuerpo; c) ante la tensin entre ambas maneras de «trascender» —pos-
tulacion y amenaza—, surge una tercera: abrirse al més allé en forma de
‘regunta. Si hay respuesta, no lo dir la filosoffa. Silo afirman las creen-
‘as, serd como don indemostrable.
La afirmatividad, negatividad c interrogacién, que acabamos de ver
enel cuerpo personal de cara a la muerte, son tres «trascendencias». No
tina Trascendencia demostrada, sino tres modos de trascender més alla
de los esquemas espaciotemporales. Pero si no se afronta la muerte y
‘su enigma cara a cara, no se ponen de manifiesto estas trascendencias.
Recurrir, como deus ex machina, a una Trascendencia, sin nada que ver
on el cuerpo, invitaria a una metafisica o una religiosidad de evasion.
En cambio, para este modo de filosofar, que acabamos de ver, la muerte
sigue siendo enigma y cuestionamiento.
184 185Lamuerte es, como dice Yves Ledute, un silencio que nos dirige la pax
labra (¢f. Ledure, 1989)!. La palabra que me dirige la muerte hace de mi
‘un «animal cuestionado e interrogador». Interrogado por la muerte me
convierto en pregunta para mi mismo. La palabra que me dirige la muer-
te me hace cuestionarme y cuestionarlo todo; «me descoloca», dejéndome
ante el vacto de los iltimos porqués. El grito de esa palabra-silencio clama
por el sentido. Sila filosofia es memento mori, acordarse de la muerte, el
ppensamiento deberfa escuchar en silencio esa palabra interpeladora que
le dirige la muerte. Filosofar asi no sera discurrir sobre la muerte, sino
escuchar la palabra que la muerte nos dirige. Cuestionando al sujeto del
pensar racionalizador, le abre a otro filosofar: un pensar callando, escu-
chando y caminando: capaz de asumir la muerte o exponerse, como Pla-
16n, a apostar por el «bello riesgo mitopoético».
Pensar asi el més alld de la muerte seria compatible con diversos
modelos de interpretacién de la «sobrevivencia humana: inmortalidad
del alma, reencarnacién, resurreccién y transformacién del cuerpo en
un «cuerpo espiriuals, ere. Al pensarlo asi, el més allé no es un presu-
puesto, ni un resultado de demostracién, sino una pregunta, postula-
cin y posibilidad esperanzada. Los modelos que lo expresan no son
explicaciones, sino solo «modelos de articulacién simbélica» (como se
dijo acerca de los modelos con que expresamos la hominizacién en la
‘evolucién y en la ontogénesis). Esto no va contra la trascendencia de
due hablan determinadas creencias, pero obligaria a repenser la relacin
filosofia-teologia. Si se afirma desde las creencias una trascendencia més
alld de la muerte, no sera como rival de la corporeidad, sino como pro-
ongacisn y transformacién gratuita de ella.
1970), el estereotipo de los amantes que se suicidan por amor para huir
de la presi6n familiar y de la sociedad.
Si enfocamos la reflexién desde el sentido peyorativo del poder fren-
tea lo que pueden tener de auténtico el amor hasta la muerte y la muerte
or amor, no se nos presentardn estas tres palabras —amor, muerte y po-
der— como tres capitulos distintos de un libro. Tampoco las colocare-
‘mos en los dngulos de una figura triangular para expresar las respectivas
relaciones encre amor y muerte, amor y poder 0 poder y muerte, Mas
bien, amor y muerte en un lado, frente al poder en el lado de enfrente,
os remiten a la polaridad de una tensidn irceconciliable. Si el poder sig.
nifica la capacidad de exigir el sometimiento de otras personas a los de-
signios de la voluntad que lo controla, el mayor fracaso del poder ocurre
en su enfrentamiento con las realidades del amor y la muerte. Poder es
exigencia de control y dominio. Amor y muerte son realidades incon-
trolables y rebeldes. Ambas se nos escapan cuando tratamos de abarcar-
las con el pensar o querer, Para la voluntad de saber, amor y muerte son
‘nigmas indescifrables. Para la voluntad de poder, amor y muerte son I-
nites infranqueables. Un ejemplo: la presunta cuasiomnipotencia de un
dictador tirano se convierte en impotencia frente a personas enamoradas
de una causa y capaces de morir por ella. éQué pueden hacer los servicios
secretos de seguridad frente ala eficacia de un comando decidido a arries-
gar sa vida con tal de matac a un tirano? Qué pueden los servicios guber-
rnamentales de propaganda frente a la voz profética de un mértir dispues-
toa dejarse quitar la vida con tal de no renunciar al ejericio responsable
de su demuncia, como hizo monsefior Oscar Romero en El Salvador?
Para evitar confusiones ayudaré aqui el esquema quintuple, usado
al hablar de autonomia y heteronomia y de la relacién entre poder y li-
bertad, que articulabamos en el capitulo seis con el esquema de las cinco
_lipses o cinco niveles de conciencia: vida arrastrada, individualizada,
telacionada, expandida-unificada y transformada o eternizada. Lo apli-
caremos a la consideracién del amor y de la muerte.
Hay un amor (primera elipse) que se queda en el nivel reflexol6gico-
sensorial. Es el amor al nivel de la «vida arrastrada». Se siente uno atrai-
do por la otra persona. Es uno de los aspectos del enamoramiento, Tam-
bien vale el ejemplo del bebé protegido y la madre protectora. Es el nivel
instintivo y sensorial
Hay un amor que busca a la otra persona para huir de la propia sole-
dad individual, aunque coincidan dos soledades individuales en aliviarse
mutuamente, pero centrada cada persona por completo en si misma, Es
tun amor al nivel de la «vida independizada» (segunda elipse), posesivo,
dominador y, a veces, destructor.
4. Amor, muerte y poder
En la encrucijada de la muerte se juntan, como ha visto la literatura de
todas las €pocas, amor, poder, tiempo y libertad. Al enunciar juntos los
temas de amor, muerte y poder, vienen a la memoria las conocidas teo-
rias dela psicologia profunda sobre los instintos representados por Eros
y Thanatos (Boothby, 1991). También nos hace evocar lo que los clé-
sicos de la literatura universal han escrito sobre amores que aman has-
ta la muerte y son victimas del poder. Por ejemplo, en el teatro clésico
japonés de Chikamatsu Monzaemon (1653-1724) (cf. Martins Janeira,
1. Meine iogo mane con Leu darame el simponi orga en Se:
sinaco Bos Nova Valdes Op, 1983) Vee sa poercaea Lat, 199415218
186 187Hay otro modo de amar, al nivel (tercera elipse) de la «vida rela-
cionada>. Se trata de un modo de amar que es y deja ser, comunica y
deja comunicar, erece y deja crecer. Conlleva el peligro de encerrar-
se en un egofsmo de dos en compafifa, olvidados del resto del mundo.
Pero puede superarse si, por ayudarse a crecer juntos, sin posesividad
‘ni dominacién o dependencias exageradas, se dejan ser y crecer mutua-
‘mente, abriéndose a los demas. Este amor al nivel de la evida relacio-
nada», descubre cémo ser «uno mismo en cuanto otro» y se encuentra
con sotro si mismo».
En un cuarto nivel (cuarta elipse), de «vida expandida y unificada»,
el amor se extiende desde los amantes ala totalidad del mundo en tor-
‘no, esparciendo alegria de vivir y comunién césmica, no estando frente
al mundo, sino en comunién con todo.
Finalmente, en el nivel de «vida transformada y eternizada> (quinta
clipse) el amor trasciende a la otra persona y a la propia, al mundo y al
tiempos si dice shasta que la muerte nos separe», afiade «hasta més alld
de la muerte», queriendo decir: «hasta que la muerte nos una de verdad
y por completo».
Pasemos a continuacién a considerar también la muerte en esos cinco
niveles. En la primera elipse, nos quedariamos en el aspecto biol6gico de
la muerte como mera cesacién irreversible del metabolismo del viviente.
En el segundo nivel, se vivirfa la muerte como una amenaza y pre
dlominaris claiedere ella el nteato de evadieealvidindol
Enel tercer nivel, se vivirfa con especial intensidad la muerte del ser
querido: muere, «se nos muere». Comenzaria 2 vivenciarse el auténtico
amor eternizador; se cree que el ser amado no debe morir. La muerte
is terrible es la de no amar.
Enel cuarto nivel se comprenderia lo que Rabner llamé apertura alo
spanc6smico» de la persona: romperse las limitaciones fisicocorpéreas y
espaciotemporales que frenaban la comunicacién, expandirse hacia todo
y hacia el Todo.
En el quinto nivel desapareceria la dualidad vida-muerte y, como el
maestro medieval japonés del zen, Dagen, ni se teme ni se desea la muer
tes al vivir la exernidad en el presente, se redime el pasado y se extiende
Ia salvacién al futuro.
Una ver que hemos hecho pasar a las nociones de amor y muerte
por el recorrido de las cinco elipses —como ya hicimos con la nocién
de poder, al hablar de la libertad en el capitulo anterior—, estamos en
condiciones de volver a pensar sobre el poder, enfrentado a la autentici-
dad del amar y del morir, asi como sobre la renuncia al poder, condici6n
para amar hasta morir y para poder morir por amor.
Para el ser humano que vive encerrado en su yo 0 en la superficie de
Jas apariencias, la muerte es una amenaza en un doble sentido. Si estoy
perdido en la superficie de lo efimero, viviendo de ilusiones, la muerte
parecer la confirmacién tiltima de lo transitorio de todo, amenazan-
do con la aniquilacién. Quien la teme solo ha vivido en la cascara de la
vidas pero la muerte le muestra que su persona carece de pulpa. Por eso
ve la muerte como amenaza de sin sentido y absurdidad.
ara quien vive encerrado en la segunda elipse, la del yo individual
encerrado en su ego superficial, la muerte es la amenaza de que le qui-
ten lo tinico que tiene. Para quien haya descubierto en la vivencia del
amor el centro de sf mismo y de la otra persona —donde ambos dicen
ssoy més que yor—, la muerte no amenaza, sino invita a superar los I-
mites dela persona y abrirse alo pancésmico y eterno. El poder de amar
se hace poder de asumir la muerte frente al poder de autoafirmacién y
de dominio, que harfan imposible el amor y se verian amenazados por
a muerte,
Se ha dicho de dos personas enamoradas que estén fuera de si, ena-
jenadas. También se ha usado la alienacién como excusa pata evadirse
de la muerte. Pero éno sera la alienacién precisamente el encerramien-
to en un yo incapaz de amar o en la incapacidad de mirar cara a cara
ala muerte? Por el contrario, en el éxtasis del amor y en el de vivir de
cnra a la muerte, el yo sale de si y se abre ala altcridad al afrontar amor
ymuerte. Al salir de si, reconoce que es «un si mismo en cuanto otro.
Enronces deja de estar alienado para pasar a estar verdaderamente ena-
jenado, en el sentido mejor de la palabra: en éxtasis, fuera de sf, con el
‘minimo de yo superficial y el maximo de yo profundo, ese «yo grande»
de que habla el budismo 0 ese homo superat hominem que recogia Pas-
cal de la tradici6n cristiana, Se encuentra asf el sujeto perdiéndose en lo
otro y encuentra a la otra persona como otro yo, asi como al enigma y
misterio de lo absoluto en el fondo de ambos. En el salir de si, abrién-
dose ala otra persona por amor, y en el reconciliarse con la muerte asu-
ida, se integra el sentido de alteridad esencial para ser uno mismo. El
sechazo egocéntrico del amor y el rechazo de la muerte, por evasién 0
por rebeliGn, deshumanizarian y alienarfan,
Si amar es encontrarse con la otra persona en la unidad diferencia-
da que hace erecer indefinidamente y hace que se expandan los limites
de ambas, tanto el poder y el dominio posesivos como la dependencia
Jnmadura serfan los enemigos del amor. En el amor auténtico y en el
asumir la muerte se difaminarian los limites espaciotemporales, se abri-
las fronteras de nuestra corporalidad y, sin dicotomfas ni dualida-
des, nos acercarfamos a la unidad transformadora: conectarfan mito y
188 189rmistica en el retorno a la unidad, tarea de Ja humanidad, werrante hacia
el sentido» (Sénchez-Rivera, 1990).
‘AL hilo de estas reflexiones se han ido perfilando con mayor nitidez
los dos bandos a que me referia al comienzo: el del amor y la muerte,
‘en una linea, y el del poder, en la trinchera de enfrente. La voluntad de
poder es autocéntrica. En cambio, el amor y la muerte descentran y sar
‘can a uno de si mismo. Inversamente, el salir de sf es condicién para la
autenticidad ante el morir y al amar. Amor y muerte, vividos en auten-
ticidad, tienen cardcter «ex-titico», hacen salir de sf, Pero sila volun-
tad de poder se infltra en el amor o en la actitud ante la muerte, queda
destruido el amor y la muerte se convierte en amenaza. Solamente en
la medida en que se renuncia a las tentaciones del poder y, por tanto,
se sale de si, puede vivirse auténticamente el amor ¥ hacerse posible el
asumir la muerte. Solo en esa medida serfa verdadera la frase «me muero
de amor», porque solamente en ese caso se estaria dispuesto a morit por
amor?, Este es el tema de reflexi6n en el que entraremos a continuacién.
Lo expresan dos dichos populares: morir de amores y morir por amor.
‘Como indica la expresi6n corriente «me muero de amor», amor ¥
‘muerte estén intimamente vinculados. Sin embargo, una cosa es morir
de amores y otra morir por amor. Se dice en lenguaje cotidiano: «me
‘muero de ganas de ver a esa persona y estar con ella». Es una manera
cde expresar el deseo y las ganas de estar con Ia persona qnerida, compa
rindolo a un amor que, por lo fuerte que es, mata. Un cantautor ento-
nnaba:-ca quiero a morir». También se ha hablado de la muerte utilizan-
do el lenguaje del amor. La cancién del legionario lo llama «novio de
la muertes. El refrén dice que shay carifios que mata» o que «el amor
s ciego». Se llama a la persona querida «vida mia» y se le dice «sin ti
me muero» o «tii me matas». El amor es, en literatura, «cuestién de
vida o muerte». En esas expresiones cotidianas se usa el lenguaje de la
muerte para referirse ala vida. Si alguien dice «la quiero a morir», esté
queriendo decir que la intensidad del amor es tan fuerte como para de-
jar sin vida. Si decimos de alguien que «murié de amor», ponemos el
énfasis en Ia intensidad del amor que le llev6 hasta morir. Pero hay que
notar la diferencia de matiz entre estas expresiones y las que se refieren
a dar la vida motivados por el amor. No es lo mismo «morir de amores+
‘que «mori por amor». Si se muere de amor, es que se ama tanto que el
‘amor parece que quita la vida. Si se muere por amor, es que se ha amado
‘al maximo, hasta llegar a dar la vida o arriesgarse a perderla por la per
2. Silas reigiones no remuncian al poder acabarin por matar amor y vida, al inea>
psctaree para ivi un amor que llevea mori y para asumit una muerte que dé vid,
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sona amada. Morirse de amor puede ser posesividad y autosatisfaccién
dominadora de la otra persona, incluso impedir que sea ella misma. En
cambio, morir por amor conlleva la maxima renuncia a todo poder 0
actitud dominadora, hace salir de si.
No es este lugar para un recorrido por la literatura universal. Nos
Ilevarfa desde la philfa griega a los poemas de Rilke o Miguel Hernén-
dez, pasando por el «Fratelli, a un tempo stesso, Amore ¢ Morte» de Leo-
pardi o el «que muero porque no muero» de Teresa de Jestis. Una de las
ms ricas expresiones de amor sera siempre el Cantar de los cantares.
Hay en el Antiguo Testamento otros amores —David, Salomén...— en
los que resaltan aspectos destructivos 0 posesivos, pero en el Cantar de los
Cantares todo es positivo e himno a la vida. El abrazo final es coronacién
del deseo y marca la victoria sobre la muerte: «Grébame como un sello
‘en tu brazo, como un sello en tu coraz6ne (Cant 8, 6). Es en esa parte
final donde aparece la secuencia amor-muerte en el marco del poder
del amor: «Porque es fuerte el amor como la muerte» (ibid.). Resuena
aqui un lugar comiin en literatura egipeia, medio-oriental o griega, pero
‘on una diferencia. Donde los clasicos habrian dicho «mi amada es més
tierna que la muerte», el autor biblico dice «es mas fuerte el amor que la
muerte», Ha hermanado fortaleza, amor y muerte, para hablar del amor
con connotacién de perennidad: sello imborrable.
Hay un texto antabiogréfica impresionante en Del zovtimionto tri
sico de la vida. En 1896 nace Raimundo Jenaro, hijo de Miguel y Con-
cha. Victima de meningitis, tas siete afios de penosa vida y enfermedad,
murié a causa de su hidrocefalia. Unamuno, que vivia el problema de su
angustia metafisica y vefa reflejada en la cabeza gruesa del nifio enfer-
mo el simbolo de su propia crisis intelectual, habfa escrito estos versos:
. Sobre dicho telén de fondo, cala hondo el siguiente texto:
Los amantes no llegan a amarse con dejacién de si mismos, con verdadera fu
sin de sus almes, yno ya de sus euerpos, sino luego que el mazo poderoso del
olor ha triturado sus eorazones remejiéndolos en un mismo almirez de pens.
El amor sensual confundfa sus cuerpos, pero separaba sus almas; mantenia
extrafla una a otra; mis de ese amor tuvieron un fruto de carne, un hijo. Y
se hijo engendrado en muerte, enfermé acaso y se muri6, Y sucedié que
sobre el fruro de su fasién carnal y separacidn o mutuo extrafamiento espi-
ritual, separados y frios de dolor sus cuerpos, pero confundidas de dolor
sus almas, se dieron los amantes, los padres, un abrazo de desesperacién ¥
nacié entonces, de la muerte del hijo de la carne, el verdadero amor espi-
ritual. [...] Porque los hombres solo se aman con amor espiritual cuando
hn sufrido juntos un mismo dolor, cuando araron durante algtin tiempo
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