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El papel de un Estado democrático es velar por la vida y la salud de los ciudadanos desde el
principio de igualdad de derechos para todos.
Existe una oposición epistemológica en la tradición de las ciencias sociales que se opone a la
visión biomédica y psicológica de los fenómenos, y de las enfermedades. Mientras estas
últimas disciplinas han desarrollado la estrategia de individualizar la enfermedad, las ciencias
sociales tienden a socializarla, por ejemplo, Emile Durkheim plantea el hecho de que el
proceso económico de las sociedades industrializadas vaya acompañado de un aumento en los
índices de suicidio.
El rol del enfermo. Talcott Parsons nos dice que la enfermedad es un estado de perturbación
en el funcionamiento normal del individuo humano total, comprendiendo el estado del
organismo como sistema biológico y el estado de sus ajustamientos personal y social. La
enfermedad puede definirse tanto en términos biológicos como sociales. La enfermedad es
una disfunción que implica rupturas con las expectativas y obligaciones sociales del actor
"normal" para introducir una condición de anomalía en donde se inscribe el rol del enfermo.
En la línea del enfoque de Durkheim, la enfermedad es una desviación del mundo normativo
de la sociedad, pues está socialmente sancionada e institucionalizada en figuras como la del
paciente. el marco institucional cumple el papel de legitimación de esa anomalía que es la
enfermedad, así como el encargo de establecer el retorno del paciente a las obligaciones
sociales mediante terapia.
Parsons plantea cuatro atributos básicos del rol de enfermo que él considera como
universales, a pesar de las diversidades culturales:
- Estar enfermo supone una excensión de las obligaciones sociales asociadas a otros roles.
- Los dos últimos atributos tienen que ver con las expectativas que la sociedad deposita en el
enfermo: este tiene que entender su situación como algo no deseable y debe buscar ayuda
técnica.
La noción parsoniana de rol del enfermo puede resultar de cierta utilidad para el estudio de las
enfermedades agudas y episódicas, pero muestra muchas incongruencias cuando se aplica al
terreno de las enfermedades crónicas y los trastornos mentales. En el caso de las disfunciones
que implican una cronicidad, una prolongación en el tiempo no necesariamente nos
encontramos ante una excensión de las obligaciones sociales.
Hay que pensar que las enfermedades crónicas en la sociedad moderna no se corresponden
con una obligación social, ya que en muchos textos sociales se interpretan las disfunciones
somáticas y psíquicas como una consecuencia de la transgresión de un orden moral.
Probablemente Goffman está imbuido con una idea de trastorno mental en tanto que
conducta bizarra, que rompe con la lógica de las normas sociales y mueve a iniciativas de
coerción y exclusión mediante el confinamiento en un hospital psiquiátrico.
El hospital es para Goffman una sociedad a pequeña escala que adquiere en su caso carácter
de representación teatral con sus papeles asignados, su jerarquía y sus tendencias plenamente
absorbentes de la vida de los internos.
El entendimiento de la enfermedad como un conjunto de papeles asignados socialmente, o
como un proceso de modificaciones progresivas de posiciones y roles en la forma de una
carrera o un trayecto, supone reconvertir las disfunciones somáticas o psicológicas en formas
de acción social. El supuesto de este planteamiento es que los individuos afectados tienden a
modelar sus conductas en términos de las expectativas sociales y de la estructura organizativa
de los grupos, ya se produzcan estas en el contexto de una institución total o sociedad más
amplia. La enfermedad se convierte en un fenómeno dependiente no sólo de procesos
fisiopatológicos o psicopatológicos, sino de las propias relaciones sociales y de sus conjuntos
normativos.