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“EL ÍDOLO” Y LA REALIZACIÓN RITUAL EN EL SUEÑO

Adriana Albornoz Solarte1

“¿Cabe un mito más estúpido que el de Fausto?”


El ídolo – Adolfo Bioy Casares

En el cuento “El ídolo”, del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, es posible descubrir
las trazas de un acontecimiento mítico que sale a flote por medio de un ritual que
encuentra su realización en el sueño. Ahora bien, para empezar es importante
reconocer el mito como una historia sagrada que relata un acontecimiento que ha
tenido lugar en el tiempo primordial, un tiempo en el que “gracias a las hazañas de los
Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total,
el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un
comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una “creación”:
se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser”.2

La identificación de este concepto de mito en el contexto particular de esta narración,


requiere de un análisis del código semiótico que propone la figura central del ídolo celta
que se convierte en el hilador de la trama en la que se ve envuelto nuestro protagonista:
“una estatua de madera, de menos de cincuenta centímetros de altura, que representa
un dios con cabeza de perro, sentado en un trono. Trátase, lo sospecho, de una forma
bretona de Anubis. A la testa del dios egipcio – fina, de chacal las veces – la reemplaza
aquí la de un tosco perro de guardia”.3

1
Licenciada en Filosofía y Letras – Universidad de Nariño, Magíster en Etnoliteratura – Universidad de
Nariño.
2
ELIADE, Mircea. “Mito y realidad”, Barcelona: Labor, 1991, p. 7.
3
BIOY CASARES, Adolfo. “El ídolo” en Obras Completas – Cuentos I, Santafé de Bogotá: Norma, 1997,
p. 55.
Como lo anuncia el mismo narrador la relación más directa se establece con el dios
Anubis, dios de los muertos en el panteón egipcio y considerado inventor del
embalsamamiento, guardián de las tumbas y juez de los muertos. Entre los egipcios se
le llamó “El que abre las puertas de abajo” o “Señor del País sagrado”, como guardián
de las puertas de la Duat, el “otro mundo” o mundo de los muertos. También se le
conoce como “El que cuenta los corazones”, ya que Anubis imponía las manos al
difunto para quitarle el corazón y llevarlo al juicio de Osiris4, en donde era pesado bajo
su vigilancia con el fin de establecer si el dueño de ese corazón era un alma justa o
impura. El culto a su divinidad pretendía alcanzar la gracia de su protección para los
difuntos.

Era representado como un hombre con cabeza de chacal, asociación que seguramente
se debe al hábito de los chacales de desenterrar las tumbas para alimentarse. Su cara
es de color negro, simbolizando la putrefacción de los cuerpos y la tierra fértil, hechos
relacionados con la resurrección. Según Plutarco, en Anubis confluyen los rasgos de las
hermanas Neftis5 e Isis6, ya que la primera manifiesta lo existente bajo la tierra, lo que
no se ve, y la segunda, lo que se ve; el dios chacal es el punto de unión entre ambas

4
Osiris: según la tradición egipcia representa las fuerzas masculinas productivas de la naturaleza, llegó a
identificarse con la puesta del sol. Era considerado el soberano del reino de los muertos en la misteriosa
región bajo el horizonte occidental. Osiris era hermano y marido de Isis, diosa de la tierra y la luna, que
representaba las fuerzas femeninas productivas de la naturaleza. Según la leyenda, Osiris, como rey de
Egipto, encontró a su pueblo sumido en la barbarie y les enseñó la Ley, la Agricultura, la Religión y otras
ventajas de la civilización. Fue asesinado por su malvado hermano, Set, quien cortó su cuerpo en
pedazos y dispersó los fragmentos. Isis, sin embargo, encontró y enterró sus fragmentos, y llegó a
venerarse después cada lugar de enterramiento como suelo sagrado. Su hijo Horus, que nació de Osiris
transitoriamente resucitado, vengó la muerte de su padre matando a Set y después ascendió al trono.
Osiris vivió en el submundo como soberano de los muertos pero, gracias a Horus, se lo consideraba
también como la fuente de la vida renovada.
5
Neftis: representa la oscuridad y todo lo que se refiere a ella: la parte invisible, la noche, la muerte como
paso a la otra vida; en este sentido es lo opuesto a su hermana Isis, sin embargo las dos están asociadas
de forma inseparable y suelen actuar juntas en todo lo que concierne al bienestar del difunto, asistiéndole
en su paso hacia el Más Allá por medio de cánticos. Por su participación en el mito de Osiris, ayudando a
Isis a embalsamar al dios muerto, estuvo muy relacionada con los difuntos y fue llamada "Señora del
cuerpo (de Osiris. Recibió el apelativo de "Mujer que no tiene vagina" en su relación con Seth, pero
mantuvo relaciones con Osiris, y de su unión tuvo a Anubis.
6
Isis: en la mitología egipcia, diosa de la fertilidad y de la maternidad. Era hija del dios Geb (tierra) y de la
diosa Nut (cielo), hermana-esposa de Osiris, juez de los muertos, y madre de Horus, dios del día.
Antiguas historias describen a Isis como poseedora de una gran destreza mágica. Se la representa con
forma humana aunque frecuentemente se la describe provista de cuernos de vaca.
zonas: el horizonte, es por ello que también se le da la forma de un perro porque estos
ven tanto en las tinieblas como en la luz.

De todo lo anterior se infiere que esta “forma bretona de Anubis” se relaciona con la
muerte y un culto a quien se podría llamar el “Señor de la necrópolis”7. ¿Cómo describir
ese culto? Probablemente como una ceremonia hermética, propicia de una zona como
la que menciona nuestro narrador, un lugar cerril y apartado “como Gulniac, en
Bretaña”.8 Un lugar desolado, apto para dar cimiento a un edificio con profundo
abolengo: el castillo de los Gulniac, cuyo último señor, en palabras de una maternal
viuda, “había perdido en orgías el dinero y la salud”.9 Sin embargo, la definición de
orgías se muestra difusa en tanto no hay una descripción explícita de ellas, al parecer
se asumen como causa necesaria para que un efecto tan atroz como el sufrido por el
señor de Gulniac haya sido posible. La condena de todos los hombres de la familia
Gulniac es la ceguera. “Debe ser un mal hereditario”.10

El castillo es un espacio inquietante, sobre todo porque su dueño se hace invisible; la


recepción de los visitantes está a cargo de “tres graciosas damiselas: una muchacha
escoltada por dos niñas silenciosas, que parecían sus criaditas”.11 Es como si el señor
de un templo decadente hubiera dejado los rituales en manos de sus púberes y
virginales sacerdotisas, quienes finalmente lo han sometido. Una de esas jovencitas
conduce al narrador “a través de galerías y de túneles, de sótanos y de torres”12,
descubriéndole a cada centímetro los antecedentes de la arquitectura y lo indescriptible
de la historia. Son esos bastos corredores los que le conducen ante la presencia del
ídolo: “Bajamos a la cámara del perro por un corredor estrecho y oscuro; un oblicuo
rayo de luz, que penetraba por una ventana lateral, caía certeramente sobre el dios; a
los pies del trono se dilataba un diván de piedra; atrás, labrados en dos lápidas

7
Nombre con el que también se conoce a Anubis.
8
BIOY CASARES, Op. Cit., p. 52.
9
Ibíd., p. 53.
10
Ibíd., p. 53.
11
Ibíd., p. 54.
12
Ibíd., p. 54.
clavadas en la pared, había, a la izquierda, unos ojos, a la derecha, una puerta. El dios
estaba recubierto de clavos”.13
En este punto es obvia la existencia de un culto, de una tradición ceremonial observable
desde la analogía con la figura egipcia de Anubis; por lo tanto, en el ídolo es posible
reconocer a un dios de los muertos, un dios que permite a las almas de los difuntos
alcanzar el otro mundo. Para este cometido, según los egipcios el espíritu de los
difuntos era conducido por Anubis hacia el lugar del juicio, en la “sala de las dos
verdades”, y el corazón del muerto, que era el símbolo de la moralidad del difunto, se
pesaba en una balanza, contra una pluma que representaba el Maat, el concepto de
verdad, armonía y orden universal. Si el resultado era favorable, el difunto era llevado
ante Osiris, para vivir bajo su gracia; cuando la sentencia resultaba negativa, el corazón
era destruido por Ammit ("el devorador de corazones", que se representaba como un
ser mezcla de cocodrilo, león e hipopótamo), con lo que se impedía su inmortalidad.

En el caso del dios con cabeza de perro guardián hay dos aspectos que permiten
entenderlo como guía, esos elementos son las piedras labradas con la imagen de unos
ojos y de una puerta. La puerta simboliza la entrada hacia el mundo regido por el dios;
los ojos tal vez sean el órgano que se someta a la medición de la balanza. Lo
interesante en este punto radica en el hecho de que el dios puede estar buscando su
mirada, sobre todo si se tiene en cuenta lo implacable de su cara. “La observé con
detención. Comprendí por qué la estatua miraba con esa expresión vacía y atroz: No
tenía ojos”.14 O tal vez está buscando su alma, ya que “no le pusieron ojos para indicar
que no tiene alma”15. Con esto se hace un recorrido desde el dios egipcio que conduce
las almas hacia el mundo del más allá, hasta el dios bretón que atrapa las almas con el
fin de darle sentido a su propio vacío.

Caprichosamente los fieles a este culto pertenecen al género masculino, a las mujeres
les queda signado el hecho de ser quienes manejen los hilos de la red que atrape a los
13
Ibíd., p.p. 55-56.
14
BIOY CASARES, Op. Cit., p. 56.
15
Ibíd., p. 56.
nuevos creyentes. Ellas son las encargadas de pronunciar las evocaciones rituales que
trazan los límites en que se llevan a cabo las ceremonias de consagración de los fieles
al dios. Las pasiones se ligan a la figura de un femenino indescriptible, debido a la
dualidad que se percibe a través del hecho de su visibilidad e invisibilidad, aspectos
variables de acuerdo con la necesidad de su acción; si Geneviève Estermaría debía ser
desconocida, por su invisibilidad, en el plano de la realidad ligada a lo antiguo, del
castillo de Gulniac, en Bretaña, en el espacio del sueño y de la semirrealidad, vividos
por nuestro narrador y su amigo Martín Garmendia, ella debía ser completamente
visible y contundente en su efecto trascendente al sueño. Su poder de seducción es
casi imperceptible, se hace repugnante debido a lo incomprensible del hecho: “Esta
mujer me destruye. Sueño todas las noches con ella. Tengo sueños románticos y
tontos, que al otro día me repugnan. En cuanto me duermo empiezo a amarla con una
pasión casta y denodada”.16 Con ello el sueño es el espacio del ritual.

El sueño es el elemento comunicante de las experiencias concientes de los personajes


masculinos, al tiempo que se convierte en el hilo conductor de las emotividades, falsas
a sus ojos, que los atan a la sacerdotisa de un rito antiguo que sólo a través de lo
onírico se hace evidente. La importancia del ritual como sustento del elemento
simbólico es inapelable, su llamado al sueño es el evento ceremonial complementario y
anticipatorio del encuentro con el ídolo: dios nocturno, hacedor de la cruel perfección de
las tinieblas, “mastín celestial (que) te (vigila) con los ojos de todos sus fieles”17.
Asumiendo estas consideraciones se puede hablar de una sustitución subconsciente en
la que se reemplaza una acción por un pensamiento que, a pesar de parecer alejado
del mundo, proyecta una realidad que puede remitir o no a algo diferente de ella misma.

En la geografía del sueño el mundo del ídolo adquiere validez, ya no es un dios ciego
porque tiene los miles de ojos de todos sus fieles; además, su seno ya no está vacío
porque en él se encuentran las miles de almas de quienes han sido arrastrados por su

16
BIOY CASARES, Op. Cit., p. 62.
17
Ibíd., p. 55.
magia. En el sueño se lleva a cabo la ceremonia y el pacto es sellado: “Desde el
corredor sólo era visible la parte de la cámara que estaba frente a la entrada; la secreta
mecánica de los sueños me permitió ver lo que yo temía. Garmendia yacía en la cama
de piedra; la muchacha, con una túnica blanca y leve, que en mis sueños denotaba a la
sacerdotisa, estaba arrodillada al borde de la cama, mirándolo extáticamente. En el
suelo había unos clavos y un martillo. Geneviève tomó un clavo, levantó el martillo con
interminable lentitud y yo me cubrí los ojos. Después Geneviève me sonreía, decía “no
es nada” y, tranquilizadora, me mostraba en el cuerpo del ídolo dos relucientes clavos
nuevos”.18

Los clavos en el cuerpo del ídolo son la firma de un acuerdo, pero ese contrato parece
aceptado unilateralmente; los puntos de esa alianza nunca son expuestos, simplemente
se experimenta el ansia de sumergirse en el sueño, para poder dar alivio al
inconveniente enamoramiento. El nuevo fiel debe presentar una ofrenda y a la manera
del doctor Fausto entrega su alma al ídolo, quien astutamente sella su pacto robándole
la visión: “Geneviève me ha robado el alma”.19 Surge una nueva relación entre el fiel y
su mundo, un contacto indirecto que le hace percibir otra representación de lo que le
rodea, propiciando la construcción de un mundo distanciado de la realidad material,
ligado al deseo, la muerte y el sueño.

Cada clavo es la alianza sin voz, cargada de ojos, ojos que ya no ven la realidad del
mundo ausente del conjuro sagrado. Creación de un nuevo mundo, un concilio nunca
declarado, simplemente establecido en la comunión de un efecto compartido: ser un
clavo más apuñalando el cuerpo del ídolo. Puñalada certera que destroza una
conciencia propicia al mundo exterior. Los ojos que han dejado de ver para ver, en un
tiempo indeterminado de espacialidad no situacional; los ojos que son puñalada sobre
el cuerpo vacilante de la certeza; los ojos que bañan de oscuridad el plano de la visión
espectral, especular.

18
BIOY CASARES, Op. Cit., p. 70.
19
Ibíd., p. 72.
El elemento simbólico establece el vínculo social, un vínculo cuya aceptación escapa a
la conciencia, pero que prevalece tras el sopor del sueño, del sin-despertar. El vínculo
se transforma en hecho, acción evidente a la mirada sin ojos del ídolo: la trascendencia
platónica se torna en real irrealidad, la ceguera conduce al olvido de la materialidad
exterior al rotar los ojos en una mirada hacia el interior, llamémoslo espiritual, que sólo
deja ver el alma, de la cual ya no se es poseedor sino simplemente portador. Ahora,
ese dios perro se ha adueñado de su alma y en una muda comunión los vasallos del
culto son devotos amantes de la sacerdotisa, dueña del pacto.
BIBLIOGRAFÍA

• BIOY CASARES, Adolfo. Obras Completas – Cuentos I, Santafé de Bogotá:


Norma, 1997
• ELIADE, Mircea. “El mito del eterno retorno”, Buenos Aires: Emecé, 2001
• __________________. “Lo sagrado y lo profano”, México: Gadarrama, 1981
• __________________. “Nacimiento y renacimiento - El significado de la
iniciación en la cultura humana”, Barcelona: Kairós, 2001
• http://www.egiptomania.com/mitologia/panteon/anubis.htm
• http://www.lamaquinadeltiempo.com/Bioy/indexbioy.htm
• http://triplov.com/coloquio_05/reinhard.html

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