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Lección 9: Cómo experimentar el amor de Dios, Parte 1

Una de las necesidades más profundas de cada individuo es ser amado. Sentirse solo y no amado
puede ser devastador.
Sin embargo, la mayoría de nosotros siente eso en algún momento. Una adolescente escribió:
En el transcurso  de este último año, tres de mis amigos intentaron suicidarse. La vida era demasiada
carga para ellos. No podían enfrentarse a la vida. El mundo los destruyó hasta que llegaron al punto en
que pensaron que su única escapatoria era la muerte.
La soledad es universal. Carcome tu vida. Produce un vacío, un temor a la muerte, un hambre de ser
comprendido y amado. La soledad es una enfermedad. Y es muy dolorosa. Para algunos duele tanto que
harían cualquier cosa por huir.
Tú puedes tener un millón de amigos íntimos y seguir sintiendo soledad. Puedes ser la persona más
hermosa, más popular o de más éxito en la tierra y aun así sentir soledad. No importa qué haces, a
dónde vas o qué intentas ser, la soledad carcome tu corazón.
Las personas que sufren soledad necesitan amor: amor tierno y vivo…el amor puede matar la soledad.
¡Las personas necesitan desesperadamente ser amadas! Cada individuo necesita ser amado por
alguien que es importante para él.
Cualquiera que sea tu situación, existe un amor que puede satisfacerte plenamente. Es un amor que todos
pueden experimentar. ¿Qué amor es este? Es el amor de Dios y el amor de Su Hijo, Jesucristo.
La misma jovencita que escribió en cuanto a la soledad encontró la cura para ese mal a través de Dios y
de Su amor. Esa misma joven escribió:
Dios es amor. Jesucristo nos mostró el amor de Dios…El dejó la gloria del cielo para humillarse en
forma de hombre—siendo Dios, anduvo entre los hombres para mostrar Su amor. El fue obediente
hasta la cruz, pero al tercer día, el amor rompió las ataduras de la muerte con el poder de la
resurrección…Pídele a Jesús que entre ahora mismo a tu corazón y te llene con Su presencia, trayendo
amor y misericordia… El quitará tu soledad.
La historia de amor más grande en todo el mundo
La historia de amor más grande en todo el mundo se encuentra en la Biblia. Es una historia real y se
trata de ti y de mí. Es la historia del amor de Dios para nosotros.
Esta historia de amor empieza con la creación del hombre. Entre todas las criaturas que Dios hizo, el
hombre tiene el lugar más alto porque fue creado "a imagen de Dios".
Dios le dio al hombre la habilidad de tomar decisiones. Podía escoger amar y obedecer a Dios, o podía
escoger desobedecerlo y andar por su propio camino.
Sabemos qué fue lo que pasó—el hombre decidió rebelarse en contra de Dios y andar por su propio
camino. Esto no sólo lo hizo el primer hombre, Adán, sino cada uno de nosotros.
La Biblia dice:
"Todos nosotros nos descarriamos… cada cual se apartó por SU CAMINO". Isaías 53:6
A causa de nuestra rebelión y desobediencia, estamos separados de Dios y no podemos experimentar
Su amor.
No sólo estamos separados de Dios, sino que tenemos problemas el uno con el otro. La razón por esto
es sencilla: Todos queremos hacer nuestra propia voluntad. Cada uno de nosotros piensa: "¡Haré lo que
yo quiero!"
Esta actitud de egoísmo está en el corazón de cada persona y es la causa de todos nuestros problemas.
Causa más problemas familiares y destruye más matrimonios que cualquier otra cosa.
Mientras andamos en nuestro propio camino y hacemos nuestra propia voluntad, no experimentamos el
amor de Dios. Pero Dios sigue amándonos y se esfuerza por traernos a Sí Mismo. Es por eso que envío a
Su Hijo al mundo.
Jesús nos amó tanto que murió por nosotros.
Aunque era el Hijo de Dios, Jesús decidió entregar Su vida por nosotros. A Jesús nadie le quitó la vida.
El decidió entregarla. Jesús dijo: "Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
yo de mí mismo la pongo" (Juan 10:17-18).
La muerte que sufrió Jesús fue cruel y vergonzosa. Los soldados romanos le quitaron Su ropa y
amarraron Sus manos a un poste. Lo golpearon con un látigo hecho de tiras de cuero en el que los
soldados habían entretejido pedazos filosos de metal en las puntas de las tiras.
Cuando Jesús fue azotado con ese látigo los pedazos de metal cortaban su carne. Su espalda quedó
ensangrentada. Los hombres se burlaban de El, le escupían y le pusieron una corona de espinas en la
cabeza. Lo obligaron a cargar una pesada cruz hasta el lugar de Su crucifixión.
Jesús fue crucificado en un lugar llamado el Calvario. Sus manos y Sus pies fueron clavados en la cruz.
Dos ladrones fueron crucificados con El, uno a Su mano derecha y el otro a Su mano izquierda. Esos
hombres eran muy malvados. Estaban muriendo por sus propios pecados. Pero Jesús no tenía pecados
propios. Estaba muriendo por nuestros pecados.
¿Por qué tuvo que morir Jesús?
Muchas personas no comprenden por qué Jesús tuvo que morir en la cruz. Dicen: "¿Por qué no
decidió Dios simplemente perdonarmos? ¿Por qué tuvo que morir Jesús?"
La razón por la que Dios no pudo "simplemente perdonarnos" es que Dios es el Juez justo del universo,
y nosotros hemos quebrantado Sus leyes. El ha dicho: "El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel
18:20).
Hemos pecado; por lo tanto, merecemos morir. Dios nos ama y desea perdonarnos, pero no puede ser
injusto. Dios siempre hace lo que es correcto. La Biblia dice: "Justo es Jehová en todos sus
caminos" (Salmo 145:17). Puesto que es justo, Dios no puede pasar por alto nuestros pecados o fingir
que no los ve.
¿Cómo proveyó Dios la salvación para nosotros a la vez que guardó Su justicia? Lo hizo al tomar
nuestro castigo y al pagar la pena de nuestros pecados.
Un anciano fue presentado ante un juez. Era acusado de robar pan.
El juez le preguntó si era culpable. El anciano confesó que sí lo era, pero agregó: "Robé el pan porque
tenía hambre".
El juez era un hombre sabio y bondadoso y amaba a las personas. Le dijo al hombre: "Señor,
comprendo su problema, pero no puedo permitir que las personas roben porque tienen hambre. Usted
ha quebrantado la ley. Tendrá que pagar una multa o ir a la cárcel".
El anciano sacudió lentamente su cabeza y dijo: "No tengo dinero".
Entonces el juez hizo algo hermoso e inesperado. Se quitó su túnica de juez, dejándola en una silla, y
bajó del estrado para pararse junto al anciano. Poniendo su mano sobre el hombro del anciano,
dijo: "Como juez, tuve que sentenciarte, pero como tu amigo quiero pagar tu multa". El juez sacó dinero
de su propia cartera y pagó la multa del anciano.
Somos como ese hombre que hemos quebrantado la ley y que no podemos pagar. Hemos quebrantado
las leyes santas de Dios y merecemos ser castigados. Pero Dios el Hijo nos amó tanto que se quitó Su
túnica como nuestro Juez y vino al mundo para morir en la cruz por nuestros pecados.
La verdad más preciosa de toda la Biblia es que el Hijo de Dios nos amó tanto que dejó el cielo, se
hizo Hombre y murió en la cruz por nuestros pecados.
Puesto que Jesucristo pagó la pena justa por nuestros pecados, Dios puede
perdonarnos justamente cuando confiamos en Cristo como nuestro Salvador. Dios no pasa por alto
nuestros pecados ni finge que no sabe que hemos pecado, pero nos perdona porque ve la sangre que Su
Hijo derramó por ellos.
Nunca debemos dudar del amor de Dios por nosotros. El nos ha mostrado Su amor al darnos a Su
amado Hijo para morir por nosotros.
¿Por qué no experimentamos el amor de Dios?
Si Dios nos ama tanto, ¿por qué es que no experimentamos Su amor? La razón por la que no
experimentamos el amor de Dios es que estamos separados de El. Para poder tener la vida de Dios y
experimentar Su amor, debemos nacer de nuevo:
"Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios". Juan 3:3
¿Qué significa "nacer de nuevo"? Significa nacer en la familia de Dios a través del nuevo nacimiento
espiritual. No podemos nacer de nuevo físicamente, pero podemos nacer de nuevo espiritualmente. Para
nacer de nuevo, debemos arrepentirnos de nuestros pecados y recibir al Señor Jesús como nuestro
Salvador.
Lo que significa el arrepentimiento
Arrepentirse significa "dar la media vuelta" y caminar en la dirección opuesta. La razón por la que
necesitamos "dar la media vuelta" es que hemos estado en el camino equivocado. No hemos estado en el
camino de Dios. Más bien, hemos estado yendo por nuestro propio camino. La Biblia dice: "Cada cual
se apartó por su camino" (Isaías 53:6).
Cuando vamos por nuestro propio camino y hacemos lo que queremos, no podemos experimentar el
amor de Dios. Es por eso que la Biblia dice que debemos arrepentirnos, o sea, dar la media vuelta y
caminar en la dirección opuesta.
El arrepentimiento no es derramar lágrimas por tus pecados. Muchas personas lloran y le claman a
Dios sin arrepentirse.
El arrepentimiento no es castigar o afligir tu cuerpo o ayunar. Nadie puede deshacerse de sus pecados
al hacer estas cosas.
El arrepentimiento no es sólo lamentarte por tus pecados. Un preso puede lamentarse de que tiene que
sufrir las consecuencias de sus pecados. Sin embargo, si lo liberaran, volvería a sus viejos caminos.
El arrepentimiento no es temor. Algunas veces, en tiempo de gran peligro, los hombres que
acostumbran maldecir quedan callados e incluso claman a Dios y le piden misericordia. Pero cuando el
peligro pasa, empiezan a maldecir de nuevo. No se han arrepentido.
El arrepentimiento es "dar la media vuelta". Es ver que has hecho lo malo, confesándolo de manera
honesta y con suficiente sensatez para dejar el pecado. Esto puede suceder instantáneamente.
El arrepentimiento es un cambio en la actitud de tu corazón que produce un cambio en tus acciones.
Una cosa que ayuda a producir este cambio en nosotros es ver que nuestros pecados fueron puestos
sobre Jesús en la cruz. Un hombre dijo la siguiente historia de cómo, cuando era niño, se arrepintió de su
pecado de robar:
Fui criado por mi abuelita. Ella era una cristiana devota. Me amaba y yo la amaba. Pero cuando era
pequeño, tenía la mala costumbre de robar. Eramos pobres, y yo tomaba cosas que no me pertenecían.
Mi abuela me castigaba por robar, pero eso no me detenía. Cuando veía algo que yo quería, lo tomaba.
Un día mi abuelita me dijo: "Hijo, te he castigado por robar y parece que no has entendido. Te amo
demasiado como para permitir que sigas haciendo esto. La próxima vez que llegues a casa con algo que
no te pertenece, voy a tomar uno de mis ganchos para tejer y lo voy a calentar en el fuego. Y luego voy
a quemar tu mano ladrona tanto que nunca lo olvidarás".
Por mucho tiempo no tomé nada. Sabía que mi abuelita me había hablado en serio. Pero en una
ocasión regresé a mis viejos caminos. Llegué a casa con mis bolsillos llenos. Mi abuela se fijó, pero al
principio no dijo nada. Finalmente no pudo quedar callada.
Mi abuela me ordenó: "Vacía tus bolsillos". Lo hice, sacando una navaja, dos pelotas, un trompo, una
goma y varias monedas.
"Hijo, ¿dónde conseguiste esas cosas?" No le contesté. De nuevo preguntó: "Dime dónde conseguiste
esas cosas". No le contesté. Mi abuela dijo: "Bueno, entonces haré lo que dije que haría".
Tomó uno de sus ganchos para tejer y lo puso en el fuego. Cuando quedó rojo, me llamó y dijo: "Hijo,
dame tu mano".
Yo estaba temblando al extender mi mano, pero sabía que había hecho algo malo. Sabía que merecía
mi castigo. Entonces mi abuela dijo: "Hijo, para que puedas comprender la seriedad de tu pecado,
nunca lo olvides y quedes curado de él, tengo que hacer un ejemplo de esto. Ahora quiero que mires
fijamente".
En ese momento ella abrió  su propia mano delicada y la atravesó rápidamente con el gancho caliente.
Escuché cómo se quemó su carne, olí el humo. Y eso fue todo. Sacó el gancho de su mano. Extendió su
mano y dijo: "No quites tus ojos de mi mano".
Nunca volví a robar.  Desde ese día en adelante comprendí la seriedad de mi ofensa y lo que le había
costado a la persona que me amaba tan tiernamente, y a quien yo amaba.
¿Qué fue lo que causó que ese muchacho cambiara la actitud de su corazón? Ver cuánto su abuelita lo
amaba y cuánto había sufrido por él.
Ver cuánto nos ama Cristo y cuánto sufrió por nosotros, causa un cambio en la actitud de nuestro
corazón. No hay amor más grande que el amor que Cristo tiene por nosotros. La Biblia dice:
"Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos". Juan 15:13
¿Cuál es tu reacción?
En Su Palabra, Dios nos ha dicho que todos los que se arrepienten y reciben a Cristo como su Salvador
estarán con El para siempre en un lugar hermoso llamado el cielo. Por otro lado, la Biblia nos dice
claramente que Dios ha preparado un lugar para los que no desean amarle y obedecerle. El infierno es el
mundo eterno de los rebeldes y desobedientes.
Si tú te das cuenta que has estado en el camino equivocado, sólo hay una cosa que debes hacer—dar la
media vuelta y continuar en la dirección contraria. Quizás digas que no sientes nada especial, pero Dios
no nos dice que esperemos alguna sensación fuera de lo común. El nos dice que vengamos a El ahora.
Quizás tú digas: "¿Pero cómo me va a recibir Dios después de todo lo que le he hecho?" Si tú acudes a
El con verdadero arrepentimiento, El te recibirá con amor y perdón. El Señor Jesús dejó esto en claro en
una de las historias más hermosas de la Biblia. La conocemos como la historia del Hijo Pródigo. Vamos
a leer la historia—ampliada—para poderla entender un poco mejor.
El Hijo Pródigo
Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que
me corresponde.
"Padre, me gustaría que me dieras de una vez mi herencia".
"¿Por qué, hijo? ¿Hay algún problema?"
"No, en realidad no. Pero ya me aburrió este lugar. Quiero vivir mi propia vida. Quiero ser libre".
Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una
provincia apartada.
Al salir de la casa, el hijo se encuentra con un extraño en el portón que lo saluda y le pregunta: "¿Cuál
es tu nombre, hijo?"
El hijo responde: "Me llamo José. ¿Y usted cómo se llama?"
"Bueno, algunas personas me dicen el diablo, pero no me gusta ese nombre. No parezco un diablo,
¿verdad?"
José dice: "No. Más bien, parece ser una persona muy distinguida".
"Y sí lo soy, hijo. Tengo muchos amigos entre las personas importantes. Yo les ayudé a hacerse ricos.
Por cierto, ¿a dónde vas?"
"Voy a vivir mi vida como a mí me guste.  Le dije a mi padre que me diera mi herencia para que yo
pudiera salir al mundo para hacer lo que quisiera".
"Eso fue lo mejor que pudiste haber hecho, hijo. Sólo se vive una vez, y debes aprovechar la vida al
máximo. Si quieres divertirte, yo soy la persona indicada para ayudarte. Te llevaré a donde está la
acción y te presentaré con algunos de mis amigos".
En la tierra lejana, el diablo presenta a José a algunos amigos nuevos: "Oigan, muchachos, quiero que
conozcan a José".
"Hola, José".
"Muchachos, José tiene mucho dinero y quiere divertirse".
"¡Bienvenido, José!  ¡Gusto en conocerte! Tú eres el muchacho que estábamos buscando. Estamos
planeando una fiesta muy grande para hoy, y tú serás nuestro invitado de honor. (Además, ¡tú pagarás
todo!)"
Y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran
hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
José se gasta todo su dinero. Empieza a buscar a sus amigos para ver quién le ayudaría.
"Jaime, me falta dinero. ¿Podrías prestarme un poco?"
"Lo lamento, José, pero yo tampoco tengo mucho. Me gustaría ayudarte, pero ya sabes cómo están las
cosas".
Va con otro amigo: "Miguel, tú sabes que yo pagué todas esas fiestas que tuvimos. Ahora ya no tengo
dinero. ¿Podrías prestarme un poco?"
"Lamento saber que ya te quedaste sin dinero, José, pero no puedo ayudarte. Tengo que cuidar de mí
mismo".
José decide pedirle prestado al dueño del bar. "Señor Cantinero, usted sabe que he gastado mucho
dinero en su bar. Ahora necesito un poco de ayuda. ¿Me podría prestar algo hasta que consiga un
empleo? Después le pagaré todo".
"Lo lamento, muchacho, pero no me dedico a prestar dinero. Si yo le prestara dinero a cada fulano
como tú, yo mismo también quedaría pobre".
"¿Puede por lo menos permitirme comer aquí por un tiempo? Le pagaré lo más pronto posible".
"Lo lamento, muchacho. Sin dinero, no hay comida. Los negocios son negocios".
Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que
apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le
daba.
"Señor, necesito un empleo".
"Lo lamento, muchacho, pero no te puedo contratar. Estamos pasando una fuerte sequía y las cosas
son muy difíciles ahora".
"Pero señor, tengo que trabajar. No me importa si no me paga, sólo quiero que me dé de comer. No he
comido en dos días—haré cualquier cosa".
"Bueno, ya que lo dices así, te daré algo que hacer. Tengo unos puercos y necesito quien los cuide. Si
haces un buen trabajo, te daré algo de comer".
Al cuidar a los cerdos, José comienza a pensar: "Qué tonto he sido. Dejé un buen hogar donde tenía
todo lo que podía desear. Ahora he gastado todo mi dinero y tengo tanta hambre que podría comerme
la comida de los puercos".
Y volviendo en sí, dijo: "¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí
perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros."
José está pensando: "Vaya, quisiera estar en casa. A los siervos de mi padre les va cien veces mejor que
a mí. Tienen buenas casas y suficiente comida, y yo casi me muero de hambre. Me pregunto si mi padre
estará dispuesto a perdonarme después de la manera en que he vivido. Ya no soy digno de ser su hijo.
Me dará gusto simplemente ser uno de sus siervos. Voy a regresar a decirle lo necio que he sido. Le voy
a pedir que me perdone y que me permita ser uno de sus siervos".
Al acercarse José a su casa, su padre lo ve y se pregunta: "¿Será José? Se parece. ¡Sí, es él! Lo
reconozco por su forma de caminar".
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su
cuello, y le besó.
José tiene lágrimas en sus ojos.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Parece que el padre ni siquiera escucha a José. Exclama: "Hijo, ¡has regresado a casa!"
Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y
calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi
hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Jesús nos dio esta hermosa historia para mostrarnos cuánto nos ama Dios y cómo nos recibirá
cuando vengamos arrepentidos delante de El. Ahora la pregunta es: ¿Dónde estás tú? ¿Estás en una
"tierra lejana"—lejos de la casa del Padre? ¿Por qué no te acercas a El? ¿Por qué no regresas a casa?
No tienes que decir alguna oración formal. A Dios le gusta que se le hable desde el corazón.
Simplemente dile:
"Padre, he pecado contra Ti. He sido una persona rebelde y egoísta. Pero estoy regresando a casa.
Por favor perdona mis pecados por amor a Jesús".

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