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AMIGO-Clinica de Los Fracasos Del Fantasma
AMIGO-Clinica de Los Fracasos Del Fantasma
del fantasma
Silvia Amigo
SEGUNDA EDICI6N
Corregida y ampliada
ISBN 950-808-459-6
1.Psicoanálisis 1. Título
CDD 150.195.
ISBN N°950-808-459-6
CAPÍTULO I
El goce fálico y la significación fálica ......................... 19
CAPÍTULO II
Notas sobre el “Potlatch” .............................................. 45
CAPÍTULO III
Apuntes sobre Hamlet .................................................. 67
CAPÍTULO IV
El relato de los sueños .................................................. 85
CAPÍTULO V
Uno unario. Uno unificante .......................................... 95
CAPÍTULO VI
Somos semejantes, somos únicos .................................. 111
CAPÍTULO VII
¿Qué significa comer? ................................................... 125
CAPÍTULO VIII
Lo real de lo imaginario. Un caso de fobia a las gallinas . 149
CAPÍTULO IX
Notas sobre "El despertar de la primavera" ..................... 171
CAPÍTULO X
Segundo despertar e inhibición ............................................ 197
CAPÍTULO XI
La femineidad ......................................................................... 213
CAPÍTULO XII
Veinte años después .............................................................. 225
CAPÍTULO XIII
1976-1996: Una historia que no se quiso. Reflexiones
sobre el totalitarismo ............................................................... 241
CAPÍTULO XIV
¿De qué bordes se trata en la Clínica en los bordes ... 253
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
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Este es otra clase de libro. Es el libro de alguien que escribe
movida, cuestionada por lo real de la clínica a fin de proponer, ceñida al
cuadro estricto de la teoría clásica -tal como se lo dice en matemáticas
una teoría no-standard que dé cuenta de un real clínico no contemplado en
aquélla, la teoría clásica. Esto es lo que introduce el término "fracasos".
Sujetos en donde el fantasma fracasa, de modo contingente, o necesario,
haciendo preciso, para que el análisis sea posible, no una "modificación
del encuadre", tal como se lo intentó resolver en la historia del post-
freudismo, sino una creación teórica que muestre que la concepción
clásica es válida, pero que le faltaba una hipótesis suplementaria, la
demostración y los corolarios que la acompañan.
Es éste pues, el libro de una clínica que avanza conceptos
nuevos, por ejemplo el escribir --φ la letra que hace posible el esta-
blecimiento de la identificación imaginaria y su correlación lógico-
temporal con las otras dos: la primaria al Urvater, al padre primordial y
la secundaria al einziger zug, al rasgo unario. Esta castración, la de -φ ,
no es imaginaria en el sentido de degradada, respecto de la simbólica,
sino que, en tanto agujereamiento, permite el pasaje de libido desde el
yo ideal al echte ich, al "yo auténtico" al que tanto' Freud como Lacan
hacen enigmática alusión.
Hay aquí, probablemente por vez primera, el desarrollo comple-
to de lo que Lacan dejó en curso de elaboración al final de su vida: una
teoría de lo imaginario no reducido a lo especular, que en el nudo
borromeo tiene igual dignidad que lo simbólico y lo real. Ya que este
imaginario tiene su propio simbólico, su existencia, y su propio real, su
agujero. Y esto conlleva una ganancia teórica y clínica apreciable: lejos
de ser una instancia a reducir, fuente de teorías en donde el análi-sis se
había extraviado, lo imaginario deviene, construido, una prenda
esencial para el correcto funcionamiento de la estructura.
La escritura temporal de las tres identificaciones al Nombre del
Padre, real, simbólica imaginaria, es función del lugar ocupado por el
sujeto (por venir) en el deseo del Otro. Es del carácter de ese deseo, no
sólo de su existencia, sino por sobre todo de su intrincación con el amor,
que depende la correcta escritura de las tres identificaciones. Dado el
significante fálico, sin el cual no hay entrada en el discurso, Silvia
Amigo desarrolla la argumentación que hace clave de bóveda de una
correcta intelección de lo imaginario: dado el significante fálico, el
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sujeto está tanto significado fálicamente por el Otro, como gozado fáli-
camente por el Otro. Al ser gozado, el sujeto no sólo debe necesaria-
mente responder produciendo síntomas, sino que ello altera
profundamente el funcionamiento de la relación pulsión/narcisismo, e
impide la diferenciación de lo que el yo del sujeto es idealmente para el
Otro, de lo que su yo es realmente para sí mismo. Significado fáli-
camente, es el amor sublimado el que prima, lo cual quiere decir que el
Otro acepta la castración fálica de no poseer ni instrumentar al sujeto en
aras de su goce, acepta no saber lo que el sujeto realmente es. Este
amor del Otro, sublimado, pasado por la experiencia de la castración,
tiene también su origen en el Falo simbólico.
Escribiendo sobre Hamlet, o en su luminoso análisis del
Despertar de la Primavera de Wedekind, la autora deja ver su estilo de
analista, ya que es alguien que, al modo freudiano, dice lo que hace.
Y plantea, además, otra lectura de la feminidad y de su demanda
específica, que un análisis arriesga con encerrar si, a una mujer, se le
responde de manera equivocada sobre cuál es ese significante que ella
demanda. Esto cambia el punto del fin de un análisis.
De ahí pues que proponga, en las curas de adolescentes; y de
adultos con cuadros que exceden la neurosis clásica sin ser psicóti-
cos, un tipo de acto, la maniobra imaginaria literante, que al relanzar la
modalidad de lo posible, forma lógica del amor, permite posteriormente
al sujeto reinvestir lo simbólico, condición para que la interpretación
clásica sea efectiva y no destructora o melancolizante, ya que puede
efectivamente tener ese efecto aún cuando en lo absoluto, es decir, fuera de
lo actual de la transferencia, sea verdadera.
Este libro -el segundo de Silvia Amigo, además de otras contri-
buciones en volúmenes colectivos- plantea un hecho apasionante: un
análisis, una cura analítica no consiste sólo en una tarea de lectura y
desciframiento, a fin de hacer caer el exceso de goce que fija al sujeto en
sus síntomas, sino que, también, por el solo hecho de leer, el analista
escribe lo que aún no estaba inscripto, actualiza la lettre en souffrance, la
hace llegar a destino, pero ya no en el síntoma, sino en la adecuada
traducción de la letra del Nombre del Padre. Cambiando el sentido del
movimiento del nudo.
De ser cierto, y nosotros así lo creemos, ciertas neurosis no-
standard lo son no como resolución legal del complejo de Edipo, sino
como puntos de apoyo que, sosteniendo al sujeto, le impiden a la vez
seguir escribiendo aquello de lo que carece. Ya que l o sostienen, sí,
pero no lo dividen. Aquí se abre una incógnita clínica y lógica a la
vez, que diferencia a aquéllos para quienes la escritura de la letra que
faltaba es posible, de aquellos para quienes no l o es. El análisis, sin
embargo, aún en estos casos, no queda nunca como cantidad nula.
Estos casos ya han sido tratados, con mayor o menor éxito.
Éxito que depende tanto del paciente como del analista. Han sido y
son teorizados, fundamentalmente de dos maneras. Haciendo de ellos
cuadros psiquiátricos enteramente específicos, lo que prohíbe de dere-
cho la cura standard; enfocándolos, desde la teoría clásica, como
casos especiales, como casos "de bordes" y es éste el mérito inmenso
d e la escuela lacaniana argentina. Lo que en esta segunda dirección la
autora nos propone es novador: una escritura lógica, una
demostración conceptual, una propuesta de dirección de cura.
A esta dimensión, a la que el libro entero trata de dar cabida en
el espacio analítico, podemos aún llamarla "terapéutica" hoy en día,
sin temor a deslizarnos en una degradación del análisis?
Precisamente en lo que éste tiene no sólo de experiencia sino de
discurso? Esta dimensión, entonces, terapéutica del análisis como
experiencia del discurso no le faltó a Lacan. Más bien, en los años en
donde juventud y fuerza se lo permitieron, cuando el peso de su
nombre y de la transmisión de su enseñanza no le eran excesivos, es él
quien transmitió a dos generaciones de analistas esta dimensión de
'cuidado' del paciente en las curas que así l o exigían. Lo que no le
impedía, por el contrario, no retroceder en enfrentar a algún otro con el
abismo que asomaba a su ventana. Posición en la transferencia que él
llamó amor real.
Que leer sea escribir nos afronta a la exigencia a la que el analista
debe responder, puesto que su posición de semblant exige una lógica
cuyo rigor no ceda frente a la decisión que le atañe, unido, además, a un
don de sí, de su cuerpo y de su tiempo, sin los cuales no hay lógica
que valga.
Ya que el análisis es tal si lo que sucede en el gabinete analítico es una
aventura para ambos protagonistas.
HÉCTOR YANKELEVICH
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PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
15
se diera cuenta que un uso indebido del acto, la puesta en escena de lo
que no es significante sino de lo que es construido por el analista como el
lado objeto de la división subjetiva, también puede provocar
breakdowns narcisistas como respuesta, y que no son propios a la
estructura del paciente.
La segunda razón de la importancia de este libro, en lo que
hace a los fracasos "estables" del fantasma, es que, aunque fueran
psicosis en su origen, en el momento en que llegan al análisis han
construido por sí solos un síntoma que escabulle para siempre su
origen forclusivo, lo que, obviamente, se diferencia de la restitución
delirante. Expliquémonos. Y aquí nos hacemos responsables nosotros de
lo que avanzamos, sin atribuírselo a la autora, quien, por el contrario,
suscitó en nosotros, y en nuestra clínica, la necesidad de pensarla de
esa manera, confirmarla o también pensarla de otro modo.
Creemos, con la autora, que las psicosis pueden ocurrir d urante
la identificación primordial y atentar así contra la mera existencia de la
función del espejo. Sin embargo, la forclusión puede ocurrir durante
la identificación secundaria, y dejar incorporado al lenguaje aunque la
función de la palabra no puede no resentirse. De ahí que no es lo mismo
una paranoia schreberiana que un delirio en sector, o un delirio
sensitivo de relación, donde los únicos que lo padecen son el
perseguido del primero y el o los vecinos del segundo. Salvo que a
veces la sensitividad llega a atrincherarse en su casa con algún
rehén, hecho que no es tan raro en los EEUU o en Europa.
Para Lacan, la diferencia entre las psicosis era una conse-
cuencia de su extensión topológica (comunicación oral de Marcel
Czermack). Lo que nos obliga a construir una teoría de esta exten-
sión y de sus modalidades. Así hay melancolizaciones que curan, lo
que revela que la función del semejante existe, y hay melancolías que
sólo aparecen cuando el semejante que hacía de espejo real, no lo
hace más. Si curan, eso muestra que el lapsus entre imaginario y real es
subsanable si y sólo si se llega a dar a otro semejante esa función. Lo
que puede hacerse sin alteración de lo simbólico. Que no es lo
mismo cuando se acude a enamoramientos imposibles, que tampoco
son erotomanías .
La propuesta de Silvia Amigo de considerar las bulimias las
anorexias "veras" como no formando parte de las histerias es
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importante, y ha hecho escuela, aunque no siempre se la cite. Por
otro lado, la forclusión de la feminidad, qu,e e para Freud es un destino
de la feminidad, no da nunca fenómeno elemental, sino una falicidad de
donde la genitaÍidad y toda la libido de esa función quedan
irremisiblemente de lado la vida entera. Lacan no objetó nunca esa
afirmación freudiana. Hasta hace tres siglos esto daba una Santa
Teresa o una Santa Catalina. Hoy el discurso de la ciencia les quitó,
¡ay!, la aureola que llevaban. Lo cual es también una consecuencia del
reconocimiento de la equivalencia fálica con el hombre. La feminidad
perdió su carácter exquisito, como el dolor.
Esto nos lleva a suponer, siguiendo tanto a Freud como a
Lacan, que puede haber forclusiones de la función fálica en la eroge-
neidad de la zona oral, o de la genítalidad, y que estas pérdidas de la
Especificidad de la función, por ausencia tanto de falicización como,
consecuentemente, de significante··que haga corte en un goce que no
existe, no son patognomónicas de psicosis;-aunque haya una. forclusión
en su base. Pero no es "la" forclusión del Nombre-del-Padre.
¿Estamos cometiendo el pecado empirista· de multiplicar los entes
sin razón? Toda la época en que Lacan se esfuerza en distinguir al Falo
del Nombre del Padre, en sus funciones, en sus tiempos y en sus
extensiones permitirían a nuestra defensa contar con sólidos apoyos lo
que no implica que ambos significantes sean Uno. Estas alteraciones de
la función fálica, entonces, no siempre tienen que ser acompañadas, ni,
mucho menos, de una desespecificación de todas las zonas erógenas, lo
que sí sería propio de la formación de u n a psicosis.
La autora muestra también algo que los freudianos tenían en
cuenta, y también Lacan en su clínica (relatos de pacientes): que las
neurosis, y no solo la obsesiva como para Freud, pueden estar acom-
pañadas de fuertes alteraciones o modificaciones del yo (Freud y los
Freudianos la nombran Veranderung a partir de los años '23- ‘26) que
No objetan a su emplazamiento en la estructura, aunque esto las haga
más proclives al acting out, aún a veces al pasaje al acto -la joven
homosexual de Freud- o incluso, a veces, a ser las víctimas consin-
tientes de un padre, de una madre o de una pareja delirante que las
hace su Ersatz de objeto, a lo que consienten, ya que éstos siguen
siendo un Otro del cual nunca imaginaron separarse.
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El rigor de este libro van acompañados de una libertad y una
creatividad cuya causa es el primero. Es por ajustarse a la nodología y
trabajar con ella que puede dar cuenta de lo real clínico, que no se
libra a sí mismo si no se cuenta con el instrumento capaz de interro
garlo. El discurso analítico, sí, que requiere que el analista se haga
semblant de objeto para poder dar cuenta de una singularidad que no
muestra jamás, por sí misma, su tipicidad.
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CAPÍTULO I
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significación fálica. Se trata de dos conceptos distintos y que habi-
tualmente se manejan de forma tal de no dejar en claro cuál es la
diferencia entre uno y la otra.
Pero, volviendo a la pregunta de inicio: ¿Qué es el fantasma?
¿Qué es aquello que llamamos fantasma fundamental? Dado que nos
vamos a dedicar en este seminario a investigar las eventualidades de su
fracaso, debiéramos dejar en claro qué cosa es un fantasma que no ha
fracasado.
Hay muchas maneras válidas de definir al fantasma. De entre ellas
elijo una que es muy usual y a mi juicio es muy justa como definición.
Es ésta: el fantasma es una respuesta que el sujeto se da a la pregunta
enigmática por el deseo delOtro.
Esta definición subraya correctamente el hecho de que el
fantasma es respuesta singular del sujeto, a cuenta del sujeto, acerca de
qué es lo que desea el Otro. Para lo cual, agrego yo, tiene que estar
posibilitada la interrogación acerca del deseo del Otro. Para que
alguien se pueda responder "¿qué quiere el Otro de mí?", debe sentir- se
primeramente legitimado a formularse la pregunta, situación que está
lejos de ser uniformemente válida. Además,··una vez posibilitada su
formulación, no es nada fácil encontrar una respuesta.
Así se constata en El diablo enamorado, la novela de Cazzote
(2), cuyo protagonista es un señor que quiere la fortuna, las mujeres, la
fama, las cosas habituales que quiere uno; en este caso un varón.
Invoca al demonio quien tiene la mala idea de aparecer bajo la figu-
ra espectral de un camello que le pregunta qué es lo que quiere, espe-
cíficamente. Con una ronca voz de ultratumba el satánico camello le
formula la fatídica pregunta por el deseo, tan difícil de responder:
¿Che vuoi?
Y el pobre hombre, por supuesto, no sabe qué contestar, porque
.u..no cree saber todo lo que quiere. Pero ante la alternativa de
especificar singularmente qué es lo que se quiere suele sobrevenir una fuer-
te desorientación. Es más fácil reprocharle al Otro que nos prive de algo,
enojarse, hacer un berrinche, que aceptar la responsabilidad de decir "yo
quiero esto".
Poder contestar qué es lo que quiere uno viene luego de haberse
podido dar en el fantasma una respuesta acerca de qué quiere el Otro. Es
por creer haber podido deducir el deseo en el Otro que puede
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surgir una respuesta fantasmática que va a decidir cuál ha de ser el
deseo de uno.
Pero para deducir un deseo en el campo del Otro es impres-
cindible que el goce del Otro no abrume al sujeto, porque si eso suce-
de, éste no puede preguntarse por el deseo del Otro. Goce y deseo,
que pueden anudarse, se contraponen en este punto.
El sujeto no puede, por razones estructurales y no contingentes,
preguntarse ¿qué quiere el Otro? si vive abrumado por un goce del Otro
que no da respiro y que no permite, por ende, la menor hendija por donde
pueda establecerse el espacio de una lectura del campo del Otro,
lectura que precisa de espacio y tiempo para ser efectuada.
Si no quedan intersticios, intervalos, el sujeto, abrumado sin
tregua por ese goce, no podrá preguntarse por el deseo del Otro, ni en el
sentido-genitivo ni en el objetivo del término. Presa continuamente
acosada por el goce, ni siquiera podrá formularse la pregunta por el
deseo y resultará evidente que dada la situación jamás logrará esa
respuesta singular que es la frase fantasmática. Más adelante veremos
las hipótesis que, sobre la razón y estructura de este acoso, podemos
formularnos. (3)
El fantasma no es algo, entonces, que venga dado por el Otro, si
bien se deduce en el campo del Otro. Es claro que si el fantasma es
respuesta del sujeto a la pregunta ¿qué quiere el Otro de mí?, la respuesta
tiene que deducirse en el campo del Otro, porque el deseo del Otro se
deduce en ese campo.
Pero no se deduce rápidamente, mal que nos pese. Poder
contestar qué quiere el Otro lleva al menos toda la primera vuelta
edípica y también toda la segunda. A mi juicio, el Edipo culmina en
la segunda vuelta, la de la adolescencia, donde se puede producir un
fantasma definitorio. Es decir una afirmación que defina para el sujeto
una respuesta más o menos estable al ¿Che vuoi?
No está de ninguna manera asegurada a priori la construcción y la
característica de un fantasma, dado que no está bajo la exclusiva
dependencia del Otro, lo que reduciría al sujeto a la severa limitación de
un determinismo psicogenético. Además de las características de cada
Otro singular, están las contingencias de la vida y el modo específico e
imposible de predecir que asumirán las relaciones de un sujeto a venir
con el Otro que le ha tocado en suerte.
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Estas reflexiones intentan subrayar la vigencia del Edipo,
"complejo" psíquico a través del cual pueden encontrar, la faz por así
decirlo “matemática" y la faz mítica de la estructura, una bisagra que·las
articule.
Entre las vueltas de la vida y la relación con un "determina-
do" Otro, mezcla estructural en la que cada quien se forja, surge o
no, un modo de respuesta fantasmática.
El Otro se presenta al sujeto estructurado, para bien o para
mal, sincrónicamente. Pero las relaciones del sujeto con ese Otro se
desarrollarán en la diacronía, y ésta hace lugar a las contingencias en
que se nutren las creaciones que escapan a un determinismo
"mecánico".
Es común, por ejemplo, la situación de aquella madre que viene
llevando muy bien la crianza de un niño hasta que un duelo inaca-
bable la derrumba y la toma incapaz de continuar el ejercicio de su
función de sostén de su niño.
Esto en la teoría matemática de los torbellinos se llama "crisis
estocásticas". Las "crisis estocásticas" son los momentos contingentes
donde, por ejemplo, porque se saca la tapita de la bañadera se produce
un torbellino que no estaba antes en el agua allí contenida, y que de
no haberse sacado la tapita jamás se habría producido. Así, sin que nada
permitiera preverlo, podríamos arriesgar perder por el desagüe un
objeto valioso que estuviera en ese agua.
Para armar el f antasma, para escribir el fantasma, se necesitan la
estructura del Otro y las contingencias del sujeto en relación al Otro.
Es mucho tiempo de vida que lleva armar esta construcción.
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instalando el modo adecuado de su eficacia. De otro modo, también lo
subrayó Freud en su carta a Fliess N° 52.
La cita: ''... loque está vivo del ser en lo Urverdrängt, encuentra su
significante al recibir la marca de la Verdrängung del falo". Además
de lo Urverdrängt, primer movimiento de expulsión de lo real, se
necesita adjuntar la represión del significante fálico para enmarcar
el agujero. Y es imprescindible para recibir la marca de la Verdrängung
del falo, "( ... ) por lo cual el inconsciente es lenguaje".
Recién después de esta segunda retraducción, el nódulo del incons-
ciente va a ser un nódulo umbilical, tal como el ombligo del sueño.
Como tercer movimiento, constatamos en este cuadro aún otra
escritura. Que a mi juicio corresponde a la tercera identificación, a lo
imaginario del Otro real. El sujeto debe poder representar
imaginariamente el objeto en medio del marco, el sujeto debe poder
pintar, como lo figura Magritte sobre el bastidor "pintado", el objeto en
dos dimensiones, en medio del marco. Y allí Magritte coloca una
repre- sentación de lo real del paisaje sobre su bastidor figurado.
Repito los pasos.
Tiene que haber un primer movimiento de boqueteo, donde lo
real quede fuera, haya sido aussgesstosen, expulsado, por el ingreso de lo
simbólico.
Segundo movimiento, correspondiente a la segunda identificación tal como
forma1iza Lacan las identificaciones en el seminario XXIV (5),
siguiendo y extendiendo al Freud del capítulo VII de Psicología de las
masas y análisis de/yo. En ese tiempo el sujeto debe haber incorporado
del Otro las trazas que logren hacer:-marco al agujero tal que no sea
un agujero sin marco, sin borde. El marco fantasma tico se traduce
también como marco de los agujeros del cuerpo, rouge de los labios,
pintura de los párpados, aros de las orejas, cuidado de la musculación
que es anal, en las mujeres pero también en los varones, modo de mirar,
modo de enarcar las cejas. Esta posibilidad de hacer marco se deja leer
en el modo de llevar los agujeros del cuerpo, en el adecuado trazado
del borde.
Finalmente, según un ordinal lógico, adviene la tercera iden-
tificación posible de lo imaginario del Otro real. Es imprescindible poder
imaginarizar un objeto dentro del marco. Lacan formaliza explícitamente
la necesidad de esta tercera identificación en sus últimos
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seminarios. Es imprescindible poder "dibujarse", representarse, darse
en lo imaginario u n objeto.
Se necesitan entonces estos tres tiempos para armar el fantasma.
Ahora bien, aún teniendo las tres pasadas de escritura, los tres
momentos de incorporación de la falta, una contingencia, una crisis
estocástica, puede hacer que uno momentáneamente no cuente con la
disposición de las tres letras que, más tarde veremos, señalizan esta
operatoria.
Durante los tiempos fundacionales de estructuración hay incon
tables ocasiones de perturbación de estas operatorias, pudiendo suce-
der que alguno de estos pasos fracase.
Desde luego que si fracasa el primero de los tiempos, el de la
primera expulsión, el sujeto tendrá siquiera la chance de comenzar la
escritura que le proporcione un fantasma. Si no hay expulsión de lo real
el sujeto jamás va a poder constituir fantasma.
Si el sujeto no ha podido llevar a cabo la segunda identificación a
lo simbólico del Otro real, entonces no va a poder enmarcar los agujeros
del cuerpo ni constituir el marco escritura1 de su fantasma.
En estas dos alternativas, expongo mi idea de que hay fraca-
sos..definitivos y absolutos del fantasma; por ejemplo en el autismo y la
psicosis. Estos entrañan por definición imposibilidad para el sujeto de
responder al deseo del Otro por no poder situarlo, con lo cual el
fracaso del fantasma es a perpetuidad, no por la eventualidad de no
contar momentáneamente con él, ni por detención en algún tiempo
final de su constitución, sino lisa y llanamente por imposibilidad de
constitución de los-pasos-fundantes del fantasma.
No vamos a detenemos en estos fracasos radicales, fracasos
autistas o psicóticos (autismo y psicosis no son la misma estructura)
del fantasma.
Vamos a trabajar dos otros casos posibles de fracaso del fantas-
ma: En principio los casos donde un sujeto que ha podido constituir un
fantasma, por alguna contingencia o crisis estocástica de la vida,
pierde momentáneamente las letras o el orden de las letras, como si
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se le desarmara el cuadro, perdiera el marco, cayeran las cortinas, se
derrumbara el bastidor careciendo momentáneamente de figuración del
objeto. El sujeto habrá perdido la disponibilidad de su fantasma. En esas
condiciones el sujeto ha perdido su brújula, no puede saber lo que desea,
porque al no poder creer situar lo que desea el Otro, ya no sabe lo que
desea él, situación ésta que Lacan llama "tragedia del deseo". (6)
Esta situación puede leerse en la tragedia shakesperiana de
Hamlet, que tan bien comenta Lacan. También en la práctica cotidiana
del análisis pueden constatarse fracasos momentáneos del fantasma. Un
neurótico puede perder, por una crisis estocástica la disponibilidad de su
fantasma. Esta eventualidad en las neurosis se suele llamar "crisis".
Habitualmente estas crisis son tributarias de fracaso momentáneo del
fantasma.
Pero también hay otros casos en que el sujeto, no siendo psicótico,
es decir no habiendo fracasado en la inscripción del significan- te del
Nombre del Padre, habiendo logrado la incorporación de lo real del
Otro real y la de lo simbólico del Otro real, aún así no puede terminar, no
por una crisis sino por estructura y ya no sólo por contingencias, de
constituir el fantasma y vive perpetuamente en un medio de las graves
dificultades de este déficit constitutivo.
Consideraremos casos parecidos al de Hamlet, subsidiarios más
bien de la estructura neurótica en crisis, que en este volumen estará
considerado en el tercer capítulo.
Y consideraremos también casos subsidiarios de un fracaso
constitutivo de la estructura, a los que llamaremos fracasos estables del
fantasma.
Para la constitución del fantasma definitorio, tal que defina para
el sujeto la respuesta por el deseo del Otro, se necesitan entonces al
menos tres movimientos .estructurales.
Pero aún habiéndolos, puede intercurrir una crisis que al sujeto lo
prive de la disposición de ese fantasma. Una vez armado el fantasma
no es·que esté siempre ahí, firme en la brecha, pase lo que pase. Claro
que si el sujeto contaba con las sucesivas anotaciones literales del
fantasma, siempre las podrá recuperar. Siempre que se ha escrito una
letra en una historia se la puede recuperar. Pero en absoluto está
asegurado que el sujeto cuente en todo momento con
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una letra que tiene escrita. Puede sucederle que no disponga momen-
táneamente de una marca que tiene, por así decirlo, extraviada.
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Durante muchos años trabajará la dialéctica entre simbólico y
real, trabajo de resultados y aportes magníficos. De este trabajo surge
su acentuación del matema letra, frontera entre simbólico y real, que
permite de posconceptos una transmisión integral.
El problema es que el se encuentra con el inconveniente de que
con sólo estos dos registros, real y simbólico, no puede concluir
formalizaciones que le exige su clínica.
Y en efecto, le falta ingresar uno de los registros, que era aquél
por el cual él había comenzado a exponer su enseñanza y sin el cual
no podía dar cuenta de serios problemas de la clínica, no solamente de
las neurosis, sino por ejemplo de los casos graves, como las psicosis.
Sin volver a recolocar una formalización de ese registro no podía salir del
enredo.
La contingencia no estuvo ausente en la entrada en escena del
nudo borromeo, escritura mediante la cual zanjó Lacan el impasse del
que venimos hablando.
Durante una clase del seminario XIX, ... ou pire (8), en los fina-
les de la etapa del matema, que de ninguna manera queda superada
por el nudo, sino que se articula al paso decisivo del nudo, una seño-
rita del público le alcanza a Lacan un papel donde figura el escudo
de armas de la familia Borromeo. Esta familia vivió en Ferrara, en el
norte de Italia; dejando aquí y allá (en museos, iglesias, teatros) testi-
monios de su generosidad.
El escudo de armas de los Borromeo era una cadena de tres
redondeles donde se simbolizaba la unión familiar, en tanto que la ruptu-
ra de un solo miembro rompe el conjunto de la familia que se deshace.
Debemos agradecer a la contingencia de la fulgurante intui-
ción de esa señorita la riquísima lematización del nudo borromeo.
Este presente dejó pensando a Lacan. Al final del seminario
XX, Encare (9), en la última clase, encontramos presentados los
redondeles de hilo, donde se adelanta un esbozo de utilización del
nudo borromeo.
Dado que no soy matemática, aunque me he acercado a mate-
máticos que me han enseñado y de los que soy deudora, Delia Elmer y
Carlos Ruiz, voy a manejar los nudos como una analista. Lacan acon-
seja usar el nudo no de un modo algebraico, sino de un modo "bobo".
El escudo de los Borromeo es un nudo tal como lo conocemos
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hoy, clásico, de tres redondeles enlazados, que se anudan siguiendo la
ley de cruces que ordena que una cuerda pase por abajo de una y por
arriba de la otra.
Esta ley de composición del "una por arriba, otra por abajo"
equivale estrictamente al trenzado. Si con tres hebras se realizan seis
cruces en una trenza y se vuelven a unir los bordes, se obtiene un
nudo borromeo. Un nudo borromeo es una trenza de seis cruces. La
ley del "por arriba y por abajo" indica que ningún registro pasa por el
agujero del otro hacia el otro lado, en el nudo una cuerda pasa para
volver a salir, pasa y vuelve a salir, como en el bordado.
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Además, con el correr de los seminarios, el nudo será plante-
ado por Lacan como la adjunción de tres toros. Un toro, parecido a
una cámara de auto, es la mínima figura topológica cuyo agujero es
irreductible. El nudo es la adjunción de tres registros tóricos de agujero
irreductible: real, simbólico e imaginario, donde ninguno de los
registros se arroga el derecho de anular el agujero del otro. Se anudan los
tres y forman zonas donde Lacan va a apoyar su matema. Es decir que,
lejos de abandonar la teoría del matema cuando ingresa el nudo,
Lacan utiliza el nudo para apoyar su matema.
En este punto estoy planteando una posición divergente de la de
Jean Claude Milner, quien en su texto La Obra Clara (10) afirma que
cuando Lacan propone el nudo borromeo da un paso que implica la
abolición del matema. Esto lo afirma Milner en el citado libro que, por
lo demás, considero magnífico. Me permito plantearle sin embargo una
objeción. Esta, a mi juicio, aparece allí donde Milner afirma que la
disolución de la Escuela Freudiana de París, que es un avatar político,
corresponde a la disolución del materna que, de haber existido -cosa
que personalmente no creo- habría sido un avatar epistemológico.
Lacan va a tomar el nudo como una prosecución superadora
del conjunto de su enseñanza, añadiendo al del esquema alienación
separación, que es un esquema del cruce de lo simbólico con lo real, el
registro imaginario. Él había planteado la intersección de lo simbólico del
Otro, con el sujeto a advenir desde lo real.
32
determinación, El fantasma implica tres modos de escritura, de seña-
lización del objeto a, ese objeto que se resta de los tres registros.
Los tres hilos que se dejan leer en el punto de coinçage revelan
la escritura simbólica del a, la escritura imaginaria del a y la escritura
real del a.
Cuando el a está encuadrado en el hueco de los tres registros,
cuando el a se ubica en el punto de coinçage de los tres registros,
puede afirmarse que el a se encuentra normativamente ubicado en el
hueco fantasmático. Solo desde allí puede servir de respuesta para el sujeto
en relación al deseo del Otro.
Esta presentación del nudo, que no es la única posible, es la
que permite conservar disponibles las zonas de empalme de los regis-
tros entre sí, preservando sin anular los agujeros de los registros. Hay
empalme entre registros cuando no hay anulación por interpenetra-
ción entre registros.
En el nudo un toro equivale, como función de anudamiento, a
una recta al infinito. Es decir, si se cuenta con los anillos simbólico y
real superpuestos, es decir apilados sin interpenetración, para ingresar
lo imaginario de modo tal de obtener la configuración borronea, tengo
dos alternativas.
Una, es añadir como otro anillo toro al registro imaginario,
Otra, es sostener en anudamiento con una recta al infinito que se anude
con la misma ley de cruces. Sólo que al quedar abierta al infinito habrá
un cruce que sólo se constatará como correcto según se cruce por delante
o por detrás del plano. Tiene que ser una recta al infinito, porque si
fuera un segmento de recta se correría el riesgo de que en los extremos
del segmento el nudo se deshaga. La apertura al infinito hace aparecer,
sea cual sea la cuerda que se abre, su agujero específico.
33
La intrincación pulsional y la significación fálica
34
tomaría el trabajo de criar un bebe, lo cual es bastante difícil, peno- so
y cansador. Si el bebe no le reportara a la madre una porción de goce
que le falta, entonces ninguna madre podría ocuparse de un bebe.
Tratemos de delimitar en qué posición estructural se coloca una
madre cuando acentúa, del valor fálico de su bebé, o bien de la alternativa
producen muy diferentes respuestas en el sujeto a venir.
Una analista de Barcelona me relató un caso de su práctica. Se
trataba de una nena cuya madre había atado a los barrotes de la cuna
una mamadera inclinada en unos cuarenta y cinco grados. Con esa
inclinación la leche no se caía por el agujerito de la tetina, sólo salía si
la beba chupaba. Dejaba la mamadera atada todo el día con leche tibia
que se iba enfriando. Esta beba tomaba una leche que no vehi-
culizaba el campo del lenguaje. Nada le faltaba nunca a la vez que
no es exagerado afirmar que le faltaba todo.
Como esta bebita devino autista, dado que no se le ofertó el
campo del lenguaje para ser incorporado, ni siquiera pudo estable-
cerse el balanceo entre goce fálico y significación fálica, ambos funcio-
nes de la palabra. Afortunadamente estos casos no son frecuentes.
En la mayoría de los casos una madre pasa al niño el lenguaje
y las primeras marcas fálicas. ¿Cómo es que pasan estas primeras
trazas fálicas?
La mayoría de las madres sí se ocupan de alimentar a su niño,
alimentándolo de lenguaje, de pulsión. Esto se verifica sencillamente en
el mero hecho del ritmo, ritmo de lactancia del tipo de "cada tres horas"
u otro, pero que introduce en el niño la alternancia y la escansión, y es
de hecho la primera experiencia de fort-da, Este ritmo hace entrar al
futuro sujeto en la alternancia entre presencia y ausencia.
Hay pediatras que aconsejan la libre demanda en la lactancia. El
problema es que por bastante tiempo el bebe no demanda nada. Es la
madre la que puede, sin forzamiento por supuesto, introducir una
demanda en el chico.
Una madre dona un ritmo y al donar el ritmo dona el campo
del lenguaje y una ley de presencia - ausencia.
Además si la madre, donando el campo del lenguaje, mien-
tras da de mamar mira a su chico a los ojos ofrece al hueco parpe-
bral del bebe el objeto mirada de ella, alrededor del cual el bebe va
35
a acomodar su mirada. Si la madre no le ofrece su mirada, el bebe
carece de apoyatura para acomodar la suya y no puede mirar a los
ojos.
También le habla, no continuamente porque eso abrumaría al
bebe de su goce invocante. Pero le habla, pulsión invocante, lo sostie-
ne en sus brazos, pulsión anal, la del tono nuscular, dado que toda la
superficie de los músculos se proyecta en el orificio anal.
Una madre good enough, como diría Winnicott, apenas buena, da
a su niño el campo del lenguaje bajo un modo de intrincación
pulsional que le brinda.
Podemos señalar algunos trazos diferenciales entre pulsión de
vida y de muerte. (11)
La pulsión de vida está acentuada en la intrincación de las
pulsiones, m ientras que cuando una pulsión se independiza de las otras y
se desintrinca, acerca peligrosamente a la ribera de la muerte.
Como ejemplo de intrincación podemos tomar nota de una
experiencia cotidiana. Si colocamos un bebe en un moisés alto y supo-
niendo que se trata de un bebe que no se sienta aún, si su madre le
habla caminando alrededor del moisés, el bebe seguirá con la mira-
da la voz de la madre Ya hay intrincación pulsional. La mirada sigue la
voz.
Si se toma upa un bebe, de no ser mirado, el bebe mismo va a
pedir con movimientos cefálicos la mirada de quien lo sostiene demos-
trando cuánto precisa la intrincación de lo anal con lo escópico.
Un bebe sostenido en brazos, con gorjeos, va a demandar que
se le hable.
La pulsión de vida es la pulsión intrincada a las otras por su
propia dinámica en la madre. Una madre es tanto más vital para su
chico, más vectora de Eros, cuanto más intrinca las pulsiones en la
crianza. Al así hacerlo, pasa las primeras limitaciones al goce pulsio-
nal bajo la forma de un goce que, al coexistir con otro, lo limita.
Si una madre da solo leche, si ni mira, ni habla a su chico, ni lo
sostiene, es probable que ponga la semilla de la desintrincación desde el
primer momento de la crianza.
La madre, en tanto encarnadura del Otro, podrá dar, en cambio, un
campo de la pulsión intrincada donde una pulsión limita el goce de las
otras.
36
En el propio campo de lo donado del lenguaje, que es la
pulsión, el goce de una pulsión va limitando a la otra, y en la juntura
entre una y otra van apareciendo marcos fálicos.
El falo como limitante y organizador del campo del goce
pulsional aparece en principio en el discurso de la madre. Más tarde
va a tener que ser refrendado por el padre, pero aparece desde el prin-
cipio, en el propio campo de la pulsión. Esta intrincación indica que la
madre limita normativamente su goce sobre el chico.
Desde los primeros meses de vida, la madre dona la significación
fálica haciendo del goce de una pulsión el límite del goce de la otra.
Si alguna de estas pulsiones es librada a su propia dinámica de
goce, desintrincada de las demás la pulsión induce un goce que conduce
a la muerte. Se puede comer a morir, apretar, golpear -lo sádico anal-
a muerte, mirar a muerte, -hay miradas obscenas y apuñalantes y
también emitir palabras venenosas.
Cuando alguna pulsión escapa del intercorte que debieran ejer-
cer las pulsiones entre sí, esa pulsión va a tener un destino mortífero
para el sujeto y va a ser función del análisis volverla a intrincar. Pero
deja cicatrices profundas un pasaje pulsional de esa naturaleza.
37
Si me mantengo entre real y simbólico es porque una madre, si lo
es normativamente, sólo puede vivir a su hijo como suplencia de su falta
fálica. Sólo si se configura de este modo, una maternidad será de parlétre.
Ahora bien, la madre puede eternizar lo que debiera ser un
momento y utilizar a perpetuidad al bebe para obturar su falta fálica. La
situación es diametralmente opuesta a aquella donde ese niño pasará a
recordarle, podrá ayudarla a que pueda sostener tolerablemente su falta
fálica.
Se trata de dos modos distintos de relacionarse con el falo. El
modo de usar el falo para instrumentarlo como garante del taponamiento
del agujero, degrada aquello que dará encarnadura al falo significante -en
este caso el niño mismo- a la categoría de fetiche. He aquí un modo de
crianza que se desliza en el perpetuo subrayado del goce fálico.
En otro polo, el significante fálico acentuará su potencial de
significación de la castración. No es necesario el Edipo desarrollado en el
sentido de la aparición del personaje paterno para que se diferencien
netamente estas dos vertientes, si bien este personaje será imprescindible
para refrendarlas y convalidarlas.
El primero de estos dos modos predispone, como desarrollaré
luego, al fracaso del fantasma.
Ahí donde el goce fálico se sitúa obturando los agujeros de lo real
y de lo simbólico, la significación fálica relanza la disponibilidad de esos
agujeros de los dos registros.
La significación del falo señala el agujero, es su Bedeutung misma.
"Die Bedeutung des Phallus" es el título en alemán que Lacan le pone a su
artículo célebre, creo yo que en referencia explícita al maestro Frege. Para
éste la Bedeutung -traducible aproximadamente como significación o
denotación- apunta a la referencia real de un término (12). La significación
fálica es la Bedeutung de la falta, mientras que el goce fálico es el intento
puntiforme de bloquear la eficacia de la castración.
Todos necesitamos tener momentos de goce fálico, momentos de
empalme. Pero debiéramos poder reabrir las cuerdas, volver a disponer de
los agujeros y poder reempalmar.
Un ejemplo de esta dialéctica de empalme y corte es el orgasmo
38
masculino, donde el momento de goce puede articularse con la detu-
mescencia. Allí se denuncia de una forma particularmente crista- lina la
estructura de la dialéctica de la relación del sujeto al falo. El momento
del goce orgástico masculino es aquél en que se pier- de la disposición
de la erección. Del falo puede gozarse un instan- te en el momento en
que se empieza a perderlo, hasta la próxima vez.
Los goces que se esperan y se pueden obtener con un hijo
debieran poder ser inmediatamente abiertos a la significación fálica.
40
Dada esa intrincación, el goce de una pulsión está limitado por el
goce de las otras, no se hace de una pulsión un coto de goce, como quien
dice un coto de caza, sobre el cuerpo del chico.
No es fácil, para una mujer, devenir La madre. No le sería posi-
ble el enorme trabajo y la gigantesca responsabilidad de criar un niño si no
fuera que éste le reporta la ocasión de restañar la herida de su falta fálica.
Pene: niño. Esta ecuación simbólica, descubrimiento deslumbrante de
Freud, fundamenta el habitual deseo femenino de maternidad. Es por esta
misma ecuación que no es sencillo para una madre resistir la caída en el
fácil tobogán del ejercicio, sobre su retoño, de un permanente goce fálico.
Clínicamente, este goce se vectorializa por la vía de la acen-
tuación del goce de una pulsión que, desintrincada del resto, hace del
cuerpo del niño una suerte de coto reservado a su exclusivo arbitrio.. Los
consejos de crianza de poco sirven. Es sólo desde el saber inconsciente que
una mujer devenida madre encontrará la ley que le impida ese ejercicio
nefasto.
Cuando esto no sucede, en vez de primar sobre un niño la signi-
ficación fálica (la que afirma que un niño significa la falta de la madre,
hace ver a la madre lo real de lo real), cuando la madre goza en
permanencia fálicamente al chico, éste será garante de la obturación del
agujero real de la madre. Para el chico, el embate del goce fálico de la
madre, que en general toma la forma de una demanda pulsional
desintrincada, es vivido como goce del Otro.
Se trata de poner a trabajar delicadezas, matices, del modo en que
fue donado, ingresado el campo del lenguaje. Intrincado o desintrincado,
con predominancia de goce fálico o sin, con significación fálica o con
falencias de esta significación.
Sexualidad ^ Muerte
42
deseo del Otro, esto es, por su falta, el sujeto se verá impedido de intentar
responder fantasmáticamente.
El análisis intenta volver a abrir la significación fálica, intenta
volver a poner a jugar el agujero real de lo real. Para permitir al sujeto
volver a empalmar, volver a armar sus propios modos de goce.
El acto analítico no es sólo .ejercicio de corte, el acto analítico es
también el savoir faire el empalme. El análisis opera entonces sobre una
báscula de corte y empalme. La clínica psicoanalítica no es, como suele
afirmarse de un modo un tanto fundamentalista, práctica del puro corte, es
también una clínica del arte de rehacer empalmes de modo menos oneroso.
Pero éstos estarán a cargo del sujeto, y no inyectados como imperativos
del Otro.
Para concluir por el momento, develaré el título que Magritte
decidió para ese cuadro que deja traslucir la triple determinación del
fantasma.
43
Notas
44
CAPÍTULO II
45
En este libro primigenio, Mauss, inmenso antropólogo, ensaya la
primera hipótesis razonable acerca del "potlatch". Antes de intentar
ingresar en su misterio, cedamos la palabra a unos remotos poetas
escandinavos:
He aquí unos poemas del Havamál, que forman parte de la Edda
escandinava, en traducción personal desde la traducción al francés del
propio Mauss:
"No he encontrado nunca un hombre tan generoso, ni tan
dadivoso para nutrir o alimentar a sus huéspedes, que 'recibir no sea
recibido''',
"Ni he encontrado un hombre tan derrochón de sus bienes, que
recibir en retorno le fuera desagradable".
Mauss se detiene bastante en ese "recibir no sea recibido". Y
deduce que significa "que no le sea agradable recibir", o bien que "no
reciba el recibir".
Continúo con la saga escandinava: "Con armas y vestimentas, los
amigos, deben agasajarse. Cada uno lo sabe por su propia experiencia,
aquéllos que se intercambian mutuamente regalos son amigos para
siempre, si las cosas andan bien".
"Uno debe ser un amigo para su amigo y devolver regalos por
regalos, uno debe devolver risa por risa y fraude por mentira".
Tú lo sabes, si tienes un amigo en el que confías y si tú quieres
que la cosa marche bien, debes mezclar tu alma con su alma y cambiar
regalos y rendirle a menudo visita".
¿Qué significa toda esta historia de los regalos intercambiados?
Continúo la traducción: "Pero si tú tienes otro amigo, del que
desconfías y si no quieres que las cosas salgan mal, debes decirle bellas
palabras, mientras piensas lo contrario, y devolver fraude por mentira"
"Así es, así sucede con aquél en quien tú no tienes confianza y de
quien sospechas de los sentimientos, hay que sonreír1e, pero hablar
contra tu corazón. Los regalos devueltos deben ser parecidos a los
regalos recibidos".
"Los hombres valerosos y generosos tienen la mejor de las vidas,
ellos no tienen jamás temor, pero un cobarde tiene miedo de todo. El
avaro tiene miedo de recibir regalos".
46
Debo agradecer al antiguo poeta por lo certero de estos versos.
¡Cuánto saber de la estructura es el que emana, por ejemplo, de este
último verso! El avaro no tiene miedo de dar regalos, sino que el
avaro tiene miedo de recibirlos.
La conducta y la ética que aconsejan estos versos son los que
investiga Mauss, y encuentra testimonios de un acabado cumpli-
miento en decenas de tribus de la época post- neolítica muy alejadas
entre sí. Todas ellas comparten un extraño ritual llamado "potlatch".
Esta lógica es la de dar regalos para hacerse amigo, para
mezclar el alma de unos con la de otros a través de los dones inter-
cambiados, es una ética que indica la devolución de los regalos y
también de las malas acciones. Este último punto la diferencia de una
lógica de la oblatividad. Por ello incluye cláusulas que a una moral
oblativa le parecen antipáticas, tales como "hay que devolver fraude
por mentira".
Mauss va a ser el primero de los antropólogos que discuta la
tesis oficial sobre el pot1atch, ritual enigmático que mucho antes de
Mauss constituyó un dolor de cabeza para estos estudiosos, Este es
un antiguo ritual de tribus muy antiguas, apenas posteriores al neolí-
tico, del que quedan aún hoy indicios. Se constatan indicios de su
vigencia aún hoy entre los indígenas australianos, mahoríes, pigme-
os, algunas tribus celtas, tribus de Siberia, indios australianos e
indios de América del norte -de donde va a venir la palabra potlatch.
Hasta Mauss, los antropólogos atribuían el potlatch a un modo
atrasado de economía, modo salvaje que era el de trueque, mezcla-
do con trazas de "pensamiento mágico",
Mauss descarta la idea de que estos potlatch sean producto de
un simple primitivismo carente de matices, postulando en cambio
que estos intercambios son parte de sistemas tan complejos, tan
cargados de consecuencias, tan importantes para la trama social
entera en que se realizan, que decide llamarlos "prestaciones
sociales totales ", porque van a implicar el total de la vida simbólica
de esa comunidad. Se trata de un intercambio reglado que funda los
lugares que cada quien ocupa en la trama social. Para nada evoca al
desprendimiento masoquista.
De aquí a la idea de estructura en antropología había un paso,
que es el paso que franquea Lévy-Strauss cuando, en el prólogo –a
47
este ensayo y a otro ensayo magnífico sobre la magia- al total esta
idea de fenómeno social total, le da apenas una vuelta más y pasa al
estructuralismo.
Las prestaciones sociales totales son reglas muy complejas de
intercambio, no sólo de bienes materiales o de riqueza, son sobre todo
intercambios de gestos de cortesía, de rituales, de fiestas, de mujeres y
de niños. Se trata de un intercambio sofisticado y simbólico. En la
saga escandinava que examinamos más arriba, cada vez que dice
"regalo" se puede sustituir regalo por niños, esposa o mujer, es decir
dar en casamiento una mujer, dar una fiesta, dar un ritual.
El potlatch constituye, según Mauss, la clase más pura del
fenómeno social total de intercambio.
Potlatch es un vocablo que en la lengua chinook -tribu de
América del Norte- quiere decir "alimentar o consumir" -alimentar no
a sí mismo, sino alimentar a otro. En esa tribu y en las vecinas -como
la tribu aida- tiene también por extensión la significación de "matar la
riqueza", asesinar ritualmente la riqueza.
El potlatch es una clase de prestación social total, en que
simplemente se trata de destruir, quemar, tirar al mar, hacer añicos la
riqueza. Mauss subraya con razón que se trata de una prestación social
de tipo agonístico. La palabra griega agon quiete decir en principio,
arcaicamente, asamblea, conjunto de ciudadanos. Más adelante tomará
la significación de contienda, sea ésta bélica o festiva. De esa raíz
surge nuestro vocablo "protagonista", que designa a aquél que puede
formar parte, como contendiente privilegiado, de una asamblea
humana. Que el potlatch sea una prestación social total de tipo
agonístico indica que quien no es capaz de hacer un potlatch, no
devendrá protagonista de nada, no entrará en calidad de protagonista
en su comunidad.
Un potlatch por ejemplo, se da en una fiesta de bienvenida: Llega
un jefe vecino a una tribu y ésta, para homenajearlo, en su honor, lleva
sus canoas al mar y tira por la borda la mitad del cobre que ha
acumulado.
Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Podemos acordar con quienes sólo
veían en este fenómeno un indicio de atraso? ¿Por qué; en contra de la
moral capitalista que llegará después, estas tribus hacen esto?
En principio, para simplemente dejar en claro la importancia
48
del anfitrión, Mauss comenta que ulteriormente el jefe de la tribu que
hizo el potlatch al otro jefe, será considerado un "gran hombre".
En la capacidad de desprenderse de la riqueza, de matar la
riqueza, en la capacidad de dar, sin cálculo -el potlatch va a ser rigu-
rosamente devuelto, pero no puede ser ofrendado por cálculo, sino
no es potlatch- un jefe gana su prestigio, su autoridad, su trascen-
dencia, por sobre su propia gente y por sobre los otros jefes. Cuando
él vaya de visita a la tribu a quien él homenajeó, también va a reci-
bir los honores de un potlatch. Pero no los recibirá si no los dio
antes.
También se da, al jefe que visita a otro jefe, por ejemplo, una
esposa. Uno de los modos privilegiados del regalo es dar una mujer
que se case con el jefe visitante. A su turno, de esa esposa, casada
con el jefe vecino, toda la tribu va a recibir prestaciones de
devolución. Si la tribu que recibió una mujer como esposa se
dedicaba a la pesca, la tribu que donó esa esposa tendrá derecho a
recibir toda clase de frutos del mar, durante el tiempo en que vivan
los esposos.
El "hau" y el "maná"
52
Estos regalos antiguos no pasan algo que el donante posea, sino
el punto precioso en que el objeto sea tan singular que pueda
representar lo que justamente le falta.
La lista de regalos, con su practicidad, enfatiza la seguridad de
dar algo necesario. ¡Es algo tan poco romántico, es tan cartesiano!
Lo que da a una persona la medida de su capacidad de ser
alguien, de entrar en lazo social, no es lo que puede acumular. Lo que
da la medida de la fuerza del sujeto, lo que la medida de su posi-
bilidad de estar entre otros seres humanos, es lo que está dispuesto a
perder, es lo que está dispuesto a donar de valioso, de portador de
“hau”
Esta fuerza del que puede dar tiene como efecto también la
aparición de lo que los tribales llamaban "maná", la fuerza carismá-
tica de alguien, su prestigio. El maná proviene entre otras cosas de la
capacidad de hacer potlatch.
Si alguien en su tribu es reconocido como jefe, es porque ha
demostrado ser digno de su nombre propio al desprenderse de la cosa,
al asesinar la riqueza. El nombre propio señala a quien se constituye
sujeto, si ha podido salirse del espacio de los meros bienes.
El potlatch define por ende también la filiación. Si uno ama a un
hijo no lo toma sólo como un pedazo de carne apto para completar a
aquél que lo hizo venir al mundo. Dado que uno lo ama, se desprende
de él en tanto bien que se retiene, y le dona un nombre propio que deja
claro que no se trata de una cosa, Los objetos de posesión no tienen
nombres. Los floreros no tienen nombre, si tuvieran nombre, porque a
veces uno se encapricha con un objeto y lo nombra, entonces ese
objeto empezaría a ser otra cosa que una cosa.
54
de las tribus vecinas. Él presenta a todos a su nieto y recomienda que
no lo maten cuando lo encuentren en el mar bajo la figura de un pez."
Interrumpo aquí el relato para subrayar algunas ideas. Una prin-
cesa, una hija de jefe, concibe un niño. El nombre que se da al peque-
ño heredero, "pequeña foca", indica la pertenencia a la tribu pesquera.
Por extensión afirma que los peces pertenecen a 'pequeña foca'.
Delimita y demarca un territorio, pero no cuando "pequeña foca"
pesca y por ende se apropia materialmente de los bacalaos, sino
cuando hace la fiesta dando de comer los bacalaos que él pescó. Sólo
cuando su abuelo dona los peces en potlatch, "pequeña foca" se
apropia de los peces que no podrán ser consumidos por otras tribus, ya
que matar a un pez equivaldría a matar al nieto del jefe que ofreció el
potlatch.
El jefe presenta en sociedad a 'pequeña foca' ¿cómo? dando un
festín con los peces que pesca 'pequeña foca'. Es al dar el festín, al
dilapidar los peces, que él puede decir que los peces son el reino, el
lugar, el territorio de su nieto y que por ende hay tabú, para los demás,
de pescarlos.
No se trata de fenómenos sólo dignos de una mente primitiva.
Historias de todos los días en el diván nos recuerdan la vigencia de
esta ética. Dice ella: "yo soy amante de tal, pero no me lleva a ningún
lado, no me presenta a nadie. Si no me presenta a nadie ¿cómo va a
pretender que no se me declaren los otros hombres?". No hay nada
que hacer, no hay progreso. Presentar a alguien en sociedad, es una
mini fiesta, es también potlatch, son actos de intercambio simbólico
que marcan el territorio que es de uno.
Sigo con la leyenda: "He aquí a mi nieto, quien les ofrenda este
alimento para ustedes, yo se los estoy sirviendo, huéspedes míos. Así
el abuelo se volvió rico con toda clase de bienes, que le ofrendaban
cuando esos extranjeros llegaban de visita a comer los peces, y
devolvían otros bienes".
Quisiera subrayar que al poder decir "éste es mi territorio" la
familia se comprometía a dar a los demás los peces para comer, no los
retenía, no los freezaba y los guardaba a -30, los daba. Al dar esos
peces podía recibir en devolución otros bienes, que tribus de otros
parajes donaban. Aquí aparecen las reglas del intercambio no
fundadas en el comercio.
Continúa: "( ... ) pero en la fiesta de presentación el abuelo se
55
olvidó de invitar a un jefe. Un día que un grupo de remeros de la tribu
despreciada encontró en el mar a 'pequeña foca', quien sostenía por la
garganta a un bacalao, el arquero mató a 'pequeña foca' y tomó el pez.
El abuelo buscó a 'pequeña foca' hasta que fue alertado de lo que había
sucedido. El jefe abuelo se excusó con la tribu despreciada. Esta
explicó que no podía reconocer a 'pequeña foca', que lo habían matado
porque no sabían quién era. La madre murió de pena".
¿Qué es lo que sucedió para que esta historia termine de manera
trágica? El abuelo jefe donó un potlatch con los peces pescados por el
nieto pescador, invitando a los jefes de las tribus vecinas. Pero olvida
a uno, para quien viola la obligación de dar. Ante los jefes que sí
invita puede exigir reconocimiento para el nieto, quien de ahí en más
existirá en su nombre propio y merecerá los honores y el respeto
acordados a un príncipe.
El séquito del jefe que no fue convidado, en cambio, no reco-
noce a 'pequeña foca'. Y esto porque para ellos él era nadie, dado que
no había habido presentación en sociedad, no teniendo por ende
derecho al reconocimiento social. Como es "nadie", se lo matará y se
tomará el pez que estaba pescando. El abuelo no declara la guerra a
esa tribu, el abuelo pide disculpas, y la madre muere de pena.
Una vez más que uno se siente tentado de decretar, es el
producto de una mente de salvajes. Pero ... ¿A quién no le pasó algu-
na vez no ser invitado a una fiesta? La respuesta más frecuente a ese
desprecio es decidir, de ahí en más, que quien no nos invitó, no exis-
te ya para nosotros.
Al no dar uno no sólo deroga al otro. Lo que es más difícil de
ver es que al no dar uno se deroga a sí mismo. Al que yo no le doy,
para ese yo no existo. Me hago dueño de lo que estoy dispuesto a
hacer circular, desprendiéndome.
El potlatch tenía también una faz sagrada: era considerado
indigno pedir a los dioses, ya que a los dioses se les da. Se esperaba
que los dioses, estuvieran dispuestos a dar algo a su vez. Nadie pensa-
ba que tuviera derecho de pedir sin haber primero dado.
Pasemos a la segunda obligación, la de recibir. ¿Por qué hay
obligación de recibir?
Esta regla es más compleja de lo que parece. Recibir dista
mucho de ser una tarea pasiva y confortable. Recibir crea
obligaciones.
56
Me acuerdo todavía de una paciente a la cual un señor había
seguido por la calle, ofreciéndole un ramo de rosas. Ella, que adora las
rosas, tomó el bello ramo sin querer comprender que el señor exigiría,
después, devoluciones. Esta chica moderna no había comprendido que
si ella tomaba el "hau" del señor, tendría que darle a él, a su vez, algún
"hau" de ella. Por supuesto la historia terminó bastante mal, lo que
recuerda que si uno recibe debiera no ignorar que está aceptando un
compromiso.
Entonces, si resulta tan comprometedor, ¿por qué hay obliga-
ción de recibir?
Porque si alguien se niega sistemáticamente a recibir es que se
rehúsa a la alianza o a la comunión.
Volvamos a la sabiduría de la saga escandinava. Recordemos un
verso: "El avaro teme a los regalos". ¿Por qué? Porque sabe que el
regalo lo compromete a devolver. ¡Y a devolver el "hau"! ¡Nada de
salir del paso así nomás! Hay obligación de devolver, porque una vez
que he recibido el "hau" de alguien, no me lo puedo quedar, tengo que
hacerlo circular. Devolver relanza el circuito de los dones.
Para ver que seguimos bien de cerca problemas del sujeto y
también de la clínica: ¿Por qué razón uno discute el pago de una
sesión? iSería tanto más cómodo no entrar en ese arduo territorio
transferencial y permitir que no se-pague!
¿Por qué es importante cobrar? ¿Pór qué es importante pagar?
Porque el pago mismo demuestra la capacidad de un sujeto de hacer
potlath. Es decir de tener "maná", prestigio y fundamentalmente
nombre propio. El "contrato" analítico no forma parte del área del
comercio, sino que ingresa de lleno en la del potlatch.
Desprendiéndose de una porción de su "cosa" en forma de
dinero el analizante podrá abrir su ventana a lo real, alcanzando desde
allí la representación que pueda venir en el lugar de lo donado.
No se trata, en modo alguno, de pérdida masoquista. El potlatch
es el asesinato de la riqueza -respetando la tradición "aida"- o bien un
"matar la cosa", tal corno anuncia el aforismo "la palabra es el asesi-
nato de la cosa". En el potlatch se pierde la cosa para ganar un
nombre. Para ganar un nombre, para obtener maná, me avengo a
perder.
Mientras que el masoquista, por el contrario, quiere ser una cosa
humillada y usada, y no tener nombre alguno; es un anónimo.
57
Sacher Masoch pacta con su mujer que ha de ser tratado como una
alfombra, como un felpudo. La posición masoquista está en la antí-
poda del potlatch, dado que el masoquista quiere, al precio de serla,
retener la cosa.
Buena parte del setting analítico, tan injustamente maltratado
por muchos analistas, tiene que ver con el pago, por razones de estruc-
tura. ¿Qué es lo que el Hospital público nos enseña? Al no haber
potlatch económico, hay algo de la escena analítica que no se termina
de armar, lo cual no quiere decir que el análisis en el Hospital no
sirva.
La ética del análisis es el reverso de la ética capitalista, que
acumula y produce plusvalía. Quien retiene la plusvalía es conside-
rado un hombre de éxito. La ética del potlatch es otra. Según ésta, un
objeto devendrá valioso, tendrá brillo agalmático en la escena social,
cuando sea apto para representar el objeto que estamos dispuestos a
perder en la medida en que lo donamos, haciéndolo circular de uno a
otro.
Pero, ¿qué es el "agalma"? Es ese brillo que hace que un obje-
to, en vez de ser el objeto de una acumulación, o de una retención,
cuyo prototipo puede configurarlo la ampolla anal, sea objeto evanes-
cente de un don.
59
En el momento de corte, el objeto, ése que está en el punto de
coinçage del nudo, puede caer. Cualquiera sea la cuerda que por corte
se abre al infinito, permitirá por el agujero real que se abre en el acto
de corte, la posibilidad de caída del objeto.
Específicamente en la juntura entre real y simbólico, el goce
fálico retiene en su frontera al objeto a. De abrir al infinito la cuerda
real, ha de caer el objeto a, momento en que se devuelve, se da el
objeto en regalo. Cuando se vuelve a empalmar se recupera la ilusión
de capturarlo. A través del goce fálico se ilusiona retener el objeto a,
cuando se abre al infinito, a la significación fálica, la cuerda de lo real,
se lo deja ir. La dialéctica de empalme y corte es normativa.
El análisis promueve la souplesse de esa dialéctica, que mere-
cería la extensión del concepto de "pulsación en eclipse".
Lo que el análisis, desde los tiempos de Freud se propone resol-
ver son las "fijaciones patológicas" del objeto. Esas que nos hacen
esclavos del goce fálico, impedidos de potlatch, tal el avaro de la saga
escandinava.
En una persona que ha pasado por un análisis, uno nota, después
de años de ese ejercicio, con cuánta más facilidad empalma y corta.
Cuánto menos fijado se halla, sea a la modalidad de corte a rajatabla,
sea a la de retención a ultranza.
Para que ese gozne que permite el vaivén funcione ¿en qué nos
auxilia el fantasma?
En principio, nos asegura contar con el marco del agujero a lo
real. El marco del agujero permite hacer salir y entrar al objeto.
Hacerlo entrar en la ilusión de retenerlo, ilusión normativa necesaria, y
hacerlo salir en el momento de dejarlo ir, momento necesario para
fundar la ley simbólica de intercambio, de lazo social.
Haber constituido el fantasma, contar con el fantasma, es contar
con el lugar desde donde yo puedo hacer alternativamente coordinar y
desobstruir el agujero con un objeto.
¿Qué madre podría criara un niño a quien jamás pudiera tomar
en brazos, si ese contacto, si ese goce no se legitimara? Sissí, la
60
emperatriz Habsburgo, fue, en los inicios de su reinado, madre de tres
niños. Apenas nacidos tuvo que entregarlos al imperio. Tuvo que
darlos antes de haber podido estrecharlos un tiempo en su abrazo. Tres
príncipes deben de ser entregados a los deberes del linaje, pero no sin
permitir antes a la madre cierto contacto cuerpo a cuerpo. Las
consecuencias sobre Sissi de este desgarro son narradas en innume-
rables novelas.
Hay que tener cuidado en no caer en una suerte de terrorismo del
corte. El continuo imperio de la significación fálica resulta arrasador,
dado que no permite al sujeto un amarre en el campo del goce.
El corte debe normativamente ser seguido de la posibilidad de un
empalme. Y este empalme será de una eficacia diferente para el sujeto,
dado que, si es que fue precedido de un corte, la eficacia de goce del
que es capaz será distinta, puesto que el objeto acababa de haber sido
hecho caer en el corte precedente.
He leído desde niña historias acerca de la vida de Sissi, y más
que la anorexia, que también está presente y que es una cuestión inte-
resante, siempre me conmovió el padecimiento de esta madre ante la
brutalidad del arrancamiento de sus hijos. Si debe entregarlos sin antes
tener el derecho de sentirlos en sus brazos, al imperio austro- húngaro,
este déficit de goce le va a generar a Sissí además una aguda sensación
de falta de sentido. La falla del empalme del goce fálico afecta también
el empalme imaginario-simbólico del sentido.
No es extraño que la cuarta hija de Sissi, María Valeria, nacida
en la Hungría de sus amores electivos, haya sido retenida hasta la
exasperación por su madre, quien finalmente ni con unos ni con la otra
tuvo la chance de ejercitar una báscula correcta entre goce y
significación fálica.
La búsqueda de satisfacción
61
Esta frase que intenta definir bastante aforísticamente la
castración, afirma que ésta sólo estará lograda cuando el sujeto se haya
asegurado un camino hacia la satisfacción. Todo el problema es bajo
qué ley se obtiene una satisfacción, motor de la acción humana.
Por supuesto que es posible querer alcanzarla por medios
ilegales, en cuyo caso se rompe la trama de confianza mutua que
asegura que se mantengan los lazos sociales.
Otra clase de satisfacción es la satisfacción legal. Esa implica el
pago de la castración, llega después de haber dado algo, de haber
perdido algo y alimenta el tramado de los lazos sociales.
Todo sujeto quiere que se le dé, lo cual no está mal. El detalle
que le escapa habitualmente al neurótico es que si quiere algo, por
ejemplo amor, debiera poder en principio darlo.
Claro que el propio Freud decía que amar y trabajar es muy
difícil. Cuando uno puede amar y trabajar está curado. Y nadie llega
curado al análisis. Porque llega dañado en su capacidad de dar, por
ejemplo amor, y entonces no es extraño que tampoco lo reciba.
El análisis favorece claramente en principio el que se pueda dar,
lo que luego provocará, sin que se pueda calcular cuándo, una
devolución.
Sin duda alguna, el análisis rescata el aliento del antiguo
potlatch.
62
Notas
63
FRACASOS OCASIONALES DEL FANTASMA
CAPÍTULO III
67
Puede tratarse de una psicosis, donde se halla impedida, por
accidentes forc1usivos del Nombre del Padre en la estructuración, la
cualidad borromea de anudamiento.
Allí se imponen los remiendos, mejor llamados "suplencias", que
enlazan de nuevo las cuerdas –que se mantienen juntas- pero sin
restablecer la cualidad borromea de su modo de anudamiento
estructural.
Puede tratarse también de un sujeto por venir, ése que aún no
concluyó los tiempos escriturales de anudamiento. Tal como sucede en
los niños o adolescentes. En esos casos el análisis transita los tiempos
de escritura del anudamiento, imponiéndose también otro dispositivo.
En verdad, los únicos sujetos analizables por el dispositivo
clínico clásico son los adultos neuróticos en sus tres vertientes
habituales: histeria, neurosis obsesiva y aquellas fobias cuyo objeto
pueda ser considerado, mediante el trabajo clínico, como un
significante.
Estos casos mantienen la condición borromea de anudamiento,
pero, además la conservación de sus zonas escriturales operativas: la
del objeto, la del sentido, la del goce fálico y la del goce del Otro.
Existe también otra clase de posibilidad clínica: Se trata de casos
en que la cualidad borromea está conservada, pero se han corrido los
hilos de tal manera que no se cuenta con la disponibilidad de algunas
de las zonas de escritura a disposición del sujeto.
En estos casos hay que trabajar en los bordes de los hilos –y de
allí puede aprehenderse el por qué se llama a esta clínica “clínica de
bordes"- para restablecer, no la condición borronea - que está
conservada- sino la escritura de la zonas cuya disposición el sujeto ha
perdido.
Por lo tanto suele ser preciso "entrar" clínicamente por la cuer-
da real y por la imaginaria. Así, "no andan" las intervenciones de
desciframiento, intervenciones éstas que se abren camino través de la
cuerda simbólica, razón por la cual se trató mucho tiempo como
"inanalizables" a estos pacientes.
En todo análisis hay momentos en que se debe trabajar clíni-
camente "en los bordes" porque hay circunstancias de la vida que
"corren los hilos" de modo tal de que el sujeto pueda llegar a no contar
con alguna zona vital del nudo ...
68
En algunos casos el sujeto cuenta con presentaciones estable-
mente "corridas" de los hilos. Estos son casos de los que me he ocupa-
do bastante en los últimos tiempos: anorexias, bulimias, adicciones,
tendencias al acting-out a repetición, tales que no resulten epifenó-
menos de una psicosis o de una perversión.
¿Por qué si afirmo que en estos casos no se trata de que haya
accidente forclusivo de estructuración, que se cuenta con el anuda-
miento borromeo, no llamo por ejemplo histerias a estos casos?
Porque creo que no es lícito hablar de histeria en casos en que la
presentación nodal no permite, por ejemplo, contar con la dispo-
nibilidad de la zona sobre la que se escribe el goce fálico, o aquella de
la escritura fantasmática del objeto a, de la que depende por ejemplo la
posibilidad de transferencia
Conservo para estos casos el diagnóstico de neurosis. Discuto
que pueda hablarse de histeria.
No me ocuparé aquí de los casos establemente corridos de los
hilos, casos graves que se suelen llamar “de borde”. Estos casos exis-
ten, pero también existe la eventualidad de episodios graves de
corrimientos de hilos dentro de cualquier neurosis. Solemos llamar
“crisis” a estos episodios motivados por alguna contingencia azarosa-
mente toca un punto débil de la estructura, en que de pronto los hilos se
corren y el sujeto ya no cuenta con zonas escriturales vitales a su
disposición.
Esto pasa en cualquier análisis. Cualquier sujeto puede, bajo
circunstancias que intentaré definir, andar “en la cuerda floja”.
69
a Freud introduce oficialmente -ya lo había mencionado en su corres-
pondencia a Fliess- el tema del complejo de Edipo. Estos sueños típi-
cos se demuestran en análisis dependientes del asesino Wunsh edípico
contra el padre.
Para aceptar dentro de la tipicidad a estos sueños, exige Freud
que se trate de personas por cuya falta debiéramos de llevar duelo. Así,
estos sueños, de ser típicos, nos han de causar angustia.
Duelo y angustia denotan desde las primeras líneas de esta refle-
xión freudiana sobre los sueños típicos, la valencia especial que estas
personas queridas, objetos amados y perdidos, debieran poseer.
Este deseo de muerte edípico es tan radical e irreductiblemente
inconsciente que la censura lo deja pasar casi sin velo, ya que su lectu-
ra a la letra no ha de poder llevarse a cabo.
Entonces duelo, angustia y radical no saber, hacen al sueño
edípico, y más aún, al Edipo "típico".
En efecto Edipo, príncipe de Corinto por adopción y más tarde
rey de Tebas, ejecuta el crimen de parricidio y desposa a su madre
Yocasta en la más absoluta inconsciencia. El "no sabía". No sabía de
su deseo parricida ni de su Wunsh incestuoso, La tragedia de Sófocles
va develando lentamente este misterio.
Pero cuando Edipo sabe de su pecado paga el precio de la
castración y padece de un duelo en regla. Lección ética para todos y
cada uno: de un acto propio, tanto más acto por el hecho de haber sido
inconsciente, debe uno de hacerse responsable.
Freud pasa enseguida de Sófocles a Shakespeare, arremetiendo
con Hamlet, Príncipe de Dinamarca.
Quisiera subrayar que tanto en la tragedia de época isabelina del
Hamlet shakesperiano, como en la tragedia antigua de Edipo, los actos
por dentro o por fuera de la ley, serán cometidos, a sabiendas o sin
saberlo, recibiendo sanción o no por ello, por personajes señeros de
alguna polis, Tebas de Dinamarca.
Estos actos van a involucrar, pues, al conjunto de la trama social.
No escapa a la brillantez de Freud que se trata en Hamlet de una
reconocible vuelta del tema edípico. Nuestro atribulado personaje no
podría vengar el asesinato de su padre -quien le ha encomendado
explícitamente la tarea- asesinando a su vez a su tío Claudio
70
(que ha matado a su padre y usurpado el trono y el lecho de su madre)
por presentir que él mismo podría haber sido el protagonista criminal e
incestuoso de esa trama macabra. (2)
Freud acentúa, con su genio, las similitudes de Hamlet y Edipo.
Esto es, el carácter inconsciente y por ende poiético de la tragedia
shakesperiana.
En términos de escritura nodal diríamos hoy que Freud acentúa
en su lectura la dimensión imaginariamente simbólica de la situación
hamlética, (3)
Los "escrúpulos de conciencia" y la vacilación, la postergación al
infinito del acto, son para el maestro, subsidiarios de esta lógica
inconsciente y calificados de neuróticos, específicamente histéricos.
Genial lectura freudiana, ordena de un de un solo golpe y con la
sencillez del hallazgo verdadero las miles de páginas que se habían
dedicado al enigma de una obra que, desde el lejano año 1601 deja
conmovidos y atónitos a sus espectadores.
73
podrá reservar su lecho para más adelante, una vez que haya duelado a
su marido.
Ante la ausencia de un varón, tomar inmediatamente a otro,
como quien se entrega al mejor postor.
Pero no se trata solamente de la traición: se añade un ingre-
diente que explica, a mi juicio por qué no puede tratarse, en la proble-
mática de Harnlet, esencialmente del goce fálico y de su productividad
inconciente.
Decía que la madre se entrega al mejor postor, y añadiría ahora
que se entrega al mejor postor fálico. Pero me detengo y me pregun-
to: Esa voracidad genital, ese "carácter genital" de Gertrudis, ¿es
subsidiario del "deseo de falo"?
En verdad creo que rotundamente no. Allí el órgano es obsce- no
objeto del apetito desatado, indigna pound of flesh (5) destinada, no a
pagar la deuda, sino a ser consumida para gozar venga de donde venga,
aún del asesino del esposo, aún de aquél que acaba de destronar a su
hijo.
"Deseo de falo" evoca sin más trámite al falo en su significa-
ción, mientras Gertrudis se ocupa de hacer una exhibicionista mostra-
ción de goce fálico.
Este goce fálico de la madre, será retraducido por el hijo como
arrasador goce del Otro.
¿Qué pasa, además, a partir de ahí con el objeto, cuya cobertura
es para Ham1et la imagen femenina?
Si su padre Hamlet fue no el digno varón falóforo sino fast food,
alimento de la voracidad de su partenaire ... , ¿qué podrá llegar a ser él
para su antes amada Ofelia?
En esta crisis terrible la antes amadísima Ofelia es ahora una
potencial ofensora del falo, una voraz genital. Ofelia ("¡Oh! falus",
según la lectura de Lacan) se toma sospechosa de indignificar el falo, y
el goce que el encuentro con ella prometía se ensombrece de
obscenidad.
Ofelia, que no comprende el súbito desamor de su antes devoto
amante, pide en vano una explicación, suplica en vano al antiguo
novio.
Desesperada, cree haber sido seducida y abandonada, objeto de
un capricho pasajero. Busca en vano el antiguo amor de Hamlet. Lo
sigue por los pasillos de palacio e intenta hablar con su novio.
74
Detengámonos en esta escena imperdible. Cuando Hamlet
consiente por fin en hablar con ella, mantienen un diálogo sobre las
relaciones entre la hermosura y la honestidad, que Ofelia daba por
supuestas. Le replica Hamlet: (6)
"...el poder de la hermosura convertirá a la honestidad en alca-
hueta mucho antes que la fuerza de la honestidad transforme a la
hermosura a su semejanza... en la edad presente es cosa probada. Yo te
amaba antes, Ofelia".
Antes del derrumbe, de la caída a cero de la dignidad fálica.
Prosigue el tenso diálogo. Ofelia expresa su angustia y su
decepción. Le aconseja Hamlet: "¡Vete a un convento!' ¿Por qué
habrías de ser madre de pecadores?".
Queda bastante claro. Se trata de que quo ad matrem Ofelia
únicamente engendrará pecado.
De encarar el "acto" sexual con ella, ¿tomaría él digno lugar de
varón falóforo, o el lamentable rol de fast food del apetito de la dama?
Pero no es sólo eso, como si eso fuera poco. Además, al casarse
con su cuñado, la madre desheredó a su propio hijo del trono que le
correspondía legítimamente.
Así las cosas, Harnlet no será a futuro sino un molesto rival
potencial de Claudio, un potencial reclamante de la corona. El falo,
simbolizable en la corona, no se ha de transmitir como emblema de
padre a hijo. El hijo, sólo será hijo, privado de recibir a su turno el
emblema fálico.
En el nudo, es claro que se han corrido los hilos de tal forma que
el goce del Otro se extiende a expensas del goce fálico, del sentido y de
la zona escritural del objeto a. En efecto, el sentido de la vida escapa al
ensombrecido príncipe, su novia se le torna subjetivamente inaccesible,
y no encuentra canal fálico para ejercitar su goce de varón.
Por supuesto no se trata de afirmar que el goce del Otro exista.
Este goce es imposible estructuralmente, pero para que el sujeto
advierta su imposibilidad, le es necesaria una marca, una escritura
75
que señale esta imposibilidad, a su propia cuenta. De faltar esa escri-
tura, esa traza literal de la imposibilidad, el horizonte arrasador de ese
goce se hace presente en la clínica.
Cuando se presenta para cualquier sujeto una situación como la
que describimos para Hamlet, la formación imaginaria que debe velar
el agujero verdadero que engarza al objeto resulta ser velo de nada,
cobertura de nada.
En efecto, este "príncipe heredero" ¿tiene algún reino que here-
dar? ¿Este hijo de rey, no es acaso también hijo de la infamia?
Cuando estas funciones relacionables con la dignidad del falo,
que debieran ser sagradas, están comprometidas en el sentido de lo que
nuestro argot porteño denomina lo "trucho", los blasones imaginarios
no cubren ningún real y el sujeto tiene la penosa sensación de llevar un
disfraz vacuo, pesado y ridículo.
Así le sucede a Hamlet, quien porta la investidura de príncipe
heredero cuando se ha despojado esa investidura de todo sentido "real".
Real a ser leído, tanto en el sentido del registro de lo real, como en el
de la realeza.
Hamlet no ha de heredar ningún reino. Representa más una
molestia, un sobrante amenazador para la voracidad de poder de la
novel pareja real, que un ser verdaderamente querido. Asistimos al
total derrumbe de su imagen “amable”.
76
Le pide entonces a Hamlet que vengue la horrible afrenta, que
mate a Claudio, que devuelva al trono la dignidad perdida.
Luego de esta demanda se desencadena la profunda inhibición de
Hamlet.
Este es capaz de fingir estar loco, de enviar a la muerte a
Rosencrantz y Guildernstern, de dar la estocada que mata a Polonio.
Puede de todo ... menos ejecutar el único acto que en su vida merece el
título de tal: matar a Claudio y restaurar la legitimidad y la dignidad
del trono asumiendo la corona. Para su acto, está profundamente
inhibido.
Pero, ¿cuál ha sido el pecado del padre? ¿Qué delito cometió este
padre tan idealizado -tal como deja claro la obra de Shakespeare- por
su hijo?
Lacan, de cuyo comentario sobre Hamlet son deudores estos
apuntes, subraya este asunto de los pecados del padre, de la falta del
padre tan idealizado por su hijo, dejando en la indeterminación de qué
pecados se trata.
Arriesgaré una lectura.
¿Qué le ordena el ghost a Hamlet? Que no ceje hasta vengar la
horrible afrenta padecida, que no repare en gastos para nevar a cabo el
retomo de la legitimidad a la corona ..., pero sin comprometer -ni
siquiera un-poco-a su madre.
Escuchemos un fragmento del parlamento del ghost, proferido
luego de clamar venganza y de urgir a su hijo a ejecutarla: (7)
"Pero de cualquier modo que realices la empresa, no contami-
nes tu espíritu ni dejes que tu alma intente daño alguno contra tu
madre". No nos hallamos ante un flor de pecado del padre, ¿esto es que
lejos de hacerse cargo de la privación del Goce de la Madre se trans-
forma en su cómplice? ¿No le demanda el padre a Hamlet que también
él haga "la vista gorda", se haga cómplice, cuando se trate de la madre?
¿No encontramos aquí una poderosa razón para la encerrona
inhibitoria de Hamlet?
¿Cómo sancionar los crímenes sin comprometer a la madre quien
es ejecutora por complicidad?
En ese mismo sentido es impresionante la escena en el tocador
de la reina, en que Hamlet enfrenta a su madre luego de la famosa play
scene con los actores ambulantes.
77
Hamlet acude a hablar con ella luego de la representación. En la
cámara de la reina, recrimina a su madre por toda esta situación,
anómala hasta el límite de la náusea, quien le pregunta, en el colmo del
malestar: "¿Pero qué he hecho yo?". (8)
Le replica su hijo: "Una acción que empaña la gracia y el sonrojo
del pudor, tacha de hipócrita: a la virtud, arrebata su rosa a la tersa
frente del amor puro, dejando allí una infame llaga, hace los votos
conyugales tan falsos como los votos de tahur",
Y le pide a la reina que ya no se acueste con Claudio.
Cuando la reina ya no puede más, cuando Hamlet está a punto de
lograr hacer que se angustie, y quizás deje de gozar tanto ... aparece el
ghost pecador quien le reprocha:
"¡Pero observa cómo el espanto se apodera de tu madre!
¡Interponte en la lucha que sostiene con su alma ... !"
Fin de la eficacia de las palabras de Hamlet.
Cuando se retire la sombra y la madre pregunte explícitamente a
Hamlet:"¿Qué debo hacer? "Este responderá: "Nada por supuesto ...
Dejar que el cebado rey os atraiga nuevamente al lecho ..."
Este pecado del padre impide ofrecer el recambio de su falo, de
su prestigio de su dignidad para tomar viable ese goce del lecho. Allí el
falo es una indigna pound of flesh destinada, no a pagar la deuda, sino
a ser consumida vorazmente.
78
¿Se sostiene esta tesis?
¿Es más represión, más inconciente lo que retiene el brazo de
Hamlet y no le permite empuñar la espada vengadora? ¿Es más repre-
sión la que torna a Ofelia sospechosa, rechazable, humillable, a los
ojos antes enamorados de Ham1et?
No es ésta la situación de Hamlet. Al propio Freud no se le
escapó que dentro del gran marco estructural Edipo-Hamlet hay dife-
rencias, no por cierto de detalle.
Hay aquí profunda atipia del conflicto Edípico, no hay
posibilidad de resolución porque, lejos de poder plantearse un más allá
del falo, la obra toda muestra un encalle "más acá" de la marca de corte
del falo.
"Tragedia del deseo" -así describe Lacan esta obra maestra. (9)
Fracaso del fantasma, me permito añadir, dado que el fantasma
regula y sostiene la posición deseante, del marco fálico en que halla
escritura el hueco del objeto (10).
¿Es raro acaso que Hamlet, frente al desborde del goce del Otro
que convalida el propio padre, se refugie en la inhibición?
79
estructura, pero que reclama letra de corte para que sea advertida
y operante esta imposibilidad- estar limitado por la señal de angustia.
Esta prepara el corte y la normativización, ya que inicia una opera-
ción literante ante el goce del otro.
El ghost, lejos de preparar la solución que es precedida por la
angustia, convalida como área intocada e intocable a ese goce.
80
en pena sin poder caer por el hueco-fosa que al tiempo que le otorga
por su pasaje fálico brillo agalmático y dignidad, permite -recién
entonces- anotarlo como perdido.
Pero para ello es precondición que el sujeto cuente en la estruc-
tura con la letra – φ , muesca de tope real sobre lo Imaginario (12).
En Hamlet, arriesgo, asistimos a uno de esos casos en que,
acaecida la inscripción de la marca fálica, ante un grave aconteci-
miento real-que reclamaría su disponibilidad- el Otro se coloca de
forma tal que el sujeto no dispone de la superficie para reescribirla. Es
mi hipótesis, plantear que, así como en el síntoma, subsidiario de la
eficacia del goce fálico, resulta vía regia de acceso clínico la apertura
del inconciente entrando por la cuerda simbólica, abriéndola al infmito,
en los casos subsidiarios de la demanda de goce del Otro, se trata de la
maniobra en el borde de los cruces entre I y R. En esta zona, deberá
restablecerse el hueco letrado de - φ , restablecimiento subsidiario de la
apertura al infinito de la cuerda de lo imaginario. Esta apertura hará
aparecer, de esa cuerda, el agujero real, es decir, lo real de lo
imaginario.
Propongo denominar esta intervención clínica "maniobra
imaginaria literante ''.
En giro levógiro sobre el nudo -es decir dirigiéndose hacia lo
real- se puede intentar escribir analíticamente el hueco de – φ, permi-
tiendo la literalización, la escritura de cuerda imaginaria de la impo-
sibilidad de respuesta al goce del Otro.
Puede salirse así de la encerrona inhibitoria, trágica. Sin esa
maniobra, la salida espontánea suele producirse a costa de la inhibi-
ción en masa o del acto que cuesta la vida, not to be.
Ser o no ser
To be or not to be.
En los casos de Edipo "típico" se trata de la pregunta por el ser o
no ser el falo de la madre, porque lo típico consiste justamente en
interpretar fálicamente ese deseo.
Cuando se trata del to be or not to be fast food, objeto obsceno y
no falo portador de uno de los nombres del padre; la inhibición
81
masiva restituye a altísimo precio el "decir que no" al goce del Otro,
cuando esta negativa vacila.
La inhibición suple la nominación imaginaria (13) con cuya
renovación no se está contando. Allí el falo pierde su dignidad de ser
uno de los nombres del padre, para ser carne de la que se goza indig-
namente.
Not to be fast food, responderá Hamlet luego de la escena del
cementerio y al precio de su muerte.
Tragedia del deseo, fracaso del fantasma.
Intentando evitar este desenlace trágico, las maniobras clínicas,
mediando la presencia del analista, intentarán una salida. Entrando por
una vía "atípica", esto es, por la cuerda real y por la imaginaria,
recolocarán una parte a perder, parte cuya demarcación precisa
también el hueco fálico en la dignidad de la imagen.
Es corriente además que, de llevarse a cabo esta maniobra con
eficacia en la cura, se logre cambiar el tono de tragedia y se coloque la
dimensión entre dramática y cómica; hace más transitable una, de por
sí bastante difícil, vida humana.
82
Notas
84
CAPÍTULO IV
86
Mientras estudiaba, nuestro analizante militaba en la rama polí-
tica de un grupo que había optado por la lucha armada, durante los
años de estallido de las utopías guerrilleras.
Aún hoy ignora por qué razón no fue "chupado". Perdió con el
golpe militar a la mayoría de sus compañeros de militancia.
Advierte asombrado hasta qué punto él y su familia materna se
han desentendido de todo lo relacionado con su padre. Comienza a
hacérsele claro hasta qué punto estaba en el tapete la muerte de su
padre y la ausencia de todo vínculo con su memoria posterior a su
muerte: ni visitas al cementerio, ni frecuentar a los familiares, nunca;
ni siquiera conocer detalles básicos de la biografía de su padre.
¿Cómo se relaciona todo esto con la crisis, inédita, que le
provoca el abandono de su amante? Por sufrir por una mina se siente
un ser despreciable, un llorón, alguien que no puede estar a la estatura
del varón recio que se esperaba de él.
Por no haber sido chupado, un cobarde; un traidor por el mero
hecho de seguir vivo.
Interrogo sobre el affaire que lo unía a esa mujer que lo dejó.
Comenta que hacía unos cinco años había comenzado con ella su
rutina habitual de "fato". Y que era una más, a la que quería tibia-
mente, pero que no hubiera nunca soñado que le iba a producir seme-
jante crisis.
Indagando con detalle sobre el momento en que lo deja aparece
el tema de un embarazo de esta mujer, atribuido por ella a su novio
oficial. Confirmado el embarazo ella corta la relación. Este embarazo
prosiguió y nació una niña, que lleva el apellido de la madre.
El análisis ya había colocado en valor la función del padre
prematuramente muerto y ya había señalado el carácter ligeramente
caricatural de la virilidad que le pasara su abuelo. Sin este trabajo
previo hubiera sido inútil, no hubiera podido hacerse descifrable el
desencadenamiento de la crisis.
Es sobre esta base que ingresa como un rayo la pregunta obvia
que le formulo acerca de si él está seguro de quién ha engendrado a la
niña.
Él admite que jamás había pensado esto. Situado este punto,
paradojalmente, comienza a ceder la crisis. Aparece en un primer plano
el tema de la paternidad.
87
Su esposa padece una afección ginecológica indudablemente
orgánica y que él conocía al momento de casarse. Tuvieron entonces
que adoptar a sus niños. Jamás se puso en marcha un duelo por la
paternidad biológica impedida.
La crisis ha pasado instalándose ahora una profunda tristeza. El
nunca se había interrogado acerca de si tenía o no padre y cómo es que
lo tenía. Nunca había situado entonces de qué modo él era hijo de su
padre. Nunca tampoco se había interrogado sobre cómo es que él era
padre, por qué vías, de qué manera.
Se asombra del desconocimiento radical en que mantuvo todo el
tema del embarazo de ella. Aparece la preocupación acerca de la
filiación de la niña de su amante y la ilusión de tener un hijo con ella.
Cuando él intenta hablar con ella del asunto, ella lo rechaza con
violencia, asegurando que el bebe es sólo de ella. Él comienza a
percibir que ella ha maniobrado a su antojo la filiación del niño que
llevaba en su vientre. El no puede evitar sentirse totalmente a su
merced, enamorado, implorante, a pesar de no estar ya en medio de la
crisis que lo trajo al análisis.
Es en ese tiempo que visita en la provincia a la familia pater- na,
a la que jamás había frecuentado, y que pasa por primera vez por la
tumba del padre; Comprueba el vínculo entre su militancia y el
izquierdismo del padre, y revisa desde ese punto de vista la historia de
las desapariciones. Se acerca a los familiares de sus amigos
desaparecidos.
Se va dando cuenta de que jamás había podido amar a fondo,
vivir a fondo, que había salteado cada uno de los duelos que en la vida
le tocaron en suerte. Comprueba que, con tal de evitar cualquier dolor,
había evitado también cualquier ligazón verdadera. También que su
arreglo al ideal del abuelo lo hacía más una maqueta de varón que un
varón viviente.
Durante un tiempo se va a debatir con la idea de dejar a su mujer
ya sus hijos, poner su empeño en ganar el amor de su amante y tener
con ella un hijo, aunque ella sea "una loca", aunque se apropie de los
niños, aunque a él se le vaya haciendo claro de que un niño para ella es
más un trozo de carne que el nombre que representa al hombre que se
lo ha. donado.
88
Una loca y una madre se habían mantenido para él, vía degra-
dación de la vida erótica, rigurosamente clivadas. Cuando se le entre-
mezclan "loca" y madre él no tiene en su haber el trazo que les haga de
bisagra. Careciente de ese trazo no puede sino percibir a la "loca-
madre" como un todo sin falta donde a él le toca el triste papel de
haber llenado de carne un vientre para inmediatamente ser desechado.
Pero la "loca madre" entera mezcla de un modo que se hace
intolerable lo materno y lo femenino. Los goces de cada una de estas
posiciones estaban para este hombre, totalmente disjuntos. Cuando la
distribución de estos goces fue tocada, pudo emerger la pregunta por el
deseo del Otro, el deseo de una madre. En la ligera movilidad del goce
materno que esta contingencia de la vida le deparó, encontró ocasión el
desencadenamiento de la crisis de angustia, momento en que pudo
aparecer la interrogación por su deseo.
Hasta aquí el análisis había operado la maniobra que se
demuestra eficaz para resolver la emergencia de la angustia. En el
primer tramo, al "rectificar las relaciones del sujeto con lo real" (4)
había recolocado al significante fálico en funciones, el que hace
agujero en lo real, volviendo a hacer de allí en más el analizante
argumento a su función.
2. Valga aquí a pleno que "su deseo" remite a la madre. Por eso mismo va a implicar
inexorablemente al deseo del sujeto.
89
Pero este significante, universal en su función estructurante,
precisa ser retraducido en el trazo particular de un sujeto. Para ello
había que esperar el momento en que le fuera posible poner a funcio-
nar la maquinación de saber inconciente, para lograr que "en medio de
su decir éste produzca su propio escrito". El sueño es un hacedor por
excelencia del trazo poiético, personal. El sueño es escriba privi-
legiado de la escritura propia del sujeto, es traductor privilegiado de la
línea de corte universal, en términos absolutamente singulares. Es en el
sueño donde exquisitamente puede ponerse en juego el trazado de la
grafía del rasgo personal, el, por así decirlo, de marca registrada.
Así se comprobó en esta cura, donde, llegado el sujeto a este
punto de su análisis, va a traer un sueño.
Paso a comentarles el relato del sueño. El relato es ya una
primera lectura, por parte del soñante, de la escritura en imágenes. Sin
el relato, podría esta escritura quedar en el estadio de "figurita". Debo
aclarar que este señor, por razones profesionales, poseía sólidos
conocimientos de biología.
"Entraba a un gran edificio, esos que tienen en el fondo, en el
pulmón de manzana, un pequeño parque con una pileta. Subía a un
departamento cuyo balcón daba a ese fondo y veía desde arriba la
pileta y unos cursos de agua, que como dos pequeños ríos, confluían en
los dos ángulos superiores del rectángulo de la pileta.
Bajaba y dejaba en el borde las llaves, el dinero y los cigarri-
llos. Entraba al agua y nadaba".
Comenta que todo el sueño le parece bastante obvio, que la pileta
es el útero lleno de líquido amniótico y que los riachuelos confluentes
son las trompas de Eustaquio.
Le pregunto, un poco en chiste: Doctor, ¿cuáles trompas?
Él, sin darse cuenta inmediatamente del error, insiste con las
trompas de Eustaquio, las que conectan ... Se disculpa, bastante
sorprendido por su error y se apura en afirmar que por supuesto se trata
de las trompas de Falopio etc., etc. Quisiera subrayar que en absoluto
se trata de un fallido. Su sueño precisaba dejar escrito "trompas de
Eustaquio". Para ello utiliza el recurso poético de la une-bévue. (5)
Continúa asociando. Por supuesto todo esto remite a los bebes.
90
Y él quiere hacer un bebe de su carga genética al útero de alguna
mujer etc., etc.
Entonces puedo leer, interpretando en sentido clásico, estricto y
eficaz ya que en ese momento él esta en tiempo y en "zona" de poder
recibir esta intervención, que se puede hacer un hijo cuyo
engendramiento sea sólo biológico, animal, con una mujer sorda a su
palabra; o bien si va a comprender que él mismo pudo dejar esta-
blecido en su sueño que la paternidad pasa por las trompas de
Eustaquio. Allí donde una mujer escucha lo que un hombre tiene para
decirle.
Va a decirme entonces que yo soy una mujer que escucha, y que
el borde donde pudo situar alguna escritura, algún trazo sobre el
enigma del engendramiento fue el borde donde dejó el dinero, los
cigarrillos y las llaves, tres claras remisiones transferenciales.
Dinero para pagar, cigarrillos que consumía uno tras otro y que
decidí que no se fumen en sesión, llaves de la puerta de calle que reci-
bió de mí.
En ese marco transferencial, el sueño, formación princeps del
inconsciente, por su lectura y con la presencia del analista va a produ-
cir la apertura del inconsciente, la poiesis de un más uno, creación del
sujeto que pondrá marca propia y coto al exceso de goce que padeció,
como todos y cada uno, desde pequeño.
En su caso: el niño es de la madre, sorda a la palabra y a la
tradición paterna, y en general a todo hombre en posición de pene-
trarla, sobre todo por trompas de Eustaquio. El padre de su realidad
cotidiana, cuya eficacia parcial por vía del abuelo no niego, es una
caricatura de padre, ineficaz en cuanto a intervenir "a fondo" sobre el
complejo materno. Entre otras cosas porque no penetra en el cuerpo de
la madre.
Lo que era -descontando el tiempo de la angustia, en que pudo
preguntarse por el deseo del Otro materno al romperse la tranquili-
zante distribución de goces que aseguraba su rebajamiento de la vida
erótica- clara primacía del goce fálico de la madre sobre el niño-falo,
exigía del análisis su rotación hacia otra cosa que el goce fálico: La
significación fálica.
91
Pero esa significación deberá ser retraducida en los términos
únicos de la poiesis del sujeto. Y este analizante escribe exquisita-
mente el enigma del engendramiento en términos de engendramiento
por la audición. Esto ya es respuesta singular del sujeto a un enigma
que lo trabaja. Para dar esta respuesta singular suele venir en función
de escriba el sueño. Es entonces el sueño traductor de lo universal en
traza singular,
Si el análisis no hubiera podido desplegar en un primer tiempo,
frente a la angustia, el horizonte del significante fálico, universal,
maniobra operante sobre la cuerda de lo real; que resuelve ese apre-
mio, no se habría podido pasar al tiempo singular del relato del sueño.
Como se comprueba, no se trata de decretar que lo eficaz es
intervenir sobre lo real, o sobre lo simbólico, o aún sobre lo imagi-
nario, sino que el verdadero problema clínico estriba en poder forma-
lizar cuándo entrar clínicamente por una vía o por la otra. (6)
Ante la crisis de angustia, el primer movimiento fue de ingreso
sobre cuerda real, poniendo en funciones el significante fálico.
Pero el sueño opera la retraducción del significante fálico en
términos poiéticos de más uno, producto del sujeto, destilación única,
invención y autoría a cuenta del trabajo del sueño. Entonces, la inter-
pretación del relato del sueño es eficaz cuando el analizante se
encuentra representado por el síntoma o alguna formación del incon-
ciente, donde se trata del exceso de goce fálico -cuando en la angustia
se trataba de una alteración en lo creído como asegurado del goce
92
del Otro, alteración que hace aparecer bruscamente el deseo del Otro-
que violenta lo real.
Preponderancia de goce fálico que no impide sino más bien va
acompañado de una fijación fantasmática a la madre sorda, la que del
padre, no escucha nada. Pero en su fantasma, esa madre sorda no
entraba en juego en tanto mujer. Cuando una de sus "minas" se hizo
madre, desencuadró de una manera intolerable su fantasma, que dejó
de tener vigencia momentáneamente para él. Padece en medio de su
crisis, un momentáneo fracaso del fantasma.
Una vez en análisis, para reencontrar el marco del fantasma, no
podrá volver al punto inicial, sino que tendrá que tomarse el trabajo de
reescribirlo. He aquí el valor subjetivante de la reescritura del fantasma
en el marco de la transferencia.
El análisis coloca en un primer movimiento al significante fáli-
co en funciones. Más tarde el trazo del sueño, leído en la interpreta-
ción será apropiación subjetiva de la significación fálica, la que puede
entonces hacer surco literal en lo real. Así, no hay oposición entre
interpretación clásica y acceso a lo real.
El analizante, al escribir a su cargo su rasgo, reorganiza su
fantasma haciendo entrar a una mujer en el fantasma que ahora puede
lograr esbozar una respuesta sobre el misterio de la paternidad: Por su
escritura afirma que el falo no sabría ser pura carne a ser gozada, sino
que debe ser también portador de uno de los nombres del padre;
nombre que su sueño hace entrar por los oídos de una mujer.
Toda madre busca en el falo-niño tanto la carne como el nombre.
Cada una en una proporción que le es singular (7). Pero cuando su
amante separó hasta la total disyunción el falo nombre del falo carne,
una crisis vino a recordarle a este mujeriego, que corría desde siempre
el riesgo de no ser más que el sobrante de una operación de llenado
materno ya que en absoluto de donación.
La interpretación, vía lectura del trazo recolocará para él la
dignidad del engendramiento. Pero entonces alcanza a lo real, en este
caso a lo imposible de determinar de la paternidad.
Vía regia de acceso al inconsciente, y por su interpretación, vía
regia de acceso al más uno que rozará lo real de la fijación, escri-
biendo el trazado de la línea de su corte, está bien lejos de ser caduca la
escucha y la correspondiente interpretación del relato del sueño.
93
Notas
94
CAPÍTULO V
96
Dios, tal como creía el mundo premoderno. Pensar, esto es,
utilizar el lenguaje, es darse un ser.
Entonces “pienso luego existo”, promueve una fundación de la
subjetividad en la palabra, que desde ese momento cartesiano es del
hombre y no de Dios.
Ahora bien, lo que no es ser o “res pensante”, las cosas del
mundo, los cuerpos, la naturaleza, pierden de ahí en más el protector
carácter sagrado que les otorgaba la religión. En efecto, esos cuerpos
reales, que no piensan, o bien la “res extensa” como el las llama,
carecen de ser.
De ahí al surgimiento de la ciencia moderna había un paso que
se franqueó bien pronto. El sujeto pensante se dedicó con ahínco a
estudiar la naturaleza, y las ciencias físicas y naturales conocieron un
florecimiento extraordinario. La naturaleza, que era antes sagrada e
inaccesible, tan criatura de Dios como el hombre, será ahora un ente
carente de ser sobre el que se podrá hacer literalmente cualquier cosa,
hasta el límite de la depredación.
El psicoanálisis opera a mi juicio la mejor intervención que se
conozca sobre el cogito. Denuncia su temible potencial forclusivo al
hacerse, el psicoanálisis, guardián de la inaccesibilidad de lo real, que
antes protegía, pero con otra eficacia, la religión. Freud fue el primero
que graduó, por así decirlo, el voltaje enceguecedor de las luces del
cogito, sin volver al oscurantismo anterior. Le recordó a la soberbia
del cogito que todo no se puede pensar, que lo simbólico no puede
reducir a trazas anotables todo lo real. Y hace operar ese límite en
nombre del padre.
Freud introduce, en efecto, para limitar el poderío totalizado de
lo simbólico, lo que Lacan va a llamar, cuando relea al maestro, el
"Nombre del Padre". El psicoanálisis es, a mi juicio, el único discurso
no oscurantista capaz de objetar eficazmente la ilusión totalizante del
discurso de la ciencia.
Cuando Freud describe, por ejemplo, en un texto fundacional
como La Interpretación de los Sueños, cómo el sujeto se funda en la
cadena de representaciones que él mismo llama "pensamientos"
inconscientes, se sitúa en la brecha abierta por Descartes. Cuando
limita estos pensamientos a confrontarse con el ombligo del sueño, lo
Unerkannte, produce en acto el límite a la forclusividad de la avanzada
cartesiana.
97
Y lo hace sin desconocer los méritos más incuestionables del
cogito. El psicoanálisis cuestiona al cogito sin retornar a un oscu-
rantismo tanto o más temible.
Ahora bien, Descartes no dijo que Dios no existiera. No se le
hubiera tolerado tanto. El dejó a Dios en un lugar muy particular. El de
asegurar, desde el más allá, sin ninguna intersección con el más acá del
mundo, la verdad de lo que el saber humano elucubraba. Como queda
claro, la forclusividad del cogito reposa, en parte, en esta formidable
disociación de saber- humano- y verdad-divina.
Pero a Dios le toca, además, dirimir otro punto sensible del
sistema cartesiano. Sigamos un tramo la reflexión del filósofo, Si sólo
mi pensamiento me garantiza una certeza, dado que se ha descartado
que la certeza provenga de lo sensible, entonces ... ¿qué me asegura
que a mi representación (acá comenzamos a adentrarnos en el territorio
del psicoanálisis, los pensamientos son representaciones), corresponda
alguna cosa en la "res extensa"?
Si se me permite, lo formularía así: ¿Qué asegura que a lo simbó-
lico corresponda algún real? Y Descartes da vueltas, vueltas y termi-
na por concluir que esta conexión existe porque Dios así lo asegura.
Deja a Dios la tarea de garantizar que el pensamiento sapiente
guarde respeto a la verdad y también le deja la tarea de garantizar que
exista un mundo, que el pensamiento tenga referencia, que la
representación cubra algún real.
Descartes termina por edificar su sistema sobre la división, sin
articulación, entre la "res pensante", la cosa pensante y la "res extensa",
la cosa real. Por ello siempre fue un problema el "solipsismo del
cogito", que propendía a hacer completamente innecesario al prójimo
humano.
En efecto, para funcionar esta maquinaria, sólo se precisa el ser
que piense y un lejano Dios que le garantice, desde el más allá, la
verdad y la existencia del mundo.
98
al semejante será el lugar inaugural y privilegiado para que el sujeto
tenga la certeza de tener un cuerpo. Esa imago revestidora de la res
extensa del cuerpo, no la va a garantizar Dios, sino el semejante.
Allí donde Descartes había negado a la res pensante cualquier
intersección con la res extensa, Lacan va a reabrir la frontera y va a
señalar una vital zona de cruce.
A diferencia de René Descartes, filósofo; Lacan, psicoanalista,
señala y subraya que el ingreso al campo del Otro es libinidal.
Entonces, entro a ese campo ahí donde no pienso, porque los
significantes son del Otro y yo no puedo pensar. Entro haciéndome
objeto del Otro.
Pero para ingresar al campo del Otro como objeto, al Otro le
tiene que faltar algo, sino no me va a dar lugar como objeto. A este
movimiento en que justamente "yo no pienso" y caigo en el campo del
Otro, Lacan lo va a llamar "pasaje al acto de la alienación", un pasaje
al acto no patológico, un pasaje al acto normativo. Así como en el
pasaje al acto "patológico" el sujeto se tira por la ventana, el bebe
humano se arroja, sin pensar; al campo del Otro. (1)
Para ello, evidentemente, en el campo del pensamiento debe de
haber un algo que no se puede pensar donde ingresa el bebe. Si el Otro
pudiera pensar todo no habría vacío para alojar al bebe.
Para existir, parece ser necesaria una báscula entre el
pensamiento y el vacío. El pensamiento necesita un punto de fuga, un
punto que no piense. Pensamiento, vacío, requieren además de alguien
corporal que se preste a sostener tan delicadas funciones, lo que
equivale a afirmar que el Otro necesita también articularse de algún
modo al otro, y la res extensa, ésa que se suponía carecer de ser, se
hace aquí necesaria.
Lo mismo trae Lacan en el esquema del grafo del deseo. El
niñito está allí figurado por una delta, un niñito orgánico, un puro real,
que se hunde, se abalanza, se tira por la ventana al campo del Otro, del
que recibe una significación. Lo que era una necesidad, recibe una
significación en el campo de lo simbólico. (2)
Asimismo en el esquema de alienación-separación, queda
plan- teado que la salida de esta alienación llega cuando el sujeto
infantil, porque aprende a hablar, puede conjugar el "yo pienso" para
interrogar el campo mismo del Otro. "Me significas esto, mamá", "me
das ese mensaje, me dices esto, pero en realidad, ¿qué quieres?", "me
dices que me acueste a las ocho, que coma carne, que me lave los
dientes, me dices lo que me dices, pero en realidad, ¿qué quieres? ¿qué
me quieres?". (3)
El niño experimenta, en principio, el vacío en lo real, es decir se
eyecta al campo del Otro y puede hacerlo porque éste le ofrece el
potlatch del vacío.
Una vez adentro como objeto, el niño intentará encontrar la
salida como sujeto, preguntando: "me significas esto, pero, ¿qué quie-
res?". Y entonces, porque piensa, va a tratar de localizar cuál es el
vacío, dado que una cosa es vivirlo en lo real de su zambullimiento y
otra es situarlo con una marca.
Por repetición de la pregunta a la madre, al Otro, va a poder
encontrar un rasgo común de todas las demandas de la madre.
Cuando se logra desgajar un trazo que haga borde al vacío, se
sale de la alienación logrando la separación. Ese trazo localizado,
borde del pensamiento con el vacío en el Otro, constituye un uno, un
trazo unario, una marca del deseo del otro.
El sujeto a venir empezó con un "yo no pienso, soy el objeto del
Otro", ahora va a poder situar un "yo no soy tu objeto, porque dado que
pienso; sitúo tu vacío con una marca".
Esa marca es una clase de uno, uno que se llama unario. Allí
donde simbólico y real, res extensa y res pensante en Descartes se
disyuntaban; se-articularán por el uno dibujando la frontera donde se
articulan y recubren dos carencias. Deberá recubrirse el vacío real que
le dio lugar al niño; con la falta del niño por nacer al lenguaje, por ser
un ser de lenguaje que no se puede autoabastecer como un ser de la
naturaleza. Así, los registros se articulan entre sí a través de sus aguje-
ros, si estos están señalizados por el trazo. Si no hubiera agujero no se
podría pasar un hilo sobre otro para tejer, bordar la estructura.
Entre res extensa, que es lo real, y res pensante, lo simbólico, la
articulación sé dará a través de los agujeros, localizados por una clase
de traza. Un agujero no es un boquete, un agujero tiene marco, tal la
ventana de Magritte (4). El agujero está bordeado por la ventanita que
le hace el rasgo unario, entre simbólico y real. Ya ese rasgo lo dedujo
el chico, insistiendo una y otra vez con sus "¿por qué?".
Durante muchos años, muchísimos años, Lacan trabaja todo este
esquema. Pero ... ¿qué pasó con su "primer amor", con lo imaginario?
¿Fue acaso un capricho de juventud desechado luego?
100
Lo que habitualmente se olvida, es que de una manera sincró-
nica, en el mismo momento en que el niño hace su pasaje al acto de la
alienación pasa en paralelo otra cosa. Simultáneamente se produce otra
clase de alienación. Si bien Lacan no lo puede tematizar sino hasta
mucho después, lo va a situar tempranamente en el grafo del deseo. En
efecto, a la vez que el niño se aliena y deduce luego un unario, al
mismo tiempo, el niño recibe del Otro una imagen de sí. Hay una
alienación en el campo significante, desdoblado en campo de la
pulsión. Pero también hay una alienación a la imagen de sí que el Otro
le devuelve al niño, notada en la zona inferior del grafo como i'(a) y
cuya significación se designa como moi. El yo es la significación de la
imagen para el Otro. (5)
101
Henri Wallon
102
esto la conclusión que Lacan sacará. Esta conclusión impone la nece-
sidad del estadio del espejo, que hace que el niño, cuando es nombra-
do, no toque su cuerpo, sino la imagen, y no cualquier imagen sino
aquella que le ha ofrecido el Otro.
Un chico gravemente alterado en su movimiento estructurante,
muchas veces no pasa por la aprehensión del espejo. ¿Qué le faltó al
chico grave? El Otro no hizo en su honor el potlatch de la imagen.
Pero la experiencia de Darwin nos enseña aún algo más. Cuando
el padre le habla detrás del espejo, el nene, con sorpresa, se da vuelta,
porque aún no comprendió la diferencia entre la imagen y lo real.
Y... ¿cuál es la diferencia entre la imagen y lo real?¿Cómo es que
el nene de Darwin podrá llegar a saber quién es su padre especular y
cual su padre en tanto cuerpo real?
En verdad no es tan evidente, si miramos por un momento el
mundo con ojos de bebe, que uno, por ejemplo, no esté realmente en
una fotografía.
Más vale aceptar que es bastante difícil explicar por qué una
imagen no es real.
Nosotros, que hemos separado, como pudimos, imaginario de
real, aún así, si viéramos nuestra foto pinchada con alfileres,
sentiríamos 'una fuerte molestia'.
¿Qué es lo que la imagen tiene de menos que lo real? ¿Qué no
tiene la imagen, por lo cual la imagen no es lo real? ¿Por qué, a pesar
de no ser real, la imagen es fundacional de una forma de la identidad?
104
es la única cosa que me asegura a la vez la figurabilidad en imagen y la
sensación real. Sólo su diferenciación permite su articulación.
La maestra jardinera, cuando se asegura de que los niñitos que
tiene a cargo dibujen la figura humana y se preocupa, con toda razón,
cuando el niño no la dibuja o lo hace con alteraciones serias, demues-
tra saber, aunque no lo sepa con toda esta teoría, que el niño está
adquiriendo el acceso a una diferencia fundamental entre imaginario y
real.
Porque sólo se va a situar bien lo real en su articulación a la
imago cuando lo real sea advertido como lo que le falta a lo
imaginario.
¿Qué le falta a una imagen, por ejemplo una fotografía? Hay algo
real que no está allí.
Cuando nombraban al hijo de Darwin, lo primero que él seña-
laba era su imagen, fotografía o imagen en el espejo. Esto demuestra
en qué medida la identidad está profundamente alienada a una imagen
que viene del Otro, donde lo real va a ser justamente lo que se le
sustrae. Lo real escapa a esa profunda alienación en la imagen que
determina el Otro.
Hüsserl va a trabajar un término que se llama apresentación. Es
aquello que no se me presenta, de alguien, en tanto mera imagen. Lo
real no está en la imagen que se presenta, sino en su apresentación.
Pero sólo por lo que se presenta, gracias a la imago; se puede
deducir lo que se apresenta. Por ello, por ejemplo, sé que otro cuerpo
humano debe de ser respetado, porque trascendentalmente estoy
advertido de que él guarda una apresentación de un precioso real.
La aprehensión del cuerpo propio, de ser normativa, implica un
cuerpo percibido por la vía de lo propioceptivo de las sensaciones del
cuerpo, y por la vía de una imagen que viene de afuera y que otorga
una identidad alienada a lo que el Otro devuelve.
Al igual que Wallon, Lacan pensaba que la unidad del ser no está
dada desde el inicio, ni mucho menos. A diferencia de los idealistas
que piensan que el uno preexiste, Lacan afirma que el uno está
105
en el lenguaje, pero para que opere a cuenta del sujeto, éste debe loca-
lizarlo y apropiárselo mediante una ardua construcción.
Lacan, el mismo que rescata de Freud el uno unario, va a incluir
la necesidad de otro uno, uno de otra textura, que es el uno que me
hace un cuerpo. No el uno que señaliza el trazo unario, traza del Otro,
sino el uno que figura cómo me veo como un cuerpo en el campo del
Otro.
Lo diría así: el sujeto se inscribe, por el uno unario, en el campo
del Otro; mientras el yo se refleja como un cuerpo en el espejo del
Otro.
El sujeto, que en el inicio vino de lo real, logrará inscribirse en el
campo del Otro mediante su unario.
Pero, además, tiene que saber quién es en el campo de la imagen.
Vuelvo a las maestras jardineras, a enfatizar cuánta razón tienen al
preocuparse cuando un niño no sabe inscribir el uno, no unario, sino el
uno unificante. El uno unificante escribe como uno la forma del
conjunto del cuerpo. Saca al cuerpo de la percepción morce-lée,
fragmentada, del tiempo del autoerotismo.
Durante muchos meses el niño, un niño que se ha arrojado al
vacío del Otro, para hablar de mejores casos, recibe de la madre la
intrincación pulsional. Durante meses y meses no tiene la menor idea
de tener un cuerpo. Siente, de modo propioceptivo su cuerpo, pero no
sabe que tiene un cuerpo.
Sólo en el estadio del espejo es que se operará la adquisición de
un cuerpo. Este estadio produce un antes y un después. Es por ello que
no es exagerado calificarlo como un acontecimiento. El niño, antes, no
tenía la idea de tener un cuerpo y luego del estadio del espejo va a
tener la idea de que tiene un cuerpo, como imago unificada. (8)
Antes del estadio del espejo, el morcellement del cuerpo no
resultaba angustiante. Una vez conocido el uno unificante -pero este
uno sólo sabría aparecer si el desgajamiento del unario hizo su tarea de
cavado en el Otro para que allí se aloje la imagen que otorga el espejo-
la amenaza de retorno del cuerpo morcelé podrá llevar al sujeto al
colmo de la angustia.
La norma de asunción de esta unificación puede estandarizarse
en la frase parental His Majesty The Baby, Su Majestad el Bebe, una
imagen agalmática. A la imagen del espejo se le añade una buena
106
significación -la que acabo de describir tal como la describió Freud- en
el caso normativo. Esa significación va a hacer de esa imagen un "yo",
que viene de afuera del cuerpo, pero decide después cómo se percibe el
uno del cuerpo.
Hay un uno unario, que es el uno significante de la repetición,
que marca y localiza el deseo del Otro, a nombre del cual se inscribe el
sujeto en el campo del Otro, y hay un uno unificante el uno de la forma
del cuerpo, que es lo que esperan las maestras que el niño dibuje.
Sobre ese uno el niño va a apoyar una identificación imagina-
ria, fundando una necesaria identidad yoica. Ese uno funda el "yo
ideal", que el Otro devuelve. Funda también a los semejantes, funda
también la tensión agresiva. ¿Por qué? Porque la imagen tiene una
capacidad de unificación que todavía el bebe no tiene. Un bebe se ve
erecto en la imagen, sobre todo si los padres se la devuelven bien. Pero
todo eso lo puede el del espejo, él mismo apenas puede sostener sus
miembros porque no está ni si quiera mielinizado. Eso que ve en espejo
puede a todas luces más que él.
El estadio del espejo es exquisitamente humano. No así el
imprinting de los etólogos, que tiene efectos morfogénicos, pero que
no hace que ese animal se pueda representar, dado que carece de efec-
tos identitarios.
Pensemos en el hombre de las cavernas. Era primitivo pero
hablaba, con lo cual ya era un hombre. En el museo de Saint Germain-
en-Laye se exhiben quijadas o costillas de búfalos con muescas traza-
das. Cada búfalo cazado era computado así. Ese trazo escribe lo que
tienen en común todos los búfalos, sean unos más pesados, otros más
livianos, marrones, negros. ¿Qué tienen de común? Que todos son
inscriptibles con un trazo con el que se puede jactar el cazador, un
cazador se jacta de lo que ha cazado.
En las cuevas de Altamira, pueden apreciarse figuras exquisi-
tamente pintadas de búfalos de cuerpo entero. Eso también necesi- taba
escribir el cazador, el uno unificante de un búfalo con buena forma.
¿Representar es trazar el trazo unario o bien representar el uno
unificante del búfalo?
La representación comparte un territorio entre el cifrado y la
figurabilidad. (9)
107
Lo que los psicoanalistas llamamos representación oscila y
bascula entre trazas inscriptas, pero a la vez se apoya en la posibili-
dad de figurabilidad -que no sólo hace al ''yo'' sino que tiene un corre-
lato escritural inconciente que cualquiera que sueñe por las noches
conoce.
Estas consideraciones nos dejan seguir la necesidad de Lacan
cuando acepta el envite del nudo borromeo, que añade a su matema el
anillo de lo imaginario.
108
Notas
109
CAPÍTULO VI
111
cometiendo una "transparencia"? Porque esto indica que hay un fraca-
so de lo imaginario en tanto velo, y debido a ese desfallecimiento de la
función, algo real aparece no velado en la imagen. Se considera que,
normalmente, un chico tiene que dibujar la imagen como un plano
donde lo real no aparezca, sino que esté apresentado. El gran pintor
catalán Tapiès, ha producido varias pinturas de figuras humanas. Se
pueden apreciar varias telas donde las bocas cerradas dejan ver en
transparencia a los dientes. (1)
El efecto es siniestro. Porque habitualmente nuestros labios, al
que dedicamos toda una rama de la cosmética (delineador, rouge,
crema para labios, tratamientos con colágeno), hacen de cobertura al
agujero de la boca, le ponen velo.
¿Cómo es que un niño, una vez que adquiere la imagen, que le
dice que es uno, y esa clase uno es el velo mismo, adquiere luego la
diferenciación entre real e imaginario?
Únicos, semejantes
112
la primera figura agujereada que crea el hombre. La vasija importa en
la medida en que el alfarero logra cernir con ella la vasija un agujero,
sirviendo así para ofertar, convidar, por ejemplo, agua.
Los objetos que el Otro oferta hacen que se acomoden los
agujeros del cuerpo. Si no se mira a un niño a los ojos, si no se le
ofrece la mirada como objeto, el agujero del hueco palpebral no se
acomoda para alojar, cerniéndola, la mirada. Una "mirada perdida" es
un signo clínico que un analista remarca con cuidado. Si no se le habla
a un chico, no se acomoda a la voz el agujero que rodea el pabellón
auricular. Si no se le da el seno o el chupete, no va a acomodarse el
agujero de la boca al objeto oral. Si no se lo cuida, higieniza, no va a
acomodarse el agujero anal.
Cuando el niño ingresa en el campo del Otro, que es el campo
pulsional del lenguaje, la pulsión organiza sus trayectos alrededor de
los agujeros del cuerpo sin ninguna necesidad de que el niño viva su
cuerpo como uno. Por eso, la entrada de la pulsión en el cuerpo hace
vivirlo al cuerpo como cuerpo fragmentado: la tajada de la boca, la
tajada de los ojos, la tajada auditiva, la tajada anal. El cuerpo se vive en
un primer momento como un feteado, como acumulación de tajadas.
En un momento que no es cualquiera, el niño va a recibir del
campo del Otro, fundacionalmente, una imagen que le va a dar por
primera vez la idea de que su cuerpo es uno, cosa que la pulsión no le
podía dar. Gracias a la pulsión, se accede a la sensación real del goce
del cuerpo, pero no a la idea de que el cuerpo es uno.
La adquisición de este uno, el uno unificante, no el uno unario,
se adquiere entonces fundacionalmente, en el estadio del espejo, que
enseña que la unidad corporal está alienada al Otro. Ese uno también
viene del Otro constituyendo el “yo ideal”. También constituirá aquél
que va a ser considerado semejante: ese que en el espejo devuelva ese
uno, va a ser mi semejante. El espejo crea la oscilación entre primera y
tercera persona y, por ende, todos los fenómenos del transitivismo. La
primera y tercera personas de las que hablo son las gramaticales, no
aludo aquí a la "terceridad" que en Lacan evoca al Otro.
Las reflexiones hasta aquí vertidas no permiten aún encontrar en
qué mi semejante y yo somos, además de semejantes, únicos.
113
Será de ayuda, para proseguir esta búsqueda, intentar pesquisar
cómo aparece una posibilidad de hacer entrar en juego a la segunda
persona.
114
objeto totalmente intrascendente puede elevarse a objeto cuya pose-
sión es cosa de vida o muerte por el mero hecho de que lo posee un
prójimo.
El drama de los celos señala un objeto del mundo como un
objeto precioso.
En el cuadro de Magritte del que ya se ha hecho mención, sería
muy difícil elegir- una vez hecha la operación de construcción de la
ventana que pone lo real afuera y, una vez enmarcada ésta con el trazo
unario, el marco fálico- qué diablos pintar sobre el bastidor. ¿Cómo
elegir qué pintar? Para comenzar, me oriento pintando lo que mi próji-
mo me enseñó, no sin celos, que a él le gusta. El unario que aparece
entonces en este drama es el del otro.
Me atrevería a calificar como "entrada al estadio del espejo" al
conjunto de los fenómenos de asunción de la imagen y al drama de los
celos que señala al objeto en lo imaginario.
115
Sobre la caja cerrada que figura el cuerpo biológico, inaccesible
a la percepción, se forma una imagen real del cuerpo, no visible para
un ojo demasiado "pegado" al córtex que figura el espejo cóncavo.
El cuerpo es alcanzado como imagen unificada desde el espejo
plano que figura el Otro, que devuelve una imagen virtual-uno
unificante o "yo ideal"- de la imagen real.
El Otro devuelve la imagen del chico bajo formas para nada
estandarizables. El grafo del deseo nos permite colegir que el yo,
significación de la imagen, dista de ser uniforme.
Freud dejó establecido que lo que el Otro debiera devolver como
uno del cuerpo, como yo ideal, podría subsumirse a la frase "His
Majesty the Baby". Pero no siempre pasa esto, no siempre los padres
hacen esta devolución de reflejo a un chico.
¿Qué significa que el padre y la madre puedan hacer esta devo-
lución normativa?
Significa que no capturaron el entero del cuerpo del niño como
un objeto de goce de ellos. Los padres debieran poder significar al niño
como objeto de amor, es decir significar fálicamente al entero del
cuerpo del niño. Si los padres no pueden, puede suceder que tomen el
entero del cuerpo del niño como objeto de goce y entonces, en vez de
venir de Otro la alterativa normativa; caen sobre el yo del niño
atribuciones injuriantes. Éstas hacen del niño no un objeto significado
en el amor, sino, en el plano yoico, un objeto repudiable, _apto para
ejercitar un goce obsceno. (5).
Decir a un niño que es feo, tonto, torpe, malo ... resulta inju-
riante. También abandonarlo, porque sólo se abandonan objetos consi-
derados cosas propias de uso.
Una paciente, que se quedó dormida a los tres años andando en
el colectivo en que viajaba con su mamá -quien la había tenido a los
catorce o quince años- fue olvidada allí. Después de varias horas fue
restituida al hogar por la policía, que había estado rastreando adónde
pertenecía esa chiquita, que estaba llorando a los gritos, diciendo su
nombre y apellido porque no era un bebe. Adolescente ya, buscaba
desesperadamente, en las florerías "no me olvides" para regalarle a su
mamá. Aquí hay también una cosificación del chico, tratado como un
paquete, un objeto extraviado. Las actitudes de abandono, aunque
116
no parezcan ejercicios directos de goce perverso sobre un chico, son de
hecho cosificaciones. Un chico gozado es abandonado de los cuida-
dos parentales normativos. Un chico abandonado es gozado como una
cosa.
Vuelvo a subrayar la diferencia entre significar fálicamente al
niño en su cuerpo, como un entero, y gozarlo fálicamente, sea de modo
perverso, abuso directo sobre el cuerpo del chico, ya sea de modo cosi-
ficador. El niño vive este goce fálico del Otro como goce del Otro.
Cuando acaece una atribución narcisista injuriante, abusiva o
abandonante, la catexia de goce sobre la imagen que el Otro devuelve
en el fondo del espejo, captura sin resto al yo. En esas condiciones, no
ha de haber para el niño una salida adecuada del estadio del espejo.
El "Nombre-del-Padre" organiza, de estar presente y no forclui-
do, una estructura neurótica. Pero el Nombre-del-Padre se actualiza en
los nombres del padre, en lo simbólico, en lo imaginario y en lo real.
Lacan llama al Nombre-del-Padre en lo imaginario, inhibición. (6) El
Otro ,si se atiene al poder ordenador de ese Nombre, se inhibe de
capturar por entero la imagen del niño en el fondo del espejo, en la
densidad de goce del Otro. Su correcta eficacia en lo imaginario
inhibirá el uso instrumental del chico, permitiendo que algo real del
niño escape a la captura del espejo. Sólo así el niño podrá diferenciar
imaginario de real, dado que lo real se demostrará como no especu-
larizable, por fuera del campo imaginario si bien éste le hace velo.
En las últimas clases del seminario La Transferencia (7), Lacan
va a extenderse sobre una experiencia. Frente al espejo, auxiliado por
un adulto, el niño suele girar la cabeza y -saliendo por un instante de la
fascinación especular- mirar a la madre, al padre, o al adulto que lo
está acompañando. Va a intentar averiguar adónde mira el Otro para
dar su asentimiento, su signo de amor. El niño intenta saber si el
asentimiento amoroso es donado al niño real, o si bien sólo puede
catectizar el fondo del espejo. Normativamente el amor debiera Operar
como investimiento dirigido al niño real, signo de asentimiento a eso
real que escapa a la captura especular. Así, el Otro demostraría un
amoroso respeto por la alteridad radical de un niño. Sólo en esas
condiciones podrá el niño tomar distancia del "yo ideal",
utilizándolo·como cobertura o vestido para lo real que·le es permitido
ser.
117
Si el padre o la madre pueden dar este asentimiento al niño real,
se hará evidente para el niño que no todo él está en la imagen “yo
ideal”. Ese hueco en la imagen hará aparecer en el espejo su agujero
específico, escrito como falta fálica imaginaria, -φ, agujero en lo
imaginario. Esta parte no especularizable permite que sea
profundamente investido un trozo en el cuerpo del niño que no entra en
el campo del Otro.
Es esa fisura de libertad que se le da al chico, respetándolo en su
real también en el campo de la imagen, en ese punto donde el Otro no
se apropió de la masa del chico, la que aparece dibujada como falta en
la imagen, como algo que el Otro se inhibió de tomar.
La letra -φ demarca aquello en lo cual somos preciosos, aquello
de lo que el Otro no se apropió, porque justamente ahí es donde no
somos objeto de goce.
A esa falta escrita en la imagen Lacan la llama agalma. El
agalma es el punto de irradicación de eso tan misterioso que se llama
belleza o encanto de la gente y que no pasa por las medidas corporales
ni la musculatura adquirida en los gimnasios.
Pero si en la búsqueda de asentimiento el niño encontrara que el
Otro sólo es capaz de investir en el fondo del espejo, la imagen que él
ha fabricado ad hoc para su goce, fracasa la operación de escrituración
de -φ.
118
El Otro demuestra amar al niño en el punto en que inhibe su goce
sobre él. Amar es siempre inhibir un uso instrumental sobre una
persona. El amor inhibe el goce, respetando la inalienable cara real del
niño que queda más acá del espejo, núcleo del echte Ich, yo auténtico,
envoltorio de lo real. Más allá del espejo queda la imagen que fuera
donada por el Otro y que el niño va a asumir, como "yo ideal".
Normalmente habrá una báscula entre el yo especular y el yo
auténtico, echte Ich que permitirá adquirir distancia entre las signi-
ficaciones especulares que le dio el Otro y algún sentimiento de su yo
real, ese que lo hará devenir único.
Por esa vía puede advenir un imaginario no especular, impor-
tante y fundamental, porque impedirá la continua tensión agresiva la
con el semejante. Si la única medida del narcisismo es el yo del seme-
jante, se está condenado a mirar al semejante permanentemente para
saber quién se es. Si se adquiere, en cambio, una aprehensión del
narcisismo más allá del espejo, se puede obtener alguna pacificación
con el semejante.
Esta operación reposa en la coordinación de las significaciones
narcisistas del Otro en el campo de lo unificante con el trazo unario del
amor del Otro, trazo único, punto de dibujo de -φ en la imagen, agalma
que la hace única.
En el amor, siempre hay una veladura normativa del agujero,
pero el amor sublimado, a diferencia del amor pasión, está presidido
por la significación fálica, y no por el goce fálico.
120
Una posibilidad es suicidarse. El problema es que, al suicidarse
el sujeto, lejos de borrarse como objeto, afirma justamente ser un
objeto sobrante que se "elimina". Muchos enfermos aquejados de
melancolía afirman querer "limpiarse", dejando oír cuán sucios se
sienten por la parasitación del objeto.
Pero en la tristeza neurótica, ¿no se suelen acaso constatar
cadaverizaciones de la imagen? Cuando el. neurótico anda mal se le
suele notar en la cara y en la actitud corporal. Estas "martirizaciones"
de la imago suelen presentarse cuando algún objeto está plantado en la
imagen del cuerpo, martirizándola, cadaverizándola. Por eso el
analista, además de escuchar a los analizantes, está atento al modo de
su presentación corporal. Durante el análisis, la realización escritural
de la falta. de objeto logrará vivificar la imago. Cuando se libera de ese
objeto que la martiriza, la presencia florece. De hecho, son
sorprendentes los cambios físicos de la gente en análisis.
Otro modo de defenderse de esta parasitación de la imagen por el
objeto, es realizar un clivaje del yo. El trozo clivado de yo se entrega al
Otro, a su goce, para no entregar el entero. Se entrega, por ejemplo, el
duodeno y empiezan las úlceras. Personalmente, no pienso que todas
las enfermedades sean "psíquicas", lo real merece respeto. Hay muchas
enfermedades orgánicas, pero no todas. Para defender al yo de la
totalización objetal, para poder crear -φ, el yo se divide. Una parte es
entregada al goce del Otro, y otra parte se intenta resguardar. El trozo
abandonado al Otro se enferma; se destroza.
Si uno hace el esfuerzo de vencer sus propios prejuicios y escu-
cha a un adicto (a la comida, al alcohol, a las drogas legales o ilega-
les) escuchará otra forma de defensa a la captura global en el espejo del
Otro. En efecto, el adicto afirma esperar el flash ¿Qué es el flash? Es
un momento en que siente su cuerpo como propio, en que siente que es
real, por supuesto, a un precio devastador.
Con sólo ser la dupe de la estructura, el analista confrontado a
esta clase de analizantes, se verá obligado a revisar sus premisas sobre
la completud del universo tripartito neurosis, psicosis ,perversión.
121
Notas
122
FRACASOS ESTABLES DEL FANTASMA
CAPÍTULO VII
125
canal respiratorio. Pero lo cierto es que la alimentación, un hecho
absolutamente primordial, sin el cual la supervivencia del bebe huma-
no sería de muy poco tiempo, depende de cómo el Otro se dirija a él,
ya que el bebe se encuentra allí absolutamente carente de una orien-
tación instintiva.
Siendo un hecho de raigambre psicoanalítica profundísima, un
hecho fundador de la entrada del niño a las relaciones con el Otro, el
trastorno de la alimentación es un hecho del que nadie ha carecido, es
un epifenómeno potencial de cualquier estructura clínica. Cualquier
estructura clínica puede estar acompañada, además, por un trastorno de
la alimentación. Las estructuras clínicas se definen por el modo de
relación en que ese sujeto especificó su lugar en relación al Otro.
Como la alimentación está relacionada al modo primordial de ingreso
del Otro en la conformación del sujeto, casi toda estructura clínica
puede y suele tener un eating disorder -tal como la llaman los
americanos, que tabulan todo-, un desorden alimentario.
Quien haya frecuentado los hospitales psiquiátricos Moyano o
Borda, habrá visto a los grandes psicóticos, por ejemplo, en estado de
caquexia, de una delgadez extrema. Entonces, a veces van las cámaras
de televisión y dicen que el estado no los alimenta, lo cual a veces es
cierto -sin duda hay falencias gravísimas del cuidado estatal de los
enfermos hospitalizados. Pero además, el gran psicótico tiene
problemas en la alimentación por que está lesionado gravemente su
vínculo con el Otro. Sería milagroso que comiera normalmente.
Entonces hay eating disorder como epifenómeno de la psicosis,
así como hay trastorno alimentario como epifen6meno de cualquier
vida humana. Por cierto, cuando uno está triste o alegre, come más o
menos, puede estar excedido de peso o muy delgado. Por lo tanto, el
trastorno de la alimentación se puede añadir -como epifenómeno- a
cualquier estructura clínica, y de por sí no constituye estructura clínica
alguna.
Con esta salvedad, uno podría preguntarse por qué tanta gente
habla como de algo específico cuando se refiere al eating disorder.
¿Será una cuestión de los medios de comunicación que hablan del
asunto porque está de moda? En efecto, hay algo inflado por lo medios,
pero no creo que sea sólo eso. Freud afirmaba que cuando algo
adquiere un nombre eso significa que está señalando una especificidad,
que
126
con los nombres no se juega. Respetaré el hecho de que por algo tanta
gente habla-de anorexias y bulimias como de una entidad diferencial
tal que podría ser, no sólo epifenómeno de otra estructura, sino algo
que merezca que nos detengamos a averiguar qué especificidad posee.
Voy a hacer una pequeña introducción del eating disorder en la
neurosis, porque frente al exceso de los medios que ven anoréxicas y
bulimicas en todos lados, muchas veces un grupo de analistas -no sin
razón- despacha la cuestión afirmando taxativamente que se trata
siempre de un síntoma histérico, que es simplemente histeria. Podría
ser, pero me voy a detener a ver si podemos especificar qué hace que a
algunos eating disorders en particular sean muy difíciles de tomar bajo
la exclusiva égida de la histeria.
Recordemos aquello que Freud llamaba "la infección psíquica".
El daba el ejemplo de un internado de señoritas donde una recibe una
carta de su novio que le anuncia que la abandona, dado lo cual ella cae
en crisis. Al tiempo el resto de las internadas, en masa, hacen la misma
crisis. Freud afirma que ha entrado en escena esa peculiar capacidad
histérica de imitar la situación del otro.
En la misma línea, desde luego, hay algunas histéricas que, como
ahora conocen que está de moda el eating disorder, simulan (y no
estoy de ninguna manera imputando mala fe) un eating disorder.
"Simulan" no significa que manipulen, se trata sólo de una manera de
presentarse al Otro estando a la moda, munida de esos rasgos que son
el último grito de la moda. La histérica busca un eje identificatorio,
desesperadamente. Hoy día, un eje identificatorio posible, para ser
parte del grupo de mujeres, es padecer un eating disorder.
Admitimos, pues, que hay en algunos trastornos alimentarios
histéricos, tomando eje identificatorio en ese fenómeno. Pero así como
la chica -del ejemplo de Freud del internado- que recibió la carta no
estaba simulando el ataque, sino que tenía un ataque porque le había
pasado algo real-la había abandonado realmente el novio- así podemos
tener también cuidado clínico de ver qué muchacha (o muchacho, digo
muchacha porque es trastorno que se da más en la mujer, después
veremos por qué) está haciendo un semblant de eating disorder, a la
vista del Otro, para ser amable al otro, porque está de moda; y cuál está
recibiendo la carta, es decir está respondiendo con su trastorno
alimentario a algo real que le está pasando.
127
Existe el célebre caso de las brujas de Salem. En la ciudad
americana de Salem, a fines del siglo pasado, hubo una serie de perso-
nas, específicamente mujeres, que padecieron crisis de locura demo-
níaca, de posesión demoníaca. Hubo algunas mujeres que tenían algo
que podríamos llamar "locura" y se creían poseídas por el demonio;
eran personas que estaban gravemente enfermas. Luego, hubo un
tendal de histéricas que simulaban estar poseídas por el demonio. (2).
Es de notar la diferencia: algunas padecían la crisis demoníaca,
un episodio "loco", grave, del cual no las podían sacar, y luego había
un tendal de histéricas que imitaban la posesión demoníaca. Como es
sabido, los métodos coercitivos sociales hicieron que quemasen a
todas, poseídas demoníacas e histéricas. Lo cierto es que esto pasó y en
los anales registrados del caso de Salem se puede ver la diferencia
entre unas y otras.
Se debe intentar establecer la diferencia entre estas dos situa-
ciones posibles, ahora en el campo de los problemas con la alimen-
tación. Podría decirse así: Hay algunos casos -y voy a tratar de decir
cuáles- de bulimias y anorexias veras no psicóticas, no perversas, no
histéricas. Y hay otros casos en que una histérica torna eje identifi-
catorio en el trastorno bulímico y anoréxico. Lo planteo como hipó-
tesis. Antes de pasar a ver qué puede dar la clave de si alguien padece
una bulimia o anorexia vera, o si está haciendo eje identificatorio por
histeria-ante lo cual no digo que simulen ni que mientan, ni que no
haya que tomar en serio, pero reviste sin dudas otra gravedad, otra
coloratura clínica-, voy a referirme a qué es comer.
128
necesita esto; todos los demás tienen un reflejo que los hace llegar
motrizmente al alimento sin necesidad de ningún Otro que esté
dispuesto a hacerlo.
Una madre alimenta a su hijo porque ese hijo -dijo Freud, en una
de esas geniales fundaciones del psicoanálisis- representa el órgano de
goce del que la madre carece. Eso no está mal, ni se trata del caso de
una madre perversa, ni malévola. Una madre que pone empeño en la
crianza de su hijo lo hace porque significa a ese niño como
procurándole el trozo de goce que su falta de pene le hace anhelar. Uno
podría decir entonces que criar a un chico es una maniobra
masturbatoria, una maldad. Freud -en "El malestar en la cultura"- dice
que es una importante función civilizadora de la madre, dado que si la
madre no integrara, no incorporara al niño al orden del erotismo,
¿quién lo haría? Esa es una función de la madre.
La madre ya da el pecho significando un goce; significando,
porque da el pecho a un ser al que le propone la palabra. Una madre le
habla a su bebe, ¿por qué? Aunque éste obviamente no entienda nada,
le habla porque es una madre good enough, como decía Winnicott. Yo
no lo traduzco como "suficientemente buena" porque eso da a la madre
la angustia de tener que ser "suficientemente buena". Prefiero traducir
good enough por "apenas buena", dado que lo que pide Winnicott de
una madre es que sea "apenas buena".
Una madre "apenas buena" apuesta a que ese pedacito de carne
que tiene "upa" vaya a ser un sujeto; como apuesta a que sea un suje-
to le da el pecho y le habla. Es decir que el goce alimentario en una
madre “buena" está acompañado de la pulsión invocante, no es sólo
pulsión oral; el goce alimentario ya está acompañado por la vecto-
rialización del goce de la palabra.
Tal como dice Héctor Yankelevich, la madre debe de ser pasca-
liana, una madre good enough es pascaliana. Recuerden la apuesta de
Pascal, es la apuesta que hace cuando le preguntan si Dios existe o no.
Pascal es un hombre del siglo de las luces, es un racionalista, no puede
hablar sólo de fe, ha puede responder en términos místicos. Pascal
contesta que apuesta que existe porque de esta manera habrá una
ganancia ética y la idea de una trascendencia que guíe nuestros actos.
Según él, es mejor apostar a esa existencia. (3)
Una madre "apenas buena” le habla a su chico, le da el pecho
129
pero también le habla. Esa pascalización prepara un sujeto y vecto-
rializa -con la leche- la palabra. Entonces, lo “oral” de comer y lo
“oral” de –digamos- “examen oral”, unen la comida al hecho de hablar.
Freud llamó esta primera fonematización -en que la madre
apuesta al bebe como parlétre la simbolización primordial-, fort-da,
que es el régimen de la palabra. Uno habla haciendo pausas. Instaura el
goce con fragmentos de palabra y el pecho es la primera experiencia
del niño del fort-da.
Hay una disputa entre los pediatras (que me causa gracia, pero no
porque no haya pasado la angustia con mis hijos sobre cómo darles el
pecho) respecto de cada cuánto dar el pecho, "a libre demanda" o "cada
tres horas". Si a un chico no se lo integra a un ritmo -no a la fuerza,
pendiente del reloj-, si no se le ofrece un fort-da, en principio, en la
experiencia del ritmo de la succión del pecho, no se vectorializa con el
pecho la alternancia de los fonemas. Dar el pecho cada tres horas es un
modo precario, un modo como cualquier otro, de decir que el chico no
tiene la boca tapada con la teta todo el día.
Me ha pasado, en los análisis que conduzco, pedirles expresa-
mente a las mujeres embarazadas que se analizan que vinieran inme-
diatamente después de parir, porque en las semanas que siguen al parto
se establece la primera simbolización del chico. Pueden venir con el
bebe, con el moisés, con alguien que se quede con el niño en la sala de
espera, pero prefiero que vengan. Me ha pasado poder ayudar a madres
neuróticas, digamos normales, a sacar al bebe de la teta, dado que, por
angustia de que no le falte nada, no podían descolgarlo del pecho, con
lo cual daban un alimento que no llevaba los fonemas que parten el
goce en segmentos.
Entonces una madre good enough da la leche con la palabra y
también da la leche con la mirada, pone en el acto de lactancia la luz
narcisista de la mirada, adelanta y pascaliniza al niño en una imago de
buena forma -que es muy anterior al espejo- que la madre va
preparando para devolver después. Por lo tanto, una madre good
enough da de comer leche, pulsión oral; palabra, pulsión invocante;
mirada, pulsión escópica. Lo hace sosteniendo muscularmente al niño
en su abrazo, pulsión anal. Es decir que da de comer una intrincación
pulsional, nunca una pulsión sola.
130
¿Qué puede querer decir Tánatos en la pulsión? Les doy un
indicador clínico: un modo en que se deja ver Tánatos en la pulsión, es
por ejemplo aquella situación clínica donde se ve actuar una pulsión
sola, no mezclada con las otras. Cuando la comida es sólo comida,
entonces es tanática; si una madre diera de comer sólo leche -con el
bebe colgado de la teta- estaría vectorializando un goce mortal, no
escandido por el significante ni bañado por la mirada. La pulsión
erótica se diferencia de la tanática en el punto en que la pulsión erótica
está intrincada con otras pulsiones; mientras que un plano de Tánatos
pulsiona1 es una pulsión aislada.
La comida, el primer plano de la comida, que es la comida
materna, va a estar marcada por el modo en que la madre intrinque las
pulsiones cuando dé el pecho. Se tratará de experiencias funda-
cionales del acto de comer. Ya la madre pasa la ley de la palabra y la
1ey de la escena en el modo en que alimenta a su bebe recién nacido.
Freud en el "Proyecto ..." habla de la primera experiencia de
satisfacción ésa que el niño vuelve a repetir porque no alcanza, en las
experiencias ulteriores, una identidad con aquélla. Esto ya indica que el
pecho ha tenido que ser separado de la boca para que el niño pueda
establecer diferencia entre la segunda vez y la primera, para que haya
seriación en la experiencia. Para que se historice lo oral, para que no
sea un puro goce -mudo como muda es la pulsión de muerte-, tiene que
haber ausencia y presencia -fort da-, alternancia. Y tiene que haber
mirada y cuidado de la escena, sino no se constituir siquiera como
experiencia de satisfacción. Entonces, ya en el modo en que la madre
da el pecho se puede ver lo que va a ser un posible futuro eating
disorder.
131
solo hecho de hablar no podemos realizar la relación incestuosa. Pero
la ley del padre dona al sujeto una marca que lo orienta en esa impo-
sibilidad. No es lo mismo tener una marca del padre que no tenerla,
para orientarse en lo imposible del goce materno.
¿Cómo mitifica Freud la entrada de la ley en el sujeto? Los
hermanos tenían un padre ur, terrible, acaparador de todo el goce,
padre mítico de toda historia humana -transindividual, más allá de la
historia individual-, un padre gozador que se quedaba con todas las
mujeres, que impedía a los varones tener cualquier clase de goce
sexual. Él podía con todas, para él no había ninguna clase de prohi-
bición. Los hermanos se juntan, conspiran contra esta figura y dicen
"basta". Lo asesinan y luego cada uno quiere ser el padre terrible, hasta
que se dan cuenta que sí no hacen un pacto van a volver a matarse unos
a otros permanentemente. ¿Qué pactan los hermanos? Que van a matar
al padre y luego comérselo, incorporando en el banquete totémico un
fragmento de la ley. Luego de incorporada la fuerza del padre, que es
la ley por la boca -incorporada pues canibalísticamente-, ésta va a
actuar indicándole a cada hermano con qué mujeres puede tener
genitalidad y con cuáles no. La ley del padre va a regular cuánto goce
puede tener cada hermano. Freud hace pasar el ingreso de esta norma
por la comida. (4)
El banquete totémico de ninguna manera es una comilona, es el
prototipo de toda comida social. Es un ritual solemne, sometido a
reglas. Es un ritual donde se come en el acto mismo en que se esta
suscribiendo un pacto, es un ritual donde lo que se traga es un segmen-
to de la ley; es un ritual donde se incorpora, no un goce, sino un límite
al goce. En el banquete totémico hay reglas sobre qué se dice, qué se
come, dónde se sienta cada uno, es estrictamente lo más lejano de lo
que se puede imaginar de la comilona de la bulímica. Ésta es un acto
secreto, furtivo, sin reglas, se come crudo, cocido, mezclado, sin orden,
sin ley, sin palabras, sin escena, sin lazo social, (5)
Entonces, el psicoanálisis en su fundación lantea-la-comida del
lado materno y plantea también el banquete totémico como modo de
recordar que se come al padre bajo ley.
Voy a ir a otro banquete, que creo junta las dos vertientes. Se
trata de un texto hermoso, un pilar de la cultura occidental, El banque-
te de Platón. (6)
132
¡Todavía otro banquete! Es de subrayar cuánto la comida está
inmersa en la civilización. Veamos cómo plantea Platón la ocasión de
su banquete. Resulta que Agatón había ganado un concurso literario
muy importante, le habían dado un premio como mejor poeta, por lo
cual lo agasajarán con un banquete. Allí va a haber comida, bebida,
una tocadora de flauta, y un grupo muy selecto de amigos va a hacer el
elogio de Eros.
En este banquete, los invitados no sólo van a comer -y lo harán
porque rehusarse a comer sería una descortesía (en la anoréxica, no
comer no es la solución, el verdadero problema es comer sujeto a
reglas)-, sino que mientras se come se hace el elogio a Eros. Se come,
pero hay pausa y escansión porque también se habla. Es un banquete,
hay solemnidad, hay ritual, cuidado de la escena, cuidado de la
vestimenta, de la limpieza, de la forma.
El banquete de Platón es una obra cumbre de la cultura occi-
dental, y su autor elige como escenario que le conviene, una escena
que muestra qué puede ser comer regladamente. Nunca va a ser comi-
da furtiva, nunca va a ser clandestina, nunca va a ser tragada; siempre
va a ser con reglas, siempre va a ser en una escena social -la más
humilde, el desayuno en la casa.
El hecho de comer es algo que puede aparecer en la juntura de
los complejos materno y paterno teniendo un residuo del goce primario
de comer mezclado con la ley de la palabra -se come; se habla, se
come. Y se cuida la escena, hay un cuidado escópico: dónde nos
sentamos, cómo nos vestimos, cómo nos manejamos en los modales.
Entonces se come, se mira, se come. Este modo de comer podría
llamarse un modo normativo de comer. Si ingresa la comida junto con
la ley del padre, uno podría decir que en el banquete (llamo banquete a
una comida normativa, el desayuno, la cena cotidiana), el objeto oral se
ha coordinado con la ley del falo. Es decir que el objeto oral está
intrincado con el resto de las pulsiones y está enmarcado por lo que
organiza cualquier escena que es la ley del falo.
134
sin el falo, sin su escena ni su ley, prefieren no comer. Son las histé-
ricas que tienen pendiente anoréxica que son las que se plantan más en
posición de amo.
La pendiente bulímica, por el contrario, opera con una lógica de
"premio consuelo". Si no llega el símbolo fálico, al menos se goza de
morder el pecho materno. En nuestro porteño argot "comérsela" o "no
comérsela” describen con bastante aproximación cada una de estas dos
vertientes. Todo sujeto tiene tendencia a alguna de las dos vertientes: la
anoréxica, más plantada del lado del amo; la bulímica más plantada en
territorio de esclavo del goce de comer, en tanto "premio consuelo".
Para explicarlo brevemente diría que si el eating disorder es uno
más de los muchos recursos de un sujeto, podemos decir que es un
eating disorder histérico. En ese caso se trata de un recurso más que
tiene el sujeto para poner en jaque al Otro, jugando a través de la
comida con su deseo.
Ahora bien, por el contrario, cuando el único recurso que tiene
un sujeto para poner en falta al Otro es no comer o comer y vomitar,
entonces creo que hay eating disorder vero, y que ahí tenemos un real
clínico al que no podemos encasillar en el saco de la histeria sin
cometer una violencia clínica. Por lo tanto, hay casos de trastorno
alimentario que no dependen de la histeria. Intentaremos justificar esta
afirmación recordando cómo se constituye el sujeto en el campo del
Otro.
Para todo sujeto es vital encontrar dónde alojarse en el campo del
Otro. Claro que para encontrar alojamiento tiene que haber un cuarto
disponible. Si uno llega a un hotel en el que no hay lugar, se quedará
afuera. Lo mismo pasa en el Otro. Para encontrar allí un lugar, hay que
haber localizado qué lugar vacante hay en ese campo. Si no se localiza
lo que le falta al Otro, no puede hallarse alojamiento en ese campo. Por
esto tiende a ser de vida o muerte para el sujeto encontrar la falta en el
Otro, porque esa falta demarcará el lugar donde el sujeto va a encontrar
su morada.
135
¿Cómo se encuentra normativamente la falta en el Otro? Si bien
se trata de una ardua, muy ardua elaboración, se puede resumir esta
búsqueda en la pregunta "¿qué me quiere?", "¿qué soy para vos?"
Aquí debemos introducir el peso y la importancia de una fase
fantasmática de valor singular. Hay un tiempo fundacional impres-
cindible, en el que suponemos que el único modo de encontrar una
falta en el Otro es morirnos. Para hacerle falta al Otro fantasea el sujeto
con su propia desaparición. Todo niño, en efecto, en algún momento se
pregunta "¿cuántos van a llorar en el velatorio?" O bien se complace, al
hacérsele patente la falta que su deceso produciría: "Mi madre ...
¡cómo se va a desesperar!". Este fantasma a veces permanece
inconciente pero es imposible que el sujeto no conteste en primer
lugar, como primer objeto que le falta al Otro, con su propia
desaparición, la del sujeto mismo. El fantasma de la propia desapa-
rición es el primer paso de la creación de un fantasma normal. Claro
que al usar el ordinal "primer" estoy ya afirmando que tiene que haber
segundo, tercero, cuarto ...
136
sino que es la de perder el pequeño trocito marcado además con brillo
fálico. Eso es lo que se oferta en el fantasma al Otro, como cubriendo
su falta. Quien ha logrado el armado de un fantasma, cosa fácil de
describir pero larga y difícil de llevar a cabo, el que ha logrado eso,
armó su estructura.
Una histérica juega con el deseo del Otro con montones de
recursos. Como cuenta con un fantasma fundamental, juega con el
primer objeto que se coloca en el marco fantasmático -que es su propia
desaparición- y con muchísimos más.
En cambio, lo que yo llamo anorexia vera se da en el sujeto cuyo
único objeto en juego para movilizar el deseo del Otro, es su propia
desaparición.
Podría objetarse que el suicida también lo hace. Pero a dife-
rencia de éste, que comete un acto relámpago, y esta rapidez testi-
monia que ya ha caducado toda posibilidad de llamado al Otro -la
anoréxica llama al deseo del Otro ofreciendo a la mirada del Otro su
cadaverización .
Cuando un sujeto tiene este modo cadaverizante de presentarse,
como único recurso para hacerle falta a algún Otro, Otro al que de
ninguna otra manera puede poner en falta, entonces va a sostener el
deseo por la vía de forzar a que ese Otro esté permanentemente
vigilante, anhelante, amenazado de que le falte (cuando acabe de
morir) la propia anoréxica.
En la percepción correcta de que se trata, en la anorexia, de un
juego (pero es a muerte) con el deseo del Otro, se fundan quienes
plantean como histérica esta posición. La diferencia con la histérica es
que la anoréxica juega a muerte real el sostén del deseo, mientras que
en la histérica el juego con el deseo del Otro está más de lleno en un
campo que podríamos llamar "lúdico".
El que ha trabajado con anoréxicas veras sabe de la obstinación
de que son capaces, a ellas difícilmente se las doblega. Esta es la
tozudez que las cadenas de los centros concentracionarios de reha-
bilitación intentan mantener a raya. Si se entuba a alguien para
alimentarlo con seguridad, se logrará pasar comida. El problema es que
esto se parece mucho -en verdad demasiado- a la comida tanática
desintrincada de la que hablaba más arriba.
La anoréxica, por las contingencias con su Otro, ha caído en
137
la trampa de creer que sólo con su propia desaparición se sostendrá el
deseo del Otro. Debernos reconocerle a la anoréxica que, en su lucha
sin tregua para mantener vivo un deseo que sin dudas había
desfallecido -sino, ¿por qué tanto esfuerzo para reflotarlo?- logra, en
efecto, mantener la mirada de la familia en vilo. Habitualmente, esta
familia termina por estar continuamente escrutando ese cuerpo que se
cadaveriza.
A diferencia del pasaje al acto suicida que es instantáneo, la
anoréxica comete la hazaña de sostener -en una familia-no deseante- el
deseo vivo y permanentemente sobre ella. Es en ese punto que ella está
emparentada a la posición del amo. Ella impone a muerte la falta en el
Otro, no le importa arriesgar su propia muerte en medio de la
cadaverización.
La anoréxica ha quedado entrampada en la obligación de morir al
no poder -como la histérica- contar con una multiplicidad de objetos
que signifiquen para la vida esa falta del Otro. Ella sólo puede ofertar
un único objeto, que es su propio cuerpo cadaverizante, único objeto
que puede hacer falta a Otro tan difícil de hacer entrar en falta.
La anoréxica, frente al problema de la falta de brillo fálico de la
alimentación, tiene la fuerza "loca" de mantenerse a muerte en ese
plano donde, si no viene con el brillo fálico del amor eso que se ofre-
ce como alimento, si no viene como escena de banquete, como deíc-
tico del deseo, entonces no come. Así es que sostiene el deseo de un
modo paradojal ya que, al perder la carne que contribuye a su encanto
de mujer, no puede entrar en el juego erótico. Una mujer delgada es
linda, pero un cadáver no suscita la elección erótica. Creyendo jugar a
muerte el juego del deseo, la anoréxica no advierte que juega el juego
tanático de la madre. Esa es la trampa del amo: luchando a muerte por
el puro prestigio, termina cumplimentando una vocación de muerte. La
anoréxica logra la muerte en vida de una mujer que no va a suscitar la
erección fálica.
La anoréxica se planta en sostener a todo precio el deseo del Otro
faltándole ella misma en su cuerpo cadavérico.
Al contrario, la bulímica, frente a la falta de brillo fálico de
aquello que le ofrecen para que "se coma" se dirige hacia el goce como
sea, "transa" con un goce sin brillo fálico, y es así que constituye la
138
típica escena bulímica. Típica escena de bulimia vera, no epifenó-
meno de la histeria que se da todos los días, tal como le pasa a cual-
quiera que, por ejemplo, porque esta triste, come.
La bulimia vera se presenta en aquella persona cuyo único modo
de obtener un fragmento de goce, porque está privada de los goces que
da el canal fálico, es."transar” con un goce obsceno y comer una
comida que no participa de las reglas del banquete, Se trata de una
comida clandestina, sin lazo social, sin palabra, sin ningún cuidado de
la escena. Es una comida asqueante, obscena, que no provoca a
posteriori ningún relato. En lugar del relato que la elabore, el modo de
quitarse el objeto obsceno que ha ensuciado el cuerpo, el único modo
que encuentra el bulímico es vomitarlo, es sacarlo de su cuerpo
provocándose un vómito, poniendo por supuesto en riesgo la salud y la
dignidad de su cuerpo.
Habitualmente, la anorexia vera es estable, no se mueve del
plano anoréxico, así como es estable también la bulimia vera. En la
histeria que hace además un eating disorder, en cambio, se suele cons-
tatar una suerte de "ping pong" entre episodios bulímicos y episodios
anoréxicos. He aquí un dato de diferenciación clínica. La alternancia
entre episodios anoréxicos y bulímicos, generalmente se da en la
histeria y denota que el sujeto intenta mantener el deseo intentando de
un lado y otro de la ecuación "deseo - goce" mantener la estructura
deseante del Otro.
139
entero, de su propia desaparición) sin poder avanzar a la parcializa-
ción del objeto.
Para estos casos coincido con la discutida denominación de
clínica en los bordes: Me parece una denominación pertinente, y la
encuadro como atribuible a los fracasos del fantasma. A diferencia de
estos casos, la histérica tiene éxito fantasmático, la histérica tiene su
fantasma constituido.
140
con el cuerpo. Además, no se debe olvidar que el pene y el falo no son
lo mismo, pero justamente, por ser piezas discontinuas es que entran en
relación de articulación (artículus quiere decir justamente parte
discontinua). El significante fálico proviene de una elevación del
órgano al significante, lo que implica, que el varón tiene dónde hacer
pié en su cuerpo propio para llegar al falo. Por el contrario, la mujer
depende muchísimo del don fálico; en principio, del amor del padre (y
no sólo al padre), de que el padre pueda donarle la ilusión de que va a
recibir el falo, bajo la forma del amor del padre y luego de otro varón
que, a su tumo, le dará un niño.
Una mujer depende fundacionalmente de ese tiempo, aunque
puede, a mi juicio, desentenderse del padre más radicalmente que el
varón. Pero no sin haber pasado por el desfiladero de recibir la
convalidación de1 padre-que a veces falta- al derecho que ella debe
disfrutar, de pedir el falo. Que una mujer sienta que el padre le legitima
el derecho de pedirlo, es vivido por una mujer como amor del padre.
Esto no siempre sucede, porque el padre no siempre está a la altura de
legitimar esa demanda. Debe recordarse que el derecho de sujeto de
demandar no significa en absoluto que reciba el objeto que pide. El
amor del padre consiste en acoger al sujeto de la demanda, y no en
responder dando el objeto real imposible de ser dado. Muchas veces
constatamos en la clínica el encuentro fatídico de un padre que por
problemas totalmente propios a su neurosis, denigra o no quiere a su
propia hija. A veces es la madre quien no deja pasar la eficacia de la
función.
Como es el don fálico el que va a posibilitar la introyección del
marco a los objetos de la pulsión, y al enmarcarlos los dignifica, de no
haberlo, se produce fracaso del fantasma. Al no contarse con el
fantasma, el objeto, oral por caso, carecerá de enmarcamiento y de
brillo agalmático.
Si sobrellevó bien los largos y difíciles tiempos del edipo feme-
nino, una mujer puede tener más libertad que un varón, porque, al no
cargar con el órgano que presta el canal habilitante para gozar, puede
adquirir, respecto del goce, una gran ductilidad.
Pero si pasó mal por ese tiempo fundacional, tiene mucha más
chance de quedar adherida, por ejemplo, al objeto oral como fuente de
goce dañino y no objeto de banquete.
141
Época del “padre humillado”
142
acto analítico es el intento de re-armar, de volver a poner a disposi-
ción del sujeto la falta, entrando por cualquiera de las tres cuerdas.
En estos casos de eating disorder veros, así como en cualquier
otro caso de fracaso del fantasma, se "entra" clínicamente con más
eficacia entre lo imaginario y lo real. Eso no quiere decir que no se
hable, pero no se habla descifrando. Se puede hablar construyendo,
hipotetizando, armando historias, si se quiere "explicando", pero eso ya
es usar la palabra de modo que gire entre imaginario y real.
En muchísimos tramos transferenciales se comprueba la perti-
nencia de aquello que Lacan llamó discurso sin palabras, allí donde el
analista se presta en la transferencia a la constitución de tramos
escriturales faltantes.
Estas entradas por cuerda real e imaginaria producen acto
analítico al mismo título que una intervención en cuerda simbólica,
porque en estas entradas, se intentará analíticamente restablecer su
agujero específico.
Más tarde, una vez efectuada la eficacia de estas maniobras,
suelen producirse formaciones del inconciente. En efecto, leer al
comienzo de una cura bajo el modo jeroglífico una frase de una anoré-
xica, resulta muy lindo para presentar en un congreso, no obstante, a la
anoréxica no le hace ningún efecto.
No es que se excluya entrar por lo simbólico: el analista transita
por todos los lugares, pero como la fijación del objeto de goce clava a
éste en el cuerpo (justamente al no estar tomado en la lógica del falo, la
fijación resulta fuera de la palabra), es más útil intentar maniobras
clínicas entre lo real y lo imaginario.
Esta variación de dispositivo no indica que estemos hablando de
psicosis. Sólo indica, ni más ni menos, que al no tratarse de una
neurosis de transferencia, el dispositivo clínico debe ser re-inventado.
Hay modos no psicóticos de estar fuera de la ley. No toda
desviación respecto de la norma es psicótica. Esto vale también para
las alteraciones graves de colocación del objeto oral en un marco
fantasmático.
El problema de la anoréxica y de la bulímica es que sistemá-
ticamente falla en ellas este fantasma.
Necesariamente, estas reflexiones suenan disonantes con la
143
distribución de estructuras que manejamos corrientemente. Esto no
debería acobardamos.
Tal como le advertía el príncipe Hamlet a su incrédulo amigo
Horacio: "Hay algo más en el cielo y en la tierra, Horacio, que lo que
ha soñado tu filosofía".
144
Notas
145
DIFICULTADES EN LA CONFORMACIÓN FANTASMÁTICA
EN EL PRIMER DESPERTAR SEXUAL
CAPÍTULO VIII
Lo real de lo imaginario.
Un caso de fobia a las gallinas’
'
1. Ciase del 14 de octubre de 1997 del seminario Clínica de los fracasos del
fantasma.
149
Durante el transcurso del seminario ...ou pire, Lacan se debate
con la frase "Yo te demando que rechaces lo que te ofrezco porque 'eso
no es eso", que involucra a los tres registros. Da vueltas y vueltas,
intenta escribir la formalización de los tres verbos presentes en la frase,
con unos grafos que se pueden apreciar en el seminario. (1)
En su socorro, una chica que forma parte de la concurrencia le
dice "Mire Dr. me parece que esto le va ha ser útil" y le da una hojita
con el dibujo del nudo borromeo, que ilustra, en el escudo de armas de
la familia italiana Borromeo, lo indisoluble de la lealtad familiar,
donde romper con sólo uno de los miembros equivale a romper con
todos.
A Lacan este hallazgo le cae del cielo como contingencia. Y de
ahí en más, él se lanza con el nudo, transformándolo en necesario.
La historia del nudo no nace de una elucubración matemática en
Lacan. Se puede abordar matemáticamente el nudo pero, en Lacan,
llega más bien por el sesgo de los lazos familiares. Y él recomienda
explícitamente utilizarlo de un modo "bobo".
Dando por adquirida la noción de cruce real-simbólico en la
letra, me dedicaré, con la ayuda de un caso clínico célebre y del nudo
borromeo, a puntualizar qué es lo que aporta el registro imaginario
para que la letra devenga contabilizable para el sujeto.
Es tarea de la subjetivación el escribir y reescribir, cada vez que
así se requiera, la letra que escriba, señalizándolo, el agujero de cada
registro.
¿Qué letra escribe el agujero en lo real? El significante fálico, el
de la ley fálica, dado que, en verdad, lo real en sí nada le falta.
¿Qué letra escribe el agujero en lo simbólico? El rasgo unario, S1
que anota el trazo propio del sujeto, rasgo poético de su propia autoría,
que realiza la retraducción del significante fálico para reafirmar en
trazos propios el trazado del agujero.
¿Y qué letra anota el agujero en lo imaginario? A riesgo mío -
dado que Lacan no lo anota así en sus nudos, pero lo deja deslizar-, en
la zona de apertura al infinito de la cuerda imaginaria, -φ.
Debe señalarse que no es lo mismo la letra que viene del Otro,
lugar donde todo estaba escrito, que la letra que el sujeto reescribe;
donde cabe y es bienvenida la novedad de una poética creación.
150
El sujeto se apropia paso a paso, diacrónicamente de la letra del
Otro, mientras la vuelve a escribir a su cuenta. Al reescribirla a su
cuenta, puede hacer operaciones novedosas.
Trataremos de avanzar sobre la triple determinación de la letra
ayudados por un célebre recorte clínico.
151
le envía, que vuelva a tomarlo en análisis. La demanda finalmente es
del muchacho. Ella acepta tomarlo nuevamente y se desarrollará el
análisis. Y será entonces que aparecerá la historia de una fobia que
devendrá centro y eje de la reconstrucción analítica de la neurosis
infantil de este sujeto.
Resulta que este muchacho era el hijo menor de varios herma-
nos y hermanas que vivían en una granja. Había una diferencia impor-
tante de edad, diez años, con el hermano que le precedía en edad.
Resultó estar siempre pegado a su madre, era su preferido, tal esos
chiquitos que nacen al final de la vida fértil de una mujer y pasan a ser
su apéndice.
Esta madre se ocupaba de la granja y con especial atención de las
gallinas. Y el nene la acompañaba en las excursiones al gallinero,
pegado al delantal materno.
La mamá palpaba con especial empeño y voluptuosidad la cloaca
de las gallinas para comprobar si estaban por poner un huevo. Cuando
la mamá bañaba al futuro fóbico, éste le pedía que palpe su trasero para
ver si él mismo estaba por ponerlo. Y la mamá, que bien podría
haberse negado, lo palpaba en un juego que se repetía cada día. El nene
repetía estos juegos después, una vez solo, tocándose él mismo el ano
con su dedo.
A su vez, ponía a la madre, a modo de regalo; unos hermosos
huevos de caca en los rincones de la casa. Para sorpresa del .niño, la
madre no se ponía contenta con estos huevos.
Vamos a detenemos aquí.
Nace el niño y se enfrenta al mundo en estado de profunda
indefensión, dado el cual no tiene más remedio que dejarse auxiliar por
la madre, quien se encarga de alimentar, cuidar a su retoño, pero no sin
que esto sea efectuado bajo el modo singular de su goce. Hay una
primera incorporación que este niño hizo, que es la incorporación del
campo del lenguaje, operación que pone fuera el goce de lo real. Al
hablar se expulsa hacia afuera, el goce de la cosa.
Una vez incorporado el lenguaje, el niño va necesitar, para
orientarse allí, desgajar un significante que señalice electivamente para
él el goce de la madre. Y este niñito opera la lectura del significante
del huevo, no la gallina sino el huevo. Orientado en él mundo
152
de goce de la madre, él le pone huevos de caca, y le pide a la
madre que busque en su cuerpo de niño, hurgando en su ano, tal objeto.
Este significante electivo, único, exquisito y singular, señaliza en
el campo del Otro aquello que, según la lectura del sujeto, responda
como trazo por su goce.
Esta operación de extracción de rasgo es fundamental porque no
es lo mismo estar a merced de un goce sin límites, de un goce masa,
que haber localizado escrituralmente una zona puntual de ese goce, y
haberla balizado con el trazo.
A partir de allí, el niño estará orientado en el modo de goce del
Otro. No está derivando en el campo del goce de la madre sino que está
orientado. Pero, aún así, está inmerso en la "relación anaclítica", de
apoyo con el Otro real, anaclisis donde el Otro que satisface las
necesidades, al mismo tiempo, vehiculiza como cobro indefectible por
ese servicio, la obtención de su goce. Es por eso que anaclisis y
perversión van tan juntas.
Así están las cosas para este niño varón. El se vive como varón y
no tiene hasta ese momento ningún inconveniente visible o detectable
con su identidad de tal. Es de subrayar que a los siete u ocho años esta
imago es muy visible: vestimenta, modo de pararse, gestualidad, modo
de comer, modo de peinarse, modo de relacionarse con compañeros de
la escuela.
¡¿Cómo es que se las había arreglado para que su modo de goce
o interfiera en su imago de varón?!
Este chico no había podido, y por ello estaba protegido de
angustiarse, hacer una deducción lógica: Si uno quiere albergar el
huevo, que es el objeto de goce de la madre, por lógica consecuencia,
por regla de tres, uno deberá aceptar paliar la imago de una gallina. No
de un gallo, de una gallina.
¿Qué es lo que pasó con este chico? Veamos si desarrollar algu-
nas cuestiones acerca del Yo y sus ideales nos ayuda a comprender el
desencadenamiento de la fobia
La constitución del yo
153
Recordemos algunas nociones que introduce Lacan, tanto en su
"estadio del espejo", como en su versión "generalizada" en el
comentario al informe de Daniel Lagache. (3)
El cuerpo propio aparece como algo alejado de toda posibilidad
de captación: el cuerpo en su realidad biológica, en su real puro, no
está al alcance del sujeto a venir. Por ello, en el esquema, el cuerpo
propio aparece encerrado en una caja inaccesible a la percepción.
Lacan homologa el espejo cóncavo al cortex, a la corteza cerebral. Por
leyes de la óptica, el espejo cóncavo es capaz de producir la imagen
real de un objeto real. La imagen real-a diferencia de la imagen virtual-
aparece en el espacio real, mientras que la imagen virtual aparece en el
fondo del espejo. Pero ambas son imágenes, no cosas sustanciales del
mundo. Esta imagen real del cuerpo, ella misma producto de una
mediación, no es accesible al niño.
El espejo plano figura al gran Otro. Dado que desde la alienación
a su realidad cortical inicial, el sujeto no puede percibir la imagen real
de su cuerpo -él está "fuera de foco", pegado a su realidad biológica-,
no tiene más remedio que, para hacerse una idea del mismo, dirigirse al
gran Otro y preguntarle qué es en el campo imaginario. El Otro
responde con una imagen virtual de esa imagen real i’(a), que se ve en
el fondo del espejo.
154
Es en el espejo del Otro que veo la imago de mi "yo ideal", no de
mi "yo", por así decirlo, verdadero. Como "yo ideal", la imagen
pertenece al campo del Otro. De no mediar alguna apropiación que
haga devenir a este "yo ideal" un echte Ich -yo verdadero, imagen real-
, el sujeto debería llevar puesto permanentemente el espejo del Otro
para no disolverse en el campo imaginario.
155
identitario para este chico. Es una imago sin real, y no marcada por el
trazo, no coordinada al unario. En esas condiciones, jamás podrá
incorporarse luego como yo verdadero, echte Ich.
Si, por ejemplo, un guante hiciera las veces de imago de una
mano, valdría como imago eficaz si pudiera albergar más tarde, una
vez sacado del cajón del placard, realmente la mano, que hallaría allí
calor y refugio. Si además quisiéramos estar seguros de quién es su
dueño, podríamos escribir unas letras sobre su tejido, sus iniciales.
Agrego al pasar, que una mano derecha real será recubierta por un
guante que, enfrentado especularmente con ella, parezca imagina-
riamente izquierdo.
¿El "guante" de imago varonil, ésa que le devolvía la familia, los
educadores, podía albergar realmente al portador de huevos?
He aquí una i '(a) carente de sustancia, que viste a su portador sin
representar la verdad de su trazo ni lo real de su goce.
A la imago de varón del niño de las gallinas, ¿qué es lo que no
pasó? No pasó la marca que él mismo había leído en campo del Otro
como enseña de su goce. La imago de varoncito está desconectada de
la marca huevo. Entre el yo ideal y el trazo unario no hay relación
alguna.
El sujeto ha sido capaz de leer en el campo del Otro, el trazo que
señala el goce del-huevo. Este campo Otro ya está conteado por el
chico, quien fue capaz de hacer -no todo niño puede- ésa extracción de
rasgo.
Esa marca de conteo se anota como trazo en la superficie
psíquica del sujeto, así como cuando se cazaban búfalos en los tiem-
pos de las cavernas, donde los cazadores, nuestros ancestros, trazaban
rayitas sobre un hueso por cada búfalo que mataban para gozar de su
carne en la comida. He ahí una buena experiencia de conteo. El conteo
es la marcación en el campo del significante de aquello que el
significante puede tomar más cercanamente como goce del Otro. Es
decir, el punto del significante muerde, aunque no lo alcance, lo real.
Este niño ha hecho su extracción de rasgo y ha marcado, en el
campo del Otro, el significante "huevo" como límite literal del signi-
ficante mediante el cual orienta su relación al goce de la madre. Pero, a
diferencia de las muescas que sí podía dibujar el cazador sobre un
156
hueso, una parte del cuerpo del propio búfalo, el niño no encuentra
dónde asentar su escritura. Pasará mucho tiempo antes de que esta
disyunción marca-imago haga agua, estalle.
Un sujeto puede llevar puesto durante mucho tiempo un yo que
sea solamente una figurita a la que se acomoda en el espejo. El
problema es que en ese caso, el Otro en tanto espejo, es perpetua e
imprescindiblemente requerido, dada la fragilidad de esta combina-
toria. Bajo esas problemáticas condiciones, el yo estará necesaria-
mente relacionado con una figura a la que hay que seguir en el campo
del espejo.
No es lo mismo estar alienado a una figura en lo imaginario, que
haber incorporado -ya veremos cómo- lo que sostiene la figura misma.
Esta clase de imagen especular vacua de trazo y de real no se puede
superponer a lo real que funda al sujeto. Opera, por así decirlo, por
oposición, pero no se puede incorporar.
El niño de la fobia a las gallinas vive en esta situación que es,
clínicamente, totalmente observable. ¿Cuánta gente mantiene un yo
ideal de inmutable "todobondad", mientras, por ejemplo, un goce cruel
está oponiéndose letra a letra a lo que afirma la imago?
El problema, con el niño de las gallinas, es que esta
descoordinación no es defensiva, como es observable en tantos adultos;
sino que acaece en-tiempos fundacionales.
Hay una enorme distancia clínica entre tener un yo dependiente
de la imagen, de regulación frágil, alienada y dependiente de la imagen
especular, y poder contar con un yo más allá del espejo. Un "yo ideal"
es algo que se puede tener sin tener un echte Ich. No es lo mismo
regular el yo con relación al "yo ideal" y entonces vivir preso del
espejo, que haber podido llevar a cabo una incorporación del Yo.
Pero esta incorporación sólo es posible si se trata de incorporar
lo imaginario del Otro real, y no una imagen standard cualquiera. De
ejecutarse esta incorporación, el narcisismo no necesitará ser por
siempre especular, si bien no puede evitarse el paso por lo especular.
Narcisismo y especularidad podrían separarse luego de esta
incorporación.
Volviendo al chico de las gallinas, se puede leer en el historial
que cuenta; en el campo de la imagen, con un adosamiento especular
157
a un "yo ideal", que no se dejará incorporar porque resulta no ligarse
con lo imaginario del Otro real, sino ser mera formalidad standari-
zada, vacía.
Lo que resulta preciso señalar, para poder continuar con este
rastreo del desencadenamiento de la fobia, es que sólo es agujereable y
reversible sobre el sujeto la imago del yo ideal, si allí se escribe el
rasgo unario, que hará las veces de línea de corte. Una vez revertida,
una vez que pase la libido de una a otra, se lograrán recubrir las
relaciones derecho- izquierdo, tal como en el ejemplo del guante.
El estallido de la fobia
158
¿Qué diablos hizo el hermano? Este, por primera vez en más de
siete años, conectó para este chico la imago del cuerpo con la marca
"conteante" del goce.
Escribió por primera vez para el chico, sobre el registro imagi-
nario del "yo ideal", la traza, que recién entonces devendrá línea de
corte del rasgo unario. No es indiferente que haya sido un hermano, un
semejante (5), o pequeño otro, quien haya tenido esta eficacia. Hasta
que no estuvo escrita sobre la superficie de la imago, la letra carecía
del efecto estructurante que se espera de ella: que ofrezca la línea de
borde de un corte que agujeree el registro del que se trate, en este caso
el imaginario.
160
De hecho, este niño no se la formulaba jamás. Cuando pueda
hacerlo, va a cruzar la frontera de una futura posible perversión y
caminará de la mano de la fobia hacia una neurosis que constituye
recién a los siete u ocho años.
161
entre las cuales está una mujer, Faustine, de la que inmediatamente se
enamora. Tal como dice la Biblia "no es bueno que el hombre esté
solo". Pero ella parece no verlo ni escucharlo. Pasa delante de él como
si no existiera, mientras charla, ríe, baila normalmente con el resto de
los amigos de su grupo.
El protagonista, que quiere, por cualquier medio, despertar su
atención, llega al colmo del esfuerzo, construyéndole penosamente, a
modo de homenaje, un jardín donde escribe versos con pequeñas
flores:
“Ya no estoy muerto, estoy enamorado"
"Mi muerte en esta isla has desvelado"
Desecha estos versos, que traen a colación el amor ... y la muer-
te
Elige finalmente:
"El tímido homenaje de un amor"
Lo real de lo imaginario
164
Propongo entonces la posibilidad de que puedan convivir para un
sujeto, operaciones de estructuración fundamentales, como la incor-
poración del campo del lenguaje, y la extracción de rasgo unario; y que
no se haya incorporado, sin embargo lo imaginario del Otro real.
En términos de las identificaciones tal como las plantea Lacan en
el seminario L 'insu ..., releyendo las tres propuestas por Freud en
"Psicología de las masas y análisis del yo", estarnos tratando en este
caso clínico, un traspié en la tercera identificación (9). .
Es mi hipótesis plantear que pueden darse las dos primeras y no
darse la tercera, situación que, a mi entender, es la del niño de las
gallinas antes de la emergencia de la fobia. Esto equivale a afirmar que
las tres identificaciones, que funcionan en un neurótico en la sincronía,
se adquieren diacrónicamente, pudiendo fallar por ejemplo la tercera,
estando presentes las dos primeras. .
Este fracaso acaece cuando la imago no lleva escrita la marca,
careciendo por ende de la línea de corte el objeto. En esas condicio-
nes, el objeto conteado por el unario en el campo del Otro, no se cons-
tituye como objeto a para el sujeto. El sujeto solo vivirá al objeto a
como perdido cuando culmine la operación constitutiva de a,. momen-
to en que éste es vivido como una parte perdida del propio cuerpo
narcisista, no anaclitico.
La fobia de este chico es una negativa a sacrificar su identidad
viril a un goce del Otro que ahora, además, lo hiere narcisísticamente.
¡Nada de renunciar a ser un varón! ¡No seré una gallina!. ¡Además me
acabo de enterar que debo dejar caer, debo "poner" el huevo! ¡No!
Imaginario no especular
165
de la superficie, lo que hace inteligible por qué Lacan afirma en R.S.I.
que el "yo" es un agujero. (10)
De aceptarse esta serie de reflexiones se pueden constatar situa-
ciones clínicas muy diversas.
Hay modos de configuración del "yo ideal" que conviven sin
tocarse con la marca de conteo, tal el que venimos examinando antes
del estallido de la fobia.
En otras configuraciones, el yo mismo es por entero un objeto de
goce, situación melancólica por antonomasia que fue certeramente
retratada por la brillantez del maestro Freud en su lúgubre frase "la
sombra del objeto cae sobre el yo". En estos casos, en vez de haberse
apoyado sobre la imago la traza escrita de la lectura de ese goce, el yo
mismo se hace cargo de responder "cash" a la satisfacción demandada.
La única posibilidad clínica de que el "yo ideal" pase a ser
incorporado como yo no especular, es que haya una superficie donde el
trazo unario se apoye en la imago, agujereándola, para permitir la
reversión libidinal de uno a otro.
166
Llamaré –φ a la retraducción del rasgo unario sobre i'(a).
El a, en el fantasma, se constituye como causa de la división
deseante del sujeto, si es que está ocupando la zona de coinçage del
nudo, en el lugar donde se superponen los tres agujeros, uno por cada
registro.
La fobia dará curso a la virilidad de este muchacho, aunque la
dedique a otros muchachos varones. Será un homosexual varón, no una
gallina indigna.
Antes aún de la intervención de Helen Deutch, la fobia habrá
dado una resolución a la situación de este muchacho, calificable, si se
me permite el término de inconstitución parcial, por falta de iden-
tificación a lo imaginario del Otro real.
Es de señalar que esta "inconstitución" se presenta de este modo,
relativamente fácil de solucionar, en niños y adolescentes, quienes se
encuentran en medio de los movimientos de estructuración.
Si de un adulto se tratara, la inconstitución se habría de pagar
con el carísimo precio de una grave patología duradera.
¿Cuál? Locura histérica, responden algunos autores. (11)
"Fracasos del fantasma" es el sintagma que me he permitido acuñar
para intentar aprehender esta posibilidad de falla en la tercera iden-
tificación.
Notas
(1) Lacan, Jacques. Seminario XIX ...ou pire, Inédito. Clase del 18
de febrero de 1970.
(2) Deutch, Helene. Un caso de fobia a las gallinas, Ed. Sitio,
Buenos Aires, 1991. Puede consultarse la traducción de la revista
Conjetural N° 23.
(3) Lacan, Jacques."Remarques sur le rapport de Daniel Lagache",
Ecrits, Ed. du Seuil, Paris, 1966.
(4) Lacan, Jacques. Seminario N° XIII D’un Autre à l'autre,
Inédito. Clase del 7 de mayo de 1969.
(5) Vegh, Isidoro Acerca de una referencia clínica en el semina-
rio Del Otro al otro, Ed. Agalma, Buenos Aires, 1997, pág. 35.
(6) Lacan, Jacques. Seminario XXII R.S.I., Inédito. Clase N° 4.
(7) Julien, Philippe. Le retour à Freud de Jacques Lacan, Ed.
EDELP, Toulouse, 1986, pág. 239.
(8) Bioy Casares. La invención de Morel, Texto recopilado en La
invención y la trama por Marcelo Pichon Riviére, Ed. Tusquets, 1991.
(9) Lacan, Jacques. Seminario XXIII L'insu… Inédito.
(10) Lacan, Jacques. Seminario XXII R.S.I., Clases N° 2 y 3.
(11) Vegh, Isidoro. Matices del psicoanálisis, Ed. Agalma, Buenos
Aires, 1991,pág. 53 a 67.
168
DIFICULTADES EN LA CONFORMACIÓN FANTASMÁTICA
EN EL SEGUNDO DESPERTAR SEXUAL
CAPÍTULO IX
171
Imaginario se habrá podido apartar a lo real de su tendencia inercial
hacia la muerte. Lo real puro, como la pura vida, llevan a la muerte, tal
como lo ejemplifica siniestramente la mortífera vida imparable e
implacable de la proliferación de células cancerosas. De anudarse con
lo simbólico y lo imaginario, lo real habrá logrado darse la posibilidad
de tocar la vertiente de la sexualidad. No es que así evite la muerte.
Pero se habrá cumplido la sabia premisa freudiana que afirma que cada
cual debe morir "a su modo". (2) Es decir, después de haber dado unas
cuantas vueltas por el juego de la vida. La muerte sigue en el horizonte
de ese juego. Pero se habrá logrado conjugar sexualidad y muerte. (3)
No elaborado, esto es: cifrado y velado, lo real no será conju-
gable con la sexualidad. Y llegará ese empuje de lo real a la sola ribe-
ra de la muerte, sin pasar antes por la sexualidad.
La vida tiene incontables ocasiones de enfrentamiento con lo
real.
Pero hay al menos dos situaciones en que, necesariamente, habrá
que enfrentar una situación estructuralmente similar a la. mencionada,
situación que impone esfuerzo de cifrado y velamiento, o bien muerte.
Una es el primer despertar sexual en que el cachorro humano se
enfrenta indefenso a su primer pasaje al acto normativo: dejarse caer en
el campo del Otro. Esta caída no es otra que la primera alienación
fundante: No pienso, soy ese objeto de goce del Otro. (4)
Ese Otro que ofrece su vacío para que allí se aloje el sujeto por
venir, no es neutro, sino que =tal como lo demuestra el desdobla-
miento del grafo del deseo, donde el lugar del Otro es redoblado como
lugar de la pulsióu- de él proviene la demanda de goce, demanda
imperiosa pulsional. (5)
Todo lo que habitualmente llamamos Edipo, no es sino la ardua
elaboración (significante e imaginaria) de ese monto de goce que el
Otro demanda al niño. Porque le falta, se lo demanda -si es posible
cash.
La caída en el campo del Otro exigirá al sujeto infantil, si es que
quiere emerger sujeto allí donde ingresó como objeto, las sucesivas
escrituras de aquello que exige ser escrito: que el niño no cabe sin resto
en el campo significante del Otro. La maquinación simbólica no puede
trazar "todo" del niño. Y el residuo que el Otro no atrapa en su
172
red será "a",objeto irreductible al campo del significante. La línea de
frontera de este objeto con la batería de saber podría nombrarse S1.· S1
marca a cuenta del sujeto, el borde que señala al objeto a como
residuo de su sumersión en el campo significante.
En la misma línea, pero sobre otro registro, el niño -que duplica
su alienación inaugural al campo del significante, con la alienación no
menos fundante a la imagen, alineación ésta que Lacan nombró
"estadio del espejo" (6) - deberá resolver que lo que él es como real no
puede ni podrá entrar en la imagen de sí que el Otro le devuelve.
Así como el, se inscribe en el campo del Otro, el yo se refle-
ja en ese mismo campo, pero sobre otro registro. Ambas entradas dejan
el mismo resto, "a". Eso real ("a") que restará del niño "profun-
damente investido en su cuerpo propio" (7), inasimilable, tanto a la
maquinaria simbólica como al juego de espejos con el Otro, deberá ser
escriturado en las diferentes cuerdas, como pérdida de las opera- ciones
de alienación. El "a" hace agujero diferente en cada cuerda, y cada uno
de esos agujeros se escribe con una letra diferente. (8)
El "cuento" edípico novelizará estas operaciones. Sólo en y por
esta novela eílpica, quedará normativamente articulado que sea en
Nombre del Padre que del niño quede un real del cual el Otro no se
apropia. Función paterna y prohibición del incesto (incesto a todas
luces imposible desde un punto de vista exclusivamente "matemáti-
co") son los nombres míticos necesarios de esta operación.
Sólo por su faz de novela, además, se adquieren los emblemas de
la parada sexual femenina o masculina.
Así, la faz "matemática" de la entrada en la estructura precisará
de su cortejo de novela para que algo de la subjetivación sexuada se
logre.
Cuando culmina este arduo tramo de la primera vuelta edípica el
sujeto contará con los algunos "títulos en el bolsillo". Estos "títulos"
son esos trazos, esas letras que señalan el resto no apropiado por el
campo del Otro: S1 en lo Simbólico, -φ en lo Imaginario, Φ en lo Real.
(9)
El encaje de triple agujero que señalizan estas letras, permitirá
colocar fantasmáticamente el "a".Pero estas escrituras no se pueden
poner a prueba en lo real durante la primera vuelta edípica.
173
¿Por qué esos títulos van a parar "a los bolsillos"? ¿Por qué no
utilizarlos de inmediato? Porque ningún niño tiene posibilidades, en lo
real, de tener que "pagar" con esas letras (letras en el sentido analítico
pero también en el sentido contable) del término. Esas letras serán
exigidas para responder a las demandas del Otro sexo cuando llegue el
momento de la posibilidad del acto sexual.
Y esto sucederá recién cuando otro empuje formidable de lo real
golpee como una "catástrofe" (10) al sujeto en el segundo despertar
sexual.
Mientras tanto sobreviene la latencia, donde el sujeto acumula
letras y cifras, geografía e historia, ciencias del hombre y la natu-
raleza.
Hasta que irrumpe, tal como dijera más arriba, el segundo
despertar sexual.
El despertar de la primavera
174
encuentro con las primeras sensaciones genitales, en medio de una
conversación sobre los enigmas de la generación de niños y sobre la
pesadumbre que les causa el exceso de exigencia parental con relación
a los deberes escolares.
"Transcribo un fragmento de ese diálogo. (13)
Maurício: "¿Las has sentido ya?"
Melchor: "¿Qué?"
Mauricio: "y....
"Melchor: "¡Por supuesto!"
Mauricio: "Yo también"
Melchor: "¡Conozco eso desde hace mucho, sí! Hace ya un año.
Mauricio: "Yo, yo estaba como tocado por el rayo" (14)
175
Subrayo lo enorme de esta frase freudiana. Ese que ayer fuera un
niño podrá desde ese momento engendrar en lo real un hijo. y deberá
poder hacerse cargo del hijo que engendre.
176
dificultad de cambiar el modo de goce en relación al abandono
imprescindible de la fijación de los objetos edípicos, para pasar a los
exogámicos.
Lo real del goce reclama con ímpetu, pues, a lo real y a lo
imaginario para que hagan aparecer, para que sea posible la articu-
lación de sexualidad y muerte, sus agujeros específicos. Y el adoles-
cente, resguardado de la eventualidad psicótica en caso de encontrar un
sólido título S1, podrá aún así tener que enfrentar graves dificultades
para refrendar los títulos –φ y Φ, escrituras que ciñen respec- tivamente
esos dos agujeros.
Estas escrituras reclaman re-escritura, reformulación, refren-
damiento, en la adolescencia. Reescribir Φ y -φ volverá a poner a
disposición del sujeto (ya que no es lo mismo contar con algo virtual-
mente, que tenerlo a disposición realmente) los agujeros de cuerda
Real e Imaginaria. Recuérdese que estamos desarrollando una even-
tualidad en que el púber ha encontrado con facilidad la posibilidad de
refrendar y re-escriturar S1.
Es en la cobertura Imaginaria del nuevo real, y en la puesta en
forma del campo de lo real del goce como agujereado, que suelen
encastillarse endemoniados problemas clínicos en la adolescencia.
Estas reflexiones no pretenden afirmar qué no se trabaje en
cuerda simbólica con adolescente Si se trabaja esa cuerda, sentido
clásico del desciframiento de la labor dél inconsciente. Pero esto no
suele ser lo que especifica la dificultad de trabajo clínico. Sucede que
en esta "zona" de trabajo clínico, no se constatan diferencias
demasiado marcadas con relación a un sujeto que ya ha concluido su
pasaje por la adolescencia. Por ello, no es allí donde podría situarse
una verdadera singularidad del manejo transferencial de la
adolescencia.
Por lo general, la producción, y la correspondiente lectura en
transferencia de formaciones del inconsciente, indican más bien una
estabilización fantasmática con fijación clásica del objeto al campo del
saber inconciente, que es inicio de salida de la crisis del segundo
despertar.
¿De qué estructura puede depender que en muchos casos el suje-
to no pueda concluir una forma definitoria del fantasma, y no pueda
por ende, "hacer hablar" al fantasma en las formaciones del
inconciente?
177
Sucede que se presenta bruscamente al púber el apercibimiento
de que en el campo de la imagen, aquello que se reflejaba en el Otro
como i'(a) (dejando a como resto que el Otro se inhibirá de reflejar),
aquella imagen hoy se demuestra inviable y a veces decididamente
contraria a la posición sexual del sujeto.
La tan comentada dificultad del adolescente para rearmar y
reasumir su imagen en el espejo, dificultad clínicamente incontesta-
ble, suele depender de la posición del Otro (del que todavía el sujeto
depende en lo real) que no legitima las nuevas imágenes que éste se da
en tanto "grande" y sexuado.
Así, bruscamente, el adolescente que, de por sí tiene problemas y
temores para reconfigurarse en el campo del espejo, que de por sí tiene
que renovar los atuendos para vestir su nuevo real, se encuentra,
además, con que muchas veces el Otro real se niega a legitimar una
imagen apta para comenzar a ejercer una sexualidad normativa.
Porque aceptar devolver tal imagen de "hombre" o "mujer"
llevaría a ese Otro a volver a perder -si admitimos que la entrada en la
latencia es una primera pérdida del niño por parte del Otro- al niño
como objeto de su goce.
Como se ve, el Otro en la adolescencia tiene la particularidad -
particularidad ésta que comparte con el Otro del sujeto infantil- de
oscilar entre Otro simbólico y Otro real. (15)
Es habitual que el modo en que el Otro devolvía la imagen del
cuerpo del niño haya sido excesivamente pleno y posesivo, al punto de
no dejar anotar el resto vivificante de real con el que el niño tiene
derecho de contar. Ese resto será núcleo de la sexualidad, en el senti-
do en que es desde ese resto (-φ) que la imagen emitirá su encanto
agalmático, encanto que abrirá al niño a la relación con otros.
Es muy frecuente que el niño haya podido sobrellevar este tipo
de reflejo en el campo del Otro sin que, en tanto sujeto infantil, pudiera
padecer dolorosamente esta dificultad en la primera vuelta edípica.
Será en la segunda vuelta donde se demuestre que esta combinatoria
preparaba poco y mal a ese retoño para la futura sexualidad
Así por ejemplo, si volvemos a aprender de Wedekind, la madre
de Wendla, otra protagonista central del exquisito Despertar
178
de la Primavera, charlará con su madre a propósito, justamente, del
cambio de estilo de vestimenta al que obligan sus catorce flamantes
años.(16)
Es el diálogo que inicia El Despertar.; donde la madre lamen-
tándose de estar a punto de perder a su niña-tesoro, ofrece un vestido
de "mujer" a su hija. Wendla anticipa la tragedia afirmando, a modo de
consuelo que (según la fina lectura que lleva a cabo del deseo de
retención de su madre, esto es, de muerte para todo tránsito por el canal
fálico) quizás no llegue a ser grande.
Esta mamá para quien su hija es "su único amor" (veremos luego
el destino trágico de la niña, preparado con ahínco por ese modo tan
singular de "amor"), desearía conservarla sin cambiar la imagen
angélica de "niña" pequeña que de ella guarda. Y si bien está forzada a
comprender que ya tiene catorce años, el nuevo vestido largo aparece
únicamente en función de tapar sus piernas, no de sancionarla como
vestida para la entrada en la sexualidad que se avecina.
Esta misma madre posterga sine die la explicación acerca de
cómo llegan a las familias los niños. En efecto, cuando su hermana Ida
tenga un nuevo bebe, la madre insistirá con la historia de la cigüeña. A
pesar de que a todas luces Wendla ya no le cree. Pero no poder creer a
la madre no le otorga a ella un saber propio. Por ende, ella ignora cómo
se hacen los niños.
Es de recordar la celebre fábula de Longo (17), donde Dafnis y
Cloe, atraídos el uno por el otro, no encuentran el camino que los lleve
al coito y precisan de las enseñanzas de una mujer mayor, sin cuyo
auxilio no hubieran sabido salir del juego corporal infantil.
Wendla suplica que su madre le abra algún canal hacia la
sexualidad. Ante la negativa, que su hija lee muy correctamente no
sólo como rehusamiento de "información" sino como mala voluntad en
relación al acceso subjetivo de la hija a tomar posición deseante en ese
terreno, "jugando" con Melchor, se hará fustigar. Es una escena en que
se muestra a pleno la encerrona trágica de esta muchacha. (18)
Necesita un saber que sólo puede ser eficaz viniendo de cierto Otro y
no de cualquiera. Y ese mismo Otro de quien depende se lo rehúsa.
Entonces, buscando exutorio al empuje de esa "novedad" de la
sexualidad que es lo específicamente genital, pero sin aval ni saber
179
que el Otro aporte, ella llega bien cerca, haciéndose golpear, a borde-
ar la ribera de la muerte. Flagelación, modo mortífero de dejar fluir una
libido ahijada por Tánatos.
Cuando Melchor, atraído por Wendla, finalmente encuentre el
camino del coito, la dejará embarazada. Su madre, de forma incon-
sulta (pues no consulta a la hija, al padre de la hija y al padre del futu-
ro bebe) ordenará que le practiquen un aborto, en las condiciones
peligrosas de principio de siglo, a consecuencia del cual encontrará la
muerte.
Como se lee en este desenlace, Wendla termina por ofrendar
trágicamente su cadáver de niña a una madre que no podía quererla
como mujer viviente.
Mauricio, por su parte (aquél muchacho de la conversación sobre
los relámpagos), se extenúa por llegar a las alturas de rendimiento
escolar donde lo imaginan, con poco respeto por ese joven real -que,
como tal, necesita tiempo para su deducción de la sexualidad- los
padres.
Latín, griego, Luis XV, paralelepípedos, Homero. Todo su
tiempo está absorbido en esas tareas. Cuando en verdad él necesita
tiempo para investigar sobre ese misterio de lo que sucede en su cuer-
po y que lo lleva a imaginar hermosas chicas desnudas. Y para elucu..
brar acerca de diablos puede llegar a conectar sus erecciones con esos
cuerpos.
No le queda tiempo para estos afanes investigadores. En el
reflejo que, sus padres le devuelven de sí sólo, habrá espacio para
asegurarse de que pase al curso del próximo año. Lo quieren "hombre"
sólo para estudiar. No para ejercer una sexualidad que lo separaría de
ellos.
A tal punto no estaba legitimado en su propio real sexual, a tal
punto cree sólo ser en tanto y en cuanto se amolde a esa imagen, que
da su palabra de honor de suicidarse en caso de desaprobar sus
exámenes.
Y mantendrá su palabra. Cometerá suicidio antes de haberse
podido dar una respuesta parcial y personal a los enigmas que se plan-
teaba, antes de haber podido dar una vuelta por la sexualidad.
Distraído por esa sexualidad a la que no encontró cómo dar
curso, dado que el Otro no daba allí la menor señal de asentimiento,
180
no pudo estudiar, desaprobó y se voló los sesos en la ribera del mismo
río que debería haber sido telón de fondo de sus momentos de ocio y
alegría. Muere sin siquiera haber podido leer unas notas que Melchor
le había escrito, respondiendo a su súplica, con algunas explicaciones
de cómo se hacía “eso”. Este fin trágico de Mauricio deja claro hasta
qué punto estudiar, para un niño o un joven puede ser vivido como una
actividad apasionante si y solo si el estudio hace cuerpo con la
investigación sexual. Desarticulado de esta última, la dedicación al
estudio sólo puede ser vivida como mera obediencia a los designios de
los padres.
Estas muertes trágicas de Wendla y Mauricio señalan bien hasta qué
punto estos adolescentes -que de ningún modo eran psicóticos, que
llevaban claras muestras de S1 en su, discurso- no podían encontrar
para su nuevo real, ni un aval simbólico, ni una cubierta imaginaria que
el Otro les proporcionara.
Sus padres insistían en devolverles sólo la imagen de bon èléve,
o de ángeles asexuados. El empuje de lo real, habiendo .cerrado el Otro
el canal de unión con la sexualidad, los llevó a la ribera de la muerte. A
la muerte real.
De allí que Wedekind afirme haber escrito una tragedia.
Veremos más adelante si se puede especificar qué posición de Otro en
este momento subjetivo arriesga poner en escena esta modalidad
trágica.
Consultas habituales
181
Yo la escuchaba, pero también estaba atenta a su modo de
presentación corporal: gorda, sin aditamento coqueto alguno a su
pulcra vestimenta, sin expresión de picardía o encanto; realmente daba
el perfil de "aparato".
Su familia la presionaba, ahora que esta niña obediente había
devenido una adolescente problemática por su absoluta inacción a salir,
a elegir carrera, a adelgazar...
La ligó a mí el hecho de que yo no me sumara a esta presión
considerable de la familia. Esto es: que aparente curarse para sobre-
adaptarse aun más.
Como ven, tal como comentaba mas arriba, clásicamente esta
chica no venía representada por los enigmas a los que podía haberla
conducido la elaboración del saber inconsciente.
Una lanzada de angustia se había sumado a la profunda inhi-
bición que -inadvertida y muda- padecía desde pequeña.
Como se ve, se trata -muy típicamente- de esas presentaciones
clínicas que sostienen su interrogación con fuerza entre lo real y lo
imaginario.
En el análisis se pudo comenzar a hacer un mapa de la cons-
telación edípica, además del habitual semblant de charla sobre lo
"actual" que es corriente con los muy jóvenes.
Esta niña no fue, como en casos graves, gozada perversamente
por el Otro, ni fue tampoco mal-dicha en su narcisismo. (20)
Pero pudo reconstruirse en el análisis que quedó dentro de una
compleja pinza psíquica.
Su padre, excesivamente ligado a mujeres en posición materna
de su propia familia, llevó muy mal el duelo que le ocasionara la
muerte de su madre. Más ligado a su familia de origen que a la que
formara casándose, incluyó a su hija en la endogámica cofradía
excluyente de los primos hermanos, hijos de su hermana mayor.
Hombre "chapado a la antigua", se reveló más bien tranquilizado que
alarmado por el hecho de que su hija no tuviera aspecto de “mina”.
Su madre fue siempre una mujer ansiosa de que todo se mantu-
viera en orden, que nadie se ofendiera, que no hubiera nunca un sí ni
un no, que nadie se saliera del lugar que estaba previsto en el esquema
de su tranquilidad. Y no sólo en su familia de alianza, sino también
182
con sus propios padres y hermanos, de los que al igual que su esposo,
no había podido desligarse por entero.
A Martina le tocó ser algo así como secretaria materna, dama de
compañía, ayudante, en esa cruzada de orden, control y continua de
retención de cualquier desborde. Ella lloraba por ejemplo, si su
hermanito lloraba, si los padres discutían. Entonces, invocar la fragi-
lidad de la hija resultaba para su mamá un buen método para que todos
se encuadren en una sutil manipulación. Mujer de buenos sentimientos
pero tremendamente tensa, vertió sobre su hija la imago inmóvil de una
dura prolijidad, de una rígida forma obediente, carente de erotismo en
el sentido más amplio que se le quiera dar al término. Esta hija,
sobreadaptada a la demanda de la madre, fue una suerte de brazo
ejecutor de la política de control de su madre. Y no pareció pagar caro
esto en el primer despertar, en la primera vuelta edípica.
Pero esta suelte de "pantallazo" sobre su historia indica lo sufi-
ciente que, si bien jamás hubo un uso perverso de esta niña, ella no fue
significada fálicamente por la madre.
Al igual que tampoco lo fueron Mauricio y Wendla.
Un niño significado fálicamente se hace, debido justamente a la
eficacia de esta significación, representante de la falta materna y no
presencia asegurada de un instrumento de dominación de la angustia o
consuelo de la insatisfacción de la madre.
Entonces, sin perversión, Martina, tal como los personajes de
Wedekind, fue retenida como aquello que no podría llegar a restarse en
ningún caso, so pena de desencadenarse en ese Otro una descom-
pensación, del campo de los padres. Sin que medie perversión, puede
afirmarse que estos jóvenes fueron gozados fálicamente, tal como
sucede en toda retención.
El problema es que el goce fálico de Otro le llega al niño
sobrevolando el horizonte aplastante del goce del Otro, goce que se
enclava en el niño fuera de la palabra: en el territorio narcisista-
corporal.
Estas situaciones revelan su trágico potencial patogénico
electivamente en la adolescencia, pudiendo constatarse que las más de
las veces son sobrellevados sin mayores costos aparentes en la
infancia.
183
Entonces, al goce fálico del Otro, el niño lo vive como goce del
Otro, inductor de fijaciones del objeto fuera de la palabra.
Fijaciones de a en i' (a) que producen inconvenientes con la
propia imagen. Estas fijaciones son la raíz de lo que denomino
"imágenes martirizadas" por la no caída de un objeto. Imágenes que
han de carecer de eso tan difícil de definir y que se puede llamar belle-
za o "agalma".
En una primera mirada sobre los datos obtenidos sobre su cons-
telación edípica, como en Melchor, Wend1a o Mauricio, no parece
primar ningún desborde escandaloso de uso perverso del hijo. Pero si
se toma uno el tiempo de comprender, éste nos lleva a la conclusión de
que no prevaleció la preparación del hijo para la futura sexualidad, el
juego posterior de la seducción fálica, sino el propósito claro de hacer
un niño que no cree problemas y se adapte bien.
Esta situación es típica de aquellos adolescentes que habían
pasado una infancia aproximadamente "normal".
Sólo se revelará en el segundo despertar sexual que el modo de
configuración yoica que el Otro le reflejó al niño, era inepta para
hacerlo un hombrecito o una mujercita.
Como se ve estamos girando en la órbita de los problemas donde
la imagen i' (a) reclama la aparición de su agujero real, anotab1e como
-φ; y donde lo real del goce reclama el agujereamiento que en su
campo produce la renovada eficacia de Φ.
Por el contrario, en los casos en que el niño fue significado
fálicamente, los inevitables accidentes residuales de fijación del objeto
se darán fuera del cuerpo, en campo del saber inconciente, generando
la puesta en marcha del laboratorio retórico metáforo metonímico que
le es propio, con producción clásica de síntomas.
Si se observa el nudo borromeo, tal como Lacan lo presenta en
R.S.I., se constata que cada una de las tres cuerdas puede ser abierta al
infinito. Esta apertura hace aparecer, de la cuerda que se trate, el
agujero real. Lacan pone nombre a los agujeros de lo simbólico y de lo
real:
184
El segundo despertar sexual reclamará las reescrituras de estos
tres "títulos". Si descontamos la reescritura de S1 en los casos que no
son subsidiarios de estructuras psicóticas, y también aquéllos que
muestran tal solidez de "fondos", que la re-escrituración de los tres es
relativamente sencilla, nos quedarán como problemas típicos aquellos
casos de dificultad de reescritura de –φ y de Φ.
La re-escritura de Φ, el hecho de que esta letra devenga dispo-
nible para el adolescente, será la chance de que él modo de goce infan-
til de la sexualidad logre él cambio de sentido, eh orden de abrir al
adolescente a la sexualidad exogámica, apartándolo de la "misión" de
complacer a sus padres. El significante Φ dará a los goces que se abren
esta etapa, su regulación legal.
La reescritura de -φ, permitirá normativizar el campo imagi-
nario -yoico-, dando a la presencia corporal el brillo agalmático que
facilitará el encuentro con el otro sexo.
186
novedad de la genitalidad y de la entrada en la especie, lo que conlle-
va al segundo hallazgo del objeto:
El problema es que cuando lo real (ese real del brutal empuje de
la demanda de goce que renueva la adolescencia) está impedido de
hacer nudo con la sexualidad, se está en peligro de que la única ribera
de lo real que le reste al sujeto sea la de la muerte. La muerte trágica.
Volvamos a El despertar de la primavera. Dos de los prota-
gonistas centrales, Wendla y Mauricio, no pudieron conjugar sus vidas
con la sexualidad y se vieron sin otra alternativa que hallar esa muerte
trágica.
¿Qué destino le ha de tocar a Melchor?
Melchor acabará encerrado en un reformatorio, con anuencia de
la madre, al acusárselo culpable de ambas muertes. (21)
La de Mauricio, por proporcionarle -escrita- una distractiva
instrucción sexual y la de Wendla por haberla embarazado. Ningún
adulto se hará la más mínima pregunta acerca de qué podrían llegar a
tener que ver ellos con los decesos. Lejos de ello, los hijos, aún
muertos serán declarados -explícitamente- culpables de dar a los padres
semejantes disgustos.
La madre de Melchor, que veía con buenos ojos ciertas liber-
tades que se tomaba su hijo, esa madre que lo mimaba y lo protegía, le
retirará su apoyo en cuanto se entere de que "su" Melchor andaba con
Wendla. Retirado el apoyo materno, nada obstaculizará el encierro con
fines punitivos de este menor de edad.
Se encontrará súbitamente, este joven de buena familia, alojado
en un lugar temible, alejado de los suyos y soportando el peso moral de
una acusación injusta y manipuladora de asesinato. Y como si todo
esto fuera poco, habiendo perdido el amor de su madre y de su padre.
Algo en él, tal vez un chispazo de la poca dignidad que puede
restarle luego de ese maltrato, hará que decida fugarse de esa verda-
dera trampa kafkiana.
Planea y ejecuta un plan para escapar del encierro. Huyendo del
instituto correccional, pasa corriendo a medianoche a través del
cementerio.
Allí se encuentra con el fantasma de Mauricio. Este muerto-
187
vivo, cadáver parlante, intercepta a Melchor y despliega ante su anti-
guo camarada un cínico discurso sobre la superioridad de los muer-
tos, sobre la irrisión que a los cadáveres les provocan los estúpidos
pesares de los vivos. (22) Este parlamento, con ligeras modificacio-
nes, puede ser escuchado cientos de veces en consulta con adoles-
centes. Cuando se torna desesperante el hecho de vivir es frecuente que
el joven afirme -con la misma lógica que se despliega en la fábula de la
"zorra y las uvas"- que vivir no le interesa, escudándose en una
displicente relación de coqueteo con la muerte. Coqueteo que,
queriendo ser signo de superioridad, no hace sino acentuar más paté-
ticamente la profundidad de la impotencia.
En medio de esta escena de mortífera seducción, Melchor -que ni
sabe adónde ir ni sabe más hondamente si tiene derecho a plantearse
legítimamente algún destino- está a punto de ceder a los argumentos de
ese amigo de cuya muerte lo habían responsabilizado. Mauricio-
cadáver tiende una mano putrefacta y le pide a Melchor que la
estreche. Cuando este adolescente desesperado está a punto de estre-
char esa mano cadavérica, se hace presente el enmascarado. (23)
Y nos da Wedekind, a través de ese personaje, una lección del
modo de acto resolutivo de estas crisis donde, estando impedida la
conjunción sexualidad y muerte, quedará -peligrosamente- de lo real,
exclusivamente la tentación del abrazo de la muerte.
El enmascarado opera efectivamente de dos modos.
En principio, denunciando la jactancia mentirosa del cadáver de
Melchor. El enmascarado le ordena al cadáver volver con los cadá-
veres, explicitando para los vivos el deber ético de seguir vivos. Esto
equivale a poner en acto -utilizando legítimamente la disparidad
subjetiva que le da, frente a dos muchachos, el hecho de ser un adul-
to, y un adulto que aparece para aportar una solución- a poner en
funciones la ley del falo. Falo significante; mortificando lo simbólico y
haciendo agujero en lo real, apuesta a la vida. Vida que habrá de llegar
al puerto de la muerte después de haber pasado por los desfiladeros de
la sexualidad.
Este es, a mi juicio, un ejemplo luminoso de intervención en lo
real. Esta maniobra opera la apertura al infinito de la cuerda de lo real,
haciendo aparecer, de lo real, el agujero específico. Este agujero es
operado y anotado por la puesta en juego del significante Φ.
188
Luego, frente a los múltiples reparos morales y autoincrimina-
ciones con que Melchor se rehusaba a aceptar del enmascarado la invi-
tación a salir del cementerio y dedicarse a vivir, el enmascarado instará
a Melchor a dejar de sentirse culpable por sus padres por los disgus-
tos que les habría causado. Le asegurará que mientras él se atormenta
pensando en ellos, ellos encuentran consuelo en el abrazo conyugal.
Esta puntuación libera al chico de ocuparse de garantizar el goce
de los padres. Ya que deja claro que ellos pueden procurárselo más allá
de este hijo.
Ambas maniobras del enmascarado son intervenciones en la
cuerda de lo real, abriéndola al infinito. Así aparece su agujero espe-
cífico, contorno del agujero dibujado por el significante Φ en su pode
río de ordenar el goce al ser alcanzado en escala legal.
Finalmente, se desarrolla un diálogo imperdible sobre la moral.
Cuando el enmascarado sea interrogado por Melchor sobre este tópi-
co, afirmará que la moral es "el producto real de dos cantidades imagi-
narias: el querer y el deber". Es decir que no sólo es moral el deber,
sino que allí debe necesariamente entrar el querer, el deseo.
Construcción interpretante (24), destraba el cruce de lo real y
imaginario. Logra destrabar el agujero entre ambos registros al propo-
ner, para lo real, una cobertura imaginaría eficaz, y un relato sirnbó-
lico aceptable. Tal es el caso de la "charla" del enmascarado sobre lo
que podríamos llamar lo "real" de la moral. Sólo por la articulación que
este personaje aporta con elementos simbólicos e imaginarios, este real
moral dejará de ser mortificante para este muchacho.
El enmascarado dejará sentado que "deber y querer" han de estar
casados en la moral.
Mauricio se suicida por obediencia a la exigencia de satisfac-
ción personal, disfrazada de hipermoral exigencia estudiantil de los
padres. Wendla es conducida a la muerte por el aborto que, por las
mismas razones, le impone su madre. Ambas muertes son creídas, sea
por el sujeto suicida, sea por la madre cuasi homicida, como deberes
morales. Este personaje, tan central como misterioso, será quien
denuncie que nada moral obligaba a estos chicos a la muerte. Por el
contrario, el subrayará con fuerza el imperativo ético de vivir.
El Enmascarado recuerda que de ningún modo se ha respetado el
imperativo moral, puesto que nadie ha computado allí el querer.
189
En último término, el Enmascarado, en silencio, toma al
adolescente Melchor del brazo y lo aparta del cementerio, saliendo
hacia la vida.
Discurso sin palabras, que dibuja -φ en el espejo del Otro
dejando al niño como lo que escapa a la captura en la imagen.
.Maniobra esta que sobre la cuerda de lo imaginario, en giro
levógiro, abriéndola al infinito, hace aparecer allí el agujero (-φ) que
descompleta al niño como tragado en abrazo mortal del goce del Otro.
¿Por qué nombro a este gesto silencioso como una forma eficaz
de acto analítico? Si los padres deseaban muertos -muertos para aque-
llo que la ley de la vida les exige en tanto sexuados- a estos hijos, salir
del cementerio es hacer - sobre esta imagen del niño deseado muerto.
En la imagen muerta a la significación del falo que es ese cementerio
adonde el rechazo de los padres convocó a este joven, el enmascarado,
restando al hijo de ese lugar hace hueco, hace agujero.
Volvamos ahora a algunas cuestiones que se mencionaran al
inicio. No es que no se trabaje en la adolescencia sobre la cuerda
simbólica, descifrando jeroglíficamente.
Se hace. Pero cuando el laboratorio retórico del inconsciente es
lo que prima, se puede advertir que el adolescente está en un punto mas
bien de salida de su crisis. Porque tal como más arriba puntuábamos,
esta clase de presentación clínica implica que ha habido un predominio
de la significación fálica del niño. Lo que no sucede en los casos serios
que llegan a consulta en la adolescencia.
Tal como veníamos sugiriendo, lo que especifica esta práctica se
encuentra en las maniobras entre real e imaginario.
La figura del Enmascarado nos muestra de modo iluminante las
posibilidades clínicas de reapertura al infinito de esas dos cuerdas.
Luego de esa apertura, el sujeto podrá allí reamar un empalme (que
como tal vuelve necesariamente a velar esos agujeros) más eficaz.
Intervenciones en lo real, maniobras imaginarias literantes
construcciones interpretantes serán llevadas a cabo tal como lo hace el
personaje de Wedekind.
Martina y Melchor, por ejemplo, lograron salir de la encerrona
trágica en que se hallaban y pudieron conducir sus vidas en el
190
sentido de la comedia dramática, género que no impone perder la vida
antes de haberla vivido y disfrutado. El nudo de sexualidad y muerte
pudo llevarse a cabo, pero no sin la ayuda del enmascarado.
Wendla, Mauricio, como tantos otros jóvenes, demuestran
penosamente cuanto podría haber cambiado el destino trágico que les
deparó el clivaje salvaje al que se vieron obligados de muerte y de
sexualidad, de haber contado con alguien que se prestase a la tarea del
semblante por excelencia, cuya eficacia demuestra el Enmascarado.
Figura por excelencia del semblante, el analista, tal como el
enmascarado, deberá ponerse en la situación de abrir aquella cuerda
sobre la cual se manifieste electivamente pegoteado el objeto a.
La eficacia de esta función de semblante es visible en cualquier
análisis que funcione. Pero en los análisis de niños y adolescentes, al
trabajar sobre estructuras aún no definitivamente "cerradas" se añadirá
otra clase de eficacia: la de interferir con un desenlace nefasto,
operando a tiempo el giro vivificante que, por ejemplo, podemos ver en
el caso de Melchor.
El término "adolescencia", desde su misma raíz etimológica,
evoca tanto el "crecer" como el "estar ardiendo" -son éstas las signi-
ficaciones, en efecto, del verbo latino adolescere.
Semblante de Otro que permite dar curso a este "ardor" ... y a sus
responsabilidades añadidas, semblante de ese objeto ardiente y
separador electivo en el campo del Otro, el enmascarado relanza, por la
eficacia de ese objeto, el elemental hecho de poder seguir creciendo.
Para finalizar, quisiera enfatizar que Wedekind mismo hace un
subrayado de la importancia de la intervención de una figura tal en
tiempos fundacionales.
Se lee en el texto, al comenzar, con agradecimiento, esta dedi-
catoria: "Al enmascarado".
191
Notas
(1) Freud, Sigmund. Tres ensayos para una teoría sexual, Obras
Completas, Biblioteca nueva.
(2) Freud, Sigmund. Más allá del principio del placer, Obras
Completas, Biblioteca nueva.
(3) Recuérdese el celebre ejemplo de "Signorelli" de Sigmund
Freud Psicopatología de la vida cotidiana, Cap. N° 1, Biblioteca
Nueva.
(4) Esta presentación de la alienación, ligada a la operación lógica
de negación de la cópula entre ser y pensamiento, es presentada por J.
Lacan en su seminario sobre La lógica del fantasma, Inédito.
(5) Véase el grafo del deseo, presentado en su forma definitiva en
"Subversion du sujet et dialectique du désir" por J. Lacan, Ecrits, Ed.
du Seuíl, Paris, 1966.
(6) Véase de J. Lacan la puesta en forma del estadio del espejo en
su "Remarques sur le rapport de Daniel Lagache", Ecrits, Ed. du Seuil,
Paris, 1966.
(7) Así lo señala Jacques Lacan en las primeras 10 clases del semi-
nario La angustia, Inédito.
(8) En el nudo borromeo, presentado en una forma elaborada en su
seminario R.S.I. (Inédito) de J. Lacan, el objeto a ocupa el lugar de
coinçage de los tres registros, punto de-agujero verdadero.
(9) En rélación a estos "títulos" véanse las 10 primeras clases del
seminario Les formations de l'inconscient. Ed. du Seuil, Paris, 1998.
(10) Véanse los dos artículos de Guillermina Díaz sobre la
adolescencia y la teoría de las catástrofes en el libro Bordes ... Un
Límite en la formalización, Ed. Homo Sapiens, Rosario, 1996.
(11) Wedekind, Frank. L 'éveil du printemps, Ed. Téathres, Maison
Antoine Vitez, Paris, 1995.
(12) Ibid Nota N° 1.
(13) Ibid Nota N°11. Acto 1, Escena 2. El subrayado es mío
(14) Esta alternancia del Otro entre simbólico y real está también
subrayada en el artículo de Silvia Amigo "Los impasses del segundo
despertar sexual", de su libro De la práctica analítica. Escrituras, Ed.
Vergara, 1994.
(15) Ibid. Nota N°ll. Acto 1, Escena 1.
192
(16) Longo y Heliodoro. Dafnis y Chloe y Las etiópicas, Ed. Obras
Maestras, Barcelona, 1976.
(17) Debo a Fernando Ulloa este certero nombre de "encerrona
trágica".
(18) Ibid Nota N°11. Acto 1, Escena 5.
(19) Intervenciones clínicas en las diferentes cuerdas, en este
mismo volumen.
(20) Esta hipótesis de la "mal-dicción" narcisista está desarro- nada
en el Capítulo "El análisis en los bordes. Apuntes estructurales y
clínicos", de Silvia Amigo, en el libro Bordes ... Un límite a la forma-
lización, Ed, Horno Sapiens.
(21) Ibid. Nota N° 11. Acto 3, Escena 3.
(22) Ibid. Nota N° 11. Acto 3, Escena 7.
(23) Ibid. Nota N° 11. Acto 3, Escena 7.
(24) Este sintagma luminoso es hallazgo de Isidoro Vegh. Véase su
libro Las intervenciones del analista, Ed. Agalma, Buenos Aires, 1997,
pág.105 a 113.
193
DIFICULTADES EN LA CONFORMACIÓN FANTASMÁTICA
DEL SEGUNDO DESPERTAR SEXUAL
CAPÍTULO X
197
"dupe", el incauto de la estructura de quien se le dirige. Y dentro de la
misma estructura, del tiempo y modo en que se halle el sujeto. Así,
según el caso, ha de elegir qué vía de ingreso es la que conviene cada
vez.
Con esto, adelanto que me parece absurda la consigna, que por
otra parte es política, de abandonar la interpretación clásica, esa que
descifra la maquinación metáforo metonímica del saber inconciente.
Me parece absurdo plantear un "más allá de la interpretación".
La interpretación clásica, que opera sobre la cuerda simbólica
-siempre dentro de una estructura borromea, que asegura que, vía
anudamiento, se extienda su eficacia a las otras cuerdas- resulta eficaz
para "apagar" toda manifestación clínica que en sentido estricto pueda
ser colocada bajo la rúbrica del síntoma, paradigma de la producción
de la que es capaz la labor del saber inconciente cuando la inmixición
de lo simbólico sobre lo real obtura su agujero específico. (1)
198
Sin pensar caducas ninguna de estas dos maniobras, sino más
bien subrayando su eficacia y vigencia, añadiré otra: la que opera
analíticamente sobre la cuerda de lo imaginario. ¿Cuándo se impone
esta última, dentro del propio campo de las neurosis al que me limitaré
hoy?
Escuchemos un par de fragmentos clínicos.
Uno de ellos es el de Martina, adolescente callada, con esca-
sísima capacidad de asociación, a la que nada le interesa. Ni sabe qué
es lo que quiere, finalizados sus estudios secundarios, para su vida; ni
puede simplemente organizarse para hacer algo cada día de su
monótona vida.
Solemne, almidonada, de continuo malhumor, ha vivido hasta el
momento de la consulta una vida prolija, obediente, plana. Ella no
llega entonces al análisis interrogada por los enigmas a los que podría
haberla conducido la maquinación de su saber inconsciente.
Yo escuchaba lo poco que decía, pero también estaba muy atenta
a su modo de presentación corporal. Martina estaba muy por fuera de
la imago de una jovencita apetecible. Muy gorda, sin ningún
aditamento coqueto a su vestimenta correcta y pulcra, sin ninguna
199
expresión que denotara picardía o vinculación erótica con su prójimo.
No tenía novio ni lo había tenido nunca. Más me alarmaba el hecho de
que no tuviera amigas.
Es desde el segundo despertar sexual que se siente rara, y ella
misma dirá, con dolor y rabia, que se siente un "aparato". Pasó su
secundario sin pena ni gloria, en una profunda inhibición, mientras su
cuerpo se hacía cada vez más desemejante de aquéllas que debieran
haber sido sus semejantes.
Fue justamente una semejante quien, durante su viaje de egre-
sados, harta de sus continuas malas caras le espetó esta terrible deno-
minación: "aparato". De allí la angustia y la consulta.
La ligó a mí, según creo, el hecho de no sumarme, en principio, a
la presión considerable que le llegaba desde su familia: Que elija
carrera, que adelgace, que se maquille, que tenga amigos, que salga a
pasear, que tenga novio.
¿Cómo podía yo operar clínicamente con esta muchacha?
Al no presentarse representada por sus síntomas o producciones
subsidiarias del saber inconsciente, hubiera sido inútil entrar por la
cuerda simbólica, que opera lectura jeroglífica tendiente a producir un
significante más.
Esto no quiere decir que no le hablara, ni que no recabara datos
preciosos de su historia. Quiere sólo (ni más ni menos) decir que no
podía resolver su situación en ese tiempo, el intento de producir poiesis
de un significante.
Martina se presenta con una larga historia de inhibición, donde
entrará como novedad esa lanza de angustia que, por fortuna, motivó la
consulta.
En la inhibición se trata de la situación exactamente inversa a la
de la poiesis inconsciente. Se trata de la caída de lo imaginario sobre lo
Simbólico, obturando lo Imaginario en esa caída, a través del exceso de
sentido, el agujero poiético de lo simbólico. Resultado de esta caída, es
esta descripción de Lacan que le cuadra perfectamente a Martina: Un
sentido compacto, una "geometría angélica", que borra la diferencia de
los sexos. (2)
¿Porqué motivos cae así lo Imaginario sobre lo Simbólico
aplastando e inhibiendo el acto de producción poiética?
Vale la pena detenernos; para dilucidar esta cuestión, en algunos
200
aspectos de la constitución de lo Imaginario, a falta de lo cual, creo yo,
resulta incomprensible esta clase de presentación del sujeto y resulta
difícilmente abordable clínicamente el paciente.
Martina fue llevando a cabo las sucesivas incorporaciones del
campo del Otro (en ese orden su Real su Simbólico y su Imaginario).
Es decir, ella incorporó normativamente el campo del Otro, produ-
ciendo entonces la expulsión, la Ausstosung del objeto de goce. Ahora
bien, el psicoanálisis parte de la base de sustentación de que esta sepa-
ración del objeto de goce no se produce en ningún caso sin dejar como
rastro alguna fijación residual. Sobre esas fijaciones es que se trabaja
en el análisis de las neurosis. Y no siempre estas fijaciones lo son en el
campo del saber inconciente.
En Martina, los habituales accidentes de fijación recayeron con
especial fuerza en el campo imaginario - narcisista. De esta clase de
fijación del objeto depende la tenaz inhibición que padece y que
además empobrece al mínimo su posibilidad de discurso.
¿De qué depende que sea sobre un registro y no sobre otro, que
tiendan a acentuarse las fijaciones?
¿Qué pasó en esta niña aquí con la configuración de lo
Imaginario? Esta niña fue querida, respetada, apoyada. Es decir, no
fue, como en los casos graves, -o como solemos a veces llamarlos en
Argentina, "de borde" -"mal - dicha" en su narcisismo.
Pero pudo reconstruirse en el análisis que quedó dentro de una
compleja pinza psíquica.
Su padre, excesivamente ligado a mujeres en posición materna
de su propia familia, llevó muy mal el duelo que le ocasionara la
muerte de su madre. Más ligado a su familia de origen que a la que
formara casándose, y hombre chapado a la antigua, se reveló más bien
tranquilizado que alarmado por el hecho de que su hija no tuviera
aspecto de "mina".
Su madre fue siempre una mujer ansiosa de que todo se mantu-
viera en orden, que nadie se ofendiera, que no hubiera nunca un sí ni
un no, que nadie se saliera del lugar que estaba previsto en el esque-
ma de su tranquilidad.
A Martina le tocó ser algo así como secretaria materna, dama de
compañía, ayudante, en esa cruzada de orden, control y continua
retención de todo desborde. Ella lloraba por ejemplo, si su hermanito
201
lloraba, si los padres discutían. Entonces, invocar la fragilidad de la
hija resultaba, para su mamá, un buen método para que todos se encua-
dren en una sutil manipulación. Mujer de buenos sentimientos pero
tremendamente tensa, vertió sobre su hija la imago inmóvil de una dura
prolijidad, de una rígida forma obediente, carente de erotismo en el
sentido más amplio que se le quiera dar al término. Esta hija,
sobreadaptada a la demanda de la madre, fue una suerte de brazo ejecu-
tor de la política de control de su madre.
Es claro que su madre no pudo hacer primar la significación
fálica de su hija, lo que la habría hecho representante de su falta, y no
presencia asegurada bajo la figura de la hija, de su instrumento de
dominación.
Aunque esta madre jamás llevara a cabo ejercicio de goce
perverso sobre la hija, resultaba entonces que la gozaba fálicamente.
Ya que no la preparaba para la ulterior sexualidad, sino para que sea un
niño que no cree problemas y se adapte bien.
La paradoja es que, desde el costado del Otro, esa utilización
gozosa del niño por canal fálico, al niño le llega como exigencia de
goce, tomando para el niño el horizonte problemático del goce del
Otro. La demanda de la madre, palabra pulsional de la madre, no opera
para el sujeto como significante que podría entrar en dialéctica de
represión, sino como enclave de pulsión invocante dentro del seno del
yo. Es decir como superyó, presencia real parásita del Otro dentro del
yo del sujeto. Por ser voz exigente y no significante, es que promueve
un goce fuera de la palabra. La exigencia del superyó se dirige al yo,
demandándole que se deje gozar como un objeto, situación estructural
que ya señalara Freud cuando nombraba esta posición del yo como
"consolando" al Ello. (3)
Este enclave dentro del yo es el prototipo de todo ulterior cliva-
je del yo. Así, constituye el punto estructural desde donde se podrán o
no extender estos clivajes.
El yo de Martina se forja en el molde de la obediencia a esa voz,
y es convalidado por el visto bueno del amor del padre, quien se
sumaba en la vida doméstica, al control y la inmovilidad, ya que
cualquier flexibilidad podría provocar un conflicto que lo sacara de la
obligada y empeñosa serenidad que necesitaba para mantener a raya su
duelo congelado.
202
Con particular adhesividad, el objeto a que sostenía su imago -
voz que exigía obediencia, objeto anal de la retención- no tuvo por
mucho tiempo chance de ser deducido por nuestra joven como sostén
del campo del espejo, martirizando su imagen por su no caída.
El primer indicio de apercibimiento subjetivo de la no caída de
estos objetos pudo aparecer cuando, desde su semejante, una
compañera, llega una terrible denominación: "aparato". Esto es:
robotito a control remoto de la voz del Otro, carente de alegría, de
tristezas, de vida propia.
Esta violenta frase de la amiga dibuja en el espejo por primera
vez para esta chica, el trazo, el contorno de la letra de corte del objeto
(-φ). Hasta ese momento Martina había sostenido, sin saberlo, lo que
ella había deducido, conteado en el campo del Otro como trazo
orientador de su modo de goce. Sólo que no había coordinado ese
unario como inscripto sobre la imago yoica.
Este caso muestra, de modo particularmente nítido, lo que en
verdad sucede estructuralmente siempre: Es desde lo imaginario desde
donde puede revelársele, si el unario logra allí posarse, al sujeto el
objeto que era, sin saberlo, para el Otro. (4)
El objeto a no había logrado despegarse de la imagen i'(a). De
esta fijación depende de que, en casos como éste, se constaten
inconvenientes con la propia imagen, trastornos de la "buena forma",
La presencia aparece, por así decirlo, "martirizada" por un objeto no
caído. Estas presencias "martirizadas" están condenadas a carecer de
atractivo, de seducción, de eso tan difícil de definir y que se suele
llamar belleza. Se trata de imágenes yoicas sombrías, donde no se
constata el brillo de ningún agalma.
Es esta clase de fijación, arriesgo, la que hace que el imaginario
caiga pesadamente, mortificado y martirizado por el objeto, sobre lo
simbólico, obturando el agujero que le es propio.
Al predominio, por parte del Otro, del canal de la significación
fálica que induce para el niño un goce fuera del cuerpo, suele
corresponder, en la clínica, un accidente de fijación del objeto, acen-
tuado sobre el campo significante del saber inconciente. Es decir, una
fijación del objeto fuera del cuerpo, si bien esta fijación suele secun-
dariamente afectar al cuerpo.
203
La fijación del objeto en el campo imaginario yoico, en cambio,
suele corresponder en la clínica a la dominancia de la operatoria del
goce fálico del Otro, goce que llega al niño fuera de la palabra, en
tanto que, como señaláramos más arriba, la voz golpea exigiendo goce
como pura voz pulsional. Esta situación predispone a fijaciones fuera
justamente de lo simbólico, en el cuerpo mismo.
A diferencia de aquellos casos graves de los que hablaba más
arriba, en la inhibición, se constata la paradoja de que la obediencia
del sujeto a la voluntad de goce del Otro se halla endemoniadamente
convalidada por el guiño aprobador del Ideal del Yo. Como Hamlet,
quien para conservar el amor del padre debía hacerse cómplice de los
delitos gozosos de la madre, Martina debía obedecer a la demanda
gozosa de control materno para no disgustar a los ideales familiares y
preservar el amor del padre.
Dado que esta muchacha llegó angustiada, todo el primer tramo
de entrevistas estuvo dedicado a esta apertura de la cuerda real, por
ejemplo en la convalidación explícita de su rechazo a curarse sólo para
conformar aun más a su familia. Con el tiempo, Martina adquirirá
todas y cada una de estas cláusulas de mejoría que su familia le exigía.
El análisis va a tener la eficacia paradojal de lograr que ella obtenga
por la vía de su deseo lo que era, en el territorio familiar, una demanda
de adaptación que tranquilizara los ánimos de los padres.
Ahora bien, el Verdadero desafío clínico consistía, en este caso,
en la solución de la problemática de su inhibición.
Propondré hoy que, frente a la inhibición, la maniobra eficaz se
ha de llevar a cabo entrando por la cuerda de lo imaginario. En giro
levógiro, es decir, dirigiéndose a lo real, se abrirá al infinito esta
cuerda produciendo, en lo imaginario, el hueco letrado de - φ. Es ese
hueco letrado el que constituye el agujero propio de lo imaginario. Es
por ese hueco por donde podrá caer el objeto a de su fijación a la
imagen. Es desde ese hueco bien ceñido por la escritura que la imagen
irradiará el brillo agalmático que constituirá su "encanto". Propongo
llamar a esta operación productora de-φ, maniobra imaginaria lite-
rante. Por el hueco de esa escritura podrá hacerse caer el objeto de su
fijación imaginaria.
204
La maniobra se desarrolla en el territorio mismo de la trans-
ferencia y en relación directa con la presencia del analista, dentro de -
ese campo de la transferencia.
En la oferta de su presencia, el analista deberá hacer "semblante
de espejo", para ofrecer sobre la imago que oferta, la oportunidad de
escritura de la letra de enmarcamiento de caída del objeto.
Como se constata, esta maniobra se .parece a la de la amiga de la
paciente, quien al denominarla "aparato" le dejó saber qué es lo que era
para el Otro sin saberlo. Sólo que el analista, a diferencia de la amiga,
no podrá aprovechar la ocasión para gozarla como sucedió en ese
episodio; Esta maniobra en lo imaginario requiere al máximo el deseo
del analista, si entendemos por tal a una tenaz barrera a su goce sobre
el paciente.
Pero esto no se logra interpretando al modo de la lectura jero-
glífica; sino por lo general; poniendo a jugar en la cura aquello que
Lacan nombraba sin-poder formalizar del todo en sus últimos semi-
narios: un discurso sin palabras. Lo gestual, el cambio de tono, el
extremo cuidado de la puesta en escena de cada sesión, el semblante de
charla sobre la vida cotidiana son cruciales. De ninguna manera se trata
de lo preverbal, y por eso subrayo aquello de discurso sin palabras.
205
Por ejemplo, una mímica de inmovilidad mía sancionaba los
puntos de impasse en que no lograba desasirse de las satisfacciones que
le otorgaba la vieja manera de obedecer. Una risa franca, real- mente
alegre, fue la poiesis lograda de muchas de las sesiones en que lograba
salirse de la patética fijeza obediente.
En ese entonces pudo comenzar a preguntarse por qué razón la
desaprobación de su madre, que jamás utilizó otro método .de repri-
menda que retirarle la buena cara, podía hacer que ella, a disgusto, a
costa de que ella misma tuviera mala cara, aceptara hacer de dama de
compañía de ella, de los abuelos, cadete de trámites, cuidadora del
hogar.
Pudo entonces empezar a entrever que tener amigos o adelgazar
o elegir carrera podían perfectamente ser sus deseos y ya no some-
timientos a una demanda de buena forma.
También trabajé mucho, con comentarios o gestos mímicos, su
aspecto corporal: cada vez que su imagen pasaba de la pulcritud a la
coquetería me ocupaba de intentar sancionarlo en la transferencia. Ella
comenzó a advertir cuánto ganaba en brillo agalmático su aspecto -y
por supuesto también el entorno de conocidos, amigos y pretendientes
se encargó de hacérselo saber-, cuando iba desprendiendo el objeto
mierda y el objeto voz de su superficie, cuánto atractivo podía adquirir
cuando dejaba de tener siempre la forma que le dictaba la monótona
voz del Otro.
Martina va a recuperar lentamente una imagen normativa de
mujercita, haciendo anotación de - φ en i '(a) por donde habrá de caer
el objeto de fijación. Recién entonces su imagen adquirirá la movi-
lidad y el agalma que ofrece como chance la caída de a.
Operada esta caída, por primera vez podrá ella ser amiga de un
grupo de amigos, semejante de sus semejantes. Y comenzará para ella
la saga de las historias de amor.
Otro breve fragmento clínico: Una joven histérica consulta
manifestando una tenaz inhibición frente a los varones. Se muestra
rígida, inmóvil y torpe en el trato con ellos. No logra entonces "tener
novio". Su hermano mayor, favorito indiscutido de la madre y que se
había permitido con esta joven juegos sexuales muy pasados de la raya,
a repetición y abusivos en la infancia, la burlaba espetándole el mote
de "solterona".
206
Como enclave de pulsión invocante, que no es lo mismo que la
insistencia significante, devenía exigencia superyoica, esto es, mandato
de continuar siendo ese objeto específico de satisfacción del hermano,
para lo cual era imprescindible que permaneciera soltera.
Así, la obediencia a esta orden inhibía su yo del juego de seduc-
ción, y para que la exigencia se cumpliera, lo modificaba en el senti-
do del afeamiento y de la torpeza.
Estudiante exitosa, creía firmemente que para ella sólo estaban
destinados los libros, ya que los hombres por definición, creía, estaban
impedidos para las solteronas.
Durante el análisis se desarrolló un embarazo mío, mujer de
libros según ella, también yo. Este embarazo no fue percibido por
largos meses. Al promediar el séptimo mes decido pararme frente a
ella e invitarla a que observe mi cuerpo. Así, en el "espejo" de la mujer
intelectual pudo constatar la evidencia del don del falo. Falo
encarnado, donado en el cuerpo, por un canal que no pueden efectuar
los libros. Con sorpresa, pudo ver lo que antes no veía, y en un gesto
impensado acercó su mano muy suavemente a mi panza. Le permití ese
contacto, que no hubiera permitido en otro caso.
Sólo después de esta maniobra específica es que pude pasar de la
voz al significante al indicarle que "soltera" es precondición de casada,
y no su objeción; intervención de eficacia duradera.
El acto analítico puede ser llevado a cabo sobre cada una de las
tres cuerdas. Esto siempre sobre la base de un anudamiento borro-
meo, es decir que entrando por una cuerda en particular, el anuda-
miento asegura la llegada al conjunto de la estructura.
Sobre cada cuerda, el acto analítico opera la apertura al infinito,
develando, de esa cuerda, el agujero real. En efecto, al abrir una cuerda
cualquiera al infinito, aparecerá ésta rodeada de lo que se llama
topológicamente su agujero real.
Es decir que la función del acto analítico es develar lo Real de lo
simbólico, lo Real de lo real y lo Real de lo imaginario, maniobra ésta
de la que me ocupé prevalentemente hoy.
207
Luego de esta apertura o corte, el sujeto podrá rearmar con otra
eficacia el empalme que vuelva a velar normativamente estos agujeros
reales. El análisis no opera entonces sólo cortes, sino que promueve
que el sujeto sepa hacer allí mejor sus empalmes.
Sobre la cuerda de lo imaginario en particular, la apertura al
infinito ha de permitir la aparición del contorno de - φ, agujero real
letrado de lo Imaginario. Liberado este agujero, el sujeto sabrá hacer
mejor el empalme del sentido para que éste no impida, sino que faci-
lite, el juego poiético.
Esta última maniobra reclama al analista en su presencia,
operando su eficacia en el despliegue de un discurso sin palabras.
Intervenciones clínicas en las diferentes cuerdas según el tiem-
po del sujeto y la manifestación clínica que lo representen, hacen a una
clínica lacaniana del acto analítico. Y a una posibilidad de eficacia
insospechada en muchos casos considerados antes muy difíciles de
abordar.
208
Notas
209
FANTASMA Y FEMINIDAD
CAPÍTULO XI
La femineidad’
214
La estructura que resulta de “ello habla”
215
a) el sexo femenino no se anota por vía del falo, si bien se acota por
vía del falo
b) más allá del fantasma, de su marco fálico, el sujeto puede y
busca poder reencontrar una relación con lo real pulsional por
fuera de la coerción del marco fálico. Tal es el caso, por ejemplo,
de la actividad sublimatoria.
c) la recuperación del goce perdido de la cosa por el hecho de
hablar puede darse mediante Otro goce (no goce del Otro) que el
goce fálico. Goce femenino, místico, sublimatorio.
216
Veamos cómo escribe Lacan el cuadrante izquierdo, masculino,
de los avatares de la sexualidad.
Para hacer posible el valor sexual macho, es necesario que exista
un padre. Un padre que, exceptuándose de la función del falo (es decir,
liberándose del obstáculo al goce que impone el falo y acaparando
míticamente el goce del Otro), se haga agente de la castración.
Universo cerrado, conjunto cerrado, lo masculino se sitúa en
relación a la existencia de un padre excepcional. Es la elaboración de
esta figura del padre primordial la que va a posibilitar poner al padre en
posición de poder donar al hijo el significante fálico. Que:
217
quien ampararse. Veremos más abajo cómo esta circunstancia la hace
más ligada al padre del nombre y del amor.
Por encarnar singularmente eso que no se deja anotar con un
significante, una mujer está en posición privilegiada de encarnar el
lugar de objeto a, rebelde a toda significantización. (6)
Así, una mujer está en posición de escribir la letra del objeto a
como limite entre la batería significante, que desde luego incorpora al
igual que su hermano -batería viril-, pero que sólo bordea y no
representa su ser sexuado; y lo real del objeto de goce que la batería no
agota en su tarea de inscribir.
El/a es la escritura de esa falta de significante. Desde esa falta,
una mujer puede hacerse letra de la falta en el Otro, con el que se
relaciona profundamente, íntimamente puesto que no está -al menos en
el canal hacia lo real que le deja su propio "agujero" simbólico,
estorbada por el significante. Es decir que se relaciona de un modo
privilegiado con el hetereos que está del mismo lado de su sexuación
así se trate de un varón al que se dirige.
También desde esa falta de significante, se dirigirá hacia la
búsqueda del falo, hacia el costado masculino de las fórmulas. Porque
tampoco es toda en su goce.
Dos comentarios
218
Como se constata, tan "no toda" es la feminidad que tampoco
puede ser "toda" feminidad. Esta última es la situación continua de
algunas mujeres, por cierto muy desdichadas. Si habitara sólo en el
cuadrante de la inexistencia del padre se hallaría continuamente en
situación de locura o extravío místico.
Pero esta identificación al padre es posible sí y sólo sí una mujer
decide terminar su vínculo, su relación objetal con el padre. Freud
afirmaba que al abandono de una carga de objeto, le sucede una
identificación.(8). Por ende, para poder identificarse con el padre, una
mujer tiene necesariamente que haber dado por concluida su relación
objetal al padre, es decir, en términos sencillos, debe haber dejado de
demandar, una demanda en particular, al padre.
Una mujer puede pasar a identificarse al padre, ganando así el
borde sujeto que acote -y diría más aún- de profundo encanto a su
feminidad, cuando ha podido dejar de demandar al padre el signifi-
cante, la clave de su ser mujer.
Pero para ello -y retomo ahora el tema del padre del amor que
dejara en suspenso más arriba- es crucial en el destino de lo que habrá
sido una mujer, que haya tenido el amor del padre. Y que contando con
ese amor del padre -que equivale al aval de su demanda de falo al
padre, es decir de aquello que el padre sí puede donarle- haya podido
hacer declinar esa demanda y entonces dar lugar a una identificación.
Una mujer puede (y esto difiere de las afirmaciones de Freud)
concluir su vínculo con el padre, pero es claro que por diferentes razo-
nes que el varón. El varón concluye su vínculo al padre para proteger
de la pasividad al órgano fálico cuya significación le ha hecho conocer
el propio padre.
Es decir, rompe un varón con el padre -asesinato mítico
mediante- para proteger el órgano cargado narcisísticamente por ser
una suerte de "deíctica" del significante de su ser sexuado.
De manera muy distinta, una mujer rompe con la demanda de
significante al padre, y entonces -recién entonces- puede lograr lo que
le es posible de identificación -no toda- al padre; cuando puede hacer
el duelo de aquello que el padre no le ha de dar porque no lo tiene: el
significante de su ser mujer. Sólo si hace el duelo del significante que
no puede serle dado en la medida en que no existe, podrá producirse la
incorporación del significante viril-el único que le
219
puede procurar el padre- que la hará no toda fálica, pero necesaria-
mente también fálica.
Sólo cuando cumple su pasaje de duelo de la existencia a la
inexistencia de aquél que pudiera ofertarle el significante de su sexo, es
que puede -de modo puntualmente femenino- hacer su identificación al
padre.
Aquí se ve bien el impasse de la histérica: en una posición de
demanda al padre del significante de su ser mujer, del significante de
su sexuación, al no cejar de insistir en demanda sobre el padre, la
histérica tiene dificultado el pasaje a la inexistencia, al costado del no
todo. Y por no dejar de demandar al padre tampoco puede transmutar
en identificación significante su vínculo con el padre. Así, orbitando al
padre, no puede resolver una relación al padre calificable de
"referencia desesperante" (9).
Por eso, la histérica es hombre-sexual. Pero no por incorpora-
ción del falo del padre, sino por estar "clavada" en una demanda de
significante femenino -inexistente- al padre. Al demandar un signi-
ficante -aunque lo demande femenino- sólo puede, encarnizándose en
obtener de "El" un punto de amarre simbólico, trasuntar un empe-
cinamiento en obtener, de lo viril, algo viril. ....
Pero entonces pueden diferenciarse dos distintas relaciones
posibles al padre: Una, es de demanda que no declina.
Otra, lo es de declinación de la demanda, lo que propicia una
identificación, aunque ésta no responda por el ser sexuado.
La histérica está relacionada al padre por la vía de la demanda
(no de amor sino la queja, la denuncia, la intriga contra el padre) y no
de la identificación, que es más bien favorecida por un tiempo
suficiente lógicamente hablando de amor al y del padre. Subrayo
entonces que facilita las cosas el haber contado un tiempo suficiente
con la circulación de este amor. Este amor facilita la tramitación de su
propia declinación a favor de la identificación.
Al contrario de la histérica, una mujer flanquea su corazón de
real con el no-todo fálico, es decir el modo particularmente femenino
de relación al padre (más allá de la demanda de falo) pero no sin pasaje
por el tiempo necesario de amor al y del padre.
Una mujer no asesina al padre, sino que encuentra el momento
en que se desentiende del padre.
220
Una mujer no padece la inexistencia del padre. Una mujer arri-
ba a elaborar la inexistencia por la vía del duelo, efectuado sobre la
demanda al padre existente de un significante inexistente, un signifi-
cante de lo femenino que el padre no puede donar porque no existe.
Es excesivo y erróneo plantear que una mujer carece de padre.
Debe identificarse al padre, a diferencia del varón, por la vía del duelo.
Duelo del significante de lo femenino.
Aceptar estas elaboraciones cambia totalmente el modo de
acceso clínico al análisis de una mujer.
No hay por qué condenarla a no tener padre.
Como tampoco a no tener el flanqueamiento fálico, no todo, que
la extrae del extravío continuo, de un misticismo que -de ser
permanente-la deja en la desolación de la ausencia intolerable de
subjetividad.
221
El nombre, a diferencia de la letra, llama al sujeto, a su unario, a
su rasgo de deseante, (dado que, al decir de Lacan, "el sujeto es lo que
se nombra"). Nominar lo real no es lo mismo que situarlo, y al
nominarlo se concluye un anudamiento entre real, simbólico e imagi-
nario. La letra -femenina- sitúa lo real. El nombre lo nomina, añade
posición subjetiva a la mera localización.
Diferenciar letra y nombre es tarea importante. Esto se hace bien
visible por ejemplo en el shifter; en su diferencia con el nombre propio.
Es diferente afirmar -para echar mano a un ejemplo del propio
Lacan- "tú eres mi mujer" que afirmar "María, tú eres mi mujer".
Una mujer, estructurada electivamente en el terreno de la letra
reclama -y por razones fuertes de estructura, por estar más a merced de
lo real- un nombre. Aquí reencontramos las distintas paradojas que se
nos venían encima con la cuestión del padre. El padre no puede donar a
una mujer el significante de su sexuación, así como ningún nombre
puede cubrir el hueco real de lo femenino.
Pero así como el significante fálico flanquea el no-todo de lo
femenino, el nombre flanquea de nominación lo innominable del
agujero de la feminidad, -anudándolo.
El nombre remite a las necesarias relaciones en que el velo del
amor haga habitable el hueco de puro real que presentifica una mujer.
Si se carece de este plano del amor, se puede tomar desolado el hueco
de lo femenino.
Por eso es tan reiterada en la clínica, la importancia que otorga
una mujer al nombre que recibe del padre, y al momento de su vida en
que el amor de un hombre le done a ella, o a su hijo, otro nombre del
amor. No es igual el falo carne a ser gozado (sea en el varón o en el
niño), que el falo portador de uno de los nombres del amor.
El nombre donado dará a una mujer una dimensión de dignidad a
su hueco, no significable en el ser. El nombre donado en la relación de
amor constituirá para una mujer la evidencia de que, del agujero real
flanqueado por la letra, no sólo se goza, sino que también desde allí se
suscita amor.
Por ello es tan baja la tolerancia femenina a la clandestinidad en
las relaciones de amor, clandestinidad que obliga a callar el nombre.
222
Una mujer no tiene por qué representar, de la hora de lo real,
sólo el costado del horror.
Si está bien flanqueada por la identificación al padre, es decir por
la identificación al significante fálico como no-toda, y si además
cuenta con el flanqueamiento de los nombres del amor [del padre, del
varón (1O)] a la letra que denuncia su agujero central, entonces una
mujer podrá disfrutar su feminidad, más allá del padre y del falo y del
nombre. Pero no sin el padre y el falo y el nombre.
Es importante no dejar arrinconada en un costado entre heroico,
místico y trágico una feminidad, que, de ser obligada a no bordearse ni
recubrirse nunca con nada, realizaría el ideal de masoquismo que el
propio Lacan se ocupó de denunciar como un fantasma de los teóricos.
En términos sencillos: La única demanda que ha de declinar en
una mujer es la demanda de significante femenino a alguien en
posición paterna. Ni más, ni por supuesto menos.
Cualquier otra demanda *demanda de amor, como cualquier
demanda- es índice de que, como cualquier sujeto, pero además por
habitar el costado de la subjetividad más expuesto al trato directo con
lo real, ella quiere encore el trazo que la flanquee y el velo que la vista.
Así, de ese trato cotidiano con lo imposible, tendrá más chances de
gozar con el ya célebre goce femenino, que de quedar atrapada en un
horror de cuyas consecuencias de estrago pueden testimoniar ellas
mismas con su "miseria neurótica" (11) y aquéllos que, por una u otra
razón, de ella dependan o con ella compartan un tramo del viaje de la
vida.
223
Notas
224
CAPÍTULO XII
227
Este es el momento decisivo. La fuente del Verbo pasa de Dios
padre al hombre, que puede hacer uso de ese Verbo para asegurarse
un ser, una subjetividad, el rasgo distintivo diferencial de la
modernidad.
Teniendo el Verbo, se abre la posibilidad de combinarlo en
cadenas de pensamiento para descifrar la naturaleza. Y para tener, por
lo tanto, eficacia en lo real sobre ella, que era antes el mundo de lo
inaccesible, del pecado, reservado a Dios.
Por eso puede fecharse en el cogito el nacimiento de la ciencia
moderna.
También es puesto el Verbo, convertido ahora en atributo
humano, a reflexionar sobre la historia, es decir, sobre el hombre
mismo.
Se crea la tradición de pensar cadenas de acontecimientos que
preceden y suceden a un hecho histórico, se afirma la idea de causa-
lidad, de secuenciación historizante. Puede verse despuntar lo que será
más tarde la idea de estructura.
Llamamos modernidad a esa época en que el Verbo ya no es
monopolizado por Dios padre. La razón se entroniza como producto
del uso del Verbo razonante por el sujeto. La Ilustración hace a una
tradición racionalista, anticlerical y culta. Las Luces iluminan el mate-
rial a estudiar. El sujeto de la conciencia es centro y eje de este mundo
moderno.
Es también típicamente moderno el intento de secularizar, en lo
político, estas conquistas del espíritu: rebelión contra el rey, cues-
tionamiento de la iglesia.
Desafiado Dios, todo parece posible.
De aquí ha de surgir el germen parlamentarista, los brotes
democráticos, hasta llegar a las utopías que estallan con la revolución
francesa y acunan el sueño socialista.
Estos grandes relatos legitimadores muestran la dimensión de
cambio social que brota de la modernidad.
La fe religiosa, corrida de su lugar de eje centrador del univer-
so, convive en paralelo con el discurso de la modernidad y sus gran-
des relatos.
Lo irracional, lo demoníaco, lo místico no se pueden abolir: el
romanticismo artístico, en particular el alemán, integra estas fuerzas
228
a la escena, pero muy modernamente [puede leerse en este sentido la
interpretación de ese gran estudioso de lo moderno que es Marshall
Bermann del Fausto de Goethe (2)].
Pero todos estos ítems implican, por su propio movimiento, una
vuelta crítica -rasgo saliente junto con el pasaje del verbo al hombre y
de la subjetividad- de la edad moderna.
El verbo puede ser utilizado para hacer la crítica de sus propias
construcciones.
Entonces, son las Luces mismas las que iluminan las zonas
oscuras de la Razón. Esta todopoderosa razón puede razonar su desa-
zón. El sujeto de la conciencia puede advertirse de sus puntos de
desvanecimiento.
Un impasse de la modernidad
229
el engendramiento de la vida humana, de una manera que no roce tanto
la depredación? ¿Dónde detenerse? ¿Dónde poner el límite?
Si no hay tope, la investigación científica puede conducir a la
depredación, también de cuerpos humanos.
Si el deseo de éxito no se regula según ley, puede llevar dere-
chamente a un cinismo caótico.
Digamos que, si algo puede decirse de este corrimiento del verbo
y su ley hacia el lugar del hombre, es que suele ser un atolladero situar
con corrección las señales de la ley del padre en el discurso mismo.
¿En qué punto de esta trama ingresa como cuña, surco tajante, el
pensamiento de Freud?
El psicoanálisis es hijo de una doble red de determinaciones, Por
un lado, es hijo de la indigencia médica de un señor judío muy
favorecido -por los azares de su historia personal- para captar los
decisivos desdoblamientos de la figura paterna. Un señor cuya madre
lo llamara hasta la vejez mein goldener Sigi, permitiéndole sospechar
bajo qué condiciones libidinales se trae un niño al mundo.
Pero, con igual fuerza determinadora, fue hijo de la Viena de fin
de siglo anterior, esa Viena moderna de una modernidad decrépita que
llegaba, a mi juicio, al límite de sus posibilidades de licuación de la
cuestión del padre.
Se trata de la Viena de fin de siglo, escéptica, pesimista e indi-
vidualista. Viena, producto crítico de la misma modernidad en que se
modelara.
Esta ciudad mantiene aún, al costado de su exasperada, exte-
nuada modernidad, a Francisco José, como padre del imperio
Habsburgo, acosado por derrotas externas, desintegración de sus
nacionalidades, enfrentamientos de clases. Francisco José, padre ya
muy vaciado de poder, ya ...casi ... pura imagen que no vela nada, pero
aún presente.
El imperio austro húngaro es un cadáver que no se da por
enterado de su propia muerte. En esa Viena agonizante se siente al
230
máximo el vértigo de la exasperación de la crítica, y la enorme difi-
cultad de colocar alguna baliza del padre como ley del discurso mismo.
En este clima, va a aparecer Sigmund Freud, El sujeto se
descentra hacia el inconciente, donde se coloca la cadena de pensa-
mientos. Sigue en pié entonces, sobre otro eje, la noción central de
subjetividad.
Y aquí aparece la formidable respuesta de Freud. El padre es
reintegrado al discurso, ahora como marca en ese mismo discurso,
como marca endopsíquica.
Dentro de este gran contexto, queda clara la solidaridad de este
pensamiento con la lógica matemática de Frege en Alemania (que
rastrea dentro de la cadena de los números naturales la señal opera-
toria del cero falta) y la lingüística de Saussure en Francia que rastrea
la ley de oposiciones y diferencias en la cadena de los significantes.
Como se ve, Freud, que no conocía según toda evidencia la obra
de estos dos grandes, trabaja en la misma línea de rastreo y loca-
lización discursiva de la ley en la cadena simbólica, con marcada
acentuación estructural. Sólo que él explicitará que esta ley opera en
nombre del padre.
Morirá Francisco José, desparecerá el Imperio Austrohúngaro,
pero quedará esta marcación freudiana.
Sólo que en Freud esta marca se sostiene en la figura edípica
sustancializada que, como roca intraspasable, establece que no hay fin
del análisis, sino obediencia estabilizada, aceptada y asumida a un
padre.
Este atascamiento seguirá por décadas. Hasta que llega Lacan.
Pero antes, una pregunta. ¿Es el psicoanálisis un relato moder-
no?
A diferencia de Alain Touraine -quien plantea lo contrario en su
último texto, "Crítica de la modernidad" (3)-, pienso que la subver-
sión del sujeto cartesiano que lleva a cabo Freud, se inserta de pleno en
la vuelta crítica característica de la modernidad. Es más: Freud
destraba las impasses con las que la vacancia del padre abrumaba al
sujeto moderno.
Al intentar localizar en el discurso las señales del padre, el
psicoanálisis reintegra la verdad al campo del saber, y reinstala la
231
ética como límite a la satisfacción que la avanzada de lo simbólico
promete a los apetitos humanos.
232
tengan en cuenta, en lo real, la subjetividad de masas humanas a las
que suponía beneficiar.
El análisis lacaniano propone el esfuerzo de situar trabajosa-
mente la escritura que se obtiene por ir más allá del padre, habiéndose
servido, y sirviéndose cada vez, lo necesario y lo suficiente de él, como
para colocarlo en una letra desobstruida de goce, tope ético de
cualquier avanzada de lo simbólico.
Y ¿Qué sucede cuándo no se tiene en cuenta la necesidad de
escritura de esta pequeña letra?
233
Soledad, estrechez de miras, desilusión, apetito de éxito econó-
mico social y estético desarticulado de la causa ética que impulsa una
vida humana.
Se nos presenta así un mundo desilusionado, rehén de un estre-
cho presente, prisionero del espacio privado, refugiado en el cinismo y
en la búsqueda acrítica de placer personal.
Esta atmósfera da, a este fin de siglo, un marcado sentimiento
que, con Nicolás Casullo, llamaré de desconsuelo (4).
La pérdida es, mi juicio, seria. Ofrezco a la discusión que esta-
mos asistiendo a un momento de la cultura donde se cree que se puede
prescindir del padre antes de haberse servido lo necesario y suficiente
de él.
Y creyendo que puede prescindirse de toda localización social
reguladora de su ley: No más estados, no más regulación del rédito por
la ley, no más necesidad de sentirse parte de una historia estructurada
con un pasado y un futuro donde poder ingresar, como eslabón, una
acción personal.
Se pierde así, en el campo del espacio público, la localización
discursiva del átomo literal del padre. Este átomo literal, cobijante de
lo real humanizado, aloja el sinsentido del que nacerán los posibles
efectos de sentido.
De perderse, de habitar -cito a Daniel Paola (5)- un sinsentido
iletrado, se ha de vivir una vida sin sentido y sin causa, queja de
muchos pacientes de borde, patología muy propiciada por la época (6).
Si falta el átomo literal de padre, lo imaginario -que debiera
operar como velo consistente de esa falta-, estalla fragmentándose en
miles de escenas superpuestas, y la vida parece angustiosamente
parecida a una caótica acumulación de video games.
Anulada esta marcación,"todo" cree poder decirse, "todo" podría
ser investigado y comprendido y solucionado. Todo vale, lo más
rápidamente posible, como sea, a cualquier precio.
La subjetividad queda así abolida (7), si es que aceptamos que el
sujeto se aloja en el intersticio que abre el no-todo, y se causa, en su
esencia de división, en el objeto que cierne la letra.
Aparece en escena una nueva dinastía, al decir de ciertos
posmodernos, "ontológico estética" (8) de abolición total (otra vez el
"todo") de las garantías.
234
¿La licuación en nuestro propio campo?
235
loca de la causa en un mundo que la ha licuado, bajo la forma
del terro- rismo, la aparición de sectas, la instalación de un sentido
único y tota- litario que ampara frente a la falta de sentido?
Doloroso ejemplo de esta reinstalación "loca", es esa bomba
siniestra (13), que nos recordó de la peor manera, y aún estamos de
duelo por ello, cómo puede recolocarse torcidamente en la escena del
mundo, una causa trascendente. Restaña fallidamente el funda-
mentalismo, la falta de marcación de una causa que haga de funda-
mento.
Y cómo no leer en el odio racista, antisemita or caso, el seña-
lamiento del objeto cuya presencia de ausencia debería señalar la
letra?
Si pudiéramos tematizar, intentar detectar por dónde estos aires
finiseculares se instilan en nuestro propio campo, estamos en posición,
los analistas, y por ende también la EFBA que celebra sus veinte años,
de responder en acto a la polémica modernidad posmodernidad.
Creo que de no tomar en cuenta este cambio en la subjetividad
de la época, corremos el riesgo de carecer del suelo (suelo moderno)
en que se asienta nuestra práctica.
Porque, finalmente, ¿qué implica iniciar un análisis?
La idea de iniciar un largo y paciente camino de búsqueda de
determinaciones, la convicción de que aún las pequeñeces de nuestro
cotidiano pueden mostrarse plenas de sentido resguardando algo de un
goce que nos retiene y esencialmente las fuertes limitaciones éticas
que implica el inicio de un análisis se encuentran hoy muy en baja.
Florece pues la oferta de alternativas terapéuticas mucho más
afines con los aires fragmentarios, adoradores de la forma y ética-
mente cínicos de esta época posmoderna. A esto me refería cuando
decía que no sobre cualquier suelo cultural puede asentarse la práctica
del análisis.
La apuesta es renovar caso por caso en la clínica, y a veces
exponiendo en los foros de la polis, la apuesta de encontrar en el
discurso, el tope literal al todo vale.
Lacan preconizó el retorno a Freud para poder, leyéndolo, ir más
allá de Freud.
236
Debiera retomarse hoy al estudio y cuidado de las letras como
señales discursivas de la eficacia paterna el parlétre y en los lazos
sociales que éste funda, para poder intentar cada uno en su tiempo,
encontrar su propio estilo escritural e ir más allá del padre.
Pero si es cada uno en su tiempo, podría ser útil no quedar
adheridos al gesto de disolución de Lacan (14), porque la disolución no
se gobierna, cada uno la obtiene en el tiempo en que logró adquirir
para con el padre su deuda de castración y la letra que opera de causa
ética y de generadora del sentido de su existencia.
Porque hay en la escuela espacio para esta clase de reflexiones,
es que decía que mi práctica hoy aún, no es sin la EFBA.
Es mi apuesta contribuir a que la Escuela mantenga vivo, junto
con la práctica del análisis, un flanco de humanidad moderna en este
fin de siglo.
237
Notas
242
El mundo premoderno atribuye el Verbo a Dios Padre, y su
interpretación, en exclusiva, a los padres de la Iglesia. Así las cosas,
terminaron en la hoguera los que intentaron poner a jugar al verbo en
secuencias lógicas para avanzar sobre lo real, avanzada ésta que sólo
puede realizar el verbo si se lo consideraba atributo humano. (2)
No es otro el giro que llevó a cabo Descartes, poniendo patas
para arriba el orden hasta entonces establecido del cosmos cuando
emite su Cogito ergo sum. Cogito, esto es pienso, me apropio del
verbo, y entonces soy, me aseguro un ser que ya no depende de la
voluntad divina.
He aquí el gran salto a la así llamada modernidad. El verbo,
ahorra atributo humano, se va a poner a descifrar la naturaleza,
iniciando las ciencias naturales, que van a conocer un crecimiento
progresivo hasta llegar a las alucinantes -y a veces temibles- proezas de
hoy día.
El verbo se ocupará también de descifrar al hombre mismo,
inaugurando junto con las ciencias políticas, los intentos modernos por
trasladar a lo social las conquistas del espíritu. Desafiado Dios, todo
parece posible: revolución, cambio social son conquistas de la
modernidad.
Siendo el verbo atributo humano, todo parece posible. Pero ¿es
todo posible por la avanzada de lo simbólico, del verbo cogitante sobre
lo real? ¿Es posible triturar todo lo real sin resto?
He aquí, a mi juicio, el impasse profundo de la modernidad: si no
hay Dios, el verbo humano cree que puede todo. Muerto Dios, todo es
nietzschianamente posible.
Para resguardarnos de la inminente amenaza de reinado del todo,
esto es del totalitarismo, ¿sería entonces preciso retomar a algún Dios?
O bien, ¿habrá de acudirse como solución, a la licuación de toda causa
trascendente, tal como propone la banalidad del zapping posmoderno?
Sobre este punto de impasse va a colocarse la formidable
respuesta freudiana, respuesta cuyo alcance de salvadora eficacia va a
continuar emitiendo Lacan, y cada psicoanalista que permanezca en su
deseo de tal: No hay un todo que pueda alcanzar la máquina simbólica
del cogito porque existe una ley que le recuerda al cogito que no se
puede avanzar en la conquista de lo real sin cumplir con
243
el requisito legal de que todo no se puede ni se debe. Freud asigna esta
ley a la función fálica paterna.
Y Lacan nombrará como objeto a al límite letrado a toda avan-
zada del imperio del verbo, objeto colocado adecuadamente en la
estructura por la eficacia del Nombre del Padre.
Y aquí ya se lee como ética esta respuesta del psicoanálisis. No
todo es triturable por la máquina, queda un resto, y ese resto no es
desecho, detrito, sino causa del deseo de seguir cogitando.
Ley entonces que le recuerda al cogito que existe un resto inasi-
milable a su operatoria. Ley que además reviste aquel resto -al indi-
car su velamiento necesario- con la dignidad de la imagen que lo
aparta de su destino de detrito obsceno.
Sin el tope que, a mi juicio de modo insuperable, le formula el
psicoanálisis a la modernidad, se llega por su lógica interna a ese
punto de impasse en que lo que sin dudas ha hecho el cogito por el
parlétre -desde el alargamiento espectacular de la expectativa de vida
hasta la posibilidad de vivir bajo condiciones más justas en lo social -
pegan la vuelta para erigirse en el peor enemigo posible de lo humano.
¿Dónde se torna este malhadado giro legible? Por ejemplo en los
avances científicos que ya han llegado al punto de poder copiar
clónicamente a un sujeto, fabricándole un "mellizo" digno de las más
escalofriantes ficciones de Hoffmann. Clón idéntico, esto es; care-
ciente de la inigualable Ding, Lacan nombró a está clase de proba-
bilidad forclusión del sujeto por la ciencia.
La Pesadilla Totalitaria
244
resultaban extremadamente peligrosos. Este detalle merece ser desta-
cado. La peligrosidad del ciudadano, bajo condiciones totalitarias, no
tiene por qué pasar por el detalle de ser un adversario. Todo sujeto es
peligroso por su capacidad inconsciente de poiesis, esa gota de
novedad subversiva que puede hacer su destello sin que nada ni nadie
pueda ejercer dominio.
Resulta claro que no puede ponerse la singular, única, traza poiética
del sujeto, a hacer producción en serie. Por eso bajo el régimen del
todo siempre hay gente que sobra y que se envía a los campos de
concentración.
Entones, ¿cuál es el horror específico del totalitarismo?
Sin duda alguna, el campo de concentración, que junto con la
forclusión del sujeto fueron insistentemente denunciados por Lacan
como eventualidades de ninguna manera superadas e irrepetibles,
aunque muchas veces se haya preferido el legítimo anhelo de "nunca
más". (4)
Si los argentinos podemos consideramos víctimas de una de las
peores tragedias de la modernidad es porque hemos tenido el
espantoso privilegio de que sea sobre nuestro suelo que se haya
comprobado la pertinencia de la advertencia del maestro.
¿Por qué es el campo de concentración la verdad del totalita-
rismo?
Porque cuando los gerentes del régimen advierten lo ingober-
nable de lo real humano, deciden crear un territorio apartado -esto es
clave: se trata de cortar cualquier vínculo con el semejante humano-,
una suerte de laboratorio experimental y científico donde se logre
abolir, de los cuerpos de los hombres, hasta la más mínima partícula
de poiética, subversiva humanidad.
Resulta más tranquilizador pensar que el campo es tributario del
sadismo de algunos. Más aterrador y más verdadero es advertir que se
trata de un frío cálculo burocrático, de una decisión de gobierno y de
un plan riguroso de exterminio científico.
El campo de concentración lleva a cabo la idea loca de que todo
es posible. Así, el terror impera -terror que supera al hegeliano, porque
en Hegel se podía optar por la muerte, mientras que los que son
"chupados" en el espacio de pesadilla del campo son obligados a
habitar en una zona indecidible entre la vida y la muerte. (5)
245
La dignidad del parlétre, que impone que aún bajo las peores
condiciones de sometimiento sea un posible hacedor de poiesis, un
semejante de sus semejantes, un ser dotado de Nombre Propio, un ser
cuya suerte forma parte de lo inscriptible para su comunidad de lazos
sociales, y cuya muerte va a ser seguida de ritos funerarios, se ha
perdido sin remedio.
Es de subrayar que los esclavos no estaban privados de los
requisitos que acabo de mencionar, lo que indica el inédito horror de
los campos de concentración, la novedad absoluta que introducen
sobre la degradación de la dignidad del parlétre hasta lograr identi-
ficarlo a esa partícula maldita, detrito de la máquina totalitaria, detri-
to a "aniquilar".
246
acumulaba la máquina nazi de exterminio, schmatten (trapos), figu-
ren (figuras). (6)
El capitán de la marina argentina, actuante durante el "proce-
so" Adolfo Scilingo relató por televisión cómo, identificados a basu-
ra, a lastre, eran arrojados desde aviones oficiales cuerpos dormidos
de "chupados", al Río de la Plata. (7)
Resto, detrito, residuo molesto, no reciclable, el cuerpo huma-
no ha perdido toda dignidad. Cada cuerpo ha perdido su nombre. Cada
cadáver ha perdido el honor de haber sido la antigua morada del
sujeto. Sus deudos, la posibilidad de conocerlas circunstancias de la
muerte y de llorarla en tiempo y forma.
Insisto: Hemos tenido el tristísimo privilegio de ser habitantes
de la tierra en que se comprobó que todo esto podía volver a suceder.
Unas treinta mil veces se ha repetido este horror. Hay unos
treinta mil ritos funerarios sin cumplir. Pero no sólo hay treinta mil
familias afectadas. (8) Si aceptamos que el rito funerario tiene su cara
privada -la que hace posible el inicio del trabajo del duelo- y además
su cara pública, podemos afirmar sin exagerar que estamos todos
afectados de un duelo no cumplido y de sus efectos inhibitorios y
melancolizantes, efectos que, por ejemplo, ilustra muy bien la trage-
dia de Hamlet. (9)
247
Es éste el Otro del "pienso y soy", que no es otro que el Otro
totalitario, donde al objeto sólo le cabe el lugar de detrito indigno y al
cuerpo muerto el de schmatten, figuren, lastre. Por ello el acto
analítico -en el sentido estricto- propone la operación de su rechazo.
(10)
Rechazada esta posición del Otro por el acto analítico, es que se
coloca en el Otro la barra del no - todo es posible: Entonces "o no
pienso o no soy". Si no pienso -pasaje al acto de la alienación, entre-
ga a la demanda pulsional- entonces soy el objeto detrito.
Y si pienso, el pensamiento inconsciente opera el vaciamiento
del ser del objeto: ser de no ente. (11). Entonces no soy el objeto. Y
debo hacer el duelo por ello. Duelo y acto analítico se entrelazan
necesariamente.
Luego de este acto y del duelo que conlleva, es que el objeto,
alojable como vacío letrado en el Otro, deviene causa de la emer-
gencia del deseo, de la división deseante del sujeto en el fantasma. La
lógica del fantasma puede primar entonces si se ha operado el acto de
rechazo del Otro del todo, el duelo por el objeto y el enmarcamiento
por la letra.
248
En la pululante trama del irrompible lazo social, los habitantes
de la polis hemos forjado una letra, intraducible como el nombre
propio: "desaparecidos". Quien haya paseado por las más, lejanas
ciudades del mundo habrá leído, sobrecogido, en algún periódico de
otra lengua, intraducible: "desaparecido". (13)
Es no sólo, pero también, el acto analítico el que permitirá que
en cada uno de los treinta mil casos que tenemos como deuda de
duelo, podamos acrecentar y singularizar esta poiesis espontánea con
más líneas. Pero para eso debemos transitar el camino del duelo. El
duelo es sin dudas dolor, como testimonió en su inolvidable “Elegía” ,
el poeta Miguel Hernández:
249
Claro es que Miguel Hernández tuvo la suerte de contar con la
dignidad del nombre, el lugar, las circunstancias, el rito funerario.
Puede entonces hacer que su dolor devenga poesía.
Su poema está precedido por este acápite:
"En Orihuela, su pueblo y el mío se me ha muerto como del
rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería".
El poeta tenía, alrededor del agujero en la existencia que creó la
muerte de Ramón Sijé, una nutrida trama de símbolos.
Que tengamos la suerte de contar con esta chance depende en
gran medida de que, sumando su esfuerzo a los que demandan sanción
-al menos simbólica ya que se ha cenado la vía judicial- informa-
ciones y monumentos funerarios (14), la ética y el acto analítico, hoy,
viertan su eficacia transformadora del detrito en motivo de la escri-
tura de la historia que sí queremos escribir.
Escrita una historia, puede pasar al inconsciente, puede no estar
siempre presente, como alma en pena, como pesadilla de la que no es
posible despertar. Para poder llegar a algún "olvido" o represión
posible, es prerrequisito el haber podido escribir esta letra.
Este "olvido" por inscripción no podría ser más opuesto al olvi-
do al que de vez en cuando, siguiendo una moral claramente mafiosa
nos instan quienes se verían afectados por el hecho de la memoria.
(15)
Esta intimación al olvido es sin dudas canalla. Pero por sobre
todas las cosas es ridícula, No se puede olvidar obligatoriamente.
Sí se puede, y entonces además se debe, discontinuar el horror
del trauma poniéndole el freno de la letra. Se cifra en ello la posibi-
lidad de despertar de la pesadilla cuya atmósfera ominosa nos ha de
acechar mientras falte la producción poética a cuya producción estas
líneas apuestan.
250
Notas
252
CAPÍTULO XIV
254
por la carencia de punto de capitón, de trazo literal que produce que en
el flujo de lalangue se conecte todo con todo, sin respeto por la
significación, que es fálica. Al entrevistar a estos pacientes queda muy
claro que, discursivamente, no habitan la estructura psicótica. Ya que
el diagnóstico de psicosis es discursivo, resulta claro que de acuerdo al
discurso que pueden emitir, queda excluida la posibilidad de la
psicosis.
Pero el cuerpo de estos pacientes y sus acciones cotidianas
parecen no haber encontrado la eficacia de ese punto de detención del
"todo vale", operante claramente en el discurso. El cuerpo de estos
pacientes parece un cuerpo loco, sostén de actos proporcionalmente
"locos" que hace que sean considerados, y con razón, "de riesgo".
¿De qué cuadros clínicos se trata? Puede tratarse de pacientes
que comen de más o de menos en un rango escalofriante. No en el
rango que todos tenemos de más o de menos con la comida. Pueden
variar su peso, en más o en menos, decenas de kilogramos. O bien
ingieren sustancias químicas legales o ilegales, desde alcohol a psico-
fármacos de venta bajo receta a sustancias ilegales como la cocaína o
la marihuana o cualquier otro, en el límite de dañar su organismo. Este
consumo adictivo pone en riesgo la salud, la vida, y fundamen-
talmente la dignidad del cuerpo. O bien, se someten a riesgo de muerte
por reiterados intentos de suicidio. O bien son pacientes que se suelen
llamar "actuadores", que hacen de su cuerpo una especie de letra
portátil puesta a circular por el mundo en los diversos escenarios del
acting out, pero no como respuesta a una falla de escucha del analista,
sino un acting continuo que no puede ser atribuido a una falla del
manejo clínico.
Víctor Iunger quizá fue el primer analista que, reclamándose de
la enseñanza de Lacan, hablando del acting out, remitió al paciente de
borde. El fue el primero en observar que algo pasaba en estos
pacientes, para los cuales la transferencia "no cesa de no instaurarse",
transferencia no instalable no por una falla de escucha del analista sino
por alguna falla de posición en y para el Otro de la historia. (1)
Pero lo cierto es que la brecha insalvable -porque todos tene-
mos brecha entre el discurso y los actos, como los fallidos, sin ir más
lejos, y esta brecha es neurótica-, dificulta que se pueda trabajar con
ellos al estilo clásico en que se trabajan analíticamente las neurosis
255
de transferencia. Esto lo hablamos largamente hace muchos años con
Analía Meghdessian cuando ambas trabajábamos en el Hospital, donde
tuvimos la oportunidad de intensos intercambios a causa de estos
atolladeros de la clínica. Notamos, ya en ese entonces, que si se los
dejaba, por ejemplo, librados a la "libre asociación" y no se intervenía
en alguna maniobra específica, el paciente se iba o se ponía aún más
"loco". Es decir, el método de hacer "el muerto", tal como en el bridge
no surgía efecto alguno.
Por los inconvenientes que les causan estos pacientes a los
analistas, porque los obligan a renunciar a considerar que todo está ya
dicho en las teorizaciones estatuidas, por la indocilidad a encuadrarse
en el dispositivo clásico, por el temor que justificadamente despiertan
en los analistas en relación a los gravísimos riesgos a los que suelen
exponerse, durante mucho tiempo fueron vengativamente considerados
inanalizables.
Se trata de sopesar si es que son inanalizables o que no se pueden
analizar con el dispositivo ideado exclusivamente por Freud para tratar
casos de neurosis adulta de transferencia. Siempre que la consulta sea
por otro tipo de casos, por ejemplo en el caso de un chiquito de pocos
años, nadie propondría el diván ni pediría asociaciones. Para el sujeto
infantil se cambia el dispositivo, ofreciendo, por ejemplo, una caja de
juegos.
También para esta clase de pacientes hay que cambiar el dispo-
sitivo. Lo que indica que si fueran tributarios de la estructura neuró-
tica, lo serían con alguna señalada peculiaridad.
256
Pero el niño, sujeto por venir, va incorporando los tiempos de la
falta en las tres dimensiones del tiempo -el tiempo simbólico de las
significaciones y retroacciones, el tiempo real de corte y cambio
estructurante y el tiempo imaginario del calendario sin cuyo auxilio los
anteriores carecerían de anudamiento (2). El niño los incorpora paso a
paso, es decir que los incorpora diacrónicamente. y esta incorpora-
ción ofrece, en cada uno de sus pasos, la posibilidad de invenciones de
escritura a cargo del niño, dado que la poiesis posible del sujeto es la
hendija -pequeña pero eficaz- por donde se cuela el estrecho margen de
libertad que tiene respecto del Otro, aún un niño pequeño.
Puede suceder que en cada uno de estos pasos haya fallas de
escritura singulares al encuentro del Otro con ese niño que pueden no
darse con otro hijo.
La estructura no pasa durante los tiempos de la infancia y de la
adolescencia en un solo acto, como un sello que se le pone sobre la
superficie al sujeto a venir, sino que la estructura exige varias vueltas
de escritura por los tiempos de la falta.
Esto indica que en niños y adolescentes, sujetos "en trámite" de
hacer cada una de las escrituras, no puede ponerse en juego el
dispositivo clásico, el dispositivo clínico de un neurótico adulto.
Vale la pena pasar someramente por la descripción de los movi-
mientos mínimos que exige la estructura para normativizarse. Así, se
pueden detectar los lugares dónde pueden establecerse las fallas de
escritura.
¿Neurosis “especiales”?
258
las estructuras se distribuyen por la tramitación que, en cada una, se
hace del Nombre del Padre. Ahora bien, ¿qué es el Nombre del Padre?
Esta pregunta abre a un debate apasionante. Remite a una discu-
sión sobre la función del lenguaje. Un niño viene al mundo y cierta-
mente por un largo período, no habla. Le hablan. Y hay chicos -por
ejemplo los autistas- que no van a hablar jamás. La mera existencia del
autismo indica que no está asegurado, ni mucho menos, que un niño
humano hable. Hay niños que jamás van a hablar. El ejemplo
impactante del autismo deja ver que la incorporación del lenguaje es
una compleja trama, que no tiene nada de sobreentendido.
Esta incorporación del lenguaje es una operación que lo hace al
entrar en el sujeto, expulsando en ese acto el goce de la cosa.
Esto lo dice Borges de un modo admirable en su poema "El otro
tigre". Nunca constaté mejor modo de descripción de esa operación del
aforismo "La palabra es asesinato de la cosa" que ese bellísimo poema.
Borges describe minuciosamente un tigre, con la belleza de la que el
poeta es capaz, hasta que advierte que el tigre de su verso, por el hecho
de ser nombrado, ha sido perdido como el tigre vertebrado, como el
tigre que va por la selva en ese instante de puro presente en que vive el
animal. "El hecho de nombrarlo y de conjeturar su circunstancia, lo
hace ficción del arte y no criatura viviente de las que andan por la
tierra". A la vez, describe la "aventura insensata y antigua" que hace
que uno siga buscando el tigre vertebrado, el goce perdido de la cosa.
Y entonces sigue uno hablando y escribiendo, es decir volviéndola a
perder cada vez. Y recuperándola en la medida en que lo permite el
trazo poético. (3)
Es por la posibilidad de escritura de ese trazo poético, signi-
ficante, que puede haber una rotación de la economía libidinal.
Expulsado el goce de la cosa, adviene la posibilidad del goce de la
palabra, fuera del cuerpo.
Si por el mero hecho de hablar un sujeto expulsa el goce de la
cosa. ¿Para qué necesita el Nombre del Padre?
Henos aquí en el centro de una discusión muy interesante acer-
ca de la pregunta por la necesidad o no de que el sujeto se oriente en
esa pérdida. Si tiene que orientarse, entonces necesita una marca. Para
que el sujeto se oriente en la pérdida de goce, para que de la pérdida de
goce tenga lo que en el seminario R.S.I. Lacan llama una
259
"idea sensible", se necesita no sólo la pérdida sino también una marca a
cuenta del sujeto (4). Esa muesca, ese trazo que orienta en la pérdida es
el Nombre del Padre. Este pone al sujeto en posesión de una marca que
lo oriente en la imposibilidad del goce de la cosa. Así, la imposibilidad
estará además sancionada por una prohibición.
En la psicosis entonces, desde luego, no hay realización alguna
del incesto, pero sí hay forclusión de esa marca. Esta forclusión no se
pone de manifiesto en un único plano de carencia de trazo.
En el escrito sobre la psicosis, donde Lacan habla del Nombre
del Padre, para definir la estructura psicótica, plantea que el Nombre-
del-Padre está "sub cero", forcluido (5). Pero añade que además el
significante fálico está "sub cero", forcluido. Esto puede escribirse así:
Estructura psicótica: P0 + Φ0
260
tuviera. Por eso el perverso da esa sensación de soberbia, de astucia
suprema. Da la impresión de manejar las llaves maestras de la estruc-
tura. A veces está sometido a la marca y a veces no. Sólo que tampo-
co es amo del momento de aparición de uno de los dos costados de su
renegación. Por contar con el Nombre del Padre, puede advertir la
castración fálica a la vez que puede renegar de ella.
Hay un ejemplo paradigmático que da Freud, si se acepta un
cierto grado de simplificación. Es el ejemplo del fetichista que se
acerca a la percepción de la castración y, porque puede percibirla
aunque más no fuera en un instante intolerable, es que coloca al feti-
che que la reniega. Por ello afirma Freud que el fetiche es a la vez la
renegación y el monumento a la castración (6). El sujeto perverso
oscila, bascula entre las dos posiciones.
La castración fálica, crucial en su consecuencia estructural,
implica que el Nombre del Padre tiene que ser traducido en términos
del significante fálico que además afectará al cuerpo del sujeto. El
significante fálico no puede prescindir de una articulación con el cuer-
po. Lacan la especifica bastante nítidamente en L'Etourdit, hablando
muy medulosamente de cómo el sujeto hace argumento a la función
fálica. "Argumentar" es un término de lógica matemática que implica
el someterse a una función.
Ese texto deja indicada una conexión preciosa: “()…el órgano se
eleva al significante fálico", que subraya la raigambre corporal de la
castración· fálica. Pene y falo, por ser justamente elementos diferentes
y discontinuos, es que pueden y deben encontrar una articulación.
Las operaciones psicóticas o perversas de tramitación del signi-
ficante fálico no dejan de tener consecuencias en el cuerpo. Por eso es
que Schreber imagina en el fenómeno de pousée à la femme psicó-
tico, su eviración. Va a erradicar un órgano que no puede elevar al
significante fálico.
261
marca? Lacan hace un trabajo muy interesante sobre lo que significa
borrar una huella. Conocemos cómo utiliza como apólogo la célebre
historia de Robinson Crusoe. Cuando Viernes posa un pie en la arena
de la isla de Robinson deja una huella de su paso. Cuando Robinson la
borra con un gesto, pasa la huella a la categoría de significante. El
borramiento es la acción del sujeto. Al borrar la huella, la huella pasa
al significante, pasa al inconsciente.
En la neurosis hay pasaje al inconsciente del Nombre del Padre,
vía represión fundante. Desde el nódulo del inconsciente, el Nombre
del Padre va a operar como punto de capitón que permitirá que el
discurso se dirija hacia algún lugar; constituyendo el punto de atrac-
ción de las asociaciones.
Pero que haya anotación de "P" imposible de renegar para un
neurótico, indica además que para éste habrá posibilidad de advertí-
bilidad subjetiva de la castración fálica.
Porque está esa marca, es que puede además ingresar la eficacia
del significante fálico al que el sujeto le va a hacer argumento de
distinta manera. Lo que devendrá varón hace argumento como todo al
significante fálico. Una mujer como no todo, implicando poner en
juego un asunto de cuerpo.
Bastaría entonces para escribir la escritura de la neurosis con sumar
P + Φ?
Existe la posibilidad de que no baste con esas dos escrituras.
Debería añadirse una tercera. Este agregado surge la lógica R.S.I. de
Lacan cuando él anuda, al final de su obra, lo simbólico y lo real con el
registro imaginario con cuya descripción había comenzado en los años
treinta.
Sólo que sobre el final de su obra y de su vida misma, ha retra-
bajado este registro hasta hacerlo tórico, es decir irremisiblemente
agujereado. Por la vía de esta reformulación agujereada, es que el
imaginario se hace anudable -porque sólo pueden pasar las cuerdas por
los agujeros de los registros- y adquiere además la posibilidad de
devenir independiente del plano de lo meramente especular. Es por el
hueco de aquello que falta a la imagen, aquello que no sabría ser
capturado por la imagen, que el sujeto puede incorporar como propia la
imagen de sí, independizándose -hasta donde un humano puede- de la
captura especular.
262
El agujero en lo imaginario deberá articularse de un modo
específico con la castración fálica.
263
En la frase de Lacan, el goce a rechazar no es el goce inces-
tuoso, porque el incesto es imposible por estructura, dado que, por
hablar, hemos cortado con la cosa. El sujeto neurótico va a jugar su
suerte en la estructuración según lo que pueda hacer con el goce
pulsional, con lo que la pulsión reclama de goce perdido. A esta
demanda de goce el sujeto va a tener que ponerle la marca de prohi-
bición que da el Nombre del Padre. Es decir que, además de ser
imposible, debe estar prohibido satisfacer a pleno esa demanda de
goce. Eso lo indica la marca que añade a lo imposible una prohi-
bición.
Y aquí se puede rozar de sesgo otra discusión interesantísima.
¿Puede escribirse la eficacia de esta traza sin la trama edípica? Es sólo
dentro del Edipo, tanto en su faz estructural como en su faz mítica, que
el sujeto por venir borda, hila, teje sus escrituras. No hay modo de que
al sujeto le llegue lo imposible como prohibido, si no es en la trama
edípica.
En el SinthKome, seminario apasionante, Lacan se explaya sobre
los modos de restablecer alguna estabilización entre las tres cuerdas,
cuando el anudamiento borromeo ha fallado. Y da el ejemplo del caso
de Joyce. Luego del "remiendo" como cuarto nudo no borromeo, Joyce
estabiliza su escritura nodal sin haber necesitado tejer sus cuerdas en la
trama edípica normativa, Basándose en estas teorizaciones se
generaliza el argumento -olvidando que la generalización irreflexiva de
los argumentos suele engendrar espinosos sofismas- en el sentido de
que se podría en cualquier caso prescindir del apoyo de anudamiento
que es el del Edipo. El argumento es aproximadamente como sigue: Si
Joyce pudo "tejer" una cuarta cuerda que sostenga agrupadas a los
registros R, S e I, entonces cualquiera de nosotros es más o menos
igualmente loco, o igualmente cuerdo, si que puede mantener "juntas"
a sus cuerdas. ¡Lo que, insólitamente, recuerda de muy cerca de la
teoría del núcleo psicótico de Klein en el seno de cualquier neurosis!
No cualquier remiendo que mantenga juntas a las cuerdas tiene la
misma eficacia que el anudamiento borromeo. No se desprende eso de
la lectura del seminario XXIII, Le sinthome de Lacan. Allí se plantean
los remiendos para aquellos casos en que falló la trama son pues, casos
de neurosis aquéllos que se estabilizan por la vía de
264
una cuerda que no cumple la cualidad borromea de anudamiento. Y el
remiendo que Lacan escribe en Joyce no cumple con esta condición.
Esta idea de que da igual un anudamiento borromeo que una
suplencia no borromea de la trama de cuerdas, parece un retorno del
kleinismo en que fuimos formados y que forma un reservorio común
de juicios inconscientes.
Para los casos en que la condición borromea está conservada,
casos neuróticos por ende, la trama edípica -la que hace borromeo el
tramado de escrituras- y su declinación normativa son necesarias. Más
tarde se podrá ir más allá de ella, pero para ir más allá queda claro que
se necesita haber establecido la marca que hace de la frontera. Para ir
más allá de la marca, necesito haber escrito la marca.
Volvamos, tras estas reflexiones, a la cuestión de la castración,
del rechazo de goce. El goce a ser rechazado es el goce demandado por
el despliegue pulsional y es imprescindible que el sujeto tenga a su
disposición una marca de prohibición sobre lo que era imposible. Si no,
no se orienta.
Pero, para cumplir el segundo requisito, para que pueda además
ser realcanzado algún goce en la escala invertida de la ley del deseo, el
sujeto va a tener que llevar a cabo operaciones que hagan factible
recuperar goce una vez aplicada una escala legal.
¿Cómo llega el sujeto a la ley del deseo, cómo es que accede a la
capacidad de deseo?
Tiene que haber un pasaje de lo pulsional a lo deseante. Y al
deseo lo sostiene el fantasma. Alguna operación sobre el campo
pulsional ha de permitir a la pulsión darse un objeto que en el fantas-
ma oriente el impulso en el sentido "legal" del deseo. La pulsión care-
ce de objeto. En el célebre ejemplo freudiano de los labios que se
besan a sí mismos queda claro que no se necesita engarzar en su marco
ningún objeto.
Pero en el fantasma sí hay un objeto propuesto como escritura,
objeto que va a sostener la división deseante del sujeto. Es claro que el
objeto es imposible. Lo es. Pero el sujeto precisa tener en su haber una
escritura de lo imposible del objeto que causa su deseo. De no tenerlo,
se produce lo que Lacan muy bellamente llama "tragedia del deseo"
que acaece cuando el sujeto no cuenta con la disposicíón
265
de la escritura que le permita alguna advertencia sobre lo que desea. La
tragedia del deseo es la abolición de la mera posibilidad de plantearse
un deseo. (9)
¿Cómo es que el sujeto logra darse un objeto de deseo para que
se puedan cumplir el conjunto de los pasos que hacen a una eficaz
estructura neurótica? ¿Cómo es que pasa a poder recuperar goce en
escala legal?
Además de haber incorporado y pasado al inconsciente el
Nombre del Padre, además de haber inscripto el significante fálico y
hacer allí argumento, debe el sujeto haber podido arribar a la consti-
tución de un fantasma donde pueda ficcionar necesariamente el dar a la
pulsión algún objeto. En su fantasma, el sujeto puede representar como
ficción aquello que cree que el Otro le demanda, dado que le falta. Sólo
luego de constituir esta escena ficcional del fantasma es que el sujeto
puede sostener su división deseante. Porque es, en principio, a través
del canal fantasmático que el sujeto va a poder recuperar goce.
El término "ficción" evoca que este fantasma debe de estar
apoyado en una sólida trama simbólica y que debe además, poder
imaginarizarse.
Por supuesto, en el fin de análisis, uno puede ir más allá del
fantasma pero antes éste debe haberse construido en el aparato psíqui-
co. Si de neurosis se trata, la cláusula de la constitución del fantasma
debe de estar cumplida sine qua non.
Después de que estén fijadas las fronteras, se puede ir más allá
de las fronteras pero primero hay que dibujar la cartografía.
266
En la transformación en lo contrario, Freud dice que se trata de la
reversión amor-odio y en la vuelta contra sí mismo dice Freud que la
carga pulsional apunta al Yo.
Amor -Odio- Yo, llevan al campo del narcisismo y efectiva-
mente entre los artículos "Pulsión y destinos de pulsión" y "El incons-
ciente", Freud tiene que intercalar un artículo esencial sin el cual no
hubiera podido pasar de un escrito al otro. Se trata de "Introducción al
narcisismo".
La lectura atenta del artículo evidencia que el primer nódulo de
objeto que se ofrece a la pulsión es el "yo" mismo. Aquí se comienza a
vislumbrar que quizás todo esto ayude a aprehender algo de la
constitución del cuerpo, que quizás ayude en algo con esos pacientes
del "cuerpo loco".
¿Cuál es la primera aprehensión del cuerpo desde el bebe
humano?
Un bebe que puede incorporar el campo del lenguaje y que, por
ende, está marcado por la pulsión, percibe su cuerpo como una
acumulación de tajadas por donde pasa la erotización materna. El bebe
percibe al cuerpo como una cantidad de "fetas" erotizadas por el pasaje
de la pulsión. Es alimentado en la boca, es mirado y mira, es hablado,
se le dicen palabras, palabras especiales, palabras que no se le dicen a
nadie, Con un tono especial; es higienizado. Su cuerpo es percibido
como cuerpo fragmentado, compuesto por fetas que no implican ni más
ni menos que el goce autoerótico. El puro movimiento de goce llevaría
al bebe, sin dudas, a lo que Freud plantea muy pertinentemente, que es
la muerte real. Porque jamás encontraría objeto. Librado a sí mismo, el
goce autoerótico pulsional, es goce mortífero. Este goce debe de ser
rechazado, detenido en su fluir, para encontrar el tiempo de hallar
objeto.
El goce pulsional transita feteando el cuerpo, que inicialmente es
percibido como morcelé, fragmentado.
Cambiando súbitamente el decurso de este fluir, va a llegar el
tiempo de lo que Freud llama "nuevo acto psíquico" del narcisismo.
Antes de este "nuevo acto psíquico", el cuerpo no tiene ninguna idea de
su unidad, ninguna idea de ser uno.
Y un cuerpo que no es vivido como uno, no se puede cantear
como separado del campo del Otro. De allí la importancia del
narcisismo.
267
Además, las letras de las operaciones de P y de Φ necesitan la superfi
cie imaginaria donde asentarse. La letra, litoral entre real y simbólico,
precisa la superficie imaginaria para lograr ser inscripta, lo que la hace
triplemente determinada.
En el acto psíquico del narcisismo, el sujeto encuentra por
primera vez un uno de su imago, un uno de su cuerpo. De ahí en más,
como segunda aprehensión lógica del cuerpo, adviene la aprehensión
de una imago alienada a los mensajes en que el Otro nombró ese
cuerpo.
Consideremos el esquema del florero invertido
268
Pegado a su cortex, en la posición inicial de su indefensión, el
bebe, sujeto a venir, no puede percibir la imagen real de su cuerpo.
Como el sujeto no alcanza la imagen que le hace uno a su cuer-
po, no tiene más remedio que utilizar al Otro como espejo plano. Este
va a devolver una imagen llamada i' (a), "yo ideal", una imago del
cuerpo, imagen virtual de la imagen real
Esta alienación imaginaria acompaña la alienación a la pareja
significante. No hay sólo alienación a la pareja significante, hay
también alienación a la imago.
En este momento de alienación imaginaria, el sujeto va a formar,
gracias al nuevo acto psíquico del narcisismo, la inscripción de otra
clase de lo uno separador del Otro. El sujeto adviene a la inscripción de
otra clase de lo uno. Está el uno del rasgo unario, traza simbólica
ordenadora del discurso. Y está el uno unificante, englobante de la
unidad imaginaria. Sin ambas dimensiones del uno se hace inhallable
la ubicación de los diversos registros del sujeto en el campo del Otro.
El narcisismo hace aparecer por primera vez un "yo ideal" .
Resultará crucial cómo el sujeto ha configurado este acto
psíquico del narcisismo, en qué condiciones y bajo qué circunstancias
fue nombrado en su narcisismo.
Lo que afirma Freud; anudando el "yo" a los destinos de la
pulsión, es que el "yo ideal" es cargado por la pulsión como un Obje-
to. Este ideal Ich es el primer objeto que se propone a la pulsión.
"Primero" indica que deben venir más, significa que debe haber
seriación. Y hay problemas graves cuando el yo no es el primer obje-
to que se da como señuelo a la pu1sión, sino el único.
Aquí estamos bien cerca de llegar a un nódulo fundamental de
constitución del sujeto.
El Otro, por supuesto, no devuelve una imagen objetiva del niño,
sino aquélla que para él constituye un objeto satisfaciente. Devuelve
una imagen alienada a su propio modo de goce. Si en ese Otro
funcionan bien las cosas; entonces va a dar a su niño un “yo ideal" que
esté suficientemente velado en esa función de objeto de goce. Es decir,
que en la atribución que funda el narcisismo va a haber respeto de los
mandamientos de la palabra (10). Que son mandamientos de bien
decir.
269
Freud indica cómo habría que "bien decir" a un niño en su
narcisismo. Aproxima esta fórmula ya célebre: el niño será nombrado
como "su majestad el bebe". Esta majestuosa atribución coloca bien el
velo de engaño normativo de amor por sobre la voluntad de goce con
que se puede hacer venir a un niño al mundo. Velar con un engaño
amoroso el destino de objeto en que la imago del cuerpo podría
rebajarse para ofrecer al campo pulsional, resulta esencial.
En la atribución fundante del narcisismo tiene que haber, por
parte del Otro, una inhibición del rebajamiento instrumental, del reba-
jamiento objetal de la imago. Es por eso que Lacan propone, como
Nombre del Padre en lo imaginario, a la inhibición (11). Hay una
necesaria inhibición de la objetalización de la primera imago.
Esa inhibición, no cualquier inhibición. Se trata de una inhi-
bición fundante que hace que el Otro no diga a su niño frases inju-
riantes como modo de nombrar el narcisismo. Más generalmente, se
puede inferir que el campo del amor se funda en una inhibición
normativa del uso de goce del "amado".
Pero en la práctica clínica se constata que no todos los padres
profieren para su niño la frase "su majestad el bebe", inhibiendo el uso
instrumental del niño.
Hay también derrapes de la normativa: Oscar Masotta describía
un pequeño derrape neurotizante de la normativa, cuando la mamá
constituye imaginariamente a su niño como "el salame de mamá".
Pero existen también gravísimos derrapes de la atribución
fundante que rebajan esta atribución al terreno siniestro de la injuria.
No escapó esto al genio de Kafka, quien en "La metamorfosis", pone al
protagonista en tren de transformarse en aquello que era desde siempre
para el Otro, una cucaracha. Es decir, un objeto que sólo puede
despertar el deseo de aplastarlo y rechazarlo, atrayendo ese insecto un
goce específico. (12)
En el recorrido de la pulsión que precede lógicamente al tiempo
represivo fundante de la neurosis, tanto el amor-odio como la trans-
formación en lo contrario, evocan el campo narcisista y la constitución
de un sí mismo adonde pueda apuntar la carga pulsional.
En el tiempo en que la pulsión se acomoda al nuevo acto
270
psíquico, dándose el primer objeto, que es narcisista, va a ser comple-
tamente distinto que haya habido atribución primera injuriante o que
atribución primera normativa.
Porque la atribución primera normativa, la que cuenta con el velo
del amor, hace que en la imago misma aparezca la muesca, el trazo de
aquello de lo que el gran Otro se inhibe de apropiarse en términos de
goce.
Por ello es que esta muesca en la imago depende del encuentro
en el campo del Otro del rasgo unario como signo del amor del Otro.
Es en el asentimiento que el rasgo unario ofrece a algo del niño que
puede estar más allá de la captura especular, que la imagen del niño se
normativizará como descarozada del objeto de goce. El rasgo unario
señala en la imagen la pérdida de objeto que la hará devenir vestidura
del objeto, "sileno" del objeto. Sólo una vez cumplidos estos pasos, el
objeto será ubicable como agalma, y no como desecho abyecto.
Cuando la normativa, dependiente del unario, opera en la imago,
aparece una señal de la ley sobre la imagen uniana que se llama
castración imaginaria, - φ.
Por eso es que se puede proponer para la neurosis la escritura de:
P + Φ + (-φ).
271
en sus últimos seminarios. El "yo" devendrá la envoltura del objeto,
que debe ser situado también en el campo yoico, como falta en el seno
del "yo".
Recién entonces, el objeto estará localizado con las tres cuerdas
que hacen nudo. Recién entonces, el objeto puede pasar por el colador
de la castración primordial, y colocarse así en el hueco de la ventana
fantasmática, ubicable en el nudo en el punto de triple agujero. Allí
donde se recubren las tres carencias o los tres agujeros de los tres
registros.
La falta en lo real es creada por la eficacia fálica de lo simbó-
lico (Φ), porque a lo real no le falta nada en sí mismo. La falta en lo
simbólico es el agujero en el campo significante que hace que siem-
pre falte un significante para nombrar lo real. S1, que hace de límite
simbólico al objeto, la escribe. La falta en lo imaginario es agujero en
el "yo", escrito como falta fálica imaginaria, -φ.
Recién entonces, el objeto a se ha colocado para el sujeto
fantasmáticamente, lo cual le permitirá darse un objeto elegido en las
contingencias de la crianza entre los objetos ofertados por el Otro.
Luego de estos largos rodeos de trabajosos tiempos de escri-
tura, el sujeto puede recuperar goce según ley, según la ley del deseo
en el fantasma.
En los casos en que la atribución primera ha sido injuriante;
donde el Otro ha creído que puede no inhibir la posición gozante de la
devolución de imago, no aparece -φ en la imagen del espejo.
Entonces se produce una situación harto compleja: el sujeto no
puede discriminar de su "yo ideal", la porción de objeto que lo habita,
viviendo a su propio yo como un entero gozado. El yo no es el primer
objeto que se ofrece fantasmáticamente a la pulsión, sino el único.
Y el fantasma se estanca sine die en el congelamiento del tiem-
po en que se da un objeto narcisista.
272
mencionada posibilidad de una estructura particular resultante de esta
combinatoria estructural.
Esta clase de configuración "mal dicha" en el narcisismo obliga a
una disyunción entre el campo del discurso y el campo imaginario que
se constata habitualmente en estos pacientes graves que no son
psicóticos y que no son perversos, pero que tampoco terminan de
constituirse plenamente neuróticos.
En estos casos se constata la eficacia de la represión, en el
sentido de pasar al inconsciente la marca discursiva de que no todo es
posible, que no toda demanda pulsional puede ser satisfecha. El gran
problema clínico es que no hay retraducción imaginaria de la eficacia
de las escrituras logradas de los registros real y simbólico.
Lo imaginario no termina de recibir los efectos normativizantes
de la castración, que debiera ser vivida ahí como herida narcisista. Esta
particular constelación hace al sujeto capaz de rechazo del goce pero,
al encontrarse detenida la avanzada de constitución del fantasma, por
fallar la concurrencia del registro imaginario que no le otorga la tercer
cuerda para localizar al a, el sujeto padece fracaso del fantasma. (14)
Este fracaso pone al sujeto en la situación desesperante de no
tener cómo recuperar goce según escala legal. Entonces, cuando el
goce perdido vuelve a reclamar satisfacción; retornando como-deman-
da al sujeto en "fracaso del fantasma", no le quedan muchas chances. O
bien opta por la abstinencia, lo que de ser continuo hace a una vida sin
alegría alguna. O bien derrapa en lo que se llama la impulsión,
momentos en que el sujeto no encuentra canal de letra por donde gozar
y goza "a lo loco", sin reglas ni ley. El fantasma hace que no sea
cualquier cosa lo que se consume en el goce, sino algo que no puede
ser sin marca, sin borde, sin cifra, sin escena.
Cuando fracasa la operación literal imaginaria y no hay concu-
rrencia del registro imaginario a la función de consolidación fantas-
mática, la recuperación de goce no puede ser hecha según ley y se lleva
a cabo, por ejemplo entonces, mediante la ruina impulsiva.
Como terrible alternativa, cuando el sujeto quiere avanzar hacia
la dignidad de su "yo" y sacarse de encima el objeto que lo martiriza, al
carecer de línea de corte para desprenderlo del cuerpo, mata al cuerpo,
comete suicidio. El intento de suicidio intenta “a muerte"
273
dignificar el cuerpo. Por eso, el acto suicida guarda muchos vínculos
con el acto trágico. Es un acto de dignificación al precio de la vida. Es
un acto desesperado de negativización del cuerpo como objeto de goce.
La falta de frontera impide desprenderse de un pedazo, produciéndose
el desprendimiento del cuerpo entero.
Las adicciones, que incluyen la comida entre sus variantes,
constituyen un modo electivo de ruina impulsiva, porque los objetos de
adicción son objetos listos para consumir. Cuando uno no sabe, no
tiene ninguna posibilidad estructural de saber qué objeto desea, el
consumir uno de estos objetos ready made es un modo de darse un
objeto protésico para suplir la falla fantasmática. Y para sentir,
mediante el flash que produce el químico, al cuerpo como un real
propio, no incautado en el fondo del espejo.
Hay veces en que el sujeto intenta constituir lo inconstituido
perpetrando a repetición escenas de acting donde trata de forzar al Otro
a ponerse en posición de terminar la operación que no ha sido termi-
nada, dado que la escena del acting-out intenta señalar en la escena,
sobre lo real, el objeto que no termina de escribirse en su fantasma.
Como se ve, el fracaso del fantasma puede hallarse en la base
estructural de varias presentaciones clínicas, que podrían quizás ser
subsidiarias de una cuarta estructura.
274
La inconstitución parcial no "remendada" de modo tan oneroso,
suele ser, en cambio, frecuente en el transcurso del primer y segundo
despertar sexuales.
Parecen éstas afirmaciones herejes, pero también de herejía se
trata en R S I.
Desde luego, aquí no se expone aún ningún resultado que a esta
altura esté demostrado. No ha llegado, ni siquiera cercanamente, el
momento de concluir sobre estos temas.
Pero sí de transitar el momento de comprender, insistiendo en la
investigación.
Si se aceptara que para definir neurosis se precisa P + Φ + (-φ),
al menos tres operaciones escriturales, los sujetos en quienes se cons-
tata fracaso del fantasma serían tributarios de otro modo de escritura:
P + Φ + (-φ0)
P + Φ + (-φ0)
275
establecerse la suposición de saber, Pero no hay posibilidad de la nece-
saria rotación a la posición de semblante de a, porque no se cuenta con
el a escrito con las tres cuerdas, no haya encajado en el punto de triple
agujero del nudo. Propiamente hablando, no va a haber -espon-
táneamente- nunca neurosis de transferencia. Por ende, no puede avan-
zar un dispositivo ideado para la neurosis de transferencia adulta.
No se trata de declarar inanalizables a estos pacientes porque se
trataría del mismo error de juicio que declara inanalizables a los niños
o a los adolescentes, quienes se encuentran también en situación -sólo
que en tiempo normativo- de parcial inconstitución.
Se trata de ver cómo, respetando hasta sus últimas conse-
cuencias la idea de para no errar hay que ser incauto, hacerse la dupe
de esta particular forma de presentación estructural. Los astutos pier-
den. Un incauto no es alguien que acepte cualquier cosa, sino que se
somete a las leyes de la estructura, no las discute. El analista debiera
ser la dupe, el incauto de la estructura de quien lo consulta.
Si quien se le presenta es un sujeto capaz de hacer una neurosis
de transferencia, se va a dejar transferir el objeto a y va a poner en
marcha el dispositivo clásico.
Pero si se le presenta la estructura de un sujeto infantil, de un
sujeto en medio del segundo despertar sexual, o de uno de estos casos
que vengo de mencionar, sería impertinente proponer el diván y pedir,
sin más, asociaciones.
¿Qué dispositivo se demuestra eficaz cuando el analista puede
hacerse incauto de estas estructuras?
En principio, no el dispositivo clásico. El sujeto en "fracaso del
fantasma", al no contar con un echte Ich, un "yo" no especular, carece
de posibilidad de sostener la relación al semejante y a su propio yo sin
mirarlo en el espejo. Para analizarse en el diván, dejando fuera el
campo de la visión, la mirada tiene que poder ser vivida como parte
perdida del yo. Por esto es desaconsejado el uso del diván. Esta alie-
nación al sostén de espejo el analista va a tener que sostenerla, pero
sólo como semblante.
En segundo término, si bien, desde ya, uno habla y escucha a
estos pacientes, jamás podría emitirse la regla fundamental de "diga lo
que quiera". Porque el diga lo que quiera cuenta con que el discurso se
va a dirigir al nódulo fantasmático.
276
¿Qué es, en efecto, la "asociación libre"? El término que utilizó
Freud para nombrarla es Einfall, que no significa asociación libre sino
"idea súbita". Y Einfallen quiere decir, como verbo, "caer hacia". La
idea súbita, la palabra, hacen caer al objeto (15). Este apuntar de la
asociación al objeto es legible claramente en Freud. Ya en su
"Psicoterapia de la histeria", él describe cómo la discursividad se diri-
ge al nódulo patógeno, fantasmático. Como la libre asociación o
Einfall se dirige al objeto, si quien consulta no ha terminado de cons-
tituirlo, pedirle que asocie libremente es dejarlo perdido en la nebu-
losa de palabras sin rumbo, sin dirección a una ventana de real. Por
ello, el analista en estos casos interviene bastante en una suerte de
semblante de conversación.
Es señalable con un énfasis particular, un punto imposible de
saltear en estos casos. Se trata del punto de llegada en el curso del
análisis a la formación injuriante del "yo ideal". Allí el análisis opera-
rá un tiempo de constitución del echte Ich. No se trata de "reforzar el
yo", sino por el contrario de hacerlo devenir agujereado, estuche del
objeto.
Será en medio de la trama transferencial que se opere la inter-
dicción del rebajamiento instrumental de la atribución primera del "yo
ideal". En el análisis se desarrollará el duelo de eso injuriado, gozado
que fue en el campo narcisista para el-Otro.
Por supuesto que no se trata de afirmar al paciente "usted es eso",
sino de verificarlo en relación al campo mismo de la trans- ferencia, y
no sin el auxilio de la presencia del analista, quien se ve llevado a
"poner el cuerpo" en muchos tramos de estas curas.
En relación a "eso" que fue el "yo", objeto impúdico, gozado,
humillado, rebajado a instrumento de la satisfacción del Otro, se suele
constatar una reacción paradojal del sujeto en medio del análisis.
Cuando la eficacia de la cura manifiesta que está a punto de demo-
lerse este bastión, cuando se está a punto de podar las atribuciones
mortificantes que lo edificaron, suele el analista inadvertido, encon-
trar una feroz resistencia. Recordando una célebre letra de tango, el
analizante parece sentir "la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no
ser". Duelo difícil y endemoniado en sus consecuencias transfe-
renciales, es sin embargo llave maestra de la progresión de la cura.
Muchas veces se logra, en medio de la transferencia operar el
277
ahuecamiento de – φ , obteniendo recién en el análisis, la constitución
del fantasma para estos pacientes.
Todas estas difíciles maniobras clínicas se llevan a cabo en
medio de la transferencia y en el tiempo de análisis, sobre una cinta
transferencial muy ardua, ya que no regulada por la transferencia del a
del fantasma, lo que imprime al tratamiento el tono pasional de los
tiempos de la transformación amor-odio continua y la reversión contra
sí mismo; es decir, el campo de gozar y ser gozado al campo de amar-
odiar.
Esa difícil transferencia pasional no es pasional por momentos -
porque la transferencia debe ser pasional por momentos, cada vez que
uno se acerca al objeto tiene una pasión-, es pasional todo el tiempo,
con lo cual el clima es particularmente agotador.
278
misma estructura el análisis realiza operaciones de escritura y rees-
critura.
Consecuentemente, el fantasma logrado en el curso de estas
curas por ahuecamiento en transferencia -y no en los avatares norma-
tivos de la vida- de la escritura de – φ, debieran demostrarse de una
textura y solidez diferente del de las neurosis clásicas.
Un hecho clínico parece abonar esta posibilidad. Pareciera que la
textura del fantasma lograda en transferencia es diferente dado que se
comprueba que estos pacientes suelen llamar y volver a consultar cada
vez que en alguna vuelta de la vida el fantasma es, por así decirlo,
"exigido al máximo".
Estas nuevas consultas "andan" muy rápidamente. Pero el
paciente llama una y otra vez, como si no pudiera prescindir de la
presencia del analista y fuera impensable una terminación de la cura.
Desde luego esto no sucede -al menos no sistemáticamente- en
casos de neurosis clásicas, donde el fin de análisis se constata como
posible.
Pero esta sospecha de una eficacia diferente es una sospecha a la
que no hay por qué darle excesivo crédito. De ser así, resultaría difícil
mantener la "apuesta de Pascal" implicada en la cura analítica. Con
estos analizantes se debe ser pascaliano totalmente, y apostar a la
constitución fantasmática.
Estas reflexiones subrayan que los bordes de los que se trata en
la clínica en los bordes, son los bordes de la escritura, bordes cuyo
trazado puede haber fracasado total o parcialmente, y no el híbrido
territorio del borderline.
El difícil planteo de una cuarta estructura posible, dado el fraca-
so del fantasma estable, responde a un anhelo de honestidad intelec-
tual, dado que sería a todas luces más rápidamente aceptado un planteo
que afirme la sola "gravedad" de casos que serían de derecho neurosis.
Una de las diferencias que deslindarían a estas curas de las curas
de la neurosis de transferencia es la cuestión del fin de estos análisis.
En estos casos de "fracaso del fantasma", la cura habitualmente
termina cuando el sujeto ha logrado constituir el fantasma. No cuando
lo ha atravesado, sino cuando lo ha constituido.
279
Es subrayable la diferencia con las conceptualizaciones, bien
avaladas por la observación clínica, acerca del fin del análisis de las
neurosis adultas.
En verdad, este momento de finalizar el análisis en el tiempo del
logro de la coagulación fantasmática, emparienta estas curas con las de
niños y adolescentes. Sólo que en esos análisis el sujeto está en tiempo
normativo de llevar a cabo esa formalización escritural.
Sostener una posición éticamente pascaliana no impide emitir
estas dudas y estas hipótesis. El analista apuesta en verdad a una
posibilidad de constitución en la trama de la transferencia, a pesar de
admitir que la inscripción en esa trama "artificial", que no es la de los
trazos fundacionales deja huellas de fragilidad en la adquisición.
Vale la pena el empeñarse en conceptualizar el desdoblamiento
de los tiempos escriturales de fundación del sujeto, dado que este
esfuerzo permite pesquisar fallas sobre distintos puntos del recorrido
del trazado de las letras que tiene que adquirir la estructura.
Y el tiempo es un tema enorme en la medida en que es en medio
de las tres dimensiones del tiempo que llevan a cabo las operaciones
escriturales. Y no en cualquier momento es posible llevar a cabo una
operación específica de escritura. Puede prescribir la posibilidad de
que sea posible una operación fundante.
Específicamente hablando de – φ , normativamente debiera ser
anotado en los tiempos de la primera vueltae dípica, y ser refrendado
en la segunda. Esto hace pensar que la consulta de pacientes con
déficits en este tramo de la escritura en edad adulta, intentará reparar
este fallo cuando los tiempos hayan prescripto.
Si no se inscribe el – φ a tiempo, la estructura cierra sin – φ. y el
analista deberá confrontarse con las complicadas estabilizaciones que
se hayan establecido espontáneamente en el curso de la vida del
paciente.
Para dar apenas un ejemplo, nos guste o no nos guste, una adic-
ción suple de objeto a la falta de escritura del objeto.
Para concluir, parece razonable la idea de mantener un tiempo de
investigación que no apresure, por sí o por no, la pregunta de si se
trata, en estos casos, de neurosis "especiales" o de casos de "cuarta
estructura".
280
Mantenerse en ese enigma, si va acompañado para el analista de
una posición clínica pascaliana, promete abrir un espacio apasionante
de eficacia en la investigación conceptual de la clínica.
281
Notas