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Créditos
Moderadora
Aria

Traductoras Correctoras
Annabrch Dennars
Aria Kath
Axcia Maye
Blonchick Mimi
Gerald Xiamara
Kachii Andree Sttefanye
Kath
Kyda 3
Lvic15
Maria_clio88
Mir
Mogradh
Molly Bloom
Mona
Nelly Vanessa
Nelshia
Olivera
Vero Morrison

Recopilación y Revisión
Sttefanye

Diseño
Aria
Índice
Sinopsis Capítulo 23
Capítulo 1 Capítulo 24
Capítulo 2 Capítulo 25
Capítulo 3 Capítulo 26
Capítulo 4 Capítulo 27
Capítulo 5 Capítulo 28
Capítulo 6 Capítulo 29
Capítulo 7 Capítulo 30
Capítulo 8 Capítulo 31
Capítulo 9 Capítulo 32
Capítulo 10 Capítulo 33
Capítulo 11 Capítulo 34 4
Capítulo 12 Capítulo 35
Capítulo 13 Capítulo 36
Capítulo 14 Capítulo 37
Capítulo 15 Capítulo 38
Capítulo 16 Capítulo 39
Capítulo 17 Capítulo 40
Capítulo 18 Capítulo 41
Capítulo 19 Capítulo 42
Capítulo 20 Capítulo 43
Capítulo 21 Sobre la autora
Capítulo 22
Sinopsis
C
on matices de Juego de tronos y Romeo y Julieta, esta fantasía llena de
imaginación de la autora Sarah Ahiers es una historia de amor, mentiras
y venganza. Los fans de Kristin Cashore y Rae Carlson adorarán la acción
perfectamente diseñada y la construcción del mundo de fantasía.
Lea Saldana de diecisiete años es una asesina entrenada. Nació en una de las
nueve Familias de asesinos del reino de Lovero quienes toman vidas legalmente por
un precio. Como miembro del clan de rango más alto, la lealtad a la Familia se evalúa
por encima de todo, pero eso no impide que Lea se meta en una relación secreta con
Val Da Via, un chico de un clan rival. A pesar de su mejor juicio, Lea se ha enamorado
de él; pero tiene confianza en que puede anticipar cualquier amenaza a un kilómetro
de distancia.
Luego se despierta una noche en una casa llena de humo. Aunque consigue
escapar, no logra salvar a su Familia mientras su hogar es consumido por las llamas.
Con horror se da cuenta que Val y su Familia son los únicos que podrían ser los
responsables. Devastada por su traición y la pérdida de su clan, solo hay una cosa en
su mente: hacer pagar a los Da Via. El corazón de esta asesina ansía venganza. 5
Uno

M
e acuclillé silenciosamente en el inclinado techo de azulejos de un
burdel, con la capa ajustada alrededor de mi cuerpo por calor, y la
máscara de hueso asegurada contra mi cara. Por debajo de mí, un
hombre tropezó al cruzar la calle de adoquines, como un borracho. Se había tomado
el tiempo suficiente para terminar su carísima cena.
El hombre tropezó con un barril de agua. Se quitó su caro sombrero de cuero
con elegantes puntadas y sumergió la cabeza en el barril. El agua de lluvia oscureció
su cuello de seda. Fruncí el ceño debajo de mi máscara. No debería tratar su seda tan
pobremente. El hombre sacudió su cabello como un perro lanudo, haciendo que el
agua destellara a la luz de las lámparas de aceite con dulce olor, fuera del burdel.
Debajo, los transeúntes le daban una única mirada al hombre y se apartaban,
fingiendo no verlo o a su alterado estado. Bien. Mi trabajo era siempre más fácil
cuando todo el mundo seguía las reglas tácitas de la noche.
Detrás de mí, la luz de la luna llena se atenuó. A pesar que duró menos de un
segundo, apenas perceptible para la mayoría de la gente, mi vida podría depender de
darse cuenta de los detalles de mi entorno. 6
Alguien estaba tratando de acercarse. Era la única advertencia que necesitaba.
Debajo de mi capa, liberé una daga lo suficientemente pequeña para ser
ocultada entre la palma de mi mano y la manga. Tenía que estar quieta y calmada. El
miedo era para los aficionados y daba lugar a lesiones o a la muerte.
Inspiré profundamente, cambiando mi peso de los talones a los pies. Mis dedos
se cerraron alrededor de mi cuchillo.
Un solo segundo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Sabía que no
debía vacilar. Salté hacia atrás y giré hacia la figura arrastrándose.
Asimilé todo lo que pude con mi primera visión del atacante: un hombre, alto,
capa oscura, traje de cuero oscuro, máscara de hueso sin características a excepción
de agujeros para los ojos.
Esquivó a la izquierda, su capa volando ampliamente con su movimiento,
camuflando defensivamente su forma. Un truco que hubiera funcionado mejor si
hubiera sido más rápido. Yo ya había visto su torso, sus extremidades, su cabeza. La
capa no me distrajo.
Deslicé un pie detrás de su tobillo, enganchando su pierna. Mis puños
conectaron con su pecho y empujé.
Se cayó hacia el techo. Sólo mi rápido agarre de su capa le impidió que golpeara
contra las baldosas. Una pelea que podría haber sido, pero ninguno de los dos quería
llamar la atención. Eso hubiera sido poco profesional.
Sus ojos color avellana me observaban, con una expresión indescifrable bajo su
máscara. La mitad derecha era del blanco marfil del hueso, la izquierda estaba
decorada con cuadrados rojos pintados en un estampado cuadriculado.
Sostuve el cuchillo contra su garganta, con el borde afilado presionado contra
los vellos ásperos en su piel. Alguien tenía que afeitarse.
Hubo un momento de tranquila quietud mientras él pensaba su siguiente
movimiento. La emoción de la lucha corría por mis venas. Sonreí debajo de mi
máscara. Ya había ganado.
—Me rindo, Lea. —Levantó las manos en señal de derrota, su voz sonando
amortiguada detrás de la máscara.
Puse mi cuchillo en un bolsillo en mi manga y le ofrecí mi mano a Val. Tomó
todo mi peso tirar de él para ponerlo de pie.
—¿Cómo es que siempre sabes? —Se sacudió el polvo de las piernas y quitó una
hoja de su capa.
—Bloqueaste la luna otra vez.
Se quitó la capucha de la cabeza y la luz de la luna volvió plateado su corto
cabello rubio. Traté de no mirar, a pesar que sus cueros se envolvían bien a su
alrededor, sus correas se aferraban a sus brazos, las hebillas agarraban firmemente
su pecho y su cuerpo, destacando sus músculos; los cuales sabía, como los míos, que 7
venían de trabajar duro casi todas las noches.
Por supuesto, no eran sólo los cueros los que le hacían lucir bien. Nadie podría
decir que Valentino Da Via no era atractivo como el infierno.
—Deberías saberlo mejor antes de tratar de acercarte sigilosamente —le dije.
—Uno de estos días voy a sorprenderte.
Su cara estaba cubierta por la máscara, pero podía imaginar la sonrisa en sus
labios, el desafío juguetón en su ceja levantada.
Me reí.
—Uno de estos días podría dejarte.
Volví a la vigilancia de mi marca. El hombre se había movido a sólo unos pasos
del barril, con el brazo contra una pared mientras recuperaba el aliento.
Val se sentó informal a mi lado, con la pierna izquierda escondida debajo de él,
y la otra doblada con la rodilla contra su pecho. Sin preparación y perezoso.
Le di un codazo con el hombro pero no dije nada. Odiaba que le corrigiera.
Podía oler el aceite que había usado para limpiar sus cueros. El calor de su
cuerpo presionaba contra el mío, y con un estremecimiento de algo como un rayo, se
extendió a través de mi pecho.
—¿Tu noche acabó temprano? —pregunté. Una mujer en bata salió de la puerta
debajo de nosotros y le gritó al hombre antes de regresar dentro. Tenía que saber que
era un espectáculo si una prostituta se tomaba el tiempo para regañarlo.
Val se encogió de hombros.
—Sin noche, la verdad. Mi marca no se presentó. O bien se enteró que alguien
puso un contrato, o tuvo suerte.
—La suerte no dura para siempre —cité el asesino lema familiar.
Val gruñó.
—Lo atraparé mañana por la noche, o la siguiente. Soy paciente.
Era fácil ser paciente cuando no necesitaba el dinero que una matanza
terminada traería. Pero no era culpa de Val ser rico, o que mi Familia ya no lo fuera.
Val se inclinó más cerca, con su muslo presionando contra el mío. Un momento
más tarde siguió su mano, con los dedos en la piel vestida de cuero de mi pierna. Y
aunque no podía sentir los círculos trazados por sus dedos, aun así me estremecía
bajo su toque.
Me alejé, cada pedacito protestando.
—Estoy trabajando —dije en voz baja, pero sonaba débil incluso para mí—. Y
alguien podría vernos. —Eso sonaba aún más débil. Nuestra relación era un secreto,
y la emoción de mantenernos ocultos era parte de la diversión.
Val rió. Mi pecho se estremeció de nuevo, pero mantuvo las manos quietas.
Respiré profundo lenta y tranquilamente. 8
El hombre debajo dio un paso más adelante, otro, y luego se volvió a tropezar.
Lo observé de cerca. Era responsable de él ahora. Me pertenecía. Vaciló de nuevo,
antes de estabilizarse contra la pared.
—¿Esa es tu marca? —preguntó Val.
Asentí y alcancé la parte de atrás de mi cinturón por mi pequeña cantimplora.
—Él no parece mucho. ¿Enojó a alguien?
—No. Solicitud personal. Tiene una enfermedad o algo así y quiere nuestra
ayuda para conducirlo a Safraella un poco más temprano. —Apreté la boquilla de
metal caliente contra mis labios. Segadores
Val asintió. A veces las personas le pagan a los sesgadores para ayudarles a
cometer un suicidio. Estos eran siempre los trabajos más simples. Pero incluso con
una petición de suicidio, continuaba profesional. Mantenía mis habilidades afiladas
si trataba a todas las marcas como si pudieran huir o luchar.
—¿Cuánto tiempo vas a observarlo antes de hacer un movimiento?
Tragué el agua y regresé la cantimplora al cinturón.
—Ya lo hice. Él no se ha dado cuenta todavía.
El hombre se tambaleó unos pasos en la calle. Contuve la respiración. Se
desplomó. Fácil. No es que siempre lo fueran. Me aclaré la garganta. Pero fue la obra
de un dios la que realicé, y nadie dijo que hacer Su favor era fácil.
Val negó.
—Tú y tus venenos. ¿Cuándo lo atrapaste?
—Después de su cena. Él siempre compra una botella de vino del mismo
vendedor. No fue difícil asegurarme que consiguiera una con algo extra.
—Sutil. Sin embargo yo elegiría cualquier día un cuchillo en la espalda.
Le di un codazo de nuevo.
—Ten cuidado con lo que deseas en la oscuridad, ¿no?
Un desconocido se acercó a mi marca, lo miró, y luego miró a su alrededor antes
de marcharse. Buen hombre.
Me paré. Val se dejó caer del techo en silencio y fue hacia un oscuro callejón
para esperarme mientras terminaba. No había necesidad que cualquiera iniciara un
rumor acerca que los Da Via y los Saldana estaban trabajando juntos.
Bajé y me acerqué a mi marca. Las luces de las farolas se derramaban por mi
oscura capa. Nadie me molestaba cuando estaba en mi trabajo. Nadie se atrevería.
No si valoraban sus vidas.
Tarareé una canción en voz baja, una rima de canción de cuna que mi niñera
me solía cantar cuando era pequeña. Era una cosita tonta acerca de conciliar el sueño
y sentirse seguro y cálido. La había tarareado una vez cuando estaba marcando mi 9
primer asesinato sola, y el hábito se había quedado. Parecía correcto. Tal vez alguien
me cantaría al final de mi vida.
Comprobé el pulso del hombre. Tranquilo y quieto. El veneno que había usado
era sin dolor. Con suerte pronto estaría de pie ante nuestra diosa Safraella, y Ella
rápidamente le concedería una vida completamente nueva, donde se sentiría seguro
y abrigado una vez más.
Detrás de mí, la puerta del burdel se abrió, derramando más luz a la calle.
—Estás ahí —gritó una mujer—. Chico, aléjate de ese hombre.
Miré por encima de mi hombro.
—¿No me oíste? —La mujer salió por la puerta, su falda de colores brillando
contra el reflejo de las luces. Su cara estaba desnuda, su media máscara de plumas a
un lado, ahora que sus tareas nocturnas habían terminado.
—¡Fuera! Vete antes que consigas meterte en un verdadero problema.
Me puse de pie y la miré.
Ella echó un vistazo a mi máscara, la mitad derecha de hueso blanco, la mitad
izquierda decorada con flores negras, y su cara pintada perdió todo el color. Dio un
paso apartándose.
—¡Sesgador! —Juntó las manos y las sostuvo contra su rostro cuando bajó la
cabeza—. Lo siento, señorita Saldana, lo siento. —Retrocedió—. No le había
reconocido. Creí que era un niño tratando de robar a los muertos.
Un niño. No era alta, incluso a los diecisiete años, pero era sin duda más grande
que un niño. Y ningún niño podría correr con una capa oscura por la noche, a menos
que quisiera hacerse pasar por un sesgador, y eso era ilegal. Y una sentencia de
muerte si un miembro de las Familias lo atrapaba.
Ningún daño hecho, sin embargo. Eché a la mujer con un movimiento de mi
muñeca. Se inclinó en agradecimiento y entró. La puerta se cerró con un clic.
Regresé a mi marca.
La calle parecía jadear por debajo.
Duró apenas un suspiro. Tal vez sólo un poco de mareo por voltear demasiado
rápido, o las luces de colores del burdel confundiendo mis ojos. Y si fuera cualquier
otra persona, incluso cualquier otro sesgador, lo habría apartado sin importancia.
Pero no lo era.
Llevé mis dedos a mi garganta y me tomé el pulso, contando los latidos. Un
poco rápido.
Cerré los ojos, acallé mis pensamientos, tratando de escuchar los mensajes de
mi cuerpo. Tal vez estaba siendo demasiado paranoica.
Mi estómago se revolvió violentamente, como una serpiente enrollándose
alrededor de su propia cola. Aparté mi máscara por la parte superior de mi cabeza y
apenas me las arreglé para tropezar hacia el callejón antes de vomitar.
10
Mi piel quemaba. Estas no eran unas náuseas normales. No, esto era algo
mucho peor. Recordé rápidamente mi noche. La cantimplora. Lo que significaba que
era de acción rápida. Vómitos seguidos inmediatamente de dolor.
Podrían ser tres posibilidades.
—¿Lea? —Val corrió acercándose.
Me senté en el suelo, con la columna presionada contra un edificio, y traté de
recuperar el aliento. Espera… dificultad para respirar dejaba sólo dos posibilidades.
—¿Qué es? —Val se dejó caer, ignorando el charco que remojó sus rodillas
cuando se arrodilló delante. Se estiró, luego se detuvo, con las manos flotando en mis
brazos, sin saber qué hacer. Sus grandes ojos parecían blancos detrás de su máscara.
Mi capa estaba agrupada alrededor. Luché contra ella, agitando las manos para
llegar a una bolsa en mi cinturón. Debilidad en las extremidades. Esa regla
descartaba todas menos una. No había tiempo.
Pateé la capa. Val saltó a la acción, quitando la capa lejos de mis manos y mi
cuerpo. Mi estómago se revolvió de nuevo.
—Veneno. —Me quedé sin aliento ante el dolor ardiente a través de mi piel y a
través de mi carne—. Me han envenenado.
Dos
—¡D
ioses, Lea! —Val empujó su máscara a la parte superior de
su cabeza. La preocupación y el pánico grabados en su
rostro.
Libre de la capa, desabotoné una bolsa en mi cinturón. Contenía casi una
docena de frascos, cada uno cerrado herméticamente con un corcho marcado. Pasé
los dedos temblorosos a través de los símbolos conocidos sólo por mí, buscando el
correcto. Mi corazón corría más y más rápido.
Mi dedo trazó un bucle con una línea a través de él. El antídoto. Lo saqué de la
bolsa. Mi mano temblaba. El vial cayó de mi agarre. El vidrio chocó contra la piedra
de la calle antes de alejarse hacia las sombras.
Las lágrimas escocían de mis ojos. No quería morir de esta manera.
El veneno corría por mis órganos. Atacaría mi estómago, mi corazón, mi
cerebro. Una vez que las convulsiones comenzaran por completo, ningún antídoto
me salvaría.
Gemí, buscando en la oscuridad. El veneno volvió mi cuerpo en contra. Mis 11
brazos se sacudieron como una herida ave marina.
Val me empujó a un lado, con las manos luchando contra las mías. La rozadura
del vial cuando lo tomó de la calle fue el sonido más hermoso que jamás había oído.
Le quitó el tapón con los dientes y sacó una daga con su mano libre.
—¿En tu boca o en tus venas? —Agarró el vial abierto y la daga con sus dedos
enguantados, esperando mi respuesta. Mi voz surgió como un gemido—. ¡Lea! —
gritó—. ¿Cuál?
El veneno se precipitaba a través de mi cuerpo. Mi cabeza golpeó la pared de
ladrillo detrás. Abrí la boca todo lo que pude, esperando que él lo entendiera.
Val llevó el frasco a mis labios, su otra mano sosteniendo mi cabeza. El líquido
se vertió en mi boca, tibio y fuerte. Sabía terrible, como a jabón empapado en orina.
Val agarró mis manos, manteniéndolas quietas. Respiró hondo y me observó
de cerca, con los ojos amplios y la boca apretada; líneas de preocupación en su frente
arrugada, mientras esperaba para ver si moriría.
Mi respiración se volvió más tranquila y mi corazón desaceleró su ritmo de
carrera. El dolor en mi estómago se desvaneció. Respiré profundo y Val se dejó caer
en alivio.
—Dioses. —Miró a la calle antes de alcanzar su máscara. Sus dedos temblaban
cuando la colocó abajo. Había escondido su miedo, y cualquier otra emoción que no
quería que yo viera. Estas eran las cosas que me encantaban de él, saber que le
importaba tanto que no podía ocultarlo de su rostro, que necesitaba la máscara para
ocultarlo. Que había tenido miedo, sí, pero había reaccionado con calma. Él se había
mantenido bajo control cuando lo había necesitado.
—Está bien. —Exhalé—. Ella sabía que tenía el antídoto.
—¿Ella? —Se puso de pie—. ¿Tu madre ha hecho esto?
Agité una mano temblorosa.
—Me ha estado probando con los venenos otra vez. Debería haber esperado
esto.
Cuando tenía siete años, le dije a mi madre que odiaba los venenos. Los venenos
significaban destilar hierbas en la oscuridad, significaban mezclar cosas, pero no
hacer un desastre. Los venenos significaban muerte.
Mi hermano mayor, Rafeo, dijo que los venenos eran una habilidad importante
y que debería estar orgullosa de tener tal afinidad por ellos, porque muchos no la
tenían.
Él sólo estaba tratando de ser conciliador, pero no me sentía orgullosa de los
venenos. Estaba orgullosa de la máscara de plumas que había cosido para el día
Susten y cómo sólo me había pinchado el dedo con la aguja una vez. Y que el caballo
de madera que había tallado tenía una melena que fluía.
Madre no había sido feliz. Mi actitud era una prueba más que no era la hija que
quería, que no era la orgullosa niña Saldana que sentía que merecía.
Madre se llevó la máscara.
12
Después de eso, dejé de jugar con las agujas de bordar, los disfraces y los
juguetes infantiles, y en su lugar me centré en las cosas que la enorgullecieran:
cuchillos, venenos y máscaras elaboradas a partir de hueso.
Desenganché mi cantimplora y vertí el líquido contaminado a la calle. Llenaría
mi propia agua de aquí en adelante. Lección aprendida, Madre. De nuevo.
Mis manos temblaban mientras acordonaba nuevamente mi cantimplora. Tal
vez la próxima vez ella escogería algo menos violento. O tal vez podría convencerla
que no necesitaba una próxima vez. Podía encontrar un antídoto bajo presión.
Incluso si casi muero esta vez, y lo habría hecho sin Val.
—Eso es una locura —dijo Val—. Tu familia está loca.
—No es más loca que la tuya. Es su manera de hacerme una mejor sesgadora.
Además, en el futuro, no deberías abrir los viales con los dientes. Podrías
envenenarte accidentalmente.
Se me quedó mirando fijamente, con una expresión indescifrable tras su
máscara.
—¿Eso es lo que concluyes de todo esto? ¿Que podría haberme envenenado
mientras te salvaba la vida?
Su bravuconería habría sido inútil si hubiera muerto.
—Sólo te estoy cuidando.
Exhaló, el aire silbando contra su máscara.
—Bien. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
Su ira salió como vapor de agua, pero había aprendido hace mucho tiempo que
la mejor forma de desarmar la cólera de Val era ignorándolo.
—Sí, en realidad. —Me moví lentamente en mi asiento y saqué una moneda de
oro de otro bolsillo. Se la entregué, todo mi brazo todavía temblando por los restos
del veneno—. Marca mi muerte por mí, por favor.
La moneda había sido sellada con la cresta de la familia Saldana. El asesinato
era ilegal en Lovero, a menos que uno fuera miembro de una Familia. Como
discípulos de Safraella, comprometidos a Su oscuro trabajo, todos los sesgadores
estaban exentos y podrían aceptar contratos de asesinato.
—Sabes que Estella no nos quiere marcando muertes —dijo Val.
Siempre había sido una tradición para las Familias que marcaran sus muertes.
Pero hace dos años, mi tía y tío, nuestro sacerdote de Familia, y la esposa de Rafeo
habían muerto en un brote de una plaga. Sólo por la gracia de Safraella no nos
habíamos contagiado todos.
El jefe de la familia de Val murió en la plaga también, junto con otra Da Via, y
después Estella Da Via había asumido el control y le dijo a los Da Via que dejaran de
marcar muertes. Pensaba que era una forma anticuada de culto y que el asesinato
era suficiente.
Mi madre pensaba que Estella era sólo avara y que quería mantener el oro en
su Familia. Por suerte, a pesar que los Da Via tenían la mayor cantidad de dinero y 13
de miembros, nadie quería verlos como la primera Familia. Los Saldana trataban de
mantener la totalidad de las nueve Familias en cuenta a la hora de tomar decisiones.
Los Da Via sólo se preocupaban por sí mismos.
—No te estoy pidiendo que marques tu matanza. Te estoy pidiendo que
marques la mía. —Hice una pausa para recuperar el aliento—. Por mí. Sin duda la
cabeza de tu Familia no te negará eso.
—Mi tía hace sus propias reglas para la Familia.
—Preguntaste si podías ayudar. No importa. Yo lo haré. —Me empujé contra la
pared, tratando de ponerme de pie. Mis piernas temblaron, y sólo mi agarre en la
piedra me mantenía en posición vertical.
—Lea, no lo hagas. —Val me agarró del brazo. Agarré sus hombros y deslizó los
dedos por mis bíceps mientras me sentaba de nuevo al suelo—. Lo haré. Sólo no te
hagas daño.
Asentí, y él se acercó al cuerpo en la calle. Val se arrodilló sobre él, y luego abrió
la boca del hombre y le metió la moneda en su lengua. La moneda actuaría como un
bálsamo y evitaría que el hombre se convirtiera en un fantasma enfadado, ya que
señalaba que la persona merecía un rápido renacimiento. En lugar de deambular por
las llanuras muertas, Safraella, diosa de la muerte, el asesinato y la resurrección,
patrona de Lovero, vería el ofrecimiento y le concedería un retorno más rápido a una
nueva vida. Una mejor vida.
Val regresó al callejón. Él me levantó y permanecí inmóvil, asegurándome de
haber recuperado totalmente mi equilibrio.
—Deberías marcar tus propias muertes. —Probé mi peso en un pie—. Está cerca
de la blasfemia que no lo hagas, y mi padre planea derribar una orden que las nueve
Familias deben marcar sus muertes. —Los Saldana, como la primera Familia,
mantenía el mayor poder en las nueve Familias. La categoría era decidida por la
riqueza, los números, el territorio, y otros factores que contribuían a su estado. Una
vez los Saldana habían sido más numerosos y ricos, pero desde la plaga, a padre le
preocupaba que las otras Familias forzaran el voto por una nueva primera Familia.
Si un número suficiente de las Familias votaban contra nosotros, podríamos perder
nuestra posición.
—Hago lo que Estella nos dice que hagamos —dijo Val—. Tú tienes opción en
cómo te relacionas con tu padre como cabeza de tu Familia, porque incluso si no te
amara, no puede permitirse el lujo de perderte. Estoy bastante seguro que Estella
odia a todos excepto la cara que ve en el espejo.
—Aun así, no está bien, Val.
—Un montón de cosas no están bien desde la plaga, Lea. Un montón de cosas.
—Él apartó la mirada.
Ambos padres de Val habían sucumbido a la peste. Eso fue lo que nos había
unido, compartiendo el dolor por nuestros muertos. Después de eso, él me había
cortejado, en secreto por supuesto, porque nadie podía saber de nosotros; que rivales
estuvieran involucrados románticamente. Y yo lo dejé.
A menudo me preguntaba qué echaba más de menos Val, a su madre y a su 14
padre, a pesar que seguramente habían sido felices con nuevas vidas, o a la forma en
que eran las cosas para los Da Via antes que Estella se hiciera cargo.
—No puedo separarme de la Familia en esto, Lea. —Val bajó la voz—. No puedo
romper con la Familia en nada.
No respondí. Éramos sesgadores. Todos servíamos a Safraella fielmente. Pero
esta no era la primera vez que se me recordaba que Val y yo vivíamos en mundos
diferentes.
Sí, mi madre había tratado de matarme de nuevo esta noche. Pero lo había
hecho para hacerme una mejor sesgadora. A su retorcida manera, me estaba
protegiendo al hacerme más fuerte. Si la familia de Val alguna vez tratara de matarlo,
se asegurarían que él no tuviera un antídoto.
Tres

—¿H
as terminado por esta noche? —preguntó Val—.
¿Tienes hambre?
Nos adentramos más en el callejón, dejando el
cuerpo en la calle para que los limpiadores lo
eliminaran. Cuando vieran la moneda en su boca, podrían registrar qué familia había
sido responsable y notificar a los familiares si se identificaba el cuerpo.
—¿Después de un trabajo? Siempre. Y voy a necesitar algo de comida para
ayudar a combatir los restos del veneno.
—Ve a cambiarte y te espero fuera de Fabricio’s.
Suspiré.
—¿De nuevo?
—Podríamos ir a Luca en su lugar.
—¿Por qué no podemos ir a alguna parte que tu familia no posea? Es muy
arriesgado.
15
Nadie sabía de nosotros. Nadie podía saber de nosotros. Ni su familia. Ni la
mía. Y tampoco cualquiera de las otras familias, aunque la ciudad de Ravenna
pertenecía a los Da Via y los Saldana y ninguno de los otros se atrevería a entrar sin
permiso.
Se encogió de hombros.
—Cualquier restaurante sería un riesgo, Lea. Al menos en Fabricio’s o en Luca
comemos gratis y sabemos que el personal mantendrá la boca cerrada.
Puse los ojos en blanco, pero tenía razón. El personal guardaría silencio.
Me puse mi capa.
—¿Quince minutos?
Estiró los brazos.
—Diez.
Me reí. Tan malditamente competitivo. Por supuesto, no podía detener a mis
músculos de reaccionar ante el desafío, incluso si aún estaban doloridos.
Se dio la vuelta, pero tomé su mano en el último segundo.
—Val. Gracias por estar aquí cuando te necesité.
Sus ojos se suavizaron tras su máscara. Asintió y apretó mis dedos antes de
soltarme.
—Espera, una última cosa.
Gimió y me miró de nuevo.
Le di una daga, un cuchillo pequeño que encajaba entre los nudillos.
—Creo que esto es tuyo.
Se quedó mirando la daga, y luego sus ojos se dirigieron a los míos.
—¿Cuándo diablos tomaste eso?
Me encogí de hombros.
—Cuando me estabas ayudando en el suelo.
—¿Después que casi murieras envenenada?
—Sí.
Parpadeó unas cuantas veces más, una señal segura que estaba organizando sus
pensamientos. Val y yo teníamos una competición en curso de tomar objetos el uno
del otro, inadvertidamente. Él era mucho mejor que yo, por lo que cuando llegaban
las oportunidades de atraparlo con la guardia baja, las tomaba, incluso si era un poco
injusto usar mi envenenamiento a mi favor.
Val negó y se rió.
—Está bien. Me ganas por uno.
Tomé su mano y lo atraje hacia mí, su cuerpo fuerte y sólido. Toqué la máscara
donde estaban sus labios.
—Nunca me subestimes. 16
Me agarró por los hombros y me atrajo hacia sí con más fuerza. Estábamos tan
cerca que casi podía sentir su corazón latiendo a través de su traje de cuero mientras
crujía, casi podía oler su piel. Su calor se vertió en mí, y me sujeté de sus brazos para
mantenerme estable.
—Nunca lo hago. —Me soltó y se alejó corriendo.
La carrera estaba en marcha.
Subí a la azotea del burdel. Si Val llegaba antes a Fabricio’s, me trataría con
prepotencia durante toda la cena.
Corrí sobre los tejados de la ciudad de Ravenna, ganando velocidad,
deslizándome por las tejas. Si alguien veía mi movimiento, lo atribuirían a su
imaginación, o tal vez al vino en sus pieles. O, si eran inteligentes, lo atribuirían a un
miembro de una de las nueve Familias y se alejarían. Se decía que poner los ojos en
un sesgador mientras estaba en su maldito asunto invitaba a la muerte. No habíamos
querido rebatir la historia. El miedo hacía nuestro trabajo más fácil.
Llegué a un edificio de una sola planta, oscurecido detrás de la puerta cerrada
con llave. Un marchante de arte, y la tienda de hecho vendía retratos, hermosas
pinturas al óleo con pinceladas finas.
Un pestillo oculto en el techo de la tienda abrió una puerta secreta. Caí dentro.
Había muchas tiendas de este tipo dentro de los límites de la ciudad de
Ravenna, todos los puntos de almacenamiento ocultos para la Familia Saldana.
Había casas de seguridad para los Da Via también, aunque nunca había visto una.
Eran un secreto muy bien guardado.
La mayoría eran simples lugares donde uno podía cambiarse el traje de cuero a
algo más apropiado, por ejemplo, para el encuentro con el pretendiente secreto para
cenar. Algunos contenían entradas ocultas a la casa de una Familia, el lugar donde
vivíamos, donde cenábamos y dormíamos juntos y recibíamos tutoría cuando niños.
Nuestra casa literalmente. Si una Familia encontrara la casa de otra Familia, habría
problemas.
Generaciones atrás había doce Familias. Dos de las tres Familias perdidas
habían sido destruidas cuando otra Familia descubrió su hogar. El rey actual, como
discípulo de Safraella, no tenía autoridad en las Familias y sus relaciones con los
demás. Cuando se había convertido en rey, había hecho un juramento de permanecer
imparcial en los asuntos de las nueve Familias. Si una Familia quería guerra con otra,
el rey no podía intervenir a menos que su contienda amenazara a la gente fuera de
las nueve Familias, los comunes.
Todas las Familias eran adversarias, por supuesto, pero algunas más que otras.
Y a veces parecía que los Da Via y los Saldana estaban peleando con más dureza,
aunque quizás era porque compartíamos un territorio.
Arrojé mi traje de cuero sucio en un armario reservado para mis cosas. Mis
hermanos Rafeo y Matteo también tenían armarios en esta tienda, junto con nuestro
primo Jesep. Éramos los únicos sesgadores activos de los Saldana, aunque mi madre 17
y padre tomarían el trabajo de ser necesario.
Desde la plaga, madre a menudo me recordaba mi deber como mujer Saldana,
aumentar nuestras filas con tantos niños como fuera posible.
Me puse un vestido de terciopelo rojo con un corpiño sujetado a lo largo de las
costillas en lugar de en la espalda para facilitar vestirme sola, que a menudo tenía
que llevar a cabo. Mi cabello rubio oscuro quedó cómodamente en una redecilla de
seda, apartado de mi rostro, y un par de botines de piel de cordero planos terminaba
mi atuendo. Nada demasiado lujoso, ya que sólo se trataba de una cena con Val. Y
porque los Saldana no podían permitirse nada mejor en este momento.
Deslicé una daga en mi bota y aseguré un cuchillo en mi muslo. Un sesgador
nunca iba desarmado, incluso para la cena. Colgué la máscara y las armas con
cuidado en mi armario, luego di unas palmaditas en mi pecho, sintiendo el peso
reconfortante de la llave alrededor de mi cuello para entrar en nuestra casa. Nunca
me la quitaba.
Levanté mis faldas y corrí a través de callejones y calles secundarias, tomando
el camino más corto a Fabricio’s. Las tiendas se alineaban en las calles; un puesto de
flores cerrado, una panadería y un puesto alquimista, su máscara para la plaga con
forma de pico colgada en el exterior para mostrar que había cerrado. Ravenna era
una ciudad nocturna, más que cualquier otra de Lovero, pero sólo los
establecimientos de entretenimiento y refrigerios permanecían abiertos. Los otros
negocios esperaban a que el sol saliera para ahorrar el costo del aceite.
Una salada brisa del mar llevaba consigo el dulce aroma de las lámparas de
aceite usadas para iluminar las calles. Inhalé y sonreí. Ravenna era la más hermosa
de las ciudades de Lovero, y su vida impregnaba mi piel y músculos. Me deleité
recorriendo sus calles. No me gustaría estar en ningún otro lugar del mundo.
Fabricio’s apareció ante mí, las lámparas parpadeando. Mi respiración se relajó
en mi garganta, y paseé casualmente hacia la puerta principal. El restaurante
presionaba contra los muros derruidos de la ciudad. Los muros que una vez se habían
utilizado para mantener fuera a los fantasmas, pero con Safraella, la diosa patrona
de Lovero, los fantasmas no podían entrar en las fronteras Loveran, incluso aunque
los muros estuvieran agrietados y derrumbados. Los fantasmas no podían cruzar a
tierra santa, y ahora todo el país se consideraba santo. Antes de eso, los fantasmas
aparecerían en la noche, robando cuerpos y obligando a la gente a esconderse en sus
casas. Ahora los fantasmas sólo aparecían en las muertas llanuras.
Un pequeño grupo de personas esperaba en la entrada. Una mujer con rostro
macilento del brazo de un hombre vestido con sedas de colores demasiado llamativos
para la temporada, echó un vistazo a mi vestido y resopló.
Val se dejó caer desde el tejado de Fabricio’s y aterrizó a mi lado. La mujer
chilló.
Llevaba terciopelo negro con brocado de oro visible a través de las aberturas en
sus mangas. Un chaleco de cuero gris elegantemente cosido a juego con sus botas
hasta la rodilla. Los diamantes brillaban en sus orejas y un anillo de rubí destelló en
su meñique izquierdo. Val no alardeaba intencionalmente de la fortuna Da Via, pero
era difícil de ignorar. 18
Escaneó a la multitud, incluyéndome.
Parpadeé lentamente y asentí Un alarde silencioso que decía: llegué antes que
tú aquí.
Asintió con cortesía. Como se esperaba.
Y aunque sus ojos brillaban como sus diamantes y una sonrisa torció la esquina
de su boca, nadie adivinaría que estábamos juntos. Que era como tenía que ser.
Nadie podía saber de nosotros.
Contuve la respiración cuando Val pasó junto a la multitud hacia el portero. El
secretismo envió un estremecimiento directamente a la punta de mis dedos.
—Ah, Amo Da Via. —El portero se inclinó profundamente—. Cuán maravilloso
de su parte pensar en nosotros esta noche.
—Mi mesa de siempre, por favor —dijo.
El portero se inclinó una vez más.
—Vamos, vamos, lo sentaré inmediatamente.
Val y el portero desaparecieron en el interior. Cuando regresó el portero, di un
paso a su lado, ganándome un ceño fruncido de la mujer de rostro macilento.
—Señora Saldana, nos honra con su presencia.
Miré por encima del hombro, y el ceño fruncido de la mujer se convirtió en
sorpresa cuando reconoció mi nombre. Cuando nuestros ojos se encontraron, bajó
la mirada. Sonreí. ¿Dónde estaba su altiva actitud ahora?
El restaurante estaba lleno, mesas llenas de parejas disfrutando de una cena
romántica, o más clientes alegres cuyas libaciones les hacían reír en voz alta.
Escaneé la habitación por cualquier persona que me pudiera reconocer. Val y
yo habíamos entrado por separado, pero no hacía daño evaluar el entorno.
El portero me llevó a una habitación pequeña y con las cortinas corridas. En el
interior había una mesa para dos. La cortina se cerró detrás de mí. Esperé tres
respiraciones antes de golpear la pared a mano izquierda.
La pared se deslizó a un lado y entré en una habitación idéntica para que nadie
en el restaurante nos viera sentados juntos. Esta habitación alojaba a Val,
esperándome, la cortina cerrada contra miradas indiscretas. Cerré la pared.
Me tomó la mano y la besó, sus labios suaves y cálidos contra mi piel. Me aparté,
pero podía sentir el rubor extendiéndose por mis mejillas.
—No seas ridículo —dije.
Sacó mi silla y me senté. Ajustó mi redecilla y sus nudillos rozaron mi nuca,
deteniéndose antes de apartarse. Me estremecí.
Bebimos el vino de la casa y comimos pan crujiente y queso de nuez mientras
esperábamos nuestro plato principal de pato en salsa de higos.
—¿De verdad habló tu padre con el rey acerca de marcar asesinatos? —
preguntó—. Porque mi tía no va a estar feliz con eso.
19
—¿De verdad Estella cree que no ofreciendo la moneda no ofende a Safraella?
—Sí, la Familia venía antes que la familia para los sesgadores, pero la lealtad no
debería llegar a ciegas.
—No sé lo que piensa Estella. Y no voy a preguntarle.
Un camarero apareció y sirvió el pato. La piel grasa del ave chisporroteaba,
todavía caliente por el fuego. El aroma de romero fresco y aceite de oliva flotaba, y
mi estómago rugió.
Estaba cansada, y no sólo por el veneno.
—¿Por qué siquiera estamos hablando de esto? No tengo ninguna influencia en
mi padre. Y ambos sabemos que tu tía está loca.
Extendió la mano a través de la mesa y apretó la mía. El calor invadió mi
cuerpo, y le devolví el apretón.
—Eso es —dijo—. Una vieja bruja que odia a los hombres. Pero supongo que
podemos agradecerle a tu tío por eso.
Aparté mi mano y bebí mi vino.
—No hablamos de Marcello Saldana.
—Lo que es divertido, porque mi tía rara vez se calla sobre su odiado ex-marido.
Pero no dejes que nadie más oiga que hablas así de Estella. Es la líder de nuestra
Familia por una razón, y los otros no soportarían el insulto, incluso por parte de un
Saldana.
—Quieres decir especialmente por parte de un Saldana.
Sonrió.
Comimos el ave, la conversación apagándose. Cuando estuve llena, puse la
servilleta en la mesa y vi a Val acabarse el vino de su copa. Sonrió. Solía pensar que
Val era vanidoso, consentido y auto-indulgente. Ahora... ahora me sentía de la
misma manera, pero había algo que decir acerca de capturar la mirada de un hombre
vanidoso. Y una vez que me había acercado, se hizo evidente que gran parte de la
vanidad era un escudo que utilizaba para mantener a la gente alejada. Los Da Via
eran despiadados, incluso con su propia Familia, y él tenía pocas personas en las que
podía confiar plenamente.
Desde fuera de nuestra habitación la voz de un camarero llegó a través de la
cortina mientras hablaba con otro.
—A la señora Da Via le gustaría su pato un poco más hecho.
Nos miramos el uno al otro, y Val se frotó los ojos.
—Maldición.
Me asomé por la cortina de la habitación principal. A la derecha, en una mesa
para ella sola, se sentó una mujer embarazada. Cerré la cortina.
—Es tu hermana.
Val gimió y se puso de pie. Miró por la cortina. 20
—¿Qué está haciendo aquí? Va a tener ese bebé en cualquier momento.
—Bueno, las mujeres embarazadas tienen que comer —sugerí. No es que le
tuviera algún cariño a Claudia Da Via. De todo lo que me había dicho Val, ella podía
ser sin sentido del humor y cruel. Lo que hizo más sorprendente, había dicho él,
cuando se quedó embarazada estando soltera. El embarazo estaba bien, cualquier
Familia daría la bienvenida a una adición al redil. Pero ella se había negado a decirle
a nadie quién era el padre, incluso cuando Estella se lo había ordenado, excepto para
decir que era otro sesgador. Se había convertido en un pequeño escándalo, todo el
mundo preguntándose quién podría ser el padre. Val pensó que era probable que
fuera alguien de las familias más bajas, un Gallo tal vez, y que ella se sentía
demasiado avergonzada para admitirlo.
—¿Esperamos a que se vaya o nos escabullimos? —pregunté.
—Si esperamos, vamos a estar aquí para siempre. —Val enderezó su chaleco—.
No, voy a distraerla mientras te vas silenciosamente.
Volví sigilosamente a mi habitación original. Una vez allí, miré a través de un
hueco en la cortina para el mejor momento de irme sin ser notada.
Val caminó a zancadas hacia su hermana y se detuvo en la mesa. Ella alzó la
vista y frunció el ceño.
Claudia no podía descubrir que había venido aquí con Val.
Las familias no podían trabajar juntas, porque eso les daría a las Familias
aliadas mucho más poder sobre las otras. Pero los sesgadores casi siempre se casaban
con otros sesgadores. El matrimonio normalmente traía una o dos generaciones de
paz entre sus Familias, una tregua temporal en cualquier contienda.
Val se inclinó más cerca de Claudia, ambas palmas de las manos contra la mesa.
Hablaban, pero estaban demasiado lejos de mí para escuchar lo que decían.
Los matrimonios entre sesgadores eran siempre dispuestos con cuidado. Se
necesitarían meses para decidir qué sesgador se uniría a qué Familia y quién pagaría
una dote. A veces, una Familia perdería dinero y un miembro, pero éstas por lo
general eran las familias de bajo rango, y con ceder tan a menudo ganaban estatus,
y tal vez un aumento de rango. Todo se decidía entre los líderes de la Familia.
Por supuesto, a veces los sesgadores no se casaban con sesgadores. La esposa
de Rafeo no había sido una sesgadora, pero había sido una limpiadora, así que había
sabido en qué se estaba metiendo. Los limpiadores tenían su propio gremio. Se
ocupaban de los resultados de nuestras labores, eliminando y limpiando cuerpos y
notificando a las familias la muerte de sus seres queridos.
Nuestra madre no había estado contenta, ya que la novia elegida por Rafeo no
trajo ningún dinero o estatus, pero madre había cedido cuando el matrimonio
produjo un hijo casi de inmediato.
A través de la brecha en las cortinas, vi cómo Val y Claudia discutían. Ella puso
una mano sobre su codo y él la apartó.
—¡Porque madre y padre no están aquí! —espetó Val bruscamente, alzando la
voz por encima del sonido de los otros comensales. Claudia lo acercó, susurrando 21
con dureza.
Era hora de hacer mi salida.
Di un paso fuera de la cortina y caminé con calma y confianza hacia la puerta
principal. Las únicas personas que me dieron una segunda mirada fueron los
comunes, que me reconocieron como una Saldana.
Fuera, me metí en un callejón al otro lado de la calle. Esperé sólo unos
momentos antes que Val me encontrara. La ira fluía en él, visible por la tensión en
sus hombros y su cuello.
—¿Qué fue eso? —inquirí.
—Nada. —Hizo un gesto con la mano, desdeñando la pelea con Claudia—. Sólo
fueron estupideces familiares. No quiero hablar de ello.
Tomé su mano y acaricié sus nudillos. No tenía que contarme, pero quería que
supiera que estaba allí para él, en cualquier caso.
—Lo siento. No era mi intención curiosear.
Suspiró y se frotó el rostro con la palma de su mano.
—Realmente no era nada, Lea.
—Bueno. Pero incluso si era algo, sabes que me puedes decir, ¿verdad? Voy a
guardar tus secretos.
Resopló.
—Eres mi único secreto.
Detrás de Val, un hombre cruzó la calle. Llevaba una túnica marrón y un
extraño sombrero cilíndrico. Llevaba un bastón de madera con algún tipo de gema
verde en la parte superior.
—¿Qué es eso? —Me quedé mirando al hombre mientras se deslizaba por una
puerta trasera del restaurante.
Val miró por encima del hombro.
—¿Qué?
—Un extraño hombre acaba de entrar al restaurante.
Se encogió de hombros.
—No lo sé. ¿Y si tal vez deberíamos tomar todo este drama en otro lugar?
Todos los pensamientos del extraño hombre desaparecieron mientras mi piel
se sonrojaba.
Val me ofreció su mano y puse mi palma en ella, los duros callos de sus dedos
presionando contra los míos. Su mano era cálida y su pulso latía rápidamente en su
pulgar. Sus labios se separaron.
Mi propio pulso se aceleró, y nos fuimos del callejón. Necesitábamos encontrar
un lugar más privado. Quería estar a solas con él desesperadamente.
Nos alejamos un par de calles y nos escabullimos de la vista en un jardín vacío. 22
En las sombras, me empujó contra una pared de ladrillo, los labios apretados
contra mi cuello, con una mano liberó mi cabello mientras la otra se deslizaba por
mi corpiño hacia mi cadera. Contuve la respiración hasta marearme y tuve que soltar
el aliento antes de volver a besarlo.
Esto era lo que amaba de él. Cuán rápido podía hacer latir mi corazón, dejarme
sin respiración. Estar con Val era como el mejor tipo de trabajo, una persecución
emocionante seguida de una captura satisfactoria.
Deslicé mis manos debajo de su camisa, pasando los dedos por la suave piel de
su estómago. Se encogió.
—Tus manos están frías —murmuró contra mi garganta.
—Te necesito para calentarlas.
Alcanzó mis dedos. Hice un gesto simbólico intentando evitarlo, pero cuando
estrechó mi mano con la suya, permití que me atrajera contra su pecho. Sus músculos
bien trabajados hacían su cuerpo esbelto y fuerte.
Presionó sus labios contra los míos. Le devolví el beso, mis manos sujetaron
sus brazos. Me hacía sentir deseada, hermosa. El calor se precipitó a través de la piel
de mi garganta y hacia mis mejillas hasta que ardieron. Los labios de Val quemaron
mi sangre como el más exquisito veneno del mundo. Pero sólo uno sabía dulce.
Cuatro

V
al apartó sus labios de los míos.
—Quédate conmigo esta noche.
Besé su mandíbula. Todavía olía a su traje de cuero.
—Tengo toque de queda. Mis padres sospecharían algo.
Pasó los dedos por la parte de atrás de mi cabello.
—Rómpelo. Por mí.
Resoplé.
—¿Cómo tú rompes las reglas por mí? Marcando tus asesinatos, ¿por ejemplo?
Se apartó. El humor había desaparecido de sus ojos.
—Eso es diferente. Esas son reglas de Familia, no de familia.
—A veces la Familia y la familia son lo mismo.
Frunció el ceño.
—No seas ingenua. Sabes muy bien que la Familia está antes que la familia. 23
Solté su mano. No era una niña, y no sería regañada.
—No para mí. No cuando me pides desobedecer las normas de mi padre.
Val apretó la mandíbula tercamente.
Pero yo también podía ser terca.
—Él tiene razón acerca de marcar asesinatos. Los limpiadores encontrarán mi
moneda y extenderán la palabra que los Saldana mataron a un hombre esta noche.
Esa moneda le dará a mi muerte un más rápido resurgimiento, nos comprará el
respeto y el miedo del pueblo.
Nos miramos mutuamente. Marcar un asesinato no valía tanta ira. Ninguno de
nosotros podía resolver la política entre nuestras familias.
Val trató de calmar las cosas con una sonrisa.
—Dejemos que los cabezas de Familia se preocupen por esto. Las cosas se
terminarán muy pronto.
Me tendió una mano, y la tomé de forma automática. Me acercó contra él.
—Ahora, ¿dónde estábamos?
Sonreí, pero dejé caer mi mirada. Era tan fácil para él calmar las cosas.
Simplemente olvidar la discusión.
—Creo —Quité una mota de polvo de su pecho—, que estaba camino a casa.
Frunció el ceño.
—No es tan tarde. Podemos pasar tiempo juntos. Dar un paseo por el muelle tal
vez. Podríamos ver el amanecer. —Mostró sus hoyuelos porque sabía que me
encantaban.
—Mi madre tendría mi cabeza. Y mi padre probablemente la apoyaría.
Tomó mi mano de nuevo, tirando de ella, pero me resistí. No sería intimidada
o persuadida en esto.
—Por favor, no vayas a casa. Vamos, te estoy rogando.
Tenía que ser una broma.
—Sí, eso está claro. —Moví mi mano libre—. No es muy atractivo. Me voy a casa,
Val. Te veré mañana. Tal vez.
—Lea, estoy tratando de hacer lo correcto.
Lo que fuera que eso significaba. Presionarme no le conseguiría los resultados
que quería.
—Estoy agotada.
Val apretó los labios, pero estaba demasiado cansada para preocuparme por
sus sentimientos heridos. No siempre era sobre él… Dónde deberíamos comer, qué
deberíamos hacer, cuándo terminar la noche.
—Entonces necesitarás esto. —Levantó una llave de hierro. Llevé mis manos a
mi pecho, pero mi llave no estaba.
Pisoteé y le arrebaté la llave de los dedos, la cadena brillaba a la luz de la luna.
24
—Sabes muy bien que robar las llaves está fuera de los límites —siseé. ¿Cuándo
siquiera la había tomado? El restaurante, cuando había rozado mi cuello con sus
dedos. Lo fulminé con la mirada incluso más.
Se encogió de hombros.
—Vi una oportunidad y actué.
—Bueno, ahora estoy viendo una oportunidad y me voy.
—Bien. —Alzó las manos, los ojos fríos—. Haz lo que quieras. Duerme bien. —
Se alejó enojado.
El impulso de llamarlo subió por mi cuello, pero mi llave se sentía pesada en
mis manos. Conocía las reglas que habíamos establecido. Las llaves estaban fuera de
los límites, ya que estaban conectadas a nuestros hogares Familiares. No es que Val
o cualquiera de los sesgadores supieran donde vivíamos, pero aun así.
La seguridad de mi Familia no era una cuestión de broma.
Desanduve mi anterior camino hacia la entrada oculta de la tienda de arte.
Cuando me quité mi vestido, algo cayó al suelo, un destello blanco en la oscuridad.
Lo recogí. Una amapola blanca, presionada entre las páginas de un libro hasta llegar
a ser tan delicada como papel de encaje.
La amapola blanca era el símbolo de la Familia Da Via. Val debía haberla
deslizado en algún momento durante la cena, un gesto de afecto para que lo
encontrara más tarde.
La retorcí entre mis dedos y suspiré. Él me presionaba muchas maneras
diferentes. Pero había sido una noche agotadora y no quería pelear con Val. Quería
descansar.
Metí la amapola en mi alforja de repuesto. Podría esperar allí como una
sorpresa para otro día.
Terminé de cambiarme y fui a una secreta escotilla Saldana escondida detrás
de un arbusto en la esquina de una iglesia dedicada a Safraella. Fue a propósito, diría
mi hermano Rafeo. Entonces me reiría de él y le diría que parecía mucho más viejo
de sus veinticuatro años.
Caí dentro y la cerré por encima de mí. El negro túnel olía a humedad, pero
podía encontrar mi camino, incluso a ciegas.
Un ligero roce de aire contra mi capa me dijo que había llegado al primer
descanso en el camino. Había muchas de esas divisiones, establecidas para confundir
y desorientar a cualquier intruso que lograra descubrir el túnel. El camino
equivocado llevaba a callejones sin salida, a túneles que caían en hoyos o laberintos
que confundían incluso al más listo.
Los túneles de piedra se prolongaban lo que parecían kilómetros, pero en
verdad el túnel correcto tenía poco más de dos kilómetros de largo, lo que me llevó a
otra escotilla y al hogar Saldana. Subí una corta escalera y saqué mi llave. La escotilla
se abrió. Subí a la habitación del túnel, donde todas las entradas subterráneas a 25
nuestra casa finalmente terminaban.
Colgué mi capa en un gancho al lado de las de mis hermanos y puse mi máscara
en la parte superior de mi cabeza. Las máscaras eran identificativas y personales,
tanto de nosotros mismos como de nuestra familia. El rostro de Safraella estaba
formado por los huesos de su madre, la diosa que le había dado vida en el cielo. Todos
los discípulos de Safraella llevaban máscaras de hueso al hacer su trabajo. Incluso el
rey llevaba una máscara de hueso durante los ensayos o funerales.
Las máscaras lisas cubrían nuestros rostros por completo, una fachada en
blanco excepto por las aberturas utilizadas para los ojos. El lado derecho era siempre
del color del hueso. El lado izquierdo estaba decorado en consecuencia. Cada una de
las nueve familias tenía un color. Las de los Saldana eran negras. Cualquiera de los
comunes que mirara nuestras máscaras podría identificar a qué familia
pertenecíamos por el color.
El estampado, sin embargo, era puramente personal, se utilizaba para
identificar al individuo detrás de la máscara. Incluso si no pudiera reconocer a Val
por la forma en la que se quedó de pie; arrogante y seguro de sí mismo, con los brazos
flojos y listos, lo haría por el patrón a cuadros rojo en el lado izquierdo de su máscara.
Justo como él me reconocería por mis flores de azalea de color negro.
Fuera de la sala del túnel, los tacones de mis botas se hundieron en la alfombra
de felpa de un pasillo bien iluminado. Nuestra casa era una casa dentro de una casa.
Desde el exterior, se veía como un edificio vacío. Solo que detrás de esos muros
estaba el verdadero hogar Saldana. Ninguna de nuestras habitaciones tenía ventanas
o puertas hacia el exterior, aunque tenían claraboyas ocultas. El único camino dentro
o fuera era a través de los túneles.
Un sirviente que esperaba en el vestíbulo me dio un vaso de vino caliente. Tomé
un sorbo, su calor se extendió por mi pecho y extremidades. La pelea con Val me
había afectado tanto como el envenenamiento, tirando de mis músculos hasta que
me dolieron. Mi cama, con sus cubiertas blandas, sería un bálsamo. Tenía la
intención de dormir hasta bien pasada la mañana.
De vuelta a una esquina un niño corrió hacia mí, en camisón largo y rizado
cabello ondeando.
—¡Tía Lea! —Chocó contra mis piernas.
—Emile. —Puse mi copa de vino en una mesa de la sala. Lo quité de mis piernas
y lo levanté, sintiendo su agradable peso en mis brazos—. ¿Qué haces levantado tan
tarde?
Se rió, retorciéndose en mis brazos. Desde la misma esquina, su niñera, Silva,
apareció con mi hermano Rafeo.
—Ahí estás, niño travieso. —Silva tomó a Emile de mí y se apresuró por el
pasillo.
Rafeo puso un brazo alrededor de mi hombro y me acercó para besarme en la
mejilla. Me apreté en su agradable calor.
—Gracias, Donna —dijo—. Hemos estado tratando de atraparlo durante cinco
minutos. 26
Puse los ojos en blanco. Donna era el apodo que me tenía Rafeo. No era
suficiente que me hubieran puesto Oleander por un veneno. No, tenía que tener un
apodo venenoso también.
Cuando era más joven, Rafeo había sido mi mentor. Mi primer asesinato había
sido usando veneno, una mezcla de belladona. Había estado tan emocionada. Quería
demostrarle lo bien que había estudiado. Pero el veneno no lo tomó, al menos no
hasta el final. El hombre estaba muriendo, pero poco a poco y con dolor.
La excitación se había vuelto temor. Hubiera querido que Rafeo lo arreglara por
mí, pero había presionado una daga en mi mano. Lo que haces por él ahora es tener
misericordia, había dicho. Es el regalo más hermoso que puedes otorgarle a
alguien, un rápido fin a su dolor. Estará con Safraella y ella le dará una vida mejor.
Había sido difícil, usar la daga, pero Rafeo había tenido razón. Servir a Safraella
era un trabajo difícil. Pero también había belleza y misericordia en las sombras.
Apoyé la cabeza en su hombro.
—Un poco tarde la hora de dormir para un niño de cuatro años, ¿no es así?
—Dile eso a él.
Se abrió una puerta y mi madre salió, buscando en la sala con el ceño fruncido,
su cabello rubio trenzado bajaba por su espalda. Cómo alguien tan regia como Bianca
Saldana podía ignorar todas las modas exquisitas de Lovero, nunca lo entendería.
Incluso las más comunes de las chicas de casa se envolvían o se agarraban el cabello,
y sin embargo ella todavía prefería la facilidad de las trenzas y los lazos.
Rafeo suspiró, y nos alejamos. Separados, uno de nosotros tendría más
probabilidades de escapar. El otro tendría que servir como sacrificio y tomar el
regaño estoicamente.
—¿Qué está pasando aquí? —El duro susurro de madre llenó el espacio. Todavía
estaba vestida con traje de noche, que hacía frufrú contra el suelo alfombrado—. Es
demasiado tarde para juegos en los pasillos.
—Es mi culpa, madre. —Rafeo levantó las manos delante de él, aceptando
heroicamente la ira de madre—. Emile se alejó de Silva, y Lea nos ayudó a llevarlo a
la cama, eso es todo.
Ella resopló y me miró antes de girarse por completo a Rafeo.
—Debes poner a ese niño bajo control. Es demasiado grande para este tipo de
juegos. Debe comportarse de una manera digna de un Saldana.
—Tiene cuatro años.
—Exactamente. Los niños nunca son demasiado jóvenes para empezar a
aprender acerca de las responsabilidades familiares.
Una imagen de Emile vestido con un traje de cuero diminuto y llevando una
pequeña máscara de hueso, decorada con cachorros, me vino a la mente. Me mordí
la lengua para evitar que una risa se me escapara.
Madre volvió su mirada hacia mí. Maldita sea. Había perdido mi oportunidad
de irme.
27
—¿Y qué haces en casa tan tarde? Jesep y Rafeo volvieron hace horas.
Rafeo se colocó detrás de madre, cruzando los ojos conmigo, y luego me dejó a
solas con ella. Idiota. Se lo haría pagar.
—Fui a comer algo después del trabajo, eso es todo —dije. A veces la mejor
manera de lidiar con madre cuando estaba en uno de sus estados de ánimo era
ponerse a la ofensiva—. Lo necesitaba para contrarrestar el veneno que
cariñosamente me suministrarte.
Ignoró mi comentario.
—¿Comida? ¿Dónde?
—Fabricio’s.
Sus labios se apretaron, incrementando las líneas en su piel.
—No quiero que andes con los Da Via. Nuestra familia no les ayudará a atrapar
estatus.
Siempre se reducía a lo que era mejor para la Familia.
—Ahora. Los Caffarelli hicieron un reclamo de ti para su hijo Brando.
Mi respiración me dejó en una ráfaga de aire. Un reclamo había llegado para
mí. Para casarme. Con Brando Caffarelli.
Madre había nacido Caffarelli y sólo se había convertido en una Saldana
después que se había casado con mi padre y su unión había producido un niño,
Rafeo.
Brando, Brand como todos lo llamaban, era alto y guapo y bien establecido
como sesgador. Tenía el cabello rubio, como mi madre, como todos los Caffarelli, y
sabía que mi madre había imaginado los bebés de cabello muy claro que tendríamos.
Brand, sin embargo, era el hijo del hermano mayor de madre.
—¡Es mi primo hermano!
—Oh, tranquilízate. Su madre no es de las Familias. Él tiene suficiente sangre
extraña para que esa no sea una preocupación.
—¿Qué hay de Valentino Da Via? Está más cerca de mi edad. —Tan pronto como
las palabras salieron de mi boca, supe que fueron un error.
Madre apretó los labios y sus ojos se ampliaron.
—Nunca. Los Saldana nunca harán otra unión con los Da Via.
Mi tío Marcello había estado casado con Estella Da Via antes que yo naciera.
Entonces algo salió mal y nadie hablaba de ello, pero los Saldana y los Da Via habían
estado uno sobre el otro desde entonces.
Madre recuperó la compostura.
—Los Caffarelli están dispuestos a dejar que se convierta en un Saldana y nos
ofrecen una pequeña dote.
Hice una pausa. Un sesgador por lo general se unía a otra familia oficialmente 28
cuando un matrimonio producía un niño. Entonces, las negociaciones decidían qué
sesgadores intercambiaban Familias y quién pagaba una dote. Pero los Caffarelli
estaban dispuestos a darnos a Brand y dinero si estábamos de acuerdo con esa unión.
¿Cómo era que valía tanto?
Rango, por supuesto. Los Saldana eran la primera Familia, los Caffarelli la
quinta. Si estábamos de acuerdo con el matrimonio, su rango se elevaría
drásticamente, quizá lo suficiente para superar a los Bartolomeo y a los Accurso.
Los Saldana como primera Familia, y mi padre como nuestro líder, tenían la
mayoría del poder sobre las nueve Familias, pero la razón principal por la que
éramos la primera Familia era la estrecha amistad de mi padre con el rey.
—Todo eso a un lado —Mi madre movió su dedo en el aire—, es un reclamo
serio y tenemos que considerarlo. Safraella sabe que podríamos usar el dinero casi
tanto como podríamos utilizar la adición a la familia. Esa plaga puede matarnos a
todos a menos que crezcamos en número y fondos. Es un milagro que las otras
Familias no hayan hecho un movimiento en contra de nosotros.
Mi estómago se hundía cada vez que hablaba así. Como si nuestro rango
comparado con las otras familias fuera más importante que las personas que
habíamos perdido.
—No se atreverían, madre. No con la amistad de padre con el rey.
Madre levantó una ceja.
—No importó que tu padre fuera hermano de crianza del rey y su guardia
personal hasta que Marcello casi arruinó esta familia. Si las otras familias toman una
posición en contra de nosotros, Costanzo Sapienza no los detendría. No quiso salvar
a su padre sobre la vida de los comunes, sobre la seguridad del país.
Dejé caer mi mirada. Cuando el rey se había inclinado ante Safraella en nombre
de todo el país, ella se había convertido en la patrona de Lovero. Antes de eso, la
gente había adorado al Dios que habían querido y los muros de piedra habían tratado
de mantener alejados a los fantasmas. Ahora casi todo el mundo en Lovero adoraba
a Safraella y el rey se había convertido en nuestro muro. Su fe, su creencia en nombre
de todos, mantenía a los fantasmas lejos. Si fallaba en su fe, los fantasmas
encontrarían su camino hacia el interior.
—¿Por qué sólo yo? —Cambié de tema—. Matteo es mayor.
—Ni por un segundo pienses que eres tan especial. El hecho que no estés al
tanto de nuestras conversaciones no significa que no discuta tus posibilidades de
matrimonio con Matteo. O incluso con Rafeo. Dos años han sido tiempo suficiente
para llorar.
Otra puerta al final del pasillo se abrió y mi padre salió, su oscuro y rizado
cabello recogido respetablemente en un nudo. Llevaba un par de gafas que le
ayudaban con la lectura a la luz de la lámpara.
—Ah, Lea. Tomaré tu informe, ¿si tu madre puede prescindir de ti?
Salvada por mi padre una vez más.
Madre me despidió con un gesto de la mano. 29
—Ve a hablar con tu padre. Pero no hemos terminado con esta charla. Eres lo
suficientemente mayor como para contribuir al crecimiento de esta familia.
Traté de no estremecerme. Las perspectivas de casarme con quien sea, incluso
con Brand Caffarelli, era algo que no estaba ni remotamente dispuesta a discutir.
Mi padre mantuvo abierta la puerta de su oficina mientras entraba. Tomé
asiento y me quité la máscara.
Papeles y pergaminos se hallaban esparcidos en el escritorio. Una pequeña pila
me llamó la atención: cartas de sacerdotes en su intento de ser el nuevo de la familia
Saldana. Tomé la de arriba, enviada por un sacerdote llamado Faraday de un
monasterio en las llanuras muertas. Habíamos estado sin sacerdote durante dos
años, pero no era tan fácil elegir a alguien. El cura de la Familia era prácticamente
como de la familia. Viviría con nosotros, nos aconsejaría en todos los asuntos,
mantendría los registros familiares. Tenía que ser un buen ajuste.
Padre se sentó frente a mí.
—En realidad, no necesito realmente tu informe justo en este momento.
Sonreí. Siempre sabía la manera más discreta de interrumpir las diatribas de
madre.
—También podríamos terminarlo, así no tendrías que trabajar por la mañana.
Mojó la pluma en el tintero.
—Quieres decir que tú no tienes que trabajar por la mañana. El trabajo para mí,
querida, nunca termina.
Padre rascó la punta del papel mientras le decía acerca de mi noche de éxito.
Suspiró y puso su pluma a un lado.
—No pagó mucho, por supuesto —dijo mi padre.
Las solicitudes de suicidio por lo general no lo hacían.
—Pensé que Matteo se iba a hacer cargo de algunos de los trámites —comenté—
. Habría sobresalido en ello.
Casi como si nos hubiera oído, Matteo entró en el despacho. Asentí y resoplé,
una vez.
—Lea —dijo—. Llegaste a casa bastante tarde, veo.
—Matteo. No saliste en absoluto, supongo.
—Chicos, por favor. —Padre se quitó las gafas y se pellizcó el puente de la nariz.
Nunca me había llevado bien con mi hermano Matteo. Era estricto y sin sentido del
humor, tan diferente a Rafeo y a mí. Cuando era niña, solía soñar con él dejando la
Familia, uniéndose a otra. Por supuesto, ahora entendía que las cosas eran
complicadas.
Exhalé. Perder a Matteo, perder a alguno de nosotros cuando nuestra Familia
ya había perdido a tantos, nos pondría en aún más aprietos. Tal vez madre tenía
razón. Tal vez había llegado el momento que creciera e hiciera algo por la Familia,
para variar. 30
Pensé en Val, en el olor de su piel, en el sabor de sus labios y en la sensación de
su abrazo. No siempre podíamos tener lo que queríamos. Lo sabía. A veces, teníamos
que renunciar a lo que queríamos para conseguir lo que nuestra Familia necesitaba.
Incluso si eso significaba casarse con Brand Caffarelli.
Cinco

M
ás tarde, no estaría segura de lo que me había despertado: el olor a
humo o los sonidos de la violencia fuera de mi habitación.
Al final, no importaba.
Me levanté de la cama, alerta. El olor acre de la quema de madera y tela me
llegó incluso a través de la puerta cerrada de la habitación.
Abrí un cajón de mi cómoda y me puse un pantalón de cuero por debajo de mi
camisón, no sólo para facilitar el movimiento, sino también por los bolsillos que me
proporcionaba. Tomé cualquier cuchillo de mi mesita auxiliar, demasiado pocos para
la comodidad, y maldije mi espada, que seguía en la sala de armas.
Una súbita explosión estalló contra la puerta. Caí en una postura defensiva,
cuchillos en mano. Mi llave golpeó contra mi pecho desde su cadena.
Nadie entró. Humo gris fluía debajo de la puerta.
Tomé mi máscara de mi mesita de noche y la puse sobre mi rostro. Su familiar
olor me envolvió. Respiré profundamente. Lo que sea que ocurría fuera de la
habitación, podría manejarlo. Era un sesgadora. Una Saldana. No tenía miedo. 31
¿Cierto?
La manija de la puerta me quemó la palma de la mano. Grité y me aparté.
Descuidada, Lea. Necesitaba pensar. Deslicé mi manga sobre mi piel y abrí la puerta
de un tirón para hacer frente al fuego.
Las llamas se arrastraban a través de las paredes. Los tapices de la familia
Saldana quemados alegremente mientras el pasillo y las habitaciones se llenaban de
humo. Sin ventanas en la casa, el humo no tenía a dónde ir. El fuego ardería hasta
que consumiese todo el aire de la casa. La riqueza que quedaba de mi familia, todas
nuestras hermosas cosas, entregadas a las llamas.
Una puerta del pasillo crujió y cayó hacia el interior, cubierta en llamas. ¡Vete!
¡Muévete! ¡Haz algo!
Salí corriendo de mi habitación. Mi máscara me protegió del humo. No duraría.
No podía durar.
—¡Madre! —grité—. ¡Padre! —¿Huyeron y me dejaron sola?
Las llamas lamían el techo. En poco tiempo iban a llover sobre mí. Tenía que
salir de aquí. Tenía que llegar a los túneles.
Corrí por los pasillos, deteniéndome sólo para comprobar los dormitorios. En
la habitación de Emile, su niñera, Silva, estaba inclinada sobre su cama, un cuchillo
hundido en su espalda. Había estado muerta el tiempo suficiente para que su sangre
empapase su colcha, volviéndose escarlata.
Apreté los puños. Había sido amable y atenta, y ahora estaba muerta. No había
nada que pudiera hacer por ella, pero tal vez me podría ayudar. Quité el cuchillo. Sin
marcas, sin sellos o crestas. No había señales de quién era el dueño de este cuchillo.
De quién nos estaba atacando.
¿Rafeo tenía a Emile?
Las habitaciones de Jesep y Matteo estaban envueltas en llamas, y no pude ver
el interior.
Tropecé por las escaleras, tosiendo ya que el humo se colaba por debajo de mi
máscara. No tenía mucho tiempo, pero necesitaba encontrar a mi familia. No me
marcharía sin ellos.
En el hueco de la escalera, otro cuerpo yacía apoyado contra la pared. Rafeo.
Un grito sin palabras escapó de mis labios. Caí junto a él. Llevaba su traje de cuero y
una grieta recorría a lo largo del lado blanco de su máscara donde habría estado su
boca. Mis dedos presionaron contra su cuello. Nada, entonces un pulso, lento y débil.
Mi mano se apartó recubierta por el color rojo oscuro de la sangre del corazón.
Gimió, y el alivio se apoderó de mí como un vendaval antes de una tormenta.
Mantener la calma. Más que nada tenía que mantener la calma. Rafeo me
necesitaba.
—Estoy aquí, Rafeo. —Eché su brazo por encima de mi hombro. Rafeo no era
un hombre grande, ningún Saldana lo era, pero incluso con toda mi fuerza no podría
ponerlo de pie, no sin su ayuda.
»Rafeo. —Me esforcé para levantarlo—. Tienes que ayudarme. No puedo hacer 32
esto sin ti.
Tosió detrás de su máscara. Sus rodillas se doblaron, y juntos conseguimos
levantarlo.
Llegar a la parte inferior de la escalera no fue fácil. Rafeo se mantuvo
tropezando, amenazando con arrastrarnos hacia abajo, pero de alguna manera, lo
hicimos. Sólo un pasillo más para los túneles. Si pudiéramos llegar a ellos, podría
esconder a Rafeo con seguridad y volver a buscar a todos los demás.
El fuego no era tan malo en la planta baja, a pesar que se estaba extendiendo
rápidamente. Debía haber sido provocado en el nivel superior para dar tiempo a los
atacantes a escapar. Alguien había descubierto el camino a nuestra casa. Era la única
explicación.
Rafeo tropezó a mi lado. Me tiró con él mientras se apoyaba contra la pared.
—No, Rafeo. Estamos casi en los túneles. Es necesario que me ayudes.
Detrás de nosotros, una puerta cayó estrepitosamente. Me di la vuelta, dejando
caer a Rafeo mientras sacaba mis cuchillos.
Tres hombres la habían echado abajo. Llevaban trajes de cuero y máscaras de
hueso. Otra Familia, entonces. La peor de las posibilidades. Miré a través de la
bruma, pero el humo oscurecía los colores y los patrones de sus máscaras.
Se acercaron, sosteniendo espadas. No tenía espada, sólo cuchillos. Eran más
grandes que yo, con alcances más largos. Era superada en número y vistiendo el
camisón hecho jirones.
Tragué saliva, mi boca y garganta seca. Tal vez esto era todo. Tal vez así era
como iba a morir.
Rafeo volvió a gruñir. Le eché un vistazo. Los cueros en su pecho estaban
resbaladizos y húmedos.
Cerré mis ojos. No había nada que hacer por él. No a menos que de alguna
manera pudiera deshacerme de los tres sesgadores.
Un chillido llenó el aire. Desde el hueco de la escalera una figura aterrizó en la
espalda de uno de los hombres. Dagas se hundieron en su cuello. El hombre se
desplomó, muerto, y mi madre volvió su atención al hombre a su izquierda. Él
bloqueó la puñalada en su estómago.
—¡Madre! —grité. El tercer sesgador giró hacia ella desde atrás. Lo esquivó. La
espada se perdió apenas raspando su máscara de hueso. Se movía como una
serpiente de agua, todo un ataque fluido.
Corrí hacia ella. ¿Dónde estaba padre?
—¡No, Lea! —Bloqueó los movimientos de la espada con sus dagas—. Toma a
Rafeo y escapa.
Me detuve, desgarrada. Podría desobedecerla, correr en su ayuda y luchar a su
lado. Poner fin a los que estaban destruyendo nuestra casa, matando a nuestra
familia. 33
Miré a Rafeo. No se movía. Su respiración jadeante luchaba contra el humo y
sus heridas. Mi madre necesitaba mi ayuda, pero Rafeo me necesitaba más. No podía
ayudarse a sí mismo. Regresaría por mi madre.
Rafeo estaba aún menos receptivo. Sus pies se enredaron juntos mientras lo
arrastraba más cerca de la habitación del túnel y de la seguridad que se encontraba
allí. Mi corazón pesaba con temor.
Un fuerte estruendo explotó arriba. La casa se sacudió. Detrás de nosotros, el
techo se derrumbó. Vigas rotas se derramaron a través de la sala, cubierta en llamas
y fuego desde arriba.
—¡Madre! —El humo y las llamas eran demasiado gruesas como para ver más
allá. Estaría ilesa. Estaría a salvo. Tenía que creerlo.
Empujé con el hombro y abrí la puerta de la habitación del túnel, arrastrando
a Rafeo a mi lado. Una escotilla estaba abierta… la que la otra familia había utilizado
para violar nuestra casa. La misma que había usado anteriormente esta noche.
¿Me había olvidado de cerrarla detrás de mí?
Todo esto era mi culpa.
Cerré la escotilla, interrumpiendo un sobresaltado grito en el túnel.
Alguien golpeó la escotilla, tratando de romperla. Volqué un gabinete de
abrigos. La madera cayó y se quebró cuando bloqueó la escotilla. Cualquier atacante
que sobreviviese en la casa tendría que probar suerte con un túnel diferente.
Todas las otras escotillas estaban cerradas. Nadie las había atravesado todavía.
Elegí una y subí por la escalera. El túnel estaba fresco y oscuro, y lo más importante,
vacío de los atacantes y de las llamas. Alcancé a Rafeo. El peso de su cuerpo chocó
contra mí. Caímos al suelo del túnel en un montón. Me deslicé por debajo de él y
cerré la escotilla.
Rafeo gruñó a mis pies. Mi cuerpo ardía y dolía. No podía levantarlo más. Había
utilizado casi todas mis fuerzas trayéndonos aquí. Agarré su muñeca y lo llevé por el
túnel. Su cuerpo pintando rayas contra el suelo polvoriento hasta que llegamos a la
primera división. Lo dejé en un callejón sin salida.
—Vas a estar a salvo aquí —dije. No mostró ningún signo de escucharme.
Me puse de pie. Tenía que ayudar a madre. Encontrar a Emilie y a padre y a
Jesep y a Matteo y a cualquier otra persona aún dentro de la casa en llamas.
Rafeo tomó mi muñeca, haciéndome trastabillar.
—Rafeo. —Me puse en cuclillas junto a él, apretando su mano con la mía.
Mantuvo un firme control en mis dedos, tratando de quitarse la máscara con la
mano libre. Finalmente, levantó la máscara de su rostro y la dejó caer al suelo.
Retumbó con fuerza en el silencioso túnel.
Un ligero resplandor del fuego se filtraba hacia nosotros desde los bordes de la
escotilla. 34
—Oh, Rafeo... —Un corte profundo se extendía por el lado izquierdo de su
garganta. Un lento y constante chorro de sangre escapaba de él. Su traje de cuero
negro estaba empapado con ella.
Deslicé mi mano de su agarre y apreté fuertemente contra su herida para
detener la hemorragia. La sangre se filtraba a través de mis dedos.
Se me quedó mirando, luego me dio una pequeña sonrisa antes que me
apartara, sus manos revoleteando contra la mías como polillas contra un cristal de
lámpara.
—Todo está bien —susurró. Su voz no tenía fuerza, y sus ojos no se centraban
en mí. Me quité mi propia máscara y tomé sus manos, su sangre escurriéndose entre
nosotros.
—Rafeo, por favor, aguanta. —Mi voz se quebró, y las lágrimas goteaban por mi
barbilla hasta aterrizar en su pecho. ¿Cómo podía ser este mi alegre y bello hermano?
¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿Safraella nos había abandonado?
No. Safraella era la diosa de la muerte, el asesinato y la resurrección. Este
oscuro trabajo le pertenecía también, aunque fueron sus discípulos.
Respiró profundamente. Luego de nuevo.
—Da Via —dijo.
Rafeo exhaló y murió.
Sostuve sus manos contra mi corazón. Me incliné sobre él, mi frente apoyada
contra su traje de cuero empapado de sangre. Traté de cantar mi canción de cuna,
intenté decirle que estaría a salvo y cálido una vez más, pero se me cerró la garganta
y lloré por mi hermano. Lloré por todos nosotros. Éramos menores sin él. El mundo
era menor sin él.
Me tomó demasiado tiempo recuperar el control, pero cuando finalmente
detuve mis lágrimas, cerré los ojos de Rafeo y hurgué en su traje de cuero hasta que
encontré una moneda. La puse en su boca.
Estaba bien. Lo echaría de menos —dioses, lo echaría de menos—, pero volvería
a nacer. Fue un escogido de Safraella. Ella le proporcionaría una buena y nueva vida.
Tal vez una sin tanta sangre.
Tomé mi máscara y abandoné a Rafeo en ese túnel. Me gustaría volver por él
más adelante, pero por ahora tendría que servir como su tumba.
Volví a la escotilla, haciendo una pausa en la parte inferior de la escalera para
preparar mis cuchillos.
Pagarían por Rafeo. Pagarían por todo, incluso si costaba mi propia vida.
Subí la escalera y llegué a la escotilla.
No se movía.
Utilicé la empuñadura de mi cuchillo para golpear la madera. El sonido latía
débilmente. Algo debía estar contra ella.
No. No, eso no era posible. No podía estar atrapada en el túnel. ¡No cuando mi
familia me necesitaba!
35
Me incorporé en la escalera, en cuclillas debajo de la escotilla y usé mi hombro
y espalda para empujar contra ella. La escotilla crujió. Un pequeño rayo de luz
apuñaló la oscuridad.
El aire explotó en llamas.
Grité y caí al suelo, cubriéndome la cabeza con mis manos. Una imagen
apareció en mi mente, de mi cabello prendido en fuego y consumiéndome. Golpeé
mi rostro y cabeza, pero no había llamas.
Me quedé sin aliento. La escotilla se cerró de nuevo, alejándome del voraz
incendio de arriba. Estaba aislada de la casa. De mi madre. De todo el mundo
atrapado en el interior.
No había manera de volver, y estaba sola en el túnel con el cuerpo de mi
hermano.
Seis

E
l túnel se abrió en la parte superior de un falso pozo, y subí a la cima.
Cuando tropecé en la ciudad, el sol se había levantado. Luz amarilla se
reflejaba en los tejados.
Sangre seca y manchas negras del túnel cubrían mi camisón blanco. Apestaba
como estiércol. No podía ser vista en público.
Parpadeé, y las lágrimas acudieron a mis ojos de nuevo. Por favor, por favor,
deja que los demás hayan escapado. Sólo porque no habían usado mi túnel no
significaba que no habían llegado a otro. Había seis en total. Seguramente alguien
había salido. Seguramente no estaba sola…
¡Cállate, Lea! Levanté mi mascara y me froté los ojos. Una sesgadora no debería
actuar de esta manera. Necesitaba conseguir controlarme. Cuando me controlaba,
controlaba la situación.
Recoloqué mi máscara e inhalé varias veces profundamente.
Primero, necesitaba un cambio de ropa.
Me dirigí a la casa segura más cercana, un distribuidor de tapices a pocas calles 36
del pozo. Moviéndome rápidamente, me las arreglé para evitar ser vista. Ravenna
podría ser una ciudad a todas horas, pero la madrugada normalmente se reservaba
para los panaderos y dueños de las tiendas.
Me deslicé por la entrada oculta de la tienda, su interior tenue con la luz de la
mañana.
Me desnudé, lanzando el sucio camisón y el pantalón tan lejos como pude. Mi
máscara descansaba en una mesa mientras agarraba todo lo que podría usar de mi
armario.
Las hebillas, correas y bolsillos en mis cueros ocultaban cada cuchillo del
armario. Metí el pequeño monedero en mi cintura, luego saqueé el armario de Rafeo
por sus armas, así como su dinero, atando una espada de repuesto en mi cadera.
Me detuve delante de los armarios de Jesep y Matteo. Habían estado en casa.
Dejaría las cosas de sus armarios, en caso que hubieran escapado del fuego y de los
atacantes.
Los atacantes… Rafeo había mencionado a los Da Via antes de morir.
Cerré los ojos, repasando los recuerdos del incendio y los sesgadores en el
humo. Definitivamente máscaras, libres de cualquier característica. Un lado blanco
y el otro moteado con un color desvaído. No servía de nada. El humo había sido
demasiado denso para identificar a la Familia.
Por supuesto, Rafeo podría haber estado confuso por la pérdida de sangre. Pero
podría haberlos visto claramente. Tal vez Val había sido parte de ello. Tal vez Val se
había infiltrado en mi casa mientras dormía para asesinarnos a mi familia y a mí.
No. No era posible. Podría ser un fanfarrón, vano y egoísta, pero me amaba. No
me traicionaría…
Negué.
Encontraría respuestas de los atacantes más tarde. Primero, necesitaba
descubrir si mi Familia había conseguido salir. Mi mente recordó al pequeño Emile,
su largo cabello rizado y su brillante sonrisa. Debió haber estado muy asustado.
Seguramente, incluso los miembros de otra Familia pararían antes de sacrificar a un
niño de cuatro años…
Necesitaba respuestas. Sostuve mi máscara, mi pulgar rozando una grieta en su
superficie.
La levanté y tracé la grieta cerca de donde habría estado la boca.
La máscara de Rafeo. Había tomado la máscara de Rafeo en vez de la mía en la
oscuridad del túnel.
Mis flores negras y enredaderas se habían ido, sustituidas por rayas de tigre.
Mordí mi labio luchando contra las lágrimas. Tal vez tenía que ser así. Tal vez,
de esta manera, Rafeo podría vivir a través de mí.
En la parte frontal de la casa de seguridad se abrió una puerta, seguido por el
sonido de persianas siendo levantadas como si el dueño estuviera preparándose para
abrir el negocio.
37
Puse la máscara sobre mi rostro. Hora de irme.
Me alejé de mi armario cuando el comerciante entró en la habitación.
Su mandíbula cayó abierta antes que bajara la mirada. Su rostro palideció.
—¡Oh! ¡Había oído que todos murieron! Que la casa había sido descubierta y
los Saldana asesinados. ¡Ah, le hace bien a mi corazón encontrarla aquí!
Las palabras viajaban rápido en Ravenna, especialmente cuando se trataba de
un incendio que fácilmente podría extenderse a otros edificios.
Saqué un cuchillo y lo presioné contra su garganta.
—Nadie debe saber que he estado aquí, ¿entiendes?
—¡Oh! Sí. Protegeré su aparición aquí tan bien como protejo esta ubicación.
Alguien había vendido a nuestra Familia a los otros. Lo miré fijamente a los
ojos, buscando un indicio de traición.
No. Ninguno de los comerciantes sabía la ubicación de nuestra casa. Sólo
mantuvieron nuestras pertenencias seguras, para ganar el favor de Safraella.
Enfundé mi cuchillo. Fue un testimonio de lealtad del hombre el que no se
examinara el cuello en busca de sangre.
Por la entrada oculta, me deslicé en el callejón.
Pasé el día entero viajando de sombra en sombra, buscando en las escotillas
por signos de mi Familia. El primero que comprobé fue la entrada que los atacantes
habían utilizado, el que estaba oculto por la iglesia.
No me acerqué demasiado. Alguien podría estar observando, esperando por si
alguno aparecía. No era estúpida.
Me aferré a la llave colgando de mi cuello y examiné la entrada desde un
escondite. El arbusto que escondía la escotilla había sido cortado y la puerta había
sido troceada hasta ser astillas de madera.
Anoche Val había colgado mi llave ante mí. Y entonces, unas horas más tarde,
mi Familia estaba muerta. O, si Rafeo estaba equivocado y no eran Da Via, entonces
debí de haber dejado la escotilla de nuestra casa abierta. De cualquier manera, todo
lo ocurrido era por mi culpa.
Envolví los brazos alrededor de mi vientre, tratando de calmar mis tripas
retorciéndose. Las respuestas podrían venir más adelante. Viví. Dependía de mí
tratar de salvar lo que quedaba de mi Familia. Si eso fallaba… cruzaría esos campos
cuando llegara a ellos.
Los otros túneles permanecían sin ser descubiertos. Viajé a través de cada uno,
siguiéndolos hasta llegar a las trampillas situadas en el otro extremo que conducían
a la casa. Ninguno fue abierto, incluso con mi llave. Nadie había escapado a través
de ellos.
Era la única Saldana que quedaba.
Me senté en el fondo de una escotilla y me quité la máscara, respirando 38
libremente en el húmedo aire, que apestaba a humo y cosas quemadas.
Imaginé la casa. Una ruina quemada, hasta las vigas. O quizás el fuego, de
alguna manera había sido contenido, sólo quemándolo todo dentro. Las lujosas
alfombras. Los muebles y nuestras pertenencias.
La gente…
No. No pienses eso, Lea. No pienses en ellos. Esto no podía estar pasando. No
a mí.
Me froté los ojos y tiré mi máscara. El llanto no me llevaría a ninguna parte.
Necesitaba un plan. ¡Tenía que solucionar esto!
Mis articulaciones protestaron cuando me puse de pie. También necesitaba
dormir. Y comida y un baño. Eran las primeras cosas. Entonces elegiría mis
siguientes pasos. Decidiría a quién matar primero, y cómo.
Porque alguien iba a morir por lo que le habían hecho a los Saldana. Y esta vez,
no mataría sólo como servicio a Safraella. No. Esta vez también sería por mí.
Me deslicé por las calles, pasando por las sombras que arrojaban las farolas
hasta que se puso lo suficientemente oscuro para moverme por los tejados. Era más
rápido viajar por encima, especialmente temprano por la noche cuando las calles se
llenaban de gente. Me detuve en cada casa de seguridad, recogiendo todo mi dinero
de repuesto y algo más que podría necesitar, y luego me dirigí al sureste, hacia la
frontera de la ciudad de Ravenna. Cuanto más cerca estaba, más dispersos eran los
edificios. Finalmente, tuve que bajar al nivel de la calle y caminar entre sombras y
callejones llenos de basura. Las calles no eran seguras.
A la vuelta de la esquina, un grupo de juerguistas bloqueó mi camino. Su
estridente risa resonó en las paredes del jardín en el que me deslicé para esconderme.
Un banco de hierro forjado me bloqueaba de su vista. Apreté mi capa cuando pasaron
por delante de la puerta. Las mujeres llevaban vestidos lujosos, hechos del más fino
terciopelo y encaje, sus collares alcanzaban la coronilla de sus cabezas y sus cabellos
intrincadamente envueltos con cintas, perlas y gemas.
Ahora ya nunca llevaría nada así. No es que alguna vez hubiera tenido la
oportunidad de poseer algo tan fino, incluso para los bailes del palacio donde a
menudo éramos invitados. No habría más bailes para mí. No más cosas bonitas.
Eché un vistazo desde mi escondite. En la parte trasera del grupo, atrapé un
rápido vistazo de un hombre con un sombrero cilíndrico, un bastón a su lado. Miré
otra vez.
Nada. Sólo mis cansados ojos burlándose de mí.
Cuando el grupo dio la vuelta en la esquina, escapé de mi escondite, mirando
en la dirección en que se habían ido. Los ecos de su juerga me alcanzaban en
estallidos intermitentes. Debía haber sido fácil, ser un plebeyo. Saber que si fueran
asesinados a manos de un sesgador, renacerían de nuevo como niños en una vida
mejor. Saber que fue alguien que buscaría venganza en sus nombres o tomaría su
vida si su tristeza era demasiado grande. Sin preocuparse de dioses o sus demandas
y rangos de Familia.
En este extremo sur podía oler la sal del mar en el aire. Inhalé profundamente 39
e imaginé que me lanzaba a sus profundidades, dejándome hundir hasta el fondo y
encontrando allí la paz y la tranquilidad.
Negué. Una vida común no era para mí. Nunca lo había sido. Sólo necesitaba
dormir. Las cosas siempre parecían diferentes cuando estabas bien descansada.
Ante mí había una posada escondida en una esquina de la ciudad. Oculté mi
máscara en mi capa, pero estaría claro para el posadero que yo era una sesgadora.
No tenía ropa común. Tendría que irme tan pronto como fuera posible por la
mañana, antes que el posadero tuviera una posibilidad de hablar.
Utilicé parte de mi dinero para alquilar una habitación para pasar la noche y
pedí que prepararan un baño caliente. Olía a humo y fuego; esto era evidente incluso
antes que el posadero arrugara la nariz. Estaba en mi cabello, mi piel, dentro de mí.
Quizá nunca lo pudiera limpiar.
Mi cuarto era pequeño, pero el colchón estaba libre de insectos y piojos. El
posadero me ofreció una llave para el baño, y después de esconder mis pertenencias,
fui directamente allí.
La bañera estaba abollada y oxidada en algunos puntos, pero el vapor caliente
salía por el borde. Me metí y me hundí hasta la barbilla, dejando que el agua alejara
mis achaques y dolores. Froté mi piel con el áspero jabón, concentrándome en el
cabello que apestaba más.
Una vez fuera de la bañera me puse frente al espejo, mirando mi reflejo.
Todavía parecía la misma. Todo había cambiado. Todo. Y sin embargo, mi
rostro se veía del mismo modo que siempre. Mis ojos todavía eran marrones y mi
cabello seguía siendo largo y rubio.
Pasé los dedos por las hebras, separando cualquier enredo. No era justo. Era
diferente en el interior. Debería verme diferente en el exterior.
Escudriñé mis cueros hasta encontrar lo que estaba buscando.
El cuchillo cortó mi cabello fácilmente y los mechones se amontonaron en mis
pies descalzos, apilándose hasta los tobillos antes que finalmente terminé.
Lo dejé del largo suficiente para echarlo hacía atrás cuando me pusiera mi
máscara, pero apenas.
Allí estaba. Ahora la chica que me miraba era alguien diferente. Al igual que la
chica en mi interior.
En mi cuarto, me metí bajo las mantas, poniendo mis rodillas contra mi pecho.
Mis músculos aún dolían, cansados de todo, pero mi mente no estaba tranquila.
Todo lo que podía ver era a Val en el callejón, mi llave colgando de sus dedos
antes que se la arrebatara de vuelta. Me la había quitado al principio de la cena, en
un restaurante que su Familia poseía. Cualquiera podría haber hecho una impresión
de ella mientras cenábamos, mientras él acariciaba mis dedos. Luego habíamos
huido al callejón y me había besado, mientras su Familia conspiraba para destruir a
la mía.
Mi culpa. Todo era mi culpa.
Las lágrimas empapaban la almohada bajo mi cabeza. Lloré sin parar. Mi dolor
40
aumentando, interminable. Cuando lograba recobrar el control de mi misma, de mi
cuerpo, me acordaba de alguien que había perdido: mi padre, mi madre, Matteo o
Jesep. Emile. Rafeo. Entonces las lágrimas empezaban otra vez.
Había abandonado a Rafeo en el túnel y había dejado a mi madre en nuestra
casa en llamas. Ahora estaba sola. La única Saldana que quedaba y había conseguido
que asesinaran a mi Familia porque en secreto amaba a un chico que usó ese amor
para destruirme.
Lloré hasta que mis mejillas escocían con la sal, hasta que mi piel se agrietó y
mi cabeza dolió. Entonces, finalmente, mi cuerpo vacío, me dormí.
Siete

L
os propietarios de los puestos cerraban la tienda por debajo de mi
ventana abierta. Había dormido por el resto de la noche y el día. Mis ojos
estaban pegajosos y doloridos con lágrimas secas. Mis músculos me
rogaban que no me moviera.
Nunca había dormido tan profundamente antes… como si lo hubiese hecho
durante años. Me apretujé bajo las mantas. Tal vez podría simplemente no despertar.
Nunca.
Pasos se oyeron fuera de mi habitación mientras otros huéspedes se ocupaban
de sus asuntos. No servía de nada. No podía quedarme así. No podía darme por
vencida.
Salí de la cama, el suelo de tablones de madera áspero bajo mis pies descalzos.
Me puse delante del espejo sobre la cómoda y alisé mi cabello recién cortado.
¿Qué haría? La única cosa que podía hacer.
Matar a todos los responsables.
Tiré de mi cabello, pellizcando mi cuero cabelludo. Me imaginé a Val en sus 41
cueros, apoyado contra una pared del callejón mientras me besaba. Lo vi reír, su
sonrisa aligeró mi estado de ánimo. Entonces mi pecho se oprimió mientras me
imaginaba a Emile mientras trataba de escapar de la hora de acostarse. Y a mi padre,
quitándose las gafas y masajeando el puente de su nariz donde siempre tenía dolor.
Imaginé a Rafeo muerto en el túnel, sus cueros empapados en sangre, su piel
fría.
Mi garganta ardía. Tosí, después tragué. Si Val había sido parte del fuego,
tendría que matarlo. Si había ayudado a matar a mi Familia, entonces merecía morir.
Era así de sencillo.
Incluso si lo amaba.
Incluso si más muertes no eran la respuesta.
Hice una pausa, mis dedos enredados en mi cabello.
—Soy una sesgadora, una discípula de Safraella —dije a mi reflejo—. El
asesinato es siempre la respuesta.
Saqué mis cueros y me dispuse a vestirme. Necesitaba verificar que habían sido
los Da Via quienes nos habían atacado. Después, haría un plan. Los Da Via contaban
con más de cincuenta sesgadores activos. No podía asesinarlos uno por uno. Me
atraparían.
No, tenía que matarlos de la forma en que nos habían matado.
Si encontraba su casa, podría quemarla.
Si tan sólo tuviera ayuda...
Los Caffarelli. Tal vez podría llegar a ellos. Había perspectiva de matrimonio y
mi madre había pertenecido a ellos una vez.
¿Pero por qué ofrecerían ayuda? Los Da Via eran ahora la familia más poderosa.
Los Caffarelli ocupaban el quinto lugar. No podrían derrotar a los Da Via incluso si
estuvieran de acuerdo en ayudarme.
Probablemente sólo me entregarían a los Da Via para ganarse el favor.
Apreté las hebillas de mis botas hasta que las pantorrillas me dolieron. Ninguna
otra Familia me ayudaría. Ahora no, incluso si odiaban a los Da Via.
No. No podía confiar en ellos. No podía confiar en nadie nunca más.
Podría renunciar a todo. Enterrar mi ropa, la máscara. Convertirme en una
persona diferente. Podría ser una sopladora de vidrio. Una costurera. Nadie tenía
por qué saber nunca quién era, lo que podía hacer.
Safraella lo sabría. No podía abandonar mis deberes para con ella y sus
súbditos.
Hice una pausa. Mi mente dio vueltas. Necesitaba ayuda, sin embargo. Alguien
que no me abandonara. Alguien que pudiera ayudarme a arreglar las cosas.
Era tiempo de visitar al rey.
Las tres ciudades Loveran que bordeaban los campos delante de las llanuras
muertas, Ravenna, Lilyan y Genoni, se presionaban una contra la otra como 42
borrachos en un bar, sus límites borrosos por edificios que se extendían a través de
los límites de la ciudad. Lilyan era más pequeña que Ravenna, pero ya que los
Caffarelli no tenían que compartir territorio, igual que los Saldana y Da Via en
Ravenna, tenían más espacio. Las ciudades y los territorios del sur se extendían más
libremente, con tierras de cultivo y espacio entre ellas.
El palacio del rey, que se encontraba en Genoni, se asentaba en el centro del
territorio Addamo. Incluso si podía evitar a los Addamo y carecían de las habilidades
de la técnica del sigilo y de la lucha, tomaría demasiado tiempo viajar a pie. Iba a
necesitar mi caballo si quería hablar con el rey, Costanzo Sapienza.
Igual que hacíamos con nuestras innumerables casas de seguridad, la Familia
Saldana ocultaba establos en toda la ciudad, moviendo los caballos entre ellos según
fuera necesario. Me dirigí a uno mientras las sombras y la oscura noche me
mantenían oculta de los comunes. Y de los Da Via.
Llegué al establo y entré.
Rodeada por el dulce olor del heno y los sonidos de los caballos durmiendo, fui
hacia los puestos secretos donde tres caballos se mantenían bien cepillados,
ejercitados y alimentados.
Mi caballo gris, Dorian, relinchó suavemente mientras le ponía las bridas. En
la siguiente parada estaba el semental de Rafeo, Butters, pisando fuerte su pata,
ansioso por una noche de montar. Rafeo nunca creyó en darles nombres serios a los
animales. El caballo castrado del final era el de Matteo, Safire, que nos ignoró a todos
en un intento de dormir.
Dirigí a Dorian fuera de su puesto. Butters relinchó muy alto.
—¡Butters! —susurré—. ¡Cállate!
Le dio una patada a la puerta de la cuadra, el fuerte golpeteo despertaría a los
otros caballos. Si seguía así, despertaría a todo el vecindario. Sería mejor traerlo,
aunque sólo como caballo de carga.
Até a Dorian a la puerta de su cuadra y le puse las bridas a Butters también.
Apenas se calmó, incluso cuando se dio cuenta que vendría. Rafeo pensaría... habría
pensado... que los briosos caballos eran divertidos. Yo sólo pensaba que eran un
dolor.
Coloqué las bolsas extra y armas sobre Butters, pero mantuve mi dinero extra
con Dorian.
Algo se deslizó de una alforja y cayó hasta el suelo. La amapola blanca que Val
me había dejado.
Me quedé mirándola entre mis botas. Mi garganta se oprimió. Sería tan fácil
aplastarla bajo mi tacón, molerla en el suelo hasta que fuera polvo.
Pero tal vez Val no había hecho nada. Tal vez Rafeo se había equivocado.
La recogí y luego la puse en la alforja de Butters. Podría lidiar con ella más
tarde, una vez que tuviera algunas respuestas y un poco de ayuda.
Dejamos el granero, Butters atado detrás de Dorian. Golpeé a Butters cuando 43
trató de ponerse delante y finalmente captó el mensaje.
Los cascos de los caballos sonaron altos en las losas, mientras tomábamos las
oscuras callejuelas. Butters pastaba de los jardines que pasábamos.
Cruzamos la frontera con Genoni. Exhalé. La Familia Addamo era más pequeña
que los Da Via, así que había pocas posibilidades que me encontrara a alguno, a pesar
que Genoni era de la mitad del tamaño de Ravenna.
El palacio se asentaba en una colina en el centro de la ciudad, iluminado con
faroles gigantes, brillando aun en contra de las luces de la ciudad. Parecía cálido y
acogedor, como una quema de carbón en un brasero, pero me prohibirían la entrada
si me acercaba a la puerta principal a esta hora.
Los Sapienza no eran sesgadores, no formaban parte de las nueve Familias. El
rey era discípulo de Safraella, cuyo único objetivo era mantener a los furiosos
fantasmas fuera de los muros derrumbados de la ciudad.
Mi padre me había explicado que, antes que los Sapienza se hubieran
apoderado del trono con un golpe de estado, las ciudades habían sido invadidas por
enojados fantasmas. Las únicas cosas que pudieron ponerle fin a los fantasmas
fueron el agua, paredes sólidas y la fe extrema en Safraella. La gente tenía miedo de
salir de sus casas una vez que llegaba la puesta de sol.
Los comunes adoraban a decenas de dioses, aunque había seis dioses Loveran
predominantes, incluyendo a Safraella. Innumerables dioses prometían vidas
posteriores, algunos más deseables que otros, pero no muchos ofrecían un
intercambio justo tal como Safraella: una nueva vida a cambio de una muerte.
Finalmente, los Sapienza lograron obtener el apoyo de los más poderosos de las
nueve Familias, y juntos tomaron el trono para los Sapienza. El acuerdo de Costanzo
con las Familias era que seguiría a Safraella, construyendo altares para Ella por todo
el país y poniéndose su propia máscara de hueso… el color de la familia real era
dorado, por supuesto. Y los comunes hicieron lo mismo, abandonando a sus dioses
y volviéndose a Safraella, la diosa que su nuevo y justo rey adoraba.
Tan contenta estaba Safraella por el rey y la dedicación del país que llevó a los
fantasmas a las llanuras muertas, concediéndole a Lovero su patrocinio, y Ravenna
se había convertido en una ciudad que prosperó en la vida de noche para aquellos
que habían pasado encerrados tanto tiempo tras las puertas.
Escondí los caballos en un jardín abandonado, atados a una pérgola, y le
entregué a cada uno un saco de grano para mantenerlos ocupados. Fueron
entrenados para esperar pacientemente a sus jinetes.
El palacio era enorme, como cualquier buen palacio debía ser. Sus paredes se
elevaban hacia el cielo, motas en la piedra brillando contra la luz de las lámparas
como estrellas. El palacio era la joya de la corona de Lovero, en contraste con los
rubíes y las esmeraldas de las ciudades mecidas por el mar.
Esperé a que los guardias de patrulla me dieran la espalda antes de escalar la
pared y caer al patio. Se me permitiría estar aquí; simplemente no podía dejar que
nadie me viera. Las lenguas de los guardias se movían tanto como las de las
cortesanas. 44
Corrí a través del patio hacia una puerta especial reservada para sesgadores.
Nunca había tenido que usarla. Pero mi padre se había asegurado que todos
supiéramos de la puerta y el protocolo correcto. Uno nunca sabía dónde podría
aparecer una amenaza para el rey, había dicho, y teníamos que estar preparados.
Entré, subiendo una serie de escaleras a una pequeña habitación decorada
escasamente con un escritorio y dos sillas. Encendí la pequeña lámpara en la
recepción y encontré un hueco en la pared. Junto a ella había nueve velas, cada una
adornada con una tira de cinta. Nueve velas para nueve Familias. Tres candelabros
vacíos nos recordaban las Familias perdidas. Suponía que pronto serían cuatro.
Elegí la vela atada con una cinta negra y la encendí antes de ponerla en una
bandeja en el hueco. Con un empujón, el hueco giró sobre un eje oculto y la vela
desapareció mientras la pared rotaba. Un mensajero especial vería la vela y le diría
al rey que alguien de la familia Saldana lo esperaba.
Tomé la silla frente a la mesa y me senté, anticipando una larga espera.
El rey era el líder religioso de los comunes, pero no de las nueve Familias.
Éramos discípulos de Ella y le servíamos ante todo. Si Costanzo Sapienza perdía el
favor de Safraella, los fantasmas ya no serían mantenidos fuera del país. Las paredes
tendrían que ser reconstruidas y la gente tendría que volver a quedarse en casa
durante la noche hasta que el rey pudiera recuperar su favor.
Un crujido sonó detrás de mí. Giré. Un hombre alto y de cabello oscuro entró
en la habitación a través de una puerta secreta. Costanzo Sapienza, el rey.
Lo había conocido antes, por supuesto, en los bailes cuando mis padres me
presentaron. Era un hombre con una sonrisa fácil y tristeza en sus ojos. Ninguno de
los hijos que su esposa le había dado había sobrevivido más allá de su infancia,
aunque estaba embarazada de nuevo ahora y confinada a la cama.
Cerró la puerta y me miró, sonriendo. Cuando vio mi máscara, la sonrisa
desapareció. Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos.
—Debes perdonarme —dijo, con voz ronca—. Cuando me dijeron que la vela
negra había sido iluminada, estaba seguro que era mi amigo Dante viniendo a
tranquilizarme de su buena salud. Pero debes ser su primer hijo, Rafeo.
Negó y se dirigió al otro lado de la mesa, tomando asiento.
Empujé mi máscara a la parte superior de mi cabeza y luego me la quité, mi
cabello recién cortado descansó contra mis mejillas y barbilla.
—En realidad, soy Lea.
Parpadeó y se echó hacia atrás en la silla.
—Me disculpo de nuevo, entonces. Debo haber confundido sus máscaras.
—No, no estaba confundido. —Di vuelta a la máscara en mis manos y examiné
su diseño y la grieta en toda su superficie—. Ésta era la máscara de mi hermano. No
pude salvarlo, por lo que la llevo ahora, para honrarlo.
Pasó los dedos por su oscuro cabello. 45
—Entonces, ¿Dante y Bianca?
—Busqué... —Hice una pausa, la respiración pesada de repente en mi
garganta—. Busqué pero no pude encontrar ninguna señal que alguien más escapara.
—Mi culpa. Era mi culpa que estuvieran muertos.
Asintió como si esperara esa noticia.
—Eso no quiere decir nada, sin embargo —añadí—. Podrían haber salido antes
que yo. Podrían estar seguros...
Juntó las manos delante de él sobre la mesa.
—A decir verdad, me sorprende ver a algún Saldana restante. Me dijeron que
toda la familia había sido destruida en su casa.
Me incliné hacia delante.
—¿Quién se lo dijo?
Hizo un gesto con el dedo hacia mí.
—No puedo divulgar esa información.
—¡Necesito saber quién mató a mi Familia!
Sus cejas se arquearon por la sorpresa.
—¿Cómo es que no lo sabes?
Me moví en contra de mi silla.
—Estaba oscuro, había tanto humo. No pude distinguir sus máscaras. Rafeo,
antes de morir, dijo que fueron los Da Via. ¿Es cierto? Por favor, dígame si es cierto.
—Por favor, que no sea cierto.
No respondió, pero la oscura mirada en su rostro fue toda la confirmación que
necesitaba.
Mi estómago cayó. Al saber, de verdad saber que habían sido los Da Via quienes
nos habían matado...
Sí, había política en la Familia y lucha por el rango y el poder. Objetivamente,
tenía sentido que la segunda familia destruyera a la primera cuando ésta bajaba en
número y riqueza. Pero Val... ¿no me amaba? ¿No había contado para nada?
Cerré los ojos. ¿Qué me dolía más? ¿La muerte de mi familia o la fría traición?
Necesitaba respirar. Dentro y fuera. Justo así.
Éramos la primera familia, y sí, los Saldana y los Da Via compartíamos Ravenna
como territorio, pero había sido así durante generaciones. Había mala sangre debido
al fracaso matrimonial entre Estella Da Via y mi tío Marcello, por supuesto. Pero eso
había ocurrido hacía décadas y no se habían movido en nuestra contra en todo ese
tiempo. ¿Qué había cambiado para que los Da Via decidieran ponernos fin ahora?
La plaga, por supuesto.
La plaga había debilitado a los Saldana, casi nos incapacitó. Y la plaga había
puesto a Estella Da Via a cargo. Ella quería el cambio, mientras los Saldana seguían
las viejas formas, siempre y cuando fuéramos la primera Familia, tomábamos las
46
decisiones. Con nosotros fuera, su territorio sería más grande y se volvería más rica
y ninguna de las otras Familias sería lo suficientemente fuerte como para
enfrentarlos solos. A nadie se le castigaría por lo que nos habían hecho. Podrían
tomar lo que quisieran… y Estella quería estar a cargo y que los Saldana
desaparecieran. Les había llevado sólo dos años elaborar un medio para hacerlo…
utilizar a Val para llegar a mí.
Miré de nuevo al rey, quien me observaba cuidadosamente.
—¿Me ayudará a destruirlos? —pregunté.
La sorpresa cruzó su rostro.
—No. No, no puedo hacer eso.
—Pero era amigo de mi padre. ¡Y lo asesinaron! ¡Lo asesinaron mientras
dormía!
—Lea, no puedo interferir en las políticas de la Familia. No puedo mostrar
preferencia. Las otras Familias vendrían por mi cabeza, y entonces, ¿dónde estaría
el país?
—¡No fue su culpa! Fue mi culpa. Confié... —Mis palabras se atascaron en mi
garganta y apreté la llave en mi pecho—. ¿No quería a mi padre?
—Por supuesto. —Suspiró—. Dante Saldana era un hermano para mí. Hice todo
lo que me pidió.
—Entonces, ¡ayúdeme con esto!
—No. Esto es algo que nunca habría pedido. Me ayudó a estar en el trono por
el bien de todos, no para él o su Familia. Y no estoy seguro de cómo se sentiría acerca
de su única hija planeando derrotar a una de las familias más poderosas.
—No tengo otra opción. Safraella me lo exige. —¿Lo hacía? Porque tal vez en
realidad estaba haciendo esto por mí. No importaba. Había asesinado en su nombre
antes y lo haría de nuevo. La única diferencia es que esta vez tendría la satisfacción
personal de enviar a los Da Via a enfrentarla.
—Sea como fuere, hay otras maneras en que podrías apaciguar a Safraella.
Podrías comprometerte con la iglesia. O bien, podrías continuar como sesgadora.
—¿Vivir mi vida enclaustrada lejos? Nunca. Y las Familias, los Da Via, nunca
me permitirían continuar sirviendo como su sesgadora. No descansarían hasta que
estuviera muerta.
—Podrías emparentarte con otra Familia. Sin duda, uno de ellos estaría
encantado de contar contigo.
—No tengo rango ahora, ni estado. Y cualquier Familia que me tomara tendría
que enfrentarse a la ira de los Da Via. —Negué—. Ninguno de ellos se arriesgará por
mí. —Y no podrían ser de fiar—. No, esto es lo que debo hacer. Sola, si es necesario.
Soy la única Saldana que queda, de todos modos.
Se removió en su asiento, tamborileando los dedos.
—Bien. Veo que no puedes ser disuadida de tu camino. Y es tu derecho. Pero no
tienes que hacerlo sola. No lo eres, de hecho, la única Saldana que queda. 47
Mi corazón se saltó un latido. Me incliné hacia delante.
—Si estás interesada, te puedo decir dónde está tu tío, Marcello, oculto tras
dejar Lovero.
Mi tío Marcello. Se me hizo un nudo en el estómago. Entonces nadie más había
sobrevivido. El rey se refería a mi traidor tío, al que fue mejor olvidar. No
hablábamos de él.
Estaba realmente sola.
El rey se echó hacia atrás en su silla.
—Los Da Via y posiblemente incluso los Maietta pagarían caro por saber dónde
está…
—No voy a vender a mi tío a los Da Via, por distanciado que pueda estar, para
salvar mi propia vida. No les daré la oportunidad de derramar más sangre Saldana.
El rey levantó una mano.
—No entiendes. Te diré dónde está sólo si deseas buscarlo por ayuda u
obligación de Familia. Nada más.
—No —dije—. No podría confiar en él.
El rey suspiró.
—Lea, sé del desastre que rodeó a Marcello antes de tu tiempo, pero lo conocía
muy bien, y Marcello Saldana era digno de confianza.
Había pensado que Val era digno de confianza. Me levanté y recogí mi máscara.
Había terminado. No había nada que el rey pudiera hacer por mí. Que haría por mí.
Tomó una pluma y un trozo de pergamino de un cajón, así como un tintero.
—Si cambias de opinión, lo último que oí, es que aquí es donde se le puede
encontrar.
Me pasó el trozo de pergamino. Leí las palabras. La ciudad de Yvain en Rennes,
el país vecino de Lovero. Puse el pergamino en la lámpara y la llama lo quemó a
cenizas.
El rey se puso de pie y se dirigió a la puerta oculta. Presionó un pestillo y abrió
la puerta antes de entrar. Se detuvo, mirándome.
—Además —añadió—, Marcello Saldana sabría cómo encontrar la casa de la
Familia Da Via.
Cerró la puerta, y me quedé sola.

48
Ocho
C
aminé a través de las calles de Genoni, evitando las grandes masas a esta
hora de la noche. Quizás el rey no podía ayudarme, pero recurrir a él
había sido lo correcto. Incluso si hubiera pensado en Marcello, no sabría
en dónde encontrarlo, o que él supiera cómo encontrar a los Da Via.
Marcello tenía que ayudarme. Después de todo nosotros teníamos la misma
sangre, éramos familia, incluso si nunca lo había conocido, incluso si él había caído
en desgracia. Fue parte de la Familia una vez.
Yvain era una pequeña ciudad, estaba asentada en el límite del país de Rennes,
el vecino más cercano de Lovero. Tomaría un día llegar allí, pero si podía hacer un
buen canjeo entre Butters y Dorian, lo tendría mejor. Cuanto más pensaba en ello,
más se veía como una buena idea. Tenía que llegar a la ciudad de Yvain, encontrar a
Marcello Saldana, conseguir su ayuda para destruir a los Da Via, luego regresar a
Lovero juntos y quemarlos como el nido de ratas que todos eran.
Cerré mis ojos y me los imaginé a todos muriendo, sus ropas empapadas en
sangre, sus ojos ciegos, sus respiraciones acalladas. Mi visión fue a Val, y abrí mis
ojos de repente. 49
Tendría que ser rápida con esto. Tarde o temprano los Da Via se enterarían que
había sobrevivido, y luego me seguirían. Y si me perseguían hasta Yvain, podría
guiarlos directo hacia Marcello. Si los Da Via podían encontrarlo, lo matarían
también.
Recogería a los caballos, encontraría algún lugar donde esconderme el resto de
la noche, y saldría con las primeras luces cuando era más seguro. Si tenía que parar,
había monasterios esparcidos en las llanuras muertas.
Regresé al jardín y encontré a los caballos esperando pacientemente. Liberé a
Butters de la pérgola y lo até a Dorian de nuevo.
Paré, mi nuca sintió un escalofrío bajo mi capucha. Alguien estaba
observándome.
Rasqué la barbilla de Dorian, mi acción era casual y despreocupada. Tres de
ellos, por lo menos. Dos en el tejado de una casa cercana y el otro en el suelo,
escondiéndose pobremente detrás de un arbusto cerca de la entrada. Terrible
destreza. Incluso Val podía acercarse más a mí, y apenas lo intentó.
Me agaché, levantando la pata de Dorian para parecer que le estaba sacando
una piedra. Escurrí mi mano dentro de mi manto y agarré un par de dagas. No tenía
espacio en el estrecho jardín para desenvainar mi espada.
Esperé, segura que uno se movería mientras estaba “distraída”. Eso es lo que
yo haría. No pasó nada.
Momento de tomar el mando entonces.
Me puse de pie y encaré la entrada y al sesgador escondido ahí.
—¡Venga, vamos! —grité—. Están aquí por mí, ¿no?
Los dos del tejado se miraron entre ellos. El tercero se reveló en la entrada del
jardín. Me miraron en silencio. Los había tomado por sorpresa, y no se les veía
seguros de cómo proceder. Nivel principiante.
El sesgador frente a mí dio un paso para acercarse. La luz de la luna mostró
manchas marrones, evocadoras manchas de tinta decorando su máscara. Familia
Addamo entonces. Alexi, para ser específico. Los otros dos no los reconocí. Madre
siempre trataba de hacerme memorizar cada máscara, para ser capaz de reconocer
cada sesgador en cada Familia solo por sus máscaras, pero sólo podía recordar unas
pocas seleccionadas de las otras. No como Rafeo, quien se sabía cada una de ellas.
Destensé mi espalda. Podía ganarle a Alexi, incluso con dos más apoyándole.
Alexi alzó su cuchillo y dio suaves golpes contra su máscara.
—Nos has tomado por sorpresa —dijo—. Esperábamos a Rafeo. —Apuntó con
su daga a mi máscara.
Me encogí de hombros.
—Siento decepcionarlos.
—Oh, no diría que estamos decepcionados. Los Da Via querrán oír que una
Saldana sobrevivió, y ya sea Rafeo o tú, realmente no nos importa. De todas maneras,
los Da Via serán la primera Familia, y nosotros nos habremos ganado su favor. Y tú 50
estarás muerta.
Por encima, uno de los sesgadores Addamo se acercó; un movimiento que
probablemente pensaba que no notaría. Con razón sólo eran la séptima Familia.
Apreté el agarre de mi cuchillo.
—Puedes hacer tu mejor intento.
Les lancé el cuchillo a los del tejado. El primer sesgador lo esquivó, pero el de
atrás estaba a medio paso. Mi cuchillo golpeó el tejado bajo sus pies. Hice una mueca
bajo mi máscara. El lanzamiento de cuchillos ha sido siempre mi debilidad. Pero el
sesgador Addamo perdió el equilibrio en el tejado. Dio un traspié, tropezó, y cayó
por el borde, aterrizando con un fuerte golpe seco en las losas que había abajo. Se
giró en su costado y se quedó quieto, el suelo cubriéndose con sangre bajo su cabeza.
Uno menos, incluso con mi floja tirada de cuchillo.
Alexi se precipitó, cambiando el agarre de su cuchillo a su mano izquierda.
Lanzó una puñalada. La bloqueé y pateé su rodilla. Se giró, pero no lo
suficientemente rápido. Mi pie se enganchó en su tobillo, y le hice perder el
equilibrio. Cayó detrás de Butters, quien balanceó su grupa, excitado con la
conmoción. Alexi cayó en sus rodillas.
Corté la cuerda asegurando a Dorian. Estaba sosteniendo la mía, pero no quería
que se me negara a un rápido escape.
El sesgador que quedaba saltó a la pérgola y cayó detrás de mí. Intentó darme
un golpe en la parte trasera de mis rodillas. La patada conectó, pero rodé con mis
rodillas dobladas, liberándome de los cerrados confines del jardín.
Finalmente en la calle, encontré espacio para desenvainar mi espada. La dejé
deslizar contra su vaina. El sonido rebotó en las paredes de ladrillos de las casas
alrededor.
El otro Addamo, y Alexi de nuevo en sus pies, se me acercaron cautelosamente
desde el jardín. Esperé, calmando mi respiración entrecortada.
Giré mi corta espada en mi mano, un movimiento fanfarrón que mis padres
habrían estado disgustados de ver.
Detrás de ellos, Butters y Dorian vagaron por la calle.
—Vamos —incité a los Addamo a acercarse más con la daga en mi mano
izquierda—. ¿O es que los Addamo no tienen valor para atacar a una sesgadora
solitaria fuera de su territorio?
Mi burla hizo su trabajo. Alexi cargó, liberando su espada, el otro sesgador un
paso por detrás. Alexi arremetió descuidadamente. Me aparté, evitando el balanceo,
y clavé mi rodilla en su estómago. Su aliento lo abandonó en un silbido. Se tambaleó,
apenas arreglándoselas para sostener su espada. El otro sesgador se movió rápido
hacia mí. Esta vez giré dentro de su alcance. Una puñalada rápida a su garganta con
mi mano izquierda y su vida se había terminado. Se tambaleó hacia atrás. Su espada
cayó en la calle con estrépito mientras peleaba por evitar que su sangre vital se
derramara de su cuello.
51
Movimiento detrás de mí. Estúpido, por distraerse por mi matanza. Pero
estúpido de Alexi venir con un movimiento tan obvio. Los Addamo no tenían gracia.
Giré. Alexi alzó la espada por encima de su cabeza. Otra vez, me acerqué, y clavé
mi espada entre sus costillas. Tosió, la espada escapándose de sus dedos.
Saqué mi espada de su cuerpo, mientras él colapsaba en la calle.
Limpié mi espada y la daga mientras recuperaba mi aliento. Había sido fácil
matarlos. Demasiado, demasiado fácil. Envainé mis armas.
Si esta era una representación correcta de las otras Familias de bajo rango,
entonces el rey estaba en lo cierto. La única Familia que en algún momento podría
ser considerada para sacar a los Saldana eran los Da Via. Y ellos solo podrían hacerlo
por mi culpa.
Por encima de mí, una bota raspó la teja.
En los tejados, más sesgadores me miraban fijamente tras sus calladas
máscaras de hueso. Addamo, cada uno de ellos. No podría ganarle a la docena
amenazándome ahora.
El sesgador al frente, el líder y probablemente padre de Alexi, Nicolai, dio un
paso acercándose, y su mano se alzó como señal para el resto de los sesgadores.
Di un paso atrás, hacia mis caballos que me esperaban en la calle. Deslicé mis
dedos dentro de uno de mis bolsillos, cerrando mi mano alrededor de dos pequeñas
esferas.
Los Addamo me miraron. Mis músculos se tensaron. Estaban dudando, y la
tensión quemaba mis extremidades. No podía aguantar la espera…
Apunté a Alexi y al otro sesgador, muertos a mis pies. Me encogí de hombros.
Mi actitud poco seria los forzaría a moverse.
La mano de Nicolai cayó y los Addamo cargaron, saltando desde el tejado.
Lancé las esferas al suelo. Bombas de humo. La fina cubierta de cerámica se
quebró, combinando los dos líquidos y creando un denso humo gris.
Me giré y salté sobre el caballo más cercano, Butters. Él seguía atado a la silla
de Dorian. Maldije mientras cortaba la cincha.
El primero de los Addamo salió del humo, pero una rápida presión en el flanco
derecho de Butters le dio la señal de patear con sus cascos, dispersando a los
sesgadores.
Luego éramos libres. Las herraduras en los cascos de Butters golpeaban contra
el suelo de losas, Dorian nos siguió, mientras huíamos rápidamente de los Addamo.
Butters era rápido, casi demasiado rápido, galopando por una extraña calle en
mitad de la noche. Delante de nosotros un grupo de juerguistas apareció. Los
pasamos, dispersándolos a ellos y a sus gritos de alarma.
Dirigí a Butters directamente, intentando tomar el mando lo máximo posible.
Esto era territorio Addamo; me alcanzarían si les daba tiempo suficiente. Tenía que
salir libre de Genoni. Si no podía huir de ellos, nadie haría pagar a los Da Via.
Negué. Había matado a tres miembros de su familia, todos en su propio
territorio. Me perseguirían incluso después de abandonar Genoni. Abandonando la
52
ciudad simplemente no sería suficiente.
Eché un vistazo a mi espalda. Dorian iba al paso de Butters, siguiéndolo
diligentemente. Quizás podría comprarme algo de tiempo…
—¡Dorian! ―grité por encima del alto ruido de los cascos, y sus orejas se
movieron en respuesta. Le grité la orden para que girara a la derecha. Él sacudió su
cabeza, luchando con su deseo de continuar detrás de Butters, pero lo había
entrenado bien. Giró hacia una calle lateral, alejándose de nosotros.
Le perdí de vista. Esto es su culpa; los Da Via. Otra cosa hermosa que
desaparece de mi vida. Lágrimas escocieron en mis ojos. No pienses en ello. Era un
buen caballo. Alguien le daría un buen hogar.
En la próxima bifurcación, giré a Butters hacia el norte, lejos de Ravenna y de
mi propio territorio. Alguien de los Addamo se habría adelantado hacia los límites
de la ciudad para atraparme allí. Ojalá que este cambio de dirección despiste un par
de perseguidores.
¡Allí! Ante mí se alzaba el viejo, y desmoronado muro de la ciudad. Detrás se
amontonaban los viejos edificios apretados de las ciudades y comenzaban los
campos, extendiéndose por el valle hasta el río que los atravesaba. Ese era mi
destino; el río y el puente que se tendía encima.
Alcanzamos los campos y me eché hacia delante en la silla de montar. Butters
recibió la señal felizmente y comenzó a galopar más rápido.
Oí un grito desde atrás. Eché un rápido vistazo. Desde dos diferentes calles,
Addamo salían a montones de la ciudad, siete de ellos, cada uno montado en su
propio caballo. Azotaron sus monturas en un desesperado intento para atraparme.
Podrían hacerlo. Butters era rápido y voluntarioso, pero sus monturas estaban
frescas, y conocían el camino más rápido para llegar al puente.
Un silbido pasó rozándome. Me eché hacia la izquierda sobre las riendas de
Butters, y solo mis rápidos reflejos nos salvaron de la flecha. Butters se inclinó hacia
un lado, casi perdiendo el equilibrio. Lo pateé para que recuperara la velocidad
perdida.
Miré por encima de mi hombro buscando al arquero.
Había dos de ellos, sus caballos moviéndose más lentamente mientras sus
jinetes usaban las dos manos para lanzar sus flechas.
Con las rodillas guié a Butters más a la izquierda, colocándome directamente
frente a los jinetes frontales bloqueándome de la vista de los arqueros.
Solo a unos pocos metros por delante se alzaba el puente sobre el río. No me
seguirían por ahí. No podían. Solo alguien con nada que perder cruzaría el puente
por la noche.
Alguien como yo.
Todos los puentes sobre el río estaban torcidos, con curvas cerradas en el medio
antes de seguir adelante.
Los espíritus, como la gente, necesitan puentes para pasar sobre los ríos, pero
solo podían cruzar aguas en movimiento en línea recta. Los puentes zigzagueaban
53
para prevenir a los fantasmas de alcanzar las ciudades.
Una flecha golpeó mi hombro. Me deslicé a la izquierda y perdí mi agarre. Solo
mis muslos apretando el tronco de Butters me mantuvieron en mi asiento. Él tropezó
de nuevo, compensando mi repentino cambio de peso. Luego estábamos en el
puente. Butters pasó la última curva con un torpe salto. Aterrizó, y me golpeé
dolorosamente contra la silla. Lo habíamos conseguido. Habíamos cruzado el río.
Había alcanzado las llanuras muertas, hogar de los fantasmas enfurecidos.
Nueve
N
o frené a Butters hasta que estuvimos a salvo de los arqueros Addamo.
Lo detuve con un golpeteo de mis piernas y mi voz. Se detuvo, su cabeza
colgando mientras sus costados jadeaban.
Sin fuerzas, me deslicé hasta el suelo, mis rodillas casi cediendo. Me incliné
contra Butters y examiné mi hombro izquierdo.
La flecha me había perforado la parte superior de mi hombro, la punta de metal
sobresaliendo desde mi parte delantera. La lesión no era de muerte si podía tratarla
y no llegaba a infectarse. Aunque no la trataría aquí. No hasta que estuviera a salvo.
Los Addamo se sentaron en sus caballos al otro lado del río. Mi apuesta había
funcionado, no vendrían a las llanuras muertas, no por la noche.
No había entrado en su ciudad con la intención de matar a tres de sus
miembros. Eso se había dado en defensa propia. Si tenían algo de honor, tomarían
esto como una lección para entrenar mejor a sus números.
Me observaron durante unos momentos más, y luego, como uno, le dieron la
espalda al río y se dirigieron de vuelta a la ciudad. 54
Con un cuchillo corté una tira de tela del fondo de mi capa. Lo até alrededor de
mi espalda y brazo izquierdo con la ayuda de mis dientes, inmovilizando mi brazo
sobre mi pecho para prevenir una lesión mayor. La sangre se filtró en el improvisado
vendaje. Hice una pausa para recuperar mi aliento. No tenía mucho tiempo. Había
dejado atrás a los Addamo, pero lo que me esperaba en las llanuras muertas era
mucho peor.
“Llanuras” era un término equivocado. Las altas hierbas ante mi abundaban las
suaves colinas. Su apariencia tranquila contrastaba con su verdadera naturaleza.
Pero volver a Lovero ahora sería una sentencia de muerte. Los Addamo estarían
vigilándome. Y pronto informarían a los Da Via. Por suerte, los tres Addamo que
sabían que yo no era Rafeo estaban muertos.
El dolor en el hombro se instaló en uno feroz. Independientemente de mi
lesión, tenía que mantenerme en movimiento si quería tener una oportunidad.
Las llanuras muertas estaban salpicadas de santuarios y monasterios dedicados
a Safraella. Si pudiera llegar a uno, encontraría refugio.
Recordé la pila de papel en el escritorio de mi padre, las ofertas por nuestro
nuevo sacerdote de la Familia. Examiné mi recuerdo del que había analizado, en
busca de la ubicación del monasterio. Al noroeste de Genoni.
Montar a Butters con un solo brazo era difícil, pero después de muchas
maldiciones y patadas, me las arreglé para subir a la silla. Descansé, luego insté a
Butters. Nos dirigimos al noroeste. Mantuve los ojos bien abiertos, mirando el oscuro
paisaje por si veía movimiento.
Todo estaba mal. Nada era de la forma en que se suponía que fuera. ¿Por qué
me había pasado esto a mí? ¿Cómo había llegado mi vida a esto? Huyendo en la
noche, herida y sola.
Mi culpa. Todo era mi culpa.
Pero también de los Da Via. Apreté el puño en las riendas. Butters movió sus
orejas. También era culpa de ellos. No olvides eso. No olvides este sentimiento, la
rabia circulando en tu sangre.
Val. Sus acciones me habían condenado a este destino. Si tan sólo pudiera
hablar con él, escuchar su lado de las cosas, no. No seas tonta, Lea. Nada de lo que
pudiera decir arreglaría lo que había sucedido. Incluso si, más que nada, quería
sentir sus brazos alrededor de mí, diciéndome que todo iba a estar bien. Que nadie
se enteraría acerca de nosotros. Que juntos estaríamos seguros. Pero ahora estaba
sola y nunca estaría a salvo de nuevo.
Por delante, algo yacía en la hierba alta. Butters resopló, y se acercó con cautela.
Nada se movía más que la hierba por el viento.
Sabía que sería un cuerpo. Bajé la mirada mientras pasábamos. Un hombre,
vestido con sedas baratas que revoloteaban a su alrededor con la brisa de la noche.
Tumbado boca abajo, su cabeza vuelta hacia un lado, suciedad presionada contra su
boca y sus ojos abiertos. Nada lo marcaba, como si hubiera caído muerto por un
corazón fallido. Sin embargo no era su corazón lo que había traído su muerte.
55
Cualquiera puede convertirse en un fantasma. Las personas que murieron en
desgracia con sus dioses, las personas que no adoraban a un dios, incluso las
personas de buena fe que murieron con demasiada rabia o desesperación en sus
corazones. Era por eso que dejábamos monedas en las personas que matamos.
Actuaba como un bálsamo para aliviar su rabia, para señalar a Safraella que habían
sido asesinados por razones santas y merecían una oportunidad en una vida nueva.
Movimiento a mi izquierda. Me di la vuelta lentamente, tratando de no llamar
la atención.
Un borrón blanco, una figura flotando en la noche a través del campo. Un
fantasma enojado. Las llanuras muertas estaban llenas de ellos.
Muchos dioses tenían sus propios infiernos personales a los que podían
condenar a sus seguidores, pero Safraella no lo hacía. Si alguien era devoto a
Safraella, pero moría en desgracia, entraba en una especie de purgatorio. Los
fantasmas congregados en las llanuras muertas esperaban por una persona que
tropezara con ellos así podrían robar el cuerpo y convertir a esa persona en un
fantasma.
Pero un fantasma nunca podría volver a ser una persona, y después de un día o
algo así abandonaría su cuerpo robado, a menudo en las llanuras muertas, al igual
que el cuerpo en la hierba alta, y comenzaría su búsqueda de nuevo, buscando su
descanso por la vida que había sido tomada.
Me estremecí. Los fantasmas enojados eran peligrosos. Podían utilizar su ira
para mover objetos, o podrían arrancar tu alma de tu cuerpo. Nadie podría alguna
vez enfrentarse a un fantasma. Los fantasmas eran la razón por la que los Addamo
me habían dejado ir.
Agaché mi cabeza y le pedí a Butters que acelerara. Hasta ahora, el fantasma no
me había notado. El amanecer estaba a sólo una o dos horas de distancia. Si pudiera
pasarlos sin molestarlos hasta entonces, podría viajar a Yvain y encontrar a mi tío.
Por suerte, los Addamo no sabían a dónde me dirigía, pero había tantos lugares a los
que podía ir a partir de las llanuras.
Butters resopló, su aliento humeante en una nube de blanco en la fresca noche
de primavera.
A la derecha, más movimiento. Otro fantasma, dirigiéndose al sur del río.
Me encorvé en mi capa. Mi hombro quemaba y mi visión se desvanecía. Mordí
mi labio hasta que mi vista se aclaró. Necesitaba mantener el control o no lograría
salir de las llanuras muertas.
Pero tal vez... tal vez estaría bien no lograrlo. Tal vez era lo que merecía por la
muerte de mi familia, una vida después de la muerte vagando por las llanuras
muertas como un fantasma...
No. Si los fantasmas me llevaban, entonces nadie haría que los Da Via pagaran
por lo que habían hecho.
Butters sacudió su cabeza, las hebillas de metal en su brida tintinearon
quedamente. Contuve mi respiración cuando el fantasma más cercano se detuvo, 56
luego se volvió hacia mí.
Oh dioses...
El fantasma chilló, un gutural chillido que hizo eco a través del campo. Se
precipitó, su blanca y brillante forma extendida como la niebla matutina.
Pateé a Butters. Saltó a medio galope.
Los fantasmas estaban muertos. Nunca se cansaban; seguirían viniendo hasta
que saliera el sol o pudiera encontrar resguardo.
El enojado fantasma me alcanzó. Mi voz se evaporó en mi garganta y mis dedos
se agarraron a las riendas hasta que el dolor se precipitó a mis dedos. Me quedé
mirando al fantasma mientras se mantenía a la par con nosotros, la furia en su rostro,
la oscuridad en su boca, como si me aullara. Había sido humano una vez. Una mujer.
Una débil línea brillaba donde su garganta había sido cortada. Alguien había tomado
su vida, pero no alguien de mi Familia. Marcábamos a nuestros muertos para evitar
crear fantasmas enojados. Pero los fantasmas no seguían la lógica o la misericordia.
Seguían su rabia hasta que los conducía hasta una persona.
El fantasma se estiró por mí. Alejé a Butters, mi hombro estirándose con fresco
dolor caliente. Sus dedos pasaron por la silla de montar. Gritó más fuerte, sus gritos
resonando en mi cráneo.
Más fantasmas aparecieron; los había llamado en su rabia. Corrieron hacia
nosotros y Butters aplanó sus orejas, resoplando, sus ojos muy abiertos y blancos.
Cada paso pulsaba en mi hombro hasta que mi cuerpo estaba inundado con agonía.
Sus chillidos me ensordecían. Se filtraron en mi cuerpo hasta que cerré mis ojos
y les grité, intentando cualquier cosa para conseguir que detuvieran sus terribles
gritos.
Me incliné sobre Butters y lo obligué a ir más rápido. Rompió en un galope
salvaje. Mis muslos se tensaron y fue todo lo que pude hacer para permanecer
montada con un solo brazo.
Los fantasmas se quedaron atrás, y por un momento parecía que los dejaríamos
atrás a todos, pero se reunieron y corrieron detrás de nosotros.
Las respiraciones de Butters golpeaban debajo de mí, igualando el ritmo de mi
propio corazón. Una piedra salió volando de entre la noche y golpeó a Butters en el
extremo trasero. Un fantasma la había tirado.
Butters corcoveó, chillando, y me deslicé de la silla de montar, perdiendo las
riendas por completo. Sólo mis pies en los estribos evitaron que me cayera. Me estiré
por la empuñadura y la agarré con fuerza, jadeando cuando manchas pasaron ante
mis ojos.
Sin la presión de las riendas para frenar su galope, Butters corría por las
llanuras. Su rubia melena azotaba dolorosamente mi rostro mientras me inclinaba
sobre su cuello y batallaba para mantener mi agarre. A esta velocidad, caer podría
ser una sentencia de muerte, incluso sin la flecha en mi cuerpo. Si no me rompía el
cráneo o el cuello, estaba cargada con objetos afilados, cualquiera de los cuales 57
podría albergarse fatalmente en mi carne.
Usé mi mano izquierda, todavía inmóvil en mi torso, para excavar en una bolsa
en mi cintura por una moneda de la familia Saldana. La aferré con fuerza en la palma
de mi mano y recé a Safraella.
Un fantasma apareció junto a nosotros. Sus manos espectrales se estiraron por
mí. Me retorcí, pero sus dedos se deslizaron en la carne del muslo.
Dolor helado rompió mi cuerpo, irradiando donde el fantasma me tocó. Grité
mientras el frío se propagaba por mi pierna. El fantasma retiró sus manos, pero con
ello vino una imagen transparente de mi extremidad, los dedos del fantasma se
envolvieron con fuerza alrededor de él mientras trataba de tirarme de mi propio
cuerpo.
—¡No! —grité. No podía fallarle a mi Familia—. ¡No!
La moneda en mi mano entró en calor. Luego más caliente. Quemaba, borrando
todos los otros dolores. Luché por abrir mi mano para liberar la moneda, pero mis
dedos estaban paralizados.
Grité, inclinándome sobre Butters, agarrando mi mano ardiente contra mi
pecho. Volví mi rostro lejos mientras el fantasma lentamente halaba mi alma fuera
de mi cuerpo.
El dolor en mi mano se detuvo, como una rápida respiración. Una explosión de
luz surgió de mi piel, catapultando al fantasma lejos.
La salvación apareció ante mí: el monasterio, casi escondido en medio de un
bosque de viejos robles.
Puse mi mano quemada fuera de mi mente y me concentré en las riendas
rebotando en el cuello de Butters. Conté hasta tres, luego me lancé por ellas, el cuero
golpeando mi palma. Me eché hacia atrás, tratando de frenar a Butters, mostrándole
que de nuevo yo estaba a cargo. Sacudió su cabeza, su boca y ojos muy abiertos, pero
sus orejas se movieron hacia atrás y desaceleró.
Lo giré hacia el monasterio mientras un pequeño grupo de fantasmas nos
pasaba por la derecha y volaban alrededor de los árboles.
Un trueno partió la noche y un árbol se sacudió, bañando el campo con nuevas
hojas mientras los fantasmas peleaban por derribarlo. El árbol crujió y se vino abajo,
justo en nuestro camino.
No podíamos detenernos, íbamos demasiado rápido.
De nuevo, me incliné hacia delante sobre el cuello de Butters, aflojando las
riendas hasta que llegó al árbol caído. Agrupó sus piernas y volamos por encima del
tronco del árbol, los fantasmas detrás chillando con renovada ira y rabia.
Corrimos a través de las puertas del monasterio, libres de la multitud de
fantasmas enojados.

58
Diez
C
on el sonido de los cascos de Butters repicando en la entrada de piedra,
los sacerdotes de Safraella salieron corriendo llevando faroles.
Los enojados fantasmas deambulaban por la valla que rodeaba el
monasterio, contenidos por la fe de los sacerdotes y la tierra sagrada, bendecida por
Safraella.
Los obispos alcanzaron mi costado y me deslicé de Butters en sus capaces
manos.
—Hermana, ¿cómo es que vienes a quedarte aquí tan tarde? —El que habló era
un hombre de piel oscura y cabello cortado a ras del cráneo. Tenía amables ojos
marrones con líneas de expresión de alegría en los costados.
—Querrás decir tan temprano, hermano —dijo otro. Por el este, el sol salió por
el horizonte y los fantasmas gimientes se desvanecieron con la suave luz de la
mañana.
Mis piernas flaquearon, pero el sacerdote me ayudó a mantenerme de pie.
—Escapé de las llanuras muertas. 59
Llamó a otro sacerdote para que atendiera a Butters, cuyo pecho jadeaba
mientras intentaba recuperar el aliento.
—¡Te han disparado una flecha! —exclamo él.
Me reí. Seguramente sabía que ya me había dado cuenta.
—Ven, hermana. —Me ofreció su hombro—. Te atenderemos dentro. Soy el
hermano Faraday. Cuando te hayan atendido, deberías contarme tu historia, porque
debe de estar llena de aventuras y desafío.
Lo miré y sus ojos brillaron. Era más joven de lo que había imaginado en un
primer momento. Quizás sólo unos pocos años más que yo.
—Te conozco.
Su ceja izquierda se alzó.
—Vi tu petición para convertirte en sacerdote de la Familia Saldana.
—¡Ah!
Dentro de los muros de piedra, las velas iluminaban los pasillos con una suave
luz amarilla. Faraday me guió hasta una gran habitación con un altar de piedra al
fondo y dentro del pequeño cuarto con una mesa y una silla.
Unos cuantos sacerdotes se amontonaron en la puerta, mirándose entre ellos y
a mí.
Alguien afuera resopló y los hombres se separaron para dejar pasar a un
sacerdote con un cubo y agua caliente y toallas en sus brazos. Otros dos le seguían.
Uno de los sacerdotes, que se presentó como hermano Sebastien, cortó mi capa,
quitándola con cuidado para que no se enganchara con el extremo de la flecha que
sobresalía por mi hombro.
Examinó la herida.
—No hay manera fácil de hacer esto. Tendremos que forzar la punta de la flecha
el resto del camino a través de tu carne. Luego podremos sacar el asta.
Me quité mi máscara. Otro sacerdote la tomó reverentemente.
—La limpiaremos y la repararemos —dijo el hermano Faraday.
—¡No! —Mi grito los sorprendió. Bajé la voz—. Limpiarla está bien. Pero la
grieta… déjenla. Es un recordatorio para mí.
El sacerdote se llevó mi máscara.
—¿Qué has hecho con tu mano? —El hermano Sebastien evaluó mi muñeca.
Casi había olvidado mi mano. La giré y con algo de esfuerzo conseguí abrir mis
dedos.
—¿Qué es esto? —Sebastien sacó la moneda cuidadosamente de mi palma
quemada y se la pasó al hermano Faraday. Mi piel quemada se enfrió dolorosamente
con el aire. Estaba roja y en carne viva. El hermano Sebastien frotó mi mano
suavemente con un trapo húmedo.
Faraday limpió la moneda bajo la luz de un farol. 60
—Es una moneda sagrada —contesté—, la agarré estando asustada.
—Pero, ¿por qué estás quemada? —preguntó Faraday.
Me encogí de hombros, luego siseé de dolor por el movimiento.
—No sé cómo me quemó —le contesté a Faraday. Sebastien cortó mis cueros y
empezó a limpiar la sangre de mi hombro—. Pensaba que no sería capaz de alcanzar
el monasterio antes que los fantasmas me detuvieran. Sostuve la moneda y recé a
Safraella para que me salvara.
Faraday detuvo su examen de la moneda y me miró fijamente, su mirada fue
tan intensa que me removí en mi asiento.
Sebastien presionó sus manos contra mis hombros, haciéndome estar quieta.
—Señorita Oleander, le debo implorar que no se mueva.
—¿Me han reconocido? —pregunté, sorprendida.
—La moneda y la máscara son de la Familia Saldana, aunque la máscara
pertenece a Rafeo Saldana. El difunto Rafeo Saldana, si he juzgado esto
correctamente. —Me miró, luego de nuevo a mi hombro—. Hay sólo dos mujeres en
la Familia Saldana y no se te ve suficientemente mayor para ser Bianca. Por lo tanto,
Oleander.
—Me llaman Lea —murmuré.
—Sí, bien, quizá deberías volver a tu discusión con el hermano Faraday, porque
lo que sigue será… incomodo.
Sebastien empujó el resto de la flecha a través de mi hombro.
Gruñí y la habitación dio vueltas. El sudor caía por mi frente y mi estómago se
revolvió.
Sebastien rompió el asta y sacó la flecha de mi hombro.
—Unos cuantos puntos por los dos lados y volverás a la normalidad
rápidamente —dijo—. Mientras te guardes de hacer uso excesivo de este brazo.
¿Imagino que eres diestra? Bien, entonces no debe ser muy difícil.
El hermano Faraday distraía mi atención mientras Sebastien cosía mi piel con
la aguja.
—¿La moneda es la que te quemó? ¿Después que rezaras a Safraella?
—Sí. No podía soltarla.
—¿Pero los fantasmas seguían persiguiéndote? No entiendo qué significa esto…
—Lo último lo dijo como para sí mismo, su mirada volviéndose introspectiva.
Sebastien terminó con los puntos en mi espalda y se movió a la parte delantera de
mi hombro.
—Mientras me estaba quemando —continúe—, un fantasma intentó sacarme de
mi cuerpo y algo lo empujó lejos.
Eso llamó la atención de Faraday.
—¿Qué quieres decir? 61
—No estoy segura de poder explicarlo. Hubo como una luz brillante, ¿algo como
ascuas, quizás? Y el fantasma fue alejado de un empujón. No le presté mucha
atención a la luz. Estaba intentando permanecer sentada en mi caballo.
—¿Un milagro? —preguntó—. ¿Frenaste a un fantasma tan solo con la fuerza
de tu fe?
Había historias y cuentos de sacerdotes o sesgadores tan devotos a Safraella o
a sus propios dioses, tan favorecidos que los dioses los protegieron de los fantasmas.
Podrían atravesar las llanuras muertas por la noche sin ser molestados. A esos de
increíble y ferviente fe —santos o esos que vieron a la mismísima diosa en una
visión—, algunas veces se les era concedida la auténtica resurrección y eran devueltos
a la vida en su cuerpo existente. No había pasado en cien años. Fruncí el entrecejo.
—No soy una santa.
Faraday parpadeó rápidamente. Giró la moneda en su mano.
—¿Te importa si me quedo esto?
Deseché su pregunta con un gesto de la mano.
—Quédatela. Tengo una bolsa llena de ellas. El único valor que tienen es el valor
de la moneda.
—Para ti, quizás, pero para mí es obvio que has tenido una experiencia con la
misma diosa, que de alguna manera se dignó a responder a tus rezos. Debes de ser
muy especial, Lea Saldana.
Sebastien terminó con los puntos de mi hombro, tapó la herida con un
ungüento de olor raro y la vendó fuertemente con una tela blanca. Se movió hacia mi
mano, limpiándola con otro trapo húmedo antes de untar las quemaduras con el
mismo ungüento, vendando mi mano y declarándome curada.
—No veo que esté favorecida por Safraella —respondí a Faraday—. Hace dos
días toda mi Familia fue sacrificada por los Da Via. Si ella nos amaba tanto,
¿entonces por qué dejo que nos destruyeran?
Faraday cerró sus dedos alrededor de la moneda.
—Sí, ya veo cómo sería eso de… terrible. ¿Pero no ves también que eres la única
superviviente? ¿Cómo escapaste al exterminio de tu Familia?
Negué.
Suerte. Había sido sólo pura suerte lo que me había salvado.
Y ya que todo había sido mi culpa, la suerte sabía a ceniza seca en mi boca.
El hermano Faraday me acompañó a una habitación. Era pequeña y
escasamente amueblada, pero la cama estaba limpia y mi cuerpo se hundió en ella.
Mi mente, sin embargo, no podía encontrar descanso.
Estaba rodeada por hombres de fe, sirvientes de Safraella y, aun así, nunca me
había sentido tan sola. El dolor en mi hombro y mano empalidecía contra el dolor de
mi corazón. Antes, en el momento en que me sentía triste o solitaria, hablaba con
62
Rafeo, el cual era rápido animándome con una broma. O encontraba a Val, el cual
podía hacer mi cuerpo temblar con sus manos y labios en los lugares correctos.
Pero la voz de Rafeo había sido silenciada. Y el amor entre Val y yo había sido
una mentira.
Mi hombro dolía mientras mis pensamientos me atormentaban y, finalmente,
después de casi una hora, me incorporé.
Alguien golpeaba mi puerta, pero antes que pudiera contestar, el hermano
Faraday entró, cerrando la puerta tras él. Llevaba en sus brazos una sotana y un
ancho sombrero de ala ancha.
—¿Hermano Faraday?
—No tenemos tiempo —susurró, dándome las ropas—. Los Addamo han venido
buscándote. Bueno, buscando a tu hermano Rafeo.
Me puse de pie rápidamente.
—¿Qué?
—Ponte el hábito y el sombrero. Vamos a sacarte de aquí. Tendrás que dejar tu
caballo, ¿Butters, era?, pero nosotros lo cuidaremos bien. El resto de tus
pertenencias ya han sido empaquetadas.
—No lo entiendo. —Deslicé la lana áspera sobre mi cabeza—. ¿Cómo me han
encontrado tan rápido?
—Deben haber salido al amanecer para llegar aquí tan rápido, aunque creo que
están comprobando tantos monasterios como pueden. Y todavía no te han
encontrado. Pero podrían hacerlo si te quedas. —Faraday abrió un poco la puerta y
echó un rápido vistazo afuera. Miró por encima de su hombro y, después de
ajustarme el sombrero en su sitio, escondiendo mi cabello, me hizo un gesto para
que lo siguiera.
Voces se oían al girar la esquina del vacío pasillo… el hermano Sebastien
discutiendo con alguien.
Faraday alzó la mano y nos escondimos en un hueco. Sostuve la llave alrededor
de mi cuello y escuché cuidadosamente.
No era una discusión, era un interrogatorio de uno de los sesgadores Addamo.
—Él tiene que haber parado aquí —hizo eco la voz del sesgador.
—Lo siento, hermano, pero ningún hombre nos visitó anoche.
La puerta principal del monasterio se abrió y otro Addamo entró. Faraday y yo
presionamos nuestras espaldas contra el muro del hueco.
—Hay un semental palomino en los establos, bien educado —anunció el nuevo
sesgador—. Podría ser el mismo que él estaba montando.
—¿Bien? —preguntó a Sebastien el primer Addamo.
Eché un vistazo. Sebastien asintió.
—El caballo deambuló dentro de nuestras tierras esta mañana. No tiene
ninguna marca de quién es su dueño. Estamos planeando quedárnoslo hasta que su 63
dueño lo reclame. Simplemente es lo correcto, considerando lo bien educado que
está.
—Eso es muy conveniente.
—De hecho diría que es muy inconveniente —dijo Sebastien—. Para los dos,
para ti y para el dueño del caballo. ¿Están realmente seguros que este sesgador
desafió las llanuras muertas por la noche?
—Por supuesto que lo estamos. Fue alcanzado por un disparo de flecha de uno
de mis hombres. Lo vimos montar hacia las llanuras de la muerte del norte desde
Genoni.
—¿Quizá sucumbió a sus heridas? ¿O a la furia de los fantasmas? Un hombre
herido está en más riesgo de ser poseído. O quizá regresó a Lovero, a través de una
puerta diferente.
Los Addamo hicieron una pausa mientras pensaban en ello.
—Los Caffarelli podrían estar escondiéndolo —murmuró uno al otro—. Quizás
dio la vuelta a pie hacia la puerta Lilyan.
—Por qué no vienen por aquí y les serviré unos refrescos —dijo el hermano
Sebastien.
Uno de los Addamo hizo un sonido de frustración, seguido de pisadas mientras
seguían a Sebastien.
—Los Addamo pagarían buenamente por alguna información, por supuesto.
Lo que sea que Sebastien les contestó se perdió mientras dejaban la habitación.
Faraday y yo esperamos un poco más para asegurarnos que era seguro
movernos.
—Podrían haberles dicho de mí —susurré.
Se encogió de hombros.
—Como el rey, no respaldamos a una Familia por la otra. Deberían saberlo.
—Pero ayudándome, ¿no están favoreciendo a los Saldana?
—¿No has oído? Los Saldana están todos muertos, destruidos por los Da Via.
De todas formas, es una desgracia que nos hayan ofrecido dinero como si fuéramos
algún tipo de plebeyos. Nosotros también somos discípulos de Safraella, incluso si
no matamos en su nombre. A veces los sesgadores se olvidan de esto.
Sonreí.
—Cuando eres un sesgador, eres entrenado para pensar muy altamente sobre
tu propia importancia.
Se asomó por la esquina, entonces me hizo la señal para seguir adelante. Nos
escurrimos dentro del patio. Allí nos esperaba una carreta, enganchada a una yegua
castaña. En la parte trasera descansaban mis dos bolsas, aunque la silla de montar y
las alforjas habían sido dejadas.
—Vamos —gesticuló Faraday mientras acelerábamos hacia la carreta.
—¿No nos veremos sospechosos?
64
—Somos sólo dos sacerdotes yendo a cumplir con nuestras obligaciones.
Los sacerdotes dentro de los muros de la ciudad generalmente tendían a ser
común, aceptando ofrendas de sangre o hueso de gente que esperaba ganar el favor
de Safraella, viendo sus necesidades espirituales.
Los monasterios de las llanuras muertas, sin embargo, servían a muchos
propósitos, incluyendo el ofrecimiento de santuario para viajeros. Pero sus dos
tareas principales como sacerdotes de Safraella eran hacer el papel de limpiadores
en las llanuras muertas —encontrando cualquier cuerpo y devolviéndolos a sus
familias, si era posible—, y rezar por los fantasmas enojados.
Por la noche, los sacerdotes se reunirían en las puertas y rezarían por los
iracundos muertos, rezarían para que sus tormentos terminaran, por Safraella para
que les ofreciera una reencarnación y así ellos pudieran parar su interminable
búsqueda de un cuerpo. Nadie sabía si esto funcionaba, pero los sacerdotes tenían
fe.
—Tengo que decir que nunca esperé que un sesgador cabalgara aquí en mitad
de la noche buscando seguridad. —Faraday se sentó en el lado del conductor y ajustó
su propio sombrero. Me senté en el banco a su lado—. Ciertamente has traído mucha
agitación contigo.
—Lo siento.
Sonrió.
—Ha sido liberador. Un cambio de ritmo agradable. Algunas veces, las cosas se
pueden poner aburridas.
Bostecé y lamenté mi descanso perdido.
—¿Qué? ¿En un monasterio en el medio de las llanuras muertas, rodeado de
fantasmas enojados?
—Sí, bueno. Como debes haber notado, los fantasmas no son muy buenos
conversadores.
Fustigó las riendas y nos movimos, dejando el monasterio atrás.
—¿Hacia dónde te diriges?
Hice una pausa. Faraday sólo me había ayudado. Y era un sacerdote. Por
supuesto, había confiado en Val, y mira cómo había terminado eso.
Pero no había razón para mentir, no si quería alcanzar mi destino y encontrar
a mi tío. Era la llave para los Da Via y mi venganza.
—Yvain —admití finalmente.
—Entonces mejor nos movemos un poco más rápido. —Chasqueó su lengua y
el caballo aceleró el paso.

65
Once

Y
vain era una ciudad tan diferente de Ravenna como el monasterio de
llanuras muertas era del palacio de Genoni. Donde Ravenna era una
ciudad de vida nocturna, mascaradas, y carnavales, Yvain era pequeña y
tranquila, más provincial, con flores frescas en los floreros de las ventanas de cada
casa, y fragante musgo rojo creciendo entre los adoquines de las calles.
La odié inmediatamente. No había vida en la gente. No había aire marino y el
dulce olor de las lámparas de aceite. No había elegancia ni orgullo en las ropas que
llevaban. En Yvain, las mujeres ni siquiera se cubrían el cabello, y bajo el empalagoso
olor de las flores, el caluroso hedor de las aguas residuales desde los canales flotaba
a todos lados.
Muros dividían la ciudad desde las llanuras muertas, desde que Rennes no era
un país que se inclinara ante Safraella. Los fantasmas no podían atravesar muros, y
los muros de la ciudad mantenían a los fantasmas de las llanuras muertas afuera,
pero cualquiera que muriese dentro de la ciudad, detrás de los muros, y se convirtiera
en un fantasma enfadado se quedaría atrapado dentro de la ciudad con todos los
demás. Así como en los viejos tiempos en Lovero, la gente se quedaba dentro de sus 66
casas cuando se ponía el sol.
—¿Por qué sencillamente su regente no se inclina ante Safraella? —me quejé
mientras la carreta se movía lentamente dentro de la ciudad detrás de una fila de
gente que quería entrar antes que se pusiera el sol.
Faraday se encogió de hombros.
—Es una cuestión de geografía. Lovero está contra el mar por el sur y por el
oeste, y limitado por las llanuras muertas por el norte y por el este. Cuando los
Sapienza tomaron el trono, la gente apoyó una línea real que se inclinaba ante
Safraella y liberó al país de la amenaza de los fantasmas. Pero Yvain es la única
ciudad en Rennes limitada contra el borde de las llanuras muertas. Se controla más
fácilmente con los muros, y cualquier fantasma dentro de Yvain no puede adentrarse
en el país por culpa de los canales. Para los fantasmas es como un laberinto de agua.
—Todavía parece que sería una buena idea seguir a Safraella.
—La gente de Yvain, y todos los de Rennes, encuentran nuestra devoción hacia
una diosa que trata con la muerte y el asesinato por lo menos macabra. —Se rió
Faraday.
—Ella ofrece resurrección.
—El patrón de Yvain es Acacius, un dios menor de cosechas y deudas. Es por
eso que tienen flores por todas partes. Y aquí encontrarás gente honrada. Si contraen
una deuda, harán cualquier cosa para pagarla. Si son devotos, Acacius les da su
propia versión de la vida eterna, convirtiéndolos en uno con la tierra, las plantas o
los animales.
—Lo siento —me burlé—. Pero prefiero lidiar con sangre y muerte, y volver
como una persona que regar unas bonitas flores y pagar mis deudas para volver como
un campo de trigo.
—Bueno, tú eres parcial. Pero para ellos, convertirse en parte de la tierra es una
forma de inmortalidad. Preferirían vivir vidas completas aquí y ahora que tener que
encarar la muerte y el asesinato solo para renacer y tener que volver a pasarlo todo
de nuevo. Acacius ofrece jardines y granjas, árboles y flores. Encontrarás poca
hambruna en Rennes.
Nos costó liberarnos de las masas, Faraday manejó la carreta pasando las
pesadas puertas de los muros de la ciudad. Cambió de postura en su asiento.
—No tienes por qué ir detrás de los Da Via, lo sabes.
Me erguí. No le había dicho mi plan.
—No te alarmes. Sólo parece tu próximo movimiento más probable. —Sonrió
Faraday—. Pero nadie pareció darse cuenta que tú, Lea Saldana, sobreviviste al
ataque a tu Familia. Muy poca gente tiene una oportunidad tan buena de empezar
desde cero.
Empujé mi creciente enfado a un lado.
—¿Estás sugiriendo que deje de servir a Safraella? ¿Tú? ¿Su discípulo? —Toda
mi vida había sido una sesgadora. Si lo dejaba ahora, nadie vengaría a mi Familia.
La memoria de los Saldana desaparecería, hasta que simplemente se convirtiera en 67
otra de las Familias perdidas—. Ser una sesgadora es una vocación.
—Oh, entiendo una vocación. ¿Pero puede ser contada como una si has nacido
entre ello? ¿Te preguntó tu padre o tu madre alguna vez si querías ser algo más?
Resoplé.
—¿Quién dejaría pasar una vida de dinero, poder y respeto?
—Esas cosas se han ido junto a las vidas de tu Familia. Son cosas fugaces, como
puedes ver. Intangibles.
Miré hacia otro lado, escaneando las caras en la multitud a nuestro alrededor.
Todas se mezclaron juntas hasta que realmente ya no veía a nadie.
—No me importa el giro de esta conversación, hermano.
Faraday alzó una mano rindiéndose.
—Lo siento. Olvidé que no eres de la iglesia y no estás acostumbrada a discutir
filosofía y fe. Hablé por preocupación por una hermana y eso es todo.
—Cualesquiera que sean mis planes, todos están bien considerados. —
Encontrar a Marcello. Conseguir su ayuda. Matar a los Da Via antes que se den
cuenta que sobreviví a su ataque. Sencillo.
Faraday asintió, luego condujo la carreta por una calle que casi estaba tan llena
como la entrada. Echó la carreta a un lado y paró.
—Ya estamos aquí. —Señaló un pequeño edificio a su izquierda. El sol bajando
resaltaba una marca en la puerta, una máscara de hueso en blanco. Esta era una
iglesia de Safraella.
—¿Permiten nuestras iglesias aquí? —pregunté.
—Los sesgadores no están autorizados en Yvain, por supuesto, pero sí permiten
unas cuantas iglesias pequeñas. Mayormente para el uso de los monasterios.
Devolvemos muchos cuerpos de las llanuras muertas a Rennes al igual que hacemos
con Lovero, pero muchos de nosotros no podemos hacer el viaje de vuelta a nuestro
monasterio en un día. Me quedaré aquí durante la noche y regresaré por la mañana.
Hay mucho espacio para ti también. Los hermanos estarán felices de recibirte.
Sería fácil entrar a la iglesia, tener una buena noche de sueño, luego encontrar
a mi tío por la mañana.
Pero los Addamo ya estaban tras de mí. Si habían enviado miembros a los
monasterios, lo siguiente sería dirigirse a las ciudades cercanas, incluyendo Yvain. Y
los primeros lugares en los que buscarían serían en las iglesias. Cualquiera podría
ser forzado a hablar. Cualquiera.
—Aquí será cuando nuestros caminos se separen —dije.
La sonrisa de Faraday se esfumó, pero asintió.
Salté de la carreta y agarré mis dos bolsas.
—Gracias, hermano Faraday. Ojalá pudiera ofrecerle algo. En el pasado le
habría concedido el estado de buena gracia con la Familia Saldana. Todavía podría,
pero no tiene mucho valor estos días. 68
—Lo tomaré. —Se inclinó ante mí—. Puede que seas la única Saldana ahora,
pero no creo que la historia de tu Familia esté completa.
—Bueno, muy amable por su parte de decirlo, de todas formas. Si en algún
momento necesita ayuda, hermano Faraday, solo tiene que pedírsela a un Saldana.
Ahí. Ahora es oficial.
—Gracias. Espera una carta de mi parte. Te escribiré con cualquier información
sobre tu situación. Buena suerte, Lea Saldana.
Él azuzó al caballo hacia un pequeño callejón al lado de la iglesia. Reprimí un
bostezo. Mi hombro, mano, y el cuerpo entero me dolían por los Addamo y los
fantasmas. Necesitaba encontrar un lugar donde descansar.
A mi alrededor, la calles se iban vaciando mientras el cielo se oscurecía. No
como en Ravenna, aquí no había multitudes de gente esperando a que la luna saliera.
Los pocos que quedaban se dirigían a las posadas, iluminadas brillantemente en
contraste con la oscuridad invasora de las calles. Edificio tras edificio tenían negocios
donde ofrecían préstamos de dinero si se pagaba con interés. En Lovero, si la gente
no pagaba sus deudas, alguien normalmente contrataría a un sesgador para que les
hiciera una visita.
Caminé a lo largo del canal, con las pesadas bolsas en mis manos, frunciendo
mi nariz contra el hedor. Los pequeños botes que la gente utilizaba para transporte
estaban atados a los muelles y edificios. Linternas adornaban muchos de los botes,
pero con qué motivo en una ciudad que se escondía de la noche, no lo sabía. Quizás
Yvain tenía carnavales como Ravenna, y decoraban sus botes con flores y luces.
Recuerda por qué estás aquí.
No me importaban las mascaradas o la buena comida o coquetear con chicos.
Nada de eso significaba algo ya. Quizá nunca lo hizo. Quizá si hubiera sido más como
Matteo, enfocada en mis estudios, hubiera sido capaz de salvar a mi Familia. De
salvar a Rafeo, el cual estaba tirado solo en el túnel.
Todavía podía hacerlo. Si trabajaba duro, y me convertía en la mejor sesgadora,
quizás Ella desharía lo que había pasado. Quizá me devolvería a mi Familia. Aunque
fuera solo a Rafeo. Si pudiera tener a Rafeo, te podría servir mejor.
No. Era imposible. Auténticas resurrecciones nunca habían sucedido. O por lo
menos no habían pasado en los últimos cien años. Era un deseo estúpido, pero no
podía evitarlo. Los echaba tanto de menos. Tanto.
Este era mi castigo. Mi terrible secreto. Val había traído la muerte a mi Familia.
Se habían ido para siempre, estaba sola y esta era la carga que tenía que soportar.
Moví mi cabeza, liberándola de esos pesados pensamientos, y encontré un
oscuro callejón donde esconderme. Apartada de ojos curiosos, me cambié las ropas
que el monasterio había provisto y me vestí con mis familiares pieles. Abroché
apretado mis botas contra mis pantorrillas y ajusté los cinturones a mi cintura,
aunque se sentían muy ligeros sin sus correspondientes armas. Abrí mi segunda
bolsa y deslicé cada cuchillo que pude alrededor de mi cintura, en mis botas, y en mis
brazos. Envainé mi espada corta y llené un saquito con una buena selección de mis
venenos favoritos. Después de pensarlo un momento, incluí unas cuantas bombas de 69
humo también. Esta era una nueva ciudad, un nuevo país. Mejor llevar un poco de
todo y no necesitarlo que arrepentirme luego de haberlo dejado en la bolsa.
No había sesgadores en Rennes, o en ningún otro sitio aparte de en Lovero.
Había sólo nueve Familias, y todos nosotros llamábamos casa a Lovero. Quizás un
día, si el culto a Safraella se extendía pasando las fronteras de Lovero, habría
sesgadores en otras ciudades, pero por ahora estaba sola.
Me puse mi capa, tocando con mis dedos las pequeñas puntadas que un
sacerdote usó para cerrar el agujero de la flecha. Mi hombro dolía ferozmente.
Finalmente, me puse la máscara de Rafeo, inhalando profundamente el olor de aceite
fresco que habían usado para limpiarla. Ahora estaba a salvo, detrás de la máscara.
Y era el momento de empezar a trabajar.
Até una cuerda alrededor de mis bolsas para que colgaran debajo, luego me
acerqué a un bonito muro lleno de agujeros, fácil para escalar. Subiría al tejado,
escondería mis propiedades por ahora, y luego exploraría la ciudad e intentaría
aprender sus caminos. Quizás, si de verdad tenía suerte, encontraría a mi tío esta
noche y podría estar regresando a Ravenna con él mañana por la mañana. Por
supuesto, había posibilidad que me tomara unos cuantos días de búsqueda y
preguntar a la gente correcta. Después de todo, él había sido un Saldana una vez y
podía esconderse muy eficazmente.
Bostecé. O quizá podría sólo buscar algún lugar donde poder descansar
primero. Sí, quería encontrar a Marcello lo más pronto posible, especialmente
porque los Addamo andaban tras de mí; y era solo cuestión de tiempo antes que los
Da Via se enteraran también, pero no sería de ninguna utilidad cansada.
Apreté el agarre al muro y me impulsé hacia arriba.
Mi hombro explotó de dolor. Jadeé, cayendo en la calle. Agarré mi hombro y
cerré los ojos hasta que el sufrimiento fue desapareciendo y se convirtió en solo un
continuo dolor.
Maldición. Estaba tan cansada, y no pensaba correctamente. Mi hombro no
podía aguantarme después de estar recién cosido.
Miré a los tejados. No encontraría un santuario entre ellos esta noche. Tendría
que encontrar algún otro sitio, otro que no fueran iglesias o posadas donde los
Addamo seguro buscarían.
Por mucho que me llamara una cama, no podía arriesgarme.
Me recosté en la pared de la calle, mis músculos flojos, mi cuerpo rogando por
descanso, por dormir.
La ciudad seguía vacía excepto por poca gente que se dirigía rápidamente a sus
destinos. Era tan diferente a Ravenna, donde no había nada que temer en la noche.
Bueno, exceptuando a los sesgadores. Pero ahora, con el silencio y la tranquilidad
flotando por las calles, se me puso la piel de gallina. Nunca había visto a gente vivir
así.
Un grito atravesó la noche.
Eso se le parecía bastante. Me giré, intentando encontrar el sonido. Gritos
ahogados eran seguidos por pies arrastrándose por las losas del suelo. Agarré mis
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bolsas y corrí calle abajo, con mi fatiga olvidada de momento.
El ruido se detuvo.
Delante, un hombre salió de una calle, pasando una mano por su cabello
blanco. Me detuve y él se giró, viéndome. Su cara palideció y gritó, luego escapó.
En Ravenna, la gente temía mi máscara, pero también me respetaban. Aquí, el
hombre sólo había reaccionado con terror.
Le dejé huir corriendo. No tenía razón para perseguirlo.
Entré en el callejón, y allí había un cuerpo tirado.
Me acerqué, esperando algún movimiento, pero no pasó nada. Ahora sabía por
qué el hombre había escapado tan rápido.
El cuerpo era el de un hombre joven, no mucho mayor que yo. Tenía suave piel
marrón y un poco de vello sobre su labio. Había sido apuñalado en el pecho tres
veces, y sus ojos sin vida miraban fijamente al cielo oscuro. Su bolsa de monedas
estaba tirada a su lado, desgarrada durante la pelea y vacía.
Había sido asesinado por dinero.
Una repentina ola de ira llenó mi pecho. Tendría que haber perseguido a ese
hombre. Tendría que haberle hecho pagar por lo que le había hecho a este chico. Yo
era una asesina, sí, pero mataba en nombre de un dios, y las muertes que traía
llegaban con la promesa de una nueva vida. ¿Qué le había traído la muerte a este
muchacho?
No había sido asesinado por ninguna razón de altura. Había sido matado a
sangre fría por unas cuantas monedas.
La sangre del chico era absorbida por su camisa de lino, y recordé cómo la
sangre de Rafeo empapaba sus pieles, sus manos débiles y frías en el túnel.
Mis pieles se sintieron de repente apretadas contra mi pecho, y rebusqué entre
mis bolsillos hasta que saqué una de las restantes monedas de la Familia Saldana
que me quedaban.
Mi mano quemada me dolía cuando la miraba, pero me agaché y puse la
moneda dentro de la boca del chico, murmurando mi canción. Quizás no funcionaría.
Quizás él seguía a Acacius y su alma ya se había reencarnado en un arbusto o algo.
Pero si no lo había hecho, entonces quizá Safraella vería mi moneda y le daría una
nueva vida.
Detrás de mí, oí un ruido, como una bocanada de aire, o una exhalación
ruidosa. Me giré.
Un fantasma flotaba en la entrada del callejón, mirándome fijamente.
Mi sangre se congeló y mi mano fue instintivamente a buscar mi espada atada
a mi cadera. No es que la espada pudiera hacer nada.
El fantasma cargó, sus agudos chillidos rebotando contra las paredes y llenando
el callejón.
Agarré mis bolsas y corrí. Después de las llanuras muertas sabía que el
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fantasma era más rápido que yo, pero la calle terminaba en un canal, y quizás hubiera
un puente torcido cerca.
Alcancé el canal. Mis botas derraparon justo en el borde. Miré a la izquierda.
Derecha. Sin puentes. Nada. Estaba atrapada. Los fantasmas no podían cruzar el
agua, pero yo tampoco podía.
Los chillidos del fantasma resonaban más alto. Mi cabeza pulsaba con el latido
de mi corazón.
En mitad del canal un bote flotaba indiferentemente, atado flojamente hacia mi
derecha. Estaba lejos. Demasiado lejos para alcanzarlo, pero no tenía otra opción.
Lancé mis bolsas a través del agua. Mi hombro ardió con el dolor fresco, pero
las dos bolsas aterrizaron en el fondo del bote con un ruidoso pump.
Salté.
Mi cuerpo se estrelló contra el bote. Mis brazos apenas lograron agarrarse del
costado. Mis piernas y caderas salpicaron en el agua, casi haciendo que el bote
volcara. Mi hombro gritaba en agonía, pero de alguna manera conseguí auparme
sobre el borde, cayendo de bruces al fondo.
Me agarré el hombro, mordiéndome el labio bajo mi máscara. Me balanceé
adelante y atrás, intentando contener las lágrimas que amenazaban con escapar.
Esto era sólo dolor físico. No era nada. No malgastaría mis lágrimas en ello.
Tomé unas cuantas respiraciones profundas, luego retiré mi máscara. Eché un
vistazo al borde del bote.
El fantasma flotaba al final del callejón, detenido por el afluente del agua del
canal. Gemía fijamente, mirando el bote. Como los fantasmas a las puertas del
monasterio, me esperaría toda la noche.
Me dejé caer de espaldas, hundiéndome pesadamente contra el bote.
Finalmente, me di la vuelta y me tapé con mi capa mojada. Al parecer había
encontrado un lugar para pasar la noche.

72
Doce

M
e desperté con el sonido de los pájaros del canal graznando en el aire
y voces que iban a la deriva sobre el agua. Estaba desorientada, pero
entonces recordé al muchacho asesinado y al fantasma y mi inquieta
noche en el barco.
Gemí y me giré. Por encima de mí, el gris de la madrugada cubrió el cielo. Había
perdido toda la noche, pero al menos el fantasma se habría ido.
Las voces se oyeron de nuevo. Parpadeé, tratando de enfocarme y luego miré
por encima del borde de la embarcación.
Tres hombres estaban de pie en el callejón sobre el cuerpo del muchacho.
Vestían uniformes grises y azules con sombreros redondos. Policías de Yvain.
No podía distinguir sus amortiguadas palabras, pero de repente parecía
importante averiguar lo que estaban diciendo.
Extendí mis brazos sobre el barco y agarré la línea de amarre. Arrastré el barco
más cerca del callejón.
—Es diferente a los demás —dijo un policía—. Creo que esto era sólo un robo 73
ordinario que fue mal. Nada más ha desaparecido excepto las monedas.
—Sin embargo no todas las monedas —dijo otro policía. Se volvieron a mirar al
tercer policía, que tenía una moneda de oro en los dedos, examinándola. Mi moneda
de oro. La única estampada con el escudo de la Familia Saldana que metí en la boca
del niño anoche en un ataque de agotamiento y estupidez. No adoraban a Safraella
en Yvain, así que probablemente no apreciarían un asesinato.
—¿Qué consigues de eso, capitán Lefevre? —preguntó uno.
—Es Loveran. —Volteó la moneda—. ¿Ves este sello? Es el escudo de una de sus
Familias de sesgadores.
—¿Sesgadores?
—Las Familias de asesinos que sirven a Safraella matando gente. —Uno de los
policías escupió al costado, pero el policía Lefevre continuó—: Sesgan la vida de las
personas.
El policía Lefevre o fue bien educado en las costumbres y la cultura Loveran, o
había pasado algún tiempo en mi país.
—Entonces, ¿qué es lo que hace aquí?
Lefevre silbó una melodía breve, girando la moneda en sus dedos de nuevo.
—Sólo dejan estas monedas en alguien que han matado, lo que significa que
este chico no murió a manos de nuestro misterioso asesino en serie, sino por un
sesgador Loveran.
Sin embargo no había matado al niño. Sólo había intentado que el paso a su
siguiente vida fuera más fácil. Fue un acto de bondad lo que hice por él.
El tercer policía gruñó.
—Por lo tanto, no sólo tenemos a nuestro propio asesino en serie suelto, ¿sino
que ahora tenemos un Loveran también?
—Parece que sí —dijo el capitán Lefevre—. Y el sesgador será un asesino
profesional, experto en todas las formas de homicidio.
A mi lado, un pájaro del canal aterrizó en el borde de la embarcación. Lo miré
y mi movimiento lo envió hacia el cielo en una explosión de plumas y chillidos.
Los tres representantes de la ley levantaron la vista hacia el sonido. Sus ojos
siguieron el ave antes de instalarse en el barco. Donde estaba escondida, los brazos
agarrando la línea de amarre para mantenerme en el lugar, con el rostro
enmascarado asomado por el borde para escuchar a escondidas.
Uno dio un grito mudo. Los tres corrieron hasta el final del callejón y al canal
donde flotaba. Juré y dejé caer la línea de amarre. El barco comenzó a alejarse.
—¡Alto ahí! —gritó uno.
Rehusé, y en su lugar, tomé mi arma más cercana, mi estilete favorito oculto en
mi bota. Corté y corté en la línea de amarre, pero la cuerda era gruesa y con costra
del agua del canal.
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Los dos policías subalternos encontraron un poste del barco en el callejón y lo
usaron para enganchar la línea de amarre. Arrastraron la cuerda y mi barco se
sacudió hacia ellos.
El capitán Lefevre se situó en el borde del canal y se me quedó mirando, girando
la moneda entre los dedos.
Observé la cuerda y luego el agua. No había ninguna garantía que si saltaba en
el canal, no me siguiesen. Y tenía dos bolsas de armas y pertenencias que me
hundirían por el peso. Usé toda mi fuerza y apreté el borde de mi estilete en la cuerda
deshilachándola. Mi hombro se estiró dolorosamente.
La cuerda se rompió. Casi caí en el canal por la repentina libertad. Gritos
explotaron desde el callejón y me puse de rodillas. La repentina holgura había
causado que los policías subalternos cayeran al suelo.
Mi barco flotó río abajo. Los caídos policías se pusieron de pie y salieron
corriendo del callejón. El capitán Lefevre siguió mirándome, una leve sonrisa en su
rostro.
—Voy a verte más tarde, sesgadora —gritó. Se dio la vuelta y se alejó, silbando
una melodía que resonaba a su alrededor.
Me las arreglé para gobernar el barco hacia un lado del canal, lejos de los
policías. Tan pronto como pude, fui a las calles y escapé de la embarcación,
empujándola.
Los policías todavía estarían buscándome. No sabían mi identidad a causa de
mi máscara, por lo que estaría a salvo sin ella, pero seguramente reconocerían mi
máscara de nuevo si la veían. Necesitaba tener cuidado, permanecer en las sombras.
Lo que significaba que tenía que encontrar un lugar para esconderme, algún sitio
donde pudiera ocultar mis cosas para mantenerlas seguras.
El hombro me dolía. Todo me dolía después de la noche que pasé en el barco,
pero llegar a los tejados era la opción más segura. Los policías probablemente no me
verían allí.
Corrí por los oscuros callejones, evitando las principales calles y a la gente que
empezaba a llenarlos. Llevaba mis cueros y la capa y la máscara y, aunque escondiese
mi máscara y mi capa en mis bolsas, mi ropa todavía se vería rara. Y la gente
recordaría la extravagancia y hablarían. Era mejor usar la máscara y que la gente la
recordara, a quitarla y que la gente me recordara.
Por otro callejón, bordeado por un canal, se apilaban un montón de palés y
desperdicios contra un edificio de una sola planta. Roté el brazo e hice una mueca de
dolor, pero esta sería la mejor ayuda que iba a encontrar.
Una vez más, me até mis bolsas y después probé la resistencia de la pila. Se
tambaleó con mis empujones, pero parecía bastante estable. Tendría que tener
cuidado y tomarme mi tiempo.
La pila resultó ser fácil de escalar. Había un montón de recovecos y grietas 75
hechos en la basura como punto de apoyo para mis pies y manos. Y aunque mi
hombro protestó todo el tiempo, mi noche de sueño debió haber hecho algo bueno,
porque fui capaz de seguir adelante hasta que me encontré en la parte superior de la
pila.
Desde allí pude llegar a la azotea con mis dedos. Lancé mis bolsas hacia arriba
y luego me impulsé detrás de ellas. Me senté para recuperar el aliento y dejar que mi
golpeado hombro descansara.
Donde los tejados de Ravenna se habían angulado y embaldosado, los techos
de Yvain se mantenían planos y desiguales, la diferencia de altura entre cada edificio
variaba enormemente.
Tomé mis bolsas y me dirigí a otro tejado, saltando la brecha fácilmente.
Aterricé con fuerza. El tejado crujió debajo de mí. Trastabillé lejos justo cuando una
parte podrida del techo se derrumbó. Una nube de polvo surgió del nuevo agujero.
Dejé mis bolsas y me acerqué con cautela.
El resto de la cubierta parecía estable. Miré más allá del polvo y la oscuridad
para encontrar una habitación vacía y abandonada. Tal vez esto era justo lo que
necesitaba.
Cavé en mi bolso hasta que encontré mi gancho de agarre y luego usé la cuerda
para bajar al oscuro cuarto. Si esto no funcionaba, me enfrentaba a un duro ascenso
hacia arriba...
La habitación estaba vacía y abandonada. Las ventanas y las puertas habían
sido tapiadas, el suelo y las paredes, cubiertas de polvo y telarañas.
Era perfecto.
Nadie había estado aquí durante mucho tiempo, lo que significaba que nadie
empezaría a hurgar ahora. Las tablas cubriendo las ventanas estaban podridas y los
clavos que las sostenían saldrían fácilmente. Sería sencillo deslizar dentro o fuera los
clavos, recolocarlos cuando estuviese en el interior o me hubiese ido para hacer que
pareciese como si nada hubiera cambiado. Coloqué mis dos bolsas en la esquina.
Entonces me quedé mirándolas.
¿Ahora qué?
Había encontrado un lugar seguro para quedarme. Bueno, más seguro, de todos
modos. Un fantasma no me encontraría aquí. Pero había policías detrás de mí ahora
por un crimen que no cometí. Y no podía ir por Yvain vestida así.
Mi estómago gruñó. Me senté en el suelo polvoriento y rebusqué en mis cosas.
Tenía dos bolsas de monedas, pero una contenía mis monedas sagradas, que no eran
para el gasto. Vertí el dinero de mi otra bolsa en la mano y lo conté. Tenía tal vez lo
suficiente para comprar algo de comida y ropa local, pero no mucho más.
Había pensado que era pobre antes. Pero los tiempos difíciles de mi Familia no
eran nada comparado con lo que estaba sintiendo ahora. Nunca había pasado
hambre en casa. Siempre me había comparado con Val y a la riqueza de los Da Via.
Tragué saliva y metí las monedas en su bolsa. La riqueza Da Via sólo
aumentaría ahora que ya no tenían que competir con los Saldana por los trabajos. 76
Sin embargo tenían tanto dinero ya. Por supuesto, no conocía a los otros Da
Via. Sólo conocía a Val y él no habría sido parte de asesinar a mi Familia sólo por la
oportunidad de más riqueza. O, al menos, había pensado que conocía a Val.
Pero los Da Via habían entrado de alguna manera y seguí pensando en Val
devolviéndome la llave después de robármela durante la cena.
Sostuve la llave contra mi pecho. La casa se había ido, por supuesto. La llave
era inútil, sin nada para bloquear, nada para proteger. Pero no podía renunciar a
ella. Era todo lo que quedaba de mi casa. Y su peso servía para recordarme lo que
tenía que hacer.
Necesitaba encontrar a mi tío, conseguir su ayuda y su conocimiento de los Da
Via. Y luego matarlos a todos.
Trece

R
esultó que Faraday y los demás sacerdotes habían hecho algo más que
empacar mis pertenencias. Encontré un poco de pan duro y queso, un
odre de vino y la manta de la silla de Butters. Todo empacado. Desearía
haber sabido de la manta antes de mi fría noche en el bote, pero ahora serviría como
cama.
Hice una comida rápida y planeé los próximos pasos.
Saldría con la puesta de sol, corriendo por los techos tanto como pudiera para
evitar a los fantasmas, y comenzaría la búsqueda de mi tío. Los agentes habían
mencionado a un misterioso asesino en serie. Si yo fuera alguien que apostara,
apostaría a mi tío. Debió haber dado con alguna manera de conseguir trabajos. Una
en la que no dejara de ser un sesgador, porque hubiera sido expulsado de la Familia
y del hogar.
El segundo plan, el más importante, era el más difícil. Debía encontrar la casa
familiar de los Da Via. Luego tenía que encontrar la forma de entrar. En ambas cosas
mi tío podría ayudarme.
Habían casi cincuenta sesgadores Da Via, y ni siquiera incluía a los que eran 77
demasiado viejos, ni a las mujeres embarazadas o que recientemente habían tenido
hijos, ni a los niños que no sesgaban todavía. De alguna manera, mi tío y yo
tendríamos que matarlos antes que cayéramos.
Cerré los ojos y me imaginé los cuchillos deslizándose en sus corazones,
cortándolos con mi espada, obligándolos a beber mi veneno más doloroso. Se lo
merecían, y mucho más, por lo que le habían hecho a los Saldana.
Tomé una siesta con la túnica que había usado para escapar del monasterio
como almohada. Me quité la máscara, la puse a salvo bajo la túnica, trazando los
surcos de la superficie con los dedos.
Mi hombro herido pulsaba al ritmo del latido de mi corazón, arrullándome.
Soñé con Val. Sus labios en mi piel, sus callosas manos sobre mi carne y cuando
desperté, mi cuerpo ardía extrañándolo. Pero mi corazón ardía más con la pérdida
de mi Familia.
Mis músculos se quejaron, tensos y adoloridos, pero la siesta había ayudado a
aclarar las últimas telarañas en mi cabeza.
Ajusté la capa alrededor de mis hombros y cargué mis armas. La vacía
habitación se había puesto más oscura con el sol poniente. No podía ser tan difícil
encontrar a un sesgador en una ciudad que aborrecía la muerte.
Me deslicé por la ventana. Era hora de cazar.
Nada.
No encontré nada en mi noche de cacería.
Había viajado por los techos buscando señales de mi tío por las calles y
callejones oscuros, buscando cuerpos, gemidos de muerte o cualquier pista
verdadera que en la ciudad se llevaba un negocio de sesgadores. Pero sólo encontré
fantasmas vagando perezosamente, retrocediendo cuando encontraban un canal o
un puente torcido.
Apreté los puños. Mi palma quemada ardió.
Mientras el amanecer se acercaba regresé a mi escondite, derrotada porque mi
plan de encontrar a mi tío no fuera tan simple como pensé al principio. Fácilmente
podría estar fuera y nuestros caminos no se cruzarían jamás. Necesitaba saber dónde
buscar.
Segura dentro de la habitación vacía, me cambié las pieles por la única ropa que
tenía: la túnica que me regaló el hermano Faraday. Llamaría la atención, pero no
tenía otra opción.
Cuando amaneció, salí de nuevo. La túnica marrón se enredaba en mis pies y
caminé tropezando por el aislado callejón. Aparté el cabello de mi rostro y avancé
por la calle como si fuera noble de nacimiento en lugar de una niña sucia con una
túnica demasiado grande.
La gente se dedicaba a sus asuntos desde temprano en Yvain. Me había ganado
un par de miradas raras, pero me concentré en mezclarme con la multitud, buscando
tiendas de ropa. Muchas se veían costosas. Apreté el bolso en mi mano. Val me lo 78
había quitado tan fácil que no podía arriesgarme a que un carterista de verdad robara
los fondos que me quedaban.
Descubrí una tienda con vestidos sencillos y entré. No me tomó mucho tiempo
encontrar algo que se ajustara a mi presupuesto: un sencillo vestido púrpura que me
quedaba enorme y, aunque la dueña de la tienda se ofreció a coserlo para que me
quedara mejor, no podía permitirme el costo.
De todas formas, no importaba. Verían a Lea Saldana caminando por las calles
de Yvain con un vestido mal hecho que apenas era adecuado para la gente común,
pero, ¿quién quedaba que me importara?
Todas mis hermosas cosas se quedaron en la casa, con mi Familia. No merecía
nada más. Mientras pagaba, la vendedora y su asistente chismeaban en voz baja
sobre cosas de la ciudad y gente que conocían. Aproveché una interrupción e hice mi
movida.
—Escuché que antes de ayer unos agentes encontraron un cuerpo.
La vendedora chasqueó la lengua.
—Últimamente la cosa ha estado terrible, lo juro.
Su asistente negó.
—Debe ser ese asesino en serie del que todo el mundo está hablando.
—¿Asesino en serie? —incité.
La vendedora puso los ojos en blanco.
—Solo son rumores, querida. No hay necesidad de preocupar tu bonita cabeza.
—No estaría tan segura —dijo su asistente—. Se han encontrado muchos
cuerpos en la zona norte y no todos son fantasmas o robos. Mi hermano dijo que a la
gente la rebanaron en el canal. No sé de ningún matón callejero que cargue una
espada. —Ella tenía razón, no parecía un robo que salió mal. Ciertamente no
encajaba con los asaltos y asesinatos que había visto—. Es una lástima. Incluso si no
tuviéramos fantasmas, la gente aún no se siente segura en las noches.
La vendedora se encogió de hombros.
—La solución es la misma de siempre: quedarse adentro cuando anochece.
La asistente murmuró su acuerdo.
Recogí mi cambio, mi bolsa y le di las gracias a la mujer.
Afuera, me tropecé con una mujer con túnica amarilla. Me miró y me sonrió
ampliamente con las mejillas sonrosadas, sus marrones ojos prácticamente brillaban
a la luz del sol.
—¡Hola, niña! ¿Has venido a escuchar la palabra de Acacius?
A su derecha estaba otra mujer con una túnica idéntica cargando una canasta
con fruta.
—No, gracias. Tengo un dios diferente. —Apreté el bolso e intenté rodearlas.
La mujer con la canasta se volvió hacia mí.
—Al menos toma algo de comida. —Me puso tres piezas de fruta en las manos,
79
su fina piel con manchas lilas se estiró por el entusiasmo.
Las frutas pesaban en mi mano, probablemente llenas de jugo y pulpa dulce.
Mi estómago gruñó.
—¿Están regalando la comida? ¿A todos?
—Acacius ama a sus hijos, y su amor nos provee de comida para llenar nuestros
estómagos y nuestras almas. —Su sonrisa podría haber espantado a la oscuridad.
Unas grandes manos se cerraron sobre mi fruta.
Me di la vuelta, liberando mi mano de las del chico que ahora estaba a mi lado,
y en mi rabia, dejé caer la fruta.
El cabello largo, negro y ondulado, que luchaba por escaparse del cordón,
rozaba su piel bronceada. La fuerte mandíbula estaba escondida bajo una corta
barba, y su cuello, demasiado largo, estaba compensado por una nariz muy grande.
Tal vez no demasiado para un chico, de hecho.
—Lo que no te dijeron —dijo inclinándose más cerca—, es que Acacius es
también un dios de deuda, y tomar la fruta es un acto de adoración. Tendrás una
deuda con ellos.
La mujer sonrió tensa.
—Dar a alguien y hacer que regresen lo que se les dio, es la única manera de
mostrar nuestra devoción a Acacius. Él nos recompensa. —Extendió la canasta hacia
mí, pero mantuve las manos lejos de la fruta.
—Los devotos de Acacius siempre acumulan deudas —dijo el chico en voz baja—
, porque acumular deudas es también una forma de adorarlo.
—Sigo a un dios más oscuro —le dije a la mujer.
Frunció el ceño, y el chico volvió a poner la fruta en el cesto. La mujer nos dio
la espalda y, en ese momento, fui olvidada.
Tenía los dedos pegajosos por la fruta y necesité toda mi fuerza de voluntad
para no lamérmelos.
El chico me puso la mano en el hombro en un intento de apartarme de las
mujeres, pero me zafé.
—No me toques.
Sus cejas se alzaron con sorpresa.
—No quise faltarte el respeto…
Lo que sea que iba a decir se quedó en suspenso cuando miró por encima de mi
hombro y entrecerró los ojos. Me di vuelta.
Ahí, en medio de la calle comercial, caminaba el agente de la otra noche,
Lefevre. Pasaba escaneando a la multitud, examinando a cada persona. Estaba
buscando a alguien. A mí, tal vez. O al asesino en serie.
La multitud se apartaba cuando pasaba. Era una buena advertencia que las 80
personas a las que tendría que proteger hicieran ese esfuerzo por apartarse.
Los ojos de Lefevre examinaron a las mujeres de Acacius y luego a mí. No podía
reconocerme sin la máscara, pero su mirada no se apartó. Bajé la mirada. Que
pensara que era recatada y débil. Si pensaba que era solo una pobre chica de la calle,
no me prestaría atención.
Lefevre siguió su camino.
Solté el aliento y me volví hacia el chico, pero se había desvanecido.
Fruncí el ceño. Se había movido sorprendentemente sigiloso para alguien tan
alto. Había aparecido y desaparecido sin ser notado.
El hambre me había vuelto descuidada. Necesitaba controlarme.
No fue hasta que salí del mercado que descubrí las tres piezas de fruta
escondidas en la bolsa de mi vestido. Los jugos habían manchado la tela.
Me dirigí a la parte norte de la ciudad donde habían encontrado la mayor parte
de los cuerpos. No esperaba descubrir algo durante el día, pero si me familiarizaba
con esta zona ahora, sería más fácil encontrar a mi tío una vez que el sol se pusiera.
Comí la fruta mientras caminaba. Era tan dulce como imaginé.
A mi izquierda una mujer vendía flores.
—Rosas para el amor —decía—. ¡Flores para alejar a los fantasmas!
Tenía un montón de flores de Tullie y su fuerte fragancia me hizo jadear, la fruta
quedó olvidada. Mi madre usaba perfume de Tullie. Me quedé en medio de la calle
inhalando profundamente hasta que me acostumbré al olor. Me quemaban las
lágrimas. No sabía si comprar las flores y llevarlas a mi polvoriento y oscuro
escondite, o cortarlas y destrozarlas hasta que no quedaran más que los pétalos
dispersos en los adoquines.
Me alejé, terminando el último pedazo de fruta.
A mi izquierda, una sombra se dibujó sobre la pared del edificio. Después de un
momento sucedió otra vez. Alguien estaba siguiéndome. Y no estaba siendo sigiloso.
Miré por encima de mi hombro. Un hombre alto caminaba muy casual detrás de mí
con las manos en los bolsillos y el rostro oculto en las sombras.
Giré en una calle lateral. Él giró también.
Estudié mis alrededores. Podría perderlo en los techos, pero eso llamaría la
atención. La clase de atención equivocada.
Me adentré más en el laberinto de edificaciones apiladas unas encima de las
otras. En las calles estrechas las flores caían en cascada desde las ventanas, como si
los Yvanese necesitaran muchas flores en sus vidas.
Podía matar al hombre. Estaba dentro de mis habilidades como sesgadora. Pero
los agentes ya estaban buscándome por un asesinato que no cometí.
Otra vuelta. Un canal se extendía frente a mí, el camino terminaba en sus
lodosas aguas.
Debía salir de este callejón sin salida antes de quedar atrapada. 81
El hombre giró en la esquina, tapándome la salida.
Demasiado tarde.
Lo enfrenté, enderezando la espalda y alzando la barbilla. No me asustaba. Si
lograba dárselo a entender, lo pensaría dos veces antes de hacer lo que sea que
planeaba.
Dejé que la daga metida en mi manga se deslizara hasta mi palma y la escondí
detrás de mí, esperando a que el hombre saliera de las sombras.
Se detuvo, luego continuó su caminata casual en mi dirección, silbando una
desconocida melodía.
Se paró en un haz de luz y solté el aire. Era el agente Lefevre.
—Agente. —Asentí saludando—. Parece que me he perdido.
—Es capitán, de hecho. Y supongo que nuestros caminos pueden ser un poco
confusos para un extranjero.
Parpadeé.
Él sonrió, un destello blanco contra su piel morena.
—Tu acento y tu ropa te delatan. Lovero, ¿verdad? Aunque no sabía que habían
adoptado las túnicas de sus sacerdotes como moda.
Me sonrojé. No sabía que tuviera ningún acento.
—Perdí mis pertenencias y los sacerdotes fueron muy amables al darme algo
para vestirme. —Levanté la bolsa con mi vestido—. Pero me temo que encuentro sus
calles y canales de lo más confusos.
—Ah, ya veo. —Dio un paso más cerca. Apreté mi daga escondida—. Debes
haber llegado hace un rato a la ciudad, si apenas estás comprando la ropa.
No lo había dicho como una pregunta, así que no respondí. Dejé que mis ojos
siguieran bien abiertos e inocentes.
—Nací en Lovero, sabes. Mi madre era una devota seguidora de su dios muerto.
Contuve mi lengua. Lo dejé que siguiera llenando el silencio si quería.
—Tal vez puedas ayudarme con algo, señorita…
—Lea. —Tan pronto como lo dije, me maldije. Debí mentir acerca de mi
nombre, debí decirle Jenna o Mayra o lo que sea. Había algo inquietante en él que
no entendía. Y eso me confundía.
—Señorita Lea, entonces. Ha pasado mucho tiempo desde que me referí a
Lovero como mi hogar, y tengo un par de preguntas.
No había nada con lo que quisiera ayudarlo.
—La verdad es que debo seguir mi camino. Prometí que devolvería la túnica a
los sacerdotes, y la iglesia está demasiado lejos de aquí. Odiaría ser atrapada en las
calles cuando hay fantasmas por ahí.
—No me dan miedo los fantasmas. Solo te robaré un minuto de tu tiempo, y
luego te dejaré seguir tu camino. —Dio un paso más. Mi cuerpo se tensó. 82
No sabía a qué juego estaba jugando, solo que había alguna clase de juego. No
podía saber que yo era la sesgadora que había huido del cadáver. Había usado
máscara.
Necesitaba salir de aquí. Podía echarme a correr, pero eso me marcaría como
sospechosa. Mejor seguir con la actuación de la pequeña niña perdida, pidiéndole
ayuda al agente.
—¿Cómo puedo ayudar?
Llevó la mano a su bolsillo y contuve el aire.
Sacó la mano. En su palma descansaba una moneda de oro que tenía estampado
el escudo de la Familia Saldana. Mi moneda. Me estremecí. Una lenta sonrisa se
extendió una vez más por su rostro.
—Pensé que podrías reconocer esto.
—Cualquier Loveran lo haría. Debería deshacerse de eso. No le pertenece.
—¿Eh? —Movió la moneda entre sus dedos—. ¿Y a quién pertenece?
—A Safraella.
Ladeó la cabeza.
—No entiendo.
Examiné su rostro y dejé caer la mirada a la moneda. Si estaba fingiendo la
confusión, pondría celoso a cualquier actor de teatro.
—Esa moneda pertenece a Safraella. Es un soborno para pedirle que resucite a
alguien rápidamente. Las monedas son dejadas sobre los cadáveres por los
sesgadores. Si no es un hijo de Safraella, no debe tomar la moneda. Puede atraer Su
ira, o la ira de Sus discípulos. Sería mejor para usted dejar la moneda como una
ofrenda en Su iglesia.
Examinó la moneda entre sus dedos.
—Y este sello, el escudo Familiar, si pudieras decirme a qué Familia pertenece
y cómo contactarlos, entonces tal vez pudiera hablar con ellos. Puede que Lovera sea
un país de asesinatos y muerte, pero aquí en Rennes, nuestras leyes y dioses son
diferentes.
—No puedo, lo siento.
—Te das cuenta que es ilegal impedir una investigación de la ley, ¿verdad?
Podría llevarte a prisión por negarte a responder mi pregunta.
—Lo siento, capitán Lefevre, usted me malinterpreta. No es que no lo ayude, es
que no puedo. Esa moneda está estampada con el escudo de la Familia Saldana, pero
no queda nadie de los Saldana.
Me miró a los ojos. Le permití ver la verdad de mis palabras, le dejé ver que
esto, al menos, no era una mentira. Frunció el ceño.
—Bueno, eso es terriblemente conveniente.
—Mmmm. —Pensé en el hermano Sebastien y en cómo despachó a los
83
Addamo—. Es terriblemente inconveniente para usted y su investigación.
Encerró la moneda en el puño.
—Los Saldana tenían su hogar en la ciudad de Ravenna, ¿verdad? Comparten
territorio con los Da Via, si recuerdo bien.
Estaba claro que sabía más de las Familias de lo que había dicho. Había estado
poniéndome a prueba. Tratando de atraparme en una mentira.
Chasqueó los dedos.
—Ya sé. Le enviaré una carta a los Da Via. Les preguntaré por esta moneda.
Estoy seguro que ayudarán.
Mordí el interior de mi mejilla, intentando no revelar nada. Si de verdad le
enviaba esa carta a los Da Via, sabrían que me estaba ocultando en Yvain.
Sonreí.
—Los Da Via no son conocidos por su amor a la comunidad. No creo que lo
ayuden, incluso si pudieran. Ahora, ¿sería tan amable de indicarme por dónde llegar
a la calle principal?
Se paró tan cerca que su aliento cosquilleó en mi rostro. Habría sido muy fácil
deslizar mi cuchillo entre sus costillas.
—Creo que me estás ocultando algo, niñita. Y hasta que sepa lo que es, no
podrás escapar de mí. Como agente veo accidentes terribles a diario. —Apreté la
mandíbula—. La gente se resbala y cae en los canales. Nunca vuelve a salir. Sucede a
diario.
Apartó una hebra de mi cabello y salió de mi camino. Su sonrisa era como el
filo de un cuchillo. Era, me di cuenta muy tarde, su propia máscara.
Lo había subestimado. No era un hombre con el que se pudiera jugar.
—Puedes encontrar el camino a casa. Espero que seas lo suficientemente rápida
para evitar a los fantasmas.
Salió del callejón, silbando una vez más hasta que estuvo fuera de vista.
Respiré profundo y exhalé. Nunca me habían amenazado antes. Los agentes de
Lovero jamás soñarían con ejercer su poder de esa forma sobre las personas. Nunca
estarían seguros que alguien al que trataron mal contratara a un sesgador para
buscar venganza. Lefevre era la primera persona que me mostraba lo que el hombre
puede hacer con un poder que no era mantenido bajo control.
Solo podía esperar que su amenaza de enviar una carta a los Da Via fuera un
farol.
Guardé la daga. Necesitaba localizar a mi tío e irme de esta ciudad antes de
meterme en más problemas.

84
Catorce

E
l viento levantó la punta de mi capa y la sostuve controlándola,
cambiando mi peso. Había estado sentada en la parte superior del techo
de esta maldita posada desde muy entrada la tarde y nada ni siquiera
remotamente interesante había sucedido en esta aburrida ciudad. Podría haber
tomado una siesta más larga y no me habría perdido de nada.
Abajo en una plaza, las mujeres lavaban su ropa en una fuente. Las mujeres en
Yvain usaban faldas largas y blusas de manga corta con chales sobre sus hombros.
Había tenido que dejar mi cabello sin cubrir, y más de una vez mis largos mechones
habían azotado mi cara.
Estúpido Yvain con sus modas antiguas. Tiré de la capa alrededor de mis
hombros, y mi brazo herido punzó de dolor. Debería haber estado en mi casa en
Ravenna, escuchando música y festejando en lugar de observan a las personas hacer
sus deberes. Extrañaba el aroma del mar y las linternas de aceite. Yvain olía a
pescado podrido y canales, y la gente parecía pensar que poniendo flores por todos
lados podría disimular el hedor.
Pensar en Ravenna me hacía doler el pecho. Necesitaba encontrar a mi tío e ir 85
a casa a donde pertenecía. Ravenna fue todo lo que alguna vez conocí y lo extrañaba,
como otra pieza de mi corazón que había sido robada.
Los niños jugaban en el agua de la fuente y corrían por las calles, golpeándose
con trapos y palos.
No pienses en Emile y en cómo jamás tendrá la oportunidad de jugar juegos
como estos. Cómo jamás tendrá la oportunidad de bailar con una chica en una
mascarada o robar un beso bajo las luces de colores, con sus máscaras levantadas y
sus labios presionados juntos.
Parpadeé, mi garganta se cerró. De nada servía llorar por eso, desear que las
cosas fueran suficientes. Lo que estaba hecho estaba hecho. Sólo podía preocuparme
por el futuro ahora, y cómo podía hacer pagar a los Da Via.
Mientras el sol se escondía, las mujeres recogieron su ropa y a sus niños.
—Apúrate, antes que los fantasmas te lleven —dijo una mujer a su rezagada
hija. Una vez la oscuridad se derramó por las calles, Yvain parecía tan vacío como las
llanuras muertas.
Suspiré y tomé el borde de mi capa. Mi hombro dolía y punzaba. Contuve un
bostezo debajo de mi máscara. Si mi tío hubiera estado en Ravenna, podría haberlo
encontrado inmediatamente. Rafeo habría sabido qué hacer. Rafeo ya habría
encontrado a Marcello a estas alturas.
Abajo un hombre se tropezó fuera de la posada a pesar de la tardía hora en
Yvain. Se tropezó y se rió a carcajadas. Fruncí el ceño. Nunca había alterado tanto
mi estado mental. Alguien podría estar mirando desde las sombras, con un cuchillo
en mano y veneno en sus bolsillos.
En la cima de un techo cruzando la calle una sombra se movió. Dejé mi cuerpo
quieto, hundiéndome más en mí misma. Mi espalda se presionó contra la chimenea
de la posada mientras mi capa oscurecía mi forma. Esperé.
La sombra se movió de nuevo y reveló que no era una sombra sino una persona,
escondiéndose en una capa con capucha similar a la mía.
Mi tío, Marcello Saldana.
Se agachó en el borde de su edificio. La luz de la luna reflejaba brillantemente
las hebillas de plata de sus botas y las armas en su cinturón.
Fruncí el ceño. Descuidado. Errores de principiante. La capa estaba para
prevenir reflejos accidentales y ningún sesgador jamás saldría de las sombras si
tenían una opción.
Marcello observó al hombre borracho. Por un momento recordé una noche
similar cuando había estado vigilando a mi propio “borracho” tropezando en las
calles cuando Val se chocó conmigo.
Val. Mi corazón se apretó ante el recuerdo de sus ojos avellanas, su sonrisa
brillante, la sensación de su aliento en mi piel. Pero no había Val aquí. Y estaba vez
yo era la cazadora.
Mi tío saltó del edificio en un atrevido movimiento. O estaba loco o idiota, y yo 86
me arrastré desde mi posición para asomarme a la calle.
Marcello aterrizó directamente sobre su objetivo, deslizando su cuchillo en el
cuello del hombre. El blanco apenas y tuvo tiempo de reaccionar antes de quedar
muerto en el suelo, con mi tío cerniéndose sobre él.
En silencio me deslicé del techo. No necesitaba revelar mi ventaja. Marcello
empujó al hombre muerto con una bota y gruñó de satisfacción. Movió su capa sobre
su hombro y regresó el cuchillo al cinturón. Se congeló con el pinchar de mi daga
contra su tráquea.
—Muy descuidado —susurré, lo suficientemente fuerte para que me escuchara
con la máscara.
La tensión pasó por su cuerpo. Era más alto que yo por mucho, incluso más alto
que Val, pero había pasado el tiempo suficiente peleando con Val como para manejar
a alguien de una estatura mayor que la mía.
Su mano izquierda se torció, y se movió lentamente hacia su cinturón. Entonces
era zurdo.
Toqué su muñeca con una segunda daga.
—Yo no lo intentaría.
Abrió su palma y levantó su mano.
—¿Quién eres? —Su voz era áspera mientras intentaba ocultar su rabia.
—Estoy muerta —susurré—. Soy Safraella, vine a cobrar lo que se me debe.
Él trató de girar su cabeza.
—Ah, ah. —Presioné mi daga en su piel. Su capucha se cayó, y la esquina de su
rostro captó la luz de la luna.
No usaba máscara de hueso.
Entonces no era un verdadero sesgador. No era mi tío. Sólo alguien jugando al
asesino.
Una pesadez se extendió en mis extremidades. Ésta había sido mi única pista.
Y ahora era nada.
Usé mi pie y empujé al falso sesgador en la parte trasera de las rodillas. Se
tropezó lejos. No era amenazada por este tonto.
Se puso de pie y sacó sus propios cuchillos. Sus ojos se abrieron cuando observó
mis ropas y la máscara de hueso ocultando mi cara.
Mis propios ojos se abrieron tras la máscara. Era el chico del mercado, quien
robó la fruta para mí.
—Eres un sesgador. —Su boca se inclinó en una sonrisa torcida. Miró los
cuchillos en mis manos, luego regresó los cuchillos a su cinturón. Alzó sus manos
frente a él, sin armas. Qué tonto, al confiar en mí. Aun así, relajé mi postura.
—Podrías enseñarme —dijo.
No era una niñera. Era una sesgadora. No tenía tiempo para enseñarle nada a
nadie. Necesitaba encontrar a mi tío, y aunque había perdido a mi blanco con este 87
falso sesgador, estaba dispuesta a apostar que él sabía dónde estaba mi tío.
—No le enseñaré nada a nadie.
—Qué mala suerte. —Sus ojos se movieron a la izquierda. Derecha. Estaba
dilatando las cosas.
Apunté mi daga a él.
—No te muevas.
Alrededor de mis destellos de luces estallaron en la noche: pop, pop, pop, pop.
Humo emanó de cuatro puntos diferentes en la calle hasta que no pude ver
nada.
Me di vuelta. Él no había arrojado las bombas de humo. Tenía que tener
personas con él, ayudantes.
Pero no había nadie. Ni sonidos, ni movimientos, ningún ataque de diferentes
lugares.
¿Cómo…?
Cargué a través del humo, mi máscara me protegía en su mayor parte del
amargo olor y sabor. Corrí hacia la izquierda, por un callejón, la ruta que habría
elegido si hubiera sido él.
Elegí correctamente. El falso sesgador estaba al final del callejón, con un canal
a sus espaldas, atrapado.
Sus dientes destellaron. Le faltaba su primer molar en el lado derecho.
—Me encontraste.
Su tono me recordaba a Val, mucha arrogancia y confianza en sí mismo.
Engañarme una vez no era razón para tanta bravuconería. Si seguía así, terminaría
muerto.
—No fue difícil.
—Después de conocerte en el mercado hoy, y luego verte aquí, creo que te
prefiero sin la máscara. Mucho más bonita.
Mi garganta se tensó. ¿Sabía quién era?
Apuntó a su mano izquierda. Miré la mía y la quemadura en mi palma. Me
enojé. No me había puesto los guantes porque habían estado frotándose
dolorosamente contra mi palma aun sanándose.
Diecisiete años en Lovero y nunca nadie había visto mi rostro a menos de que
así lo quisiera. Y ahora, después de un poco tiempo en Yvain, un impostor me había
visto. Mis padres estarían avergonzados. Rafeo y Matteo también. No es que Rafeo
me lo hubiera dicho a la cara.
Apreté los dientes.
—Puedo decir que no eres un sesgador —dije.
—¿Cómo es eso? 88
—Para un verdadero sesgador, la máscara de hueso es el rostro más hermoso
de todos.
Parpadeó.
—Mi nombre es Alessio, por cierto. Les.
Esperó a que respondiera, y cuando no lo hice, continuó.
—Parece que simplemente sigo encontrándome contigo, chica sesgadora. Creo
que es una señal de los dioses. Una señal que debes enseñarme tus técnicas.
Invitarme a tu Familia.
Resoplé. No pude evitarlo. Él parecía muy serio, pero cualquier Loverano sabía
que no podías simplemente ser invitado a una familia.
Su sonrisa colapsó, y sentí una punzada de simpatía. ¿Por qué siquiera me
importaba? No era nadie para mí. Necesitaba concentrarme. La única cosa que
importaba era hacer pagar a los Da Via.
—Tienes razón —dije—. Creo que es una señal de los dioses. —Inclinó su
cabeza—. Es una señal que debes decirme dónde encontrar a tu maestro.
Se tensó, su cuerpo se puso tieso con la energía y el peligro. Tensé mis propios
músculos, preparada para igualarlo. Claramente había golpeado alguna clase de
nervio.
—¿Estás segura que tengo un maestro?
—Eres descuidado. No tienes nada de gracia, y has mostrado, más de una vez,
tu ignorancia en cuanto a los sesgadores. Pero tienes entrenamiento, sólo que no está
terminado. Alguien tuvo que enseñarte lo básico. Tal vez alguien que no quisiera
hablar sobre su vida pasada como sesgador. Alguien que se sintió traicionado y
lastimado por su Familia. Alguien llamado Marcello Santana.
Contuvo su aliento, estudiándome. Exhaló.
—Nunca me dijo que fuera un Saldana.
Bajé mi cuchillo. ¡Lo había hecho! Encontré a mi tío.
—Necesito hablar con él urgentemente.
Negó.
—No. Él no ve a nadie.
Apunté mi daga a él, mirándolo a los ojos. Eran oscuros, y tenía pestañas
sorprendentemente largas.
—Podría hacer que me dijeras.
Se encogió de hombros y levantó sus brazos.
—¿Entonces qué estás esperando, chica sesgadora?
Deslicé mi bota derecha hacia adelante, con las armas frente a mí.
—Como gustes.
Corrí hacia él. Sus ojos se entrecerraron antes de apartarse. Hice un 89
movimiento con mi cuchillo izquierdo. Mi hombro estalló en dolor, y una par de
puntos se abrieron. El olor a cobre de la sangre inundó el aire. Siseé, fallando mi
ataque.
Él se empujó a sí mismo a la pared y giró más cerca del canal, enfrentándome.
Sostenía su propio cuchillo en su mano izquierda ahora, una monstruosa hoja de casi
dieciocho centímetros y ligeramente curvada. ¿Dónde demonios tenía escondida un
arma tan grande?
La sangre empapaba mi ropa, y él miró mi hombro. La preocupación destelló
en sus ojos.
—Estás herida.
Usé su distracción para golpear sus costillas.
—¡Preocúpate por ti mismo!
Me fulminó con la mirada y enganchó mi tobillo con su pie, un movimiento que
conocía muy bien. Una sonrisa traviesa se extendió en su cara.
—¡Espera! —grité.
Él tiró y me caí, hundiéndome en las oscuras olas del canal.
Quince

E
l agua estaba helada por la tormenta de primavera y empapó mis ropas.
Mi capa y botas me hundían. Luché, pateando contra la tela mientras
alcanzaba la superficie.
Atravesé el agua y respiré hondo. Sujeté el borde del canal y busqué por el
callejón, pero Alessio se había ido. Él parecía disfrutar de comenzar las cosas pero
nunca se quedaba para verlas transcurrir.
—Típico. —Salí del canal, haciendo una mueca ante la suciedad que ahora
cubría mi ropa de cuero. Estrujé mi cabello para prevenir que me goteara aún más
en los ojos.
Maldito. Maldita sea todo en esta maldita ciudad. ¡En todo este maldito país!
Había estado por mi cuenta durante días y nada había ido bien.
Me sangraba el hombro. Cerré los ojos y respiré profundamente varias veces.
Mi pecho se sentía apretado contra mis pieles. Mis ojos picaron. No pienses en ello,
Lea. No pienses en nada. Simplemente vuelve a tu refugio, límpiate y sécate. Las
cosas serán mejor. 90
De camino a casa rastreé la calle donde me había enfrentado con Alessio. Los
cartuchos de las bombas de humo, que de algún modo había logrado usar contra mí,
llenaban los adoquines. Tomé uno y lo olí. Un olor extraño, un químico que no
reconocí. El cartucho era sorprendentemente frágil y se deshizo entre mis dedos sin
apenas presión. ¿Cómo evita que se rompan en su bolsa? ¿Y cómo logró lanzarlas sin
que me diese cuenta?
También recordaba el destello, muy al principio. Nunca había visto bombas de
humo que emitiesen ninguna luz antes.
Misterios. Él se había envuelto en misterios. Tendría que mantener los ojos
muy abiertos cuando volviese a tratar con él.
En mi refugio, moví los tablones que bloqueaban la ventana y entré, volviendo
a colocar los tablones en su sitio. Goteé sucia y apestosa agua del canal por todo el
suelo de tierra. En una pila de cajas viejas me quité la ropa de cuero húmeda y la
capa. Me arranqué la máscara del rostro. Me miraba con las rayas de tigre de Rafeo.
La dejé suavemente en el suelo.
Me quemaba el hombro con nuevo dolor. Donde se me habían soltado algunos
puntos, la piel se veía roja e inflamada, aunque cualquier hemorragia se había
reducido al mínimo. Quitando el vendaje, pinché suavemente la herida que fue
recompensado con una punzada de dolor. Maravilloso.
Colgué el vendaje para secarlo y volví a ponerme la bata del monasterio antes
de colapsar en mi manta que hacía de cama.
Solo había tenido una pista y se había convertido en nada. Bueno, nada no. Un
falso sesgador con una sonrisa torcida. Pero no mi tío, a quién aún necesitaba
encontrar.
Me puse de lado, la pesada llave alrededor de mi cuello apoyada contra mi
barbilla. Esto no estaba funcionando, ¿qué me hizo pensar que sería fácil encontrar
a alguien que había permanecido escondido durante décadas? No podía hacer nada
bien, empezando con mantener a mi Familia a salvo o confiar en alguien que había
creído que amaba para que no asesinase a mi Familia mientras dormíamos.
Pensar en Val hacía que se me tensase el pecho, que me sonrojase. No debería
haber malgastado ningún pensamiento en él. Su Familia asesinó a mi Familia.
Debería estar muerto para mí.
Pero, tal vez, él no tuvo nada que ver. Sí, me había quitado la llave, pero quizás
ni siquiera estuvo allí.
Tuvo que haberlo sabido. Podría haberlo detenido o, al menos, hacer un
esfuerzo.
Pudo haberme advertido.
Probablemente nunca estaría segura.
Me froté el rostro con la palma de la mano, deslizando los callos contra la piel.
No había punto en preguntarse por las cosas. Val era un Da Via. Incluso si no
estaba involucrado, no había hecho nada para detener lo que había pasado.
91
Habíamos acabado, él y yo. Tenía que matar a su Familia. Mataría a su Familia. Les
haría sangrar, los estrangularía y los haría suplicar por piedad. Como él, cruzaría ese
puente sinuoso después. Ahora mismo, necesitaba hacer un nuevo plan.
El falso sesgador era la clave. No era la pista que esperaba o quería, pero seguía
siendo una pista. Podía llevarme a Marcello, incluso si no se daba cuenta.
De acuerdo. Había estado retrasándolo solo unos días. Y sí, los Addamo estaban
detrás de mí y tendría que ser una tonta para pensar que los Da Via no estarían
pronto detrás también, si es que ya no lo estaban, pero necesitaba mantener la cabeza
gacha y encontrar a mi tío. Y cuando lo hiciese me ayudaría a encontrar y matar a los
Da Via. Todo lo demás era simplemente una distracción.
No sabía nada de mi tío. Mi padre se negaba a hablar de él y todo lo que mi
madre dijo fue que había sido exiliado de la Familia por matar a su tío, el cabeza de
los Saldana al mismo tiempo. Matar a los miembros de tu propia Familia era una
maldición, así que no era sorprendente que fuese desterrado. Y ninguna de las otras
Familias recibiría a un sesgador desterrado.
El por qué había matado a su tío, su propia sangre y carne, era un misterio para
mí. Los Da Via y Maietta estaban, de algún modo, involucrados.
Había matado a su propia sangre, pero no podía evitar pensar en cuánto quería
verle. No sólo por mis planes, sino porque era todo lo que quedaba de los Saldana
además de mí. Era un vínculo con todos y todo lo que había perdido. Cerré los ojos y
cerré las manos sobre mi pecho. Mi pena era todo lo que me quedaba de mi Familia.
Suspiré lentamente y abrí los puños. Me dolía la palma quemada.
No había conseguido dormir realmente en muchísimo tiempo. Necesitaba
dormir un poco si quería llevar a cabo mis planes para mañana.
Doblé las piernas bajo la bata y pensé en un chico con un cuello largo y una
sonrisa torcida.
Mañana, falso sesgador. Mañana iré a por ti.
A la siguiente noche mi hombro recién vendado se sentía abultado y extraño
bajo mis ropas. Lo ignoré, en cambio disfruté la sensación de las tejas de los techos
bajo mis botas y me encaminé al norte una vez más.
Mi tío vivía en algún lugar de esta ciudad. Alessio sabía dónde. Todo lo que
tenía que hacer era encontrarle y seguirle hasta que me llevase hasta Marcello.
Alessio pensaba que era un sesgador y tal vez, tenía un talento natural para ello,
pero no tenía ni idea cómo era tratar con un verdadero sesgador Loverano.
Probablemente incluso a tientas, Alexi Addamo podría darle pelea a Alessio.
Alcancé la calle cerca de donde lo había encontrado ayer. Me agaché detrás de
una chimenea, adaptando mi cuerpo y piernas así sería capaz de echar a correr
inmediatamente. Nada de volver a tomar las cosas con calma. Este era un trabajo.
Alessio era mi meta.
La paciencia fue la primera cosa que había aprendido de niña. Incluso antes
que empezase mi entrenamiento como sesgadora a los seis años, mis padres, niñeras
92
y tutores pasaron, lo que parecían varias horas al día, enseñándome a esperar
silenciosamente por las cosas que quería. Mirando hacia atrás, apreciaba esa
temprana lección. Especialmente desde que las calles de Yvain eran tan tranquilas y
calmadas tras la puesta de sol.
Si alguna vez tenía hijos, definitivamente les haría esperar en silencio antes que
fuesen a divertirse. Todo el día si tenía que hacerlo.
Por supuesto, esa vida se había acabado. Cuando encuentre a Marcello y mate
a los Da Via, probablemente moriré en la lucha. De todos modos no me quedaba
nada.
Eran unas pocas horas pasadas la medianoche cuando un hombre apareció
abajo. Aceleró el paso cruzando la plaza central, bajando el sombrero de fieltro
contra la brisa.
Era extraño ver a alguien en las calles de noche, pero tal vez tenía una
emergencia, algo por lo que merecía la pena hacer frente a los fantasmas. El hombre
caminaba rápidamente, tratando de permanecer en las luces de cualquier lámpara
de la calle que siguiera encendida.
Corre a casa, hombrecito. Esta noche hay cosas afuera peores que los
fantasmas enfadados.
El hombre desapareció en un callejón oscuro, sus pasos por los adoquines
rápidamente desaparecieron con él. Un momento después apareció una sombra por
la calle, arrojándose desde arriba.
Moví mi posición suavemente y observé.
Alessio salió de los tejados.
Suspiré detrás de mi máscara, con los músculos temblándome.
Alessio siguió al hombre que cruzó la plaza. Y yo seguí a Alessio, con cuidado
de mantenerlo a vista, pero lo suficientemente lejos para mantener su atención
apartada del tejado.
Se tomó su tiempo mientras acechaba su presa, contento de esperar entre las
sombras mientras los minutos pasaban.
Maldita sea. Realmente no era tan malo en esto, la parte de acechar de todos
modos. Tal vez estaba inacabado, pero era mejor sesgador de lo que le había
atribuido. Por supuesto, mi tío le había entrenado, así que tenía alguna habilidad
Saldana.
El hombre caminaba por la calle, siguiendo la luz de las farolas hasta que se
terminaron y se vio forzado a caminar entre las sombras.
Algo destelló en la calle. El hombre gritó pero fue inmediatamente engullido en
humo.
Una vez más, Alessio realizó su truco saltando a oscuras desde el tejado.
Desapareció entre el humo, aterrizando presumiblemente sobre su blanco para
matarle de un solo golpe.
93
El humo se despejó.
Alessio se arrodilló al lado del cuerpo. Mientras saqueaba las bolsas de su
blanco, robando al hombre, un amargo sabor me cubrió a lengua. Robar a un muerto
era deplorable. Ni siquiera la peor de las nueve Familias caería tan bajo.
Por supuesto, en Lovero la moneda fluía más libremente para los sesgadores.
Tal vez Alessio no tenía muchos contratos que cumplir.
Alessio arrastró el cuerpo más en las sombras. Después de echar un rápido
vistazo alrededor, escaló hasta los tejados y se dirigió hacia el norte.
Sonreí tras mi máscara. ¡Al fin! Tenía que estar encaminándose a casa y su casa
tenía que estar con mi tío.
Confiaba en que Marcello, desterrado o no, aún mantuviese las formas de
sesgador. Y los sesgadores no vivían por sí solos. Simplemente no se hacía. No había
seguridad en ello. Si mi tío era el entrenador de Alessio, y no creía que Alessio
hubiese mentido, entonces tenían que compartir una casa.
Alessio me guió a las profundidades de Yvain, donde los edificios no estaban
tan bien conservados y sólo una de cada dos lámparas tenía aceite suficiente para
iluminar las calles.
Arrugué la nariz. Mi tío verdaderamente tendría que haber caído bajo si no
podía encontrar mejores alojamientos.
Pensé en mi propio edificio abandonado. Aunque eso era diferente. No había
tenido elección. Alessio saltó de un tejado y entró en un callejón. Esperé un momento
antes de hacer lo mismo.
El callejón estaba vacío. Alessio había desaparecido.
Busqué en los tejados encima de mí, asegurándome que no había regresado,
pero no, los tejados estaban tan vacíos como el callejón. Se había desvanecido como
un fantasma enfadado al amanecer.
Me adentré en el callejón, examinando cuidadosamente la calle. Ahí. Una rejilla
de alcantarilla sospechosamente limpia de escombros y suciedad. Los Saldana
siempre habían usado túneles para llegar a sus casas y los viejos hábitos morían
lentamente, si es que alguna vez morían.
Me agaché al lado de la rejilla. No parecía tener ninguna cerradura. Tiré de las
barras y se levantó con facilidad, las bisagras bien engrasadas.
Suponía que si eran los únicos sesgadores en la ciudad no necesitarían
cerraduras.
Salté al túnel. No era como los otros túneles en Lovero. Esos habían sido
diseñados para confundir y matar intrusos. Este parecía tener una única dirección.
Arrastré la mano derecha por la suave superficie hasta que el túnel acabó en una
escalera y otra rejilla.
Subí los peldaños y con cuidado eché una mirada.
La rejilla se abría a una pequeña habitación, parecida a la habitación del túnel
en mi casa. La habitación estaba oscura, el suelo, las paredes y el techo, nada más 94
que mampostería, pero detrás de la puerta de entrada el fuego crepitaba en una gran
chimenea.
Alessio estaba de pie a unos metros de mí. Solo mis muchos años de
entrenamiento me impidieron cerrar rápidamente la rejilla. El movimiento atraería
su atención más rápido que la ligera brecha a través de la que miraba.
Estaba de pie frente a un pequeño altar, dedicado a Safraella. Usó un cuchillo
para cortarse el dedo. Cuando brotó sangre, lo frotó contra una moneda y la puso
sobre el altar. Era una antigua forma de adoración, pero tal vez era lo único que
conocía.
Se marchó, desapareciendo en la habitación de la chimenea y el fuego. Observé
con tranquilidad. Apresurar las cosas solo llevaría a errores.
Alessio pasó frente la habitación del túnel. Se había quitado la capa y estaba
desabrochando las hebillas sujetando su chaleco de cuero sobre el pecho. Salió de la
vista y aproveché el momento para salir del túnel, escondiéndome en una esquina
oscura.
—No tenía mucho —comentó Alessio, pero desde mi esquina no pude ver a
quién se dirigía. Necesitaba tomar decisiones sobre cómo proceder. Podía
simplemente entrar y presentarme. O esperar a que el fuego se extinguiese y
tomarlos por sorpresa. No, eso sería peligroso y no quería herir a nadie. Sólo quería
lo que vine a buscar, la localización de la casa de los Da Via y la ayuda de Marcello.
Me deslicé hasta el borde de la puerta, presionada contra el muro. En la otra
habitación, las monedas tintineaban mientras caían en un plato o cuenco. Siguió un
suspiro y pude imaginar a Alessio estirando los brazos como Rafeo solía hacer,
cuando había acabado un trabajo por la noche y estaba contento de estar en casa.
—¿Algún problema? —Era la voz de un hombre, baja y ronca. ¿Marcello?
Alessio dudó.
—No. Ha estado tranquilo estas últimas noches.
Mentiroso.
—¿Ningún problema? —Sonaron pasos en el suelo de la habitación.
—Volveré en seguida —respondió Alessio. Escuché el sonido de agua
salpicando.
Extraño. Alessio me estaba manteniendo en secreto.
La punta de un cuchillo pinchándome la garganta y me congelé. Giré la cabeza,
pero la presión se incrementó y me detuve.
—Sal lentamente —ordenó una voz desde el otro lado de la puerta.
Había perdido mi ventaja.

95
Dieciséis

N
o podía verlo, a la persona con el cuchillo contra mi garganta. Se
ocultaba al otro lado de la puerta.
Salí del túnel con las manos por delante y el cuchillo presionando
mi garganta. La luz del gran salón ardía brillante contra mis ojos. Los cerré hasta que
el dolor pasó.
Una chimenea estaba en el centro de la enorme habitación. Las áreas que la
rodeaban se dividían en secciones. Cada “habitación” estaba separada por tapices y
pantallas de seda adornadas con mujeres bailando, fuentes de Lovero y máscaras.
Frente al fuego había dos sillas, un sofá, y una pequeña mesa en la que un libro
yacía boca abajo, el lomo protestando por el tratamiento.
Una cama sin hacer se ocultaba detrás de un tapiz que mostraba a dos
labradores, uno color miel y el otro marrón, y detrás de la chimenea había bastidores
para armas, herramientas de entrenamiento de sesgadores y percheros. No me había
ido de Lovero hacía mucho, pero ver estos pequeños recordatorios de su rica cultura
hizo que mi estómago se apretara de anhelo por el hogar que había dejado atrás.
96
—Mantente en movimiento —dijo la voz detrás de mí.
—¿Qué sucede? —Alessio se paró frente a la chimenea, solo vestía un pantalón
y un colgante alrededor del cuello. El cabello húmedo goteaba en su pecho desnudo.
Aparté la vista y traté de no pensar en Val, en la piel desnuda de Val.
—Mira lo que encontré entrando a hurtadillas.
—¿Cómo entró? —Alessio me miraba con la boca abierta.
—Llegué a través del túnel.
El cuchillo presionó más contra mi garganta.
—No recuerdo haberte dicho que podías hablar.
—Pero, ¿cómo lo encontraste? —me preguntó Alessio.
—¡Alessio! —recriminó mi captor.
—Te seguí —respondí.
Mi captor tomó aire y empujó su puño contra mi columna, haciéndome
tropezar hacia adelante. ¿De verdad pensaba que podía manejar la situación con una
mísera daga? Tiempo de recuperar mi ventaja.
Me dejé caer hacia atrás. Mi cabeza empujó contra su pecho.
Se alejó a trompicones, raspando mi máscara con la daga.
Saqué mi propia daga. Alessio se me quedó mirando en estado de sorpresa. Mi
captor volvió a ponerse de pie y se volvió para enfrentarme.
Se me atascó el aire en la garganta y bajé el arma.
Era como ver un fantasma. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando levanté
mi arma de nuevo. Había pensado mucho en la pequeña Emile, Jesep y mis padres.
Y Rafeo, que había muerto en mis brazos. Había estado de luto por ellos. Pero ver a
este hombre, este hombre que podría ser mi padre, me mostró que no había
terminado el luto. Que nunca terminaría el luto por ellos.
Se parecía a mi padre, pero sus arrugas eran más profundas, su cabello era más
largo y más gris, y no llevaba las gafas de mi padre.
—¿Es esta la manera de saludar a la familia, tío? —pregunté.
—¿Familia? Bah. —Escupió de lado y apartó la mano que Alessio le ofrecía para
asistirlo—. No tengo familia.
Cerré los ojos. Esperaba que él fuera difícil. Pero no había esperado que me
olvidara.
—¿Tío? —Alessio miró a Marcello y luego a mí. Se decidió por mí—. No me
dijiste que estaban emparentados.
—No era de tu incumbencia —exclamé—. Y nunca preguntaste.
—¿Vas a confraternizar con ella? —se burló Marcello de Alessio—. Con qué
rapidez el aprendiz se convierte en maestro.
—No he hecho tal cosa. —Alessio le frunció el ceño, luego caminó hacia una de 97
las sillas frente a la chimenea y se puso una camisa de algodón desgastada por encima
de la cabeza.
—Es por eso que dije nada de trabajos. Justo por esto. —Marcello me señaló
con un dedo—. Y ahora, has traído los problemas a nuestro hogar.
Alessio suspiró y agitó la mano en mi dirección.
—Sesgadora, puedes bajar tu arma.
—Una sesgadora nunca baja su arma cuando un arma le está apuntando —cité
a mi padre, e hice un gesto con la cabeza hacia la daga que aún blandía Marcello en
la mano.
—Maestro, por favor.
—Un sesgador nunca baja su arma cuando un arma le está apuntando —me
imitó.
Alessio levantó las manos en el aire.
—¡Por los dioses! ¡Es como razonar con tigres tercos! Maestro, responderé por
ella. Y Sesgadora, eres una invitada en nuestra casa.
Tenía razón. Era increíblemente grosero sacar las armas en la casa de un señor.
Y, además, no había venido a luchar. Había venido en busca de ayuda.
Mantuve los ojos fijos en Marcello mientras poco a poco bajaba el arma. Él
enfundó la suya.
—No voy a tratar con una persona desconocida que se oculta detrás de una
máscara —anunció.
Siseé. ¡Mi máscara era un símbolo sagrado de la misma Safraella!
—Blasfemas.
Sonrió lentamente.
—Ninguna máscara se permite en nuestra casa.
Alessio suspiró.
—Sesgadora, por favor síguele la corriente. Ya he visto tu rostro y, al parecer, él
es de tu familia.
Los odiaba. Odiaba que tuvieran tanto poder sobre mí, que por el hecho de
necesitarlos, tuviera que hacer lo que decían. Me sentí impotente, igual que la noche
del incendio.
Sólo dales lo que quieren. Cuanto más rápido cooperara, más rápido podía
volver al plan. Y no tenía tiempo que perder. Bajé mi capucha y deslicé la máscara
hasta la coronilla.
Me quedé mirándolos, desafiando a Alessio a que expresara un comentario
arrogante, desafiando a mi tío a que se regodeara. Una sola palabra equivocada y les
enseñaría lo que alguien detrás de una máscara realmente podía hacer.
—Eres la hija de Bianca, Oleander —dijo Marcello—. Puedo ver mucho de ella
en tu rostro. No tanto de mi hermano Dante.
—Oleander. —Alessio sonrió lentamente, y por más que busqué, no pude 98
encontrar malicia o broma en su sonrisa—. Uno de los venenos más hermosos.
—Lea —lo corregí—. Solo mi madre me llamaba Oleander.
Alessio inclinó la cabeza.
—Kalla Lea.
Marcello le lanzó una mirada amenazadora, y estuve de acuerdo. No aprobaba
que Alessio me llamara en un idioma que yo no hablaba.
—¿Y por qué has venido? —Marcello caminó hasta la cocina. Levantó una jarra
de licor ámbar y sirvió un vaso—. ¿Dante ha entrado en razón y te envió para que me
lleves a casa? Seguro que si hubieras venido a darle fin a mi vida ya lo habrías hecho.
¿A menos que las normas Saldana hayan caído tan bajo?
Lo miré. La ira se filtró por mis extremidades como la miel caliente. Mis
mejillas ardían y las lágrimas pinchaban mis ojos. Pestañeé para apartarlas.
—Mi papá está muerto.
Marcello exhaló por la nariz.
—Ya veo. —Tomó un trago—. ¿Fue una enfermedad? ¿Un accidente?
—Fueron los Da Via —espeté—. Los mataron a todos. A mi padre y a mi madre.
A Rafeo, Matteo, Emilie y Jesep. Incluso a los sirvientes. Soy la única Saldana que
queda.
Marcello me miró fijamente. La tensión se respiraba en el aire mientras Alessio
nos miraba, primero a uno y luego al otro.
Marcello desvió la vista al vaso en su mano, observando el líquido ambarino
bailar en la superficie mientras lo hacía girar a la luz. Su respiración sonaba rápida y
fuerte.
Gritó. Un ruido fuerte y gutural desde el fondo de su cuerpo. Y tiró el vaso a
través de la habitación para que se hiciera añicos en la chimenea. El líquido silbó y
chisporroteó en las llamas.
Alessio se cubrió el rostro cuando los pedazos de vidrio volaron cerca. Se giró
hacia Marcello.
—¡Dioses, maestro! —gritó, pero la ira desapareció al ver el estado de mi tío.
Marcello estaba de pie, su cuerpo se sacudía mientras las lágrimas corrían por
sus mejillas como un río, trazando las líneas de su rostro como si fuera de arena.
Lloraba por ellos. Lloraba por nuestra familia. ¿Lloraría igual si supiera que fue
mi culpa? ¿Si supiera que había confiado en Val y eso terminó provocando sus
muertes? Puse una mano en mi pecho, sintiendo la llave metida bajo mis pieles.
—Que los dioses maldigan a los Da Via. —Su voz quedó ahogada por los
sollozos. Hundió el rostro en las manos—. Que los dioses los maldigan a todos.
Alessio se acercó a mi tío y, cuando no encontró ninguna resistencia, lo
acompañó a una silla frente al fuego. Los seguí en silencio y me senté en la otra silla
mientras Alessio iba a la cocina y regresaba con otra copa de licor para mi tío.
—Bebe esto, maestro —dijo en voz baja, presionando el cristal en la mano de mi
99
tío. Había ternura de verdad en la forma en que Alessio se preocupaba por él. Debían
haber estado juntos mucho tiempo, una pequeña y triste familia sesgadora en un país
donde el pueblo le temía a la noche. Debió ser solitario.
—¿Así que por eso has venido, sobrina? —La voz de Marcello estaba ronca por
las lágrimas y el dolor—. ¿Para torturarme con recuerdos? —Bebía, y el licor
salpicaba el vello de su barba.
Negué.
—No. A decir verdad, no he venido por ti en absoluto. Vine por mí. Necesito
ayuda.
Me miró por el rabillo del ojo y volvió la vista al fuego. Tomó otro trago.
—¿Y qué puedo tener que tú valores? Dinos, Kalla Lea —se burló—. Dinos qué
es lo que necesitas.
Como si tuviera el derecho de estar enojado. Él no estuvo allí cuando nuestra
casa se quemó. Cuando la sangre de Rafeo se derramó entre mis manos.
—Los Da Via —dije—. Quiero que me ayuden a matarlos.
Se volvió hacia mí con la sorpresa destellando en sus ojos. Y luego se rió en mi
cara.
Diecisiete
Sentí la ira recorrerme todo el cuerpo, tan brillante que me cegaba. Caí sobre
mis pies, la silla de roble macizo chillando como un gato en un callejón mientras se
deslizaba por el suelo de piedra.
Alessio saltó a mi lado, con las manos listas para evitar que agarrara mis armas.
Pero no necesitaba un arma para esto.
Abofeteé a mi tío en la cara.
El ruido hizo eco contra las paredes de piedra hasta que los únicos sonidos que
quedaron fueron el crepitar del fuego y el fuerte ruido que hizo Alessio para inhalar.
La cara de Marcello estaba roja donde lo había golpeado. Con cautela se acarició
con la punta de los dedos antes de enfrentarme.
—Sal de mi casa —dijo en voz baja.
—¿Cómo te atreves? —Mi voz raspaba contra mi garganta—. Lloras por mi
Familia, mi Familia, y odias a los Da Via, pero cuando te pido ayuda, ¿te ríes en mi
cara? No eres un Saldana. No estuviste allí cuando más te necesitaba. Dejaste tu
nombre cuando asesinaste a tu propio tío.
—¡Dije que te fueras! —gritó Marcello.
100
Levanté la mano para golpearlo de nuevo, pero Alessio agarró mis muñecas,
arrastrándome lejos. Era más fuerte y más alto que yo. Y estaba llena de dolor y rabia,
y padre siempre decía que la fuerza venía sólo con la mente y el corazón en frío.
—Ven. —Alessio me llevó hacia la entrada, no fuertemente, pero sí con un
agarre firme.
Solté mis manos de las suyas y bajé mi máscara para que no pudiera ver las
lágrimas luchando por caer de mis ojos.
—Conozco el camino —grité.
Me siguió cuando entré en la sala del túnel y levanté la rejilla.
—No deberías volver, Lea —dijo Alessio—. Y...
Tiré la rejilla detrás de mí, interrumpiendo todo lo que pensaba decir. No me
importaba oírlo. Que se vayan al demonio.
Corrí a través del túnel, tratando de deshacerme de la rabia y el dolor con cada
paso. Salí al callejón oscuro.
El sol saldría en una hora más o menos, y necesitaba llegar a casa.
Casa. Si alguna vez había tenido otra. ¿Podría volver a la hermosa de Lovero y
vivir la vida que alguna vez había tenido?
No había vuelta atrás, ahora que había empezado por este camino oscuro. Tenía
que seguir adelante. Tenía que matar a los Da Via.
Llegué a mi refugio, sintiendo el tirón en el hombro mientras subía a la
seguridad del techo.
Me senté en el borde, subí la máscara a la cima de mi cabeza, con las rodillas
presionadas contra mi pecho, y traté de no pensar en lo mal que las cosas habían ido.
Si no me hubiera enojado tan rápido, si no hubiera dejado que el dolor me
consumiera, tal vez podría haber convencido a mi tío de ayudarme. En cambio, había
sido temeraria y desafiante, y altiva, y no había manera que me fuera a ayudar ahora.
Y lo necesitaba. No podía enfrentar a los Da Via sola, no si quería ganar de verdad.
Dejé caer mi cabeza sobre mis rodillas. Rafeo… ¿Qué hago ahora? Parpadeé
rápidamente para deshacerme de las lágrimas en mis ojos. Ojalá estuvieras aquí.
Sabrías cómo solucionar este problema.
A través de los canales, destellos de blanco entre los edificios iluminaban los
fantasmas que rondaban las calles. Eran terribles los fantasmas. Lo sabía de primera
mano, pero en las primeras horas de la mañana, cuando todo estaba tan tranquilo y
habiendo suficiente distancia entre nosotros, había algo hermoso en ellos mientras
flotaban en silencio en su camino.
En casa solía sentarme en los techos cada vez que estaba molesta y no podía
volver a casa. Fue cuando Val y yo habíamos comenzado nuestra relación secreta.
Durante la plaga había tantos comunes pidiéndonos liberar a sus seres queridos. Y
me había pasado la noche entrando a escondidas por las ventanas abiertas,
terminando a la gente que estaba delirante y tosiendo sangre, aniquilando niños o 101
bebés aún en sus cunas, y aunque sabía que era por piedad, los niños siempre me
dolían más.
No podía ir a casa, no, y ver a mi primo cuyos padres habían muerto, a mi
hermano cuya mujer yacía febril en su cama mientras sucumbía lentamente. Así que
me quedé sentada en el techo y vi las estrellas en silencio hasta que oí un ruido detrás
de mí. Me di vuelta y vi una figura de pie en el otro lado, perdido en sus
pensamientos. Después de un momento me di cuenta que sus hombros no se
sacudían por el frío, sino por el llanto.
Había tratado de irme en silencio, dejándole tener privacidad, pero él me oyó y
se volvió. Reconocí su máscara de inmediato; Valentino Da Via, y aunque su máscara
cubría su rostro, sus ojos estaban todos rojos.
Nos miramos el uno al otro por lo que pareció una eternidad.
Y entonces me di cuenta que se me había formado un nudo en la garganta, y las
lágrimas caían silenciosamente por mis mejillas.
—No podía ir a casa todavía —le dije, mi voz quebrada.
Después de un rato, asintió y se sentó a mi lado, mirando las estrellas,
escuchando los sonidos del mar, diciendo nada. Y todo.
Tragué saliva y respiré hondo. Sí, todo era mi culpa. De nuevo. Pero esta vez
podría arreglarlo. Ganaría a Alessio y luego regresaría con Marcello pidiéndole que
reconsiderara las cosas. Expondría mi caso. No dejaría que Marcello me enfadara.
Con Alessio de mi lado, haría que entrara en razón y me ayudara a matar a los Da
Via.
El sol apareció en el horizonte, iluminando los giros y curvas de los canales con
su luz.
Usé la cuerda que colgaba del agujero en mi refugio y entré para cambiarme de
ropa. Descansaría un rato y luego volvería a la casa de Marcello con la puesta del sol.
Pedir disculpas siempre era más fácil en la oscuridad, pero no tenía otra opción. Me
estaba quedando sin tiempo.
Soñaba con el fuego. Sólo que esta vez el humo era un ser vivo, sus zarcillos
tenían forma de manos de los niños, sus pequeños dedos agarrando a mi camisón,
tratando de tirarme más profundamente en la oscuridad de las cenizas.
Me desperté y encontré a mi habitación oscura, oculta del sol del amanecer.
Me dolían los músculos y mis ojos pesaban. Mi encuentro con Marcello me
había agotado más que el trabajo más difícil como sesgadora.
Me pasé los dedos por el cabello y me puse un vestido antes de salir.
Cada vez que podía, tomaba atajos por las callejuelas. Después que Lefevre me
hubiera seguido desde el mercado, podría estar observándome. ¿Para hacer qué? No
estaba segura. Pero no confiaba en que no fuera a cumplir su amenaza y enviara la
carta a los Da Via. Mejor permanecer oculta.
Al llegar al callejón con la rejilla secreta, me apoyé en una pared, decidida a
esperar el tiempo que fuera necesario.
El callejón, la calle que conducía hasta allí, y el canal cercano estaban
102
demasiado tranquilos. No había nadie mirándome sospechosamente, ni tampoco
había nadie usando los canales para viajar o comerciar. Marcello había escogido muy
bien su casa.
El sol ya había alcanzado el tope a media mañana antes que la rejilla del callejón
se abriera un poco. Se detuvo, pero luego una mano la abrió completamente.
Alessio salió y se paró, sacudiéndose la ropa. Estaba usando un chaleco marrón
en capas sobre una túnica verde caqui, el estilo anticuado de Yvain. Su pantalón y
botas fueron enmendados y lavados, y los hilos de su chaleco, aunque eran simples,
estaban cosidos cuidadosamente. No tenía un montón de dinero. Pero sí lo suficiente
como para hacerlo seguir viéndose respetable.
Traté de meter la mancha de mi falda por detrás de otros pliegues.
Al menos Alessio no se había afeitado. El rastrojo en su mandíbula y las mejillas
le daba una apariencia libertina, en lugar de descuidado, un aspecto que hacía juego
con su sonrisa despreocupada.
Una sonrisa que dejó cuando descubrió que lo estaba esperando.
—Has vuelto. —Sus hombros cayeron—. Ve a casa de una vez, chica sesgadora.
Salí de mi posición contra la pared.
—No tengo una casa a la cual volver.
Su rostro se ruborizó ante su metida de pata, pero no dijo nada. Abandonó el
callejón y lo seguí, corriendo hasta alcanzarlo. Sus largas piernas hacían su paso
mucho más largo que el mío.
—Y no puedo ir a ninguna parte hasta obtener lo que me hizo venir en primer
lugar —continué.
—¿Para qué siquiera necesitas su ayuda? Es un hombre viejo y tú eres una
verdadera sesgadora.
No podía ignorar como enfatizó la palabra verdadera. Pero ya no tenía sentido
seguir guardando secretos. Sin Marcello, no tenía ningún plan. Y sin un plan, los Da
Via ganarían.
—No es tan viejo. Y necesito que me diga cómo llegar a los Da Via en Ravenna.
Para ayudarme a matar a todos. No puedo hacerlo sola. —Si realmente podría
lograrlo, incluso con ayuda, todavía seguía siendo un misterio. Pero una vez que
Marcello estuviera de acuerdo, podríamos trabajar juntos en un plan.
Alessio me miró, con una expresión extraña en su rostro. Dejamos las calles
secundarias y entramos en una calle principal llena de personas yendo a la plaza o al
mercado diurno. Alessio se mezcló con la multitud, y lo seguí.
—Yo podría ayudarte a matarlos.
Entrecerré los ojos.
—¿Por qué?
—Porque necesitas ayuda.
103
Nadie simplemente se ofrecía a ayudar sin un motivo ulterior.
—Acacius es el dios de las deudas. ¿Estás seguro que no estás tratando de que
te deba algún favor?
Frunció el ceño.
—Soy devoto a Safraella.
Fruncí los labios. No había nada que pudiera ganar por ayudarme.
—Cuando era joven —interrumpió mis pensamientos—, alguien una vez me
ayudó por ninguna otra razón más que sólo por eso. Trato de hacer lo mismo cada
vez que puedo.
—No sabes lo que me estás ofreciendo. En lo que te estarías metiendo.
—Bueno, mi maestro no te ayudará. Al menos, no a matar a los Da Via. Ya nunca
sale de los túneles. No desde los últimos años.
—¿Por qué? —pregunté.
—Le preocupa que haya gente buscándolo. Permanece escondido.
—¿Qué gente?
Alessio no respondió. Llegamos a la plaza y salimos de entre de la multitud. Me
condujo por el mercado.
—¿Y a dónde vamos? —pregunté.
—A desayunar. —Movió la mano para señalar una pequeña cafetería delante de
nosotros.
Mi estómago gruñó ante el olor a pan caliente. Metí mi cabello detrás de la
oreja.
—Yo no...
—A juzgar por cuan desesperadamente miraste la fruta la otra mañana —me
interrumpió Alessio—, apuesto a que no has tenido tiempo para disfrutar de las
cualidades de Yvain, uno de los cuales es nuestra comida. Yo invito.
—¿Por qué robaste esa fruta para mí?
Se encogió de hombros.
—Parecías tener hambre. Como ahora.
Él sacó una silla para mí, y dudé. Mis fondos eran tan bajos, que sí había estado
descuidando las comidas regulares. Pero no quería deberle nada. Ya necesitaba su
ayuda con Marcello…
—No muerdo, chica sesgadora —dijo.
—Ese no es mi nombre. —Me senté. Sería estúpido de mi parte no aprovechar
la comida gratis. Los Da Via estarían bien alimentados cuando los enfrentara.
—Kalla Lea, entonces.
Ignoré su corrección. Tenía que permanecer en su lado bueno.
—Él podría tener razón, sabes. 104
Alessio se sentó frente a mí y le hizo señas al camarero.
—¿Quién?
—Mi tío. La gente podría estar buscándolo. Están buscándolo en realidad, sólo
que no muy activamente.
Alessio resopló.
—Es verdad —dije—. Los Da Via nunca han dejado de buscarlo realmente. Lo
cual es otra razón por la que él debería ayudarme.
—Si se queda dónde está, seguirá oculto.
—Los Da Via están tras de mí. Solo es cuestión de tiempo antes que descubran
que estoy aquí. Y una vez que lo hagan, estarán por toda la ciudad. No será seguro
para nadie.
Se rascó la barba de su mandíbula.
—No creo que eso vaya a convencerlo. Una vez que toma una decisión,
raramente cede.
Sin embargo podía ser terca también.
El camarero nos sirvió una clase de pan pita relleno con carne y fruta. Arrugué
la nariz.
—Confía en mí —me aseguró—. Cambiará tu opinión acerca de Yvain.
La buena comida, y esta era buena comida, siempre me ponía de mejor humor.
El cordero había sido perfectamente sellado y sazonado con limón, aceitunas, y
especias desconocidas que dejaban un agradable sabor dulce en la boca. La fruta
había sido macerada en vino y rebosaba de sabor. Alessio tenía razón. Había estado
perdiéndome algunas de las mejores cualidades de Yvain. Puede que no hayan sido
muchas, pero la comida podría haber sido una de ellas. Y tal vez las flores también.
Olían bien, después de nuestra comida.
—¿No te lo dije? —Alessio sonreía mientras me lamía los dedos.
—Sí, lo hiciste. Tenías razón. No había comido tan bien desde antes de… bueno.
Desde hace tiempo. —Había sido con Val, en realidad. En Fabricio’s.
Nunca volvería a cenar con Val. Nuestras comidas secretas, llenas de risas,
coqueteo y besos robados, habían desaparecido para siempre, como mi Familia.
Presioné la mano contra mi vientre, la comida Yvanesa se sentía como una piedra en
mi estómago. No era justo que lo extrañara tanto.
—Lo siento —me dijo.
—¿Por qué tienes que disculparte? Tú no asesinaste a mi Familia.
—Es la segunda vez esta mañana que te he dicho algo inapropiado, y ahí estás,
perdida en tus recuerdos.
Negué.
—No es tu culpa. Casi todo me recuerda a ellos. Y a esa noche.
Como la forma en que Rafeo se hubiera comido a grandes bocados este pan,
mientras que Matteo lo hubiera desmenuzado y comido sólo las partes que le
105
gustaban. Y cómo ninguno de ellos jamás llegaría a probarlo, y cómo ni siquiera
podría contarles al respecto, no podía contárselo a nadie porque no había nadie a
quien decírselo. Era solo yo, sola, tratando desesperadamente de agradarle a un falso
sesgador para que intercediera ante mi tío, quien resultó no parecerse en nada a la
familia que había perdido.
—Aun así —contestó Alessio, sacándome de mis pensamientos—, no fue mi
intención.
Me aclaré la garganta.
—La otra noche. Y anoche también, usaste alguna clase de bombas de humo.
Pero nunca te vi arrojarlas. Y eran diferentes también. Destellaban.
Alessio sonrió ampliamente.
—Ese es mi propio invento. Es efectivo, ¿no es así?
—Pero, ¿cómo las arrojaste sin que te viera?
Tomó un trago de su agua.
—No lo hice. Fueron colocadas en el lugar con anterioridad. Están preparadas
para explotar. En realidad, las que viste primero se retrasaron un poco.
Bombas de humo temporizadas. Mi mente corría, pensando en todas las formas
en que podrían ser útiles. Las posibilidades eran asombrosas. Sobre todo si podían
ser manipuladas para algo más que humo…
Espera.
—Destellaron cuando explotaron.
Él asintió.
—Las bombas de tiempo utilizan una reacción química diferente a las bombas
de humo normales. En realidad es un pequeño fuego que se apaga por el humo.
Generalmente son libres de peligro.
Un pequeño fuego que se apaga por el humo.
—¿Es posible un fuego más grande? —le pregunté—. ¿Algo que no se apague?
¿Una especie de bomba incendiaria?
Sus cejas se fruncieron, y me miró fijamente.
—No lo sé. Tal vez. ¿Por qué?
—Me preguntaste si podía entrenarte esa primera noche. ¿Mi tío no está
entrenándote?
—Esto parece un abrupto cambio de tema.
Me quedé en silencio, esperando a que respondiera. Tomó otro trago de agua,
organizando sus pensamientos.
—Mi maestro no ha sido un sesgador en casi treinta años, y tuve que rogarle
para que me enseñara, rogarle. Finalmente cedió, porque pensó que eso me
mantendría a salvo. Cuando descubrió que había comenzado a tomar trabajos el año
pasado, detuvo todo mi entrenamiento. Él no lo aprueba, cree que resultaré herido o
peor. Cuando te vi esa primera noche… Eres la única verdadera sesgadora que alguna 106
vez he conocido.
Observaba a la gente mientras pasaban junto a nuestra mesa.
—Todo lo que siempre he querido era ser sesgador. Y pensé, aquí hay alguien
que puede enseñarme. Enseñarme de verdad, si está dispuesta.
—¿Por qué querrías ser un sesgador? —le pregunté. Había nacido en esta vida.
Y, sí, en Lovero la mayoría de la gente se arrastraría por la posibilidad de unirse a
una Familia, por el poder, la riqueza y la posición social. Pero no había ningún
prestigio para los sesgadores aquí.
Sus cejas se movieron nerviosamente.
—Cuando era niño —comenzó lentamente, sopesando sus palabras—, mi madre
fue asaltada y asesinada. Me quedé huérfano y vivía en las calles, escondiéndome en
rincones oscuros una vez que el sol se ponía, sintiendo ira por el hombre que me
había quitado a mi familia, aterrorizado de los fantasmas enfurecidos y desesperado
por la soledad. Y entonces, mi maestro me encontró.
»Él me llevó a su casa, un palacio escondido debajo de las calles de Yvain, y me
alimentó, me vistió y me mantuvo a salvo. Y a medida que nos volvíamos más
cercanos me hablaba acerca de su vida anterior, y sobre Safraella, y supe que era
donde pertenecía. Sirviendo a una diosa que me prometería otra vida después de
ésta, si seguía su designio oscuro. Si mi madre hubiera sido su seguidora, habría
dormido más tranquilo después de su muerte, sabiendo que le hubiera sido
concedida una nueva vida.
»Esa es la razón por la que quiero ser un sesgador. Mi maestro me ha dado una
idea de lo que esa vida realmente podría ser, pero me impide dedicarme a ella por
completo. Tú podrías dármela. Podrías enseñarme. Podríamos reconstruir tu
Familia.
Reconstruir mi Familia. Todo lo que había estado pensando era en destruir a
los Da Via. Había supuesto que moriría en el proceso. Pero si no lo hacía, los
asesinaba a todos y aún seguía con vida, si Alessio tenía razón, tal vez los Saldana
podrían seguir siendo una de las nueve Familias.
No sería lo mismo sin mi madre y mi padre, mis hermanos, mi primo y mi
sobrino. Y los Saldana nunca volverían a ser la primera Familia de nuevo, no durante
mi vida. Ni siquiera con los favores del rey. Pero tal vez podríamos reclamar nuestro
territorio, retornar a nuestro deber de servir a Safraella. Dejar atrás el horror de esa
noche.
No. No es posible. Mi Familia se había ido para siempre. Destruir a los Da Via
era mi único objetivo. Recuperar todo lo que había tenido antes era una fantasía,
nada más. No tenía sentido aferrarse a ese sueño.
Sin embargo, sin la ayuda de Marcello, sería imposible destruir a los Da Via
sola.
Miré a Alessio. Estaba inacabado, pero había demostrado tener algunas
habilidades. Y conocía el secreto para hacer esas bombas de humo temporizadas, las
cuales posiblemente podían ser modificadas para adecuarse mejor a mis 107
necesidades. Se había ofrecido para ayudarme a asesinar a los Da Via. Dijo que no
era por ningún motivo oculto, pero no podía confiar en él. No era de la Familia o
familiar. Si iba a ayudarme, era necesario alguna clase de intercambio equitativo.
Nadie iba a deberle a nadie en esta ciudad de flores y deudas.
—Vine aquí por dos razones —señalé—. La primera era para encontrar la casa
de los Da Via, y una forma de entrar. La segunda era para convencer a mi tío para
que me ayudara a asesinarlos a todos.
—Ya te lo dije, él no va a ayudarte.
Levanté la mano, interrumpiéndolo.
—Tal vez no lo necesito.
Alessio parpadeó.
—Bien, ¿cuál es la alternativa? ¿Quedarte aquí sentada hasta que te encuentren
y te asesinen?
—Lo que dijiste antes…
—¿Acerca de ayudarte?
—No soy un caso de caridad. Sería un intercambio equitativo. Podría
entrenarte…
Alessio se inclinó hacia delante.
—Si me entrenas, te ayudaré a asesinar a los Da Via.
Ignoré mi estómago revuelto, la parte que me decía que él no era lo
suficientemente bueno, que llevaría tiempo prepararlo para luchar contra tantos Da
Via, tiempo que no tenía. Que estaría entrenándolo para que recibiera a la muerte.
Quería desesperadamente ser un sesgador, lo había dicho él mismo. ¿Y qué era yo,
si no era una portadora de la muerte?
Lo que es más importante, lo necesitaba. Haría pagar a los Da Via, sin importar
quien caiga en el camino.
Era momento de recoger el sedal.
—¿Mi tío te dejará marcharte? Y aún no sé cómo encontrar a los Da Via. Tal vez
esto sea una mala idea.
Alessio hizo un gesto con la mano.
—No te preocupes por eso. Si me entrenas, conseguiré la información que
necesitas de él.
—Y tendrás que enseñarme cómo hacer esas bombas de humo.
—Por supuesto.
—Pero tienen que ser bombas incendiarias en lugar de bombas de humo.
Su sonrisa se desvaneció y se rascó la mandíbula, pensando.
—No lo sé…
—Las necesito. No hay trato sin eso. 108
Él negó.
—No es que no quiera hacerlo, es sólo que nunca lo he intentado antes. Va a
llevar algo de prueba y error de nuestra parte.
—¿Cuánto tiempo tardará? —pregunté.
Sus ojos se conectaron con los míos, marrones oscuros incluso en la luz de la
mañana.
—¿Cuánto tiempo te llevará entrenarme?
—Una eternidad.
Alessio hizo una pausa, pensando en esto.
—Entréname, y cuando llegue el momento, me llevarás contigo para que te
ayude a asesinar a los Da Via. Conseguiré la información de mi maestro de alguna
forma, y trabajaremos juntos haciendo esas bombas incendiarias.
—Lo antes posible. Cuanto más tiempo nos quedemos aquí, más probabilidades
hay que nunca nos vayamos.
Asintió, perdido en sus propios planes. Me levanté, y se puso de pie
rápidamente.
—Chica sesgadora…
—Te veré en las azoteas cerca de tu casa al atardecer para el entrenamiento.
109
Dieciocho

M
e senté en el suelo de mi escondite, el sol del atardecer yendo más allá
de las tablas en las ventanas. Había dormido toda la tarde, pero no me
sentía bien descansada. Ya nunca me sentía bien descansada.
Necesitaba tres cosas. Tres cosas antes que pudiera volver a casa, la ubicación
de los Da Via de mi tío, al menos una bomba incendiaria que funcionara de Alessio,
y la ayuda de cualquiera de los dos. O ambos. Pero preferiblemente la ayuda de mi
tío, quien al menos había sido un verdadero sesgador en su juventud.
Tres cosas me recordaban a las historias infantiles que mi padre solía contarme.
Parecía esos personajes que siempre necesitaban tres cosas también, tres besos, tres
pasteles mágicos, tres respiraciones de un cadáver. Pero los héroes de esas historias
siempre tuvieron éxito, y yo ya le había fallado a mi Familia. Y no pensaba que
hubiera un “felices para siempre” al final de mi historia.
Cuando llegó el anochecer, me había cambiado y subido a mi techo.
Alessio me esperaba, vestido por completo de cuero. Fruncí el ceño detrás de
mi máscara.
110
—¿Cómo sabías dónde encontrarme?
Se encogió de hombros.
—Te seguí esa primera noche a tu... casa. Después que trepaste fuera del canal.
—Vigilo mi espalda. No podrías haberme seguido.
—Puedo decir que no eres de por aquí —dijo—. Te olvidaste de vigilar los
canales.
Mis ojos se posaron en el canal detrás de mí. Maldita sea. Él estaba en lo
correcto. Los había ignorado.
—Ese de ahí —lo señaló—, en realidad conduce al que está cerca de mi callejón.
Es mucho más rápido viajar por el canal si los conoces. También más seguro.
—La gente podría verte si sales demasiado pronto —dije—. Deberías esperar
hasta la puesta del sol.
Negó.
—Las únicas personas que permanecen fuera en la oscuridad son los borrachos
y las prostitutas. Y ellos se mantienen alejados de los canales. Ahora, ¿qué vamos a
hacer esta noche? ¿Trabajar en algo? ¿Correr por los tejados? ¿Saltar? —preguntó
haciendo girar los hombros, aflojando sus articulaciones.
Su excitación me molestó.
—Quiero ver tus armas.
—¿Qué? ¡Vamos a trabajar en uno de mis trabajos o algo!
—Me pediste que te entrenara, por lo que vamos a hacerlo a mi manera. Déjame
ver tus armas.
Suspiró y se sentó en el techo, doblando sus largas piernas debajo de él. Hice lo
mismo, sentada frente a él.
Vació los pequeños bolsillos de cuchillos para lanzar y agujas hechas para
pinchazos rápidos. Sacó el alambre para torniquete y un palo usado para ayudar en
una pelea. La última arma era su enorme cuchillo, el que había blandido en el
callejón. Era cerca de dieciocho centímetros de largo, juzgando por el cuidado con
que lo puso junto a sus otras armas, era su favorito.
—¿Eso es todo? —pregunté.
—¿No es suficiente?
Revisé su colección. Todo era utilizable y bien cuidado, pero su colección era
limitada.
Se rió con incredulidad.
—¿Qué más puedo necesitar?
Cavé a través de las bolsas y bolsillos en mi pantalón de cuero, mi manto y a
través de mis envolturas y bolsas de armas que contenía gran parte de lo que él había
puesto delante de mí, pero también incluía manoplas, varios cuchillos, dagas y
estiletes de diferente peso y longitud, un tubo plegable de dardos y dardos, un
conjunto de bolas con cadena en la remota posibilidad que mi objetivo huyera, mi
espada, y por supuesto, mi grande bolsa de venenos.
111
—¿Por qué debería necesitar todo esto para descender en un objetivo?
—No todo esto es para los objetivos. Algo de esto es para otros sesgadores.
Sus ojos se posaron en los míos.
—¿Eso es un problema común en Lovero? ¿Sesgadores matando sesgadores?
Limpié una mota de polvo de la hoja de mi espada.
—Estoy aquí en Yvain, ¿o no?
Él asintió y volvió a examinar mis armas.
—¿Y esto? —Señaló la bolsa.
—Mis venenos. ¿Dónde están los suyos?
Negó.
—Maestro se negó a enseñarme. Me dijo que era más probable que me
envenenara yo mismo o a él que a un objetivo.
—Hmm. —Un montón de sesgadores desdeñaban el veneno, pensando que era
débil, o que requería una habilidad. Pero la verdad era todo lo contrario. El veneno
tomaba más habilidad y conocimiento que cualquiera de mis otras armas. Y a
menudo tomaba mucha más habilidad conseguir acercarse lo suficientemente a una
marca para envenenarla, sin ser visto, y escapar, por ejemplo, saltar de un techo,
aterrizar en un objetivo, y hundir una aguja en su corazón.
—¿Dónde está tu espada?
—No tengo una. Sólo mi cuchillo. —Tocó el cuchillo con afecto.
—Bueno, si vamos a hacer un verdadero sesgador de ti, vas a necesitar una
espada al menos. Todo sesgador tendrá una, y no me importa lo largo que sean tus
brazos, ese cuchillo no va a servir contra ellas.
Sondeó en la brecha entre los dientes con la lengua.
—Maestro tiene unas pocas en nuestro almacenamiento de armas.
—Entonces esperaré que traigas una mañana.
Él sonrió, y luego se dio la vuelta.
—¿Qué? —pregunté.
Él negó, escondiendo su sonrisa.
—No es nada.
Sentí que mis mejillas enrojecían por debajo de mi máscara.
—¡Dime!
—Es solo... mira, no es nada. Sólo que acabas de sonar como mi maestro en ese
momento.
—Oh. Bueno, la formación de nuestra Familia se ha transmitido de generación
en generación, así que estoy segura de lo que estoy diciendo es muy similar a lo que 112
se te dijo. Él se ha estado conteniendo de enseñarte demasiado. Lo que es estúpido.
¿Por qué te enseñaría lo suficiente como para meterte en problemas, pero no
necesariamente lo suficiente para salir de ellos?
Sus ojos se estrecharon.
—Puedo sacarme de problemas.
Agité mi mano.
—Eso no es lo que quería decir y lo sabes. Simplemente quiero decir, parece
descuidado entrenar a alguien sin terminar. Es peligroso. Y cruel también.
—Es una roca inamovible cuando quiere serlo. No hubo un cambio de opinión,
no importa cuánto presioné.
Si Marcello era realmente tan terco, entonces, ¿cómo podría Alessio conseguir
el lugar de Da Via? ¿Cómo iba a hacerlo cambiar de opinión y convencerlo de unirse?
Les continuó:
—Y entonces había empezado a preocuparme que se enojaría tanto que me
dejaría como dejó a su familia en Lovero, y yo... no podía tener eso.
Tuve un tiempo difícil creyendo que mi tío abandonaría a Alessio por una
discusión.
—Él no dejó a su familia. Fue desterrado. ¿No te lo ha dicho?
Alessio negó.
—No. Sólo dijo que hubo una discusión con su familia y que nunca podría volver
a casa. ¿Me lo dirías?
—No lo sé.
Sus cejas se arrugaron.
—¿Cómo puedes no saberlo?
—Fue antes de mi tiempo. Todo lo que sé es que fue expulsado por haber
matado a la cabeza de nuestra Familia, su tío. No sé por qué lo hizo, qué lo podría
haber conducido a tomar la sangre de su propia Familia, pero no se nos permitió
hablar de él.
—¿Nunca?
Me encogí de hombros.
—Nunca.
—Eso parece cruel.
—Mató a su tío, su propia carne y sangre. Hay crueldad en eso también.
Nos miramos el uno al otro. Habíamos llegado a un punto muerto. Esta sesión
de entrenamiento no estaba empezando como me había imaginado. Una cosa más
que no podía hacer bien.
Rafeo haría una broma, pero no sabía ningún chiste. Padre y Matteo lo habrían
hecho mejor y no se habrían encontrado en este silencio embarazoso. 113
—¿Puedo ver tu máscara? —La pregunta de Alessio me sobresaltó fuera de mi
reflexión.
—Supongo. —La levanté de mi cara y se la di.
La examinó de cerca en la penumbra de la tarde.
—Esta rajada
Asentí.
—Creo que sucedió en la lucha. O el fuego. No estoy segura en cual.
Frotó el pulgar contra la grieta y a través de los agujeros para los ojos. Me
alegraba del cielo oscuro de manera que no podía ver mi sonrojo.
—¿Por qué elegiste estas rayas? —Él trazó las marcas negras en el lado
izquierdo de la máscara.
—No lo hice.
—¿No escogiste el patrón? ¿O estoy confundiéndolo con el color?
—No, tienes razón. El color es significativo de Familia. Negro para Saldana; rojo
para Da Via; naranja para la Accurso en la región de Brescio; gris para Bartolomeo,
que cubre de Triesta a Parmo; púrpura para Caffarelli en la ciudad de Lilyan;
amarillo para Maietta en Reggia, Calabario, y Modeni; marrón para Addamo en
Genoni; azul para Zarella en las tierras de cultivo; y verde para Gallo en el extremo
sur. Sapienza, la línea real, tiene dorado, a pesar que en realidad no sesgan personas.
Sus máscaras son sólo para ceremonias.
»Los patrones dependen de cada individuo, pero las líneas no son mías. La
máscara no es mía.
—¿Intercambias máscaras a menudo?
—No, nosotros no intercambiamos máscaras. Es la máscara de mi hermano.
Rafeo. La… confundí.
Mi pecho se tensó ante la memoria del túnel oscuro, y mi hermano solo ahí
abajo, mi máscara descansando junto a él. Tal vez mi máscara lo consoló del modo
en que su máscara me consolaba. Tenía la esperanza que Safraella le hubiera dado
un renacimiento rápido. Probablemente había vuelto a nacer ya y estaba siendo
acunado con gusto por su nueva madre. Tenía la esperanza que su nueva vida le
ofreciera más paz que la última.
Alessio me miró.
—¿Murió en la pelea?
—Sí —dije en voz baja, sin confiar en mi voz algo más alta.
Asintió.
—Lo siento. Entiendo lo que es perder a tu familia. Algún día no va a ser tan
duro, y serás capaz de pensar en ellos sin dolor. —Extendió la máscara hacia mí.
La sostuve en mi regazo.
—Cuando éramos niños, una vez, los viajeros pasaron por Ravenna, con su 114
colección de animales salvajes. Tenían tigres enjaulados. Nunca había visto algo así
antes, y nunca desde entonces. Ningún libro o tapiz podía transmitir los colores y la
forma en que sus músculos ondulaban debajo de su piel y rayas, y cómo sus ojos
dorados me miraron fijamente. Eran tan hermosos.
»Rafeo... Rafeo no podía dejar de hablar de los tigres. Creo que lo cambiaron,
cambiaron la forma en que veía el mundo, vio su lugar en él. Obtuvo su máscara dos
meses más tarde, y no fue una sorpresa cuando solicitó las barras negras de un tigre.
—Froté el pulgar sobre las marcas negras en la máscara.
—Mi familia era viajera —dijo Alessio.
Levanté las cejas.
—¿De verdad?
Sonrió e hizo una mueca.
—¿No lo puedes decir por mi apuesta nariz? ¿Mi color de piel?
Lo miré más de cerca. Por supuesto que me había dado cuenta de su color de
piel, la nariz, pero no había sabido que eran marcadores de algún tipo. Me encogí de
hombros.
—No he conocido a muchos viajeros.
Los viajeros se llamaban así porque viajaban a través de las llanuras muertas
sin miedo. Uno de sus dioses les protegía de los fantasmas. Eran personas fieras,
conservando animales peligrosos y llevándolos a las ciudades para espectáculos y
vistas. La mayoría de ellos procedían de Mornia, un país al este, donde vivían hasta
que necesitaban fondos. Entonces, se reunían y establecían una gira hasta que hacían
suficiente dinero para volver a casa.
Miró la máscara de nuevo.
—¿Cómo se veía tu máscara?
—Tenía azaleas.
—¿Debido a que son venenosas?
Asentí.
—A decir verdad, nunca significaron tanto para mí como las rayas de tigre para
Rafeo. —Me la puse y luego la deslicé a la parte superior de mi cabeza.
—¿Cuando voy a recibir una máscara?
Suspiré.
—No lo sé. Ya deberías haber tenido una. Como sesgadores, se nos da una antes
de pasar solos por nuestro primer trabajo. En Lovero, hay comerciantes que elaboran
las máscaras para las Familias. Están hechos a partir de huesos de bueyes que son
criados con alimentación bendita, y rociados con la sangre santa. Es un arte secreto
que sólo ellos practican. Ni siquiera sé por dónde empezar aquí en Rennes. ¿Alguna
vez le preguntaste a mi tío al respecto?
—Se negó. Lo oíste. No permite ninguna máscara a su alrededor. Ni siquiera
me ha enseñado la suya. A veces, cuando está muy borracho, lo oigo maldecir a 115
Safraella. A veces lo oigo rogándole. Creo que la máscara le recuerda a Ella y le trae
pensamientos oscuros.
Negué.
—Él no se hace ningún favor a los ojos de Ella.
—No creo que él quiera. Se castiga a sí mismo.
Lo entiendo. Pero para mi expiación prefiero hacer algo, trabajar en matar a los
Da Via en lugar de emborracharme y embravecerme en la noche.
—Entrenarme fue una especie de penitencia —dijo Alessio—, pero él se negó a
entrenarme hasta el final. Tal vez me mira y ve un camino a la redención. O tal vez
sólo fue un hombre solitario que encontró a un niño solo y pensó que podían
encontrar seguridad de los fantasmas juntos.
Sonreí.
—Podrías ser un poeta, con palabras como esas.
Me devolvió la sonrisa, y la sentí en lo más profundo de mi estómago.
—Kalla Lea, podría ser un montón de cosas, si así lo elijo. Pero elegí ser un
sesgador.
Me puse en pie.
—Vamos a empezar con los venenos.
Sonrió aún más intensamente y se inclinó hacia delante.
—Cualquier cosa que me puedas enseñar, chica sesgadora.
—Todo lo que pueda hasta que nos vayamos.
Sus ojos se oscurecieron, pero se puso de pie y asintió.
—Hasta que nos vayamos.
Detrás de él, un destello de luz blanca apareció en el callejón al lado de mi casa
de seguridad. La luz se movió, luego desapareció detrás de un edificio antes de
reaparecer.
Caminé hasta el borde del tejado para conseguir una mejor vista. Apreté mis
brazos alrededor de mí misma con mis puños apretados. El fantasma estaba tan
cerca esta vez.
—A veces las calles están llenas de ellos —dijo Alessio en silencio mientras
veíamos el espectro alejarse, en busca de un cuerpo vivo que pudiera tomar como
propio—. Incluso yo no salgo en noches como esas.
Recordé los horribles gritos en la llanura muerta, el vacío negro de la boca
abierta del fantasma mientras se extendía, la frialdad de sus dedos mientras se
deslizaban a través de mi carne, tratando de reclamar mi cuerpo como si fuera suyo.
Recordé esconderme en el barco en mi primera noche aquí, mientras el fantasma me
esperaba.
Solté una respiración que no sabía estaba conteniendo.
Observamos al fantasma. Alessio comenzó a tararear una canción en voz baja. 116
Lo miré, pero no pareció darse cuenta. Me obligué a alejarme del borde.
Pensé que había conquistado mi miedo a los fantasmas, pero cuando abrí mis
puños, mis palmas tenían surcos marcados de mis uñas y ni siquiera lo había sentido.
Ni siquiera en mi mano quemada, que dolía por la presión.
Diecinueve

L
a mañana siguiente abrí la puerta de la oficina de correos, y el sonido y el
olor de palomas asaltó mis sentidos. El frente de la tienda era pequeño,
no más de tres metros de ancho y cuatro de largo. En el fondo había un
escritorio de madera, seguía limpio pero arañado por años de uso. Detrás del
escritorio, había cajas y cajas de palomas. Palomas blancas, verdes, azules; todas
arrullando, balanceándose y haciendo mucho ruido. Pequeñas plumas salían de las
cajas y flotaban hasta el suelo. Me cubrí la nariz.
Toqué el timbre en el escritorio. Un corpulento hombre con gafas y calvo salió
de una puerta lateral. Se subió las gafas por la nariz y sonrió.
—Hola, mi lady. ¿Qué puedo hacer por usted hoy?
—Estoy esperando una carta. —O al menos, Faraday había dicho que me
mandaría una carta. No tenía una dirección aquí en Yvain, así que había estado
comprobando la oficina postal cada pocos días.
—Por supuesto, por supuesto. —Sacó un libro de registro y hundió la pluma en
un tintero antes de pasar a una página en blanco en medio del libro. Escribió algo en
el libro—. ¿Nombre? 117
Pestañeé repetidamente. No podía imaginar a Faraday usando mi nombre
completo para mandarme una carta, solo por la remota posibilidad que fuese
interceptada.
—¿Señorita? —preguntó el empleado, mirando por encima de sus gafas.
—Oleander —respondí. Tal vez sería suficiente, ya que no era común.
Alzó las cejas pero no dijo nada. Los carteros hacían un juramento. Ninguna
carta remitida a ellos se mantenía en secreto, como el destinatario y el origen.
—De hecho tengo una carta para una Oleander. Entregada ayer.
Me dio un vuelco en el estómago.
—¿Necesita que se la lea? —preguntó.
—No.
Se giró y rebuscó a través de los paquetes y cartas en una caja detrás de él.
Farfulló y sacó una, dejándola en la mesa.
—¿Mandará una respuesta?
Negué.
—Dos oros —indicó el cartero. Hice un gesto de sorpresa y volvió a alzar la
ceja—. ¿Hay algún problema?
—Dos oros es mucho. ¿Por qué es tan caro?
Se encogió de hombros.
—El administrador de correos tiene una deuda. No pongo el precio, señorita.
Dos oros dejarían un significante agujero en mis fondos restantes. La mayoría
del oro que había traído conmigo de nuestros escondiste las había dejado en las
alforjas de Dorian. Tenía las monedas Saldana acuñadas, pero no podía usarlas.
Porque eran monedas sagradas, no eran para gastarlas. Y no podía dejar que alguien
las viese. Desde que Lefevre había visto la moneda que había dejado en el chico
muerto, había escondido las monedas en mi escondrijo para ponerlas a salvo.
Pero Faraday podía tener información relativa de la caza hacia mí. No podía
arriesgarme a no saber. No. Tenía que morderme el labio y aceptar el precio.
—Si no puede pagar ahora, puede crear una cuenta —informó el empleado—.
Pagar su deuda después.
Deudas de nuevo. Tenía que ser agotador ser Yvanese y tener que hacer
malabares con las deudas. Cómo alguien permanecía en gracias con su dios era algo
que no entendía.
Suspiré y tomé dos monedas de oro en la mano antes de dárselas al cartero.
—Muchas gracias por sus negocios y que esté a salvo de los fantasmas.
Tomé la carta y salí a la calle. Las motas de cuarzo y mica en las paredes de la
oficina postal brillaban a la luz del atardecer. Volví por las calles y callejones a mi
refugio y entré. Estaba demasiado oscuro para leer en el interior, pero me sentía más
segura.
118
Por supuesto, la letra era de Faraday y suspiré lentamente mientras abría el
lacre. Su precisa escritura derramada por toda la página. Leí su saludo:
Lo saben.
Me dio un vuelco en el estómago. Escaneé el resto de la carta, luego me di
cuenta que no había comprendido nada, por lo fuerte que me había arroyado el
miedo. Respiré profundo y volví a releer la carta con cuidado.
Lo saben.
No creo que sepan a quién están persiguiendo, pero saben que alguien
sobrevivió al fuego. La palabra es que están corriendo alrededor de la ciudad como
terriers persiguiendo una rata y están considerando una recompensa por ti. Es solo
cuestión de tiempo que encuentren tu rastro. Te recomendaría que acabases
cualquier negocio que tengas entre manos lo antes posible y vueles antes que te
encuentren. O alguien te encuentre por ellos.
Espera otra carta mía pronto, con más información.
Te recordaré que no es demasiado tarde para que vuelvas a casa, vivas una
nueva vida. Aunque temo que esa ventana pronto se cierre y estarás condenada,
estés preparada o no.
Rezaré por ti, aunque no creo que Ella trate con el tipo de misericordia que
pediré.
Tuyo en fe,
F
Arrugué el papel entre mis manos.
Así que los Da Via sabían que había sobrevivido a su ataque. Deben haber
hablado con los Addamo. Pero quizá los Da Via no sospechaban que era yo. Tal vez
los Addamo confundieron la situación y les dijeron que era Rafeo. Si habían contado
e identificado los cuerpos, no habrían encontrado el de Rafeo o el mío.
Pero incluso si pensaban que era Rafeo, eso no me daba una gran ventaja.
Quizás estarían sorprendidos cuando descubriesen la verdad, como había hecho
Alexi Addamo, pero no cambiaría nada. Tendrían que matarme sin importar quién
resultase ser y yo sería más fácil de matar que Rafeo, que había sido el mejor de
nosotros.
Me estaba quedando sin tiempo.
Me recliné contra la pared de mi espacio, tratando de calmar el miedo y la
ansiedad que me había atravesado tras la carta de Faraday.
Un golpe vino desde arriba. Saqué el estilete de la bota y me puse de pie.
Alessio me miraba desde el agujero del techo, con una expresión divertida en el
rostro.
—No quería asustarte.
Liberé mi estilete, tratando de decidir si estaba avergonzada. Claramente
estaba al borde después de la carta de Faraday, pero prefería exagerar por nada que 119
no reaccionar ante la actual amenaza.
Saltó a través del agujero, el polvo arremolinándose en sus botas. Estaba
vestido con un pantalón verde y un chaleco igual cubriendo su holgada camisa de
lino, el colgante en su pecho. Parecía limpio, recién lavado, con el cabello echado
hacia atrás en una apretada coleta y la barba corta en su barbilla cuidadosamente
arreglada.
Alessio me miró de arriba abajo, observando el mismo vestido manchado que
había estado vistiendo y tratando de esconder una sonrisa. Se giró y examinó mi
habitación, los suelos vacíos, mi cama hecha de mantas, mis bolsas de armas y
suministros. Todo lo que poseía, excepto Butters que estaba en la cuadra del
monasterio.
—¿Es aquí donde te has estado quedando? —preguntó.
—¿Y? —respondí de golpe.
—Nada. Cuatro paredes son mejor que ninguna una vez los fantasmas salen.
—¿Qué estás haciendo aquí, Alessio?
—Les —corrigió—. Quiero mostrarte algo. Y podemos conseguir algo de comida
durante el camino. Yo invito.
Esta era la segunda vez que me estaba dando comida. Tercera si contaba la fruta
robada.
—¿Me estás cortejando?
Sonrió, esa estúpida sonrisa torcida suya.
—¿Quieres que te corteje?
Me tensé.
—Les…
Alzó las manos.
—Lea, simplemente quiero hacer más fácil tu estancia aquí en Yvain. Solo eso.
Si no estás en tu mejor estado, entonces tu entrenamiento tampoco será el mejor.
Estoy seguro que tienes hambre y, honestamente, me vendría bien la compañía.
—¿Vas a enseñarme cómo hacer una bomba programada?
Al menos tuvo la decencia de sentirse avergonzado, a juzgar por la forma en que
su garganta se volvió roja.
—No, no podemos durante el día.
Lo miré. Tenía que estar dilatando las cosas. No sabía por qué, pero no podía
confiar en él.
—Teníamos un trato —reproché. Estaba llevando demasiado tiempo. Aún no
había logrado nada y la carta de Faraday me urgía a darme prisa. No podía pasar más
tiempo aquí.
—Lo sé. Podemos trabajar en ello mañana por la noche.
—Esta noche. 120
Negó.
—Me llevará tiempo conseguir todos los suministros que necesitaremos. Pero
mañana por la noche. Lo prometo. Ahora, vayamos por algo de comer ante que
muramos de hambre.
Estaba retrasando las cosas intencionalmente. No quería esperar otra noche
aquí. Quería encaminarme a casa en Lovero. Quería matar a los Da Via.
De momento, estaría de su lado. Si no podía conseguir la bomba esta noche,
entonces tal vez podría trabajar en otra de mis necesidades. Y Les tenía razón. Estaba
hambrienta.
Alisé la falda de mi vestido manchado.
Echaba de menos desesperadamente mi armario de ropa. Cada vestido que
había poseído lo había elegido yo misma y habían sido confeccionados para acentuar
mis partes buenas y esconder las no tan buenas. Y vestir la misma ropa una y otra
vez solo le facilitaba a Lefevre localizarme en la multitud. Necesitaba un cambio, pero
para eso, necesitaría más dinero. Pero no había nada que pudiese hacer con ese
problema.
Señalé la ventana trasera.
—Menos oportunidad que alguien nos vea.
Salimos, recolocando los tablones y caminamos hacia la plaza de la ciudad.
Alessio mantuvo un flujo constante de conversación, señalando los lugares
conocidos y los hechos interesantes de la ciudad, y asentí cuando era apropiado e
hice ocasionales preguntas para aparentar que estaba interesada, pero la mayor
parte estuve perdida en mis pensamientos.
Parecía natural pasar tiempo con alguien, un chico, Les, a plena luz del día. Val
y yo nos habíamos escondido en las sombras, manteniendo todo en secreto. Lo que
había sido excitante, pero mirando atrás, a veces había sido estresante y cansino
también. Habría sido agradable tener a Val cortejándome de verdad, saliendo en
público con él, sin preocuparme por quién podría vernos.
No importaba. Ya no podría estar con Val nunca más. Su Familia había
destruido a la mía. A pesar de cómo me sentía hacia Val, salvar nuestra relación no
era posible.
Aunque eso no significaba que quisiese a alguien más. Observé a Les, su largo
cuello, su gran nariz. Me guiñó un ojo y señaló un edificio donde un sacerdote había
liberado una docena de fantasmas enfadados, armados con nada más que su fe, hasta
que el sol se hubiese puesto horas después. Les era divertido y amable, y realmente
parecía entender algo de lo que estaba sintiendo. Pero también tenía las llaves para
los Da Via, y no estaba aquí para tener amigos.
Se detuvo y le entregó una moneda a una mendiga.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté cuando estuvimos lo suficientemente lejos.
—Porque necesitaba la ayuda.
121
—Pero probablemente se lo gastará en boberías o algo así.
—O quizá se lo gastará en comida, un chal caliente, pagar una deuda, así puede
saludar a Acacius alegremente al final de su vida.
Aparté la mirada de sus ojos y cómo parecía mirar a través de mí. No había
necesidad de ayudar a esa mujer. No le devolvería nada a Les.
—Aquí estamos. —Les hizo un gesto con la mano frente a un pequeño vendedor
ambulante, sirviendo pinchos de cordero. Compró uno para cada uno y luego nos
alejamos.
—¡Alessio! —gritó un hombre y Les lo saludó con la mano.
—¿Un amigo?
Negó.
—Sin amigos. Solo yo y el viejo. La gente no se queda. —Se aclaró la garganta y
de repente parecía mayor.
—¿Cuántos años tienes? —cuestioné.
—Diecinueve. ¿Tú?
—Diecisiete.
Asintió.
—Estoy seguro que has dejado un montón de amigos. Eres una especie de
realeza allí.
Me encogí de hombros.
—Aprendí muy joven que estaban más interesado en qué era que en quién era.
Tal vez esperaban favores de Safraella, o de la Familia. Tal vez estaban más
interesados en la riqueza y el poder. Incluso si no lo estaban, puede ser difícil
mantener cualquier amistad, porque, por más que lo intentasen, los comunes no
pueden entenderlo completamente. Mi hermano Rafeo era mi mejor amigo. Después
mi primo, Jesep. Y mi pretendiente, Val. Pasé mucho tiempo con ellos.
Se detuvo tan ligeramente que fue apenas perceptible.
—¿Pretendiente? Realmente debes echarlo de menos.
—No. —Acaricié los costados de mi vestido—. Era un Da Via. Más bien evitaría
verle el resto de mi vida.
Les se detuvo y me miró. Su estudio me puso de los nervios y cuando estaba
nerviosa me sonrojaba.
—¿Estaba allí? —preguntó—. ¿La noche del ataque?
Caminé hacia un adoquín roto.
—No estoy segura. No reconocí a nadie. Ni siquiera me di cuenta que eran los
Da Via hasta que Rafeo me lo dijo. Lo confirmé con el rey.
Les tropezó.
—¿Dijiste el rey? 122
Asentí.
—Estaba bromeando cuanto antes te comparé con la realeza…
—Bueno, cualquier sesgador puede hablar con el rey. También es un discípulo
de Safraella. Y mi padre y Costanzo Sapienza eran buenos amigos desde la infancia.
Mi padre ayudó a ponerlo en el trono.
Les asintió, sus ojos se ampliaron mientras lo comprendía.
—¿Cómo podría funcionar una relación con otro sesgador? Pensé que las
Familias estaban siempre en guerra con las demás.
—Algunas de las Familias tienen buena relación. Gallo y Zarella, por ejemplo.
—¿Pero no estabas siempre preocupada que tu pretendiente Val estuviese
planeando algo?
Pestañeé.
—En retrospectiva tal vez debería haber estado más preocupada. Pero había
conocido Val de toda la vida y compartíamos territorio, Ravenna, así que había
coincidencia. —Tomé un pequeño hilo de la manga del vestido—. Nadie sabía lo
nuestro. Lo manteníamos en secreto. No había cariño entres los Saldana y los Da Via.
Alessio jaló del colgante descansando en su pecho y me guió hacia el otro lado
de la calle.
—Pero y ese dicho que he escuchado: “Familia sobre familia”. ¿Eso no significa
que realmente deberías fraternizar unos con otros?
—Mmm. —Puse un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Lo que significa es
que pones a tu Familia sesgadora antes de tu familia de sangre. Así que si tu padre
te dice una cosa y el cabeza de la Familia otra, haces lo que la cabeza de Familia te
dice.
—Eso parece retrógrado.
—Todo lo que tenemos es debido a la Familia. Mi estatus no viene por ser la
hija de Dante y Bianca. Viene porque soy un miembro de la Familia Saldana.
Cualquiera que se una a nosotros a través de nacimiento, matrimonio o adopción, es
nombrado Saldana. Eso es la Familia. Eso es más importante que los lazos de sangre.
Tiene que ser así si vamos a sobrevivir del modo que hemos hechos durante
generaciones.
Les se rascó la barbilla, perdido en sus pensamientos.
Hablar demasiado acerca de las Nueve Familias me afectó. Me detuve.
Estábamos perdiendo tiempo que no tenía.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunté—. ¿Qué quieres mostrarme?
—Esto.
Se detuvo y ondeó su mano frente a él.
Descansando en las aguas del canal que ondeaba frente a nosotros, amarrado
al callejón así no se alejaría, se movía un bote.
123
Veinte

—U
n bote.
—Mi bote, sí. Está claro que no sabes nada sobre
nuestros canales o botes, así que pensaba que debería
mostrarte cómo funciona uno y trazar algunos mapas de los
cursos del agua.
—Sé cómo usar un bote. Ravenna tiene un puerto marítimo.
—El canal de botes es diferente. Son dirigidos con un poste mientras se está de
pie, pero son de fondo plano y se sacuden fácilmente. Se necesita habilidad para
evitar caerse. —Desató el bote y sostuvo la cuerda en su mano.
—Sin embargo, no tengo mi propio bote.
—Entonces pide uno prestado. Son etiquetados y alguien los devuelve a sus
dueños. —Golpeó ligeramente el bote y un símbolo tallado en la proa, declarando a
quién le perteneció—. Devolverlo acumulará una deuda y la comunidad disfruta de
una deuda.
¿En qué podría ayudarme a saber cómo funciona un bote según él? 124
—¿Por qué siquiera necesitaría saber esto? No es como si planeara quedarme.
—Porque los canales son la mejor forma de escapar de los fantasmas —
respondió.
Pensé en mi primera noche aquí y supe que estaba en lo correcto. Aun así, dudé.
Suspiró.
—¿Recuerdas lo que dije sobre cómo fue asesinada mi madre?
—Sí.
—Solo soy medio viajero, por parte de mi madre, y los dos estábamos de paso
en Yvain con mi abuelo. Creo que estaban buscando a mi padre, así podría dejarme
con él. Cuando fue asesinada, tuvimos que identificar su cuerpo. Mi abuelo quería
que fuera llevada a casa. Me dijo que permaneciera en la oficina policial y esperara
por él hasta que hiciera los arreglos con su cuerpo. Y nunca volvió.
—¿Te dejó allí? ¿Solo? ¿Qué edad tenías?
—Siete.
Traté de no visualizar a un pequeño Les, sentado en una silla, sabiendo que su
madre estaba muerta y esperando a que alguien fuera por él. Mi pecho dolió por ese
niño.
—Así que los oficiales de la ley me patearon a la calle. El sol se había puesto y
ellos estaban cansados de cuidarme y no hay amor para los viajeros aquí. Me escondí
debajo de un arbusto, tratando de no llorar. Pero los fantasmas me encontraron.
Siempre te encuentran. Tuve que huir de ellos hasta que finalmente pasé la noche en
un canal, colgando del borde y nadando al centro si uno se acercaba demasiado. Así
fue por una semana o dos. Luego conocí a tu tío y él me llevó.
El bote fue arrastrado por la corriente, y él tiró de la cuerda para acercarla.
—Así que ahora lo sabes. Cuando digo que los canales te mantendrán a salvo de
los fantasmas, puedes creerme.
Hizo un gesto para que subiera al bote. Mi palma quemada latía, y apreté mi
mano en un puño. Cualquier forma de escapar de los fantasmas era una habilidad
que valía la pena tener.
Di un paso dentro del bote y se sacudió inmediatamente, amenazando con
zambullirme en el agua.
Les saltó a mi lado, un largo poste del canal en sus manos.
—Voy a empujarnos un poco. Debes permanecer en pie, así lograrás
acostumbrarte a la sensación del bote y cuan fácil es moverse. Este canal se dirige a
nuestra casa, y te mostraré cómo se conecta a la tuya también.
—¿Por qué? Ya sé cómo encontrar tu casa.
Sonrió.
—En caso que necesites otra forma de encontrarme.
125
Fruncí el ceño. Estaba demasiado familiarizado conmigo algunas veces.
—Entonces, tu abuelo —dije—. Eran familia. ¿Cómo pudo abandonarte como si
fueras peor que el ganado?
Les empujó el bote toscamente, y extendí mis brazos para mantener el
equilibrio.
—Mi familia no me aceptaba del todo, siendo un mestizo. Cada día limpiaba las
jaulas de los tigres y soñaba con acercarme a ellos, cuidarlos. Pero mi familia me hizo
permanecer alejado. Todos los hombres y mujeres que trabajaron con los tigres
marcaban sus antebrazos con las garras de los tigres, para marcar su estatus
importantes. —Les hizo un gesto a la parte superior de su antebrazo, arrastrando sus
dedos como garras a través de la piel—. Como puedes ver, no hay marcas en mí,
porque cuidar de los tigres significa que no pertenecías. Y no lo hacía. Era menos que
ellos, no digno.
»Y aquí, en Rennes, no me aceptaban tampoco. Solo a tu tío no pareció
importarle mi herencia. —Se inclinó hacia adelante, usando el poste para arrastrar
el bote alrededor de la esquina.
—A Safraella no le importa —digo—. Una muerte es una muerte. Marcello
también lo habría creído así.
—Mientras que mi abuelo les hablaba a los oficiales sobre mi madre antes de
irse, me escabullí en el interior para verla. Ella siempre llevaba un colgante. Dijo que
era un regalo de su abuela y contenía magia antigua. No tenía permitido tocarlo
porque era solo un viajero mestizo.
Levanto el colgante que había visto antes bajo su camisa. Era un ágata en forma
de disco, con tonos de azul irradiando desde el centro, pulida con un alto brillo.
—Lo tomé, para recordarla. No sabía que nunca volvería a ver a alguien de mi
familia de nuevo, pero mi abuelo no notó que se había ido. Estoy seguro que se
molestó cuando llegó a casa y vio que su colgante no estaba. Es todo lo que me queda
de ellos. Todo lo que tengo de mi vida anterior.
Levanté mis cejas, tratando de aligerar el estado de ánimo en el que habíamos
caído.
—¿Esa fue tu primera vez siendo un ladrón?
Se rió entre dientes.
—No. Los viajeros adoran a tres dioses. Uno de ellos es Boamos, un dios del
robo y la riqueza. Definitivamente me había interesado antes. Me atrevería a decir
que Él, y mi madre, en realidad habrían estado satisfechos con mi pequeño acto. —
Le dio un golpecito al colgante.
—¿Qué significa kalla? —pregunté.
Sacudió el poste y el bote se inclinó bruscamente. Sólo mi rápida reacción me
mantuvo sobre mis pies. Sonrió lentamente.
—Eso es para mí. A menos que hables Mornian.
Su estado de ánimo pareció haberse aligerado. Ésta era probablemente la mejor 126
oportunidad de abordar el tema.
—Les, ¿crees que podría hablar con Marcello otra vez?
Parpadeó, y su sonrisa desapareció.
—Te lo dije, te ha prohibido volver.
—Lo sé, ¿pero cuánto daño podría hacer intentarlo de nuevo?
—Él podría irse. Sólo salir cuando no estoy en casa, desaparecer para ambos.
—¿De verdad podría hacer eso?
—Es su amenaza favorita.
Fruncí el ceño. Una amenaza no era nada, sin embargo. Podría ser falso, y una
forma fácil de mantener a Les a raya. Les dijo que Marcello no había dejado los
túneles en años, y dudaba que verme otra vez fuera el apretón final que necesitaba
para romper el huevo.
—¿Qué si prometo que ésta será la última vez? Podría hablar con él
rápidamente, luego irme. Dejarle meditar bajo sus propios términos. Puedo
controlar mi temperamento. —Lo convencería de ayudarme. Sabía que podría.
—¿Por qué estás tan apurada de todos modos? —preguntó Les.
No quería pensar en la carta, en los Da Via buscándome en Ravenna,
descubriendo que había venido a Yvain. Sólo tengo la esperanza que les tome más
tiempo encontrarme que a mí encontrarlos.
—Tarde o temprano los Da Via me encontrarán aquí. No tengo tiempo que
perder.
Miró los remolinos en el agua del canal.
—Está bien —dijo finalmente—. Un intento más. Pero tendrás que ser educada
y respetuosa, incluso si está borracho. Incluso si es un imbécil. Si no lo eres, no va a
escuchar lo que tienes que decir.
Asentí con entusiasmo.
—Puedo hacer eso.
Continuamos bajando por el canal, perdidos en nuestros pensamientos.
Después de unos momentos, el silencio se volvió incómodo. Les movió el bote y
comenzó a tararear. Lo miré.
—¿Siempre cantas para ti mismo cuando piensas? —pregunté.
Parpadeó.
—Eso creo. En realidad nunca he pensado en ello antes. Solía cantar en las
jaulas de los tigres. Y cuando estaba escondiéndome de los fantasmas en los canales.
Supongo que es sólo un hábito.
Pensé en cómo tarareo mi canción cuando estoy realizando una matanza.
Parecía que teníamos algo más en común. 127
—Y aquí estamos. —Movió su bote a un muelle y vi que habíamos llegado a la
calle junto a su callejón. Momento de hablar con Marcello.
Les ató el bote y saltó fuera. Lo seguí, pero el bote se balanceó repentinamente
y tropecé. Les agarró mi mano, estabilizándome. Se rió, su mano sujetando la mía, y
me reí también. No podía recordar la última vez que había reído. Había olvidado
cuan bien se sentía.
La sonrisa de Les se desvaneció y me miró fijamente. Sus dedos acariciaron los
míos.
Mi respiración se atascó en mi garganta y mis mejillas ardieron. Liberé mi
mano.
—Creo que eso es suficiente por ahora.
El viento sopló un mechón de su cabello a través de su garganta. Les frotó su
cuello y asintió.
—Estás completamente en lo cierto. Lo siento.
¿Lo estaba? Porque no tenía tiempo para esto. Necesitaba concentrarme en los
Da Via y nada más.
Incluso si, por un instante, recordé cómo se sintió tener un cuerpo presionado
contra el mío, cómo se sintió sentirse viva cuando Val me besó y me mostró cuán
hermosa pensaba que era.
Pero eso no era para mí. No sería justo, sentirse tan viva de nuevo cuando mi
familia estaba muerta por mi culpa.

128
Veintiuno

M
e senté en una silla frente a Marcello. Me miraba mientras Les servía
el té. Después Les desapareció en la parte de atrás dejándonos solos.
No supe si por educado o por cobarde.
—Pensé que te había dicho que te fueras. —Marcello bebió un sorbo de su té
humeante.
—Lo hiciste. Y me fui. Pero ya volví.
Marcello dejó la taza en la mesa.
—¿Qué quieres en este momento, sobrina? —se burló—. Sácalo para que todos
podamos seguir adelante con nuestras patéticas vidas.
—Ya no tengo vida —le dije—. Los Da Via me la quitaron.
—Es por eso que te incluí en la parte de patética.
Clavé los dedos en los brazos de la silla para no perder los estribos. Los ojos de
Marcello destellaron fijos en mis manos y sonrió lentamente.
Estaba tratando de hacerme reaccionar, de hacerme enojar y tener una excusa 129
para echarme de nuevo. No dejaría que sucediera.
—Incendiaron la casa mientras dormíamos —dije—. Entraron y provocaron el
fuego, luego esperaron a que saliéramos de nuestras camas para cortarnos en
pedazos.
Marcello golpeó los brazos del sillón.
—Eso es lo que hacen los Da Via. Son como tiburones, siempre dando vueltas,
siempre en espera de la oportunidad de probar sangre.
—Dejé el cuerpo de mi hermano en el túnel —continué—. Dejé a mi madre en
la casa peleando con los Da Via mientras el techo se derrumbaba y la rodeaban las
llamas.
—Entonces no deberías haberla abandonado.
Me mordí la mejilla hasta que el sabor de la sangre floreció en mi lengua.
—Emile tenía cuatro años. Jesep dieciséis. Matteo diecinueve. Rafeo tenía
veinticuatro y ya era viudo.
—¿Y? ¿Cuál es tu punto? La muerte nos llega a todos. Tú más que nadie lo sabes.
Safraella no ve la edad, ni la riqueza ni el credo.
Necesitaba su ayuda. ¿Por qué era tan difícil apelar a su sentido de justicia?
—Ayúdame, por favor. Eran tu familia, incluso si ya no pertenecías a ella —le
dije—. Eran tu sangre.
—Bah. —Negó.
Me eché hacia atrás.
—Tal vez eres demasiado Da Via.
Dio un puñetazo en el brazo de la silla.
—¡No te atrevas a llamarme Da Via!
—Estabas casado con Estella Da Via. Lo sé. Y ahora estás eligiéndolos a ellos
por encima de nosotros.
—No estoy en ningún bando. No hay un punto válido en tu pequeño plan de
venganza. No me importa.
—¡Eran mi Familia! —Mi voz se quebró vergonzosamente, y me ruboricé.
Marcello me miró.
—Y tuviste suerte de tenerlos. No todos en este mundo son tan afortunados.
Debes sentirte bendecida por haber sobrevivido. Olvídate de ellos. Seguramente
renacerán, si es que no lo han hecho ya, y no tendrán un solo recuerdo tuyo. Huye de
aquí, de Lovero. Encuentra un hombre para subirte a horcajadas y construye una
nueva familia. Es la única forma de lograr paz en esta vida.
Lo miré.
—No necesito paz en esta vida. Necesito venganza. 130
Se puso de pie.
—Bueno, aquí no encontrarás ningún apoyo. Ahora necesito que te vayas. Y no
eres bienvenida a regresar, sobrina.
Me paré. Más que nada quería lastimarlo, abrirle los ojos, enterrar mi daga en
su insensible corazón. Pero le había prometido a Les que me comportaría, y era mi
única esperanza de conseguir la información que necesitaba.
—Mi padre estaría avergonzado de ti —le dije.
Marcello sonrió.
—Ya lo estaba. Ahora vete.
Se volteó y caminó a la cocina.
Esperé a que mi ira se aplacara para no perder los estribos de nuevo antes de
caminar hacia el fuego. En una pequeña mesa estaba un plato lleno de monedas,
monedas que Les había estado robando de sus marcas. Marcello y Les ni siquiera las
habían usado.
Necesitaba ropa. Y comida. Y dinero para retirar las cartas que Faraday me
pudiera enviar. No podía quedarme sentada pidiendo ayuda. Los Da Via me
encontrarían y acabarían conmigo. Tenía que hacer algo.
Recogí las monedas y las metí en mi bolsa. No me llevaría todas, solo las
suficientes para sobrevivir. De una forma u otra, Marcello me iba a ayudar.
En el salón del túnel empujé la rejilla hacia arriba. De repente la mano de Les
estaba sobre la mía, cerrándose también sobre la rejilla. Sus palmas y dedos estaban
calientes y callosos, pero su presión era suave. Lo miré. Las monedas pesaban en mi
bolsa.
Me sonrió empático y articuló una disculpa silenciosa por cómo me había
tratado Marcello.
Quería enojarme con Les, pero parecía sincero, igual que todo lo que hacía. Mi
rabia comenzó a disiparse y asentí. No era su culpa de todos modos. Me lo había
advertido.
—¿Más tarde esta noche? —susurró.
Por un momento pensé decirle que no. Quería caminar en medio de la calle y
esperar hasta que los Da Via me encontraran y me enviaran con Safraella, como
hicieron con el resto de mi Familia. Sería mucho más fácil.
Pero mi Familia se avergonzaría de mí, e independientemente de lo que sentía
Marcello, sabía que si añadía más vergüenza al costal de mis culpas, no iba a conocer
a Safraella cuando muriera. Mi corazón estaría tan lleno de desesperación que
vagaría por las llanuras como un fantasma con mi propio infierno personal.
—Solo si trabajamos en la bomba incendiaria —le contesté.
Les apretó la mandíbula, pero finalmente asintió. Sabía que sólo estaba
intentando retrasar las cosas. Saqué mi mano de debajo de la suya y cerró la rejilla
en silencio detrás de mí.
Mi estado de ánimo me persiguió fuera del túnel, teñido de una desesperación 131
que estaba tratando de ignorar. Ya era tarde, pero los Yvanese continuaban con sus
compras, utilizando todos los momentos de luz a su disposición. De regreso a mi
escondite, me deslicé entre la multitud perdida en mis pensamientos. La gente
llenaba el mercado. Más de una vez tuve que detener una púa malintencionada o
darle con el codo a una persona que se había acercado demasiado. La gente hablaba
de forma rápida, porque la conversación estaba limitada a la luz del día. Vi a los
vendedores llamando la atención con sus cestas, diciéndole a la gente que si no
podían pagar ahora, podrían pagar más tarde con interés. Las deudas eran aceptadas
por todas partes.
Había fallado con Marcello. De nuevo. Y sabía que no iba a tener una tercera
oportunidad. Todo lo que tenía era a Les. Él tendría que sacarle la información a
Marcello, lo que significaba que yo tenía que seguir con su entrenamiento,
manteniéndolo de mi lado, recordándole que Marcello lo estaba frenando y que le
convenía ayudarme.
Incluso si no era así. Incluso si ayudándome hacía que lo mataran.
Mi estómago rugió, el té que había bebido con Marcello no había hecho nada
para aliviar mi hambre. Ante mí estaba un vendedor con esos pasteles de carne que
Les me había invitado a probar. Ahora tenía dinero. Pero no podía escoger cualquier
cosa. Si usaba un poco para comprar un pastel, podía comer la mitad ahora y la otra
mitad después.
El dueño del puesto levantó los dedos para señalar el precio y busqué mi bolsa
de monedas.
Se había ido.
Palpé mi cinturón, pero no estaba por ningún lado. Giré para buscar en la
multitud detrás de mí.
A mi izquierda alguien silbaba una melodía familiar. Me volví. El capitán
Lefevre. Sonrió cuando hice contacto visual.
—Ah, señorita Lea. ¿Perdió algo?
Tragué. Podría haberme seguido todo el tiempo. Pero no había hecho nada, así
que no tenía que correr. A menos que me hubiera visto arrastrándome fuera del túnel
de Marcello y Les. Pero lo hubiera notado...
—Me parece que perdí mi bolsa de dinero. —Me di unas palmaditas en la
cadera—. No creo que me lo hayan robado, ¿verdad? —Tenía que saber que estaba
fingiendo ingenuidad, pero si otras personas estaban viendo o escuchando, quería
ser clara en cómo le hablaba, en caso que me acusara públicamente de algo.
—¿Quizá es ésta? —Sus dedos se abrieron con mi bolsa de dinero.
—¡Sí! —Sonreí con dulzura y estiré la mano, pero él se volvió hacia el dueño del
puesto.
—¿Cuánto es? —preguntó. El dueño levantó un dedo.
—Eso es muy correcto de su parte, capitán Lefevre —dije—, pero puedo pagarle
al caballero. 132
Lefevre me sonrió de nuevo, de esa manera dulce y enfermiza. Vació mis
monedas en la palma de su mano. Las observó, examinando cuidadosamente cada
una. Finalmente sacó una y se la entregó al encargado, que se embolsó el dinero y
me dio el pastel de carne.
Lefevre metió el dinero en mi bolsa y la cerró. Me la ofreció. Estiré la mano y él
la estrechó con la suya.
—Debes tener más cuidado con tus monedas, señorita Lea. Nunca se sabe
cuándo van a llamar la atención de alguien. Alguien que te esté buscando, tal vez.
Acarició la palma de mi mano con el pulgar, localizando la quemadura que se
estaba sanando. Retiré la mano llevándome la bolsa conmigo. La sonrisa de Lefevre
se volvió más brillante.
—Voy a tenerlo en cuenta, capitán Lefevre.
Me deslicé fuera de su camino, decidida a que no me tomara por sorpresa de
nuevo.
Las manos de Les temblaban cuando trató de verter la mezcla de una botella en
un vial. Entre más trataba que sus dedos se quedaran quietos, más temblaban.
La luna brillaba sobre nosotros en el horizonte. Las aguas del canal refulgían
con la luz creando destellos en las calles. Algo que nunca había visto en Ravenna.
Finalmente le quité la botella de las manos.
—Si no tienes cuidado, se derramará —le advertí—. Algunos venenos solo
requieren un contacto con la piel, y si derramas este, estás muerto.
Les suspiró y negó, luego se pasó las manos por el cabello.
—No soy bueno en esto. No tengo la paciencia para mezclarlos.
Vertí el veneno con cuidado en el vial, cerrándolo con un tapón de corcho. Se lo
pasé a Les.
—Marca la parte superior con un símbolo. Debe ser únicamente para ti, para
que nadie más pueda usarlo.
Guardó el vial y se amarró el cabello de nuevo.
—¿De dónde sacas tantas recetas y antídotos de memoria?
—Debido a que llevo haciéndolos más de diez años. Pero no necesitas ser un
especialista para utilizar venenos. Estos son fáciles de hacer y de usar. Podrías hacer
una herida con uno, y el corte superficial se convertiría en una herida mortal. Los
venenos son versátiles, tienen muchas aplicaciones, apenas una dosis en la comida
de alguien puede ocasionarle una muerte tranquila.
Les negó lentamente.
—Nunca seré el tipo de sesgador que eres tú.
No me gustaba el giro de la conversación. Si pensaba que no lo estaba haciendo
bien, podría decidir no ayudarme. Sí, en un principio se había ofrecido a ayudarme
por ninguna razón en particular, sólo por ayudar, pero no confiaba en esa intención.
Por otra parte, entendía cómo se sentía. Rafeo había sido un sesgador increíble. 133
Todo le era fácil. Matteo y yo nos esforzábamos para acercarnos a sus habilidades.
Especialmente Matteo. Tomaba la habilidad de Rafeo como un insulto personal,
como si la madre y el padre se las hubieran ingeniado para hacerlo quedar mal. Pero
ni siquiera Matteo podía permanecer enojado con Rafeo por mucho tiempo.
—Vamos a trabajar en la bomba incendiaria —le respondí—. Ahora es más
importante que los venenos.
Les tomó la bolsa que había traído y la colocó entre nosotros. Me senté frente a
él. Puso una manta y fue sacando diferentes esferas, algunas de metal y otras de
cerámica. Al lado de las esferas colocó pequeños tarros llenos de polvo de diferente
color y algunos con líquido.
Los materiales se parecían a los utilizados para fabricar bombas de humo, pero
cuando tomé una de las esferas de cerámica, no estaba dividida por el medio.
Les señaló mi pecho. Bajé la mirada y vi que mi llave se había salido de mi ropa.
La metí de nuevo.
—¿De qué es eso? —preguntó.
—De mi casa.
—Pensé que tu casa se quemó.
Asentí.
—Así es. Yo... no me atreví a deshacerme de ella. Es todo lo que me queda.
Y servía como un recordatorio. Nunca olvidaría que mi secreto lo destruyó todo.
Miré a Les. Estaba ansioso por ayudar. Un extraño que apenas me conocía. Una chica
había invadido su casa y le había robado y, sin embargo, allí estaba de nuevo,
ayudándome otra vez.
¿Estaría tan dispuesto si supiera la verdad sobre mí? ¿Que tenía las manos
manchadas con el asesinato de mi Familia?
Les alisó la manta.
—Bien. Las bombas de humo cronometradas son similares a las que se lanzan.
La cerámica y los productos químicos se combinan y crean el humo. —Hizo gestos
con las manos imitando una explosión—. Pero para las cronometradas tenemos que
usar productos químicos diferentes y distintas capas, unas dentro de otras. —Tomó
uno de los frascos con un líquido claro y lo colocó en frente—. Esto va a comerse el
metal. Pero no inmediatamente. Qué tan rápido lo haga depende del tipo de metal,
la cantidad de disolvente y todas esas cosas. Se necesita mucho ensayo y error. Aun
así, a veces no resulta bien. —Me miró, y asentí para asegurarle que entendía—.
Además del metal también se come la carne y las fibras. Madera. Tela. Pero no puede
contra el cristal. —Agitó el frasco con el dedo y el líquido se asentó lentamente.
Se come la carne. Inmediatamente pensé en diferentes formas de usarlo. Tal
vez en un vial arrojado a un enemigo como elemento disuasorio.
—¿De dónde sacaste esto?
—Es una fórmula para viajeros. Un secreto que ha perdurado durante cientos
de años. —Dejó el tarro a un lado—. Entonces, ¿cómo funciona la bomba de humo
cronometrada? Lleno una de estas pequeñas esferas de metal con polvos de humo. 134
Entonces la coloco dentro de una de las esferas de cerámica. —Me mostró que la
esfera de cerámica se componía de piezas bien armadas, como un rompecabezas, y
la esfera de metal encajaba dentro de las piezas de cerámica. La cerró—. Lleno la de
cerámica con el agente líquido del humo y el ácido. No son elementos afines,
permanecen sin mezclarse, pero los picos y picos del ácido al moverse ocasionan
pústulas en el metal hasta que se corroe. El ácido y el polvo tampoco se llevan bien.
De ahí viene la explosión. Cuando se mezclan, el ácido quema y hace estallar la
carcasa de cerámica, luego el polvo y el líquido restante se combinan para hacer el
humo.
—Está bien. —Asentí. Ya había hecho bombas de humo y, por mi experiencia
con venenos y antídotos, entendía que los productos químicos mezclados de
diferentes maneras reaccionaban a diferentes cosas—. ¿Y qué es todo esto? —Señalé
los polvos y líquidos restantes que había colocado en la manta.
—Estas son las combinaciones que vamos a intentar para ver cuáles tienen el
mayor fuego y queman durante más tiempo.
Les sonrió y yo también, pero mi sonrisa vino de imaginar a los Da Via
atrapados detrás de las llamas que devoraban su casa.
Veintidós

P
asamos horas tratando diferentes combinaciones, con nuestras
esperanzas en alto. Pero después de unas horas de frustración y de
ingenio raído, decidimos intentarlo de nuevo más tarde y fuimos a casa
para dormir un poco, lo que era muy necesario.
Por la mañana nos dirigimos a un mercado diferente para buscar ropa. El viejo
tenía buenos precios, pero no quería enfrentar a las mujeres de Acacius de nuevo.
No pasó mucho tiempo para encontrar una tienda. Compré dos vestidos y me
cambié inmediatamente. Casi estuve tentada a tirar el manchado, pero incluso si lo
lavaba nunca me lo pondría de nuevo, podría utilizarlo como manta o almohada en
mi cama-silla. No había ningún sentido en desperdiciarlo.
Utilicé algunas de mis monedas para comprar un almuerzo abundante, uno que
esperaba me durara el resto del día. Entonces me dirigí a la oficina de correo.
Faraday había dicho que me enviaría otra carta, así que quería revisar el registro.
Era el mismo cartero de antes, y asintió cuando entré.
—Oleander, ¿verdad? 135
Asentí y revisé las cartas en la bandeja. Él sacó una, entonces me miró por
encima del hombro antes de regresar a la carta.
—¿Es para mí? —pregunté.
Me enfrentó, la carta estaba en su muslo.
—¿Tienes otro nombre?
Otro nombre. Por supuesto que sí, pero ¿por qué Faraday lo utilizaría cuando
había utilizado antes Oleander?
—Lea —le dije. Dejaría la carta antes de correr el riesgo de darle mi apellido
también.
El cartero dejó la carta en el mostrador. Sacó su libro de contabilidad e hizo una
marca en una línea.
—Dos oros de nuevo.
Le pasé las monedas y deslizó la carta.
—Gracias. —Salí de la tienda al brillante sol de la tarde.
La carta estaba dirigida a mí, pero entendía por qué había vacilado antes de
entregármela. Tenía mi nombre, Oleander, escrito en el frente, pero alguien había
pasado eso, una sola línea negra atravesaba las letras, y lo reemplazó con Lea.
Me senté en un banco fuera y rompí el sello de la carta, las páginas se
desenrollaron en la suave brisa.
Una amapola blanca cayó en mi regazo.
No pude respirar, no podía sentir el latido de mi corazón, no pude hacer nada
más que apretar la amapola entre mis dos dedos.
Abrí la carta y la leí.
Tal vez ésta te encuentre. Si estás incluso en Yvain. Si estás incluso aún con
vida. No lo sé. Debo ser un idiota por creer que esta carta irá a alguna parte. Pero
encontré esta flor en una alforja en un monasterio, y no pude creer que fuera
simplemente una coincidencia.
Sin embargo tal vez lo es. Quizás estoy un poco loco.
Pero si estás viva y recibes esta carta, quiero decir... Quiero decir muchas
cosas, en realidad. Y me gustaría poder decírtelas en persona, pero supongo que si
esta es la única oportunidad que tendré, entonces será mejor que la tome.
Lo siento. Sé que no significa nada, y tal vez ni siquiera importa porque de
todos modos estás muerta y esta carta no irá a ninguna parte.
Pero si estás viva, y recibes esta carta, por favor ten cuidado. Hablé con los
Addamo, y han rastreado las llanuras muertas. Yvain es el único lugar en el que no
han buscado aún. No pasará mucho tiempo antes que el resto de mi Familia sea
capturada. Estamos cercados. No vamos a renunciar. Mejor será que
desaparezcas, que te esfumes y no vuelvas nunca.
Eso fue todo. Sin firma. Sin nada que diga quién la había escrito, pero sabía que
136
la carta era de Val. Si había encontrado la flor en la alforja de Butters, significaba que
los Da Via estaban más cerca de lo que pensaba. Si los Addamo habían dirigido a Val
a Yvain, lo suficiente como para enviar una carta ciega de todos modos, entonces, los
demás estarían muy cerca.
Tonta. Fui tan, tan tonta. Debería haber destruido la amapola cuando la había
encontrado después del incendio, debería haberla aplastado. Pero la había
mantenido, haciéndola a un lado en alguna parte donde no tuviera que mirarla más,
así no tendría que sentir las cosas que traía a la superficie. Y ahora se apoyaba en mis
dedos, un recordatorio de todos los errores que había cometido, que continuaba
cometiendo, y las consecuencias que parecían no tener fin.
Una sombra cayó sobre la carta. Levanté la mirada. Poniéndola delante de mí,
bloqueando el sol.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Él me miró fijamente hasta que me moví.
—Nos robaste.
Entrecerré los ojos. Así que ese era el camino al que ésta conversación se dirigía.
Respiré profundo.
—Necesitaba el dinero. Tú estabas allí sentado. No lo habrías utilizado.
—Oh, por supuesto —se burló—. Lo necesitabas, por lo que lo tomaste porque
no lo íbamos a usar. Todo tiene sentido. Pensé que eras una ladrona, pero ahora que
lo has explicado, veo que estaba equivocado.
—Eso no es…
—Ni siquiera sé lo que es peor —interrumpió, con su brazo cortando mis
palabras—. El hecho que todavía fueras a mí y mi maestro deseara confiar en ti,
ayudarte después de todo esto, o que no confiaras en mí lo suficiente como para sólo
pedirme el dinero en primer lugar
Parpadeé. Si se lo hubiera pedido, habría estado en deuda con él. No podía dejar
que sostuviera eso por encima de mi cabeza. Habíamos acordado un intercambio
uniforme.
—Mi maestro no te va a ayudar ahora. —Hizo una pausa y se frotó la nuca—. Yo
te lo habría dado —dijo—. Ni siquiera te habría preguntado para qué lo necesitabas.
—Para ropa —le dije—, y comida.
Negó.
—No importa.
Por supuesto que importaba. No era como si me hubiera robado el dinero para
gastarlo en cosas frívolas como collares o encajes. Lo había gastado en cosas que
realmente necesitaba.
—Confiaba en ti.
Mi cuerpo se congeló con sus palabras. Había confiado en mí. ¿Qué había hecho 137
para engendrar una fe tan ciega?
Pero tal vez la mejor pregunta era, ¿por qué la había roto? Me había convertido
en una ladrona, algo que nunca había hecho antes.
Si miraba un espejo en este momento, no pensé que reconocería a la chica que
me vería de regreso.
—Hemos terminado, Lea. —Les me dio la espalda.
—Pero…
Ni siquiera esperó oír lo que tenía que decir. Simplemente se alejó,
deslizándose entre la multitud.
Una ráfaga de viento barrió la plaza. Arrancó la amapola que tenía entre los
dedos y la envió tras Les hasta que, también, se había desvanecido.
Esa noche esperé a Les en la parte superior de la casa de seguridad.
Nunca apareció.
A veces me resultaba difícil dormir por la noche. Estaba tan acostumbrada a las
largas horas de trabajo como segadora que cuando no tenía que trabajar, o como esta
noche, cuando había cometido un error y alejado a Les, la quietud de la noche no era
la canción de cuna que buscaba.
Especialmente en mi pequeña casa de seguridad, donde mi cama era una manta
y una silla en el duro suelo, y las viejas paredes podridas crujían y gemían con cada
brisa.
Me di la vuelta, tratando de cubrir mis oídos, buscando un poco de paz en el
ruido. Pero el gemido se hizo más fuerte.
Un brillo blanco se filtró, más allá de las lagunas de los tablones, seguido de un
gemido lento y suave.
No había sido el viento o la madera quienes hicieron el ruido.
Un fantasma flotó fuera de mi ventana, y aunque no me podía ver y no sabía
que estaba en el interior, todavía metí mis rodillas contra mi pecho.
El fantasma gimió de nuevo, y mi estómago se apretó. Los fantasmas eran
aterradores. Y malévolos. Y éste me arrancaría de mi cuerpo si me podía atrapar.
Pero también eran desgarradoramente tristes. ¿Quién sabía por lo que éste
estaba de duelo? Por la pérdida de su cuerpo, por supuesto, pero tal vez, también
lamentaba la pérdida de algo más. Una madre o un padre. Un esposo o una esposa.
Un hijo. Tal vez sólo el sol o la luz, o algo que ni siquiera podía comprender, estar
vivo.
—Ohhhhh —gimió de nuevo, igual que las mujeres que lloraban y se
lamentaban en las cunas de los bebés que habían muerto durante la peste. Igual que
Rafeo cuando su esposa había tomado su último aliento.
Cerré los ojos y me tapé los oídos, pero no importaba lo duro que tratara de
esconderme de los fantasmas, el sonido se deslizaba, llenándome, hasta que supe 138
que nunca podría ser libre de él.
Tenía que hacer las cosas bien.
A medida que el sol de la mañana se deslizó más allá de los listones de las
paredes de mi casa de seguridad, me puse uno de los nuevos vestidos, luego lo pensé
mejor y me puse de nuevo el manchado.
Me gustaría volver a la casa de Marcello, y aunque no podía devolver el dinero
que había tomado, por lo menos podría devolverle lo que quedaba. Y entonces le
pediría perdón. No importaba cómo tratara de racionalizar mis acciones, Les tenía
razón: era robo, simple y llanamente. Ya había perdido mucho, y me negaba a perder
más de mí misma. No sería una ladrona.
Subí por la ventana. El día había amanecido fresco, y una suave niebla flotaba
por los canales, a la deriva en las calles y callejones.
Tendría que esperar a que saliera Les. No podía irrumpir en su casa o meterme.
Caminé a través de la plaza, y aunque era lo suficientemente temprano para que
el mercado no hubiera abierto por completo, los comunes de Yvain ya estaban con
sus diligencias y planes para el día.
Pasé a través de la multitud, haciendo caso omiso de los panaderos con sus
bollos helados y bollería para el desayuno. Haciendo caso omiso de las miradas a mi
vestido manchado de las mujeres mejor vestidas. Nada de eso importaba. Sólo una
cosa importaba, y era matar a los Da Via.
La multitud se reducía a mi alrededor y me metí en una calle lateral, a lo largo
del canal que daba lugar al callejón de Les y Marcello. Rechacé el callejón sin salida
y me detuve, dispuesta a esperar toda la mañana si tenía que hacerlo.
La rejilla por encima del suelo chirrió. Después de todo tal vez no tendría que
esperar mucho tiempo.
—Señorita Lea —me llamó una voz.
Me volví. Lefevre esperaba en la entrada del callejón.
—Capitán Lefevre. —Eché un vistazo a la reja, pero si había estado a punto de
abrirse, ahora estaba quieta. Lefevre parecía estar en todas partes a las que iba,
siempre presente, siempre espiándome. Hizo que mi nuca se erizara.
—Me pareció que era usted. —Se metió en el callejón, acercándose—. Me di
cuenta por su vestido. Tiene una mancha en él, por cierto.
Me sonrojé, queriendo cubrir la mancha con la mano.
—Un desafortunado accidente.
Él asintió.
—Es temprano en la mañana para encontrarse perdida en un callejón.
Sonreí.
—Simplemente daba la vuelta —dije—. Puedo oír el mercado, pero me parece
que no puedo encontrarlo.
—Ah. Entonces deje que la acompañe. —Extendió el brazo para mí. 139
Habría hecho cualquier cosa para evitar tomar su brazo, pero tenía que seguir
jugando este papel de inocencia, incluso si no me creía. Y tenía que alejarlo de la
entrada al túnel de Les y de Marcello. Si los encontraba, pondría fin a todos mis
planes.
Agarré su brazo y me llevó fuera del callejón.
—Realmente estaba muy cerca. —Se inclinó cerca. Su cálido aliento rozó mi
cuello—. Sólo unas pocas calles más.
Estaba segura que podía escuchar mis dientes apretados.
—Hubiera llegado allí al final.
—Y no sé si debería caminar alrededor sola. Hay un asesino en serie suelto.
—¿Lo hay? —Me hice la tonta. Estaba claro que Lefevre sospechaba que era la
segadora que había visto mi primera noche aquí. Pero no estaba segura de si
sospechaba que también era su asesino en serie.
—Sólo llegué hace unos días —dije—, así que no había oído nada al respecto. —
Eso me debía limpiar de cualquier sospecha.
—Sí. Cuando los sacerdotes le prestaron una bata. Hablé con ellos y sin
embargo no parecen recordar a nadie que llegara en los últimos días.
Había estado comprobándome, preguntando por mí. Era peligroso, en más de
una forma.
Me mordí el labio con falsa preocupación.
—Fue un sacerdote visitante de un monasterio. Su nombre era Faraday. Él le
puede dar más información, si lo desea.
—Voy a buscarlo entonces. —Me llevó alrededor de una esquina y al mercado,
a la creciente multitud.
Me soltó el brazo y luché con el deseo de limpiar mis dedos en mi vestido.
—Gracias, capitán Lefevre.
—Ha sido un placer, señorita Lea. Estaré vigilando. Manténgase a salvo de los
fantasmas.
Era una forma común de adiós en Yvain, pero Lefevre lo hizo parecer como una
amenaza. Bajé la cabeza y me abrí paso entre la multitud. No podía volver con Les y
Marcello ahora, no con Lefevre vigilándome tan claramente durante el día. Podía
sentir sus ojos en mi espalda, y tomó toda mi fuerza de voluntad pasear
tranquilamente por el mercado.
Tenía miedo de muy pocas cosas, pero Lefevre estaba haciendo lentamente su
camino hasta la lista.

140
Veintitrés

E
l sol se puso, y trepé el techo de mi casa de seguridad. Lefevre no estaría
buscándome en la noche, así que estaba esperando volver con Les y
Marcello y pedirles su perdón. El tiempo se estaba acabando.
Un golpe detrás de mí. Mi mano cayó a mi estilete, pero entonces me di cuenta
que era Les. Gruñí y me puse de pie.
Me miró, su capucha mantenía sus ojos en las sombras. Mi máscara cubría mi
cara, pero no ocultaba mis ojos.
—Viniste —dije.
No dijo nada. Finalmente suspiró.
—Te vi esta mañana. Con ese agente. Lefevre.
—No tenía la intención de llevarlo a tu entrada —dije—. Estaba yendo para
disculparme. Para regresar el dinero. Pero ha estado siguiéndome desde que llegué.
Lo alejé tanto como pude.
—Los seguí a los dos. Podías haberle dicho la verdad. Acerca de su asesino en
serie. De mí.
141
Lefevre estaba detrás de mí por los asesinatos que Les había cometido. Lefevre
tenía las razones correctas en mente, pero al sesgador equivocado.
Me detuve. Esto podría ser alguna clase de prueba. Si decía la cosa equivocada,
tal vez se iría de nuevo.
—¿Por qué haría eso?
—¿Quién soy para ti? Y decir la verdad haría las cosas más sencillas para ti.
Tenía razón. Decirle a Lefevre que Les era su asesino en serie, e incluso dónde
podría encontrarlo, me quitaría de encima a Lefevre. Pero necesitaba a Les y a
Marcello, más de lo que necesitaba librarme de Lefevre.
—Te necesito —dije.
Agachó la cabeza, no lo suficiente como para perderme la mueca en sus labios.
—Muy bien. Dame de regreso las monedas, y todavía te ayudaré.
Metí mi mano en mi bolso y saqué las monedas restantes. Las dejé caer en su
palma.
—¿Son todas? —preguntó.
—Todas las que no gasté.
Asintió y las metió en su propia bolsa.
—Entonces estamos de nuevo en igualdad de condiciones. Al menos entre tú y
yo.
Fue demasiado fácil para él perdonar lo que les había hecho a Marcello y a él.
Deseé poder perdonar así de fácil. Pero lo único que podía recordar eran todas las
cosas horribles que nos habían hecho a mi Familia y a mí, y enfocarme en mi
venganza. Sin embargo había sido mi culpa lo que había pasado. Y tal vez Les no
sería tan misericordioso si supiera la verdad.
Suspiré.
—Les, yo…
Les alzó la mano, interrumpiéndome.
—Dije que estamos bien. Y no necesito otra explicación. Sólo volvamos al
trabajo de la bomba de fuego.
Me miró y lo miré hasta que finalmente dejé caer la cabeza y asentí. No
importaba si se enteraba de la verdad, o lo que pensara de mí. Lo único que
importaba era matar a los Da Via.
El falso amanecer subió ante nosotros, y contuve un bostezo.
—Tal vez esto no tiene caso. —Les se pasó las manos por su cabello antes de
apartarlo de nuevo del camino—. Tal vez estaba equivocado al pensar que esto
funcionaría.
—No. Sí tiene caso. Sólo tenemos que seguir intentándolo. —Eché un poco de
polvo gris en un montículo—. No te rindas conmigo todavía.
142
Les me miró de reojo y me sonrojé. Por qué había dicho, no tenía idea.
—De todos modos, ¿cuál es el propósito de esta bomba? —preguntó Les—.
Quiero decir, estoy suponiendo que quieres encender algún lugar sin tener que estar
ahí.
Medí algo del ácido, teniendo cuidado de no derramar nada en mis manos y el
cuero. Hace mucho había dejado la máscara a un lado.
—Voy a incendiar a los Da Via como hicieron con nosotros. Voy a meterme en
el centro de su casa, voy a dejar este obsequio, y entonces sólo los esperaré en la
salida.
Decirlo en voz alta se sintió bien. Y si tenía suerte y funcionaba de esa forma,
había oportunidad que saliera de este plan con vida. Al menos, probablemente no
me quemaría hasta la muerte.
—Quieres decir nosotros, ¿verdad?
—¿Qué?
—Nosotros vamos a prender el fuego. Y nosotros vamos a esperarlos en la
salida.
Asentí.
—Sí, por supuesto.
Les frunció el ceño, pero no hizo ningún comentario. Cambié el tema.
—¿Cómo conseguiste tus trabajos? Te he visto en dos ahora. ¿Cómo sabes que
alguien quería a esos hombres asesinados? —Mi pila de granos y ácido se incendió
por menos de un segundo, luego se apagó.
—Hay un edificio cerca de la plaza de la ciudad con un ladrillo suelto y es
ahuecado atrás. Cualquiera que quiera un trabajo puede dejarme un mensaje y el
dinero detrás de ese ladrillo, y recojo los trabajos y ahí tienes.
—¿No te preocupa que alguien te vea recogiendo los mensajes?
—No, las cartas caen a un hueco. Estoy seguro que las personas creen que las
cartas quedan detrás de otro ladrillo, pero caen detrás de la calle. Hay un túnel que
lleva a ellas. Lo reviso cada tantos días.
—Pero si es ilegal, ¿cómo es que la gente sabe de ti? —Puse algo más de polvo
gris y añadí algo del polvo negro—. ¿Tienes muchos trabajos? Bueno, tal vez esa es
una pregunta idiota, ya que eres un asesino en serie y todo eso.
Gruñó.
—Algunas veces paso meses sin nada. Algunas veces, como esta semana, tengo
dos o tres. Sólo porque el asesinato sea ilegal no quiere decir que las personas no
están dispuestas a pagar para ponerle fin a la vida de alguien por una razón u otra.
La mayoría de mis trabajos son personas que han provocado una gran ofensa. ¿Cómo
funciona en Lovero?
—Hay un gremio con oficiales en todo el país. Cualquiera puede entrar y
solicitar un trabajo. Pueden abrirla en cualquier Familia o pedir una específica. El
gremio contacta a la Familia cuando hay una petición personalizada. De otra forma, 143
podemos revisar con los oficiales cuando estamos buscando trabajo. El gremio
retiene el pago hasta que se termine el trabajo. De esa forma puede regresar el pago
a un cliente si el sesgador se niega o si el trabajo falla.
Negó.
—Eso es demasiado extraño para mí, qué cándido es tu país cuando se trata del
asesinato.
—El asesinato es venerado. O te conviertes en un sesgador y lo haces por tu
cuenta, o permites que los sesgadores lo hagan por ti. Y tal vez algún día sea tu vida
la que tomen. Pero si lo hacen, sabes que Safraella recompensa a aquellos que la
siguen.
—Los recompensa con muerte, quieres decir.
—Todo el mundo muere. Puedes convertirte en un fantasma enojado y asolar
las llanuras por toda la eternidad. O puedes morir en manos de un sesgador y
Safraella te garantizará el don de una nueva y mejor vida. Los Loveran entienden
eso. Y además, tienes demasiados asesinatos aquí.
Les soltó una carcajada, y lo miré.
—Oh, ¿es en serio? —dijo—. ¿Cómo puedes siquiera comparar?
—Los Loveran por lo general están a salvo de los sesgadores y no molestan a
alguien lo suficiente como para que les pague para que los maten. Aquí, puedo
caminar en la noche y algún extraño podría matarme por mi bolso o por alguna otra
razón.
—No veo cómo contratando a un sesgador en Lovero reduciría la violencia —
dijo Les.
—Porque la gente habla. Y si te traicionara, tendrías que pagar para que me
asesinen y tendrías todo el derecho a hacerlo.
—¿Eso no sólo comienza un ciclo de asesinatos y venganzas? ¿Y si mi familia
contrata a alguien para matarte después que tú me hayas matado?
Me encogí de hombros.
—Algunas veces sucede. Antes más que ahora. Ahora las personas entienden
que el asesinato de un ser querido es un acto de adoración, que serán recompensados
con una nueva y mejor vida.
Les negó.
—Lo haces sonar como si Lovero fuera moralmente superior, porque todo el
mundo sigue a Safraella, pero aquí estás, haciendo planes para matar a los Da Via
porque asesinaron a tu Familia.
Hice una mueca. Él golpeó una verdad incómoda.
—No es lo mismo.
—¿No?
—Los Da Via asesinaron a mi Familia, sí, pero solo un tonto pensaría que lo
hicieron como un acto de veneración. Tal vez eso es lo que quieren que la gente crea, 144
pero las otras Familias saben que los Da Via nos atacaron porque eran la segunda
Familia y nosotros éramos la primera y al matarnos consiguieron el poder. Lo demás
fue sólo un extra.
—¿Entonces las otras Familias no los castigan? ¿Por qué simplemente no se
unieron y juntos pusieron un alto a los Da Via si están tan hambrientos de poder y
menos fidelidad?
—Los otros son cobardes. La mayoría, de todos modos. Se sienten a salvo en el
fondo. Y necesitaban pruebas. Ahora puede que sepan que los Da Via mataron más
por sí mismo que por Safraella, pero sin pruebas, nunca se alzarían en contra de
ellos.
—Entonces suena a que Rennes y Lovero tienen más en común de lo que
pensabas.
Ignoré su sarcástico comentario y en cambio dejé caer un poco de ácido en mi
pila de polvo. Se incendió de inmediato en una brillante flama.
Grité y Les se acercó.
—¿Qué usaste?
—¡Sólo el ácido y esos dos polvos! —Agarré las jarras y espolvoreé un poco más
del polvo en las flamas. Ardieron animadamente. Con esta mezcla podríamos hacer
una bomba incendiaria de tiempo, no sólo una bomba de humo.
Les agarró mis manos y saltamos y bailamos alrededor del fuego, riéndonos y
celebrando.
—Gracias —le dije.
Sonrió.
—¿Por qué?
—Por hacerme reír.
Juntos observamos las flamas moverse en la temprana mañana, y por un
momento todo el dolor, la culpa y la soledad por perder Lovero, a mi Familia y a Val
simplemente desaparecieron en el cielo nocturno con las cenizas del fuego, hasta que
pareció que el fuego podría quemar otro agujero en mi techo y fuimos obligados a
apagarlo con un cubo de agua.
Apreté las jarras de polvo en mis manos. Este plan podría funcionar. Este plan
funcionaría.
Tendría mi venganza.

145
Veinticuatro
S
oñaba con el fuego otra vez, pero esta vez cuando trató de tirarme en sus
llamas, Les estaba allí, y arrojó un balde de agua sobre él y el fuego
desapareció.
Me desperté con el sol poniéndose y miré al techo por encima.
Once días. Once días desde que los Da Via habían asesinado a mi Familia.
Estuve tan cerca. Y no podía negar que tenía que agradecer a Les por ello. Él me
había ayudado a crear un plan para matar a los Da Via. Y él volvió a casa anoche
determinado a obtener la ubicación de la casa de los Da Via de Marcello.
Algo se agitó en mi estómago, y me tomó un momento darme cuenta que era el
deseo de ver a Les de nuevo. Sí, esperanzadamente me traería buenas noticias, pero
también porque parecía que cuando estaba con él, no pensaba tanto en mi Familia.
O lo hacía, en realidad, pero a veces no me dolía demasiado.
Me vestí y subí a la azotea, determinada a volver a centrarme en mi objetivo.
Unas horas más tarde dejé mi trabajo y me quedé mirando el canal al lado de
mi edificio. 146
Les llegaba tarde.
Me senté, mi cólera aumentando ya que se hacía cada vez más tarde y él no
aparecía.
Quizás quería dejarlo. Tal vez había visto la seriedad en mi plan de bomba
incendiaria y decidió que era demasiado para él. O tal vez aún estaba molesto por las
monedas robadas y no me podía perdonar tan fácilmente como él pensaba.
Mi estómago se hundió. Parecía tan emocionado como yo en nuestros logros.
No me podía imaginar de pronto que cambiara de opinión.
No importaba. De cualquier manera era una falta de respeto. Y no tenía tiempo
para ello. Los Da Via no se van a retrasar buscándome sólo porque me he quedado
atrapada esperando a Les.
Me levanté, determinada a darle caza y arrastrarlo lejos de Marcello de ser
necesario, cuando apareció en mi techo.
—Llegas tarde. —Crucé los brazos.
Pensé que se disculparía. En cambio, se percibía un poco de ira saliendo de él.
Me tomó por sorpresa. Todavía no lo había visto realmente enojado. Molesto, sí,
como cuando por primera vez me acerqué a él, y decepcionado cuando le había
robado las monedas, pero nunca enojado.
—¿Podemos sólo ir a trabajar? —Cuadró sus hombros y evitó mi mirada.
—¿Por qué llegaste tarde? —No iba a dejar pasar esto. Hasta que no se
disculpara por lo menos.
Suspiró.
—No es nada. Lo siento. No va a suceder otra vez.
Eso fue más fácil de lo que esperaba. Y entonces comprendí. No fue su culpa.
—¿Marcello averiguó que te estoy entrenando?
Se pellizcó el puente de la nariz, un gesto que me recordaba tanto a mi padre
que tenía que tomar una respiración lenta y profunda para aflojar la garganta.
—Llegas tarde porque estabas discutiendo con él —dije—. De mí.
Pude ver la verdad escrita en su cara.
—Estaba tratando de obtener la ubicación de los Da Via. No sabe nada de la
formación, pero ahora sabe que te he visto desde la última vez que hablaste. Él no
estaba... feliz.
—Lo siento —le dije.
Desechó mi disculpa.
—No tienes nada porqué disculparte. Es mi culpa, y realmente, es su culpa por
estar tan enojado por eso. Todavía me ve como un niño, como ese chico que encontró.
Cuando recuerda que no lo soy, esto lo molesta.
Mi piel picaba con el deseo de irme, tomar la bomba incendiaria y a Les e ir al
hogar a Ravenna. 147
—¿Recibiste alguna información de él, al menos?
—No. Incluso le dije que si sólo te daba lo que querías, te irías. Pero él no quiere
ceder. Siente que lo estás presionando demasiado duro.
¡Por supuesto que lo estaba presionando! ¿Por qué no entiende que los Da Via
vienen por mí y cómo eso sería malo para él también? Su terquedad anuló su sentido
de seguridad.
Les tendría que intentarlo otra vez. Tendría que seguir intentando hasta que
consiguiera lo que necesitaba. Era la única opción.
—¿Podemos entrenar algo? —preguntó Les—. De lo contrario, nunca voy a ser
capaz de compararme contigo.
La formación no era realmente perder el tiempo. Si iba a traer a Les conmigo,
cuanto más entrenado, mejor le iría en la lucha que está por llegar. Pero después de
su fracaso en convencer a Marcello que me diera lo que quería, todo lo sentía como
un retraso.
Sin embargo si iba a enviar a Les a volver a intentarlo, necesitaba mantenerlo a
mi lado. Lo que significaba mantenerlo feliz. Y si el entrenamiento era la manera de
hacer eso, entonces era una tarea bastante fácil. Y a veces era incluso agradable.
—No puedes compararte conmigo —le dije—. Nací en esta vida. Y es más hábil
que te des el crédito correspondiente. Estoy segura que hay algo en lo que sobresales.
Sonrió ante el elogio.
—¿Por qué no lo preguntaste antes?
En nuestra extensión de armas, agarró tres cuchillos bien equilibrados para el
lanzamiento. Gemí en silencio detrás de mi máscara.
Estableció un objetivo a través del techo, y luego se puso a mi lado. Lanzó los
cuchillos uno tras otro en rápida sucesión. Cada uno golpeó el objetivo del centro.
Les cruzó el techo y recuperó los cuchillos antes de regresar.
—¿Qué piensas? —preguntó.
Agité la mano.
—Sí, sí, eres bueno en lanzamiento de cuchillos.
Me tendió un cuchillo.
—Tiene que haber algo que me puedas enseñar.
No tomé el cuchillo.
—No. Te veías bien.
—Lea, se supone que tienes que entrenarme.
—Yo, sólo... —Froté la grieta de mi máscara—. No soy la mejor lanzadora de
cuchillos.
Les se inclinó más cerca.
—Lo siento, ¿qué fue eso? ¿Acabas de admitir que eres mala en algo?
148
—Nunca dije que era perfecta.
Les se rió más fuerte de lo necesario. Le di la espalda.
—Hemos terminado por esta noche.
—Lea, no, espera. —Me agarró por el codo—. Lo siento, no fue mi intención
insultarte. Sólo que nunca supuse que sería capaz de ser mejor que tú en nada, de
verdad. Vamos, no me dejes. Te voy a dar algunos consejos. Sin burlas. Lo prometo.
Me pasó un cuchillo. Suspiré y le mostré lo que podía hacer. Era peor de lo que
recordaba. Ni siquiera di en el blanco. El cuchillo se deslizó por el techo hasta que se
estrelló con el resto de las armas.
Fruncí el ceño, pero Les solamente asintió, pensativo.
—Quítate el cinturón y las armas. Te están quitando equilibrio.
Hice lo que me dijo y empujó mi máscara a la parte superior de mi cabeza. Me
entregó otro cuchillo y esta vez él estaba detrás de mí. Alineando su brazo junto al
mío y me agarró la mano y el cuchillo.
Su cuerpo se sentía caliente y duro, presionado contra el mío.
—Es un movimiento más suave. —Movió mi brazo con el suyo—. Limpio y
rápido. No tiene que ser potente. Eso puede venir más adelante.
Dejé que inculcara el ritmo en mi brazo. Empezó a tararear en voz baja, y
cuando estaba lista, solté el cuchillo. La empuñadura se estrelló en el objetivo y el
cuchillo cayó al suelo, pero al menos lo había golpeado que era en realidad lo que
buscaba.
Sonreí y Les gritó, me hizo girar, mi mano todavía en su poder.
—¡Ves! —Sonrió y me apretó los dedos.
Esto. Era tan fácil sentirse sin preocupaciones alrededor de él. Pero eso no era
para mí. Saqué mi mano libre, y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Algo te molesta —dijo.
—No es nada.
—Oh, es claramente algo.
Volví a los cuchillos, guardándolos.
—No es nada y es todo. Nos estamos quedando sin tiempo aquí y Lefevre está
hurgando alrededor, siguiéndome. Cometí un error cuando llegué por primera vez,
y ahora está tratando de atraparme o engañarme para hacer otro para que pueda fijar
un asesinato en mí. La tuya, en realidad. Bueno, no sólo la tuya.
Se enderezó y frunció el ceño.
—Eso suena como más que nada, Lea.
—No, está bien. De Verdad. Lo puedo manejar. Y no planeo permanecer el
tiempo suficiente para que me acuse.
Rotó su hombro.
—¿Qué pasa si falla la bomba incendiaria? ¿Tienes un plan de respaldo para los 149
Da Via?
—Nada de eso importa a menos que Marcello te diga dónde encontrarlos —le
espeté.
Les hizo un gesto con la mano.
—Lo sé, lo sé.
Me encogí de hombros.
—Puede que simplemente camine por allí y me enfrente a ellos de frente.
—¿Qué? —gruñó. Abrió la boca para decir algo más, pero luego la cerró y apartó
la mirada.
—¿Qué ibas a decir?
—Nada. —Negó y me sonrió. Pero la sonrisa se vio forzada. Estaba tratando de
ser agradable, pero estaba ocultando algo.
—No es nada —le dije—. No me mientas.
Su sonrisa se desvaneció.
—No soy un mentiroso.
—Sí, lo eres. Te puedo decir que estás ocultando lo que realmente piensas.
Sus ojos brillaron y su mandíbula se tensó. Estaba tan acostumbrada a que
fuera amable y agradable que este nuevo Les me hizo dar un paso atrás.
—Bien. Lea, estás loca. Conseguirás que te maten.
Entrecerré los ojos.
—Bueno, hasta obtener la ubicación de los Da Via, ¡nada de esto importa! ¿Y
entonces qué si muero? No veo por qué eso sea de preocupación para los tuyos.
—No ves... Lea... ¡Ah! —Levantó las manos en el aire, y luego retiró la rejilla del
techo y se alejó.
—¿A dónde vas?
Miró por encima del hombro.
—Para alguien tan inteligente, puedes ser ridículamente estúpida a veces.
Saltó a la azotea más cercana.
La sangre se precipitó a mi cara. ¿Cómo se atreve? ¡Era su maestro y no podía
hablarme de esa manera!
—Les —grité—. ¡Alessio! ¡No te alejes de mí!
Pisoteó más rápido.
Me puse la máscara y corrí tras él, tratando de cerrar la brecha. Aceleró,
determinado a escapar.
¡Oh, no, tú no!
Él no podía correr más rápido, no cuando yo estaba loca y determinada a
atraparlo.
Se dejó caer de la azotea en un callejón entre los dos edificios. Me lancé a ciegas 150
después de él, confiando que no será aplastado debajo de mí.
Aterricé en cuclillas. El callejón era un callejón sin salida, vacío, excepto por
una puerta tapiada con una sola pieza de madera. Alessio se puso delante de mí.
Agarré su hombro.
—Les, ¿qué te…?
Agarró mi muñeca y me llevó junto a él.
—¡Cállate!
En la entrada al callejón flotaba el blanco espectro de un fantasma enojado.
Era un hombre, o había sido un hombre alguna vez. Pude ver claramente su
pantalón y chaleco. Flotaba en silencio y parecía dormido, o a la deriva.
Mi corazón se aceleró. Al estar tan cerca de uno de nuevo trajo recuerdos de mi
vuelo a través de las llanuras muertas. Mi mano quemada pulsaba de dolor, y la
apreté en un puño.
—¿Dónde está el canal más cercano? —susurré.
—Sólo quédate tranquila. Tal vez no nos verá.
No nos movimos, el sonido de mi corazón y la tranquila respiración igualaron
el sonido. Nos agrupamos como estatuas, deseando que el fantasma se fuera. Les me
agarró a su lado, la fuerza sólida de su cuerpo presionado contra el mío. Me imaginé
la celebración en el techo antes, mi mano en la suya, sus brazos alrededor de mí como
ahora.
Me sonrojé detrás de mi máscara y se apartó.
—Lea, no...
El fantasma parpadeó con sus ojos fantasmales y nos enfrentó.
Tal vez no podía vernos en nuestras pieles contra el callejón oscuro.
Gritó, un sonido que emanó de algún lugar de su corazón. Empezó a moverse.
—¡Oh dioses! —gritó Les. Cerró los ojos contra el fantasma. Estaba tan
asustado, tan asustado. Y yo también. Pero fue mi culpa, y si pudiera distraerlo, él
podría huir.
Empujé a Les a un lado y enfrenté al fantasma con culpa. Les tomó mi mano
derecha, gritando algo en mi oído, pero me centré en el fantasma.
Recordé el fantasma que trató de tirarme de la silla de Butters, recordé la fuerza
con que había agarrado la moneda de Safraella y recé para que me concediera un
rápido renacimiento. Recé de nuevo, ahora, y di un paso hacia adelante. Me encontré
con el fantasma gritando con la mano a través de su pecho, dispuesta a detener su
ataque.
El fantasma se alejó de nosotros, repelido fuera del callejón y de la vista, sin
dejar nada atrás sino un eco de desvanecimiento de sus gritos.
Mi pecho se movió con rápidas respiraciones y mi boca dolía por la sequedad.
—Lea... —Les aflojó su agarre en mi mano—. ¿Qué hiciste? 151
Mi brazo se dejó caer a mi lado y tragué saliva. Negué. Era una buena pregunta.
Se acercó a mi lado.
—¿Cómo hiciste eso? —Su voz estaba teñida de asombro y algo más. Temor tal
vez.
—No lo sé. No estoy segura que era yo.
—No entiendo...
Levanté mi máscara a la parte superior de mi cabeza y me aparté un mechón de
cabello de los ojos.
—Sucedió antes una vez. Estaba en las llanuras muertas, huyendo de los
fantasmas.
—Espera. ¿Cruzaste las llanuras muertas en la noche? ¿Estás loca?
—No tenía mucha elección. Era enfrentar a los fantasmas enojados o a la
Familia Addamo.
—No… Ni siquiera sé qué hacer con eso, así que voy a ponerlo de lado por ahora.
—Hizo un movimiento de empujar algo invisible a la distancia—. Vamos a volver a
cómo nos salvaste de ese fantasma.
—No era yo. Creo que fue Safraella.
Me hizo un gesto para que continuara. Suspiré.
—Cuando estaba en las llanuras muertas, estaba lesionada y los fantasmas
estaban tratando de tirarme de la silla de montar. Pensé que iba a morir. Y estaba
molesta por no tener una moneda para Safraella, para un renacimiento rápido. Lo
cual era estúpido. Soy su discípulo. No creo que Ella me diera una moneda en medio
de mi huida para salvar mi vida. —Negué—. De todos modos, me las arreglé para
agarrar una moneda en la mano. Y me quemó.
Me saqué mi guante y lo ajusté en el cinturón. Me tomó suavemente la mano
izquierda y trazó mi palma y dedos con la suya. Val solía acariciar mis nudillos con
su pulgar. Me alegré por la oscuridad del callejón, así Les no podía ver el color que
había llenado mis mejillas. Respiré profundo.
—¿Cómo te quemaste? —Siguió la forma superficial de la moneda alrededor de
mi piel. Retiré mi mano.
—No estoy segura. Hablé con un sacerdote en un monasterio en las llanuras
muertas. Tampoco estaba seguro. ¿Tal vez algún tipo de fuego santo? Nunca había
oído hablar que algo como esto ocurriera antes. Pero cuando mi mano estaba
ardiendo, alcanzó un fantasma y de repente se había ido, se alejó a través de las
llanuras. Antes que tuviera tiempo para pensar en ello, estaba en el monasterio. —
Me encogí de hombros.
Les me miraba fijamente.
—¿Eso es todo? —Se encogió de hombros, burlándose de mí—. ¿Sólo puedes
encogerte de hombros?
—¿Qué quieres que diga? —le espeté—. ¿Que entiendo todo sobre Safraella y
cómo trabaja? ¿O que tengo algún tipo de magia y que también la tendrás, en cuanto 152
te consigamos una máscara?
Apretó los labios. Toqué un punto sensible. Él había pensado en una de esas
cosas.
—No entiendo cómo se puede hacer algo tan increíble —dijo—, como detener
un fantasma enfadado, y simplemente encogerse de hombros como si no fuera gran
cosa. Como si no estuvieras preocupado por eso, o fanáticamente curiosa. Hiciste
algo increíble, milagroso, y lo tratas como si nada.
—¡Debido a que no tengo tiempo para averiguarlo! No tengo todas las
respuestas, Les. En caso que no lo hayas notado, apenas estoy consiguiéndolo. Sólo
tengo que centrarme en hacer lo que vine a hacer aquí.
—Suicidarte, quieres decir.
—¿Qué?
—Eso es lo que viniste a hacer aquí, ¿verdad? ¿Encontrar los medios para
suicidarte a manos de los Da Via?
Era ridículo. No entendía nada.
—No quiero morir.
—¿No?
Entró en mi espacio personal. Era mucho más alto que yo, pero me mantuve
firme. No era tan fácil de intimidar.
—Hay otras soluciones, si tan solo te pararas a pensar.
—¡No tengo tiempo! —grité—. Los Da Via ya saben que un Saldana sobrevivió
al incendio. Sin embargo, si no han hablado con los Addamo, lo harán pronto, y será
obvio que vienen a Rennes. Los Da Via no son los Addamo. Tienen más sesgadores,
más dinero, más recursos y energía. Si quieren saber de mí, van a conectar todos los
hilos sueltos que he dejado a la deriva. Tengo que llegar a ellos antes que lleguen a
mí, sino todo esto inútil. De lo contrario, todo ha sido para nada y los Da Via habrán
ganado.
—Sin embargo yo estaré contigo. No sólo serás tú sola. Eso podría cambiar el
resultado.
Negué.
—Vine aquí en busca de Marcello no sólo porque sabía encontrar a los Da Via,
sino porque era un sesgador Saldana con las habilidades que deben corresponder a
las mías. Y lo necesitaba para que me ayudara. Incluso con mi entrenamiento, Les,
eres un medio sesgador.
Detrás de nosotros, el sol se deslizó por encima del techo de los edificios,
proyectando haces de luz en las sombras. Nos habíamos alojado fuera demasiado
tarde. Teníamos que llegar a nuestros hogares.
—Nadie va a estar listo para esto, Lea. Ni siquiera tú. ¡Y maldita seas por
amortizarme de esa manera! 153
Retrocedí ante la ira en su voz.
Me siguió, inclinándose para mirarme a los ojos.
—No tienes derecho a destruir a las personas. El hecho que tengas permiso para
poner fin a la vida no te da derecho a destruirlos en primer lugar.
Respiraba con dificultad, mirándome. ¿Estaba en lo cierto? Pensé en el camino
que había recorrido para llegar hasta aquí.
Los Addamo... Definitivamente había hecho algún daño allí. Pero lo habían
buscado por sí mismos. Fueron los que me habían atacado.
Hermano Faraday había dicho que a los sacerdotes no se les permitían tomar
partido, pero él había cambiado la verdad por mí.
Les estaba equivocado.
—No tiene ningún sentido. Te estoy haciendo un mejor sesgador. ¿Cómo es eso
algo malo?
Cerró los ojos.
—¿De verdad no lo ves, Kalla Lea? ¿Estás verdaderamente ciega?
Había estado ciega antes, y había cometido terribles errores.
—Tal vez estoy ciega —dije en voz baja—, pero no lo entiendo.
—¿No entiendes? Lea, creo que probablemente entiendo mejor que la mayoría.
—No, no puedes. Es mi culpa.
—¿Qué es tu culpa?
—Mi familia. Sus muertes. —Tosí y respiré—. Val se llevó mi llave. Tuvo que
haber hecho una copia o algo así. Y porque él era un secreto, mi secreto, no se lo dije
a nadie. Los Da Via se metieron por mi culpa.
Ahí. Mi más oscuro, más pesado secreto al descubierto para su juicio. Ahora me
vería por el fracaso que era.
Les frotó su cuello.
—No es tu culpa.
Sus palabras me golpearon como una ráfaga de aire frío.
—No mataste a tu familia, Lea, los Da Via lo hicieron —continuó—. Pon la culpa
donde pertenece, no en tus pies, pero en la de ellos.
Exhalé lentamente. Lo hizo sonar tan fácil. Pero fue mi culpa. Había tenido una
mano en la muerte de mi Familia. Cuando cerraba los ojos, todo lo que podía ver
eran sus caras, y luego no podía evitar imaginar sus últimos momentos. ¿Se habían
quemado hasta la muerte, su piel achicharrada, sus pulmones llenos de humo negro?
¿O los Da Via los habían matado primero, sus cuchillos y espadas en su carne? ¿Emile
estaba asustado? ¿Había llorado, con gruesas lágrimas rodando por su rostro cuando
llamó por su papá?
¿Y cómo podía Les sólo apartar mis sentimientos de esa manera? Como si no le
importara.
154
A nuestra izquierda alguien aplaudió con lentitud. Bajé rápidamente mi
máscara mientras nos volteamos.
—Bravo. Esto ha sido mejor que una obra de teatro. —Era el capitán Lefevre y
otros seis hombres—. Y mira, incluso tienen trajes. —Hizo un gesto a nuestras pieles
y mi máscara de hueso. Maldije mi maldita locura. Deberíamos habernos ido mucho
antes que el sol se hubiera elevado tan alto.
Había jugado justo en sus manos, de pie en un callejón aislado, sin testigos de
lo que él planificó
Veinticinco

—L
ea, Lea, Lea. —Lefevre entró al callejón con sus hombres detrás
de él. Ninguno llevaba uniformes. Entonces esto era algo más, y
no la investigación del asesinato.
Uno de los hombres era un gigante, casi llenando el espacio del pequeño
callejón. A mi lado, Les se acercó.
—Sabía que había algo fuera de lugar contigo —dijo Lefevre—. Pero no me
esperaba todo esto. —Agitó una mano sin fuerza en nuestra dirección.
Dejé caer mi mano a la espada.
No estaba.
Cerré los ojos. La había dejado en el techo cuando estábamos lanzando
cuchillos.
Les se tensó a mi lado. Se dio cuenta de lo mismo. Todo lo que tenía era un
estilete en mi bota.
Descuidada. Muy descuidada.
155
Rafeo estaría muy decepcionado. Había dejado que Yvain me ablandara. Había
dejado que Alessio me ablandara. Nunca en mi vida había sido atrapada sin mis
armas, y aquí estaba, en mi traje de cuero, nada menos, a punto de sufrir las
consecuencias. Me lo merecía.
—Aquella primera noche —continuó Lefevre—. Cuando huías de mis oficiales,
pensé que nunca volvería a verte, al menos, no de esta manera. Te reconocí como
una sesgadora, desde luego, incluso sin la moneda que dejaste sobre aquel cuerpo.
Pero siempre me criaron para pensar muy bien de los sesgadores. Se suponía que
eran esos aterradores agentes de un dios oscuro, así que cuando escapaste de
nosotros, pensé que te habías ido para siempre. Y sin embargo, aquí estás, de pie a
campo abierto para que te encuentre cualquiera. Y resulta que eres esa chica vestida
con andrajos en el mercado. No estaba seguro, ya sabes. Pensé que estabas
ocultándote de los sesgadores, pero tienes la máscara y todo.
—¿Qué quieres, Lefevre?
—¿Qué quiero? —Se tocó la barbilla con un dedo. Sus hombres rieron y
sonrieron. No se dieron cuenta en qué se estaban metiendo. Probablemente vieron a
una chica y un chico teniendo una pelea en un callejón. Iban a llevarse una sorpresa.
»Entonces, mis corazonadas eran correctas. Hay una recompensa por su
cabeza, señorita Lea. Resulta que los Da Via en Ravenna perdieron a alguien. Una
sesgadora Saldana. Y están dispuestos a pagar bastante por su regreso. Lea Saldana
suena bien, por cierto.
Levanté mis manos.
—No sé de lo que estás hablando. No conozco a los Da Via y ellos no van a pagar
nada por mí.
Lefevre sonrió con satisfacción.
—No es una muy buena mentirosa, señorita Lea. Incluso oculta detrás de esa
máscara suya. Y de todos modos, ser un representante de la ley no paga muy bien. Si
los Da Via están pagando, eso podría ser el impulso para mis finanzas. Y el fin del
asesino en serie.
—Te dije que no soy yo.
Lefevre resopló.
—Oh, por favor. Puedes renunciar a la farsa ahora.
—No está mintiendo —dijo Les a mi lado—. Soy el asesino que has estado
buscando. No la necesitas.
¿Qué estaba haciendo? Contándole la verdad no ganaría nada. A no ser que… a
menos que él no estuviera tratando de conseguir algo de esto.
Lefevre puso los ojos en blanco.
—¿Tú? ¿De Verdad? Ni siquiera tienes una máscara.
—Distrito norte, hace diez días. Noreste por el canal, hace cuatro semanas. Una
mujer, hace seis semanas por Upsand Downs.
La sonrisa de Lefevre desapareció. 156
—Parece que estaba equivocado. Puedo admitir cuando me equivoco. Pero
todavía necesito el dinero. Tú serás sólo un bono extra para mi reputación como un
representante de la ley.
Sus hombres se movieron.
—Te doy una última oportunidad para alejarte —dije—. Esto no va a salir de la
manera que quieres. Si te marchas ahora, todo puede ser olvidado. De lo contrario
voy a tener que matarte. —Le mostré la convicción en mis ojos, para que entendiera
que podría asesinarlo con nada más que un giro de mi muñeca. Que su sangre en mi
rostro sería como el rocío del mar para mí, húmedo, cálido y nada más.
Sus hombres se detuvieron y miraron a Lefevre. Él rió, su ceja levantada con
incredulidad.
—Oh, Lea, jovencita ignorante. No voy a pelear contigo. Voy a dejarte en las
capaces manos de mis hombres. Después de todo, el sol está saliendo y tengo trabajo
que hacer y transgresores de la ley que capturar. —Hizo un gesto con la mano, y sus
hombres corrieron hacia nosotros—. Manténgala viva —ordenó mientras se volteaba
para alejarse—. Maten al otro.
Los hombres atacaron mientras Lefevre silbaba y dejaba el callejón. Apenas
tuve un momento para sacar el estilete de mi bota antes que estuvieran encima de
nosotros.
Seis contra dos. Si hubiéramos sido Val y yo, podríamos haberlo manejado.
Pero éramos Les y yo, incompletos y desarmados, atrapados en un espacio reducido
sin un rápido escape. Tenía que protegerlo.
Antes que el primer atacante me alcanzara, torcí el cuerpo y empujé a Les más
dentro del callejón. Él gruñó por la sorpresa e imaginaba su ira una vez que se dio
cuenta de mi plan, pero no me importaba. Cuando esto terminara, lo preferiría vivo
y enojado que herido o muerto. La idea de él muerto era como una patada en el
estómago.
Parpadeé. ¿Cuándo había cambiado eso?
El primer hombre me atacó con un garrote. Apenas pude bloquear su ataque.
El golpe vibró por mi brazo. Estallando en mi hombro diciéndome que más de mis
suturas se habían roto. Llevé mi rodilla al estómago del hombre y su aliento explotó
en un silbido, apestando a alcohol y dientes podridos. Lo empujé directamente
contra el hombre detrás de él. Cayeron a la tierra en un enredo de extremidades,
tropezando con un tercer hombre.
Otro atacante me golpeó con un cuchillo, apuntando a mi cara. Tonto. Incluso
si no hubiera logrado esquivar su torpe intento, mi máscara desviaría cualquier
golpe. Lo agarré del brazo y lo empujé bruscamente hacia atrás. Apoyada contra mi
codo izquierdo, su articulación crujió y se rompió. El callejón se llenó con sus gritos
y el sonido de su cuchillo cayendo estrepitosamente en la tierra.
Un movimiento sobre mi hombro. Me desplacé hacia la izquierda, bloqueando
a Les en el callejón, manteniéndolo detrás de mí. La rabia llenaba sus ojos
disparando muerte desde abajo de su capucha, pero no tenía tiempo para él. 157
Estrellé el talón de la bota en la garganta del otro atacante. Su cuello crujió.
Colapsó contra una pared, con las manos arañando su garganta mientras luchaba
por una respiración que nunca encontraría.
Los tres primeros atacantes se pusieron de pie y cambiaron de táctica, viniendo
juntos en lugar de individualmente. En realidad, me hicieron las cosas más fáciles.
Se pusieron uno en el camino del otro y esquivé, zigzagueé y apuñalé a la vez que
bloqueé a Les, manteniéndolo alejado del centro de la pelea. El callejón era tan
estrecho, cuanto menos sesgadores en la mezcla, mejor. De esta manera no tenía que
esquivar a Les también.
La sangre goteaba de mi máscara y de mi traje de cuero. Su rico olor llenó mi
boca y nariz mientras recuperaba el aliento. Cuatro de los hombres de Lefevre yacían
muertos o heridos en el suelo cuando el gigante finalmente se metió en la refriega.
Él estaba cerca de los dos metros de altura y ancho como un carro. No era gordo,
simplemente grueso con carne y músculo. El atacante con el brazo fracturado se
presionó contra la pared cuando el gigante embistió, bramando como un toro
enfurecido.
Retrocedí, tratando de darme espacio, pero me choqué contra alguien.
—¡Les! —grité, empujándolo.
El gigante se inclinó y estrelló su hombro contra mí, conectando fuertemente
contra mi esternón. Si no hubiera estado usando mi traje de cuero, acolchado para
protegerme, el hueso se habría roto.
Me lanzó al aire. Volé sobre Les y colisionamos contra la pared, el cuerpo de
Les blindando el mío del edificio de piedra. Escuché, más que ver, su cabeza golpear
la pared. El fuerte crujido rebotó alrededor del callejón.
Colapsamos en el suelo.
—¡Les! —Lo agarré de su traje de cuero. No respondió, ya fuera una contusión
o…
¡No! ¡Ni lo pienses, Lea!
El gigante me agarró de los hombros. Me arrancó de Les, sacudiéndome como
un tronco en un incendio.
Aterricé sobre el cuerpo de uno de los hombres que había matado. Delante de
mí se hallaba el garrote, descansando en un charco espeso de sangre. Lo agarré
mientras el gigante se acercaba.
Rodé y arrojé el garrote por encima de su cabeza. El arma lo golpeó de lleno en
la frente.
La mueca en su rostro se desvaneció cuando su mandíbula se aflojó. Se me
quedó mirando completamente atónito. Luego sus ojos se voltearon hacia su cabeza
y cayó, estrellándose contra el piso del callejón.
Logré levantarme, con mi cuerpo dolorido y mi respiración aguda en mi pecho.
158
Él último hombre de Lefevre acunaba su brazo lesionado contra sus costillas,
gimoteando. Me enfrenté a él, con el estilete en la mano.
Escapó. Cuando llegó a la entrada del callejón, comenzó a gritar por los
representantes de la ley, gritando sobre asesinos y fantasmas y otras cosas
ininteligibles.
Si los representantes de la ley aparecían, esto acabaría. Teníamos que huir.
Me tropecé con los cuerpos en dirección a Les. Me agaché y empujé la capucha
fuera de su rostro.
Sus ojos estaban cerrados, pero respiraba. Liberé mi propia respiración, ni
siquiera consciente que la había estado conteniendo. Él no estaba muerto. No habían
logrado matarlo.
—Les. —Tiré de su traje de cuero—. ¡Alessio!
Movió la cabeza, pero no se despertó. Levanté uno de sus párpados. Se quejó y
débilmente se esforzó por alejar mis dedos.
Teníamos que marcharnos. Ahora. Un poco más y nos arriesgaríamos a ser
capturados por los representantes de la ley.
Agarré uno de sus largos brazos y lo envolví sobre mi hombro. Soporté mi
espalda contra la pared del callejón y me levanté, jalando a Les conmigo.
Era demasiado pesado. Tenía que encontrar la fuerza para moverlo. No podía
ser débil ahora. Tiré de él y lo llamé por su nombre, y pareció despertar lo suficiente
para tener sus pies moviéndose.
Nos tropezamos más profundamente en el callejón hasta la puerta tapiada que
había visto cuando por primera bajamos a este callejón. No importaba a dónde
llevaba. Tenía que ser mejor que caminar por las calles abiertas.
El tablón estaba podrido y viejo y me tomó apenas un esfuerzo dar un tirón. Les
se apoyaba más y más sobre mí mientras más lo cargaba.
La cerradura faltaba hacía años y empujé la puerta abriéndola, llevando a Les
conmigo dentro de la oscuridad y la penumbra.
El polvo cubría el aire. Tosí pesadamente detrás de la máscara, y por un
momento, estaba de vuelta en mi casa en Ravenna y no era polvo en el aire, sino
ceniza y no era Alessio a quien llevaba sino a mi hermano Rafeo, desangrándose
hasta la muerte. Un sollozo se me escapó, pero nos mantuve en movimiento a lo largo
del edificio, mientras las lágrimas borraban mi visión y mi respiración quemaba mi
garganta.
Les cayó y me arrastró con él.
—¡Alessio! —grité, pero no respondió. Se tumbó en el suelo como un hombre
muerto. No podía seguir llevándolo así. Necesitaba una solución.
Examiné el oscuro y decrépito edificio. Había sido una casa una vez, para una
familia, tal vez con niños, risas y calidez.
Podridas alfombras estaban extendidas a través de los pisos, grandes secciones 159
desgarradas revelaban la madera por debajo y el papel pintado negro pelado de las
paredes como la cáscara de una naranja. Una escalera desvencijada llevaba a una
segunda planta, pero la mayoría de escalones faltaban, robados para leña, tal vez.
En un rincón, escondido detrás de una pared derrumbándose, se encontraba
un viejo armario y una pila de mantas. Teníamos que ocultarnos y rezar para que los
representantes de la ley no nos encontraran.
Agarré a Les debajo de sus brazos y lo arrastré hacia el armario. Lo empujé
dentro y corrí a la sala principal.
Cualquiera buscándonos sería capaz de seguir las huellas del arrastre y pisadas
en el polvo al armario. Tendría que poner una pista falsa.
Empujé mi peso contra la media derrumbada pared frente a la habitación del
armario. Esta crujió, luego se estrelló en el azulejo del piso rajado, cubriendo mis
marcas de arrastre. Una tormenta de polvo explotó en el aire y tosí. Subí sobre los
escombros y agarré una manta mohosa.
En la sala utilicé la manta para falsificar más marcas de arrastre mientras me
dirigía fuera de la habitación y al otro lado del edificio. Encontré otra puerta tapiada
y la golpeé con fuerza. Me lanzó a un callejón. Este, sin embargo, tenía un canal
corriendo al final.
Arrastré la manta tras de mí, creando un extenso rastro de polvo. Luego lancé
la manta a las aguas del canal.
El edificio abandonado era fácil de escalar, incluso con el dolor fresco en mi
hombro, corrí lo más rápido posible a la azotea para mantener mi rastro falso intacto.
En la plaza, una tropa de hombres de la ley se dirigía hacia el escenario de la
pelea. Me había quedado sin tiempo.
Crucé corriendo la azotea y me apresuré dentro del callejón, saltando
temerariamente el último piso. Los duros adoquines sacudieron mis tobillos y
espalda. Salté a la casa cuando la luz en el callejón se oscurecía con la entrada de los
representantes de la ley.
Cuando llegué a Les, todavía escondido en el armario, trepé con él, tirando sus
largas piernas contra mí para que la puerta del armario pudiera cerrarse con
nuestros cuerpos enredados.
El aire y el polvo eran densos dentro. Los mismos dioses habían escuchado los
latidos de mi corazón mientras trataba de mantenernos quietos y en silencio.
Les gimió a mi lado. Cubrí su boca con las manos, el cabello sobre su rostro
afilado contra la palma de la mano quemada.
Gritos sobresaltados llegaron desde el callejón. Los representantes de la ley
habían encontrado los cuerpos.
Entraron precipitadamente al interior del edificio. Acerqué a Les fuerte contra
mí y mantuve mi mano sobre su boca.
Mi respiración contra mi máscara sonaba como rugidos bombeando en mis
oídos. Ellos me escucharían. No podían no me haberme escuchado. Cerré los ojos y
me concentré en el cálido aliento de Les contra mi mano. 160
—¡Mira! —dijo una voz—. ¡Aquí!
Pasos golpetearon a través del edificio, y luego otra vez silencio. Tragué, mi
garganta era como un desierto.
Más pasos, esta vez relajados, como si la persona paseara a lo largo de un
parque en lugar de un edificio abandonado.
Toda mi vida había peleado y matado gente, pero nunca había experimentado
el miedo como lo hice entonces, escondida en el armario, rezando para no ser
descubierta.
El hombre silbó. Mi sangre se redujo a cenizas. Lefevre.
Él sabía que me estaba buscando. Sabía que era responsable de los muertos.
Sus hombres muertos.
Se detuvo y tarareó para sí mismo, como si hubiera encontrado algo
interesante. Tenía que estar examinando la pared derrumbada, y si miraba muy de
cerca, vería el armario escondido en el oscuro rincón.
Agarré la llave alrededor de mi cuello.
Las tablas crujieron. Entonces llegaron más pasos, menos frenéticos esta vez.
—Couchier encontró una manta en el canal —anunció el nuevo orador—. Parece
que huyeron de esa manera.
—Muéstrame —dijo Lefevre. Salieron del edificio.
Casi me desplomé con alivio. No estábamos seguros todavía, pero ellos habían
comprado mi ardid.
Alessio gimió otra vez.
—No me dejes, Lea. —Sus palabras eran tranquilas y lentas.
Le susurré al oído, atrayéndolo fuerte contra mí, tratando de mantenerlo
quieto. Si pudiéramos ocultarnos aquí hasta que los representantes de la ley se
fueran, podríamos escapar a un lugar más seguro.
Cerré mis ojos.
En este momento, cualquier lugar sería más seguro.

161
Veintiséis
N
os escondimos en el armario mucho más tiempo cuando el callejón se
vació. No confiaba en que el edificio no estuviera siendo observado. No
confiaba en que Lefevre dejaría pasar esto.
Finalmente, tuvimos que correr el riesgo. No podíamos permanecer escondidos
en este estrecho armario. Les continuaba perdiendo y recobrando la conciencia.
Necesitaba ayuda.
Abrí de un empujón la puerta y me metí en la polvorienta habitación.
Mis extremidades y articulaciones dolieron ante la repentina libertad. Luché
por ponerme de pie, quejándome y estirándome antes que sacara a Les.
Él gruñó y se agitó.
—¿Dónde estamos? —Apenas abrió los ojos.
—Estábamos escondidos. —Me agaché y lo ayudé a levantarse. Se encorvó, con
las manos sobre las rodillas—. Tenemos que irnos ya. No es seguro, Alessio. —Agaché
la cabeza así tenía que centrarse en mí—. Necesito que me ayudes ahora. Necesito
que permanezcas despierto. 162
Gimió y caminamos arduamente por la casa, sus pies enredándose en los
escombros.
Estábamos cerca de mi refugio, a solo unas cuadras de distancia. Pero no pude
convencer a Les de subir a los tejados, y no había manera que pudiera llevarlo allí
sola. Eso solo dejaba un lugar.
Llegamos a la otra parte del edificio. Solté a Les y dejé que se apoyara contra
una pared mientras exploraba nuestra trayectoria.
Un puesto ambulante vendiendo pescado bloqueaba la parte delantera del
callejón vacío. Finalmente, un poco de suerte.
Corrí al canal y me incliné sobre sus aguas. Un bote en el canal se balanceaba
con calma, asegurado a un edificio al otro lado. Agarré la pared y trepé por la
superficie deteriorada hacia el bote. El bote se sacudió. Me tomó un momento
mantener el equilibrio antes de desatarlo de su amarre. Utilicé la vara larga para
empujarla hacia la entrada del callejón y hacia Les.
Se sostuvo contra la pared y suspiró, sus ojos cerrados con fuerza. Había
vomitado mientras yo había estado lejos.
—Ven. —Lo guié fuera de la casa hacia el bote.
—Lo siento —murmuró, y mi corazón se hundió. Él no debería tener que pedir
disculpas. Todo esto era mi culpa. Como todo lo demás.
—Está bien —murmuré. Lo ayudé a pasar por el hueco. Casi se cayó, pero
mantuve mi agarre en él hasta que se acomodó en el centro—. Acuéstate —lo animé.
Lo cubrí con nuestras capas por lo que parecía un montón de productos o ropa sucio
en lugar de una persona herida.
Me quité la máscara y la puse cuidadosamente a su lado. No había nada que
pudiera hacer para disimular mi pantalón de cuero, pero simplemente tendría que
esperar no encontrarme con ningún oficial patrullando los canales.
Empujé el bote lejos del callejón y utilicé la vara para dirigirlo hacia el norte, la
ligera corriente del canal ayudando a facilitar nuestro recorrido mientras
silenciosamente le agradecía a Les por mostrarme cómo utilizar el bote y cuál canal
llevaba a su casa.
¿Cómo me había metido en este lío?
De la misma manera en que me había metido en todos estos líos desde el
ataque. No me detuve y pensé las cosas detenidamente. No importa cuántas veces
me recordé que no estaba en Lovero, no dejaba de cometer errores una y otra vez.
Confié en las personas, y eso me condujo a más problemas.
Había confiado en que Lefevre era la clase de oficial que encontraría en Lovero,
pero en cambio había demostrado ser nada honrado. Había confiado en Les, pero
me tenía tan enojada que había dejado mi espada atrás cuando corrí tras él. ¿Y por
qué siquiera me había molestado en perseguirlo en primer lugar? Porque lo
necesitaba.
Mi estómago dio un salto, y me atraganté.
163
Pero era cierto. Lo necesitaba. Era mi única conexión, ahora, a Marcello, y
Marcello era mi única conexión a los Da Via. No era nada más que eso.
Todo en mi cuerpo se congeló mientras mis pensamientos se retorcían y daban
vueltas. Sin embargo, Les se había mostrado comprensivo. Había visto a su madre
asesinada, había quedado huérfano como yo. Sabía cómo se sentía. Y a él no le había
importado, cuando le había contado de mi deshonra. No se había apartado con asco
y de hecho había ofrecido ayuda.
Estar cerca de él aliviaba la soledad que había estado amenazando con
ahogarme desde la noche del incendio. Extrañaba a Rafeo. Echaba de menos a todos.
Extrañaba a Val y odiaba a Val y todo duele todo el tiempo. Pero Les de alguna
manera hacía que el dolor se desvaneciera, al menos por un rato.
Le di al bote otro empujón. Tal vez había perdido la perspectiva de las cosas.
Mi objetivo tenía que ser matar a los Da Via. Bajé la mirada hacia Les, escondido en
el bote.
Se movió.
—¿A dónde vamos?
—Te voy a llevar a casa.
—Marcello estará enojado.
—Él siempre está enojado. —Hice una pausa—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué le
dijiste a Lefevre que eras el asesino?
Les se dio la vuelta.
—Era lo que debía hacerse —murmuró.
Nos empujé debajo de un puente. Me había puesto antes que a sí mismo. Nunca
había conocido a alguien que ayudara a las personas sólo porque quería ayudarlas, y
sin embargo Les lo hacía una y otra vez. Y no era sólo a mí a quien ayudaba.
Él hizo que quisiera... No estaba segura. Hacer algo o ser alguien diferente.
Confiar en él completamente, de todos modos. Era lo mínimo que podía
ofrecerle a cambio.
De alguna manera me las arreglé para llegar a la casa de Marcello. Ayudé a Les
a bajar del bote, mis brazos doloridos por dirigir el bote por los canales.
Lograr que Les entrara al túnel fue fácil. Lograr que él subiera las escaleras al
otro extremo no lo fue. Sus pies se resbalaban de los escalones y continuaba
disculpándose. Sonaba tan genuinamente avergonzado que lágrimas de culpabilidad
vinieron a mis ojos hasta que finalmente grité para pedir ayuda.
La habitación del túnel por encima de nosotros brilló con luz, y una sombra
entró en la habitación.
—Creí que había dicho que no eras bienvenida aquí —dijo Marcello fuera de la
vista, su voz severa.
—Es Alessio —dije—. Está herido.
La rejilla se abrió y Marcello se inclinó hacia nosotros, linterna en mano,
pareciéndose demasiado a mi padre. Me fulminó con la mirada, pero luego Les se 164
disculpó de nuevo y casi me volví loca, dispuesta a gritar y amenazar a mi tío, nada
realmente, para hacer que nos ayudara.
Marcello puso la linterna en el suelo. Se agachó, y juntos levantamos a Les en
la pequeña escalera hacia la habitación.
Él vomitó otra vez, y Marcello parecía preocupado. Salí del túnel y entré a la
habitación.
—¿Qué pasó? —me preguntó.
—Fuimos atacados. Se rompió el cráneo en un muro de piedra.
Marcello maldijo. Utilizó su hombro para acompañar a Les fuera de la
habitación del túnel y dentro de su gran habitación. Hizo un gesto hacia la linterna.
—Trae la luz.
Pasamos junto a la chimenea de la zona de dormitorio con cortinas separadas.
Marcello ayudó a Alessio a acostarse en la cama, y Les se sentó en el borde.
—Mantente firme —dijo Marcello. Inclinó hacia adelante la cabeza de Les y
pinchó la parte posterior de su cráneo.
Les se encogió de dolor, pero Marcello le obligó a que se quedara quieto y
continuó palpando debajo de su oscuro cabello.
Finalmente, se puso de pie, satisfecho.
—El hueso no está fracturado. Se va a curar con un poco de descanso. Ayúdame
a llevarlo a la cama.
Desabroché su traje de cuero y se lo quité de sus brazos y pecho, teniendo
cuidado de no golpear su cabeza o enganchar su colgante.
Cuando lo había visto sin camisa antes, lo había mirado fijamente. Ahora se
veía tan cansado y herido que no había emoción en verlo, solo más culpa.
Marcello le quitó las botas y el pantalón a Les mientras yo le sacaba el lazo del
cabello. Siempre odié dormir con mi cabello recogido. Me daba dolor de cabeza.
Su cabello era suave y liso, mientras se deslizaba por mis dedos. Les se acostó,
y mi tío lo cubrió con una manta.
—Duerme por ahora, Alessio —murmuró Marcello, quitando el cabello del
rostro de Les. Fue un gesto sorprendentemente amable y cariñoso de un hombre del
que había visto en su mayoría furia e ira—. Tendré que despertarte de vez en cuando,
para asegurarme que estás sanando bien.
Les murmuró algo en un idioma que yo no hablaba, y mi tío se acercó más.
Cuando Marcello me miró con una expresión calculadora, me di la vuelta, dándoles
su privacidad.
—Sí, lo entiendo. —Marcello besó la frente de Alessio, y lo dejamos descansar.
Caminé hacia la chimenea y me dejé caer en una silla. La fatiga me cubría como
un velo. Ya que el fuego parecía siempre encontrarme en el borde del agotamiento.
Puse la máscara sobre la mesa y me froté el rostro. Mis manos estaban sucias,
pero no me importó. Era el momento de dejar de preocuparse por un montón de
165
cosas.
Marcello me dio un vaso con licor ámbar. Lo bebí y me quemó todo el camino
de la garganta hasta que se estableció en una profunda calidez en mi estómago. Él
tomó asiento, mirando su propio vaso antes de beber.
Coloqué el vaso vacío sobre la mesa, y mi hombro izquierdo quemó con el dolor.
Di un grito ahogado y me senté de nuevo, llevando mi mano al hombro.
—Estás herida. —Marcelo de puso de pie.
—No, no es nada. Yo sólo... —Cerré los ojos y suspiré—. ¿Me puedes ayudar a
quitar algunos puntos? Se han salido en su mayoría en este momento.
Él dejó el vaso y se marchó.
Desabroché las hebillas de mi traje de cuero, dejando que se deslizara alrededor
de mi cintura. Me senté medio vestida, usando sólo el pantalón de cuero y mi
camiseta, pero estaba tan cansada que no tenía importancia. El fuego mantenía la
habitación caliente, y más que nada deseaba bañarme, acurrucarme en una cama en
algún lugar y tal vez nunca despertar.
Mi hombro estaba rojo e inflamado, pero la herida en el frente parecía cerrada,
una cicatriz de color rosa se extendí suavemente a través de la carne. Bajé la mirada
y di un grito ahogado.
Debajo de mi camiseta suelta y sobre mi pecho, por debajo de mi esternón y
hasta mi clavícula, se extendía una violenta contusión morada desde que el gigante
me había golpeado. Presioné contra el hueso, y el dolor fluyó a través de mis tejidos.
Reprimí un gemido.
Marcello regresó con un kit médico. Me miró.
—¿Para qué es la llave?
Miré la llave colgando alrededor de mi cuello.
—Mi hogar.
No hizo ningún comentario. En su lugar, sacó unas tijeras pequeñas y examinó
mi hombro.
—¿Qué pasó? —preguntó bruscamente. Empezó a cortar y sacar de los hilos en
la parte posterior del hombro.
—Me dispararon una flecha, cruzando las llanuras muertas. Los malditos
Addamo me estaban persiguiendo y eran demasiado cobardes para seguirme hasta
el río.
—No me refería a eso.
Oh. Suspiré.
—No… Ni siquiera estoy segura de por dónde empezar.
—¿Qué tal si empiezas con cómo dejas que mi niño se quiebre su grueso cráneo
hasta casi abrirlo?
Contuve una risa. No pensé que mi tío lo apreciaría. No es que pensara que Les
166
apreciara a Marcello llamándolo niño. O un cabeza dura.
—Estábamos entrenando. Pero luego estaba enojado conmigo e intentó irse, y
lo seguí.
—Les no tiene temperamento. ¿Qué hiciste para hacerlo enojar tanto? —Él
recortó otra puntada.
—No lo sé. Y antes que tuviera la oportunidad de hacerle más preguntas, nos
enfrentamos a un fantasma.
Las tijeras de Marcello revoloteaban por encima de mi hombro.
—¿En las calles?
Asentí.
—¿Cómo escaparon?
Hice una pausa. Si le contaba la verdad, daría lugar a más preguntas. Preguntas
que no podía responder. Pero sabía que él sería capaz de decir si he mentido. Y
permanecer honesta era probablemente mi última oportunidad de entrar en su
buena gracia. No podía permitirme otro paso en falso.
—Se desvaneció antes que pudiera lastimarnos. Realmente no puedo
explicarlo.
—Se desvaneció en la luz del sol, ¿tal vez?
Me encogí de hombros, y mi tío me agarró del hombro, manteniéndolo en su
lugar.
—En la luz del sol, ellos simplemente se desvanecen. Esta era otra cosa. Fue
violenta. De alguna manera, lo envié lejos. O Safraella lo hizo.
Gruñó con desaprobación y me miró hasta que miré a otro lado. Se trasladó a
los puntos de sutura en la parte delantera de mi hombro.
—Fuimos estúpidos —continué—. Habíamos dejado las armas atrás y
estábamos discutiendo en un callejón y un policía, un policía deshonesto llamado
Lefevre, nos encontró. Había llevado hombres, y atacaron.
—¿Tú estabas desarmada? —Se detuvo en su ayuda. Respiró profundo unas
cuantas veces para calmarse—. ¿Cómo pudiste ser tan incompetente? ¿Cómo incluso
ganaste tu máscara?
Mi turno para una respiración profunda. Tenía que permanecer de su lado. Lo
necesitaba más que nunca ahora.
—Ya dije que fue estúpido. Este lugar, esta ciudad, me presiona. Me hace
descuidada.
Resopló.
—Y este policía te atacó porque...
—El capitán Lefevre me quería entregar a los Da Via por dinero, y quería a Les
por sus asesinatos. Le advertí que se fuera, pero no me escuchó. No hay respeto por
los sesgadores en esta ciudad. No hay respeto por Safraella.
167
Bajó las tijeras y examinó mi hombro. Se veía mucho mejor. Marcello se sentó
en su silla y volvió al licor en su vaso.
—Bueno, ¿qué esperabas? ¿Que vendrías aquí y la gente caería de rodillas al
verte? ¿Que pondrían sus ojos en Safraella y abandonarían sus propios dioses? Eres
una niña estúpida.
Mis mejillas ardían.
—Puedo ser estúpida, pero ya no soy una niña más de lo que Alessio es un niño.
Soy el jefe de la Familia Saldana, y aunque no recibo el respeto de la gente de Yvain,
lo ordeno de ti, Su discípulo. Y alguien a quien debería conocer mejor.
Él puso los ojos en blanco y tomó un sorbo de su bebida antes que hiciera un
gesto para que continuara con la historia.
Tomé un momento para calmarme. No conocía a este hombre que compartía
mi sangre. No sabía si deliberadamente se dirigía a mí para enojarme o si
verdaderamente decía en serio las cosas.
—Traté de mantener a Les a salvo. Lo mantuve fuera de la lucha, aunque sabía
que no me agradecería por eso. Pero cuando el gigante me atacó, me estrellé con Les
y él se llevó la peor parte de nuestra caída. Después de eso nos tuvimos que esconder
de los policías hasta que pude traerlo aquí.
—¿Qué pasó con los hombres con los que luchaste?
—Los detuve.
—¿Cuántos eran?
—Seis. Aunque uno huyó, herido. Y no puedo estar segura de los que derroté
estuvieran muertos. No tuve tiempo de comprobarlo.
—Seis hombres. Y estabas desarmada y atrapada en un callejón.
—Tenía un estilete.
Se me quedó mirando, y luego se bebió el contenido de un solo trago.
—¿Quién fue tu maestro?
—Mi hermano Rafeo. Y mi padre y madre, por supuesto.
—Tu hermano.
Asentí.
—Matteo, mi otro hermano, no se molestaría. A veces también pelearía con
Jesep. O con Val.
—Val. No reconozco este nombre.
—Valentino Da Via. Él es mi pretendiente. —Lo que dije golpeó como un
puñetazo en el estómago—. Era mi pretendiente.
Sus ojos se abrieron y mostraron un toque de esa rabia de la que había sido
testigo antes.
—¿Estabas confraternizando con los Da Via? ¿Tus padres sabían?
Exhalé, tratando de ir con cuidado. Él podría explotar de nuevo. Arrojar su vaso
al fuego y gritar su rabia una vez más. 168
—No. Lo oculté de ellos. No había amor entre nosotros y los Da Via. Creo que
mi padre había tratado de comprar la paz entre nosotros cuando yo era más joven,
pero no funcionó.
Él tomó aliento.
—Dante siempre fue algo tonto, aunque tal vez tendrá más sentido común en
su nueva vida.
Me enojé.
—No hables de mi padre de esa manera.
Marcello sonrió. Él abrió la boca para argumentar pero luego pareció
desanimarse.
—Supongo que tienes razón. No me hace ningún bien hablar mal de los
muertos, incluso si ellos provocaron su propia muerte.
—Mi padre no provocó su muerte. Los Da Via lo hicieron. —Y yo. Mi culpa.
Se frotó la frente, suavizando las líneas, antes que pasara los dedos por su
cabello.
—¿Qué sabes acerca de mí, Lea? ¿Cómo tu padre te habló de mí?
Este fue un extraño giro de la conversación.
—Él no hablaba de ti. Solo lo hacía mi madre, y eso era para decirnos que nunca
te mencionáramos.
Él asintió lentamente.
—Tu padre era muchísimas cosas. Era mi hermano y yo lo amaba, pero a veces
creía demasiado en la paz, veía la bondad en las personas, incluso cuando no era más
que un espejismo. Fue la creencia inapropiada de tu padre con la que podía razonar
con los Da Via la que llevó a la muerte de tu familia.
—No. —Negué—. No te creo. ¿Qué podrías saber de eso de todos modos?
—¿Qué podría saber de eso? Todo. —Se acomodó en su silla, su cabello
descansando en sus hombros—. Los Da Via mataron a los Saldana por mi culpa.

169
Veintisiete

S
us palabras fueron como una bofetada en el rostro. ¿Él era el responsable
del ataque de los Da Via? No podía ser.
—Yo no… no entiendo.
—Cuando era más joven, mucho más joven, estuve casado con Estella Da Via,
como ya sabes. No fue un matrimonio por amor. Por lo menos de mi parte. Pero los
jefes de las Familias querían un hijo de nuestra unión, del linaje de los Saldana y los
Da Via, querían que hubiera paz entre nosotros, aunque solo fuera por un tiempo. Y
no me atreví a desobedecer. —Mi tío se removió en su asiento—. Pero pasaron los
años y ningún hijo nació. Y cualquier paz que pretendíamos, se deterioró hasta no
dejar más que resentimiento y oscuridad. Y entonces, conocí a alguien más. Él era
un Maietta, y era hermoso, simpático e ingenioso. Nunca había amado tanto a
alguien.
Los ojos de mi tío brillaban mientras recordaba a su amante de hace tanto
tiempo. El recuerdo suavizaba su rostro, haciéndolo parecer más joven.
»Lo mantuvimos en secreto, por supuesto. Yo estaba casado y el jefe de los
Saldana, mi tío Gio, no toleraba a los hombres que deseaban a otros hombres. Pero 170
desde luego lo descubrieron. Mi esposa. Mi Familia. Hubo tanta ira. Mi esposa me
culpó por no tener el hijo que le había prometido. Pero, ¿cómo saber quién era el
culpable? A veces los hijos no nacen de una unión matrimonial, y es la manera de
Safraella. Y no creo que la falta de amor ayudara. La culpé por desperdiciar mis
mejores años, por clavarme las garras y arrastrarme hacia el abismo oscuro que
había creado. Fue ella la que me orilló a buscar en otra parte. Me rehusé a
reconciliarme. Ninguna de las amenazas de su Familia o la mía harían que me alejara
de Savio.
Se frotó la mandíbula con la palma de la mano, perdido en el relato. Imaginé
cómo se sentiría amar tanto a alguien y que te ordenaran alejarte de él. Había
mantenido a Val en secreto sencillamente por esa razón. Sin embargo, tal vez no
hubo amor entre nosotros, o al menos de su parte. No si pudo traicionarme tan
fácilmente. Tal vez no entendía el amor verdadero como Marcello lo describió. Tal
vez, el amor tenía menos que ver con sentirse deseada y hermosa, y más con sentirse
a salvo.
Miré a Les, dormido en su cama.
—No sé quién lo planeó —continuó mi tío—. Probablemente mi esposa. Pero sé
que su hermano Terzo y mi tío Gio fueron los que asesinaron a Savio. Ni siquiera
intentaron ocultarlo. Hubo testigos. Y estaban en territorio de los Maietta. Nunca
había sentido tanto dolor, ira y tristeza. Y nunca cesó. Mi tío Gio pensó que sería el
fin de todo. Que al eliminar a Savio, había terminado eficazmente con el problema.
Tan seguro estaba, que cuando me acerqué nunca se le ocurrió que había venido a
asesinarlo. Derramar la sangre de mi familia fue más fácil de lo que pensé. En verdad,
no sentí nada. Y definitivamente no sentí nada cuando asesiné a Terzo, el hermano
de mi esposa. Después las cosas se pusieron… complicadas. —Agitó la mano en el
aire—. Dante se quedó con el cargo de jefe de la Familia. Los Da Via sintieron que su
honor había sido dañado, y los Maietta exigieron un precio de sangre por la muerte
de Savio. Probablemente me habría marchado si Dante no me hubiera repudiado. De
todos modos, ya no me quedaba nada. Y según tengo entendido, Dante le pagó a los
Maietta el precio de sangre.
Un precio de sangre a los Maietta habría costado una gran suma de dinero. Tal
vez así fue como gran parte de la fortuna de los Saldana había desaparecido.
—Lo siento —le dije.
Se interrumpió sorprendido.
—¿Por qué?
—Por Savio. Por la forma en que fuiste tratado por la gente que debería haberte
amado y apoyado sin importar lo que fuera.
Gruñó.
—Sí, bueno. La Familia antes que la familia, por supuesto. No había ninguna
forma real de calmar la ira de los Da Via. Son rápidos para echar culpas y lentos para
olvidar. Incluso si Dante hubiera intentado limar asperezas, no sé cómo hubiera
funcionado. Estella sentía que la había deshonrado, y solo mi cabeza la habría
apaciguado. Culpó a Dante por dejarme ir en lugar de entregarme a ellos. Y luego 171
comenzó a culpar a Safraella.
—Estella Da Via es una lunática —dije—. Y ahora es la jefa de los Da Via.
—No me sorprende. Estaba bastante inestable cuando me fui. Escuché que
nunca tuvo hijos, para su eterna vergüenza.
—¿Cómo te enteraste? ¿Y cómo conocías mi nombre y sabías de mis hermanos
si ni siquiera habíamos nacido?
—A veces tu madre me enviaba cartas. Aunque ninguna en los últimos años.
—¿Mi madre? ¿Bianca Saldana?
Puso los ojos en blanco.
—A menos que tengas otra madre que no conozco, entonces sí.
Esto… esto puso mi mundo al revés. Mi madre le había enviado cartas a
Marcello Saldana, al mismo que nos dijo que nunca mencionáramos porque había
traído deshonra a la Familia.
—¿Por qué lo hizo?
—Éramos amigos. Me alegré cuando se casó con Dante y se unió a nuestra
Familia. Sentía un gran amor por Bianca y mi hermano. Enterarme de sus muertes
a manos de los Da Via, abrió una herida que pensé que hacía tiempo había sanado.
—Entonces, ¿por qué te rehúsas a ayudarme? —Me incliné hacia él—. ¡Ven
conmigo! Sabes lo que es la necesidad de venganza. Lograste la tuya, pero ahora
impides la mía. Dame la ubicación de la casa de los Da Via y podremos hacerlos pagar
por lo que le hicieron a nuestra Familia. ¡Me aseguraré que nunca olviden a los
Saldana!
—¿Lo harás a costa de tu propia vida?
Me eché hacia atrás.
—Si fuera necesario. No tengo miedo de morir.
Se rió.
—No, ¡por supuesto que no! Tienes… ¿qué? ¿Diecisiete? Y eres una discípula de
Safraella. Estoy seguro que no puedes esperar para encontrarte con su frío abrazo.
Se burlaba de los dioses con tanta facilidad.
—Estás muy cerca de la blasfemia. Soy su discípula, y estoy segura que me
ofrecerá una rápida reencarnación.
—Y luego, ¿qué? ¿Mueres y renaces? ¿Y qué hay de las personas que dejas atrás?
—No hay ninguna persona. Todos están muertos.
La mirada de Marcello me dijo que no me creía. Miró a Les dormido.
Mi estómago dio una vuelta al pensar en Les. Herido en el callejón. El breve
momento en que pensé que estaba muerto.
—Morir es la parte fácil. —Marcello se puso de pie—. Pero lo que dejas atrás es
otra cuestión. —Miró a Les de nuevo—. Me da miedo que lo destruyas.
—¿Yo? 172
—Es demasiado amable contigo. Cree que si es amable, entonces le agradará a
la gente. Y si les agrada, no se irá. Pero así no son las cosas. Tú eres la llama y él es la
polilla atraída por ti que ignora que si se acerca demasiado lo quemarás.
Había estado peligrosamente cerca de mis propios pensamientos.
—¿Y tú? Le has dado una espada y le has enseñado lo suficiente para ser
peligroso, pero no le enseñaste a retirarse a tiempo.
—Las cosas estaban bien hasta que llegaste —contestó.
—¿Lo estaban? ¿Nunca discutieron el tema? ¿Nunca amenazaste con irte?
¿Nunca lo chantajeaste?
Marcello se quedó en silencio. No podía negarlo. Suspiré.
—En realidad, tío, ambos somos culpables.
Asintió lentamente.
—Somos Saldana. Tarde o temprano destruimos todo lo que amamos. Ven,
vamos a prepararte un baño.
Caminó detrás de la chimenea hacia otra sección de la habitación. Tal vez tenía
razón. Sería cruel abandonar a Les cuando ya había perdido tanto. Pero no podía
soportar la idea que alguien más terminara muerto por mi culpa. Y no podía permitir
que los Da Via se salieran con la suya después de lo que hicieron.
No. Tenía que continuar con mi plan. Era asesinar o ser asesinada. Si moría,
esperaba que cualquier dolor que Les sintiera se aliviara con el conocimiento que
habría muerto bajo mis propios términos, enfrentando a los Da Via en lugar de
esperar a que ellos me atraparan cualquier noche.
Aun así, pensaba en Rafeo y mi Familia. Mi tío no estaba equivocado. Vivir, ser
la persona que se quedaba atrás mientras aquellos que amabas se iban, no era un
camino fácil. En absoluto.
Marcello y Les tenían una gran bañera de cobre escondida detrás de la
chimenea. No le tomó mucho tiempo llenarla, y aunque el agua estaba tibia, como
mucho, la proximidad de la chimenea calentaría la bañera y el agua, mientras pasaba
tiempo sentada adentro.
Antes de entrar, Marcello desapareció y regresó con una pila de papeles
doblados.
—Toma. —Me los entregó—. Estas son algunas de las cartas que tu madre me
envió.
Las tomé con cuidado.
Marcello se fue para darme privacidad y entré en la bañera, teniendo cuidado
de mantener las cartas secas.
Podía sentir a mi madre en cada trozo de papel, sentir su espíritu mientras
escogía qué palabras decirle a mi tío.
Leí de su felicidad cuando mis hermanos y yo nacimos, cuán ansiosa estaba por
expandir la Familia. Y de su orgullo por el matrimonio de Rafeo y el nacimiento de 173
Emile.
Y luego una última carta triste, describiendo la plaga que se había propagado
por la ciudad, contando acerca de las muertes en la Familia. La pérdida de los padres
de Jesep, quienes, me di cuenta, Marcello había conocido y amado. La madre de
Jesep era la hermana menor de mi padre y de Marcello. Y la muerte de la esposa de
Rafeo, que cayó con la enfermedad justo cuando parecía que se había dejado de
propagarse.
La Familia se había debilitado tanto, escribió, que no sabía cómo nos
recuperaríamos alguna vez. Y no lo hicimos, por supuesto. Los Da Via tomaron
ventaja de nuestra debilidad y nos destruyeron cuando éramos muy pocos para
detenerlos.
A través de las cartas, sin embargo, mi madre hablaba de su amor y de su
orgullo por sus hijos. De cómo Rafeo, incluso cuando no bromeaba demasiado,
siempre podía hacerla reír. De cómo la devoción casi ciega de Matteo por la tradición
y las reglas lo hacían un sesgador preciso y competente. Y de cómo mi naturaleza
obstinada y mi terquedad se expresaban en la lealtad hacia los que amaba.
La última línea era breve. Sólo una mención de mí, cuando me gané mi
máscara, de lo orgullosa que estaba, y que sabía que algún día yo sería la mejor
sesgadora de todos si me concentraba en lo que era importante.
Di vuelta la carta, pero eso era todo.
Dejé las cartas en el suelo y me hundí bajo el agua. Mi madre nunca me había
hablado así. Nunca me había dicho lo orgullosa que estaba y, sin embargo, las cartas
habían sido escritas con una elocuencia que demostraba su amor por mí y por mis
hermanos. Por nuestra Familia.
Mi corazón y mi estómago se retorcieron, apretándose con dolor hasta que salí
del agua, luchando por respirar. Era una broma desagradable del destino que me
enterara de su amor después que me había dejado.
Me froté el cabello y el cuerpo hasta que mi piel quedó rosada y dolorida.
Marcello me había dado ropa de Les, una camisa de algodón y un pantalón. A
pesar que estaban recién lavadas y dobladas, todavía olían a él. Sostuve la camisa
contra mi rostro, respirando su aroma a canela.
Tuve que enrollar las perneras del pantalón y las mangas de la camisa y aun así
seguían demasiado largas, pero la ropa estaba limpia, era cómoda y estaba feliz de
tenerla.
Al otro lado de la chimenea, mi tío dormía en su silla. Lo dejé descansar,
caminando silenciosamente junto a los tapices que cercaban la habitación.
Les dormía de lado, con la manta debajo de los brazos, su oscuro cabello
ondulado descansaba sobre sus hombros.
Me senté en el suelo contra la cama de espaldas a él. Cerré los ojos.
¿Cuándo se habían vuelto tan complicadas las cosas? No debería ser de esa
forma. Debería haber conseguido la información que necesitaba, asesinado a los Da
Via y terminado con todo de una manera o de otra. Pero, en vez de eso, mi tío me 174
había dicho la verdad acerca de nuestra Familia, y con Les, había encontrado algo
para aliviar mi dolor.
Cerré los ojos para limpiar las lágrimas que caían por mis mejillas. Estaba tan
cansada de llorar, y sin embargo parecía que no podía evitarlo. Parecía que no podía
hacer nada bien. Desearía que Safraella me dijera cuál camino tomar.
—No llores, chica sesgadora —dijo Les en voz baja. Se removió en la cama y me
colocó el cabello detrás de las orejas.
Me sequé las lágrimas y lo miré.
—No quise despertarte.
Me sonrió con aire cansado.
—El maestro dijo que necesitaba despertarme de todos modos.
—Lo siento —susurré—. Lamento que resultaras herido.
—No fue tu culpa. Yo estaba en el camino. Debería haber confiado en que sabías
lo que era mejor en la pelea.
—Tuve que haber confiado en ti para ayudar —le contesté—. Debí confiar en ti.
—No importa. —Cerró los ojos y bostezó, luego acomodó la almohada. Su
respiración se volvió más lenta y se hundió en el sueño.
—Les —susurré.
—¿Hmm? —respondió, apenas despierto.
—¿Qué significa kalla?
Sonrió.
—Hermosa.

175
Veintiocho

M
arcello me puso en las manos una humeante taza de té.
—Bebe esto.
Me había quedado dormida en el sofá frente a la chimenea. Me
senté, apartándome el cabello del rostro. Mis huesos y articulaciones dolían, por el
incómodo sofá y por la lucha. Tendrían que pasar al menos un par de días antes de
poder moverme sin dolor.
Olisqueé el té, luego lo probé tentativamente. Era amargo y fuerte, pero la
calidez se esparció por mi pecho y mis miembros, y calmó algunos de mis dolores.
—He limpiado tu traje de cuero —dijo, observándome mientras bebía—.
Cuando termines con tu té, deberías irte.
Terminé el té en un único e hirviente sorbo.
—¿Qué hora es? —le pregunté, intentando enfriar mi lengua.
—Pasada la medianoche. Estarás a salvo para volver sin ser vista a donde sea
que te estés quedando.
176
—¿Me has dejado dormir tanto tiempo?
—Necesitabas dormir.
Asentí. Me entregó mi traje de cuero, y fui detrás de la chimenea para
cambiarme. Cuando salí, me pasó mi máscara. La suciedad y la sangre habían sido
limpiadas, y la deslicé en lo alto de mi cabeza.
Miré hacia el dormitorio y los tapices. Estaba oscuro y tranquilo.
Había tomado mi decisión antes de quedarme dormida. Mi estómago se
revolvió, aparentemente luchando contra sí mismo. Era más fácil de esta forma, irme
sin despedirme de Les. Pero una parte, una gran parte, había esperado que se
despertara. Para qué propósito, sin embargo, no podría decirlo. Tal vez intentara
detenerme, o forzarme a quedarme, o simplemente hacer las cosas diferentes, de
alguna forma.
Pero Les estaba dormido. Y las cosas no podían ser de otra forma.
—No deberías verle más —dijo Marcello.
Cerré los ojos. No podía discutir contra la opinión de Marcello. Las cosas solo
se iban a poner peor. Y en sus cartas mi madre dijo que tenía que concentrarme en
lo que era importante. Tenía que concentrarme en matar a los Da Via.
—Bajo dos condiciones —le dije.
Marcello entrecerró los ojos.
—Lo primero es que tiene que terminar su entrenamiento. Si no lo hace,
conseguirá que le maten y no tendrá nada que ver conmigo. Él piensa que le dejarás
si discute mucho sobre ello, y eso no es justo para él.
Marcello me fulminó con la mirada, pero luego asintió.
—La segunda es la localización de la casa de la Familia Da Via. La necesito.
—No. —Marcello cortó el aire entre nosotros con su mano, un gesto que había
visto en Les—. No seré responsable de tu suicidio.
—Podrías venir conmigo. Los últimos Saldana juntos.
—Alessio vendría detrás de nosotros.
—Entonces no puedo irme de Yvain. No sin la localización de la casa de los Da
Via. Y ya están viniendo por mí. Es solo cuestión de tiempo antes que me encuentren
aquí. Si me das la localización, puedo adelantarme, puedo planear un ataque en vez
de simplemente esperar a defenderme. Si me das la localización, me iré, y tú y Alessio
estarán a salvo.
—Podrías huir. Renunciar a este absurdo plan tuyo. La venganza no te traerá
paz. La venganza no te devolverá a tu Familia. Lo sé de primera mano.
Marcello había tenido éxito en su venganza, había matado a aquellos que
mataron a Savio, su amante. Así que no tenía ningún derecho a intentar
convencerme de tomar otro camino.
—Esto es lo que debo hacer —dije—. No hay otra salida para mí. No busco paz.
Mi paz murió con mi Familia. Busco venganza y la tendré, y moriré intentándolo.
177
Los hombros de Marcello se desplomaron, y pude ver su mente trabajando.
Sabía que si los Da Via venían a Yvain sería igual de peligroso para él y por
asociación, para Les. Y la única forma de librarse de ellos era alejarlos conmigo.
Fue a la habitación trasera. Un momento después volvió con una llave similar
a la mía. Me la entregó.
—Esta es la llave que usaban hace años. No sé si todavía funcionará, pero es
todo lo que tengo para darte.
—¿Cómo los encuentro? ¿Dónde está su casa?
—Hay una entrada en la parte norte de la ciudad, en un restaurante. Ha pasado
mucho tiempo y no recuerdo el nombre.
Un restaurante. Los Da Via eran dueños de dos restaurantes en la parte norte
de Ravenna: Fabricio’s y Luca. Dudaba que Val fuera a llevarme a cenar al
restaurante que albergaba la entrada a la casa de su Familia, pero era tan engreído y
seguro de sí mismo. De cualquier forma, revisaría los dos para ver lo que podía
encontrar.
Apreté la llave en mi puño.
—Gracias, tío.
—No me las des. No disfruto con enviar a la última de mi familia a su muerte.
¿Pero qué es un poco más de vergüenza amontonada en un anciano que se ha pasado
la vida ahogándose en ella?
—Voy a acabar con mi vergüenza, tío. —Me puse la máscara en mi rostro y lo
dejé en su casa bajo las calles.
Subí a los tejados de la ciudad, mi cuerpo quejándose con cada movimiento.
La noche era tranquila y salté y escalé hasta mi casa de seguridad. La luna había
cruzado la mayor parte del cielo. No faltaba mucho para la mañana. Podía irme de
Yvain con el amanecer.
Había necesitado tres cosas antes irme: la localización de la casa de los Da Via,
la bomba de fuego, y la ayuda de Marcello. Tenía todos menos la última.
Tendría que ser suficiente. No podía esperar más, y Les tenía razón, no había
persuadido a Marcello. Y ya no podía engañar a mi conciencia diciendo que no me
importaba si me llevaba a Les conmigo y moría. Porque sí me importaba. De alguna
forma había conseguido meterse bajo mi piel. Verlo herido me hizo dar cuenta lo
mucho que me importaría si hacía que lo mataran por mi venganza. Me había
ayudado por ninguna otra razón aparte que era lo correcto. Y ahora era mi turno de
hacer lo correcto y mantenerlo fuera de mi plan, mantenerlo a salvo y vivo aquí en
Yvain con mi tío.
Las únicas muertes que quería en mis manos ahora eran las de los Da Via.
En mi tejado recogí y guardé las armas que habíamos abandonado. Dejé el
cuchillo de Les y otras herramientas en una esquina bajo unos hábitos para
mantenerlos a salvo y fácil para que él los encontrara después. Miré al agujero que
daba a mi pequeña casa en Yvain.
Era mejor de esta forma. Sería más fácil olvidarse de Les, ir a casa y terminar 178
lo que había empezado. Lo que los Da Via habían empezado. Incluso aunque
secretamente me había estado llamando hermosa.
No podía ir dentro todavía. Necesitaba más aire.
Corrí por los tejados de la ciudad, el horizonte de Yvain era precioso y todavía
estaba a oscuras en las tempranas horas de la madrugada. Necesitaba moverme,
sentir mis músculos estirándose y arder con dolor. Necesitaba concentrarme en eso
para no pensar en nada más. Para no pensar en nadie más. Para no pensar.
Pero no podía esquivar mis pensamientos para siempre. Cuando me vi forzada
a aminorar, llevando mi mano a mis costillas para aliviar la punzada que había
aparecido ahí, mis pensamientos aparecieron justo donde los había dejado.
Mantuve el equilibrio al borde de un tejado, mirando a un canal que se
arremolinaba vagamente por debajo con un bote amarrado al edificio, y un puente
de piedra que conectaba un lado del canal con el otro.
Abajo, un hombre se acercó al canal. Era pronto para que un plebeyo estuviera
fuera. Tal vez no le temiera a los fantasmas.
Se detuvo al borde del agua. Tenía algo en la mano. Una cosa de madera.
Parpadeé y miré más de cerca. Un alto sombrero cilíndrico descansaba sobre su
cabeza.
No era posible, y aun así este era el mismo hombre que había visto en Fabricio’s
con Val la noche del fuego. Estaba allí, en Yvain, por la noche.
Detrás de mí, algo crujió en el suelo del tejado. Me volví.
Dos hombres, ambos con trajes de cuero, sus máscaras ocultas en las sombras
de la chimenea junto a las que estaban.
Se miraron el uno al otro, luego se acercaron más. Sus máscaras quedaron a la
vista. Uno tenía remolinos y el otro, hojas de vid. Ambos patrones eran del color de
la sangre.
Los Da Via me habían encontrado.

179
Veintinueve
N
o reconocí sus máscaras personales. Rafeo habría hecho. Al instante
hubiera sabido quién estaba delante de mí. Pero había más de cincuenta
sesgadores Da Via y yo nunca habría sido capaz de memorizar cada
máscara. Estos eran probablemente los primos de Val enviados a buscarme. Tal vez
eran los únicos. O tal vez había más.
En realidad no importaba, a menos que saliera vencedora de esta lucha.
Tenía tres opciones: correr, ocultarme o pelear.
Ninguna tenía una alta probabilidad de éxito.
Hojas de Vid movió su peso de un pie al otro. El tiempo para la reflexión se
había terminado. Tendría que reaccionar ahora y esperar que fuera suficiente.
—No esperábamos que fuera tan fácil encontrarte —dijo Hojas de Vid. Era alto
y delgado y tenía una cuerda envuelta alrededor de los hombros y la cintura. La
cuerda tenía atada una pesada piedra en un extremo y en el otro tenía un nudo
corredizo—. Por supuesto, lo hiciste fácil corriendo por los tejados como una gata en
celo. 180
Me encogí de hombros, usando el movimiento para posicionar las manos más
cerca de la espada y la daga de mi mano izquierda. Había aprendido la lección, ya no
iba a ninguna parte sin armas.
Los sesgadores Da Via vieron la intención detrás de mi movimiento y se
tensaron.
—Sinceramente —dije—, el aire nocturno se sentía bien. No me preocupaba
atraer su atención. Ni siquiera cruzó por mi mente.
El de los remolinos cambió de postura y miró a Hojas de Vid antes de volver a
mirarme.
—Tú no eres Rafeo —dijo, su voz era más aguda que la de su compañero.
Mi capa había escondido mi forma. Incliné la cabeza.
—Muy astuto. ¿Quieres una medalla?
Me miraron y discutieron en voz baja detrás de las máscaras.
Barajé las posibilidades. Podrían estar planeando un ataque. Podrían estar
pensando en pedir refuerzos. Tal vez me dejen ir, ahora que sabían que no era Rafeo.
Hice una mueca detrás de la máscara. No había una maldita posibilidad que me
dejaran ir, sin importar quién llevara la máscara de Rafeo.
—Los Addamo nos señalaron Yvain, pero parece que nos han mentido —dijo
Hojas de Vid.
—Dudo que lo hicieran a propósito —contesté—. No parecen las alondras más
rápidas.
Remolinos llevó la mano a la empuñadura de la espada y reaccioné sacando la
mía y aflojando la muñeca para dar un rápido giro a la hoja. No dejaría que me
tomaran desprevenida
—¿Les dijeron la facilidad con que me ocupé de ellos? —pregunté—. ¿Les
dijeron cuántos muertos y heridos dejé atrás?
—No nos dijeron gran cosa, al parecer —dijo Hojas de Vid—. Y por eso me
pondré en camino para llevar un nuevo mensaje a la Familia. Pero no te preocupes,
Lea Saldana. Nik puede manejarte perfectamente bien.
Remolinos desenvainó la espada mientras Hojas de Vid se volvía y me daba la
espalda, confiando en la capacidad de su compañero para manejar las cosas.
No sabía nada acerca de este Nik Da Via. No sabía cuál era su habilidad. Podía
ser meticuloso o rápido. Arrogante o seguro de sí mismo.
Sin embargo, sí sabía que estaba poco descansada y adolorida por la pelea de
anoche y que no había comido nada en todo el día. No había mucho que dar, así que
tenía que ponerle fin a la lucha rápidamente. Si duraba más, aumentaría la
posibilidad de terminar muerta. Y no quería morir. Todavía no.
Nik corrió y todos los pensamientos desaparecieron mientras ajustaba mi
postura para defenderme.
Hizo una finta hacia la izquierda, pero no caí en la trampa. Giré hacia la
izquierda también y busqué su cuello con mi espada. Se tambaleó hacia atrás 181
perdiendo el equilibrio, y en el aire, me lanzó una patada y me giré hacia el costado.
De nuevo sobre sus pies, Nik corrió sin perder tiempo. Atacó con exagerados
golpes de espada, obligándome a pararlos o arriesgarme a perder la cabeza. Me
planté en el tejado, me había deslizado más cerca del borde y el canal me esperaba
abajo. Nik no podría seguir con estos ataques frenéticos. Se tragarían su energía.
Pero podría mantenerlos el tiempo suficiente para acabar con mis defensas. Cada
movimiento enviaba una ráfaga de dolor que atravesaba mis músculos. En poco
tiempo, Nik se daría cuenta que estaba lesionada y me presionaría aún más. Tenía
que hacer algo.
Se lanzó. Di un paso atrás. Por debajo, el barco del canal crujía contra sus
amarres.
Solté la daga de la mano izquierda y busqué una de las agujas escondidas en el
forro de la capa. Pinché una bolsa de mi cinturón. El tintineo de los cristales me dijo
que pinché la correcta.
Escondí la aguja ahora envenenada debajo de mi capa y esperé a que Nik hiciera
otro movimiento. Llegó casi inmediatamente. En lugar de deslizarme a la izquierda
o a la derecha como él esperaba, me agaché. Con un movimiento rápido clavé la aguja
en su muslo. Siseó bajo la máscara y se retiró, jalando la aguja para sacarla.
—¿Eso es lo mejor que tienes? —Tiró la aguja al suelo—. ¿Esto es todo lo que
tienes para ofrecer Lea Saldana?
—No —dije—. Pero esto sí.
Salté de la azotea, confiando en que el barco todavía estuviera en posición.
Aterricé. El barco se balanceó y el tobillo se torció con fuerza. Sentí una lanza
de dolor disparándose a través de mis huesos y pantorrilla.
Una sombra desde lo alto me dijo que Nik se había tragado el anzuelo y me
había seguido.
Cuando aterrizó, el barco se balanceó de nuevo pero Nik fue incapaz de
mantener el equilibrio, la pierna que había apuñalado se dobló. Gritó con sorpresa
cuando incliné el barco, como Les me había enseñado, y lo dejé caer en las oscuras
aguas del canal.
Corté la cuerda y puse el barco en movimiento, agradeciendo con una oración
silenciosa a los canales de Yvain. Y pensar que alguna vez los había odiado.
Abrí la bolsa de venenos y revisé cuál vial había destrozado. Piezas de vidrio
yacían en contra de los otros viales y el corcho grabado estaba en la parte superior
de los fragmentos. Bien. La aguja se había bañado en un veneno nervioso. La pierna
de Nik, y probablemente la mayor parte de su costado derecho, estarían paralizados
casi todo el día. Tendría suerte si no se ahogaba.
Mi barco se alejaba flotando y yo observaba las ondas en el agua para ver si Nik
emergería.
Su máscara salió a la superficie, luego las manos, chapoteaba luchando contra
los miembros entumecidos para llegar a la orilla.
—¡Te voy a matar! —gritó mientras me alejaba. Luchaba por salir del canal.
182
Finalmente logró llegar a la calle—. ¡Considérate muerta!
Di vuelta en una esquina. Su amenaza no representaba ningún miedo nuevo.
Los Da Via ya me querían matar.
El tobillo me latía adolorido, pero cuando lo apoyé con cuidado, me soportó.
No estaba roto, solo torcido. Por supuesto, en realidad no importaba. Los Da Via
estaban en Yvain, y sabían que yo estaba aquí.
Me había quedado sin tiempo.

Dirigí el barco lo más cerca de mi casa que pude, luego lo dejé flotar a la deriva.
Me tambaleé por la calle, el tobillo no tenía fuerza y me dolía. Sería un problema.
Tendría que envolverlo y evitar otra pelea hasta que se hubiera curado.
El sol estaba saliendo por el horizonte. Ir por los techos me habría ahorrado
tiempo, pero los Da Via podrían estar buscándome. Sin embargo, no estarían
vigilando los canales. Al igual que yo, asumían que los sesgadores no usaban los
canales de agua.
Un día más. Si hubiera tenido un día más antes que los Da Via aparecieran, me
habría ido de aquí. Podrían haber llegado hasta el corazón de Yvain y nunca me
hubieran encontrado.
Cojeé por el callejón que conectaba con mi escondite.
Ahora necesitaría un disfraz para salir de Yvain. Estarían vigilando las puertas
de la ciudad.
La túnica del hermano Faraday podría funcionar de nuevo. Tal vez. Tendría que
tener cuidado.
Di vuelta a la esquina.
Delante de mí estaba Lefevre con su uniforme y cuatro representantes de la ley.
—Bueno, bueno, Lea. Parece que te has metido en aprietos. —Sonrió y tocó la
empuñadura de su espada con el anillo del dedo meñique.
Mi primer instinto fue correr. Huir por el camino que acababa de llegar. Pero
el callejón terminaba en el canal y ya no tenía el bote.
Podría luchar contra ellos. Podría matarlos o inhabilitarlos.
Pero estaba agotada y herida. Lefevre y los otros llevaban espadas, y aunque
tenía la espada y el estilete, acababa de luchar y casi había perdido contra Nik.
—¿Qué quiere? —le pregunté a Lefevre—. Los Da Via ya saben dónde estoy. Ya
no hay más dinero.
La cara de Lefevre se oscureció con mi noticia.
Otro representante de la ley se movió.
—¿Honestamente creías que podrías venir a nuestra ciudad, cometer asesinato,
y dejar los cuerpos tendidos por ahí sin que nos diéramos cuenta o nos importara?
No entendían. Pensaban en mí como un asesino común. 183
—No maté a ese chico en el callejón. El oro fue un acto de bondad que hice por
él —dije—. Para concederle el favor de Safraella, para ganarle una rápida
resurrección. El único crimen que vi fue a un representante de la ley robando una
moneda santa de un cadáver porque la anhelaba más que la diosa.
—Hubo otros asesinatos —dijo el representante de la ley.
Tenía razón, por supuesto, hubo otros asesinatos. Los hombres de Lefevre.
—Ellos me atacaron.
La sonrisa de Lefevre se desvaneció y dejó caer la mano en la empuñadura de
su espada.
—Así que, ¿cómo quieres manejar esto?
No me quedaba nada.
—Iré sin hacer alboroto.
Lefevre frunció el ceño. Realmente había estado a la espera de una pelea.
Agarró mis muñecas y las ató detrás de mí, luego me quitó la máscara. No fue gentil.
Se inclinó para susurrar en mi oído.
—Tal vez pudiste escapar de mis hombres, pero no de mí. Parece como si la niña
no conociera las reglas de Yvain. Mis reglas. —Sus manos me rozaron la nuca y me
estremecí. Se rió entre dientes.
—Tóqueme así de nuevo —susurré—, y habrá mucho alboroto en lo que le haré.
No encontrará paz al final de su vida.
—¿Qué quieres decir? —gruñó.
—Soy una discípula de Safraella. No creo que le trate con misericordia.
—¿Es cierto? —preguntó uno de los representantes de la ley alejándose de mí.
—No escuchen sus cuentos. —Lefevre me agarró el brazo y me empujó hacia
adelante—. Sólo es una niña estúpida.
—Pero todos esos hombres que mató en el callejón…
Lefevre se rió.
—¿Realmente creyeron lo que esos sobrevivientes les dijeron? ¿Que lo hizo
sola? No. Tuvo ayuda. Un hombre, estoy seguro. Incluso los sobrevivientes dijeron
que había alguien con ella. Dudo que hiciera algo más que encogerse cobardemente
en un rincón.
Algunos de los representantes de la ley asintieron, pero la preocupación
mantuvo su distancia. Inteligente. Cuanto más hablaba Lefevre, más me arrepentía
de no haberle hundido mi estilete en el corazón cuando tuve la oportunidad.
Me empujó por la calle y el sol de la mañana nos deslumbró.

184
Treinta

L
efevre y los policías aprovecharon todas las oportunidades para
exhibirme a una multitud de personas mientras nos dirigíamos hacia el
oeste de la ciudad. La farsa no tenía ningún sentido real. La gente no me
conocía, ni a mí ni lo que había hecho. Todo lo que veían era una chica sucia y con
cojera que usaba ropa de cuero extraña. Pero Lefevre disfrutaba del espectáculo,
disfrutaba de cómo la gente lo miraba con respeto y un poco de miedo.
Un hombre como él nunca habría sido exitoso en Lovero. Alguien le habría
pagado para que fuera un sesgador. Tal vez por eso se había ido.
Cada vez que nos acercamos a otra multitud, miraba sus caras, buscando a los
que reconocía. Pero cada cara era extraña para mí, todos los ojos blandos, no
endurecidos por los principios de Safraella.
Lefevre me hizo marchar hacia un edificio de ladrillos, las ventanas no tenían
las fragantes flores que adornaban los otros edificios de la ciudad. En el interior,
hicimos una pausa para que me requisara. Encontró mi estilete y lo tiró en una caja
al lado de mi máscara, espada y capa. Otro representante de la ley llevaba la caja
hacia una pequeña habitación cerrada con llave. Marqué su ubicación en mi 185
memoria.
Lefevre me empujó a través de una puerta y alrededor de un rincón, hacia una
fila vacía de celdas con barras de hierro. Me metió en la última de la derecha, y luego
cerró la puerta, encerrándome. Me hizo señas para que me diera la vuelta, así que
eso hice, y soltó las ataduras en mis muñecas. Me froté la piel irritada.
—Yo que tú me pondría cómoda mientras puedas, Lea —dijo—. No te quedarás
aquí mucho tiempo. —Sonrió y golpeó las barras con los nudillos antes de dar la
vuelta y salir de las celdas.
Por la noche los guardias daban lo que llamaban “cena”: un trozo de pan duro,
queso que parecía a punto de tener moho, y un vaso de vino rebajado con agua.
Comí cada migaja. Olvídate de la piel crujiente de pato, el escamoso pescado, y
de la salsa de crema. Pan duro y queso mohoso eran mis nuevos alimentos favoritos.
Dejé el plato y pensé en mi situación.
Pensé en la manera que Lefevre me había sonreído, la sensación de sus manos
sobre mí. No podía dejarlo ganar. Pero me estaba adelantando. En primer lugar,
necesitaba salir de esta celda y del edificio.
En la pared, justo a la derecha de mi celda, había una pequeña ventana de casi
dos metros de altura. La mayoría de las personas tendrían dificultades para poder
pasar, si es que podían; pero yo era una sesgadora y no era muy grande. Sólo tenía
que abrir mi celda sin ningún tipo de armas o herramientas.
La ventana hizo un ruido. Me quedé inmóvil.
La ventana, con bisagras en la parte superior, se empujó y alguien entró,
primero la cabeza. Se agarró del alféizar y se volteó para poner los pies en el suelo.
Les.
Corrí a la parte delantera de la celda, con las manos alrededor de las barras
frías.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Miró alrededor de la habitación, entonces me dedicó su sonrisa torcida y se
acercó a los barrotes.
—¿Qué crees que estoy haciendo aquí, chica sesgadora? No puedes quedarte en
prisión pudriéndote.
Envolvió sus dedos alrededor de los míos, sosteniéndome en el lugar mientras
se acercaba, hasta que sólo nos separaban las barras.
Mi pulso se aceleró y mi piel se ruborizó. Dejé caer la mirada. Era demasiado
fácil para él, demasiado fácil hacerme sentir de esta manera. Podría ser siempre la
mejor sesgadora, pero él ejercía un poder diferente sobre mí.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le pregunté.
Me tocó los dedos con los suyos, y luego me soltó y se alejó, examinando las
celdas.
—Fui a buscarte. Gracias por guardar mis armas, por cierto. —Se acarició la
cadera, donde había atado su cortador contra su muslo—. Pero no estabas allí. Y 186
luego, por supuesto, todo el mundo en el mercado estaba hablando sobre la asesina
que los representantes de la ley habían detenido.
—No deberías estar aquí —le dije—. Deberías estar descansando. No puedo
creer que Marcello te dejó salir.
Les puso los ojos en blanco y se tocó el cráneo con los nudillos.
—Se necesita más que una pared de ladrillo para romperme la cabeza. Qué es
un bulto más en esta cabeza, ¿verdad? Y me escapé.
Se tomaba todo tan tranquilamente.
—Podrías haber muerto.
Su sonrisa se desvaneció ante el tono de mi voz, y dio un paso más cerca de las
barras de nuevo.
—No es tu culpa, kalla Lea.
—No me llames así. —Negué, mi cabello rozándome las mejillas.
—¿Cómo? ¿Kalla?
—Hermosa.
Exhaló, una sonrisa asomó sus labios.
―¿Lo has descubierto?
—Me lo dijiste cuando te lastimaste. No deberías ser tan bueno conmigo. No lo
merezco.
—Lea… —Suspiró y se sacó la capucha de la cabeza—. Desde el primer momento
que nos conocimos, cuando sostuviste una daga en mi garganta, me amenazaste y
me recordaste cuán poco sabía sobre ser un sesgador, he estado fascinado por ti.
Incluso antes de saber tu nombre, no podía dejar de pensar en ti. Y entonces, cuando
llegué a conocerte, la sensación sólo empeoró. No puedo sacarte de mi mente. Me
llenas.
—Les, no puedo volver a amar a alguien de nuevo. La última vez que lo hice,
perdí todo…
—No. —Agitó una mano—. No tienes derecho a desestimar lo que he dicho y
decirme que he cometido un error, dándome la ridícula razón que no lo mereces. No
puedes decidir eso por mí. ¡Dioses, Lea! —Levantó las manos en el aire—. ¡Me
vuelves loco!
Mi sangre se revolvió. No tenía derecho a estar enfadado conmigo.
—¿Yo te vuelvo loco? ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de lo que yo siento? Vengo aquí
con una misión, ¡y luego vienes tú y complicas todo! Míranos, ¡no podemos estar ni
siquiera cinco minutos sin pelear! Esto es de verdad lo último que necesito en este
momento.
—Entonces, ¿qué necesitas? —Me miró—. Porque te daré lo que quieras. Me
gustaría darte mi vida si me lo pidieras.
Me alejé. 187
—No. No digas eso, Les. Tengo tanta sangre en mis manos, no quiero sumar la
tuya.
Pasó la mano por los barrotes y agarró mis dedos, aunque traté de liberarme.
—Me parecen limpias. Tomas demasiada culpa. La muerte de tu Familia no es
tu culpa. Mi lesión no es culpa tuya. La manera en que vivo mi vida no es tu
responsabilidad. Matar a los Da Via tampoco tiene que ser tu responsabilidad.
Puedes liberarte, Lea.
—¿Liberarme? ¿Después de todo lo que he pasado?
—¡Por todo lo que has pasado! ¿No te parece que has sufrido lo suficiente?
Cualquiera fuera la deuda que sentías que tenías, ya ha sido pagada. Deja que los
dioses resuelvan el resto.
—Pero de eso se trata —dije en voz baja—. Soy las manos mortales de Safraella
en este mundo. Si no hago esto, nadie más lo hará.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra los barrotes, llevándose mis manos a sus
labios. Las besó, y todo en mi cuerpo se estremeció hasta que me sentí mareada,
hasta que me sentí como si nunca volvería a respirar otra vez.
—Entonces voy a ir contigo —dijo—. Y no puedes detenerme. Te seguiré, no
importa a donde vayas.
Quizás sí era así de fácil. Tal vez simplemente se reducía a aceptar su ayuda,
aceptarla de verdad, no decidir usarlo para mis propios fines. Aceptarlo. Si él podía
dejarme tomar mis propias decisiones respecto a mi vida, a ir contra los Da Via, aún
si eso me mataba, entonces tenía que dejarle hacer lo que deseaba. No tenía derecho
a detenerlo, tal como no tenía derecho a detenerme.
Asentí y apoyé la cabeza en las barras debajo de la suya, agarrando sus manos
fuertemente.
—Está bien.
Perdí toda la preocupación y el estrés. Lo que pasó, pasó. No tenía que cuidar a
Les. Simplemente tenía que tratar con los Da Via. Todo lo demás estaba fuera de mis
manos. Y sería bueno tener a alguien definitivamente de mi lado de nuevo. Con Les,
la soledad que me había atormentado desde el asesinato de mi Familia se fue, me
liberó, en el mismo aire de la noche.
Desde el pasillo de la puerta desbloqueada, un silbato que ya conocía hizo eco
contra las celdas de piedra.
—Es Lefevre —susurré—. ¡Tienes que irte!
—No te dejaré aquí.
—Entonces no lo hagas. Sólo escóndete afuera hasta que se haya ido. No planeo
quedarme, pero no tiene sentido que pelees contra él.
Parecía estar a punto de discutir.
—Les —susurré, moviendo las manos para que se fuera—. Si me vas a ayudar
con los Da Via, entonces vas a tener que confiar en mi experiencia. Empezando con
188
esto.
Frunció el ceño, pero asintió. Saltó, se agarró de la ventana y se fue, cerrándola
detrás de él cuando la puerta se abrió.
Corrí a mi cama y me acosté.
Lefevre se detuvo frente a mi celda y golpeó los barrotes.
—Lea. Parece que alguien vino a visitarte.
A visitarme. ¿Quién me iba visitaría? Me senté y miré fuera de mi celda.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, y no pude controlar el gemido que
escapó de mis labios.
Val.
Treinta y uno

L
levaba sus botas favoritas de cuero gris y chaleco a juego. La camisa y el
pantalón eran de color azul marino con accesorios dorados. Su sonrisa,
cuando me vio, rivalizó con los diamantes que brillaban en sus oídos.
—Lea. —Respiró. Su voz me hizo temblar—. Lo sabía.
Se me había olvidado lo hermoso que era Val. Me había olvidado de la riqueza
de su colonia y la emoción que corría a través de mí cuando sus ojos llegaban a los
míos.
Pero no había olvidado a mi Familia. Y no había olvidado a Rafeo, muerto en el
túnel.
Le di la espalda y me senté en mi cama. Me temblaban las manos. Las entrelacé.
¿Por qué estaba aquí? ¿Y por qué mi traidor corazón brincaba cuando recordaba su
baja risa gutural y la sensación de sus labios sobre los míos? No podía haber dejado
lugar en mi corazón para Val. No, sólo no podía. No después de todo.
Val hizo un gesto para que Lefevre abriera mi celda y lo dejara entrar. Lefevre
cumplió, bloqueándola de nuevo antes de dejarnos solos. 189
—Te cortaste el cabello. —Val examinó mi rostro—. Se ve bien.
—No estaba destinada a verse bien —le espeté para ocultar el temblor en mi
voz—. Se suponía que debía recordarme que nunca sería la misma. —Las lágrimas
brotaron de mis ojos. Me froté el rostro, tratando de ocultarlas de Val.
No quería que me viera así. No quería que pensara que tenía algún efecto en
mí, a pesar que casi lo podía probar en el aire, sentir sus manos sobre mi piel de
nuevo.
—¿Por qué estás aquí?
—Vine a buscarte. Bueno, a Rafeo, en realidad. Yo y algunos otros. Pero
entonces me di cuenta de la flor en el monasterio, la que había dejado para que la
encontraras más tarde, y yo... tuve la esperanza que significara que eras tú quien
había sobrevivido. Que los Addamo habían conseguido hacerlo mal. ¿Recibiste mi
carta? Te envié una carta. Probablemente no la recibiste.
Nunca lo había oído balbucear así antes. Tomó aire y se compuso.
—Y entonces oí lo de la chica Loveran que había sido arrestada por asesinato, y
supe que tenía razón. Que eras a quien estábamos siguiendo.
—Por lo tanto, ¿pensaste que vendrías aquí y hablaríamos o nos besaríamos o
lo haríamos o algo así? —Miré mis piernas, mis pies, mis manos. Cualquier lugar
excepto a él. Por favor, por favor, simplemente desaparece...
Se apoyó en los barrotes. Sus hombros se hundieron.
—¿Qué quieres de mí, Lea?
¿Querer de él? Ya tenía la llave para la casa de los Da Via. Sabía cuáles podrían
ser los dos lugares de la entrada. Tenía una bomba incendiaria.
Tenía a Les.
Val no tenía nada que necesitara.
—No quiero volver a verte.
—¿Después de todo lo que pasamos?
Lo miré. Esta vez pude mantener su mirada sin apartar la mía.
—Tu Familia mató a mi Familia. ¡Intentaron matarme!
Levantó las manos, con las palmas hacia arriba.
—Lea…
—Tomaste mi llave —interrumpí—. ¿Esa es la que utilizaste para entrar en
nuestra casa? ¿La llave que me robaste bajo la apariencia de nuestro juego?
No respondió, pero pude leer la verdad en sus ojos, en las arrugas de su ceño
fruncido. Gruñí. Me había utilizado. Lo había amado y él me había destruido.
—¿Cuánto tiempo supo tu Familia acerca de nosotros? ¿Desde el principio?
¿Alguna vez incluso fue un secreto?
—¡Por supuesto que lo era! Pero se enteraron. Una semana o así antes... antes
de eso. Era hacer lo que decían, Lea, o morir. Demostrar que soy un Da Via de una 190
vez por todas. Así que hice lo que me dijeron.
Dejé de temblar. Me gustaría ser una estatua. No dejar que me afectara más.
—¿Estuviste allí esa noche? ¿Peleaste contra mi padre o hermanos en el humo
negro?
—¡No! ¡No estuve allí!
Nunca volvería a confiar en él.
—Solo supe del plan completo unas horas antes —dijo—. Y cuando eso sucedió...
—Se rascó la parte superior de su cuero cabelludo, desordenando su cabello
cuidadosamente peinado—. Te pedí que no fueras a casa, Lea. —Apoyó la cabeza
contra los barrotes mientras estudiaba el techo—. Te pedí que vinieras conmigo, pero
te negaste. Quería salvarte. Mantenerte a salvo.
Mi sangre se volvió plata fría en mis venas.
—Podrías habérmelo dicho —susurré—. Podría haberles advertido, salvarlos...
Él negó.
—No podía traicionar a mi Familia. Era una prueba. Si te hubiera dicho la
verdad, habrían tenido mi corazón. Estella no deja traidores en la Familia Da Via.
—Había otras opciones, Val —me burlé—. Podría haber otros planes. Pero
optaste por guárdatelo para ti mismo en lugar de salvarme a mí y a mi Familia. Y
ahora vienes aquí ¿y esperas que esté feliz de verte? No quiero volver a verte de
nuevo.
—No digas eso. —Su voz surgió callada y pequeña.
—Me gustaría que estuvieras muerto y desaparecido de mi vida.
—No tiene por qué ser así. Vine aquí para ofrecerte garantía. Te llevaré a casa
conmigo.
Volver a Lovero, donde los faroles iluminaban la noche y el aire del mar sabía
a sal y a salmuera.
Pero la casa era de la familia, y Ravenna era el lugar donde había muerto mi
Familia. No eran solo fantasmas enojados persiguiendo la noche.
—Tu Familia no me aceptará —le dije.
—Pensaron que eras Rafeo.
Ah. Me dejarían entrar, no porque de alguna manera valiera más que Rafeo,
sino porque mi vida tenía más valor. No. Pensaban que sería más fácil controlar a
Rafeo. Pensaban que me podían manipular con Val, como habían hecho antes con la
llave. Estaban equivocados.
—Rafeo está muerto. Se desangró en mis brazos, y te tengo a ti y a tu Familia
para culpar de eso. No iré contigo, Val. Nunca. Voy a matar a tu Familia, y si valoras
tu propia vida, huye ahora mientras puedas.
Me miró.
—¡Mírate! ¡Yvain te colgará de una soga como si no fueras nada más que un 191
asesino común! ¿Eso es lo que quieres?
Me encogí de hombros.
—No podría soportar verte el resto de mi vida y recordar cómo se sintió la cálida
sangre de Rafeo mientras llenaba mis manos.
Y me di cuenta que era verdad. Sí, Val era precioso, y una vez en un momento
había pensado que lo amaba, pero ahora todo me parecía que era sólo un eco de esa
vieja Lea, la que había muerto con su Familia en el fuego. Val no me hacía sentir
segura. Val no me hacía sentir caliente. Y solo se había ayudado a sí mismo.
Golpeó los barrotes con los puños. La frustración salió como una nube de
moscas negras.
—¿Por qué viniste aquí, Lea? ¡No estarías en este lío si te hubieras quedado en
Lovero!
—¿Y qué había allí para mí? —grité—. ¿Tu Familia, cazándome como una rata?
¿Los Addamo, tratando de tener un pedazo del premio? ¡En Lovero, me sentía como
una huérfana!
Se me quedó mirando, su ira volviendo sus ojos color avellana negros. Entonces
su cólera desapareció.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué estás mirando?
Se volvió y golpeó la puerta de la celda.
—¡Oficial!
—¿Qué pasa? —Me puse de pie y agarré su hombro. Algo había cambiado. Hace
dos segundos prácticamente me estaba pidiendo que lo perdonara, que me fuera con
él a Lovero, y ahora estaba en una carrera por salir—. ¡Val!
Lefevre fue por el pasillo, llaves en mano. Val me enfrentó de nuevo, tomando
mis manos entre las suyas. Una guerra de emociones pasó en su rostro.
—No puedo ayudarte Lea, no a menos que quieras que lo haga. Me gustaría que
me creyeras cuando digo que te amo y te extraño y deseo más que nada que las cosas
no hubieran sucedido como lo hizo y que volvieras a casa conmigo. Pero no puedo
cambiar el pasado, y no puedo pedir tu perdón, porque no estoy seguro que me
perdono a mí mismo.
Lefevre abrió la celda, y Val salió.
—Adiós, Lea. Vendré si me necesitas.
Se dirigió por el pasillo, sus botas haciendo clic bruscamente en el suelo de
piedra.
Lefevre se enfrentó a mí y sonrió.
—¿Pelea de amantes?
—No. —Me senté en la cama. No había amor entre nosotros ya.
Una vez que Val se fue, reflexioné sobre todo lo que había dicho. Mi Familia
estaba muerta. Su Familia los mató. No había reconciliación posible. Nunca podría
ser. 192
Lefevre se rió desde afuera de mi celda. No le hice caso. Pero Val había tenido
razón. Dos oficiales muy pronto llegarían para ayudar a Lefevre a acompañarme a
donde quiera que fuéramos.
—¿Alguna vez viste una horca antes, chica? —se burló Lefevre mientras cerraba
mis muñecas detrás de mí en un par de grilletes. Me empujó fuera de mi celda.
—No —le contesté—. En Lovero confiamos en el acero o el veneno para hacer
nuestro trabajo de muerte. La cuerda es para los marineros y para el mar.
Uno de los oficiales se rió. Continuamos la marcha.
Fuera, el sol rozaba el horizonte. Se pondría pronto y entonces los fantasmas se
elevarían a buscar organismos que pudieran robar.
—Queríamos terminar contigo tan pronto como fuera posible —dijo Lefevre—.
Eras más amenaza para la buena gente de Yvain que los fantasmas.
Mi labio se curvó.
—Solo mato personas que se lo merecen.
Me dieron otra vuelta a una esquina, y allí, en el centro de un cuadrado vacío,
había una gran plataforma de madera elevada sobre pilotes. Por encima de ella se
elevaba una viga con una soga colgando.
Mi corazón latió más rápido. Val tenía razón en una cosa: esta no era la muerte
para mí. ¡Era discípula de Safraella! A punto de ser colgada.
Lefevre me empujó hacia adelante. Él y sus hombres se rieron cuando me paré,
pero me quedé de pie.
Llegamos a las escaleras, y me detuve. Mis piernas no se movían, mi cuerpo no
respondía. No podía caminar por esas escaleras.
Los dos oficiales me agarraron por los brazos y me llevaron a la plataforma.
Debo haber parecido una niña para ellos, fácil de manejar. Si moría aquí, entonces
nadie podría vengar a mi Familia.
Tenía que hacer algo. ¡Necesitaba salvarme!
Tiré mis brazos hacia adelante, tratando de liberarme de los oficiales, pero
apretaron sus dedos profundamente en mi carne. Me arrastraron a la soga mientras
luchaba y daba una patada y trataba de morderme para liberarme de ellos. ¡No me
iría en silencio!
Llegamos a la soga, y Lefevre la sacudió por encima de mi cabeza. Levanté mi
pie hacia ella, tratando de atrapar su tobillo. No lo logré.
Otro oficial deslizó una capucha sobre mi cabeza. La arpillera húmeda
presionada contra mi cara.
—Se va a ir rápido —dijo entre dientes el oficial, apretando mi soga—. Un
movimiento rápido y habrá terminado.
Cada respiración tiraba de la arpillera través de mis labios, pero no podía frenar
mi respiración, no podía calmar la carrera de mi corazón. Esto era todo. El final.
Un corre-corre en mis oídos con el sonido de mi sangre. Después, el grito de un
hombre. Un gruñido y un golpe fuerte. Un grito y el olor a humo estallaron alrededor,
193
incluso a través de la arpillera que cubría mi cabeza.
Alguien chocó contra mí. Me tambaleé. La soga se tensó contra mi cuello,
ahogándome. Después, algo crujió, luego golpeó.
Caí al suelo.
No caí. En cambio, mis costillas se estrellaron contra el borde de la trampilla,
interrumpiendo mi caída y salvándome de una fractura en el cuello. El dolor estalló
en mi pecho ya magullado y desapareció de nuevo mientras la soga alrededor de mi
cuello se apretaba.
Mi garganta se cerró, la cuerda apretó mi cuello como una serpiente aplastando
a una rata. Mis ojos se hincharon mientras me balanceaba de ida y vuelta.
Di patadas violentamente, tratando de encontrar algo donde descansar, para
detener la asfixia, para liberarme.
Algo más arriba se rompió. Caí, estrellándome contra el suelo en un montón
doloroso. Mi tobillo malo se retorció, y el saco de arpillera voló de mi cabeza a la
tierra en el polvo a mis pies.
Respiré profundo, tosiendo en el aire que se precipitó en mi garganta herida.
Las lágrimas corrían por mi cara, la sal alcanzó mis labios. Negro humo llenaba el
aire, un olor acre que podría provenir de una sola fuente: una bomba de humo. Me
puse de pie. Mis costillas y tobillo gritaron por el movimiento. Por encima, el oficial
que me había mostrado un toque de bondad yacía muerto, con el cuerpo sobre la
trampilla, con la garganta goteando sangre. Órdenes eran gritadas desde Lefevre
corriendo alrededor, pero no lo podía ver a través del espeso humo.
Un nudo se apoyó en mi pecho, su extremo deshilachado en un corte. Alguien
me había salvado.
Les.
Tropecé de la horca, tosiendo con cada paso, mi visión borrosa. Tenía que salir
de aquí antes que llegaran más oficiales. Ya habían tratado de colgarme una vez.
—¡Lea Saldana! —gritó Lefevre a causa del humo. Debe de haber estado
buscándome—. ¡Te encontraré!
Me deslicé por una estrecha calle lateral, el humo disminuía cuanto más dejaba
la plaza. La pequeña calle estaba casi tan oscura como la noche contra el sol poniente.
Los fantasmas saldrían muy pronto, y herida y atada como estaba sería presa fácil.
Me tropecé, caí contra una pared con el hombro. Grité por el dolor de mis costillas.
Al menos una tenía que estar rota.
Ante mí se extendía un canal, sus aguas oscuras y en silencio. Ahogué un
sollozo. No podía volver. El canal podría mantenerme a salvo de los fantasmas, pero
no podía nadar con mis brazos atados. Me incliné sobre el agua, en busca de un
camino para atravesar. A la izquierda un puente cruzaba el canal. El edificio junto a
mí tenía una pequeña saliente que pasaba por encima del canal a lo largo del edificio,
lo que llevaba debajo del puente.
Me deslicé sobre la repisa de piedra, apretándome contra la pared del edificio. 194
Las manos atadas me balanceaban, y oscilaban a cada paso. Si caía al canal, me
ahogaría.
Finalmente, llegué al puente y me deslicé por debajo de una zona oculta de
sombras. Me senté en el empedrado y calmé mi respiración.
Nunca había estado tan cerca de la muerte antes. No quería repetir la
experiencia. Nunca.
Moví un poco mis brazos debajo de mis piernas hasta que quedaron atadas
frente a mí. Ganchos de metal rodeaban mis muñecas. No podría quitármelos sin
ayuda, pero al menos ahora podía caer al agua y aferrarme a la cornisa si lo
necesitaba.
Jalé de la soga de mi cuello y la tiré al canal. Se hundió lentamente en la oscura
agua. Me apoyé en la base curvada del puente y cerré los ojos. Necesitaba descansar
un momento, después averiguar qué hacer.
Pasos en el puente. Me puse rígida. Era demasiado tarde para un plebeyo.
Podría haber sido una prostituta, pero lo más probable es que fuera un oficial, en
busca de la presa que había matado a sus hermanos y escapado.
Los pasos llegaron a la parte inferior del puente y se detuvieron. Me podía
imaginar a Lefevre buscando en las calles oscuras. Los pasos se dirigieron por el lado
del puente. Me puse de rodillas, observando, esperando.
Apareció una bota. Me puse de pie, inclinada sobre el estrecho espacio.
Una cara se asomó debajo del puente.
—¿Lea? —Un susurro.
Les me había encontrado.

195
Treinta y dos

—L
es. —Su nombre se me escapó con un suspiro de alivio. Me apoyé
en el puente y me deslicé al suelo.
Se agachó doblando sus largas piernas para encorvarse.
—Siento llegar tarde —dijo—. Pensé que podrías querer éstas. —Me dio mis
armas y la capa—. Y esto. —Sacó mi máscara de debajo de su capa y me la entregó.
—¿Cómo los conseguiste?
Él sonrió.
—Digamos que estoy demasiado familiarizado con la delegación de policía. Y la
mayoría de los agentes estaban contigo.
Les me había traído la máscara, sabía que me haría más fuerte. Hace un
momento estaba al borde del pánico. Ahora todo se veía mejor.
Se sentó frente a mí.
—No sabía que la ley se moviera tan rápido.
—Creo que estaban preocupados que me escapara. 196
—Hablaste un rato con tu visitante.
Imaginé a Les escuchándonos a Val y a mí y mi estómago se hundió. No era
como si hubiéramos dicho nada secreto, pero Val me había provocado muchas
emociones, cosas que pensaba que ya no sentía.
—¿Nos oíste?
Negó.
—Sólo esperé a que se fuera. Tenía prisa. Echó a correr tan pronto como salió.
¿Miedo a los fantasmas?
Fruncí las cejas.
—Es poco probable.
—De todos modos —dijo buscando en la bolsa de su capa y sacando una
pequeña bolsa enroscada—. ¡Mira lo que tengo!
Ganzúas. El alivio me inundó y me acerqué más.
—¿Sabes cómo usarlas?
Les jaló mis manos hasta su regazo. Insertó el pico en la cerradura de los
grilletes.
—Fue la primera habilidad que aprendí. Tu tío pensó que no me dañaría con
las ganzúas por accidente.
Sonrió y algo de la preocupación por Val desapareció. Les tenía una forma de
ser que hacía fácil pasar por alto los lados oscuros de la vida, a pesar que sus manos
estaban tan rojas como las de cualquier sesgador. Empezó a tararear mientras
trabajaba en los grilletes.
Eran tan diferentes, Val y Les. Val era arrogante y creía que todo el mundo
estaba por debajo de él. Les era amable con la gente, incluso con aquellos que
trataban de alejarlo. A Val le costaba mucho ser como era, incluyendo su imagen y
sus modales. Les no lo intentaba en absoluto. Su naturaleza se expresaba de forma
tan natural que mi corazón tartamudeaba y se me cortaba el aliento.
Había pensado que amaba a Val. Pero tal vez ese amor había sido construido
sobre el prestigio de su linaje, su talento y su riqueza. Les no tenía ninguna de esas
cosas y, sin embargo, su sola presencia me hacía sentir segura.
Me miró.
—¿Por qué estás sonriendo?
Mis ojos se abrieron.
—Por nada.
—Hmm. —Torció la muñeca y los grilletes se abrieron y cayeron—. Ya eres libre.
Tomó mis muñecas con sus manos callosas y frotó la sensación que quedaba.
Se inclinó para susurrarme al oído.
—Esta fue mi primera fuga de la cárcel. Creo que eres una mala influencia para
mí, señorita Oleander Saldana. —Estábamos tan cerca que casi podía oír los latidos
de su corazón. Sus dedos se deslizaban por mis muñecas y las acarició con los
197
pulgares. Lo miré.
Me estudió. Todo rastro de humor había desaparecido. Sus labios cayeron sobre
los míos y me apretó las manos. Y yo le devolví el apretón. A estas alturas todo lo
demás había dejado de importar. Sólo existía Les, la forma en que su barba raspaba
mi piel y cómo sus labios se extendieron en una sonrisa sobre los míos hasta que se
rió y se apartó.
—Esta ha sido una excelente fuga de cárcel.
Me tendió la mano. La tomé, y se levantó impulsándome con él. Mis costillas
protestaron y siseé.
—Estás herida. —La preocupación pasó por sus ojos.
—Las costillas. Y el tobillo. Aterricé mal sobre ambos. Pero estaré bien si vamos
con calma. —Por supuesto que no podía tomar nada con calma si mis enemigos
estaban buscándome—. Vamos. Tenemos mucho que hacer antes que nos
enfrentemos a los Da Via.
Salí de debajo del puente. Les me siguió y huimos de la zona en dirección a la
ciudad.
Cuando logramos alejarnos suficiente de Lefevre y la horca, subimos a los
tejados. Les tuvo que ayudarme. Mientras lo hacíamos, me faltaba el aliento y tenía
mucho dolor. Cuando finalmente llegamos al tejado, me subí la máscara a la frente y
lo atraje hacia mí para darle otro beso. No quería dejar de besarlo, no quería dejarlo
ir.
Nos separamos para respirar. Me apartó un mechón de cabello para
acomodarlo detrás de la oreja.
—Deberíamos haberlo hecho hace mucho tiempo.
—Probablemente. Sólo tenía que resolver algunas cosas.
—¿Lo hiciste? —preguntó.
Negué.
—Realmente no.
Se echó a reír y se puso a organizar las armas. Me entregó otro estilete para mi
bota.
—¿Quién era tu visitante?
Lo miré mientras rebuscaba en mis bolsas. Suspiré.
—Val.
—Val. ¿Ese Val?
Asentí.
Resopló.
—Eso debe haber sido... interesante. ¿Qué quería?
—¿Realmente? Pensó que todavía podríamos estar juntos. 198
Les me miró un momento y regresó a la clasificación de las armas.
—¿De verdad cree que estás tan enamorada de él que podrías pasar por alto el
asesinato de tu Familia?
—Creo que quiso decir lo que dijo. Que estaba atrapado entre su Familia y yo, y
tuvo que tomar una decisión rápida. Estaba muy enfadada con él pero, ¿fue justo? Si
nuestras posiciones hubieran estado al revés, ¿lo habría elegido por encima de mi
Familia?
—Pero ¿cuáles eran sus planes? ¿Que volvieras con él y vivieras en ese nido de
víboras olvidando simplemente lo que hicieron?
Me encogí de hombros.
—No creo que tuviera mucho tiempo para pensar. Hasta ayer pensaba que
estaba muerta.
—¿Ayer?
—Me topé con un par de Da Via.
Les dejó lo que estaba haciendo y se quedó mirándome.
—¿Así que hay otros sesgadores de Lovera merodeando por la ciudad? Se acabó.
Vas a venir a casa esta noche hasta que sea seguro partir mañana por la mañana.
Negué con firmeza.
—No. Marcello no lo permitirá. Tenemos un acuerdo…
Entrecerró los ojos.
—¿Por qué no sé nada de eso?
Podría mentir, pero probablemente le sacaría la verdad a Marcello.
—No lo sabías porque fue cuando estabas herido.
—¿Y? —Hizo un gesto para que continuara.
—Y le prometí que dejaría de entrenarte, que te dejaría en paz.
—¿Qué? —Se puso de pie.
—Les... —Me froté la mejilla—. Estaba preocupado por ti. Y yo también. Él
simplemente... No quería verte herido. Más herido.
Después de un momento se calmó.
—Sé que estabas tratando de cuidarme, pero no necesito que lo hagas.
—En ese momento parecía la única forma.
—¿La única forma de qué? —Se sentó de nuevo.
Saqué la llave que Marcello me dio antes de esconderla con mis armas.
—Para obtener la ubicación de la casa de la Familia Da Via. Me lo dijo hasta que
prometí que te dejaría tranquilo.
Les me observó hasta que empecé a retorcerme bajo su escrutinio. Finalmente
exhaló. 199
—Todavía podemos seguir tu plan. Que los Da Via estén aquí no significa que
no podamos destruir su casa. De hecho, podría ser más fácil con algunos aquí.
Hice una pausa. Val estaba aquí. Nik y Hojas de Vid también. Sabía cómo
peleaban Nik y Val. Eran formidables. Presumiblemente, Hojas de Vid también lo
era. Tres sesgadores competentes sin defender su casa. Pero ambos, Hojas de Vid y
Val se habían ido a toda prisa. Supuse que Hojas de Vid había corrido a decirle a
alguien que yo no era Rafeo. ¿Pero qué había apurado a Val?
—¿Lea? —preguntó Les, pero lo callé. Me había perdido algo, algo importante.
Val se había ido demasiado rápido cuando había venido a rescatarme. Algo se había
vuelto más importante que yo.
Su Familia, obviamente. Había dejado claro que elegiría a su Familia por
encima de mí. Pero, ¿qué cambió exactamente? Repasé nuestra conversación.
Estaba enojado por el cargo de asesinato, enojado que me hubiera ido de
Lovero...
Jadeé y apreté el brazo de Les.
—Lea, ¿qué pasa?
—Lo saben. —Mis piernas se volvieron pesadas y cerré los ojos—. Los Da Via
saben de Marcello. Saben que está escondido en la ciudad. Y lo encontrarán.
Treinta y tres

M
arcello había estado escondido por años, y yo había llevado a los Da
Via hasta él.
Ante mis palabras, solo mi presión sobre la muñeca de Les lo
detuvo de correr a casa.
—¿Qué estás haciendo? —Se puso la capucha sobre la cabeza—. ¡Tenemos que
irnos! ¡Ellos ya podrían tenerlo!
—No. Tenemos que ser listos —le dije jalándolo por la muñeca. Me frunció el
ceño—. No sé cuántos Da Via hay aquí. Al menos tres. Tal vez sean diez. Pueden
cubrir más territorio que nosotros. Si arrancamos sin pensar, podríamos correr hacia
ellos. Y si son muchos, no ganaríamos la pelea. Nos matarían y se tomarían su tiempo
para buscar a Marcello. Saben que es un Saldana y que preferimos los túneles.
Les se frotó el cuello, pero asintió.
Lo solté.
—Tenemos que ser cuidadosos para que no nos encuentren. Y tenemos que
trasladar a Marcello fuera de la ciudad. 200
Negó.
—No le gustará.
—No tendrá opción, no a menos que quiera saludar a Safraella.
—¿Lo matarían? —preguntó Les.
—Sí. Tal vez. O tal vez lo llevarán a casa. Marcello me dijo que los Da Via
mataron a mi Familia por él, por toda esa historia entre él y su Familia. Estoy segura
que hay algo de verdad en eso, pero no puede ser toda la historia. No, hay algo más
que fue la puñalada final.
—¿Entonces no sabes, en realidad, lo que le harán?
—Ah, lo matarán. De lo que no estoy segura es si lo llevarán primero a Lovero.
—No podemos dejar que lo encuentren. —La preocupación se derramaba de su
voz como la niebla sobre los canales.
—No lo permitiremos —le aseguré—. Usaremos nuestro conocimiento de la
ciudad. Iremos por los canales. No esperarán que hagamos eso.
Nos forramos con todas las armas que pudimos cargar y caminamos hacia el
bote que estaba a un par de callejones.
Les navegó hacia el norte y yo mantenía los ojos atentos a los tejados.
Probablemente íbamos delante de los Da Via, pero me negaba a confiar en mi suerte.
Mejor asumir que ya estaban recorriendo la ciudad, buscando a Marcello.
Yvain estaba en silencio. Era luna nueva y los puntos brillantes de las estrellas
llenaban el cielo oscuro. Ni vi fantasmas ni Da Via mientras navegábamos en
silencio. Incluso si llegábamos sin ser molestados, todavía tendríamos que escapar
de algún modo de Yvain. Ahora que los Da Via sabían que Marcello estaba aquí,
enviarían refuerzos y vigilarían la ciudad día y noche. Pero tal vez esto podría
funcionar como una ventaja. Si Les y yo podíamos escapar a Lovero, tal vez
tendríamos mayor oportunidad de destruir el hogar de su Familia. Y si teníamos
éxito, entonces Marcello no tendría que preocuparse más por los Da Via. Al menos
por la mayoría.
Les atracó y nos bajamos, dirigiéndonos a la entrada del túnel. Habíamos
llegado a salvo. Me permití respirar aliviada. Safraella había estado cuidándonos.
Giramos en la esquina del oscuro y vacío callejón. Apestaba, un olor acre a
humo. Me detuve.
—¿Hueles eso?
Él olisqueó.
—Huele a humo.
Algo sobre ese humo… Lo había olido en algún lado.
Olí mis pieles y encontré el mismo aroma. La horca. Las bombas de humo
cuando Les me había rescatado. 201
—¿Dónde conseguiste las bombas de humo? —pregunté.
—¿Qué?
—Cuando me rescataste en la horca. ¿Dónde conseguiste esas bombas de
humo? Las tuyas no olían así.
Les se detuvo y me miró.
—Lea, yo no te rescaté.
Desde arriba, alguien saltó al callejón. Saqué la espada inmediatamente y tuve
la daga lista en mi otra mano. Otra figura bajó del techo para pararse al lado de la
primera. Nik y Hojas de Vid empuñando el mazo de la porra, con la soga atada
alrededor del hombro y la cintura.
A mi lado, Les hizo girar su puñal preparado para pelear. No serían solo dos.
Me di vuelta. Cuatro Da Via estaban en la entrada del callejón, rodeándonos. El Da
Via de la derecha llevaba una máscara con cuadros rojos. Val.
Les y yo nos plantamos espalda con espalda con las armas listas. Pude sentir la
tensión de su cuerpo contra el mío. Sus músculos estaban tensos como la cuerda de
un violín.
Un hombre se acercó por detrás de Val y se detuvo a su lado, su sombrero
cilíndrico y su bastón de madera llamaron mi atención. Seguro que Val le pagó.
Estaba con los Da Via.
—Descuidado trabajo, Lea —dijo Val dando un paso al frente. Pude oler el humo
de la horca pegado a sus ropas de piel. En su voz no había ironía o sarcasmo, solo
una furia controlada—. Pensaste que nos habías vencido, pero no somos ningún
Addamo. Somos Da Via.
—Tú me salvaste de la horca. —Miré sobre mi hombro. Nik y Hojas de Vid
habían sacado las espadas, pero no se habían acercado.
—No iba a permitir que te colgaran. Y supuse que nos llevarías directamente a
Marcello.
Tenía que ganar alguna ventaja. Si no, Les y yo estaríamos muertos.
—No sé de qué estás hablando.
—Dios, Lea, ¡cállate! —gritó Val. Me estremecí contra la espalda de Les. Se
movió, pero siguió vigilando a Nik y a Hojas de Vid.
Lo había llevado al límite. Debía mantenerlo ahí.
—¿Quién es tu perro faldero? —Apunté hacia el hombre con el sombrero.
—Un amigo de la Familia —dijo Val—. No te preocupes por él.
—Estaba en Fabricio’s la noche del incendio. —Y justo ahí, supe en qué
restaurante estaba la entrada de la casa.
Val se encogió de hombros.
—Siempre está por ahí. Nos ayuda con algunas cosas. Eso es todo lo que
necesitas saber.
—¿Él es la razón por la estás aquí? –pregunté.
202
—No. Sabemos que Marcello Saldana está aquí —dijo Val—. Es la única razón
por la huiste de Rennes. La única razón por la que estar en Yvain ya no te hace sentir
como una huérfana. Después de todos estos años de buscarlo, lo único que teníamos
que hacer era seguirte.
—¿Y pensaste que lo llevarías a la lunática que dirige a tu familia, esperando
que se arrodillara ante ella y le pidiera perdón?
—Eso me importa una mierda. Sólo hago lo que me dicen.
Me reí.
—Sí, eso ha quedado claro desde la noche del incendio.
Val sacó la espada de su funda. El metal sonó limpiamente en la oscura noche.
Los Da Via a su lado siguieron su ejemplo.
—Bien entonces. Si esta es la forma en que lo quieres, no hay nadie a quién
culpar, solo a ti.
Apreté la espada en la mano. Les se movió contra mí cuando se preparó para
defenderse contra Nik y Hojas de Vid. Estaba en desventaja, pero ahora no podía
pensar en eso. Solo podría ayudarlo si sobrevivía.
Val se lanzó. Los otros sesgadores me rodearon. Alcé mi espada para
defenderme, pero se desvió a la izquierda y dejó al otro sesgador conmigo. Era un
movimiento inesperado. A Val siempre le había gustado estar en el centro de la pelea.
Había cambiado.
Apenas tuve tiempo de cambiar la postura. Mi espada bloqueó el ataque del Da
Via de diamantes rojos. Nuestras espadas resonaron al encontrarse. El eco rebotó en
las paredes de ladrillo del callejón. Mis costillas rugieron de dolor. La mano de la
espada se debilitó. Giré para protegerme del otro Da Via con manchas rojas en la
máscara como salpicaduras de sangre.
Él también hizo su finta. De pronto, la bota de alguien conectó con el costado
de mi rodilla. Solo mi postura fuera de balance, me salvó de una articulación rota.
Tropecé, apenas arreglándomelas para estar de pie. La rodilla me dolía por el golpe
y las costillas prácticamente me hacían encogerme. No podía pelear así. No si quería
vivir.
Les repelía los golpes de Nik. Hojas de Vid se deslizó sigilosamente a su espalda
aprovechando su distracción.
Saqué un cuchillo con un movimiento suave, rápido, limpio… y lancé la hoja
hacia Hojas de Vid como Les me enseñó.
La daga se balanceó en el aire y lo golpeó entre los omoplatos con la
empuñadura por delante. Doloroso, pero no fatal.
Nik Da Via gritó. Les lo había herido en el brazo.
Val lo miró sobre el hombro y cambió de lugar con Nik, quien se giró para
enfrentarme. Corrí detrás de Val pero los otros tres me cerraron el paso. Tenía que
pasar a través de ellos si quería interponerme entre Val y Les. Teníamos que salir de 203
aquí.
Saqué tres bombas de humo. Los Da Via no eran los únicos que sabían cómo
usarlas.
Las tiré debajo de sus piernas y explotaron, el humo gris inundó el callejón.
—¡Les! —Me alejé del humo y de la tos de los Da Via—. ¡Les!
Una sombra corrió hacia mí. Levanté mi espada.
Les salió del humo. Agarró mi mano y me arrastró con él. Jadeé del dolor.
Pasamos al lado del hombre con el sombrero cilíndrico. Gritó a los Da Via, pero
Les y yo dimos vuelta en la esquina.
No podía seguir el ritmo. Esto no funcionaría. Los Da Via nos atraparían.
—¡El canal! —jadeé. Giramos a la izquierda y corrimos hacia su bote. Les agarró
el remo y nos alejó de las calles.
Luché por recuperar el aire, presionado mi costado. Cada movimiento enviaba
punzadas de dolor por mi cuerpo.
—Siento haberte lastimado —dijo Les mientras levantaba el remo—. No estaba
seguro de cuánto duraría el humo.
Respiré profundamente, haciendo una mueca de dolor.
—Está bien. Tenemos que irnos.
Nos movimos en silencio. Mis pensamientos corrían. Ellos habían encontrado
la entrada del túnel de Marcello. Los guiamos directamente hacia él. No podíamos
detenerlos sin ayuda.
—Herí a uno de ellos —dijo Les. Asentí—. Cubrí mi daga con veneno, como
sugeriste.
Cerré los ojos calculando, tratando de decidir si el veneno funcionaría con
suficiente rapidez para darnos ventaja. Pero todavía nos superarían en número.
Más adelante, un puente se alzaba en el canal. Les navegó atravesándolo hasta
la profunda oscuridad. No había forma de resolver esto, ningún plan en el que
pudiera pensar.
Llegamos al otro lado del puente y una sombra cayó sobre Les. Grité una
advertencia, pero la soga cayó sobre su cabeza hasta el cuello y tiraron con fuerza.
Les soltó el remo y agarró la cuerda, tratando de soltarse. Intenté llegar hasta
él, pero el bote se mecía violentamente por la lucha.
La soga lo levantó del bote y lo subió al puente, sus piernas pateaban mientras
buscaba aire.
—¡Les! —Agarré mi espada y salté hacia la cuerda pero estaba demasiado alto y
cada segundo que desperdiciaba ellos lo subían más alto.
Risas y gritos se hacían eco desde arriba. Los Da Via estaban disfrutando
mientras Les colgaba ahogándose. Sabía lo que se sentía.
Envainé mi espada y salté a las paredes bajas del puente. Alcancé la piedra y
me sujeté con fuerza.
204
Mi costado palpitaba de dolor. Mi cuerpo peleaba contra mí, me ordenaba que
me soltara. Pero si me soltaba, Les moriría. Me las arreglé para balancear una pierna
y subirla sobre el borde, tomé aire, la agonía irradiaba en todas direcciones. Me
impulsé y caí de lado sobre los adoquines sin ninguna gracia.
Nik y Hojas de Vid arrastraban a Les sobre los adoquines. Quedó acostado
sobre el suelo luchando contra la cuerda. Hojas de Vid tensó la cuerda, el otro
extremo con el mazo de la porra descansaba a sus pies.
—Parece que atrapaste uno grande esta vez —dijo Nik mientras miraban a Les
luchar contra la cuerda—. Muy enérgico también. –Miró en mi dirección–. Que
amable de tu parte llegar. Justo a tiempo para la diversión.
Luché por ponerme de pie y avancé corriendo mientras sacaba mi espada.
Detrás de mí oí pasos que golpeaban sobre el suelo. El resto de los Da Via. No podía
prestarles ninguna atención. Necesitaba salvar a Les.
Corrí hacia ellos. Nik se rió cuando balanceé la espada. Saltó a un lado, pero no
estaba apuntándole a él.
Mi espada pegó en la cuerda y la cortó. Les tomó una bocanada de aire y se
arrancó la cuerda del cuello.
Hojas de Vid gritó y recogió el pedazo de cuerda cortada. Cambió los extremos,
agarrando la parte cortada y cambiándola por el extremo del mazo. Lo hizo girar y
girar. Lentamente fue ganando velocidad.
Zumbó y vibró cada vez más rápido, hasta que solo fue un borrón en
movimiento.
—Ahora lo has enojado —me dijo Nik—. Esa era su favorita. La ha cuidado
durante años.
—Qué lástima —le dije con el brazo libre apretado en mi costado. No podía
enderezarme, solo lo miraba encogida como una inválida.
De rodillas y tosiendo, Les luchó para ponerse de pie a mi lado, colocándose la
capucha de nuevo.
Detrás de nosotros, escuché la vibración de más pisadas. Me giré. Otros dos Da
Via y Val estaban llegando.
Cargué hacia ellos, un movimiento tonto e imprudente que mis padres
hubieran reprobado. Pero mis padres estaban muertos, y Les lo estaría también a
menos que pudiera detener esta pelea.
Me abalancé sobre Salpicadura de Sangre en un amplio y frenético arco,
esperando que mi loco ataque lo intimidara y lo obligara a dar un paso atrás. Pero
era un Da Via, la segunda Familia por una razón. Brincó dentro de mi arco y el mango
de su espada se estrelló contra mi plexo como el golpe de un martillo. El aire salió de
mis pulmones a toda prisa.
Máscara de Diamantes pateó mi espada que fue a estrellarse contra los 205
adoquines del puente.
Un potente siseo llenó el aire, seguido de una estruendosa vibración. Me giré.
El mazo de piedra se estrelló contra mi mejilla derecha. La cabeza me rebotó hacia
atrás y la máscara se rompió a la mitad. Los fragmentos de hueso llovieron sobre mí
mientras caía al suelo.
Todo se puso negro.
Un olor a pescado podrido vagó. Las imágenes borrosas regresaron. Los
sonidos amortiguados se deslizaban como lana cruda. La sangre me llenaba la boca.
La escupí.
Alguien se inclinó sobre mí. Nik. Traté de agarrarlo. Él tomó mis manos y me
puso de pie, torciéndome los brazos detrás de la espalda. Delante de mí, un Da Via
redujo a Les a la misma posición, el de las Hojas de Vid.
Les y yo estábamos demasiado heridos y sin aire para hablar. Sentía el rostro
hinchado. ¿Tenía rota la mandíbula?
Val caminó hacia nosotros, su rabia se notaba en cada paso de su bota contra el
puente.
De pie frente a Les, le bajó la capucha.
Detrás de mí, Nik arrancó los restos de mi máscara. La dejó caer al suelo y
golpeó con su talón lo que quedaba. El hueso con rayas de tigre se hizo pedazos bajo
su bota.
—Has sido envenenado de nuevo —le dije a Nik. Mi voz sonaba arrastrada por
el golpe que había recibido. Se detuvo y miró su brazo.
—Ah. Bueno, conociéndote, estoy seguro que debes tener un antídoto por ahí
en ese bolsa tuya. —Tocó la bolsa en mi cadera.
—Déjanos ir, y te daré el antídoto.
Nik se rió.
—No hay trato. En unos minutos todos tus antídotos serán míos. No he caído
muerto todavía, así que creo que me arriesgaré a encontrar el correcto a tiempo.
Val deslizó su máscara hacia arriba. Sus ojos destellaban ira, dolor y traición,
su frente goteaba sudor. Apuntó su espada a Les.
—¿Es por esto que no viniste conmigo?
Les se retorció contra Hojas de Vid, y Máscara de Diamantes le dio un rodillazo
en el estómago. El aliento se le escapó en su murmullo. Intentó doblarse, pero Hojas
de Vid lo sostuvo con fuerza. Máscara de Diamantes envolvió el largo cabello en el
puño y le echó la cabeza hacia atrás exponiendo el cuello. El moretón de la cuerda se
veía claramente, incluso en la oscuridad. Su garganta se movía mientras tragaba.
—No sabes de lo que hablas, Val —le dije.
—Los vi juntos en ese techo, Lea. Besándose. ¡Te vi! ¡Ni siquiera tiene máscara! 206
¡No es nada! ¡Es un fraude!
—Déjalo ir. No tiene nada que ver en esto. Tienes razón. No es nadie. Solo un
falso sesgador viviendo en Yvain.
Val frunció el ceño y negó.
—Siempre has sido una mentirosa terrible, Lea. Incluso ahora.
—¿Qué quieres, Val? —pregunté—. Te lo daré. ¿Quieres mi orgullo? Puedes
tenerlo. —Lágrimas calientes se derramaron por mis mejillas hasta mis labios.
Sabían a sangre—. Por favor déjalo ir. Por favor. Te lo estoy rogando.
Parpadeó.
—Sí, me queda claro —dijo con la voz vacía de emoción—. Pero no me interesa.
Su burla me atravesó como una aguja en el corazón, e inhalé profundamente.
Nik se inclinó más cerca de mí, su máscara se presionó contra mi oreja.
—Observa esto, Lea Saldana —susurró—, porque serás la siguiente, justo como
te prometí. —Tocó mi espalda con el borde del cuchillo.
Val dio un paso frente a Les con la espada en la mano. Sus dedos se apretaron
alrededor del mango hasta que los guantes de cuero crujieron.
Les giró su cabeza hacia mí. Lo miré, y el miedo, el terror, la soledad y todas las
emociones oscuras que era capaz de sentir llenaron mi pecho hasta que pareció que
iba a explotar.
Les me guiñó un ojo.
Val enterró la espada en el pecho de Les. La enterró hasta la cruz de la guardia,
hasta que los Da Via que lo sujetaban tuvieron que hacerse a un lado o quedar
ensartados.
La angustia hizo erupción. Me mordí la lengua hasta que sangró para detener
los gritos que nacían en mi interior. Me volví, pero Nik me prensó del cráneo y me
obligó a mirar la escena con los dedos enterrados hasta el hueso.
Les tosió una bocanada de aire salpicando el rostro de Val.
Val sacó la espada y Les se derrumbó en el suelo. Su cabeza se movió una vez y
luego se quedó inmóvil.
Mi culpa, mi culpa, mi culpa.
Solo la sujeción de Nik sobre mis brazos me mantenía en pie.
—Muy bien —me susurró Nik—. Ahora es tu turno.
Una afilada puñalada se hundió entre mis omoplatos. Jadeé mientras el frío
metal se hundía en mi cuerpo envolviéndome en agonía. Mi cuerpo se arqueó.
Nik me soltó y caí sobre un costado, los adoquines bajo mi rostro estaban
húmedos por el canal.
—¡No! —gritó Val. Rápidos pasos cerraron la brecha entre nosotros. Traté de
alcanzar mi cuchillo escondido, pero mis dedos arañaron contra el cuero, mientras
el dolor me rasgaba con cada movimiento. Dejé caer los brazos.
Val golpeó a Nik y oí el sonido de huesos rotos. El puño de Val se estrelló con 207
tanta fuerza en la máscara de Nik que se rompió por la mitad sobre el puente de la
nariz. La boca de Nik soltó sangre. Se llevó la mano enguantada al rostro y gruñó.
Salpicaduras de Sangre dio un paso hacia Val, pero Máscara de Diamantes se subió
la máscara parándose entre Val y los otros. Era la hermana de Val, Claudia, y ya no
estaba embarazada.
—Nik tenía un acuerdo con Val —dijo Claudia—, y lo traicionó. Val tenía
derecho a golpearlo.
Salpicadura de Sangre los miró a todos, luego se encogió de hombros y se alejó.
Nik me quitó la bolsa de venenos de la cadera y se alejó.
Val se dejó caer a mi lado. Traté de empujarlo pero mis brazos se doblaron como
ramas al viento. Me quitó el cuchillo, ignorando mi grito de dolor, y lo lanzó lejos.
Un dolor sordo se extendió por mi cuerpo, reemplazando el afilado dolor del invasivo
cuchillo. Cada respiración era más difícil, hasta que sentí que estaba ahogándome,
como si el frío agarre de un fantasma enojado me jalara hasta los canales.
—¡Lea! —Val me abrazó con lágrimas rodando por el rostro. Me giré para mirar
a Les, tendido en el puente—. ¡Lo siento! —Me abrazaba con fuerza—. No se suponía
que esto sucediera, lo juro.
Quería decirle que me dejara tranquila, que se fuera para no tener que mirarlo
por más tiempo, pero no podía emitir sonido. El salado sabor de la sangre cubría mis
labios. Cerré los ojos. Estaba tan cansada.
—Encontré la entrada —dijo una voz desde un extremo del puente. El hombre
del sombrero.
—Déjala, Val —dijo Claudia—. Mientras más rápido acabemos con esto, más
pronto puedo volver con Matteo y Allegra.
Mis ojos se abrieron por sus palabras. Claudia me atrapó mirándola y sonrió.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Creíste que eras la única Saldana con un amante
secreto?
Matteo. Mi hermano Matteo estaba vivo. Marcello y yo no éramos los últimos
de la familia. Y el bebé de Claudia… Matteo era el padre. Había sido su secreto todo
el tiempo. Pero él era un Da Via ahora. Nos había dado la espalda.
Era demasiado tarde, de todos modos. No importaba.
—Dame una moneda —dijo Val a alguien.
—Sabes que Estella no nos permite…
—¡Dije que me dieras una maldita moneda! –gritó.
Un momento después sus manos sin guantes presionaron algo contra mis
labios. Le permití deslizar la moneada en mi boca. Lloró y se inclinó sobre mí,
presionando sus labios contra mi frente. Lentamente me dejó en el suelo. Entonces
se fueron, desvaneciéndose en las calles que llevaban hasta Marcello.
Rodé sobre el estómago y la agonía me hizo trizas, como si me arrancaran el
corazón del pecho. Grité contra mis labios cerrados. Necesitaba mantener la moneda
a salvo. Tenía una última cosa que hacer. 208
Me arrastré hacia Les, cada movimiento era doloroso, cada segundo mi visión
se ponía más oscura. Los sonidos de la noche se desvanecieron hasta que lo único
que pude ver fue la imagen de Les tendido en la fría calle. Cuando llegué a él, llevé
los dedos a mi boca y saqué la moneda. Estaba estampada con el escudo de los Da
Via. No la necesitaba.
La deslicé en los labios inmóviles de Les. Todavía era hermoso, incluso muerto.
Hubiera deseado algo diferente para él. Pero Marcello tenía razón. Era una Saldana,
y llevábamos destrucción a aquellos que amábamos.
El dolor disminuyó. La única misericordia en una vida que, aparentemente,
carecía de ella.
Cerré los ojos y esperé a que mi respiración se detuviera.
Treinta y cuatro

L
a pálida luz se derramó en mi rostro. Gemí y me cubrí los ojos. Era
demasiado temprano. Quería dormir.
La luz continuó empujando hasta que suspiré y me giré, abriendo
los ojos.
No podía ver nada excepto la opaca luz gris. Pestañeé un par de veces,
esperando que mis ojos se ajustasen, para centrarme en algo.
Me levanté. Mis nervios quemaron contra mi piel, en mis músculos, mis
órganos, mis huesos. Gemí y me congelé, tratando de mantener el dolor a un lado.
Después de un momento el fuego se aligeró a un fuerte dolor. Aún doloroso, pero
manejable.
Giré la cabeza lentamente, buscando el mobiliario, una marca, un indicio para
descubrir dónde estaba. Pero solo había una interminable luz pálida y que parecía
ser una niebla entrando y saliendo del borde de la nada.
Luché para quedarme en pie, apenas manteniendo mi equilibrio por el dolor
que incendiaba mi cuerpo. Me miré los pies, tratando de mantenerlos estables. Mis 209
piernas estaban desnudas. Estaba desnuda. Mi cuerpo estaba cubierto de arañazos y
moretones, el moretón más grande atravesándome el pecho como una amenazadora
mancha de tinta y deslizándose por mi costado izquierdo hacia una violenta masa de
carne hinchada y herida.
Algo caliente goteaba por mi columna. Me toqué la espalda y las puntas de mis
dedos volvieron con sangre roja.
El cuchillo. El cuchillo que me había perforado el cuerpo. Eso me había matado.
Estaba muerta.
Volví a mirar alrededor. Nada. Nadie. Estaba sola.
Tragué saliva.
—¿Hay alguien ahí? —Mi voz emergió ronca y áspera, como si no hubiese
hablado en años.
La niebla se desplazó, se movió en espiral y luego se alejó volando, como si el
viento se la hubiese llevado, aunque no sentí nada. Nadie me respondió.
Detrás de la niebla estaba un bosque de árboles, cada uno blanco, desnudo y
estirándose hacia el cielo. Lo analicé. Un bosque, sí, pero no eran árboles.
Huesos gigantes estaban clavados en el suelo y hacia arriba, balanceándose con
el viento escondido. Ninguna cosa mortal había poseído jamás unos huesos tan
largos.
Tomé un paso tentativo hacia el bosque, preparándome para el esperado dolor.
Luego otro. Continué de esta lenta y agonizante manera, pero nunca me acerqué.
Me rodeé el estómago con los brazos para aligerar el dolor.
—¿Estoy muerta? —pregunté sin esperar una respuesta.
—Sí. —La voz fue suave y tranquila, parecía emanar desde los árboles frente a
mí.
—¿Quién eres?
—Sabes quién soy, Hija. —Los árboles se balancearon.
Y encontré que, de hecho, sabía a quién pertenecía esa voz.
—¿Puedo verte?
Una pausa, una duda.
—He impulsado la locura de los mortales.
—Estoy muerta —respondí—. No estoy asustada.
Los árboles vibraron, como una risa.
—Te he observado toda tu vida. Así que muchos creen que no temen a la muerte,
pero cuando les llega su hora, suplican para que no sea así. Pero tú no. No le temes.
—¿Así que te mostrarás?
—Así sea.
Desde los pliegues del bosque de huesos, una figura caminó frente a mí, alta 210
como los robles en los claros de la muerte. Pasé la mirada sobre sus extremidades,
su cuerpo, incapaz de asimilar nada, incapaz de demorarme, para comprender lo que
estaba viendo.
Me encontré con sus ojos y encontré un rostro pálido sin rasgos, sin nada que
un hueso suave, vacío, plano, árido. Nunca había conocido algo que podía ser tan
terriblemente monstruoso y tan terriblemente hermoso.
Mientras pasaba la mirada sobre el rostro de un dios, Safraella, mi mente se
hundió en un vórtice negro. El sonido de mil tormentas, mil perros aullando en la
noche rodeándome, consumiéndome. Empecé a desenmarañarme, pedazos de mí
flotando lejos de allí, frente a mí, era el recuerdo de Les, sus labios presionados
contra los míos, susurrando kalla Lea.
Todo volvió a su lugar. Los árboles de hueso se balancearon.
—¿Dónde estamos? —pregunté, observando los árboles.
—Un bosque. Un cementerio. Un pasaje. Este lugar son muchas cosas.
—¿Un cementerio para qué? ¿A quién pertenecen esos huesos?
Safraella se movió, sus brazos estirándose hacia los costados, hacia alguno de
los árboles.
—Mis enemigos.
Dioses. Este era su cementerio. Los árboles eran los huesos de los dioses.
Tragué saliva.
—Si estoy muerta, ¿por qué todo duele tanto?
—¿Y quién te dijo, pequeña mortal, que la muerte no dolía?
Asentí, tratando de ignorar el dolor que me costó el gesto.
—¿Entonces voy a renacer? ¿Viniste a concederme una nueva vida?
Se inclinó.
—¿Eso es lo que quieres, pequeña sesgadora?
Sería muy fácil, renacer como otra persona, para olvidar todo lo que ha pasado
en esta vida. Para olvidar que fui Lea. Pero parecía como darse por vencida. Como
volver a perder a mi Familia otra vez.
—Solo pensé...
—¿Sí?
—Vino tan de repente. El final. Parece inacabado.
—Todos están inacabados —indicó—. Como ascuas en el viento. Se queman a
su propio tiempo y luego se apagan. Así es su modo.
Bajé la mirada a mis pies. La sangre de mi espalda goteando por mis
pantorrillas y pintando mis tobillos de rojo.
Safraella se enderezó en toda su altura y desplegó sus brazos frente a Ella.
Sostuvo una moneda de oro entre dos dedos. No pude ver el sello en ella, el blasón
de la Familia. 211
—Cuentas con una resurrección, Hija. Pero no tiene que ser una nueva vida.
Se me entrecortó la respiración en el pecho y empujé a un lado la comprensión
que realmente estaba respirando.
—¿Puedes llevarme de vuelta? ¿Como Lea? ¿Como yo misma?
Inclinó la cabeza.
—Durante largo tiempo has sido mi favorita, Oleander Saldana. Creyendo en
mí incluso en los rincones más oscuros de tu vida. Hay otros que se han... desviado
de mi resplandor. Olvidaron su lugar. Me gustaría que se lo recordases. Un recuerdo
de qué significa olvidar que soy un dios y no tomo bondadosamente a esos que ya no
valoran mis regalos. —Su voz hace eco entre los árboles como la nota final de un
tambor.
—¿Los Da Via? ¿O también hay otros? —Como mi tío, que se ha negado a
permitirme llevar mi máscara en su casa. Ella no responde—. ¿Ese es el por qué
cuando los fantasmas enfadados vinieron por mí, Tú me protegiste?
—Los fantasmas son niños rebeldes. Solo esos que gozan de mi favor tienen la
habilidad de mandarlos a su sendero.
—¿Y si no puedo ser el recordatorio que los Da Via necesitan? ¿Si se niegan a
escuchar Tu palabra?
—Me los devolverás allí o me los traerás aquí. —Señaló hacia el bosque.
Matarlos. Los Da Via. Porque el asesinato era siempre la respuesta.
A menos... a menos que no regrese.
Podía elegir la paz que venía con una nueva vida o toda la muerte y sangre que
me esperaba como Lea.
Y Les. Agujas me pincharon en el pecho cuando pensé en él tumbado muerto
en el puente. Si regresase, me enfrentaría a los Da Via, sola. ¿Cómo podía ser Lea sin
él?
Safraella me observó. Podía sentir Sus pensamientos girando como la niebla de
antes.
—¿Qué debería hacer? —cuestioné.
—Pequeña mortal. Muy pocos como tú siquiera consiguen la oportunidad de
una verdadera elección. ¿Te rendirías así tan fácilmente?
Cerré los ojos.
—No. —Negué—. Sé qué tengo que hacer. Tengo que volver, aun siendo Lea.
Matar a los Da Via. ¿Pero qué hay de Marcello? Lo habrán capturado.
—¿Lo que dices es que estás encariñada? ¿Familia sobre familia? —Los árboles
de huesos se agitaron detrás de Ella.
Mis pensamientos corrieron. Ahora Matteo era un Da Via. Se fue de mi vida
como si hubiese muerto en el fuego. Marcello ya no era de la Familia, pero era sangre,
era familia. Y no quería ser la última en mi línea. Si los Da Via le mataban, ganarían
de nuevo. 212
Salvaría a Marcello. Y mataría a los Da Via. Solo...
—¿Cómo puedo hacer esto yo sola? —Probé la sal en mis labios, había estado
llorando.
Safraella se inclinó hacia mí, su alto cuerpo doblándose sobre sí mismo hasta
que su enorme rostro de hueso se cernía sobre el mío. Presionó la moneda contra mi
palma. Por un instante vi el blasón de los Da Via en ella.
—¿Y quién te dijo que tenías que estar sola? Te concederé un miembro de tu
Familia si me lo pides.
—¿Una resurrección? ¿De mi elección?
Todo había sido mi culpa. Todo el mundo estaba muerto por mí. Pero si
estuviesen en mi lugar, ¿a quién elegirían ellos?
Pensé en Rafeo, mi hermoso hermano, frío en el túnel, el mejor de nosotros.
Pensé en el pequeño Emile, una vida llena sin explorar. En mi distante madre, que
hablaba de su orgullo en mí en cartas secretas. Y mi padre, que intentó comprarnos
paz para mantenernos a salvo. ¿A quién podía elegir? ¿Cómo podía pesar y medir el
amor de forma tan casual?
Pensé en Les, muerto en el puente, ofreciéndose a ayudarme sin otra razón que
porque era alguien que necesitaba ayuda. Un chico que había sido criado por mi tío,
mi familia.
También era mi culpa, lo que le había pasado a Les. Rafeo había muerto porque
era un Saldana. Les había muerto porque le había besado en el tejado.
—Elijo a Les.
—¿No dije una resurrección de la Familia?
Tragué saliva pero me mantuve firme.
—Ahora es mi Familia.
Safraella no tenía boca. Ni ojos. Pero pude sentir Su sonrisa.
Se inclinó más cerca. Puso su mano en mi frente y el brillante dolor me recorrió
todo el cuerpo. Cerré los ojos y grité y grité hasta que no pude escuchar nada más
que el tormento que quemaba mi carne.
Agua fría goteó en mis párpados. Pestañeé rápidamente, intentando alejar el
líquido. Lluvia, una suave llovizna fría cubriendo los adoquines, haciéndolos
resbaladizos y brillantes en la oscuridad. Estoy tumbada en el puente. El puente
donde morí.
Safraella me había resucitado. Una verdadera resurrección, no un renacimiento
como Ella les concedía a los demás.
Me senté, alzando la mano para apartar el agua de mi rostro, pero mi mano se
encontró con una máscara. Me la quité y la giré. Era una máscara de hueso,
perfectamente impecable en su construcción. En cambio de un patrón, todo el lado
izquierdo era negro. Pasé los dedos sobre el color. No estaba teñida como una
máscara normal. El color parecía ser parte del hueso.
213
Deslicé la máscara en la cima de mi cabeza y algo quemó en mi boca. Tosí,
escupiéndolo en mis manos. Una moneda de oro. Pero le había dado la moneda de
Val a Les.
Le di la vuelta. Estaba estampada con el blasón Da Via. Se calentó en mis
manos.
La giré hasta que vi a Les donde le había dejado. Su ropa de cuero estaba calada
hasta los huesos, su cabello aplastado contra su pálida piel. Al menos la lluvia había
limpiado nuestra sangre de la calle.
La moneda pulsó en mis manos, aun generando calor. Empujé a Les sobre su
espalda y encontré un agujero en su pecho de la espada de Val. Empujé la moneda
caliente en su boca.
Me senté, observando que su pecho respirase, secando el agua que goteaba en
mi rostro. Tenía que funcionar. Tenía que hacerlo.
Por favor...
Les tosió, tomando una bocanada de aire. Arqueó la espalda contra los
adoquines, su boca se abrió con terror.
Cuando había inhalado todo el aire que pudo, se giró frenéticamente,
escabulléndose hacia el borde del puente. El agua de lluvia corriendo por sus mejillas
y miró a su alrededor como un animal asustado.
—Les —dije suavemente—. Alessio.
Dirigió sus ojos hacia mí y el miedo se disipó.
—Vi... —Tragó saliva audiblemente—. Vi...
—Lo sé. —Me incliné hacia él, tomando sus manos entre las mías. El agujero en
su pecho había desaparecido y si miraba en un espejo, esperaba que mi rostro no se
viese ningún moratón. Les respiraba fuertemente y luego sollozó, lágrimas frescas
cayendo por su rostro.
—Dios, Lea... —masculló. Presionó su cabeza en mi pecho y lo acerqué,
sosteniéndolo apretadamente hasta que dejó de temblar.
La lluvia aminoró, luego se detuvo. Todo el tiempo Les y yo nos sentamos en el
puente y nos miramos el uno al otro, perdidos en nuestros propios pensamientos.
Teníamos que levantarnos, para ver qué nos esperaba en la casa de Marcello, para
una vez más conspirar contra los Da Via, pero en ese momento no sentía ninguna
prisa. Tal vez mirar el rostro de Safraella me había vuelto loca.
—Ella me dijo algo —comentó Les, su voz baja y suave—. Me dijo que hiciera
algo... —Se detuvo, luchando si quería decírmelo o no.
—Ella también me dijo que hiciera algo —indiqué.
—No estoy seguro de si puedo...
—Todo está bien —interrumpí—. Está bien.
Asintió y respiró hondo.
—Ella dijo que te dio un regalo. Una resurrección. A cualquiera que quisieses.
Asentí. 214
—¿Por qué me elegiste? —La angustia llenó sus ojos.
Tomé su mano, apretándola.
—Mi Familia... mi Familia se ha ido. Son mi pasado. Pero tú eres mi futuro. No
podía darte la espalda.
—¿Renunciaste a todo por mí?
Incliné mi frente contra la suya.
—Nada merecía la pena sin ti. Me haces sentir viva cuando he estado tanto
tiempo sin sentir nada. Cuando pensé que había acabado de sentir.
Se frotó el rostro.
—Nunca nadie regresó antes por mí.
Se me encogió el corazón ante sus palabras.
—Nunca te abandonaré.
Pasó sus dedos por mi cabello hasta mi cuello, acercándome. Besarle entonces
fue mejor que cualquier beso en mi vida. Aunque estábamos empapados y sus labios
sabían a sangre, me pasaría el resto de mi vida besándole allí.
Se movió, acercándome. Algo resonó en el suelo a nuestro lado. Nos separamos.
Una máscara.
Les se giró. Cortes negros cubrían el lado izquierdo, como las marcas de garras
de un tigre, pero como en la mía, el color estaba incorporado en el hueso, no tintada.
Pasó su pulgar sobre las marcas, luego se frotó su brazo sin cicatrices.
—No lo entiendo.
—Parece que finalmente perteneces. Bienvenido a la Familia, Alessio Saldana.
Se rió, un pequeño grito de risa. Se puso la máscara sobre el rostro. Asintió y
nos pusimos de pie. Me puse mi máscara sobre el rostro.
—¿Tiempo de terminarlo? —cuestionó.
—Sí. —Asentí—. Momento de enfrentar a los Da Via.

215
Treinta y cinco

E
l túnel estaba oscuro, vacío y tranquilo. Nos dirigimos a la casa de
Marcello, ninguno de nosotros hablando. No parecía que hubiese nada
que decir. Encontraríamos a Marcello, o no, y nuestra siguiente dirección
dependería de eso.
Les escaló la escala, levantando cuidadosamente la rejilla y echando un vistazo.
No parecía que hubiésemos estado mucho tiempo muertos, pero podían haber sido
horas.
Les abrió la rejilla y sonó fuertemente contra el suelo de piedra. Me encogí.
—Lo siento. —Se levantó.
Su casa estaba fría y oscura, el fuego en la chimenea extinguido. Una lucha
había tenido lugar: pedazos de vidrio, jirones de tapicería, muebles movidos o
destruidos. Me quedé de pie en el centro del alboroto. Mi tío les había dado a los Da
Via más de lo que probablemente esperaban.
Les corrió hacia las habitaciones, luego de vuelta a la chimenea, buscando en
todas las diferentes áreas. 216
Se detuvo.
—No está aquí.
—No veo mucha sangre. Creo que se lo llevaron.
—¿A Lovero?
Asentí.
—A Estella Da Via, la cabeza de su Familia.
—Tenemos que alcanzarles. Si podemos atraparles, podemos salvarle.
—El nuevo plan es el mismo que el viejo. Ir a Lovero, irrumpir en su casa,
matarlos a todos.
Les se frotó las cejas.
—Bien. Entonces se dirigirán a las puertas del sur de la ciudad. No serán
capaces de cruzar las llanuras muertas antes de la mañana. A no ser que quieran
enfrentarse a los fantasmas.
—Si nos damos prisa, tal vez podamos atraparlos en las llanuras o en el
monasterio. Salvar a mi tío antes que alcancen Ravenna.
Dejamos la casa de Marcello, saliendo del túnel hacia el callejón. Un tono rosa
salpicó el cielo. Amanecería pronto. Habíamos estado muertos más tiempo del que
pensaba. Una vez que el sol alcanzase el horizonte, los Da Via podrán cruzar las
llanuras muertas, pero los Da Via pensaban que estábamos muertos. No tenían razón
para apurarse. Era nuestra única ventaja.
—Tendremos que recoger el resto de nuestras cosas —comenté—. Y
necesitaremos algunos caballos para llegar al monasterio antes que amanezca.
—No soy un gran jinete —murmuró Les detrás de su máscara.
—Bueno, es eso o intentarlo a pie. —Miré por encima del hombro de Les
mientras giraba la esquina.
Choqué contra algo y tropecé. Les puso una mano en la parte baja de mi
espalda, manteniéndome de pie.
—Bueno, bueno, bueno. —Lefevre y más de sus hombres bloqueaban la calle—
. He estado buscándote, Lea.
Lefevre se acercó y sus hombres le siguieron con expresiones macabras en sus
rostros. Ninguno vestía uniformes de hombres de la ley, lo que significaba que esto
era personal.
—Qué conveniente que vuelva a encontrarte en las calles —dijo—,
escondiéndote en la oscuridad.
Desenvainé mi espada.
—No tengo tiempo para tratar con tus pequeñas quejas. Perdiste tu
recompensa. Ahora apártate de nuestro camino.
Escuché un ruido a nuestra espalda, pero no podía arriesgarme a apartar la
mirada de Lefevre y sus hombres. Les miró por encima de su hombro, luego se tensó. 217
Los hombres detrás de Lefevre se movieron con entusiasmo. Lefevre sonrió,
sus dientes blancos y rectos.
—Oh, vas a hacer tiempo para mí, pequeña.
Les enfrentó una vez más a Lefevre, cortador en mano, su expresión escondida
tras su nueva máscara.
—Si valoran sus vidas, escaparán.
Lefevre rió. Sus hombres se le unieron.
—Esta vez he traído más hombres. Y estamos mejor armados. No caeremos en
los mismos trucos como antes.
—Última oportunidad —advirtió Les. Mantuve la mirada fija en Lefevre,
observando por el más ligero movimiento que precediese al ataque. La última vez
dejó a sus hombres iniciar el ataque. Pero esta vez tiene un estoque atado a la cintura.
—No sé dónde te encontró —Lefevre apuntó con un dedo a Les—, pero morirás
tan fácilmente como ella. Mátenlos.
Les me sujetó del brazo y nos giró hacia el edificio. Nuestras espaldas
presionadas contra la dura piedra, mi espada sostenida frente a mí.
Donde habíamos permanecido, flotaba un enfadado fantasma. Era pequeño, el
remanente de un niño que había muerto demasiado joven. Podía haber sido mi
sobrino, Emile. Es fantasmal por el brillo con luz interna mientras miraba a los
hombres frente a él, una expresión triste en su rostro.
Había estado detrás de nosotros todo el tiempo, demasiado pequeño para que
Lefevre y sus hombres lo viesen detrás de nuestros cuerpos. Les solo lo había visto
cuando comprobó nuestras espaldas. Ahora pestañeaba con ojos muertos, chillando
fuertemente y arremetió hacia el grupo de hombres; su inocencia infantil se había
ido.
Los hombres gritaron con terror. Llevados por el pánico, empujando y tirando,
pisándose unos a otros en su carrera.
Lefevre, en principio al frente del grupo, ahora se encontraba al final de la
multitud. Sin importar lo mucho que les gritaba a sus hombres para que abriesen
paso, no le escuchaban.
El fantasma alcanzó a Lefevre, tomando su muñeca con sus manos
transparentes. Se congeló. Sus hombres se alejaron tambaleándose, corriendo hacia
la seguridad.
El fantasma tiró de la muñeca de Lefevre, y todo el encorvado cuerpo del
hombre de ley tembló. Entonces Lefevre de repente tuvo dos muñecas; la de carne y
hueso suspendida detrás de él, y una transparente, atrapada en el agarre del
fantasma. Mientras el fantasma seguía tirando, más y más de esta transparente, un
Lefevre transparente aparecía, emergiendo de su carne.
Lefevre gritó, su pánico haciendo eco en los edificios a nuestro alrededor.
Luchó, pero no consiguió liberarse.
218
El fantasma dio un tirón final, y el espíritu de Lefevre se separó de su carne.
El cuerpo de Lefevre colapsó en la calle.
El enfadado fantasma se hundió en el cuerpo vacío. Desapareció dentro de la
carne. El cuerpo se retorció, luego tembló. Finalmente se sentó, cada ojo
pestañeando separadamente mientras miraba alrededor.
El espíritu de Lefevre tembló en el aire. Chilló. Pude sentir su rabia hacia el
fantasma del niño que le había robado el cuerpo. Me presioné cerca de Les. Me sujetó
la mano.
El cuerpo de Lefevre se puso de pie y se tambaleó alrededor. Nunca encontraría
la coordinación. Nunca encontraría el habla, las emociones o cualquier cosa que una
vez le hizo ser humano. No era más que una sombra. El fantasma no podía recobrar
la vida que una vez tuvo, sin importar cuántos cuerpos robase a los vivientes.
Lefevre voló hacia su cuerpo, intentando sacar al fantasma, pero no era tan
fuerte como el niño. Lo alejó de un empujón, mandándolo hacia nosotros. Sus ojos
se abrieron de rabia.
—¡Tú me has hecho esto! —gritó, su voz un eco en la silenciosa noche. Les se
removió a mi lado. Pronto Lefevre perdería su capacidad de hablar.
Negué.
—No. Te lo hiciste tú mismo.
Chilló. Mantuve la espada frente a mí, segura que vendría por nosotros, podría
tratar de robar nuestros cuerpos como el fantasma del niño había hecho con él.
En el este, un rayo de luz se deslizó por el tejado de un edificio, iluminando la
calle oscura. Había amanecido.
El fantasma de Lefevre desapareció, dejándonos a salvo una vez más.
Les respiraba con fuerza a mi lado. El corazón me latía con rapidez.
Nos alejamos del muro, recuperando la compostura. El falso Lefevre se
tambaleó alrededor de las calles como si tratase de ganar equilibrio, el cuerpo de
Lefevre protegiendo al fantasma del niño de la luz del sol. Sin ser descubierto, podría
tambalearse así unos cuantos días hasta que abandonase el cuerpo de Lefevre en
busca de uno nuevo. Pero estábamos en la ciudad. Las autoridades encontrarían el
inhabitado cuerpo de Lefevre y lo quemarían fuera de los muros de la ciudad,
liberando el fantasma en las llanuras muertas.
—¿Qué deberíamos hacer con eso? —Les apuntó al fantasma.
Recordé el rostro del fantasma del niño antes que hubiese atacado, lo triste que
había parecido. Lo injusto para alguien tan joven pasar la eternidad vagando por el
mundo. Seguramente merecía una oportunidad de paz, en una nueva vida.
Caminé hacia el cuerpo de Lefevre.
—¿Qué estás haciendo? —cuestionó Les.
—Seguir una corazonada.
Saqué una moneda Saldana de mi saco. Pensé en Safraella en la niebla en ese 219
lugar muerto y en Su beso en mi frente, el dolor y el increíble calor. Recordé la
moneda quemando en mi boca cuando Safraella me había traído de vuelta, recordaba
deslizarla en la boca de Les y la respiración que había vuelto a él. Los fantasmas eran
niños rebeldes, dijo Ella. Solo aquellos que contasen con Su favor podía mandarlos
de vuelta.
La moneda comenzó a quemar en mi mano.
Alcancé al falso Lefevre y él me enfrentó. La cabeza se hundió entre los hombros
como si tratase de controlar el cuello. Le toqué el hombro. Se quedó quieto, sus ojos
ampliándose mientras me observaba.
—Descansa en paz —le dije al falso Lefevre. Metí la moneda en su boca.
El fantasma salió disparado de la carne. Extendió una mano, luego se disipó en
una explosión de llovizna.
El cuerpo de Lefevre cayó en la calle.
—¿Le sesgaste? —preguntó tranquilamente Les.
—Sí.
Ya no sería más un fantasma enfadado. Lo había mandado a encontrarse con
Safraella en Su cementerio, para enfrentar Su juicio y que le diese una nueva vida.
Les me miró. Sabía que estaba asimilando algo.
—Tu conversación con Safraella debe haber sido muy diferente de la mía.
Envainé la espada y me arrodillé al lado del cuerpo de Lefevre, rebuscando en
sus bolsillos.
—¿Realmente este es un buen momento para robarle al muerto? —preguntó
Les.
—No le estoy robando. —Saqué la moneda cuñada Saldana que había tomado
del cuerpo del chico muerto hace todas esas noches—. Estoy recuperando lo que es
mío. Ahora salgamos de aquí antes que un hombre de la ley decente nos encuentre
con su cuerpo.
Escalamos los tejados y nos dirigimos hacia mi casa de seguridad para
prepararnos para el viaje a Lovero.

220
Treinta y seis

A
narchy nos recibió en la puerta sur. Capas escondían nuestros cueros,
mochilas, carteras y rellenos de todos los suministros que podíamos
llevar, incluidos los ingredientes para la bomba incendiaria que
montaríamos más tarde. Nuestras máscaras estaban bien resguardadas hasta que
llegáramos a las llanuras muertas. Donde esperaba comprar algunos caballos y
simplemente montar fuera de la ciudad, ahora que los Da Via habían tomado a
Marcello y huido de casa bajo el supuesto que nos habían matado a Les y a mí, pero
la puerta estaba bloqueada con gente dando vueltas y oficiales interrogando a la
multitud. Entré en una sombra, y los seguí.
—¿Qué está pasando? —Busqué en la multitud cualquier pista del alboroto. Las
personas parecían estar reunidas en grupos, ajenas.
Les negó.
—Nunca he visto nada como esto.
Un anciano pasó arrastrando los pies, y puse una mano en su hombro. Él volvió
sus legañosos ojos hacia mí.
221
—Disculpe, abuelo. ¿Cuál es el problema? ¿Qué está pasando?
Sonrió desdentado, complacido de ser abordado.
—Alguien dejó la puerta abierta, ¡eso pasó! —exclamó—. Los fantasmas acaban
de entrar en la ciudad. Hay mucha gente que terminó en sus manos anoche.
—¿Alguien dejó las puertas abiertas por la noche? —preguntó Les,
conmocionado. Mi cuello se erizó de miedo.
—¿No es eso lo que dije? —El anciano lo miró de soslayo—. ¿Qué eres, una
especie de viajero? ¡Puedo decirlo con sólo mirarte!
Me di la vuelta del viejo a Les, quien puso los ojos en blanco.
—¿Sabe lo que pasó?
—¡Los vi yo mismo! Oí un ruido en las calles y miré por la ventana. Un grupo
de ellos, ocho o nueve al menos, en caballos de buena cría. Tan pronto como llegaron
a la puerta abierta, galoparon de aquí mientras los fantasmas ya estaban detrás de
ellos.
¡No, no, no!
—¿Vio sus caras, abuelo? ¿Usaban máscaras elaboradas con hueso? —Agarré la
mano del hombre entre la mía, su piel fina y suave como papel caro.
—Bueno, no puedo decir si eran de hueso, pero definitivamente se cubrían el
rostro. También estaban vestidos de negro. Se los dije a los oficiales, pero no
creyeron que las máscaras fueran importantes. —Escupió a un lado, sin embargo
apuntando muy cerca de Les.
Solté el aliento mientras cualquier esperanza de poder atrapar a los Da Via
desaparecía. Habían dejado la ciudad cuando aún era de noche. Llegarían a Lovero
un día antes que nosotros.
—No entiendo —dijo Les. Se alejó más del anciano—. ¿Cómo podrían los Da Via
desafiar las llanuras muertas por la noche?
—¡Tenían un sacerdote con ellos! —El anciano señaló con un dedo doblado a
Les.
—¿Un sacerdote? —pregunté.
—¡Sí! El sacerdote tenía un sombrero y una ligera manta. Tenía una lámpara en
alto, y los rodeaba con una luz tan brillante como el sol. Ningún fantasma enojado
podría llegar a ellos y atravesar eso.
Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. El extraño que
había visto en Fabricio’s en Yvain con los Da Via, era un sacerdote. Pero no un
sacerdote de Safraella. Cuando Safraella dijo que los Da Via habían dejado el camino
correcto, debió haber significado que habían tomado a otro dios.
Respiré profundo. Les me apretó el hombro. Eso cambiaba todo. Antes, sólo iba
a matarlos, hacerles pagar lo que le habían hecho a mi Familia. Ahora, ahora había
otros dioses, otros sacerdotes implicados. ¿Qué les habrían concedido a los Da Via a
cambio para darle la espalda a Safraella? ¿Y si los Da Via tenían algún tipo de
bendición que pudiera interferir en mis planes?—. Que se pudra Estella —juré en voz 222
baja.
—Lea. —Les se inclinó más cerca—. El plan sigue siendo el mismo. Llegar a
Lovero. Encontrar a tu tío. Matar a los Da Via.
Respiré profundo otra vez y asentí.
—Gracias, abuelo —le dije al anciano. Acarició mi mano antes de alejarse.
Desde el centro de la multitud, un silbato, agudo y fuerte, seguido de la voz de
un oficial le ordenó a la multitud que se dispersara. Hubo algunas quejas y protestas
sordas, pero la mayor parte de la gente se apartó.
Habíamos pasado suficiente tiempo en Yvain. Me había empezado a gustar, los
canales, las flores, las adoquinadas calles tranquilas, a pesar de mis mejores
intenciones. Pero ahora era el momento de volver a Lovero y a todo lo que nos
esperaba allí.
Tomando todas mis monedas restantes Les compró los caballos. La yegua era
robusta y fiable, pero el caballo estaba en sus últimos años de mejor momento y
utilizaba todas las oportunidades para dirigirse lentamente hacia las jardineras.
Les no había estado mintiendo acerca de su experiencia a caballo. Los Loveran
estaban orgullosos de sus caballos, pero Yvain se basaba en sus canales para el
transporte.
—Bueno, si estuviéramos en barcos, podría ser en realidad de alguna utilidad
—me gruñó Les después que tuvo suficiente y finalmente ató su caballo al mío. El
castrado caballo trató de tirar y liberarse hasta que mi yegua aplanó sus orejas y dio
una patada con irritación.
La puerta a la ciudad se había despejado mientras las personas se dedicaban a
sus mandados de la mañana, aunque algunas malas lenguas colgaban en grupos
pequeños. Pasamos junto a la muralla, los sonidos de los cascos de los caballos
cambiaron a galopes mientras bajábamos los adoquines y al camino de tierra que
salía de la ciudad.
Montamos en silencio, perdidos en nuestros propios pensamientos hasta que
levanté la mirada y vi que los pastos de las llanuras muertas se habían vuelto de color
naranja con la puesta del sol. Pronto nuestro camino estaría lleno de enojados
muertos. Y los Da Via estaban todavía delante de nosotros. No había manera de
atraparlos ahora. Tendríamos que esperar que los Da Via no mataran a Marcello
inmediatamente después de su llegada.
Safraella me quiso recordar a los Da Via y lo que significaba servirla. Y estaba
feliz de hacerlo. Todo lo que había querido durante tanto tiempo era matarlos, que
sufrieran como me habían lastimado. Pero si no podíamos llegar a tiempo para salvar
a Marcello, entonces ¿qué importaba? Los Da Via habrían matado hasta el último
Saldana, incluso si hubiera sido resucitado.
El monasterio del hermano Faraday apareció sobre una colina cubierta de
hierba mientras el sol tocaba el horizonte. Les di una patada a los caballos para
acelerar sus pasos, y llegar a las puertas antes que el sol se pusiera totalmente.
—¡Lea! —gritó el hermano Faraday mientras corría por las escaleras del
monasterio. Empujé mi máscara a la parte superior de mi cabeza. Lo tomé de la 223
mano con fuerza y sonrió.
Detrás de nosotros, otros sacerdotes llevaron nuestros caballos al establo, la
montura de Les prácticamente arrastrándose sobre las losas.
—Estaba preocupado —me dijo Faraday—, cuando no recibí ninguna carta.
—Eso fue debido a la falta de fondos. Siento que haya sido motivo de
preocupación.
Se volvió a Les e inclinó la cabeza.
—Soy el hermano Faraday.
—Alessio. La gente me llama Les.
—Alessio Saldana —corregí, y los ojos de Faraday se abrieron. Miré a Les—. Vas
a tener que acostumbrarte a decir eso tarde o temprano. Y hermano Faraday,
vinimos por tu ayuda.
Faraday nos llevó a una acogedora habitación con una mesa y sillas. Otro
sacerdote nos sirvió una barra de pan, queso y una jarra de agua fría también. Les y
yo abordamos la comida. Cada bocado de pan era tan suave, como comer una nube.
El fuerte rico sabor del queso se deslizó por mi lengua, y el agua fría de la jarra estaba
tan limpia y refrescante que bebí dos vasos en una sucesión rápida.
—Dioses —dijo Les con la boca llena de pan.
—Es como probar todo por primera vez —dije.
Faraday nos miró. Sonrió tentativamente.
—Me alegro que encuentren nuestra escasa comida de manera satisfactoria.
Reduje mi alimentación, saboreando.
—Algo nos pasó hace poco. Parece haber alterado la forma en que
experimentamos la comida. Estoy segura que va a desaparecer pronto.
Les se quejó.
—Espero que podamos degustar un poco de hígado de ganso antes de esa fecha.
¡Oh! O alguna oferta de pescado blanco cocido en mantequilla.
Mi boca salivó, y me imaginé jugoso cordero con bayas asadas saliendo entre
mis dientes.
Faraday negó.
—¿Qué pasó para cambiar tanto sus sentidos?
—Morimos —dijo Les.
—¡¿Qué?! —La silla de Faraday raspó el suelo mientras se deslizaba hacia
adelante.
Suspiré y puse el queso abajo.
—Es verdad. Morimos. Los Da Via nos mataron.
La mandíbula de Faraday cayó.
—¿Y Ella los resucitó a ambos? ¿Resurrecciones verdaderas?
224
Les negó.
—No. Ella resucitó a Lea. Entonces Lea me resucitó a mí.
Moví mi muñeca.
—Hace que suene más impresionante de lo que fue. Ella me dio una sola
resurrección. La utilicé en él. No fue nada más.
—¿No fue nada más? —La voz de Faraday chirrió sorprendido—. ¿Fuiste
resucitada por la diosa misma y te concedió un regalo y lo tratas de manera
displicente?
Faraday tragó grandes bocanadas de aire. Le serví un vaso de agua. Se lo bebió
rápidamente.
—Lea, ese es un milagro del que estás hablando. Nada como esto ha sucedido
en cien años. No desde que el hermano Pelleas vio su cara en una visión y caminó
por las llanuras muertas sin ser molestado. —Se inclinó hacia adelante—. ¿Tú la... la
viste? ¿Hablaste con Ella?
Asentí.
—Hablamos y vi su rostro. Cuando desperté de nuevo, me encontré con esto. —
Deslicé mi máscara de mi cabeza y se la entregué.
Faraday pasó los dedos suavemente por el hueso sin defectos. Frunció los
labios.
—Lea, con tu permiso, me gustaría grabar tu experiencia. Ya he escrito lo que
me dijiste de la moneda, pero creo que podría escribir todo un tomo de tu vida si me
lo permites.
—Hermano, tenemos limitado tiempo aquí —le dije—. Los Da Via se desviaron
a otro dios.
Faraday se quedó sin aliento.
—¿Cómo puede ser? ¿Una Familia de tal riqueza y poder, alejándose de Ella
que les ha dado tanto?
—Perdieron su camino. —Entrecerré los ojos—. Pero necesito saber a qué dios
recurrieron, entender lo que podamos para cuando nos enfrentemos a ellos. Tenían
un sacerdote con ellos que llevaba un bastón de luz solar. Se les permitió cruzar las
llanuras muertas.
Faraday empujó su silla de la mesa.
—Ya vuelvo.
Salió corriendo de la habitación, su túnica ondeando tras él en su prisa.
Les se dio la vuelta.
—Entonces. La comida estuvo increíble. ¿Crees que otras cosas podrían ser
increíbles ahora que no estamos muertos?
Estudié su rostro. Sonrió lentamente. El calor se precipitó a mi cuello y a mis
mejillas mientras nos levantamos y nos acercábamos. Empujé su máscara de su
cabeza para pasar mis dedos por su cabello. Les agarró la parte posterior de mis 225
muslos y me levantó de la mesa. Envolví mis piernas alrededor de sus caderas,
acercándolo más. Sus dedos acariciaron mi nuca. Me besó en la mandíbula,
arrastrando sus labios por mi piel. Nada se había sentido así antes. Tal vez era la
resurrección haciendo que todo fuera más intenso, igual que los sabores de la
comida. O tal vez era simplemente la forma en que mi pulso se aceleraba cuando
miraba a Les.
Los dos teníamos nuestros cueros, sus fijaciones apretadas contra el cuerpo
para protegernos. Quería rasgar sus cueros, pasar mis dedos por la suave piel de su
espalda y pecho.
Al otro lado de la habitación, alguien se aclaró la garganta. Les hizo una pausa
y miró por encima del hombro. El hermano Faraday estaba en la puerta, sus ojos
apartados y su cara roja, incluso a través de su piel oscura.
—Encontré un libro —murmuró.
Les rió y se apartó. Me deslicé de la mesa y volvimos a nuestros asientos.
Enderecé mi vaso volcado mientras Faraday tomaba asiento, sin mirarme
deliberadamente.
—Lo siento —le dije.
—No, está bien. Simplemente... me tomó por sorpresa, es todo.
Abrió el libro, la cubierta de cuero golpeó la mesa, y pasó las páginas. Me quedé
mirando a Les y él me vio fijamente. Sólo la visión de él era suficiente para aumentar
el calor de mi sangre.
—¡Aquí! —Faraday señaló con el dedo una entrada en una página.
Me incliné. Era una ilustración de una persona con rayos dorados de luz que
irradiaban de una joya.
—Daedara —dijo—. Un dios del sol, sobre todo adorado en la parte oriental del
continente.
—¿Dónde infiernos lo encontraron? —preguntó Les.
Me encogí de hombros.
—Era uno de los seis dioses adorados en Lovero antes que los Sapienza tomaran
el trono —dijo Faraday—, pero por qué los Da Via se dirigieron a él, no estoy seguro.
—Creo que lo entiendo. —Señalé una línea en el texto—. Daedara también es un
dios de fertilidad. Marcello me dijo que Estella lo culpaba por no proporcionarle un
hijo. Pero después que fue expulsado, permaneció estéril. No creo que ella siempre
fuera estable de la cabeza, pero fácilmente podría verla transferir la culpa a Safraella.
Faraday asintió.
—También podría ser cierto. Si Safraella podía ver cómo era Estella de infiel,
¿por qué la bendeciría con un hijo?
—Pero ¿a Daedara no le importa que estén libremente asesinando gente? —
preguntó Les—. Si no están adorando a Safraella, entonces no son nada más que 226
delincuentes comunes.
Faraday estudió el texto de cerca, luego se encogió de hombros.
—Él parece estar en contra del asesinato de niños.
—Bueno —dije—, volverse a Daedara parece haberle hecho a su Familia algún
bien. Su número se ha disparado. Parece que sus mujeres apenas tienen tiempo para
algo más, tan ocupadas quedando embarazadas.
Faraday se echó hacia atrás.
—Pero no creo que necesites temer nada de este sacerdote de Daedara. A menos
que, igual que los fantasmas, le teman a la luz del sol.
—Gracias, hermano. —Incliné la cabeza—. Si los Saldana sobreviven, te daré la
bienvenida a nuestra casa.
Sonrió y cerró el libro.
—Voy a tomarte la palabra en eso, hermana. ¡En verdad sus vidas están llenas
de aventuras e intriga!
Agarré mi máscara de la mesa. Les reclamó la suya del piso donde se había
caído. Un cosquilleo de pesar viajó en mí cuando vi a Les desempolvar las telarañas
de ella. Había esperado tanto tiempo por su máscara, y la había empujado a un lado
como si fuera una baratija. Sin embargo Les pareció no darse cuenta. Capté sus ojos
y le guiñé antes de empujar su máscara a la parte superior de su cabeza.
—Ahora debemos irnos.
—Pero hermana, el sol se ha puesto y los fantasmas enojados se pasean por las
llanuras.
Agarré mi llave. No habría más retrasos, no mientras Marcello aún viviera y
estuviera tan cerca de mi venganza.
Me puse la máscara sobre mi cara.
—Si el humilde hermano Pelleas pudo cruzar las llanuras hace cien años,
entonces seguramente una segadora favorecida puede hacerlo también.

227
Treinta y siete

L
e dimos al monasterio el caballo de Les. Miraron con recelo al animal de
mal genio, pero les recordé que podían venderlo por unas monedas.
Butters había sido bien alimentado en mi ausencia. Relinchó
cuando me vio. Ensillamos los dos caballos y los condujimos hasta la puerta, donde
la multitud habitual de fantasmas se había reunido.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Les. Butters sacudió la cabeza y pisoteó
con su pata, ya sea con muchas ganas de irse o tratando de impresionar a la yegua de
Les. Ella se quedó en silencio, agitando las orejas hacia Butters.
—No. —Me quedé mirando a los fantasmas—. Pero si funciona, podremos
recuperar el tiempo perdido.
Los sacerdotes abrieron las puertas. La cacofonía de los fantasmas se levantó
en volumen. Incluso con las puertas abiertas, no podían cruzar a tierra santa. Se
presionaban contra la barrera invisible, tratando de llegar a nosotros.
—¿Estás listo? —le pregunté.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? 228
—¿Tu alma podría ser sacada de tu cuerpo y podrías pasear por las llanuras
muertas durante mil años?
—Y es por eso que sigo aquí, kalla Lea. Por tu sentido del humor.
Butters resopló mientras caminábamos hacia las llanuras muertas. La luna era
apenas una astilla y ya estaba alta en el cielo. Si esto funcionaba, podríamos
presionar a nuestros caballos y llegar a Lovero antes del amanecer.
Los fantasmas se extendieron, gritando. Insté a Butters a ir adelante. Los
fantasmas me rodearon, tratando de ser los primeros en reclamar mi cuerpo, pero
cuando me tocaron, fueron rechazados por una chispa y destello de luz, tal como lo
habían sido cuando había sido atacada en las llanuras muertas antes.
—¡Les! —Miré por encima del hombro. Dudó junto a la entrada. Luego sacudió
la cabeza y le dio una patada a su caballo hacia la batalla de los fantasmas.
Milagrosamente, los fantasmas se alejaron. No podían tocarnos sin ser forzados a
hacerse a un lado. Habíamos visto el rostro de Safraella, y los fantasmas no podían
arrancarnos nuestro espíritu.
Les dirigió su caballo junto a Butters. Su pecho se movió con respiraciones
pesadas.
—No puedo creer que funcionara.
—¡Vamos! —Le di una patada a Butters, quien saltó al galope, feliz de tener la
oportunidad de correr una vez más.
Les se quedó sin aliento cuando su yegua lo siguió. Tenía un estricto control
sobre su melena, pero no sacudió su cabeza. Pasó a un montón de fantasmas
enojados. Los muertos no se cansaban y no se olvidaban de su rabia.
Reduje un poco para que Butters alcanzara a Les y montara a mi lado.
—¿Vamos a ir directamente a Ravenna? —gritó por encima del ruido de los
cascos de los caballos.
—No. —Negué—. Notarán a cualquiera que entre en la ciudad tan tarde.
Atravesaremos Lovero a través de Lilyan, después nos dirigiremos a Ravenna.
Instamos a los caballos a ir más rápido, tratando de dejar atrás a los fantasmas.
Cualquiera que lograra alcanzarnos era desviado por una barrera invisible que nos
rodeaba como el monasterio, lanzándolos a la llanura con un destello de luz. Era
como si fuéramos tierra santa. Trataron de tirarnos piedras, ramas, cualquier cosa
que pudieran encontrar, pero todo era desviado. Nuestra protección parecía
molestarlos aún más, si era posible. Tal vez pudieron percibir cómo Safraella nos
había tocado, nos había dado una nueva vida mientras eran atrapados en su rabia y
dolor. Tal vez nos aborrecían aún más a causa de eso.
Tal vez poseería esa protección el resto de mi vida. A pesar que se suponía que
podría ser despojada una vez que acepté la oferta a Safraella. Si se mantenía, podría
viajar a cualquier parte por tierra, ver el mundo y no tener que preocuparme por los
fantasmas. Era una idea embriagadora, que pudiera ser tan libre si quisiera. Si
sobrevivía. 229
Llegamos a la cima de una colina, las respiraciones de los caballos con fuerza.
Ante nosotros se extendía el río y las luces de Lovero de muchos colores.
Detuve a Butters, lo que le permitió recuperar el aliento. Los fantasmas hacían
círculos, pero ninguno trató de tocarnos. Sus gritos, sin embargo, eran los más
ruidosos que había oído nunca.
—¿Ese es Lovero? —preguntó Les.
—Sí. —Señalé hacia el oeste—. Donde las luces son más brillantes, esa es
Ravenna, mi ciudad. —Moví mi mano más hacia el este—. Esa es Lilyan.
—¿Los Da Via estarán observando la puerta?
—No. Está fuera de su territorio. A menos que las cosas hayan cambiado desde
que he estado fuera. Lilyan pertenece a los Caffarelli.
—¿No van a vernos?
Me encogí de hombros. Era una posibilidad. Pero teníamos que entrar al país
de alguna manera, y las únicas tres ciudades que bordeaban las llanuras muertas
eran Ravenna, Lilyan y Genoni.
—Prefiero tomar mis posibilidades con los Caffarelli que con los Addamo o los
Da Via. Esperaremos a que la luz del día caiga en Ravenna. Los Da Via estarán
durmiendo y no se darán cuenta.
Le di un codazo a Butters, y los fantasmas nos persiguieron. El río no estaba
lejos, y una vez que cruzáramos el puente torcido, no podrían seguirnos. Entonces
no importaría lo fuerte que quisieran ser.
—Es hermosa. —Les se quedó mirando las luces de mi hogar—. Nunca he visto
algo así.
—Sí. Tiene una especie de frenético y oscuro esplendor. La he echado de menos.
Pero es curioso, pensé que nunca me acostumbraría a Yvain. A la manera más
tranquila de las personas y las noches, al hedor de los canales, a las flores por todas
partes. Pero en Yvain, las estrellas son más brillantes.
—Además, Yvain tiene segadores peligrosamente guapos, que creo que a
Ravenna les faltaba.
—¿Peligrosamente guapo?
Mantuvo la cabeza en alto e hizo un gesto hacia su rostro y su espalda recta.
—Estás usando tu máscara —señalé.
—Ah. Sí. Pero una segadora una vez me dijo que la máscara era el rostro más
bello de todos.
Me reí. Los fantasmas chillaban y lloraban.
Llegamos al puente torcido, y los cascos de los caballos sonaron alto contra la
piedra. Los fantasmas trataron de seguirnos, pero no pudieron dar vuelta cuando el
puente dobló hacia la izquierda. Quedaron atrapados cuando cruzamos el resto del
río.
230
Chillaron, más furiosos ahora que estábamos escapando. Había tantos. Nunca
había visto una congregación así antes. Corrieron a lo largo de la orilla del río,
gritando en silencio mientras nos alejábamos.
—No puedo decir que voy a extrañarlos —dijo Les.
Una explosión de ruido estalló detrás de nosotros: crujidos y explosiones.
Ambos caballos se asustaron y saltaron. Sólo mis rápidos reflejos impidieron que
Butters cayera.
Volteamos nuestras sillas de montar para encarar de donde había venido. Al
otro lado del río, los fantasmas habían encontrado un gran roble en el banco. Habían
combinado sus poderes para derribarlo al otro lado del río, con tronco y ramas,
creando otro puente más recto.
Los fantasmas se precipitaron hacia nosotros.
—¡Al infierno con esto! —dirigí a Butters. Corrió hacia la ciudad, Les y su yegua
detrás. Los fantasmas rugieron mientras corrían para atraparnos antes de perderlos.
—¡Van a entrar a la ciudad! —gritó Les.
Ante nosotros, las antiguas puertas a Lilyan descansaban torcidas contra las
paredes de la ciudad en ruinas, oxidadas en sus goznes. Las puertas no se habían
cerrado desde que Costanzo Sapienza tomó el trono y declaró a Safraella patrona de
todos en Lovero.
Corrimos a la ciudad, los cascos de los caballos ruidosamente altos sobre las
losas. Jalé a Butters para que se detuviera. Sus patas se pararon mientras se deslizaba
sobre las losas. Las calles estaban llenas de gente. Gritaban y se presionaban contra
los edificios, tratando de evitar al semental antes que chocara contra ellos.
Finalmente se detuvo y Butters se retorció en mi silla, en busca de Les. Él y su
yegua estaban en silencio, mirando las puertas de la ciudad.
Los fantasmas trataron de entrar, pero igual que en el monasterio, una barrera
invisible protegía la ciudad. Todos en Lovero estaban detrás de las viejas paredes
desmoronadas en el terreno sagrado para ellos. Mientras el rey y sus súbditos
seguían adorando a Safraella, Ella continuaba protegiéndolos de los fantasmas de la
ira.
Algunos de los comunes chillaron y se escaparon de los fantasmas, mientras se
presionaban contra la barrera.
—¿Cómo atravesaron el río? —Un hombre observó a los fantasmas desde una
distancia segura.
—Derribaron un árbol. —Me deslicé fuera de Butters—. Lo utilizaron como
puente recto.
El hombre me miró. Llevaba una estridente máscara, cubierta de plumas y
piedras preciosas. Miré a los demás y ellos también llevaban máscaras y collares y
ropa de colores brillantes. El olor a alcohol flotaba de ellos.
—Buenos segadores. —El hombre se inclinó cortésmente—. Nos honran con su
presencia. 231
—Por la mañana —dije—, tendrán que hablar con los oficiales de la ciudad y que
alguien quite el árbol antes que más fantasmas descubran cómo cruzar. —Los
fantasmas no podían entrar a las ciudades, pero sin duda podían atrapar a quien se
encontrara demasiado borracho para darse cuenta de dónde terminaban las paredes.
Dirigí a Butters lejos de la multitud. Les me siguió. Ya habíamos atraído
suficiente atención. Cualquier posibilidad de colarse en Lovero había sido destruida.
Mi casa. Respiré profundo. Había regresado. Estaba tan cerca, tan cerca de
vengar a mi Familia.
Mi pecho se apretó con el familiar dolor al que me había acostumbrado desde
la muerte de mi Familia. Desde mis terribles errores.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. No estábamos incluso en Ravenna y sin
embargo, todo me recordaba a ellos. Un vendedor de comida que vendía los pasteles
favoritos de Jesep espolvoreados de azúcar. Un grupo de marionetas que habría
hecho a Emile chillar de risa. El olor del aceite, del mismo tipo que se había usado
para iluminar nuestra casa. Podía sentir a mi Familia en la risa y en la alegría de los
comunes. Los podía sentir en el aire.
Les caminaba a mi lado, los caballos siguiéndonos. Miraba a las personas que
pasábamos. Todo el mundo se inclinaba ante nosotros.
—Las personas no te tienen miedo.
Me aclaré la garganta.
—Oh, tienen miedo. Sin embargo, su relación es mayor. Muchos sueñan con ser
favorecidos a los ojos de una Familia, lo que les daría acceso a la riqueza y al poder y
a las conexiones, por no hablar de un ventajoso renacimiento. La mayoría pasará por
alto su temor a correr ese riesgo.
—¿Y las máscaras? —Se quedó mirando una máscara en una mujer que se reía
a carcajadas con el hombre cuyo brazo agarraba.
—Día Susten —dije.
El día Susten era un día de fiesta celebrando a Safraella. Solía ser mi festividad
preferida. Las fiestas y la comida y el baile duraban toda la noche. Y debido a que
todos llevaban máscaras, podría ser cualquier persona que quisiera. Ahora sabía que
era el sueño de una niña. Safraella me había ofrecido la oportunidad de ser otra
persona. Había elegido ser yo.
Salimos de la estrecha calle y llegamos a una intersección, con una fuente y
vendedores de comida y animadores. Los traga fuegos caminaban en zancos, su piel
pintada con dorado y plata. Los músicos tocaban, sus notas chocando con la gente
mientras las canciones rugían saliendo de borrachos fuera de tono. Los olores de los
vendedores de comida competían con los olores corporales de tantas personas.
Arrugué la nariz. ¿Siempre había sido así? ¿Tan bulliciosa y ruidosa? De alguna
manera se sentía diferente. Siempre me había gustado el ruido y la emoción,
especialmente el día de Susten. Ahora llenaba mis sentidos, amenazaba con
desbordarme. Me hacía querer estar en otro lugar.
Un grupo de niños pasó corriendo, gritando y riendo detrás de sus máscaras.
Una chica tropezó y cayó ante Les. Él la ayudó a levantarse. 232
—Gracias —dijo, y luego vio su máscara. Retrocedió. Cuando llegó a una pared,
se inclinó a toda prisa, después fue tras sus amigos.
La observó marcharse.
—Nunca antes he tenido a chicos asustados de mí.
—Eso es sólo porque los chicos de Yvain estaban en sus camas cuando estabas
haciendo tu oscuro trabajo. Te prometo que habrían corrido de allí si te hubieran
visto.
Fuimos a través de la plaza, la gente se movía alrededor de nuestros caballos,
muchos gritos alegres de bienvenida cuando vieron nuestras máscaras. Caminamos
hasta el otro lado y encontramos una calle con menos gente, más tranquila.
Suspiré.
—Estamos llamando demasiado la atención. Tenemos que encontrar un establo
para dejar los caballos y salir de Lilyan antes que los Caffarelli nos encuentren.
Un hombre en cuero negro salió de un callejón, con garras sobre sus nudillos,
del lado izquierdo su máscara de hueso estaba adornada con llamas de color púrpura.
—Oh, hermana —dijo—. Ya lo hicimos.
Treinta y ocho

F
lamas púrpuras. Colores Caffarelli. La máscara cosquilleaba en mi
memoria. Sabía quién era éste, si sólo pudiera recordarlo.
Tres sesgadores más salieron desde las sombras, cada máscara de
hueso decorado con patrones púrpura que parecía casi negro en la oscuridad.
Cuatro de ellos. Luchar contra ellos crearía una escena, y nuestra única ventaja
radicaba en el hecho que los Da Via pensaban que estábamos muertos.
—Hermano. —Incliné mi cabeza con respeto—. Nos disculpamos por la
intrusión en su territorio. Si nos dejas pasar, nos iremos y pagaremos cualquier
restitución que consideres necesaria.
Tuvimos que tomar esto con cuidado. Los Da Via ahora eran la primera Familia,
y las otras Familias fácilmente podrían estar bajo su dominio.
Pero mi madre había nacido una Caffarelli, así que tal vez sería suficiente para
comprar nuestro pasaje, si nada más.
El sesgador al frente tocó su máscara con las largas garras de metal de su mano
izquierda. 233
—¿Qué es lo que están haciendo en Lilyan? Sin duda, ¿hay celebraciones en su
propio territorio?
—Vinimos desde afuera de las paredes.
Él suspiró.
—Ahora están mintiendo.
—Hermano —siseó el sesgador del frente. Su líder se apartó sin quitar sus ojos
de nosotros. Cuando los susurros se detuvieron, el líder nos examinó de nuevo.
—Acérquense. —Señaló con sus garras—. Hacia la luz.
Les me miró. Si nos quedábamos en las sombras no hacía ninguna diferencia si
se trataba de una pelea. Me deslicé en el haz emitido por una linterna colgando desde
un balcón por encima de nosotros.
Les siguió y nos paramos uno junto al otro, una mano sosteniendo las riendas
de nuestros caballos, la otra ocultando un arma detrás de nosotros.
El líder movía su peso, algo de su tensión retrocediendo.
—Habíamos escuchado que un Saldana sobrevivió, pero aquí se encuentran dos
de ustedes. Y no reconozco sus máscaras.
Deslicé la máscara hacia la parte superior de mi cabeza.
—La máscara es nueva.
Escudriñó mi rostro.
—Entonces Lea Saldana.
Se quitó la capucha de su capa, mostrando desordenado cabello corto rubio
platino. Deslizó su propia máscara hacia arriba.
Tenía una cara estrecha, con una nariz que había sido rota demasiadas veces.
Pero tenía líneas de expresión alrededor de su boca, y sus ojos se veían relajados y
fáciles. Parecía ser un par de años mayor que Les.
—Brando Caffarelli —dije.
Se señaló a sí mismo.
—Brand, primo. Mi padre se... entristeció al enterarse de la pérdida de su
madre.
Rastros de mi madre se mostraban en su apariencia, especialmente en el color
de su cabello. No conocía mucho del hermano de mi madre. Difícilmente sabía algo
sobre la Familia que había dejado atrás cuando se casó con mi padre. Había dejado
en claro que el momento en que quedó embarazada de Rafeo fue el momento en que
dejó de ser una Caffarelli y se convirtió en una Saldana.
Junto a mí Les empujó su máscara por su cabeza.
—Sin embargo —continuó Brand—, ahora con ustedes delante de mí, ¿tal vez
pueda llevarle buenas noticias?
Negué.
—Somos todo lo que queda. 234
Miró a Les.
—No te reconozco. Tienes el cabello oscuro de algunos de los Saldana pero no
mucho más. Ciertamente no su color o su estatura. —Brand señaló mi diminuta
estatura y luego me sonrió para demostrar que no significaba un insulto. Había sido
pequeña durante toda mi vida. Igual que mis hermanos y mi padre. Estaba
acostumbrada a los comentarios burlones.
—Alessio Saldana —se presentó. Un rubor de orgullo se extendió por mis
mejillas y bajó por mi garganta.
Brand asintió y no preguntó más. Si Les decía que era un Saldana y tenía la
máscara para demostrarlo, las otras Familias lo tomarían como verdad.
Brand habló inaudiblemente hacia los tres Caffarelli detrás de él.
Desaparecieron hacia las sombras de las calles.
—Entonces. —Hizo un gesto para que lo siguiéramos hacia una plaza más
tranquila, con un jardín y bancos. Tomó asiento y ató los caballos a una pérgola,
dejando que pastaran en las hierbas del jardín, antes de sentarnos frente a él—.
¿Están aquí para hacer frente a los Da Via?
Coloqué mis manos en mi regazo.
—Sí. Se han convertido a otro dios. Son falsos adoradores.
Brand siseó entre dientes.
—¿Cómo sabes esto? Esa es una grave acusación.
—Testigos en Yvain. Y he visto algunas blasfemias menores de algunos de ellos.
Había pensado que sólo estaban siendo...
—¿Unos presumidos bastardos? —proveyó Brand.
—Sí. Pero cruzaron las llanuras muertas durante la noche con la ayuda de un
sacerdote de Daedara.
Brand frunció el ceño.
—Ustedes podrían ayudarnos —dijo Les.
Hice un pequeño ruido en la parte posterior de mi garganta, y Les me miró.
Ayudar. Ayudar a matar a los Da Via. Era lo que siempre había necesitado, siempre
había querido. Era por eso que había viajado a Yvain para encontrar a mi tío. Había
pensado que los Caffarelli se negarían, que estarían del lado de los Da Via, que tenían
todo el poder ahora que los Saldana estaban muertos, pero tal vez había estado
equivocada. Tal vez nos ayudarían a lo largo de todo, si solo pusiera mi orgullo a un
lado y lo pidiera.
Brand se inclinó con sus codos en sus rodillas, sus dedos entrelazados juntos.
—No puedo ver a mi padre estando de acuerdo con eso.
Les frunció el ceño.
—¿Por qué no? Los Da Via son traidores a sus máscaras. Demeritan el estatus
de todos los sesgadores.
Brand agitó una mano. 235
—No es que no les crea. —Frotó su nudillo por el puente de su nariz—. Mi padre
es un hombre prudente. No va a tomar una postura en contra de los Da Via, no con
sus números y su riqueza.
—¿Ni siquiera cuando ellos adoran a otro dios? —preguntó Les.
Brand se encogió de hombros.
—Tomaría una postura en contra de eso. Creo que muchas de las Familias lo
harían, especialmente si eso significaba destruir a los Da Via de una vez por todas. Y
sin duda los Sapienza nos ordenarían hacerlo si descubrieran la verdad sobre ellos.
Pero nadie, ni siquiera mi propia Familia, tomará un paso en contra de los Da Via
sin pruebas concretas. No con el poder que ejercen. Tu palabra no es suficiente,
prima.
Mis esperanzas se desinflaron. Él estaba en lo correcto. Incluso Costanzo
Sapienza, el rey, por todo lo que amaba a mi padre, no tomaría una postura en contra
de los Da Via a menos que tuviera pruebas ante él que eran traidores a nuestro modo
de vida.
Lo que habían hecho era tan peligroso y estúpido. Todas aquellas personas que
los Da Via habían sesgado, supuestamente en nombre de Safraella, había sido
durante su culto secreto hacia Daedara. Muchos ahora probablemente vagaban por
las llanuras muertas como fantasmas. Y dado que los Da Via habían estado ocultando
tal traición, sería fácil para los comunes creerle al resto de las Familias. O al rey. Los
comunes se volverían contra nosotros, creyendo que éramos asesinos
indiscriminados. Se crearía un caos.
Los Da Via jugaban con fuego y no parecía importarles si todo el país se
quemaba por ello.
—Si pudieran conseguir que los Bartolomeo y Accurso acuerdan un ataque —
dijo Brand—, probablemente entonces podrían convencer a mi padre.
—No hay tiempo para hablar con cualquier otra persona —dije—, incluso si
estuvieran de acuerdo para reunirse conmigo. Los Saldana no comparten sangre con
ellos.
—Mi padre no estará de acuerdo sólo con nosotros, la cuarta Familia sola.
—Quinta Familia —corregí.
Brand sonrió con tristeza.
—Cuarta, prima. Ambos sabemos que los Saldana nunca serán la primera
Familia de nuevo. Al menos, no en nuestras vidas.
Por supuesto que tenía razón. Pero al ser confrontada de una manera tan firme
con la pérdida de nuestro estatus fue sentir el dolor de la pérdida de mi Familia de
nuevo. Todo por lo que mi Familia había trabajado por generaciones, toda la muerte
y la guerra enfrentada por mi padre para poner a Costanzo Sapienza en el trono,
arruinado por los Da Via.
—Tal vez... —vaciló Brand—. Tal vez deberías dejar ir a tu Familia. Podrías
unirte a otra. Podrías casarte con los Caffarelli. Estaríamos encantados de contar
contigo. Todavía sería feliz de tenerte.
236
Junto a mí, Les se inclinó más cerca. Miró a Brand con duros ojos.
Brand se apartó, sus manos extendidas delante de él.
—No pretendía faltar el respeto. No me di cuenta que se habían reclamado entre
ustedes. Adopción, entonces. Mi padre los tomaría a ambos.
Sería tan fácil, renunciar a todo, unirnos a Brand y su Familia sabiendo que, en
verdad, también eran mi familia de sangre. No tener que estar a cargo, ser la cabeza
de una Familia, a pesar que sólo había dos de nosotros. Tres si salvábamos a
Marcello.
Pero me había parado delante de Safraella, sentido el dolor divino cuando me
había besado de regreso a la vida. ¿Quién dijo que la muerte no le haría daño? Me lo
había pedido. Y en verdad, ¿quién dijo que la vida se suponía que fuera libre de
sufrimiento?
Si me daba por vencida ahora, sería darle la espalda a Su Don de la
resurrección. Darle la espalda a Ella. No sería mejor que los Da Via.
Negué.
—No. Lo siento. La oferta es amable, pero no podemos aceptar. Debemos hacer
esto.
Desde un callejón oscuro, apareció un sesgador Caffarelli. Se inclinó y le
murmuró algo Brand antes de desaparecer en las llenas calles una vez más.
Brand se levantó.
—Mi padre dice que son bienvenidos a bordo de sus caballos y a buscar refugio
en nuestro territorio hasta el final del día de Susten, mañana por la noche. Después
de eso, quiere que se vayan.
Les hizo una mueca, pero asintió. No necesitábamos más tiempo.
Mañana haríamos nuestro movimiento contra los Da Via.

237
Treinta y nueve

B
rand nos mostró una posada leal a los Caffarelli que nos dejarían
quedarnos de forma gratuita.
La habitación sencilla tenía dos camas pequeñas, una mesa de
lavado y un escritorio. No habíamos descansado desde la pelea con los Da Via, y hasta
que vi las camas, no se me había ocurrido que debería estar cansada.
—Hemos estado yendo sin parar durante más de un día completo. —Les dejó
caer su mochila al suelo—. Y sólo ahora me di cuenta que estoy agotado.
—Creo que fue como con la comida. —Puse mi máscara a un lado y desabroché
mis cueros. Apestaban. Podría limpiarlos antes de enfrentar a los Da Via. No. No
importaba si mis cueros estaban empapados en sangre y sudor. Había más por venir.
—Fue como si, por un momento, fuéramos completamente nuevos. —Les se
sentó en su cama para quitarse las botas y quitar sus propios cueros, quedándose en
su pantalón de lino—. Estoy un poco triste que se haya ido.
—Nada dura para siempre —murmuré, luego atenué la lámpara de aceite sobre
la mesa. El sol saldría en una o dos horas, y quería dormir un poco antes de salir para 238
Ravenna para encontrar a los Da Via.
Me metí en la pequeña cama, su marco de madera chirriando audiblemente
bajo mi peso. Los juncos en el colchón eran desiguales, pero olía a limpio, y las
sábanas se sentían lisas y suaves contra mi piel. Me acosté de lado, mirando hacia la
pared de yeso pelándose.
La última vez que había dormido había estado en la celda en Yvain. Antes de
eso, el sofá en la casa de Marcello y Les. Y estando muerta, si es que contaba.
Probablemente nunca volvería a tener un hogar seguro o un sueño regular. Todo lo
que podía hacer era contar las hermosas cosas que quedaban en mi vida: las sábanas
limpias en esta cama alquilada, que los Caffarelli no habían intentado matarnos en
cuanto nos vieron, el aire fresco de la noche en mi piel.
El suelo crujió. El frío aire rozó mi espalda cuando Les levantó las mantas y se
deslizó detrás de mí. Le hice espacio. Me acercó, y el calor de su piel se filtró. De
alguna manera, había leído mi mente, había entendido mi deseo a pesar que no lo
había dicho en voz alta.
Apartó el cabello de mi rostro y me besó el cuello por debajo de mi oreja. El
colgante de su madre presionado contra mi espalda.
—Les —dije. Besó mi cuello de nuevo, sus manos se deslizaron alrededor de mis
costillas hacia mi estómago—. Mi hermano sigue vivo.
Sus manos se detuvieron.
—¿Rafeo?
Negué.
—Mi otro hermano, Matteo. Se lo escuché decir a Claudia durante la pelea.
Después que... después que Val te matara.
Respiraba silenciosamente.
—¿Qué significa eso?
Mi garganta se apretó. Me encogí de hombros.
—No lo sé. Creo que significa que ahora es un Da Via. Creo que tendré que
matarlo.
Les aspiró.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—No es... nada.
Estaba ocultándome algo, algo que no quería discutir. Pero ambos estábamos
juntos en esto, ahora nuestros destinos estaban entrelazados cuando Ella nos había
resucitado.
—De todos modos ya no es mi hermano, si es un Da Via.
—Sigue siendo de tu sangre, Lea.
—No. Los lazos de Familia son más fuertes que los lazos de familia. Esa es la
forma en que siempre ha sido. Es por eso que mi madre le dio la espalda a los
Caffarelli cuando se casó con mi padre. Tiene que ser de esa manera, o ninguna 239
Familia jamás podría confiar en otro lo suficiente como para arreglar un matrimonio.
Y Matteo siempre fue muy estricto con las normas y la tradición.
—Hmm. —Les arrastró sus labios hasta mis hombros, su mano deslizando la
correa de mi camisola por mi brazo antes de deslizarla alrededor de mi estómago de
nuevo. Coloqué mi mano sobre la suya y la guié hacia abajo.
—Lea —murmuró contra mi carne—, ¿vamos a sobrevivir mañana?
Mi piel se sonrojó bajo sus dedos y el calor se extendió por mi cuerpo antes de
viajar más arriba para encontrarse con el calor de sus labios.
—No —respondí, mi voz entrecortada—. No.
Asintió, su suelto cabello acariciando mis hombros. Pasó su otra mano a través
de mi espalda. El susurro de mi camisola mientras se deslizaba por mi piel fue
ruidoso en la tranquila habitación. Sus dedos dudaron, rozando ligeramente por
debajo de mis omóplatos. Me estremecí.
—Lea... —dijo, su voz ya era no suave, sino cuestionadora. Quitó sus manos—.
¿Qué es esto?
—¿Qué? —Giré mi cuello.
Me mantuvo en el lugar y pasó sus dedos sobre el mismo punto de mi espalda.
—Tienes una marca aquí. —Presionó sus dedos contra mi piel.
El calor que se había acumulado en mi cuerpo, se desvaneció. No debería tener
una marca...
—¿Fue aquí donde fuiste apuñalada? —preguntó.
Me giré para enfrentarlo. Moví su brazo y el colgante y examiné su pecho. Allí,
donde Val había conducido su espada a través del cuerpo de Les, estaba una marca
blanca.
—Tú también tienes una —dije.
La tracé. Tenía un poco la forma de un destello, era suave, completamente
diferente a una cicatriz. Más bien como un cambio de color en su piel.
Tembló y quité mi mano.
—¿Duele?
Capturó mis dedos y se los llevó a sus labios.
—No. Sólo una marca para recordar esa noche.
Se inclinó y besó mi hombro, mi clavícula.
Pasé mis manos a través de la piel de su pecho.
—Creo que nunca olvidaré —le dije.
Sus labios se presionaron contra los míos y se colocó encima de mí, su peso
presionándome mientras continuaba besándome profunda y fervientemente.
Devolví los besos, mis manos deslizándose por su espalda, sus músculos, su piel,
imprimiendo su sensación en mis dedos. 240
Si muriera mañana, al menos tendría una última cosa hermosa que quedaría
en mi vida.
***
Fabricio’s lucía opaco a la luz de la tarde. El restaurante abrió sus puertas una
vez que se puso el sol, dado que la mayoría de sus clientes eran los que pasaban sus
horas de luz del día en cama.
El restaurante estaba tan al norte como la ciudad permitía, presionado contra
las derrumbadas paredes de la ciudad. Imaginaba a los fantasmas contra el lugar de
Fabricio’s después del atardecer, tratando de alcanzarme. Les y yo nos escondimos
en un sombreado callejón, Les con la bomba incendiaria y materiales adicionales en
una mochila en su espalda. Vi la parte delantera del restaurante hasta que empezó a
inquietarse.
—Nadie ha entrado o salido —dijo—. En algún momento sólo vamos a tener que
darle una puñalada y ver si sangra.
Golpeé mi máscara y suspiré. Tenía razón, aunque deseaba más certeza acerca
de nuestra tarea. Mi plan consistía en encontrar la casa de los Da Via, salvar a
Marcello, y matarlos a todos. El cómo hacerlo todavía me eludía además de usar la
bomba incendiaria para prenderle fuego al lugar.
Lo que sea que decidiéramos, teníamos que atacar pronto. Había tomado más
tiempo de lo planeado hacer las bombas de fuego esta mañana y cuanto más tiempo
nos tomáramos ahora, menos posibilidades tendríamos de encontrar a Marcello
vivo. La mayoría de los Da Via estarían dormidos hasta el anochecer. Una vez que el
sol se pusiera, encontraríamos mayor resistencia.
Esperé que un barrendero pasara antes de precipitarme del callejón hacia
Fabricio’s. Les rápidamente siguió detrás, y nos metimos contra el lado sur del
edificio.
Les silbó como un pájaro. Señaló una ventana e imitó que lo rompía. Asentí y
comprobé la calle. Nadie nos había notado.
El tintineo de cristales rotos estalló detrás de mí.
Les sacó los cristales rotos fuera de la solera, luego subió a través de ella. Seguí,
y nos encontramos en el sombrío comedor de Fabricio’s.
Las mesas y sillas habían sido limpiadas y perfectamente organizadas. El vacío
cuarto parecía un lugar muerto.
—¿Y ahora qué? —susurró Les.
—No puede haber una entrada secreta en el comedor —susurré—. Demasiados
testigos para verlos ir y venir. Vamos a buscar en la cocina.
Caminamos a través del laberinto de mesas y sillas, con cuidado de hacer el
menor ruido posible. Una vez que llegamos a la cocina, examinamos el espacio, pero
no había ninguna trampilla obvia o señales que indicaran dónde vivían los Da Via.
Toqueteé mi máscara, pensando.
—Por aquí. —Les se inclinó por encima de un barril de vino. 241
Me precipité hacia allí. Detrás del barril estaba una pequeña puerta en la pared
norte, oculta a la vista.
Les dio unos golpecitos con su nudillo en el barril, e hizo eco.
—Creo que es falso.
Juntos empujamos el barril de vino. Se deslizó fácilmente para alejarse de la
pared, instalado en bisagras.
Miramos la puerta oculta.
—Podría no ser nada —sugirió Les.
—Si no fuera nada, no la ocultarían detrás de un barril falso. —Respiré
profundo, luego empujé el pestillo de la puerta. Se abrió hacia afuera, las bisagras
bien engrasadas y silenciosas.
Me deslicé a través de la puerta y me encontré en el exterior una vez más, en un
pequeño patio escondido.
Delante de mí yacía una sección deshecha de la muralla de la ciudad, un espacio
abierto hacia las llanuras muertas se extendía detrás y el río brillando dorado bajo el
sol que se ponía rápidamente.
A la derecha estaba la esquina de Fabricio’s, presionándose contra la pared de
la ciudad, pero a la izquierda había otra puerta. Una puerta que conducía a la casa
de campo junto a Fabricio’s. Era el único camino a seguir, a menos que quisiera
cruzar la derrumbada muralla de la ciudad y entrar en las llanuras muertas, o
regresar al restaurante. El patio conducía directamente hacia las llanuras muertas,
la propia entrada secreta de los Da Via. Ni siquiera tenían que entrar a la ciudad para
llegar a su casa desde las llanuras muertas.
Les se apretó para salir de Fabricio’s. Estiré mi cuello y levanté la vista hacia la
monstruosidad de cuatro pisos de una casa que se elevaba por encima de nosotros.
Todo en ello hablaba de los habitantes más ricos. Negué.
—¿Qué es? —Les miró más allá de la brecha en la muralla de la ciudad hacia las
llanuras muertas.
—Es sólo que... por supuesto que los Da Via viven en una mansión gigante,
mostrando sus riquezas para que todos la vean. No sé por qué he asumido que
tendrían túneles como nosotros lo hacíamos. Están demasiado enamorados de sí
mismos para pensar en la seguridad.
—Para ser justos, los túneles no salvaron a tu familia. O a mi maestro.
Asentí.
—Tienes razón. Vamos.
La puerta de la casa estaba desbloqueada, y la abrí en silencio. Ante nosotros se
extendía una sala bañada en la oscuridad. Les sacó su recortador y lo sostuvo a su
lado. Dejé mi espada en mi cadera, pero seleccioné un estilete. Finalmente estaba
aquí para vengar a mi Familia. Para terminar con mi culpa y mi vergüenza.
Nos colamos en el oscuro pasillo, dejando que nuestros ojos se ajustaran. Les
se estiró para cerrar la puerta y agarré su brazo. 242
—Déjala abierta —dije.
—¿Por qué? Si alguien pasa, ¿no le parecerá sospechoso?
Miré la puerta y más allá de la pared rota hacia las llanuras muertas.
—Es mi plan de respaldo.
Caminamos en silencio por el pasillo alfombrado. No había habitaciones o
puertas, solamente un camino recto que llevaba hacia un conjunto de escaleras y
hacia otra puerta.
Las escaleras estaban construidas sólidamente y no rechinaron cuando las
subimos. En la puerta miré a Les. Aumentó el agarre en su recortador y dio un rápido
asentimiento.
Deslicé la llave de Marcello en la cerradura y la giré. Hizo clic. Empujé la puerta
y la luz se derramó sobre nosotros.
Habíamos entrado en la casa de los Da Via.
Cuarenta

E
l interior de su casa estaba tan ricamente decorado como se habría
esperado de los Da Via. Ricos tapetes colgando de las paredes, retratos
pintados de los miembros de la Familia a lo largo de las eras. Les y yo
caminamos por las gruesas alfombras. Debería haber estado vigilando nuestro
camino, escuchando a la gente, pero no pude evitar detenerme y mirar un retrato de
Val. Se veía tan severo en la pintura; el artista había fallado en capturar su arrogante
sonrisa.
—Lea —siseó Les. Abandoné el retrato para seguirlo.
El pasillo iba hacia una gran habitación, el piso de mármol, columnas
sosteniendo el techo que se elevaba por encima de nuestras cabezas. Había estado
en bailes en el palacio que no tenían habitaciones tan decadentes como ésta.
Había otra puerta al otro lado de la habitación. Me sentía expuesta, entrando
en la gigantesca sala abierta, pero teníamos que continuar.
Cruzamos al otro lado de la habitación, manteniendo nuestros pasos ligeros y
vigilando el espacio a nuestro alrededor. Alcanzamos la puerta y nos detuvimos sólo
un momento antes de abrirla y dejar la gran habitación atrás. 243
Otro pasillo. Éste tenía puertas situadas en las paredes. Nos paramos ante la
primera, hecha de pesado roble.
La marca en mi espalda dio una punzada.
La puerta podría llevar a cualquier lugar, a una cocina, un dormitorio, otra gran
habitación. Podríamos abrir la puerta y encontrarla llena de Da Via, pero estaba en
el lado norte del edificio, el que se encontraba presionado contra las paredes externas
de la ciudad.
—¿La abrimos? —preguntó Les.
Necesitábamos apegarnos al plan. Encontrar a Marcello y luego quemar todo el
lugar con la bomba incendiaria. Nuestro tiempo era limitado, y si se acababa, tendría
que tomar decisiones que no quería hacer.
Pero había algo en esta puerta. Incluso si era simplemente un dormitorio, tal
vez podríamos encontrar a alguien aún dormido y convencerlo que nos dijera la
ubicación de Marcello. Podría valer la pena la demora.
Asentí. Les giró la manija de la puerta. Mi corazón retumbó en mi pecho y todo
pareció demasiado silencioso, demasiado quieto. La puerta se abrió.
Conducía a un dormitorio, oscuro y vacío.
No había razón para explorarlo, para entrar y ver qué podríamos encontrar.
Ninguna. Pero mi mano se crispó. Crucé el umbral, entrando en la habitación.
No había nada en su interior, sólo una cama con dosel, sin ocupante y arrugada.
Encaré a Les y me encogí de hombros. Tal vez mis instintos se habían equivocado.
Una figura salió desde las sombras, atacándome antes que pudiera levantar mi
estilete. Estaba tumbada en el suelo. Manos sujetaron mi cuello. Dedos se clavaron
en mi garganta, estrangulándome. Me resistí, tratando de liberarme de él. Otra
sombra entró en la habitación. Les.
Mi atacante se alejó rodando, esquivando las estocadas que Les había dirigido
a su cabeza. Rodé junto a Les y logré ponerme de pie, tosiendo.
—¿Estás bien? —Les mantenía sus ojos en el Da Via, que nos rodeó en la
sombra.
Asentí y desenfundé mi espada. Descuidados, por pensar que la habitación
estaba vacía. Pero si mi atacante estuviera armado, ya habría utilizado un arma para
ahora. Eran dos contra uno, y nosotros estábamos preparados para una pelea.
Le di un codazo a Les, y arremetimos contra él juntos. Les atacó por la
izquierda. Yo me lancé por la derecha.
El Da Via giró la cabeza y tomó una rápida decisión. Azotó a Les con un pie
descalzo, conectando con su muslo. No fue lo suficiente para hacer más que un
hematoma, pero causó que Les perdiera su balance. Se tropezó, tirando su espada.
El atacante se volvió hacia mí. Me lancé, con la espada en mi mano derecha, el
estilete en mi mano izquierda. Él esquivó y agarró mi muñeca izquierda, apretando
mis tendones. Lo sacudí, tratando de liberar mi mano. Nos tropezamos en la luz que
se derramaba desde el pasillo. 244
El Da Via estaba sin camisa, vestido sólo con un pantalón de dormir. Su rubio
cabello arenoso despeinado. Di un grito ahogado. Matteo.
Mi momento de vacilación me costó. Él arrancó el estilete de mis dedos,
dándole la vuelta y blandiéndolo delante de él.
Les regresó.
—¡Vamos entonces! —gruñó Matteo.
Me alejé, respirando con dificultad. Empujé mi máscara hacia la parte superior
de mi cabeza. Matteo me miró por un momento, su expresión rabiosa lentamente fue
remplazada por sorpresa.
—Lea. —Bajó su arma ligeramente.
—¿Sorprendido de verme? —Mi corazón golpeaba en mi pecho, y no por la
lucha. Sabía que estaba vivo. Lo sabía. Pero tenía la esperanza que no tuviera que
enfrentarlo. Pensé que Safraella había estado urgiéndome a entrar en esta
habitación, pero creí que quizás estaría equivocada. Tal vez estuvo advirtiéndome en
su lugar.
Matteo tragó audiblemente.
—Se supone que estás muerta.
Me coloqué la máscara, así no podría ver mis emociones destellando a través
de mi cara.
—Se supone que tú también estás muerto. En nuestra casa, quemado como el
resto de nuestra Familia.
Apretó su mandíbula.
—Claudia me dijo que moriste en Yvain.
—No estaba equivocada. ¿Y cuál Da Via te contó del resto de nuestra Familia?
¿Fue Nick? ¿O Val? ¿Te dijeron cómo murió nuestra madre? ¿Nuestro padre?
¿Jesep?
Sus ojos se estrecharon y dio un paso atrás.
—¡Nos traicionaste! —grité—. Rafeo murió en mis brazos por ti.
—No me hables de Rafeo. También lo amaba.
—¡Lo amé más! ¿Dónde estuviste esa noche? ¿Estabas con ellos, o estuviste con
nosotros? —A mi lado, Les dejó caer su mano libre hacia su cinturón. Me enfoqué en
Matteo.
—Estaba con ellos —respondió Matteo—. Amé a Claudia por años en secreto.
Años. Pero madre y padre no accedieron a ningún tipo de unión entre nosotros y los
Da Via. Así que seguí siendo discreto. Muy parecido a ti con Val —se burló de mí, y
aunque nunca ha existido mucho amor entre Matteo y yo, su rabia y amargura se
vertió como un amargo veneno.
»Cuando Claudia me dijo que estaba embarazada —dijo—, y me ofreció un lugar
a su lado, sabía a donde pertenecía. Tú bien sabes que la Familia viene antes que la
familia, y fui un Da Via a partir de la noche del incendio. Fue una prueba. Y fue
demostrar que era uno de ellos o morir. Así que les dije cómo atravesar el túnel, y
245
usaron la llave que tú tan útilmente suministraste para entrar. No fui sólo yo, querida
hermana, quien traicionó a nuestra Familia.
Sus palabras fueron otro cuchillo, esta vez en el corazón. No podía recuperar
mi aliento. Mis costillas se presionaron fuertemente contra mis pulmones, y luché
para hacerlos obedecer, pero no lo hicieron. Desde la noche del incendio, había
llevado la culpa de la muerte de mi Familia. Le había dado a los Da Via los medios
para llegar a mi Familia. Pero no fui sólo yo.
Fue Matteo quien nos había matado. Mi hermano, quien vio a su Familia ser
asesinada.
—Tienes una nueva máscara —dijo Matteo. Miró a Les—. Y un nuevo Saldana.
Aunque en el buen juicio todavía no se ha decidido si él estará a la altura de la
reputación.
Levanté mi espada. Una ráfaga de frío, como si mi sangre fuera sido remplazada
por un frío viento.
—Él es más Saldana de lo que tú lo fuiste.
Matteo gruñó y giró su muñeca. Reconocí el movimiento. Eché mi espada hacia
atrás, preparada para defenderme, cuando algo cortó el aire, conectando con el
cuello de Matteo.
Un cuchillo sobresalía de su garganta. La sangre se derramó por su pecho
mientras se quedó mirándome completamente sorprendido.
Miré a Les, su mano estaba extendida por haber lanzado el cuchillo.
No podía moverme. No podida hacer nada más que mirar a mi hermano.
Matteo gorgoteó y dejó caer el estilete. Agarró la empuñadura del cuchillo, halándolo
de su garganta.
La sangre se derramó por todas partes. Dio un paso hacia mí. Otro. Se cayó. Caí
a su lado, jalando la máscara de mi rostro.
—Matteo. —Presioné mis manos en su garganta, su sangre caliente
derramándose en mis dedos. No había ningún lugar en que pudiera ponerlas para
detener el sangrado. Estuve allí antes. No había nada que pudiera hacer.
Matteo tosió sangre. Parpadeó una vez, dos, y luego sus ojos se oscurecieron.
Gemí, alejando mis dedos de golpe. Me quedé mirándolos. La sangre de la vida
de mis dos hermanos había cubierto mis manos. Nunca me libraría de eso.
—Lea —dijo Les. Luché para levantarme, mis manos dejando sangrientas
marcas en la pálida alfombra junto al cuerpo de Matteo.
—Mataste a mi hermano —le dije.
Él me entregó una camiseta que había estado descansando en una silla. La
tomé, pero no estaba segura de qué hacer con ella. Les dio un paso más cerca y juntó
mis manos en las suyas. Usó la camisa para limpiar la sangre.
—Tuve que hacerlo. 246
—¿Por qué?
—Porque Ella me lo pidió. Me dijo que no podía dejar que mataras a tu Familia,
tu sangre. Que tenía que salvarte de eso.
Parpadeé mientras él frotaba mis manos. Safraella me había concedido esa
misericordia, aunque Matteo era un Da Via ahora. Y me envió aquí para matar a los
Da Via, cuando me dijo que se los regresara.
—¿Lea? —preguntó Les suavemente, empujando su máscara.
Me hundí contra Les. Él envolvió sus manos alrededor, y me sujeté con fuerza
mientras los pensamientos se precipitaban.
—Todo va estar bien —dijo Les—. Todo va estar bien.
Asentí de nuevo, mis ojos fueron al cuerpo de Matteo antes de alejarlos. Detrás
de Les, escondida en una esquina de la habitación, estaba otra puerta.
Me empujé lejos.
—Hay una puerta…
Se volvió. Caminé hacia ella. La perilla giró fácilmente en mi mano.
Les dejó caer su mano en su cinturón.
—Nos estamos quedando sin tiempo, y no sabemos qué hay allí.
Empujé la puerta para abrirla.
Era otro dormitorio. No, no un dormitorio, un cuarto para niños. Una cuna
estaba a un lado, y en la otra pared estaba una cama de niño.
Mis brazos temblaron. Los apreté contra mi pecho. Di un paso hacia la cama.
Un niño yacía en ella, dormido. Sus mejillas estaban ruborizadas con calidez, su
negro y rizado cabello descansando contra su rostro.
Emile.

247
Cuarenta y uno

C
aí de rodillas al lado de su cama.
Les corrió hacia mí, pero se concentró en Emile. Cepillé un mechón
de cabello detrás de su oreja y se agitó en su sueño.
—¿Lea? —preguntó Les.
—Es Emile —susurré—. Mi sobrino. El hijo de Rafeo. No lo mataron. Se lo
llevaron.
Me levanté y lo vi dormir, sus respiraciones viniendo con facilidad, el puño
cerrado al lado de su cara.
—Se lo llevaron —le dije—. Para hacer de él un Da Via, para asegurarse que
nunca recordara haber sido un Saldana.
Me acerqué a la cuna. Dentro dormía una bebé, una mata rubia de cabello
coronando su cabeza. Claudia y el hijo de Matteo. Examiné mi memoria por su
nombre. Allegra.
Debería haberla odiado. Era una Da Via y la hija de un hermano que nos había
traicionado a todos. Pero no lo hice. Era tan hermosa.
248
—Lea... —comenzó Les—. ¿Qué debemos hacer?
Me aparté un paso.
—Estamos perdiendo demasiado tiempo. Tenemos que seguir adelante o no
vamos a tener tiempo para establecer las bombas incendiarias.
—¿Pero seguramente esto lo cambia todo?
—¿Lo hace? —Tiré de mi cabello.
—Espera. —Les agarró mis hombros y me dio vuelta para mirarlo—. Sé que
dices que la Familia está antes que la familia, pero no creo eso. Creo que la familia —
Hizo un gesto a Emile en la cama—, debe ser lo primero. Y también creo que la
familia es lo que hacemos de ella.
Sus palabras se hundieron, girando mi memoria de lo que Safraella me había
dicho antes de la resurrección. Ella me trajo de vuelta, me permitió resucitar a Les
con el fin de matar a los Da Visa. Pero Ella era una diosa de la muerte. Si los quería,
¿realmente me necesitaba para liberarlos?
—No sé qué hacer —le susurré.
—Lea, eres la mejor cosa en mi vida, y sin importar el tiempo que nos queda
aquí, quiero pasarla contigo. Te seguiré, no importa lo que decidas. ¿Pero realmente
quieres renunciar a lo que queda de tu familia sólo para hacer que los Da Via paguen?
Si solo tenemos tiempo para salvar a Marcello y los niños o llevar a cabo tus
asesinatos, ¿qué escogería tu Familia? ¿Qué elegiría Rafeo?
Me hundí y Les envolvió sus brazos alrededor de mí, acercándome.
Cuando Safraella me había dado una resurrección, había pensado en elegir a
Rafeo. Había pensado en traerlo de vuelta. Pero hubiera sido un regalo superficial,
devolverlo a una vida donde su hijo había muerto. Sin embargo aquí dormía Emile,
vivo y entero, y no podía dejarlo aquí, no podría dejarlo en manos de las personas
que habían asesinado a su padre.
—Su hijo —respondí.
La Familia por encima de la familia, Ella me había dicho. Pero tal vez había
querido decir lo contrario. Tal vez a veces el asesinato no era la respuesta.
Quizás esta vez podía optar por salvar una vida en su lugar.
Me aparté de Les y limpié mis ojos debajo de mi máscara. Había pasado tanto
tiempo planificando matar a los Da Via por el asesinato de mi Familia. Pero no nos
habían matado a todos. Esta vez podía elegir a la familia por encima de la Familia.
La venganza no tiene que ser todo.
Y tal vez la venganza no era tan importante como la redención.
—¿Qué debemos hacer con eso? —Les hizo un gesto a la bolsa que contenía las
bombas incendiarias y suministros adicionales.
Esnifé.
—Tráelo, por si acaso. Encontraremos a Marcello. Entonces vamos a venir aquí 249
por Emile y nos iremos. Unirnos a los Caffarelli o salir de Lovero, no me importa.
Siempre y cuando estemos juntos.
Emile se sentó en la cama, frotándose los ojos con los puños.
—¿Tía Lea?
—Oh. —Corrí, de rodillas delante de él—. Sí, soy yo.
Se estiró y lo agarré, sujetándolo firmemente, sus pequeños brazos envueltos
alrededor de mi cuello.
Era tan exquisito. No quiero dejar de mirarlo jamás. Me soltó.
—Te fuiste —regañó—. ¿Trajiste a mi papá?
Mi respiración se escapó en un silbido e intenté sujetarlo de nuevo, pero vio a
Les por encima de mi hombro y se retorció para liberarse.
—¡Papá! —Tropezó hasta llegar a Les. Pero cuando se acercaba redujo la
marcha, quizás viendo lo alto que era Les en comparación con Rafeo.
Les empujó su máscara y sonrió a Emile, que miraba con recelo.
Recogí a Emile. Metió la cara en mi cuello, ocultándose.
—No tengo a tu papá. —Froté su espalda—. Este es Les.
—Quiero a mi papá. —Hizo un puchero.
—Yo también.
Lo acompañé a la cama y lo senté.
—Quiero que me escuches con cuidado —le dije. Él asintió—. Les y yo vamos a
dejarte aquí…
—¡No! —gritó. Me asomé a la cuna de Allegra, segura que la despertaría—.
¡Quiero ir contigo!
—Puedes venir con nosotros —le dije—. Pero sólo si eres un chico grande y
puedes esperar y estar tranquilo. —Antes del ataque de Rafeo le había estado
enseñando a Emile cómo ser paciente, la primera habilidad que cualquier sesgador
aprendía—. ¿Puedes hacer eso?
Emile tocó una costra en su brazo mientras pateó sus piernas. Asintió.
—Bien, entonces. Vas a esperar y estar tranquilo en tu cama. Y si haces un buen
trabajo, Les y yo regresaremos, te encontraremos y puedes venir con nosotros.
Emile arrugó la nariz, pero asintió. Metí la mano en mi cinturón y saqué el
cuchillo más pequeño que tenía, una daga diseñada para encajar entre los nudillos
de un punzón con una sorpresa. Se lo di a Emile, y sus ojos se iluminaron.
—Ten cuidado —dije—. ¿Recuerdas las reglas?
Asintió y la sostuvo en la regordeta palma de la mano.
—Apunta hacia afuera, no adentro.
Me incliné y le di un beso en la frente.
Dejamos la habitación, y lo observé con atención mientras cerramos la puerta
detrás de nosotros. 250
—Acabas de darle un arma a un niño —dijo Les.
—Sí.
—¿Él tiene, qué, cuatro?
—Ha estado manejando las armas desde que aprendió a hablar. No se hará
daño a sí mismo.
Les negó.
—Vamos. Vamos a ver a mi maestro y salir de aquí antes que nos tropecemos
con cualquier otra persona.
—Esta casa es enorme —dije cuando entramos al pasillo. El sol se ponía, pude
sentirlo en mis huesos—. No estoy segura de cómo nos vamos a encontrar con él.
—No hay nada más allá de poder ser arreglado todavía. Aún podemos salvarlo.
Salvarnos.
Respiré profundo y asentí. Les tenía razón. Este no era el momento ni el lugar
para preocuparse por ello. Teníamos que encontrar a mi tío y salir lo más rápido
posible.
Desde el pasillo, una puerta se abrió y un hombre en unos cueros salió de la
habitación, estirando los brazos por encima de su cabeza.
Les y yo nos quedamos helados. Se rascó la parte posterior de la cabeza, su corto
cabello rubio desordenado por el sueño, y echó un vistazo en nuestra dirección.
Miró de nuevo. La tensión llenó el espacio entre nosotros mientras decidió
entre correr, atacar o pedir ayuda.
Les maldijo en silencio junto a mí, dejando caer su mano a su cortadora.
El hechizo se rompió.
El sesgador Da Via corrió por el pasillo lo más rápido que podía. Sus pisadas
hicieron sonidos pesados en el suelo alfombrado.
Les y yo corrimos tras él. El sesgador tenía una ventaja sobre nosotros y debería
haber sido capaz de escapar. Sin embargo, de alguna manera Les y yo lo atrapamos
fácilmente. Lo derribé, chocando contra su espalda y forzándolo a caer en la
alfombra. Hundí mi tacón en su muslo y lo arranqué, salpicando la alfombra de
sangre. Gritó y presioné el tacón hasta la base de su cráneo.
—Nada de eso ahora —le susurré.
Respiraba con dificultad, su cuerpo en ascenso y descenso lo suficiente como
para levantarme, pero no me sentía sin aliento en absoluto. Miré a Les, que se puso
sobre nosotros.
—¿Sin aliento? —pregunté a Les.
Negó.
—Me siento increíble, como si pudiera correr por kilómetros. Y puedo sentir la
puesta del sol. 251
—También yo —dije. ¿Otro regalo de Safraella?
Por debajo, el sesgador Da Via volvió la cabeza para mirarme. Su pierna filtró
sangre a un ritmo constante.
—Te conozco.
—Si no te callas, vas a llegar a conocer la punta de mi cuchillo.
Miró a Les, luego a mí. Parpadeó.
—Están muertos. Ambos. Hundí mi cuchillo en tu espalda.
Lo examiné de cerca. No lo había reconocido sin su máscara, pero su altura y
constitución eran adecuadas. Como lo era su nariz rota recientemente.
—Nik —gruñí—. Veo que has encontrado su antídoto.
—¿Cómo estás aquí? —Se retorció debajo de mí, sus ojos muy abiertos—.
¿Cómo puedes estar aquí?
Lo lancé a sus pies. No quiso poner peso en su pierna herida, que sangraba
mucho, y yo era demasiado baja para mantener un buen agarre. Les tomó mi lugar y
retorció los brazos de Nik detrás de él.
—Estamos aquí —dije—, porque Safraella nos ha enviado.
Se quedó mirando mi máscara con los ojos abiertos y aterrorizados y ni siquiera
trató de luchar en el agarre de Les.
—Tu Familia la ha disgustado —continué—. Sabe de Daedara, y Ella no toma
amablemente la traición.
Nik tragó.
—No tuve nada que ver con esa decisión.
—¿No eres un Da Via? ¿No utilizas un sacerdote de Daedara para cruzar las
llanuras muertas? Tenías una elección, y elegiste a tu Familia sobre tu dios.
—Por favor —se ahogó, mirando entre nosotros dos—. Por favor...
Sostuve mi dedo donde mis labios hubieran estado en mi máscara.
—Silencio ahora. Esto es lo que va a pasar. Vas a llevarme hacia mi tío, Marcello
Saldana. Si vive, te permitiremos pasar el resto de tu vida rogando por el perdón de
Safraella. Si está muerto, morirás. De cualquier manera, si fuera tú me apresuraría
antes de desangrarme.
Toqué su pierna ensangrentada con mi tacón, y se encogió.
—Por aquí. —Asintió al final del pasillo.
Les lo hizo marchar y Nik nos condujo a lo largo de la primera sala, y luego a
otra, hasta que llegamos a una puerta que se parecía mucho a todas las otras puertas
que había pasado.
—Allí —dijo—. No está muerto. Estella quería tratar con él esta noche. Sin
embargo no está... en el mejor estado.
Les retorció los brazos de Nik hasta que gruñó de dolor.
Abrí la puerta. Esto condujo a las escaleras de piedra, en dirección a la
252
oscuridad.
—Mi Familia te encontrará —dijo Nik. Escuché para ver si oía voces o algo para
decirme que había una persona en algún lugar en la parte inferior de la escalera—.
El sol se ha puesto, y si no están despiertos ya, pronto lo estarán. Incluso con
Safraella de tu lado, no serás capaz de hacernos frente a todos nosotros.
—Cállate. —Les le dio un rodillazo en su herida. Nik se quedó sin aliento y su
rostro palideció.
Conduje el camino por las escaleras. Les empujó a Nik delante de él, sin
importarle si tropezaba o golpeaba su pierna.
Habían desaparecido las exuberantes alfombras y tapices de lujo. Las paredes
y el suelo eran de piedra fría, la humedad y el olor de moho. Había cuatro celdas, que
recordaban a la cárcel de Yvain, y la primera a la derecha tenía a mi tío.
—Maestro. —Les respiró. Empujó a Nik para apartarlo. Nik tropezó y cayó al
suelo, gritando y sosteniendo su pierna lesionada.
Les tiró de la puerta de la celda. Cuando no cedió, empezó a excavar a través de
sus bolsas por sus herramientas para abrir cerraduras.
Marcello se sentó en el suelo en un rincón de su celda, con la cabeza apoyada
en su pecho. Su ropa estaba cubierta de suciedad, e incluso en la tenue luz de la
linterna pude ver los cortes que adornaban su rostro, la carne, la sangre y moretones
pintar su piel.
Los ojos de Marcello se abrieron, y parpadeó con incertidumbre antes de
levantar la cabeza.
—Tío —le llamé, y se concentró en mí—, hemos venido a salvarte.
Se volvió hacia Les, luego, lentamente, se levantó en sus inestables pies.
Les abrió la cerradura y entró corriendo hacia Marcello. Les trató de poner los
brazos de mi tío por encima de su hombro, pero Marcello le dio un manotazo antes
de agarrar a Les fuertemente en un abrazo.
—Oh, mi muchacho —murmuró Marcello entre dientes mientras palmeaba la
espalda de Les y luego examinó su máscara—. Me habían comunicado que te habían
matado. A los dos —agregó mientras se separaba. Sus labios estaban rotos y su
cabello estaba enredado y enmarañado.
—¡Sí los matamos! —gritó Nik desde donde estaba sentado en el suelo,
utilizando sus pieles para atar fuertemente su muslo—. Ni siquiera fue difícil.
—Cierra tu tonta boca antes que meta un cuchillo en tu garganta —gruñó Les.
Marcello me miró, preguntas en sus ojos. Asentí.
—Pero, ¿cómo? —preguntó.
—¿Has olvidado que Ella también es un dios de la resurrección?
Marcello se frotó la cara, sus arrugadas manos recubiertas de sangre seca y
descamada. 253
—Son unos malditos tontos, los dos —dijo en voz baja—. No deberían haber
venido aquí. No deberían haber venido por mí.
—Pero lo hicimos. No iba a dejar que nos mataran a todos.
—Nunca he visto un orgullo tan estúpido e ignorante —me regañó. Les dio un
paso entre nosotros y empujó su máscara hacia arriba.
—Maestro, cállate —espetó.
Marcello lo fulminó con la mirada, pero Les levantó una mano.
—No tienes nada que decir. Lea es la cabeza de la Familia, nuestra Familia.
Elijo su lado en esto y todas las cosas de aquí en adelante. No me hagas elegir entre
ustedes dos, porque todo el amor que tengo en mi corazón por ti no me hará elegirte.
Si tienes un problema con eso, tienes que hablar con Safraella en tu propio tiempo,
pero en este momento te estamos salvando, también al niño, y luego saldremos de
aquí antes que cualquier otro Da Via se tropiece con nosotros.
Desde lo alto de la escalera, la puerta se abrió.
Nik rió.
—Demasiado tarde, Saldana. Demasiado tarde.
Cuarenta y dos

L
os tres nos apresuramos fuera de la celda. Desde arriba de las escaleras
una sombra se tambaleaba.
—¿Hola? —llamó una voz. La voz de un niño, quizá no más de once
o doce—. ¿Tío Nik? ¿Estás ahí abajo?
—¡Levanta a la Familia, chico! —gritó Nik. Les juró y se giró hacia él, su bota
arremetió y conectó con la sien de Nik. Nik cayó redondo, inconsciente.
La sombra del chico se desvaneció mientras salía de la entrada del calabozo,
gritando tan fuerte como podía.
—Bueno. —Marcello se frotó las manos en su pantalón—. Eso está hecho.
—¡Movámonos! —dije. Subimos las escaleras, saliendo del calabozo.
El pasillo estaba reconfortantemente vacío, pero podía oír las voces de los Da
Via mientras el chico alzaba la alarma. Le pasé mi espada a Marcello. Estábamos
preparados para una lucha ahora. Pero si podíamos llegar a Emile rápidamente,
podíamos escapar de la casa y hacia la noche, hacia las llanuras muertas si lo
necesitábamos. Les y yo podíamos mantener a los fantasmas alejados. Esperaba… 254
Giramos en la esquina. Dos sesgadores Da Via corrieron hacia nosotros, sin
hacer ruido mientras sacaban sus armas, sus rostros escondidos detrás de sus
máscaras.
Les giró hacia la derecha y yo giré hacia la izquierda, cada uno enfocándose en
un sesgador, nuestra comunicación era silenciosa y aun así nos entendíamos
completamente.
Arremetí contra mi adversario. Él elevó su espada para bloquearme. Caí en mis
rodillas y le apuñalé en el estómago con mi puñal. Gruñó. Le agarré del tobillo,
desequilibrándolo para que cayera sobre su espalda.
Les osciló su navaja en la máscara de su adversario. El Da Via se alejó. Les
continuó con un rápido codazo en la cara. La máscara de hueso del Da Via se quebró.
Un giro final de su navaja y el segundo Da Via se quedó tirado en el suelo al lado del
primero.
Otro entró en el pasillo. Salté sobre mis pies, preparada para encontrarlo.
Marcello se apresuró entre Les y yo.
Una vez, para mi cumpleaños, Rafeo me había llevado a ver el espectáculo de
bailarines de fuego ambulantes. Mujeres y hombres se balanceaban en lazos y
cuerdas que estaban en llamas. Se agachaban y enrollaban y giraban a través del aire
como si lloviera fuego a su alrededor. Ninguno se quemaba.
Marcello luchó como los bailarines de fuego. Todo grácil y movimientos
silenciosos mientras bailaba alrededor del sesgador que quería matarle.
Un momento después el Da Via estaba muerto y Marcello se giró para
enfrentarnos, su pecho subiendo y bajando.
—Maestro… —dijo Les.
—¿Qué? —espetó—. Sólo porque sea viejo no significa que sea débil.
Corrimos por el pasillo una vez más, la respiración de Marcello jadeante. Me
sentía fresca. Debía ser la resurrección, la energía. La energía de Les. Quizás Ella nos
había dado esto para que pudiéramos hacer lo que era necesario que se hiciera.
Una figura salió de una habitación, un sombrero alto y cilíndrico en su cabeza,
el báculo agarrado en su mano. El sacerdote de Daedara.
—¡Paren! —ordenó. Sostuvo el báculo delante de él, y el cristal que había en la
punta desprendía una luz blanca. Marcello se cubrió los ojos y gritó, forzado a
alejarse un paso de la luz.
No sentí nada. La luz era brillante, lo podía ver en la reacción de Marcello, pero
no quemó mis ojos, no me alejó. Me acerqué al sacerdote y le saqué el báculo de sus
manos.
El sacerdote se me quedó mirando, tan sorprendido que ni siquiera luchó por
el báculo.
—Pero… —balbuceó—. Soy el receptáculo de Su sagrada luz…
Rompí el báculo sobre mi rodilla y tiré las piezas al suelo. 255
—Has traspasado los terrenos de Safraella. Tu dios no tiene poder sobre mí.
Vete antes que mueras.
El sacerdote tragó, sus ojos salvajes y blancos, después se volvió y se fue
corriendo por el pasillo.
—Le podrías haber matado —dijo Marcello.
—Es un sacerdote de su propio dios, adorándolo a su manera. Quizás estoy más
favorecida que él o quizás no, pero si se escapa, quizás avise a los otros sacerdotes
para que no se acerquen a Lovero. Sólo nosotros pertenecemos a Safraella.
Tres Da Via más entraron en el pasillo. Si ésta no hubiera sido una situación de
vida o muerte, hubiera rodado mis ojos. Parecía que seguían apareciendo.
Los Da Via cargaron y nosotros nos pusimos a la defensiva. Tres contra tres era
manejable, especialmente con nuestras habilidades. Aun así, los Da Via no eran
fáciles. Estos tres dejaron en evidencia a los primeros. Eran más viejos, sabían
utilizar sus habilidades.
Me giré a la izquierda, esquivando las dagas de mi agresora. Era mucho más
alta que yo, y prácticamente podía oír su regocijo mientras me mantenía a la
defensiva, empujándome contra la pared.
A la derecha el agresor de Les le dio en la espalda. Pero llevaba una bolsa con
la bomba de fuego y materiales extra, los cuales quedaron destrozados,
protegiéndole. Dos jarras de ácido cayeron de su bolsa y rebotaron en la gruesa
alfombra.
Mi atacante se impulsó. Usé mi falta de altura para mi ventaja y me tiré al suelo.
Apuñalé la carne de su pierna, después lo saqué. Ella jadeó y su pierna comenzó a
derramar sangre. Fui hacia su arteria y le di.
Se tambaleó hacia atrás, presionando su pierna, después cayó al suelo.
Agarré una jarra de ácido. El agresor de mi tío lo había puesto contra la pared,
y lancé la jarra tan fuerte como pude.
Le dio al Da Via en la espalda y se rompió, el ácido desparramándose por
encima de él y en la alfombra de abajo. Siseó, comiéndoselo en sus cueros. Comenzó
a gritar, afilados gritos de pánico mientras intentaba quitarse sus cueros.
Marcello le apuñaló en la garganta, y sus gritos se desvanecieron en jadeos y
gemidos.
Les finalizó a su agresor con un navajazo, y nos detuvimos mientras Marcello
tomaba aliento.
Les se quedó mirando al Da Via muerto con el cuero lleno de ácido, el cual
estaba humeando sin hacer ruido. Se sacó su destrozada mochila.
—Algún día tendríamos que hacer algunas bombas de ácido.
No podía estar en desacuerdo con esa sugerencia.
Pasamos por el pasillo rápidamente. Cuando finalmente llegamos a la
habitación de Matteo, nos deslizamos dentro, cerrando la puerta detrás de nosotros. 256
Pasos tronaban afuera en el pasillo. Más Da Via. No teníamos tiempo.
—¿Qué estamos haciendo? —Tosió Marcello ruidosamente.
Me fui rápidamente a la puerta del cuarto de niños, justo al lado de la
habitación.
—Recogiendo al resto de nuestra familia.
Marcello miró a Matteo, muerto en el suelo.
—¿Quién es este? Tiene la apariencia de un Saldana.
Abrí la puerta del cuarto.
—Es mi hermano.
—¿Has matado a tu hermano?
—No —respondió Les—. Yo lo hice.
El cuarto estaba tan oscuro como lo dejé. Emile estaba estirado en su cama,
parpadeando con los ojos soñolientos, cuchillo en mano.
Me acerqué.
—Hora de irnos.
—¿Quién es ese? —preguntó Marcello.
—Emile Saldana —dijo Les—. El hijo de Rafeo.
Empujé a Emile hacia Marcello y Les. Después corrí a la cuna donde dormía
Allegra. La tomé en mis brazos, agarrando una sábana también.
—Lea, ¿qué estás haciendo? —preguntó Les.
—Nos la estamos llevando.
—¿Por qué?
—Porque tiene sangre Saldana también. Es mi familia.
Se la di a Les, quién la tomó mientras se despertaba y comenzaba a inquietarse.
Giré las sábanas alrededor de mis cueros, intentando ponerlas en el frente como
había visto que Silva, nuestra niñera, hacía cuando Emile era más joven. Tomé a
Allegra de Les, y lloró hasta que la metí en la sábana atada alrededor de mi pecho.
—¿Vas a luchar con eso? —me señaló Marcello—. ¿Con una niña enrollada
alrededor de tu pecho?
—Si tengo que hacerlo. —Tomé la mano de Emile con mi izquierda, dejando la
derecha libre para mi puñal—. Vámonos.
En la habitación de Matteo, Les abrió la puerta y espió el pasillo. La abrió del
todo y nos gesticuló para que le siguiéramos.
El pasillo estaba desierto. Recé una silenciosa plegaria de gracias a Safraella.
Les tomó a Emile en brazos mientras nos apresurábamos por el pasillo, buscando a
más Da Via.
Una esquina más. Después era todo a través de la gran habitación hacia la
puerta y la libertad. 257
Entramos corriendo en la gran habitación y nos detuvimos.
Delante de nosotros había más de veinte Da Via, armados y esperándonos. En
el centro había una mujer que debía tener unos sesenta años.
A su lado estaba Val.
Metí a Emile detrás de nosotros tres. Los Da Via bloqueaban la salida de la casa.
Teníamos que pasar a través de ellos para escapar, pero no importaba cuán buen
sesgador fuera Marcello, o cuánta divina energía corriera a través de Les y de mí, no
podíamos manejar a tantos Da Via. Era el momento de un plan B.
—Marcello —dijo la mujer en el centro. Tenía una voz rica y el cabello gris que
caía en ondas alrededor de sus hombros. No llevaba máscara. Estella Da Via—. Tan
rápido en dejar nuestra hospitalidad, marido mío.
Él levantó su espada.
—He recibido mejor hospitalidad de una rata de alcantarilla. Y veo que los años
no han sido buenos contigo, Estella.
Ella le fulminó con la mirada, y unos cuantos Da Via se movieron en respuesta.
—Déjanos pasar —dije—. Y no habrá necesidad que más de tu sangre se vierta.
Unos Da Via rieron, pero algunos miraron a Estella.
—¿Lea? —preguntó Val, sorprendido. En el grupo de sesgadores, Salpicadura
de Sangre y Hojas de Vid se miraron. Claudia, sin su máscara, caminó desde la parte
de atrás para estar al lado de Val.
—Val —respondí.
—Te vi morir. —Miró a Claudia y después a mí—. ¿Cómo estás aquí? ¿Cómo
sobreviviste?
—Esos son secretos que sabrías si no le hubieses dado la espalda a tu dios.
Ninguno se rió esta vez. La mayoría se removieron incómodos o miraron a
Estella.
—¿Fue fácil? —pregunté—. ¿Renunciar a Ella, quien te ha dado tanto?
—¿Tanto? —se burló Estella—. Tan poco, dirás. Ningún niño. Falta de respeto
de los Saldana y los Maietta. Avergonzada entre las Familias. Esos son los no regalos
que Ella nos dio.
—Te dio, querrás decir —interrumpió Marcello—. ¿Cuánta arrogancia tomó
utilizar tu vergüenza personal para convencer a tu Familia de dar la espalda a
Safraella?
—¿Te olvidas tan pronto de la muerte de Terzo? ¿Cómo lo asesinaste? Mi
hermano era querido.
—Tú mataste a Terzo —contraatacó Marcello—. Tú trajiste su muerte cuando le
tendiste una emboscada a Savio. ¡Tú y tu maldito orgullo son los culpables!
Movió su muñeca, desestimando sus palabras. 258
—Savio no fue nada. Terzo dijo que pidió piedad, como un hombre común.
Marcello se movió para ir y solo el brazo de Les bloqueándole le mantuvo en su
sitio.
—¿Y en cambio matas a Dante y Bianca? ¿Sus hijos? ¿Todo para qué? ¿Para
probar tu punto? ¿Para probar que tu ira se ha quedado marcada dentro de ti hasta
que ha sido lo único que ha quedado?
Se encogió de hombros.
—Un beneficio secundario. Pero fue la influencia de Dante en el rey lo que puso
mi plan en marcha.
—Marcando tus asesinatos —dije. Me encaró—. ¿Es de eso de lo que va esto?
¿Tenías miedo que el rey te hiciera marcar tus asesinatos?
—Los Da Via ayudaron a poner a Constanzo Sapienza en el trono, ¿y así es cómo
nos paga? ¿Forzándonos a gastar nuestro oro en muertes?
—Oh, por supuesto —me burlé—. Tiene que ser muy duro, dar una moneda a
Safraella ¡cuando le diste la espalda! Mataste a mi Familia para mantener tu pequeño
secreto seguro, para mantener oculto que te habías ido con Daedara y que sesgabas
a gente falsamente. ¿Qué pasa con toda esa gente que te pagó? ¿Qué pasa con esa
gente que encontró los cuerpos de sus amigos y familiares donde los limpiadores y
al menos podían estar seguros que los habías dejado en brazos de Safraella?
—¿Qué pasa con ellos?
—Toda esa gente se ha convertido en fantasmas enfadados. —Negué—. Porque
una mujer fue rechazada por un hombre al que ni siquiera amó jamás.
Detrás de los Da Via, un destello de luz blanca apareció, después se desvaneció.
Les y Marcello se removieron a mi lado. Lo habían visto también.
Allegra se estiró en su cabestrillo y gimió.
Claudia empujó a su hermano y me señaló.
—¿Es esa mi hija?
Miré a Allegra, y se calmó.
—No. Es una Saldana ahora.
Val agarró la muñeca de Claudia mientras ella se abalanzaba, sujetándola. Ella
agitó su mano contra Val, intentando abofetearlo. Él agachó su cabeza.
Otro destello de luz blanca apareció detrás de ellos. Más cerca esta vez. Después
otro.
—Claudia, no —dijo Val—. Ha sido resucitada por un dios.
—¡No me importa! ¡Tiene a mi hija!
—A mí tampoco me importa —dijo Estella—. Mátenlos. Mátenlos a los tres.
Los Da Via se movieron hacia nosotros.
—¡Debería importarles! —grité. Se detuvieron.
259
—¿Y eso por qué, Oleander Saldana? —espetó Estella.
—La muralla de la ciudad fuera de su casa se ha derrumbado —dije.
—Toda la ciudad está rodeada de murallas derruidas.
—Pero has abandonado a Safraella, lo que significa que has renegado de Su
protección. Ella la ha revocado de tu casa.
Detrás de ellos más destellos de luz aparecieron, y unos pocos Da Via
finalmente los notaron.
—Y he traído a los muertos enfurecidos con nosotros.
Uno de los Da Via gritó. Empujó a su Familia, intentando escapar. Más de ellos
se volvieron para ver qué le había aterrorizado, y después la habitación se llenó con
gritos mientras intentaban escapar de los fantasmas enfurecidos que se metían
dentro de la casa, viniendo del jardín que llevaba a las llanuras muertas.
Los Da Via le habían dado la espalda a Safraella, ahora Ella les había dado la
espalda.
Los fantasmas, cerca de cuarenta, gritaban más fuerte que los Da Via mientras
perseguían a los vivos. Algunos de los Da Via, en su loco terror, luchaban, blandiendo
sus espadas o dagas ante las apariciones. Los fantasmas se pegaban a su carne y
pegaban sus almas de sus cuerpos.
Caos. Caos en todas partes. Un fantasma llegó demasiado cerca de Les y fue
repelido. Se estrelló contra un Da Via que casi se escapa de la gran habitación.
Marcello agarró a Emile del suelo, después se puso tan cerca de Les como pudo. Los
llantos rebotaban en las columnas de mármol. Los fantasmas gritaban. Da Via
morían.
Val, Claudia, y Estella estaban juntos parados en el centro de la habitación,
atrapados en el pandemónium que les rodeaba.
—¡Lea! —gritó Val, el pánico en sus ojos mientras esquivaba un fantasma—.
¡Ayúdame!
Un fantasma se abalanzó hacia mí pero se encontró con la barrera de Safraella.
Retrocedió, estrellándose contra Estella. Le arrancó su alma completamente de su
cuerpo. Una versión fantasmal de la cabeza de la Familia Da Via flotaba sorprendida.
Su cuerpo se balanceaba mientras el fantasma intentaba volver a ganar el control.
Claudia gritó. Ella y Val se alejaron tambaleándose mientras el fantasma de
Estella intentaba luchar por la propiedad de su carne.
—¡Simplemente corran! —le grité a Val.
Me miró, después a Estella. Agarró la mano de Claudia y se fue, arrastrándola
detrás de él.
No quería ver si había podido escapar de la habitación. Caminamos hacia la
salida, los Da Via supervivientes demasiado ocupados intentando permanecer vivos
como para prestarnos atención.
El cuerpo de Estella se levantó mientras pasábamos. Puse mi mano en su cuello, 260
expulsando el fantasma de su cuerpo.
Estella intentó entrar de nuevo en su propio cuerpo, pero había otros fantasmas
deseando luchar por él. Continuamos nuestro camino, fuera del gran pasillo, hacia
las escaleras y el exterior. Un fantasma trató de seguirnos, pero la protección de
Safraella se mantuvo en el resto de la ciudad. Solo la había quitado de la casa de los
Da Via.
Muchos de los Da Via habían sido expulsados de sus cuerpos. Algunos se
desvanecerían, para encontrarse con Safraella y enfrentarse a su juicio, pero otros
quizás se convertirían en fantasmas enfurecidos, como le había pasado a Lefevre.
Realmente no importaba. Había hecho lo que Safraella me había pedido. Y
había hecho lo que en mi corazón sabía que estaba bien. Había salvado a Marcello y
a Emile y a Allegra. Había salvado a mi familia esta vez.
Los fantasmas se podían encargar del resto.
Cuarenta y tres

A
brí la habitación secreta y miré las velas ocultas que había dentro. La vela
con el lazo negro todavía se mantenía en pie. La recogí. Él había dejado
la vela de los Saldana entre las otras.
Encendí la mecha y cerré la habitación antes de tomar asiento. No tuve que
esperar mucho.
El rey entró a la habitación y se sentó frente a mí. Me quité la máscara y la dejé
en la mesa, frotándome el rostro.
—¿Están todos muertos? —preguntó, su voz sin emoción.
—No. Seguramente algunos escaparon. Pero Estella lo está. Tal vez un nuevo
jefe los encamine.
Parpadeó y respiró profundamente.
—Me han dicho… Bueno. Me han dicho muchas cosas sobre lo que pasó anoche
y no estoy seguro de qué, si es que algo, es verdad.
—¿Qué le gustaría saber?
261
Tomó mi máscara, dándole la vuelta en su mano.
—Tienes una nueva máscara.
—Fue un regalo de Ella.
—¿Y realmente usaste fantasmas como armas?
Me encogí de hombros.
—No fue tan fácil como eso.
Me devolvió la máscara, y la puse sobre mi cabeza.
—¿Cómo siquiera entraron los fantasmas? Seguramente mi protección…
—Fue revocada de los Da Via por Safraella. Estaban tomando monedas
falsamente de la gente de Ravenna. Les quitó cualquier protección que hubiera en su
casa. Las paredes derrumbadas permitieron que los fantasmas entrasen a su casa.
No debe preocuparse por el resto del país. Su protección permanecerá mientras su
fe sea fuerte, pero me aseguraría que la gente sepa que no debe utilizar los servicios
de los Da Via hasta que una vez más demuestren que son dignos de Ella. La gente de
Ravenna puede confiar en los Caffarelli. O los Maietta, si deben.
Asintió. Había estado tan enfadada cuando se negó a ayudarme. Pero él
también era jefe de una Familia, de todo el reino, y a veces teníamos que renunciar
a lo que queríamos para el bien mayor de aquellos de los que éramos responsables.
Tal vez me había llevado demasiado tiempo darme cuenta de esto.
—¿Entonces reconstruirás tu casa? —me preguntó—. ¿Para intentar volver a
ganar tu rango?
Negué.
—No. No nos quedaremos. No hay sitio para nosotros aquí. No ahora. Tal vez
nunca más.
Se movió en su asiento antes de inclinarse hacia delante.
—¿No crees que sería mejor si te quedases en Lovero?
—Soy jefa de la Familia ahora. Yo decido qué es lo mejor. —Me levanté.
—Por si sirve de algo, Lea, lo siento. Que llegara a esto.
—Yo también —dije—. Yo también.
Dejé al rey en su habitación secreta. Si mantenía la vela negra en la alcoba o la
quitaba era cosa suya.
No miré atrás.
El sol se había elevado para cuando dirigí a Butters de vuelta a Lilyan. Me quité
mi máscara y la até a mi cinturón. La última vez que había sentido el sol de Lovera
en mi rostro había sido después del incendio. Era agradable sentirlo ahora, con mi
corazón más ligero.
Me dirigí a la posada donde Les y Marcello estaban esperándome con sus
caballos.
Fuera, había una figura en el tejado, su rostro cubierto por una máscara de 262
llamas moradas. Levantó su mano. Asentí y se desvaneció.
—¿Amigo tuyo? —Marcello se subió a la montura del caballo que le habíamos
procurado. Les subió a Emile para que se sentara frente a mi tío.
Tomé a Allegra de Les, atando el cabestrillo alrededor de mi pecho.
—Eso parece.
—Bueno. —Les movió su caballo junto al mío—. ¿A dónde, entonces?
—A Yvain —dije—. Al menos por ahora. ¿De ahí? A donde quiera que queramos.
Un chico viajero me dijo una vez que no todo el mundo tiene la suerte de conseguir
un nuevo comienzo.
—Ah. —Les sonrió—. ¿Y este chico viajero era peligrosamente apuesto?
—Definitivamente.
—¿Y rápido con sus pies?
—No sólo sus pies. —Me incliné hacia él.
—Tal vez debería estar celoso. Les me alcanzó, acercándome para besarme.
Allegra se movió en su cabestrillo, luego abrió los ojos y nos observó. Les se
apartó.
—¿Valía la pena? —me preguntó.
—¿Qué?
—Tu familia. ¿Valía la pena?
—¿Morir por ellos?
Asintió.
Mi familia había sido asesinada, y había sido parcialmente culpa mía. Me
dejaron sola para vengarles, hacer lo correcto por ellos y por nuestra Familia. Nunca
podrían ser reemplazados.
Pero aquí estaba, rodeada por una nueva familia. Los hijos de mis hermanos.
Un tío que a menudo parecía odiarme tanto como parecía preocuparse por mí, y un
sesgador falso que encontré en las extranjeras calles de Yvain. Pero estas
descripciones no abarcaban quiénes eran, lo que habían llegado a significar para mí.
Emile había sostenido ese cuchillo en sus manos porque confiaba en mí para que lo
cuidara. Mi tío había rescatado un chico huérfano de las calles antes que los
fantasmas lo encontraran. Y Les… Les me había dado una razón para vivir otra vez,
en más de un sentido.
Confiar en las personas equivocadas había hecho que matasen a mi familia.
Pero confiar en las personas adecuadas me la había devuelto. Las joyas y los vestidos
y las máscaras emplumadas eran cosas preciosas, pero también lo eran la comida y
el dormir, la familia y los amigos, el amor y el dejar ir. Nunca volvería a tener la
familia que había perdido, o las cosas hermosas que me habían quitado. Pero tal vez
podía empezar otra vez con esta nueva familia y ver a donde me llevaba. Tal vez Les
había tenido razón. Tal vez la Familia no era más fuerte que la familia. Y tal vez la
familia era lo que hacíamos de ello.
¿Valía la pena morir por ello? 263
—Sí —le respondí—. Mil veces sí.
Les rió, y me uní. Marcello nos frunció el ceño mientras nos dirigíamos hacia el
norte.
Sobre el autor
Sarah Ahiers se graduó en 2003 como
Licenciada en Letras en Inglés con énfasis en Escritura
Creativa en la Universidad de Minnesota. Sus clases
involucraban estudiar autores como Sheila O'Connor
y Valerie Miner. Sarah también fue editora de ficción
de la Wayfarer 2003, la revista literaria de la
Universidad de Minnesota.
Actualmente está matriculada en la Universidad
de Hamline en la Maestría de Escritura para Niños y
Jóvenes Adultos.
Su historia corta de horror para adultos Hole
Ridden se publicó en Dark Moon Digest #6 y está
disponible a través de Amazon y Barnes & Noble. Su
cuento corto de horror para jóvenes adultos
Smothered aparece en Dark Moon Digest Jóvenes
Adultos #1. 264
Su debut en la novela ASSASSIN’S HEART está disponible por HarperTeen en
el Invierno del 2016.
Ella vive en Minnesota con su hermana gemela, su hermano menor y una casa
llena de perros y otros animales.
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