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Columna Semanal de Leonardo Boff

 950. El futuro de la humanidad y de la Tierra está ligado a la Amazonía 


2019-09-12

Leonardo Boff, la Amazonía está viviendo meses dramáticos. De enero a hoy,


comparando con 2018, los incendios en la región aumentaron en un 145%.
Un número devastador. La comunidad internacional se está movilizando.
¿Cómo clasificaría usted el comportamiento de la comunidad internacional?

La reacción fue muy fuerte y decisiva. El problema es que nuestro presidente


no tiene modales civiles, no observa el protocolo oficial que subyace en la
relación entre las autoridades. Ha ofendido al presidente francés Macron y a
la canciller alemana Merkel. Es una persona mala y estúpida. No entiende
nada de nada sobre el Amazonas ni sobre los indios. Quiere ocupar sus
reservas naturales para el agronegocio y la minería. Pero cuando el problema
toca la billetera, todo cambia. El presidente escuchó que los europeos ya no
quieren soja y carne de Brasil, que el tratado comercial entre la Comunidad
Europea y el Mercosur no se realizará sin un cambio radical de la política en
relación con la Amazonía. Entonces cambió un poco su discurso.

Bolsonaro, desvariando, culpa salvajemente a las ONGs. ¿Cómo están


las cosas?

Bolsonaro quiere reinventar Brasil en el marco de un ultraliberalismo radical.


El modelo es la edad media religiosa, premoderna y preiluminada.
Prácticamente ha desmantelado todo lo que Lula y Dilma hicieron en
beneficio de los pobres. Ahora hay hambre en Brasil. Y el presidente,
absolutamente paranoico, sale en televisión para decir que en Brasil no hay
hambre. Un millón de familias han pasado de la pobreza a la miseria durante
el año pasado y sufren hambre sistemáticamente. Todos los consejos de
estado en las diversas esferas de la sociedad han sido abolidos. En resumen:
“la era de la estupidez ha entrado en Brasil”. La sociología y la filosofía han
sido prohibidas en universidades y otros cursos. Esto es para tener un pueblo
que no piensa. Brasil, en esta lógica, puede convertirse en un país de parias,
como la India.

Sabemos que en las bases de las políticas locas del gobierno existe la
ideología “extractiva”, pero también existe el “soberanismo”, es
decir, “el Amazonas es de Brasil”. Esto dice Bolsonaro. ¿Es así,
Leonardo?
En este punto, Bolsonaro no tiene cultura ecológica. Creo que incluso los
miembros del G7 tienen sólo una cultura ecológica “verde”, no como la del
Papa Francisco que es una ecología “integral”.

He argumentado en varios lugares en estos términos, en el sentido de la nueva


visión de la ecología. Desde la perspectiva de los astronautas que ven la
Tierra desde fuera de la Tierra, todos dicen: la Tierra y la humanidad forman
una sola entidad. No existe el planeta Tierra por un lado y la humanidad por
el otro. Ambos forman una sola realidad. El ser humano es la porción
inteligente, amorosa y sensible de la Tierra. Somos la Tierra, por eso el
“hombre” viene de “humus”, tierra fértil, o “adam” en hebreo, o “tierra” en
árabe. Somos más que hijos e hijas de la Madre Tierra... Somos la propia
Tierra, que piensa, que ama, que cuida de todas las cosas. Esta es una idea de
la mayoría de cosmólogos y astrofísicos.

Otro punto. Vivimos en la nueva fase de la Tierra, el proceso de


planetización. Todos estamos en la misma Casa Común. Regresamos del
exilio después de millones de años y ahora estamos todos juntos en un solo
lugar, en el planeta Tierra.

La Tierra no es de nadie. Es un bien común de toda la humanidad y de toda la


comunidad de vida (animales, árboles, microorganismos, etc.). La Amazonía
es parte de la Tierra; Brasil no es el señor de la Amazonía. La Amazonía es de
toda la Tierra, de toda la humanidad. Brasil posee sólo la gestión de esta
parte, y la administra mal y de forma poco responsable. Hoy sabemos que la
Amazonía, que abarca 9 países, es fundamental para el equilibrio del planeta,
del sistema climático, de la absorción de dióxido de carbono, y además,
regula el ciclo de lluvias en el mundo. Esto significa que toda la humanidad
tiene una responsabilidad sobre la Amazonía, no es sólo de Brasil. El futuro
de la vida en la Tierra se juega en la conservación o destrucción de la
Amazonía. No estoy seguro de si los miembros del G7 tienen esta visión
“integral” del problema.

Otro punto importante: en estas discusiones nunca se ha hablado de los


pueblos indígenas, los habitantes originarios de estas tierras. Conocen el ritmo
de la selva, saben cómo preservarla. Son nuestros maestros y doctores, no los
científicos que tienen una visión desde afuera. La belleza del documento del
Papa Francisco sobre el Sínodo Panamazónico es hacer que los nativos sean
los principales protagonistas a fin encontrar soluciones verdaderas y
sostenibles para este inmenso bioma (ecosistema).
Más allá de estas ideologías (extractivas y soberanistas), ¿cuáles son
las “estructuras de pecado” que están devastando la Amazonía?

Las estructuras de pecado son la motosierra, la devastación sistemática de la


selva por las maderas valiosas, por la biodiversidad, por elementos
importantes para la medicina y especialmente por las “tierras ricas”,
elementos fundamentales para la nueva tecnología 5G. Pero el mayor pecado
es el exterminio de etnias enteras, la ocupación de sus reservas, la
contaminación de los ríos debido a la extracción del oro. Muchos indígenas
mueren de enfermedades porque la gente del agronegocio no quiere tratarlos y
curarlos.

¿Qué está haciendo la Iglesia Católica para defender la Amazonía?

La Iglesia Católica es, ciertamente, junto con otras iglesias históricas como
los luteranos, una presencia constante y exigente en defensa de los pueblos
originarios. Existe el Consejo Misionero Indígena (CIMI), que ha estado
trabajando sistemáticamente en la protección de los pueblos indígenas desde
hace 30-40 años. El documento del Sínodo Panamazónico hace otro discurso.
No se trata de convertir a las culturas sino de evangelizar en las culturas para
que pueda surgir una iglesia con rostro indígena. En este sentido, se piensa en
la ordenación de sacerdotes indígenas para crear esta nueva forma de iglesia
que no sea simplemente una adaptación de las iglesias europeas.

El Papa Francisco, como sabemos, ha convocado para el próximo


octubre un importante Sínodo sobre la Amazonía. En el muy denso y
profundo “Instrumentum laboris” hay una propuesta para promover
una “ecología integral” en la Amazonía. ¿Qué significa esto?

El sínodo es una derivación y aplicación de la encíclica Laudato Si’. Esto


significa que debemos respetar este enorme bioma (ecosistema) en los 9
países, en su singularidad, en sus culturas, en sus idiomas. Así como los
primeros cristianos hicieron su síntesis de la fe cristiana con la cultura greco-
latina, así también la Amazonía deben hacer su camino. Crear realmente una
eclesiogénesis. No será una iglesia occidental, sino indígena,
afrolatinoamericana, con elementos de la tradición europea de la época
colonial.

Precisamente en este documento se proponen nuevos caminos


pastorales para la Iglesia en la Amazonía. Por ejemplo, hay una parte
que puede llevar a una nueva visión de los ministerios. En especial el
ministerio ordenado. Los conservadores están atacando este punto.
¿Piensa usted que el Sínodo será capaz de resistir?

El Papa Francisco tiene una enorme libertad interior y valor para abrir nuevos
caminos. Yo creo que serán consagrados verdaderos presbíteros indígenas.
Apoyo al obispo Erwin Kräutler, amigo del Papa, que defiende también
ordenar mujeres. Dice que, en su diócesis –una de las mayores del mundo, a
orillas del río Xingú–, las mujeres hacen todo lo que hace un sacerdote. ¿Por
qué no permitir también la ordenación presbiteral de las mujeres?

Grandes teólogos como Karl Rahner y Luigi Sartori escribieron que no hay
ningún dogma o doctrina que impida dar este paso. Todas las otras iglesias,
incluidos los judíos, lo han hecho ya. La iglesia católica romana no puede
seguir siendo una isla de patriarcalismo y antifeminismo. El Espíritu insta a la
Iglesia a tomar esta decisión, por amor a los pueblos más alejados del mundo.
Deus potuit, decuit, ergo fecit. [Dios podía hacerlo, y era bueno hacerlo...
luego lo hizo].

Última pregunta: el Papa Francisco está dando un giro a la Iglesia en


el sentido de la “Iglesia en salida” y de la sinodalidad. Sabemos que
los enemigos de Francisco, que no son sólo eclesiásticos, están
haciendo todo lo posible para limitar la fuerza de sus reformas.
¿Crees que el camino tomado por Francisco es irreversible?

Creo que el Papa Francisco ha inaugurado una nueva genealogía de papas de


fuera del antiguo cristianismo europeo, donde vive sólo el 25% de los
católicos. Nosotros en las Américas somos el 64%. Los otros están en África
y Asia. Ha llegado el momento, en mi opinión, de que el camino del
cristianismo en el mundo globalizado se haga a partir de estas nuevas iglesias,
que tienen ya su madurez, su teología y su liturgia. Los que están en contra
del Papa y el Sínodo son todos “herejes”, en el sentido original de la teología.
La herejía no fue inicialmente una cuestión de doctrina sino de unidad de la
Iglesia. Los que están en contra del Sínodo y del Papa Francisco rompen esta
unidad. Son realmente herejes en el sentido verdadero y original de la palabra.

 951. Profecía del cacique Raoni Metuktire de los Kayapó sobre nuestro
futuro
2019-09-20

Estos pueblos originarios son portadores de una gran sabiduría


ancestral y presienten lo que puede ocurrir con los humanos y con la
naturaleza. Ellos hablan dentro del paradigma de la gran tradición de la
humanidad (de los espíritus y de la vida en las selvas, en los ríos, en toda
la naturaleza) que se combina bien con la visión de la nueva cosmología y
la biología que entrevén la vida y el espíritu que se muestran en niveles
propios en todos los seres. Raoni nos hace pensar. Por eso difundimos
aquí su advertencia. Lboff

*******

Estas son las graves palabras del cacique Raoni:

“Durante muchos años, nosotros, los líderes indígenas y los pueblos


de la Amazonía, les hemos avisado a ustedes, hermanos nuestros, que han
causado tantos daños a nuestras selvas. Lo que ustedes están haciendo
cambiará el mundo entero y destruirá nuestras casas, y destruirá sus casas
también.

Hemos dejado a un lado nuestra historia dividida para unirnos.


Apenas una generación atrás, muchos de nuestros pueblos estaban
luchando entre sí, pero ahora estamos juntos, luchando juntos contra
nuestro enemigo común. Y ese enemigo común son ustedes, los pueblos
no-indígenas que invadieron nuestras selvas y ahora están quemando hasta
incluso esas pequeñas partes de las selvas donde vivimos, lo que ustedes
dejaron para nosotros. El presidente Bolsonaro de Brasil está incentivando
a los propietarios de haciendas cercanas a nuestras tierras a barrer la selva,
y no está haciendo nada para impedir que invadan nuestro territorio.

Pedimos que ustedes dejen de hacer lo que están haciendo, detengan


la destrucción, cesen en su ataque a los espíritus de la Tierra. Cuando
ustedes cortan los árboles, atacan a los espíritus de nuestros ancestros.
Cuando buscan minerales, empalan el corazón de la Tierra. Y cuando
derraman venenos en la tierra y en los ríos –productos químicos de la
agricultura, y mercurio de las minas de oro– debilitan los espíritus, los
animales, las plantas y a la propia Tierra. Y cuando ustedes debilitan a la
Tierra de esta manera, ella empieza a morir. Si la Tierra muriese, si
nuestra Tierra muere, ninguno de nosotros será capaz de vivir, y todos
moriremos.

¿Por qué hacen ustedes eso? Ustedes dicen que es para el desarrollo,
pero... ¿qué tipo de desarrollo mata la riqueza de la selva y la sustituye por
un solo tipo de planta o un solo tipo de animal?
Donde los espíritus nos dieron todo lo que necesitábamos para una
vida feliz –toda nuestra comida, nuestras casas, nuestras medicinas– ahora
sólo hay soja o ganado. ¿Para quién es ese desarrollo? Sólo algunas
personas viven en las tierras agrícolas; éstas no pueden sostener a muchas
personas, y son estériles.

Ustedes destruyen nuestras tierras, envenenan el planeta y siembran


la muerte, porque están perdidos. Y pronto será demasiado tarde para
cambiar.

Entonces, ¿por qué hacen eso? Podemos ver que es para que algunos
de ustedes puedan obtener una gran cantidad de dinero. En la lengua
Kayapó, llamamos a su dinero piu caprim, “hojas tristes”, porque es una
cosa muerta e inútil, y sólo comporta daños y tristeza.

Cuando su dinero entra en nuestras comunidades, muchas veces


causa grandes problemas, dividiendo a nuestra gente. Y podemos ver que
hace lo mismo en sus ciudades, donde lo que ustedes llaman gente rica
vive aislada de todos los demás, con miedo a que otras personas vengan a
quitarles su piu caprim. Mientras tanto, otras personas pasan hambre, o
viven en la miseria, porque no tienen dinero suficiente para conseguir
alimento para sí y para sus hijos.

Pero esas personas ricas van a morir, como todos nosotros vamos a
morir. Y cuando sus espíritus sean separados de sus cuerpos, sus espíritus
estarán tristes, y van a sufrir, porque mientras estuvieron vivos hicieron
que muchas otras personas sufriesen, en vez de ayudarles, en vez de
asegurar que todos los demás tuvieran lo suficiente para comer, antes de
alimentarse a sí mismas, como es nuestro camino, el camino de los
Kayapó, el camino de los pueblos indígenas.

Ustedes tienen que cambiar su manera de vivir porque están


perdidos; ustedes se perdieron. Por donde ustedes están yendo es sólo un
camino de destrucción y de muerte. Para vivir, ustedes deben respetar el
mundo, los árboles, las plantas, los animales, los ríos y hasta la propia
Terra. Porque todas esas cosas tienen espíritu, todas ellas son espíritus, y
sin los espíritus la Tierra morirá, la lluvia cesará, y las plantas alimenticias
se marchitarán, y morirán también.

Todos respiramos ese aire, todos bebemos la misma agua. Vivimos


en este planeta. Tenemos que proteger la Tierra, y si no lo hacemos los
grandes vientos destruirán la selva.
Entonces ustedes sentirán el miedo que nosotros ya sentimos”.

Cacique Raoni Metuktire, de la nación Kayapó.

 952. Brevísima relación de «la destrucción de las Indias» brasileñas


2019-09-23

  En función del Sínodo panamazónico de octubre de 2019 vale la


pena recordar cuál fue «la destrucción de las Indias» brasileñas, en el
lenguaje de Bartolomé de las Casas al referirse a América Central.

La primera reunión, el 21 de abril de 1500, narrada idílicamente por


el cronista Pero Vaz de Caminha, pronto se convirtió en un desencuentro
profundo. Debido a la voracidad de los colonizadores, no hubo
reciprocidad entre los portugueses y los indios, sino una confrontación,
desigual y violenta, con consecuencias desastrosas para el futuro de todas
las naciones indígenas.

Como en el resto de América Latina se les negó la condición de seres


humanos. Todavía en 1704 la Cámara de Aguiras, en Ceará, escribía en
una carta al rey de Portugal que “las misiones con estos bárbaros están
excusadas, porque de humanos sólo tienen la forma, y quien diga algo más
es un error conocido”. El papa Pablo III, con la bula Sublimis Deus del 9
de julio de 1537, tuvo que intervenir y proclamar la dignidad eminente de
los indígenas como verdaderos seres humanos, libres y dueños de sus
tierras.

Por las enfermedades de los blancos contra las cuales no tenían


inmunidad: la gripe, la varicela, el sarampión, la malaria y la sífilis; por la
cruz, por la espada; por la degradación de sus tierras, imposibilitando la
caza y la siembra; por la esclavitud; por guerras declaradas oficialmente
por Don João VI el 13 de mayo de 1808 contra los Krenak en el Valle del
río Dulce; por la humillación sistemática y la negación de su identidad...
los cinco millones se redujeron al número actual de 930.000. En lo que
refiere a los pueblos indígenas, se hizo presente el propósito político de su
erradicación, ya fuera por aculturación forzada, miscigenación espontánea
y planificada, o por exterminio puro y simple, como hizo el Gobernador
General de Brasil, Mendes Sá, con los Tupiniquim de Ihéus: “Los cuerpos
fueron colocados a lo largo de la playa, alineados en la extensión de una
legua” Modernamente, cuando se abrieron las grandes carreteras y las
presas hidroeléctricas en el Amazonas, se utilizaron contra ellos
defoliantes químicos, ataques con helicópteros y vuelos rasantes de
aviones, incluso bacterias introducidas intencionadamente.

Citemos sólo un ejemplo paradigmático que representa la lógica de la


“destrucción de las Indias brasileñas”. A principios de siglo, cuando los
frailes dominicos comenzaron una misión a orillas del río Araguaia, había
6-8.000 kaiapó, en conflicto con los recolectores de caucho de la región.
En 1918 se habían reducido a 500. En 1927 a 27. En 1958 a un solo
sobreviviente. En 1962 fueron declarados extintos en toda la región.

Con la aniquilación de más de mil pueblos, en 500 años de historia


brasileña desapareció para siempre una herencia humana, construida en
miles de años de trabajo cultural, de diálogo con la naturaleza, de
invención de lenguas y de construcción de una visión del mundo, amiga
de la vida y respetuosa de la naturaleza. Sin ellos, todos nos
empobrecemos.

El sueño de un indio Terena, recogido por un buen conocedor del


alma brasileña e indígena, muestra el impacto de esta devastación
demográfica en personas y pueblos: “Fui al antiguo cementerio guaraní en
la Reserva y vi una gran cruz allí. Vinieron hombres blancos y me
clavaron boca abajo en la cruz. Se fueron y yo me quedé allí clavado y
desesperado. Me desperté con mucho miedo” (Roberto Gambini, El
espejo indio, Rio de Janeiro 1980, p. 9).

Este miedo, por la continua agresión del hombre blanco y bárbaro


(que arrogantemente se llama a sí mismo civilizado), se ha convertido en
los pueblos indígenas en el temor de ser exterminados para siempre de la
faz de la Tierra.

Gracias a las organizaciones indígenas, a las nuevas legislaciones


proteccionistas estatales, al apoyo de la sociedad civil y de las iglesias, y a
la presión internacional, los pueblos indígenas se están fortaleciendo y
creciendo numéricamente. Sus organizaciones revelan el alto nivel de
conciencia y articulación que han logrado. Se sienten ciudadanos adultos
que quieren participar en los destinos de la comunidad nacional, sin
renunciar a su identidad, colaborando con otros sujetos históricos con su
riqueza cultural, ética y espiritual.

Por lo tanto, es extremadamente ofensivo para su dignidad la forma


en que el Estado brasileño, especialmente bajo el gobierno de Bolsonaro,
los trata y maltrata con sus políticas indigenistas, como si fueran
primitivos e pueriles. En realidad, ellos tienen una integridad que nosotros
los occidentales hemos perdido, rehenes de un paradigma de civilización
que divide, atomiza y contrapone para dominar más. Son guardianes de la
unidad sagrada y compleja del ser humano, inmersos con otros en la
naturaleza de la cual somos parte y parcela. Conservan la feliz conciencia
de nuestra pertenencia al Todo y de la alianza eterna entre el cielo y la
tierra, origen de todas las cosas.

Cuando en octubre de 1999 me encontré con los indígenas noruegos


-los samis-, en Umeo, me hicieron una primera pregunta antes de la
conversación:

- ¿Los indios brasileños conservan o no el matrimonio entre el cielo


y la tierra?

Inmediatamente entendí la pregunta y respondí resueltamente:

- Por supuesto, mantienen este matrimonio. Porque del matrimonio


entre el cielo y la tierra nacen todas las cosas.

Ellos felices respondieron:

- “Entonces todavía son verdaderamente indios como nosotros. No


son como nuestros hermanos de Estocolmo que olvidaron el cielo y se
quedaron sólo con la tierra. Por eso se sienten infelices y muchos se
suicidan. Si mantenemos unidos el cielo y la tierra, el espíritu y la materia,
el Gran Espíritu y el espíritu humano entonces salvaremos a la humanidad
y a nuestra Gran Madre Tierra”.

Ésta, seguramente, es la gran misión de los pueblos originales y su


mayor desafío: ayudarnos a salvar la Tierra, nuestra Madre, que nos
genera y nos sostiene a todos, y sin la cual nada en este mundo es posible.

Necesitamos escuchar su mensaje e incorporarnos a su compromiso,


para hacernos como ellos testigos de la belleza, la riqueza y la vitalidad de
la Madre Tierra.

 953. Cómo el Sínodo Panamazónico puede sorprendernos


2019-10-17

Entre el 6 y el 27 de octubre se está celebrando en Roma el «Sínodo


Panamazónico». Ya en 1974 el Papa Pablo VI instituyó la figura del
Sínodo, primero el «Sínodo de los Obispos», con representantes de todos
los continentes, y también los «Sínodos regionales», como el Sínodo de
los obispos holandeses en 1980, y el Sínodo de los obispos alemanes, que
se está realizando en 2019, y otros.

El sínodo, cuyo significado etimológico significa “hacer un camino


(odos) juntos (syn)” representa la oportunidad para que las Iglesias locales
o regionales tomen el pulso de su propio caminar, analizando los
problemas, identificando los desafios y buscando juntos caminos de
implementación y actualización del Evangelio.

El Sínodo Panamazónico tiene una especial relevancia, dado el doble


grado de conciencia que se manifiesta en el propio tema básico: “Nuevos
caminos para la Iglesia y para la Ecología integral”. Se trata de definir otro
tipo de presencia de la Iglesia en las Américas y especificamente en esta
vasta región amazónica que abarca 9 países, en una extensión de más de 8
millones de kilómetros cuadrados. El otro grado de conciencia se revela en
la importancia que tiene la Amazonía para el equilibrio de la Tierra y para
el futuro de la vida y de la humanidad.

La Iglesia romano-católica en América Latina y en la Amazonía era


una Iglesia-espejo de la Iglesia-madre de Europa. Después de cinco siglos
se ha transformado en una Iglesia-fuente, con un rostro afro-indio-
europeo. En la homilía de apertura del Sínodo, el día 4 de octubre, el Papa
Francisco dijo claramente: ”¡Cuántas veces el don de Dios ha sido... no
ofrecido, sino impuesto! ¡Cuántas veces ha habido colonización en vez de
evangelización! Dios nos preserve de los nuevos colonialismos”.

En otra ocasión, en Puerto Maldonado (Perú), pidió perdón –cosa


nunca hecha antes por un Papa–: ”Pido humildemente perdón, no sólo por
las ofensas cometidas por la Iglesia misma, sino por los crímenes contra
los pueblos originarios que tuvieron lugar durante la conquista de
América”.

En el «Instrumento de Trabajo» para preparar el Sínodo, se pide que


sean ordenados “viri probati”, es decir, hombres casados,
comprobadamente honrados, especialmente indígenas, para ser ordenados
sacerdotes. El obispo emérito de Xingú, la diócesis mayor del mundo,
Dom Erwin Kräutler, sugirió al Papa que en vez de decir viri
probati (hombres) se diga personae probatae (personas probadas), lo que
incluye también a las mujeres. Dice Dom Erwin: en las comunidades
hacen todo lo que hace el sacerdote, menos consagrar el pan y el vino.
¿Por qué no concederles también esta misión? María dio a luz a Jesús, el
Hijo de Dio sus hermanas, las mujeres, ¿por qué no van a poder
representarlo? Además el texto dice que se dará a las mujeres una misión
especial. Bien podría ser, como se hace en todas las demás Iglesias
cristianas, que las mujeres sean, a su manera, también sacerdotes.

Este Papa es innovador y valiente. Dicen los mejores teólogos que no


hay ningún dogma o doctrina que impida a las mujeres representar a
Cristo. Teológicamente hablando, sacerdote no es el que consagra. Es
Cristo quien consagra. El sacerdote sólo le da visibilidad. Sólo lo impide
el patriarcalismo todavía reinante.

La cuestión más aguda e importante es la salvaguarda del bioma


amazónico. Esa vasta región ha sido objeto de investigación por parte de
grandes científicos, desde hace por lo menos dos siglos. Decía Euclides da
Cunha en sus ensayos amazónicos: “La inteligencia humana no soportaría
el peso de la realidad portentosa de la Amazonía; tendrá que crecer con
ella, adaptándose a ella, para dominarla” (Vozes 1976, p. 15). La
Amazonía es el gran filtro del mundo que secuestra el dióxido de carbono,
nos devuelve oxígeno, y mitiga el calentamiento global. Su biodiversidad
es tanta que “en pocas hectáreas de la selva amazónica existe un número
de especies de plantas y de insectos mayor que toda la flora y fauna de
Europa”, dice el gran especialista E. Salati.

Pero su significado principal reside en la inmensidad de las aguas, ya


sea de los ríos volantes (la tremenda humedad de los árboles, que
sobrevuela las selvas), de la superficie del río, o del inmenso acuífero
Alter do Chão. Si no conservamos en pie la selva, la Amazonía puede
transformarse en un desierto como el Sáhara, que hace 15 mil años era una
especie de Amazonía, con el río Nilo desaguando en el Atlántico... Si la
Amazonía acaba deforestada, cincuenta mil millones de toneladas de
dióxido de carbono anuales quedarían instaladas en la atmósfera, haciendo
imposible la vida en el sur del Continente.

El papa se refirió a la situación de la Amazonia al analizar la


situación actual mundial: “la Tierra cada vez está más interconectada, y
los pueblos que la habitan forman parte de la comunidad planetaria; por
ejemplo, el problema de los incendios en la Amazonia, no es sólo de esa
región...: es un problema mundial, así como el fenómeno migratorio”.

Cada vez crece más la conciencia de que el bioma amazónico es un


«Bien Común de la Tierra y de la Humanidad». El llamamiento a la
soberanía de cada país se mueve todavía dentro del viejo paradigma que
dividía el planeta en partes... Ahora se trata de reunir esas partes y
reconstruir la realidad, que es una, entera: la Casa Común, para nosotros y
para toda la «Comunidad de la Vida»... Brasil no es dueño de la Amazonía
(63%); es sólo su administrador, ahora –bajo el nuevo gobierno– de forma
altamente irresponsable, al hacer poco caso de los incendios y, en función
de los minerales, del petróleo y de otras riquezas, incentivar grandes
proyectos que amenazan a los pueblos originarios – los que saben cuidar y
preservar la selva– y al equilibrio ecológico de toda la Casa Común.

Hay un proyecto, suscrito por decenas de caciques, obispos,


autoridades, científicos y otros, que va a ser presentado en el Sínodo, para
declarar a la “Amazonía, ¡santuario intangible de la Casa Común!”.

La UNESCO ya ha registrado varios biomas en varios países; ¿por


qué no hacerlo con la Amazonía, en la cual se juega en parte el futuro de
la vitalidad de la Tierra y de la civilización humana?

 954. La ventaja de la imperfección


2019-11-03

En tiempos de peligro para nuestra libertad es importante que


pensemos en su relevancia. Nacemos completos pero imperfectos. No
tenemos ningún órgano especializado, como la mayoría de los animales.
Para sobrevivir, tenemos que trabajar e intervenir en la naturaleza. Los
mitos iluminan esta situación.

Los indígenas guaicuru, del Mato Grosso del Sur, se preguntaban el


por qué de la imperfección y del alto significado de la libertad. Tardaron
mucho tiempo en llegar a una respuesta. La explicación vino a través del
siguiente mito, portador de verdad.

El Gran Espíritu creó todos los seres. Puso gran cuidado en la


creación de los humanos. Cada grupo recibió una habilidad especial, para
sobrevivir sin mayores dificultades. A unos les dio el arte de cultivar la
mandioca y el algodón; así podían alimentarse y vestirse. A otros les dio la
habilidad de hacer canoas ligeras y el timbó; de esta forma podían
moverse rápidamente y pescar.

Así hizo con todos los grupos humanos en la medida en que se


distribuían por el mundo. Pero con los guaicuru no fue así. Cuando
quisieron partir hacia las vastas tierras, el Gran Espíritu no les dio ninguna
habilidad. Esperaron, suplicando durante mucho tiempo y nada les fue
comunicado. Así y todo, decidieron partir. Pronto sintieron muchas
dificultades para sobrevivir. Resolvieron buscar intermediarios ante el
Gran Espíritu para recibir también una habilidad.

Primero, se dirigieron al viento, soplando y rápido siempre: “Tío


viento, tú que soplas por los campos, sacudes los bosques y pasas por
encima de las montañas, ven a ayudarnos”. Pero el viento que sacudía las
hojas, ni siquiera oyó la petición de los guaicuru. Se volvieron entonces
hacia el relámpago, que estremece toda la tierra. “Tío relámpago, tú que
tanto te pareces al Gran Espíritu, ayúdanos”. Pero el relámpago pasó tan
rápido, que ni siquiera escuchó su pedido.

Así, los guaicuru rogaron a los árboles más altos, a las cumbres de
las montañas, a las aguas corrientes de los ríos, siempre suplicando:”
Hermanos nuestros, intercedan por nosotros junto al Gran Espíritu para
que no muramos de hambre”. Pero no pasaba nada.

Medio desesperados, vagaron por varios parajes, hasta que pararon


debajo del nido del gavilán real. Éste, oyendo sus lamentos, resolvió
intervenir y dijo: “Ustedes, guaicuru, están muy equivocados y son unos
grandes bobos”. “Como así?”, respondieron todos. “El Gran Espíritu se
olvidó de nosotros. Tú eres feliz, recibiste el don de una mirada
penetrante, puedes percibir un ratón en la boca de la cueva y cazarlo...”.

“Ustedes no han entendido nada de la lección del Gran Espíritu”,


respondió el gavilán real. “La habilidad que él les dio está por encima de
todas las otras. El les dio la libertad. Con ella, ustedes pueden hacer lo que
crean oportuno”.

Los guaicuru se quedaron perplejos, y llenos de curiosidad. Pidieron


al gavilán real que les explicase mejor esa curiosa habilidad. Lleno de
garbo, el gavilán les habló así: “Ustedes pueden cazar, pescar, construir
malocas, hacer bellas flechas, pintar sus cuerpos y sus vasijas, viajar a
otros lugares y hasta decidir lo que ustedes quieren de bueno para ustedes
y para la propia naturaleza”.

Los guaicuru se llenaron de alegría y se decían unos a otros: “Qué


tontos hemos sido, pues nunca discutimos juntos la ventaja de ser
imperfectos. El Gran Espíritu no se olvidó de nosotros. Nos dio la mejor
habilidad, la de no estar sujetos a nada, sino la de poder inventar cosas
nuevas, sabiendo las ventajas de nuestra imperfección.
El cacique guaicuru preguntó al gavilán: “¿Puedo experimentar la
libertad?” “Puedes”. El cacique tomó una flecha y derribó de lo alto del
jaquero una gran fruta de jaca o yaca, deliciosa para todos.

Desde aquel momento, los guaicuru, ejercieron su libertad. Se


volvieron grandes caballeros y nunca pudieron ser sometidos por ningún
otro pueblo. La libertad les inspiraba nuevas formas de defenderse y de
garantizar mejor la habilidad que les había dado el Gran Espíritu.

Los mitos nos inspiran grandes lecciones, especialmente en los días


actuales, cuando fuerzas poderosas, nacionales e internacionales, nos
quieren someter, limitar y hasta quitarnos nuestra libertad. Debemos ser
como los guaicuru: saber defender el mayor don que tenemos, la libertad.
Debemos resistir, indignarnos y rebelarnos. Sólo así haremos nuestro
propio camino como nación soberana y altiva. Jamás aceptaremos que nos
impongan el miedo ni que nos roben la libertad.

 955. Un desafío: salvaguardar la unidad de la familia humana


2019-11-10

Existe el peligro real de que la familia humana se bifurque en dos.


Una, la de aquellos que se benefician de los avances tecnológicos de la
biotecnología y nanotecnología y disponen de todos los medios posibles
de vida y de bienestar, cerca de mil seiscientos millones de personas,
pudiendo prolongar la vida hasta los 120 años, según corresponde a la
edad posible de las células. Y la otra humanidad, los más de cinco mil
cuatrocientos millones restantes, barbarizados, entregados a su suerte,
pudiendo vivir como mucho hasta los 60-70 años con las tecnologías
convencionales, en un cuadro perverso de pobreza, miseria y exclusión.

Este foso proviene del horror económico producido en la escena


histórica por la dominación del capital globalizado, especialmente del
especulativo, bajo la regencia cruel del neoliberalismo radical.
Considerándose triunfante frente al socialismo real, cuyo derrocamiento se
dio a finales de los años 80, aquel ha exacerbado sus principios: la
competición, el individualismo, la privatización, la difamación de todo
tipo de política, y la satanización del Estado, reducido al mínimo. Cerca
de 200 megacorporaciones, cuyo poder económico equivale al de 182
países, dirigen, junto con los organismos del orden capitalista como el
FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, la
economía mundial según el principio de la competición, sin el más
mínimo sentido de cooperación ni de respeto ecológico hacia la
naturaleza. Todo se ha vuelto mercancía, desde el sexo a la religión, en un
deseo de acumulación desenfrenada de riquezas y servicios a costa de la
devastación de la naturaleza y de la precarización ilimitada de los puestos
de trabajo.

El peligro consiste en que los muy ricos creen un mundo sólo para
ellos, que rebajen los derechos humanos a una necesidad humana que debe
ser atendida por los mecanismos del mercado (por lo tanto sólo tiene
derechos quien paga y no quien es simplemente una persona humana), que
hagan de los diferentes desiguales y de los desiguales no semejantes, a los
cuales se les niega prácticamente la pertenencia a la especie humana. Son
otra cosa, aceite quemado, ceros económicos.

En Occidente, que hegemoniza el proceso de globalización, la idea


de igualdad nunca triunfó políticamente: Quedó limitada al discurso
religioso-cristiano, de contenido idealista. Ese déficit de una cultura
igualitaria favorece la bifurcación de la familia humana. Puede triunfar
una edad de las tinieblas mundial que se abatiría sobre toda la humanidad.
Sería volver a la barbarie.

El desafío a ser enfrentado es hacer todo lo necesario para mantener


la unidad de la familia humana, habitando la misma Casa Común. Todos
somos Tierra, hijos e hijas de la Tierra, y para los cristianos, hemos sido
creados a imagen y semejanza del Creador, hemos sido hechos hermanos
y hermanas de Cristo y templos del Espíritu. Todos tienen derecho a ser
incluidos en esta Casa Común y a participar de sus dones.

Para dar cuerpo a este desafío necesitamos una ética humanitaria


distinta, que implica rescatar los valores ligados a la solidaridad, la
empatía y la compasión. Es importante recordar que fue la
solidaridad/cooperación la que permitió a nuestros antepasados, hace
algunos millones de años, dar el salto de la animalidad a la humanidad.
Cuando salían a recolectar alimentos no los comían individualmente,
como hacen los animales, sino que reunían los frutos y la caza, los
llevaban a su grupo de iguales y los repartían solidariamente entre todos.
De este gesto primordial nació la sociabilidad, el lenguaje y la
singularidad humana. Será todavía la solidaridad irrestricta, a partir de
abajo, la compasión que se sensibiliza ante el sufrimiento del otro y de la
Madre Tierra, la que garantizará el carácter humano de nuestra identidad y
de nuestras prácticas. Vergonzosamente, fue eso lo que les faltó a los
grandes acreedores internacionales, que, ante la tragedia del tsunami del
sudeste asiático, no perdonaron los 26 mil millones de deuda de aquellos
países flagelados. Solamente pospusieron un año el pago.

Sin el gesto del buen samaritano que se inclina sobre los caídos a la
vera del camino o la voluntad de infinita compasión del bodhisatwa, que
renuncia a penetrar en el nirvana por amor a la persona que sufre, al
animal quebrantado o al árbol reseco, difícilmente haremos frente a la
inhumanidad cotidiana que se está naturalizando a nivel brasilero y
mundial.

En la perspectiva de los astronautas, de aquellos que tuvieron el


privilegio de ver la Tierra desde fuera de la Tierra, Tierra y Humanidad
forman una sola entidad, compleja pero una. Ambas están ahora
amenazadas. Ambas tienen un mismo destino común y se enfrentan juntas
al futuro. Su salvaguarda constituye el contenido principal de un sueño
ancestral: todos sentados a la mesa, en una inmensa comensalidad,
disfrutando de los frutos de la buena y generosa Madre Tierra.

Si el cristianismo, y los demás caminos espirituales, no ayudan a


realizar este sueño y no llevan a las personas a concretarlo, no habremos
cumplido la misión que el Creador nos reservó en el conjunto de los seres,
que es la de ser el ángel bueno y no el satán de la Tierra. No habremos
escuchado ni seguido a Aquel que dijo: “Vine a traer vida y vida en
abundancia” (Jn 10,10).

Es importante que tomemos conciencia de nuestra responsabilidad,


sabiendo que ninguna preocupación es más fundamental que cuidar de la
única Casa Común que tenemos y lograr que toda la familia humana,
superando las contradicciones que existen siempre, pueda vivir unida
dentro de ella con un mínimo de cuidado, de solidaridad, de hermandad,
de compasión y de reverencia ante el Misterio de todas las cosas, que
producen la discreta felicidad durante el corto tiempo que nos es
concedido pasar por este pequeño, bello y radiante Planeta.

¿Una utopía? Sí, pero necesaria si queremos sobrevivir.

 956. Lula y Bolsonaro: confrontación de dos proyectos de Brasil


2019-11-17

La liberación del expresidente Lula de la prisión, bajo la presidencia


de Bolsonaro, ha suscitado una confrontación dramática entre dos
proyectos de Brasil. Más que opuestos, son antagónicos. Sin forzar los
términos, parece la actualización de la visión del mundo de los gnósticos
que leían la historia como una lucha entre el bien y el mal, o según La
Ciudad de Dios, de San Agustín, entre el amor y el odio.

Efectivamente el proyecto de Bolsonaro se funda en la difusión del


odio a los homoafectivos, a los LGBTI, a los negros y a los pobres en
general y en la exaltación de dictaduras hasta el punto de ensalzar a
torturadores notorios. Lula afirma que en él no hay odio, sino el amor que
lo llevó y lleva a implementar políticas sociales de inclusión de millones
de marginados garantizándoles los mínimos vitales.

Hay que reconocer que este escenario proyecta una visión poco
dialéctica, escindiendo la historia entre la sombra y la luz, pero
infelizmente así es, aunque rechace este tipo de dualismo.

Todo esto sucede en un contexto de ascenso mundial del


conservadurismo, del fundamentalismo político y religioso, y de la
exacerbación de la lógica del capital que se expresa en un neoliberalismo
ultra radical, hecho opción axial del gobierno Bolsonaro. Observemos que
este radicalismo neoliberal formulado por las escuelas de Viena y de
Chicago, de donde viene Paulo Guedes, sustenta que “no hay derechos
fuera de las leyes del mercado y que la pobreza no es un problema ético
sino una incompetencia técnica, pues los pobres son individuos que, por
culpa propia, perdieron la competición con los otros”. De ese presupuesto
teórico se deriva que no hay por qué ocuparse de políticas para los pobres.
Es un gobierno de ricos para ricos.

Por el contrario, Lula afirma la centralidad de la justicia social a


partir de las grandes mayorías víctimas del orden capitalista. Propone una
democracia social y participativa con la inclusión de esas mayorías. Quiso
realizar este proyecto con un presidencialismo de coalición de partidos, lo
que considero su gran equivocación, en vez de apoyarse en los
movimientos sociales, de donde vino, como lo hizo con éxito el presidente
de Bolivia, Evo Morales Ayma, recientemente depuesto por un golpe
clasista y racista.

En Brasil, el racismo y la intolerancia –que siempre estaban ahí, pero


recogidos en el armario– han irrumpido explícitamente. Se ocultaban bajo
el nombre de “cordialidad del brasilero”. Pero, como bien observó Sérgio
Buarque de Hollanda (en Raizes do Brasil) esta cordialidad puede
significar tanto llaneza y amor, como violencia y odio, puesto que ambas
se albergan en el corazón; por eso lo de “cordial”.
Surfeando en esta onda nacional e internacional se eligió a Jair
Bolsonaro y se detuvo y condenó al ex-presidente Lula, mediante
el lawfare, por el cuerpo judicial que llevaba adelante el Lava Jato.

Jair Bolsonaro, incluso después de elegido, utiliza con frecuencia


tanto las fake news, como la mentira directa, y gobierna con sus hijos de
forma autoritaria y a veces burda.

Lula aparece como un reconocido carismático que habla al corazón


de las masas desesperanzadas, proponiendo una democracia social, el
Estado de derecho y la urgencia de recuperar lo que ha sido desmantelado.

Todo depende de en qué estilo se dará esta confrontación. Bolsonaro


evita la confrontación directa, pues sabe de sus pocas luces; la ha dejado
en manos de sus ministros de Justicia, Sérgio Moro, y de Hacienda, Paulo
Guedes, mejor pertrechados.

Lo que Lula, a mi modo de ver, necesita es evitar es una


confrontación en el mismo nivel de Bolsonaro. Es importante sacar a la
luz lo que Bolsonaro oculta y no puede usar: la crudeza de los hechos, la
tragedia que asola a las grandes mayorías humilladas y ofendidas. No cabe
un discurso de respuesta a Bolsonaro, pues él mismo es autodestructivo,
sino hablar de forma positiva al corazón de las masas destituidas,
denunciando objetivamente las maldades perpetradas por medidas
excluyentes, contrarias a los derechos y a la propia vida.

Para resumir un largo razonamiento: sería inteligente asumir la


actitud del mejor hombre que ha dado Occidente, el pobre y humilde
Francisco de Asis. Con su sentido realista, sabía que la realidad es
contradictoria, compuesta de lo dia-bólico (lo que divide) y de lo sim-
bólico (lo que une). No recalca el lado oscuro de nuestra realidad, sino que
fortalece su lado luminoso para que inunde la mente y el corazón.
Proclama: “donde haya odio, que yo lleve amor; donde haya discordia,
que yo lleve unión; donde haya desesperación que lleve yo esperanza;
donde haya tinieblas, que lleve yo luz.

Esta opción supone la convicción de que ningún gobierno puede


perdurar asentado en el odio, en la mentira y en el desprecio a los
humildes de la Tierra. La verdad, la recta intención y el amor
desinteresado pronunciarán la última palabra. No Caín sino Abel. No
Judas sino Jesús. No Brilhante Ustra sino Vladimir Herzog.
 957. Después del ascenso de la extrema derecha, ¿Qué vendrá?
2019-11-23

Hagamos algunas constataciones: se ha consolidado la aldea global;


ocupamos prácticamente todo el espacio terrestre y explotamos el capital
natural hasta los confines de la materia y de la vida con la automatización,
robotización e inteligencia artificial. Verificamos un ascenso atemorizador
de la extrema derecha, bien expresada por el ultraneoliberalismo radical y
por el fundamentalismo político y religioso. Estamos inmersos en una
angustiosa crisis civilizatoria que adquiere cuerpo en las distintas crisis
(climática, alimentaria, energética, económico-financiera, ética y
espiritual). Inauguramos, según algunos, una nueva era geológica, el
antropoceno, en la cual el ser humano aparece como el Satán de la Tierra.
En contraposición, está surgiendo otra era geológica, el ecoceno, en la
cual la vida y no el crecimiento ilimitado tiene centralidad.

La pregunta que se plantea ahora es: ¿Qué vendrá después del


conservadurismo atroz de la derecha? ¿Será más de lo mismo? Eso es muy
peligroso, pues podemos ir al encuentro de un Armagedón ecológico-
social que ponga en peligro el futuro común de la Tierra y de la
Humanidad. Tal tragedia puede ocurrir en cualquier momento si la
Inteligencia Artificial, autónoma, por medio de algoritmos locos,
desencadena una guerra letal sin que los seres humanos se den cuenta o
puedan impedirla.

¿Estamos sin salida, rumbo a un destino sin retorno? Al límite,


cuando nos demos cuenta de que podemos desaparecer tendremos que
cambiar. Quién sabe, la salida posible será pasar del capital material al
capital humano-espiritual. El primero tiene límites y se agota. El último es
infinito e inagotable. No hay límites para aquello cuyos contenidos son: la
solidaridad, la cooperación, el amor, la compasión, el cuidado, el espíritu
humanitario, valores en sí infinitos, pues su realización puede crecer sin
cesar. Lo espiritual ha sido escasamente vivenciado por nosotros, pero el
miedo a desaparecer y dada la acumulación inmensa de energías positivas,
puede irrumpir como la gran alternativa que nos podrá salvar.

La centralidad del capital espiritual reside en la vida en toda su


diversidad, en la conectividad de todos con todos, por eso las relaciones
son inclusivas, en el amor incondicional, en la compasión, en el cuidado
de nuestra Casa Común y en la apertura a la Trascendencia.
No significa que tengamos que excluir la razón instrumental y su
expresión en la tecnociencia. Sin ellas no atenderíamos las demandas
humanas, pero no tendrían la exclusiva centralidad ni serían ya
destructivas. En éstas, la razón instrumental-analítica constituía su motor;
en el capital espiritual, la razón cordial y sensible. A partir de ella se
organizarían la vida social y la producción. En la razón cordial se hospeda
el mundo de los valores; de ella se alimentan la vida espiritual, la ética y
los grandes sueños, y produce las obras del espíritu, mencionadas antes.

Imaginemos el escenario siguiente: si en el tiempo de la desaparición


de los dinosaurios, hace cerca de 67 millones de años, hubiese habido un
observador que se preguntase qué vendrá después de ellos, probablemente
habría dicho: la aparición de especies de dinosaurios aún mayores y más
voraces. Se estaría equivocando. Ni siquiera imaginaría que de un
pequeño mamífero, nuestro antepasado, que estaría viviendo en la copa de
los árboles más altos, se alimentaría de flores y de brotes, y temblaría de
miedo de ser devorado por algún dinosaurio alto, iba a irrumpir, miles de
años después, algo absolutamente impensado: un ser de conciencia y de
inteligencia –el ser humano– totalmente diferente de los dinosaurios. No
fue «más de lo mismo»; fue un «salto cualitativo» nuevo.

De modo semejante creemos que ahora podrá surgir un nuevo estado


de conciencia, imbuido del inagotable capital espiritual. Ahora es el
mundo del ser más que el del tener, de la cooperación más que de la
competición, del bien-vivir-y-convivir más que de vivir bien.

El próximo paso, entonces, sería descubrir lo que está oculto en


nosotros: el capital espiritual. Bajo su regencia, podremos comenzar a
organizar la sociedad, la producción y lo cotidiano. Entonces la economía
estaría al servicio de la vida y la vida penetrada por los valores de la
autorrealización, de la atemorización y de la alegría de vivir.

Pero esto no ocurre automáticamente. Podemos acoger el capital


espiritual o también rechazarlo. Pero, incluso rechazado, se ofrece siempre
como una posibilidad a ser abrigada. Lo espiritual no se identifica con
ninguna religión. Es algo anterior, antropológico, que emerge de las
virtualidades de nuestra profundidad arquetípica. Pero la religión puede
alimentarlo y fortalecerlo, pues se originó de ello.

Estimo que la actual crisis nos abrirá la posibilidad de dar un centro


axial al capital espiritual. Dicen que Buda, Jesús, Francisco de Asís,
Gandhi, la brasileña hermana Dulce, y tantos otros maestros/as, lo habrían
anticipado históricamente.

Ellos alimentan nuestro principio-esperanza de salir de la crisis


global que nos asola. Seremos más humanos, integrando nuestras sombras,
reconciliados con nosotros mismos, con la MadreTierra y con la Última
Realidad.

Entonces seremos más plenamente nosotros mismos, entrelazados


por redes de relaciones tiernas y fraternas con todos los seres y entre todos
nosotros co-iguales.

 958. Después de las naciones, construir la Tierra


2019-12-01

Un anuncio-propaganda de un canal de televisión muestra a un grupo


interétnico cantando: “Mi patria es la Tierra”. Aquí se revela un estado de
conciencia que deja atrás la idea convencional de patria y de nación. En
efecto, vivimos todavía bajo el signo de las naciones, cada cual
autoafirmándose, cerrando o abriendo sus fronteras y luchando por su
identidad. Esa fase, todavía vigente, pertenece a otra época de la historia y
de la conciencia. La globalización no es sólo un fenómeno económico.
Representa un dato político, cultural, ético y espiritual: un nuevo paso en
la historia del planeta Tierra y de la Humanidad.

Hace algunos miles de años la especie humana salió de África, de


donde surgimos en el proceso evolutivo (somos todos africanos), y
conquistó todo el espacio terrestre formando pueblos, ciudades y
civilizaciones. Fernando de Magallanes hizo en tres años (1519-1522) la
circunnavegación de la Tierra y comprobó empíricamente que es
efectivamente redonda (no plana como una obtusa visión sostiene
todavía). Después de la expansión, llegó el tiempo de la concentración, del
retorno del gran exilio. Todos los pueblos se están encontrando en un
único lugar: en el planeta Tierra. Descubrimos, más allá de las
nacionalidades y de las diferentes etnias, que formamos una única especie,
la humana, al lado de otras especies de la gran comunidad de vida.
Con esfuerzo estamos todavía aprendiendo a convivir acogiendo las
diferencias sin dejar que se transformen en desigualdades. Respetando la
riqueza acumulada por las naciones y etnias, que revelan los distintos
modos de ser humanos, nos enfrentamos a un desafío nuevo, que nunca
había existido antes: construir la Tierra como Casa Común. Crece la
conciencia de que Tierra y Humanidad tienen un destino común. Xi
Jinping, jefe de Estado de China, lo formuló muy bien: tenemos el deber
de construir la “Comunidad de Destino compartido para la humanidad”.

El éxito de esta construcción nos traerá un mundo de paz, uno de los


bienes más ansiados por todos. Vivir en paz, ¡oh que felicidad! Esa paz es
lo que nos falta en la actualidad. Por el contrario, vivimos en guerras
regionales letales y una guerra total movida contra Gaia, la Tierra viva,
nuestra Madre Tierra, atacada en todos los frentes, hasta el punto de que
muestra su indignación a través del calentamiento global y del
agotamiento de sus bienes y servicios, sin los cuales la vida corre peligro.

En este contexto vale la pena revisitar a un filósofo, Immanuel Kant


(+1804), uno de los primeros en pensar una República Mundial
(Weltrepublik), aunque nunca había salido de su pequeña ciudad de
Königsberg en Alemania. Aquella solo se consolida si consigue instaurar
una “paz perenne”. Su famoso texto de 1795 se llama exactamente “Para
una paz perenne” (Zum ewigen Frieden).

La paz perenne se sustenta, según él, sobre dos pilares: la ciudadanía


universal y el respeto a los derechos humanos.

Esta ciudadanía se ejerce en primer lugar por la “hospitalidad


general”. Precisamente porque, dice él, todos los humanos tienen el
derecho de estar en ella y de visitar sus lugares y los pueblos que la
habitan. La Tierra pertenece comunitariamente a todos.

Frente a los pragmáticos de la política, por lo general poco sensibles


al sentido ético en las relaciones sociales, enfatiza: ”La ciudadanía
mundial no es una visión de fantasía sino una necesidad impuesta por la
paz duradera”. Si queremos una paz perenne y no solo una tregua o una
pacificación momentánea, debemos vivir la hospitalidad y respetar los
derechos.

El otro pilar son los derechos universales. Estos, en una bella


expresión de Kant, son “la niña de los ojos de Dios” o “lo más sagrado
que Dios puso en la tierra”. Su respeto hace nacer una comunidad de paz y
de seguridad que pone un fin definitivo “al infame beligerar”.

El imperio del derecho y la difusión de la ciudadanía planetaria


expresada por la hospitalidad deben crear una cultura de los derechos,
generando de hecho la “comunidad de los pueblos”. Esta comunidad de
los pueblos, enfatiza Kant, puede crecer tanto en su conciencia, que la
violación de un derecho en un sitio se siente en todos los sitios, cosa que
más tarde repetirá por su cuenta Ernesto Che Guevara.

Esta visión ético-política de Kant fundó un paradigma inédito de


globalización y de paz. La paz resulta de la vigencia del derecho y de la
cooperación jurídicamente ordenada e institucionalizada entre todos los
Estados y pueblos.

Diferente es la visión de otro teórico del Estado y de la globalización,


Thomas Hobbes (+1679). Para este, la paz es un concepto negativo,
significa ausencia de la guerra y el equilibrio de la intimidación entre los
estados y pueblos. Esta visión funda el paradigma de la paz y de la
globalización en el poder del más fuerte que se impone a los demás. Esta
visión predominó durante siglos y hoy ha vuelto poderosamente a través
del singular presidente de USA, Trump, que sueña todavía con un solo
mundo y un solo imperio, el norteamericano. Los Estados Unidos
decidieron combatir el terrorismo con el terrorismo de Estado. Es la vuelta
amenazadora del Estado-Leviatán, enemigo visceral de cualquier
estrategia de paz. En esta lógica no hay futuro para la paz ni para la
humanidad.

Hoy nos enfrentamos a este escenario: si por la locura de un


gobernante o por la Inteligencia Artificial Autónoma se activaran los
arsenales de armas nucleares podría ser el fin de nuestra especie. Et tunc
erat finis. ¿Tendremos tiempo y sabiduría suficientes para cambiar la
lógica del sistema implantado hace siglos que ama más la acumulación de
bienes materiales que la vida? Eso dependerá de nosotros.

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