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Las Luchas Campesinas Del Siglo XX. Eric Wolf.
Las Luchas Campesinas Del Siglo XX. Eric Wolf.
CORRIDO DE LA CARABINA
Cuando la revolución mexicana estalló ante el mundo en 1910 fue sorpresa para la
mayoría “muy pocas voces y todas ellas débiles y borrosas, la anticipan” (paz,
1967, pp. 122-3). Durante más de un cuarto de siglo el dictador mexicano Porfirio
Díaz había gobernado a su país con manos férreas en interés de la libertad, el
orden y el progreso. Progreso significaba el rápido desarrollo industrial y comercial,
la libertad se otorgaba al empresario privado individual y el orden se aseguraba
mediante una juiciosa política que alternaba las recompensas económicas con la
represión - la célebre táctica de Díaz de “pan y palo”. En el curso de pocos meses
la rebelión surgía en todas partes. Bajo el estímulo del levantamiento de Francisco
Madero en contra del anciano dictador. En mayo de 1911 Díaz salió para el exilio
en Francia. La revolución había comenzado realmente “Madero dijo - ha liberado un
tigre, veamos si puede controlarlo”.
Con el privilegio de nuestra perspectiva actual, podemos ver ahora que muchas de
las causas de la Revolución tuvieron sus orígenes no en el periodo de la dictadura
de Díaz, sino en un periodo anterior; cuando México era la nueva España y una
colonia de la madre patria española. Cuando México declaro su independencia en
1821, también heredó un conjunto de problemas característicos que España no
había podido ni deseado resolver y que fueron legados íntegramente a la nueva
república.
Deben tenerse como enemigos todos los ricos, nobles y empleados de primer
orden y apenas se ocupe se ocupe una población se les debe despojar de sus
bienes, para repartirlos por mitad entre los vecinos pobres y la Caja Militar… En el
reparto de los pobres se procurara que nadie se enriquezca y todos queden
socorridos. No se excluyan de estas medidas ni los muebles, alhajas o tesoros de
las iglesias…Deben derribarse todas las aduanas, garitas y edificios reales,
quemarse los efectos Ultramarinos, si perdonar los objetos de lujo ni el tabaco.
Deben ser también inutilizados las oficinas de hacendados ricos, las minas y los
ingenios de azúcar, sin respetar más que las semillas y alimentos de primera
necesidad…deben inutilizarse las haciendas cuyos terrenos pasen de dos leguas
para facilitar la pequeña agricultura y la división de la propiedad por que el beneficio
de la agricultura consiste en que muchos se dediquen con separación a beneficiar
un corto terreno que puedan asistir con su trabajo e industria, y no en que un solo
particular tenga extensa tierras infructíferas esclavizando a millares de gentes para
las cultiven por fuerza en la clase de gañanes o esclavos cuando pueden hacerlo
como propietarios de un terreno limitado con libertad y beneficio suyo y del público
[citado en Cue, 1947, p. 44].
Esto en verdad en especial para las grandes propiedades cuales quieras que
hayan sido los intentos de reforma que se hicieron en el curso del siglo XIX, todos
ellos solo sirvieron para fortalecer y ampliar más que debilitar, el dominio de
latifundio sobre sus vasallos. Se llevaron a cabo muchos cambios de diferentes
tipos en el México del XIX, pero el latifundismo triunfó sobre todos:
En 1955 los liberales habían podido hacer aprobaron grupos de leyes, las leyes de
reforma que tenían por fin convertir a México en un estado secular y progresista. Se
abolieron los privilegios especiales del ejército y de la iglesia. Las corporaciones
que poseían tierra incluyendo las tenencias de la iglesia y las comunidades
indígenas deberían disolverse. Se deberían vender las tierras de la iglesia y las de
las indígenas asignarse como propiedades individuales a sus poseedores. La ley
desamortización del 25 de junio de 1856 establecía que ninguna corporación civil y
eclesiástica podía adquirir o administrar propiedades distintas a los edificios
dedicados exclusivamente a propósito para el cual existía tal corporación. Disponía
que las propiedades que tenían entonces tales corporaciones deberían venderse a
los arrendatarios o usufructuario que las ocupaba y las que no estuvieran alquiladas
o arrendadas se vendieran en subasta pública [Whetten, 1948, p.85].
La libertad para el propietario de tierras significaría una mayor libertad para adquirir
más tierras y añadirlas a sus ya grandes tenencias; la libertad para el indígena –
que ya no estaba sujeto a su comunidad y ahora era amo de sus propiedades
significaría la capacidad de vender sus tierras y de unirse a la muchedumbre de
desposeídos que buscaban empleo. En el curso de otros 35 años, México
descubriría que había abandonado los grilletes de la tradición solo para propiciar la
anarquía social. La revolución habría de ser el resultado final.
En 1876 Benito Juárez cedió el poder a uno de los generales que más se destacó
en la guerra contra los franceses Porfirio Díaz bajo su autocracia se incrementó el
desarrollo económico, en tanto que bajo esta cobertura los problemas de México se
hacían más álgides sin encontrar atención ni solución. Durante la dictadura de Díaz,
México sufrió profundos cambios. En este período, la inversión de capital extranjera
en México superó considerablemente la inversión mexicana concentrándose
primero en la construcción de ferrocarriles y en la explotación de los minerales
preciosos, empezó a penetrar crecientemente después de 1900 en la producción de
materias primas: petróleo, cobre, estaño, plomo, caucho, café y henequén. La
economía fue dominada por un pequeño grupo de hombres de negocios y
financieros cuyas decisiones afectaban el bienestar de todo el país así, en 1908, de
66 empresas que participaban en las finanzas y en la industria 36 tenían directorios
comunes provenientes de un grupo de 13 personas: 19 tenían a más de uno de los
13. Durante la década final del siglo XIX los líderes de este nuevo grupo de control
formaron una camarilla que pronto se conoció bajo el sobre nombre de “científicos”
pretendiendo ser científicos positivista, veían el futuro de México en la reducción y
aniquilamiento del elemento indígena al que consideraban inferior, por lo tanto,
incapaz del desarrollo y en el fomento del control “blanco” nacional o internacional.
Esto se lograría ligando más vigorosamente a México a las naciones industriales
“desarrollada” en especial Francia los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña.
De esta manera en su opinión, el desarrollo provendría del exterior en la forma de
colonos o de capital extranjero. Muchos se convirtieron en representantes de
empresas extranjeras que funcionaban en México. Algunos directamente como
Olegario Molina quien controlaba el mercado del henequén de en Yucatán. Para
beneficio de la internacional Harvest corporation; otros indirectamente como
abogados que acusaban a nombre de las empresas extranjeras solicitando
confesiones al gobierno. Durante los últimos años del régimen algunos se
desempeñaron abiertamente como socios de las empresas extranjeras. A la vez,
sin embargo combinaban sus intereses en los negocios con un interés en la
adquisición de tierras. Aunque cierto número había empezado su carrera como
abogado… y otros como terratenientes al final del período todos resultaron siendo
propietarios de grandes extensiones de tierra Díaz conservó cuidadosamente las
formas del proceso constitucional establecidas en la constitución mexicana de
1856, pero ajustó su contenido para que sirviera a los fines de su maquinaria
política nacional. Había elecciones frecuentes, pero se las arreglaba con mucho
cuidado. Los diputados y senadores del congreso mexicano eran nominados por el
grupo del gobierno y se les confirmaba después mediante el proceso electoral
organizado. El poder judicial era nombrado por el gobierno y servía a los fines de
éste. La libertad de prensa estaba severamente restringida y los periodistas de la
oposición eran encarcelados o exiliados. Las huelgas estaban prohibidas. Las
rebeliones rurales como la insurrección de los indios Yaquis de 1885 y 1898, eran
aplastadas con grandes muestras de ferocidad. Un cuerpo policial especial, los
rurales, reclutado entre criminales y bandidos, patrullaba las zonas rurales.
Los opositores del régimen capturados por los rurales eran asesinados con
frecuencias su capa de aplicar la “ley fuga” ley que permitía disparar contra los
prisioneros que intentaban escapar.
McBride ha calculado que a fines del gobierno de Díaz existían 8 245 haciendas.
Trescientas de ellas tenían cuando menos 10 000 hectáreas; 116 aproximadamente
250 000; 51 poseían aproximadamente 30 000 hectáreas cada una; y medían no
menos de 100 000. Desafortunadamente McBride no tomó en cuenta en su
enumeración que un hacendado podía poseer más de una hacienda, el grado de
concentración de la propiedad de la tierra era probablemente mayor que lo sugerido
por las cifras de McBride. Southworth (1910) menciona, para 1910, 108 propietarios
con dos propiedades, 15 con cuatro, 4 con seis, 3 con siete, 5 con ocho y 1 con
nuevo. Luis terrazas, el arquetipo del hacendado porfiriano, tenía 15 propiedades,
que abarcaban casi dos millones de hectáreas. Se decía en aquella época que él
no era chihuahua – había nacido allí- sino que chihuahua era de él. Tenia
aproximadamente 500 000 cabezas de ganado mayor y 250 000 ovejas y exportaba
anualmente entre 40 000 y 65 000 cabezas de ganado a los Estados Unidos. No
obstante, no todas las haciendas eran grandes: si aceptamos las cifras de McBride,
7 767, o sea más del 90%, tenían menos de 10 000 hectáreas. Probablemente la
hacienda promedio se acercaba más a las 3 000 hectáreas.
La promulgación de la ley que anulaba la propiedad corporativa –eclesiástica o
comunal- aceleró la desaparición del pueblo de indios que poseía tierras y que
había subsistido durante todo el periodo del régimen colonial español y el primer
medio siglo de independencia. Los españoles habían reforzado la cohesión de las
comunidades indígenas otorgándoles cierta superficie de tierra y exigiéndoles que
se hicieran responsables colectivamente por el pago de los derechos y por la
conservación del orden social. Las comunidades respondieron desarrollando,
dentro de la estructura de tal organización corporativa, sus propios sistemas
internos de organización política, fuertemente asociados al culto religioso. Casi en
todas partes lo que califica a una persona para convertirse en uno de los
responsables de las decisiones de toda de toda la comunidad era el hacerse cargo
de una serie de festividades religiosas. Por lo tanto, quien buscaba poder, tenía que
hacerlo ajustándole en gran parte al criterio establecido por la comunidad; cuando
satisfacía los requisitos, tenia que hacerlo participando en un comité de notables
como él, que actuaban y hablaban por la comunidad. Así el poder era menos
individual que comunal. Con las nuevas leyes relativas a la tierra, sin embargo se
minaron los fundamentos de ese sistema. No solo se apoderaron las haciendas de
mucha tierra indígena, sino que los mismos indios empezaron a hipotecar su tierra,
que poseían ahora individualmente, con el fin de cubrir los gastos de vida corrientes
y los gastos extraordinarios asociados al culto religioso. El mismo mecanismo que
en una época garantizó la solidaridad continua de la comunidad se convirtió ahora
en instrumento de su destrucción. Así, sobrevivieron comunidades indígenas de tipo
antiguo, pero sólo en las regiones más inaccesibles
del centro y del sur, en tanto que la gran masa de indígenas se enfrentaban a la
perspectiva de relacionarse individualmente con quienes tenían el poder en el
mundo exterior, fueran comerciantes a crédito que embargaban las cosechas y
pertenencias de los pequeños campesinos, fueran hacendados o industriales que
buscaban mano de obra para sus plantaciones y fábricas.
En este contexto es notable que en los ocho estados que rodeaban la región
nuclear del valle de México continuaran predominando los grupos de poblados
independientes. En tres estados más del 90% de la población rural continuó
viviendo en pueblos independientes; en otros cinco, tales asentamientos
albergaban a más del 70% de la población contra las persistencia de estas aldeas
independientes fue contra el régimen de Porfirio Díaz desato su poder. Al ser
presionadas, sin embargo, dieron una respuestas revolucionaria: “estas aldeas
hicieron en ultimas instancia la revolución social en defensa propia, antes de verse
reducidas a la condición de los indígenas de otras partes de México” (ibid.).
A pesar de que resulta obvio que las haciendas dominaban el escenario rural, otros
datos sugieren que el periodo porfirista también presenció un aumento en el
número de ranchos de propiedad individual que eran trabajados por familias. El
número de ranchos no debe tomarse en sentido absoluto, ya que el término rancho
no tiene un significado homogéneo: en el norte puede referirse a enormes
propiedades y en el centro a tenencias que lleguen hasta las 1 000 hectáreas. No
obstante, podríamos decir con seguridad que hubo un considerable aumento en el
número de pequeñas tenencias. Mac Bride calcula que en el momento de iniciarse
la Revolución había 47 939 ranchos, en comparación con 8 245 haciendas. Unos
29 000 de éstos se habían creado desde 1854 mediante la división de tierras
comunales (19 906), asignación de tierras públicas (8 010) y donaciones de tierras
a colonos (1189). La superficie ocupada por estos ranchos era insignificante
cuando se la comparaba con las que tenían las haciendas; pero no debe
desdeñarse la importancia social de este aumento en el número de pequeñas
propiedades agrarias. Más de una tercera parte de las mismas se habían
establecido a expensas de las propiedades comunales, minando así la solidaridad
de las aldeas indígenas; pero dos terceras partes continuaron una tendencia hacia
el surgimiento de una clase rural media, que ya se había hecho evidente desde el
siglo anterior. Francois Chevalier (1959) ha demostrado que durante los siglos XVIII
y XIX se realizó un lento “retorno” de los pequeños granjeros, en especial entre las
poblaciones no indígenas del norte.
No sólo disminuyó la cantidad de maíz producido per capita, sino que los precios
del maíz aumentaron, en tanto que los salarios permanecieron al mismo nivel. Todo
indica que el salario promedio diario no había aumentado entre los principios del
siglo XIX y 1908. La clase media, acostumbrada a mayores gastos para vestimenta,
habitación y sirvientes, también sintió el efecto de los crecientes precios de los
alimentos (González Navarro, 1957, p. 390).
No obstante, hacia 1910 había cerca de 100 000 mineros, muchos de los cuales
trabajaban en grandes minas como las de Greene Consolidated Coppo Company of
Cananea, que empleaba a 5 000 trabajadores. La ocupación en la industria textil
aumentó de 19 000 a 32 000 entre 1895 y 1910. La mayor parte de los trabajadores
textiles trabajaban en grandes fábricas, como las de Rio Blanco en Veracruz, con
cinco mil busos y mil telares, manejados por 2 350 trabajadores, o sea, cerca de la
mitad de todos los trabajadores empleados por once grandes fábricas en fábricas
en Veracruz. Esta fábrica era propiedad de una compañía de comerciantes
franceses. Por último, había varias decenas de miles de trabajadores en la
creciente red de ferrocarriles, donde los trabajadores recibieron por primera por
primera un “salario real”. Molina Enríquez, al hablar acerca del crecimiento de los
ferrocarriles en México durante el porfiriato dice que
“La dinamita de los ferrocarriles cargó la mina que la revolución habría de hacer
explotar” (1932, p. 291).
Esta nueva fuerza de trabajo industrial recluto sus miembros entre los antiguos
campesinos desplazados de la tierra por la expansión predatoria de los latifundios,
entre los números artesanos incapaces de resistir los efectos de la competencia
mecanizada y entre los peones que habían huido de la servidumbre por deudas
hacia la relativa del trabajo industrial asalariado. En su mayoría carecían de
entrenamiento y de una élite tecnificada propia; las posiciones que requerían más
técnicas la ocupaban extranjeros. Aunque muchos habían ingresado recientemente
en el trabajo industrial, tendían a concentrarse en fábricas y campamentos grandes,
como Cananea u Orizaba. Eran notariamente xenófobos debido a que la mayoría
de sus capataces y patronos eran en realidad extranjeros. Carecían de experiencia
organizativa, porque estaba prohibida la actividad sindical, pero ya habían conocido
las ideas anarcosindicalistas, en gran parte a través de las relaciones de los
trabajadores migratorios en los Estados Unidos con miembros de los International
Workes of the World (IWW). A medida que pasó el tiempo, empezaron a
manifestarse cada vez más mediante huelgas. Durante el porfiriato se
llevaron a cabo cerca de 250 huelgas, aumentando su frecuencia a partir de 1880.
Las huelgas eran comunes en los ferrocarriles, la industria textil, la minería y las
fábricas de tabaco. Resaltan dos huelgas como precursoras de la actividad
revolucionaria: la huelga de cananea en 1906, aplastada por voluntarios
norteamericanos y los rurales, y la huelga de Rio Blanco en 1907, reprimida por el
ejército, la policía y los rurales al costo de 200 muertos y 400 presos.
Sin embargo, la oposición al régimen era notoria en el norte, donde las condiciones
diferían considerablemente de las del resto del país. Allí la mano de obra siempre fu
escasa y, por lo tanto, sólo se la podía obtener ofreciendo una compensación más
alta que en el centro o el sur. El trabajo en las minas y en un creciente número de
hilanderías de algodón, o la migración a los Estados Unidos, ofrecían oportunidades
que debilitaban la estructura de la servidumbre por deudas e incrementaban la
movilidad de la fuerza de trabajo. Contratos de aparcería remplazaban el trabajo
por deudas, especialmente en propiedades que cultivaban algodón. Además, en el
norte se habían logrado mantener en diversos lugares núcleos de pequeños
propietarios; durante el periodo de discusión su número aumentó. Los propietarios
de grandes haciendas no sólo vendían cereales y carne en las crecientes ciudades
del norte, como Torreón, Nogales, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, y al otro lado de
la frontera, era en los Estados Unidos, sino que también habían empezado a invertir
en la industria local produciendo principalmente para el mercado interno. Esa
movilidad y las crecientes oportunidades estimularon a su vez el crecimiento de los
comerciantes independientes muy distintos a los intermediarios del sur, cuya
principal ocupación era el reclutamiento de mano de obra indígena o el préstamo de
dinero a interés. A la vez, los norteños se encontraron en desventajas en la
competencia con las empresas extranjeras, generalmente norteamericanas, cuyas
operaciones recibían la protección de los “científicos” y de Díaz. La competencia
extranjera era especialmente vigorosa en el campo de la minería, donde la mayoría
de las empresas mexicanas se vieron obligadas a vender sus minerales a la
American Smelting and Refining Company. Sólo la familia Madero había podido
conservar
una fundición independiente en Monterrey, la cual se abastecía con minerales de
sus propias minas. Los norteños también llegaron a comprender cada vez más que
le control extranjero de las materias primas y de su elaboración limitaba su
capacidad para ingresar en la industria ligera se veía limitaba por el débil desarrollo
de la demanda interna mexicana restringida por la estructura autárquica de la
hacienda. Así, todos sus intereses estaban en contradicción con la influencia
extranjera y con quienes desde posiciones de poder en la capital la patrocinaban.
De esta manera, en el gobierno de Díaz se difundieron a toda la periferia del norte
de México los motivos que impulsaron a la región del Bajío a rebelarse contra los
españoles en 1810.
Mientras los obreros industriales se agitaban a huelgas cada vez más numerosas y
los trabajadores rurales se rebelaban periódicamente contra el dominio total del
latifundio, tanto la clase media como la alta se inquietaban a medida a medida que
se aproximaban en 1910 un nuevo periodo presidencial para Díaz. Ya hemos
hablado del descontento de los propietarios e industriales norteños cuyos intereses
empezaban a entrar en conflicto con los de la dictadura. Las clases medias también
comenzaron a sentir las limitaciones impuestas por Díaz. Iturriaga (1950, p. 28) ha
calculado que en 1895 los miembros de clase media eran 989 783 o sea el 7.78%
de la población; de éstos 776 439, o sea el 6.12%, vivían en las ciudades, y 213
344, o sea el 1.66%, eran rurales. Siguiendo al sociólogo Gino Germani, dividió a la
clase media en dos grupos: la clase media económicamente “autónoma”,
compuesta por artesanos, pequeños y medianos comerciantes, agentes
comerciales, miembros de las profesiones liberales y pequeños y medianos
rentistas, y la clase media “dependiente”, que se encontraba al servicio de
organizaciones mayores que la empleaba. La clase media dependiente en el campo
-compuesta por administradores y empleados de hacienda y empleados
gubernamentales- era sólo el 8.97% de la clase media rural; el resto era
“autónomo”. En la ciudad, sin embargo, la clase media dependiente representaba el
39.07% del total. La mayoría estaba probablemente compuesta por empleados
públicos. Algunos se habían beneficiado considerablemente a través de su
nombramiento a puestos que les permitían relacionarse con las concesiones
extranjeras o eran fuertes de cohecho; la mayoría vivía con salarios bajos,
descubriendo –según la frase de Justo Sierra- que, aunque el Estado tenía toda la
riqueza, era pobre. Otros, ostentando diplomas y educación, no podían encontrar
trabajo; todos los empleos habían sido agotados, con frecuencia por funcionarios
que envejecían y se hacían seniles en el cargo. Por lo tanto, la Revolución –cuando
ocurrió- demostró ser tanto un conflicto entre generaciones sucesivas que
reclamaban el poder como un intento de corregir las injusticias y crear nuevas
condiciones centralistas tanto por una mayor autonomía regional como por las
nuevas situaciones que tal autonomía podría crear. En 1910, se repitió este antiguo
conflicto bajo una forma nueva, cundo la élite diplomada de las provincias se
levantó contra un régimen compuesto de “cadáveres políticos”.
Esta nueva clase no poseía una ideología propia elaborada, pero los primeros
años de nuevo siglo, una parte de ella comenzó a presta atención a temas mas
nuevos y radicales, entre 190 y 1910 se habían organizado mas de cincuenta de
los llamados clubes liberales, en su mayor parte en el norte y en la costa del golfo
barrera fuentes, ¡ 95 ¡ p. 39); entre los delegados al confeso liberal de 190
figuraban ingenieros, estudiantes de leyes, abogado comerciantes incluso un
burgués acomodado sus demandas eran fundamentalmente de elecciones libres y
de libertad municipal, pero también esperaban poner un fin al peonaje y a las
inhumanas condiciones de vida de las haciendas de la zona trópica con la creciente
represión, sin embargo, muchos de estos de estos liberales empezaron a irse mas
a la izquierda. Hacia 1903 muchos leían a kropotkin, Bakuni y Marx, y desde 1906
intensificaron sus llamados para una rebelión armada contra el gobierno. Este
cambio se vio reforzado por los acontecimientos políticos en España. Un creciente
movimientos contra la intervención militar española en marruecos; la explotación
industrial, el clericalismo y la falta de libertad política fue reprimido, y grupos de
socialistas anarquistas españoles encontraron refugio en México se llevaron a cabo
rebeliones e incursiones armada desde el territorio de los estados unidos en 190
(cinco) y en 1908 (dos). A la vez, en un numero cada vez mayor de trabajadores
migratorios mexicano en los estados unidos se familiarizó con el anarco
sindicalismo mediante su relación con los Wobblie los miembros del internacional
Workers of the Worle. Los puntos positivos de esta ideología anarquista dice paúl
friedrich, quien estudio su efecto en un comunidad de la zona tarasca de Michoacán
(1966) eran mejores materiales, en especial la reforma agraria, y una organización
socioeconómica que se basaba en la asociación voluntaria de comunidades
aldeanas, sindicatos de trabajadores y otros grupos pequeños. Del lado negativo
estaban una marcada hostilidad hacia la autoridad institucionalizada en gran escala,
en especial hacia el estado y la iglesia.
Surgieron por el levantamiento… la revolución los hisos, les dio medios y apoyo. Fueron
los instrumentos de un movimiento; ellos no lo hicieron y apenas fueron capaces de dirigirlo
(ibid).
Avanzó con sacudidas y asaltos y en varias direcciones a la vez; arraso por igual
los bastiones del poder y los “jacales” de los peones. Cuando termino había
alterado profundamente las características de la sociedad mexicana. Más que
ninguna otra revolución del siglo xx, por lo tanto nos da una visión de las
condiciones de desequilibrio que fundamenta una época revolucionaria.
se instalo en las haciendas la primera maquinaria que usaba el método centrífugo, siendo
santa clara la primera que empleo este moderno procedimiento. Dicho acontecimiento
cambiaria radicalmente al vida en el estado, para aumentar la producción de azúcar, los
hacendados trataron naturalmente de aumentar la superficie cultivada y esto tenia que
ocurrir necesariamente a expensas de las tierras de las aldeas; las obras de irrigación se
ampliaron y la propia administración pública tuvo que modificar sus impuestos y sus
métodos de aplicación. En resumen, puede decirse que la instalación de maquinaria
moderna trajo un cambio total, los terratenientes prosperando, su caña de azúcar les
rendido mas ganancias y el gobierno elevo sus impuestos, solamente a las ideas se les
obligo a entregar tierras y abastecimientos de agua gradualmente empezaron a reducirse y
algunos incluso desaparecieron. Se agravo de esta manera el desequilibrio social que
habría de terminar con la revolución de 1910 diez, 1967, p. 130)
Al comenzar el siglo, Morelos era con mucho el principal productor de azúcar entre
los estado de México (figurón Domenech, 1899, pp. 373-81).
Aunque las haciendas se apoderaban de las tierras de los indígenas siempre que
era posible, sin embargo, no habían controlado las mayorías de las aldeas
indígenas cercana. Esto se debía probablemente al hecho de que la producción de
azúcar requiere grandes cantidades de manos de obras, pero sobre una base
estacional: el mayor numero de trabajadores se requería para el periodo anual
relativamente corto de uno dos o tres meses que duraba la cosecha así. A las
aldeas indígenas como estaban dispuestas a utilizar reserva de manos de obras,
sangrando su trabajo -cuando necesitara– mediante mecanismos como el pago de
anticipos. Esto permitió empero que se dejaran intactas unidades sociales
cohesionadas que poseían la ventajas de una solidaridad social creada durante
largo tiempo en comparación con la organización mas débil de los trabajadores de
la hacienda que con frecuencia provenían de muchas aldeas no relacionadas entre
si. Estas comunidades también eran muy consiente de su libertad e intereses
especiales que consistían en una resistencia resuelto tal contra los usurpaciones de
los propietarios de las haciendas San Miguel Anenecuilco, por ejemplo durante siglo
habían librado numerosas y por lo general exitosas batallas legales contra el poder
su perlor de los hacendados esta lucha la habían dirigido el consejo de ancianos de
la comunidad en 1909 una asamblea de todos los miembros de la comunidad bajo
la dirección del consejo eligió un comité de defensa el líder del comité era un
ranchero local que se llamaba Emiliano Zapata. Todos los miembros contribuyen a
la tesorería común y se le encomendó a Zapata el cuidado de los documentos
legales de la comunidad que databan de principios del siglo xvII cuando -a
principios de la estación de lluvias de 1910- la hacienda cercana empezó a ocupar
tierras comunales que ya se habían preparados para la siembra del maíz Zapata
organizo un grupo de ochenta hombres para que realizaran la siembra en desafío a
la hacienda. Poco después, Villa de Ayala y Noyotepec- otras dos comunidades
empezaron a contribuir al fondo de defensa de Zapata. Después de
eso Zapata procedió a tomar las tierras comunales ocupadas por las haciendas
destruyendo las cercas elegidas por ellas y distribuyendo la tierra a los aldeanos
(sételo Inclán, 1948).
Históricamente la rebelión de Zapata presenta analogías interesantes con una
rebelión pre iban- en gran parte en la misma zona- dirigida por José María Morelos
entre 1810 y 1815 probablemente hayan tomado parte en ese movimiento como
Zapata, Morelos demostró ser un gran líder guerrillero como Zapata también su
zona de operaciones quedo en gran parte confinada a la parte meridional de la
mesa central.
No creo que la revolución francesa haya sido preparada con más audacia y materiales de
destrucción que como se está preparando la mexicana. ¡Estoy espantado! Los oradores de
Leiva, sin empache ni vergüenza, han enarbolado la manera santa de la guerra de los
pobres contra los ricos: todo es ahora de los pobres; las haciendas, la honra y la vida de
los que no son indios. Se predica el crimen como un nuevo evangelio, a los terratenientes
hay que matarlos como víboras, triturando sus cabezas con una piedra. Sus mujeres e
hijos, son del pueblo, en desquite de la lujuria de los hacendados impunes, violadores de
las vírgenes populares. La caridad y la compasión se consideran cobardía; no es hombre el
no sepa vengarse, y sólo sabrá vengarse el que no dé cuartel ni siquiera a su padre. Las
haciendas son de los pobres porque son pobres, y son de los indios por que se las robaron
los españoles, y son de los oprimidos porque representan trabajo robado a estos.
Haciendo la cuenta justa de los jornales que pertenecen al pueblo y los que han recibido
de sus explotadores, resultan los hacendados debiendo aun después de haber pagado con
sus haciendas. Tales fueron los temas de la oratoria leivista, enseñada por el profesor de
Villa Ayala, don Otilio Montaño, normalista, a los tribunos del pueblo para que la
enseñasen a los campesinos analfabetos, zambos y torvos, convocados en 1908 para
hacer la revolución redentora de los oprimidos, escogiendo –como quería Montaño y como
lo consiguió- erigir a Tlaltizapán en “capital del proletariado en México”.
Vemos así en la gestación de la revolución zapatista dos ingredientes de
importancia capital: uno, la participación de los primeros intelectuales descontentos,
con arraigo en la ciudad; y segundo, la participación de un grupo
campesino que poseía suficientes recursos propios como para iniciar el camino de
la acción política independiente, el lenguaje anarcosindicalista sirvió como lazo de
unión entre ellos. De Ricardo Flores Magón provino el lema “tierra y libertad”, que
fue pronunciado por primera vez por el líder anarquista en Regeneración el 19 de
noviembre de 1910, y que fue acogido por los indígenas que se habían levantado
para defender y recuperar sus tierras. Habiendo empezado con la redistribución de
tierras como dirigente del comité de defensa en Anenecuilco, Zapata convirtió ésta
en la principal finalidad de su movimiento. Con la ayuda de Díaz Soto y Gama,
pronunció en noviembre de 1911 su plan de Ayala:
Hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados,
científicos o caciques a la sombra de la tiranía y la justicia venal, entraran en posesión de
estos bienes inmuebles desde luego los pueblos o ciudadanos que tengan títulos
correspondientes a esa propiedad, de las cuales han sido despojados por la mala fe de
nuestros opresores manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada
posesión.
En esencia, este ejército quería tierra; una vez que obtenían la tierra todos los
demás problemas parecían en comparación insignificantes. Esta limitación de
objetivos, junto con el poco deseo de los zapatistas de ampliar sus operaciones
militares más allá de las cercanías de Morelos, limitó su atracción sobre los otros
mexicanos que no estaban motivados por los mismos antecedentes ni por las
mismas circunstancias. Zapata, por ejemplo, no entendía las necesidades e
intereses de los trabajadores industriales y nunca supo atraerse su apoyo. De
manera similar, la lucha agraria en Morelos se había liberado en general contra
propietarios mexicanos, no contra extranjeros. Por lo tanto, los zapatistas tenían
una comprensión limitada de la lucha de los mexicanos nacionalistas para defender
la integridad nacional de México frente a la influencia e inversiones extranjeras
(Katz, 1964, p. 236). Cuando zapata logró esta visión, en 1917, era demasiado
tarde para impedir la derrota a monos de hombres con horizontes más amplios y
mayor capacidad para formar coaliciones políticas de cierta urgencia.
“en la primera década del siglo XX, Chihuahua tenía una clase media relativamente
grande de comerciantes, artesanos, cocheros ferroviarios y oficinistas. Hay algunas
pruebas que sugieren que estos grupos de clase media conservaban un contacto
limitado con sus contrapartes sociales en los Estados Unidos y, por emular al sector
medio mejor definido del norte del río bravo, deseaban mejorar su suerte, deseaban
mejora su suerte. En consecuencia, los grupos de clase media dentro del estado
eran especialmente susceptibles a la interminable corriente de propaganda
revolucionaria que saturó a Chihuahua durante los últimos años de la dictadura de
Díaz” (1967, p.9).
Se podía contar con otras dos categorías de personas para que dieran su apoyo a
la Revolución. Una era la de los “vaqueros”, que trabajaban en los grandes ranchos
ganaderos. Paradójicamente, aunque el número de cabezas de ganado aumentaba
continuamente, las ventas no se habían mantenido a la par con el incremento en los
hatos, en algunas zonas incluso sufrieron una disminución temporal. Esto pudo
tener repercusiones económicas entre los “vaqueros”, siempre muy móviles y a
caballo, fáciles de movilizar en contra de los grandes terratenientes. A la vez, sin
embargo, menospreciaban a los agricultores asentados, y no mostraban ningún
interés en convertirse en campesinos sedentarios; durante todo el período
revolucionario, una de sus características notables sería su falta de interés en los
problemas de la reforma agraria. Junto al sector de los vaqueros, existían
agrupaciones ilegales, cuya participación en el contrabando, el bandidaje y el robo
de ganado se beneficiaba tanto de la cercanía de los Estados Unidos como asilo
que proporcionaban a sus bandas las montañas y el desierto.
Así era probable que las condiciones militares de la Revolución en el norte fueran
muy diferentes de las que existían en Morelos. Zapata dependía de campesinos
capaces y deseosos de pelear en las montañas; pero que no querían abandonar su
reducto montañoso. En comparación, la Revolución norteña podía contar con un
gran número de tropas de caballería nutridas por vaqueros y bandidos, y por lo
tanto capaces de operar en un amplio campo. Los zapatistas se veían limitados en
su capacidad para obtener armas y para abastecer su base y zona que lo rodeaba.
Los norteños podían confiscar ganado y algodón y venderlo a los Estados Unidos a
cambio de armamento contrabandeado.
Así, aunque los ejércitos de Villa y las fuerzas de Zapata fueron instrumentos en la
destrucción del régimen de Díaz y de su sucesor epígono, Victoriano Huerta, no
pudieron lomar los pasos decisivos para la creación de un nuevo orden en México.
Zapata por que no podía atender las demandas de sus campesinos revolucionarios,
concentrados en una pequeña zona de México, y Villa porque, glorificado en las
batallas no tenía comprensión para las exigencias sociales y políticas. Símbolo de
esta trágica ineptitud de ambas partes es su encuentro en la ciudad de México a
finales de 1914, cuando celebraron su unión fraternal pero no pudieron crear una
organización política que gobernara en país. “Tanto Pancho Villa como Emiliano
Zapata” dice Pinchon en su biografía de Zapata (1941, p. 306)
Constaba de una coalición entre dos alas, un ala liberal orientada a una reforma
política y un ala radical orientada a la reforma social. El ala liberal tenía de líder a
Venustiano Carranza, y la radical a Álvaro Obregón. Cada una representaba la
orientación social que les había sido impuesta por sus diferentes orígenes.
Carranza, como Madero, era un terrateniente. Bajo Díaz había ocupado varios
cargos de poca importancia, incluyendo el de senador. Se unió a movimiento de
Madero con el fin de asegurar el restablecimiento de las garantías constitucionales
y la libertad federal. Sus partidarios estaban conformados por:
“los mismos liberales de la clase media, los legisladores maderista, y su meta era
también la misma; hacer que el poder político quedara en manos de la clase media
de los Estados. Los carrancistas eran federalistas… trogloditas en pleno siglo XXI;
imaginaban que los problemas de México podían resolverse con una serie de
medidas fracasadas en el siglo anterior (Quirk, 1955 páginas 509-10)”.
Los radicales, sin embargo, tenían una orientación distinta y obedecían impulsos
diferentes. Muchos eran originarios de Sonora y Sinaloa , en el noroeste de México;
Sonora y Sinaloa compartían algunas características de las áridas provincias del
norte central como Chihuahua, pero tenían una diferencia importante. En Sonora y
Sinaloa también se había efectuado un aumento en las grandes propiedades
agrarias. En 1910 había 265 propiedades mayores que las hectáreas en Sinaloa, 35
de ellas mayores de 10 000 hectáreas: 94.7% de los jefes de familia no tenían
tierra. En Sonora, 77 propiedades tenían cada una más de 1 000 hectáreas, siete
más de 10 000 hectáreas cada una. El porcentaje de jefes de familia sin tierra
ascendía al 95.8% (McBride, 1923, p. 154). Con el advenimiento de los
ferrocarriles, sin embargo, gran parte de esta tierra quedó bajo el control de
empresas norteamericanas; “las ferrovías funcionaban en realidad más como un
conducto desde el interior de México hasta los mercados de los Estados Unidos
que como un estímulo para el mercado y el desarrollo económico interno”
(Cumberland, 1968, p. 217). Para 1902 las impresas norteamericanas tenían más
de un millón de hectáreas en Sonora; en Sinaloa tenían el 50% de la productiva
planicie deltaica y el 75% de toda la tierra irrigable, donde se cultivaban para el
mercado azúcar, algodón y verduras frescas (Pfeifer, 1939, p. 384). La mayor
comercialización a la vez, había producido una pequeña clase media, estimulado
adicionalmente por su relación con los Estados Unidos y cada vez más antagónica
a su influencia. También se encontraba una aguda competencia con comerciantes
chinos que habían llegado a controlar gran parte del comercio local. Uno de los
primeros actos de la Revolución sería la expulsión de chinos del estado
(Cumberland, 1960). No obstante, ésta era una clase media de mucho más rural
que la de Chihuahua.
Obregón era un bien representante de esta orientación rural. Su padre había sido
un ranchero independiente que perdió su propiedad a raíz de inundaciones y de
incursiones de indios. El hijo fue sucesivamente mecánico, agente viajero para un
fabricante de zapatos, mecánico en un ingenio azucarero, ranchero que cultivaba
garbanzos en tierra arrendada, e inventor de un sembrador mecánico de garbanzos
que pronto fue adoptado en toda la zona del río Mayo. Aprendió a hablar tanto
maya como yaqui. Lector del periódico Regeneración de Flores Magón desde 1905,
fue partidario de la revolución de Madero y en 1920 reunió cerca de 300 rancheros,
acomodados como él, una fuerza de combate que llegó a ser conocida como el
Batallón de los Hombres Ricos (Dillon, 1956, p. 262). De ninguna manera era
socialista, pero favorecía una legislación nacionalista y reformas agrarias y
laborales que al mismo tiempo limitarían la penetración de los Estados Unidos,
terminaría con el poder de las grandes familias terratenientes y ampliarían las
oportunidades en el marcado tanto para el trabajador como para la clase medía a la
que pertenecía.
Para expresar sus demandas radicales de reformas agraria y laboral, los zapatistas
y los villistas convocaron a una convención que fue dominada por la teoría
anarquista y socialista. Pedía con toda claridad la liquidación del sistema de
latifundios, el retorno de las tierras a las comunidades indígenas, la nacionalización
de las tierras en mano de los enemigos de la Revolución y de los extranjeros y un
programa de reforma agraria; se escucharon voces pidiendo una legislación que
limitara las horas de trabajo y protegiera a las mujeres y niños que trabajaban, el
seguro de accidentes industriales, la instauración de cooperativas y sociedades de
ayuda mutua, la educación secular, la formación de sindicatos y el derecho de
huelga. Aunque los oradores en su mayoría eran intelectuales radicales con Díaz
Soto y Gama, Miguel Mendoza López y Pérez Taylor, los delegados en su mayoría
eran generales revolucionarios de las fuerzas de Villa y Zapata, comandantes de
ejércitos de campesinos y vaqueros. Provistos de títulos militares por la Revolución,
no eran principalmente militaristas sino siempre “líderes de grupos de campesinos
que apoyaban algún tipo de reforma agraria” (Quirk 1953, p. 505). Los liberales que
formaban parte de la coalición constitucional escucharon estas peticiones con
horror:
Como la clase media ya se había apoderado del gobierno -y el régimen carrancista
era totalmente de tipo liberal y civil-, los carrancistas no querían que la Revolución
siguiera su curso. Pensaban que las reformas sociales de tipo avanzado, en tal
época, acabarían por destruir el orden y el progreso pacifico. Si se ensanchaba el
cause de la Revolución, los elementos de la clase media perderían el control del
gobierno, dando lugar a que se desataran los desaforados lideres radicales de las
masas 1953, p. 516 .
Al sucederse los acontecimientos, sin embargo, resultó evidente que tendría que
haber una reforma.
Había radicales no sólo dentro de los ejércitos de la Convención, si no también
dentro de las mismas fuerzas constitucionalistas. Desde un principio, Obregón y sus
seguidores habían comprendido que sólo podrían quebrantar el dominio de Villa y
Zapata prometiendo reformas sociales. Sus alegatos empezaron a ganar fuerza, a
medida que el régimen constitucionalista era colocado en situación comprometida
por el éxito de los avances de Villa y Zapata en 1914 y 1915. A principios de 1915
Carranza empezó a hacer vagos pronunciamientos a favor de la reforma social
desde Veracruz. Ya en agosto de 1914 Obregón había reabierto la “Casa del
Obrero Mundial” en México, y a mediados de febrero de 1915 esta organización
socialista firmó un pacto con Carranza por el cual, prometía proporcionar batallones
“rojos” contra Villa y Zapata. En 1915, el general constitucionalista Salvador
Alvarado entró en Yucatán y abolió el peonaje por deudas en el estado. Tales
ajustes ayudaron enormemente a la causa constitucionalista y le atrajeron
numerosos simpatizadores.